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BAUTISMO Y CONFIRMACIÓN

2. TEOLOGÍA BÍBLICA

2.1. INTRODUCCIÓN
«Bautizar» (del griego baptizo y del latín baptizare), sumergir, meter en el agua; bañarse, lavarse,
limpiarse o purificarse con agua; elemento natural revestido de un gran simbolismo religioso. No
sólo el agua, sino todo lo relacionado con ella: lluvia, mar, fuentes, ríos, etc.
Al ser humano siempre lo fascinó el fuego y el agua, descubriendo en ellos una fuerza oculta y
misteriosa, positiva y negativa: el fuego es luz y calor, pero también quema y destruye; el agua calma
la sed y mantiene la vida, pero igualmente inunda, arrasa y ahoga. Signos del bien y del mal, de la
fuerza divina y de los demonios.
Bautizarse con agua significa, en relación con Dios, purificación y renovación de la vida, un rito
religioso de acercamiento a Dios y liberación del mal.
La experiencia religiosa se expresa en mitos, ritos y símbolos. Un mito es una narración que expresa
realidades superiores al hombre, sus experiencias más profundas. No es simplemente un cuento o
fábula; presenta una verdad que existe desde el principio y que el hombre sigue viviendo. Un rito es
una acción sagrada que acompaña a los mitos. Por ellos se pretende mantener contacto con fuerzas
y seres espirituales, aún con la misma divinidad. Un símbolo es una realidad natural o un gesto
externo que se emplean para significar una realidad interior o invisible. El lenguaje poético y el
religioso recurre a los símbolos para expresar experiencias, sentimientos y vivencias profundas.
Los «ritos bautismales» son el agua o el gesto de lavar utilizado con un sentido religioso y simbólico,
acción que quiere manifestar el contacto con Dios, perdón, purificación, renovación interior,
esperanza.
Todos los pueblos y culturas practicaron ritos de purificación, buscando limpiar la persona para
poder entrar en contacto con una divinidad. No se trataba sólo de la «pureza» física o moral, sino
también de la liberación de fuerzas peligrosas y malignas. Así, la sal en los asirios era signo del trato
agradable del hombre con Dios; las comidas de amistad de los árabes nómadas y los pueblos semitas
en general simbolizan la alianza; el fuego y el humo del incienso para muchos pueblos simboliza
liberación de malos espíritus; el aceite, medicina del alma y suavidad que acepta la acción de Dios.
En particular, y nos interesa el rito del baño es utilizado en muchos pueblos (egipcios, griegos,
germanos, persas, mayas, etc.) sobre todo en aguas del mar, de los ríos o de las fuentes. La idea
fundamental es que la impureza pueda ser lavada, como cualquier mancha física. El agua no sólo
limpiaba, sino que era un medio para entrar en comunión con los dioses.1

2.2. EL ANTIGUO TESTAMENTO


2.2.1. SIMBOLISMO DEL AGUA
El simbolismo del agua puede resumirse en los siguientes puntos:
1) Don de Dios. Yahvé, creador de las aguas, un regalo para su pueblo (Gn 1,6-10; Sal 104).
2) Signo de bendición divina. Cuando el pueblo es fiel, Yahvé abre los y da la lluvia a su tiempo;
cuando se aparta del Señor, la sequía viene para que se convierta (Gn 27,28; Dt 28,23; Am 4,7).
3) Signo de vida. El desierto significa lejanía de Dios. Cuando mana el agua, Dios se hace
presente como Señor y dador de vida (Ex 17,5 ss.).
4) Signo de muerte. Destruye, inunda y ahoga. El mar es «el abismo» (Sal 135,6) donde habitan
monstruos enemigos de Dios y el hombre (Jb 7,12). el diluvio y el desbordamiento de ríos son signos

1
Las religiones mistéricas practicaban el «taurobolio», una especie de bautismo con sangre de un toro
degollado, que se suponía con poder de acercar a la divinidad a aquel que así era «bautizado».
de este poder maléfico (Gn 7,11; Jr 47,2). El mar es signo del mal. Relación de Jesús con el mar. Si
ponemos “mal” en vez de mar es fuerte la simbología. Pisa el mal, llama a los discípulos del mal, te
haré pescador de hombres, es como decir rescatador.
5) Signo de salvación. Yahvé domina el mar, el bien derrota al mal y la vida impera sobre la
muerte. Dios hace del mismo mar lugar de salvación para su pueblo, ahogando a sus enemigos (Ex
14).
6) Signo de purificación. La pureza física es signo de pureza moral (Sal 26,6; cf. también Mc 7).
Es importante. Visión fariseísmo solo externa. Fariseísmo es lo que salva al culto hebreo. Rabinos
actuales son herederos de los fariseos. Necesitamos también de los signos.
7) Signo del Mesías. Dios derramará abundantemente aguas purificadoras -capaces de renovar
el corazón y el espíritu-, un torrente que brota del templo y fecunda al mundo (Ez 36,25.26; 47,1).

También para la unción con aceite puede elencarse una cantidad de significados. Sabemos que
Mesías (massiah) en griego se traduce como Cristo (christos), ungido, untado o frotado con aceite.
El aceite servía como medicina (enfermedades de la piel y similares) y para fortalecer el cuerpo
(masajes a atletas o luchadores). Por eso es signo de bendición y fuerza de Dios. Se ungía y untaba
con aceite a personas destinadas a cumplir una misión especial: reyes (1Sam 9,16), sacerdotes (Ex
28,41), profetas (1Re 19,16). Una característica del óleo, de la unción es que es un líquido que penetra
y no se va. El Bautismo será llamado también sello.
El «ungido de Yahvé» era alguien elegido, consagrado y fortalecido por Dios para cumplir una misión
especial en favor del pueblo, un Dios - Yahvé que prefiere a pobres y sencillos (Sal 72).
La imposición de manos tiene en el AT doble significado: bendición (Gn 48,18) y transmisión de un
oficio o tarea en favor del pueblo con efusión del espíritu de sabiduría (Nm 28,18; Dt 34,9). También
en el NT tendrá este doble significado.

2.2.2. EL RITUAL JUDÍO DE PURIFICACIÓN


Dios incluye bajo el signo de lo sagrado a personas y cosas que elegidas para sí. La reglamentación
sobre lo puro e impuro en el judaísmo es exigencia de Yahvé: de su santidad mana la razón última
de los preceptos de purificación que incluye la dimensión ritual y la del corazón. Se requiere una
gran pureza para todo lo destinado a Yahvé: pueblo, sacerdotes, templo, personas y todo lo
relacionado al culto. Sacrum facere= sacrificar, es hacer santo algo. Es separar. Dios elige para sí.
«Purificación» refiere al conjunto de acciones rituales por las que el hombre consigue la necesaria
disposición para contactarse con lo divino. Cinco días antes de la fiesta de los tabernáculos se
ayunaba durante 24 horas pidiendo a Dios que borrase los pecados del pueblo (Lv 24) y el Sumo
Sacerdote realizaba en el Templo el rito de la expiación: aspersión de sangre y expulsión al desierto
del «chivo expiatorio» cargado con los pecados del pueblo. La impureza aparta de Dios, descalifica
para el culto y margina al impuro de la vida del pueblo «santo» (Dt 7,6; 14,2; 28,9).
Discrepancia con el judaísmo: mi pecado personal lo tengo que resolver yo. Con el signo solo
no me alcanza. Chivo rojo por el resto de sangre del otro sacrificado, es una imagen del
diablo. Impureza muchas veces tiene que ver también con las enfermedades. En el tiempo de
Jesús, enfermarse era lo mismo que morirse. Jesús cuando sana a los enfermos, casi que le
da nueva vida. Hasta el Renacimiento, la medicina era muy precaria.
La purificación también tenía una razón profiláctica, si sos leproso, te aparto del pueblo.
Es una pureza ritual que termina siendo para el judaísmo una obsesión, con un formalismo
exagerado2. El judaísmo redujo, en muchos momentos, el pecado a lo impuro dejando tranquila la

2
Lv 11-15 y Nm 19-31 determinan las cosas impuras y causantes de la impureza: sangre (vida), sexo (misterioso y sagrado),
muerte, enfermedades (lepra), algunos animales (los que no rumian ni tienen la pezuña hendida, los reptiles), los paganos
y sus ídolos. También se señalan ritos de purificación: ablución o lavado, aspersión con sangre, contacto con el fuego,
presentación a los sacerdotes y ofrecimiento de un sacrificio. En cuanto a las abluciones, además de lavarse o lavar sus
vestidos para purificarse en ocasiones concretas (tocar un cadáver), el judío piadoso se lavaba siete veces al día: al despertar,
antes y después de las comidas, antes de cada una de las tres oraciones de la jornada y al ir a acostarse.
conciencia con la realización del rito externo. Los profetas distinguieron entre pureza ritual y pureza
moral e insistieron en la importancia de esta última (Is 1,16.17; Jr 4,14; 33,8; Ez 36,25; Sal 51,4). Ellos
anuncian una pureza más allá del rito y la simple observancia de complejas leyes. Dios pide, porque
a Él le agrada, un corazón limpio de pecado e iniquidad (Os 6,6; Am 4,4; Mi 6,6-8; Jr 7,23-24; Is 1,15-
17; 6,5-7) y que algún día el mismo Espíritu de Dios purificará a su pueblo (Ez 11,19-20; 36,25-36).
Insisten en la importancia de una purificación del corazón (Is 1,15-17).

2.2.3. EX CURSUS: LOS ESENIOS Y EL BAUTISMO DE JUAN


No aparecen en la Biblia. Su nombre parece provenir de hasim, «piadosos». Hablan de ellos Flavio
Josefo, Filón y Plinio el Viejo. Hay evidencias de su existencia a partir de 1947, al descubrirse unos
manuscritos escondidos en unas cuevas del Mar Muerto (Qumran). Apartados de caminos y ciudades,
vivían comunidades casi al estilo de los monasterios, con una vida de oración y ascesis en el desierto.
Vivían austeramente y muchos eran célibes. Eran celosos observantes de la Ley; rechazaban el culto
del templo; se bañaban varias veces al día para purificarse; su jornada se repartía entre trabajo
manual, estudio de la Escritura, oración y banquetes rituales.
La obediencia era importante en esta comunidad organizada jerárquicamente: sacerdotes, levitas,
laicos. Al frente había un jefe o inspector (padre y maestro). Él acogía a los candidatos, los instruía y
examinaba. Castigaba y expulsaba a los que no vivían conforme al reglamento.
Se gloriaban de una fidelidad estricta a Dios, a la alianza, a la ley de Moisés, al calendario y a las
familias sacerdotales tradicionales. Eran muy cerrados, considerándose a sí mismo «hijos de la luz»,
«santos», «elegidos». Despreciaban a los demás, «hijos de las tinieblas». Esperaban la venida de un
Mesías justiciero que liberaría a su pueblo.
Los manuscritos de Qumran son la biblioteca de una comunidad esenia: manuscritos del AT, pesarim
o comentarios a algunos textos y la Regla de la comunidad que describe minuciosamente las
abluciones rituales de purificación, su frecuencia e importancia. Habla del derecho a las aguas más
limpias para las abluciones que tenían los aspirantes al ingreso en la comunidad después de un año
y tras ser examinados sobre su sinceridad y comportamiento: un «bautismo» espacial como rito de
iniciación, aunque la incorporación definitiva no tenía lugar hasta un par de años después.
Junto con ellos, aparecen en la época final del AT los «movimientos bautistas», críticos con los
fariseos, saduceos y zelotes y al margen de ellos. Unían el rito bautismal con el anuncio de una
próxima intervención divina. En este marco se sitúa la predicación y actividad de Juan el Bautista.
Desde el descubrimiento de los esenios, y del dato de que admitían también niños judíos para
encargarse de su educación religiosa, surge una teoría explicativa del rito bautismal practicado por
Juan: Juan bautista pasó su niñez y juventud en el desierto (Lc 1,80), lo que podría entenderse con
los esenios de Qumran. Allí aprendió y practicó el rito bautismal, y por eso comenzó a bautizar en el
Jordán. Pero, aunque no puede negarse la posibilidad de que Juan conociera a los esenios, no es tan
fácil de sostener la teoría de Juan bautista esenio sin falsificar algunas de sus actitudes y su mismo
mensaje. No existe ningún parecido entre los bautismos esenios y el bautismo de Juan; aquellos
nunca habrían usado, por ejemplo el agua «impura» del Jordán.
El rito bautismal esenio se repetía una y otra vez, como purificación externa y legal. Juan bautizaba
una sola vez y exigía sobre todo una actitud interior de conversión. No se trataba de una simple
purificación ritual, sino de un cambio radical de actitud, en relación con la llegada de los tiempos
mesiánicos y como preparación del verdadero bautismo que Juan no podía dar ni se realizaba con
agua sino con el fuego del Espíritu (Mt 3,11-12).
Otra diferencia es la actitud cerrada de los esenios comparada con el proceder del bautista. Juan
bautizaba al aire libre y a todos los que se acercaran a él; rechazó la seguridad orgullosa de sentirse
hijos de Abraham; acoge a los publicanos, pecadores y hasta a los mismos soldados.
El bautismo de Juan tiene fuerza y originalidad propias. Así como los evangelios lo proponen, no
sólo la práctica de Juan sino toda su figura y su mensaje se alejan de los esenios. De hecho, Juan es
«el bautista» o «el bautizador», y las abluciones rituales las realizaba cada judío sobre sí mismo.
2.2.4. FIGURAS VETEROTESTAMENTARIAS DEL BAUTISMO
La praxis de la Iglesia primitiva y la riqueza de las catequesis patrísticas legitiman el intento de leer
el AT a la luz del misterio de Cristo, buscando en aquel figuras de los sacramentos cristianos.
• Gn 1,1.-2, las aguas primitivas. Ellas simbolizan las aguas bautismales que el mismo Espíritu
divino fecunda, simbolizando las aguas bautismales en las que el mismo Espíritu opera la
regeneración o nueva creación (cf. Tit 3,5).
• Gn 2,10-14, los ríos del paraíso. Expresión de bendición divina, simbolizan las aguas
bautismales que permiten a la persona liberarse del pecado y volver al paraíso de la amistad y
filiación con Dios.
• Gn 7-8, Noé. Simboliza al cristiano salvado del pecado por el agua del bautismo en el arca de
la Iglesia (cf. 1Pe 3,20-21).
• Gn 17, la promesa de Abraham y la circuncisión. Nueva alianza con Dios, nuevo pueblo de Dios,
sellados en el Espíritu como hijos y miembros del pueblo elegido.
• Ex 14, paso por el mar Rojo. Figura por excelencia del bautismo cristiano.
• Ex 12,13; 13,21-22, unción con la sangre del cordero pascual, la nube y la columna de fuego.
Simboliza en los Padres la consignatio o unción con el crisma, y la iluminación bautismal.

2.3. EL NUEVO TESTAMENTO


2.3.1. EL BAUTISMO DE JESÚS
Jesús de Nazareth recibió el bautismo de Juan, así lo relatan todos los evangelios (Mt 3.13-17; Mc
1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,29-34). Es un hecho histórico, difícilmente sea elaboración de la comunidad
primitiva, por la humillación que supone para Jesús: es un escándalo el hecho de ser bautizado como
un pecador más y aparecer como subordinado a Juan al recibir el bautismo de sus manos. Sólo
Mateo y Marcos dicen expresamente que fue bautizado por Juan (Mateo aclara que el Bautista se
oponía a bautizar a Jesús). Lucas dice que «un día, con el pueblo que venía a bautizarse, se bautizó
también Jesús», sin nombrar siquiera al Bautista. Juan supone la escena del bautismo recalcando sólo
el testimonio sobre Jesús que da Juan bautista.
Jesús no fue bautizado por la misma razón que los evangelios señalan como motivación para el
bautismo de todos los demás que acudían a Juan. Tampoco Jesús se bautizó para ser el Mesías o el
Hijo de Dios, ya lo era desde su nacimiento.
Jesús quiso ser bautizado para manifestar:
a) Su acuerdo y comunión con la línea profética de Juan, de conversión y crítica a la falsa
religiosidad
b) Su comunión y compromiso con el pueblo, pobre, pecador y necesitado de liberación. Se hace
solidario con los pecados de su pueblo. «Siervo de Yahvé», carga con esos pecados y los redime
con sus sufrimientos (Is 53, 5)
c) Su condición de Mesías, asumirla personalmente y aparecer públicamente.
Los relatos evangélicos nos ofrecen un mensaje de fe sobre la persona de Jesús: ¡lo que ocurre en su
bautismo nos dice quién es Jesús!
Así, se señalan tres aspectos:
a) El cielo se abre, se rasga. En el lenguaje profético, es la intervención y revelación de Dios (Is
63,19; Ez 1,1). Tras el «silencio de Dios» y el «cielo cerrado», llega un momento de gracia y
salvación. Se acercan los tiempos mesiánicos y escatológicos
b) Desciende el Espíritu en forma de paloma. Como en la creación, cuando el Espíritu volaba sobre
las aguas, está sobre Jesús, «siervo» elegido para llevar a cabo la misión liberadora del pueblo
en nombre de Yahvé (Is 42,1; 61,1)
c) Se escucha la voz celestial que proclama a Jesús hijo, amado y elegido. Jesús es Mesías elegido
para salvar a las naciones (Sal 2), cumpliendo con actitud filial su misión de siervo, merecedor
del amor del Padre Dios.3
El bautismo de Juan, originalmente con sentido penitencial, es presentado con sentido mesiánico,
una epifanía. En el bautismo Jesús recibe la confirmación definitiva de su vocación mesiánica, que
debe ya manifestarse públicamente: misionero y predicador del Reino de Dios. Con su palabra, sus
obras y su vida, con la fuerza del Espíritu.
Jesús de Nazareth no recibió el mismo bautismo que nosotros, pero hay relación entre los dos:
compromiso, vocación y misión son aspectos importantes en el bautismo de Jesús que también se
realizan en el sacramento del bautismo, la confirmación y toda la iniciación cristiana. También el
cristiano es en Cristo hijo de Dios, ungido con el Espíritu, elegido y enviado al mundo. Compartimos
el compromiso de Jesús, cuya vida fue una total entrega a Dios. Y en virtud de su resurrección
gloriosa nos brindó la fuerza del Espíritu para que podamos activar nuestra existencia con la
esperanza de compartir su triunfo pascual.
Marcos destaca que después de su bautismo Jesús es impulsado por el Espíritu al desierto. Allí
permanece cuarenta días entre animales salvajes siendo tentado y servido por los ángeles. El servicio
de los ángeles prueba la cercanía de Dios propia de los tiempos mesiánicos, lo mismo que la
convivencia pacífica con las fieras salvajes (Is 11,6-8)... ¡inexistentes en el desierto de Judea!
Los tres evangelios sinópticos marcan un radical cambio de tono tras el bautismo de Jesús: se retira
al desierto y allí sufre el acoso del mal. Es tentado porque es verdaderamente hombre: igual a
nosotros en todo menos en el pecado (Hb 4,15), sintió su propia limitación, se encontró en
situaciones difíciles, tuvo que decidir y elegir, experimentó la dificultad y lucha que supone ser fiel a
la voluntad de Dios. Lucas da a entender que fue tentado en otras ocasiones (Lc 3,13).
En realidad, las tentaciones narradas en los evangelios son formas de hacernos entender la gran
tentación de Jesús: abandonar su vocación de Mesías sufriente, superar las exigencias de su entrega
al plan de Dios, confiar siempre en el Padre aún en medio de difíciles circunstancias. Jesús supera las
tentaciones apoyado en la palabra de Dios y siendo fiel a su voluntad.
El relato de las tentaciones son una catequesis que nos dice:
1) Jesús de Nazareth es el nuevo Israel. El pueblo caminó por el desierto cuarenta años,
desconfiando con frecuencia de Yahvé, reclamándole comida, abandonándolo para adorar falsos
dioses. Jesús durante cuarenta días en el desierto ayunó y permaneció fiel, sin abandonar el
designio de Dios;
2) Jesús de Nazareth acepta conscientemente su vocación mesiánica. Es el Siervo de Yahvé,
humilde y sufriente, entrega su vida para salvar a su pueblo y servir al Reino de Dios. Toda su
vida será una lucha contra el mal y a favor de sus víctimas;
3) Jesús de Nazareth vence al mal. Sufrió el acoso del mal, sintió el peso del compromiso y la
fidelidad, fue sensible al atractivo de una vida fácil, dedicada sólo a la búsqueda de los propios
intereses y el éxito personal. Jesús vence todas las tentaciones y hace de la causa del Reino la
causa de su vida, respondiendo a cada tentación con la afirmación de la voluntad de Dios.
Tras vencer las tentaciones, Jesús está dispuesto a predicar la buena noticia del Reino, demostrar con
signos su poder sobre el mal, aceptar el enfrentamiento final con Satanás en su pasión (Lc 22,253) y
vencer definitivamente con su resurrección gloriosa. Hay una relación profunda entre mesianismo,
bautismo y tentaciones de Jesús: él, señalado como verdadero Mesías en el bautismo, demuestra su
poder sobre el mal en las tentaciones. Es el misterio de la salvación, plenamente realizado en la
pascua de Cristo y que la Iglesia encarna y activa a través de la historia. Todo ello se significa, realiza
y celebra en los sacramentos de la iniciación cristiana.

3
Mateo y Lucas añadirán además dos elementos: Jesús se bautiza para cumplir con la justicia querida por Dios
y está orando cuando el Espíritu desciende sobre él.
2.3.2. LA PRIMERA PRAXIS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
1Tes, el más antiguo escrito del NT, testimonia el proceso de iniciación cristiana desarrollado por
Pablo en la comunidad. La proclamación del evangelio de Jesucristo (1,5ss) ha sido acogida en
Tesalónica con admirable fe y gozo en el Espíritu, como verdadera palabra de Dios (1,6; 2,13). El
Apóstol se congratula del fruto de sus trabajos y fatigas (2) y exhorta a los nuevos cristianos a vivir
santamente (amor fraterno, esperanza, conducta ejemplar: 4-5). Los tesalonicenses, por la fe en el
Resucitado, han recibido su Espíritu Santo, cuyo fuego no se debe extinguir ni apagar (3,8; 5,19).
La iniciación cristiana se presenta como un proceso de conversión por la fe en Cristo resucitado, cuyo
principal protagonista es el Espíritu Santo y que debe manifestarse en una vida santa. No se
encuentra ninguna mención del bautismo identificado con el «don del Espíritu» que libera de la
impureza para vivir en santidad y como hijos de la luz (1,7-8; 5,5).
El bautismo constituyó, ya desde la primera comunidad cristiana de Jerusalén, el rito central de
iniciación cristiana. Así lo atestiguan los Hechos de los Apóstoles al relacionar el bautismo cristiano
con el de Juan (Hch 1,5) para explicar el origen de la praxis bautismal en la Iglesia primitiva. Los
discípulos de Jesús -muchos de ellos discípulos de Juan, testigos de su bautismo, y «bautistas» ellos
mismos con Jesús (Jn 1,29ss; 3,22; 4,1.2)- comenzaron después de la Pascua a bautizar a quienes
creían en el Señor resucitado dando un nuevo significado al antiguo rito: un bautismo en el Espíritu
(en el nombre del Señor Jesús) que además sustituyó a la circuncisión judía.
- Hch 2,37-47: Los Apóstoles reciben el Espíritu Santo y, con Pedro a la cabeza, anuncian a
Jesucristo resucitado como Señor, Mesías y único Salvador. En su nombre, invitan a la conversión y
al bautismo para recibir el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo. Los que creen reciben
el bautismo y nace así la primera comunidad cristiana, cuya vida se basa en la enseñanza de los
Apóstoles, la comunión fraterna, la fracción del pan eucarístico y la oración (Hch 2,42).
El primer proceso de iniciación cristiana era entonces: palabra-fe-conversión-bautismo- comunidad-
testimonio. La fe proviene de la predicación (Rm 10,17), de la proclamación del kerigma. A esta
proclamación corresponde la respuesta de la fe, que no es simple aceptación intelectual, sino
adhesión personal a Jesucristo. Quien cree en Él se arrepiente de sus pecados, cambia la forma de
pensar y vivir (es la conversión o metanoia). Sólo quienes creen o acogen así el testimonio apostólico
son bautizados, rito que está ligado al ingreso en la comunidad cristiana. Una comunidad, que por
su vida es testigo y misionera, su vida es atractiva para nuevos miembros con quienes se inicia el
mismo proceso.
Así, el testimonio, la iniciación cristiana y la comunidad primitiva, aparecen en el libro de los Hechos
como fruto de la acción del Espíritu Santo. Los Apóstoles como los demás creyentes se presentan
como llenos del Espíritu Santo.
- Hch 8,26.40: Primera persecución. Determinó providencialmente la salida del cristianismo del
ámbito del judaísmo ortodoxo. Felipe evangeliza Samaria y bautiza al etíope (el bautismo de agua
es precedido por el anuncio de la buena noticia de Jesús, que hace posible la fe). Felipe actúa movido
por el Espíritu, manifestado también en la alegría en Samaria y del etíope. Se prepara así, tras la
conversión de Saulo, el gran acontecimiento de la admisión de los paganos al bautismo.
- Hch 10,1-11.18: Cornelio y su familia. La apertura de la Iglesia a los paganos es voluntad de
Dios, la decisión y responsabilidad es asumida por Pedro. El Espíritu Santo desciende sobre los
paganos antes de ser bautizados con agua. El bautismo cristiano es de agua y en el Espíritu; no se
puede negar el bautismo de agua a quien por la fe ha recibido el Espíritu (10,47; 11,18).
Obediencia de la fe. Genitivo epexegético. Ciudad de Montevideo. La ciudad que es
Montevideo. La obediencia es la fe. Es decir, la fe es obedecer.

2.3.3. BAUTISMO EN EL ESPÍRITU Y FÓRMULA BAUTISMAL


La dimensión pneumatológica del sacramento del bautismo y el protagonismo del Espíritu Santo en
la iniciación cristiana son datos primordiales en el libro de los Hechos. El bautismo cristiano es
inseparable del don del Espíritu. No obstante, llama la atención que no se indique expresamente el
momento en el que reciben el Espíritu Santo los tres mil bautizados el día de Pentecostés (¿en el
mismo bautismo?), también que se hable de un segundo Pentecostés (Hch 4,31), que los ya
bautizados reciban posteriormente el Espíritu mediante la imposición de manos (Hch 8,17; 19,6) o
que el Espíritu descienda sobre Cornelio y los suyos antes de que Pedro los bautice (Hch 10,44ss).
Todos estos textos ponen de manifiesto la libertad y supremacía del Espíritu, no ligado
necesariamente a ritos externos -como creía Simón el Mago (Hch 8,18)- y expresa la preocupación
por supervisar o complementar el bautismo como integración en la comunidad de aquellos que
necesitaban recibir plenamente y reactualizar la fuerza del Espíritu.
La acción de los apóstoles “eclesiologiza” lo que el Espíritu estaba haciendo.
- Hch 8,14-17; 19,1-6: ¿bautismo disociado del don del Espíritu? Los samaritanos, bautizados
en el nombre de Jesús, aún no habían recibido el Espíritu. Los discípulos en Éfeso sólo habían recibido
el bautismo de Juan. Posteriormente reciben el Espíritu por la imposición de manos de Pedro y Juan
(en Samaria) y Pablo (en Éfeso).
Pero no hay que buscar en estos textos la raíz bíblica de la consignatio o confirmación. Pablo no es
uno de «los Doce» y recibe el Espíritu por la imposición de manos de Ananías (Hch 9,17), Pedro no
tiene que imponer las manos a Cornelio para que reciba el Espíritu. Más bien habría que ver la
coexistencia de dos formas de bautismo: una ordinaria, en el contexto de la primitiva comunidad y
el ministerio apostólico, acompañada de la efusión del Espíritu; otra extraordinaria, de circunstancias
especiales, en el contexto misionero, que necesita ser ratificada para la plena incorporación a la
comunidad y recepción del Espíritu. En el primer caso, se habla de bautismo en el nombre de
Jesucristo (en o epi to onomati Jesou Christou) y en el segundo, de bautismo hacia el nombre del
Señor Jesús (eis to onoma tou Kyriou Jesou)4.
En cualquier caso, la primitiva fórmula del bautismo fue cristológica: en el nombre de Jesucristo, el
Señor. El bautismo cristiano es expresión de la adhesión personal e incorporación a Jesucristo,
aceptado en la fe como Mesías, Señor y Salvador. Es la comunión en su nombre, su persona, su
mensaje y su destino. No sólo una opción personal, sino, sobre todo, un don de Dios. La fórmula
trinitaria aparece sólo al final del evangelio según san Mateo, reflejo de la praxis bautismal del último
tercio del siglo I y desarrollo de la fórmula cristológica.
Del texto mateano, podemos considerar las siguientes notas:
a) Se entiende desde un contexto pascual. Cuando Jesús habla de su bautismo lo hace en
relación a su muerte: un bautismo de sufrimiento (Mc 10,28; Lc 12,50), morir por su pueblo. El Señor
resucitado y lleno de poder envía a sus discípulos a bautizar como signo de su señorío y realización
del plan salvífico del Padre por la fuerza del Espíritu (Mt 28,18-20).
b) Subraya la conciencia de la misión universal de la Iglesia, tan debatida en la primera
comunidad. Superada la crisis judaizante, es una Iglesia abierta, universal y misionera.
c) Sintetiza las dimensiones básicas de la identidad y la iniciación cristiana: fe (adhesión personal
y discipulado/seguimiento del Señor), celebración sacramental (bautizar) y compromiso de vida
(guardar lo que el Señor enseñó).

2.3.4. LA PRIMERA REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE LA INICIACIÓN


CRISTIANA
Las comunidades paulinas conocen la praxis bautismal que santifica en Cristo por medio del agua y
la palabra (Ef 5,26; Rm 6,1-22; 1Cor 1,13-17; 6,11; 10,2; 12,13; 15,29; 2Cor 1,21-22; Gal 3,26-28; 5,24-
25; Ef 1,13; 2,4-8; 4,5.30; 5,26; Col 2,11-13.20;3,1-4; Tito 3,5; Heb 6,1-5; 10,19-20).

4
García de Paredes, J.C., Iniciación cristiana y eucarística, Paulinas, Madrid, 1992, 34ss.
1y2 Tes Gal 1y2 Cor Rm Ef, Hb
- Predicación - Predicación - Predicación del - Predicación de - Llamada de Dios
del evangelio del evangelio evangelio y la palabra que a los que estaban
con palabras y de Jesús y exuberancia suscita la fe. lejos (Ef), por la
signos de acogida carismática. acción del Espíritu.
PUNTO DE
poder del entrañable. Acercamiento a
PARTIDA
Espíritu Santo. Dios con corazón
- Conducta sincero (Hb)
creíble del
apóstol.
- De los ídolos - De la ley y la - Del antiguo - Paso del viejo - De estar lejos a
al Dios justificación Éxodo al nuevo poder, de la ley estar cerca, de ser
verdadero. por las obras Éxodo. del pecado, de la tinieblas a ser luz.
- De la al - Un nuevo muerte y de la iluminación y
impureza a la evangelio camino, una nueva carne, de la saborear los bienes
PASO santidad del - Destrucción peregrinación. antigua alianza, del mundo futuro
Espíritu Santo. del estilo viejo de la (Hb).
de vida para circuncisión - Purificación del
ser agraciados espiritual, la corazón.
por el nueva vida.
Espíritu.
- Bautismo - Lavados, - Símbolo de - Símbolo del amor
con expresión santificados, muerte - de Cristo a su
(vestido justificados por sepultura con Iglesia, purificación
nuevo) del Dios, marcados Cristo. con el baño del
cambio por el sello del - Símbolo agua, en virtud de
BAUTISMO espiritual. Espíritu, también de la palabra (Ef).
confirmados por resurrección con - Baño del cuerpo
Él. Cristo (Col). con agua pura.
- Con la Eucaristía
símbolos del
nuevo Éxodo.

Pablo entiende la vida cristiana como una profunda comunión con Jesucristo que supone un cambio
total, obra del Espíritu que inserta al creyente en la Iglesia -Cuerpo de Cristo- y le exige una vida
nueva, expresada por la fe y la conducta. Su teología bautismal tiene cuatro dimensiones:
a) Dimensión cristológica: Bautizados en Cristo (Rm 6,1-11; Col 2, 12.3,3; Gal 3,27). Rm 6 es la
clave de toda teología bautismal de Pablo. El bautizado vive en y hacia (en, eis) Cristo para Dios, en
comunión con el Señor, participa de su misterio pascual. En Cristo, con Él, está realmente muerto al
pecado, a la carne, al hombre viejo; con Cristo y en Él ha resucitado realmente a una vida nueva, libre
de pecado. El misterio de esta relación se expresa con: crucificado, sepultado, resucitado, vivificado,
revestido, a su semejanza, el bautizado es hijo de Dios y heredero de su Espíritu, vive en Cristo y
Cristo vive en él (Gal 2,20) por la fe y a partir del bautismo.
b) Dimensión pneumatológica: Bautizados en un solo Espíritu (Tit 3, 4; 2Col 1,21-22; Ef 1,13; Hb
6,46), bautismo de regeneración y renovación en el Espíritu Santo, nos unge, nos sella y nos da las
primicias de la salvación. El Espíritu de Jesucristo es el Espíritu de Dios, obra en nosotros un nuevo
nacimiento (palingenesia: Tit 3,5) y una radical iluminación (Hb 6,4).
c) Dimensión eclesiológica: Somos cuerpo de Cristo (1Cor 12,13ss; Col 2,11-12; Ef 4,3-6. 5,2527).
Bautismo como circuncisión espiritual, nos incorpora al nuevo pueblo elegido, la Iglesia. Un solo
cuerpo, enriquecido por multiplicidad y diversidad de dones o carismas. Fruto de amor esponsal de
Cristo entregado por nosotros para unirnos y santificarnos mediante el baño bautismal.
d) Dimensión ética: Muertos al pecado (Rm 6,11-14; Gal 5,16-26; Ef 4,8-14; Col 3,1). Vivir una
vida nueva, conversión radical, expresada en la antítesis: muerte-resurrección, esclavitud-liberación,
carne-espíritu, hombre viejo-hombre nuevo, tinieblas-luz. La respuesta de fe nos reviste de Cristo
(Gal 3,26-27) y no consiste en la sola aceptación teórica o intelectual: es lucha cotidiana para tener
por su gracia los mismos criterios, sentimientos y conducta de Cristo Jesús (Fil 2,5ss.).

En el cuarto evangelio los sacramentos de iniciación ocupan un lugar central en la vida del culto
cristiano. Juan no menciona ningún mandato bautismal de Jesús y ni siquiera un relato de la
institución de la eucaristía, pero hay una catequesis bautismal implícita en los textos referidos al
agua: diálogo con la samaritana (4,1ss.); curación del paralítico de Betsaida (5,1 ss.); promesa de agua
viva (7,37-39); curación del ciego de nacimiento (9,1ss.); lavatorio de los pies (13,3ss); el agua que
mana del costado de Cristo (19,31-34).
Jesús y Nicodemo (3,1-21) es un texto clásico de la teología bautismal de Juan:
a) La necesidad de nacer de nuevo o de arriba para participar en el Reino de Dios, que es hacerse
de nuevo como niños en los sinópticos, la pobreza espiritual ante Dios.
b) El nuevo nacimiento (renacer o ser regenerado) es nacimiento del agua y del Espíritu. El nuevo
nacimiento es obra del Espíritu, opuesto a la carne y presentado como viento-Ruah.
c) Todo esto es posible por la fe en Jesús, luz que brilla en las tinieblas (3,11-21).
Esta conversación no es sólo la afirmación de la necesidad del bautismo para la salvación. Nacer «del
agua» expresa el nacimiento «de arriba» o «del Espíritu». Por la fe y el bautismo, el cristiano participa
de la vida, la luz, la filiación divina de Jesús. La dimensión pneumatológica y el sentido pascual
caracterizan toda la teología bautismal de Juan, que considera fundamental «la unción con el Espíritu
Santo» (1Jn 2,20) asociando el agua con el Espíritu (Jn 7,37-39; 1Jn 5,6-8).

2.3.5. EL ECO DE LA PRIMITIVA CATEQUESIS DE INICIACIÓN


1Pe 1,3-4.11: bloque temático básico de una homilía bautismal o incluso una vigilia pascual,
posteriormente adaptada como carta a las comunidades de Asia Menor por Silvano u otro secretario.
Es un texto pastoral dirigido a exhortar al auténtico seguimiento de Cristo en medio de las
dificultades, que recoge toda la riqueza kerygmática, un eco fiel de la catequesis primitiva y resumen
de los temas fundamentales meditados por quienes iniciaban la vida cristiana.
Son los puntos centrales de esta carta:
a) Confesión de fe y alabanza por el misterio pascual. Jesucristo resucitado de entre los muertos
es fuente de esperanza, gozo y salvación (1,3-12), manifestación del amor del Padre por la fuerza de
su Espíritu. Es la piedra viva sobre la que se edifica el edificio espiritual de la iglesia, «linaje elegido,
sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido» (2,4-10).
b) Exigencias de una vida en Jesucristo. Reengendrados, renacidos (anagennaszai, 4 y 23), como
niños recién nacidos (2,1), llamados a una nueva vida de hijos de Dios en santidad y amor (1,13-
25;4,7-11), rompen con el pecado (2,1; 4,1-6), dan testimonio de vida en una actitud concreta con
autoridades y amos, relaciones familiares y comunitarias la paciencia y sufrimiento, cumplimiento de
responsabilidades (2,11-3,17; 4, 12-5,11). Esta forma de vida es gozosa exigencia de la fe y don de la
misericordia divina, más que una simple y fría exigencia moral.
c) El bautismo, participación en el misterio pascual y nacimiento a una nueva vida. El nuevo
nacimiento exige mantenerse fiel en el evangelio recibido (1,12.22-25), es un compromiso de
conversión («paso de las tinieblas a la luz», 2,9), la «leche espiritual» que alimenta al niño para su
crecimiento (2,2, ¿leche mezclada con miel que tomaba el neófito?).
3,18-22: Jesucristo muerto y resucitado, modelo y sentido de la vida cristiana. Sufrió y murió
injustamente en la debilidad de la carne, pero ha resucitado «en el Espíritu», y triunfando sobre el
mal y la muerte, es constituido Señor y Salvador. Su salvación llega también a los «espíritus
prisioneros», «incrédulos» o «desobedientes» del AT (vv. 19-20).
Diluvio, figura del bautismo, salvación «a través del agua», en el arca de la Iglesia. Los salvados,
además, son ocho, signo de los bautizados en el octavo día.
v. 21: el bautismo cristiano no salva de forma mágica o mecánica, sino por la purificación interior de
la conciencia en virtud de la resurrección del Señor. La conciencia pura y buena es a la vez don de
Dios y promesa o compromiso propio. Éste era el contenido de algunas de las plegarias recitadas
por el catecúmeno o la comunidad para impetrar la gracia del bautismo.

2.3.6. LA EXPERIENCIA DEL ESPÍRITU


El Espíritu (Ruah) de Yahvé es ahora el Espíritu de Jesús, el Señor Resucitado. En Jesús de Nazareth
actúa el Espíritu, desde su concepción (Lc 1,35) y durante su vida (Mt 3,11ss; Lc 4,16-22) y se
manifiesta especialmente en la resurrección, «vivificado en el Espíritu» (1Pe 3,18), se trata del
«Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Rm 8,11).
El don del Espíritu es también prometido a los que creen en Jesús (Jn 14,16-17), Espíritu de verdad
que enseña y recuerda el mensaje de Jesús (Jn 14,17-26; 15,26) y fortalece para ser sus testigos en el
mundo (Hch 1,7-8). La promesa se cumple el día de Pentecostés (Hch 2; Jn 20,21-23). llenos del
Espíritu Santo, sienten su fuerza: hombres nuevos sin temor, dan testimonio del Resucitado, sufren
con alegría por su nombre, hacen signos milagrosos con su poder (Hch 3-5).
Por la fuerza del Espíritu se inicia la vida y la edificación de la Iglesia. Él es el alma de la Iglesia
naciente. No es sólo para los Doce o el grupo más cercano de ministros/colaboradores, sino para
todos los creyentes y bautizados (Hch 2,38-39; 10,44ss). La primera comunidad vive una vida nueva
en oración, comunión de bienes y testimonio ejemplar, acompañados por un gran gozo y signos
extraordinarios. El don del Espíritu se presenta con frecuencia unidos a la oración (Hch 4,31) y a la
imposición de las manos (Hch 8,14-17.19; 5-7; 2Tm 1,6; Hb 6,1-2). Tal gesto se presenta ligado a la
iniciación cristiana o al ministerio, transmite o expresa el don y la fuerza del Espíritu. Su presencia se
entiende como permanente y operante en la vida del cristiano, que queda así ungido, sellado, y
recibe las arras del Espíritu (2Cor 1,21-22).
Cristo, ungido con el Espíritu Santo y su poder (Hch 10,38) unge también a los que creen en Él y se
bautizan en su nombre, los hace partícipes de su propio Espíritu y destino. El don del Espíritu sella al
cristiano para siempre (Ef 1, 13-14; 4,30), sphragis que sustituye a la antigua circuncisión,
transformación interior operada por el Espíritu en los que creen en la Buena Noticia (expresiones de
la II carta de Clemente y el Pastor de Hermas).
El Espíritu derrama el amor de Dios en nuestros corazones (Rm 5,5), habita en nosotros: nos hace
cristianos, hijos de Dios, nos conduce, ora en nosotros. Al vivir en el Espíritu, somos liberados de la
ley, del pecado y la muerte. Toda la creación ansía ser liberada y el Espíritu da fuerza y esperanza
para vivir, sufrir y luchar como Cristo en esa dolorosa y progresiva transformación del universo.
Gal 5,16-26: oposición carne-espíritu. El Espíritu libera del pecado. El único fruto del Espíritu es la
caridad que se manifiesta con alegría, paz, generosidad, comprensión, bondad, confianza,
mansedumbre y dominio de sí... son todas actitudes concretas.
1Cor 12-14: Carismas o dones del Espíritu. Hay diversidad de dones, servicios u acciones, y todos
tienen el mismo origen (el Espíritu, que obra todo en todos) y un único fin (el bien de todos, la
edificación de la Iglesia). El carisma más importante y el único permanente es el amor. Los otros
carismas no deben perturbar la comunidad y ser discernidos por los pastores.
Al aceptar por la fe al Resucitado, el creyente descubre toda esta riqueza y se compromete a la
conversión y renovación. Las estructuras de renovación cristiana se desarrollan y organizan
progresivamente, pero el contenido teológico y la riqueza vital de lo que significan tendrán siempre
que ser entendidos a la luz de estos datos básicos.

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