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Diego de
Sa ave(Ira
Fajardo
Empresas políticas
Edición, introducción y notas de
Francisco Javier Diez de Revenga

Planeta / Autores Hispánicos


EMPRESA 38 *

Fundó la Naturaleza esta república de las cosas, este im-


perio de los mixtos, de quien tiene el ceptro. Y para es-
tablecelle más firme y seguro, se dejó amar tanto dellos,
que, aunque entre sí contrarios los elementos, le asistiesen,
uniéndose para su conservación. Presto se descompondría
todo si aborreciesen a la Naturaleza, princesa dellos, que
los tiene ligados con recíprocos vínculos de benevolencia
y amor. Éste es quien sustenta librada la tierra y hace
girar sobre ella los orbes. Aprendan los príncipes desta
monarquía de lo criado, fundada en el primer ser de las
cosas, a mantener sus personas y Estados con el amor de
los subditos, que es la más fiel guarda que pueden llevar
cerca de sí.1

* «Hágase amar y temer de todos» (Sum), Un caballo aparece acariciado


por una mano que empuña, al mismo tiempo, una vara.
1. «Corporis custodiam tutissimam esse putatum, in virtute amicorum,
tum in benevoientia civium esse collocatam.» (Isoc., ad Nie.)
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Non sic excubiae, non circunstaniia tela,


quam tutatur amor,
(CLAUD.)

Este es la más inexpugnable fortaleza de sus Estados.2


Por esto las abejas eligen un rey sin aguijón, porque no
ha menester armas quien ha de ser amado de sus vasallos.
No quiere la Naturaleza que pueda ofender el que ha de
gobernar aquella república, porque no caiga en odio della
y se pierda. «El mayor poderío e más cumplido (dijo el
rey don Alonso en una ley de las Partidas) que el Empe-
rador puede aver de fecho en su señorío, es cuando él
ama a su gente e es amado della.»3 El cuerpo defiende a
la cabeza, porque la ama para su gobierno y conservación;
si no la amara, no opusiera el brazo para reparar el gol-
pe que cae sobre ella. ¿Quién se expondría a los peligros,
si no amase a su príncipe? ¿Quién le defendería la corona?
Todo el reino de Castilla se puso al lado del infante don
Enrique 4 contra el rey don Pedro el Cruel, porque aquél
era amado y éste aborrecido. El primer principio de la
aversión de los reinos y de las mudanzas de las repúblicas
es el odio. En el de sus vasallos cayeron los reyes don Or-
doño y don Fruela el Segundo.5 Y, aborrecido el nombre
de reyes, se redujo Castilla a forma de república, repar-
tido el gobierno en dos jueces, uno para la paz y otro para
la guerra. Nunca Portugal desnudó el acero ni perdió el
respeto a sus reyes, porque con entrañable amor los ama.
Y, si alguna vez excluyó a uno y admitió a otro, fue por-
que amaba al uno y aborrecía al otro por sus malos pro-
cedimientos. El infante don Fernando 6 aconsejaba al rey
don Alonso el Sabio, su padre, que antes quisiese ser ama-
do que temido de sus subditos, y que granjease las volun-
tades del brazo eclesiástico y del pueblo, para oponerse
a la nobleza: consejo que si lo hubiera executado, no se
viera despojado de la Corona. Luego que Nerón dejó de
ser amado, se conjuraron contra él, y en su cara se lo

2. «Salvum principem in aperto dementia praestabit: unum erit inexpug-


nabile mummentum, amor civium.» (SÉNEC, De Cletn., Hb. 1, cap. 19.)
3. L. 3, tít. 1, p. I I .
4. MAR., Hist. Hisp.
5. Id., ib., I. 8, c. 3.
6. Id., ib., 1. 13, c. 20.
EMPRESAS POLÍTICAS 245
dijo Subrio Flavio.7 La grandeza y poder de rey no está
en sí mismo, sino en^la voluntad de los subditos. Si están
mal afectos, ¿quién se opondrá a sus enemigos? Para su
conservación ha menester el pueblo a su rey y no la puede
esperar de quien se hace aborrecer. Anticipadamente con-
sideraron éstos los aragoneses, cuando, habiendo llamado
para la corona 8 a don Pedro Atares, señor de Borja, de
quien desciende la ilustrísima y antiquísima casa de Gan-
día, se arrepintieron, y no le quisieron por rey, habiendo
conocido que aun antes de ser elegido los trataba con de-
samor y aspereza. Diferentemente lo hizo el rey don Fer-
nando el Primero de Aragón,9 que con benignidad y amor
supo granjear las voluntades de aquel reino, y las de Cas-
tilla en el tiempo que la gobernó. Muchos príncipes se
perdieron por ser temidos, ninguno por ser amado. Pro-
cure el príncipe ser amado de sus vasallos y temido de
sus enemigos, porque, si no, aunque salga vencedor de
éstos, morirá a manos de aquéllos, como le sucedió al rey
de Persia Bardano. 10 El amor y el respeto se pueden ha-
llar juntos. El amor y el temor servil, no. Lo que se teme
se aborrece; y lo que es aborrecido no es seguro.

Quem metuunt, oderunt,


Quem, quisque odit, periisse expetit.
(ENN.)

El que a muchos teme, de muchos es temido. ¿Qué ma-


yor infelicidad que mandar a los que por temor obedecen,
y dominar a los cuerpos, y no a los ánimos? Esta diferen-
cia hay entre el príncipe justo y el tirano: que aquél se
vale de las armas para mantener en paz los subditos, y
éste para estar seguro dellos. Si el valor y el poder del
príncipe aborrecido es pequeño, está muy expuesto al
peligro de sus vasallos. Y si es grande, mucho más, por-
que, siendo mayor el temor, son mayores las asechanzas
dellos para asegurarse, temiendo que crecerá en él con la

7. «Nec quisquam tibi fidelior militum fuit, dum amari meruísti; odisse
coepi, postquam parricida matris, et uxoris, auriga, histrió et incendiarius
extitisti.» (TAC, lib. 15, Ann.)
8. MAR., Hist. Hisp., I. 10, c, 15.
9. Id., ib., 1. 20, c. 8.
10. «Claritudine paucos inter senum regum, si perinde amorem inter po-
pulares, quam metum apud hostes quaesivisset.» (TAC, lib. 11, Ann.)
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grandeza la ferocidad, como se vio en Bardano, rey de
Persia, a quien las glorias hicieron más feroz y más insu-
frible a los subditos. 11 Pero, cuando no por el peligro, por
la gratitud no debe el príncipe hacerse temer de los que
le dan el ser de príncipe. Y así, fue indigna voz de empe-
rador la de Caligula Oderint, dum metuant, como si es-
tuviera la seguridad del imperio en el miedo. Antes, nin-
guno puede durar si lo combate el miedo. Y aunque dijo
Séneca, Odia, qui nimium timet, regnaré nescit; regna
custodií metus, es voz tirana, o la debemos entender de
aquel temor vano que suelen tener los príncipes en el man-
dar aun lo que conviene, por no ofender a otros. El cual
es dañoso y contra su autoridad y poder. No sabrá reinar
quien no fuere constante y fuerte en despreciar el ser abo-
rrecido de los malos, por conservar los buenos. No se mo-
dera la sentencia de Caligula con lo que le quitó y añadió
el emperador Tiberio Oderint, dum probant, porque nin-
guna acción se aprueba de quien es aborrecido. Todo lo
culpa e interpreta siniestramente el odio. En siendo el
príncipe aborrecido, aun sus acciones buenas se tienen
por malas, Al tirano le parece forzoso el mantener los
subditos con el miedo, porque su imperio es violento, y
no puede durar sin medios violentos faltando en sus va-
sallos aquellos dos vínculos de naturaleza y vasallaje, que,
como dijo el rey don Alonso el Sabio: «Son los mayores
debdos que orne puede aver con su señor. Ca la natura-
leza le tiene siempre atado para amarlo, e no ir contra él,
e el vasallage para servirle lealmente.»12 Y como sin estos
lazos no puede esperar el tirano que entre él y el subdito
pueda haber amor verdadero, procura con la fuerza que
obra el temor lo que naturalmente había de obrar el afec-
to. Y como la conciencia perturbada teme contra sí cruel-
dades," las exercita en otros. Pero los exemples funestos
de todos los tiranos testifican cuan poco dura este miedo.
Y, si bien vemos por largo espacio conservado con el te-
mor el imperio del turco, el de los moscovitas y tártaros,
no se deben traer en comparación aquellas naciones bár-
baras, de tan rudas costumbres, que ya su naturaleza no

11. «Ingens gloria, atque eo ferocior, et subjectis intolerantior.» (TAC,


lib. 11, Ann.)
12. L. 23, tit. 15, p. II.
13. «Semper enim praesumit saeva perturbata conscientia.» (Sap., 17, 10.)
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es de hombres, sino de fieras, obedientes más al castigo
que a la razón. Y así, no pudieran sin él ser gobernadas,
como no pueden domarse los animales sin la fuerza y el
temor. Pero los ánimos generosos no se obligan a la obe-
diencia y a la fidelidad con la fuerza ni con el engaño, sino
con la sinceridad y la razón. «E porque (dijo el rey don
Alonso el Sabio) las nuestras gentes son leales e de gran-
des corazones, por eso han menester que la lealtad se
mantenga con verdad, e la fortaleza de las voluntades con
derecho e con justicia.»
§ Entre el príncipe y el pueblo suele haber una inclina-
ción o simpatía natural que le hace amable, sin que sea
menester otra diligencia, porque a veces un príncipe que
merecía ser aborrecido, es amado, y al contrario. Y, aun-
que por sí mismas se dejan amar las grandes virtudes y
calidades del ánimo y del cuerpo, no siempre obran este
efecto, si no son acompañadas de una benignidad graciosa
y de un semblante atractivo, que luego por los ojos, como
por las ventanas del ánimo, descubra la bondad interior
y arrebate los corazones. Fuera de que, o accidentes que
no se pudieron prevenir, o alguna aprehensión siniestra,
descomponen la gracia entre el príncipe y los subditos,
sin que pueda volver a cobralla. Con todo eso obra mucho
el artificio y la industria en saber gobernar a satisfacción
del pueblo y de la nobleza, huyendo de las ocasiones que
pueden indignalle, y haciendo nacer buena opinión de su
gobierno, Y porque en este libro se hallan esparcidos to-
dos los medios con que se adquiere la benevolencia de los
subditos, solamente digo que para alcanzalla son eficaces
la religión, la justicia y la liberalidad.
§ Pero, porque sin alguna especie de temor se conver-
tiría el amor en desprecio, y peligraría la autoridad real,14
conveniente es en los subditos aquel temor que nace del
respeto y veneración, no el que nace de su peligro por las
tiranías o injusticias. Hacerse temer el principe porque no
sufre indignidades, porque conserva la justicia y porque
aborrece los vicios, es tan conveniente, que sin este temor
en los vasallos no podría conservarse; porque naturalmen-
te se ama la libertad, y la parte de animal que está en el
hombre es inobediente a la razón, y solamente se corrige

14. «Timoré princeps aciem auctoritatis suae non patitur hebescere.» (Cíe,,
1, Cat.)
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con el temor. Por lo cual es conveniente que el príncipe
dome a los subditos como se doma un potro (cuerpo desta
Empresa), a quien la misma mano que le halaga y peina
el copete, amenaza con la vara levantada. En el arca del
tabernáculo estaban juntos la vara y el maná, significando
que han de estar acompañadas en el príncipe la severidad
y la benignidad. David se consolaba con la vara y el bácu-
lo de Dios, porque, si el uno le castigaba, le sustentaba el
otro.15 Cuando Dios en el monte Sinai dio la ley al pueblo,
le amenazó con truenos y rayos, y le halagó con músicas
y armonías celestiales. Uno y otro es menester para que
los subditos conserven el respeto y el amor. Y así, estudie
el príncipe en hacerse amar y temer juntamente. Procure
que le amen como a conservador de todos, que le teman
como a alma de la ley, de quien pende la vida y hacienda
de todos; que le amen porque premia, que le teman por-
que castiga; que le amen porque no oye lisonjas, que le
teman porque no sufre libertades; que le amen por su be-
nignidad, que le teman por su autoridad; que le amen
porque procura la paz, y que le teman porque está dis-
puesto a la guerra. De suerte que, amando los buenos al
príncipe, hallen qué temer en él. Y, temiéndole los malos,
hallen qué amar en él. Este temor es tan necesario para
la conservación del ceptro, como nocivo y peligroso aquel
que nace de la soberbia, injusticia y tiranía del príncipe,
porque induce a la desesperación. 16 El uno procura librarse
con la ruina del príncipe, rompiendo Dios la vara de los
que dominan ásperamente. 17 El otro presérvase de su in-
dignación y del castigo, ajustándose a razón. Así lo dijo
el rey don Alonso: «Otrosí, lo deben temer como vasallos
a su señor, haviendo miedo de fazer tal yerro, que ayan a
perder su amor, e caer en pena, que es manera de servi-
dumbre,» 18 Este temor nace de un mismo parto con el
amor, no pudiendo haber amor sin temor de perder el
objeto amado, atento a conservarse en su gracia. Pero,
porque no está en manos del príncipe que le amen, como
está que le teman, es mejor fundar su seguridad en este

15. «Virga tua et baculus tuus, ipsa me consoîata sunt.» (Psat., 22, 4.)
16. «Ita agere in subjectis, ut magis vereantur severitatem, quam ut saevi-
tiam ejus detestentur.» (COLUM.)
17. «Contrivit Dominus baculum impiorum, virgam dominantium eaeden-
tem populos in indignatione.» (IsAi, 14, 5.)
18. L, 15, tít. 13, p. II.

Además de esta, es recomendable la ed. de Sagrario López Poza, Madrid, Cátedra, 1999, con más amplia
introducción y anotación del texto.

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