You are on page 1of 17

UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

Capítulo 13

Elementos del desarrollo político peruano


Clientelismo

Su desarrollo parte desde tomar en cuenta las relaciones interpersonales que se


presentan en el plano político de un Estado. Es un intercambio no oficial de favores, de
diversa índole, entre las personas que son parte del cuerpo de gobierno y con sus
subordinados, con el fin de fortalecer las tendencias electorales para prolongar un tipo de
régimen, lo cual en varios casos ha estado acompañado con prácticas de corrupción.

Sus antecedentes pueden detectarse en las nuevas relaciones entre hacendados y


campesinos donde las formas de paternalismo se fortalecieron. En Perú, desde el periodo
virreinal entre la nobleza con los criollos, tras la independencia, el desarrollo y
consolidación del sistema gubernamental generó también la organización de redes
clientelísticas que han fortalecido su poder y han evolucionado con el pasar de las
décadas.

Paternalismo. Actitud de la persona que aplica las formas de autoridad y protección,


propias del padre en la familia tradicional, a otro tipo de relaciones sociales: políticas,
laborales, etc.

Estas prácticas que se iniciaron en lo rural, se expandieron y fueron adaptadas a


situaciones urbanas que los partidos políticos y funcionarios gubernamentales han
logrado usar en función a sus intereses.

Características de la relación clientelista


 Se considera que el clientelismo genera una relación diádica donde el actor o grupo de
mayor posición influye en las decisiones del grupo de mayor influencia.
 Esta relación genera una retribución continua, uno y otro, dentro del clientelismo,
esperan una serie de favores que termina por formar una alianza de dirección continua
que se fortalece continuamente.
 Esta relación es desigual en función al poder y status de los actores, pero el más
poderoso necesita del otro para tener llegada a las clases bajas donde se obtiene
votos y donde el más influente tiene serias dificultades de convencer.
 Cada actor tiene una expectativa sobre los resultados que espera obtener de su aliado
político, por ello le presta su apoyo y viceversa.
 Un actor espera la entrega de bienes y/o servicios. Estos elementos, expresados
materialmente, son vitales para el funcionamiento de la relación clientelística.
 Estos sistemas se desarrollan al margen de la actividad pública, pero inciden en ella
generando un mal funcionamiento del Estado. Las autoridades que lideran estas redes
desvían fondos de uso público a sectores con el fin de asegurar intereses particulares.
 Es difícil para actores aislados su salida de estas redes de poder clientelístico, porque
su poder o sustento se deriva de esta forma de relación.
 Estas relaciones pueden conllevar a una perpetuación del poder por parte de un
grupo, que ha comprado la decisión popular. Esto deriva en la falta de renovación de
grupos de poder en el gobierno, lo cual es necesario en las democracias occidentales.

Página 1
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

 En nuestro país, se observa que el clientelismo no solo se desarrolla a través de


partidos sino también la llevan a cabo organizaciones de diversa índole.

Variaciones en las relaciones clientelistas

Entre las dimensiones a considerar para especificar variaciones tenemos:

 la institucionalidad y carácter organizativo de las relaciones clientelistas. Comprender


si esta relación tiene estructura personal focalizada o si hay relación más amplia en
órganos formales como partidos políticos y sindicatos.
 El tipo de supuestos en los que se basa la relación: la existencia o ausencia de
normas para la adopción de roles de los actores sociales, colectivos o individuales.
 La fundación de la relación, se establece la relación de manera implícita o a través de
mecanismos formales, ¿ceremonias o contratos?
 El contenido de los intercambios con relaciones de corta o larga duración.
 El grado de continuidad o inestabilidad de los patrones clientelistas.

Para Eisenstadt y Roniger, estas relaciones variar al sufrir cambios el orden institucional,
sobre todo la división del trabajo y la distribución del poder, la modernización económica y
política, las alianzas políticas y la forma de acceso a los recursos.

La modernidad social debilitó a los patronos tradicionales y orientó la relación en forma


de votos. En otras palabras, se debilitó al patrón tradicional pero se matuvieron patrones
clientelistas aunque reorganizados derivando en un sistema político modernizado.

En las colectividades clientelistas, la obediencia depende del control que tengan los
líderes de recursos y su capacidad de utilizarlos en intercambios directos con sus
seguidores. Los clientes tienen objetivos particularistas y tienden a ser un grupo
socialmente heterogéneo que es difícil unificar en términos de raza o etnia.

El clientelismo sobrevive en condiciones favorables como:

 Que los recursos necesarios o deseados son controlados por un grupo particular y
otros son excluidos. El tipo de recurso varía, pero son percibidos como importantes.
Implícito está el que los patronos puedan (o den la impresión de poder) ofrecer los
recursos en cuestión.
 Que los patronos deben desear o necesitar los servicios que ofrecen los clientes para
tener un incentivo de ofrecer los recursos. Un factor importante es que los patronos
necesiten de los clientes para competir con otros patronos en la acumulación de
recursos.
 Que los clientes como grupo deben estar incapacitados (por represión u otros motivos)
para obtener recursos mediante una acción colectiva.
 Que la ausencia de una ética de distribución pública basada en criterios universalistas
y no en consideraciones particularistas y personales.

El clientelismo en América Latina. En el caso de América Latina, Eisenstadt y


Roniger (1984) plantean que el surgimiento de las relaciones clientelistas fueron el
resultado de dos procesos. Por un lado, la conquista y el dominio colonial que gestó
una sociedad basada en una relación de poder fuerte entre los distintos estratos
sociales y una preocupación por el orden jerárquico, el prestigio y el honor. Por otro, el

Página 2
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

debilitamiento de las instituciones centrales de control y la focalización de las


relaciones de poder. Las relaciones clientelistas aparecieron en diversas esferas de la
sociedad. Primeramente, en las haciendas se encontraban los terratenientes
con poder económico y político y los trabajadores que obtenían acceso a la tierra y
otros medios de subsistencia y seguridad a cambio de un trabajo leal. Posteriormente,
a partir de mediados del siglo XIX, el surgimiento de estados-nacionales y el desarrollo
del parlamentarismo basado en la expansión electoral promovió el desarrollo de
relaciones clientelistas dentro de las nuevas estructuras políticas tales como
los partidos políticos y la burocracia estatal. Así, el voto se convirtió en el referente de
relación leal. En América Latina, tanto regímenes autoritarios como democráticos han
hecho uso del clientelismo para establecer, expandir y/o mantener su base social de
apoyo. La existencia de Estados propietarios de empresas facilitó la expansión
del clientelismo a través de empleos públicos, unido esto a una burocracia estatal de
bajo entrenamiento y sueldos. Facilita también el clientelismo en los países
latinoamericanos la corrupción administrativa y el bajo nivel de institucionalización del
Estado.

Caudillismo

La figura de los caudillos puebla la historia, la leyenda y el imaginario político


latinoamericano. Su presencia, en América latina y en nuestro país, destaca en el siglo
XIX y en el XX. Cada uno tiene un propio estilo por ello es difícil homogenizarlos. Deriva
de la palabra latina caput: “cabeza”, “cabecilla”, no existe una definición actual única e
incontrovertible, el término evoca al hombre fuerte de la política, el más eminente de
todos, situado por encima de las instituciones de la democracia formal cuando ellas son
apenas embrionarias, raquíticas o en plena decadencia.

Caudillismo e institución democrática son elementos situados en los extremos de una


línea ascendente de la evolución política en donde el primero sería el “más primitivo” y el
segundo el “más desarrollado”. Nos referimos al caudillo, señalamos a quienes ejercen un
liderazgo especial por sus condiciones personales; que surge cuando la sociedad deja de
tener confianza en las instituciones. Pesa más que sus propios partidos, tanto que a
veces los aplastan

Alude generalmente a cualquier régimen personalista y cuasimilitar, cuyos mecanismos


partidistas, procedimientos administrativos y funciones legislativas están sometidos al
control inmediato y directo de un líder carismático y a su cohorte de funcionarios
mediadores. Debe su aparición al colapso de una autoridad central, capaz de permitir a
fuerzas ajenas o rebeldes al Estado apoderarse de todo el aparato político. En
consecuencia, es producto de la desarticulación de la sociedad; efecto de un grave
quebranto institucional. La metodología histórica que ha forjado el término maneja la idea
central de que el caudillo es la pervivencia de un fenómeno antiguo, propio del siglo XIX.
Aunque, en general, encontraba la base de su poder en las zonas rurales, la
consolidación del mismo exigía que extendiese su dominio a la capital de la nación.

Entre los atributos comunes al caudillo antiguo y moderno está su cualidad carismática.
Para Max Weber, carisma es “la insólita cualidad de una persona que muestra un poder
sobrenatural, sobrehumano o al menos desacostumbrado, de modo que aparece como un
ser providencial, ejemplar o fuera de lo común, por cuya razón agrupa a su alrededor
discípulos o partidarios.”

Página 3
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

La dominación carismática, o del que tiene carisma –ya sea héroe militar, revolucionario,
demagogo o dictador– significa la sumisión de los hombres a su jefe. El sustento del
carisma es emocional, puesto que se fundamenta en la confianza, en la fe, y en la
ausencia de control y crítica. Pero el carisma no basta: nadie puede ser un líder solitario,
puesto que su carácter, las esperanzas de sus contemporáneos, las circunstancias
históricas, y el éxito o el fracaso de su movimiento respecto a sus metas son de igual
importancia en los resultados que obtenga. El carismático, por su parte, cree, dice creer, y
hace creer que está llamado a realizar una misión de orden superior y su presencia es
indispensable. Fuera de él, está el caos.

Los caudillos no han sido necesariamente ideológicos con grandes proyectos de cambio
social; su temeridad guerrera, sus habilidades organizativas, sus limitados escrúpulos, su
capacidad para tomar decisiones drásticas, los convierten en los hombres del momento.
Lograron organizar y ponerse a la cabeza de cuerpos militares triunfantes, y en su
momento gozaron de una apreciable legitimidad, antes de que su sino político se
eclipsara. Un instinto de autodefensa social les hizo aceptables por cientos o miles de
seguidores. Y finalmente, el acceso al poder los convirtió en dictadores, marcando la parte
final del ciclo.

Los caudillos antiguos tenían escasa o nula noción del significado de la legitimidad; de
manera contraria a los del siglo XX, ya que muchos de estos acceden al poder por medios
democráticos e hacen uso de las políticas de masas y de recursos estatales a favor de
desposeídos a fin de atraer, mantener y refrendar su apoyo, en lo que se ha llamado
“populismo”. Una de las dimensiones más críticas de cualquier cultura política involucra la
noción de legitimidad política, esto es, la serie de creencias que conducen a la gente a
considerar la distribución del poder político como justa y apropiada para su propia
sociedad. La legitimidad política se funda sobre tres elementos: la tradición, la legalidad
racional y el carisma. Los hombres obedecen (cuando es voluntariamente) a una mezcla
desigual de hábito, interés y devoción personal. En otras palabras, la legitimidad provee la
racionalidad para la sumisión voluntaria a la autoridad política. El caudillo tiene mucho de
dictador, pero no todo dictador es un caudillo. De aquí que el concepto de legitimidad es
crucial para esta distinción. Y el caudillismo florece en un medio político-cultural
específico, en circunstancias también particulares de falta de control.

Los caudillos vienen generalmente del cuerpo militar y descansan principalmente en los
militares para su apoyo y sostenimiento. Y a su vez, su permanencia en el poder depende
en buena medida del control que ejercen sobre la institución armada, en tanto la relación
de fuerzas a su interior le sea favorable. De no ser así, su principal aliado se convierte en
su peor enemigo, y de aquí sigue su expulsión a través de presiones o golpes de Estado.

El liderazgo del caudillo se caracteriza por un fuerte estilo personalista y de su relación


con la ciudadanía. La palabra es el vehículo específico del carisma. Habla con la clase
popular y se erige en intérprete de los intereses populares, y pretende encarnar el
proverbio latino vox populi, vox dei.

Los caudillos tienden a permanecer en su puesto por un periodo extenso de tiempo


(continuismo) En tanto que se tiende a despreciar el orden legal y mina, domina,
doméstica o cancela las instituciones de la democracia liberal, construye las condiciones
necesarias para su perpetuación en el poder. La experiencia histórica señala que ningún
caudillo permanece poco tiempo en su puesto, y que su salida siempre es forzosa.

Página 4
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

El caudillo gobierna de una manera paternalista y altamente centralizada. Los caudillos


generalmente gobiernan de una manera autocrática, que con frecuencia implica la
supresión de la oposición, la creación de partidos y movimientos oficiales y la supresión
de otros. Aunque no siempre lo hace, o no siempre tiene éxito en su intento, el caudillo
favorece la formación de partidos únicos o de movimientos que le respaldan y que se
proyectan hacia el futuro.

Los caudillos han evitado generalmente lo que los estadounidenses llamarían normas
democráticas de gobierno; en su lugar, ellos tienden a erigir sistemas estatales orgánicos.
Esta situación se da inicialmente con la intervención de los caudillos en las relaciones
entre el capital y el trabajo. Por la importancia del sector obrero en las sociedades
modernas, la necesidad de controlar a sus movimientos autónomos y aprovechar la
energía en su favor, en varios países latinoamericanos se ha experimentado el
corporativismo de manera más o menos seria y duradera. Las relaciones laborales, en
general, y la organización sindical, en particular, pasaron en forma creciente a ser
reglamentadas por el Estado, que se convierte en plenamente orgánico al agregarse otros
sectores de la vida económica y política.

Los caudillos generalmente desarrollan políticas públicas designadas para enriquecerse


ellos y a su clientela, a preservar el status quo que ellos han establecido. Desde el vórtice
del poder que ejercen, “hacen el bien” repartiendo de manera discrecional los recursos
con los que cuentan. En primer lugar, a los que pertenecen al círculo de íntimos y
favoritos que les rodean, y luego a la población. Normalmente dirigen su ayuda a
sectores determinados y la cobra en obediencia. Tal situación es posible porque usan de
manera discrecional los fondos públicos. El erario se convierte en su patrimonio privado,
que puede utilizar para enriquecerse y embarcarse en proyectos que considere
importantes, sin tomar en cuenta los costos. Para el caudillo populista todo gasto es
inversión, y su irracionalidad en materia económica se ha traducido en problemas cuya
solución es lenta y difícil.

Los caudillos tienden a ver poca diferencia entre el dominio público y el privado; ellos
operan dentro de una concepción patrimonialista y con frecuencia usan su puesto y el
aparato del Gobierno para su ganancia personal. Esta situación propicia que algunos
caudillos hayan llegado amasar fortunas considerables, como en el caso de Eva Perón,
de quien se sabe que llegó a acumular un cuantioso patrimonio, bien resguardado en sus
cuentas en Suiza.

Aunque los caudillos pueden gobernar de una manera autoritaria, que es con frecuencia
un reflejo de las propias normas y expectativas generales de su propia sociedad, ellos
pueden ser no completamente totalitarios. Hay límites más allá de los cuales el líder no
iría. Gobernar de una manera tiránica viola el contrato social informal pero plenamente
comprendido o “reglas del juego” que gobiernan las relaciones del caudillo con la
sociedad política.

A esta lista habría que agregar que el caudillo tiene la necesidad funcional de atacar a los
“enemigos del pueblo”, tanto internos como externos. Moviliza a grupos sociales bajo la
bandera de la defensa nacional de los ataques del adversario y, pudiendo ser reales,
tienden a llevarse al punto de enemigos mortales y chivos expiatorios de los fracasos,
originándose estados de exaltación y paranoia colectiva. En América Latina, el enemigo
por definición es Estados Unidos, y fue la Argentina peronista la primera en convertir

Página 5
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

sentimientos presentes en la región de muchos años atrás en una suerte de doctrina de


política exterior, con sus mayores o menores inconsistencias.

Militarismo

En América Latina, el tema del militarismo viene siendo estudiado sistemáticamente por
las ciencias sociales desde la década del sesenta del pasado siglo, cuando las complejas
manifestaciones del fenómeno comienzan a demandar análisis que vayan más allá de las
valoraciones críticas sobre la presencia de los militares en el poder. Así, junto a otros
términos relacionados (autoritarismo, intervencionismo militar), se acuña el de militarismo
y se desata un interés creciente por el estudio de sus particularidades en el
subcontinente. El uso de la expresión es, sin embargo, muy anterior.

Por vez primera fue utilizada, en la Francia del Segundo Imperio, por los republicanos y
los socialistas para denunciar el régimen de Napoleón III. Posteriormente, la expresión se
extendió rápidamente a Inglaterra y Alemania para nombrar la predominancia de los
militares sobre los civiles, la creciente penetración de los intereses de carácter militar en
el tejido social y su amplia aceptación, el uso de recursos de la población para fines
militares en prejuicio de la cultura y del bienestar y el consumo de las energías de la
nación en las fuerzas armadas (Bobbio 1998, 963).

El militarismo encontró sustento a partir de la creación y profesionalización


de organizaciones militares permanentes destinadas a monopolizar la violencia dentro
de los Estados. De acuerdo con Bobbio, la profesionalización de los militares se inicia el
6 de agosto de 1808, cuando el rey de Prusia abrió los altos grados del ejército (no
sólo miembros de la aristocracia) y fundó la primera escuela militar de especialización,
la Kriegsakademie. Con estos ejércitos, alimentados por conscripciones masivas
y dirigidos por especialistas (oficiales), se inicia el fin de la subordinación de los militares a
los gobernantes civiles en cuanto miembros de una misma clase con los mismos intereses
objetivos (…) La institución militar, como todo otra organización profesional, puede de esa
manera regular el acceso de individuos a su interior tanto reclutando sólo aquellos que
poseen ciertas capacidades o conocimientos explícitamente sancionados como
socializando a los individuos reclutados a las normas, a los reglamentos e incluso a las
costumbres vigentes en el interior de la institución. El proceso de profesionalización de los
militares forma parte por lo tanto del más amplio proceso de diferenciación estructural que
las sociedades occidentales o no, han atravesado y que experimentan aún ahora en el
curso de la modernización social, económica y política.

Existen múltiples y variados abordajes conceptuales del militarismo, desde los


muy elementales que lo describen como el “control de los militares sobre los civiles”
hasta interpretaciones que recogen aspectos motivacionales o cognitivos. No obstante,
de modo muy general, podríamos entender que militarismo evoca un exceso,
una intervención desmesurada, frecuente e ilegal del sector militar en política. El “exceso”
viene dado por el criterio de que, dentro de ciertos límites, es innegable una participación
política del componente militar a través de mecanismos sistémicos y de perfecta
legalidad, como carteras ministeriales u organismo de consulta en temas de defensa, etc.

Entre las principales explicaciones del militarismo se señalan: el escenario que deriva de
la incapacidad de los sectores sociales para imponer su proyecto consensualmente, la
dependencia externa y la asistencia (especialmente de EEUU durante el período de la
Guerra Fría) que reciben los cuerpos armados del subcontinente y la presunta condición

Página 6
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

de “dispositivo represivo del estado burgués” atribuida por algunos a los ejércitos
nacionales latinoamericanos. En este esquema, América Latina habría vivido dos
períodos característicos de esta crisis: el primero, entre 1930 y 1966, tras la caída de la
dominación oligárquica y los intentos inadecuados de sustituirla dentro de un proceso de
industrialización insuficiente o inacabado; y el segundo, a partir de 1970, bajo la dinámica
que intenta dejar atrás las experiencias populistas y el “desarrollismo”.

El militarismo, se interpreta obedece a una consecuencia generada desde las potencias


que promueven una dependencia de países latinos a través de las ayudas desde estos.
Lo cual es innegable desde el fin de la Gran Guerra y en especial desde la Guerra Fría.
Sin embargo, haya excepciones que permiten identificar que ciertos grupos militares no
han sido totalmente sumisos, sino que han logrado apoyar proyectos regionales de
desarrollo nacional como en Perú en 1968, bajo el régimen del general Velasco Alvarado,
el gobierno progresista del general Torres en Bolivia a principios de la década de los
setenta, ni en la misma época el régimen nacionalista del general Torrijos en Panamá. A
pesar, de que muchos de estos líderes y grupos fueron entrenados en el Pentágono.

Otro análisis considera al cuerpo militar como una institución que monopoliza el ejercicio
legítimo de la violencia, un dispositivo coercitivo del Estado burgués. Así, su principal
papel sería el de “restaurador” del status quo previo al producirse la caída de los sectores
económicos poderosos a manos de las fuerzas reformistas o “populares”.

El surgimiento de los militarismos en nuestro país se distingue desde sus orígenes


republicanos, con la carencia de proyectos, mecanismos de desarrollo y élites civiles con
legitimidad para tal función. Ante ello, esos vacíos los militares con cuerpo destacado de
las guerras de independencia asumieron esta labor. Así, el país entró un prolongado
proceso donde los matices autoritarios son de larga data.

El militarismo juega un rol definido con el componente caudillista y el desconocimiento de


la población de lo que significa un régimen republicano, por ello su presencia, muchas
veces, es aceptada por la población a pesar de mostrar resultados poco favorables.

La Doctrina de Seguridad Nacional


Inicialmente deudora de la teoría de la dependencia y auspiciada por gobiernos militares
suramericanos en la década del sesenta y setenta del siglo pasado, estaba caracterizada
por la creencia de que, dados los recursos naturales existentes y la escasez relativa de la
población, mediante una expansión territorial interna se podría alcanzar un rápido
desarrollo. Asimismo, considera que la seguridad nacional descansa sobre el desarrollo
integral de la nación y que el retraso y el subdesarrollo debe ser superado mediante un
proyecto totalizante. Y contemplaba, desde luego, la idea de que la conducción del
proceso de desarrollo nacional debía estar a cargo de una elite cívico-militar orientada
bajo principios de la planificación nacional.

La Doctrina de Seguridad Nacional poseía un carácter instrumental e ideológico que


encubría falsas valoraciones, tendencias militaristas y proyectos autoritarios. Fomenta la
influencia del modo militar de comportamiento en la sociedad y disminuye la idea
de pluralismo. Con la ampliación de la Doctrina de Seguridad Nacional a muchos ámbitos
de la vida social, la división de los poderes, por lo demás débilmente presente en el
sistema latinoamericano, fue abolida y toda la sociedad quedó expuesta a la intervención
del Estado. La Doctrina de Seguridad Nacional suministra a las fuerzas armadas una
supuesta legitimación como últimas guardianas y salvadoras de la nación, en vista de una

Página 7
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

crisis que, para los años sesenta y setenta, comienza a cuestionar el status quo
mantenido por ellas.

Por su parte, Rouquié recoge una tipología para el militarismo que atiende criterios como
objetivos institucionales, la cultura política de la nación en cuestión y la naturaleza de los
proyectos desde el punto de vista socio-económico. Para los dos primeros criterios, nos
habla de:
a) Gobiernos militares provisionales: gobiernos transitorios, surgidos tras el derrocamiento
del poder en funciones con el de devolver el gobierno a los civiles según procedimientos
legales.
b) Regímenes constituyentes: al igual que los anteriores, son transitorios y producto del
derrocamiento del gobierno que le precede, pero difieren de aquél en que no fijan límite a
su existencia y manifiestan su intención de modificar las reglas políticas o introducir
cambios sociopolíticos antes de entregar el poder. Esta tendencia ha sido muy
generalizada en el subcontinente desde la “revolución brasileña” de 1964.
c) Militarismo reiterativo: está caracterizado por la alternancia de gobiernos civiles y
militares, tras el proceso de politización de estos últimos y su asunción como
interlocutores obligados de la vida pública.

En cuanto a la naturaleza de sus proyectos socio-económicos, dentro de un


esquema dicotómico de gobiernos conservadores y reformistas, Rouquié registra cuatro
fórmulas en las décadas de los sesenta y setenta:

a) El modelo patrimonial: dictaduras familiares cuyo proyecto socio-económico difícilmente


va más allá de la prosperidad privada y el enriquecimiento dinástico (Somoza,
Stroessner).
b) “Revoluciones desde arriba”: caracterizadas por un reformismo pasivo, del cual el Perú
del general Velasco Alvarado constituye su forma más clásica y acabada pero no la única.
c) Regímenes burocráticos “desarrollistas”: gobiernos cuyo objetivo es substraer el
desarrollo acelerado y “asociado” al capital extranjero al debate político y a las presiones
sociales (el Brasil posterior a 1964 y la Argentina de 1966-1970).
d) Regímenes terroristas o neoliberales: corresponden a experiencias en las que se alían
una violencia represiva inédita y el liberalismo económico más voluntarista u ortodoxo. Su
ambición común es reestructurar la sociedad a fin de establecer si no un
orden contrarrevolucionario permanente, por lo menos una vida política y social sin riesgo
para el statu quo (Uruguay, Chile y Argentina a partir de 1973).

La situación de hegemonía militar no se deriva propiamente de variables internas de ese


estamento, sino de la inestabilidad o debilidad del sistema político, independientemente
de la ambición y codicia de ciertos cuadros militares. Es decir, el análisis del militarismo
debe partir de la consideración de que “la intervención de los militares en política es,
primero, síntoma y efecto de decadencia de la sociedad civil y de la clase política y, luego,
causa de una ulterior desintegración”.

El populismo

Es un sistema que se ha usado para gobernar un país con una gran parte de su población
en estado de pobreza pero con cierto grado de instrucción política. No es el único y tiene
muchas modalidades. Nos referiremos al caso típico. Sus rasgos más notables son:

Página 8
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

Existe una minoría (entre 10% y 30%) de la población con un nivel de vida aceptable en
alojamiento, alimentación, salud, instrucción, posesión de bienes y proyectos para el
futuro.

Una mayoría (60% o más) tiene un nivel de vida bajo pero, esto es esencial, está en gran
parte alfabetizada o, a través de radio, cine y TV tiene conocimiento de niveles de vida
más altos y en muchos casos cierta experiencia política. Es este nivel de información el
que hace al sistema inestable y favorece la solución populista. Si no lo hay, el miserable
estado de división permanece con los privilegiados dominando a los pobres. La
instrucción pública y los medios de comunicación masivos hacen que los pobres imaginen
que puede cambiar su situación. Como no saben como hacerlo se produce un estado de
resentimiento.

Una posibilidad de gobierno es una dictadura militar (como en Latinoamérica) o religiosa


fundamentalista (como en el islam) que controle al grupo marginal. Pero la dictadura, por
su despotismo, exclusivismo y arbitrariedad termina por hacerse intolerable aún para
ciertos sectores del grupo privilegiado y una alianza de estos con los reprimidos suele
acabar con aquélla.

La alternación democrática, funciona en los países industrializados en los que el grupo


pobre rara vez llega al 20% y puede ser políticamente ignorado o subvencionado. Las
enormes desigualdades en riqueza y oportunidades se mitigan porque el sistema liberal
permite un nivel de vida aceptable a una mayoría. En los países con mayoría pobre el
juego de "votar por la oposición" que promete cambios y deja todo igual termina por
cansar a todos y desilusionar a la gente por la política.

El vacío que resulta de la caída de una dictadura, el fin de una etapa colonial o de la
desilusión política es la oportunidad para el populismo. Requiere casi siempre la aparición
de un líder carismático que convenza al grupo marginal de que él va a mejorar la
situación. Por lo general llega al poder por elecciones o por la lucha anticolonialista y en
unos pocos casos por una revolución armada.

La prédica del populismo es la lucha contra la injusticia que mantiene pobres a la mayoría
de la población, la culpa -se dice- es de los privilegiados que viven bien a costa de la
miseria del pueblo. No se habla de la productividad ni de la estructura de la economía. El
líder, casi siempre de origen humilde, apela a los resentimientos de los pobres y amenaza
a los privilegiados. Siempre se gana a una fracción de estos que por alguna causa están
disconformes con su situación económica, de poder o tienen ideologías contra el sistema
vigente. Se apoya además en sentimientos que han sido bien estudiados por los
psicólogos sociales: la atracción de una figura paternal protectora y salvadora, y la
tendencia humana a afiliarse a uno de dos bandos antagónicos. Apela más a los símbolos
que al discurso racional para convencer. Actos masivos ruidosos, largos discursos
declamatorios, emotivos y amenazantes y desplantes en relaciones internacionales
mantienen la figura del líder ante su pueblo. Apela al patriotismo y a las tradiciones
culturales para unir a los que lo apoyan y acusa a los que se oponen de antipatrióticos.
Las declaraciones y acciones contra enemigos externos e internos, reales o imaginarios
tienes el mismo fin. En muchos casos, sus principios ideológicos pretenden trascender las
fronteras de su país y se trata de impulsarlos en otros países, entrando en conflictos
internacionales. Durante la guerra fría los líderes populistas jugaron con el antagonismo
de EE. UU. y la URSS para obtener ayuda económica y militar de ambos.

Página 9
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

La acción política tiende a lograr el unipartidismo o un partido dominante y el control del


poder legislativo y judicial. En algunos casos el partido dominante dura más que el líder
fundador dando lugar a una sucesión de mandatarios que dan apariencia de democracia,
aunque no hay alternancia de partidos. En estos casos las características basadas en la
personalidad del líder están muy atenuadas. En el otro extremo el sistema puede llegar a
transformarse en un estado comunista con estatificación completa de la economía, la
política, la justicia y la cultura o un sistema fascista agresivo que controla la vida social,
exalta el nacionalismo y protege al capitalismo nacional. Por otra parte, el populismo
dispone de un discurso justiciero bien fundado. La crítica al sistema capitalista liberal tiene
argumentos contundentes desarrollados por los teóricos socialistas, anarquistas y
marxistas. Se ha mostrado incapaz de eliminar la pobreza y la desigualdad de
oportunidades. En su forma actual de dominio del capital financiero hace legal, por
ejemplo, una especulación en que un financista totalmente improductivo gana en pocos
días mas que 300 obreros calificados en todas sus vidas. Predica la globalización y el
libre movimiento del capital que puede dejar sin trabajo a miles de trabajadores en un país
pero no les permite emigrar a los países adonde se fue el capital. Por otra parte muchos
líderes populistas son anticomunistas. Señalan que los regímenes comunistas duran
décadas pidiendo a sacrificios a los pueblos en nombre de beneficios que sólo llegan al
grupo dirigente cuando se transforma en dominante. Más grave aún, niega la posibilidad
(y hasta la ilusión) de mucha gente que pretende mejorar su situación individual mediante
su trabajo y creatividad. El líder populista promete un nuevo sistema, ni capitalista ni
comunista que resolverá todos los problemas. No se ha visto hasta ahora tal solución.

La acción económica del populismo depende mucho de la estructura económica del país.
Un denominador común es el aumento del gasto público por creación de empleos,
subvenciones, transferencias a los más necesitados, propaganda política, gastos
militares, intervención en otros países. Si el país recibe una renta (transferencia unilateral
de dinero extranjero al país por venta de productos agrícolas o minerales o por control de
vías de transporte) el gobierno populista trata de obtener lo máximo posible de esa renta
para los gastos mencionados. Los controles sobre la economía (estatificación de
empresas, controles de precios, subvenciones, control del comercio exterior, controles
cambiarios, altos impuestos) para conseguir dinero y corregir los abusos de los
privilegiados, chocan con los procesos de desarrollar una economía fuerte y competitiva.
La intervención estatal ahuyenta la inversión, paraliza la innovación, destruye la
competencia, debilita la selección por el mercado. Este es un dilema que ningún gobierno
populista ha podido resolver.

La acción social es de remediar la pobreza. Ninguno de los ejemplos de populismo ha


podido erradicarla, ni siquiera reducirla a una minoría como en los países desarrollados.
Tampoco es ésta la verdadera intención. El líder y el aparato burocrático distributivo que
crea basan su poder y prestigio en ayudar a los pobres. Sería suicida para el populismo
reducirlos a una minoría. Muchos líderes y colaboradores del populismo no ven este punto
y no se explican por qué les es imposible eliminar o reducir drásticamente la pobreza.
Bastaría que miraran a los países que han conseguido minimizarla. Pero imitarlos sería
eliminarse ellos mismos. El grupo privilegiado nota que su situación no ha cambiado
mucho y no hace una oposición enérgica. Después de todo el populismo (si no se
transforma en comunismo) es más tolerable y menos excluyente que la dictadura militar o
religiosa. La protección del gobierno populista a los empresarios que son sus amigos les
gana apoyo entre los privilegiados. Además, para los muy apegados a las libertades y
derechos humanos siempre está el temor a la represión informal o formal (pues se crean

Página 10
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

organizaciones políticas de vigilancia y un fuerte control del ejecutivo sobre el sistema


jurídico y policial) y optan por callarse o abandonar el país.

El sistema populista personal puede durar más o menos tiempo (Perón 10 años, Nasser
15, Kaddafi 41, Velasco Alvarado 7, Getulio Vargas 15, Nehru 17, Saddam Hussein 27,
Sukarno 20, Fidel Castro 41, Kim Il Sung 41, en su variedad totalitaria: Mussolini 21, Hitler
12). Algunos (Fidel Castro, Hussein, Kadaffi) persisten todavía y otro (Kim Il Sung) ha
logrado dejar un sucesor. Los sistemas de partido dominante, donde gobernantes mas
profesionales suceden al líder populista, pueden durar mucho (Mexico 61 años, India 30).

La caída de un sistema populista personal se produce en general por el estancamiento y


deterioro de la economía, la persistencia de la pobreza que debilita el apoyo popular, la
evidencia de que se forma un nuevo grupo de privilegiados en torno al líder y, en muchos
casos, por las actitudes exclusivistas e ideológicas del líder que se enreda en conflictos
internos con los privilegiados que ha escarnecido, pero no eliminado y enemigos externos
que reaccionan ante el nacionalismo agresivo. El fascismo es un dramático ejemplo de
esto último.

El asistencialismo

En muchas ocasiones, escuchamos el término asistencialismo ligado a un no deber ser en


políticas de intervención social. Pero, en primer lugar, debe definirse qué entendemos por
asistencialismo.

Según Mario Fuentes Destarac, jurista guatemalteco, el asistencialismo público es la


acción o conjunto de acciones que llevan a cabo las instituciones estatales con la finalidad
de prestar socorro, favor o ayuda a individuos o grupos de individuos en condiciones de
desprotección o de vulnerabilidad, de manera temporal o permanente. Tiene su origen en
la caridad pública, que se basa en el principio de la benevolencia, es decir en la
compasión y la lástima, y se traduce en la limosna o el auxilio que se presta a los
necesitados, a manera de una actitud solidaria con el sufrimiento ajeno.

Quienes critican el asistencialismo afirman que:


1) convierte a los necesitados en dependientes que carecen de respeto hacia sí mismos;
2) transforma a los necesitados en parásitos, tan adictos a los subsidios públicos que son
incapaces de confiar en sí mismos;
3) priva a los necesitados de capacidad, autoridad y autonomía para decidir libremente
sus propios asuntos;
4) perpetúa la ciudadanía de segunda clase, la de los necesitados, ya que, en la práctica,
les concede un estatus de seres humanos no adultos e indolentes;
5) generalmente, degenera en un típico clientelismo, para el cual los individuos son
verdaderos clientes, o sea individuos dependientes que están bajo el control y la regencia
de quienes los protegen, tutelan, amparan, patrocinan o ayudan, y;
6) no promueve el surgimiento de comunidades de ciudadanos, es decir, personas libres
que asuman la responsabilidad de su vida y la afronten con confianza en sí mismas.

Así pues, asistencialismo podría ser un concepto opuesto a empoderamiento. Mientras el


empoderamiento está asociado a dar poder y capacidad de transformación a los sujetos
con respecto a su entorno, el asistencialismo se limita a abastecer las necesidades
básicas de la población sin ejercer un mayor cambio sobre la realidad existente, y
generando algún grado de dependencia entre los programas y los usuarios. Para poner

Página 11
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

un ejemplo didáctico, sería la diferencia entre enseñar a pescar y entregar pescado.

Autoritarismo y tecnocracia

El orden republicano y democrático del mundo moderno, con su sistema de ley (Estado de
derecho) y de libertades ciudadanas que garantizan, al menos formalmente, la autonomía
del individuo, no ha podido evitar que perdure hasta nuestros días la herencia atávica más
poderosa de los sistemas jerarquizados tradicionales: el autoritarismo como práctica y
como mentalidad. Aunque modificado por la experiencia histórica liberal de más de dos
siglos, el autoritarismo atraviesa la institucionalidad democrática con la idea (llevada a la
práctica cotidiana) de que el orden y la paz social se logran únicamente mediante la
imposición del poder de unos sobre otros (por el uso de la fuerza cuando es necesario),
tal y como lo dicta el orden natural y tradicional de las cosas.

De acuerdo a la mentalidad autoritaria, cuando se permite que los individuos actúen sobre
sus instintos e intereses particulares, el resultado es el desorden, la inestabilidad, la
anarquía y el caos. Es necesario, por lo tanto, que haya una autoridad, incorporada en el
Estado y los estamentos de poder, que proteja al orden social. En todo sistema político,
incluyendo las democracias formales, esa autoridad se legitima moralmente por una
particular estructura jerárquica, encabezada por sectores que incorporan una fuerza
superior, sea esta de origen social (de clase) o natural (racial). Esta fuerza superior
tradicional puede estar constituida por los representantes de Dios (a pesar de que vivimos
en un mundo secularizado), la tradición, la sangre (raza o clase social), la riqueza, la
moral, las instituciones, el sistema económico, las convenciones, el poder militar, los
gobernantes elegidos o las mayorías electorales. En el caso de los regímenes
revolucionarios autoritarios, la autoridad como ente estabilizador es conformada
usualmente por los nuevos grupos de poder, los cuales se legitiman por el
fundamentalismo de su origen ideológico. En otras palabras, la función principal del
Estado —según el ethos autoritario—, es mantener el orden social (y político) existente en
representación de una autoridad social interna claramente definida; y su obligación es
actuar decididamente para atajar y evitar el brote de toda conducta social disidente que
sea potencialmente desestabilizadora y dañina para ese orden.

El autoritarismo presupone que toda sociedad tiene enemigos internos y externos, por lo
cual el Estado está obligado a mantener una fuerza policíaca y militar capaz de proteger a
los ciudadanos y al orden social. De acuerdo a la mentalidad autoritaria, la cual todavía
nos atraviesa como un eje atávico, el ser humano —debido a su naturaleza destructiva—
tiende a promover el caos social cuando se le permite actuar autónomamente según sus
impulsos naturales, que tienden a ser irracionales. Solo mediante la imposición de
medidas efectivas de control social por parte de una autoridad política debidamente
constituida en representación de una moral superior (accesible a los grupos privilegiados,
pero no al grueso de la población), se puede evitar el efecto nocivo de la conducta
anárquica y autodestructiva de los ciudadanos cuando estos logran, “de forma ilegítima”,
ocupar espacios autónomos de acción política.

El control efectivo de la conducta social reside en dos pilares ideológicos paralelos y


complementarios: por un lado la legitimidad formal y consensuada de
una autoridad (régimen) particular validada por la cultura política; y por otro, la capacidad
y voluntad política (decisionismo) de acudir a la fuerza, a la violencia, cuando se estime
necesario para proteger el orden público. Por eso, la tradición autoritaria le asigna al
Estado, y solo al Estado, —en representación de los sectores dominantes— la

Página 12
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

responsabilidad de protegerse de los enemigos internos y externos, otorgándole el


monopolio sobre el uso de la violencia. El monopolio sobre la violencia es uno de los
pilares del Estado moderno y constituye uno de los principales principios de legitimación
del Estado de derecho, lo mismo para mantener fuerzas miliares, policíacas y
penitenciarias, como para instrumentar políticas de represión. El monopolio sobre la
violencia y la voluntad de usarla cuando se entienda necesario es también uno de los
fundamentos prácticos y teóricos del estado de excepción. (El Estado de excepción es la
autoridad que retiene el Estado soberano para dejar sin efecto el Estado de derecho y
poder actuar al margen de la Ley).

Pero la estrategia principal del autoritarismo no es tanto el uso de la represión y la


censura, ni forzar el conformismo del ciudadano por medio de la fuerza y el temor (terror).
Sobreponer el valor de la lealtad y la obediencia sobre la autonomía del individuo y su
capacitad de actuar racionalmente, es decir, sobre el activismo ciudadano, se logra
haciendo que los ciudadanos hagan suyas las ideas y políticas oficiales al grado de
considerarlas no como algo impuesto, sino como algo lógico y natural. La propaganda
oficial del Estado y el control ideológico por parte de los sectores dominantes son
estrategias preferibles a las medidas abiertamente represivas, las cuales, como nos dice
la experiencia, pueden tener el efecto contrario de exacerbar los ánimos contestatarios.
En otras palabras, para la mentalidad autoritaria la propaganda es una herramienta
exponencialmente más importante que el control directo de las instituciones, la imposición
de políticas oficiales, la censura externa, la represión y el castigo (aunque estas últimas
se mantienen siempre activas por parte del Estado, sobre todo para lidiar con brotes
sociales disidentes o de corte revolucionario).

La mentalidad autoritaria también tiende a ser hostil a la pluralidad social, por lo cual
privilegia la promoción e imposición, como medida de lo normal, de un patrón cultural
homogéneo; es decir, de lo que se propone como que verdaderamente representa a la
comunidad nacional histórica y natural. En España, por ejemplo, el régimen autoritario de
la dictadura franquista (1936-1973) se autodenominó como un movimiento nacional
católico cuya misión era restaurar las normas jerárquicas del catolicismo tradicional en las
instituciones sociales y estatales. Las políticas sociales adoptadas por la Segunda
República (1932-1939) en reconocimiento de la diversidad cultural, territorial y sectorial,
junto al proyecto social de superar patrones tradicionales de privilegios y exclusión, fueron
consideradas por el franquismo como causales de desintegración, desorden y
decadencia. Al día de hoy, a pesar de que la democracia constitucional ha sido reinstalada
en España, todavía hay mucho resentimiento entre los sectores tradicionalistas
(autoritarios) ante los reclamos culturales y autonómicos de vascos y catalanes y el
empeño de los sectores tradicionalmente excluidos para que se les reconozca sus
particulares identidades en condiciones de igualdad. Otro ejemplo contemporáneo es la
reacción que se ha dado en Estados Unidos contra la inmigración proveniente de
Latinoamérica (incluyendo la puertorriqueña) por considerar que su cultura es extraña
al mainstream de la sociedad estadounidense, la cual se define como protestante, blanca
y de origen anglosajón. En otras palabras, el pluralismo social y cultural todavía enfrenta,
ante el atavismo autoritario tradicional, un largo tramo de arduo cambio social y político.

Otro caso de un Estado con rasgos autoritarios evidentes es China, la potencia emergente
del siglo XXI. El Estado chino se ha negado en años recientes a asumir sus
responsabilidades en asuntos claves como el calentamiento global y los derechos
humanos. En su reclamo de que al Estado, y no a los ciudadanos, le corresponde
determinar el bien común, China muestra el caso particular de una estructura formalmente

Página 13
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

comunista conviviendo con un impulso capitalista brutal que está transformando a la


economía del país a pasos agigantados, pero no necesariamente abriendo espacios de
democratización.

La práctica de usar la propaganda para esconder ideologías bajo reclamos tecnocráticos y


de ideales culturales firmemente ubicados en la tradición y la naturaleza de las cosas es
un hábito moderno que no desapareció con los regímenes abiertamente totalitarios del
siglo XX (el nazismo, el fascismo, el franquismo y el estalinismo) y sigue siendo hoy la
meta explícita de todos los sistemas hegemónicos, incluyendo las potencias occidentales
(los países ricos del planeta). Lo que hoy día hace a la propaganda más efectiva que las
prácticas abiertamente impositivas, es que cada día esta es más sutil y que no proviene
solo del Estado, sino de las estructuras del mundo de la economía; es decir, del mundo
corporativo a través de sus herramientas multimillonarias de publicidad y relaciones
públicas, con el apoyo de organizaciones cívicas y educativas y, principalmente, con sus
aliados mediáticos. El objetivo, sin embargo, sigue siendo el mismo: desalentar el
activismo ciudadano, el pensamiento crítico, la desobediencia y, sobre todo la disidencia.

Tecnocracia
El término significa literalmente «gobierno de los técnicos» y se deriva de los
vocablos griegos τέχνη (tékhnē, «arte, técnica») y κράτος (krátos, «poder, dominio,
gobierno»). Diversos tecnócratas han identificado su postura con el uso del método
científico para resolver los problemas de la política. En vez de basar sus decisiones en
convicciones ideológicas, se favorece la acción orientada a resultados y basada en
datos empíricos. El tecnócrata es (o se asocia con) un científico o ingeniero. El término
tecnocracia fue originalmente utilizado para designar la aplicación del método científico a
la resolución de problemas sociales, en contradicción con los enfoques económicos,
políticos o filosóficos tradicionales.

Orígenes filosóficos: siglo XIX


Por regla general, se atribuye la primera expresión consciente de la ideología tecnocrática
al filósofo y sociólogo francésClaude-Henri Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825),
que en su obra Réorganisation de la société européenne, de1814, afirma:

“Todas las ciencias, no importa de la rama que sean, no son más que una serie de
problemas que solucionar, de cuestiones que examinar, y se diferencian entre ellas sólo
por su naturaleza. De esta forma, el método que se aplica a alguna de ellas conviene a
todas las demás por el mero hecho de que conviene a algunas [...]. Hasta el momento el
método de las ciencias experimentales no ha sido aplicado a las cuestiones políticas:
cada uno ha contribuido con sus propias formas de ver, de razonar, de evaluar, y la
consecuencia es que todavía no hay exactitud de soluciones ni generalidad de resultados.
Ahora ha llegado el momento de superar esta infancia de la ciencia.”

Saint-Simon es el primero que propone para el poder político a aquellos que, en su época,
dirigen el proceso de transformación económica en Francia, los dirigentes industriales y
los técnicos; augurando el reemplazo de la política por la ciencia de la producción, el
«gobierno de los hombres» por «la administración de las cosas».

Por los mismos derroteros circula otro filósofo y sociólogo francés, Auguste Comte (1798-
1857). Contemplando la sociedad industrial, científica y tecnológica como fruto de toda la
historia universal, saca la conclusión de la necesidad de una dirección tecnológica y no
política de la sociedad. La ideología tecnocrática se fundamenta en una concepción del

Página 14
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

radio de acción y del método de la ciencia, de las relaciones entre la ciencia y la técnica y
del papel social de la técnica, según la cual es real solamente aquello que es
cuantificable, comprobable empíricamente y manipulable. Por lo tanto, todo aspecto de la
realidad, incluso de la realidad socio-política, es investigable con los instrumentos de las
ciencias exactas. De esta manera, según la visión moderna de la indisoluble relación
existente entre la investigación teórica (la ciencia) y el dominio sobre el objeto investigado
(la técnica), es esta la que tendría una función de experimentación y de dirección social y
política.

Tecnocracia práctica: años 1930


El término tecnocracia se impone a partir de los primeros años 1930 para indicar la
progresiva expansión —alentada por parte de algunos, temida por otros— del poder de
los técnicos de producción (químicos, físicos e ingenieros) basado en el supuesto de que
quien está capacitado para gobernar el proceso industrial empresarial está capacitado
para gobernar no solamente enteros sectores productivos, sino también la sociedad
industrial en su conjunto.

Los técnicos industriales son pronto reemplazados por la clase de los «directores», que
debe su fortuna al debilitamiento de la función de la propiedad —ya sea en su faceta de
titularidad, con la sociedad por acciones, ya sea en su faceta decisional—, característico
de los grandes grupos industriales. Con la creciente intervención del Estado en la vida
económica de los pueblos, con la planificación económica y con la integración entre
industria y sistema de defensa durante los periodos bélicos, con la carrera armamentística
durante la llamada Guerra Fría, el tecnócrata medio se abre a los más altos niveles de la
burocracia estatal y de los aparatos industrial-militares, además de, evidentemente, a
exponentes de renombre de las facultades universitarias científicas, tecnológicas y
económicas, con un trasvase continuo de una realidad a otra, ejemplificado por la carrera
de Robert S. McNamara, en primer lugar presidente de la Ford Motor Company,
luegoSecretario de Defensa de EE. UU. en la época de la guerra de Vietnam (1965-1975)
y finalmente presidente del Banco Mundial.

El poder tecnocrático
Lo que caracteriza a la tecnocracia, a principios del siglo XXI, es la tendencia a suplantar
el poder político en vez de apoyarle con su asesoramiento, asumiendo para sí la función
decisional. Eliminando la división entre política como reino de los fines y técnica como
reino de los medios, el tecnócrata abandona el terreno técnico-económico y de los medios
de la acción social para meterse en el de los fines y en el de los valores, intentando que la
decisión de tipo político y discrecional —con base en criterios prudenciales y morales—
puede ser reemplazada por una decisión no discrecional, fruto de cálculos y previsiones
de tipo científico, sobre la base de puros criterios de eficiencia.

“En la mentalidad tecnocrática —sintetiza Claudio Finzi— racionalidad y "verdad" están


indisolublemente unidas, según un esquema reconocido casi universalmente en el
pensamiento contemporáneo, en el que además la racionalidad está fundada sobre
elementos meramente cuantitativos, postergando al mundo de lo irracional, y por lo tanto
de lo lamentable por definición, todo aquello que no sea cuantificable. Es obvio que ya no
habrá sitio para los juicios de valor, esto es, para los juicios que por su misma sustancia
no pueden fundarse sobre elementos cuantitativos”.

La ocupación de la esfera política trae consigo la demonización por incompetencia,


por corrupción y por particularismos de los individuos que actúan tradicionalmente en ella;

Página 15
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

y también la afirmación de la plena suficiencia de la competencia para la gestión de los


asuntos públicos, conforme a una concepción simplista de la sociedad como unidad
productiva de la que, en un primer momento, hay que maximizar su expansión económica,
o —en un segundo momento— integrar en un sistema económico mundial. Para tal fin
hay que adaptar las estructuras institucionales (recuérdese a todos aquellos que en Italia
desean una Constitución reescrita teniendo como objetivo el mercado mundial) y
administrativas.

De la desconfianza tecnocrática en la voluntad o en la capacidad de los individuos


particulares o asociados de realizar un sistema económico más eficiente se deriva tanto la
propensión a planificar la sociedad por medio de un sistema de control tecnoburocrático,
como la expulsión de la vida social de todo principio que no sea cuantificable, la aversión
hacia una concepción del bien común que no se reduzca a puro bienestar material.

Tecnocracia y mundialismo
Si las coordenadas culturales remotas de la ideología tecnocrática se remontan a la
industrialización de los Estados nacionales europeos (sobre todo de Francia en el siglo
XIX) su consumación de hecho se desarrolla y se afirma en la segunda mitad del siglo XX,
cuando se realizan las condiciones para una proyección a escala mundial en su doble
perspectiva de solución de los grandes problemas planetarios y de globalización de la
economía.

Al principio de la década de los setenta (coincidiendo con la aparición del famoso informe
realizado para el Club de Romapor el System Dinamics Group del MIT, el Massachussets
Institute of Technology, uno de los mayores laboratorios mundiales del pensamiento
tecnocrático, que fue difundido en Europa en 1972 con el título Los límites del
crecimiento) comienza a afirmarse la necesidad de planificar una detención
del crecimiento demográfico y una reducción de los consumos para encarar la
degradación del medio ambiente y el agotamiento de los recursos naturales.

Esencia Tecnocrática
Dicho esto, es necesario evitar identificar como tecnocrático lo que es propio de una
época tremendamente marcada por la tecnología, así como tampoco pensar que todos los
ambientes que manifiesten actitudes tecnocráticas participen de las mismas perspectivas
ideológicas y operativas.

La esencia de la concepción tecnocrática, más allá de los ropajes con los que se presentó
históricamente (debidos principalmente a lo que, en cada momento, desde la máquina a
vapor hasta los salvajes mecanismos de las finanzas, era estimado como el mayor factor
de desarrollo), consiste en la pretensión de amputar de la realidad todo aquello que no
sea cuantificable y manipulable, y por lo tanto de desviar de la vida de los hombres todo
aquello que guarde referencia con principios o imágenes de un orden trascendente.

Uso del término


Algunos usos de la palabra tecnocracia se refieren a una forma de meritocracia, un
sistema en el que la "mayoría cualificada" y los que deciden la validez de las
cualificaciones son las mismas personas. Otras aplicaciones han sido descritas como no
ser un grupo oligárquico humano de los controladores, sino más bien la administración por
la ciencia-disciplina específica, aparentemente sin la influencia de grupos de interés
especial. La palabra tecnocracia también se ha utilizado para indicar cualquier tipo de
gestión o administración por expertos especializados ('tecnócratas') en cualquier campo,

Página 16
UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA

no sólo la ciencia física, y el adjetivo 'tecnocrática' se ha utilizado para describir a los


gobiernos que incluyan profesionales no electos a nivel ministerial.

Fuente
http://www.iidh.ed.cr/comunidades/redelectoral/docs/red_diccionario/clientelismo.htm

REFERENCIAS
Mario Fuentes Destarac (2008). ¿Asistencialismo o inversión social? En: El Periódico de
Guatemala, 10 de Noviembre de 2008, Guatemala: Aldea Global, S.A. Recuperado de

Página 17

You might also like