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MARX Y ENGELS. LA VIOLENCIA, PARTERA DE LA HISTORIA


Jaime Pastor

No es fácil encontrar en las reflexiones de los fundadores del “marxismo” un cuerpo


coherente de pensamiento sobre las guerras y su función en la historia, aunque de ellas
se haya desprendido la idea central, un tanto simplificada, de que las consideraran
“parteras de la historia”. Ese déficit en su teoría general no era casual sino que se debía
a que daban preeminencia en sus escritos al desarrollo de una concepción materialista
de la historia en la que predomina la atención al factor económico, tendiendo a ver los
otros como secundarios o “superestructurales”. También pudieron influir la relativa
estabilidad política europea que se dio en la mayor parte del tiempo de vida de Marx y,
sobre todo, la necesidad de combatir las tesis de otras corrientes ideológicas que
negaban el peso determinante de lo económico. En cualquier caso, existen en sus
escritos suficientes comentarios y aportaciones que permiten exponer cuál fue su
evolución intelectual y política sobre esta materia.

1. “Acumulación originaria” de capital, violencia y Estados

Sus consideraciones sobre la violencia son numerosas en sus obras. Ese término es
usado, además, muchas veces como sinónimo de “fuerza” y “poder” para así
relacionarlo mejor con su teoría general, en la cual tampoco la sitúan explícitamente
como un simple elemento de la “superestructura”. En líneas generales, la violencia
aparece como un medio en el que se apoya el desarrollo de las fuerzas productivas a lo
largo de la historia para poder avanzar y superar las trabas de las sucesivas relaciones de
producción que se han ido estableciendo. No obstante, precisan esa visión reconociendo
que no se trata de un medio más sino que ha sido y puede ser un acelerador de ese
proceso, por lo que no llegan a ubicarla bien dentro de su concepción más global. Así,
las guerras no serían más que la manifestación extrema de esa violencia en los
conflictos que tanto entre los Estados como dentro sus territorios respectivos o en su
expansión colonial han ido e irán surgiendo.

Un comentario que hace Marx en los Grundrisse (1857-1858) se remite incluso a los
orígenes de la historia de la humanidad: “La guerra fue desarrollada antes que la paz;

1
Capítulo del libro colectivo Paz para la paz. Prolegómenos a una filosofía contemporánea sobre la
guerra, de Fernando Quesada (coord..), Ed. Horsori, Barcelona, 2014
modo como mediante la guerra y en los ejércitos, etc., se desarrollan ciertas relaciones
económicas, como trabajo asalariado, maquinaria, etc., antes que en el interior de la
sociedad civil. También la relación entre la fuerza productiva y las relaciones de tráfico
se presenta de forma particularmente visible en el ejército” 2. Una argumentación
similar aparece en una carta que Marx dirige a Engels en 1857, en la cual considera la
historia de los ejércitos como una ilustración de su teoría materialista del progreso
precisamente porque es reflejo de “la conexión entre las fuerzas productivas y las
relaciones sociales. El Ejército es en general de gran importancia en el desarrollo
económico. El salario, por ejemplo, se desarrolló por primera vez en el ejército de la
Antigüedad” 3.

Pero es en El Capital donde encontramos una mayor claridad en la visión de la


violencia como medio al servicio del desarrollo de las fuerzas productivas y, en
concreto, del surgimiento del capitalismo. La necesidad de polemizar contra la
economía política liberal y su visión pacífica del capitalismo obliga, además, a poner el
acento en aquel factor. Así, en su famoso capítulo sobre “la llamada acumulación
originaria” Marx sostiene: “En la historia real el gran papel lo desempeñan, como es
sabido, la conquista, el sojuzgamiento, el homicidio motivado por el robo: en una
palabra, la violencia. En la economía política, tan apacible, desde tiempos inmemoriales
ha imperado el idilio. El derecho y el ‘trabajo’ fueron desde épocas pretéritas los únicos
medios de enriquecimiento, siempre a excepción, naturalmente, de ‘este año’. En
realidad, los métodos de la acumulación originaria son cualquier cosa menos idílicos”.
Más adelante añade: “La expropiación de los bienes eclesiásticos, la enajenación
fraudulenta de las tierras fiscales, el robo de la propiedad comunal, la transformación
usurpatoria, practicada con el terrorismo más despiadado, de la propiedad feudal y
clánica en propiedad privada moderna, fueron otros tantos métodos idílicos de la
acumulación originaria. Esos métodos conquistaron el campo para la agricultura
capitalista, incorporaron el suelo al capital y crearon para la industria urbana la
necesaria oferta de un proletariado enteramente libre” 4.

2
Marx, K., Líneas fundamentales de la crítica de la economía política (Grundrisse), OME. Grijalbo:
Barcelona-México, 1978, Tomo 21, p. 33
3
Carta de Marx a Engels de 25 de septiembre de 1857 (disponible en
http://es.wikisource.org/wiki/Carta_de_Marx_a_Engels_(25_de_setiembre_de_1857 )
4
Marx, K., El capital. Siglo XXI: México-Madrid, 1998, Tomo 1, Vol. 3, p. 892 y 917-918.
La descripción que Marx hace en ese mismo capítulo del proceso derivado de la
acumulación originaria en las colonias viene a demostrar, desde su punto de vista, que
los métodos empleados por el capitalismo para abrirse paso en la historia se apoyan en
“la más avasalladora de las fuerzas”, con lo cual subraya la función de medio y
acelerador de la historia que ejerce la violencia: “Los diversos factores de la
acumulación originaria se distribuyen ahora, en una secuencia más o menos
cronológica, principalmente entre España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra (...).
Estos métodos, como por ejemplo el sistema colonial, se fundan en parte sobre la
violencia más brutal. Pero todos ellos recurren al poder del estado, a la violencia
organizada y concentrada de la sociedad, para fomentar como en un invernadero el
proceso de transformación del modo de producción feudal en modo de producción
capitalista y para abreviar las transiciones. La violencia es la partera de toda sociedad
vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica” (subrayado por el
autor) 5.

Es precisamente en su análisis del colonialismo donde la violencia que acompaña al


desarrollo de las fuerzas productivas y a la expansión capitalista europea por el planeta
es vista como un instrumento, en cierto modo inevitable, que contribuye decisivamente
al “progreso” en esas nuevas tierras, si bien la condena de los métodos empleados irá
obligando a Marx, no sin contradicciones, a apoyar las revueltas anticoloniales que
surgen en su tiempo.
Su conclusión no deja ya dudas: “Si el dinero, como dice Augier, ‘viene al mundo con
manchas de sangre en una mejilla’, el capital lo hace chorreando sangre y lodo, por
todos los poros, desde la cabeza hasta los pies” 6.

Sin embargo, pese al esbozo de una relación más estrecha entre lo económico y lo
militar por parte de Marx, la obra Anti-Dühring, escrita por Engels en 1878, aparece
como un intento de reafirmación de la “ortodoxia” que pretende establecer su autor
sobre esta materia frente a las tesis del profesor Dühring, firmemente convencido de que
“la formación fundamental y las dependencias económicas no son más que un efecto o
caso especial y, por tanto, siempre hechos de segundo orden”. Engels, en cambio,
sostiene que “el poder, la violencia, no es más que el medio, mientras que la ventaja

5
Marx, K, op. cit., 939-940
6
Marx, K., ibidem.
económica es el fin”; y añade, para que no quepan dudas, que en la medida que el fin es
“más fundamental” que el medio aplicado para conseguirlo, en esa misma medida es en
la historia más fundamental el aspecto económico de la situación que el político” 7.

Esta respuesta de Engels se apoya en un recordatorio de la historia de la humanidad


desde las comunidades primitivas hasta el advenimiento de la sociedad burguesa.
Mediante ese recurso aspira a demostrar que siempre han sido el desarrollo de las
fuerzas productivas y las necesidades económicas de determinados grupos sociales los
factores determinantes, mientras que el tipo de armamento y los ejércitos han sido sólo
el resultado de esos procesos. Sin embargo, el mismo autor reconoce en la misma obra
que la introducción de la pólvora y las armas de fuego en Europa a partir del siglo XIV
“tuvo efectos radicalmente transformadores no sólo en el arte mismo de la guerra sino
también en las relaciones políticas de dominio y vasallaje”. Incluso, refiriéndose ya a su
época, observa: “El ejército se ha convertido en finalidad principal del estado, ha
llegado a ser un fin en sí mismo; los pueblos no existen ya más que para suministrar y
alimentar soldados. El militarismo domina y se traga a Europa” 8.

La idea de la violencia y, por tanto, de las guerras como medio recorre también muchas
páginas de El origen de la familia, la propiedad privada y del Estado, escrita por Engels
en 1884, especialmente cuando se refiere al tránsito de la barbarie a la civilización,
llegando a hablar de aquéllas incluso como una “industria permanente”, ya que
contribuyen a aumentar la riqueza económica de quienes se benefician de su uso”.
.
Pero es en los Estados donde se concentra precisamente la función de la violencia,
puesto que, recogiendo lo ya escrito en el Manifiesto del Partido Comunista, el poder
político es la “violencia organizada de una clase para la opresión de otra”. Engels
ofrece en la obra antes citada una visión más sistemática cuando sostiene: “Como el
Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase y, como al mismo
tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, es por regla general el Estado de la
clase más poderosa, de la clase económicamente dominante que, con ayuda de él, se
convierte también en la clase económicamente dominante, adquiriendo con ello nuevos
medios para la represión y la explotación de la clase oprimida”; empero, matiza luego

7
Engels, F., Anti-Dühring. Grijalbo: México, 1978, 152-153.
8
Engels, F., op. cit., 163.
esta visión meramente instrumental cuando observa que “por excepción, hay períodos
en que las clases en lucha están tan equilibradas que el poder del Estado, como
mediador aparente, adquiere cierta independencia momentánea respecto a una y otra” 9

En ese mismo trabajo Engels va más allá y resalta cómo tras la experiencia de las
revoluciones europeas de 1848-49, la guerra franco-prusiana de 1870-71 y la Comuna
de París de 1871, la institución de la fuerza pública se refuerza tanto por los
antagonismos de clase internos como “conforme los Estados vecinos se van haciendo
más poderosos y más poblados”; y añade que esos dos factores han hecho que en la
Europa de 1884 la fuerza pública amenace con “devorar a la sociedad entera y aun al
Estado mismo” 10.

Pero, además, esos Estados se han ido configurando como Estados nacionales a lo largo
de una historia agitada y llena de conflictos internos y externos. Esta tesis es
ampliamente desarrollada por Engels en El papel de la violencia en la historia, escrito
en 1888: “Desde fines de la Edad Media, la historia trabaja en el sentido de constituir en
Europa grandes Estados nacionales. Sólo estados de ese tipo forman la organización
política normal de la burguesía europea en el poder y ofrecen, a la vez, la condición
indispensable para el establecimiento de la colaboración armoniosa entre los pueblos,
sin la cual es imposible el poder del proletariado. Para asegurar la paz internacional es
preciso primero eliminar todos los roces nacionales evitables, es preciso que cada
pueblo sea independiente y señor en su casa. Y, efectivamente, con el desarrollo del
comercio, de la agricultura, de la industria y, a la vez, del poderío social de la burguesía,
el sentimiento nacional se había elevado en todas partes y las naciones dispersas y
oprimidas exigían unidad e independencia” 11.

Vemos, por tanto, que la configuración de un sistema de Estados nacionales en Europa


es vista como condición para avanzar hacia la paz y como el marco más adecuado para
que la clase trabajadora pueda plantearse su aspiración a tomar el poder. Sin embargo,
las revoluciones de 1848 marcan un antes y un después, lo cual le lleva a concluir que
desde entonces “En política no existen más que dos fuerzas decisivas: la fuerza

9
Marx, C. y Engels, F., Obras escogidas. Progreso: Moscú, 1981, Tomo III, p. 346.
10
Marx, C. Y Engels, F., ibid., 345.
11
Marx, C. y Engels, F., Obras escogidas. Progreso: Moscú, 1981, Tomo III, 396-397.
organizada del Estado, el ejército, y la fuerza no organizada, la fuerza elemental de las
masas populares” 12. Esto no ha impedido, como observa el mismo Engels en el trabajo
citado, que continúen las tensiones entre los distintos Estados nacionales en Europa,
especialmente entre Francia y Alemania en torno a Alsacia-Lorena, precisamente en
función de su pretensión de llevar a cabo sus proyectos respectivos de nacionalización
de las poblaciones y delimitación de sus territorios fronterizos, como ejemplifica sobre
todo la guerra franco-prusiana de 1870-1871.

2. Internacionalismo proletario y “guerras justas”

La teoría materialista de la historia y su tesis de que la clase trabajadora constituye la


nueva clase revolucionaria capaz de crear una sociedad sin clases constituyen el
fundamento del nuevo internacionalismo que aspiran a impulsar Marx y Engels. En un
primer momento esa concepción tiene rasgos cosmopolitas pronunciados pero muy
pronto tiene que diferenciarse tanto del antinacionalismo de los proudhonianos
franceses como de formulaciones que van apareciendo en los programas de la
socialdemocracia alemana.

Pero ese internacionalismo plantea un problema de coherencia con su interpretación


antes expuesta sobre la preferencia del marco de los grandes Estados nacionales como el
más adecuado para avanzar hacia la revolución. Esa relativa tensión entre ambos ejes
quedaba ya reflejada en párrafos del Manifiesto Comunista que han sido y siguen siendo
polémicos, como es el caso del siguiente: “Los obreros no tienen patria. No se les puede
arrebatar lo que no tienen. Puesto que el proletariado debe en primer lugar conquistar el
poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía
es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués (...). En la misma medida
en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida la explotación
de una nación por otra” 13.

Ese internacionalismo se enfrenta, por tanto, al de la burguesía pero tiene en cuenta las
ventajas que le ofrece el desarrollo de ésta en los “países civilizados” para allanar el

12
Marx, C. y Engels, F., op. cit., 418.
13
Marx, K. y Engels, F., Manifiesto Comunista (Prólogo de F. Fernández Buey). El viejo topo:
Barcelona, 1997, 50. Para un comentario de las distintas interpretaciones de frases como la citada:
Rosdolsky, R., Trabajadores y patrias: una lectura del Manifiesto Comunista. Viento Sur, 3, 77-83, 1992.
camino hacia la desaparición de los antagonismos nacionales, según los autores de este
histórico documento, escrito en vísperas de las revoluciones que recorren Europa
durante 1848 y 1849.

La aspiración a convertir al movimiento obrero en “la sexta potencia” es patente tras la


crisis de la Santa Alianza a raíz de la guerra de Crimea y se expresará con rotundidad en
el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, publicado en
1864 y redactado por Marx. En él se proclama el deber de los trabajadores de “iniciarse
en los misterios de la política internacional, de vigilar la actividad diplomática de sus
gobiernos respectivos, de combatirla en caso necesario, por todos los medios de que
dispongan; y cuando no se pueda impedir, unirse para lanzar una protesta común y
reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia, que deben presidir las
relaciones entre los individuos, sean las leyes supremas de las relaciones entre las
naciones”.

Sin embargo, en el período que transcurre desde 1848 hasta 1864 la visión que
mantienen sobre los distintos Estados nacionales europeos no estará exenta de
ambigüedades y contradicciones. Así, su distinción entre naciones “civilizadas” y
“bárbaras”, o “con historia” y “sin historia”, heredada de Hegel, les lleva a poner en
primer plano la lucha contra el zarismo ruso, considerado el bastión de la reacción
europea: en cualquier conflicto en el que esté comprometido este régimen, la razón
estará, según ellos, en la parte adversaria. Esa misma división entre aquellas naciones
que tienen derecho a constituirse en Estados y las que, como las eslavas (frente al
“paneslavismo democrático” que sostiene Mijail Bakunin), no lo tienen, les conduce a
justificar las guerras de las grandes potencias contra las pequeñas, con dos excepciones
importantes: Irlanda y Polonia 14.

De esta forma se va sistematizando una teoría marxista sobre las “guerras justas”. En
primer lugar, lo serían “aquéllas a las cuales se obliga a un pueblo en virtud de la

14
En El problema de los pueblos ‘sin historia’, de Roman Rosdolsky (Fontamara: Barcelona, 1981) se
encuentra uno de los mejores estudios críticos de estas tesis. En relación con este debate entre Marx y
Engels, por un lado, y Bakunin, por otro, parece acertado el juicio de Francisco Fernández Buey cuando
considera que se trataba de una polémica entre “dos idearios revolucionarios nacientes que, en ambos
casos, apuntaban hacia una concepción internacionalista de la revolución sin poder superar todavía el
peso de las propias tradiciones nacionales” (“Evolución de las opiniones de Karl Marx sobre Rusia (I)”,
mientras tanto, 19, 114).
opresión interna y la invasión externa”; en segundo lugar, las de las “naciones
revolucionarias frente a las “contrarrevolucionarias”, sobre todo si detrás de ellas se
encuentra el zarismo ruso. A partir de ahí, las guerras defensivas serían justificables
pero no las ofensivas, ni siquiera cuando fueran emprendidas por un proletariado
triunfante. En cualquier caso, introducen un criterio importante: la existencia de una
causa justa en la guerra de una nación civilizada no significa que el partido obrero deba
identificarse con el gobierno de su propio país y cerrar filas con él. Podemos verificar
todo esto con algunos ejemplos.

En sus artículos de juventud en la Neue Rheinische Zeitung tanto Marx como Engels
llegan a sostener la necesidad de una guerra popular alemana contra Rusia, al igual que
el derecho a la dominación de los alemanes y húngaros sobre los pueblos eslavos del
sur. El mismo hilo conductor de “civilizados” contra “bárbaros” sirve de argumento a
Engels para su apoyo a la guerra de Alemania por la anexión de Schleswig frente a
Dinamarca en 1848.

La convicción fuertemente arraigada en ellos de que un Estado nacional consolidado


tampoco debe entorpecer el proceso de formación de otros similares “civilizados” les
lleva, sin embargo, a mostrarse contrarios a una intervención extranjera en casos como
los de España e Italia. En el primero Marx considera, sin embargo, que en ninguna parte
como en ese país se refleja con tal intensidad el fenómeno de “la impronta de la
regeneración mezclada con la de la reacción” 15, inherente a todas las guerras por la
independencia contra Francia; mientras que en el segundo, con ocasión de la guerra de
1859, se muestra favorable a la colaboración militar alemana con Italia frente a Francia
por el temor a la hipótesis de una alianza de este país con Rusia.

Irlanda y Polonia constituyen, en cambio, situaciones especiales, bien por relaciones de


dependencia colonial, bien por estar bajo la ocupación de otros países. Por eso ambos
casos son objeto constante de preocupación y denuncia desde el ala marxista de la AIT.
Respecto a la primera son muchos los escritos de ambos fundadores del “marxismo”,
siempre guiados por su convicción de que “la transformación de la unión forzosa (es
decir, la esclavitud de Irlanda) en una confederación libre e igualitaria, si ello es posible,

15
Marx K. y Engels, F., Revolución en España (Prólogo de M. Sacristán). Ariel: Barcelona, 1970, 80.
o la obtención por la fuerza de la separación total, si es necesario, constituyen una
condición previa para la emancipación de la clase obrera inglesa” (los subrayados son
de Marx) 16. En cuanto a la segunda, el mantenimiento de su partición es visto
precisamente el vínculo que siempre vuelve a juntar a la Santa Alianza, y por eso
Polonia es clave para el futuro de la revolución europea. Engels sostendrá en 1882 que
“dos naciones de Europa no sólo tienen el derecho, sino el deber de ser nacionales antes
que internacionales: los irlandeses y los polacos. Justamente éstos son internacionales al
máximo cuando son bien nacionales. Los polacos lo comprendieron en todas las crisis y
lo probaron en todos los campos de batalla revolucionarios”. 17

Vemos, por consiguiente, que hay una visión relativamente flexible de las guerras y los
conflictos que van surgiendo, reveladora de que su internacionalismo no es indiferente a
los problemas que se ventilan en cada uno de ellos y a su valoración de cuál de los
actores principales contribuye a avanzar “por el lado bueno de la historia”; pero ese
enfoque se halla condicionado por la distinción heredada de Hegel entre naciones con o
sin historia, o “revolucionarias” y “contrarrevolucionarias”, que iría cada vez entrando
en mayores contradicciones, como sucedía con el caso irlandés, ya que, como recuerda
Rosdolsky, se trataba de un “pueblo” que “durante la gran revolución inglesa actuó tan
contrarrevolucionariamente como los gaélicos escoceses y, por consiguiente (según la
tesis engelsiana), habría debido de seguir siendo contrarrevolucionario hasta el fin de su
vida...” 18

Del mismo modo, la distinción entre “naciones civilizadas” y “atrasadas”, combinada


con su análisis de la expansión del capitalismo a otras zonas del planeta como un
proceso contradictorio, lleno de violencia pero al mismo tiempo “inevitable” para crear
las condiciones necesarias a la configuración de una nueva estructura de clases, refleja
que “la gran contradicción en el pensamiento de Marx respecto a los países no europeos
es la que opone su eurocentrismo bastante limitado en el plano cultural y su visión
‘ecuménica’ en el plano estratégico” 19. Esto no impide su denuncia de las torturas en
India o de la represión en China cometidas por el ejército británico e incluso sus

16
Marx, K. y Engels, F., Imperio y colonia. Escritos sobre Irlanda. Pasado y Presente: Buenos Aires,
1979, 199.
17
Marx y Engels, op. cit., 344.
18
Rosdolsky, R., op. cit., 105.
19
Schram, S. y Carrère d’Encausse, H., El marxismo y Asia. Siglo XXI: Buenos Aires, 1975, 17.
exageradas esperanzas en las revueltas que se producen en China a mediados del siglo
XIX 20; o su apoyo a las primeras protestas en Argelia contra la colonización francesa;
en cambio, no tendrán reparos en apoyar la anexión de territorios mexicanos por
Estados Unidos, cayendo además en este caso en errores históricos graves 21.

No obstante, el desenlace de la Guerra de Secesión norteamericana, considerado por


ellos como “el único acontecimiento grandioso de la historia contemporánea”, marca el
anuncio de “la era de la dominación de la clase obrera” y, por tanto, la tendencia al final
de las guerras entre “naciones civilizadas” ante la amenaza común del movimiento
obrero. No es casual que la actitud mostrada por Marx ante las propuestas de la Liga por
la Paz y la Libertad (como veremos en el siguiente apartado) sea muy hostil, ya que
parte en realidad de que no es necesaria una lucha específica por la paz que sea distinta
de la que ha de llevar la clase obrera por la revolución.

Sin embargo, la guerra franco-prusiana de 1870-71 vuelve a poner a prueba los criterios
antes expuestos y su optimismo histórico. En un primer momento, Marx y Engels se ven
obligados a aceptar la existencia de una causa justificada por parte de su país, ya que
éste “se había visto arrastrado por Napoleón a una guerra en la que se ventilaba su
existencia nacional”. Ese punto de vista es asumido por la AIT en el Manifiesto del
Consejo General de julio de 1870, redactado por el propio Marx. En él, pese a ello, se
denuncia la corresponsabilidad que en su desencadenamiento tiene el canciller Bismarck
y se manifiesta, una vez más, el temor a que se aproveche de ese conflicto el zarismo
ruso. Por eso, sostiene Marx, la tarea de la clase obrera alemana consiste en hacer todo
lo posible para evitar que la guerra degenere en un conflicto contra el pueblo francés y
en oponerse a cualquier alianza del canciller con el zarismo ruso. Aplican, por tanto, el
criterio de apoyar una guerra que consideran “defensiva” pero al mismo tiempo
propugnan la necesaria actividad internacionalista de la AIT que, efectivamente, llevan

20
Marx llega a afirmar en 1853, ante el eco de la rebelión china, que “se puede augurar sin temor que la
revolución china echará la chispa en la mina, presta a estallar, del presente sistema industrial y
desencadenará la crisis general que hace tiempo se venía acumulando, la cual, cuando se propague al
extranjero, será seguida inmediatamente de revoluciones políticas en el continente”. Marx. K., Sobre el
colonialismo. Pasado y Presente: Córdoba, 1973, 7-9.
21
Como también recuerda Rosdolsky, “los inmigrantes de los Estados Unidos que en 1836 se alzaron en
Texas contra México eran plantadores y propietarios de esclavos negros, y la principalísima razón de su
alzamiento consistió en que en México había sido abolida la trata de esclavos en 1829...(Por la misma
razón la anexión de Texas en 1845 pudo imponerse también en el Congreso norteamericano)”. Op. cit.,
139.
a cabo luego mediante un intercambio de mensajes de paz entre obreros franceses y
alemanes; esta iniciativa revela, además, a los ojos de Marx, que “está surgiendo una
sociedad nueva, cuyo principio de política internacional será la paz porque el
gobernante nacional será el mismo en todos los países: el trabajo” 22.

La proclamación de la República, primero, la Comuna de París después y el intento


alemán de anexionarse Alsacia y Lorena vienen a modificar radicalmente el sentido de
esa guerra, llevándoles a apoyar al movimiento insurreccional francés y a cesar el apoyo
crítico a Alemania. De las lecciones que extraen sobre la derrota de la Comuna y de la
represión que se desencadena contra el movimiento obrero y la AIT deducen que se está
confirmando el cambio de época que, según ellos, se está abriendo: “La empresa más
heroica que aún puede acometer la vieja sociedad es la guerra nacional. Y ahora viene a
demostrarse que esto no es más que una añagaza de los gobiernos destinada a aplazar la
lucha de clases, y de la que se prescinde tan pronto como esta lucha estalle en forma de
guerra civil. La dominación de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional;
todos los gobiernos son uno sólo contra el proletariado” 23.

La visión de las guerras nacionales como mera “añagaza de los gobiernos destinada a
aplazar la lucha de clases”, aun siendo una de las razones por las que actúan éstos, se
mostrará no obstante insuficiente para entender los conflictos interimperialistas en los
que irán entrando las grandes potencias y que estallarán en 1914. Pero sí hay un aspecto
que conviene subrayar ahora: el precedente de la actividad internacionalista de la AIT
durante esa guerra les permite explicar los límites que cabe establecer a las formas
nacionales de la lucha obrera. La Crítica del programa de Gotha, escrita por Marx en
1875, viene precisamente a alertar a la socialdemocracia alemana ante la confusión
existente en sus filas respecto a la actitud a mantener ante el Estado nacional. Según
Marx, no hay que olvidar cuál es la situación del Imperio alemán dentro del mercado
mundial y del sistema de estados que se está conformando; todo ello obliga a definir
mejor las funciones internacionales de la clase obrera alemana, completamente ausentes,
en su opinión, del programa en cuestión: así, frente a la fórmula que en él aparece de
buscar “la fraternización internacional de los pueblos”, propone promover “la

22
Marx, C. y Engels, F., La Guerra Civil en Francia, Obras Escogidas. Progreso: Moscú, 1981, Tomo II,
205.
23
Op. cit., 254.
fraternidad internacional de las clases obreras en su lucha común contra las clases
dominantes y sus gobiernos”, queriendo así evitar toda ambigüedad sobre la necesidad
de la independencia política del movimiento obrero internacional.

Pero de nuevo la intensidad de la competencia económica, política y militar en Europa


obliga a acompañar esa aspiración con la necesidad de hacer frente a las nuevas
tendencias hacia la guerra absoluta que se anuncian. Junto al enorme gasto militar que
esto supone, la instauración del servicio militar obligatorio aparece dentro de ese clima,
para Engels, como un instrumento esperanzador, tal como defiende en Anti-Dühring:
“La concurrencia de los diversos estados entre sí les obliga a utilizar cada año más
dinero para el ejército, la escuadra, la artillería, etc., es decir, a acelerar cada vez más la
catástrofe financiera; y, por otra parte, a realizar cada vez más en serio el servicio
militar obligatorio y, con ello, a familiarizar al pueblo entero con el uso de las armas, a
capacitarlo para imponer en un determinado momento su voluntad contra el poder
militar que él manda. Y ese momento se presenta en cuanto que la masa del pueblo –
trabajadores y campesinos de la ciudad y del campo- tengan una voluntad. En ese
momento el ejército principesco se trasmuta en ejército popular; la máquina se niega a
seguir sirviendo y el militarismo sucumbe por su propio desarrollo” 24. Un pronóstico
que, sin duda, subestimaba el papel que iría jugando el ejército en los años posteriores
como agente de socialización de esos trabajadores y campesinos en torno a la necesidad
de defender a la “nación” respectiva por encima de sus intereses de clase y de su
internacionalismo.

En la década de los 80 continuaría esa “guerra fría” y Engels volvería a expresar en


1888 sus temores de que “para Prusia-Alemania no hay posibilidad de hacer otra guerra
que no sea la mundial. Y sería una guerra mundial de magnitud desconocida hasta
ahora, de una potencia inusitada. De ocho a diez millones de soldados se aniquilarían
mutuamente y, además, se engullirán toda Europa, dejándola tan devastada como jamás
lo habían hecho las nubes de langosta” 25.

24
Engels, F., Anti-Dühring, 164.
25
Engels, F., Introducción al folleto de Borkheim “En memoria de los furibundos patriotas de 1806-
1807”, Temas militares. Akal: Madrid, 1978, 286.
Esa especulación sobre las hipotéticas consecuencias de una guerra europea no
modifica, sin embargo, la confianza en una pronta revolución social que estallaría fuera
cual fuera el resultado de la misma. Así, en el mismo escrito citado antes, dirigiéndose a
los “señores reyes y hombres de estado”, les asegura: “si desencadenáis las fuerzas que
no podréis después dominar, cualquiera que sea la forma que adopten los
acontecimientos, al final de la tragedia quedaréis convertidos en una ruina, y la victoria
del proletariado ya habrá sido conquistada o, de todos modos, será inevitable”.

Con la fundación de la Segunda Internacional se heredan todas estas reflexiones. La


guerra es vista como un “producto fatal de las condiciones económicas actuales” que
“no desaparecerá definitivamente más que con la desaparición misma del orden
capitalista, con la emancipación del trabajo y el triunfo internacional del socialismo”. La
confianza en que la historia seguirá avanzando por el lado bueno se vería justificada
también, en opinión de Engels, por los progresos que realiza el “partido revolucionario
ruso”, como sostiene en 1890: “Europa resbala con creciente velocidad como sobre un
plano inclinado, de cara al abismo de una guerra mundial de extensión y violencia hasta
ahora inauditas. Aquí sólo puede dar la voz de alto una cosa: un cambio de sistema en
Rusia. Que debe venir dentro de pocos años, no puede caber duda alguna. Ojalá que
venga a tiempo, antes de que suceda lo, de otro modo, inevitable” 26.

En 1893 encontramos un nuevo acento pesimista en el continuador de la obra de Marx


ante el refuerzo de las tendencias militaristas, lo que le lleva a sostener que “el sistema
de ejércitos permanentes se ha desarrollado hasta tal punto en Europa que o bien
arruinará la economía de los pueblos por culpa de los gastos militares, o bien degenerará
en una guerra de aniquilamiento generalizada”; todo ello agravado por una carrera de
armamentos en la que “cada estado grande trata de desbancar al otro en poderío militar
y belicosidad”. Frente a ello, sus esperanzas en que el sufragio universal y el servicio
militar obligatorio sean suficientes como medio de contención se van debilitando y por
primera vez introduce una serie de propuestas que van desde la reducción generalizada

26
Marx, K. y Engels, F., Escritos sobre Rusia. I. Historia diplomática secreta del siglo XVIII. Pasado y
Presente: Buenos Aires, 1980, 191.
por todos los gobiernos del servicio militar activo hasta iniciativas de desarme por parte
de algún gobierno, en concreto, del alemán. 27

Pero ese temor a una guerra europea no cambia la conclusión que Engels había extraído
junto con Marx del resultado de la Guerra de Secesión norteamericana: frente a la
amenaza del movimiento obrero y dejando aparte la utilidad económica para el
capitalismo de la carrera armamentista, no ve ya otro interés en éste y en los Estados
que el de desviar a la clase obrera de su lucha.

3. La actitud ante el pacifismo

Después de todo lo expuesto en los apartados anteriores, no es difícil adivinar cuál es el


comportamiento de Marx y Engels ante el pacifismo, con mayor razón si tenemos en
cuenta que sus polémicas se desarrollan fundamentalmente con discursos que podemos
incluir dentro de un liberalismo internacionalista.

En efecto, la Liga Internacional por la Paz y la Libertad es heredera de los más antiguos
proyectos de “paz perpetua” que han ido apareciendo a lo largo de la historia y que
basan sus principales esperanzas en el logro de una federación de los pueblos europeos.
Aspira, además, a agrupar en su seno a todas las corrientes de progreso que existen en
Europa a mediados del siglo XIX. Por eso la AIT es invitada a participar en el Congreso
que celebra la Liga en 1867.

La respuesta de Marx a esa iniciativa no se hace esperar y merece la pena citar un


resumen del discurso que sobre esta cuestión pronuncia en el Consejo General de la
AIT:
“Durante el voto el ciudadano Marx llama la atención sobre el Congreso por la
Paz que ha de realizarse en Ginebra. Dice que sería deseable que el mayor número de
delegados pueda asistir al Congreso a título individual, pero que no sería aconsejable
que participaran oficialmente en él como miembros de la Asociación Internacional. El
Congreso de la AIT es por sí mismo un congreso por la paz, puesto que la unión de la

27
Si esa iniciativa fuera tomada por Alemania, ésta “aparecería como impulsora de la paz sin ningún
lugar a dudas. Se declararía a ir por delante en el camino del rearme, como corresponde por derecho al
país que dio la señal de salida de la carrera del rearme” (Engels, F., Kann Europe abrüsten?, Marx-Engels
Werke. Dietz Verlag: Berlín, 1977, Vol. 22, 371.
clase obrera de los diferentes países tiene que hacer finalmente imposibles las guerras
entre naciones. Si los promotores del Congreso por la Paz en Ginebra hubieran
comprendido el problema, habrían debido afiliarse a la Asociación Internacional.
El aumento actual de los grandes ejércitos europeos ha sido provocado por la
revolución de 1848; los grandes ejércitos permanentes son el resultado necesario de la
situación actual de la sociedad. No son mantenidos para hacer la guerra en el exterior
sino para mantener sometida a la clase obrera. Pero, como no siempre hay barricadas
que bombardear y trabajadores a los que ametrallar, es a veces posible fomentar
querellas internacionales para mantener a los soldados en buena forma. Sin duda, el
partido de la paz a cualquier precio se mostrará muy fuerte en el Congreso. Ese partido
dejaría gustosamente a Rusia sola en posesión de los medios para hacer la guerra al
resto de Europa, cuando la existencia misma de una potencia como Rusia bastaría para
que todos los demás países mantuvieran intactos sus ejércitos” 28.

En esa intervención aparecen algunas de las ideas centrales comentadas antes. En


primer lugar, la visión de los ejércitos permanentes y de su crecimiento por razones casi
exclusivamente internas (si dejamos aparte la amenaza rusa), así como la reducción (en
contraste con otros análisis suyos) de la competencia entre los Estados a “querellas
internacionales para mantener a los soldados en buena forma”. En segundo lugar, la
reafirmación del internacionalismo obrero y su revolución social como única solución a
las guerras, por lo que Marx considera innecesaria la construcción de organizaciones
que se dediquen exclusivamente a la lucha por la paz. Por último, la crítica a la
incomprensión por parte de los pacifistas de la Liga de la función reaccionaria
internacional que ejerce el zarismo ruso.

Esas son las razones que impiden una colaboración con el pacifismo liberal, en opinión
de Marx. Pero su posición es minoritaria dentro de la AIT, la cual decide acudir a la
reunión de la Liga a condición de que ésta se comprometa a asumir la voluntad de
transformación de la sociedad como garantía de paz. Sin embargo, ese intento de
acercamiento no tiene éxito, como tampoco lo logra Bakunin en el siguiente Congreso
de la Liga cuando solicita a ésta que acepte una declaración que sostenga que “sin la
justicia, la libertad y la paz no son realizables”.

28
Procès-Verbaux du Conseil Génèral , Le Conseil Génèral de la Première Internationale. Progrès :
Moscú, 1973, 125-126.
Pero desde mediados del siglo XIX otro tipo de pacifismo, el que tiene un contenido
social, se va abriendo camino dentro de la AIT y, más tarde, en la Segunda
Internacional. Los debates en el Congreso de 1868 son ya un buen ejemplo: la
aprobación de una resolución que propone la convocatoria de una Huelga General en
caso de guerra entre Estados europeos (“recomienda sobre todo a los trabajadores que
dejen todo trabajo cuando llegue a estallar una guerra en sus respectivos países” y
asegura que “cuenta mucho con el espíritu de solidaridad que anima a los trabajadores
de todos los países para esperar que no faltará su apoyo en esta guerra de los pueblos
contra la guerra”) “es una muestra de que un nuevo antimilitarismo está surgiendo en el
movimiento obrero. Con esta corriente también Marx y Engels tienen fuertes polémicas:
el problema de la determinación de las causas de las guerras en el capitalismo, la
confianza o no en la educación y la objeción al servicio militar como medios para luchar
contra las guerras, así como los debates sobre la conveniencia o no de la huelga general
son cuestiones controvertidas sobre las que no llegan a ponerse de acuerdo.

Diferencias con una corriente antimilitarista similar se reproducen dentro de la Segunda


Internacional, ya desde sus primeros Congresos. Esa organización, proclamada “el
verdadero y único partido de la paz”, adopta en su Congreso de Zurich en 1893 una
resolución en la que se pide a los parlamentarios de todos los partidos obreros que voten
en contra de los gastos militares gubernamentales. Pero esta medida no parece suficiente
a militantes como Ferdinand Domela Nieuwenhuis, antiguo pastor protestante influido
por Tolstoi, quien insiste en denunciar la penetración del nacionalismo y del militarismo
dentro de la Internacional, reivindica la vigencia de la Resolución de 1868 de la AIT y
exige un pronunciamiento a favor de una huelga general, que debería extenderse además
a los reservistas y a las mujeres. La respuesta de Plejanov a su discurso expresa, sin
embargo, la opinión mayoritaria de la Internacional: una huelga en tiempo de guerra es
utópica porque “hace falta fuerza, mucha fuerza, hace falta que los ejércitos obedezcan
a la voz de la democracia socialista”; y, además, la propuesta de poner en práctica esa
medida sería reaccionaria, ya que no sería aplicable en Rusia y, por tanto, favorecería al
zarismo 29.

29
Pastor, J., El antimilitarismo en los orígenes del movimiento obrero. Domela Niewenhuis,
Archipiélago, 7, 1991.
Se iría confirmando así la tendencia al predominio de un “fatalismo optimista”,
representado principalmente por Kautsky, que no llegará a verse contrarrestado por las
diferentes posiciones que en los siguientes Congresos de la Segunda Internacional irán
defendiendo Karl Libeknecht y Rosa Luxemburg en Alemania, Jean Jaurès en Francia o
Lenin y Trotsky en Rusia, todas ellas alertando sobre al carácter imperialista de la
guerra que se acerca e insistiendo en la necesidad de una movilización para impedirla.

4. Violencia y revolución social


La concepción materialista de la historia y de la función de la violencia y de las guerras
en ella conduce lógicamente a Marx y Engels a considerar que también éstas pueden
contribuir al advenimiento de una nueva sociedad convirtiéndose en un “mal necesario”.
En este sentido la interpretación del Estado que se ha expuesto sucintamente, a través de
distintos trabajos, en los anteriores apartados, implica la necesidad de concebir la
revolución como un acto de fuerza. La conclusión del Manifiesto Comunista es
suficientemente rotunda: “Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas e
intenciones. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados
derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes
pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que
perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar”.

Esta tesis fue extraída con mayor fundamentación tras la experiencia de la derrota de la
Comuna de París en 1871 cuando Marx ve confirmado en La Guerra Civil en Francia
su análisis de la naturaleza de clase del Estado y defiende la necesidad, por tanto, de
destruirlo para emprender el camino hacia una sociedad en clases en cuyo marco el
nuevo Estado-Comuna fuera extinguiéndose. Engels sostiene también, en un escrito
publicado dos años después, que “una revolución es, indudablemente, la cosa más
autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su
voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios
si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que
mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los
reaccionarios” 30. Y en 1878 en Anti-Dühring insiste: “El señor Dühring no sabe una
palabra de que la violencia desempeña también otro papel en la historia, un papel

30
Marx, C. y Engels, F., Obras escogidas. Progreso: Moscú, 1977, Tomo II, 400.
revolucionario; de que, según la palabra de Marx, es la comadrona de toda vieja
sociedad que anda grávida de otra nueva; de que es el instrumento con el cual el
movimiento social se impone y rompe formas políticas enrigidecidas y muertas” 31.

La importancia que daba a la dimensión práctica militar llevó incluso al propio Engels a
dedicarse muy tempranamente a esos asuntos, movido por el convencimiento de que,
como escribió a Marx en 1851, “no puedo hacer nada mejor que proseguir mis estudios
militares hasta que al menos uno de los civiles pueda estar a la cabeza de ellos (los
militares) en la teoría” 32. Esto se reflejaría en su estudio de los pensadores militares
clásicos y de su tiempo, destacando entre ellos Clausewitz, en su implicación personal
en la revolución alemana de 1848-1849 y hasta en su elaboración a fines de 1870 de un
plan para el pueblo parisino que le permitiera rechazar la invasión alemana 33; no en
vano sería apodado “el general” por sus amigos. Marx tampoco le fue a la zaga, siendo
buena prueba de ello sus escritos sobre “España revolucionaria” en 1854 y “Revolución
en España” en 1856, en donde encontramos amplios comentarios sobre la cuestión
militar y las distintas etapas de la guerrilla 34.

Sus tesis sobre la necesidad de la revolución como un acto de fuerza –ya que ésta es la
que puede decidir cuando se enfrentan derechos formalmente iguales- no les impedían
valorar los avances que se estaban produciendo a medida que se iba extendiendo el
sufragio universal, o reconocer las posibilidades que se abrían con los nuevos regímenes
parlamentarios, como manifestarían expresamente en relación con Gran Bretaña o como
comprobaría especialmente Engels en el caso alemán ante el ascenso electoral de la
socialdemocracia alemana. Precisamente éste escribiría en 1895 un prólogo a la obra de
Marx Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 que sería especialmente
controvertido. En esa introducción observa cómo “las instituciones estatales en las que
se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían nuevas posibilidades a la clase
obrera para luchar contra estas mismas instituciones” y cómo los viejos métodos de
lucha callejera de 1848 habían entrado en crisis frente a los distintos cambios que se

31
Engels, F., Anti-Dühring, 177.
32
Correspondance Karl Marx-Friedrich Engels. A. Costes: París, 1948, 123-124. Citado por Clemente
Ancona en VV.AA., Clausewitz en el pensamiento marxista. Pasado y Presente: México, 1979, 11.
33
Gustav Mayer recuerda que en sus papeles póstumos se encontró un borrador de dicho plan (Friedrich
Engels. Biografía. FCE: México, 1979, 560).
34
Existe ya una antología reciente de los trabajos de Marx y Engels en castellano en Escritos sobre
España (estudio preliminar de Pedro Ribas). Trotta: Madrid, 1998.
estaban dando en la configuración de las ciudades y de los ejércitos: “La época de los
ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la
cabeza de las masas inconscientes ha pasado. Allí donde se trate de una transformación
completa de la organización social tienen que intervenir directamente las masas, tienen
que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su
vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las
masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta
labor es la que estamos haciendo ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a
sus adversarios”. Tras poner ejemplos de ese “éxito” en distintos países precisa, sin
embargo: “Huelga decir que no por ello nuestros camaradas extranjeros renuncian, ni
mucho menos, a su derecho a la revolución. No en vano el derecho a la revolución es el
único ‘derecho’ realmente ‘histórico’, el único derecho en que descansan todos los
Estados modernos sin excepción...” (subrayado en el original) 35.

La publicación mutilada de ese prólogo en la prensa del partido socialdemócrata alemán


por Wilhelm Liebknecht provocó ya el malestar de Engels: según éste, el dirigente
alemán “ha cogido de mi introducción a los artículos de Marx sobre Francia 1848-1850
todo lo que ha podido servirle para apoyar la táctica a toda costa pacífica y anti-violenta
que le gusta predicar desde hace algún tiempo, sobre todo en este momento en que
preparan leyes coercitivas en Berlín” 36. En realidad, como sostiene Bo Gustafson, “no
tenía nada de especialmente significativo que Engels predicase en 1895 la necesidad de
aprovechar el parlamentarismo: éste era ya entonces un instrumento muy eficaz para los
esfuerzos de la Socialdemocracia. El mensaje de Engels hubiese sido reformista si en él
hubiese aconsejado a la Socialdemocracia que pusiese toda su confianza en el sistema
parlamentario establecido. Pero Engels no hizo tal cosa. En la introducción se leía,
ciertamente, que la clase obrera tenía que dirigirse a la meta a través de una áspera
guerra de posiciones. Pero con ello sólo se ponía de relieve que la victoria no se podía
obtener ‘de un solo gran golpe’” 37. De cualquier forma, ese “testamento” del compañero
y amigo de Marx se convertiría en objeto de disputas dentro de la socialdemocracia
alemana sobre la conveniencia o no de la revolución, y de la violencia, para avanzar
hacia el socialismo.

35
C. Marx y F. Engels, Obras escogidas. Progreso: Moscú, 1977, 201-205.
36
Carta de Engels a Paul Lafargue, 3 de abril de 1895, Correspondance Engels-Paul et Laura Lafargue.
Editions Sociales, París, 1959, Tomo III, 404.
37
Gustafsson, Bo, Marxismo y revisionismo. Grijalbo: Barcelona, 1975, 85.
5. Algunas conclusiones

Del recorrido que hemos hecho a lo largo de las reflexiones y las sucesivas tomas de
posición de Marx y Engels sobre los principales problemas de su tiempo se puede
encontrar un hilo conductor: el de la progresiva elaboración de una concepción
materialista de la historia y de los Estados que recuerda los orígenes violentos del
capitalismo y, a la vez, manifiesta su convicción de la necesidad –y la posibilidad- de la
revolución, a medida que el desarrollo de las fuerzas de producción entre en
contradicción con las relaciones capitalistas de producción, como único camino para
acabar con las guerras. En ese sentido, la violencia aparece como “partera de la historia”
y como el medio con el cual el nuevo movimiento obrero también tiene que contar para
sentar las bases de una nueva sociedad.

Pero su distinción de origen hegeliano entre naciones “con historia” y “sin historia”,
entre “civilizadas” y “bárbaras” y su visión progresista del proceso de construcción de
grandes Estados nacionales “civilizados” como el marco más adecuado para el avance
de la clase trabajadora aparecen también como un criterio táctico fundamental a la hora
de tomar posición respecto a las guerras y conflictos que van surgiendo entre los
distintos Estados y pueblos.

Sin embargo, en la medida que en esas guerras y conflictos emerja el movimiento


obrero de forma autónoma, como se ve ya en 1848 y, sobre todo, en la Comuna de París
de 1871, o irrumpan pueblos colonizados u ocupados, como Irlanda y Polonia primero
y, luego, las revueltas en Asia o Africa, Marx y Engels -salvo excepciones como su
actitud ya mencionada ante los conflictos entre México y Estados Unidos de América-
irán superando lo que algunos han definido como “eurocentrismo” (que incluía, como
hemos visto, una profunda “rusofobia”) y tratarán de aplicar consecuentemente, a raíz
sobre todo de la experiencia de la historia irlandesa y de sus efectos negativos en el
proletariado inglés, la lección de “lo desastroso que es para una nación el haber
subyugado a otra nación” 38.

38
Engels a Marx, 24 de octubre de 1869, Imperio y Colonia. Escritos sobre Irlanda, 174.
Su concepción de la “guerra justa” aspira a ir articulando así lo nacional y lo
internacional pero siempre aspirando a convertir al movimiento obrero en una nueva
“potencia” independiente de los gobiernos y los Estados, como hemos podido ver en los
debates suscitados dentro de la AIT y, luego, la Segunda Internacional. No obstante,
para ellos la lucha por la paz tiene que ir dirigida contra el capitalismo como tal y, por
tanto, estar subordinada a la lucha por la revolución y el socialismo; por eso no ven,
frente a lo que propone la Liga por la Paz y la Libertad, la necesidad de un movimiento
específico por la paz, entendida como mera ausencia de guerras sin denunciar que sus
causas están en el capitalismo. Esta posición será matizada posteriormente por Engels a
medida que se van acelerando los preparativos para una guerra europea, pero siempre
confiando en que la revolución pueda llegar antes de que ésta pueda producirse. Por eso
tampoco él ve la necesidad, frente a posiciones como la de Domela Nieuwenhuis, de
una lucha específica contra la guerra mediante una huelga general; una postura que, sin
embargo, se verá rectificada en el Congreso de Stuttgart de la Segunda Internacional en
1907 39.

Finalmente, su idea de la violencia como “partera de la historia” también es aplicable a


la revolución necesaria para la destrucción del Estado y la creación de una sociedad sin
clases. Esto les lleva incluso a preocuparse por las cuestiones militares y a estudiar de
cerca las experiencias insurreccionales de su tiempo. Pero tampoco les impide reconocer
las posibilidades que se abren al movimiento obrero mediante la extensión del sufragio
universal e incluso la función contradictoria que puede tener el servicio militar
obligatorio; sin renunciar, eso sí, al “derecho a la revolución” frente a la resistencia que
puedan oponer la burguesía y su Estado 40.

39
He desarrollado un análisis de los posteriores debates dentro de la Segunda y la Tercera Internacional
sobre estas materias en el capítulo IV de Guerra, paz y sistema de Estados. Ediciones Libertarias:
Madrid, 1990.
40
Coincido con F. Fernández Buey cuando resume el punto de vista “clasista” que se podría desprender
del cuerpo teórico fundamental marxista afirmando que “cuando se dice que la violencia es la comadrona
de la historia conviene precisar: lo es en aquellas sociedades que están preñadas ya de lo nuevo, que
llevan en su seno un nuevo mundo; si no hay preñez, el discurso teórico y la discusión sobre la violencia
social salen sobrando. Y en todo caso, el reconocimiento del papel de la violencia en la historia no
incluye, para esta concepción, la justificación de la violencia individual con fines políticos, ni lo que se
puede llamar ‘terrorismo’ individual, ni la justificación de la pena de muerte, ni tampoco la justificación
en abstracto de las guerras” (Etica y Filosofía Política. Bellaterra: Barcelona, 2000, 164.
Bibliografía básica
Marx, K. , “La llamada acumulación originaria” (capítulo XXIV del Libro Primero de
El Capital; se recomienda la versión de la 17ª edición de 1998 de Siglo XXI, México).
Engels, F., “La teoría de la violencia y el poder”, en Anti-Dühring (se recomienda la
versión española de Manuel Sacristán editada por Grijalbo, México, 1968, pp. 151-
179).
Engels, F., Introducción para la edición de 1895 a Las luchas de clases en Francia de
1848 a 1850, Obras escogidas, Tomo I. Progreso: Moscú, 1981.
Gallie, W.B., “Marx y Engels: la revolución y la guerra”, cap. IV de Filósofos de la paz
y de la guerra. FCE: México, 1980.

Bibliografía recomendada

Marx, K., La guerra civil en Francia (http://www.marxists.org/espanol/m-


e/1870s/gcfran/index.htm
Carr, E.H., “La actitud marxista ante la guerra”, La Revolución Bolchevique (1917-
1923), 3. Alianza Editorial: Madrid, 1974.
Kiernan, V.G., “Guerra”, en Bottomore (dir.), Diccionario del pensamiento marxista.
Tecnos: Madrid, 1984.

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