Professional Documents
Culture Documents
EL CATEQUISTA PARA UNA IGLESIA MISIONERA
2. Vocación e identidad. En la Iglesia, el Espíritu Santo llama por su nombre a cada
bautizado a dar su aportación al advenimiento del Reino de Dios. En el estado laical se
dan varias vocaciones, es decir, distintos caminos espirituales y apostólicos en los que
están involucrados cada uno de los fieles y los
Microsoft Office PowerPoint 2003.lnk
grupos. En el cauce de una vocación laical común florecen vocaciones laicales
particulares.
Fundamento de la personalidad del catequista, además de los sacramentos del Bautismo
y de la Confirmación, es, pues, un llamamiento específico del Espíritu, es decir, un
"carisma particular reconocido por la Iglesia" hecho explícito por el mandato del
Obispo. Es importante que el candidato a catequista capte el sentido sobrenatural y
eclesial de ese llamamiento, para que pueda responder con coherencia y decisión como
el Verbo eterno: "He aquí que vengo" (Hb 10,7), o como el profeta: "Heme aquí,
envíame" (Is 6,8).
En la realidad misionera, la vocación del catequista es específica, es decir, reservada a
la catequesis, y general, para colaborar en los servicios apostólicos que sirven para la
edificación de la Iglesia y para su crecimiento.
La CEP insiste sobre el valor y sobre la especificidad de la vocación del catequista; de
ahí el empeño que debe tener cada uno en descubrir, discernir y cultivar la propia
vocación.
Por tanto, el catequista que trabaja en los territorios de misión tiene una identidad propia
que lo distingue del catequista que desempeña sus funciones en las Iglesias de antigua
fundación, como lo enseñan el mismo Magisterio y la legislación de la Iglesia.
Sintetizando, el catequista en los territorios de misión está caracterizado por cuatro
elementos comunes y específicos: un llamamiento del Espíritu; una misión eclesial; una
cooperación al mandato apostólico del Obispo; una conexión especial con la realización
de la actividad misionera ad Gentes.
3. Función. Estrechamente vinculada a esa identidad está la función del catequista que
se desarrolla en relación con la actividad misionera. Esa misión se presenta amplia y
diferenciada: al mismo tiempo que anuncio explícito del mensaje cristiano y conducción
de los catecúmenos y de los hermanos y hermanas a los sacramentos hasta la madurez
de fe en Cristo, es también presencia y testimonio; comprende la promoción del
hombre; se traduce en inculturación, se hace diálogo.
Por eso el Magisterio, cuando trata del catequista en tierra de misión, manifiesta una
consideración privilegiada y hace una reflexión de amplio alcance. Así, la Redemptoris
Missio describe a los catequistas como "agentes especializados, testigos directos,
evangelizadores insustituibles, que representan la fuerza fundamental de las
comunidades cristianas, especialmente en las Iglesias jóvenes". El mismo Código de
Derecho Canónico trata aparte el asunto de los catequistas comprometidos en la
actividad misionera propiamente dicha y los describe como "fieles laicos debidamente
instruidos y que se destaquen por su vida cristiana, los cuales, bajo la dirección de un
misionero, se dediquen a explicar la doctrina evangélica y a organizar los actos
litúrgicos y las obras de caridad".
Esta amplia descripción de la misión del catequista corresponde al concepto esbozado
en la Asamblea Plenaria de la CEP, en el 1970: "El catequista es un laico especialmente
encargado por la Iglesia, según las necesidades locales, para hacer conocer, amar y
seguir a Cristo por aquellos que todavía no lo conocen y por los mismos fieles".
Es oportuno, sin embargo, recordar una precisación. Así como a los otros fieles,
también al catequista se pueden confiar, según las normas canónicas, algunos cometidos
conexos al sagrado ministerio, que no requieren el carácter de la Ordenación. El
desempeño de tales funciones, en calidad de suplente, no hace del catequista un pastor,
en cuanto su legitimación deriva directamente de la delegación oficial dada por los
Pastores.
Conviene, sin embargo, tener presente una precisación hecha en el pasado por este
mismo Dicasterio en su actividad ordinaria: "El catequista no es un mero suplente del
sacerdote, sino que es, de derecho, un testigo de Cristo en la comunidad a la que
pertenece".
4. Categorías y funciones. Los catequistas en los territorios de misión se distinguen no
solo de los catequistas que actúan en las Iglesias de antigua tradición, sino que se
presentan con características y modalidades de acción muy diversificadas de una
experiencia eclesial a otra, por lo que resulta difícil hacer una descripción unitaria y
sintética.
En el plan práctico, es útil tener presente que se puede hablar de dos categorías de
catequistas: los de tiempo pleno, que dedican toda su vida a este servicio, y, en cuanto
tales, son reconocidos oficialmente: y los de tiempo parcial, que ofrecen una
colaboración limitada, pero siempre preciosa. La proporción entre estas dos categorías
varía de zona a zona, aunque la línea de tendencia muestra que los catequistas de tiempo
parcial son mucho más numerosos.
A la dos categorías están confiadas bastantes tareas o funciones. Y precisamente en este
aspecto se dan las mayores y más numerosas diversificaciones. Consideramos objetivo
el siguiente prospecto global, y puede ayudar a comprender la situación actual en las
Iglesias que dependen de la CEP:
Los catequistas que tienen la función específica de la catequesis, a los que se confían
en general estas actividades: la educación en la fe de jóvenes y adultos; la preparación
para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana, tanto de los candidatos, como de
sus familias; la colaboración en iniciativas de apoyo a la catequesis como retiros,
encuentros, etc. Estos catequistas son más numerosos en las Iglesias donde la
organización de los servicios laicales está mejor desarrollada.
Los Catequistas que cooperan en las distintas formas de apostolado con los
ministros ordenados en cordial y estrecha obediencia. Sus tareas son múltiples: desde el
anuncio a los no cristianos y la catequesis a los catecúmenos y a los bautizados, hasta la
animación de la oración comunitaria, especialmente de la liturgia dominical cuando
falta el sacerdote; desde la asistencia espiritual a los enfermos hasta la celebración de
funerales; desde la formación de otros catequistas en los centros y la dirección de los
catequistas voluntarios, hasta el control de las iniciativas pastorales; desde la promoción
humana y de la justicia, hasta la ayuda a los pobres, las actividades organizativas, etc.
Estos catequistas prevalecen en las parroquias de vasto territorio, y en comunidades de
fieles distantes del centro; o también cuando los párrocos, por falta de sacerdotes,
escogen colaboradores laicos de tiempo completo.
El dinamismo de las Iglesias jóvenes y su situación sociocultural favorecen el surgir y
aun perdurar de otras distintas funciones apostólicas. Así, existen los maestros de
religión en las escuelas, encargados de enseñar la religión a los estudiantes bautizados y
la primera evangelización a los no cristianos. Estos prevalecen donde la autoridad del
Estado limita enseñanza religiosa en sus escuelas, y son también importantes donde
existe una estructura escolar de la Iglesia o donde se trata de recuperar su presencia
entre los estudiantes de las escuelas estatalizadas. Hay también Catequistas dominicales
encargados de enseñar la religión en escuelas organizadas por las parroquias y enlazadas
con la liturgia festiva, especialmente donde el Estado no permite tal enseñanza en las
escuelas propias. Y no hay que olvidar tampoco a cuantos operan en los barrios de
grandes ciudades, en nuevas zonas urbanas, entre militares, immigrados, encarcelados
etc. Las diversas experiencias y sensibilidades eclesiales consideran estas funciones
como propias del Catequista, o como formas de servicio laical a la Iglesia y a su misión.
La CEP considera esta variedad de cometidos como expresión de la riqueza del Espíritu
operante en las Iglesias jóvenes. Y los recomienda a la atención de los Pastores. Pero
pide que se promuevan aquellos que responden mejor a las exigencias actuales,
poniendo especial atención a las perspectivas para el futuro.
Hay otro aspecto que no debemos desestimar. Los catequistas pertenecen a diversas
categorías de personas, y es por tanto claro que el impacto de su actividad varía según el
ambiente y las culturas en las que operan. Así, por ejemplo, el hombre casado parece ser
más indicado para desempeñar la tarea de animador de la comunidad, especialmente
donde la cultura lo considera todavía como el jefe natural de la sociedad; a la mujer se
la juzga, en general, más idónea para la educación de los niños y para la promoción
cristiana del ambiente femenino; a los adultos se les considera más maduros y estables,
sobre todo si son casados, con la posibilidad, además, de testimoniar coherentemente el
valor cristiano del matrimonio; los jóvenes, en cambio, son los preferidos para los
contactos con los jóvenes y para iniciativas que exigen más disponibilidad y tiempo
libre.
En fin, es oportuno tener presente que, al lado de los catequistas laicos, opera en la
catequesis un gran número de religiosos y religiosas. Aun sin considerarlos Catequistas
por el hecho de ser consagrados poseen una indudable preparación espiritual y plena
disponibilidad apostólica. De ahí que, en la práctica, los religiosos y las religiosas
ejercen las funciones propias de los catequistas y sobre todo, en virtud de su estrecha
colaboración con los sacerdotes, tienen con frecuencia una parte activa a nivel de
dirección. Por estas razones, la CEP encomienda al compromiso de los religiosos y de
las religiosas, como ya se verifica en muchas partes, este importante sector de la vida
eclesial, especialmente al nivel de la formación, de la atención y del cuidado de los
catequistas.
5. Perspectivas de desarrollo en un futuro próximo.
La tendencia general que la CEP asume y anima es la de mantener y promover la
figura del catequista cono tal, independientemente de las tareas que desesempeña. El
valor del catequista, y su eficacia apostólica, son siempre decisivos para la misión de la
Iglesia.
La CEP, basada en su experiencia de alcance universal, presenta algunas pistas para
promover e iluminar una reflexión en este sentido:
se ha de dar preferencia absoluta a la calidad. El problema común, reconocido
como tal parece ser la escasez de individuos con una preparación adecuada. El objetivo
inmediato y prioritario para todos ha de ser, por tanto, la persona del catequista. Esto
tendrá consecuencias prácticas en los criterios de elección, en el proceso de formación,
en el cuidado y atención al catequista. Las palabras del Santo Padre son muy claras:
"Para un servicio evangélico tan fundamental se necesitan numerosos operarios. Pero,
sin descuidar el número, hay que procurar con todo empeño sobretodo la calidad del
catequista" .
Teniendo en cuenta el nuevo impulso dado a la misión ad gentes, el futuro del
catequista en las Iglesias jóvenes se caracterizará, ciertamente, por el celo misionero. El
catequista, por lo tanto, se deberá calificar cada vez más como apóstol laico de frontera.
En el futuro deberá seguir distinguiéndose, como en el pasado, por su eficacia
insustituible en la actividad misionera ad gentes.
No basta establecer un objetivo; es preciso elegir los medios adecuados para
alcanzarlo. Eso vale también para la cualificación del catequista. Se trata de establecer
programas concretos, procurarse adecuadas estructuras y medios económicos, y
encontrar formadores preparados para garantizar al catequista la mayor idoneidad
posible. Desde luego, la importancia de los medios y el grado de cualificación varían
según las posibilidades reales de cada Iglesia, pero todos deben lograr un objetivo
mínimo, sin ceder ante las dificultades.
Reforzar los núcleos de responsables. Se prevé que en todas partes serán necesarios
almenos algunos catequistas profesionales, preparados en centros específicos que, bajo
la dirección de los Pastores y en puestos claves de la organización catequística, deberán
cuidar la preparación de las nuevas fuerzas, introducirlas y guiarlas en el desempeño de
sus funciones. Deberán estar situados en los distintos planos: parroquial, diocesano y
nacional, y han de garantizar el buen funcionamiento de ese sector tan importante para
la vida de la Iglesia.
Además de estas líneas de renovación para el porvenir de los catequistas, la CEP
constata que, con toda probabilidad, pues se vislumbran los síntomas, en un futuro
próximo cobrarán fuerza algunas categorías. Habrá que identificar quiénes serán
protagonistas del mañana.
En este contexto, será necesario impulsar especialmente a los catequistas que tienen un
marcado espíritu misionero, para que "se hagan ellos mismos animadores misioneros
de sus respectivas comunidades eclesiales y estén dispuestos, si el Espíritu les llama
interiormente y los Pastores les envían, a salir de su propio territorio para anunciar el
Evangelio, preparar los catecumenos al Bautismo y construir nuevas comunidades
eclesiales".
Se prevé, asimismo, un futuro cada vez más importante para los Catequistas dedicados
directamente a la catequesis, porque las Iglesias jóvenes se desarrollan, multiplicando
los servicios apostólicos laicales distintos del catequista. Se requerirán por tanto,
catequistas especializados. Entre éstos hay que destacar los que trabajan por la
renovación cristiana en las comunidades de mayoría de bautizados, pero de escasa
instrucción religiosa y vida de fe. Están surgiendo otros tipos de catequistas, que hay
que tener en cuenta porque deberán responder a retos ya en parte actuales, como la
urbanización, la creciente escolaridad con particular referencia al ambito universitario y,
más en general, a los jóvenes, y también las migraciones con el fenómeno de los
refugiados, el avance de la secularización, los cambios políticos, la cultura de masa
favorecida por los massmedia, etc.
La CEP señala el alcance de estas perspectivas y la necesidad de no eludirlas, puesto
que las opciones concretas, y su actuación gradual corresponden a los Pastores locales.
Las Conferencias Episcopales y cada uno de los Obispos deberán elaborar un programa
de promoción del catequista para el futuro, teniendo en cuenta estas pistas
preferenciales que valen para todos, y dedicando especial atención a la dimensión
misionera, tanto en la formación como en la actividad del catequista. Estos programas,
que no deben ser genéricos sino circunstanciados, deberán responder al contexto local,
de manera que cada Iglesia tenga los catequistas que necesita ahora, y forme y prepare a
los catequistas que prevé que responderán mejor a sus necesidades futuras.
II
6. Necesidad y naturaleza de la espiritualidad del catequista. Es necesario que el
catequista tenga una profunda espiritualidad, es decir, que viva en el Espíritu que le
ayude a renovarse contínuamente en su identidad específica.
La necesidad de una espiritualidad propia del catequista se deriva de su vocación y
misión. Por eso, la espiritualidad del catequista entraña, con nueva y especial exigencia,
una llamada a la santidad. La feliz expresión del Sumo Pontífice Juan Pablo II: "el
verdadero misionero es el santo" puede aplicarse ciertamente al catequista. Como todo
fiel, el catequista "está llamado a la santidad y a la misión", es decir, a realizar su
propia vocación "con el fervor de los santos".
La espiritualidad del catequista está ligada estrechamente a su condición de "cristiano"
y de "laico", hecho partícipe, en su propia medida, del oficio profético, sacerdotal y real
de Cristo. La condición propia del laico es secular, con el "deber específico, cada uno
según su propia condición, de animar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu
evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en la realización de esas
mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares".
Cuando el catequista está casado, la vida matrimonial forma parte de su espiritualidad.
Como afirma justamente el Papa:"Los catequistas casados tienen la obligación de
testimoniar con coherencia el valor cristiano del matrimonio, viviendo el sacramento
en plena fidelidad y educando con responsabilidad a sus hijos". Esta espiritualidad
correspondiente al matrimonio puede tener un impacto favorable y característico en la
misma actividad del catequista, y este tratará de asociar a la esposa y a los hijos en su
servicio, de manera que toda la familia llegue a ser una célula de irradiación apostólica.
La espiritualidad del catequista está vinculada también a su vocación apostólica y, por
consiguiente, se expresa en algunas actitudes determinantes que son: la apertura a la
Palabra, es decir, a Dios, a la Iglesia y por consiguiente, al mundo; la autenticidad de
vida; el celo misionero y el espíritu mariano.
7. Apertura a la Palabra. El ministerio del catequista está esencialmente unido a la
comunicación de la Palabra. La primera actitud espiritual del catequista está
relacionada, pues, con la Palabra contenida en la revelación, predicada por la Iglesia,
celebrada en la liturgia y vivida especialmente por los santos. Y es siempre un
encuentro con Cristo, oculto en su Palabra, en la Eucaristía, en los hermanos. Apertura a
la Palabra significa, a fin de cuentas, apertura a Dios, a la Iglesia y al mundo.
Apertura a Dios Uno y Trino, que está presente en lo más íntimo de la persona y da
un sentido a toda su vida: convicciones, criterios, escala de valores, decisiones,
relaciones, comportamientos, etc. El catequista debe dejarse atraer a la esfera del Padre
que comunica la Palabra; de Cristo, Verbo Encarnado, que pronuncia todas y solo las
Palabras que oye al Padre (cf. Jn 8,26; 12,49); del Espíritu Santo que ilumina la mente
para hacer comprender toda la Palabra y caldea el corazón para amarla y ponerla
fielmente en práctica (Cf. Jn 16,1214).
Se trata, pues, de una espiritualidad arraigada en la Palabra viva, con dimensión
Trinitaria, como la salvación y la misión universal. Eso implica una actitud interior
coherente, que consiste en participar en el amor del Padre, que quiere que todos los
hombres lleguen a conocer la verdad y se salven (cf. 1Tim 2,4); en realizar la comunión
con Cristo, compartir sus mismos sentimientos (cf. Flp 2,5), y vivir, como Pablo, la
experiencia de su continua presencia alentadora: "No tengas miedo (...) porque yo estoy
contigo" (Hch 18,910); en dejarse plasmar por el Espíritu y transformarse en testigos
valientes de Cristo y anunciadores luminosos de la Palabra.
Apertura a la Iglesia, de la cual el catequista es miembro vivo que contribuye a
construirla y por la cual es enviado. A la Iglesia ha sido encomendada la Palabra para
que la conserve fielmente, profundice en ella con la asistencia del Espíritu Santo y la
proclame a todos los hombres.
Esta Iglesia, como Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, exige del catequista un
sentido profundo de pertenencia y de responsabilidad por ser miembro vivo y activo de
ella; como sacramento universal de salvación, ella le pide que se empeñe en vivir su
misterio y gracia multiforme para enriquecerse con ellos y llegar a ser signo visible en
la comunidad de los hermanos. El servicio del catequista no es nunca un acto individual
o aislado, sino siempre profundamente eclesial.
La apertura a la Iglesia se manifiesta en el amor filial a ella, en la consagración a su
servicio y en la capacidad de sufrir por su causa. Se manifiesta especialmente en la
adhesión y obediencia al Romano Pontífice, centro de unidad y vínculo de comunión
universal, y también al propio Obispo, padre y guía de la Iglesia particular. El catequista
debe participar responsablemente en las vicisitudes terrenas de la Iglesia peregrina que,
por su misma naturaleza, es misionera y debe compartir con ella, también el anhelo del
encuentro definitivo y beatificante con el Esposo.
El sentido eclesial, propio de la espiritualidad del catequista se expresa, pues, mediante
un amor sincero a la Iglesia, a imitación de Cristo que "amó a la Iglesia y se entregó a
sí mismo por ella" (Ef 5,25). Se trata de un amor activo y totalizante que llega a ser
participación en su misión de salvación hasta dar, si es necesario, la propia vida por ella.
Apertura misionera al mundo, lugar donde se realiza el plan salvífico que procede
del "amor fontal" o caridad eterna del Padre; donde históricamente el Verbo puso su
morada para habitar con los hombres y redimirlos (cf. Jn 1,14), donde ha sido
derramado el Espíritu para santificar a los hijos y constituirlos como Iglesia, para llegar
hasta el Padre a través de Cristo, en un solo Espíritu (cf. Ef 2,18).
El catequista tendrá, pues, un sentido de apertura y de atención a las necesidades del
mundo, al que se sabe enviado constantemente y que es su campo de trabajo, aún sin
pertenecer del todo a él (cf. Jn 17,1421). Eso significa que deberá permanecer insertado
en el contexto de los hombres, hermanos suyos, sin aislarse o echarse atrás por temor a
las dificultades o por amor a la tranquilidad; y conservará el sentido sobrenatural de la
vida y la confianza en la eficacia de la Palabra que, salida de la boca misma de Dios, no
retorna sin producir un efecto seguro de salvación (cf. Is 55,11).
El sentido de apertura al mundo caracteriza la espiritualidad del catequista en virtud de
la "caridad apostólica", la misma de Jesús, Buen Pastor, que vino para "reunir en uno a
los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52). El catequista ha de ser, pues, el
hombre de la caridad que se acerca a los hermanos para anunciarles que Dios los ama y
los salva, junto con toda la familia de los hombres.
8. Coherencia y autenticidad de vida. La tarea del catequista compromete toda su
persona. Ha de aparecer evidente que que el catequista, antes de anunciar la Palabra, la
hace suya y la vive. "El mundo (...) exige evangelizadores que hablen de un Dios a
quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al
Invisible".
Lo que el catequista propone no ha de ser una ciencia meramente humana, ni tampoco la
suma de sus opiniones personales, sino el contenido de la fe de la Iglesia, única en todo
el mundo, que él ya vive, que ha experimentado y de la cual es testigo.
De aquí surge la necesidad de coherencia y autenticidad de vida en el catequista. Antes
de hacer catequesis, debe ser catequista. (La verdad de su vida es la nota cualificante de
su misión! (Qué disonancia habría si el catequista no viviera lo que propone, y si hablara
de un Dios que ha estudiado pero que le es poco familiar! El catequista debe aplicarse a
sí mismo lo que el evangelista Marcos dice con referencia a la vocación de los
apóstoles: "Instituyó Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar" (cf.
Mc 3,1415).
La autenticidad de vida se expresa a través de la oración, la experiencia de Dios, la
fidelidad a la acción del Espíritu Santo. Ello implica una intensidad y un orden interior
y exterior, aunque adaptándose a la distintas situaciones personales y familiares de cada
uno. Se puede objetar que el catequista, en cuanto laico, vive en una realidad que no le
permite estructurarse la vida espiritual como si fuera un consagrado y que, por
consiguiente, debe contentarse con un tono más modesto. En todas las situaciones de la
vida, tanto en el trabajo como en el ministerio, es posible, para todos, sacerdotes,
religiosos y laicos, alcanzar una elevada comunión con Dios y un ritmo de oración
ordenada y verdadera; no sólo esto, sino también crearse espacios de silencio para entrar
más profundamente en la contemplación del Invisible. Cuanto más verdadera e intensa
sea su vida espiritual, tanto más evidente será su testimonio y más eficaz su actividad.
Es importante, asimismo, que el catequista crezca interiormente en la paz y en la alegría
de Cristo, para ser el hombre de la esperanza, del valor, que tiende hacia lo esencial (cf.
Rm 12,12). Cristo, en efecto, "es nuestro gozo" (Ef 2,14), y lo comunica a los apóstoles
para que su "alegría llegue a plenitud" (Jn 15,11).
El catequista deberá ser, pues, el sembrador de la alegría y de la esperanza pascual, que
son dones del Espíritu. En efecto "El don más precioso que la Iglesia puede ofrecer al
mundo de hoy, desorientado e inquieto, es el de formar cristianos firmes en lo esencial
y humildemente felices en su fe".
9. Ardor misionero. Un catequista que viva en contacto con muchedumbres de no
cristianos, como sucede en los territorios de misión, en fuerza del Bautismo y de la
vocación especial no puede menos de sentir como dirigidas a él las palabras del Señor:
"También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a éllas las tengo que
conducir" (Jn 10,16); "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda
creatura" (Mc 16,15). Para poder afirmar como Pedro y Juan ante el Sanedrín: "No
podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído" (Hch 4,20) y realizar,
como Pablo, el ideal del ministerio apostólico: "el amor de Cristo nos apremia" (2Cor
5,14), es necesario que el catequista tenga un arraigado espíritu misionero. Este espíritu
se hace apostólicamente operante y fecundo bajo algunas condiciones importantes: ante
todo, el catequista ha de tener fuertes convicciones interiores y ha de irradiar entusiasmo
y valor, sin avergonzarse nunca del Evangelio (cf. Rm 1,16). Deje que los sabios de este
mundo busquen las realidades inmediatas y gratificantes y gloríese sólo de Cristo que le
da la fuerza (cf. Col 1,29) y no ansíe saber, ni predicar, nada más que a "Cristo fuerza
de Dios y sabiduría de Dios" (1Co 1,24). Como justamente afirma el Catecismo de la
Iglesia Católica, del "amoroso conocimiento de Cristo nace irresistible el deseo de
anunciar, de 'evangelizar' y de conducir los a otros al 'si' de la fe en Jesucristo. Pero,
al mismo tiempo, se siente la necesidad de conocer cada vez mejor esta fe".
Además, el catequista ha de procurar mantener la convicción interior del pastor que "va
tras la oveja descarriada hasta que la encuentra" (Lc 15.4); o de la mujer que "busca
con cuidado la dracma perdida hasta que la encuentra" (Lc 15,8). Es una convicción
que engendra celo apostólico: "Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a
algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio" (1Co 9,2223; cf. 2Co 12,15); "(ay de mí
si no predicara el Evangelio!" (1Co 9,16). Estos apremios interiores de Pablo podrán
ayudar al catequista a acrecentar en sí mismo el celo como corresponde a su su vocación
especial, y también a su voluntad de responder a ella y le impulsarán a colaborar
activamente en el anuncio de Cristo y en la construcción y al crecimiento de la
comunidad eclesial.
El espíritu misionero requiere, en fin, que el Catequista imprima, en lo más íntimo de su
ser, el signo de la autenticidad; la cruz gloriosa. El Cristo que el catequista ha aprendido
a conocer, es el "crucificado" (cf 1Co 2,2); el que él anuncia es también el "Cristo
crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1Co 1,23), que el
Padre ha resucitado de los muertos al tercer día (cf Hch 10,40). El catequista, por
consiguiente, deberá saber vivir el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, con
esperanza, en toda situación de limitación y sufrimiento personal, de adversidades
familiares, de obstáculos en el servicio apostólico, en el deseo de seguir el mismo
camino que recorrió el Señor: "completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de
Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24)".
10. Espíritu mariano. Por una vocación singular, María vio al Hijo de Dios "crecer en
sabiduría, edad y gracia" (Lc 2,52). Ella fue la Maestra que lo "formó en el
conocimiento humano de las Escrituras y de la historia del designio de Dios sobre su
Pueblo en la adoración al Padre". Ella fue, asimismo, "la primera de sus discípulos".
Como lo afirmó audazmente S. Agustín, el hecho de ser discípula fue para María más
importante que ser madre. Se puede decir, con razón y alegría, que María es un
"catecismo viviente", "madre y modelo del catequista".
La espiritualidad del catequista, como la de todo cristiano y, especialmente, la de todo
apóstol, debe estar enriquecida por un profundo espíritu mariano. Antes de explicar a
los demás la figura de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, el catequista debe
vivir su presencia en lo más íntimo de sí mismo y manifestar, con la comunidad, una
sincera piedad mariana. Ha de encontrar en María un modelo sencillo y eficaz que debe
realizar en sí mismo y poder proponer: "La Virgen fue en su vida un ejemplo del amor
maternal con que debe animar a todos aquellos que, en la misión apostólica de la
Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres".
El anuncio de la Palabra está siempre relacionado con la oración, la celebración
eucarística y la construcción de la comunión fraterna. La comunidad primitiva vivió esa
rica realidad (Hch 24) con María, la Madre de Jesús (cf. Hch 1,14).
III. ACTITUDES DEL CATEQUISTA FRENTE A
DETERMINADAS SITUACIONES ACTUALES
11. Servicio a la comunidad y atención a las distintas categorías. El servicio del
Catequista se ofrece a toda clase de personas, sea cual fuere la categoría a la que
pertenecen: jóvenes y adultos, hombres y mujeres, estudiantes y trabajadores, sanos y
enfermos, católicos, hermanos separados y no bautizados. Sin embargo, no es lo mismo
ser catequista de catecúmenos que se preparan a recibir el bautismo, o responsable de
una aldea de cristianos con el cometido de seguir las distintas actividades pastorales, o
ser Catequista encargado de enseñar el catecismo en las escuelas, o preparar a los
sacramentos, o serlo en un barrio de ciudad o en la zona rural.
Por lo tanto, concretamente, todo catequista deberá promover el conocimiento y la
comunión entre los miembros de la comunidad, cuidar de las personas que le han sido
confiadas, y tratar de comprender sus necesidades particulares para poder las ayudar.
Desde este punto de vista, los catequistas se distinguen por tareas propias y por
preparación especifica.
Esta situación, de hecho, sugiere que el catequista pueda conocer de antemano su
destino, y que se le introduzca a la categoría de personas a las que ha de servir. Para esto
serán útiles las sugerencias dadas al respecto por el Magisterio, especialmente en el
Directorio Catequético General, nn. 7797 y en la Exhortación Apostólica Catechesi
Tradendae, nn. 3545.
En el vasto campo apostólico, el catequista está llamado a prestar especial cuidado a los
enfermos y ancianos, por su fragilidad física y psíquica que exige especial solidaridad
y asistencia.
El catequista ha de acercarse al enfermo y ayudarle a comprender el sentido profundo y
redentor del misterio cristiano de la cruz en unión con Jesús que asumió el peso de
nuestras enfermedades (cf. Mt 8,17; Is 53,4). Visita a los enfermos con frecuencia, los
conforta con la Palabra y, cuando está encargado de ellos, con la Eucaristía.
El catequista ha de seguir de cerca también a los ancianos, que tienen una función
cualificada en la Iglesia, como justamente lo reconoce Juan Pablo II al definir al anciano
"el testigo de la tradición de la fe (cf. Sal 44,2; Ex 12,2627), el maestro de vida (cf. Si
6,34; 8,1112), el operador de caridad". Ayudar al anciano, para un catequista significa
ante todo colaborar a que su familia lo mantenga insertado como "testigo del pasado e
inspirador de sabiduría para los jóvenes"; además, hacer que experimente la cercanía
de la comunidad y animarlo a que viva con fe sus inevitables límites y, en ciertos casos,
también la soledad. El catequista no deje de preparar al anciano para el encuentro con el
Señor, ayudándole a sentir la alegría que nace de la esperanza cristiana en la vida eterna.
Hay que tener presente, además, la sensibilidad que el catequista deberá demostrar para
comprender y prestar su ayuda en ciertas situaciones difíciles, como: la unión irregular
de la pareja, los hijos de esposos separados o divorciados. El catequista debe participar
y expresar verdaderamente la inmensa compasión del corazón de Cristo (cf. Mt 9,36;
Mc 6,34; 8,2; Lc 7,13).
12. Necesidad de la inculturación. Como toda la actividad evangelizadora, también la
catequesis está llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las
culturas. El proceso de inculturación requiere largo tiempo porque es un proceso
profundo, global y gradual. A través de él, como explica Juan Pablo II, "la Iglesia
encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los
pueblos con sus culturas en su misma comunidad; trasmite a las mismas sus propios
valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renovándolas desde dentro".
Los catequistas, en cuanto apóstoles, están implicados necesariamente en el dinamismo
de este proceso. Además, con una preparación específica, que no puede prescindir del
estudio de la antropología cultural y de los idiomas más idóneos a la inculturación, se
les debe ayudar a operar por su parte y en la pastoral de conjunto, siguiendo las
directrivas de la Iglesia acerca de este tema particular, que podemos sintetizar así:
El mensaje evangélico, aunque no se identifica nunca con una cultura, necesariamente
se encarna en las culturas. De hecho, desde el comienzo del cristianismo, se ha
encarnado en algunas culturas. Hay que tener en cuenta esto para no privar a las Iglesias
jóvenes de valores que ya son patrimonio de la Iglesia universal.
El Evangelio tiene una fuerza regeneradora, capaz de rectificar no pocos elementos de
las culturas en las que penetra, cuando no son compatibles con él.
El sujeto principal de la inculturación son las comunidades eclesiales locales, que
viven una experiencia cotidiana de fe y caridad, insertadas en una determinada cultura,
corresponde a los Pastores indicar las pistas principales que se deben recorrer para
destacar los valores de una determinada cultura; los expertos sirven de estímulo y
ayuda.
La inculturación es genuina si se guía por estos dos principios: se basa en la Palabra de
Dios contenida en la Sagrada Escritura y avanza de acuerdo con la Tradición de la
Iglesia y las directivas del Magisterio, y no contradice la unidad deseada por el Señor.
La piedad popular, entendida como conjunto de valores, creencias, actitudes y
expresiones propias de la religión católica y purificada de los defectos debidos a la
ignorancia o a la superstición, expresa la sabiduría del Pueblo de Dios y es una forma
privilegiada de inculturación del Evangelio en una determinada cultura.
Para participar positivamente en ese proceso, el catequista deberá atenerse a estas
directivas que favorecen en él una actitud clarividente y abierta; insertarse con toda
seriedad en el plan de pastoral aprobado por la autoridad competente de la Iglesia, sin
aventurarse en experiencias particulares que podrían desorientar a los demás fieles; y
reavivar la esperanza apostólica, convencido de que la fuerza del Evangelio es capaz de
penetrar en cualquier cultura, enriqueciéndola y fortaleciéndola desde dentro.
13. Promoción humana y opción por los pobres. Entre el anuncio del Evangelio y la
promoción humana hay una "estrecha conexión". Se trata, en efecto, de la única misión
de la Iglesia. "Con el mensaje evangélico la Iglesia ofrece una fuerza libertadora y
promotora de desarrollo, precisamente porque lleva a la conversión de corazón y de la
mentalidad; ayuda a reconocer la dignidad de cada persona; dispone a la solidaridad,
al compromiso, al servicio de los hermanos; inserta al hombre en el proyecto de Dios,
que es la construcción del Reino de paz y de justicia, a partir ya de esta vida. Es la
perspectiva bíblica de los 'nuevos cielos y nueva tierra' (cf. Is 65,17; 2Pe 3,13; Ap
21,1), es la que ha introducido en la historia el estímulo y la meta para el progreso de
la humanidad".
Es bien sabido que la Iglesia reivindica para sí una misión de orden "religioso", que
debe realizarse, sin embargo, en la historia y en la vida real de la humanidad y, por
tanto, en forma no desencarnada.
Es tarea, preeminente de los laicos, llevar los valores del Evangelio al campo
económico, social y político. El catequista tiene una importante tarea propia y
característica en el sector de la promoción humana, del desarrollo y defensa de la
justicia. Al vivir en un mismo contexto social con los hermanos, es capaz de
comprender, interpretar y resolver las situaciones y los problemas a la luz del
Evangelio. Ha de saber, pues, estar en contacto con la gente, estimularla a tomar
conciencia de la realidad en que vive para mejorarla y, cuando sea necesario, ha de tener
el valor de hablar en nombre de los más débiles para defender sus derechos.
Por lo que se refiere a la acción, cuando es necesario realizar iniciativas de ayuda, el
catequista deberá actuar siempre con la comunidad, en un programa de conjunto, bajo la
guía de los Pastores.
Aquí surge, necesariamente, otro aspecto relacionado con la promoción: la opción
preferencial por los pobres. El catequista, sobre todo cuando está comprometido en el
apostolado en general, tiene el deber de asumir esta opción eclesial que no es exclusiva,
sino una forma de primacía de la caridad. Y debe estar convencido de que su interés y
ayuda a los pobres se funda en la caridad porque, como afirma explícitamente el Sumo
Pontífice Juan Pablo II: "El amor es, y sigue siendo, la fuerza de la misión".
El catequista ha de tener presente que por pobres se entiende sobre todo aquellos que se
hallan en situación de estrechez económica, tan numerosos en diversos territorios de
misión; estos hermanos deben poder experimentar el amor maternal de la Iglesia,
aunque todavía no formen parte de ella, y sentirse estimulados a afrontar y superar las
dificultades con la fuerza de la fe cristiana, ayudándolos a hacerse ellos mismos artífices
de su propio desarrollo integral. Todo acto caritativo de la Iglesia, así como toda la
actividad misionera, da "a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo".
Además de atender a los desposeídos, los catequistas han de acercarse y ayudar, porque
son también pobres, a los oprimidos y perseguidos, a los marginados y a todas las
personas que viven en una situación de grave necesidad, como los minusválidos, los
desocupados, los prisioneros, los refugiados, los drogadictos, los enfermos de SIDA,
etc..
14. Sentido ecuménico. La división de los cristianos es contraria a la voluntad de Cristo,
es un escándalo para el mundo y "daña a la causa santísima de la predicación del
Evangelio a todos los hombres".
Todas las comunidades cristianas tienen el deber de "participar en el diálogo
ecuménico y demás iniciativas destinadas a realizar la unidad de los cristianos". Pero
en los territorios de misión este compromiso asume una urgencia especial para que no
sea vana la oración de Jesús al Padre: "sean también ellos en nosotros, una cosa sola,
para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).
El catequista, en virtud de su misión, se encuentra necesariamente implicado en esta
dimensión apostólica y debe colaborar a madurar la conciencia ecuménica en la
comunidad, comenzando por los catecúmenos y los neófitos. Ha de cultivar, pues, un
profundo deseo de unidad, insertarse con gusto en el diálogo con los hermanos de otras
confesiones cristianas y comprometerse generosamente en las iniciativas ecuménicas,
dentro de su cometido, siguiendo las directivas de la Iglesia, especificadas localmente
por la Conferencia Episcopal y por el Obispo. Procure sobre todo seguir las directivas
acerca de la cooperación ecuménica en la catequesis y en la enseñanza de la religión en
las escuelas.
Su acción será verdaderamente ecuménica si se esfuerza en "enseñar que la plenitud de
las verdades reveladas y de los medios de salvación instituidos por Cristo se halla en la
Iglesia católica"; y si logra también "hacer una presentación correcta y leal de las
demás Iglesias y comunidades eclesiales de las que el Espíritu de Cristo no rehúsa
servirse como medio de salvación".
En el ambiente donde realiza su actividad, el catequista ha de hacer lo posible por
establecer relaciones amistosas con los responsables de las otras confesiones, de
acuerdo con los Pastores y, si fuere necesario, en representación suya; ha de evitar que
se fomenten inútiles polémicas y concurrencia; debe ayudar a los fieles a vivir en
armonía y respeto con los cristianos no católicos, realizando plenamente y sin ningun
complejo, su identidad católica; y promueva el esfuerzo común de todos los que creen
en Dios, para ser "constructores de paz".
15. Diálogo con los hermanos de otras religiones. El diálogo interreligioso es una parte
de la misión evangelizadora de la Iglesia. El anuncio y el diálogo se orientan
efectivamente hacia la comunicación de la verdad salvífica. El diálogo es una actividad
indispensable en las relaciones entre la Iglesia católica y las otras religiones y merece
seria atención. Se trata de un diálogo de la salvación, que se realiza en Cristo.
También los catequistas, cuya tarea primordial en las misiones es el anuncio, deben
estar abiertos, preparados y comprometidos en ese tipo de diálogo. Se les ha de ayudar,
pues, a llevarlo a cabo, teniendo en cuenta las indicaciones del Magisterio,
especialmente las de la Redemptoris Missio, del documento conjunto Diálogo y
Anuncio, del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y de la C.E.P., y del
Catecismo de la Iglesia Católica, que implican:
Escucha del Espirítu, que sopla donde quiere (cf Jn 3,8), respetando lo que El ha
operado en el hombre, para alcanzar la purificación interior, sin la cual el diálogo no
reporta frutos de salvación.
El correcto conocimiento de las religiones presentes en el territorio: su historia y
organización; los valores que, como "semillas del Verbo", pueden ser una "preparación
al Evangelio", los límites y errores que se oponen a la verdad evangélica y que se
deben, respectivamente, completar y corregir.
La convicción de fe que la salvación procede de Cristo y que, por consiguiente, el
diálogo no dispensa del anuncio; que la Iglesia es el camino ordinario de la salvación y
sólo ella posee la plenitud de la verdad revelada y de los medios salvíficos. No es
posible, como ha reafirmado S.S. Juan Pablo II haciendo referencia a la Redemptoris
Missio: "poner en un mismo nivel la revelación de Dios en Cristo y las escrituras o
tradiciones de otras religiones. Un teocentrismo que no reconociera a Cristo en su
plena identidad sería inaceptable para la fe católica. (...) El mandato misionero de
Cristo, perennemente válido, es una invitación explícita a hacer discípulos a todas la
gentes y a bautizarlas para que se abra para ellas la plenitud del don de Dios". El
diálogo no debe, pues, conducir al relativismo religioso.
La colaboración práctica con los organismos religiosos no cristianos para resolver
los grandes retos que se plantean a la humanidad, como la paz, la justicia, el desarrollo,
etc.. Además, se requiere una actitud de aprecio y acogida a las personas. La caridad del
Padre común es la que debe unir a la familia de los hombres en toda obra de bien.
En la realización de un diálogo tan importante, no hay que dejar solo al catequista, este,
a su vez, se ha de mantener integrado en la comunidad. Toda iniciativa de diálogo inter
religioso se debe llevar a cabo partiendo de los programas aprobados por el Obispo y
cuando es preciso por la Conferencia Episcopal o por la Santa Sede, y ningún catequista
ha de actuar por su cuenta, ni mucho menos contra las directivas comunes.
En fin, hay que tener fe en el diálogo, el camino para realizarlo es difícil e
incomprendido. El diálogo es a veces el único modo de dar testimonio de Cristo, y es
siempre un camino hacia el Reino que no dejará de dar sus frutos, aunque el tiempo y
momento están reservados al Padre (cf. Hch 1,8).
16. Atención a la difusión de las sectas. La proliferación de las sectas de origen cristiana
y no cristiana es, actualmente, un reto pastoral para la Iglesia en todo el mundo. En los
territorios de misión, representan un serio obstáculo para la predicación del Evangelio y
para el desarrollo ordenado de las Iglesias jóvenes, pues atacan a la integridad de la fe y
a la solidez de la comunión.
Existen zonas más vulnerables y personas más expuestas a su influencia. Lo que las
sectas pretenden ofrecer, les favorece aparentemente porque lo presentan como una
respuesta "inmediata" y "sencilla" a las necesidades sensibles de las personas, y se
sirven de medios apropiados a la sensibilidad y cultura locales.
Como es bien sabido, el Magisterio de la Iglesia ha alertado varias veces respecto a las
sectas, animando a que se considere su difusión actual como una ocasión para una
"seria reflexión" por parte de la Iglesia. Más que una campaña contra las sectas, en los
territorios de misión se debe dar un nuevo impulso a la "actividad misionera"
propiamente dicha.
El catequista se presenta, hoy día, como uno de los agentes más aptos para superar
positivamente ese fenómeno. Con su tarea de anunciar la Palabra y de acompañar el
crecimiento en la vida cristiana, el catequista se encuentra en una situación ideal para
ayudar a las personas tanto cristianos como no cristianos a comprender cuáles son las
verdaderas respuestas a sus necesidades, sin recurrir a las pseudoseguridades de las
sectas. Además, como laico puede actuar más capilarmente y hablar de modo más
realista y comprensivo.
Las líneas de acción preferenciales, para un catequista, son las siguientes: conocer bien
el contenido y especialmente las cuestiones que las sectas explotan para combatir la fe y
a la Iglesia, y así hacer comprender a la gente la inconsistencia de la exposición
religiosa de las sectas; cuidar la instrucción y el fervor de vida de las comunidades
cristianas para detener la corrosión; intensificar el anuncio y la catequesis para prevenir
la difusión de las sectas. El catequista, por consiguiente, ha de empeñarse en realizar
una obra silenciosa, perseverante y positiva con las personas, para iluminarlas,
protegerlas y, eventualmente, liberarlas de la influencia de las sectas.
No hay que olvidar que muchas sectas son intolerantes y proselitísticas y, en general, se
muestran agresivas hacia el Catolicismo. No es posible pensar en un diálogo
constructivo con la mayor parte de ellas, si bien hay que partir del respeto y
comprensión que merecen las personas. Esta constatación exige que la obra de la Iglesia
sea compacta para no dar espacio a confusiones; y también ecuménica, porque la
expansión de las sectas representa, asimismo, una amenaza para las otras
denominaciones cristianas. Por lo que se refiere a la acción, el catequista deberá actuar
dentro del programa pastoral común aprobado por los Pastores competentes.
SEGUNDA PARTE
ELECCION Y FORMACION DEL CATEQUISTA
IV ELECCION PRUDENTE
17. Importancia de la selección y preparación del ambiente. Un problema fundamental
en los territorios de misón, es la dificultad de establecer qué grado de convicción de fe y
qué calidad de motivación vocacional ha de tener un candidato para ser aceptado. Este
problema se debe a muchas causas más o menos consistentes; principalmente: la diversa
madurez religiosa de las comunidades eclesiales; la escasez numérica de personas
idóneas y disponibles; la situación sociopolítica; la escasa preparación escolar básica y
las dificultades económicas. Este estado de cosas puede engendrar una especie de
resignación ante la cual es preciso reaccionar.
La CEP insiste en el principio de que una buena selección de los candidatos es la
condición preliminar para lograr catequistas idóneos. Por eso, como hemos dicho ya,
exhorta a que, desde la elección inicial se procure ante todo la calidad. Es preciso que
los Pastores tengan este criterio como ideal a lograr gradualmente y que no acepten con
facilidad compromisos. Además, la CEP sugiere que se cultive la formación del
ambiente, dando a conocer cuál es el papel del catequista en la comunidad, sobre todo
entre los jóvenes, para que aumente el número de los que se sienten inclinados a
comprometerse en este servicio eclesial.
No se olvide, además, que el aprecio que manifiestan los fieles por esa función es
directamente proporcionada al modo con que los Pastores tratan a sus catequistas,
valorizan sus atribuciones y respetan su responsabilidad. Un catequista realizado,
responsable y dinámico, que actúa con entusiasmo y alegría en el ejercicio de su tarea,
apreciado y justamente remunerado, es el mejor promotor de su propia vocación.
18. Criterios de selección. Para escoger un candidato como catequista, es preciso saber
qué criterios son "esenciales" y cuáles no. En la práctica, es indispensable que en todas
las Iglesias se establezca una lista de criterios de selección, para que los encargados de
escoger a los candidatos tengan puntos de referencia. La elaboración de esa lista, con
criterios suficientes, precisos, realistas y controlables, corresponde a la autoridad local,
única capaz de valorar las exigencias del servicio y la posibilidad de responder a ellas.
También en este punto conviene tener en cuenta las siguientes indicaciones generales,
con el fin de lograr un comportamiento homogéneo en todas las zonas de misión,
respetando las necesarias e inevitables diferencias.
Algunos criterios se refieren a la persona del catequista: por principio absoluto
previo, como se acepte nunca a nadie que no tenga motivaciones serias, o que solicite
ser catequista porque no ha podido encontrar otra ocupación más honrosa y rentable. En
sentido positivo, los criterios deberán contemplar: la fe del candidato, que se manifiesta
en su piedad y en el estilo de vida diaria; su amor a la Iglesia y la comunión con los
Pastores; el espíritu apostólico y la apertura misionera; su amor a los hermanos, con
propensión al servicio generoso; su preparación intelectual básica; buena reputación en
la comunidad, y que tenga todas las potencialidades humanas, morales y técnicas
relacionadas con las funciones peculiares de un catequista, como el dinamismo, la
capacidad de buenas relaciones, etc.
Otros criterios se refieren al acto de la selección: tradándose de un servicio eclesial, la
decisión incumbe al Pastor, generalmente al párroco. La comunidad se verá implicada,
necesariamente, en cuanto debe indicar y valorar el candidato. El Obispo, a quien el
párroco presentará los candidatos, también participará personalmente o mediante su
delegado, al menos en un momento sucesivo, para confirmar con su autoridad la
elección y, sucesivamente, para conferir la misión oficial.
Existen criterios especiales de aceptación en centros o escuelas para catequistas:
además de los criterios generales que valen para todos, cada centro establece sus propios
criterios de aceptación de acuerdo con las características del centro mismo,
especialmente en lo referente a la preparación escolar básica que se exige, las
condiciones de participación, los programas de formación, etc.
Estas indicaciones generales deben especificarse concretamente in loco, sin omitir
ninguno de los campos indicados, precisándolos y completándolos, en base a lo que
requiere y permite cada situación.
V CAMINO DE FORMACION
19. Necesidad de una formación adecuada. Para que las comunidades eclesiales puedan
contar con catequistas suficientes e idóneos, además de una elección atenta, es
indispensable proporcionar una preparación de calidad.
El Magisterio de la Iglesia reclama continuamente y con convicción, la necesidad de la
preparación del catequista, porque cualquier actividad apostólica "que no se apoye en
personas verdaderamente formadas, está condenada al fracaso".
Es útil señalar que los documentos del Magisterio requieren para el catequista en una
formación global y especifica. Global, es decir, que abarque todas las dimensiones de su
personalidad, sin descuidar ninguna. Específica, es decir ordenada al servicio peculiar
que ha de llevar a cabo: anunciar la Palabra a los distantes y a los cercanos, guiar a la
comunidad, animar y, cuando sea necesario, presidir el encuetro de oración, asistir a los
hermanos en las diversas necesidades espirituales y materiales. Todo esto lo confirmó el
Papa Juan Pablo II: "Cuidar con especial solicitud la calidad significa, pues, procurar
con preferencia una formación básica adecuada y una actualización constante. Se trata
de una labor fundamental para asegurar a la misión de la Iglesia, personal calificado,
programas completos y estructuras adecuadas, abrazando todas las dimensiones de la
formación,de la humana a la espiritual, doctrinal, apostólica y profesional".
Se trata, pues, de una formación exigente para el interesado y comprometedora para los
que deben cooperar en su realización. La CEP la confía como tarea de máxima
importancia hoy, al cuidado especial de los Ordinarios.
20. Unidad y armonía en la personalidad del catequista. Para realizar su vocación, los
catequistas como todo fiel laico "han de ser formados para vivir aquella unidad con
la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la
sociedad humana". No pueden existir niveles paralelos y diferentes en la vida del
catequista: el espiritual, con sus valores y exigencias; el secular con sus distintas
manifestaciones, y el apostólico con sus compromisos, etc..
Para lograr la unidad y la armonía de la persona es importante, desde luego, educar y
disciplinar sus propias tendencias caracteriales, intelectuales, emocionales, etc., para
favorecer el crecimiento, y seguir un programa de vida ordenado; es decisivo
profundizar y aferrar que el principio y la fuente de la identidad del catequista, es la
persona de Cristo Jesús.
El objeto esencial y primordial de la catequesis, como es bien sabido, es la persona de
Jesús de Nazareth, "Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14), "el
camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Todo el "misterio de Cristo" (Ef 3,4),
"escondido desde siglos y generaciones" (Col 1,26), es el que debe ser revelado. Por
tanto, la preocupación del catequista deberá ser, precisamente, la de trasmitir, a través
de su enseñanza y comportamiento, la doctrina y la vida de Jesús. El ser y actuar del
catequista dependen, inseparablemente, del ser y el actuar de Cristo. La unidad y la
armonía del catequista se deben leer desde esa perspectiva cristocéntrica y han de
construirse en base a una "familiaridad profunda con Cristo y con el Padre", en el
Espíritu. Nunca se insistirá bastante en este punto, si se quiere renovar la figura del
catequista en este momento decisivo para la misión de la Iglesia.
21. Madurez humana. Desde la elección, es importante poner cuidado en que el
candidato posea un mínimo de cualidades humanas básicas, y muestre aptitud para un
crecimiento progresivo. El objetivo, en este ámbito, es que el catequista sea una persona
humanamente madura e idónea para una tarea responsable y comunitaria.
Por tanto, se deben tener en cuenta algunos aspectos determinados. Ante todo, la esfera
propiamente humana, con todo lo que ella implica: equilibro psicofísico, buena salud,
responsabilidad, honradez, dinamismo; ética profesional y familiar; espíritu de
sacrificio, de fortaleza, de perseverancia, etc. Además, la idoneidad para desempeñar
las funciones de catequista: facilidad de relaciones humanas, de diálogo con las
diversas creencias religiosas y con la propia cultura; idoneidad de comunicación,
disposición para colaborar; función de guía; serenidad de juicio; comprensión y
realismo; capacidad para consolar y de hacer recobrar la esperanza, etc. En fin, algunas
dotes características para afrontar situaciones o ambientes particulares: ser
artífices de paz; idóneos para el compromiso de promoción, de desarrollo, de animación
sociocultural; sensibles a los problemas de la justicia, de la salud, etc.
Estas cualidades humanas, educadas con una sana pedagogía, forman una personalidad
madura y completa, ideal para un catequista.
22. Profunda vida espiritual. La misión de educador en la fe requiere en el catequista
una intensa vida espiritual. Este es el aspecto culminante y más valioso de su
personalidad y, por tanto, la dimensión preferente de su formación. El verdadero
catequista es el santo.
La vida espiritual del catequista se centra en una profunda comunión de fe y amor con la
persona de Jesús que lo ha llamado y lo envía. Como Jesús, el único Maestro (cf. Mt
23,8), el catequista sirve a los hermanos con la enseñanza y con las obras que son
siempre gestos de amor (cf. Hch 1,1). Cumplir la voluntad del Padre, que es un acto de
caridad salvífica hacia los hombres, es también alimento para el catequista, como lo fue
para Jesús (cf. Jn 4,34). La santidad de vida, realizada desde la perspectiva de la
identidad de laico y apóstol, ha de ser, pues, el ideal al que se ha de aspirar en el
ejercicio del servicio de catequista.
La formación espiritual se desarrolla en un proceso de fidelidad hacia "Aquél que es el
principio inspirador de toda la obra catequética y de los que la realizan: el Espíritu del
Padre y del Hijo: el Espíritu Santo".
La manera más adecuada para alcanzar ese alto grado de madurez interior es una intensa
vida sacramental y de oración.
De las experiencias más significativas y realistas se destaca un ideal de vida de oración
que la CEP propone al menos para los catequistas que guían una comunidad, o que
trabajan con dedicación plena, o colaboran estrechamente con el sacerdote,
especialmente para los llamados Cuerpos directivos:
Participación en la Eucaristía con regularidad y, donde es posible, cada día,
sosteniéndose con el "pan de vida" (Jn 6,34), para formar "un solo cuerpo" con los
hermanos (cf. 1Cor 10,17) y ofreciéndose a sí mismo al Padre, junto con el cuerpo y la
sangre del Señor.
Liturgia vivida en sus distintas dimensiones, para crecer como persona y para ayudar
la comunidad.
Rezo de una parte de la Liturgia de las Horas especialmente de Laudes y de
Vísperas, para unirse a la alabanza que la Iglesia ofrece al Padre "desde que sale el sol
hasta el ocaso" (Sal 113,3).
Meditación diaria, especialmente sobre la Palabra de Dios, en actitud de
contemplación y de respuesta personal. Como la experiencia lo demuestra, la
meditación regular, así como la lectio divina, hecha también por los laicos, pone orden
en la vida y asegura un armonioso crecimiento espiritual.
Oración personal, que alimente la comunión con Dios durante las ocupaciones
diarias, prestando especial atención a la piedad mariana.
Frecuencia del Sacramento de la Penitencia para la purificación interior y el fervor
del espíritu.
Participación en retiros espirituales, para la renovación personal y comunitaria.
Sólo alimentando la vida interior con una oración abundante y bien hecha, el catequista
puede lograr el grado de madurez espiritual que su cometido exige. Como la adhesión al
mensaje cristiano, que en último término es fruto de la gracia y de la libertad, y no
depende de la habilidad del catequista, es necesario que su actividad esté acompañada
por la oración.
Puede suceder que, debido a la escasez de personas disponibles e idóneas, surja el riesgo
de contentarse con catequistas de nivel más bien bajo. La CEP anima a no ceder a esas
soluciones pragmáticas para que esta figura de apóstol pueda mantener su puesto
cualificado en la Iglesia así como lo exige el actual momento del compromiso
misionero.
Para la vida espiritual del catequista es necesario proporcionarle medios adecuados. El
primero es, sin lugar a dudas, la dirección espiritual. Merecen estima las diócesis que
confían a uno o varios sacerdotes la guía espiritual de los catequistas en sus mismos
puestos de trabajo. Pero es insustituible la obra constante de un director espiritual que el
catequista mismo escoge entre los sacerdotes disponibles y de fácil acceso. Este sector
hay que potenciarlo. Los párrocos, sobre todo, han de permanecer cerca de sus propios
catequistas, preocupándose de seguirlos en su crecimiento espiritual, más aun que en la
eficacia de su trabajo.
Se recomiendan, asimismo, las iniciativas parroquiales o diocesanas que tienen por
objeto la formación interior de los catequistas como las escuelas de oración, las
convivencias fraternas y de coparticipación espiritual y los retiros espirituales. Estas
iniciativas no aíslan a los catequistas, sino que les ayudan a crecer en la espiritualidad
propia y en la comunión entre ellos.
Todo catequista, en fin, debe estar convencido de que la comunidad cristiana es también
un lugar apropiado para cultivar la vida interior. Mientras guía y anima la oración de los
hermanos, el catequista recibe de ellos, al mismo tiempo, un estímulo y un ejemplo para
mantener el fervor y crecer como apóstol.
23. Preparación doctrinal. Es evidente la necesidad de una preparación doctrinal de los
catequistas, para que puedan conocer a fondo el contenido esencial de la doctrina
cristiana y comunicarlo luego de modo claro y vital, sin lagunas o desviaciones.
Se requiere en todos los candidatos una preparación escolar básica evidentemente
proporcionada a la situación general del país. Son conocidas, al respecto, las
dificultades que se presentan donde la escolaridad es baja. No se debe ceder sin
reaccionar ante esas dificultades. Por el contrario, hay que tratar de elevar el grado de
estudio básico que se requiere para ser aceptados, de manera que todos los candidatos
estén preparados para seguir un curso de cultura religiosa superior; sin la cual además
de experimentar un sentimiento de inferioridad respecto a otros que han estudiado,
resultan efectivamente menos aptos para afrontar ciertos ambientes y para resolver
nuevas problemáticas.
Por lo que se refiere a los contenidos, sigue siendo actual y válido el cuadro completo
de formación teológicodoctrinal, antropológica y metodológica, tal como se presenta
en el Directorio Catequístico General publicado por la Congregación para el Clero en
1971. En lo que concierne a los territorios de misión, sin embargo, es necesario hacer
algunas precisaciones y añadir unas observaciones que este Dicasterio ya había
expresado, en parte, in ocasión de la Asamblea Plenaria de 1970, y que ahora asume y
desarrolla en base a la Encíclica Redemptoris Missio:
En virtud del fin propio de la actividad misionera, los elementos fundamentales de la
formación doctrinal del catequista serán la Teología Trinitaria, la Cristología y la
Eclesiología, consideradas en una síntesis global, sistemática y progresiva del mensaje
cristiano. Comprometido a dar a conocer y a amar a Cristo, Dios y Hombre, deberá
conocerlo a fondo e interiorizarse con El. Comprometido a dar a conocer y a amar a la
Iglesia, se familiarizará con su tradición e historia y con el testimonio de los grandes
modelos, como son los Padres y los Santos.
El grado de cultura religiosa y teológica varía de un lugar a otro, dependiendo de cómo
se imparta la enseñanza: en centros, o en cursos breves. En todo caso se debe asegurar a
todos un mínimo conveniente, fijado por la Conferencia Episcopal o por el Obispo, en
base al criterio general ya mencionado, de la necesidad de adquirir una cultura religiosa
superior.
La Sagrada Escritura deberá seguir siendo la materia principal de enseñanza y
constituir el alma de todo el estudio teológico. Esta ha de intensificarse cuando sea
necesario. Habrá que estructurar, entorno a la Sagrada Escritura, un programa que
incluya las principales ramas de la teología. Se tenga presente que el catequista tiene
que ser formado en la pastoral bíblica, también en previsión de la confrontación con las
confesiones no católicas y con las sectas que recurren a la Biblia de modo no siempre
correcto.
También la Misiología ha de enseñarse a los catequistas, al menos en sus elementos
basilares, para garantizarles este aspecto esencial de su vocación.
Llamado a ser animador de la oración comunitaria, el catequista necesita profundizar
convenientemente el estudio de la Liturgia.
Según las necesidades locales, habrá que incluir o dar mayor relieve a algunos temas
de estudio; por ejemplo, la doctrina, las creencias de los ritos principales de las otras
religiones o las variantes teólogicas de las Iglesias y de las comunidades eclesiales no
católicas presentes en la región.
Merecen especial atención algunos temas que dan a la preparación intelectual del
catequista un mayor arraigo y actualización, como: la inculturación del Cristianismo en
una cultura determinada; la promoción humana y de la justicia en una especial situación
socioeconómica; el conocimiento de la historia del país, de las prácticas religiosas, del
idioma, de los problemas y necesidades del ambiente al que ha sido destinado el
catequista.
Por lo que se refiere a la preparación metodológica, hay que tener presente que, en las
misiones, muchos catequistas trabajan también en distintos campos de la pastoral, y que
casi todos están en contacto con seguidores de otras religiones. Por eso hay que
iniciarlos no sólo en la enseñanza de la catequesis, sino también en todas aquellas
actividades que forman parte del primer anuncio y de la vida de una comunidad eclesial.
Será importante. asimismo, presentar a los catequistas contenidos relacionados con las
nuevas situaciones que van surgiendo en el contexto de su vida. En los programas de
estudio se deberán incluir también partiendo de la realidad actual y de las previsiones
para el futuro materias que ayuden a afrontar fenómenos como la urbanización, la
secularización, la industrialización, las migraciones, los cambios sociopóliticos, etc.
Hay que insistir en que la formación teológica tiene que ser global y no sectorial. Los
catequistas, en efecto, deben llegar a una comprensión unitaria de la fe que favorezca
precisamente la unidad y la armonía de su personalidad, y también de su servicio
apostólico.
Actualmente hay que aprovechar la especial importancia que reviste, para la
preparación doctrinal de los catequistas el Catecismo de la Iglesia Católica. Este
contiene, en efecto, una síntesis orgánica de la Revelación y de la perenne fe católica,
tal como la Iglesia la propone a sí misma y a la comunidad de los hombres de nuestro
tiempo. Como afirma S.S. Juan Pablo II, en la Constitución Apostólica Fidei depositum,
el Catecismo contiene "cosas nuevas y viejas" (cf. Mt 13,52), pues la fe es siempre la
misma y al mismo tiempo es fuente de luces siempre nuevas. El servicio que el
Catecismo quiere ofrecer es atinente y actual para cada catequista. La misma
Constitución Apostólica afirma que el Catecismo se ofrece a los Pastores y a los fieles
para que se sirvan de él en el cumplimiento, dentro y fuera de la comunidad eclesial, de
"su misión de anunciar la fe y de llamar a la vida evangélica". Y se ofrece también "a
todo hombre que os pida cuentas de la esperanza que hay en vosotros (cf. 1Pt 3,15) y
que desea conocer lo que la Iglesia católica cree". Sin duda alguna los catequistas
encontrarán en el nuevo Catecismo una fuente de inspiración y una mina de
conocimientos para su misión específica.
A estas indicaciones hay que añadir una exhortación a procurar los medios necesarios
para la formación intelectual de los catequistas. Entre éstos están, en primer lugar, las
escuelas de catequesis: y se revelan también muy eficaces los cursos breves promovidos
en las diócesis o en las parroquias, la instrucción individual impartida por un sacerdote
o un catequista experto; además, la utilización de material didáctico. Es bueno que se dé
importancia, en la formación intelectual, a metodologías variadas y sencillas como las
lecciones escolares, el trabajo en grupo, el análisis de casos prácticos, las
investigaciones y el estudio individual.
La dimensión intelectual de la formación se presenta, pues, como algo muy exigente, y
requiere personal cualificado, estructuras y medios económicos. Se trata de un desafío
que hay que afrontar y superar con valor, sano realismo y una programación inteligente,
ya que es éste uno de los sectores más deficientes en el momento actual.
Todo catequista deberá empeñarse al máximo en el estudio para llegar a ser como una
lámpara que ilumina el camino de los hermanos (cf. Mt 5, 1416). Para ello, debe ser el
primero en sentirse gozoso de su fe y de su esperanza (cf. Flp 3,1; Rm 12,12); teniendo
el sano criterio de proponer sólo los contenidos sólidos de la doctrina eclesial en
fidelidad al Magisterio; sin permitisse nunca perturbar las conciencias, sobre todo de los
jóvenes, con teorías "más propias para suscitar problemas inútiles que para secundar
el plan de Dios, fundado en la fe" (1Tm 1,4).
En fin de cuentas, es deber del catequista unir en su persona la dimensión intelectual y
la espiritual. Ya que existe un único Maestro, el catequista debe de ser consciente de
que sólo el Señor Jesús enseña, mientras que él lo hace "en la medida en que es su
portavoz, permitiendo que Cristo enseñe por su boca".
24. Sentido pastoral. La dimensión pastoral de la formación se refiere al ejercicio de la
triple función: profética, sacerdotal y real del laico bautizado. Por eso hay que iniciar al
catequista en su tarea: anuncio del Evangelio, catequesis, ayuda a los hermanos para que
vivan su fe y rindan culto a Dios, y presten los servicios pastorales en la comunidad.
Las aspectos principales en los que se debe educar a los candidatos son: el espíritu de
responsabilidad pastoral y la leadership; la generosidad en el servicio; el dinamismo y
la creatividad; la comunión eclesial y la obediencia a los Pastores.
Este tipo de formación requiere instrucciones doctrinales explicando los principales
campos apostólicos en los que un catequista puede actuar, de manera que conozca bien
las necesidades y el modo de responder a ellas. Es necesario, asimismo, que se
expliquen las características de los destinatarios: niños, adolescentes, jóvenes o adultos;
estudiantes o trabajadores, bautizados o no; miembros de pequeñas comunidades o de
movimientos; sanos o enfermos, ricos o pobres, etc., y las distintas maneras de dirigirse
a ellos.
En particular se asegure a los catequistas la preparación pastoral sacramental, de manera
que puedan ayudar a los fieles a comprender mejor el sentido religioso de los signos y
acercarse con confianza a estas fuentes perennes de vida sobrenatural. No se olvide la
importancia de acompañar a los cristianos que sufren a vivir la gracia propia del
sacramento de la Unción de los Enfermos.
La formación pastoral requiere, además, ejercicios prácticos, especialmente al
principio, bajo la guía de maestros, del sacerdote, o de algún catequista experto.
Las instrucciones teóricas y los ejercicios prácticos deberán armonizarse, en la medida
de lo posible, de manera que la introducción al compromiso apostólico sea gradual y
completa.
Por lo que se refiere a la preparación al servicio específico de la catequesis, es oportuno
recordar expresamente el Directorio Catequético General en particular allí donde se
explican los "elementos de metodología".
25. Celo misionero. La dimensión misionera está estrictamente vinculada a la identidad
misma del catequista y caracteriza todas sus actividades apostólicas. Por eso se le debe
cuidar con esmero en la formación, procurando asegurar a cada catequista una buena
iniciación teórica y práctica que le capacite, como cristiano laico, a recorrer las etapas
progresivas que son propias de la actividad misionera, a saber:
Estar presente activamente en la sociedad de los hombres, dando un testimonio
auténtico de vida, estableciendo con todos una convivencia sincera, y colaborando en
caridad para resolver los problemas comunes.
Anunciar con franqueza (cf. Hch 4,23; 28,31) la verdad acerca de Dios y de que él
envió para la salvación de todos, a nuestro Señor Jesucristo (cf. 2Ts 1,910), de manera
que los no cristianos, a los que el Espíritu Santo abra el corazón (cf. Hch 16,14), puedan
creer y convertirse libremente.
Encontrar a los adeptos de otras religiones sin prejuicios, y en diálogo franco y
abierto.
Preparar a los catecúmenos en el camino de iniciación gradual al misterio de la
salvación, a la práctica de los preceptos evangélicos y a la vida religiosa, litúrgica y
caritativa del pueblo de Dios.
Construir la comunidad, preparando a los candidatos a recibir el Bautismo y los
demás sacramentos de la iniciación cristiana, para que entren a formar parte de la Iglesia
de Cristo que es profética, sacerdotal y real.
Bajo la guía de los Pastores y en colaboración con los demás fieles, cumplir las
tareas que, según el plan pastoral, conducen a la maduración de la Iglesia particular.
Estos servicios corresponden a necesidades de cada Iglesia, y caracterizan al catequista
en los territorios de misión. Por consiguiente, la actividad de formación deberá ayudar
al catequista a afinar su sensibilidad misionera, y capácitarlo a descubrir y a aprovechar
todas las situaciones favorables al primer anuncio.
Recordando el pensamiento ya citado de Juan Pablo II, cuando los catequistas se
forman bien en el espíritu misionero se hacen animadores misioneros de su propia
comunidad eclesial e impulsan fuertemente la evangelización de los no cristianos,
prontos a que sus Pastores los envíen fuera de la propia Iglesia o país. Los Pastores,
conscientes de su propia responsabilidad, traten de valorar al máximo esa legión
insustituible de apóstoles y ayúdenles a acrecentar cada día más su celo misionero.
26. Actitud eclesial. El hecho de que la Iglesia sea misionera por su misma naturaleza y
haya sido llamada y destinada a evangelizar a todos los hombres, comporta una doble
convicción: en primer lugar, que la actividad apostólica no es un acto individual y
aislado; y que se ha de llevar a cabo en comunión eclesial, a partir de la Iglesia
particular con su Obispo.
Estas constataciones de Pablo VI con relación a los evangelizadores pueden aplicarse
con todo derecho a los catequistas, cuya tarea es una realidad eminentemente eclesial y,
por tanto, comunitaria. El catequista, en efecto, es enviado por los Pastores y actúa
gracias a la misión recibida de la Iglesia y en nombre de ella. Su acción, de la que él no
es dueño sino humilde siervo, tiene, en el orden de la gracia, vínculos institucionales
con la acción de toda la Iglesia.
Las actitudes principales que se deben tener en cuenta para educar convenientemente a
un catequista a esa dimensión comunitaria son:
La actitud de obediencia apostólica a los Pastores, en espíritu de fe, como Jesús que
"se despojó de sí mismo tomando condición de siervo (...), obedeciendo hasta la
muerte" (Flp 2,78; cf. Hb 5,8; Rm 5,19). A esta obediencia apostólica debe acompañar
una actitud de responsabilidad, ya que el ministerio del catequista, después de la
elección y del mandato, es ejercido por la persona llamada y habilitada interiormente
por la gracia del Espíritu.
En este contexto de la obediencia apostólica, se hace cada vez más oportuno el
mandato o misión canónica, como se acostumbra en muchas Iglesias, en el que se
destaca el vínculo que existe entre la misión de Cristo y de la Iglesia, con la del
catequista.
Se aconseja sea en una función litúrgica especial o litúrgicamente inspirada,
debidamente aprobada, celebrada en la comunidad de la que procede el catequista,
durante la cual el Obispo o un delegado suyo dé el mandato, haciendo un gesto
significativo, como por ejemplo la imposición del crucifijo o la entrega de los
Evangelios. Es conveniente que este rito del mandato tenga más solemnidad para el
catequista de plena dedicación que para el catequista de tiempo limitado.
Capacidad de colaborar en distintos niveles: el sentido comunitario produce
necesariamente en el individuo una actitud de colaboración que se debe educar y
apoyar. El catequista deberá tener en cuenta todos los componentes de la comunidad
eclesial en la que está insertado, y actuar en unión con ellos. Se recomienda,
especialmente, la colaboración con otros laicos comprometidos en la pastoral, sobre
todo en las Iglesias donde están más desarrollados los servicios laicales distintos al del
catequista. Para colaborar en este plano, no es suficiente una convicción interior; se
debe echar mano también del trabajo de conjunto, como la planificación y la revisión en
común de las distintas obras y actividades. Esta unión de todas las fuerzas es cometido,
sobre todo, de los Pastores; pero la cordura de un catequista deberá favorecer la
convergencia de todos los que trabajan en su radio de acción.
El catequista debe saber sufrir por la Iglesia, afrontando la fatiga que comporta el
apostolado realizado en común y aceptando las imperfecciones de los miembros de la
Iglesia, a imitación de Cristo que amó a su Iglesia hasta darse por ella (cf. Ef 5,25).
La educación al sentido comunitario debe ser objeto de atención especial, desde el
comienzo de la formación, mediante experiencias preparadas, realizadas y revisadas en
grupo por los candidatos.
27. Agentes de formación. Es de capital importancia, en la formación de los catequistas,
contar con educadores idóneos y suficientes. Cuando se habla de agentes, se debe
entender todo el conjunto de personas implicadas en la formación.
Los catequistas deben estar convencidos, ante todo, de que su primer educador es
Nuestro Señor Jesu Cristo, que forma a través del Espíritu Santo (cf Jn 16,1215).
Esto exige en ellos un espíritu de fe y una actitud de oración y de recogimiento para dar
espacio a la pedagogía divina. La educación de apóstoles es pues, principalmente un
arte que se expresa en el ámbito sobrenatural.
La persona es la primera responsable del propio crecimiento interior, es decir, de cómo
se debe responder al llamamiento divino. La conciencia de esta responsabilidad deberá
impulsar al catequista a dar una respuesta activa y creativa comprometiéndose y
asumiendo todas las responsabilidades del propio progreso de vida.
El catequista opera en comunión, al servicio y con la ayuda de la comunidad eclesial.
Por tanto, también la comunidad está llamada a colaborar en la formación de sus
catequistas, asegurándoles, en especial, un ambiente positivo y fervoroso; acogiéndolos
por lo que son y ofreciéndoles la debida colaboración. En la comunidad, los Pastores
desempeñan también un servicio de guía como educadores de los catequistas. Esto
requiere de ellos particular atención y, en los candidatos, confianza y coherencia en
seguir sus directivas. El Obispo y el párroco son, en virtud de su función, los
formadores más adecuados de los catequistas.
Los formadores, es decir, los delegados por la Iglesia para ayudar a los catequistas a
realizar el programa de educación, son como "compañeros de viaje" cuyo servicio
cualificado es muy valioso. Son, ante todo, los responsables de los centros para
catequistas y también los que se encargan de la formación básica y permanente de los
candidatos fuera de los centros. Es importante que se escojan educadores idóneos que,
además de destacarse por sentido de Iglesia y por vida cristiana, posean una preparación
específica para esa tarea y tengan una experiencia personal por haber desempeñado,
ellos también, el servicio de la catequesis. Es bueno que los formadores constituyan un
equipo o grupo compuesto posiblemente de sacerdotes, religiosos y laicos, tanto
hombres como mujeres escogidos sobre todo entre catequistas experimentados. Así, la
formación resultará más completa y encarnada. Los candidatos han de tener confianza
en sus formadores y considerarlos guías indispensables que la Iglesia les ofrece
amorosamente para que puedan llegar a un alto grado de madurez.
28. Formación básica. El proceso de formación que antecede al comienzo del ministerio
catequético no es igual en todas las Iglesias, ya que la organización y las posibilidades
son diferentes, y varía asimismo, según se imparta en un centro o fuera de él.
Hay que insistir en que todos los catequistas reciban una formación inicial mínima
suficiente, sin la cual no podrían ejercer convenientemente su misión. Con este fin
indicamos algunos criterios y directivas que contribuirán a promover y a guiar las
distintas opciones de la actividad formativa:
Conocimiento del sujeto: es necesario que el candidato sea conocido personalmente y
en su ambiente cultural. Sin este conocimiento de base, la formación sería más bien una
simple instrucción poco personalizada.
Atención a la realidad socioeclesial: es importante que la formación de los
catequistas no sea abstracta, sino encarnada en la realidad en que ellos viven y actuán.
La atención a las situaciones eclesiales y sociales ofrece puntos de referencia concretos
y garantiza una formación más adecuada.
Formación continua y gradual: es preciso ayudar a los candidatos a alcanzar todos
los objetivos de la formación, de manera progresiva y gradual, respetando los ritmos de
crecimiento de cada uno y las necesarias diferencias de las distintas etapas. No se debe
pretender tener catequistas completos desde el principio, pero ayúdeseles a mejorar sin
interrupciones ni desequilibrios.
Método ordenado y completo: teniendo en cuenta el contexto misionero y los
principios de una sana pedagogía, es necesario que el método de formación se nutra de
experiencia, es decir, que se enriquezca con confrontaciones, programadas y guiadas,
con las situaciones eclesiales, culturales y sociales locales; que sea integral, a saber,
que procure el desarrollo de la persona en todos sus aspectos y valores; dialogante, con
un continuo intercambio entre la persona y Dios, el formador y la comunidad;
liberador, para desligar al catequista de cualquier condicionamiento consciente o
inconsciente, que contraste con el mensaje evangélico; armónico, es decir, que procure
asumir lo esencial y conduzca a la unidad interior.
Proyecto de vida: una pedagogía eficaz ayuda al individuo a construir un plan de vida
que establezca los objetivos y los medios para alcanzarlos, de manera realista. A todo
catequista se debe dar, desde el principio, una formación que le capacite para fijarse un
plan ordenado, cuidando, ante todo, la identidad y el estilo de vida, y también las
cualidades necesarias para el apostolado.
Diálogo formativo: es el encuentro personal entre el candidato y el formador. Se trata
de un encuentro importante para iluminar, estimular y acompañar el progreso en la
formación. El catequista ha de abrirse al formador y establecer con él un diálogo
constructivo y regular. En el diálogo formativo ocupa un puesto singular la dirección
espiritual, que llega hasta lo más íntimo de la persona y la ayuda a abrirse a la gracia
para crecer en sabiduría.
En un contexto comunitario: la comunidad cristiana, donde el catequista vive y
desarrolla su actividad, es el lugar necesario de confrontación, propuesta y
discernimiento de vida para todos sus miembros y en especial para los que
desempeñan una vocación apostólica. Los catequistas pueden descubrir
progresivamente, en la comunidad, cómo se lleva a cabo el proyecto divino de la
salvación. Ninguna verdadera educación apostólica puede realizarse al margen del
contexto comunitario.
Estas indicaciones se tienen presentes donde existe una buena estructura para la
formación básica. Sin embargo, pueden servir de estímulo y orientación para los
Pastores y para los mismos candidatos también en la fase inicial. Hay que evitar,
absolutamente, toda improvisación en la preparación de los catequistas, o dejarla a su
exclusiva iniciativa.
29. Formación permanente. La evolucióm de la persona, el dinamismo peculiar de los
sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, el proceso de continua conversión y de
crecimiento en la caridad apostólica, la renovación de la cultura, la evolución de la
sociedad y el continuo perfeccionamiento de los métodos didácticos, exigen que el
catequista se mantenga en fase de formación durante todo el período de su servicio
activo. Este empeño concierne tanto a los dirigentes como a los catequistas, y abarca
todas las dimensiones de su formación: humana, espiritual, doctrinal y apostólica.
La formación permanente asume características particulares según las distintas
situaciones: al comienzo de la actividad apostólica, es una introducción al servicio,
necesaria a todo catequista, y consiste en instrucciones doctrinales y en experiencias
prácticas dirigidas. Durante el ejercicio del ministerio, la formación permanente es una
renovación continua para mantenerse preparados para la diversas tareas, que incluso
pueden cambiar. Así se garantiza la calidad de los catequistas, evitando el desgaste y
rutina con el pasar del tiempo. En algunos casos de especial dificultad, de cansancio, de
cambio de lugar o de ocupación, etc., la formación permanente ayuda al catequista a
madurar el criterio, y a recobrar el fervor y dinamismo iniciales.
La responsabilidad de la formación permanente no puede atribuirse únicamente a los
organismos centrales; corresponde también a los interesados y a cada una de las
comunidades, teniendo en cuenta las distintas realidades de unas personas a otras y de
unos lugares a otros.
Además de reafirmar el valor de todos estos principios, es necesario fomentar el uso de
instrumentos útiles para la formación permanente. Es cierto que se presentan obstáculos
de orden económico, o debidos a la carencia de personal cualificado, a la escasez de
libros y de otro material didáctico; a las distancias y medios de transporte inadecuados,
etc. No obstante, la formación permanente de los catequistas sigue siendo un imperativo
indiscutible. Los esfuerzos que los responsables están realizando con este objeto deben
ser respaldados. Hay que tratar de crear en todas partes, una organización suficiente y
emprender iniciativas concretas, para que ningún catequista se vea privado de una
mejoría constante.
Entre las iniciativas para la formación permanente, el primer lugar corresponde a los
Centros catequéticos que asisten a los antiguos alumnos al menos durante el primer
período mediante cartas circulares e individuales, envío de material, visitas in loco de
los formadores y encuentros de revisión en los mismos centros. Los centros son los
ambientes más apropiados para organizar cursos de renovación y actualización de
catequistas, en cualquier momento de su servicio.
Las diócesis, si no disponen de un centro al cual dirigirse, busquen otros ambientes para
llevar a cabo sus ciclos de formación permanente que, por lo general, consisten en
breves cursos, encuentros de un día, etc., animados por personal expresamente
encargado a nivel diocesano. De modo análogo se debe actuar en las parroquias o en los
grupos de parroquias vecinas que colaboran entre sí.
Las iniciativas aisladas no son suficientes para la formación permanente. Se precisan
programas orgánicos que prevean una renovación cíclica sobre los distintos aspectos de
la personalidad del catequista. No basta, pues, cuidar de la profesionalidad laboral; hay
que privilegiar siempre la identidad de la persona. Se ha de cuidar con esmero todo
programa de carácter espiritual porque esta dimensión es, sin discusión, la principal.
No se olvide que el catequista ha de permanecer enraizado en su comunidad para recibir
la formación permanente en su propio contexto y junto con los demás fieles. Al mismo
tiempo, se debe procurar desarrollar la dimensión universal, valorizando los encuentros
entre catequistas de distintas Iglesias particulares.
Además de las iniciativas organizadas, la formación permanente está confiada a los
mismos interesados. Todo catequista, por tanto, deberá hacerse cargo de su propio y
continuo progreso, mediante el mayor empeño posible, persuadido de que nadie puede
reemplazarle en su responsabilidad primaria.
30. Medios y estructuras de la formación. Entre los medios de formación, se destacan
los centros o escuelas para catequistas. Es significativo que los documentos de la
Iglesia, desde el Ad Gentes hasta la Redemptoris Missio, insistan en la importancia de
"favorecer la creación y el incremento de las escuelas (o centros) para catequistas que,
aprobados por las Conferencias Episcopales, otorguen títulos oficialmente reconocidos
por éstas últimas".
Cuando se hace referencia a los centros para catequistas, se habla de realidades muy
diferentes: desde organismos desarrollados, que pueden albergar por largo tiempo a los
candidatos con un programa de formación orgánico, hasta estructuras esenciales para
pequeños grupos o cursos breves, o incluso sólo para encuentros de un día.
En su mayoría, los centros son diocesanos o interdiocesanos; algunos son nacionales
continentales, o internacionales. Estos distintos tipos de centros se complementan
mutuamente y deben promoverse todos ellos.
Existen elementos comunes a estos centros, como el programa de formación que hace
del centro un lugar de crecimiento en la fe; la posibilidad de residir en él; la enseñanza
escolar alternada con experiencias pastorales y, sobre todo, la presencia de un grupo de
formadores. Existen también elementos propios que distinguen a unos centros de otros.
Entre éstos: el nivel mínimo que se requiere de preparación escolar, proporcionado al
nivel nacional; las condiciones para aceptar a los candidatos; la duración del curso y de
la residencia; las características de los candidatos mismos: sólo hombres o sólo mujeres,
o ambos; jóvenes o adultos; casados, solteros o parejas; distintas sensibilidades y énfasis
en los contenidos y métodos de formación, que se adaptan a la realidad local; formación
específica, o no, para las esposas de los catequistas; entrega o no, de un diploma.
Es importante que exista una cierta conexión entre los centros, sobre todo a nivel
nacional, bajo la responsabilidad de la Conferencia Episcopal. Esa conexión se favorece
con encuentros regulares entre todos los formadores de los distintos centros y por el
intercambio de material didáctico. De este modo, se procura la unidad de la formación y
se potencian los centros con el enriquecimiento participado de la experiencia de los
demás.
La importancia de los centros no se limita a la actividad formativa que se refiere a las
personas. Pueden llegar a ser verdaderos núcleos de reflexión sobre temas importantes
de carácter apostólico como: los contenidos de la catequesis, la inculturación, el diálogo
interreligioso, los métodos pastorales, etc... y servir de apoyo a los Pastores en sus
responsabilidades.
Además de los centros o escuelas, hemos de mencionar los cursos y los encuentros, de
distinta duración y composición, organizados por las diócesis y parroquias,
especialmente aquellos en los que participan el Obispo o los párrocos. Son medios de
formación muy eficaces y, en ciertas zonas y situaciones, constituyen el único medio
para proporcionar una buena formación. Estos cursos no se oponen a los programas de
los centros, sirven más bien para prolongar su influencia o, como sucede a menudo, para
compensar la falta de centros.
Tanto para la actividad de los centros como para la de los cursos, son indispensables los
instrumentos didácticos: libros, audiovisuales y todo el material que sirve para preparar
bien a un catequista. Corresponde a los Pastores responsables procurar que los centros
estén provistos del material necesario, de acuerdo con su importancia. Es encomiable la
costumbre de intercambiarse los medios didácticos entre un centro y otro, entre una y
otra diócesis. A veces se trata de intercambios útiles entre naciones limítrofes y
homogéneas por su situación socioreligiosa.
La CEP insiste en que no basta proponerse objetivos elevados de formación, sino que es
preciso escoger y utilizar los medios eficaces. Por tanto, además de insistir en que se dé
prioridad absoluta a los formadores, que hay que preparar bien y sostenerlos, la CEP
pide que se potencien los centros en todas partes. También, para esto, se requiere un
sano realismo, para evitar un discurso sólo teórico. El objetivo que se quiere alcanzar es
lograr que todas la diócesis puedan formar un cierto número de catequistas propios, por
lo menos los cuadros, en un centro. Además, fomentar las iniciativas locales, en
particular los encuentros programados y guiados, porque son indispensables para la
formación inicial de los que no han podido frecuentar el centro y para la formación
permanente de todos.
TERCERA PARTE
LA RESPONSABILIDAD HACIA EL CATEQUISTA
VI REMUNERACION DEL CATEQUISTA
31. Cuestión económica en general. Se reconoce unánimemente que la cuestión
económica es uno de los obstáculos más serios para poder contar con un número
suficiente de catequistas. Ese problema no se plantea, desde luego, con los maestros de
religión en las escuelas oficiales, ya que éstos reciben el sueldo del Estado. Por lo que se
refiere, en cambio, a cualquier categoría de catequistas remunerados por la Iglesia, en
particular los que tienen una familia a su cargo, la cuestión crucial es la proporción entre
lo que reciben y las exigencias de la vida. Se perciben consecuencias negativas en
distintos aspectos: en la elección, ya que las personas dotadas prefieren trabajos mejor
remunerados; en el compromiso, porque resulta necesario desempeñar otros oficios para
completar los ingresos; en la formación, porque muchos no están en condiciones de
participar en los cursos; en la perseverancia, y en las relaciones con los Pastores.
Además, en algunas culturas el trabajo se aprecia por lo que retribuye y se corre el
riesgo de considerar a los catequistas como trabajadores de inferior categoría.
32. Soluciones prácticas. La retribución del catequista ha de considerarse como cuestión
de justicia y no de libre contribución. Los catequistas, de dedicación plena o parcial,
deben ser retribuidos según normas precisas, establecidas a nivel de diócesis y
parroquia, teniendo en cuenta los recursos económicos de la Iglesia particular, de la
situación personal y familiar del catequista, en el contexto ecónomico general del
Estado. Se reservará especial atención a los catequistas enfermos, inválidos y ancianos.
Como en el pasado, la CEP seguirá interesándose en promover y distribuir aportaciones
económicas para los catequistas, según las posibilidades. Pero, insiste a la vez, en la
necesidad de buscar a, toda costa, una solución más estable del problema.
Los presupuestos de las diócesis y de las parroquias por tanto, deberán destinar a esta
obra una cuota proporcionada de los ingresos, siguiendo el criterio de dar la prioridad a
los gastos de la formación. También los fieles deberán hacerse cargo del mantenimiento
de los catequistas, sobre todo cuando se trata del animador de su comunidad local. La
calidad de las personas, en particular las que están comprometidas en el apostolado
directo, tienen la precedencia respecto a las estructuras. No se destinen pues a otros
fines ni se reduzcan los presupuestos destinados a los catequistas.
Se recomienda especialmente la ayuda económica para los centros de catequistas. Este
esfuerzo es digno de encomio y contribuirá sin duda a incrementar la vida cristiana en
un futuro próximo, porque la catequesis activa y eficaz es la base de la formación del
Pueblo de Dios.
Al mismo tiempo deben promoverse y multiplicarse los catequistas voluntarios, que se
comprometen a una cooperación a tiempo limitado, con regularidad, pero sin una
verdadera remuneración porque tienen ya otro empleo fijo.
Esta línea de acción es más realista cuando se trata de comunidades eclesiales que
tienen ya un cierto grado de desarrollo. Es necesario ciertamente educar a los fieles a
que consideren la vocación del catequista como una misión, más que como un empleo
de vida. Además, será preciso reexaminar la organización y la distribución de los
catequistas.
En resumen, el problema económico exige una solución a partir de la Iglesia local.
Todas las otras iniciativas son una buena contribución y han de potenciarse, pero la
solución radical hay que buscarla localmente, especialmente con una acertada
administración, que respete las prioridades apostólicas, y educando a la comunidad a dar
la debida contribución económica.
VII RESPONSABILIDAD DEL PUEBLO DE DIOS
33. Responsabilidad de la comunidad. La CEP siente la necesidad de expresar en
públicamente su reconocimiento y gratitud a los Obispos, a los sacerdotes y a las
comunidades de fieles por la atención que siempre han demostrado a los catequistas: esa
actitud es una garantía para el anuncio misionero, para la madurez de las Iglesias
jóvenes.
Los catequistas, en efecto, son apóstoles de primera línea: sin ellos "no se habrían
edificado Iglesias hoy día florecientes"; son, además, una de las componentes esenciales
de la comunidad, enraizados en ella por el Bautismo y la Confirmación y su vocación,
con el derecho y el deber de crecer en plenitud y de obrar con responsabilidad.
Es significativo que Juan Pablo II, en la Encíclica Redemptoris Missio, encomie de este
modo a los catequistas en los territorios de misión: "Entre los laicos que se hacen
evangelizadores se encuentran, en primera línea, los catequistas. (...) Aunque se ha
habido un incremento de los servicios eclesiales y extraeclesiales, el ministerio de los
catequistas continúa siendo siempre necesario y tiene unas características peculiares".
Estas palabras confirman lo que el mismo Sumo Pontífice había afirmado en la
Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae: "El título de 'catequista' se aplica por
excelencia a los catequistas de tierras de misión".
A los catequistas se puede aplicar, con toda verdad, la palabra del Señor: "Id y haced
discípulos a todas las naciones" (Mt 28,19), porque "ellos están dedicados por oficio al
ministerio de la palabra".
Los catequistas sean valorizados en la organización de la comunidad eclesial. Será muy
util garantizar su presencia significativa en los organismos de comunión y participación
apostólica, como por ejemplo, los consejos pastorales diocesanos y parroquiales.
No hay que olvidar que el número de catequistas aumenta de continuo y que de su
actual dedicación dependerá la calidad de las futuras comunidades cristianas. En la
sociedad moderna existen situaciones que reclaman la presencia de los catequistas,
porque son laicos que viven las situaciones seculares y pueden iluminarlas con la luz del
Evangelio, actuando en el interior de la sociedad. Hoy, en el contexto de la teología del
laicado, los catequistas ocupan necesariamente un lugar destacado.
Todas estas consideraciones hacen ver la urgencia de promover catequistas, tanto en
número, mediante una adecuada promoción vocacional como, sobre todo, en la calidad,
mediante una atenta y global programación de formación.
34. Responsabilidad primaria de los Obispos. Los Obispos como primeros
"responsables de la catequesis", son también los primeros responsables de los
catequistas. El Magisterio contemporáneo y la legislación renovada de la Iglesia insisten
en esa responsabilidad originaria de los Obispos, vinculada a su función de sucesores de
los Apóstoles, en cuanto Colegio y como Pastores de las Iglesias particulares.
La CEP recomienda a cada uno de los Obispos y a las Conferencias Episcopales, que
continuen con todo esfuerzo, y si es necesario, refuercen su solicitud por los catequistas,
teniendo en cuenta todos los aspectos que les conciernen: desde establecer los criterios
de elección, promover programas y estructuras de formación, hasta utilizar los medios
adecuados para su mantenimiento, etc. Los Obispos traten personalmente a los
catequistas, instaurando una relación profunda y si es posible individual con ellos.
Cuando esto no sea factible, podría ser util nombrar un vicario episcopal para ese
cometido. En fuerza de su experiencia, la CEP indica también algunos campos
preferenciales de intervención:
Coscientizar la comunidad diocesana y las parroquiales, con especial atención a los
presbíteros, acerca de la importancia y el papel de los catequistas.
Crear o renovar los Directorios catequéticos en lo que se refiere a la figura y a la
formación del catequista, en el ámbito nacional y diocesano, de manera que haya
claridad y unidad cuando se aplicuen las respectivas indicaciones del Directorio
Catequético General, de la Exhortación Apóstolica Catechesi Tradendae y de la actual
Guía para los catequistas a la situación local.
Garantizar un material mínimo para la preparación específica de los catequistas en
el ámbito diocesano y parroquial, de manera que ninguno de ellos comience a ejercer su
misión sin estar preparado, y además, fundar o promover escuelas o centros apropiados.
Procurar como objetivo la creación de cuadros en todas las diócesis y parroquias, es
decir, grupos de catequistas bien formados en los centros y con una experiencia
adecuada que como se ha dicho ya en colaboración con el Obispo y con los
sacerdotes, puedan encargarse de la formación y de la asistencia de otros catequistas
voluntarios y se les puedan confiar puestos claves para la realización de los programas
catequéticos.
Atender a las necesidades referentes a la formación, a la actividad y a la vida de los
catequistas con un esmerado planteamiento económico, involucrando a la comunidad.
Además de estos campos preferenciales de intervención, el mejor modo en que los
Obispos pueden, en general, actuar su responsabilidad con los catequistas, es
manifestándoles su amor paternal, e interesándose constantemente por ellos mediante
contactos personales.
35. Solicitud de parte de los presbíteros. Los Sacerdotes, y especialmente los párrocos,
como educadores en la fe y colaboradores inmediatos del Obispo, tienen un cometido
inmediato e isustituible en la promoción del catequista. Si como pastores, deben
reconocer, promover y coordinar los distintos carismas en el interior de la comunidad,
de manera especial deberán seguir a los catequistas que comparten su trabajo de
anunciar la Buena Nueva. Han de considerarlos y aceptarlos como personas
responsables del ministerio que se les ha confiado y no como meros ejecutores de
programas preestablecidos. Promuevan su dinamismo y creatividad y eduquen a las
comunidades para que asuman su responsabilidad en la catequesis y acojan a los
catequistas, colaboren con ellos y los sostengan económicamente, teniendo en cuenta si
tienen a su cargo una familia.
Desde esta perspectiva especial, es de importancia decisiva educar al clero ya desde el
seminario, para que esté en condiciones de apreciar, favorecer y valorar adecuadamente
al catequista como figura eminente de apóstol y su colaborador especial en la viña del
Señor.
36. Atención por parte de los formadores. La preparación de los catequistas está
confiada, generalmente, a personas calificadas tanto en los centros como en las
parroquias. Estos formadores tienen una función de gran responsabilidad y dan una
aportación preciosa a la Iglesia. Sean pues conscientes de su vocación y del valor de su
tarea.
Cuando una persona acepta el mandato de formar catequistas, ha de considerarse como
la expresión concreta de la solicitud de los Pastores y ha de seguir fielmente sus
directivas. Además, ha de saber vivir la dimensión eclesial del mandato, realizándolo
con espíritu comunitario y siguiendo la planificación de conjunto.
Como ya hemos dicho, el formador de catequistas deberá estar dotado de cualidades
espirituales, morales y pedagógicas, especialmente se quiere de él que pueda educar
sobre todo con su propio testimonio. Ha de seguir de cerca a los catequistas,
trasmitiéndoles fervor y entusiasmo.
Todas las diócesis deberán hacer lo posible por tener un grupo de formadores de
catequistas, compuesto en lo posible de sacerdotes, religiosos religiosas y laicos, que se
puedan enviar a las parroquias a preparar a los aspirantes, en comunidad e
individualmente.
CONCLUSION
37. Una esperanza para la misión del tercero milenio. Las directivas contenidas en esta
Guía se proponen con la esperanza de que sean como un ideal para todos los
catequistas.
Los catequistas gozan de la estima de todos por su participación en la actividad
misionera y por sus características que raramente se encuentran en las comunidades
eclesiales fuera de la misión. El número de los catequistas se incrementa y oscila estos
últimos años, entre los 250.000 y los 350.000. Para muchos misioneros, los catequistas
son una ayuda insostituible; se puede decir, su mano derecha y a veces su lengua.
Frecuentemente han sostenido la fe de las jóvenes comunidades en los momentos
difíciles y sus familias han dado muchas vocaciones sacerdotales y religiosas.
)Cómo no estimar estos "animadores fraternos de comunidades nacientes"?. )Cómo no
proponerles los ideales más elevados, aun conociendo las dificultades objetivas y los
límites personales?
No se puede concluir más eficazmente este documento que citando las vibrantes
palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a los catequistas de Angola durante su última
visita apostólica: "Tantas veces ha dependido de vosotros la consolidación de las
nuevas comunidades cristianas por no decir su primera piedra fundamental, mediante
el anuncio del Evangelio a los que no lo conocían. Si los misioneros no podían estar
presentes o tuvieron que partir poco después del primer anuncio, allí estábais presentes
vosotros, los catequistas, para sostener y formar a los catecúmenos, para preparar al
pueblo cristiano a recibir los sacramentos, para enseñar la catequesis y para asumir la
responsabilidad de la animación de la vida cristiana en sus pueblos o en sus barrios.
(...) Dad gracias al Señor por el don de vuestra vocación, con la que Cristo os ha
llamado y elegido de entre los otros hombres y mujeres, para ser instrumentos de su
salvación. Responded con generosidad a vuestra vocación y tendréis escrito vuestro
nombre en el cielo (cf. Lc 10,20)".
La planeación en la catequesis
La necesidad de programar y de planear nuestras actividades catequéticas.
Una buena clase de religión empieza mucho antes de que los niños
entren al aula y termina mucho después de que se han despedido de su
catequista.
Como en todo proceso de enseñanza – aprendizaje, en la clase de
religión hay tres etapas que se deben tomar en cuenta. Estas tres
etapas están relacionadas entre sí, y no podemos dejar a un lado
ninguna de ellas.
La planeación:
Es aquello que debemos hacer antes de comenzar la clase, y consiste en
planear cuidadosamente aquello que se va a realizar.
La operación:
Es aquello que vamos a llevar a cabo durante la clase. Es realizar lo que
se planeó con anterioridad en la fase de planeación.
La evaluación:
Es aquello que debemos realizar después de haber terminado la clase.
Es evaluar lo que realizamos en la clase, de acuerdo con lo que
habíamos planeado.
PLANEACIÓN
OPERACIÓN
EVALUACIÓN
Llegamos a este mundo por caminos muy diversos, y al paso del tiempo
podemos descubrir en este camino la mano amorosa de Dios que nos
invita a colaborar de una manera directa en la formación de su tesoro
más valioso, que son los niños y jóvenes.
Llegamos a este mundo sin saber cómo, pero una vez en él, tenemos la
certeza de que es nuestra vida, nuestra misión, nuestro destino, y no lo
abandonamos jamás. Seguimos siendo catequistas por el resto de
nuestra vida.
Tener esta visión global del plan de estudios, nos ayuda a confirmar la
trascendencia de nuestra misión, ya que la fe se construye de una
manera gradual y progresiva hasta llevar a la madurez en la respuesta a
Dios.
Debemos tomar en cuenta todos los aspectos que tienen que ver con
ella para tener una mayor garantía de tener éxito en nuestra sesión.
Nunca debemos dar una clase sin haber dedicado antes tiempo a la
oración.
¿CÓMO se va a enseñar?
Juan Pablo II
- Objetivos Doctrinales
Mis alumnos, al terminar la clase, deberán ser capaces de explicar: el
amor de Jesús hacia los niños y cómo experimentarlo a través del amor
de otras personas: padres, maestros, hermanos y amigos; las virtudes
de la bondad y la sinceridad; los fundamentos del Bautismo en los
niños.
- Objetivos Morales
Mis alumnos, al terminar la clase, valorarán las virtudes de la bondad y
la sinceridad en sus relaciones con los demás.
Conocimiento y comprensión.
Como todos los maestros les enseña a vivir, pero su estilo de vida tiene
características que lo hacen único.
Ejemplos de métodos
INTRODUCCION
GAETANO GATTI
ABREVIATURAS
Aquí tienes una lista de documentos que un catequista
debe
conacer y meditar si es que ha de ser fiel a su
ministerio. Como
son usados con frecuencia, los citaremos con las
abreviaturas
indicadas a continuación. Te son ofrecidos por la Iglesia
para que
te conviertas en un auténtico «portavoz» de ella. Es
necesario
remitirse a ellos si se quieren profundkar las reflexiones
sugeridas
en este libro.
*****
***
*
ITINERARIO BIBLICO
LOS CATEQUISTAS:
SERVIDORES DE LA PALABRA
EL MINISTERIO
CATEQUETICO
Está en uso hoy en día un nuevo lenguaje para definir la
obra
del catequista. Se dice de él que desempeña un
«ministerio de
hecho» (EM 67) en la comunidad cristiana, dado que es
un
servidor de la Palabra. «Ministerio catequético»: ¿un
término
diverso para expresar las ideas acostumbradas?
Vistas las cosas de una manera superficial, podría
parece así,
dado que en la catequesis, al menos exteriormente, no
ha
cambiado nada: un grupo de muchachos... un manual...
unos
medios y tú mismo..
La novedad tiene que ser descubierta toda ella dentro
de las
relaciones que el catequista es invitado a asumir en la
confrontación con la Palabra de Dios que anuncia;
dentro de la
comunidad cristiana en la que actúa; dentro del
misterio de Cristo
que hace presente con su servicio; del Espiritu Santo
que le ha
llamado a desempeñar esta misión en medio de los
muchachos.
De este entramado de relaciones es de donde arranca el
primer
itinerario de fe de carácter bíblico que te lleva a
redescubrir de un
modo nuevo, comprometedor, pero fascinante, tu tarea
de
catequista como un «ministerio» dimanante de una
vocación que
hay que vivir dentro de la corresponsabilidad eclesial,
con
«sencillez de vida, espiritu de oración, caridad para con
todos y
especialmente para con los pequeños y los pobres,
obediencia y
humildad, desprendimiento de nosotros mismos y
espíritu de
renuncia. Sin esta contraseña de santidad, nuestra
palabra
dificilmente se abrirá camino en el corazón del hombre
contemporáneo, sino que corre el peligro de resultar
vana e
infecunda», (EN 76).
UN MODO «NUEVO»
DE SER CATEQUISTA
Hay el peligro, en la tarea catequética, de materializar
las
relaciones en términos de cosas que poner en práctica,
de
técnicas que aplicar, de contenidos que proponer, de
plazos que
respetar, sin implicar suficientemente en el empeño las
actitudes
interiores del catequista.
De no percatarte de esto, tu servicio se verá privado de
una
eficacia significativa, que nace del convencimiento de
estar
ejercitando un ministerio orientado al crecimiento en la
fe de los
muchachos, a fin de que éstos lleguen a alcanzar la
estatura de
Cristo, establecida por el Espíritu Santo, que «es el
agente
principal de la evangelización; él es quien impulsa a
anunciar el
evangelio y quien, en la intimidad de las conciencias,
hace acoger
y comprender la palabra de la salvación» (EN 75).
De aquí es de donde dimanan los criterios de actuación,
los
motivos, el fin, el método y la misma pedagogía que
caracterizan la
originalidad del servicio catequético en la Iglesia.
Recuperas ante todo la identidad de servidor de la
Palabra
(Hech 1,2) en el Espiritu, en virtud de una vocación que
te es
concedida como un don por el bautismo y la
confirmación y que tu
condición actual de casado, célibe, religioso. .
perfecciona
ulteriormente con la gracia.
Descubres el sentido de la corresponsabilidad que te
pone al
servicio de la Iglesia, no en solitario, sino juntamente
con otros,
dependiente y necesitado del testimonio de toda la
comunidad (cf.
EN 60).
Te sientes anunciador de Cristo salvador, introduciendo
a los
muchachos de hoy en día en la participación de un
misterio de
muerte y resurrección, de sacrificio y de alegría, que
encuentra su
más alta expresión en las celebraciones litúrgicas.
I
SER CATEQUISTA ES UNA VOCACION
CATI/VOCACION MIRIO-CATEQUISTICO:
«No me escogisteis vosotros a Mi, sino que Yo os escogí
a
vosotros» (Jn 15,16)
¿Por qué te has hecho catequista? Es posible que no
sepas dar
una respuesta inmediata a esta pregunta. Si reflexionas
y tratas de
reconstruir el entramado de las circunstancias, a veces
fortuitas, de
las situaciones imprevistas, o de los encuentros
ocasionales de los
que ha brotado tu opción de poner manos a la obra
catequética, te
quedas desconcertado.
¿Ha sido una invitación... una toma de conciencia de tu
condición de creyente a fondo... una propuesta... un
testimonio...
un deseo de comprometerte con la comunidad
cristiana?...
No lo sé; tal vez ni siquiera tú mismo lo sepas. Todo
esto, visto
de un modo superficial, puede parecer que haya
sucedido así, casi
como por casualidad... Pero en realidad nada, a los ojos
de Dios,
ocurre por casualidad. Sobre todo cuando él escoge a
sus
colaboradores inmediatos, como lo es todo catequista.
¡Seria una
decisión irresponsable!
Jesús pasa una noche en oración antes de llamar a sus
discípulos: «Subió al monte a hacer oración», (Lc 6,13).
En otra
ocasión les afirma: «No me escogisteis vosotros a mi,
sino que yo
os escogí a vosotros» (Jn 15,16).
Ha sido el Señor quien ha entretejido la sabia trama de
circunstancias en la que, en momentos diversos, te
hacia saber su
llamamiento.
Tú no te percatabas, pero él es siempre el primero en
actuar;
nos precede, nos sorprende con sus gratuitas iniciativas
que,
juntas todas en uno, constituyen nuestra vocación.
Has acogido su propuesta: ¡ya eres catequista!
Pero que no sea la tuya una acogida resignada a una
invitación
que te llega acaso de un sacerdote, al que no pudiste
decir que
«no» porque su demanda tenía el tono de la súplica y el
acento de
la urgencia. Es necesario redescubrir el sentido de un
gesto que
tal vez te haya pasado inadvertido en su importancia y
en su
profundidad.
¿No te has preguntado nunca por qué no ha llamado a
otros?
Con un asombro unido al sentido de la sorpresa, de la
gratitud, de
la responsabilidad, observa el evangelista Marcos:
«Llamando a los
que quiso, vinieron a él»' (Mc 3,13).
Es importante volver al origen de este llamamiento que
te ha sido
dirigido también a ti, reconstruirlo, volverlo a escuchar
de nuevo
como la primera vez para responder hay como ayer,
más aún,
mejor que ayer, con tu «si»' gozoso a la invitación del
Señor que te
envía a anunciar su Palabra.
1. LLAMADOS PERSONALMENTE
A ANUNCIAR LA PALABRA DE DIOS
VOCA/CR CR/VOCACION: Hay una manera equivocada
de
entender la vocación que consiste en identificarla con
elementos y
aspectos extraordinarios, excluyendo todo lo que puede
ser
ocasional y cotidiano.
La vocación, que está en el comienzo del ministerio
catequético,
es algo que pertenece al género de lo extraordinario por
ser «don
y gracia del Espiritu Santo» (EM 68), sin que esto
implique
manifestación exterior excepcional alguna.
La vocación es siempre un gesto de predilección.
FE/V-ORDINARIA D/PROVIDENCIA MIRADA/FE
J/LLAMADAS:
Efectivamente, lo extraordinario hay que descubrirlo en
la intimidad
de las relaciones que el Señor establece contigo. Por
desgracia,
«nuestra mayor limitación es la de no acertar a ver las
cosas
extraordinarias por la sencilla razón de que se nos
presentan de un
modo familiar» (·Teilhard-de-Chardin). Es necesaria la
mirada de
la fe que nos permite descubrir a Dios actuando en
medio de
nosotros. Por lo demás, el modo como Jesucristo mismo
llama a los
apóstoles y a los discípulos no tiene nada de
excepcional. Invita a
Juan y a Andrés a seguirle mientras éstos van de
camino: «Venid y
veréis» (Jn 1,39; llama a Mateo mientras éste se
encuentra en su
mesa de trabajo: «Sigueme» (Mc 2,14); a Pedro
mientras se afana
en arreglar las redes de pesca: «No temas: de ahora en
adelante
serás pescador de hombres» (Lc 5,11). Las situaciones
cotidianas
se convierten en el lugar en que resuena la palabra del
Señor y
donde los discipulos acogen su propuesta. Algo
semejante,
aunque en un tono diverso, ha ocurrido también en tu
propia vida,
constituyendo el comienzo de la historia de tu vocación
catequética. El redescubrirlo en la fe te ayuda a sentirte
de
continuo un llamado, un escogido, y te responsabiliza
cada vez
más.
El reconocimiento de la Iglesia
El catequista, para poder desempeñar el servicio de la
Palabra,
tiene necesidad de la fe de la comunidad, que reconoce
en él los
dones del Espiritu. Es efectivamente la Iglesia la que
descubre su
propio misterio en las palabras y en la vida de uno de
sus
miembros, le aprueba y le otorga el consentimiento
para el ejercicio
del ministerio catequistico (cf. RdC 197).
La falta de catequistas no hay que achacarla a la
carencia de
instituciones o a defectos organizativos, sino que, ante
todo, hay
que atribuirla a una profunda crisis de fe de la
comunidad entera,
que no sabe vislumbrar en ella el «paso» del Espiritu.
La Iglesia local, bajo la gula del Espiritu y la dirección
de sus
responsables, no crea ministerio alguno, sino que lo
descubre, lo
hace visible, a fin de que cada cual pueda asumir la
propia
responsabilidad en la construcción del Reino de Dios. El
catequista, por su parte, al acoger la propuesta que le
llega a
través de la comunidad, responde a la invitación del
Espiritu.
«Los pastores tienen autoridad para reconocer y
alimentar la vocación
de cada cual, así como también para asignar tareas
especificas en el
servicio a la comunidad. Toda mision catequética se ve
de esta manera
robustecida también por la llamada que, de diversas
maneras, lanzan los
pastores para asociar a todos a su ministerio apostólico:
en los encargos
que el obispo y el párroco confien, es posible siempre
percibir el mandato
que, reconociendo los dones del Señor, los pastores
confíen en su
nombre a los fieles para confirmar su mision» (RdC I
97).
Un ministerio de hecho
MIRIO-DE-HECHO: La vocación del catequista se perfila
a partir
de la comunidad cristiana, en la que es invitado a
desempeñar un
ministerio específico. Dicho ministerio es conferido a
través de su
designación e implica un servicio que hay que realizar
en la Iglesia
de un modo suficientemente estable.
La «gracia de la Palabra»
VOCA-CATECA/ORIGEN MIRIO-DE-LA-PALABRA: El
servicio a
la Palabra que el catequista desempeña es un modo de
expresar la
propia pertenencia activa y responsable a la comunidad
cristiana.
En esta proclama él haber recibido la gracia de la
Palabra (RdC
182) como un don que compartir con todos para poder
reconocer y
alabar al Señor, que lleva a cabo tales cosas en medio
de su
pueblo.
El desempeñar la tarea catequética nace sobre todo de
la
necesidad de manifestar a los demas el don recibido y
no de
motivaciones humanas. A diferencia de lo que ocurre en
las
relaciones entre las personas, en las que es posible la
reciprocidad
del favor, cuando se trata de Dios no existe reciprocidad
alguna.
MIRIO/GRACIA-DON: Aquí todo es don, solamente don
y
siempre don, aun despues de haber desempeñado un
ministerio.
Pero, sobre todo, el servicio de la Palabra es «gracia»,
ya que
expresa el máximo de confianza que el Señor te otorga
cada vez
que te encuentras con tu grupo en la tarea eatequétiea.
Por eso
mismo estás en deuda para con quien te ha enviado a
anunciar su
mensaje a los muchachos. Al igual que el apóstol Pablo,
también
tu vives esta experiencia saboreando en el espíritu un
profundo
sentimiento de gratitud: «Doy gracias al que me dio
fuerzas, a
Cristo Jesús, Señor nuestro, porque me consideró digno
de
confianza al colocarme en el ministerio» (1 Tim 1,12).
Adviertes en
ti mismo el ansia de ser hallado digno de esta vocación
(Ef 4,1).
La acogida de fe
La actitud del catequista respecto a la llamada del
Señor, más
que una decisión, es una respuesta de fe a la inivitación
del
Espiritu que la ha precedido. Aceptar el ministerio
catequetico
equivale a acoger en la propia existencia al santo
«siervo
Jesucristo» (Hech 4,27), convertirse en discípulos
suyos, es decir,
compartir su proyecto de vida, seguir su camino y
encontrar en el,
promulgador de la Palabra del Padre, el modelo de
práctica del
ministerio catequético. Sin convertirte en amigo suyo no
te es
posible ser fiel al don recibido. De hecho, lo que
capacita a los
apóstoles para el ministerio de la Palabra es la vida de
comunión
con Jesucristo, es decir, el haber vivido con el (Hech
2,13), haber
comido y bebido con él (Hech 10,3941), el haber
trabado con él
unas relaciones de familiaridad y de confianza recíproca.
Son
condiciones indispensables. Como catequista no eres
llamado ante
todo a responder a la invitación de Jesús: «Id y
enseñad a todas
las gentes» (Mt 28,18), sino a acoger con fe y con amor
su
invitación: «Venid y veréis'' (Jn 1,39), es decir, a
permanecer con él
en la oración, en la meditación, en el silencio y en la
experiencia de
la vida eucarística.
Del hecho de convertirte en discípulo de Cristo y, por
consiguiente, del hecho de escogerle a él como persona
con la
que compartir tu propia vida, es de donde arranca la
progresiva
maduración de tu respuesta de fe a la vocación
catequética.
3. EL CATEQUISTA,
«PROFETA» EN LA IGLESIA
CATI/PROFETA: La identidad del catequista en la Iglesia
es muy
semejante a la figura del profeta, hasta el punto de que
ésta
permite reconstruir aproximadamente algunos de los
rasgos
importantes de la fisonomía espiritual del ministerio de
la Palabra.
Se sigue de aquí una mayor conciencia de estar
desempeñando
en la comunidad cristiana un servicio que te sitúa en la
linea de los
profetas y, por consiguiente, dentro de la historia de la
salvación,
que hoy día se lleva a cabo tambien por obra y gracia
de tu tarea
catequética.
PARA LA ORACION
Sea cual sea mi edad, te seguiré,
como los obreros que fuiste a buscar a la plaza,
a todas las horas,
para que trabajasen en tu campo
Te seguiré
aun cuando el mundo no comprenda
y a veces desprecie
a quien se entrega completamente a ti.
Te seguiré
para realizar la obra que tú has comenzado
y quieres que nosotros, miembros tuyos,
llevemos a buen término.
Te seguiré
con la prontitud de Pedro y de Andres,
de Santiago y de Juan,
los cuales, dejadas las redes y a su padre,
se consagraron irrevocablemente
a ti y a tu tarea.
Te seguiré
y no buscaré otro premio
que tú y tu amor, Dios mio. Amén.
***
Tú me llamas, Señor,
y yo tengo miedo de pronunciar el sí.
Me quieres y yo trato de escaparme.
Me pides que te permita adueñarte de mí y yo me
niego.
De este modo no llego a entender qué es lo que quieres
de mi.
Tú esperas el don completo: esto es cierto.
Y yo tal vez estoy dispuesto a darlo,
dentro de los limites de mis posibilidades.
Tu gracia me empuja desde dentro,
y entonces todo me parece fácil.
Pero bien pronto me recobro, dudo,
apenas me percato de qué es a lo que debo renunciar
y de lo dolorosa que es la ruptura definitiva.
¡Oh Señor, dame fuerza para no negarme!
Ilumíname en la elección de lo que quieres.
Estoy dispuesto.
(J. Lebrel)
GAETANO GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981. Págs. 11-36
II
SERVIDORES DE LA PALABRA DE
DIOS
Alimentarse de la Palabra
La capacidad para captar los auténticos sentidos de la
Palabra
no te vendrá de una atención pedagógica o de un
método puesto
al día, sino de una verdadera sensibilidad espiritual que
ayude a
«saber leer en los acontecimientos el mensaje de Dios»
(EN 43).
PD/ALIMENTARSE: Es, por tanto, obra del Espíritu
Santo (RdC
17), a cuyo servicio se siente el catequista. Para poder
liberar de
un modo menos imperfecto la riqueza de los
significados incluidos
en la Palabra, tienes que alimentarte de la Palabra
misma.
No te extrañe esta atrevida imagen, porque es bíblica.
La
proximidad de la Palabra al alimento está presente en la
vocación
del profeta Ezequiel: «Hijo del hombre, come lo que se
te ofrece,
come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel.
Yo abrí la
boca y me dio a comer el rollo... Lo comí y fue en mi
boca dulce
como la miel» (Ez 3,13).
Jesús mismo vuelve a proponer la misma imagen
cuando,
tentado en el desierto, dice a Satanás: «No sólo de pan
vive el
hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de
Dios»
(/Mt/04/04). Se acentúa de esta manera para el
catequista la
importancia de interiorizar la Palabra de Dios.
La Palabra debe ser asimilada hasta identificarse con la
vida de
quien la proclama y confundirse con su persona, como
ocurre con
el alimento.
La Palabra hace crecer al catequista, constituye su
misma
fuerza, el punto de apoyo de su vida y su alegría. De
este modo
puede afrontar como el profeta las dificultades que
provienen de la
proclamación: «Cual diamante, más dura que roca, he
dejado tu
frente: no los temas ni tengas pavor ante ellos» (Ez
3,9)
Toda Palabra es importante (véase Mt 4,4), es decir,
que no es
menester hacer selecciones preferenciales. S. Cesáreo
de Arlés
sugiere: «La misma atención que empleamos para que
el Cuerpo
de Cristo no caiga al suelo, deberíamos tenerla para que
no caiga
de nuestros corazones ninguna Palabra de Dios».
El catequista es un amante de la Biblia (cf. RdC 105-
108).
Servir a la Palabra
PD/SERVIRLA-FIEL: No eres dueño de la Palabra,
porque,
mientras la propones a los muchachos, la escuchas, te
interpela y
te juzga. Por este motivo, en cuanto servidor, no te es
licito
construirte tu propia imagen de catequesis según tu
propio gusto
personal. Seria una traición. La comunidad cristiana
envía a los
catequistas «no a predicarse a si mismos o las propias
ideas
personales, sino a predicar un evangelio del que ni ellos
ni ella son
señores y propietarios absolutos que puedan disponer
de él a su
propio arbitrio, sino ministros encargados de
transmitirlo con
extrema fidelidad» (EN 15).
El servicio catequético no tiende por encima de todo a
persuadir
o a convencer con sabiduría humana (1 Cor 2,1), sino a
hacer
presente a Cristo y, por consiguiente, a prolongar su
acción. El
ministerio de la Palabra requiere la máxima
disponibilidad, dado
que tiende a desbaratar la propia vida. Sólo de esta
manera pudo
María decir: «He aquí la esclava del Señor, hágase en
mi según tu
palabra» (Lc 1,38).
El siervo es un ser que cumple su propia misión
sirviendo; en
esto consiste su dignidad ante Dios. «Aun después de
todo lo que
habéis hecho, sois unos siervos inútiles» (Lc 17,10).
Para ti, servir a la Palabra de Dios quiere decir:
sentirte pobre e impotente ante ella, porque
precisamente
cuando se es débil, se revela la potencia de Dios. «Pues
cuando
estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor
12,10);
Poner en crisis la propia experiencia catequética, que
corre el
peligro de sobrevivir de una manera repetitiva, sin
abrirse y
renovarse en fidelidad a las exigencias de los tiempos;
rechazar formas de claridad, que no permiten ya ni
siquiera
entrever el sentido del misterio y apagan el deseo de
búsqueda y
de profundización, porque se prefiere poseer
tranquilamente las
verdades cristianas.
3.MINISTROS DE LA PALABRA
Los modos de servir a la Palabra de Dios son múltiples y
las
personas empeñadas en esta tarea actúan con distintas
competencias y cualificaciones.
Entre estas personas te encuentras también tú. Es toda
la
comunidad cristiana la que «se halla siempre en
religiosa escucha
de la Palabra de Dios» (RdC 11) para servirla: el papa,
los
obispos, los sacerdotes, los diáconos, los cónyuges, los
catequistas... Hay diferentes ámbitos de profundización
confiados a
los teólogos, a los escrituristas, a los catequetas, a los
diversos
investigadores, dentro de dos momentos
fundamentales: la
evangelización o primer anuncio cristiano y la
catequesis o
reflexión sobre la experiencia de la fe (DCG 17).
Tú, que actúas prevalentemente en este segundo
sector, no
tienes que considerarte el último eslabón de una
transmisión
cristiana, como si desempeñaras el papel de repetidor y
divulgador
de unas proposiciones de fe suministradas por
personas
competentes y que te han sido confiadas por los
responsables de
la comunidad eclesial.
Semejante forma de ver las cosas significarla
desvalorizar la
misión del catequista, reduciéndola a desempeñar la
función de
una cinta magnética que reproduce siempre, en todas
partes, de la
misma manera y en todo momento, lo que en ella está
grabado.
Resultaría así seriamente comprometido el significado
mismo del
ministerio catequético.
El catequista, dentro de la comunidad y en diálogo con
los
diversos expertos, realiza un servicio original,
específico, propio y
exclusivo, a la Palabra; servicio realmente importante,
por humilde
y escondido que pueda ser.
En realidad, toda la tarea de autentificación de la
Palabra de
Dios por parte de los responsables de la comunidad
converge
hacia la catequesis como a la fase más delicada, es
decir, hacia el
encuentro con las realidades vitales y con la persona de
los
destinatarios.
Todo puede resultar aquí comprometido o distorsionado
si el
catequista no está bien atento. Cronológicamente,
ocupas el último
puesto, es decir, el momento del anuncio; pero el
primero por su
importancia, ya que en la catequesis es donde la
Palabra de Dios
se traduce en la vida y se integra en la existencia de
los
muchachos.
Es indispensable que profundices la originalidad de tu
ministerio
para no caer en lo genérico ni desviarte de tu papel
especifico. Tú
eres catequista. Tu servicio se orienta a hacer evidente
el hoy, el
aquí y el ahora de la Palabra de Dios.
A la escucha de la vida
D/HABLA-HOY: Es hoy bastante frecuente oir decir:
«Dios habla
también hoy»; pero, ¿como entender esta expresión en
su
auténtico valor? La respuesta nos remite nuevamente a
los
profetas, los grandes protagonistas de la historia de la
salvación,
que reconocen la Palabra de Dios en las experiencias de
vida y en
los acontecimientos, donde, por inspiración de Dios,
descubren los
signos de su presencia y, consiguientemente, su
verdadero
significado.
Hoy, lo mismo que ayer, Dios habla concretamente al
hombre, es
decir, le ayuda a reflexionar sobre cuanto le acaece,
vive y
experimenta a la luz del evangelio. Es la suya una
Palabra-existencia que se capta cuando uno se pone a
la escucha
de la vida.
La revelación «tiene lugar por medio de acontecimientos
y
palabras íntimamente conexos entre si, de manera que
las obras
realizadas por Dios a lo largo de la historia de la
salvación,
manifiestan y refuerzan la doctrina y las realidades
significadas por
las palabras, y las palabras declaran las obras y
esclarecen el
misterio en ellas contenido» (DV 2).
Cada uno de nosotros se halla como inserto en una
historia de
salvación, en cuyos hechos se encuentra uno con Dios
Padre que,
en Jesucristo, hace sus invitaciones, corrige, libera,
ama...
Por consiguiente, tu principal atención ha de consistir en
ponerte
con los niños a la escucha religiosa de las experiencias
de vida. En
realidad, «el catequista debe ser un agudo conocedor
de la
persona humana, de sus procesos espirituales, de la
comunidad
en la que cada hombre vive y se desarrolla.
Secundando las
intenciones de Dios y siguiendo los caminos del Espíritu
Santo,
sabe él encontrar a los fieles en sus situaciones
concretas y
acompañarlos, día a día, a lo largo de un itinerario
siempre
singular» (RdC 1 68).
PARA LA ORACIÓN
ITINERARIO TEOLOGAL
LOS CATEQUISTAS EN
COMUNIÓN DE VIDA CON EL
SEÑOR
Dios ve en ti al «catequista»
Cuando te encuentras con el Señor, tu identidad de
catequista
tiene que ser capaz de nacer de la experiencia
sacramental, de la
oración, que adquieren una originalidad propia en
relación al
ministerio de la Palabra que ejercitas.
I
LA FE
«CREEMOS, Y POR ESO HABLAMOS»
(2 Cor 4,13)
1. DIOS FIEL:
MANANTIAL DE LA VIDA DE FE
La fe en el propio ministerio
El servicio catequético es siempre una proclamación
de que Dios
es fiel, ya que nadie se atrevería a anunciar su
Palabra, rica de
promesas, si no creyese que cuanto propone se
realiza de verdad.
La «sabiduría» de la fe
SB-DE-LA-FE: La oración y la frecuente meditación
de la Biblia
permiten al catequista alcanzar en su ministerio la
«sabiduría» de
la fe, es decir, una serie de actitudes que él debe
vivir y transmitir a
los muchachos para formarles en una mentalidad de
fe.
El cristiano es invitado a creer en un Dios
externamente pobre,
débil, silencioso frente al mal, paciente. No escoge a
los
poderosos, a los sabios, a los letrados, sino a los
humildes; se
dirige a los pecadores, a los sencillos, a los
pequeños; no se sirve
de medios extraordinarios para realizar sus
proyectos, sino que
envía a sus discípulos con las manos vacías (Lc 10,2-
4).
La cruz, es decir, el sufrimiento, el fracaso, las
decepciones,
son el lugar en el que Dios se manifiesta fiel,
desbaratando los
designios humanos para hacer prevalecer su amor.
Dios es siempre respetuoso de la libertad, y por eso
no
interviene con su poder, ni trata de imponer nada,
sino que invita a
escoger.
3. EDUCAR EN LA VIDA DE FE
Educar en la vida de fe significa, ante todo, proponer
a los
muchachos la imagen de un Dios que, en Jesucristo,
les ha
precedido con su amor, otorgándoles la máxima
confianza, más
aún, comprometiéndose con ellos a través de la
comunidad
cristiana, porque les ha hecho hijos suyos el día del
bautismo
Los comportamientos del creyente son una expresión
de fe en
respuesta a la relación de encuentro que el Señor ha
establecido
con cada uno de nosotros.
PARA LA ORACIÓN
Haz de mi palabra un «sacramento»
de tu amor que actúa en mí.
Que sea siempre apacible.
Que sea fácilmente paciente.
Que sea en todo momento veraz.
Que sea inequívocamente magnánima.
Que sea «abierta» a todos
porque, previamente, a todos esté abierto mi
corazón.
Concédeme estar presente antes de hablar.
Escuchar antes de hablar.
Hacer y no sólo hablar.
Continuar después de haber hablado.
Hazme «ser»,
por encima de cualquier posible y fácil «decir».
Amén.
(L. Quartieri)
II
LA ESPERANZA
DISPUESTOS SIEMPRE A DAR RESPUESTA
A TODO EL QUE OS PIDA RAZÓN
DE VUESTRA ESPERANZA (1 Pe 3,15)
La conversión en la esperanza
En el sacramento de la reconciliación, Dios te invita a
convertirte,
es decir, a hacer tu vida más transparente a la
Palabra que
anuncias.
Es un hecho que tiene repercusiones inmediatas en
tu servicio
catequético. En la reconciliación descubres que:
Dios espera en ti, a pesar de tus pecados, y con tu
colaboración
desea llevar a término la obra de santificación
iniciada en el
bautismo;
tu esperanza de llegar a ser mejor es iniciativa del
Señor, que te
sale al encuentro con sus dones;
tus propósitos no se apoyan en tus posibilidades
humanas, sino
en la gracia, que constituye el comienzo del camino
de la
conversión.
La vigilancia
Una importante actitud de fe, que proviene de la
celebración de
la penitencia, es la vigilancia, es decir, la continua
atención a Dios
que, con su gracia, viene a convertir la vida de cada
uno. Para el
catequista es una actitud que hay que hacer
madurar
personalmente y transmitir a los muchachos,
prestando atención
con ellos a fomentar en el grupo las ocasiones de
encuentro con el
Señor a través de su Palabra.
En la catequesis hay diversos modos de expresarse
la vigilancia:
La pedagogía de la esperanza
La esperanza entra en la vida de una persona como
una fuerza
transformadora capaz de enriquecerla con energías y
recursos
nuevos e imprevisibles. Es, por tanto, una
potencialidad que debe
ser avivada para que pueda convertirse en un
componente
dinámico de la experiencia de fe. Lo cual se ve
facilitado cuando el
catequista adopta una pedagogía de la esperanza,
entendida
como un comportamiento pedagógico, pero más
todavía como una
respuesta de fe respecto a Dios, operante ya en la
vida de todo
bautizado.
Debe ser fuerte en ti la esperanza que hacia
exclamar al apóstol
Pablo ante sus oyentes: «Estoy convencido de que,
quien inicio en
vosotros la buena obra, la ira consumando hacia el
día de Cristo
Jesús (Flp 1,ó). A la luz de la esperanza se perfila un
nuevo estilo
de relaciones que establecer con quien te escucha.
El conocimiento de las posibilidades y las
perspectivas de cada
muchacho significa ya descubrir unas condiciones
que son debidas
a la fe del bautismo y a la confirmación, así como a
la tensión
puesta por el Señor en el devenir de cada persona.
Esperar
verdaderamente en alguien es «mirarle con los ojos
de Dios».
La esperanza del catequista no se fía únicamente de
los
recursos humanos, sino que se apoya en la gracia y
en las ayudas
que otorga el Señor. Es, pues, una esperanza
teologal, ya que se
refiere a aquello que Dios ha realizado y realizara.
Esperar es amar a las personas por encima de lo que
son, para
entrever ya lo que pueden llegar a ser. De esta
manera, el
catequista participa del amor proveniente de Dios y
comparte su
fuerza renovadora.
GAETANO GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981. Págs.93-122
III
LA CARIDAD
1. EL AMOR ES LA IMAGEN
QUE DIOS COMUNICA DE SÍ MISMO
Cada cual tiene una imagen de si mismo, de la que se
muestra
particularmente celoso, porque expresa mejor que
cualquier otra
imagen los sentimientos y los estados de ánimo que le
son propios.
La sencillez de corazón
No todos son capaces de captar las maravillas que el
amor de
Dios lleva a cabo en la propia vida. Es necesaria una
disposición
sincera, que Jesucristo, en el Evangelio, descubre en
los
pequeños y en los sencillos de corazón. Y así, exclama:
«Te
bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
has
escondido estas cosas a los sabios e inteligentes y las
has
revelado a los pequeños» (Le 10,21).
Si falta esta sencillez de corazón que se identifica con
una
disponibilidad humilde, con una confianza incondicional,
el amor de
Dios corre el peligro de escaparse a nuestra atención.
Para poder descubrir en sí mismo y revelar a los
muchachos los
matices y profundos entresijos del amor de Dios, el
catequista
necesita tener la mirada de un niño, humilde y abierto
para
contemplar con asombro y emoción todo cuanto le
rodea.
De hecho, «quien acierta a reconocer la obra de Dios e
intuye la
suavidad y la fuerza de su amor a los hombres, puede,
con bondad
y respeto, hacer participes de él a los demás, aunque
no sea más
que en un contacto ocasional. Quien tiene en si mismo
'el sentido
de Cristo', en virtud de un impulso misterioso y
espontáneo sabe
expresarlo y proponerlo aun en los encuentros mas
rutinarios. El
que es impulsado a la caridad por el Espíritu del Señor,
encuentra
siempre los modos de comunicar su extraordinaria y
acuciante
comezón a aquellos que le rodean» (RdC 1 98).
En la maduración de esta actitud interior puedes ser
ayudado
por tus mismos muchachos, los cuales, en sus
reacciones
inmediatas, dejan a veces transparentar esta
sensibilidad respecto
a la presencia del Señor en sus propias vidas. . .
3. LA PEDAGOGÍA DE LA CARIDAD
La experiencia del amor de Dios, vivida por el
catequista, se
revela también en el tipo de relación que asume frente
a los
muchachos. El catequista, en realidad, es invitado a
adoptar una
pedagogía de la caridad que propone nuevamente y
manifiesta de
manera visible el amor de Dios Padre a cada uno de
ellos. Por este
motivo, la diligencia del catequista por adquirir una
suficiente
competencia en las ciencias relacionadas con el
desarrollo
humano, tiene que ser interpretada, en clave religiosa,
como
búsqueda del mejor modo de expresar el amor de Dios.
Hermano en la fe
El catequista no es alguien que se sitúe por encima o
por
delante de los muchachos, sino que les acompaña y
camina con
ellos, compartiendo como hermano el compromiso, las
alegrías y
las dificultades de crecer juntos en el amor del Señor.
Es la suya
una fisonomía que, más que nada, inspira confianza.
También los
muchachos, y no sólo los jóvenes, «buscan en el
catequista un
hermano y un amigo que sepa animar con espíritu de
servicio sus
aspiraciones...» (RdC 138).
Es una opción que debes compartir, porque también tú
haces la
experiencia de la fraterna comunión con Cristo. En la
participación
en la eucaristía, sobre todo, descubres el modo nuevo y
original de
ser hermano en la fe, es decir, mediante la solidaridad
con los
muchachos. No es una forma deseducativa de
camaradería que
haga igualitarias las relaciones y no le ayude a crecer.
Es una
respuesta de fe a Cristo, que se hizo hombre, pero
para
transformar a los hombres, asumiendo su condición,
pero para
librarles del pecado.
Los propios muchachos, por su parte, no te aceptan si
el hacerte
como uno de ellos se convierte en un modo de abdicar
de tu
identidad de «adulto en la fe», con una confusión que
constituye
una inversión de los roles. La solidaridad fraterna
puede
manifestarse en la catequesis de diversas maneras.
El catequista participa intensamente en la vida de sus
muchachos y se abre con sensibilidad a sus problemas,
a fin de
captar los signos y las huellas del amor de Dios que en
ellos se
revela.
Pone en la base de su servicio fraterno la fe, que
permite ver
en los muchachos a personas «amadas» por Dios y,
consiguientemente, hermanos pertenecientes a una
única familia.
Ofrece un amor capaz de librarles de sus carencias y
que no se
compromete fácilmente con expectativas equivocadas,
tal vez más
agradables por ser menos comprometidas.
Te pido, Señor,
que me ayudes a amar.
Concédeme derramar
el amor verdadero en el mundo.
Haz que tu amor
penetre en el corazón de los hombres.
Haz que nunca olvide yo
que la lucha por un mundo mejor
es una lucha de amor,
en servicio del amor.
Ayúdame a amar,
a no malgastar mis capacidades de amar,
a amarme cada vez menos
para amar cada vez más a los demás,
a fin de que en torno a mí
no muera ni sufra nadie
por haber yo robado el amor
que ellos necesitaban para vivir. Amén.
IV
EL TESTIMONIO
2. EL CATEQUISTA: «TESTIGO
CUALIFICADO DE CRISTO» (RdC 186)
CATI/TESTIGO: El servicio de la Palabra, por su misma
naturaleza, conlleva una exigencia de testimonio que es
inherente
al ministerio catequístico. «Los catequistas son testigos
y
partícipes de un misterio que ellos mismos viven y
comunican con
amor a los demás» (RdC 185).
Más aún, precisamente porque has tenido la experiencia
de Dios
que salva en Jesucristo, experimentas el deseo de
extender a los
demás esta alegre noticia.
e hecho, «es impensable que un hombre haya acogido
la
Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse, a
su vez, en
heraldo y en testigo» (EN 24).
Se trata de un testimonio que adquiere una fisonomía
propia a
partir del don de la Palabra, concedido por el Espíritu,
en la
comunidad. Se convierte, ante todo, en anuncio del don
de la
misión profética proveniente del bautismo y de la
confirmación. El
Espíritu del Señor resucitado acompaña al servicio del
catequista
para hacer eficaz su testimonio. Lo cual requiere por tu
parte una
particular disponibilidad a su acción.
La fidelidad al Espíritu
No es tanto el catequista quien testifica la Palabra,
cuanto el
Espíritu Santo, que en el catequista halla espacio para
el
testimonio. Por este motivo, estás comprometido, ante
todo, a
programar un plan de acogida al Espíritu en tu vida
cotidiana. Es
una opción que no te deja pasivo, sino que te
responsabiliza con
miras a la maduración de una auténtica experiencia
cristiana de la
que después darás también testimonio a los demás.
De hecho, únicamente con el don del Espíritu te
conviertes en
testigo de Cristo ante tus muchachos. Es importante,
en
consecuencia, ser dócil a cuanto el Señor desea
testimoniar a
través de tu palabra. Es una fidelidad que te
compromete bajo
diversos aspectos:
Es menester eliminar todo cuanto pueda constituir un
obstáculo
a la transparencia del anuncio cristiano. «No
entristezcáis al
Espíritu Santo» (Ef 4,30). «Cuantos escuchan (al
catequista) han
de poder advertir que, en cierto modo, sus ojos han
visto y sus
manos han tocado; de su misma experiencia religiosa
tienen que
recibir luz y certeza» (RdC 186).
El Espíritu es el que manifiesta el sentido de la Palabra.
«El os
lo enseñará todo» (Jn 14,26). No se trata, sin embargo,
de
conocimientos doctrinales, sino más bien de descubrir
las
relaciones que el Señor establece con cada uno de
nosotros, de
ser dóciles a su amor. «Nadie conoce lo intimo de Dios,
sino el
Espíritu de Dios» (1 Cor 2,11).
El Espíritu está también en acción en aquellos que
escuchan la
Palabra, a fin de que la acojan con fe y la vivan día tras
día. El
catequista invoca al Espíritu no sólo para sí, sino
también para sus
muchachos.
El testimonio de la vida
TTNO/PROVOCACION: La vida del catequista tiene que
ser,
como la de los profetas, una provocación para quien la
escucha,
porque en sus comportamientos hace presente la
Palabra de Dios
(Is 8,18; Ez 24,15-24; Os 1,2).
PARA LA ORACIÓN
Señor, llena mi alma
de tu Espíritu y de tu vida.
Penetra y posee
todo mi ser tan plenamente
que toda mi vida
sea un reflejo de la tuya.
Resplandece a través de mi
y sé de tal modo yo mismo
que toda persona
con la que entre en contacto
vea tu presencia en mi alma.
Y que quienes me observen
no me vean ya a mi,
sino a ti solo, Señor. (Card. Newman)
Itinerarios de fe para la
formación espiritual del «ministro de la Palabra»
ENVÍO DE CATEQUISTAS
V
CELEBRACIÓN PARA EL COMIENZO
DEL AÑO CATEQUÉTICO
I. INTRODUCCIÓN
Cántico de entrada
Celebrante:
Hermanos, nuestra comunidad se ha reunido para
reconocer el don
que el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, ha concedido a
algunos
de nosotros de transmitir la Palabra de Dios mediante el
ministerio
catequético, a fin de que todos crezcamos juntos en la
fe, en la
esperanza y en la caridad. Pidamos, para aquellos a
quienes el
Señor ha llamado a ser catequistas en nuestra
comunidad, el don
y la gracia de la Palabra.
(Se llama por sus nombres a los catequistas, los cuales
se sitúan en
torno al altar).
Oremos:
Dios Padre, que has confiado a tu Iglesia la misión de
anunciar el
evangelio de Jesucristo a todos los hombres de todos
los tiempos,
envía tu Espíritu sobre estos catequistas, a fin de que
todos ellos
sean fieles dispensadores de la Palabra de la verdad,
desempeñando a la perfección su ministerio.
Infunde en sus corazones el amor y el celo de tu reino,
pon en sus
labios tu Palabra de salvación y concédeles la alegría de
poder
colaborar al crecimiento de tu Iglesia. Por Jesucristo
nuestro
Señor.
Todos:
Amén.
Lector:
I Cor 1,10-18;1 Cor 3,1-9;1 Cor 12,4-11; Ef 4,1-8;
Hech 1,6-11. (Se
escoge una sola lectura).
Salmo Responsorial (del Salmo 19):
Todos:
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Lector:
La ley del Señor es perfecta,
consolación del alma;
el dictamen del Señor, veraz,
sabiduría del sencillo.
Todos:
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Lector:
Los preceptos del Señor son rectos,
gozo del corazón;
claro el mandamiento del Señor,
luz para los ojos.
Todos:
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Celebrante:
Queridos hermanos,
supliquemos a Dios nuestro Padre
que bendiga a estos hijos suyos,
elegidos para el ministerio de catequistas,
a fin de que, desempeñando fielmente su misión,
anuncien a Cristo
y den gloria al Padre que está en los cielos.
Lector:
Oremos juntos y digamos: Envía, Señor, tu Espíritu.
(Es deseable que las diversas peticiones sean
formuladas por
personas distintas: padres, muchachos, responsables de
la
pastoral, etc.).
Celebrante:
Oremos:
¡Oh Dios, fuente de luz y de bondad,
que enviaste a tu Hijo único,
Palabra de vida,
a revelar a los hombres el misterio de tu amor!
Bendice a estos hermanos nuestros,
elegidos para el ministerio de catequistas.
Yucales a meditar asiduamente tu Palabra,
para que se dejen penetrar por su enseñanza
y la anuncien fielmente a sus hermanos.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos:
Amén
Celebrante:
Recibe el libro del Evangelio y el catecismo de la vida
cristiana y
transmite fielmente la Palabra de Dios, a fin de que
cobre fuerza y
vigor en el corazón de los hombres.
Catequista:
Amén
V. DESPEDIDA DE LA ASAMBLEA
Un catequista:
Hermanos, en nombre de la comunidad somos enviados
a
desempeñar el ministerio catequético. Que vuestra
oración
constante sea nuestra ayuda, vuestro testimonio
nuestro apoyo,
vuestra colaboración nuestro consuelo.
Celebrante:
En el nombre y con la gracia de Cristo Salvador,
id y anunciad con gozo su Palabra.
Guiados por el Espíritu de Dios,
esforzaos por servir a vuestros hermanos
como lo hizo Cristo,
que no vino a ser servido,
sino a servir.
Que el Señor esté en vuestro corazón
y en vuestros labios,
para que podáis anunciar
dignamente su Evangelio.
Que os bendiga Dios Todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
Cántico final.
*****
PARA LA ORACIÓN
Padre de la gloria,
concédenos el espíritu de sabiduría
y el pleno conocimiento,
ilumina los ojos de nuestro corazón,
a fin de que conozcamos
cuál es la esperanza de nuestra vocación
y cuales los tesoros de nuestra herencia,
la desmesurada grandeza de tu poder,
la eficacia de tu fuerza
mostrada en Cristo
resucitándole de los muertos
y haciéndole sentar a tu derecha
en lo alto de los cielos,
por encima de todo;
todas las cosas están puestas a sus pies
y le has constituido cabeza de la Iglesia,
su cuerpo, plenitud de aquel
que todo lo llena de todo. Amén.
(F. Cebolla López)
Cierto, Jesús,
me gusta hablar de las flores del campo,
que son bellas, graciosas, diversas,
vestidas de tanto esplendor
que ni siquiera un gran rey se les parece.
Tengo alegría en hablar de los pájaros que vuelan
y cantan, cantan y vuelan,
como si toda la vida no fuese más que un canto,
no fuese más que gorjeos y alegrías.
Pero la que tú nos enseñas, Jesús,
con tus parábolas puras
¿cómo acertar a explicarlo a los hombres tristes,
afanados por el hoy,
solícitos por demás del alimento,
maniáticos de un refinado vestir?
¿Comprenderán si digo que el Padre
en todo piensa y provee
por quien, como simples flores,
como los pájaros cantores,
se abre y extiende todo en el cielo?
Da tu Espíritu a los hombres, Jesús,
que les recuerde tus palabras puras
y evoque todos tus gestos,
que guíe a la verdad entera a nuestros corazones
y nos haga comprender en nuestra vida
que la única fuerza es el amor del Padre
y es nuestra, si le amemos a él y a los hermanos,
como has hecho y enseñado tú, Señor
(G. Medica)
GAETANO GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981. Págs. 228-236
MONICIÓN DE ENTRADA:
ACTO PENITENCIAL:
+ Tú, el enviado por el Padre para enseñarnos que también
es nuestro, Señor, ten piedad.
ORACIÓN:
Oh, Dios, que enviaste al mundo a tu Hijo como luz
verdadera, derrama tu Espíritu sobre estos catequistas de
nuestra parroquia, para que siembren la semilla de la verdad
y, encendidos con su fuerza, se entreguen de tal modo a su
tarea evangelizadora que vayan cada día construyendo y
proclamando tu Reino. Por N.S.J.
Monición:
Isaías nos narra su vocación y nos hace reflexionar sobre la
vocación de todos aquellos que son llamados a ser profetas,
mensajeros de Dios en medio de la comunidad. Si todo
cristiano es un profeta, mucho más lo será el catequista,
pues, a él, se le encomienda de modo especial mostrar el
sentido profundo que la fe descubre en la historia y en los
acontecimientos.
CANTO INTERLECCIONAL:
Monición:
San Pablo explica a los cristianos de Tesalonónica el valor
del testimonio de fe tanto personal como comunitario. La fe
de esta comunidad ha saltado las barreras locales y su fama
se ha extendido por todas partes. Pablo es un evangelizador
y conoce el valor y la importancia del testimonio.
EVANGELIO: Mt 5, 13-16
Monición:
La vocación del cristiano es ilustrada por Cristo en este texto
evangélico. El horizonte es ampliado al máximo: “Tierra” y
“mundo”. En la semejanza de la sal y de la luz, manifiesta la
necesidad de influir en la vida de los demás y de iluminar a
todos hasta testimoniar con su obrar el camino de
encontrarse con el Padre.
homilía.
PROFESIÓN DE FE:
Celebrante:
La Palabra de Dios nos ha recordado en qué consiste
nuestra misión. Ahora vamos a confesar nuestra fe en Él y
en su Iglesia que nos envía a difundir el mensaje del Reino y
expresamos nuestra fe:
Celebrante:
- ¿Os comprometéis, contando con la ayuda del Espíritu
Santo, a testificar con vuestra vida el mensaje de Jesucristo
que predicáis de palabra?
Celebrante:
- ¿Os comprometéis a que la catequesis sea anuncio de la
Buena Nueva de Jesucristo según es vivida y trasmitida por
la Iglesia?
Celebrante:
- ¿Prometéis ser constantes en la tarea de catequistas y
luchar contra todo desaliento y desánimo, para así servir
como evangelizadores a esta comunidad cristiana?
Celebrante:
Todos somos testigos de las disposiciones de estos
catequistas que se ofrecen a servir a la comunidad a través
de la catequesis. Pero, aunque el Espíritu está pronto, la
carne es débil. Oremos, pues, al Señor que derrame su luz
sobre ellos.
Se pueden ofrecer:
PLEGARIA EUCARÍSTICA:
SUGERENCIAS DE CANTOS:
ENTRADA:
“Iglesia Peregrina” (C. Gabaráin); “Vamos cantando al
Señor” (Espinosa); “Juntos como hermanos” (C. Gabaráin);
“Somos un pueblo que camina” (Vicente Mateu); “En el
nombre del Señor, nos hemos reunidos” (Salmo de la
Comunidad).
CANTO INTERLECCIONAL:
“Anunciaremos tu Reino, Señor” (Halffter); “Tu palabra me
da vida” (Espinosa); “Siempre confío en mi Dios” (Espinosa).
OFERTORIO:
(Espinosa); “Este pan y vino” (Erdorzain). “Te presentamos
el vino y el pan” (Espiosa); “Te ofrecemos, Señor”.
COMUNIÓN:
“Te conocimos, Señor, al partir el pan” (Madurga); “Quédate
con nosotros” (Teulé); “Arriésgate” (Erdozaín); “¿Le
conocéis?” (Olivar-Manzano); “Cerca está el Señor”
(Erdozaín).
DESPEDIDA:
“Demos gracias” (Pentecostales”; Gracias, Señor”
(Gabaráin);”Himno de la alegría” (M. Ríos- Beethoven).
CANTO A MARÍA:
“Madre de nuestra alegría” “Madre de los jóvenes”
(Gabaráin).
Monición de entrada.
Todos: Sí quiero
Celebrante: ¿Estáis dispuestos a crecer y profundizar en su
formación humana, cristiana, catequética y espiritual para
que podáis transmitir mejor cada día el mensaje de
salvación a los catequizandos que se les encomienden?
AMEN
Amén
ENTREGA DE LA CRUZ
Amén.
La Catequesis
- La experiencia de mi fe y
- Razones pastorales o coyunturales.
1º La experiencia de mi fe
2º Razones pastorales
¿Qué es la catequesis?
Objetivos:
Introducción:
Desarrollo:
* ¿Qué es evangelizar?
* Proceso de evangelización:
Objetivos:
Introducción:
Se leen los apuntes de los dos temas anteriores y nos
aseguramos de que todo está claro.
Desarrollo:
Hasta ahora hemos vistos conceptos teóricos importantes. A
partir de ahora vamos a ver cómo tenemos que hacer
catequesis para ser fieles a lo que la Iglesia hoy nos pide.
- ¿Qué es experiencia ?
Que definan entre todos la palabra.
- La experiencia es...
Para empezar tenemos que saber que la experiencia no es el
tiempo vivido de cada uno, ni el conjunto de situaciones
vividas o vistas. Es decir, no por ser más viejo se tiene,
necesariamente, más experiencia. Aunque si hay alguna
relación con todo esto.
Puesta en común:
Catequesis es...
Práctica:
Pasos de una catequista Jesús con un grupo reducido de la
comunidad cristiana.
“ Aquel mismo día hubo dos discípulos que iban camino de una
aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén, y
comentaban lo sucedido.
Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se
puso a caminar con ellos. Pero estaban cegados y no podían
reconocerlo.
Jesús les dijo:
- ¿ Qué conversación es esa que os traéis por el camino ?
Se detuvieron cariacontecidos y uno de ellos, que se llamaba
Cleofás, le replicó:
-¡ Eres tú el único de paso en Jerusalén que no se ha enterado de lo
ocurrido estos días en la ciudad !
El les preguntó:
- ¿ De qué ?
Contestaron:
- De lo de Jesús Nazareno, que resultó ser un profeta poderoso en
obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; de como lo
entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo
condenaran a muerte, y lo crucificaron.
Cuando nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel.
Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió. Es
verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dado un
susto: fueron muy de mañana al sepulcro y, no encontraron su
cuerpo, volvieron contando incluso que habían visto una aparición
de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los
nuestros fueron también al sepulcro, y lo encontraron tal y como
había dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo:
- ¿Que torpes sois y que lentos para creer lo que anunciaron los
Profetas! ¿ No tenía el Mesías que padecer eso para entrar en la
gloria?
Y comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas, les explicó
lo que se refería a él en toda la escritura. Cerca ya de la aldea
adonde iban hizo ademán de seguir adelante; pero ellos les
insistieron diciendo:
- Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de
caída.
El entró para quedarse. Recostado a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronuncio la bendición, lo partió y se lo ofreció. Se les abrieron los
ojos y lo reconocieron, pero él desapareció. Entonces comentaron:
- ¿ No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino
explicandonos las Escrituras?
Y, levantandose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde
encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que decían:
- Era verdad: ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Ellos contaron los que les había pasado por el camino y cómo lo
habían reconocido al partir el pan “. Lucas 24,13-35.
Trabajo:
- Localizar en el texto los distintos pasos del proceso
catequético.
- ¿ Hace catequesis del la experiencia o no ? ¿ Por qué ?
Bibliografía:
- “Catequistas en marcha” Cursillo de iniciación de Amador
menudo Sivianes Ed. Verbo Divino.
- “Curso básico para la formación del catequista” Secretariado de
Catequesis de la Diócesis de Sevilla.
Material extraido de www.aciprensa.com
Preparar un encuentro no es o mismo que dar una clase. Para transmitir la experiencia de fe,
y ayudar a que la misma crezca en otras personas es vital el marco de una comunidad.
Iniciando los encuentros con algunas preguntas para compartir, que permitan que
todos hablen, cuenten algo de su vida, muestren algo de sus intereses, expectativas,
deseos, anhelos.
Generando espacios de comunicación extra-reuniones. Por ejemplo, a través de la
visita o el llamado por teléfono de las personas que no asistieron a una reunión.
A través del reconocimiento explícito del trabajo, la participación, los aportes
personales en la reunión, la producción personal en la carpeta o cuaderno.
El festejo de los cumpleaños, los nacimientos, la celebración de fechas especiales...
Estas simples propuestas, sencillas de implementar ayudan a generar una trama humana
sólida e importante para que la Palabra de Dios y el proceso de fe pueda echar raíces sólidas
en un grupo humano que vaya creciendo en la conciencia de pequeña comunidad.
Planificar con tiempo, preparar las reuniones con anticipación es el primer paso para
generar encuentro. Esto no quiere decir estar atado a un esquema rígido, inviolable,
detallado hasta en sus mínimos momentos. Muchas veces la “ficha” del encuentro se
constituye en un cerco a la creatividad, pues termina ahogando la iniciativa personal
de los catequistas. Pero no se trata de caer en la improvisación total. Un buen
esquema de lo que se va a realizar ayuda a establecer tiempos, recursos, preguntas
a utilizar, y colabora para que el catequista tenga claro el objetivo del encuentro, y
guíe al grupo para alcanzarlo. Muchos encuentros sin planificación terminan a la
deriva, pues se carece de un buen “plano” que anticipe a
donde se quiere llegar.
Incluir en los encuentros espacios para el diálogo, la reflexión
conjunta, el compartir grupal, es decir, favorecer la
comunicación dentro del grupo. Esto se logra con actividades
o preguntas para que el grupo trabaje en conjunto o en
pequeños grupitos. La catequesis abre un espacio para
comunicar y encontrarse con la Palabra de Dios. El ejercicio
del diálogo, de escuchar al otro, de respetar los turnos, de
aprender de lo que el otro dice es un aporte valiosísimo para
aprender a escuchar la Palabra de Dios. ¿Cómo escuchar a
Dios en un grupo humano que no aprende a escucharse entre
sí? La catequesis no es un monólogo del catequista, sino una
búsqueda compartida, que implica:
o aprender a escuchar;
o aprender a participar;
o aprender a decir lo que uno piensa, lo que se
descubre y tiene en el corazón.
Dar a la Palabra de Dios un lugar central en el encuentro. La
lectura de la Palabra de Dios en el encuentro de catequesis
debe significar la presencia de Jesús, que se acerca, que
comparte nuestra vida, que nos escucha, y que nos habla. Para ir transmitiendo
estas vivencias, profundas y complejas, es muy útil ayudarse con signos.
Especialmente para los niños el lenguaje simbólico puede ser una excelente puerta
de entrada al encuentro con el Señor. En el cuadro de la página siguiente
encontramos varias sugerencias para el trabajo con la Palabra en el encuentro.
Crear un espacio de oración. Esto implica generar un clima, ayudar a distenderse,
motivar a hablar en voz alta. Las canciones son una excelente herramienta para
introducir los espacios de oración. Es importante enseñar a rezar. Una ayuda para
aprender a rezar puede ser escribir las oraciones en tarjetas o papeles. Luego de
escritas cada uno puede leer la que escribió o si se colocan todas juntas (y se
ofrecen) luego cada integrante puede extraer una al azar y leerla. Esto último tiene
dos ventajas para grupos o personas que se inician:
o favorece el aprendizaje porque permite a las personas más tímidas compartir
una oración, que al no ser la propia brinda más libertad para decirla.
o Y, por otra parte, como todos van a leer y compartir una oración, se asegura
que se leerán todas las oraciones escritas.
Pensar y proponer actividades que tengan en cuenta la situación de los
catequizandos. Es decir su edad, sus conocimientos, su cultura, su forma de ser, de
sentir, de expresarse. Para evangelizar la vida debemos partir de las situaciones que
las personas viven, y esto incluye tener en cuenta sus alegrías, sus tristezas, sus
anhelos y esperanzas, sus frustraciones. Partir de la vida e iluminarla con la Palabra
son los primeros pasos de la metodología catequística
La figura de buen Pastor con la cual Jesús se identifica puede ayudarnos a descubrir
rasgos poco explorados de nuestra vocación catequística.
Para un pueblo acostumbrado a la vida rural, como era el israelita, la imagen del pastor
se asociaba fácilmente a una serie de tareas, rutinas, preocupaciones y cuidados propios
de su oficio. La cotidianeidad del ejemplo que señalaba Jesús permitía reconocer de
inmediato las situaciones que la comparación sugería.
Andando por el campo he tenido la suerte de poder contemplar pastores cuidando sus ovejas
u otros animales... la reflexión de la Biblia conjugada con la vida va enseñando y
descubriendo el gran tesoro de esta comparación que Jesús utiliza darse a conocer. Creo que
como catequistas tenemos mucho que andar en la huella del Buen Pastor.
Es bueno leer el capítulo entero, pues a las palabras de Jesús, Juan opone la reacción de
los judíos.
1) Ir leyendo el evangelio y anotar las actitudes de buen pastor que Jesús propone.
2) Para cada actitud recordar situaciones de la vida de Jesús donde podamos apreciar
cómo la vivió él de manera concreta.
• Da la vida
¿Entregamos lo mejor de nosotros por los demás? ¿Buscamos donar los talentos que
recibimos de Dios para beneficio de los otros?
¿Nuestras obras, nuestros gestos, nuestras actitudes de vida muestran a los demás lo que
creemos y enseñamos? ¿Somos transparentes: los demás descubren y encuentran al Dios
de la Vida a través de nuestra práctica?
¿Nuestra manera de estar con los demás... refleja y testimonia nuestra cercanía a Dios?
Para reflexionar:
Dios nos llama para ser instrumentos de su mensaje y para colaborar con Él en la
construcción de su Reino para mostrar con nuestro testimonio (porque a las palabras...
se las lleva el viento) que nos ama y quiere que vivamos su amor construyendo la
fraternidad real (porque nadie ama a Dios a quien no ve sino ama a su hermano al que
ve).
Plenario
Perseverar en la oración
Hech. 1, 14
Jesús les había enseñado a orar en la vida y a orar la vida... para encontrar la voluntad
de Dios y la fuerza para ponerla en práctica. Por eso, el primer testimonio que
encontramos de la comunidad primitiva es su disposición a orar...
Perseveraban...
La oración no es para un rato, o para hacer de vez en cuando. Es una práctica de vida, un
estilo de comunicación con Dios que hay que ejercitar. La oración requiere esfuerzo,
dedicación, interés, ganas, constancia...
...juntos...
La madre es mediadora ante el Señor. Ella intercede para llevar nuestra oración. María
es maestra de oración. La Biblia nos repite, en los evangelios, que María guardaba la
Palabra de Dios y la meditaba en su corazón. Siguiendo su ejemplo podremos descubrir
al Dios vivo y verdadero que conoció María. El Dios del Magnificat, el Dios que libera,
que hace justicia y hace maravillas en aquellos que siguen sus pasos.
Este proceso es un camino que se inicia en la familia, núcleo privilegiado para la transmisión
de la fe, y continúa con las distintas opciones que ofrece la comunidad eclesial, conforme a la
edad de las personas y a su iniciación en la fe.
Todos esos espacios que la catequesis ofrece están atravesados por una experiencia que los
unifica y da sentido: el encuentro con Dios vivo y el encuentro con los hermanos. La
catequesis puede ser el lugar que enseñe y capacite a las personas para el encuentro con
Dios y los demás.
Si consideramos esto como el eje que vértebra toda acción catequística de la comunidad, el
responsable de animar esta tarea es el catequista que puede descubrir una misión
profundamente enraizada en su vocación: ser artesano del encuentro.
Ser artesano
Todos conocemos, seguramente, algún artesano, ya sea por contacto directo o por
referencia. A partir de esa/s personas que conocemos, reflexionemos algunas de sus
características propias:
Apliquemos estas características a la tarea catequística para descubrir nuevas luces que
iluminen nuestro caminar:
Ser artesano del encuentro, de Dios con los demás y de los demás entre sí, requiere
catequistas que:
o Piensa en la catequesis como en una artesanía del encuentro con Dios: ¿qué
actitudes de un catequista favorecen su trabajo?
o El mismo Dios es un artesano de tu vida, relee el hermoso pasaje de
Jeremías (18, 1-4) y aplícalo a tu vida. ¿Qué características tiene el modelado de tu
vida que va proponiéndote Dios?
o Piensa en dos actitudes que puedas comprometerte a vivir en tu misión de
catequista para generar encuentro con Dios y con los demás.
«Yo, por mi parte, era como un canal salido de un río, como un arroyo que se pierde en un
jardín del Paraíso. Yo pensé: voy a regar mi huerta, voy a regar mis flores. Pero mi canal se
convirtió en río, y el río en mar. Entonces dije: Haré brillar como la aurora la instrucción,
llevaré a lo lejos su luz. Derramaré la instrucción como una profecía y la dejaré a las
generaciones venideras. Comprueben ahora que no he trabajado para mí solo, sino para
todos los que buscan la sabiduría.» Eclo. (Sir.) 24, 30-34
El texto nos habla de la experiencia de un hombre sabio, que ha descubierto la obra de Dios
en su propia vida y decide comprometerse en el anuncio de su Palabra. Como catequistas
somos llamados a transmitir las enseñanzas de Jesús y promover el encuentro de los demás
con el Dios verdadero, que cambia la vida y nos descubreel sentido profundo de la
existencia.
¡Qué alegría poder decir como el sabio del texto, he trabajado para los demás, paraque los
otros conozcan la sabiduría, es decir la Palabra del Dios de la Vida!
- La Palabra es la Fuente donde nace nuestro canal, ¿está presente en nuestra vida de
todos los días? ¿Acudimos a ella? ¿Nos nutrimos con su lectura y oramos con ella?
¿Estudiamos la Palabra para poder transmitirla mejor?
- Compara las palabras del texto con tu vida, ¿eres un verdadero arroyo para tu
comunidad? Los demás ¿se encuentran con el Dios de la Vida a través de tu testimonio y
enseñanzas?
- ¿Qué puedes y debes cambiar de tu manera de ser para ser un arroyo más transparente,
más caudaloso, más fecundo?
- Ofrécele tus reflexiones a Dios a través de una oración escrita por tus propias manos.
«Feliz el que se dedica a la sabiduría y puede responder al que lo interroga; que hace suyos
los caminos de la sabiduría y profundiza sus secretos; que sale a cazarla y acecha su paso;
que mira a través de sus ventanas y escucha a su puerta; que instala su tienda al lado de su
casa y clava las estacas en sus muros. Pone su tienda en manos de la sabiduría y se queda
en esa feliz morada. Deja a sus hijos bajo su protección y se tiende al abrigo de sus ramas;
lo protege del calor y él se instala en su gloria.» Eclo. (Sir.) 14, 20-27
Este pequeño texto, escondido en uno de los libros sapienciales de la Biblia, nos ayuda a
pensar en el alimento que nutre la vida de un catequista. El autor alaba a la persona que se
dedica a la sabiduría, que para el pueblo de Israel estaba contenida en la Palabra de Dios.
Ella brinda respuestas de vida y nos orienta para vivir el proyecto de Dios.
El texto invita a acercarse a la Palabra, a profundizar en su lectura, para descubrir
significados siempre nuevos. ¡Quién puede decir «ya conozco la Palabra»! Si el mismo Dios
nos sale al encuentro cada vez que la leemos con apertura de corazón y sencillez.
La Palabra nos ayuda a comprender la vida que vivimos, nos devuelve la mirada de Dios
sobre las cosas, nos introduce en la voluntad del Padre. Por eso es vital para la vida de fe el
contemplar la realidad desde su lectura y oración. La Palabra nos ayuda a discernir, nos
permite conocer y adentrarnos en los misterios de Dios, siempre infinitamente Otro, cercano
y compañero, pero también por descubrir, pura sorpresa y gratuidad.
Como catequista, ¿qué pasos puedes ir dando para dedicar más tiempo a la
Palabra de Dios?
Aprende a rumiar los textos y rezar la vida con la Palabra. Relee versículo por
versículo la cita bíblica sugerida y aplícala a tu propia vida. ¿Qué aprendes? ¿Qué puedes
comentarle a Dios? ¿A qué te puedes comprometer para crecer en la sabiduría que nace de
la Biblia?
«Hermanos, si uno dice que tiene fe, pero no viene con obras, ¿de qué le sirve? ¿Acaso lo
salvará esa fe? Si un hermano o una hermana no tienen con qué vestirse ni qué comer, y
ustedes les dicen: “Que les vaya bien, caliéntense y aliméntense”, sin darles lo necesario
para el cuerpo, ¿de qué les sirve eso? Lo mismo ocurre con la fe: si no produce obras, muere
solita. Y sería fácil decirle a uno: “Tú tienes tu fe sin obras. Muéstrame tu fe sin obras, y yo
te mostraré mi fe a través de las obras”. Sant. 2, 14-18
La carta de Santiago es muy clara al plantear la necesidad de acompañar la fe con obras que
la muestren y lleven a la vida práctica. El catequista, como servidor de la Palabra y pedagogo
de la fe debe recordar siempre estas sencillas enseñanzas.
Lo que enseñamos con el ejemplo no se olvida fácilmente. La pedagogía de Jesús está llena
de gestos y actitudes. Si recorremos los evangelios son muchas las ocasiones en que su
manera de vivir despierta interrogantes en los discípulos, y esos interrogantes (profundos,
existenciales) abren el camino al don de la fe.
Los frutos de la sabiduría se aprecian en la conducta, nos enseña el mismo Santiago unos
párrafos más adelante que la cita señalada más arriba (Sant. 3, 13)
En los cursos y talleres para catequistas, cuando hablamos de este tema, siempre dejo estos
interrogantes:
Enséñame Señor
Enséñame Señor
Enséñame Señor
a contagiar a otros
Enséñame Señor
Seguramente muchas veces nos hemos propuesto releer la Palabra y mantener una rutina de
oración con ella, y con el tiempo la vamos perdiendo. Ahora que comienza el año podemos
recrear estos propósitos y sumar nuevas fuerzas para incorporarlo a nuestra vida. Porque la
Palabra de Dios para el catequista tiene que ser su alimento diario. El contacto con ella
despierta las ganas de conocerla más e introduce en la intimidad con Dios. Se trata,
simplemente, de hacer de la lectura de la Biblia un hábito cotidiano.
Los grandes maestros de espiritualidad (y no hablo sólo de los que son conocidos sino
especialmente de los anónimos que todos encontramos en nuestras comunidades) son
personas de una profunda unión con la Palabra.
La Palabra de Dios es la semilla que él mismo nos regala para vivir como discípulos. Nuestra
tarea consiste en cuidar esta semilla para que crezca y de frutos.
• Descubriendo en ella las claves de una conducta que siga los pasos de Jesús
• Dejando que ella penetre y empape nuestra tierra (nuestra vida), aprendiendo a escuchar,
saborear y rumiar la Palabra antes de dar respuestas
Igual que los árboles, cuyas raíces crecen y se introducen en la tierra, abriéndose paso hacia
el agua que nutre, como catequistas debemos esforzarnos en buscar diariamente el agua
viva de la Palabra de Dios en la Biblia.
Si nuestras raíces están bien cercanas a la Palabra de Dios tendremos fuerzas y ánimo para
superar las dificultades de la vida, los tiempos de sequía que todos tenemos (por ser
humanos). Cuando sobrevengan estaremos preparados, protegidos, cuidados... y como la
planta de la lectura, no dejaremos de producir frutos.
Todos sabemos qué pasa con las plantas que no regamos, en poco tiempo sus hojas se
amarillenta, se marchita, se pone rígida y terminar seca, dura y sin vida.
Que no nos pase lo mismo en la vida... que no perdamos el contacto con el agua que nunca
deja de fecundar nuestras posibilidades.
• ¿Qué significa en tu vida el «alargar las raíces»? Piensa en desafíos concretos que debas
superar.
• ¿Qué representa en tu vida la tierra dura, las piedras, la profundidad que unas raíces
decididas deben enfrentar?
• ¿Tu follaje espiritual se mantiene verde? ¿Cuáles son tus rincones que se han marchitado o
están amarillentos? ¿Cómo revivirlos?
Puedes terminar orando con el Salmo 1, que nos invita a la oración con palabras muy
parecidas a las de Isaías.
Dichoso el hombre
que no va a reuniones de malvados,
ni sigue el camino de los pecadores
ni se sienta en la junta de burlones,
mas le agrada la Ley del Señor
y medita su Ley de noche y día.
Salmo 1, 1-3
La Biblia es rica en imágenes y símbolos para explicarnos las cosas más profundas de Dios.
El lenguaje bíblico es un lenguaje sacramental, porque el mismo Dios nos habla de esta
manera: con signos y señales que nos ayudan a descubrir su presencia en medio nuestro.
Jesús es el gran sacramento de Dios. A través de su vida, sus palabras y su práctica
conocemos al Dios de la Vida y nos encontramos con Él.
Hablar con imágenes permite recuperar el lenguaje sencillo de la Biblia, que llega al corazón
e invita al cambio de vida.
Hay muchas imágenes que podemos asociar para profundizar en la vocación y misión del
catequista.
o ¿Somos puertas abiertas para que otros se encuentren con el Dios de la Vida
a través nuestro?
o ¿Nuestras palabras y nuestra práctica ayudan a los demás a abrir sus propias
puertas al Señor que vive dentro de cada hombre y mujer?
o ¿Cómo anda nuestra puerta? ¿Está bien aceitada para su función? ¿O sufre el
paso del tiempo y está algo desvencijada, con sus bisagras herrumbradas, perezosa
para ser abierta?
o ¿Y en ese caso, cómo aceitarla para mantenerla en movimiento, y ágil, y
dispuesta para su función? ¿Cuál será el aceite indicado y dónde conseguirlo?
Ser puerta significa aceptarse como instrumento y tener claro que nuestra misión es quedar
abiertos, ir perdiendo protagonismo para que el otro pueda encontrarse con Dios y su
Palabra.
Si en nuestro corazón anida el Señor, será cuestión de abrir la puerta para enseñar que El
nos anima, nos da fuerza y esperanza. Abrir la puerta es dar testimonio, hablar desde el
corazón y la experiencia. Invitar al encuentro y presentar al Dios que llena nuestros días.
Estamos llamados a ser puertas abiertas, porque el Señor a quien seguimos nos dice
“Yo soy la puerta: el que entra por mí está a salvo. Circula libremente y encuentra alimento.”
Jn. 10, 9
Jesús se presenta como la Puerta. El acceso a la vida. Él, como buen pastor, nos conoce, nos
quiere y busca lo mejor para nosotros. Juan lo expresa con imágenes tan delicadas como
cuidar, proteger y dar alimento. Ese es nuestro Dios, el que nos abre su vida (nos da su
vida) para que podamos vivir mejor.
Piensa en tu propia experiencia de fe, ¿de qué manera Jesús ha sido una puerta
para tu vida?
Piensa en tu tarea catequística, ¿cómo puedes ser “puerta” para que los demás
encuentren a Dios.
Señor,
Ayúdame a no endurecerme,
a no “atrancarme”,
para que mis palabras y mis gestos
y mi persona toda,
sepa hacerse a un lado,
para dar paso a tu presencia,
que con los brazos abiertos
esperas y acudes al encuentro de todos
los que pasen por mi vida,
hecha humilde puerta.
Pero no siempre abrimos la puerta para que Dios entre y empape nuestra vida. Todos
tenemos rincones de nuestra existencia que permanecen inaccesibles a la presencia del
Padre. El crecimiento de la vida de fe, orientada por el Evangelio, puede ir «abriendo» esas
puertas cerradas, para que la brisa del Espíritu llegue a toda nuestra persona. Y este es un
trabajo de toda la vida, ¡cuánto más para un catequista que busca transmitir a otros la
fuerza de la Palabra!
María, madre, modelo y maestra del catequista, es el espejo para mirar nuestra vida y tomar
ejemplo. Ella, como ninguna, supo abrir la puerta de su corazón para que Dios habitara en su
interior. Se hizo portadora de la Vida que no acaba, lámpara que nos ofrece la llama siempre
viva de Jesús. Como María, para engendrar al Dios del Reino y ayudarlo a nacer en nuestras
comunidades, digamos sí, al pedido del Señor de abrir el corazón.
Abrir la puerta de nuestra mente para que la sabiduría del Señor vaya impregnando nuestro
entendimiento. Es una gran responsabilidad del catequista y de su comunidad: formarnos
para crecer, para saber, para vivir, para transmitir con más fidelidad.
Una vez más la virgencita es quien nos orienta en el caminar de nuestra espiritualidad. Ella
vivió la apertura de mente al proyecto de Dios y nos muestra la manera de hacerlo también
nosotros. Los textos de la infancia de Jesús en el evangelio de Lucas, cuando hablan de
María repiten dos veces una frase que suena a nuestros oídos como letanía de vida.
La virgen nos enseña que para entender las cosas de Dios, primero hay que abrir la puerta
del corazón.
Como catequistas somos testigos de lo que anunciamos. Es decir, transmitimos con nuestras
vidas lo que presentamos con la palabra. Nuestro ejemplo es la mejor enseñanza y será
ciertamente lo que ayude a enraizar el evangelio en los demás.
Como la planta, que bañada por la luz y regada por el agua, brota y da fruto, también
nosotros, si abrimos la puerta del corazón y la del entendimiento, podremos abrir las manos
para ofrecer las semillas de nuestro trabajo.
Abrir las manos significa practicar lo que anunciamos, lo que anida en nuestro corazón.
Abrir las manos significa vivir, como Jesús, para mostrar con la vida, y con gestos concretos,
que es posible una existencia distinta, ofrecida a los demás; generosa con todos, abierta al
Padre y a los hermanos.
María nos enseña con su testimonio que la verdadera transmisión de la Buena Noticia
comienza con la práctica. Luego de la anunciación sabemos que se dirigió en forma rápida y
resuelta a colaborar con su prima Isabel, que necesita una mano pues era mayor y había
quedado también embarazada (Lc. 1, 39-56).
• ¿Cuáles son los cerrojos que impiden que se abran por completo?
Continúa
La pedagogía de Dios nos muestra cómo iniciar y llevar adelante un proceso de aprendizaje,
crecimiento y maduración en la fe.
Para llevar adelante su tarea los catequistas reconocen a Jesús como modelo a seguir. Su
vida nos transmite las claves para invitar, iniciar y profundizar un proceso de crecimiento en
la fe. Un camino de fe. Volviendo los ojos a Jesús encontraremos pautas para seguir,
condiciones para recrear, opciones para continuar...
En la catequesis, se trata de enseñar como Jesús lo hizo, para vivir como Jesús vivió. La
catequesis no es solamente una transmisión de conocimientos sino, especialmente, la
transmisión de una fe y una manera de vivir inspirada y animada por el Evangelio.
Por esto, es importante partir siempre de la vida, iluminarla con la Palabra de Dios,
expresarla en la oración y en las celebraciones de la comunidad, para volver a la vida y
manifestar, con obras y compromisos concretos, esa vida nueva que recibimos por la acción
de la Palabra.
o formar la fe
o invitar a la conversión
o animar la esperanza
o integrar a la comunidad
o promover el compromiso
Partir de la vida
o Conocer a nuestros catequizandos
o Partir de la situación concreta que se vive y que viven los integrantes del
grupo de catequesis.
o Analizar la realidad. Hacer una lectura evangélica de los sucesos y de los
diferentes aspectos de la vida (social, económico, político, familiar).
El grupo en la catequesis
Todos tenemos la experiencia de haber integrado grupos en nuestra vida. El ser humano por
propia naturaleza tiende a agruparse y reunirse, es una característica constitutiva de la
persona humana.
Desde pequeños estamos formando y participando de grupos: el primero, la familia; luego, a
medida que crecemos, integramos grupos en la escuela, grupos de amigos, grupos que
comparten algún interés común, etc. Es importante diferenciar una reunión de personas de
un grupo.
Un grupo establece una red de relaciones. En un grupo se dan relaciones entre sus
miembros, existe una mutua interdependencia entre sus miembros. Lo que le pasa, vive o
dice uno de sus miembros afecta a los demás y viceversa.
Un grupo tiene objetivos explícitos, compartidos, existe un para qué estar reunidos. El
objetivo es, muchas veces, el motor del grupo y lo que fomenta su cohesión y unidad.
Pueden existir grupos formados por personas que piensan y son muy diferentes pero que
comparten un objetivo común, y el grupo, funcionar muy bien.
Es importante que el objetivo que guía al grupo sea transparente, claro, conocido por todos y
consensuado, es decir aceptado con buena voluntad por todos.
Un grupo tiene una cierta permanencia en el tiempo. Esto es muy variable, pues hay
grupos que funcionan un lapso corto de tiempo y otros duran toda la vida. Es necesario que
el tiempo sea suficiente para permitir la interacción entre sus miembros y el establecimiento
de lazos de unión. En los grupos que comparten mucho tiempo esos lazos pueden
transformarse en amistad, pero no es necesario que ella existe para formar un grupo.
Los roles que los integrantes de un grupo asumen en el mismo es otra característica
importante. Los mismos pueden ser más activos o pasivos, pueden contribuir al bienestar o
generar malestar grupal. Los roles están relacionados con el poder y la autoridad dentro de
un grupo (“quién puede”, “quién conduce”, “quién lidera”, “quiénes siguen”, “quiénes
hablan”, “quiénes callan”, etc.). Si bien los roles están muy relacionados con las
características personales de los individuos es importante que en un grupo los roles
funcionales (aquellos que tienen alguna responsabilidad o tarea especial) sean rotativos, y se
distribuyan de una manera democrática, con participación y acuerdo de todos.
Sentido de pertenencia. Todos los miembros del grupo se sienten parte de... Perciben
algo que los contiene. Esto permite reconocer al grupo como algo propio y a la vez
compartido. La pertenencia genera responsabilidad e interés.
El grupo de fe
Así como al considerar la vida de todos nosotros es inevitable hablar de grupos (pues nuestra
vida se desarrolla en y junto a los grupos que integramos), al hablar de catequesis es
imprescindible hablar de grupos, también.
Jesús mismo, formó un grupo de personas para compartir la venida y la fe, al inicio de su
predicación, y, nos prometió estar presente cuando haya un grupo reunido en su nombre
(Mt. 18, 20).
El grupo de fe tiene todas las características de un grupo humano, pero además tiene otras
específicas que le dan identidad propia y que es bueno tener en cuenta para el trabajo
catequístico.
“El grupo de fe participa y experimenta las mismas cosas que cualquier otro grupo, por
ejemplo, un equipo de fútbol. Un grupo de preadolescentes o de adultos que se juntan para
reflexionar sobre su fe viven las mismas realidades humanas que los demás grupos. Entre
ellos puede haber incomprensiones, lucha por el poder dentro del grupo, celos, problemas de
relaciones, etc.
Pero hay algo diferente que se puede dar en un grupo de fe y que no es esencial en los
demás grupos: la manera como se viven las cosas que pasan.
Te pongo un ejemplo que estoy seguro te ayudará a entender lo que quiero decir. Moisés es
encargado por Dios de formar un pueblo (un grupo, en definitiva) que salga de la esclavitud
de Egipto y camine hacia la tierra de la libertad. Moisés hace lo que Dios le indica y pone en
marcha al pueblo. Los que salen de la esclavitud con mucha alegría y euforia se dan cuenta
pronto que las cosas no son tan sencillas como parece. Entre ellos empiezan las peleas, las
desconfianzas... Vivir en grupo les resulta difícil.
En esto no son originales. Les suceden las mismas cosas que a todos los grupos.
Lo original viene de la manera como viven estos acontecimientos internos del grupo. El
grupo aprende a leer estos aconteceres propios del grupo como cosas con mucha
importancia, donde se revela la manera de ser que tienen y donde se revela la manera que
Dios tiene también de ser. Reflexionando sobre lo que les pasa en la vida de grupo
descubren un sentido a sus vidas, y sobre todo descubren la presencia de Dios en sus vidas.
El hecho de ser grupo, de llegar a ser pueblo, se hace para ellos algo tan importante que se
convierte en lugar donde descubren a Dios y se descubren ellos mismos mucho mejor.
Esta realidad es la que cada grupo de fe está llamado, de alguna manera, a revivir y a
rehacer.
El grupo crea un estilo y manera de ser y nos prepara para vivir en la comunidad eclesial
rompiendo esquemas de individualismo y abriéndonos a un intercambio de relaciones nuevas
Preparar un encuentro no es lo mismo que dar una clase. Para transmitir la experiencia de
fe, y ayudar a que la misma crezca en otras personas es vital el marco de una comunidad.
Iniciando los encuentros con algunas preguntas para compartir, que permitan que
todos hablen, cuenten algo de su vida, muestren algo de sus intereses, expectativas,
deseos, anhelos.
Generando espacios de comunicación extra-reuniones. Por ejemplo, a través de la
visita o el llamado por teléfono de las personas que no asistieron a una reunión.
A través del reconocimiento explícito del trabajo, la participación, los aportes
personales en la reunión, la producción personal en la carpeta o cuaderno.
El festejo de los cumpleaños, los nacimientos, la celebración de fechas especiales...
Estas simples propuestas, sencillas de implementar ayudan a generar una trama humana
sólida e importante para que la Palabra de Dios y el proceso de fe pueda echar raíces sólidas
en un grupo humano que vaya creciendo en la conciencia de pequeña comunidad.
Planificar con tiempo, preparar las reuniones con anticipación es el primer paso para
generar encuentro. Esto no quiere decir estar atado a un esquema rígido, inviolable,
detallado hasta en sus mínimos momentos. Muchas veces la “ficha” del encuentro se
constituye en un cerco a la creatividad, pues termina ahogando la iniciativa personal
de los catequistas. Pero no se trata de caer en la improvisación total. Un buen
esquema de lo que se va a realizar ayuda a establecer tiempos, recursos, preguntas
a utilizar, y colabora para que el catequista tenga claro el objetivo del encuentro, y
guíe al grupo para alcanzarlo. Muchos encuentros sin planificación terminan a la
deriva, pues se carece de un buen “plano” que anticipe a donde se quiere llegar.
Incluir en los encuentros espacios para el diálogo, la reflexión conjunta, el compartir
grupal, es decir, favorecer la comunicación dentro del grupo. Esto se logra con
actividades o preguntas para que el grupo trabaje en conjunto o en pequeños
grupitos. La catequesis abre un espacio para comunicar y encontrarse con la Palabra
de Dios. El ejercicio del diálogo, de escuchar al otro, de respetar los turnos, de
aprender de lo que el otro dice es un aporte valiosísimo para aprender a escuchar la
Palabra de Dios. ¿Cómo escuchar a Dios en un grupo humano que no aprende a
escucharse entre sí? La catequesis no es un monólogo del catequista, sino una
búsqueda compartida, que implica:
o aprender a escuchar;
aprender a participar;
o
aprender a decir lo que uno piensa, lo que se descubre y tiene en el corazón.
o
Dar a la Palabra de Dios un lugar central en el encuentro. La lectura de la Palabra de
Dios en el encuentro de catequesis debe significar la presencia de Jesús, que se
acerca, que comparte nuestra vida, que nos escucha, y que nos habla. Para ir
transmitiendo estas vivencias, profundas y complejas, es muy útil ayudarse con
signos. Especialmente para los niños el lenguaje simbólico puede ser una excelente
puerta de entrada al encuentro con el Señor. En el cuadro de la página siguiente
encontramos varias sugerencias para el trabajo con la Palabra en el encuentro.
Crear un espacio de oración. Esto implica generar un clima, ayudar a distenderse,
motivar a hablar en voz alta. Las canciones son una excelente herramienta para
introducir los espacios de oración. Es importante enseñar a rezar. Una ayuda para
aprender a rezar puede ser escribir las oraciones en tarjetas o papeles. Luego de
escritas cada uno puede leer la que escribió o si se colocan todas juntas (y se
ofrecen) luego cada integrante puede extraer una al azar y leerla. Esto último tiene
dos ventajas para grupos o personas que se inician:
o favorece el aprendizaje porque permite a las personas más tímidas compartir
una oración, que al no ser la propia brinda más libertad para decirla.
o Y, por otra parte, como todos van a leer y compartir una oración, se asegura
que se leerán todas las oraciones escritas.
Pensar y proponer actividades que tengan en cuenta la situación de los
catequizandos. Es decir su edad, sus conocimientos, su cultura, su forma de ser, de
sentir, de expresarse. Para evangelizar la vida debemos partir de las situaciones que
las personas viven, y esto incluye tener en cuenta sus alegrías, sus tristezas, sus
anhelos y esperanzas, sus frustraciones. Partir de la vida e iluminarla con la Palabra
son los primeros pasos de la metodología catequística
En este encuentro veremos primero de dónde viene el llamado para ser catequista y cual es
nuestra misión.
Todos los que quieren seguir a Jesucristo, y que están bautizados como señal de su
pertenencia al Señor, forman juntos la "IGLESIA". La palabra "Iglesia" viene del griego, y
quiere decir "asamblea" o "convocatoria". Es el pueblo que Dios reúne. Por eso. Iglesia
significa también "Pueblo de Dios". Es el Pueblo que marcha a través de los siglos guiado por
Jesús, su Pastor, con rumbo a la Tierra Prometida.
Este Pueblo de Dios tiene una misión. Es enviado a todos los seres humanos y a todos los
pueblos de la tierra Para anunciar el Evangelio y hacer crecer el reino de Dios. "Vayan y
hagan discípulos míos a todos los pueblos, y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y
al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado" (Mt 28,19).
La Iglesia, el Pueblo de Dios, es un instrumento en las manos de Dios para llevar la salvación
a toda la humanidad. Cuando hablamos de la "salvación" pensamos en la salvación o
liberación de todo el ser humano y de todos los seres humanos. Salvar a todo el ser es
liberarlo de todo lo que le oprime, esclaviza y perjudica. Es buscar su felicidad, su desarrollo
armónico y total. Salvar a todos los seres humanos quiere decir trabajar para que haya una
sociedad más justa, en la que todos sean iguales en dignidad, se respeten los derechos de
todos, donde nadie domine a nadie, y haya verdadera COMUNIÓN Y PARTICIPACIÓN. Así se
hace realidad el proyecto de Dios y despunta su Reino.
Para cumplir su misión, la Iglesia está organizada; tiene sus pastores para acompañar el
caminar del Pueblo de Dios y alcanzar su meta. Sin embargo, no sólo los pastores, sino todos
los miembros de este Pueblo participan en la misión de la Iglesia.
El Pueblo de Dios es, en primer lugar, un Pueblo profético. El profeta es un vocero de Dios.
Así, como Pueblo, la Iglesia habla en nombre de Dios. Anuncia el Evangelio de Jesucristo y
denuncia el pecado. Anuncia dónde se manifiesta la presencia de Dios y ayuda a descubrir
dónde Él está ausente. El profeta denuncia hechos y estructuras que impiden la libertad y el
desarrollo de los seres humanos. Quiere transformar el mundo, sustituyendo los valores que
el "mundo" predica por los valores del Evangelio. Quiere dar a conocer a Jesucristo, que
indicó el verdadero camino de la salvación.
Por eso, cada cristiano, que por el Bautismo se ha convertido en miembro de este Pueblo, es
un profeta. Por el sacramento de la Confirmación ha recibido aún más expresamente la
misión de ser un miembro responsable de este Pueblo. Su deber es anunciar y denunciar.
Desde los comienzos de la Iglesia ha habido personas que recibieron una tarea o "ministerio"
especial en medio de este Pueblo. Así, los pastores de la Iglesia (Papa, Obispos) son los
primeros que ejercen la misión de profetas. Ellos escogen a otros para ayudarles en su
ministerio. Llaman a personas para catequizar y concientizar al Pueblo de su gran misión.
Los padres ayudan a los obispos en su ministerio profético. Pero también los laicos son
llamados para desempeñar ese servicio.
Los obispos de América Latina, reunidos en Puebla (México), en 1979, hablaron así:
"Los ministerios que se pueden conferir a los laicos son servicios realmente importantes en la
vida eclesial (por ejemplo, en el campo de la Palabra, de la liturgia o de la dirección de la
comunidad), ejercidos por laicos con estabilidad y que han sido reconocidos públicamente y a
ellos confiados por quien tiene la responsabilidad en la Iglesia" (P.805).
Ya en 1972, el Papa Pablo VI había escrito: "Nada impide que las conferencias de los Obispos
soliciten a la Santa Sede otros ministerios, cuando lo juzgan necesario o útil en la propia
región, como por ejemplo las funciones de hostiario, de exorcista y de catequista" (Motu
proprio "Ministeria Quaedam").
Hará su trabajo catequético dentro del plan pastoral de la Diócesis y del plan parroquial.
Aunque el catequista actúe dentro de una comunidad menor, por ejemplo una Comunidad de
Base, no puede estar desligado de la Parroquia y de la Diócesis.
Este es un llamado de atención para nosotros, catequistas. Los catequistas tienen que
trabajar juntos, como grupo o equipo. Así, tendrán la certeza de que Cristo está en medio de
ellos y los envía.
La Iglesia está necesitando de miles y miles de catequistas para poder llegar a todos los
sectores de la población, a todas las edades y a las distintas realidades que viven nuestros
pueblos.
Trabajo en grupo
1. ¿Se siente usted llamado a ser catequista? ¿Quién es el que llama? ¿Dios? ¿Su
comunidad? ¿El párroco? ¿Siente dentro de usted mismo la vocación de catequizar?
2. ¿Ha hecho usted algún descubrimiento estudiando este capitulo sobre el ministerio del
catequista? ¿Cuál?
Plenaria:
Cada grupo lleva sus respuestas al plenario. Puede haber una profundización de las
respuestas. En cada encuentro, indicaremos algunos párrafos del documento del Papa Juan
Pablo II sobre la catequesis: Catechesi Tradendae (CT). Pueden leer y comentar el texto en
grupo, o leerlo individualmente, en casa. Esta semana, podrían leer los números 15 y 16.
Oración
Terminaremos cada encuentro con alguna oración. Hoy podemos leer Le 10,1-9.
Guardemos unos momentos de silencio para la reflexión. Enseguida, cada uno dice lo que
siente ante el texto.
Hagan algunas oraciones espontáneas.
El catequista hoy
¿Puede ser catequista todo el que quiera? Si y no. Para anunciar el Evangelio más
explícitamente, son necesarios algunos requisitos. ¿Cómo debe ser el catequista hoy? ¿Cómo
tiene que ser el catequista en América Latina?
Antes de continuar este estudio, pueden pensar en las cualidades que ha de tener hoy un
buen catequista. Cada quien anota esas cualidades en un papel. Después, uno habla y otro
hace el resumen en el tablero. Comenten los resultados.
Para saber lo que se puede esperar de un buen catequista, hay que saber primero cuál es la
catequesis que necesita hoy la Iglesia en América Latina. En el desarrollo de los distintos
temas, tocaremos varios aspectos de la catequesis hoy en día, dentro de las directrices de
nuestros Obispos. Sólo mencionaremos brevemente algunas cualidades de un buen
catequista.
3. El catequista necesita una conciencia crítica ante los hechos y acontecimientos de la vida.
Debe ayudar a la comunidad a reflexionar la propia realidad, a la luz de la Palabra de Dios.
Ayudarla a liberarse del egoísmo y del pecado, y llevarla a la celebración de su vida en la
Liturgia.
Trabajo en grupo
1. Leyendo las exigencias para ser un buen catequista, ¿cuáles son, en su opinión, las
cualidades y exigencias que hay que desarrollar más?
2. ¿Cómo piensan ustedes cuidar de su formación? Viendo las diferentes posibilidades, ¿qué
sugieren ustedes concretamente?
Plenaria:
Oración
Lectura de 1 Cor 9,16-18. Unos momentos de silencio para la reflexión. Compartan esa
reflexión. Oraciones espontáneas.
La misión del catequista es llevar a todos el mensaje de salvación que Cristo nos trajo. Este
mensaje se dirige a toda la humanidad.
Otros entienden por salvación "estar en amistad con Dios". Ponen la salvación solamente en
el aspecto religioso e individual. No es que esta manera de pensar sea totalmente
equivocada, pero es incompleta.
El Papa Pablo VI, en su Encíclica Populorum Progressio, dijo que la salvación o liberación de
Cristo está destinada a todo el ser humano y a todos los seres humanos (PP 14, 42,87). Y en
la Constitución Dogmática. Lumen Gentium leemos que Dios quiere salvar a la persona pero
no individualmente sino como "pueblo" (LG 9).
Salvar a todo el ser humano. Cuando hablamos del ser humano total, tenemos presentes
todas las dimensiones de ese ser. No se trata sólo de salvar su alma, garantizándole la
felicidad del ciclo. El ser humano no puede dividirse en cuerpo y alma. Es un todo. El espíritu
no actúa sin el cuerpo, ni el cuerpo sin el espíritu. Los dos están tan intencionados que es
difícil distinguirlos. Además de eso, el ser humano no necesita sólo la salvación después de la
muerte, sino aquí y ahora.
Para que el ser humano sea realmente una persona realizada y feliz, tiene que desarrollarse
armónicamente en todos los aspectos de su ser.
El equilibrio psicológico está íntimamente ligado con una infancia feliz, dentro de un hogar
armónico, donde la niña y el niño pueden sentirse aceptados y amados. Ahí está la
importancia de una familia bien formada.
b) Para ser realmente persona, el ser humano necesita, antes que nada, de los demás. Sólo
con los otros puede crecer y desarrollarse. Sólo así puede encontrar lo que más falta le hace:
la amistad y el amor. El amor es el mayor valor. Con relación a este valor, son secundarios
los demás. Yo puedo ser feliz siendo pobre o enfermo. Pero no puedo ser feliz sin amor. La
soledad es el mayor sufrimiento.
c) Es necesario también un cierto bienestar material. Es verdad que los bienes materiales
pueden esclavizar al ser humano. Pero, por otro lado, necesita estar bien materialmente.
Nadie puede vivir sin dinero. Sólo con dinero se consigue el tratamiento de una enfermedad,
el alimento, la vivienda, el estudio, la diversión, condiciones necesarias para que el ser
humano pueda encontrar su realización. Cuando nos falta la salud, el empleo, la escuela,
carecemos de lo necesario para poder desarrollarnos.
d) La persona tiene derecho a la libertad: libertad como ser social y religioso. La persona
quiere participar de las decisiones que le afectan. Exige una participación política.
e) Aunque encuentre todo esto en la vida, el ser humano no es todavía plenamente feliz.
Busca la razón de su vida y el sentido que ilumina su existencia. ¿Por qué y para qué vivo?
San Agustín dijo: "Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios". Por encima de
cualquier valor está Dios, y sólo El da pleno sentido a nuestra vida. Cuando nos falta Dios,
estamos inquietos, sentimos el vacío aunque tengamos otros valores.
Cuando decimos que el mensaje de Cristo es un mensaje liberador, hemos de entender que
se trata de la eliminación de todos los contravalores que nos impiden encontrar nuestra
felicidad como seres humanos y como hijos de Dios.
Como ya hemos visto, la salvación es para todos los seres humanos. No es posible que sólo
ciertas personas, individualmente o en un pequeño grupo, lleguen a la salvación. Tienen que
salvarse todos. Muchos grupos, y hasta países, están todavía lejos de la salvación en el
sentido que estamos hablando. Hay muchedumbres de hambrientos, desempleados,
enfermos, abandonados, refugiados. Están lejos de la liberación total. ¿Por qué? Porque hay
grupos que se apoderan de todos los medios sin pensar en compartir y distribuir los bienes
de la tierra y los bienes del espíritu.
Dios nos ha dotado de inteligencia para pensar y hacer planes. El nos ha dado un corazón
para amar, y nos ha enseñado en Jesucristo los verdaderos valores de la vida. Nos ha
indicado el camino de la verdadera felicidad.
Ahora bien, la persona tiene que comprometerse y hacer todo cuanto esté de su parte. Tiene
que colaborar con el Proyecto de Dios. Esto es lo que nos falta muchas veces. Cambiamos la
escala de valores. En lugar del amor solidario y la justicia, hacemos del dinero, de la propia
ganancia y del poder los valores supremos. En vez de pensar en repartir las riquezas de la
tierra, sólo unos pocos acumulan los bienes en sus manos. Y así, impiden la salvación, la
liberación de todos los demás. Ahí está precisamente el pecado, el pecado social o
comunitario. Los problemas de nuestra sociedad son consecuencia del pecado, del egoísmo y
de la omisión.
El papel de la Iglesia
Es misión de la Iglesia anunciar esa salvación. Ella, como Pueblo de Dios, necesita también la
salvación. Pero, al mismo tiempo, ella está llamada a ser instrumento en las manos de Dios
para salvar al mundo.
Para ser liberadora, nuestra catequesis tiene que contemplar siempre la salvación del ser
humano concreto, de todo el ser humano, aquí y ahora. Ha de tener muy presente la
salvación de todos y no sólo la de algunos grupos.
Dicen los Obispos de América Latina, reunidos en Puebla: "La liberación en Cristo se va
realizando en la historia, en la liberación de nuestros pueblos y en la liberación propia y
personal. Abarca las diferentes dimensiones de la existencia: lo social, lo político, lo
económico, lo cultural y el conjunto de sus relaciones. Por todo ello ha de circular la riqueza
transformadora del Evangelio, con su contribución propia y específica, que debe
salvaguardarse. De lo contrario, la Iglesia perdería su sentido más profundo; su mensaje no
tendría ninguna originalidad" (P. 483).
Estudio en grupo
2. ¿Qué es lo que en su ambiente esclaviza al ser humano? ¿Cuales son los grupos más
esclavizados? ¿Por qué?
Oración
¿Cuáles son las etapas de este proceso permanente? Es difícil presentar un esquema. Hay
personas que empiezan a ser catequizados muy pronto, en el ambiente familiar. Otros, sólo
cuando son jóvenes o adultos. Para unos, la catequesis, incluso desde la infancia, es pobre,
mientras que otros son bien catequizados. Pero, teniendo en cuenta todo esto, podemos
presentar un esquema:
En cuanto a los niños(as) mayores y a los jóvenes, ellos también catequizan a los padres. En
la familia tiene que haber diálogo, respeto mutuo, deseo de aprender unos de otros. Las
reuniones para los padres, hechas en la parroquia, los cursos, movimientos etc., influyen en
la formación religiosa de los hijos (CT 68).
d) LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN: televisión, radio, periódicos, revistas, cine, tienen una
fuerza muy grande en la formación de nuestro pueblo, especialmente de los jóvenes y
adolescentes. Y no siempre influyen de la manera mejor. Hay todavía un gran campo en que
la Iglesia tiene que hacerse presente (CT 46).
Cada tipo de catequesis supone métodos diferentes. También de parte del catequista o del
agente de pastoral exige distintos grados de formación y madurez. Pero hay ciertas líneas
fundamentales que se aplican a todas las etapas.
Estudio en grupo
1. ¿Hay en su parroquia o comunidad una catequesis diversificada para todas las edades?
¿Qué es lo que hay? ¿Qué falta todavía? ¿Por qué?
2. ¿Qué puede hacerse para los grupos a los que no se ha llegado todavía?
Plenario: Pueden estudiar en grupo, o leer en casa, los números de Catechesi Tradendae que
hemos citado anteriormente. O pueden leer el capitulo quinto del mismo documento.
Oración
Después de todo lo que hemos visto, tal vez surge en ustedes una pregunta: Si la catequesis
es lodo un proceso de vivencia comunitaria para iluminar la vida con la Palabra de Dios, ¿no
es necesaria una "enseñanza" sistemática?
Hemos visto que la tarea del catequista es ayudar a su grupo a reflexionar sobre la vida, ver
cómo el Evangelio ilumina esa vida y lleva a las personas a comportarse de acuerdo a su fe.
Podemos hablar de una catequesis ocasional, porque buscamos una iluminación del
Evangelio cuando se producen ciertos acontecimientos, situaciones y problemas.
Es cierto que no puede faltar alguna sistematización catequética. En general, las mismas
comunidades y movimientos la reclaman. Piden algún curso o algo parecido para esclarecer
su fe de un modo más sistemático.
Para niñas y niños, contamos con la preparación para la Primera Eucaristía, que puede
abarcar varios años de preparación y que supone una catequesis sistemática.
Los documentos, tanto el de Puebla como Catechesi Tradendae, dicen que la catequesis debe
ser fiel a Jesucristo, a la Iglesia y al Ser Humano. "La fidelidad a Dios se expresa en la
catequesis como fidelidad a la Palabra dada en Jesucristo. El catequista no se predica a sí
mismo, sino a Jesucristo, siendo fiel a su Palabra y a la integridad de su mensaje" (P. 994)
Todo aquel que catequiza sabe que la fidelidad a Jesucristo está indisolublemente unida a la
fidelidad a la Iglesia; que el, con su trabajo, está edificando continuamente la comunidad y
transmitiendo la imagen de la Iglesia; que debe hacer esto en unión con los obispos y con la
misión recibida de ellos". (P. 995)
"La fidelidad a la mujer y al hombre latinoamericanos exige a la catequesis que ella penetre,
asuma y purifique los valores de su cultura. Por consiguiente, que se esmere en el uso y
adaptación del lenguaje catequético" (P. 996)
Llevemos a los catequizandos a conocer a Jesucristo, que nos revela quién es su Padre y
nuestro Padre: Dios.
Jesús vino para liberar al ser humano, con su modo de vivir, de enseñar y de actuar.
El se dio sin medida en la cruz, manifestando así hasta dónde llega el amor. Resucitó y
camina con nosotros hasta el fin de los tiempos. Para conocer a Jesús es indispensable el
conocimiento del Evangelio.
1. Una señal del Reino de Dios, que es un Reino de paz, de justicia y amor.
2. Un instrumento para que ese Reino de justicia y: paz se extienda al mundo entero. Pero
ella sólo puede ser | instrumento si es señal, es decir, si ella vive lo que predica.
La vida de cada persona y la vida de la humanidad tienen un fin escatológico. Esto quiere
decir que no termina aquí en la tierra, sino que continuará más allá de la muerte.
Durante su peregrinación por esta tierra, la Iglesia hace presentes las señales de la
salvación, que son los sacramentos. Por medio de ellos celebra y vive la salvación que Cristo
nos trajo y que debe penetrar toda la vida humana, desde la cuna hasta la tumba.
Toda la acción pastoral de la Iglesia contempla la salvación concreta del ser humano, de todo
el ser humano y de todos los seres humanos. En América Latina se dirige a la mujer y al
hombre latinoamericanos, con toda su problemática, con sus angustias y sufrimientos. De
modo especial, se dirige a los pobres. (Ya tratamos este punto en encuentros anteriores).
No es éste el lugar para profundizar el contenido de nuestra fe. Para eso existen los libros y
cursos que pueden orientar. El Documento de Puebla da una visión general del contenido de
la evangelización, en el capitulo I de la 2 a parte. (Números 165 a 339)
En su discurso en Porto Alegre (Brasil), el Papa hizo una observación sobre el contenido de la
catequesis. Dijo:
Trabajo en grupo
5. ¿Qué quiere decir fidelidad a la Iglesia? ¿Se limita esa fidelidad sólo a las
cuestiones doctrinales?
Plenaria
¿Por qué debemos conocer los documentos de la Iglesia? ¿Cuáles son los
documentos que estamos ya leyendo o estudiando?
Oración
Desde sus orígenes, la Iglesia ha procurado poner en práctica el mandato de Cristo: 'Vayan y
hagan discípulos a todos los pueblos" (Mt 28,19). Los apóstoles anunciaron el mensaje de
Cristo; y, a lo largo de los siglos, los misioneros dejaron su tierra para llevar el Evangelio a
todas partes del mundo.
Los Obispos en Puebla dijeron que no basta anunciar la Palabra y denunciar el pecado que
existe en nuestra realidad. Necesitamos también celebrar nuestra vida y nuestra fe. Nosotros
lo hacemos en los sacramentos. En la vida cristiana, los sacramentos son momentos fuertes
de comunión de Dios con los seres humanos y de éstos con Dios.
En la Liturgia celebramos nuestra vida y nuestra fe. La palabra "Liturgia" viene de dos
palabras griegas: leito: del pueblo; ergon: obra, acción, servicio.
La Liturgia es, por tanto, la acción de Dios en favor del Pueblo, y la acción del Pueblo en
relación con Dios. Nos reunimos ciertos días y en ciertos lugares para rezar y expresar
nuestra fe. El lugar es generalmente la Iglesia. Se celebra la Misa y se administran los
Sacramentos. Se celebra la Liturgia: el culto del Pueblo a Dios. Y Dios se comunica con su
Pueblo.
En la Liturgia, no sólo alabamos a Dios. También le damos gracias por los beneficios
recibidos.
El acto litúrgico se hace con ceremonias, gestos, oraciones, lecturas, expresiones corporales
y momentos de silencio.
El culto a Dios beneficia también al ser humano. Este, al entrar en contacto con Dios, toma
conciencia e su condición de criatura. Se siente pequeño y pecador.
Toma conciencia de su tarea y misión. Pide a Dios la gracia de poder concretar en la vida lo
que expresa en la Liturgia: Dios tiene que ocupar el primer lugar en la vida. La voluntad de
Dios es la primera preocupación. Toma conciencia de que la voluntad de Dios es transfomar
este mundo en un mundo mejor y hacerlo más cristiano.
La Eucaristía está en el centro de la Liturgia. Alrededor de ella giran los otros sacramentos,
todos orientados por ella: el Bautismo, la Confirmación, la Confesión, la Unción de los
Enfermos, el Matrimonio, el Orden.
El pueblo reza, canta, participa del banquete de la unión. Nunca el Pueblo es tan "Pueblo" de
Dios como cuando, unido en a misma fe, se expresa y se compromete en la Eucaristía.
Pero este acto de culto sólo tiene sentido si los cristianos, en la vida de cada día, viven lo
que están celebrando. Si no hay compromiso, si no hay una vivencia verdaderamente
cristiana, no tiene sentido alabar a Dios sólo con plabras. La Liturgia y la vida no pueden
separarse nunca.
Reflexión en grupos
¿Cómo debe ser nuestra catequesis de manera que forme a los catequizandos para una
vivencia litúrgica?
El año litúrgico
Durante todo el año, la Iglesia celebra los distintos aspectos del gran misterio de nuestra
salvación, llamado también el "Misterio Pascual". La Iglesia tiene su año: El AÑO LITÚRGICO,
con sus fiestas determinadas. En cada fiesta conmemora un aspecto de nuestra salvación. El
Año Litúrgico comienza con el primer domingo de Adviento, a fines de noviembre. Adviento
quiere decir venida. Esperamos la venida del Señor en Navidad. Son cuatro semanas que nos
preparan para esta fiesta.
La Navidad celebra el Nacimiento de Jesús. Enviado del Padre, vino a poner su tienda de
campaña entre nosotros, para ser el camino que nos lleva a Dios, para ser la Verdad y la
Vida.
Jesús volvió a la gloria del Padre. Está sentado "a la derecha de Dios". Esto quiere decir que
El, después de la humillación de la muerte en la cruz, fue elevado y participa del poder de
Dios. Nosotros los celebramos en la ASCENSIÓN. Cristo nos envía su Espíritu. Jesús está con
Dios, en poder y gloria, pero está también con nosotros hasta el fin de los tiempos por medio
del Espíritu que El nos regala.
Nos acordamos de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, pero también del Espíritu
en nuestra vida, en la fiesta de PENTECOSTÉS. Celebramos el nacimiento de la Iglesia, la
gran comunidad de Jesús, unida por el Espíritu Santo.
El ciclo pascual son siete semanas, que van del domingo de Pascua hasta Pentecostés,
celebrando las distintas facetas de un único misterio: el Misterio Pascual.
Estudio en grupos
Oración
Después de todo lo que hemos visto sobre una catequesis, según las directrices de nuestros
Obispos en Puebla, podemos preguntar: ¿Cómo desarrollar concretamente un encuentro
catequético?
1. Tal vez les llame la atención la palabra "encuentro" y no "clase". Hemos visto que toda la
catequesis debe hacerse en la comunidad y llevar a la comunidad. Por tanto, el primer paso
es hacer de nuestro propio grupo de catequizandos una comunidad. No vamos a dar una
clase. Preparamos todo para que haya una verdadera vivencia comunitaria. La clase es para
la escuela. El encuentro es para la comunidad.
Todo lo que sigue se aplica a cualquier tipo de catequesis, sea con la niñez, con la
adolescencia, con jóvenes o gente adulta. El modo de actuar, el desarrollo, es el mismo.
Sigue el método VER, JUZGAR, ACTUAR. Sin embargo, tendremos que adaptarlo a la edad
del grupo.
Es importante para la comunidad que todos se conozcan, conozcan algo de la vida de los
otros, sus problemas y dificultades. Debemos dar atención a los enfermos, a los que cumplen
años. Ayudemos a los catequizandos a actuar no sólo a nivel de grupo, sino también en el
barrio, en la escuela, en el trabajo.
2. El encuentro catequético forma parte de un plan para determinado tiempo: un año, dos
años, seis meses, según el tiempo en que se esté con el grupo. Una preparación para la
Confirmación requerirá menos tiempo que una catequesis para niñas y niños, que exige más
tiempo.
Un trabajo constante con los jóvenes pide una planificación para más tiempo que un
encuentro ocasional en un fin de semana. Será conveniente hacer primero un plan global
para el tiempo necesario, determinando los temas que deben entrar.
Hay muchos manuales que pueden ayudarnos, pero esto no tiene por que restar creatividad
al equipo coordinador de la catequesis, porque las situaciones son diferentes según el lugar y
la edad. Es imposible exigir que un plan sea completo.
Dentro de esta visión global, veamos cómo desarrollar cada encuentro catequético.
La preparación del encuentro catequético ha de hacerse con el debido tiempo y no a última
hora. Lo mejor sería una preparación con los otros catequistas.
a) Punto de partida: la vida, los acontecimientos y situaciones, experiencias vividas por los
catequizandos.
b) Por medio del diálogo, profundizar la experiencia, analizando causas, actitudes, etc.
c) Iluminar la vida con la Palabra de Dios. ¿Cómo ve Dios tal situación? Hágase una lectura
de la Palabra de Dios.
e) Puede profundizarse el mensaje por medio de ciertas actividades fuera del encuentro: en
casa, en la comunidad.
f) ¿Cómo vamos a vivir todo esto? Acordemos con los catequizandos que podemos hacer
concretamente para vivir mejor en comunidad, y cómo vamos a celebrar la vida en la
Liturgia.
A. Punto de partida
Tenemos que partir de la propia vida del catequizando, de los acontecimientos y hechos, de
sus experiencias. Cada edad tiene sus problemas, preguntas, necesidades.
Podemos usar murales que plantean un problema o una situación vivida. Es ameno
dramatizar ciertos acontecimientos, hacer juegos que revelan una actitud de los participantes
o llevan a una cierta experiencia. Podemos partir de un canto o de una narración. Lo
importante es que esté siempre ligado a la realidad de los catequizándoos.
B. El diálogo
Analicemos los hechos y acontecimientos por medio del diálogo. Evitemos el "monólogo". No
se trata de una "clase". No somos el "maestro" a quien hay que escuchar sin poder hacer
comentarios. No. Es un reflexionar juntos. Hablemos con los catequizandos sobre sus
experiencias, sus tazones, sus preguntas.
Busquemos juntos las causas y las consecuencias de los hechos. Analicemos las actitudes de
las personas involucradas. Transmitamos el mensaje del Evangelio. Miremos la realidad con
ojos de fe.
Tratando de la catequesis de niños, procuremos que el diálogo no sea demasiado largo. Para
los pequeños puede durar unos 10 minutos. Para los mayores, 15 ó 20 minutos. Si es muy
largo, desvían su atención y no asimilan nada.
• El tono de voz, la actitud del catequista, son muy importantes. Que sean de respeto ante la
Palabra de Dios que va a transmitir.
• Propicien un ambiente que favorezca el diálogo. Pongan las sillas en círculo. Los
catequizandos pueden sentarse en el suelo. Que el ambiente esté alegre, limpio, adornado
con flores y carteles.
• Las preguntas que haga el catequista tienen que llevar a la reflexión. Las preguntas serán
claras y no sólo dirigidas a los más inteligentes. Todos tienen que reflexionar y participar,
inclusive los más tímidos y callados. Valoren siempre las respuestas.
La parte del diálogo puede terminar con la lectura de la Palabra de Dios. Den atención a una
buena lectura: pausada, clara, con buena entonación. Que la lectura no sea demasiado larga.
Nadie logra mantener la atención durante mucho tiempo en una lectura.
D. La oración
Este es el momento propio para la oración. Se puede orar al comienzo del encuentro, pero el
momento para una verdadera respuesta es ahora, después de escuchar el mensaje del
Evangelio. Es el "sí" de los catequizandos a la llamada de Dios.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
BROSHUIS Inés. Para ti catequista, Ed, DABAR. México, D.F. 1995, Págs., 156.