You are on page 1of 31

JUEVES SANTO

La liturgia del Jueves Santo es una invitación a profundizar concretamente en


el misterio de la Pasión de Cristo, ya que quien desee seguirle tiene que
sentarse a su mesa y, con máximo recogimiento, ser espectador de todo lo que
aconteció 'en la noche en que iban a entregarlo'. Y por otro lado, el mismo
Señor Jesús nos da un testimonio idóneo de la vocación al servicio del mundo
y de la Iglesia que tenemos todos los fieles cuando decide lavarle los pies a sus
discípulos.
En este sentido, el Evangelio de San Juan presenta a Jesús 'sabiendo que el
Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía' pero
que, ante cada hombre, siente tal amor que, igual que hizo con sus discípulos,
se arrodilla y le lava los pies, como gesto inquietante de una acogida
incansable.
San Pablo completa el retablo recordando a todas las comunidades cristianas
lo que él mismo recibió: que aquella memorable noche la entrega de Cristo
llegó a hacerse sacramento permanente en un pan y en un vino que convierten
en alimento su Cuerpo y Sangre para todos los que quieran recordarle y
esperar su venida al final de los tiempos, quedando instituida la Eucaristía.
La Santa Misa es entonces la celebración de la Cena del Señor en la cuál
Jesús, un día como hoy, la víspera de su pasión, "mientras cenaba con sus
discípulos tomó pan..." (Mt 28, 26).
Él quiso que, como en su última Cena, sus discípulos nos reuniéramos y nos
acordáramos de Él bendiciendo el pan y el vino: "Hagan esto en memoria mía"
(Lc 22,19).
Antes de ser entregado, Cristo se entrega como alimento. Sin embargo, en esa
Cena, el Señor Jesús celebra su muerte: lo que hizo, lo hizo como anuncio
profético y ofrecimiento anticipado y real de su muerte antes de su Pasión. Por
eso "cuando comemos de ese pan y bebemos de esa copa, proclamamos la
muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Cor 11, 26).
De aquí que podamos decir que la Eucaristía es memorial no tanto de la Última
Cena, sino de la Muerte de Cristo que es Señor, y "Señor de la Muerte", es
decir, el Resucitado cuyo regreso esperamos según lo prometió Él mismo en su
despedida: "un poco y ya no me veréis y otro poco y me volveréis a ver" (Jn
16,16).
Como dice el prefacio de este día: "Cristo verdadero y único sacerdote, se
ofreció como víctima de salvación y nos mandó perpetuar esta ofrenda en
conmemoración suya". Pero esta Eucaristía debe celebrarse con
características propias: como Misa "en la Cena del Señor".
En esta Misa, de manera distinta a todas las demás Eucaristías, no celebramos
"directamente" ni la muerte ni la Resurrección de Cristo. No nos adelantamos al
Viernes Santo ni a la Noche de Pascua.
Hoy celebramos la alegría de saber que esa muerte del Señor, que no terminó
en el fracaso sino en el éxito, tuvo un por qué y para qué: fue una "entrega", un
"darse", fue "por algo" o, mejor dicho, "por alguien" y nada menos que por
"nosotros y por nuestra salvación" (Credo). "Nadie me quita la vida, había dicho
Jesús, sino que Yo la entrego libremente. Yo tengo poder para entregarla." (Jn
10,16), y hoy nos dice que fue para "remisión de los pecados" (Mt 26,28).
Por eso esta Eucaristía debe celebrarse lo más solemnemente posible, pero,
en los cantos, en el mensaje, en los signos, no debe ser ni tan festiva ni tan
jubilosamente explosiva como la Noche de Pascua, noche en que celebramos
el desenlace glorioso de esta entrega, sin el cual hubiera sido inútil; hubiera
sido la entrega de uno más que muere por los pobres y no los libera. Pero
tampoco esta Misa está llena de la solemne y contrita tristeza del Viernes
Santo, porque lo que nos interesa "subrayar"; en este momento, es que "el
Padre nos entregó a su Hijo para que tengamos vida eterna" (Jn 3, 16) y que el
Hijo se entregó voluntariamente a nosotros independientemente de que se
haya tenido que ser o no, muriendo en una cruz ignominiosa.
Hoy hay alegría y la Iglesia rompe la austeridad cuaresmal cantando el "gloria":
es la alegría del que se sabe amado por Dios, pero al mismo tiempo es sobria y
dolorida, porque conocemos el precio que le costamos a Cristo.
Podríamos decir que la alegría es por nosotros y el dolor por Él. Sin embargo
predomina el gozo porque en el amor nunca podemos hablar estrictamente de
tristeza, porque el que da y se da con amor y por amor lo hace con alegría y
para dar alegría.
Podemos decir que hoy celebramos con la liturgia (1a Lectura). La Pascua,
pero la de la Noche del Éxodo (Ex 12) y no la de la llegada a la Tierra
Prometida (Jos. 5, 10-ss).
Hoy inicia la fiesta de la "crisis pascual", es decir de la lucha entre la muerte y
la vida, ya que la vida nunca fue absorbida por la muerte pero si combatida por
ella. La noche del Sábado de Gloria es el canto a la victoria pero teñida de
sangre y hoy es el himno a la lucha pero de quien lleva la victoria porque su
arma es el amor.
LAVATORIO DE PIES
Cuando el Evangelio de San Juan relata que Jesús decide lavarle los pies a
sus discípulos, nos ofrece un testimonio de la vocación al servicio del mundo y
de la Iglesia que tenemos nosotros los fieles.
Entre los detalles que hacen diferente a la Misa de la Celebración de la Cena
del Señor a otras misas durante el año es que en esta se incluye una parte
donde se lavan los pies a los apóstoles representado por doce niños o
ancianos de la comunidad.
En esta parte de la misa resalta la importancia tan grande que tiene el servicio
al prójimo.
Pero antes de comenzar la Cena Cristo "... sabiendo que el Padre le había
puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se
levanta de la mesa, se quita sus vestidos y , tomando una toalla , se la ciñó.
Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a
secárselos con la toalla con que estaba ceñido." (Jn 13 3-5)
Al igual que los apóstoles, en especial San Pedro, nos quedamos asombrados,
como Cristo que tiene todo el poder y que es Dios se pone al servicio del
hombre. Un Dios que lava los pies a su criatura. La realidad es que Dios mismo
quiere recordarnos que la grandeza de todo cuanto existe no reside en el poder
y en el sojuzgar a otro, sino en la capacidad de servir y al darse dicho servicio
se da gloria a Dios. Cristo mismo ya se lo había dicho a los discípulos: "... el
que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que
quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el
Hijo del Hombre ha venido a ser servido si no a servir y a dar su vida como
rescate por muchos." (Mc 10, 43-45).
Con esto queda muy clara la misión de la Iglesia en el mundo: servir. "Porque
os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con
vosotros" (Jn 13, 15) La Iglesia siguiendo el ejemplo de Cristo está al servicio
de la humanidad. Por tanto todos aquellos que formamos la Iglesia estamos
llamados a servir a los que nos rodean.
El amor que Dios nos manifiesta debe convertirse en servicio que dé testimonio
de su presencia entre nosotros. El cristiano siguiendo él "amaos los unos a los
otros como yo os he amado" (Jn 15 12) debe ser como esa levadura que
transforma al mundo para que este se renueve y se transforme.
El egoísmo del hombre se vence con la entrega generosa a los demás. En el
servicio resida la verdadera realización personal y la felicidad. Solo el que se
dio triunfó.
Si vivimos con profundidad la ceremonia nos daremos cuenta de que Cristo se
pone al servicio del Padre para salvar al hombre ofreciendo su propia vida
como rescate, bien podríamos decir que esta es su misión. Con el "también
vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" Cristo confiere en especial a
ese grupo de discípulos conocidos como apóstoles su propia misión,
especialmente el consagrar el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre para la
remisión de los pecados al decir "haced esto en memoria mía". Es en este
momento en el que Cristo designa a este grupo como sacerdotes, es decir
instituye el sacerdocio. Cada uno de estos hombres a partir de este momento
es copartícipe de la misión de Cristo: salvar al hombre por medio de la entrega
total al servicio de Dios.
Este es otro de los grandes dones que en el primer Jueves Santo Dios hace a
la humanidad. Cristo desde entonces ha escogido y preparado a una serie de
hombres para que siguiendo el ejemplo de Cristo se pongan al servicio de Dios
para salvar a la humanidad, impartiendo los sacramentos por Dios instituidos
(especialmente la Eucaristía) y guíen con la vivencia de su sacerdocio al
pueblo de Dios por el camino de la salvación.
El mundo, especialmente en los albores de un nuevo milenio vive sumido en
las tinieblas del egoísmo de una cultura de la muerte. El Jueves Santo es un
día en el que Dios nos invita por medio del servicio a ser esas lámparas que
lleven la luz de Cristo al mundo. También este día debemos reconocer el amor
de todos esos hombres que deciden dejarlo todo por seguir a Cristo en la
entrega total al servicio de los demás: religiosas, religiosos, misioneros,
hombres y mujeres consagrados a Dios. Pero especialmente celebrar y pedir a
Dios por aquellos que con su vida comparten la misión de Cristo y nos
administran los sacramentos: los sacerdotes. Pedir por su santidad y fidelidad
al servicio de Cristo. No debemos olvidar pedir por mas vocaciones a la vida
consagrada y al sacerdocio, pedir por mas hombres y mujeres que tengan por
vocación la entrega total al servicio de Jesucristo y de su Iglesia.

EUCARISTIA
Eucaristía: Presencia real del Señor

LA VISITA A LAS SIETE IGLESIAS

LA VISITA A LAS SIETE IGLESIAS, el jueves Santo en la noche y el viernes


Santo en la mañana, es una devoción bíblica, católica y bien arraigada en el
pueblo cristiano.
Su finalidad es agradecer a Jesucristo el don de la Eucaristía y del Sacerdocio
que instituyó aquella noche santa y acompañarle en la soledad y sufrimientos
en el Huerto de Getsemaní, así como en las afrentas recibidas en las casas de
Anás, Caifás, Herodes, Pilato y no digamos en el Calvario, y en el silencio del
sepulcro.
Ante el Monumento, donde se reserva al Señor Sacramentado, le damos
gracias por su Sagrada Pasión, de la que fuimos causa y con la que nos
redimió, le ofrecemos disculpas por el abandono en que con frecuencia le
dejamos en el Sagrario y quizás nuestra poca frecuencia a la Santa Misa y
Comunión.
Se rezan 3 Padrenuestros en cada Iglesia.
PRIMERA IGLESIA. JESÚS EN EL HUERTO
Medita: Serían como a las 10 de la noche al llegar Jesús al Huerto de
Getsemaní. Su alma se llenó de tristeza, entró en agonía ante la visión de los
sufrimientos que se le venían encima y la ingratitud de la humanidad. Oró por
espacio de tres horas con lágrimas y sudor de sangre que en gotas cayó en
tierra. Aquí llegó Judas y con un beso lo entregó a quienes vinieron a
aprenderle, aunque más bien fue su Amor a ti el que le entregó.
Oración: Te compadecemos Jesús, y te damos gracias por lo que sufriste por
nuestra Salvación en la Oración del Huerto. Nos duele la traición y alevosía con
que fuiste hecho preso. Concédenos fortaleza en nuestros sufrimientos y danos
el don de la oración.
SEGUNDA IGLESIA. JESÚS EN CASA DE ANÁS
Medita: Jesús, maniatado como un vulgar malhechor, interrogado por Anás
sobre sus discípulos y doctrina, responde con entereza y mansedumbre que
pregunte a quienes le han escuchado y que saben bien lo que Él ha dicho y
enseñado. Un guardián le dio una bofetada que de seguro hizo tambalearse.
Oración: Jesús, te compadecemos; te damos gracias por la injusta humillación
que sufriste al ser abofeteado. Te pedimos que nos ayudes a hablar con
verdad, serenidad y educación y a respetar a nuestros interlocutores.
TERCERA IGLESIA. EN CASA DE CAIFÁS
Medita: Aquí Jesús tiene que oír cómo se tergiversan sus doctrinas. Cómo se
aducen falsos testimonios en su contra. Cómo se le reta a proclamar que es
Hijo de Dios, pero sin intención de reconocerle. Cómo Pedro niega conocerle.
Cómo se le declara reo de muerte.
Oración: Jesús, tú eres la verdad y se amontonan mentiras para callarte. Has
dicho: la verdad los hará libres y tienes que ver cómo la mentira nos esclaviza.
Has dicho: ustedes son mis amigos y con qué facilidad te negamos. En ti
somos hijos de Dios y qué pobreza la de nuestra vida. Te compadecemos,
Jesús, por esas traiciones y te pedimos la gracia de ser tus testigos valientes,
fieles a tu amor.
CUARTA IGLESIA. EN CASA DE PILATO
Medita: Jesús es acusado ante Pilato de malhechor, alborotador del pueblo,
que prohíbe pagar el tributo al César y que se proclama rey. Pero Él también
anuncia que todo el que es de la verdad escucha su voz. Lo que piden es que
sea condenado a muerte.
Oración: Jesús, te proclamamos Cristo Rey, porque eres el único Rey de la
Verdad, de la Vida y del Amor. Te compadecemos por la tristeza que tiene que
darte el descaro con que te calumnian y por la ceguera con que juegan con las
palabras salidas de tu boca. Te pedimos que limpies estos labios y estos
corazones con los que te recibimos, y que nuestras vidas den testimonio de Ti.
QUINTA IGLESIA. EN CASA DE HERODES
Medita: Herodes, curioso, pero sin compromiso, se alegra de ver a Jesús.
Espera divertirse viéndole hacer algún milagro. Jesús guarda silencio ante la
palabrería con que Herodes le halaga. Al no tener respuesta le desprecia, se
burla de Él, poniéndole una túnica blanca.
Oración: Jesús, Sabiduría del Padre, ahora guardas silencio. Por Ti los
sencillos y humildes han visto el poder de Dios y lo han celebrado con gozo
grande, ahora está cabizbajo. Te agradecemos la lección que nos das, te
compadecemos por el ultraje que recibes y te pedimos la gracia de hablar y
callar oportunamente.
SEXTA IGLESIA. DE NUEVO EN CASA DE PILATO
Medita: Pilato reconoce que Jesús ni es alborotador ni ha cometido delito
alguno de los que le acusan. Como que quiere dejarle libre; pero claudica ante
las presiones de los adversarios que han jurado acabar con Jesús por que les
resulta incómodo, su conducta y sus enseñanzas chocan con sus intereses.
Total: Jesús es condenado a muerte de cruz, flagelado, coronado de espinas.
Oración: Jesús, te compadecemos por las injusticias cometidas en este
proceso al que fuiste sometido y en el que nosotros metimos nuestras manos.
Compadecemos en Ti a cuantos por ser fieles a la verdad y a la causa de Dios
en sus hijos son tratados injustamente. Te pedimos la gracia de la piedad
divina ante nuestras injusticias.
SÉPTIMA IGLESIA. EN EL SANTO SEPULCRO
Medita: Jesús ha muerto en la cruz entre indecibles dolores, burlas, desprecios
y abandonado de Dios. La Madre y los amigos que lo han acompañado en
estos duros momentos, no han podido hacer nada. Unos amigos lo sepultan
piadosamente. Se han cumplido las escrituras. Ahora a esperar el tercer día.
Él, el poderoso en Obras y Palabras, ha dicho que resucitará.
Oración: Jesús, te acompañaremos en el silencio estos días, en la espera de
que tu palabra germine en nuestros corazones y contigo resucitemos hombres
y mujeres nuevos en tu Resurrección. Gracias, Padre Dios, Tú siempre has
escuchado a tu Hijo y así, vencedor de su muerte y de la nuestra, lo has
resucitado.
VIERNES SANTO
La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo
en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de
salvación y de esperanza.
Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el misterio
del Crucificado, con el corazón del discípulo amado, de la Madre, del soldado
que le traspasó el costado.
San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de
la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico
en su narración: cada palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se
hace ahora más elocuente.
Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo
dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es
sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a
suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo
de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura.
El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le
rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor,
cuando los hombres vuelven hacia Él la mirada.
La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que
el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su
corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y
discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción
como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre,
la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne
junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la
espada de dolor que la fecunda.
La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de
todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La
maternidad de María tiene el mismo alcance de la redención de Jesús. María
contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el
inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa
maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva. Seguridad de una
presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la
palabra: He ahí a tu hijo.
El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio
cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto
litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención,
el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida
entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús
que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.
La celebración
Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin
cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se
postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de
la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por
sus pecados.
Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del
amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su
vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.
Acción litúrgica en la muerte del Señor
1. La Entrada
La impresionante celebración litúrgica del Viernes empieza con un rito de
entrada diferente de otros días: los ministros entran en silencio, sin canto,
vestidos de color rojo, el color de la sangre, del martirio, se postran en el suelo,
mientras la comunidad se arrodilla, y después de un espacio de silencio, dice la
oración del dia.
2. Celebración de la Palabra
Primera Lectura
Espectacular realismo en esta profecía hecha 800 años antes de Cristo,
llamada por muchos el 5º Evangelio. Que nos mete en el alma sufriente de
Cristo, durante toda su vida y ahora en la hora real de su muerte.
Dispongámonos a vivirla con Él.
Salmo Responsorial
En este Salmo, recitado por Jesús en la cruz, se entrecruzan la confianza, el
dolor, la soledad y la súplica: con el Varón de dolores, hagamos nuestra esta
oración.
Segunda lectura
El Sacerdote es el que une a Dios con el hombre y a los hombres con Dios...
Por eso Cristo es el perfecto Sacerdote: Dios y Hombre. El Único y Sumo y
Eterno Sacerdote. Del cual el Sacerdocio: el Papa, los Obispos, los sacerdotes
y los Diáconos, unidos a Él, son ministros, servidores, ayudantes...
Versículo antes del Evangelio (Flp 2, 8-9)
Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por
eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre".
Como siempre, la celebración de la Palabra, después de la homilía, se
concluye con una ORACIÓN UNIVERSAL, que hoy tiene más sentido que
nunca: precisamente porque contemplamos a Cristo entregado en la Cruz
como Redentor de la humanidad, pedimos a Dios la salvación de todos, los
creyentes y los no creyentes.
3. Adoración de la Cruz
Después de las palabras pasamos a una acción simbólica muy expresiva y
propia de este dia: la veneración de la Santa Cruz es presentada
solemnemente la Cruz a la comunidad, cantando tres veces la aclamación:
Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. VENID
AADORARLO", y todos nos arrodillamos unos momentos cada vez; y entonces
vamos, en procesión, a venerar la Cruz personalmente, con una genuflexión (o
inclinación profunda) y un beso (o tocándola con la mano y santiguándonos);
mientras cantamos las alabanzas a ese Cristo de la Cruz:
"Pueblo mío, ¿qué te he hecho...?" "Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza..."
"Victoria, tú reinarás..."
4. La Comunión
Desde 1955, cuando lo decidió Pío Xll en la reforma que hizo de la Semana
Santa, no sólo el sacerdote -como hasta entonces - sino también los fieles
pueden comulgar con el Cuerpo de Cristo.
Aunque hoy no hay propiamente Eucaristía, pero comulgando del Pan
consagrado en la celebración de ayer, Jueves Santo, expresamos nuestra
participación en la muerte salvadora de Cristo, recibiendo su "Cuerpo
entregado por nosotros".

AYUNO Y ABSTINENCIA
Es una doctrina tradicional de la espiritualidad Cristiana que es un componente
del arrepentimiento, de alejarse del pecado y volverse a Dios, incluye alguna
forma de penitencia, sin la cual al Cristiano le es difícil permanecer en el
camino angosto y ser salvado ( Jer 18:11, 25:5; Ez 18:30, 33:11-15; Jl 2:12; Mt
3:2; Mt 4:17; He 2:38 ). Cristo mismo dijo que sus discípulos ayunarían una vez
que Él partiera ( Lc 5:35 ). La ley general de la penitencia, por ello, es parte de
la ley de Dios para el hombre.
La Iglesia por su parte ha especificado ciertas formas de penitencia, para
asegurarse de que los católicos hagan algo, como lo requiere la ley divina, y a
la vez hacerle más fácil al católico cumplir la obligación. El Código de Derecho
Canónico de 1983 especifíca las obligaciones de los católicos de Rito Latino
(Los católicos de Rito Oriental tienen sus propias prácticas penitenciales como
se especifica en el Código Canónico de las Iglesias Orientales).
Canon 1250 En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los
viernes del año y el tiempo de cuaresma.
Canon 1251 Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad,
debe guardarse la abstinencia de carne o de otro alimento que haya
determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el
Miercoles de Ceniza y el Viernes Santo.
Canon 1252 La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce
años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido
cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los
padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia
quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la
abstinencia.
Canon 1253 La Conferencia Episcopal puede determinar con más detalle el
modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en
parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y
prácticas de piedad.
La Iglesia tiene por lo tanto, dos formas oficiales de prácticas penitenciales -
tres si se incluye el ayuno Eucarístico de una hora antes de la Comunión.
Abstinencia: La ley de abstinencia exige a un Católico de 14 años de edad y
hasta su muerte, a abstenerse de comer carne los Viernes en honor a la Pasión
de Jesús el Viernes Santo. La carne es considerada carne y órganos de
mamíferos y aves de corral. También se encuentran prohibidas las sopas y
cremas de ellos. Peces de mar y de agua dulce, anfibios, reptiles y mariscos
son permitidos, así como productos derivados de animales como margarina y
gelatina sin sabor a carne.
Los Viernes fuera de Cuaresma, la Conferencia de Obispos de USA obtuvo
permiso de la Santa Sede para que los Católicos en los Estados Unidos
pudieran sustituir esta penitencia por un acto de caridad o algún otro de su
propia escogencia. Ellos deben llevar a cabo alguna práctica de caridad o
penitencia en estos Viernes. Para la mayoría de las personas la práctica más
sencilla para cumplir con constancia, sería la tradicional de abstenerse de
comer carne todos los Viernes del año. En Cuaresma la abstinencia de comer
carne los Viernes es obligatoria en Estados Unidos así como en otro lugar.
Ayuno: La ley de ayuno requiere que el Católico desde los 18 hasta los 59 años
reduzca la cantidad de comida usual. La Iglesia define esto como una comida
más dos comidas pequeñas que sumadas no sobrepasen la comida principal
en cantidad. Este ayuno es obligatorio el Miercoles de Ceniza y el Viernes
Santo. El ayuno se rompe si se come entre comidas o se toma algún líquido
que es considerado comida ( batidos, pero no leche ). Bebidas alcoholicas no
rompen el ayuno; pero parecieran contrarias al espíritu de hacer penitencia.
Aquellos excluídos del ayuno y la abstinencia aparte de los ya excluídos por su
edad, aquellos que tienen problemas mentales, los enfermos, los frágiles,
mujeres en estado o que alimentan a los bebés de acuerdo a la alimentación
que necesitan para criar, obreros de acuerdo a su necesidad, invitados a
comidas que no pueden excusarse sin ofender gravemente causando
enemistad u otras situaciones morales o imposibilidad física de mantener el
ayuno.
Aparte de estos requisitos mínimos penitenciales, los católicos son motivados a
imponerse algunas penitencias personales a si mismos en ciertas
oportunidades. Pueden ser modeladas basadas en la penitencia y el ayuno.
Una persona puede por ejemplo, aumentar el número de días de la abstención.
Algunas personas dejan completamente de comer carne por motivos religiosos
(en oposición de aquellos que lo hacen por razones de salud u otros). Algunas
órdenes religiosas nunca comen carne. Igualmente, uno pudiera hacer más
ayuno que el requerido. La Iglesia primitiva practicaba el ayuno los Miércoles y
Sábados. Este ayuno podía ser igual a la ley de la Iglesia (una comida más
otras dos pequeñas) o aún más estricto, como pan y agua. Este ayuno
libremente escogido puede consistir en abstenerse de algo que a uno le gusta-
dulces, refrescos, cigarillo, ese cocktail antes de la cena etc. Esto se le deja a
cada individuo.
Una consideración final. Antes que nada estamos obligados a cumplir con
nuestras obligaciones en la vida. Cualquier abstención que nos impida
seriamente llevar adelante nuestro trabajo como estudiantes, empleados o
parientes serían contrarias a la voluntad de Dios.
¿Por qué los católicos hacen ayuno y abstinencia en Cuaresma?
Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede
clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación
espiritual que acerca el hombre a Dios.
El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la
existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el
desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".
Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de Ia
civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy
frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según Ia
cantidad y Ia calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al
hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.
Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no solo para que
sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino
cada vez más para satisfacer los sentidos, Ia excitación que se deriva de ellos,
el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.
El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de
estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo.
El hombre es él mismo solo cuando logra decirse a sí mismo: No.
No es Ia renuncia por Ia renuncia: sino para el mejor y más equilibrado
desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio
de sí mismo.
SIETE PALABRAS
Oración
Jesús en la Cruz aboga:
da al ladrón: lega su Madre:
quéjase: la sed le ahoga:
cumple: entrega el alma al Padre
Al Calvario hay que llegar
porque Cristo, nuestra Luz,
hoy también nos quiere hablar
desde el ara de la Cruz.
¡Virgen de dolores y Madre mía! Que, como Tú, acompañe yo siempre a tu Hijo
en vida, redención y muerte. Y después de glorificado en la tierra, le glorifique
por toda la eternidad, junto a Él y junto a Ti. Te lo pido por tu aflicción y martirio,
al pie de la Cruz. Asísteme siempre especialmente en este último momento del
combate cristiano que abrirá la eternidad feliz, en compañía de tu Hijo. Así sea.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Primera Palabra:
"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34)
Aunque he sido tu enemigo,
mi Jesús: como confieso,
ruega por mí: que, con eso,
seguro el perdón consigo.
Cuando loco te ofendí,
no supe lo que yo hacía:
sé, Jesús, del alma mía
y ruega al Padre por mí
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con tu
sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios para alcanzarme
el perdón de la divina justicia: ten misericordia de todos los hombres que están
agonizando y de mí cuando me halle en igual caso: y por los méritos de tu
preciosísima Sangre derramada para mi salvación, dame un dolor tan intenso
de mis pecados, que expire con él en el regazo de tu infinita misericordia.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Segunda Palabra:
"Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43)
Vuelto hacia Ti el Buen Ladrón
con fe te implora tu piedad:
yo también de mi maldad
te pido, Señor, perdón.
Si al ladrón arrepentido
das un lugar en el Cielo,
yo también, ya sin recelo
la salvación hoy te pido.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta
generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de tu
humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a asegurarle
que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten piedad de todos los
hombres que están para morir, y de mí cuando me encuentre en el mismo
trance: y por los méritos de tu sangre preciosísima, aviva en mí un espíritu de
fe tan firme y tan constante que no vacile ante las sugestiones del enemigo, me
entregue a tu empresa redentora del mundo y pueda alcanzar lleno de méritos
el premio de tu eterna compañía.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Tercera Palabra:
"He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre" (Jn 19, 26)
Jesús en su testamento a su Madre Virgen da:
¿y comprender quién podrá de María el sentimiento?
Hijo tuyo quiero ser,
sé Tu mi Madre Señora:
que mi alma desde a ahora
con tu amor va a florecer.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y , olvidándome de
tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre dolorosa, para
que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con mayor confianza: ten
misericordia de todos los hombres que luchan con las agonías y congojas de la
muerte, y de mí cuando me vea en igual momento; y por el eterno martirio de tu
madre amantísima, aviva en mi corazón una firme esperanza en los méritos
infinitos de tu preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna
condenación, tantas veces merecida por mis pecados.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Cuarta Palabra:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46)
Desamparado se ve
de su Padre el Hijo amado,
maldito siempre el pecado
que de esto la causa fue.
Quién quisiera consolar
a Jesús en su dolor,
diga en el alma: Señor,
me pesa: no mas pecar.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento tras
tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con invencible
paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono de tu eterno Padre;
ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me
haye también el la agonía; y por los méritos de tu preciosísima sangre,
concédeme que sufra con paciencia todos los sufrimientos, soledades y
contradicciones de una vida en tu servicio, entre mis hermanos de todo el
mundo, para que siempre unido a Ti en mi combate hasta el fin, comparta
contigo lo más cerca de Ti tu triunfo eterno.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Quinta Palabra:
"Tengo sed" (Jn 19, 28)
Sed, dice el Señor, que tiene;
para poder mitigar la sed que así le hace hablar,
darle lágrimas conviene.
Hiel darle, ya se le ha visto: la prueba, mas no la bebe:
¿Cómo quiero yo que pruebe la hiel de mis culpas Cristo?
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no contento con
tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que todos los
hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu divino Corazón la
sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están agonizando y de mí
cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos de tu preciosísima sangre,
concédeme tal fuego de caridad para contigo y para con tu obra redentora
universal, que sólo llegue a desfallecer con el deseo de unirme a Ti por toda la
eternidad.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Sexta Palabra:
"Todo está consumado" (Jn 19,30)
Con firme voz anunció Jesús, ensangrentado,
que del hombre y del pecado
la redención consumó.
Y cumplida su misión,
ya puede Cristo morir,
y abrirme su corazón
para en su pecho vivir.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su altura de
amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluída la obra de la redención,
para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a ser hijo y heredero de Dios;
ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me
halle en esos instantes; y por los méritos de tu preciosísima sangre, haz que en
mi entrega a la obra salvadora de Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la
tierra, y al final de mi vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta
correspondencia amorosa: Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo, aunque
a distancia infinita, tampoco puede haber hecho más por Ti.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Séptima Palabra:
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46)
A su eterno Padre, ya el espíritu encomienda;
si mi vida no se enmienda,
¿en qué manos parará?
En las tuyas desde ahora
mi alma pongo, Jesús mío;
guardaría allí yo confío
para mi última hora.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, aceptaste la
voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para inclinar
después la cabeza y morir; ten piedad de todos los hombres que sufren los
dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa tu llamada; y por los méritos
de tu preciosísima sangre concédeme que te ofrezca con amor el sacrificio de
mi vida en reparación de mis pecados y faltas y una perfecta conformidad con
tu divina voluntad para vivir y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en
tus manos.
Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.
Oración Final
1 Padre Nuestro, 1 Ave María, 1 Gloria
GLORIEMOS EN LA CRUZ DE CRISTO
La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es una prenda de gloria y
una enseñanza de paciencia. Pues, ¿qué dejará de esperar de la gracia de
Dios el corazón de los fieles, si por ellos, el Hijo único de Dios, coeterno con el
Padre, no se contentó con nacer como un hombre entre los hombres, sino que
quiso incluso morir por mano de aquellos hombres que Él mismo había creado?
Grande es lo que el Señor nos promete para el futuro, pero es mucho mayor
aún aquello que celebramos recordando lo que ya ha hecho por nosotros.
¿Dónde estaban o quiénes eran, aquellos impíos por los que murió Cristo?
¿Quién dudará que a los santos pueda dejar de darles su vida, si él mismo
entregó su muerte a los impíos? ¿Por qué vacila todavía la fragilidad humana
en creer que un día será realidad el que los hombres vivan con Dios?
Lo que ya se ha realizado es mucho más increíble: Dios ha muerto por los
hombres.
Porque ¿quién es Cristo, sino aquel de quien dice la Escritura: En el principio
ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios?
Esta Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros. El no poseería lo
que era necesario para morir por nosotros si no hubiera tomado de nosotros
una carne mortal. Así el inmortal pudo morir, Así pudo dar su vida a los
mortales: y hará que más tarde tengan parte en su vida aquellos de cuya
condición él primero se había hecho partícipe. Pues nosotros, por nuestra
naturaleza, no teníamos posibilidad de vivir, ni él por la suya, posibilidad de
morir. Él hizo, pues, con nosotros este admirable intercambio, tomó de nuestra
naturaleza la condición mortal y nos dio de la suya la posibilidad de vivir.
Por tanto, no solo no debemos avergonzarnos de la muerte de nuestro Dios y
Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nuestras fuerzas y
gloriarnos en ella por encima de todo: pues al tomar de nosotros la muerte, que
en nosotros encontró, nos prometió con toda su fidelidad que nos daría en si
mismo la vida que nosotros no podemos llegar a poseer por nosotros mismos.
Y si aquel que no tiene pecado nos amó hasta tal punto que por nosotros,
pecadores, sufrió lo que habían merecido nuestros pecados, ¿cómo después
de habernos justificado, dejará de darnos lo que es justo? Él, que promete con
verdad, ¿cómo no va a darnos los premios de los santos, si soportó, sin
cometer iniquidad, el castigo que los inicuos le infligieron?
Confesemos, por tanto, intrépidamente, hermanos, y declaremos bien a las
claras que Cristo fue crucificado por nosotros: y hagámoslo no con miedo, sino
con júbilo, no con vergüenza, sino con orgullo.
El apóstol Pablo, que cayó en la cuenta de este misterio, lo proclamó como un
título de gloria. Y siendo así que podía recordar muchos aspectos grandiosos y
divinos de Cristo, no dijo que se gloriaba de estas maravillas –que hubiese
creado el mundo, cuando, como Dios que era, se hallaba junto al Padre, y que
hubiese imperado sobre el mundo, cuando era hombre como nosotros–, sino
que dijo: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo.
LA DOLOROSA PASION DE JESUCRISTO
Extractos del libro "La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo" de la
Mística alemana, Venerable Ana Catalina Emmerich
Fuente: Capilla de Oración Católica
1
Ayer tarde fue cuando tuvo lugar la última gran comida del Señor y sus amigos,
en casa de Simón el Leproso, en Betania, en donde María Magdalena derramó
por la última vez los perfumes sobre Jesús. Los discípulos habían preguntado
ya a Jesús dónde quería celebrar la Pascua. Hoy, antes de amanecer, llamó el
Señor a Pedro, a Santiago y a Juan: les habló mucho de todo lo que debían
preparar y ordenar en Jerusalén, y les dijo que cuando subieran al monte de
Sión, encontrarían al hombre con el cántaro de agua. Ellos conocían ya a este
hombre, pues en la última Pascua, en Betania, él había preparado la comida de
Jesús: por eso San Mateo dice: cierto hombre. Debían seguirle hasta su casa y
decirle: "El Maestro os manda decir que su tiempo se acerca, y que quiere
celebrar la Pascua en vuestra casa". Después debían ser conducidos al
Cenáculo, y ejecutar todas las disposiciones necesarias. Yo vi los dos
Apóstoles subir a Jerusalén; y encontraron al principio de una pequeña subida,
cerca de una casa vieja con muchos patios, al hombre que el Señor les había
designado: le siguieron y le dijeron lo que Jesús les había mandado. Se alegró
mucho de esta noticia, y les respondió que la comida estaba ya dispuesta en su
casa (probablemente por Nicodemus); que no sabía para quién, y que se
alegraba de saber que era para Jesús. Este hombre era Elí, cuñado de
Zacarías de Hebrón, en cuya casa el año anterior había Jesús anunciado la
muerte de Juan Bautista. Iba todos los años a la fiesta de la Pascua con sus
criados, alquilaba una sala, y preparaba la Pascua para las personas que no
tenían hospedaje en la ciudad. Ese año había alquilado un Cenáculo que
pertenecía a Nicodemus y a José de Arimatea. Enseñó a los dos Apóstoles su
posición y su distribución interior.
2
Sobre el lado meridional de la montaña de Sión, se halla una antigua y sólida
casa, entre dos filas de árboles copudos, en medio de un patio espacioso
cercado de buenas paredes. Al lado izquierdo de la entrada se ven otras
habitaciones contiguas a la pared; a la derecha, la habitación del mayordomo, y
al lado, la que la Virgen y las santas mujeres ocuparon con más frecuencia
después de la muerte de Jesús. El Cenáculo, antiguamente más espacioso,
había servido entonces de habitación a los audaces capitanes de David: en él
se ejercitaban en manejar las armas. Antes de la fundación del templo, el Arca
de la Alianza había sido depositada allí bastante tiempo, y aún hay vestigios de
su permanencia en un lugar subterráneo. Yo he visto también al profeta
Malaquías escondido debajo de las mismas bóvedas; allí escribió sus profecías
sobre el Santísimo Sacramento y el sacrificio de la Nueva Alianza. Cuando una
gran parte de Jerusalén fue destruida por los babilonios, esta casa fue
respetada: he visto otras muchas cosas de ella; pero no tengo presente más
que lo que he contado. Este edificio estaba en muy mal estado cuando vino a
ser propiedad de Nicodemus y de José de Arimatea: habían dispuesto el
cuerpo principal muy cómodamente y lo alquilaban para servir de Cenáculo a
los extranjeros, que la Pascua atraía a Jerusalén. Así el Señor lo había usado
en la última Pascua. El Cenáculo, propiamente, está casi en medio del patio; es
cuadrilongo, rodeado de columnas poco elevadas. Al entrar, se halla primero
un vestíbulo, adonde conducen tres puertas; después de entra en la sala
interior, en cuyo techo hay colgadas muchas lámparas; las paredes están
adornadas, para la fiesta, hasta media altura, de hermosos tapices y de
colgaduras. La parte posterior de la sala está separada del resto por una
cortina. Esta división en tres partes da al Cenáculo cierta similitud con el
templo. En la última parte están dispuestos, a derecha e izquierda, los vestidos
necesarios para la celebración de la fiesta. En el medio hay una especie de
altar; en esta parte de la sala están haciendo grandes preparativos para la
comida pascual. En el nicho de la pared hay tres armarios de diversos colores,
que se vuelven como nuestros tabernáculos para abrirlos y cerrarlos; vi toda
clase de vasos para la Pascua; más tarde, el Santísimo Sacramento reposó
allí. En las salas laterales del Cenáculo hay camas en donde se puede pasar la
noche. Debajo de todo el edificio hay bodegas hermosas. El Arca de la Alianza
fue depositada en algún tiempo bajo el sitio donde se ha construido el hogar.
Yo he visto allí a Jesús curar y enseñar; los discípulos también pasaban con
frecuencia las noches en las laterales.
3
Vi a Pedro y a Juan en Jerusalén entrar en una casa que pertenecía a Serafia
(tal era el nombre de la que después fue llamada Verónica). Su marido,
miembro del Consejo, estaba la mayor parte del tiempo fuera de la casa
atareado con sus negocios; y aun cuando estaba en casa, ella lo veía poco.
Era una mujer de la edad de María Santísima, y que estaba en relaciones con
la Sagrada Familia desde mucho tiempo antes: pues cuando el niño se quedó
en el templo después de la fiesta, ella le dio de comer. Los dos apóstoles
tomaron allí, entre otras cosas, el cáliz de que se sirvió el Señor para la
institución de la Sagrada Eucaristía. El cáliz que los apóstoles llevaron de la
casa de Verónica, es un vaso maravilloso y misterioso. Había estado mucho
tiempo en el templo entre otros objetos preciosos y de gran antigüedad, cuyo
origen y uso se había olvidado. Había sido vendido a un aficionado de
antigüedades. Y comprado por Serafia había servido ya muchas veces a Jesús
para la celebración de las fiestas, y desde ese día fue propiedad constante de
la santa comunidad cristiana. El gran cáliz estaba puesto en una azafata, y
alrededor había seis copas. Dentro de él había otro vaso pequeño, y encima un
plato con una tapadera redonda. En su pie estaba embutida una cuchara, que
se sacaba con facilidad. El gran cáliz se ha quedado en la iglesia de Jerusalén,
cerca de Santiago el Menor, y lo veo todavía conservado en esta villa:
¡aparecerá a la luz como ha aparecido esta vez! Otras iglesias se han repartido
las copas que lo rodeaban; una de ellas está en Antioquía; otra en Efeso:
pertenecían a los Patriarcas, que bebían en ellas una bebida misteriosa cuando
recibían y daban la bendición, como lo he visto muchas veces. El gran cáliz
estaba en casa de Abraham: Melquisedec lo trajo consigo del país de
Semíramis a la tierra de Canaán cuando comenzó a fundar algunos
establecimientos en el mismo sitio donde se edificó después Jerusalén: él lo
usó en el sacrificio, cuando ofreció el pan y el vino en presencia de Abraham, y
se lo dejó a este Patriarca.
4
Por la mañana, mientras los dos Apóstoles se ocupaban en Jerusalén en hacer
los preparativos de la Pascua, Jesús, que se había quedado en Betania, hizo
una despedida tierna a las santas mujeres, a Lázaro y a su Madre, y les dio
algunas instrucciones. Yo vi al Señor hablar solo con su Madre; le dijo, entre
otras cosas, que había enviado a Pedro, el Apóstol de la fe, y a Juan, el
Apóstol del amor, para preparar la Pascua en Jerusalén. Dijo que María
Magdalena, cuyo dolor era muy violento, que su amor era grande, pero que
todavía era un poco según la carne, y que por ese motivo el dolor la ponía
fuera de sí. Habló también del proyecto de Judas, y la Virgen Santísima rogó
por él. Judas había ido otra vez de Betania a Jerusalén con pretexto de hacer
un pago. Corrió todo el día a casa de los fariseos, y arregló la venta con ellos.
Le enseñaron los soldados encargados de prender al Salvador. Calculó sus
idas y venidas de modo que pudiera explicar su ausencia. Volvió al lado del
Señor poco antes de la cena. Yo he visto todas sus tramas y todos sus
pensamientos. Era activo y servicial; pero lleno de avaricia, de ambición y de
envidia, y no combatía estas pasiones. Había hecho milagros y curaba
enfermos en la ausencia de Jesús. Cuando el Señor anunció a la Virgen lo que
iba a suceder, Ella le pidió de la manera más tierna que la dejase morir con Él.
Pero Él le recomendó que tuviera más resignación que las otras mujeres; le dijo
también que resucitaría, y el sitio donde se le aparecería. Ella no lloró mucho,
pero estaba profundamente triste. El Señor le dio las gracias, como un hijo
piadoso, por todo el amor que le tenía. Se despidió otra vez de todos, dando
todavía diversas instrucciones. Jesús y los nueve Apóstoles salieron a las doce
de Betania para Jerusalén; anduvieron al pie del monte de los Olivos, en el
valle de Josafat y hasta el Calvario. En el camino no cesaba de instruirlos. Dijo
a los Apóstoles, entre otras cosas, que hasta entonces les había dado su pan y
su vino, pero que hoy quería darles su carne y su sangre, y que les dejaría todo
lo que tenía. Decía esto el Señor con una expresión tan dulce en su ara, que su
alma parecía salirse por todas partes, y que se deshacía en amor, esperando el
momento de darse a los hombres. Sus discípulos no lo comprendieron:
creyeron que hablaba del cordero pascual. No se puede expresar todo el amor
y toda la resignación que encierran los últimos discursos que pronunció en
Betania y aquí. Cuando Pedro y Juan vinieron al Cenáculo con el cáliz, todos
los vestidos de la ceremonia estaban ya en el vestíbulo. En seguida se fueron
al valle de Josafat y llamaron al Señor y a los nueve Apóstoles. Los discípulos y
los amigos que debían celebrar la Pascua en el Cenáculo vinieron después.
5
Jesús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo, divididos en tres
grupos: el Salvador con los doce Apóstoles en la sala del Cenáculo; Natanael
con otros doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce tenían a su
cabeza a Eliazim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había sido discípulo
de San Juan Bautista. Se mataron para ellos tres corderos en el templo. Había
allí un cuarto cordero, que fue sacrificado en el Cenáculo: éste es el que comió
Jesús con los Apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia; continuamente
ocupado en su trama, no había vuelto cuando el sacrificio del cordero; vino
pocos instantes antes de la comida. El sacrificio del cordero destinado a Jesús
y a los Apóstoles fue muy tierno; se hizo en el vestíbulo del Cenáculo. Los
Apóstoles y los discípulos estaban allí cantando el salmo CXVIII. Jesús habló
de una nueva época que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la
figura del Cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta razón, el
cordero debía ser sacrificado como antiguamente en Egipto, y que iban a salir
verdaderamente de la casa de servidumbre. Los vasos y los instrumentos
necesarios fueron preparados. Trajeron un cordero pequeñito, adornado con
una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima al sitio donde estaba con las
santas mujeres. El cordero estaba atado, con la espalda sobre una tabla, por el
medio del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y azotado. El hijo de
Simeón tenía la cabeza del cordero. El Señor lo picó con la punta de un cuchillo
en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo. Jesús parecía tener
repugnancia de herirlo: lo hizo rápidamente, pero con gravedad; la sangre fue
recogida en un baño, y le trajeron un ramo de hisopo que mojó en la sangre. En
seguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos pilares y la cerradura,
y fijó sobre la puerta el ramo teñido de sangre. Después hizo una instrucción, y
dijo, entre otras cosas, que el ángel exterminador pasaría más lejos; que
debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado,
a Él mismo, el verdadero Cordero pascual; que un nuevo tiempo y un nuevo
sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el fin del mundo. Después se
fueron a la extremidad de la sala, cerca del hogar donde había estado en otro
tiempo el Arca de la Alianza. Jesús vertió la sangre sobre el hogar, y lo
consagró como un altar; seguido de sus Apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y
lo consagró como un nuevo templo. Todas las puertas estaban cerradas
mientras tanto. El hijo de Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en
una tabla: las patas de adelante estaban atadas a un palo puesto al revés; las
de atrás estaban extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a Jesús sobre la
cruz, y fue metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos
traídos del templo. Los convidados se pusieron los vestidos de viaje que
estaban en el vestíbulo, otros zapatos, un vestido blanco parecido a una
camisa, y una capa más corta de adelante que de atrás; se arremangaron los
vestidos hasta la cintura; tenían también unas mangas anchas arremangadas.
Cada grupo fue a la mesa que le estaba reservada: los discípulos en las salas
laterales, el Señor con los Apóstoles en la del Cenáculo. Según puedo
acordarme, a la derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago
el Menor; al extremo de la mesa, Bartolomé; y a la vuelta, Tomás y Judas
Iscariote. A la izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo
de la izquierda, Simón, y a la vuelta, Mateo y Felipe. Después de la oración, el
mayordomo puso delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el
cordero, una copa de vino delante del Señor, y llenó seis copas, que estaban
cada una entre dos Apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los Apóstoles
bebían dos en la misma copa. El Señor partió el cordero; los Apóstoles
presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La comieron muy de prisa,
con ajos y yerbas verdes que mojaban en la salsa. Todo esto lo hicieron de pie

SABADO SANTO
"Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor,
meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en
oración y ayuno su resurrección (Circ 73).
Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro.Callan las
campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día
para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto
y vacío.
La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo,
con un laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor
el mal de la humanidad.
Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de
reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el
Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz "¿por qué
me has abandonado"?- ahora él calla en el sepulcro.Descansa: "consummatum
est", "todo se ha cumplido".
Pero este silencio se puede llamar plenitud de la palabra. El anonadamiento, es
elocuente. "Fulget crucis mysterium": "resplandece el misterio de la Cruz."
El Sábado es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe, ungida de
esperanza, no viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos en el
desaliento: "nosotros esperábamos... ", decían los discípulos de Emaús.
Es un día de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que nos describe
el libro de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver su estado, se
quedaron mudos, atónitos ante su inmenso dolor: "se sentaron en el suelo junto
a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque
veían que el dolor era muy grande" (Job. 2, 13).
Eso sí, no es un día vacío en el que "no pasa nada". Ni un duplicado del
Viernes. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar
de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona. Y junto a
Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa. Callada, como él.
El Sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del
Viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día
puente, pero con personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos
cronológicos - de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús:
muerto, sepultado, resucitado:
"...se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...se rebajó hasta
someterse incluso a la muerte, es decir conociese el estado de muerte, el
estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo
comprendido entre el momento en que Él expiró en la cruz y el momento en
que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del
descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo
depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de
realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo
entero".

VIGILIA PASCUAL
"Según una antiquísima tradición, esta es noche de vigilia en honor del Señor
(Ex 12,42). Los fieles, tal como lo recomienda el evangelio (Lc 12,35-36),
deben parecerse a los criados, que con las lámparas encendidas en las manos,
esperan el retorno de su señor, para que cuando llegue los encuentre en vela y
los invite a sentarse a su mesa" (Misal, pág. 275).

Esta Noche Pascual tiene, como toda celebración litúrgica, dos partes
centrales:

- La Palabra: Solo que esta vez las lecturas son más numerosas (nueve, en vez
de las dos o tres habituales).
- El Sacramento: Esta noche, después del camino cuaresmal y del
catecumenado, se celebran, antes de la Eucaristía, los sacramentos de la
iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación.

Así, los dos momentos centrales adquieren un relieve especial: se proclama en


la Palabra la salvación que Dios ofrece a la humanidad, culminando con el
anuncio de la resurrección del Señor.
Y luego se celebra sacramentalmente esa misma salvación, con los
sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. A todo ello también
se le antepone un rito de entrada muy especial: se añade un rito lucernario que
juega con el símbolo de la luz en medio de la noche, y el Pregón Pascual, lírico
y solemne.
La Pascua del Señor, nuestra Pascua
Todos estos elementos especiales de la Vigilia quieren resaltar el contenido
fundamental de la Noche: la Pascua del Señor, su Paso de la Muerte a la Vida.
La oración al comienzo de las lecturas del Nuevo Testamento, invoca a Dios,
que "ilumina esta noche santa con la gloria de la resurrección del Señor". En
esta noche, con más razón que en ningún otro momento, la Iglesia alaba a Dios
porque "Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado" (Prefacio I de Pascua).
Pero la Pascua de Cristo es también nuestra Pascua: "en la muerte de Cristo
nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección resucitamos
todos"(Prefacio II de Pascua).
La comunidad cristiana se siente integrada, "contemporánea del Paso de Cristo
a través de la muerte a la vida". Ella misma renace y se goza en "la nueva vida
que nace de estos sacramentos pascuales" (oración sobre las ofrendas de la
Vigilia): por el Bautismo se sumerge con Cristo en su Pascua, por la
Confnmación recibe también ella el Espíritu de la vida, y en la Eucaristía
participa del Cuerpo y la Sangre de Cristo, como memorial de su muerte y
resurrección.
Los textos, oraciones, cantos: todo apunta a esta gozosa experiencia de la
Iglesia unida a su Señor, centrada en los sacramentos pascuales. Esta es la
mejor clave para la espiritualidad cristiana, que debe centrarse. más que en la
contemplación de los dolores de Jesús (la espiritualidad del Viernes Santo es la
más fácil de asimilar), en la comunión con el Resucitado de entre los muertos.
Cristo, resucitando, ha vencido a la muerte.
Este es en verdad "el día que hizo el Señor". El fundamento de nuestra fe. La
experiencia decisiva que la Iglesia, como Esposa unida al Esposo, recuerda y
vive cada año, renovando su comunión con El, en la Palabra y en los
Sacramentos de esta Noche.
Luz de Cristo
El fuego nuevo es asperjado en silencio, después, se toma parte del carbón
bendecido y colocado en el incensario, se pone incienso y se inciensa el fuego
tres veces. Mediante este rito sencillo reconoce la Iglesia la dignidad de la
creación que el Señor rescata.
Pero la cera, a su vez, resulta ahora una criatura renovada. Se devolverá al
cirio el sagrado papel de significar ante los ojos del mundo la gloria de Cristo
resucitado. Por eso se graba en primer lugar la cruz en el cirio. La cruz de
Cristo devuelve a cada cosa su sentido. Por ello el Canon Romano dice: "Por él
(Cristo) sigues creando todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los
bendices y los repartes entre nosotros".
Al grabar en la cruz las letras griegas Alfa y Omega y las cifras del año en
curso, el celebrante dice: "Cristo ayer y hoy, Principio y Fin, Alfa y Omega.
Suyo es el tiempo. Y la eternidad. A él la gloria y el poder. Por los siglos de los
siglos. Amén".
Así expresa con gestos y palabras toda la doctrina del imperio de Cristo sobre
el cosmos, expuesta en San Pablo. Nada escapa de la redención del Señor, y
todo, hombres, cosas y tiempo están bajo su potestad.
Se lo adorna con granos de incienso, según una tradición muy antigua, que han
pasado a significar simbólicamente las cinco llagas de Cristo: "Por tus llagas
santas y gloriosas nos proteja y nos guarde Jesucristo nuestro Señor".
Termina el celebrante encendiendo el fuego nuevo, diciendo: "La 1uz de Cristo,
que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu".
Tras el cirio encendido que representa a Cristo, columna de fuego y de luz que
nos guía a través de las tinieblas y nos indica el camino a la tierra prometida,
avanza el cortejo de los ministros. Se escucha cantar tres veces:"Luz de
Cristo" mientras se encienden en el cirio recién bendecido todas las velas de la
comunidad cristiana.
Hay que vivir estas cosas con alma de niño, sencilla pero vibrante, para estar
en condiciones de entrar en la mentalidad de la Iglesia en este momento de
júbilo. El mundo conoce demasiado bien las tinieblas que envuelven a su tierra
en infortunio y congoja. Pero en esa hora, puede decirse que su desdicha ha
atraído la misericordia y que el Señor quiere invadirlo todo con oleadas de su
luz.
Los profetas habían prometido ya la luz: "El pueblo que caminaba en tinieblas
vio una luz grande", escribe Isaías (Is 9, I; 42,7; 49,9). Pero la luz que
amanecerá sobre la nueva Jerusalén (Is 60,1ss.) será el mismo Dios vivo, que
iluminará a los suyos (Is 60, 19) y su Siervo será la luz de las naciones (Is 42,6;
49,6).
El catecúmeno que participa en esta celebración de la luz sabe por experiencia
propia que desde su nacimiento pertenece a las tinieblas; pero sabe también
que Dios "lo llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa" (1 Pe
2,9). Dentro de unos momentos, en la pila bautismal,"Cristo será su luz" (Ef 5,
14). Se va a convertir de tiniebla que es en "luz en el Señor" (Ef 5,8).
Pregón pascual o "exultet"
Este himno de alabanza, en primer lugar, anuncia a todos la alegría de la
Pascua, alegría del cielo, de la tierra, de la Iglesia, de la asamblea de los
cristianos. Esta alegría procede de la victoria de Cristo sobre las tinieblas.
Luego, entona la gran Acción de Gracias. Su tema es la historia de la salvación
resumida por el poema. Una tercera parte consiste en una oración por la paz,
por la Iglesia en sus jefes y en sus fieles, por los que gobiernan los pueblos,
para que todos lleguen a la patria del cielo.
La liturgia de la Palabra
Esta noche la comunidad cristiana se detiene más de lo ordinario en la
proclamación de la Palabra. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento
hablan de Cristo e iluminan la Historia de la Salvación y el sentido de los
sacramentos pascuales. Hay un diálogo entre Dios que habla a su Pueblo (las
lecturas) y el Pueblo que responde (Salmos y oraciones).
Las lecturas de la Vigilia tienen una coherencia y un ritmo entre ellas. La mejor
clave es la que dio el mismo Cristo: "todo lo escrito en la Ley de Moisés y en
los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse, y comenzando por
Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó (a los discípulos de Emaús) lo
que se refería a él en toda la Escritura" (L,c 24,27).

CIRIO PASCUAL
Es el símbolo más destacado del Tiempo Pascual. La palabra "cirio" viene del
latín "cereus", de cera. El producto de las abejas. El cirio más importante es el
que se enciende en la vigilia Pascual como símbolo de cristo – Luz, y que se
sitúa sobre una elegante columna o candelabro adornado.
El Cirio Pascual es ya desde los primeros siglos uno de los símbolos más
expresivos de la Vigilia. En medio de la oscuridad (toda la celebración se hace
de noche y empieza con las luces apagadas), de una hoguera previamente
preparada se enciende el Cirio, que tiene una inscripción en forma de cruz,
acompañada de la fecha del año y de las letras Alfa y Omega, la primera y la
última del alfabeto griego, para indicar que la Pascua del Señor Jesús, principio
y fin del tiempo y de la eternidad, nos alcanza con fuerza nueva en el año
concreto que vivimos. Al Cirio Pascual se le incrusta en la cera cinco granos de
incienso, simbolizando las cinco llagas santas u gloriosas del Señor en la Cruz.
En la procesión de entrada de la Vigilia se canta por tres veces la aclamación al
Cristo: "Luz de cristo. Demos gracias a Dios", mientras progresivamente se van
encendiendo los cirios de los presentes y las luces de la iglesia. Luego se
coloca el cirio en la columna o candelabro que va a ser su soporte, y se
proclama en torno a él, después de incensarlo, el solemne Pregón Pascual.
Además del simbolismo de la luz, el Cirio Pascual tiene también el de la
ofrenda, como cera que se gesta en honor de Dios, esparciendo su
Luz:"acepta, Padre Santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa
Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas.
Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva
para gloria de Dios... Te rogamos que este Cirio, consagrado a tu nombre, para
destruir la oscuridad de esta noche".
El Cirio Pascual estará encendido en todas las celebraciones durante las siete
semanas de la cincuentena pascual, al lado del ambón de la Palabra, hasta la
tarde del domingo de Pentecostés. Una vez concluido el tiempo Pascual,
conviene que el Cirio se conserve dignamente en el bautisterio. El Cirio
Pascual también se usa durante los bautizos y en las exequias, es decir al
principio y el término de la vida temporal, para simbolizar que un cristiano
participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía
de su definitiva incorporación a Luz de la vida eterna.
DOMIGO DE RESURRECCION
La Resurrección es una verdad fundamental del cristianismo. Cristo verdaderamente
resucitó por el poder de Dios. No se trata de un fantasma, ni una mera fuerza de
energía, ni de un cuerpo revivido como el de Lázaro que volvió a morir. La presencia
de Jesús resucitado no se trata de alucinaciones por parte de los Apóstoles.
Cuando decimos "Cristo vive" no estamos usando una manera de hablar, como
piensan algunos, para decir que vive solo en nuestro recuerdo. La cruz, muerte y
resurrección de Cristo son hechos históricos que sacudieron el mundo de su época y
transformaron la historia de todos los siglos. Cristo vive para siempre con el mismo
cuerpo con que murió, pero este ha sido transformado y glorificado (Cf. Cor.15:20, 35-
45) de manera que goza de un nuevo orden de vida como jamás vivió un ser humano.
La vida de Cristo la vivimos por la gracia. Los que son de Cristo participan ya de esta
vida nueva de Cristo desde el bautismo. Esta vida activa en nosotros se llama gracia.
Se puede perder por el pecado mortal, pero se puede recuperar por el perdón
sacramental, y la debemos aumentar viviendo fielmente nuestra fe. La gracia nos da
fortaleza, esperanza y la capacidad de un amor sobrenatural. Nos hace capaces de
comprender el sentido profundo de la vida y de las luchas porque nos comunica la
perspectiva de Dios. El cristiano, movido por el Espíritu Santo vive en gracia de Dios,
preparándose para la continuación de su vida eterna después de la muerte. Esta vida
de Cristo la vivieron los santos (Cf. Rom 6:8) de manera ejemplar. Todos debemos de
imitarlos para ser también santos. Sin la gracia, los hombres caen en un gran vacío, en
una vida sin sentido.
La muerte, tanto espiritual como física, es la consecuencia del pecado que entró en el
mundo por rebelión de nuestros primeros padres. Estamos sujetos a la muerte física,
pero el "aguijón" del pecado ha sido reemplazado por la esperanza cierta en la
resurrección. Jesucristo pagó el precio por nuestros pecados con su muerte en la cruz.
Conquistó así a todos sus enemigos. El último enemigo en ser destruido, al final del
tiempo, será la muerte (Cf. I Cor. 15:26). Por eso, la muerte no es el final, tampoco nos
encierra en un ciclo como piensan los proponentes de la reencarnación. Vivimos y
morimos una sola vez. Durante nuestra vida mortal decidimos nuestra eternidad.
Recibimos la gracia y la misericordia de Dios que nos abre las puertas del cielo. Al
final del tiempo se establecerá plenamente el reino del Señor.
Todos resucitaremos
Cristo resucitado es el primer fruto (Cf.1 Cor 15:20) de la nueva creación. Con su cruz,
El ha abierto las puertas para que nuestros cuerpos también resuciten. Por eso los
cristianos no solo creemos en la resurrección de Jesús sino también en "la
resurrección de la carne", como profesamos en el credo de los Apóstoles, es decir en
la resurrección de todos los hombres. Sobre esto escribe San Pablo: "Porque,
habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la
resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así
también todos revivirán en Cristo" (I Cor. 15:21,22) y mas adelante: "En un instante, en
un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los
muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados (I Corintios
15:52).
La Resurrección es mucho mas que la reencarnación. Es cierto que algunas religiones
narran sobre dioses que mueren y resucitan pero ninguna habla de un cuerpo
gloriosamente resucitado ni del poder para compartir esta nueva vida con otros. Los
judíos no esperaban un Mesías que muriera y resucitara. Algunos tenían la esperanza
de resucitar, pero no con cuerpos gloriosos sino en una resurrección análoga a la de
Lázaro (Cf. Is. 26:19; Ez. 37:10; Dn 12:2).
Algunas filosofías y religiones han creído en la reencarnación o en la inmortalidad del
alma apartada del cuerpo. Pero la fe en la resurrección solo se encuentra entre los
cristianos.
¿Como será el cuerpo resucitado?
Nadie en este mundo puede comprenderlo del todo pero si sabemos que será como el
cuerpo resucitado de Cristo. Similar en algunos aspectos a nuestros cuerpos en su
forma actual, pero, para los redimidos, un cuerpo transformado y glorificado. Jesucristo
resucitado ya no muere, ya no sufre las limitaciones del cuerpo mortal, las paredes y
las puertas cerradas ya no son un obstáculo para El.
"Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal
cual es." I Juan 3:2.

SIMBOLOGIA

El pan y el vino
Son los elementos naturales que Jesús toma para que no sólo simbolicen sino que se
conviertan en su Cuerpo y su Sangre y lo hagan presente en el sacramento de la
Eucaristía.
Jesús los asume en el contexto de la cena pascual, donde el pan ázimo de la pascua
judía que celebraban con sus apóstoles hacía referencia a esa noche en Egipto en que
no había tiempo para que la levadura hiciera su proceso en la masa (Ex 12,8).
El vino es la nueva sangre del Cordero sin defectos que, puesta en la puerta de las
casas, había evitado a los israelitas que sus hijos murieran al paso de Dios (Ex 12,5-
7). Cristo, el Cordero de Dios (Jn 1,29), al que tanto se refiere el Apocalipsis, nos salva
definitivamente de la muerte por su sangre derramada en la cruz.
Los símbolos del pan y el vino son propios del Jueves Santo en el que, durante la Misa
vespertina de la Cena del Señor, celebramos la institución de la Eucaristía, de la que
encontramos alusiones y alegorías a lo largo de toda la Escritura.

Pero como esta celebración vespertina es el pórtico del Triduo Pascual, que comienza
e1 Viernes Santo, es necesario destacar que la Eucaristía de ese Jueves Santo,
celebrada por Jesús sobre la mesa-altar del Cenáculo, era el anticipo de su Cuerpo y
su Sangre ofrecidos a la humanidad en el "cáliz" de la cruz, sobre el "altar" del mundo.
El lavatorio de los pies
El Evangelio de San Juan es el único que nos relata este gesto simbólico de Jesús en
la Última Cena y anticipa el sentido más profundo del "sinsentido" de la cruz.
Un gesto inusual para un Maestro, propio de los esclavos, se convierte en la síntesis
de su mensaje da a los apóstoles una clave de lectura para enfrentar lo que vendrá.
En una sociedad donde las actitudes defensivas y las expresiones de autonomia se
multiplican, Jesús humilla nuestra soberbia y nos dice que abrazar la cruz, su cruz,
hoy, es ponerse al servicio de los demás. Es la grandeza de los que saben hacerse
pequeños, la muerte que conduce a la vida.
Los símbolos de la Pasión
1. La cruz
La cruz fue, en la época de Jesús, el instrumento de muerte más humillante. Por eso,
la imagen del Cristo crucificado se convierte en"escándalo para los judíos y locura
para los paganos" (1 Cor 1,23). Debió pasar mucho tiempo para que los cristianos se
identificaran con ese símbolo y lo asumieran como instrumento de salvación,
entronizado en los templos y presidiendo las casas y habitaciones sólo, pendiendo del
cuello como expresión de fe.
Esto lo demuestran las pinturas catacumbales de los primeros siglos, donde los
cristianos, perseguidos por su fe, representaron a Cristo como el Buen Pastor por el
cual "no temeré ningún mal" (Sal 22,4); o bien hacen referencia a la resurrección en
imágenes bíblicas como Jonás saliendo del pez después de tres días; o bien ilustran
los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, anticipo y alimento de vida eterna. La
cruz aparece sólo velada, en los cortes de los panes eucarísticos o en el ancla
invertida.
Podríamos pensar que la cruz era ya la que ellos estaban soportando, en los
travesaños de 1a inseguridad y la persecución. Sin embargo, Jesús nos invita a
seguirlo negándonos a nosotros mismos y tomando nuestra cruz cada día (cf Mt 10,38;
Mc 8,34; Lc 9,23).
Expresión de ese martirio cotidiano son las cosas que más nos cuestan y nos duelen,
pero que pueden ser iluminadas y vividas de otra manera precisamente desde Su
cruz.
Sólo así la cruz ya no es un instrumento de muerte sino de vida y al "por qué a mi"
expresado como protesta ante cada experiencia dolorosa, lo reemplazamos por el
"quién soy yo" de quien se siente demasiado pequeño e indigno para poder participar
de la Cruz de Cristo, incluso en las pequeñas "astillas" cotidianas.
2. La corona de espinas, el látigo, los clavos, la lanza, la caña con vinagre...
Estos "accesorios" de la Pasión muchas veces aparecen gráficamente apoyados o
superpuestos a la cruz.
Son la expresión de todos los sufrimientos que, como piezas de un rompecabezas,
conformaron el mosaico de la Pasión de Jesús.
Ellos materialmente nos recuerdan otros signos o elementos igualmente dolorosos: el
abandono de los apóstoles y discípulos, las burlas, los salivazos, la desnudez, los
empujones, el aparente silencio de Dios.
La Pasión revistió los tres niveles de dolor que todo ser humano puede soportar: físico,
sicológico y espiritual. A todos ellos Jesús respondió perdonando y abandonándose en
las manos del Padre.
Los símbolos de la Luz
1. La luz y el fuego
Desde siempre, la luz existe en estrecha relación con la oscuridad: en la historia
personal o social, una época sombría va seguida de una época luminosa; en la
naturaleza es de las oscuridades de la tierra de donde brota a la luz la nueva planta,
así como a la noche le sucede el día.
La luz también se asocia al conocimiento, al tomar conciencia de algo nuevo, frente a
la oscuridad de la ignorancia. Y porque sin luz no podríamos vivir, la luz, desde
siempre, pero sobre todo en las Escrituras, simboliza la vida, la salvación, que es Él
mismo (Sal 27,1; Is 60, 19-20).
La luz de Dios es una luz en el camino de los hombres (Sal 119, 105), así como su
Palabra (Is 2,3-5). El Mesías trae también la luz y Él mismo es luz (Is 42.6; Lc 2,32).
Las tinieblas, entonces. son símbolo del mal, la desgracia, el castigo, la perdición y la
muerte (Job 18, 6. 18; Am 5. 18). Pero es Dios quien penetra y disipa las tinieblas (Is
60, 1-2) y llama a los hombres a la luz (Is 42,7).
Jesús es la luz del mundo (Jn 8, 12; 9,5) y, por ello, sus discípulos también deben
serlo para los demás (Mt 5.14), convirtiéndose en reflejos de la luz de Cristo (2 Cor
4,6). Una conducta inspirada en el amor es el signo de que se está en la luz (1 Jn 2,8-
11).
Durante la primera parte de la Vigilia Pascual, llamada "lucernario", la fuente de luz es
el fuego. Este, además de iluminar quema y, al quemar, purifica. Como el sol por sus
rayos, el fuego simboliza la acción fecundante, purificadora e iluminadora. Por eso. en
la liturgia, los simbolismos de la luz-llama e iluminar-arder se encuentran casi siempre
juntos.
2. El cirio pascual
Entre todos los simbolismos derivados de la luz y del fuego, el cirio pascual es la
expresión más fuerte, porque los reúne a ambos.
El cirio pascual representa a Cristo resucitado, vencedor de las tinieblas y de la
muerte, sol que no tiene ocaso. Se enciende con fuego nuevo, producido en completa
oscuridad, porque en Pascua todo se renueva: de él se encienden todas las demás
luces.
Las características de la luz son descritas en el exultet y forman una unidad indisoluble
con el anuncio de la liberación pascual. El encender el cirio es, pues, un memorial de
la Pascua. Durante todo el tiempo pascual el cirio estará encendido para indicar la
presencia del Resucitado entre los suyos. Toda otra luz que arda con luz natural
tendrá un simbolismo derivado, al menos en parte, del cirio pascual.
Los símbolos del Bautismo
1. El agua
Si bien el rito del Bautismo está todo él repleto de símbolos, el agua es el elemento
central, el símbolo por excelencia.
En casi todas las religiones y culturas, el agua posee un doble significado: es fuente
de vida y medio de purificación.
En las Escrituras, encontramos las aguas de la Creación sobre las que se cernía el
Espíritu de Dios (Gn 1,2). El agua es vida en el riego, en la savia, en el liquido
amniótico que nos envuelve antes de nacer.
En el diluvio universal las aguas torrenciales purifican la faz de 1a tierra y dan lugar a
la nueva creación a partir de Noé.
En el desierto, los pozos y los manantiales se ofrecen a los nómades como fuente de
alegría y de asombro. Cerca de ellos tienen lugar los encuentros sociales y sagrados,
se preparan los matrimonios, etc.
Los ríos son fuentes de fertilización de origen divino; las lluvias y el rocío aportan su
fecundidad como benevolencia de Dios. Sin el agua el nómade sería inmediatamente
condenado a muerte y quemado por el sol palestino. Por eso se pide el agua en la
oración.
Yahvé se compara con una lluvia de primavera (Os 6,3), al rocío que hace crecer las
flores (Os 14.6). El justo es semejante al árbol plantado a los bordes de las aguas que
corren (Nm 24,6); el agua es signo de bendición.
Según Jeremías (2, 13), el pueblo de Israel, al ser infiel, olvida a Yahvé como fuente
de agua viva, queriendo excavar sus propias cisternas. El alma busca a Dios como el
ciervo sediento busca la presencia del agua viva (Sal 42,2-3). El alma aparece así
como una tierra seca y sedienta, orientada hacia el agua.
Jesús emplea también este simbolismo en su conversación con la samaritana (Jn 4.1-
14), a quien se le revela como "agua viva" que puede saciar su sed de Dios. Él mismo
se revela como la fuente de esa agua: "Si alguno tiene sed, que venga a Mí y
beba" (Jn 7,37-38). Como de la roca de Moisés, el agua surge del costado traspasado
por la lanza, símbolo de su naturaleza divina y del Bautismo (cf Jn 19,34).
Por este motivo, el agua se convirtió en el elemento natural del primer sacramento de
la iniciación cristiana. Desde los primeros siglos del cristianismo, los cristianos adultos
eran bautizados en una especie de pileta llena de agua que contaba con dos
escaleras: por una se descendía y por otra se salía. La imagen de "bajar" a las aguas
representaba el momento de la purificación de los pecados y estaba asociada a la
muerte de Cristo.
La salida, subiendo por el lado opuesto, representaba el renacer a la nueva vida, como
saliendo del vientre materno,. y era asociado a la resurrección. En el centro se hacía la
profesión de fe pública. Y esto significa que el agua del bautismo no es algo "mágico" -
como piensan muchos creyentes- que protege o transforma por sí sola, sino la
expresión de este doble compromiso: el de cambiar de vida muriendo al pecado y el
de renovar la escala de valores, iluminados por Cristo, resucitados con Él.
2. La vestidura blanca
El color blanco siempre fue identificado con la pureza, con lo inocente. Parece lógico
que, desde los primeros siglos del cristianismo, los catecúmenos acudieran al
Bautismo vestidos con túnicas blancas. Podríamos considerarlo, inclusive, como
inspirado en la imagen reiterada del Apocalipsis, en la que los seguidores fieles del
Cordero han merecido vestirse de blanco (cf 3,4-5.18; 4,4; 7,9.13-14; 19,14; 22,14).
Sin embargo, los textos bíblicos dependerían de lo que nos dice la tradición cultural de
los primeros siglos, anterior a los mismos. En todo el Imperio Romano, sólo los
miembros del Senado se vestían con túnicas blancas. De allí que los llamasen
candídatus, del latín "candida", blanco. De esta manera. manifestaba públicamente su
dignidad, la de servir al Emperador, quien se presentaba como el Hijo de Dios.
Los cristianos, entonces, al ir vestidos de blanco a recibir el Bautismo, intentaron
mostrar que la verdadera dignidad del hombre no consiste en trabajar para ningún
poder político sino en servir a Jesucristo, el verdadero Hijo de Dios. Por lo tanto, más
que símbolo de pureza, era símbolo de dignidad, de vida nueva, de compromiso con
un estilo de vida y con el esfuerzo cotidiano por conservarla sin mancha, para ser
considerados dignos de participar en el banquete del Reino (cf Mt 22, 12).
En una sociedad consumista como la nuestra, en la que la dignidad de las personas
depende de cómo van vestidas, de la moda que siguen, de las marcas que usan, los
cristianos deberíamos preguntarnos qué hicimos de nuestra "vestidura blanca"
bautismal y verifìcar si, como dice San Pablo,"nos hemos revestldo de Cristo" (cfr Gá1
3.27).

You might also like