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KARL MARX Y EL
«SOCIALISMO CIENTIFICO»
INTRODUCCION
Aunque estimulado por los mismos intereses sociales que los autores discutidos en el
capítulo anterior, Karl Marx requiere un tratam iento separado por dos razones
principales: 1) forjó un sistema completo de pensamiento científico desarrollado en
gran medida por él mismo, y 2) es incuestionablemente uno de los autores más
influyentes de toda la economía y de todo el m undo occidental. Efectivamente, su
espíritu está más vivo hoy en los corazones y en los espíritus de los seres humanos
de lo que lo estuvo en el siglo pasado, cuando M arx trabajaba durante largas horas
sobre sus muchos manuscritos.
Este capítulo examina las contribuciones de Marx a la economía, aunque reco
nociendo que éstas se encuentran intrincadamente unidas a sus visiones de la
historia y la sociedad. Por tanto, intenta explorar los tres campos en tanto sea
necesario para contribuir a nuestra comprensión del sistema marxiano.
VID A Y OBRA DE M A R X
El hombre cuyas ideas cambiaron la mitad del m undo nació en Tréveris, Prusia, en
1818. Era hijo de unos padres judíos de la clase media que se habían convertido al
cristianismo. La juventud de Marx transcurrió bastante felizmente: era popular entre
sus compañeros de juegos y disfrutó de una infrecuentemente agradable relación con
su padre. A la edad de diecisiete años, el joven Marx ingresó en la Universidad de
Bonn como estudiante de Derecho. Aunque estaba dotado de una mente aguda, la
aplicación de Marx a sus estudios se resintió de las distracciones propias de la
juventud. Raramente iba a clase y parece que durante su primer año en Bonn se
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276 HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
La figura dom inante de la filosofía alemana durante el siglo xix fue Georg Hegel
(1770-1831), cuyas ideas influyeron no sólo en Marx, sino también en los historicis
tas alemanes (véase el capítulo 10). Para Marx, al menos, el aspecto fascinante de la
filosofía de Hegel era su teoría del progreso. Según Hegel, la historia posee la clave
de la ciencia de la sociedad. La historia no es una secuencia de sucesos accidentales
o una colección de historias inconexas; es más bien un proceso orgánico guiado por
el espíritu humano. No es suavemente continuo, sino que en vez de ello es el
resultado de fuerzas opuestas. El progreso se obtiene, según Hegel, cuando una
fuerza se enfrenta con su opuesta. En la lucha, am bas resultan aniquiladas y son
trascendidas por una tercera fuerza. Esta llamada dialéctica ha sido resumida a
menudo, conceptualmente, mediante la interrelación de «tesis», «antítesis» y «sínte
sis». Siguiendo a Hegel, el progreso histórico tiene lugar cuando una idea, o tesis, se
enfrenta con una idea opuesta, o antítesis. En la batalla de las ideas, ninguna de ellas
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permanece intacta, sino que ambas se sintetizan en una tercera; asi es como el
conocimiento general, como la historia, avanzan.
A medida que M arx fue m adurando, criticó a Hegel en varios terrenos, pero no
obstante adoptó la dialéctica hegeliana. La modificó, sin embargo, a la luz de la
doctrina del materialismo de Ludwig Feuerbach. Este autor no era menos hcgeliano
que Marx, pero en La esencia del cristianismo, escrito diez años después de la muerte
de Hegel, amplió el concepto hegeliano de «auto-alienación» en una dirección
radical. Feuerbach añadió el «materialismo», la idea de que los hum anos no son
sólo una «clase de seres», como afirmaba Hegel, sino también seres sensuales y esa
percepción sensual debe, por tanto, convertirse en la base de toda ciencia. Según
Feuerbach, toda la historia es el proceso de preparación de los hum anos para que
lleguen a ser el objeto de una actividad «consciente», más que «inconsciente».
Feuerbach vio en la religión un área en la que predom inaba la actividad incons
ciente. La religión es la mera proyección de atributos hum anos idealizados en un
objeto espiritual (por ejemplo, Dios). Este objeto supernatural es entonces adorado
por los humanos como todopoderoso, omnisciente y perfectísimo. Como autopro-
clamado «realista», Feuerbach consideraba la religión como irreal y los atributos de
la divinidad como los atributos idealizados de los humanos, los cuales, por supuesto,
no pueden realizarse en este mundo imperfecto. En otras palabras, la religión hace
soportable la vida. Los humanos están dispuestos a aceptar su existencia terrena
imperfecta sólo porque inconscientemente se prometen a sí mismos la perfección en
otro mundo. Para Feuerbach era evidente el por qué la religión es un fenómeno tan
universal1.
A la vista de este análisis, Feuerbach interpretaba la religión como una forma de
autoalienación. El y Marx utilizaron el término «alienación» para referirse a un
proceso — y a un resultado— de conversión de los productos de la actividad
individual y social en algo separado de la misma, independiente de ella y que la
dominaba. Sin embargo, Feuerbach limitó su análisis al m odo en que los humanos
se alienan a sí mismos en religión y en filosofía, mientras que Marx amplió el
concepto a toda clase de actividad política y económica, incluyendo las mismas
instituciones del capitalismo. En Marx, por primera vez, el Estado se da la mano con
Dios como ser ajeno. Deriva su poder y su existencia del hecho de que los seres
hum anos no pueden o no quieren enfrentarse con los problemas que se les plantean
en la interacción mutua que todos los días se produce en la sociedad. A lo largo del
tiempo, esta estructura monolítica llamada «Estado» aum enta su poder sobre las
vidas de la gente, sólo porque ésta le permite que lo haga.
1 La aceptación de este punto de vista por parte de Marx subraya su descripción de la religión como
«opio del pueblo».
KARL MARX Y EL «SOCIALISMO CIENTIFICO» 279
historia es la manera como los individuos se buscan la vida, esto es, la manera en
que satisfacen sus necesidades materiales. Esto es im portante porque a menos que
sus necesidades materiales sean satisfechas, los seres hum anos dejarían de existir. En
palabras de Marx, «los hombres deben poder vivir para ‘hacer historia’», por lo
tanto, «El primer acto histórico es... la producción de los medios para satisfacer estas
necesidades, la producción de la propia vida material» (La ideología alemana, citada
en Writings o f the Young Marx, p. 419).
La producción, por supuesto, no es sólo un acto histórico, sino también un acto
económico, y forma parte de la unicidad de M arx que él comprendió claramente,
apreciando las interrelaciones entre economía e historia. De hecho, la identificación
que estableció Marx y su exposición de la producción como la fuerza central y
motriz de entre las fuerzas m utuamente condicionantes de la producción, la distribu
ción, el cambio y el consumo, son lo que distingue su propia economía de la que
existía hasta su época. En Marx, la economía se convierte en la ciencia de Ia
producción.
La producción es una fuerza social en tanto que canaliza la actividad humana
hacia unos fines útiles. Pero Marx afirmaba que los métodos de producción contri
buyen a conformar la propia naturaleza humana. En uno de sus primeros trabajos
escribió:
Marx reconocía, como hizo Adam Smith, que el desarrollo de las fuerzas producti
vas en toda economía depende del grado alcanzado por la división del trabajo. Pero
a diferencia de Smith, Marx vio un conflicto de intereses como resultado lógico de la
progresiva división del trabajo. Esta lleva primero a la separación entre el trabajo
industrial y comercial y el trabajo agrícola, y de ahí a la separación entre la ciudad y
el campo. A continuación lleva a la separación entre el trabajo industrial y el
comercial, y finalmente a una división entre trabajadores de cada clase de trabajo.
Así pues, surge un nuevo conflicto: los intereses individuales se oponen a los intere
ses comunitarios, y todo trabajador viene a estar «encadenado» a un puesto de
trabajo específico. Con el tiempo, el trabajo de los hum anos se convierte en un poder
ajeno, que se opone a ellos y los esclaviza.
Al margen de este conflicto entre intereses individuales e intereses comunitarios,
M arx veía la aparición del Estado como un poder independiente, divorciado de los
intereses reales del individuo y de la comunidad. Con todo, el Estado debe su
existencia a las clases sociales ya determinadas por la división del trabajo. Toda
clase que ocupa el poder trata de prom over su propio interés como si fuese el interés
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general de la comunidad. Sin embargo, la com unidad percibe este interés de clase
como una fuerza ajena que ella no controla.
La situación se hace intolerable cuando se cumplen dos condiciones. Primera, la
gran masa de la hum anidad tiene que ser desposeída de la propiedad mientras que
simultáneamente se enfrenta con la contradicción de la existencia de un mundo de
riqueza y cultura. Estos factores presuponen un gran aum ento de capacidad produc
tiva y un alto grado de su desarrollo, como sucede en el contexto de un capitalismo
maduro. Segunda, el desarrollo de las fuerzas productivas tiene que ser universal.
Como premisa práctica, el fenómeno de la clase «desposeída» debe revestir propor
ciones mundiales; en caso contrario, la revolución y el comunismo sólo podrían
existir como acontecimientos locales, no como realidades universales.
G ráfico 11.1
La «pirámide social» de Marx, en la que la estructura de la sociedad debe su origen
a los hechos básicos de la producción económica.
P or supuesto, todo esto es más que una teoría de la economía; es una teoría de la
historia, de la política y también de la sociología. Sin embargo, la obra más grande
de Marx, El capital, es claramente un análisis del capitalismo, no del socialismo ni
del comunismo. N o obstante, una plena comprensión de la dinámica de ese análisis
sería sumamente difícil sin ser conscientes primero de la teoría marxiana de cómo
tiene lugar el cambio social.
m aduras de Marx, aunque, como podía esperarse, están elaboradas con más preci
sión y detalle en estas últimas.
Lo que los Manuscritos de 1844 no contienen es un análisis penetrante de las
contradicciones reales del capitalismo; para esto hay que mirar El capital. Pero
contienen una formulación bastante m adura de crítica metodológica de la economía
política. El siguiente pasaje es un ejemplo:
Los M a n u s c r ito s de 1844 representan una incursión inicial del joven Marx en la
crítica económica. No tienen el brillo o la penetración de E l c a p ita l, que es posterior.
Pero en los años que siguieron Marx perfeccionó los instrumentos de análisis que
había heredado de los economistas clásicos. En 1858 había acumulado cierto núme
ro de manuscritos que, en conjunto, pueden considerarse como un esbozo y un
borrador de los argumentos técnicos utilizados más adelante en E ! ca p ita l. Esta
colección de papeles, que sólo recientemente ha visto la luz y se ha publicado
durante la segunda guerra mundial, lleva el título de G ru n d risse d e r K r itik d er
P o litisc h e n Ö k o n o m ie (E le m e n to s fu n d a m e n ta le s p a r a la c rític a d e la e c o n o m ía p o líti
c a ). Sólo algunos fragmentos de los G ru n d risse se han traducido al inglés, pero
revelan algunas cosas que no están incluidas en E l c a p ita l, como una discusión de
los sistemas precapitalistas y un estudio de las interrelaciones entre las partes
componentes del capitalismo (por ejemplo, la producción, la distribución, el cambio
y el consumo).
Marx criticaba a sus predecesores en la economía por su visión básicamente
ahistórica de la producción. En los G ru n d risse intentó relacionar el proceso de
producción con la etapa de desarrollo de la sociedad. Se opuso particularm ente a la
posición de Mili, en el sentido de que la producción —al contrario que la distribu
ción- estuviera sujeta a leyes inmutables independientes de la historia (véase el
capítulo 8). Por supuesto, su propia opinión era que la producción tiene lugar en un
contexto social y sólo puede ser llevada a cabo por individuos sociales, y en una
determ inada etapa del desarrollo social. Además, toda forma de producción crea sus
propias relaciones legales y formas de gobierno. Marx concluyó que las denom ina
das condiciones generales de producción expuestas por los economistas clásicos no
eran más que conceptos abstractos que en conjunto no constituían ninguna etapa
real de la historia de la producción.
Estos conceptos abstractos hacían posible, en la opinión de Marx, que la econo
mía tratara la verdadera naturaleza de la producción capitalista. Dicha naturaleza
implica el estudio del trabajo como algo básico para la producción, el análisis de las
bases históricas de la producción capitalista y el examen del conflicto fundamental
entre la burguesía y el proletariado. En los G ru n d risse , M arx empezó a entrelazar
estas ideas. Perfeccionó la teoría del valor trabajo y las teorías de la plusvalía y del
dinero. Al año siguiente, en C o n trib u c ió n a la c rític a d e la e c o n o m ía p o lític a , Marx
desarrolló la tesis de que el conflicto entre el desarrollo de las fuerzas productivas y
las relaciones de producción suministra la fuerza motriz de las revoluciones sociales.
Así, en 1860 estaban puestos los cimientos de la realización suprema de Marx, el
primer volumen de la cual apareció en 1867.
En particular, Marx tenía que dem ostrar 1) cómo la forma de mercancía del cambio
en el mercado lleva al conflicto de clases y a la explotación de la fuerza de trabajo, 2)
cómo el sistema de mercancías, con el tiempo, no puede seguir funcionando a causa
de sus contradicciones internas, y 3) por qué el conflicto de clases en el capitalismo, a
diferencia de los conflictos de clases en anteriores sistemas económicos, desemboca
ría al final en la tom a del poder por parte de la clase anteriorm ente explotada más
que en el gobierno de una nueva clase dominante.
Marx consideraba el capitalismo como un sistema económico en que la gente
vivía com prando y vendiendo cosas (es decir, mercancías). Según Marx, cuatro
propiedades distinguen a las mercancías. Las mercancías son 1) útiles, 2) producidas
por el trabajo humano, 3) ofrecidas para su venta en el mercado, y 4) separables del
individuo que las produce. En El capital, Marx comienza por analizar la producción
y la distribución de las mercancías. Una explicación de este género estaría cierta
mente vacía sin una teoría del valor, y Marx, que contaba con una buena base de
economía clásica, volvió a Smith y Ricardo en este punto.
nes de competencia los precios no fluctúan aleatoriamente, sino que deben hacerlo
en torno a un punto definido. Si el precio de venta de una mercancía cae por debajo
de su coste de producción, su productor se verá expulsado del mercado. Si el precio
de venta supera al coste de producción, aparece un exceso de beneficios, que atrae a
los competidores y lleva temporalmente a un exceso de producción, de manera que
el precio disminuirá. En consecuencia, el punto alrededor del cual fluctúan los
precios del mercado competitivo es el coste de producción, que para Marx quiere
decir coste del trabajo. Así pues, él consideraba que el valor venía determinado, no
por «las leyes del mercado», sino por la misma producción.
La materia ha sido acertadam ente resumida de otra manera por M urray Wolf-
son, un destacado erudito marxiano. Wolfson observa que los precios del mercado
son estimaciones ideales (es decir, subjetivas) de las relaciones de intercambio entre
potenciales com pradores y vendedores. Pero la competencia impone que estas esti
maciones ideales se conformen a la realidad material del trabajo consumido en su
producción. Por supuesto, podrían explicarse los precios directamente por la inter
acción de estas estimaciones ideales hasta que las valoraciones subjetivas estuvieran
en equilibrio. Sin embargo, el materialismo de Marx requiere una explicación dife
rente. La dirección de causación no puede ser desde la valoración idea! a la relación
de intercambio objetiva. Una explicación científica tiene que ir de lo material a lo
ideal. La teoría del valor trabajo de Marx, en consecuencia, se distingue de las
anteriores teorías del trabajo porque se halla firmemente arraigada en la filosofía
materialista.
Salarios y capital. Habiendo establecido una teoría objetiva del valor trabajo,
Marx tenía que enfrentarse con el mismo tipo de problemas con los que se enfrentó
Ricardo: 1) Si el trabajo es la esencia del valor de cambio, ¿cuál es el valor de cambio
del trabajo?, y 2) ¿cómo se determina el valor de los bienes producidos por la
maquinaria? La respuesta al primer problema supone una teoría de los salarios; la
respuesta al segundo supone una teoría del capital.
Marx expuso el primer problema de este modo. El valor de la fuerza de trabajo
puede dividirse en una cantidad necesaria para la subsistencia del trabajo y una
cantidad por encima y por debajo de aquélla. La primera, que Marx denominó
«trabajo socialmente necesario», determ ina el valor de cambio del trabajo en sí: su
salario. La última, denominada «plusvalía», se la apropia el capitalista. Marx dejó
bien claro que el capitalismo no podría existir si el trabajador no produjese un valor
mayor que el requerido por su propia subsistencia:
lía de cada trabajador. Esto es lo que M arx entiende por «explotación del trabajo».
La explotación existe porque el valor excedente aportado por el trabajo es expropia
do por el capitalista. La plusvalía surge no porque el trabajador reciba menos de lo
que vale, sino porque produce más de lo que vale. Como que esta cantidad excedente
es expropiada por los propietarios de tierra y capital, la plusvalía puede considerarse
como la suma de las partes de la renta que no corresponden al trabajo (es decir,
renta de la tierra, interés y beneficio).
Marx consideraba que el principio de la plusvalía era su logro más importante.
Ciertamente, es una parte integrante del tema central del conflicto de clases y de la
revolución. En el capitalismo surgen dos clases, una de las cuales se ve obligada a
vender su fuerza de trabajo a la otra, a fin de ganarse la vida. Este acuerdo
contractual transform a el trabajo en una mercancía ajena al trabajador. Sin la
diferencia entre el valor de cambio del trabajo (subsistencia) y su valor de uso (valor
del producto del trabajo), el capitalista no tendría ningún interés en com prar fuerza
de trabajo, y por tanto ésta no sería vendible. De este modo, los ingredientes del
conflicto social son inherentes al capitalismo: la alienación y la polarización de
clases.
Ricardo había presentado el trabajo como la mejor medida del valor, aunque no
necesariamente como la única causa del valor. Marx fue más lejos que Ricardo en
este aspecto; vio el trabajo como la medida y la causa del valor. Además, sostuvo
que sólo el trabajo - no las m áquinas— puede producir plusvalía. Entonces, ¿cómo
se valora la m aquinaria? La respuesta de Marx es que las máquinas son «trabajo
cristalizado» y por tanto igual en valor al coste del trabajo que las produjo. Esta
respuesta niega el hecho de que las m áquinas son productivas en sí mismas y. por lo
tanto, deben valorarse por encima del trabajo invertido en su producción. No
obstante. Marx se comprometió de tal manera con la teoría del valor trabajo que
ignoró esta objeción o la consideró de menor importancia.
La «jjran contradicción». Una objeción más seria a la teoría del valor trabajo
surge de la crítica de Marx en la forma de lo que desde entonces se ha venido en
llam ar la «gran contradicción». La contradicción se plantea del modo siguiente: si el
valor de cambio de las mercancías viene determ inado por el tiempo de trabajo que
contienen, ¿cómo puede conciliarse esto con el hecho empíricamente observado de
que los precios de mercado de estas mercancías discrepan con frecuencia de sus
valores trabajo? O por decirlo de otra manera: sabemos que la competencia garanti
za una tasa uniforme de beneficio en toda la economía. Con todo, incluso en una
economía competitiva la relación capital-trabajo es distinta en unas y otras indus
trias. Con una teoría m arxiana del valor (es decir, sólo el trabajo crea plusvalía) los
beneficios tienen que ser más altos en las industrias intensivas en trabajo, pero
empíricamente no es éste el caso. Así pues, dado que las relaciones capital-trabajo
(en las distintas industrias) son diferentes, aunque la tasa de beneficio siga siendo la
misma, no puede ser cierto (argumentan los críticos de Marx) que el valor se
determine solamente por los pagos efectuados al trabajo.
Aunque la evidencia es que Marx se percató muy pronto de este problema en sus
escritos, la célebre respuesta a sus críticos está contenida en el tercer volumen de El
capital, publicado postumamente. Marx sostenía que el problema se resuelve por la
288 HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
teoría de la competencia de los capitales, que afirma que la competencia entre las
empresas e industrias tenderá a establecer una tasa uniforme de beneficio para todas
las empresas dedicadas a la producción. Cuando esta tasa media se añade a los
(diferentes) costes de producción de las distintas industrias, las desviaciones indivi
duales de los precios de mercado respecto de los verdaderos valores (trabajo) tienden
a desaparecer (en sentido agregado).
Por sencillez suponemos que 80 y 20 son los gastos expresados en unidades m oneta
rias, de manera que las unidades heterogéneas de «capital» y «trabajo» puedan
sumarse para determ inar la inversión en cada una de las cinco industrias. Puede
observarse, por tanto, que la inversión es igual a 100 en cada una de las industrias y
que la inversión agregada de esta sencilla economía es 500. La columna 3 muestra
las unidades de capital constante utilizadas en el proceso de producción para cada
una de las cinco industrias. El coste de cada mercancía, en unidades monetarias, se
determina en la columna 4, añadiendo los costes salariales (capital variable) a la
columna 3. La tierra se deja al margen de la ilustración como medio de producción,
pero puede incorporarse fácilmente al capital constante. La columna 5 muestra la
plusvalía en cada industria, calculada en un 100 % de los gastos de capital variable.
La columna 6 revela el «verdadero» valor de cada mercancía según la teoría del
trabajo de Marx. Los valores de esta columna se determinan sumando fila a fila los
valores de las columnas 4 y 5.
Según Marx, el coste de una mercancía se diferencia de su precio de venta en la
cantidad media de ganancia, que se añade al coste (columna 4) para determ inar el
precio de venta (columna 8). La columna 7 es el beneficio o ganancia media de cada
industria y es el mismo en todas las industrias a causa de la ley de la competencia.
La tasa de ganancia en términos marxianos es s/(c + v), o 110/500 = 0,22, que,
cuando se multiplica por la inversión en cada industria (100), proporciona las
cantidades que muestra la columna 7. Una comparación de las columnas 8 y 6
muestra que el precio de mercado discrepa del valor trabajo de cada mercancía,
como los críticos afirmaban, pero la columna 9 revela que la suma algebraica de las
diferencias individuales es nula. Marx concluyó: «las desviaciones del precio se
anulan m utuam ente mediante una distribución uniforme de la plusvalía o por el
agregado de la ganancia media de 22 por cada 100 de capital adelantado, a los
respectivos precios de costo de las mercancías» (El capital, III, p. 198).
Cuadro 11.1
T ransform ación de valores en precios
A 80c- + 20v 50 70 20 90 22 92 + 2
B 70 c + 30i> 51 81 30 111 22 103 - 8
C 60c + 40y 51 91 40 131 22 113 -1 8
D 85c + 15u 40 55 15 70 22 77 + 7
E 95c + 5v 10 15 5 20 22 37 + 17
Todavía tenemos que describir en detalle la dinámica de la teoría de Marx —lo que
él llamó «las leyes del movimiento capitalista»— que con el tiempo tañerían la
campana funeral del capitalismo. Marx se separó notablem ente de la economía
clásica al subrayar el cambio tecnológico como la fuerza motriz de su dinámica
social. Adam Smith fue un autor preindustrial que interpretó el progreso en térmi
nos de com portam iento hum ano racional más que en términos de avance técnico.
David Ricardo tenía una experiencia industrial muy limitada: nunca tuvo intención
de refundir la economía política como una teoría del cambio tecnológico. Si acaso,
vio el problema económico de la sociedad como un problema agrícola. John Stuart
Mili estuvo más abierto a las perspectivas del cambio tecnológico, y con todo no le
otorgó el papel central en su teoría como hizo Marx en la suya.
Marx describió cinco leyes, o tendencias generales, inherentes al capitalismo.
Cada una de ellas brota de la naturaleza dinámica de la economía y tiene su raíz en
el conflicto entre las «fuerzas productivas» dinámicas y las «relaciones de produc
ción» estáticas.
Al igual que to d o o tro desarrollo de la fuerza p ro d u ctiv a del trab a jo , la m aq u in aria debe
a b a ra ta r las m ercancías y reducir la p arte de la jo rn a d a lab o ral que el o b rero necesita
p a ra sí, prolongando, de esta suerte, la o tra p arte de la jo rn a d a de trab ajo , la que el ob rero
KARL MARX Y EL «SOCIALISMO CIENTIFICO» 291
to talm en te p a rticu larizad a que consiste en el m anejo de u n a h erram ien ta parcial. N o bien
el m anejo de la h erram ien ta recae en la m áq u in a, se extingue, a la p a r del v alo r de uso, el
valo r de cam bio de la fuerza de trab ajo . El o b rero se vuelve invendible, com o el papel
m o n ed a puesto fuera de circulación. L a p arte de la clase tra b a ja d o ra que la m aq u in aria
tran sfo rm a de esta suerte en población superflua..:, p o r un lado sucum be en la lucha
desigual de la vieja in d u stria artesan al y m an u factu rera c o n tra la in d u stria m aquinizada;
p o r o tro , in u n d a to d o s los ram os industriales m ás fácilm ente accesibles, colm a el m ercado
de tra b a jo y, p o r tan to , ab a te el precio de la fuerza de tra b ajo a m enos de su valor (El
capital, I, pp. 524-525).
Este desplazamiento de los trabajadores por las m áquinas crea un «creciente ejército
industrial de desempleados», una de las contradicciones inherentes que Marx vio en
el capitalismo. Como ilustra la discusión anterior, este desempleo es de dos tipos: 1)
paro tecnológico (causado por la sustitución de trabajo por maquinaria) y 2) desem
pleo cíclico (causado por el exceso de producción, que a su vez es el resultado de la
creciente concentración y centralización).
La ley de las crisis y depresiones. De una manera muy moderna, M arx vinculó
la explicación de los ciclos económicos al gasto en inversión. Observó que los
capitalistas invertirán más en unas épocas que en otras. Cuando el ejército de
desempleados aum enta y los salarios disminuyen, los capitalistas tenderán a contra
tar más trabajo y a invertir menos en m aquinaria y equipo. Pero cuando los salarios
aumentan, como hemos visto, los capitalistas sustituirán trabajadores por máquinas,
generando desempleo y salarios más bajos. Esto produce unas crisis periódicas. La
teoría de las crisis de Marx forma parte de su intención de dem ostrar la doctrina de
la miseria creciente. Así pues, no era suficiente la mera existencia de las crisis; él tenía
que dem ostrar la susceptibilidad del capitalismo ante crisis de creciente gravedad.
Lo hizo subrayando la tendencia del capitalista a la acumulación ilimitada.
En Marx, la miseria creciente se relaciona con el desempleo, que a su vez es una
consecuencia de los esfuerzos del capitalista por acumular capital, como se esbozó
antes. Esta tendencia a la acumulación es, a su vez, contradictoria y es, de hecho,
una causa im portante de las crisis económicas porque lleva al exceso de producción
del capital. C itando a Marx:
A penas hubiese au m en tad o el cap ital en una relación p a ra con la p oblación obrera... si el
capital acrecido sólo p ro d u jera la m ism a m asa o incluso una m asa m en o r de plusvalía que
antes de su crecim iento, entonces ten d ría lugar una so b reproducción ab so lu ta de capital:
es decir, que el cap ital increm entado C + AC no p ro d u ciría m ay o r ganancia... se verifica
ría una in ten sa y repentina baja en la tasa general de ganancia... a causa de una
m odificación en la com posición del capital... (El capital, III, p. 323).
Esta tasa media de ganancia decreciente señalaría la inminente crisis. A lo largo del
tiempo, estas crisis se irían haciendo más graves; esto es, afectarían a un mayor
núm ero de personas (a causa del aum ento de población) y tendrían una duración
mayor. Además, según Marx, habría una tendencia hacia la depresión permanente
porque el ejército industrial de reserva aum entaría a medida que las crisis fueran
siendo más graves. La consecuencia lógica de semejante tendencia es la revolución
social. Con el tiempo, el proletariado debe unirse, arrojar sus cadenas y apoderarse
de los medios de producción.
LEGADO DE M A RX
I
298 HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
deben tender hacia una disminución. Cottrell y Darity creen que no es necesario
vincular la inmiseración del proletariado a un declive secular de los salarios reales.
Al margen de este debate, pero sobre el mismo tema general, Michael Perelman.
«Marx, M althus, and the Organic Composition of Capital», H is to r y o f P o litic a l
E c o n o m y , vol. 17 (otoño 1985), pp. 461-490, presenta la noción de que M arx conside
raba el «problema m althusiano» simplemente como una de las muchas contradiccio
nes internas del capitalismo.
Sam Hollander ha encendido una vez más las chispas de la controversia, aunque
en otro tema, a saber, si la economía de M arx puede caracterizarse como una teoría
del equilibrio general o no. Hollander argumenta la respuesta afirmativa en «M ar
xian Economics as ‘General Equilibrium’ Theory», H is to r y o f P o litic a l E c o n o m y ,
vol. 13 (primavera 1981), pp. 121-155; pero esta defensa ha sido desafiada por Dusan
Pokorny en «Karl M arx and General Equilibrium», H is to r y o f P o litic a l E c o n o m y ,
vol. 17 (primavera 1985), pp. 109-132. que no encuentra una evidencia en los textos
de Marx que justifique las afirmaciones de Hollander.
La crítica más famosa de la economía de Marx en el siglo xix, concebida para ser
la refutación definitiva del análisis marxiano, fue lanzada por el economista austría
co Eugen Bóhm-Bawerk, K a r l M a r x a n d th e C lo se o f H is S y s te m , Paul Sweezy (ed.)
(Nueva York: A. M. Kelley, 1949). Al ataque de Bóhm-Bawerk contra Marx se unió
el economista ruso Ladislaus von Bortkievicz, «The Transform ation of Values into
Prices in the M arxian System», reimpreso en el volumen de Bóhm-Bawerk antes
citado; y del mismo autor. «Value and Price in the M arxian System», In te r n a tio n a l
E c o n o m ic P a p ers, num. 2 (1952). Juntos, estos trabajos iniciaron un largo debate,
que todavía continúa, sobre la validez, de la solución de Marx al «problema de la
transformación». Los trabajos siguientes representan una selección en diagonal de
los asuntos tratados en este largo debate: J. Winternitz, «Values and Prices: A
Solution of the So-Called Transform ation Problem», E c o n o m ic J o u rn a l, vol. 58
(junio 1948). pp. 276-280; K. May, «Value and Prices of Production: A Note on
W internitz's Solution», E c o n o m ic J o u rn a l, vol. 58 (diciembre 1948), pp. 596-599: F.
Seton, «The Transform ation Problem», R e v ie w o f E c o n o m ic S tu d ie s , vol. 24 (junio
1957), pp. 149-160; y R. Meek. «Some Notes on the Transform ation Problem»,
E c o n o m ic J o u rn a l, vol. 66 (marzo 1956), pp. 94-107. (Existe trad, cast.: «Notas sobre
el ‘problema de la transformación’», en E c o n o m ía e id eo lo g ía . Esplugues de Llobre-
gat: Barcelona, 1972.)
Después de un breve hiato, Paul Samuelson reavivó el debate en 1971, con
«Understanding the Marxian N otion of Exploitation: A Summary of the So-Called
Transform ation Problem between M arxian Values and Competitive Prices», J o u r n a l
o f E c o n o m ic L ite r a tu r e , vol. 9 (junio 1971), pp. 399-431. El artículo de Samuelson
suscitó un comentario adicional de Joan Robinson y M artin Bronfenbrenner en el
núm ero de la misma revista de diciembre de 1973. Además, el debate continuó con
las interpretaciones y el comentario de William J. Baumol y Michio M orishima. y
una «última palabra» de Samuelson en el número de marzo de 1974 del J o u r n a l o f
E c o n o m ic L ite r a tu r e . No obstante, véase el artículo de Allen Oakley, «Two Notes
on Marx and the 'Transform ation Problem'», E c o n o m ic a , vol. 43 (noviembre 1976),
pp. 411-418.
Sorprendentemente, se ha escrito poco sobre la visión del comunismo que tenía
300 HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
M arx o sobre los méritos económicos relativos del socialismo frente a la competen
cia, desde una perspectiva estrictamente marxiana. Tal vez esto se deba a que Marx
invirtió mucho más tiempo en analizar la debilidad del capitalismo que en diseñar la
sociedad poscapitalista. Algunos artículos se acercan a estos temas. Véase J. E.
Elliot, «Marx and Contem porary Models of Socialist Economy», History o f Political
Economy, vol. 8 (verano 1976), pp. 151-164; del mismo autor, «Marx and Engels on
Communism, Scarcity, and División of Labor», Economía Inquiry, vol. 18 (abril
1980), pp. 275-292; y de nuevo del mismo autor, «M arx and Schumpeter on
Capitalism’s Creative Destruction: A Comparative Restatement», Quarterly Journal
o f Economías, vol. 95 (agosto 1980), pp. 45-68. T. W. Hutchison, «Friedrich Engels
and M arxian Economic Theory», Journal o f Political Economy, vol. 86 (abril 1978),
pp. 303-320, sugiere que las contribuciones de Engels a la economía de Marx son
mucho más im portantes de lo que generalmente se ha reconocido, especialmente la
descripción que hace Engels de las funciones esenciales del mecanismo de formación
de precios en régimen de competencia. Véase también O. Horverak, «M arx’s View of
Com petition and Price Determination», History o f Political Economy, vol. 20 (vera
no 1988), pp. 275-298, que intenta realzar la teoría de la competencia de M arx en
contraste con el concepto neoclásico de competencia. Finalmente, Joan Robinson,
Essay on Marxian Economías (Londres: Macmillan, 1966), intenta conciliar la econo
mía marxiana y la ortodoxa. (Existe trad. cast.: Introducción a la economía marxista.
México: Siglo XXI, 1970.) Entre otras cosas, sostiene que el argumento de Marx en
relación con el destino del capitalismo no depende fundamentalmente de la teoría
del valor trabajo.
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KARL MARX Y EL «SOCIALISMO CIENTIFICO» 301