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Enfoque comunitario en desastres socionaturales

Gabriela Muñoz Valdebenito

Si hablamos de que Chile concentra el 43% de la actividad sísmica del mundo, ya nos
hace ruido, y que además concentramos la mayor tipología de desastres naturales,
siendo los huracanes los únicos que no se presentan en nuestro país. Esto nos evidencia
la presencia de amenazas permanentes en cuanto a desastres naturales. No es menor lo
ocurrido el pasado 16 de diciembre, donde nuevamente se ve afectada una región de
nuestro país por una catástrofe natural, en este caso un aluvión, pero que repite a la zona
de Chaitén como protagonista de lo sucedido. Ahora, cuando el Estado se ve
enfrentado a estos eventos catastróficos, particularmente se tensa la capacidad
para dar respuesta a las demandas ciudadanas a través de políticas publicas
existentes, como el Plan de Emergencia Nacional, el cual no tiene un modelo de
intervención en crisis definido, sino mas bien se orienta a lo asistencial, es decir,
realizar un catastro de las personas afectadas, evacuaciones y entregar enseres,
alimentación, entre otras “ayudas” a los habitantes.

En lo ocurrido el 2 de mayo del 2008 en Chaitén, no fue la erupción del volcán lo que
generó la catástrofe, sino que el desborde del rio Blanco, lo cual se remite a recalcar la
situación vivenciada por la Villa Santa Lucía actualmente, donde se desprende
nuevamente el fantasma de la disputa constante que tuvieron los habitantes de las
pequeñas comunidades de Chaitén, en un intento por defender su vida, su aire, su
entorno, frente a la lógica del mercado y al accionar del Estado. En el desastre del 2008
queda en evidencia que el accionar centralista del gobierno no es el más eficaz, el
cual no considera la participación ciudadana como elemento clave en la definición
de las acciones a seguir cuando un poblado se encuentra enfrentando una
catástrofe.

En relatos como el siguiente: (…) Si esta cuestión fue una guerra psicológica del
Estado chileno contra nosotros, cuando nosotros nos dimos cuenta de que esto era una
guerra psicológica, dijimos: ‘nosotros tenemos que ser más fuertes que ellos (...)
tenemos que cansarlos a ellos, ellos no nos pueden cansar a nosotros, nosotros los
vamos a cansar a ellos’”, se exhibe que los desastres naturales, hoy en día generan
repercusiones en una comunidad que van más allá de los daños físicos y
estructurales en cuanto a edificación que puede tener un lugar, sino que también
implica cambios en la psicología y estructura social de dicho sector, por lo que
hablamos de desastres socionaturales, donde la energía amenazante proviene de un
fenómeno natural, desencadenado por las dinámicas de la naturaleza o por la
intervención humana.

Los desastres socionaturales se dividen en tres tipos:

 Meteorológicos: relativos a la atmósfera y el clima;


 Topográficos y geotécnicos: relativos a la superficie de la tierra;
 Tectónicos o geológicos: relativos a las fuerzas internas de la tierra.
El riesgo de desastre por un aluvión para una concentración poblacional depende de dos
factores: la masa de tierra que eventualmente pueda desprenderse (amenaza), y las
características que tiene esa concentración poblacional que hacen posible que se
vea afecta por el deslizamiento, como localización en área peligrosa, falta de
protecciones y desconocimiento de la gente de qué hacer en caso de peligro
(vulnerabilidad).

Con esto, se quiere exponer que es necesario concientizar que no es suficiente enfrentar
los desastres mediante protocolos de emergencia y estrategias de reconstrucción, sino
que se debe hacer un trabajo desde un enfoque comunitario, algo más cercano a la
realidad vivida por las comunidades afectadas, donde estas personas son
protagonista de una resistencia a estos contextos naturales que han adquirido
mediante la adaptabilidad a su territorio, quedando en juego el sentido de
pertenencia que se genera durante el transcurso de sus vidas, lo cual hace necesario
abordar temáticas de la gestión de riesgo que sean incorporadas de manera transversal a
la política pública social, que se base en un diagnóstico adecuado de los espacios locales
y de las necesidades e intereses de las comunidades, a partir de sus propias experiencias,
y que considere las capacidades y recursos de los mismos actores comunitarios para
reducir y controlar las situaciones de riesgo. Para esto se necesita fortalecer el trabajo
comunitario mediante instancias de diálogos para instaurar procesos de
participación social, reconocimiento de organizaciones territoriales, funcionales y
no formales, fortalecimiento de canales de comunicación que permitan difundir
información necesaria para una población. Es decir, dar a conocer a los habitantes
y comunidades sobre sus riesgos y la manera de prevenirlos y aminorarlos,
organizando a las localidades que se ven en constante amenaza de desastre
mediante la participación social, desde la lógica de que los desastres no son
inevitables, pero si incorporamos una cultura de prevención y reacción ante la
vulnerabilidad de un desastre socionatural, esto permitiría mitigar los efectos
negativos que tienen estas situaciones en una localidad. La reducción de riesgos es
un asunto de todos y cada uno de los miembros de la sociedad actuando
coordinadamente.

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