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Previsión y asistencia

Alonso, Guillermo (2007). “La reforma del sistema de pensiones argentino”. En


Brachet-Márquez, Viviane (2007). Salud pública y regímenes de pensiones en la era
neoliberal: Argentina, Brasil, Chile y México (1980-2000). Capítulo 1. México, El Colegio de
México, pp. 104-154.
Ligado a las reformas pro mercado. “El peso que en la coyuntura había alcanzado
la situación de los jubilados tenía una amplia repercusión en la opinión pública. El proyecto
gubernamental de llevar a cabo una reforma del sistema de pensiones se enfrentaba con
una suma abrumadora de resistencias y oposiciones: la resistencia inicial de los sindicatos
y la renuencia de los propios diputados oficialistas, el rechazo de actores y organizaciones
vinculados tradicionalmente al sector de la seguridad social; y una movilización en la
sociedad expresada en un petitorio con más de un millón de firmas que solicitaba un
plebiscito sobre el tema. Todos estos fueron factores que gravitaron fuertemente para
imponer un debate extenso sobre la cuestión” (102). No podía decretar, no había caos
económico, no creaba condiciones para inversión y no podía usar esas herramientas
para presionar al parlamento.

“Entre 1960 y 1980 la población mayor de 65 años se duplicó, mientras que la


población total creció en 40%, debido a un descenso en la tasa de natalidad de 25 a 21.4
por mil entre 1975-1980 y 1985-1990. Entre el primero y el segundo periodos, la esperanza
de vida subió de 65.5 a 67.3 años para los hombres, y de 72.1 a 74 años para las mujeres
(Isuani y San Martino, 1993). Sin embargo, la dinámica poblacional no fue la sola causa de
retroceso en la tasa de sostenimiento del sistema previsional; también lo fue la crisis del
mercado de trabajo y la creciente evasión de las obligaciones previsionales (Lo Vuolo,
1996). Entre los factores vinculados al mercado de trabajo se cuentan la caída del salario
real, el crecimiento de la informalidad y el aumento de la desocupación abierta, que
contribuyeron a erosionar los ingresos de un sistema cuya base de financiamiento es la
masa salarial” (104).

Las discusiones sobre reforma iniciaron en 1991-1992.


Luego de una presentación primera, y una contrapropuesta parlamentaria, el
Ejecutivo presentó una tercera que desfinanciaba al estado y transfería millones a las AFJP,
en pos de generar (y asegurar) un clima de reformas, a pesar de su calidad: “Desde la
perspectiva oficial, empero, lo apremiante era apurar el proceso de aprobación política para
mantener la continuidad del proceso de reformas, a cambio de lo cual podía pagarse un
precio alto en la calidad de la reforma. El estilo tecnocrático de gobernar podía sacrificar
coherencia técnica pero no sacrificaría su programa (la introducción del sistema de
capitalización) ni tampoco el timing del mismo. La disposición del ejecutivo a formular
concesiones que incrementasen el costo fiscal de la reforma parecía estar asumido como
un riesgo calculado desde el comienzo, por ser intrínseco al objetivo innegociable: implantar
un sistema de capitalización. La reforma previsional quedaba instalada en la misma lógica
que había modelado a las otras reformas estructurales: debía operar como señal hacia los
mercados, siendo su calidad una cuestión secundaria” (120). Fue rechazado por
oficialismo y oposición en el parlamento, se llevó a una discusión corporativa
sindicatos-empresarios (lograron asegurar a los sindicatos que puedan insitituirse
como AFJP, y a los empresarios la afiliación obligatoria y la libre elección).

Se aprobó en 1994.

“Ante la imposibilidad de implementar políticas mediante estos dos estilos


característicamente hiperpresidencialistas, el proceso de la política se desplaza hacia el
ámbito más deliberativo del parlamentarismo. Por último, cuando el campo de la
representación se expande en el proceso de la política y se recurre a la concertación con
los actores sociales, se configura un estilo que los autores denominan corporativismo o
concertación.
Hemos mostrado que en el proceso de la política de reforma previsional claramente
predominaron los dos últimos estilos. Primero, los vetos presidenciales no llegaron a
modificar aspectos centrales de los cambios introducidos por el parlamento (por ejemplo, la
opcionalidad). Luego, la posterior aprobación a comienzos de 1995 de la Ley de Solidaridad
Previsional, en un contexto en que el ejecutivo nuevamente presionaba al parlamento con
la posibilidad de una emergencia económica, presenta características no totalmente
identificables con el mandatismo: en este caso, lo que habilitó la rápida aprobación de esta
ley fue la colaboración de la oposición radical que permitió obtener quorum sin los reiterados
fracasos que debió tolerar el oficialismo durante la ley de reforma” (152)

“Debido en cierto modo al altísimo costo fiscal de la reforma, cuyo cálculo fue
subestimado en 50% del costo actual (Mesa Lago, 2004), el efecto favorable sobre el ahorro
nacional debe ser asumido como un artículo de fe, cuya revelación última y afortunada
requerirá décadas. Finalmente, la crisis económica que estalló a fines de 2001, y en cuyo
componente de desequilibrio fiscal y endeudamiento público el efecto de la reforma fiscal
tuvo fuerte incidencia, demostró que los sistemas de capitalización no eran inmunes al
riesgo político, cuando el Estado entró en cesación de pagos y devaluó” (154).
Soldano, Daniela y Andrenacci, Luciano (2006). “Aproximación a las teorías de la
política social a partir del caso argentino”, en Andrenacci, Luciano. [comp]. Problemas de
política social argentina. Buenos Aires, Prometeo-UNGS, pp. 21-90.

Transformación del sistema previsional y seguridad social: “…fueron


parcialmente privatizados y sus componentes de redistribución intergeneracional o
intersectorial severamente restringidos. La seguridad social ya no tenderá a homogeneizar
la condición salarial entre los extremos, sino que reproducirá en la calidad de la atención
de salud y en las prestaciones de retiro el éxito relativo de cada individuo en los ingresos
de su vida activa (82).

Como tendencia general, el aspecto asistencial de las políticas sociales ha pasado


a ser el ámbito fundamental de las nuevas formas de intervención social del Estado
argentino durante los años ’90. El Estado argentino ha optado políticamente, en el contexto
de sus opciones de gobernabilidad (alianzas, límites fiscales y elecciones de política
económica) por multiplicar y –recientemente– sistematizar los programas que brindan
asistencia alimentaria y nutricional, asistencia de salud y empleo temporario. Estos
programas han tomado una creciente centralidad, al punto que se asocia –en el discurso
mediático, en la práctica estatal, en los diagramas burocráticos, en los usos de las
organizaciones comunitarias, etc.– “políticas sociales” a programas y políticas
asistenciales” (83).

Belmartino, Susana (2005). “Crisis y reformulación de las políticas sociales”. En


Suriano, Juan. Dictadura y democracia: 1976-2001. Buenos Aires, Sudamericana, pp. 225-
280.

“En la Argentina, el valor fundante del sistema de política social construido a partir
de los años cuarenta fue la solidaridad entre sectores trabajadores, que originariamente se
pensó como base de una organización con capacidad de expandirse en el mediano plazo
hasta un sistema de protección universal. La orientación particularista que finalmente
predominó, consecuencia de una puja política en torno a los recursos manejados por el
Estado por parte de los grupos involucrados en cada área de política, significó el predominio
de la solidaridad grupal y su consecuencia más negativa: la conformación de un sistema
estratificado de beneficios en función de contribuciones diferentes según los esquemas
diferenciales de salario. Ni el seguro de desempleo ni las políticas activas de empleo
formaron parte del sistema de políticas sociales” (228).
En 1991 se creó la ANSES “que tonó a su cargo la administración y control de la
recaudación de todos los aportes y las contribuciones calculados sobre la nómina salarial,
incluyendo los destinados al régimen de asignaciones familiares. El porcentaje
correspondiente a la financiación de las prestaciones de atención médica fue derivado luego
a las respectivas obras sociales” (236)

“La ley 24.241 de octubre de 1993 sancionó la creación del Sistema Integrado de
Jubilaciones y Pensiones, que no incorpora los regímenes específicos de las Fuerzas
Armadas y de seguridad. EL nuevo SIJP es obligatorio y mixto. Combina prestaciones de
capitalización y de reparto que birndan anetes privados y públicos. El componente de
reparto (Prestación Básica Universal) está a cargo del sector público, al igual que la
Prestación Compensatoria, que corresponde a quienes hicieron aportes al sistema
jubilatorio antiguo, con independencia del régimen que elijan para el futuro” (239)

“El aspecto más crítico del nuevo sistema radicaría sin embargo en los compromisos
asumidos por el Estado, que permitían prever, en el mismo momento de su sanción, su
inviabilidad financiera en el corto plazo y la necesidad de financiamiento adicional para
enfrentarlos. (…) Mientras tanto, no ha verificado la ampliación de la población aportante,
que en el momento de sanción de la reforma se proyectaba como consecuencia de una
mayor confianza generada por el régimen de administración privado” (240).

Políticas asistenciales (no tiene 70’, arranca en 1984, retomar).


“En los años noventa el problema se definió en otras coordenadas. Las nuevas
instituciones de política social tendrían que compensar desigualdades y carencias en
aumento. Los procesos de reconversión económica y reforma del Estado determinaron
nuevas condiciones en el mercado de trabajo y cambiaron sensiblemente la distribución
previa del ingreso, en perjuicio de los sectores de menores recursos” (254). En 2000 se
llegó al 37% en condiciones de pobreza. Desempleo 1992 6,3%, 18,4% en 1995, 12,2%
en 1998, 15,5% en 2000. (256)

“En los ochenta cobró fuerza la propuesta de focalización, cuando organismos como
el Banco Mundial defendieron una concentración del gasto social en los grupos más
vulnerables, mediante programas focalizados que supuestamente permitirían reducir la
pobreza más efectivamente y con un menor costo. Este tipo de estrategias se identifica
como políticas compensatorias, en oposición a las de orientación universalistas” (256-257).
“En los noventa el énfasis de los debates sobre pobreza se colocó en muy diferentes
planos. Para esta presentación se han priorizado tres: la relación entre concetración de la
riqueza y crecimiento, la heterogeneidad de las situaciones de pobreza y la incidencia
negativa de las transformaciones producidas en el mercado de trabajo” (257)

“El debate sobre las nuevas políticas sociales ha llegado de modo muy limitado al
nivel de decisión estatal en la Argentina. Las políticas puestas en marcha en las últimas dos
décadas se inscriben en el paradigma focalizador, reciben importantes aportes de los
organismos internacionales de crédito, carecen en general de una evaluación de las
necesidades por cubrir y un diagnóstico que permita utilizar los instrumentos más
adecuados para hacerlo, y en general se implementan al calor de la coyuntura y la
movilización de diferentes grupos afectados por las políticas de ajuste” (261).

1984, dos programas: Programa de Promoción Social Nutricional y el Plan


Alimentario Nacional.

“Con la idea de producir algún tipo de coordinación, en 1993 se lanzó el denominado


Plan Social, que cubrió una gama de iniciativas de diferentes características y objeto:
 Un programa de nutrición para grupos vulnerables y otro para pasivos y ancianos
sin cobertura previsional
 Un paquete de programas destinados a la generación de empleo.
 Acciones de promoción de la salud materno-infantil.
 Programas de inversión en infraestructura social.

1994. Se crea la Secretaría de Desarrollo Social dependiente de Presidencia, a


cargo de los programas y con financiamiento del Banco Mundial. “La característica
permanente de estos programas es, sin embargo, la dispersión, la baja coordinación y una
reducida afectación presupuestaria en relación con la magnitud del problema por abordar.
El aumento constante de programas sociales focalizados no dio paso a la conformación de
una política articulada, y se mantuvo como un conjunto de acciones aisladas” (265-266).
Desarrollo Social con fines electorales
Cetrángolo, Oscar; Grushka, Carlos (2008). “Perspectivas previsionales en
Argentina y su financiamiento tras la expansión de la cobertura”. En CEPAL - Serie
Financiamiento del desarrollo, N° 205.

“El sistema previsional argentino sufrió una profunda reestructuración a partir de la


sanción de la Ley 24.241, que estableció un sistema mixto, con un pilar común y otro
opcional entre el régimen público de reparto y uno de capitalización individual. Asimismo,
con el objetivo de atenuar el impacto fiscal, se establecieron mayores restricciones para
acceder a las prestaciones, aumentando la edad mínima a la jubilación y los años con
aportes requeridos” (9).

“Luego de los primeros signos de agotamiento del esquema, la rápida y


descontrolada extensión dela cobertura (hacia sectores que no acreditaban una historia
contributiva establecida como requisito), manteniendo un beneficio definido con un nivel
relativamente alto de sustitución del salario, agravó la situación” (11).

(12)
Es un dato sobre la relación entre aportes y gastos.

“Tras la reforma aprobada por la Ley 24.241, el SIJP es un sistema de dos pilares.
El primero de ellos es de “reparto”, administrado por el Estado y otorga una prestación muy
similar para cada uno de los jubilados, denominada Prestación Básica Universal (PBU). El
segundo pilar otorga a los trabajadores la posibilidad de optar entre dos regímenes:
(i) de reparto con beneficios definidos administrado por el Estado que otorga una
prestación denominada Prestación Adicional por Permanencia (PAP); o
(ii) de capitalización individual, con contribución definida, gestionado por empresas
denominadas Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) creadas con
esa única y específica finalidad” (13).

“Las prestaciones provenientes de la invalidez o muerte, se rigen por normas


similares para los dos subsistemas, al menos para su determinación inicial. No obstante,
los mecanismos de actualización difieren y los beneficiarios del régimen de capitalización
individual pueden optar como modalidad de pago entre retiro programado (a cargo de las
AFJP) o renta vitalicia (con compañías de seguro de retiro).
El financiamiento del SIJP es similar al del antiguo sistema, con aportes por parte
del trabajador, contribuciones a cargo del empleador y asignaciones específicas de
recursos impositivos. Para quienes optaron por el régimen de capitalización individual, los
aportes personales pasan íntegramente a las cuentas individuales de capitalización,
descontándose las comisiones que cobran las AFJP, que incluyen los gastos de operación
y la prima del seguro de invalidez y muerte
La recaudación total de aportes y contribuciones está a cargo del Estado. Junto con
el cambio de esquema se introdujeron tres modificaciones paramétricas de importancia. En
primer lugar, se aumentaron las edades de retiro en cinco años para cada sexo, llevándolas
gradualmente a 60 años para las mujeres y 65 para los varones, lo que permitiría elevar la
tasa de sostenimiento.
El segundo es el promedio del salario (…) “Por último, y con un impacto
seguramente más significativo, se eleva gradualmente de veinte a treinta los años
requeridos de aportes para acceder al beneficio. Como se verá, esta reforma produjo una
reducción importante en el número de nuevos beneficiarios, dejando sin cobertura a una
importante parte de la población” (14-15).

“El sistema previsional argentino fue diseñado para ofrecer protección a los adultos
mayores que participan en el mercado formal de empleo. Sin embargo, el creciente
financiamiento de los beneficios con recursos provenientes de rentas generales y la
creciente informalidad laboral (que generó beneficiarios cada vez más selectos)
constituyeron un problema muy importante. La reforma aprobada en 1993 tenía, como uno
de sus objetivos, profundizar la relación entre los aportes realizados y los beneficios por
percibir, como mecanismo de promoción de la formalización. Un argumento similar fue
utilizado al implementar las rebajas de las contribuciones patronales, pero el efecto de estos
incentivos fue menor al esperado. La recesión desde 1998 y la crisis de 2001/02
profundizaron este problema, al incrementarse la desocupación, reducirse el nivel de
cumplimiento con las obligaciones previsionales y deteriorarse la capacidad adquisitiva de
los adultos mayores con o sin ingresos formales” (18).

Pensiones no contributivas
“Este programa se desarrolla en un contexto de la política social que presenta una
importante fragmentación tanto entre niveles de gobierno (nación, provincias y municipios),
como entre instituciones del gobierno nacional. Al reformarse el sistema previsional en
1994, las PNC fueron separadas de los programas contributivos, los que continuaron en el
ámbito del Ministerio de Trabajo reorganizados en el SIJP. A partir de enero de 1996, el
programa de PNC pasó a ser administrado por la Secretaría de Desarrollo Social, que hasta
1999 dependió de la Presidencia de la Nación y, desde entonces, del Ministerio de
Desarrollo Social.
El programa de PNC otorga siete tipos de beneficios:
(i) por vejez;
(ii) por invalidez,
(iii) a madres de siete o más hijos,
(iv) “graciables” otorgados por el Congreso de la Nación
(v) a ex-combatientes de la guerra de Malvinas
(vi) a familiares de desaparecidos durante el gobierno militar,
(vii) otros por leyes especiales.
Los tres primeros programas son también denominados "pensiones asistenciales" y
los dos últimos también se presentan agregados en publicaciones oficiales.
Las condiciones de adquisición para los beneficios asistenciales contemplan
algunos de los siguientes factores (dependiendo del tipo de pensión): falta de cobertura
previsional alternativa, ausencia de subsidios de cualquier tipo, falta de ingresos laborales,
riesgo médico-social, vejez, soledad, ausencia del progenitor o desempleo de éste para las
madres de familia numerosa, desempleo, presencia y cantidad de hijos menores,
incapacidad permanente y desamparo institucional” (25).

“En general, el programa es de naturaleza asistencial con el objeto de aliviar la


pobreza, sin embargo algunas de sus prestaciones no tienen plenamente dicho objetivo.
Un aspecto llamativo del programa lo constituyen las pensiones otorgadas por los
legisladores: si bien estas prestaciones están presentes en otros países, nunca alcanzan
cifras tan significativas como en Argentina, ni en cantidad ni en montos. A pesar de ello, el
programa de PNC pareciera contar con un nivel de focalización que permite tener un
impacto positivo en la reducción de la pobreza de los hogares con perceptores. Este
impacto podría incrementarse con modificaciones en la estructura y mejoras en la
focalización de las PNC graciables” (26).

Entre 2004 y 2007, significativo el aumento de ex-combatientes de Malvinas (36%,


pasando de 15 mil a 20 mil)

Curcio, Javier (2011). “Descripción del Sistema de Seguridad Social componentes


al cabo de la década del ‘90 y de la primera década del siglo XXI”. En Claudia Danani y
Susana Hintze (coord.). Protecciones y desprotecciones: la seguridad social en la Argentina
1990-2010. Los Polvorines, UNGS, Cap. 1, pp. 33-60.

“El Sistema de Seguridad Social Nacional se esquematiza en el siguiente cuadro,


en el que se clasifican las prestaciones en dos grandes sistemas que pretenden estar
unificados. Se trata del “Sistema Único de la Seguridad Social (SUSS)” creado en 1991, a
comienzos del período bajo análisis y del “Sistema Nacional del Seguro de Salud” dispuesto
por la Ley 23.661, sancionada a finales de 1988, que a su vez comprende al Instituto
Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (INSSJyP) –conocido
también como Programa de Atención Médica Integral (PAMI)– y a las obras sociales
nacionales. El SUSS está constituido por cuatro subsistemas (previsional, de asignaciones
familiares, de desempleo y de riesgos del trabajo) que en todos los casos sufrieron
modificaciones durante las últimas dos décadas” (34).

“Finalmente, mediante la Ley Nº26.425 sancionada en noviembre de 2008, se


derogó el régimen de capitalización y se unifcó el régimen de reparto en el Sistema
ccIntegrado Previsional Argentino (SIPA), que sustituyó al antiguo SIJP. El nuevo régimen
restituye al SIPA los aportes personales (11% del salario) de los trabajadores antes afliados
al Régimen de Capitalización. Por otra parte, a partir de la sanción de la ley, los recursos
que integraban las cuentas de capitalización individual de los afliados y benefciarios al
régimen de capitalización, pasan a integrar el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS)
del régimen previsional público, creado por el Decreto 897/07” (39-40).
Curcio, Javier; Beccaria, Alejandra (2011). “Sistema de Seguridad Social y mercado
de trabajo: evolución de la cobertura en la Argentina entre 1990 y 2010”. En Claudia Danani
y Susana Hintze (coord.). Protecciones y desprotecciones: la seguridad social en la
Argentina 1990-2010. Los Polvorines, UNGS, Cap. 2, pp. 61-102.

“…históricamente, en nuestro país el Sistema de Seguridad Social se desarrolló y


estructuró en función del lugar que las personas ocupan dentro del mercado de trabajo y
que, en este sentido, tanto los modos de acceso al sistema como los alcances de la
protección brindada por el mismo se hallan condicionados por ese vínculo laboral…” (62).

“La población activa está compuesta por los “ocupados” y los “desocupados” y la
población inactiva, por su parte, se compone de jubilados y pensionados, rentistas,
estudiantes, amas de casa, discapacitados y menores” (63).

“A grandes rasgos podemos reconocer dos etapas que coinciden con coyunturas
político-económicas diferentes, y que presentan tendencias contrapuestas. La primera de
ellas comprende los años 1991-2002 y la segunda 2003-2010. La primera de estas etapas
se caracteriza por el casi sistemático aumento de los desocupados (con excepción de los
años 1997 y 1998) y la oscilación entre tasas de crecimiento del empleo negativas con tasas
significativamente bajas. (…) Por su parte, el período que se extiende entre los años 2003
y 2010 presenta un crecimiento constante del empleo, aunque con intensidades variadas
que muestran un paulatino descenso: en el año 2003 se registra una tasa de crecimiento
interanual del 11%, mientras que en los años posteriores las tasas oscilan entre el 2 y el
6%” (66-67).

“Por su parte, el sistema de aseguramiento social en salud para los adultos mayores
se encuentra a cargo del INSSJyP-PAMI, que otorga cobertura a la población jubilada y
pensionada. El financiamiento de este sistema es mayoritariamente contributivo y proviene
de los aportes de los trabajadores en actividad, equivalente al 5% del salario (3% de aporte
personal y 2% de contribución patronal) y de los aportes de los pasivos, que varían entre
6% y 3% de sus ingresos, según estos superen o no el haber mínimo. Además el sistema
financia sus desequilibrios con contribuciones del tesoro nacional” (82).

“Este proceso de los últimos años fue acompañado por un importante aumento de
las pensiones no contributivas, que a su vez venían creciendo paulatinamente durante todo
el período bajo análisis. El programa de pensiones no contributivas (PNC) otorga siete tipos
de benefcios: i) por vejez; ii) por invalidez, iii) a madres de siete o más hijos, iv) graciables
otorgadas por el Congreso Nacional; v) a ex-combatientes de la guerra de Malvinas, vi) a
familiares de desaparecidos durante el gobierno militar y, vii) otros por leyes especiales.
Los tres primeros programas son también denominados “pensiones asistenciales”. Las
condiciones de acceso para los benefcios asistenciales contemplan algunos de los
siguientes factores dependiendo del tipo de pensión: falta de cobertura previsional
alternativa, ausencia de subsidios de cualquier tipo, falta de ingresos laborales, riesgo
médico-social, vejez, soledad, ausencia del progenitor o desempleo de éste para las
madres de familia numerosa, desempleo, presencia y cantidad de hijos menores,
incapacidad permanente y desamparo institucional” (90).

“…si se excluye del análisis a la situación particular de los ex combatientes de


Malvinas, los receptores de pensiones no contributivas cobran prestaciones en promedios
similares a las que perciben los jubilados que se enmarcan en la moratoria. Los valores
representan una reducción de alrededor del 37% respecto del haber medio que reciben los
pasivos que cobran la totalidad de la prestación” (93).

Grassi, Estela (2006). Políticas y problemas sociales en la sociedad neoliberal: la


otra década infame. Buenos Aires, Espacio Editorial.
“A lo largo del período de consolidación y auge del proyecto político-económico
neoliberal en la Argentina, la problematización de la cuestión social se caracterizó por su
contenido abstracto y fragmentados de la realidad social. Así, las condiciones de vida y las
condiciones de trabajo se trataron desconectadas entre sí, y las relaciones que organizan,
distribuyen y viabilizan el uso de la fuerza de trabajo en el mercado, estuvieron ausentes
en el tratamiento político y social del problema del desempleo y la pobreza (…). Los planes
y programas destinados a compensar las carencias formaron parte activa de esa
construcción, así como del trabajo político-cultural de fragmentación de los intereses
colectivos. En otros términos, tales planes y programas no han sido mera respuesta estatal
a los problemas de la época que afectaban a grupos ya constituidos como diversos, porque
una política estatal es resultado de disputas y reinterpretaciones (es más un proceso que
un plan) y porque es consustancial a la misma la definición del problema y la determinación
de los sujetos de la intervención estatal” (221)

Fabián Repetto (2014). “Políticas sociales. Una mirada político-institucional a sus


reformas, desafíos e impactos”. En Acuña, Carlos H (comp.). El Estado en acción:
Fortalezas y debilidades de las políticas sociales en la Argentina. Buenos Aires, Siglo
Veintiuno Editores, Cap. 1, pp. 19-71.
Pensiones no contributivas: “…han aumentado su relevancia en los últimos años.
Están dirigidas a diferentes grupos de personas (en particular, mayores de 70 años, madres
de más de siete hijos y personas con discapacidad) que se encuentran en situación de
vulnerabilidad social y que no realizan o han realizado aportes contributivos. De esta forma,
estas personas pueden acceder a una pensión, así como a atención médica gratuita para
ellos y su grupo familiar a través del Programa Federal de Salud (PROFE). Estas pensiones
son vitalicias, en tanto se mantengan las condiciones que dieron lugar a su otorgamiento.
A partir de 2003, se ha registrado un notable aumento en la cantidad de personas
que reciben estas pensiones, como resultado de una política explícitamente orientada a
incrementar su cobertura (mayores asignaciones presupuestarias, operativos de
inscripción, readecuación de los procesos de trabajo, etc.). Mientras que en 2003 se
entregaron 178 278 pensiones asistenciales (dirigidas a madres de siete hijos o más, por
vejez o discapacidad), en 2013 estas ascendieron a 1 171 152 (véase gráfico 1.6). Cabe
indicar que también el monto de las pensiones se ha ido incrementando paulatinamente”
(34). Nota al pie que muestra el paulatino desprendimiento de los veteranos: “También
tienen acceso a este tipo de beneficios quienes reciben pensiones especiales (derivadas
de leyes) o graciables (otorgadas por los miembros del Congreso de la Nación) y ex
combatientes de Malvinas”.
Fabián Repetto (2014). “Políticas sociales. Una mirada político-institucional a sus
reformas, desafíos e impactos”. En Acuña, Carlos H (comp.). El Estado en acción:
Fortalezas y debilidades de las políticas sociales en la Argentina. Buenos Aires, Siglo
Veintiuno Editores, Cap. 1, pp. 19-71.
Pensiones no contributivas: “…han aumentado su relevancia en los últimos años.
Están dirigidas a diferentes grupos de personas (en particular, mayores de 70 años, madres
de más de siete hijos y personas con discapacidad) que se encuentran en situación de
vulnerabilidad social y que no realizan o han realizado aportes contributivos. De esta forma,
estas personas pueden acceder a una pensión, así como a atención médica gratuita para
ellos y su grupo familiar a través del Programa Federal de Salud (PROFE). Estas pensiones
son vitalicias, en tanto se mantengan las condiciones que dieron lugar a su otorgamiento.
A partir de 2003, se ha registrado un notable aumento en la cantidad de personas
que reciben estas pensiones, como resultado de una política explícitamente orientada a
incrementar su cobertura (mayores asignaciones presupuestarias, operativos de
inscripción, readecuación de los procesos de trabajo, etc.). Mientras que en 2003 se
entregaron 178 278 pensiones asistenciales (dirigidas a madres de siete hijos o más, por
vejez o discapacidad), en 2013 estas ascendieron a 1 171 152 (véase gráfico 1.6). Cabe
indicar que también el monto de las pensiones se ha ido incrementando paulatinamente”
(34). Nota al pie que muestra el paulatino desprendimiento de los veteranos: “También
tienen acceso a este tipo de beneficios quienes reciben pensiones especiales (derivadas
de leyes) o graciables (otorgadas por los miembros del Congreso de la Nación) y ex
combatientes de Malvinas”.

Sistema de pensiones en los 90


“…entre los principales puntos críticos ocasionados por la reforma de los noventa
sobre el sistema de pensiones se encontraban los siguientes: 1) la profundización del
desequilibrio financiero del sistema y de las cuentas fiscales; 2) el deterioro de las
condiciones de vida de los pasivos; 3) la profundización del patrón distributivo regresivo; 4)
la caída de la cobertura; 5) los desincentivos a la afiliación y a los aportes permanentes; y,
6) la mayor fragmentación institucional y normativa” (44).

Crecimiento del nivel de cobertura llegando al 90% de personas mayores a 65,


aunque con una política de crecimiento de la jubilación mínima.
SIPA, 2008. “Pero sin duda el principal hito en este campo de la política social se
produjo en octubre de 2008, con la aprobación de la Ley 26 425 que creó el Sistema Integral
Previsional Argentino (SIPA). En la práctica, esta reforma estructural implicó la
reestatización de los fondos de pensiones, y puso fin –por ende– al sistema de
capitalización individual. La ley introdujo las siguientes modificaciones a la institucionalidad
existente por entonces: a) el SIPA es un sistema único (solidario de reparto), a diferencia
del SIJP, que estaba compuesto por dos pilares (régimen de reparto y de capitalización
individual); b) los fondos del SIPA son íntegramente administrados por el Estado a través
de la ANSeS, bajo la supervisión de una Comisión Bicameral del Congreso de la Nación; c)
todos los beneficiarios del régimen de capitalización individual fueron transferidos al sistema
público emergente, así como también los fondos de sus cuentas individuales, los que
pasaron a conformar el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (que representa
aproximadamente un 10% del PBI). Esta reforma estructural del sistema de pensiones,
única en América Latina por su alcance, muestra con claridad un estilo del Poder Ejecutivo
de decisión rápida y con pleno ejercicio del poder político acumulado, que aprovecha la
mayoría legislativa y la falta de una coalición opositora organizada (política y económica) a
semejante medida” (46).

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