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7 rie a} me £.: “hs Puba “V BARCO:susevsaewe DE VAPOR | Mea Saris El club de los coleccionistas de noticias Paul Zindel Primera edicton: mayo 2000 Quinta edicion: octubre 2004 Coleccién dirigida por Marinella Terzi Traduccion del inglés: José Antonio Santiago Tagle Cubierta e ilustraciones: Joaquin Reyes Titulo original: Attack of The Killer Fishricks © Paul Zindel, 1993 © Ediciones SM, 2000 Impresores, 15 Urbanizacion Prado del Espino 28660 Boadilla del Monte (Madrid) ISBN: 84-348-7249-8 Deposito legal: M-3605 1-2004 Preimpresion: Graftlia, SL Impreso en Espana / Printed in Spain Imprenta SM - foaquin Turina, 39 - 28044 Madrid Queda prohibida, salvo excepcion prevista en la Ley, cualquier forma de reproduccion, distribucion, comunicacion publica y transforma- cién de esta obra sin contar con la autorizacion de los tirulares de su propiedad intelectual. La infraccidn de los derechos de difusién de fa obra puede ser constitutiva de delito contra fa propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Codign Penal). El Centro Espafiol de Derechos Reprograficos vela por el respeto de los citados derechos. Pdusa A David, ese chico terrible, indomito, alucinante, loco, brillan- te, valiente ante la muerte y que es mi amigo. DPrhisa (OD i Nuestra primera aventura alucinante M. llamo Dave Martin y soy el presidente del club de los coleccionistas de noticias. Los hechos insdlitos que mas nos gustan a mis ami- gos y a mi son los realmente disparatados, como lo de la vaca que nacid en Londres con cuatro hocicos, y que los saltamontes tengan la sangre blanca. Mis tres mejores amigos y yo fundamos el club el primer dia de clase. Como en la mayoria de los colegios, los chicos nos juntamos por gru- pos en el comedor. A Liz, Johnny, Jennifer y a mi no nos van los estirados, los cerebrales, los superbordes, los zombis ni los deportistas. Y, desde luego, no ibamos a sentarnos con los gua- rribabosos. Asi es como llamamos a Nat Bronski y a Rado Clapp (que son de lo mas repugnante, horrible y rastrero de nuestra clase de quinto). Puede que solo sean dos crios, pero es que estan como para llevarlos derechitos al manicomio. Una de las primeras cosas que hicimos fue elegir en el comedor una mesa junto a la ven- 7 Prlsa ( og tana, la més alejada de los mostradores de la comida caliente, que siempre estan humeando y tienen platos que huelen a suelas chamuscadas. Lo segundo que hicimos fue firmar el juramento del club. JURAMENTO DEL CLUB DE LOS COLECCIONISTAS DE NOTICIAS Nosotros, los abajo jfirmantes, juramos pasar este quinto curso de primaria en el colegio de New Springville entre carcajadas, buenos ratos y aventuras alucinantes y.. jser amigos hasta que la muerte nos separe! Firmado con rojo sangre de ketchup: Dave Martin, PRESIDENTE, encargado de he- chos insdlitos y de acciones relampago; Liz McGinn, SECRETARIA EJECUTIV A, espe- cialista en adivinanzas, titulares horrendos y las notas secretas del club. Johnny Hayes, VICEPRESIDENTE, para los chistes malos, los puzzles y las cosas mds estra- falarias. Jennifer Lopez, TESORERA, encargada de «macabrerias>», trabalenguas e ideas fantasticas para ganar dinero. Max Millner, ARTISTA OFICIAL DEL CLUB, es- pecialista en dibujos desternillantes y bromas muy divertidas. Se nos ocurrié crear el club porque a los once anos te metes en muchos lios. Es que nos gusta decir lo primero que se nos ocurre. Por mi parte, me encanta la acci6n y la aventura mas que a nadie que conozca. No me preguntes por qué estoy se- guro de eso, pero lo estoy. Comencé a juntar he- chos insdélitos cuando iba a tercero, y ahora, cada vez que mis amigos 0 yo oimos 0 vemos algo sor- prendente, asqueroso o chocante, lo afadimos a los archivos del club. También coleccionamos ocurrencias, puzzles, chistes, notas secretas, titu- lares de horror, trabalenguas y otras cosas estrafa- larias, asi que nuestra coleccién es alucinante. Hasta ahora, mi hecho insdlito preferido es que Mozart se ponia hielo en la cabeza para es- timularse el cerebro. Yo lo probé cuando tuve que estudiar para un examen que iba de esqui- males, y funcioné de miedo, y €so que no toco el piano. Mucho se puede decir de los socios de nuestro club por las cosas que mas les gustan. La espe- cialidad de Jennifer son las «. Para cuando sono el timbre, yo sabia que o ayudabamos al chico nuevo o lo iban a macha- car. Liz, Johnny y Jennifer estaban de acuerdo. Aunque éramos los miembros del club de los coleccionistas de noticias y nos encantaban las bromas, ayudar a Max no iba a perjudicarnos. Metimos los libros en la mochila y le gritamos que nos esperase. Fuera, en las vallas, estaban los guarribabosos. —jAhi llega el champifioncito llorén de mama! —bram6 Nat. —Eso —dijo Rado. La verdad es que el dia que ese raton diga algo original, me pongo a croar. Liz y yo ibamos a la izquierda de Max, y Jen- nifer y Johnny, a su derecha. Juntos, éramos cin- co. —Eh, Max, jsabias que los pajaros no tienen rodillas? —le pregunté. 24 —No —susurr6é Max. Parecia nervioso cuando pasamos junto a los guarribabosos, que se pusieron a lloriquear como bebés. Nosotros, ni caso. —jCéomo es que te gusta dibujar verduras? —le pregunto Johnny. —También dibujo otras cosas —respondio Max—. Pero, ultimamente, dibujo verduras por- que me ha dado por ahi. | —jDibujas animales? —pregunto Liz—. A mi me encantan. —Claro, se me dan muy bien los perros —dijo Max—. Pero dibujo mejor las peras y las manzanas. | — Has dejado alguna vez que la jirafa del zoo de Richmond coma cacahuetes en tu cabeza? —quise saber. —Nunca —me contesto Max. Durante unos minutos Nat y Rado nos si- guieron, imitandonos y gritando cosas como: «jLa patatita llorona de mamia!>». Me alegro que Max no llorase esa vez, pero me di cuenta de que parecia algo mareado. Jennifer, que no teme a nadie desde que sus hermanos mayores comenzaron a ensefiarle ka- rate este verano, cogié una castafia, se volvid y se la ensefidé a los guarribabosos. —jEh, Nat, Rado! jMirad esto, a alguien se le ha caido la cabeza! bea Prlusa ( op —jCaete muerta! —egrito Nat. Los guarribabosos, finalmente, se aburrieron o se asustaron; el caso es que sé metieron en la tienda de golosinas de Ronkewitz. Se quedaron. jugando al fondo, dandole a las mAquinas. —jPum, pum! —dijo Liz a Max mientras ca- minabamos. Si comienza con sus adivinanzas, quiere decir que le gusta la persona que tiene delante. Creo gue para entonces todos empeza- bamos a notar que Max era mas de los nuestros que de los zombis, los estirados o los superbor-_ des. Al comprender que lo del veinte veces seguidas? | Liz: ;Sabes, Jennifer? Acabo de terminar de leer un libro precioso titulado El Nitto Insopor- table, del japonés Silokojo Lomato. Je S Los guarribabosos abobados E. timbre puso fin a la comida, y subimos juntos las escaleras. Ninguno de nosotros tenia palabras para hablar de los champifiones parlan- tes de Max. Subiamos las escaleras cuando me asalt6 una idea. | —Decid, gqueréis ser alguno candidato a de- legado? —pregunté. | —Yo, no —dijo Liz—. Quiero intentar ser del grupo de teatro del colegio. Podriamos pro- ponerte a ti, Dave —afiadio entre los ruidosos pisotones de los crios que subian. Algunos hasta aporreaban las alambradas de separacién como monos enjaulados. —Yo ya estoy bastante ocupado —dije—. iY tu, Johnny? {Quieres que te propongamos? —Es que no me interesa —respondié6—. Y no podria ir a todas las reuniones: tengo que estar en casa temprano para cuidar de mis hermanos. —Yo tampoco puedo —dijo Jennifer—. Tengo que ayudar en la tienda, y ademas estaba pen- 53 Priba ( og sando en poner en marcha un servicio de paseos para perros. —jEn serio? —Max sentia curiosidad. —-Si —contest6 Jennifer—. Incluso he pen- sado algunos nombres. Desfile canino, por ejem- plo. O Chuchos a domicilio. ;Vosotros qué opi- nais? —Me gusta el segundo —afirmé. —Y a mi —dijo Max. | —jCreo que deberiamos proponer. a Max! —solté al fin. , —jA mi? —Max trago saliva. —Si —dije—. ;Qué decimos a eso? Todos estuvimos de acuerdo. —Necesitamos que el delegado sea uno de no- sotros —dijo Jennifer—. No queremos que sea un inutil. — {Que dices, Max? —le pregunto Liz. Max nos miro. Se habia puesto un poco rojo. —Pues creo que me gusta la idea —admiti6 por fin—. Debe de ser interesante, y me parece que podria hacerlo estupendamente. Regresamos a nuestra clase y entramos. —Bienvenidos de nuevo, chicos —nos saludé a todos la senora Wilmont, mientras arrancaba las hojas muertas de una de las begonias que tenia sobre la mesa. Estuvimos toda la tarde con Sociales y Natu- rales. La senora Wilmont no hablo de las can- didaturas hasta iltima hora. 54 —No olvidéis las tres cualidades de las que hemos hablado esta mahana —record6—: Hon- radez, valor y formalidad. ;Y ahora, los nombres de los candidatos! —dijo. Los estirados no propusieron a nadie. Me fi- guro que a ninguno le hacia gracia la cosa. De los cerebrales tampoco sali6é nadie. Seria porque no podian permitirse dejar los libros ni un mo- mento. Los zombis, simplemente, pasaron. Quiza no esperaban poder ganar. Y los deportistas ya tenian cogidas las horas de después de clase con los entrenamientos de la miniliga de futbol. -~—Propongo a Teddy Reese —solté uno de los superbordes. —Ni hablar —murmuré Teddy—. jNi_ ha- blar! — seguro, Teddy? —le animé la sefiora Wil- mont—. Seria una experiencia estupenda para ti. —Estoy muy ocupado haciendo relojes de pa- tata —gimié. De pronto, una mano se alzé catapultada. —{Qué, Rado? —pregunto la sefora Wil- mont, poniendo ojos de sorpresa. —Propongo a Nat Bronski —dijo Rado con orgullo. —jAire, que me ahogo! —dijo Jennifer en un tono alto y claro. Unos cuantos rieron abiertamente, y otros muchos, por lo bajo. Hasta la sefora Wilmont 55 PAuba (OP parecia un poco aturdida, y tuvo que aclararse la garganta. — jAlguien apoya la candidatura de Nat? —decidid preguntar. Nadie decia nada, hasta que Nat pego un pu- netazo a un zombi llamado Joel Ridder que se sentaba delante de él. —Yo le apoyo —dijo Joel quejandose y fro- tandose la espalda. Entonces, la senora Wilmont escribié el nom- bre de Nat Bronski en la pizarra. —-Bueno, ya tenemos a nuestro primer can- didato ~-dijo. Se la veia tan horrorizada como -a todos. —Voy a ganar —chill6 Nat—. jVoy a ganar! —Eso —intervino Rado—. jEso! Nat sacé pecho, lo que le dio aires de gallo peleon, y se sento bien derecho para repasarnos a todos con sus ojos rojos y mezquinos. Levanté la mano. —jSi? —me invit6 a hablar la sefora Wil- mont, con una voz que me parecio aliviada. —jPropongo a Max Millner! —dije. | Mientras se volvia para escribir su nombre, Nat gruno: —jEstais chalados? jSe os ha ido la bola? Rado hizo como que le daban arcadas. —Apoyo la candidatura de Max —hablo Liz. ——Y yo —dijeron Jennifer y Johnny a la vez. 56 Todas nuestras miradas se fijaron en los dos nombres escritos en la pizarra. Nat Bronski y Max Millner. Era como ver El hombre lobo al lado de El osito Winnie. La sefora Wilmont miré de nuevo a la clase con nerviosismo: — Estas seguro de que no te animas, Teddy? —probo. Teddy asintid con la cabeza. —jAlguien mas que quiera ser tenido en cuenta? —pregunto la sehora Wilmont—. Inclu- so podriamos atrevernos a saltarnos algunas re- glas: si queréis, podéis proponeros a vosotros mismos. Nada. Ni un parpadeo. La sefiora Wilmont sonriOo a Max, luego miré a Nat y suspir6: —Eso significa que Nat Bronski y Max Mill- ner son los dos candidatos para delegado de nuestra clase —dijo—. El] viernes, Nat y Max pronunciaran un discurso ante la asamblea de alumnos junto con los candidatos de las otras dos clases de quinto. ;Que gane el mejor! —Alguien de nuestra clase va a perder —gi- mio en voz alta el superborde Gabby Matuza- Wits. —Tu actitud no es la correcta, Gabby —re- plico la senora Wilmont—. Todos deberiamos creer que vamos a ganar. Siempre digo que cuan- do salgas a capturar a un tiburo6n asesino, lo ha- 57 Prhisa (9 gas con tanta fe que incluso Ileves encima la salsa para comértelo. Todos reimos, y el timbre sono. Entonces co- rrimos hacia las puertas como ratas que aban- donan a la carrera un barco que se hunde. -—jLos voluntarios para el grupo del labora- torio no olvidéis venir temprano majiana! —gri- to la sehora Wilmont en medio del jaleo. .—j{No lo olvidaremos! —le respondi. Aun no ibamos por la mitad del pasillo cuan- - do nos alcanzé el tufo de los guarribabosos. —Cabecita de brécol, Horén de mama, ni pienses que vas a ser delegado, cara de vémito —se descargé Nat con Max. —Este es un pais libre —Jennifer se encaré con Nat—. ;Todo el mundo tiene su oportunidad en América! —jDi que si, Jennifer! —dijo Liz. Me enfrenté a Nat: —No vayais por ahi diciendo que Max es un llorica porque nadie os creera. Qué mas quisieras —dijo la voz rasposa de Rado. —Nada de jugarretas —les advirtié Johnny. —Voy a ganar —dijo Nat con una mueca de desprecio—, No necesito ni [amarle Iorica, aun- que lo sea. Nat pasd por mi lado y consiguié acercarse a Max: 58 —Vas a perder, blandengue —y le solt6é un eructo a Max en la cara. Liz cogio del brazo a Max para Ilevarselo. De pronto, Max se volvio y se encar6é con los gua- rribabosos: —No soy un llorica —dijo—. ;Bajad de las nubes! jYo seré quien gane, no vosotros! jVais a ver quien es el llorica! Max volvio con nosotros y nos fuimos, dejan- do a Nat y Rado atras, boquiabiertos. —jSois un punado de perdedores! jme ois? —rugio Nat a nuestras espaldas—. j|Un punado de blandimerengues y perdedores! —Eso —dijo Rado alzando la cabeza. Entonces, yo les solté la ultima andanada: —Sabéis, en Brasil hay una rana que ladra como un perro —les dije—. ;Al menos, vosotros teneis la voz de lo que sois! Y nos marchamos. 59 Prlusa ( gp 6 Al rico “espantagueti ” casero L. me llam6 esa noche después de cenar. Es- taba pasando por una de sus crisis de constantes mordisqueos. | —Dave —dijo—, he estado pensando. En un principio creia que era buena nuestra idea de | que Max se presentase a delegado, pero ahora estoy muy preocupada. — (Por qué? —pregunté. Por el ruido que hace, siempre distingo si muerde palomitas, o si se trata de su pelo o de la piel. Esa noche eran palomitas de nuevo. —He estado leyendo uno de los libros de psi- cologia de mi hermano y me he fijado en lo que decia sobre la muerte de las personas, Presenti problemas. —No he podido entenderlo todo —conti- nuo—, pero a lo mejor Max no deberia presen- tarse a delegado. — {Por qué no? —A lo mejor no esta preparado —dijo Liz—. A lo mejor necesita mas tiempo para que se le 60 PAuba i g pase lo de su madre. El libro dice que hace falta tiempo para eso. También para los nifios. Es in- cluso peor que un divorcio, 0, por lo menos, tan erave —el ruido se oia todavia mas fuerte. —Liz —le recordé—, Max dijo que queria presentarse. Esta ilusionado. Le hara bien, eso le distraera de otras cosas. Y con toda la experien- cia que le han dado los concursos de ortografia, va a poder con todo el mundo. ;Ser4 el primer politico de los socios del club! ‘—Pero, oye —se quej6 Liz—, el otro dia él lord de verdad. Los babosos no se lo inventaron. Todavia debe afectarle pensar en que ya no est su madre. :Y si pierde en las elecciones? Podria sentirse fatal. | —Va a estar bien —insisti. —¢¥ qué me dices de ese padre tan raro que tiene? —quiso saber Liz—. Parece tan estricto y tan malo y... —jSanguinario! —-Eso —convino conmigo Liz. —Oye —le dije—, no puedes culpar a un nino de que su padre sea un vampiro. —No lo hago. —Si que lo haces. A juzgar por los ruidos que salian del teléfo- no, Liz tenia la boca atiborrada de palomitas. La oia tragar. —He averiguado por qué el sefior Millner lo 62 tiene todo guardado en los armarios —dijo en tono triste. —Yo s€ por qué —solté—. Porque es despre- ciable. jLos nifios no pueden elegir a sus padres! El libro de psicologia lo explica todo. No podemos olvidar que al sehor Millner también le entristece la muerte de su mujer —insistid Liz—. Algunas personas no pueden soportar que a su alrededor haya cosas que les recuerden que alguien querido ya no esta. Es demasiado dolo- roso. —Me estas dando dolor de cabeza —le dije. -—Pues te aguantas. | —Oye —segui—, lo importante es que Max va a ser un gran delegado de curso. jY hoy se ha enfrentado a los guarribabosos! Supe que era un buen chico desde que lo vi, aunque Ilevase corbata. Liz suspiro. —Pero, Dave, quiza le estamos obligando a hacerlo. Quiza piense que, si no se presenta, no seremos sus amigos. — De qué estas hablando? —No lo sé. —Entonces déjalo —sugeri—. Dijo que queria hacerlo —le recordé. —Me preocupa que se venga abajo si pierde —dijo Liz. —Va a ganar. 63 Pisa ff og -~-No lo sabemos. No le hemos dado ocasién de que nos diga cémo se siente de verdad —dijo lastimeramente Liz. Pude.oir cémo se mordia los nudillos. Las pa- lomitas debian de habérsele acabado. —Solo tenemos que hacer una cosa —pro- puse. — (Qué? —Tenemos un club genial, y podemos ayu- darle a ganar. Estamos unidos en esto. Max ne- cesita todo el apoyo que podamos darle —en ese mismo momento me invadi6 otro pensamien- to—: Ademas, tampoco es cuesti6n de parecer tontos. Necesitamos una estrategia que deje pa- tidifuso a todo el colegio. —Pero sélo hay tiempo hasta el viernes —se lamento Liz. —Elizabeth, deja de comerte las manos cuelga —oi decir a la sefora McGinn al fondo. A la manana siguiente comenzamos con nues- tro grupo del laboratorio. Todos sabiamos que el cuarto donde se guardaba el material de labo- ratorio estaba en la tercera planta del colegio. Llamamos a la puerta y la senora Wilmont abrio: —jBuenos dias! —dijo alegre al vernos—. jHabéis sido puntuales! —Buenos dias, sehora Wilmont —la saluda- mos nosotros. Luego, Liz y Jennifer comentaron 6-4 que llevaba unos pendientes en forma de elefan- te, y un broche a juego, que brillaban muchisi- mo. De pronto, les da por esas chorradas de chi- cas. Quiero decir que estaba guapa, pero jy qué? —Voy a ensefiaros cual sera vuestra guarida —nos propuso intentando resultar simpatica, y nos condujo por un pasillo en el centro de la habitacién. A ambos lados, las estanterias iban del suelo al techo y estaban Ilenas de trastos cientificos. Habia tantas cosas fantdsticas que pensé que los ojos se me saldrian de las érbitas. —A este lado esta el instrumental de quimica —dijo la sefiora Wilmont, seftalando a la iz- quierda—. Probetas, mecheros Bunsen y cosas por el estilo. | —Ah, yo de esto sé un monton —dije—. Mi padre trabaja para una compafiia de productos quimicos y una vez me regalaron un minilabo- ratorio. En una ocasion transformé un poco de azucar en un pegote negro, pero ésa es una larga historia. —jEh, motores eléctricos! —gritO entusias- mado Johnny, mirando al otro lado de la habi- tacion. : —Esta es la seccion de aparatos de fisica, po- leas, imanes... —explico la sefora Wilmont. —(Podemos probar algunas cosas? —pregun- te. - | ——Eso es parte de lo bueno que tiene el estar 65 Prhibsa 7D en el grupo del laboratorio. Claro que tendréis que aprender a usarlo todo para que no hagais volar este lugar —la senora Wilmont nos hizo un guino—. Y ésta es mi mesa —dijo—, ala vuelta hay otra mesa para vosotros. Y a través de un corredor nos condujo a otra habitacién que ni siquiera sabiamos que existia. No daba a la entrada y estaba Ilena de material de biologia. —/Guau! —grité Liz, topandose contra una enorme flor de plAstico. Una hoja se desprendié por el golpe, pero ella logré cogerla al vuelo y colgarla de nuevo. —Miurad, una serpiente muerta en un frasco —Jennifer avanzaba a saltos, la cabeza levanta- da, y con la cola de caballo que se le agitaba por detras, como de costumbre, azoto en la cara a un esqueleto—. jBrrrr! jEspanto y requetespanto! —Si —la sehora Wilmont ahog6é una risita—. Aqui tenemos unas cuantas cosas interesantes. —jHay un cerdo conservado! —egrité. —jY un calamar disecado! —ri6 Max. Habia ranas muertas, microscopios y artilu- gios por todos sitios. La sefora Wilmont nos condujo a una mesa con plantas y un escritorio grande cerca de la ventana. —El escritorio pertenecia al profesor Soifer, que trabajaba a jornada completa en el labora- torio. 66 — {Qué le pas6? —pregunto Liz. La sehora Wilmont suspiro: —Su puesto se suprimiO por recortes en el presupuesto. El escritorio, el archivador e inclu- so su tablon de anuncios pueden ser vuestros, si queréis, ~—Trabajaremos mucho, sefiora Wilmont —le prometi mientras corriamos hacia el escrito- ri0o—. Repartiremos todo el material que usted quiera. Adem4s, somos rapidos —anadi. —Podemos quitarle el polvo a las cosas —su- girio Jennifer, —Yo sé limpiar las probetas para que queden fan transparentes como los vasos de beber —dijo Johnny. Liz abrié el archivador. Max quito del tablén los anuncios viejos. En el escritorio encontré una regla, una grapadora y una manzana podrida. —Podéis reuniros aqui si queréis —dijo la se- nora Wilmont. —Solemos juntarnos a la hora de comer en el comedor, en una mesa junto a la ventana. Te- nemos un club —decidi contarle—. Somos los miembros del club de los coleccionistas de no- ticlas —anuncié con orgullo—. Coleccionamos e intercambiamos sucesos raros, y cosas asi. Pensé que estaba divagando, pero Ja sefiora Wilmont pregunté: —{Como qué? 67 PAuba 7 gd —Como que, por ejemplo, los piratas pensa- ban que perforandose las orejas su vista mejo- raba. Y otro hecho insélito es que una vez, en Canada, un ganso atacé y ahogé a un alce de ciento cincuenta kilos —le dije. —jDios mio! —dijo la sefiora Wilmont, que estaba justo al lado de una enorme lechuza di- secada—. Para mi que vuestro club estar4 aqui como en su casa —dijo, acariciando la cabeza del ave—. Probablemente, ya sabréis que los aztecas usaban como guardianes a lechuzas como ésta. La sefora Wilmont siguié ensefiandonos los demas rincones. Luego sono el timbre y nos fui- mos a clase. Apenas pude concentrarme esa ma- nana. No paraba de pensar en que Max iba a presentarse para delegado, y en el club de los coleccionistas de noticias. Reunirse a la hora de la comida en el comedor era sin duda estupendo, pero ahora tener mesa propia en el cuarto del material de laboratorio nos permitiria estar jun- _tos-mas tiempo todavia. ‘Sabia que aquello mar- charia estupendamente. A la hora de la comida barajamos ideas para asegurarnos de que Max derrotaria a Nat. Me figuro que todos sabiamos que los guarribabosos harian cualquier cosa por sabotear a Max para que no fuese delegado. —Tenemos que hacer una Campania sensacio- nal —dije, llevandome a la boca un delicioso y 68 Jugoso bocado de lasafia. Max y yo habiamos pe- dido la napolitana especial. La otra posibilidad era queso a la parrilla. —Necesitamos carteles grandes —dijo Liz mientras masticaba un trozo de perrito caliente que goteaba ketchup. —En eso tienes raz6n —dijo Jennifer—, pero, Liz, gc6mo puedes comer esa cosa asquerosa he- cha para un Frankenstein cualquiera? Probable- mente, Ileve un mont6n de pelos de rata. | —No los lleva —protesto Liz mientras mas- ticaba a Pproposito con la boca abierta. Johnny le lanz6 el envoltorio de su pajita. —Eh —dije—, si no os importa, lo que ne- cesitamos son ideas brillantes, no peleas. ;Quién tiene alguna? Liz trag6. —Yo me encargaré de hacer un poster. ——Max es el artista —le recordé Jennifer. —No hace falta ser un artista para hacer un poster —dijo Liz—. Me saldra fenomenal. —Tiene que ser mejor que el de los guarri- babosos —le recordé Johnny. Yo me rei y dije: —Su eslogan sera algo asi como «Vota a Nat O perderas». De pronto, a Jennifer la mirada se le iluminé: —Tengo una idea, — (Qué? —preguntdé Max. 69 PAuba (OP —Quiza deberiamos ser sencillos y decir «Max Millner para delegado! jEs el mejor!». —jQué rooooollo! —nos quejamos todos a coro, como si lo hubiésemos acordado—. Necesitamos algo mejor —exigi. —jEh! —probo Max—. Quiza podriais usar algunos de vuestros hechos insolitos y bromas. Ya sabéis, hacer algo con ellos que nos dé votos. Nos miramos los unos a los otros: la idea era brillante. —Max, colega —le dije, dandole en la espal- da—, todos queriamos ayudarte, jpero creo que has sido ta quien nos ha ayudado! Podemos uti- lizar todas nuestras especialidades. j|Desde luego, somos capaces de inventar bromas excelentes! —Eso —-me apoyo Jennifer—. A todos nues- tros presidentes los eligen asi. Tienen guionistas que les escriben las bromas. —Nosotros seremos los guionistas de Max —dijo Johnny. —j;Chocad esos cinco! —dije, haciendo chocar mi mano contra las de los demas—. jJuntos ha- remos que Max gane por goleada! Esta noche pensaremos en ello. Y mafiana, cuando nos reu- namos a comer, jlo organizaremos todo! Johnny grit6 entusiasmado, pero Liz aun tenia cara de preocupada. Después del colegio, acompafé a Max a casa. Nos detuvimos en el camién de los helados de 70 Ralph, que esta siempre aparcado en la esquina de la calle Mayor con la plaza Yettman, y le invit€ a un cucurucho de helado de limon. — A qué colegio ibas antes de venir al de New Springville? —le pregunté mientras cami- nabamos chupando el helado. —AI de Bulls Head. —Ah —dije—, pues no conozco a nadie de por alli. ;Por qué os trasladasteis aqui? —Mi madre se cri6 aqui. Sus padres se reti- raron a Florida y nos dejaron la casa en la que vivimos. Por supuesto, antes era distinta. Por fuera habia flores y preciosos arbustos en vez de gravilla, y por dentro también era mas bonita. Quiero decir que, bueno, antes era mejor. Pasamos por la tienda de comestibles de John- son y por los recreativos. Dejamos atras la bi- blioteca publica, toda ella cubierta de hiedra, y dos iglesias, y un templo. —Mi madre esta enterrada en Moravian —dijo Max en voz baja. Yo ni siquiera habia caido en que el cementerio de Moravian estaba tan cerca de las iglesias, justo detras de la ga- solinera. —Debe de ser duro no tener madre —dije, mirando al otro lado de la entrada del cemen- terio, a una colina Ilena de tumbas. Y es que no sabia qué mas decir. _ ——La echo de menos —dijo Max—. A veces /1 Pekisa ( og me afecta y me vengo abajo. Creo que es eso lo que me paso con Nat y Rado ese dia, en el ser- VIC10. Anduvimos sin decir una palabra. Mi madre tenia razon cuando decia eso de que a veces pa- saba un angel. Yo notaba que Max estaba con- tento de que yo estuviera con él. Cuando Ilega- mos a su casa, estabamos hablando de nuevo. Le pregunte: —jLe alegra a tu padre que seas candidato a delegado? —No se lo he dicho aun. —jPor que no? —jCrees que deberia? —pregunto. Afirmé con la cabeza. —Quiza lo haga ahora —dijo Max mientras nos acercabamos mas y mas a la casa, que seguia pareciéndome espectral. — Esta tu padre en casa? —-dije como enco- giendome de miedo. —Los martes llega pronto a casa. Mientras Max metia la llave en la puerta, me dieron ganas de darme la vuelta y salir corrien- do. Pero entré con él. Mi mirada fue directamente a la cara del ca- pitan Dracula Millner. —jTe acuerdas de Dave? —pregunt6 Max. —Si —respondio el senor Millner con una es- pecie de grunido terrorifico. Miré a ver si tenia ie colmillos. A decir verdad, no podria asegurarlo, pero no me gusto nada la manera en que me miraba el cuello. —Dave me ha acompanado a casa —explico Max—. Traigo noticias. El y los otros chicos que te presenté me han propuesto para candidato a delegado de quinto. Y quiero presentarme. El senor Millner me devoraba con la mirada. —Ya veo. —Es un honor —dije—. Pensamos que Max seria un delegado estupendo. Max mir6 con ansia a su padre. —Creo que deberiamos tener unas palabras en tu habitacion, jovencito —dijo el sefior Mill- ner. No chillo, pero su aspecto era el de un vam- piro muy irritado. —Espera aqui, Dave —me pidid Max. —Sin problemas —dije. Y era cierto que no me importaba. Johnny y Liz solian llevarme a su casa cuando tenian algo que les daba miedo decir a sus padres. Yo tengo la suerte de no ne- cesitar hacer eso. Entraron en la habitacion de Max y cerraron la puerta. No pude entender nada hasta que fi- nalmente oi a Max gritar: | —jVoy a presentarme! jQuiero ser delegado! Yo antes tenia cosas, y amigos, jpor que ya no puedo? Max tenia mas agallas de lo que yo creia. ia Psa ( 7, Un minuto més tarde, la puerta se abri6. Max bajé el primero al vestibulo. —éQuieres un vaso de leche o algo? —me Pregunto, como si no hubiese pasado nada. —Claro —dije. Las pequenas peleas familiares nunca me han quitado el apetito. Cuando Max desaparecié en la cocina, el senor Millner bajé. Parecia como Si quisiera beberse un vaso enorme de mi sangre. Para que Max no lo oyera, me susurré al oido esta advertencia: —No quiero que hagan daho a mi hijo —dijo—. Lo digo de veras. Vosotros no enten- déis lo que él ha sufrido. No dejéis que le pase nada. |Es una orden! Como algo saliera mal, yo sabia que acabaria de albéndiga en sus espantaguetts, /4 ~ (Karate y “chop suey”! M. encaminé a casa pasando por la. calle Glenn para detenerme en casa de Liz. Llamé al timbre y abrié la sefora McGinn. —jHola, sefora McGinn! —dije, pasando al interior. Eché un vistazo al salon y me di cuenta de que tenia toda la mesa Ilena de papeles de los juzgados—. éHay algo interesante hoy? —pre- gunte. —Nada que merezca la pena —admitioé ella—. Unas cuantas denuncias, un par de robos de au- tomoviles y un adolescente al que cogieron Ile- vandose una bolsa de chucherias en el super- mercado. Nada que sea insdlito —se desplaz6 hasta el pie de las escaleras y grito hacia arri- ba—: jLiz! ;Dave est4 aqui! —jSube! —chillé Liz desde arriba. —¢lTe vas a quedar a cenar? —me pregunté la sefiora McGinn—. Voy a encargar unas piz- zas. —Esta noche, no. Pero se Io agradezco —dije, y subi corriendo las escaleras. iS Prhiba (OD — {Qué ocurre? —quiso saber Liz—. Ni que hubieras visto un espectro. —Sdlo ha sido un vampiro —contesté. Me senté en la silla giratoria de su escritorio y em- pece a dar vueltas como un loco. La silla de Liz es ideal para dar vueltas, aun- que ella no la utilice para eso, porque dice que sé marea. Liz estaba tumbada en la cama, con uno de los libros de psicologia de su hermanas- tro. Conozco la habitacién de Liz casi tan bien como la mia. En una pared, sujetas con cinta adhesiva, tiene fotos pegadas. Mi favorita es una en que Johnny y yo estamos haciendo el pino mientras comemos burritos en el paseo Springvi- He. La pared contra la que tiene la cama esta Ilena de carteles de conciertos de rock. Encima de su cama tiene colgadas una docena de rosas rojas secas. Se las regalaron sus padres cuando hizo el papel de la sefora Muffet en la obra de teatro de segundo. —Creia que encontraria palomitas aqui. ;Por qué no estas comiendo? . Ya he superado eso —se lamenté—. Ahora me muerdo los labios. f by) a 6 UES a aaa —Deberias pintartelos con yodo. Asi no te los : sect, LA MEJ SILL morderias. | i PEL MuNpo —jEI yodo es venenoso! —No se puede pedir todo —dije riéndome. Ella me mir6é atentamente. PARA BAR VUELTAS @ 76 Pehisa (9 —Se te nota raro. ;Qué te ha pasado? Le conté lo de la advertencia que me habia hecho el padre de Max. — —{Y qué esperabas? —pregunto Liz—. El se- hor Millner no quiere que hagan dafo a su hijo. iNo es lo mas normal que hasta ahora sabemos de él? —Si,. puede que si —-convine—. Pero {tenia que poner esa cara de monstruo desquiciado al decirlo? —Me figuro que es que sabe que Max todavia echa de menos a su madre. —Deberia estar agradecido de que Max nos tenga como amigos y de que posea las agallas suficientes para presentarse a delegado —dije, echando hacia atras la cabeza y haciendo girar la silla tan rapido que me mareé. —jTe has parado a pensar que a lo mejor su padre sabe mas de él que nosotros? —dijo Liz arrugando el rostro. Yo detuve en seco la silla. —jNada de eso! jHay montones de padres que no saben nada de sus hijos! A veces los amigos saben mucho mas. —Eso es cierto —dijo Liz—. Pero, Dave, jy los sentimientos de Max? ;Y si pierde las elec- ciones y se siente desgraciado? | —jEs que no va a perder! —Eso no lo sabemos. 78 —Tu, a lo mejor no, pero yo, si —insisti, e imprimi otro giro a la silla de Liz. Liz se lament6 mas fuerte. —Estoy segura de que los guarribabosos van a hacer algo horrible. Lo se. —Mira —dije—, tu problema es que tienes el cerebro atorado. Despéjatelo e invéntate un lema formidable para la campafia de Max. Yo me ocu- paré de los guarribabosos. Me fui, y ya en casa llamé a Johnny y a Jen- nifer. Me figuré que todos ellos necesitaban los : Animos que yo pudiera darles para crear ideas sobresalientes para la campafia. Luego, llamé a Max. Estaba bastante seguro de que seria mi amigo quien contestaria, y me alegré de que lo hiciera él y no el capitan Dracula. —jCémo llevas tu discurso? —pregunte. —Bien —dijo. Por el tono de su voz, supuse que papa vampiro andaba revoloteando a su al- rededor. —Si necesitas ayuda, llama —le ofreci. —Gracias, Dave. Voy bien —y colgo. Esa noche, después de hacer los deberes, de- cidi que una cosa que podia hacer para ayudar en la campafia de Max era aportar diez hechos insdlitos infalibles. Max me alabé la idea. Podia pasarselos. Yo sabia que algunos de los super- bordes pensaban que lo tinico insdlito de los he-_ chos que yo juntaba era yo mismo, pero a la mayoria de los demas chicos les gustaria conocer i Prhiba (OP gratis hechos fabulosos para utilizarlos. Ellos vo- tarian a Max. A la mafiana siguiente, cuando todos nos en- contramos en el cuarto del material de labora- torio, la sefora Wilmont anunci6: —jHay tres recados para hoy! —y barajando varias notas de érdenes de entrega, dijo—: La caja de imanes va a la clase de la sefora Carter, en la sala 201... —Yo la llevaré —dijo Jennifer, ofreciéndose voluntaria. —No te sientas muy atratda por ellos —afia- did Johnny, y todos nos echamos a reir. Jennifer hizo rodar los ojos, le sacé la lengua a Johnny y agarro la caja. —E] corazén de plastico es para el sefor Fis- ler, en la sala 327 —dijo la sefora Wilmont. —Yo lo Ilevaré —se ofrecié Max. —Pon todo tu corazén en lo que hagas —dijo la sefora Wilmont, con una voz que casi parecid un canto. . —{Tiene algo mas? —pregunté. —E] proyector de cine es para el sefor Brei- den, sala 342. —Estupendo —dije—. Sé muy bien cémo montarlo. Fui yo quien manejé el proyector cuan- do vimos El ciclo vital de una mosca y El descubni- miento de la pasteurizacion el afio pasado en la clase de la sefiora Di Giuseppi —y me dirigi a por el carrito del proyector—. Todo ira rodado. 80 ——No te olvides de la bobina —dijo la sefora Wilmont—. Las peliculas estan en el armario, junto al esqueleto. Van a poner Hormigas asesinas. Queda todavia otra cosa. ;Alguno de vosotros podria encargarse de los micréfonos? | —Microfonos? —Johnny levantéd la ante- na—. A mi se me da muy bien todo lo de la electricidad. —Me han encargado montar el equipo para la asamblea de esta semana —explicé la sefio- ra Wilmont—. Los micréfonos cuestan tanto que el colegio no se los puede dejar a cualquiera. A los chicos, y hasta a los maestros, se les caen a veces. —Yo de micréfonos entiendo un mont6n —fanfarroneéd Johnny—. El afio pasado ayudé en la fiesta del Dia de Accién de Gracias. —Estupendo —dijo la sefiora Wilmont—. (Podras quedarte un rato el jueves cuando ter- minen las clases? Los probaremos en el audito- r10. ; | —Trato hecho —dijo Johnny—. El jueves no tengo que estar en casa cuidando a mis her- manos pequenos porque tienen su clase de ké- rate. | Volvimos a reunirnos en el cuarto del labo- ratorio a las nueve menos ocho. Todos queria- mos ensefar lo que se nos habia ocurrido para la campafia de Max. 81 PAusa ( oP —Aqui tengo mi poster —dijo Liz, desenro- liando una hoja de cartulina. Cada uno agarra- mos de una esquina y lo extendimos. En letras grandes, bien marcadas, decia; QUINTO CURSO VOTA A MAX! Un globo pintado de los colores del arco iris subia centelleando hacia un cielo azul con nubes de algodén. Era espectacular. Liz estaba muy orgullosa. En la esquina inferior de- recha habia puesto su firma: Liz McGinn. —Es un trabajo brillante —admitié Jennifer. —jEs de alucine! —dije. - El grupo era un delirio. Max se habia quedado mudo. Sus ojos se me antojaron tan grandes como pizzas. —Gracias —-murmur6. | — {De verdad te gusta? —quiso saber Liz. —Me encanta —dijo Max—. Yo no lo habria hecho mejor. Liz enrojeciO y consiguié no morderse nin- guna parte del cuerpo. Jennifer nos pas6é a cada uno un ejemplar de una especie de tebeo que se Ilamaba MACABRE- RIAS DE NEW SPRINGVILLE. —M1i idea es que mafiana lo repartamos a la hora de la comida, con saludos de Max. Mientras lo vamos dando, decimos: VOTA TU MACABRERIA FAVORITA, y luego, afiadimos: NO SEAS TONTO, VOTA A MAX. : | Los chistes de monstruos que mAs me gusta- ron fueron: 82. 1) Cuando Max llegé a la Escuela de Pri- maria de New Springville, cqué fue lo que des- cubrid que se obtiene si cruzas a Godzilla con un autobus escolar del colegio? ; UN MONSTRUO CON CAPACIDAD PARA SESENTA CHICOS! 2) jQué fue lo que Max oyo que le decia el esqueleto del laboratorio a su amiguita del cole- gio? ;ME MUERO POR TUS HUESOS! —Hoy es miércoles —dijo Liz—, y eso sig- nifica que el plato especial es chop suey. — Como se las apafaran para que siempre parezcan gusanos cocidos? —dijo Jennifer ha- ciendo ascos. -——jA mi me gusta el chop suey! —-dije—. Es una comida muy famosa. —T estas majara —afirm6 Jennifer. —Escuchad —expliqué—, el chop suey figura en todos los libros de historia. jFue la primera comida inventada para comerse con palillos! 7A que no sabiais eso? | —Yo me las habria apanado para sobrevivir sin ese hecho insdlito —se quejé Jennifer. —Eh, ya esta bien —dijo Liz—. Tenemos un monton de cosas importantes que hacer en vez de hablar de comidas. |Hemos de ayudar a Max a ganar! | —Ahi va mi puzzle de nimeros —anuncié 83

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