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7.

Catástrofe: experiencia
de una nominación*

La palabra catástrofe hace un tiempo que circula cuantio-


samente entre nosotros. Parece un mero intensificador, del
tipo de la peor crisis de nuestra historia -como si uno anduvie-
ra simultáneamente con un catálogo de nuestras crisis y un
preciso crisómetro destinado a compararlas-. Sin embargo,
su persistencia pretende algo más que ese valor cuantitativo;
intenta referir otra cualidad.
En su momento Bachelard recomendaba trazar un perfil
epistemológico de los conceptos con los que se estaba traba-
jando. Entre el inicio más rudimentario -el realismo ingenuo--
y la consumación más sutil -el racionalismo discursivo--, en las
distintas nociones cohabitaban comprensiones metafísicas de
distinto tipo. Al trazar el perfil se revelaban los diversos com-

* El texto que aquí presentamos difiere esencialmente del resto de los


textos. Puede valer como intermedio, o como punto de inflexión, o como
pausa reflexiva en medio de un movimiento. La procedencia también es
distinta. No proviene de una presentación sino de muchas situaciones dis-
tintas, posiblemente demasiadas; signo equívoco, pero signo al fin, de que
no han sido suficientes. Intento aquí una secuencia de alusiones a la no-
ción, frecuentemente invocada, de catástrofe. Bien podría tratarse de una
serie de operaciones sobre el mismo obstáculo. También, de la experiencia
de un nombre.
150 Ignacio LewkllWicz Catástrofe: experiencia de una nominación 151

promisos en los que la noción estaba tomada oficial o clandes- nuevamente de que hay nociones, conceptos, categorías -para
tinamente. La variedad de usos y alusiones del término catás- la diferencia que aquí planteamos, esa diferencia es indiferen-
trofe nos impone a esta altura una clarificación de ese tipo. Pero te- que requieren una experimentación para determinarse en
no dispongo, ni mucho menos, de un abanico tan preciso de la experiencia que inician. Por eso quisiera llamar palabras-um-
los estadios de la noción como el que formulaba Bachelard. bral a estas categorías, conceptos o nociones; quisiera designar
Prefiero, entonces, exhibir la serie de tentativas en las que la con este nombre a las palabras que inician un pasaje. La pala-
palabra catástrofe estuvo implicada a la hora de comprender la bra-umbral inicia un pasaje hacia espacios no categoriales, ha-
transformación en la que estamos metidos -y en la que ella cia otras dimensiones de experiencia --0 mejor, el pasaje de la
también está involucrada-. dimensión conocimiento a la dimensión experiencia-. Si catás-
En primer lugar trabajamos con el concepto de catástrofe trofe es una palabra-umbral es porque induce también su pro-
precisamente de modo conceptual. Hubo fenómenos históri- pia ruina categorial. Comprendemos que la catástrofe incluye
cos para los cuales resultaba pertinente. La esclavitud en masa también, intrínsecamente, la catástrofe de las categorías de su
durante la Antigüedad Clásica, la experiencia de los campos de comprensión.
concentración nazis, la antropología de la esclavitud africana, Las varias entradas que siguen de la noción de catástrofe,
proporcionaban material empírico y conceptual para situar las tal vez un tanto redundantes, no buscan afinar una compren-
catástrofes como un tipo diferente de los que podíamos llamar sión sino mostrar una experiencia. Quizás la experiencia de la
traumatismos y acontecimientos.* La tipología resultaba ar- catástrofe nos haga variar no sólo los conceptos convocados
mónica y agradable; pero suele suceder con las tipologías que, para pensar sino también el estatuto mismo de los conceptos.
al habitarlas, nuestra experiencia las desequilibra. Quizás, pero sólo quizás, resulten convertidos ahora en nom-
Avanzamos conceptualmente hasta el concepto de catástro- bres operatorios en el seno de una experiencia.
fe; se nos presenta un límite. Parece entonces que catástrofe no
es un concepto que pueda determinarse conceptualmente sino
que induce una subjetividad de otra índole. Nos enteramos 11

'*' Bibliográficamente, aquí conviene mencionar los momentos teóricos Veamos en distintas circunstancias cómo se nos ha ido
del asunto. Finley, &clavitud antigua e ideología moderna; Dockés, La libera- perfilando la palabra catástrofe, las problematizaciones que le
ción medieval; Bonnassie, ¿Qué es un esclavo?; Meillassoux, Antropología de la
esclavitud; Agamben, Lo que queda de Auschwitz; Wachtel, La visión de los
han quedado adheridas, conforme se afirmaba el proceso
vencidns. El traumatismo de la conquista; De Certeau, La tama de la palabra. mismo de la catástrofe.
El texto de Wachtel proporciona una comprensión historiográfica del con- Si se trata de repensar el estatus de la noción -incluso su
cepto de traumatismo. Los textos de Finley, Dockés, Bonnassie, Meillas- pertinencia-, tal vez sea adecuado partir de otras dos catego-
soux y Agamben proveen indicaciones esenciales para la comprensión de la rías más o menos familiares entre nosotros: trauma y aconte-
catástrofe. El texto <le De Certeau nos presta la comprensión necesaria pa- cimiento. Los tres términos pueden caracterizarse mediante
ra el pensamiento inmanente del acontecimiento. La serie Cartago siglo II
a.C., Auschwitz 1940-1945, París 1968, Perú siglo XVI es ostensiblemen-
su diferencia específica porque tienen en común una perte-
te arbitraria; se ve que aquí tomamos las situaciones históricas sólo como nencia genérica: modos diversos de relación de una organiza-
proveedoras de recursos de pensamiento. No ignoro que esto constituye si ción, estructura o sistema con lo nuevo. Para evitar las
no un tabú, por lo menos un delito en el campo historiador. Espero que las complejidades ya inaccesibles de la noción psicoanalítica de
circunstancias operen como atenuantes. trauma, sus dos o tres tiempos, sus resignificaciones y re-
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troacciones, prefiero aquí sustituir la palabra trauma por el también han dejado de hablar; han callado frente a las alteracio-
término, menos técnico, de traumatismo. Por las dudas acla- nes del mundo social. Ni dioses ni hombres pueden con tanta
ro: si aparece la palabra trauma, aquí es sólo un nombre fa- perplejidad. Sin embargo, paulatinan1ente, el silencio se va po-
miliar de traumatismo. blando de rumores. Los dioses les recuerdan a los hombres que
Detengámonos en la relación que cada una de estas nocio- son dueños de la tierra. El estímulo traumático ya no produce lo
nes organiza con lo real en una estructura. En cada una de las que producía. La rebelión de 1780 -conducida en su primera fa-
tres configuraciones, el punto de partida es el impasse: algo ocu- se por Tupac Arnaru- muestra una vitalidad recuperada. Ante
rre que no tiene lugar en esa lógica; algo irrumpe y desestabili- todo se trata de la recuperación de lo perdido. ¿Cómo se pien-
sa el silencio en esta perspectiva? Como un impasse donde la re-
za su consistencia. Si bien el punto de partida es el mismo -un
composición se trama finalmente significando el térn1ino
impasse en una estrucnrra-, traumatismo, acontecimiento y ca-
extraño como invasor. No se trata de asumir la transformación
tástrofe organizan con ese punto de partida relaciones diversas. que ha operado la presencia colonial; se trata de eliminar el
Por su lado, el trauma refiere a la suspensión del funciona- cuerpo extraño del mundo incaico. Trabajosamente, los lugares
miento de una lógica por la irrupción de un término que le re- existentes asimilan la invasión sin alterar la estructura previa.
sulta intratable con sus recursos. Irrumpe un estímulo excesivo
que no puede ser captado por los recursos previos. Por eso La intuición de un exceso nos arrastra demasiado fácilmente
mismo, ese estímulo tiene masividad y evidencia suficientes hacia consideraciones cuantitativas. Sobre una estructura
para imponer un tope al funcionamiento de la lógica en cues- irrumpe un término excedentario. Puede que no baste la esca-
tión. Quizá la metáfora de la inundación permita ilustrar la no- la que disponen los lugares para albergarlo. La cantidad exce-
ción del traumatismo --<¡ue deja sin respuesta por su intensidad dentaria desborda cuantitativamente las cualidades destinadas
descomunal-, siempre que la inundación finalmente retroceda a incluirla. Pero bien puede ocurrir que sobrevenga un término
sin alterar definitivamente la geografía. Esa intensidad paulati- que, independientemente de su cantidad, acaso ínfima, induz-
namente va cediendo, todo parece regresar a su lugar. Pueden ca una cualidad heterogénea. El problema ya no es que no hay
pasar minutos o siglos -en el esquema, el tiempo no cuenta-. lugar suficiente; no hay lugar alguno. El término presentado
Trabajosamente, los lugares logran asimilar lo inundado. Asi- resulta incompatible con la lógica estructural. El inasimilable
milar, en sentido estricto, es la operación efectiva: transformar exceso cualitativo indica el sitio del acontecimiento. Todas las
algo en semejante a uno. Las cantidades excesivas quedan asi- fuerzas de la estructura se conjugan y conjuran para negar la
miladas a las cualidades preestablecidas. Si lo que no me mata me existencia de una cualidad cuya afirmación les resulta estructu-
fortalece, esa estructura habrá salido fortalecida del traumatis- ralmente imposible. El acontecimiento es la posibilidad efectiva
mo. En este esquema, finalmente todo encuentra su lugar. Na- de ese imposible estructural. Por ausencia de categoría capaz
turalmente, no es el caso de la catástrofe. de comprenderlo, el acontecimiento se afirma como nombre.
Ese nombre, incompatible con la estructura, la desquicia. Se
Pensemos en la situación que Wachtel llama el traumatismo de la inicia un proceso paralelo: afirmación de la cualidad heterogé-
conquista. La experiencia tiene lugar en el Perú hacia el siglo
nea y desarticulación estructural. No retornan las voces acalla-
XVI: un nuevo tipo de dominación colonial. Lo traumático no
das; hablan voces inauditas.
resulta esencialmente del aumento de las tasas de explotación si-
no de la desestructuración de las prácticas que producían un
sentido, un lugar, un destino para la población local. Los dioses
El malestar político cunde en París en 1968. El ejemplo aquí es
más frecuente en nuestras referencias -podemos casi suponerlo,
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pero no del todo-. Distintos conjuntos sociales pujan en busca de plotación, humanamente intolerable. Imaginamos que el esclavo es
una representación política adecuada. Marchas, actos, protestas. un hombre que ha sido terriblemente privado de sus derechos. Pe-
De pronto, la fiesta. O mejor, un acontecimiento: la toma de lapa- ro la condición es de otro orden: catastrófica. Pensemos en la caí-
labra. Anota Michel de Certeau: En mayo último se tomó la palabra da en esclavitud en el mundo antiguo clásico. Un pueblo ha sido
como la Bastilla se tomó en 1789. Todo el mundo obtuvo el derecho derrotado; un hombre es prisionero. Recién comienza el proceso
de hablar, pero este derecho se reconocía solamente a quien ha- de su esclavitud. Detengámonos sobre todo en las operaciones que
blara en su propio nombre: hablar no es ser el speaker de un gru- transforman a un derrotado en el campo militar en esclavo. Para
po de presión. Esas voces de nombre propio jamás escuchadas nos una subjetividad clásica, el esclavo es un muerto en vida. Por dere-
transformaron. Se produjo algo inaudito: nos pusimos a hablar. cho de guerra, el prisionero muere pero el esclavo vive. El prisio-
Parecía que se trataba de la primera vez. De todas partes brotaban nero muere en tanto que miembro de su comunidad; la vida del
tesoros, experiencias nunca dichas. Una vez abandonado el capa- caído en esclavitud pertenece al amo. No es su antigua vida, que
razón metálico del auto y roto el encanto de la televisión a domi- ahora cambia de dueño: esa vida ha muerto. Arrancado de su so-
cilio, con la circulación desquiciada, los medios de comunicación porte comunitario la existencia del sujeto se desvanece. Desancla-
de masas cortados, el consumo amenazado, en un París deshecho do de su comunidad, el prisionero deviene muerto, esclavo. La
y reunido en sus calles, bárbaro y estupefacto de descubrirse un caída en esclavitud implica la pérdida de una serie de atributos de-
rostro despojado de sus afeites, surgía una vida insospechada. Ni finidos como humanos en esa situación histórica -nombre, paren-
recomposición estructural ni colapso general: invención de un re- tesco, lengua, ciudad, sexualidad-. Sin esos atributos, su humanidad
corrido heterogéneo, en otra dimensión que la estructura. se desintegra. Sin esos atributos, el esclavo se transforma en objeto
de cualquier práctica y en sujeto de ninguna. Así definida la escla-
Ahora bien, ¿qué sucede con la catástrofe? Si el trauma es vitud, la desmantelación de la subjetividad previa deviene definiti-
el impasse en una lógica que trabajosamente repone en fun- va. No sucede nada parecido a la recom¡x>sición traumática o a la
cionamiento los esquemas previos, y el acontecimiento es la composición acontecimental. Las marcas, sin las prácticas en que se
invención de otros esquemas frente a ese impasse, la catástro- inscribían, enloquecen o desaparecen: catástrofe.
fe induce una resta pura de ser, una especie de disolución en
el no ser. En este sentido, la catástrofe es una dinámica que Así definidas, más allá de las diferencias, las nociones de
produce desmantelamiento sin armar otra lógica equivalente trauma, acontecimiento y catástrofe se apoyan en un suelo co-
en su función articuladora. La causa que desmantela no se re- mún. Constituyen afecciones diversas -momentáneas o no,
tira; esa permanencia le hace tope irremediablemente a la re- subjetivas o no, alteradoras o no- sobre una lógica consistente.
composición traumática y a la invención acontecimental. Son avatares que sobrevienen a una estructura.
Esta vez la inundación llega para quedarse. Por eso mismo, Pero esa estructura supuesta no es una invariante histórica
no hay esquemas previos ni esquemas nuevos capaces de ini- sino el efecto del modo estatal de producción de realidad. En
ciar o reiniciar el juego. No hay juego sino sustracción, mu- tiempos de Estado-nación, la existencia es existencia estructu-
tilación, devastación. Se ha producido una catástrofe. Las ral. Ahora bien, si la dinámica social y la subjetividad ya no son
marcas que ordenaban simbólicamente la experiencia ya no estatales, nuestro esquema se desestabiliza.
ordenan nada; tal vez ni siquiera marquen.

Nos imaginamos de buen grado la esclavitud como un horror. Ima-


ginamos desde la perspectiva moderna un grado superlativo de ex-
156 Ignacio Lewkowicz Catástrofe: experiencia de una nominación 157

111 zación de cualquier situación. Actualmente estamos en un


proceso de actualización de esa comprensión.
Hay crisis y crisis. Las que adquieren la forma de un de- Así, la crisis actual no remite al pasaje de una totalidad a
venir caótico pertenecen al segundo tipo. Porque al primero otra -del Estado-nación al mercado neoliberal-. Tampoco
pertenecen las crisis de pasaje entre una configuración es- remite al impasse entre dos configuraciones. No pasamos de
tructural y otra: es lo que solemos llamar transición -de un una configuración a otra sino de una totalidad articulada a un
modo de producción a otro, de un sistema a otro, de una for- devenir no reglado. Espantados, la llamamos catástrofe. La
ma a otra-. La crisis de devenir caótico reseña unas condicio- crisis actual no traduce un impasse; exhibe un funcionamien-
nes en las que se descompone una totalidad, sin que nada to determinado. No es funcionamiento de estructura, sino de
obligue a que esté seguida de una recomposición general en otra cosa que estructura. La comprensión de la crisis como
otros términos. La crisis actual muy probablemente sea de interrupción complica la posibilidad de pensar la actualidad.
ese segundo tipo. Porque hoy la crisis es funcionamiento efectivo.
La crisis actual consiste en la destitución del Estado-na- José Luis Romero tenía un interés aparentemente ilimita-
ción como práctica dominante. Esta destitución no descri- do por los distintos aspectos de la vida histórica. Sin embar-
be un mal funcionamiento, sino la descomposición del go, esos múltiples intereses convergían sobre un mismo
Estado como ordenador de todas y cada una de las situacio- problema que se asemeja -sólo se asemeja- al nuestro: un na-
nes. Ahora bien, sin Estado capaz de articular simbólica- cimiento en el seno de una crisis. En sus análisis, un punto
mente el conjunto de las situaciones, las fuerzas del particularmente rico es siempre la percepción del cambio. Pues,
mercado también alteran su estatuto, y en esa alteración de- dicho sin sutileza, la percepción de la crisis para los habitan-
vienen determinantes. Que el mercado determine no signi- tes de la crisis es un término de la crisis. Lo cierto es que hoy
fica que sustituya al viejo Estado-nación en sus funciones de la serie de cambios que constituyen esa experiencia llamada
articulador simbólico. El mercado desarrolla otra operato- crisis convierten en obsoletos los parámetros disponibles pa-
ria. Si el Estado proveía un sentido para lo que allí sucedie- ra pensar la crisis; se altera la capacidad de comprensión de
ra, el mercado es una dinámica que conecta y desconecta las transformaciones; entran en crisis los recursos que la ló-
lugares, mercancías, personas, capitales, sin que esa cone- gica que entra en crisis había dispuesto para procesar sus cri-
xión-desconexión proponga un sentido. sis. La crisis es un maelstrom, un agujero negro, una gravedad
La ruina del Estado como práctica dominante induce la desmesurada en la que colapsa incluso su nombre.
ruina general de la noción de práctica dominante. La prácti- Si el Estado ya no es capaz de producir articulación simbó-
ca estatal se libera del lugar de la dominante, el lugar de la lica, tampoco opera como condición simbólica de pensamiento.
dominante se libera de la práctica estatal. El lugar de la do- Se altera su ontología. El actual Estado técnico-administrati-
minante, sin alguien que lo ocupe, no queda vacante: se des- vo es incapaz de producir un ordenamiento simbólico para la
vanece como lugar. Podemos comprender ahora el juego de heterogeneidad de las situaciones. En las condiciones actua-
las prácticas sin lugares. Sin la postulación de una práctica les, el Estado es una fuerza entre otras fuerzas tratando de
dominante ya no tenemos un esquema a priori -ni siquiera hacer palanca; no es un vector del pensamiento. En esta lógi-
un esquema mayoritario- capaz de preordenar el curso de las ca, las fuerzas del mercado son capaces de imponer una serie
prácticas. Hay libre juego entre prácticas; eso es la fluidez. La de funciones a ese Estado que ha dejado ser programático y
noción de práctica dominante resultaba decisiva en la organi- ha devenido administrativo. Pero el mercado tampoco orga-
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niza simbólicamente las situaciones. Su procedimiento no es Hubo un tiempo de armonía en el que pensábamos desde
la articulación simbólica sino la conexión real. Los flujos del una estructura. Esa estructura sufría impactos. Si permanecía
mercado conectan situaciones sin generar en el proceso un la misma cantidad de articulaciones, se llamaba trauma; si so-
ordenamiento simbólico para tal conexión. brevenía una articulación heterogénea, acontecimiento; y si se
Pero ¿cuál es la novedad que introduce esta crisis en desvanecían las articulaciones dadas en una destrucción, a eso
nuestra venerable noción de crisis? No basta con agravarla lo llamábamos catástrofe. Pero todo esto era pensar desde la
como catástrofe. La serie de alteraciones remite a un tipo de estructura previa. No imaginábamos, no podíamos imaginar,
cambio muy particular. No se trata del pasaje de la situación qué sucedería con la catástrofe una vez ocurrida. No podíamos
A a la situación B -esto es, de una configuración totalizado- imaginar que sólo ocurriría si permanecía ocurriendo. No
ra a otra configuración totalizadora-. Se trata del pasaje de podíamos imaginar que tendríamos que pensar sin remisión a
A a un devenir aleatorio, a un devenir sin reglas. El cambio una estructura.
no media entre dos órdenes; el cambio es la naturaleza mis- Llega al fin un momento en que uno se declara náufrago;
ma de lo que sucede a un orden. La flecha C del cambio no pierde importancia la estructura que se ha desarticulado; co-
une A-orden precedente- con B -orden resultante-. La fle- bra importancia la inmanencia de lo que hay. A ese después in-
cha une A con C. Nuestra noción de crisis no puede con tentamos referirnos. Una cosa es pensar la situación actual en
eso: crisis de la noción de crisis. nombre de lo que se ha desvanecido y otra es pensar la situa-
Si esto es así, crisis ya no es un modo de transitar hacia ción actual en sus posibilidades o dificultades internas. La ca-
otros modos de organización o desorganización de la expe- tástrofe antes de la catástrofe era puro fenómeno de ruptura,
riencia. Crisis hoy es un modo de ser. En rigor, es el modo de de desligadura, y nada más que eso. La catástrofe después de
ser actual. Llamar crisis a la serie de transformaciones actua- la catástrofe -o si se quiere, la catástrofe en la inmanencia de
les nos impide pensarlas en su radicalidad; también impide su ocurrir- es esta cosa.
habitar este nuevo modo de ser. Llamémoslo catástrofe; vea- En este punto, como aún no nos ha sido revelado el or-
mos si así lo podemos habitar. den conceptual, seguimos buscando rigor en las imágenes.
Pensando desde el Estado, ha sobrevenido la inundación.
Pensando desde la inundación, lo que ha sobrevenido ya no
IV es la inundación sino un medio, un cambio esencial del me-
dio en el que transcurre la experiencia. La experiencia trans-
El movimiento ya ha ocurrido. Se instala entre nosotros la curría en el medio sólido de las estructuras; transcurre en
catástrofe. Tendremos que lidiar con un movimiento que ya medios fluidos. Pensar en la catástrofe es pensar en medio de
está consumado sin que eso signifique que haya dado lugar a ese medio.
un orden. Como movimiento está efectivamente realizado, pe- Definimos el medio fluido con una propiedad bastante
ro su plena realización no es un nuevo ordenamiento: su plena evidente: la contingencia perpetua. En un medio fluido, dos
realidad no es realidad de un orden. Su plena realización nos términos, dos puntos o dos partículas vecinas permanecen
hace vacilar la intuición de la realidad. Esta realidad no com- vecinas sólo si hacen lo pertinente para seguir juntas. El me-
parte el tiempo de lo que llamamos realidad. Es una catástrofe dio mismo, sin que m~die ningún corte, tiende a disolver
ya acontecida, y sin embargo por eso mismo aconteciendo, que cualquier consistencia. Esta es la evidente desventaja del me-
se ha habituado en su acontecer entre nosotros. dio fluido. Pero también hay una ventaja. Pues es cierto que
160 Ignacio Lewkowicz Catástrofe: experiencia de una no1ninación 161

la relación entre dos puntos es contingente, es decir, que la ten- En catástrofe, lo que cambia tiene más peso, más intensi-
dencia propia del medio es separarlos. Pero también es cier- dad, más sentido que lo que permanece; y esto de manera du-
to que si el medio separa dos puntos, es porque por sí mismo radera. Si se puede habitar esta paradoja, es una estabilización
acerca otros puntos a cada uno de esos dos. Hay choques; hay cambiante de la dinámica de cambios. La imagen del cambio
separación por choque; hay encuentro por choque. Puede perpetuo es la imagen del medio fluido. De aquí en adelante -y
que sean encuentros tristes, choques de pura dispersión; pe- no en una situación puntual actual- habitaremos espacios ca-
ro la virtualidad de encuentro resulta mucho más dinámica racterizados por la contingencia de las conexiones.
que en un medio sólido. Mirada desde la estructura, la catástrofe es arrasamiento;
desde sí, es contingencia. La contingencia no es el arrasa-
miento; es la posibilidad precaria de organización de la sub-
V jetividad. Puede ser arrasamiento de la solidez, pero no
arrasamiento de la subjetividad. La contingencia del encuen-
Señalo una diferencia entre dos fórmulas. En la primera, tro es la posibilidad que surge a partir del choque. Pero si no
estructural, pensar la catástrofe es pensar desde lo que queda. se genera una interioridad capaz de sostener el encuentro, en
La segunda dice que pensar desde la catástrofe es pensar des- la fluidez todo se dispersa como puro choque. La contingen-
de lo que hay. Lo que hay y lo que queda no son sinónimos. Lo cia difiere del arrasamiento porque un trabajo subjetivo en-
que queda se enuncia como el resto de una operación de des- cuentra el modo de producir el encuentro sobre el azar del
titución; lo que hay, desde el inventario que precede a una choque. No celebramos un inconcebible azar que crea un
operación. Si la situación se habita desde la lógica previa, no mundo ordenado para felicidad de sus habitantes; asumimos
queda casi nada; pero si se habita desde una lógica capaz de la emergencia casual de un encuentro que sólo producirá rea-
pensar en el fluido, entonces en lo que queda hay más que lo lidad si hay trabajo capaz de sostenerlo como encuentro. Y si
que queda: hay lo que hay. no, será dispersión pura, encuentro triste, falso encuentro,
En este punto quisiera distinguir dos definiciones de ca- mero choque.
tástrofe. En la primera, la catástrofe equivale a la supresión Para un ciudadano promedio de los Estados nacionales, la
de las ligaduras: experiencia de arrasamiento en que la sub- catástrofe era una posibilidad entre otras, un destino improba-
jetividad desaparece en el puro fluir social sin sujeto. Según ble pero posible; para un habitante de la era neoliberal, la ca-
la segunda, que ya no piensa desde lo que desaparece sino tástrofe es su perpetuo punto de partida, su ontología más
desde lo que hay, la catástrofe es el primado del cambio so- íntima, su insuperable condición originaria. La catástrofe esta-
bre la permanencia. Que el cambio prime sobre la perma- tal se definía como ruptura de una estructura sin constitución
nencia no designa un hecho empírico; señala el sentido de de otra; la catástrofe post-estatal se define por la disolución del
una dinámica de producción de sentido. Incluso si empíri- principio estructural mismo. En este sentido, la catástrofe
camente, entre una configuración y otra, permanecen mu- post-estatal implica literalmente la liquidación de cualquier no-
chos elementos, en la dinámica de la catástrofe esa ción de estabilidad. La catástrofe estatal sucedía en un hori-
permanencia resulta irrelevante. En la dinámica catastrófi- zonte estructural; la catástrofe postestatal transcurre en un
ca, la permanencia no revela el carácter esencial de un tér- medio fluido, disperso, intrínsecamente imprevisible.
mino sino su carácter residual: sólo indica que aún no ha ¿Cómo se piensa una catástrofe cuando ya no es la mera
cambiado. afectación deletérea sobre una subjetividad sino perpetua
162 Ignacio Lewkowicz Catástrofe: experiencia de una nominación 163

condición condicionante? ¿Qué le sobreviene a nuestra no- a los términos desprendidos; los tomábamos en el momento
ción de catástrofe cuando pasamos a habitarla según sus pro- de desprenderse de la estructura para calificarlos como des-
pias estipulaciones? Lo que nos sobreviene, sobreviene prendidos. Suprimido el principio estructural, el término de-
también sobre los conceptos con los que comprendemos lo sanudado jubila la historia de anudamiento, la historia del
que sobreviene. El cambio deviene radical cuando exige m, nudo, la historia de la estructura de la que procedía. La pro-
cambio de los modos de leer el camb10. En su momento VJ- cedencia se torna irrelevante. .
mos la crisis del concepto de crisis. ¿Sobreviene una catástro- Imaginemos un término que pertenece a un sólido. La per-
fe del concepto de catástrofe? Prima el cambio del concepto tenencia le incomoda. Tiene que liberarse de esa prisión. Lo
por sobre la permanencia del concepto mismo: ya estamos en logra. El primer tiempo experimenta el sentido de la libera-
su terreno. El terreno ya no es el suyo: es un umbral. Muta ción, o de la ruptura. La condición actual vale por su distancia
de determinaciones internas: de la ruina de las marcas a la respecto de la situación de partida. Con el tiempo, la proce-
contingencia. Muta su estatuto: de categoría a nombre. Vol- dencia se olvida. O se torna irrelevante. Pues uno a uno se han
vamos a pasar por su umbral. ido liberando los términos que pertenecen al sólido. Lo han di-
suelto. El sentido de nuestra actualidad ya no reside en el dis-
tanciamiento: cuando el sólido se ha disuelto, esa distancia ya
VI no existe. La actualidad no es liberación sino desolación.
En este sentido, la catástrofe no se define por la ruptura
En principio, había planteado durante mucho tiempo un respecto del punto de partida sino por la dinámica que ins-
concepto de catástrofe que intentaba ver cómo sobre una es- taura. Cuando se revierte el tablero, y ya no esperamos la re-
tructura sobrevenían efectos, irrupciones, advenimientos que composición de un horizonte estructural, nos importa ver
la alteraban; estaba puesta en serie con el acontecimiento y el cómo se ligan entre sí los términos en su devenir sin compo-
trauma. En esa perspectiva, el modelo era el trauma -mo.de- ner estructura ni quedar afectados por el hecho de haberse
lo porque todo refería al orden de la estructura-. Por encima desanudado allá atrás, antes del big bang. La catástrofe desde
del trauma, como superávit, el acontecimiento; y por debajo la catástrofe ya no habla de una lógica sino de una dinámica,
del trauma, como déficit, la catástrofe. Sin embargo, esa una dinámica en la que prima el principio de alteración: na-
perspectiva supone que el punto de partida es una estructura; da acontece dos veces -principio del suceder catastrófico-.

lo que sobreviene se califica por el modo en que afecta a es-
tructura. El horizonte estructural sobre el que cae un termi-
no califica la cualidad del término. Pero esa comprensión no VII
contemplaba la posibilidad de que el advenimie':'to. d.e ese
término no sólo afectase una estructura smo el prmc1p10 es- Retomemos mediante una imagen la capacidad simultánea
tructural mismo. Quedamos sin horizonte de validación, de del capital financiero para perseverar en la catástrofe y para
lectura o de calificación del término heterogéneo; todo se he- producir la catástrofe en la que persevera. Imaginemos ahora
terogene1za. . un inconcebible organismo literalmente omnívoro. Un ani-
La catástrofe hasta aquí era un desanudamtento general. mal que pudiera convertir cualquier entidad en nutriente se-
El sentido no procedía del devenir de los términos desanuda- ría un animal superpoderoso; tendería a la autonomía
dos sino del acto mismo del desanudamiento. No seguíamos absoluta respecto de sus condiciones, pues podría convertir
164 Ignacio Lewkowicz llztástrofe: experiencia de una nV'ntinación 165

cualquier facticidad en condición potenciadora: un animal in- xual. Quizás porque la revelación procedía del psicoanálisis
condicionado, absoluto, una deidad bestial. primó la dimensión sexual del asunto. También quizás por-
En general, en cualquier sistema prospera la especie espe- que la relación sexual estaba neuróticamente impedida
cializada en la explotación de un nicho dentro del sistema, o -mientras la relación social estaba estructuralmente posibili-
de una ínfima apertura, un hiato entre los requerimientos es- tada-, en la tesis se leía "no hay relación sexual". Lo cierto es
pecíficos de las distintas especies. Salvo que -y éste es el pun- que en nuestros días la catástrofe desplaza el acento: "no hay
to- la situación devenga catastrófica. En catástrofe ya no relación sexual"; no hay relación -sexual es lo de menos-. En
tiene poder el organismo ultraespecializado sino el organis- la versión que solíamos manejar del "no hay relación sexual",
mo plástico capaz de considerar y hacer efectiva cualquier trabajosamente logramos entender que los goces masculinos
facticidad como condición de su afirmación. y femeninos no componen una totalidad; que las cosquillas
El capital financiero parece encarnar hoy el organismo de de varones y mujeres no se complementan. Pero echando,
esta estirpe: prospera más que -y a costa de- cualquier otro como se dice, una mirada hacia atrás, se vio luego que tam-
por su velocidad para ubicar espacios de rentabilidad en me- poco el campo social aseguraba el vínculo. En un lenguaje
dio de las crisis, que son su mecanismo de funcionamiento. que no buscaba sumar escándalo sino conciencia, Marx y En-
No sólo prospera; también incrementa su poder en las catás- gels habían establecido que la historia es lucha de clases.
trofes, pues circulando velozmente de punto a punto realiza Tampoco aquí era plenamente posible la relación. Las clases no
su valorización en un tiempo que el ordenamiento equilibra- podían afirmarse conjuntamente. En el intento reaparecen los
do no permitiría. Finalmente, también produce su condición: síntomas o el antagonismo, es decir, la lucha. De modo que no
ausencia de condición. El capital financiero, lo sabemos, pro- hay relacián hablaba de una relación que nunca acababa de con-
duce y reproduce catástrofe a su paso. No es que reproduzca sumarse porque los términos relacionados no podían acordar
las condiciones específicas de una configuración catastrófica, jamás sobre el concepto, la forma y el momento de consuma-
sino que produce una nueva alteración. Tendremos que reto- ción. En los parajes de la consumación reaparecía el diferendo.
car nuevamente nuestra definición. La catástrofe hasta aquí Pero nuestra época le pone otro dramatismo a la desrela-
era una configuración inestable, una dinámica de desequili- ción. Precisamos instrumentos que nos permitan pensarla
brio permanente, en la que primaba la alteración sobre la desde adentro. Podemos hallar una versión algo más contem-
permanencia. Ahora, la dinámica de la alteración promueve poránea del no hay relación a partir de dos tesis de Badiou. Por
la potencia inaudita de unos organismos que prosperan en la una lado, la era del capital impone que no sólo sea imposible
catástrofe de tal modo que, por un lado, resultan positiva- la relación entre clases, el vínculo social mismo se ha torna-
mente afectados por esa dinámica y que, por otro, acentúan do imposible. Nuestra época desacraliza los vínculos. Ya lo ha-
con su acción el carácter alterador de la dinámica alterada en bían profetizado Engels y Marx: bajo la égida del capital,
la que operan. todo lo sólido se desvanece en el aire. El vínculo no sólo se
ha desacralizado; se ha volatilizado. La desrelación social no
se reduce a dos conjuntos con imposibilidad complementaria;
VIII es un desquicio general.
Por otro lado, la desrelación sexual se formaliza como dis-
En su momento, parece que Lacan sumó cierto escándalo yunción conjuntista. La posición de experiencia hombre y la
al mundo sentenciando oficialmente que no hay relación se- posición mujer no tienen nada que ver: nada de lo que se pre-
166 Ignacio Lewkowicz

senta para la posición hombre se presenta para la posición mujer.


No son sólo dos conjuntos con imposibilidad complementa-
8. Instituciones perplejas*
ria, sino dos conjuntos disjuntos. No es sólo que no resulten
complementarios los modos de gozar; es que aunque se estén
embistiendo aplicadamente por el bajo vientre, cada sexo
permanece en su burbuja sin punto alguno de intersección
con la otra burbuja. No es un relación que no termine de
consumarse, es una relación que no encuentra modo de co-
menzar. No es que no tenga fin, es que no tiene inicio.
Imaginemos que la primera de las tesis refiere al conteni-
do social de la economía financiera: no hay vínculo social.
Imaginemos que la otra tesis formaliza este contenido: la ine-
xistencia de vínculo se formaliza como disyunción universal.
Nada de lo que se presenta para un punto de mercado se pre- I
senta para otro punto de mercado; nada de lo que se presen-
ta en un instante para un punto de mercado se presenta en Hacia fines del siglo XII, en uno de tantos períodos oscu-
otro instante para el mismo punto de mercado. La disyun- ros, el ya muy reputado doctor Moshé ben Maimón -deveni-
ción universal no afecta sólo la relación entre dos términos do Maimónides por su extrema sabiduría y su intimidad con la
sino, si se puede decir así, entre un instante y otro del mismo cultura griega-, sin dudar en apoyarse en Aristóteles para ha-
término. En condiciones estatales sólo se era ciudadano co- llar racionalidad en los principios, exigencias y preceptos del
mo conciudadano con otros ciudadanos semejantes. El agen- judaísmo, escribió el portentoso Moré Nevujim. Escrito origi-
te de mercado no sólo está desamarrado de cualquier nalmente en árabe, vertido luego al hebreo, no dejó de tradu-
semejante o de cualquier complementario, sino que está de- cirse. En castellano, constituye una implacable Guía para
samarrado de cualquier amarra. Cada agente de mercado es perplejos. La oscuridad cedió luego un tanto, quizá por efecto
un punto catastróficamente aislado. El lazo social en condi- de la Guía.
ciones de capital financiero tiende al máximo de dispersión. A comienzos del siglo XXI nuestra perplejidad no busca
La catástrofe aquí adquiere la forma de la dispersión: desvin- fundamentos racionales para los principios, exigencias y pre-
culación esencial, disyunción entre dos puntos cualesquiera. ceptos de una doctrina. Con una desazón más acendrada, no
La catástrofe encuentra un esquema formal. Sólo eso. nos es dable esperar portentos semejantes a la Guía. Corren
los tiempos posmodernos. Leemos, por ejemplo, un Evange-
lio apócrifo. Semejante cosa, ya apócrifa de por sí, existe

* Este trabajo se basa en dos inteivenciones: "Las instituciones en la


destitución" (panel "Las instiruciones en tiempos de alteración", Sociedad
Argentina de Psicodrama, 28 de marw de 2003) e "Incertidumbre y per-
plejidad" (Asociación Latinoamericana para Operar y Pensar {ALPOYP],
Montevideo, 9 de septiembre de 2001).

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