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Sus consideraciones sobre la violencia son numerosas en sus obras. Ese término es
usado, además, muchas veces como sinónimo de “fuerza” y “poder” para así
relacionarlo mejor con su teoría general, en la cual tampoco la sitúan explícitamente
como un simple elemento de la “superestructura”. En líneas generales, la violencia
aparece como un medio en el que se apoya el desarrollo de las fuerzas productivas a lo
largo de la historia para poder avanzar y superar las trabas de las sucesivas relaciones de
producción que se han ido estableciendo. No obstante, precisan esa visión reconociendo
que no se trata de un medio más sino que ha sido y puede ser un acelerador de ese
proceso, por lo que no llegan a ubicarla bien dentro de su concepción más global. Así,
las guerras no serían más que la manifestación extrema de esa violencia en los
conflictos que tanto entre los Estados como dentro sus territorios respectivos o en su
expansión colonial han ido e irán surgiendo.
Un comentario que hace Marx en los Grundrisse (1857-1858) se remite incluso a los
orígenes de la historia de la humanidad: “La guerra fue desarrollada antes que la paz;
1
Capítulo del libro colectivo Paz para la paz. Prolegómenos a una filosofía contemporánea sobre la
guerra, de Fernando Quesada (coord..), Ed. Horsori, Barcelona, 2014
modo como mediante la guerra y en los ejércitos, etc., se desarrollan ciertas relaciones
económicas, como trabajo asalariado, maquinaria, etc., antes que en el interior de la
sociedad civil. También la relación entre la fuerza productiva y las relaciones de tráfico
se presenta de forma particularmente visible en el ejército” 2. Una argumentación
similar aparece en una carta que Marx dirige a Engels en 1857, en la cual considera la
historia de los ejércitos como una ilustración de su teoría materialista del progreso
precisamente porque es reflejo de “la conexión entre las fuerzas productivas y las
relaciones sociales. El Ejército es en general de gran importancia en el desarrollo
económico. El salario, por ejemplo, se desarrolló por primera vez en el ejército de la
Antigüedad” 3.
2
Marx, K., Líneas fundamentales de la crítica de la economía política (Grundrisse), OME. Grijalbo:
Barcelona-México, 1978, Tomo 21, p. 33
3
Carta de Marx a Engels de 25 de septiembre de 1857 (disponible en
http://es.wikisource.org/wiki/Carta_de_Marx_a_Engels_(25_de_setiembre_de_1857 )
4
Marx, K., El capital. Siglo XXI: México-Madrid, 1998, Tomo 1, Vol. 3, p. 892 y 917-918.
La descripción que Marx hace en ese mismo capítulo del proceso derivado de la
acumulación originaria en las colonias viene a demostrar, desde su punto de vista, que
los métodos empleados por el capitalismo para abrirse paso en la historia se apoyan en
“la más avasalladora de las fuerzas”, con lo cual subraya la función de medio y
acelerador de la historia que ejerce la violencia: “Los diversos factores de la
acumulación originaria se distribuyen ahora, en una secuencia más o menos
cronológica, principalmente entre España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra (...).
Estos métodos, como por ejemplo el sistema colonial, se fundan en parte sobre la
violencia más brutal. Pero todos ellos recurren al poder del estado, a la violencia
organizada y concentrada de la sociedad, para fomentar como en un invernadero el
proceso de transformación del modo de producción feudal en modo de producción
capitalista y para abreviar las transiciones. La violencia es la partera de toda sociedad
vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica” (subrayado por el
autor) 5.
Sin embargo, pese al esbozo de una relación más estrecha entre lo económico y lo
militar por parte de Marx, la obra Anti-Dühring, escrita por Engels en 1878, aparece
como un intento de reafirmación de la “ortodoxia” que pretende establecer su autor
sobre esta materia frente a las tesis del profesor Dühring, firmemente convencido de que
“la formación fundamental y las dependencias económicas no son más que un efecto o
caso especial y, por tanto, siempre hechos de segundo orden”. Engels, en cambio,
sostiene que “el poder, la violencia, no es más que el medio, mientras que la ventaja
5
Marx, K, op. cit., 939-940
6
Marx, K., ibidem.
económica es el fin”; y añade, para que no quepan dudas, que en la medida que el fin es
“más fundamental” que el medio aplicado para conseguirlo, en esa misma medida es en
la historia más fundamental el aspecto económico de la situación que el político” 7.
La idea de la violencia y, por tanto, de las guerras como medio recorre también muchas
páginas de El origen de la familia, la propiedad privada y del Estado, escrita por Engels
en 1884, especialmente cuando se refiere al tránsito de la barbarie a la civilización,
llegando a hablar de aquéllas incluso como una “industria permanente”, ya que
contribuyen a aumentar la riqueza económica de quienes se benefician de su uso”.
.
Pero es en los Estados donde se concentra precisamente la función de la violencia,
puesto que, recogiendo lo ya escrito en el Manifiesto del Partido Comunista, el poder
político es la “violencia organizada de una clase para la opresión de otra”. Engels
ofrece en la obra antes citada una visión más sistemática cuando sostiene: “Como el
Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase y, como al mismo
tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, es por regla general el Estado de la
clase más poderosa, de la clase económicamente dominante que, con ayuda de él, se
convierte también en la clase económicamente dominante, adquiriendo con ello nuevos
medios para la represión y la explotación de la clase oprimida”; empero, matiza luego
7
Engels, F., Anti-Dühring. Grijalbo: México, 1978, 152-153.
8
Engels, F., op. cit., 163.
esta visión meramente instrumental cuando observa que “por excepción, hay períodos
en que las clases en lucha están tan equilibradas que el poder del Estado, como
mediador aparente, adquiere cierta independencia momentánea respecto a una y otra” 9
En ese mismo trabajo Engels va más allá y resalta cómo tras la experiencia de las
revoluciones europeas de 1848-49, la guerra franco-prusiana de 1870-71 y la Comuna
de París de 1871, la institución de la fuerza pública se refuerza tanto por los
antagonismos de clase internos como “conforme los Estados vecinos se van haciendo
más poderosos y más poblados”; y añade que esos dos factores han hecho que en la
Europa de 1884 la fuerza pública amenace con “devorar a la sociedad entera y aun al
Estado mismo” 10.
Pero, además, esos Estados se han ido configurando como Estados nacionales a lo largo
de una historia agitada y llena de conflictos internos y externos. Esta tesis es
ampliamente desarrollada por Engels en El papel de la violencia en la historia, escrito
en 1888: “Desde fines de la Edad Media, la historia trabaja en el sentido de constituir en
Europa grandes Estados nacionales. Sólo estados de ese tipo forman la organización
política normal de la burguesía europea en el poder y ofrecen, a la vez, la condición
indispensable para el establecimiento de la colaboración armoniosa entre los pueblos,
sin la cual es imposible el poder del proletariado. Para asegurar la paz internacional es
preciso primero eliminar todos los roces nacionales evitables, es preciso que cada
pueblo sea independiente y señor en su casa. Y, efectivamente, con el desarrollo del
comercio, de la agricultura, de la industria y, a la vez, del poderío social de la burguesía,
el sentimiento nacional se había elevado en todas partes y las naciones dispersas y
oprimidas exigían unidad e independencia” 11.
9
Marx, C. y Engels, F., Obras escogidas. Progreso: Moscú, 1981, Tomo III, p. 346.
10
Marx, C. Y Engels, F., ibid., 345.
11
Marx, C. y Engels, F., Obras escogidas. Progreso: Moscú, 1981, Tomo III, 396-397.
organizada del Estado, el ejército, y la fuerza no organizada, la fuerza elemental de las
masas populares” 12. Esto no ha impedido, como observa el mismo Engels en el trabajo
citado, que continúen las tensiones entre los distintos Estados nacionales en Europa,
especialmente entre Francia y Alemania en torno a Alsacia-Lorena, precisamente en
función de su pretensión de llevar a cabo sus proyectos respectivos de nacionalización
de las poblaciones y delimitación de sus territorios fronterizos, como ejemplifica sobre
todo la guerra franco-prusiana de 1870-1871.
Ese internacionalismo se enfrenta, por tanto, al de la burguesía pero tiene en cuenta las
ventajas que le ofrece el desarrollo de ésta en los “países civilizados” para allanar el
12
Marx, C. y Engels, F., op. cit., 418.
13
Marx, K. y Engels, F., Manifiesto Comunista (Prólogo de F. Fernández Buey). El viejo topo:
Barcelona, 1997, 50. Para un comentario de las distintas interpretaciones de frases como la citada:
Rosdolsky, R., Trabajadores y patrias: una lectura del Manifiesto Comunista. Viento Sur, 3, 77-83, 1992.
camino hacia la desaparición de los antagonismos nacionales, según los autores de este
histórico documento, escrito en vísperas de las revoluciones que recorren Europa
durante 1848 y 1849.
Sin embargo, en el período que transcurre desde 1848 hasta 1864 la visión que
mantienen sobre los distintos Estados nacionales europeos no estará exenta de
ambigüedades y contradicciones. Así, su distinción entre naciones “civilizadas” y
“bárbaras”, o “con historia” y “sin historia”, heredada de Hegel, les lleva a poner en
primer plano la lucha contra el zarismo ruso, considerado el bastión de la reacción
europea: en cualquier conflicto en el que esté comprometido este régimen, la razón
estará, según ellos, en la parte adversaria. Esa misma división entre aquellas naciones
que tienen derecho a constituirse en Estados y las que, como las eslavas (frente al
“paneslavismo democrático” que sostiene Mijail Bakunin), no lo tienen, les conduce a
justificar las guerras de las grandes potencias contra las pequeñas, con dos excepciones
importantes: Irlanda y Polonia 14.
De esta forma se va sistematizando una teoría marxista sobre las “guerras justas”. En
primer lugar, lo serían “aquéllas a las cuales se obliga a un pueblo en virtud de la
14
En El problema de los pueblos ‘sin historia’, de Roman Rosdolsky (Fontamara: Barcelona, 1981) se
encuentra uno de los mejores estudios críticos de estas tesis. En relación con este debate entre Marx y
Engels, por un lado, y Bakunin, por otro, parece acertado el juicio de Francisco Fernández Buey cuando
considera que se trataba de una polémica entre “dos idearios revolucionarios nacientes que, en ambos
casos, apuntaban hacia una concepción internacionalista de la revolución sin poder superar todavía el
peso de las propias tradiciones nacionales” (“Evolución de las opiniones de Karl Marx sobre Rusia (I)”,
mientras tanto, 19, 114).
opresión interna y la invasión externa”; en segundo lugar, las de las “naciones
revolucionarias frente a las “contrarrevolucionarias”, sobre todo si detrás de ellas se
encuentra el zarismo ruso. A partir de ahí, las guerras defensivas serían justificables
pero no las ofensivas, ni siquiera cuando fueran emprendidas por un proletariado
triunfante. En cualquier caso, introducen un criterio importante: la existencia de una
causa justa en la guerra de una nación civilizada no significa que el partido obrero deba
identificarse con el gobierno de su propio país y cerrar filas con él. Podemos verificar
todo esto con algunos ejemplos.
En sus artículos de juventud en la Neue Rheinische Zeitung tanto Marx como Engels
llegan a sostener la necesidad de una guerra popular alemana contra Rusia, al igual que
el derecho a la dominación de los alemanes y húngaros sobre los pueblos eslavos del
sur. El mismo hilo conductor de “civilizados” contra “bárbaros” sirve de argumento a
Engels para su apoyo a la guerra de Alemania por la anexión de Schleswig frente a
Dinamarca en 1848.
15
Marx K. y Engels, F., Revolución en España (Prólogo de M. Sacristán). Ariel: Barcelona, 1970, 80.
o la obtención por la fuerza de la separación total, si es necesario, constituyen una
condición previa para la emancipación de la clase obrera inglesa” (los subrayados son
de Marx) 16. En cuanto a la segunda, el mantenimiento de su partición es visto
precisamente el vínculo que siempre vuelve a juntar a la Santa Alianza, y por eso
Polonia es clave para el futuro de la revolución europea. Engels sostendrá en 1882 que
“dos naciones de Europa no sólo tienen el derecho, sino el deber de ser nacionales antes
que internacionales: los irlandeses y los polacos. Justamente éstos son internacionales al
máximo cuando son bien nacionales. Los polacos lo comprendieron en todas las crisis y
lo probaron en todos los campos de batalla revolucionarios”. 17
Vemos, por consiguiente, que hay una visión relativamente flexible de las guerras y los
conflictos que van surgiendo, reveladora de que su internacionalismo no es indiferente a
los problemas que se ventilan en cada uno de ellos y a su valoración de cuál de los
actores principales contribuye a avanzar “por el lado bueno de la historia”; pero ese
enfoque se halla condicionado por la distinción heredada de Hegel entre naciones con o
sin historia, o “revolucionarias” y “contrarrevolucionarias”, que iría cada vez entrando
en mayores contradicciones, como sucedía con el caso irlandés, ya que, como recuerda
Rosdolsky, se trataba de un “pueblo” que “durante la gran revolución inglesa actuó tan
contrarrevolucionariamente como los gaélicos escoceses y, por consiguiente (según la
tesis engelsiana), habría debido de seguir siendo contrarrevolucionario hasta el fin de su
vida...” 18
16
Marx, K. y Engels, F., Imperio y colonia. Escritos sobre Irlanda. Pasado y Presente: Buenos Aires,
1979, 199.
17
Marx y Engels, op. cit., 344.
18
Rosdolsky, R., op. cit., 105.
19
Schram, S. y Carrère d’Encausse, H., El marxismo y Asia. Siglo XXI: Buenos Aires, 1975, 17.
exageradas esperanzas en las revueltas que se producen en China a mediados del siglo
XIX 20; o su apoyo a las primeras protestas en Argelia contra la colonización francesa;
en cambio, no tendrán reparos en apoyar la anexión de territorios mexicanos por
Estados Unidos, cayendo además en este caso en errores históricos graves 21.
Sin embargo, la guerra franco-prusiana de 1870-71 vuelve a poner a prueba los criterios
antes expuestos y su optimismo histórico. En un primer momento, Marx y Engels se ven
obligados a aceptar la existencia de una causa justificada por parte de su país, ya que
éste “se había visto arrastrado por Napoleón a una guerra en la que se ventilaba su
existencia nacional”. Ese punto de vista es asumido por la AIT en el Manifiesto del
Consejo General de julio de 1870, redactado por el propio Marx. En él, pese a ello, se
denuncia la corresponsabilidad que en su desencadenamiento tiene el canciller Bismarck
y se manifiesta, una vez más, el temor a que se aproveche de ese conflicto el zarismo
ruso. Por eso, sostiene Marx, la tarea de la clase obrera alemana consiste en hacer todo
lo posible para evitar que la guerra degenere en un conflicto contra el pueblo francés y
en oponerse a cualquier alianza del canciller con el zarismo ruso. Aplican, por tanto, el
criterio de apoyar una guerra que consideran “defensiva” pero al mismo tiempo
propugnan la necesaria actividad internacionalista de la AIT que, efectivamente, llevan
20
Marx llega a afirmar en 1853, ante el eco de la rebelión china, que “se puede augurar sin temor que la
revolución china echará la chispa en la mina, presta a estallar, del presente sistema industrial y
desencadenará la crisis general que hace tiempo se venía acumulando, la cual, cuando se propague al
extranjero, será seguida inmediatamente de revoluciones políticas en el continente”. Marx. K., Sobre el
colonialismo. Pasado y Presente: Córdoba, 1973, 7-9.
21
Como también recuerda Rosdolsky, “los inmigrantes de los Estados Unidos que en 1836 se alzaron en
Texas contra México eran plantadores y propietarios de esclavos negros, y la principalísima razón de su
alzamiento consistió en que en México había sido abolida la trata de esclavos en 1829...(Por la misma
razón la anexión de Texas en 1845 pudo imponerse también en el Congreso norteamericano)”. Op. cit.,
139.
a cabo luego mediante un intercambio de mensajes de paz entre obreros franceses y
alemanes; esta iniciativa revela, además, a los ojos de Marx, que “está surgiendo una
sociedad nueva, cuyo principio de política internacional será la paz porque el
gobernante nacional será el mismo en todos los países: el trabajo” 22.
La visión de las guerras nacionales como mera “añagaza de los gobiernos destinada a
aplazar la lucha de clases”, aun siendo una de las razones por las que actúan éstos, se
mostrará no obstante insuficiente para entender los conflictos interimperialistas en los
que irán entrando las grandes potencias y que estallarán en 1914. Pero sí hay un aspecto
que conviene subrayar ahora: el precedente de la actividad internacionalista de la AIT
durante esa guerra les permite explicar los límites que cabe establecer a las formas
nacionales de la lucha obrera. La Crítica del programa de Gotha, escrita por Marx en
1875, viene precisamente a alertar a la socialdemocracia alemana ante la confusión
existente en sus filas respecto a la actitud a mantener ante el Estado nacional. Según
Marx, no hay que olvidar cuál es la situación del Imperio alemán dentro del mercado
mundial y del sistema de estados que se está conformando; todo ello obliga a definir
mejor las funciones internacionales de la clase obrera alemana, completamente ausentes,
en su opinión, del programa en cuestión: así, frente a la fórmula que en él aparece de
buscar “la fraternización internacional de los pueblos”, propone promover “la
22
Marx, C. y Engels, F., La Guerra Civil en Francia, Obras Escogidas. Progreso: Moscú, 1981, Tomo II,
205.
23
Op. cit., 254.
fraternidad internacional de las clases obreras en su lucha común contra las clases
dominantes y sus gobiernos”, queriendo así evitar toda ambigüedad sobre la necesidad
de la independencia política del movimiento obrero internacional.
24
Engels, F., Anti-Dühring, 164.
25
Engels, F., Introducción al folleto de Borkheim “En memoria de los furibundos patriotas de 1806-
1807”, Temas militares. Akal: Madrid, 1978, 286.
Esa especulación sobre las hipotéticas consecuencias de una guerra europea no
modifica, sin embargo, la confianza en una pronta revolución social que estallaría fuera
cual fuera el resultado de la misma. Así, en el mismo escrito citado antes, dirigiéndose a
los “señores reyes y hombres de estado”, les asegura: “si desencadenáis las fuerzas que
no podréis después dominar, cualquiera que sea la forma que adopten los
acontecimientos, al final de la tragedia quedaréis convertidos en una ruina, y la victoria
del proletariado ya habrá sido conquistada o, de todos modos, será inevitable”.
26
Marx, K. y Engels, F., Escritos sobre Rusia. I. Historia diplomática secreta del siglo XVIII. Pasado y
Presente: Buenos Aires, 1980, 191.
por todos los gobiernos del servicio militar activo hasta iniciativas de desarme por parte
de algún gobierno, en concreto, del alemán. 27
Pero ese temor a una guerra europea no cambia la conclusión que Engels había extraído
junto con Marx del resultado de la Guerra de Secesión norteamericana: frente a la
amenaza del movimiento obrero y dejando aparte la utilidad económica para el
capitalismo de la carrera armamentista, no ve ya otro interés en éste y en los Estados
que el de desviar a la clase obrera de su lucha.
En efecto, la Liga Internacional por la Paz y la Libertad es heredera de los más antiguos
proyectos de “paz perpetua” que han ido apareciendo a lo largo de la historia y que
basan sus principales esperanzas en el logro de una federación de los pueblos europeos.
Aspira, además, a agrupar en su seno a todas las corrientes de progreso que existen en
Europa a mediados del siglo XIX. Por eso la AIT es invitada a participar en el Congreso
que celebra la Liga en 1867.
27
Si esa iniciativa fuera tomada por Alemania, ésta “aparecería como impulsora de la paz sin ningún
lugar a dudas. Se declararía a ir por delante en el camino del rearme, como corresponde por derecho al
país que dio la señal de salida de la carrera del rearme” (Engels, F., Kann Europe abrüsten?, Marx-Engels
Werke. Dietz Verlag: Berlín, 1977, Vol. 22, 371.
clase obrera de los diferentes países tiene que hacer finalmente imposibles las guerras
entre naciones. Si los promotores del Congreso por la Paz en Ginebra hubieran
comprendido el problema, habrían debido afiliarse a la Asociación Internacional.
El aumento actual de los grandes ejércitos europeos ha sido provocado por la
revolución de 1848; los grandes ejércitos permanentes son el resultado necesario de la
situación actual de la sociedad. No son mantenidos para hacer la guerra en el exterior
sino para mantener sometida a la clase obrera. Pero, como no siempre hay barricadas
que bombardear y trabajadores a los que ametrallar, es a veces posible fomentar
querellas internacionales para mantener a los soldados en buena forma. Sin duda, el
partido de la paz a cualquier precio se mostrará muy fuerte en el Congreso. Ese partido
dejaría gustosamente a Rusia sola en posesión de los medios para hacer la guerra al
resto de Europa, cuando la existencia misma de una potencia como Rusia bastaría para
que todos los demás países mantuvieran intactos sus ejércitos” 28.
Esas son las razones que impiden una colaboración con el pacifismo liberal, en opinión
de Marx. Pero su posición es minoritaria dentro de la AIT, la cual decide acudir a la
reunión de la Liga a condición de que ésta se comprometa a asumir la voluntad de
transformación de la sociedad como garantía de paz. Sin embargo, ese intento de
acercamiento no tiene éxito, como tampoco lo logra Bakunin en el siguiente Congreso
de la Liga cuando solicita a ésta que acepte una declaración que sostenga que “sin la
justicia, la libertad y la paz no son realizables”.
28
Procès-Verbaux du Conseil Génèral , Le Conseil Génèral de la Première Internationale. Progrès :
Moscú, 1973, 125-126.
Pero desde mediados del siglo XIX otro tipo de pacifismo, el que tiene un contenido
social, se va abriendo camino dentro de la AIT y, más tarde, en la Segunda
Internacional. Los debates en el Congreso de 1868 son ya un buen ejemplo: la
aprobación de una resolución que propone la convocatoria de una Huelga General en
caso de guerra entre Estados europeos (“recomienda sobre todo a los trabajadores que
dejen todo trabajo cuando llegue a estallar una guerra en sus respectivos países” y
asegura que “cuenta mucho con el espíritu de solidaridad que anima a los trabajadores
de todos los países para esperar que no faltará su apoyo en esta guerra de los pueblos
contra la guerra”) “es una muestra de que un nuevo antimilitarismo está surgiendo en el
movimiento obrero. Con esta corriente también Marx y Engels tienen fuertes polémicas:
el problema de la determinación de las causas de las guerras en el capitalismo, la
confianza o no en la educación y la objeción al servicio militar como medios para luchar
contra las guerras, así como los debates sobre la conveniencia o no de la huelga general
son cuestiones controvertidas sobre las que no llegan a ponerse de acuerdo.
29
Pastor, J., El antimilitarismo en los orígenes del movimiento obrero. Domela Niewenhuis,
Archipiélago, 7, 1991.
Se iría confirmando así la tendencia al predominio de un “fatalismo optimista”,
representado principalmente por Kautsky, que no llegará a verse contrarrestado por las
diferentes posiciones que en los siguientes Congresos de la Segunda Internacional irán
defendiendo Karl Libeknecht y Rosa Luxemburg en Alemania, Jean Jaurès en Francia o
Lenin y Trotsky en Rusia, todas ellas alertando sobre al carácter imperialista de la
guerra que se acerca e insistiendo en la necesidad de una movilización para impedirla.
Esta tesis fue extraída con mayor fundamentación tras la experiencia de la derrota de la
Comuna de París en 1871 cuando Marx ve confirmado en La Guerra Civil en Francia
su análisis de la naturaleza de clase del Estado y defiende la necesidad, por tanto, de
destruirlo para emprender el camino hacia una sociedad en clases en cuyo marco el
nuevo Estado-Comuna fuera extinguiéndose. Engels sostiene también, en un escrito
publicado dos años después, que “una revolución es, indudablemente, la cosa más
autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su
voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios
si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que
mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los
reaccionarios” 30. Y en 1878 en Anti-Dühring insiste: “El señor Dühring no sabe una
palabra de que la violencia desempeña también otro papel en la historia, un papel
30
Marx, C. y Engels, F., Obras escogidas. Progreso: Moscú, 1977, Tomo II, 400.
revolucionario; de que, según la palabra de Marx, es la comadrona de toda vieja
sociedad que anda grávida de otra nueva; de que es el instrumento con el cual el
movimiento social se impone y rompe formas políticas enrigidecidas y muertas” 31.
La importancia que daba a la dimensión práctica militar llevó incluso al propio Engels a
dedicarse muy tempranamente a esos asuntos, movido por el convencimiento de que,
como escribió a Marx en 1851, “no puedo hacer nada mejor que proseguir mis estudios
militares hasta que al menos uno de los civiles pueda estar a la cabeza de ellos (los
militares) en la teoría” 32. Esto se reflejaría en su estudio de los pensadores militares
clásicos y de su tiempo, destacando entre ellos Clausewitz, en su implicación personal
en la revolución alemana de 1848-1849 y hasta en su elaboración a fines de 1870 de un
plan para el pueblo parisino que le permitiera rechazar la invasión alemana 33; no en
vano sería apodado “el general” por sus amigos. Marx tampoco le fue a la zaga, siendo
buena prueba de ello sus escritos sobre “España revolucionaria” en 1854 y “Revolución
en España” en 1856, en donde encontramos amplios comentarios sobre la cuestión
militar y las distintas etapas de la guerrilla 34.
Sus tesis sobre la necesidad de la revolución como un acto de fuerza –ya que ésta es la
que puede decidir cuando se enfrentan derechos formalmente iguales- no les impedían
valorar los avances que se estaban produciendo a medida que se iba extendiendo el
sufragio universal, o reconocer las posibilidades que se abrían con los nuevos regímenes
parlamentarios, como manifestarían expresamente en relación con Gran Bretaña o como
comprobaría especialmente Engels en el caso alemán ante el ascenso electoral de la
socialdemocracia alemana. Precisamente éste escribiría en 1895 un prólogo a la obra de
Marx Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 que sería especialmente
controvertido. En esa introducción observa cómo “las instituciones estatales en las que
se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían nuevas posibilidades a la clase
obrera para luchar contra estas mismas instituciones” y cómo los viejos métodos de
lucha callejera de 1848 habían entrado en crisis frente a los distintos cambios que se
31
Engels, F., Anti-Dühring, 177.
32
Correspondance Karl Marx-Friedrich Engels. A. Costes: París, 1948, 123-124. Citado por Clemente
Ancona en VV.AA., Clausewitz en el pensamiento marxista. Pasado y Presente: México, 1979, 11.
33
Gustav Mayer recuerda que en sus papeles póstumos se encontró un borrador de dicho plan (Friedrich
Engels. Biografía. FCE: México, 1979, 560).
34
Existe ya una antología reciente de los trabajos de Marx y Engels en castellano en Escritos sobre
España (estudio preliminar de Pedro Ribas). Trotta: Madrid, 1998.
estaban dando en la configuración de las ciudades y de los ejércitos: “La época de los
ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la
cabeza de las masas inconscientes ha pasado. Allí donde se trate de una transformación
completa de la organización social tienen que intervenir directamente las masas, tienen
que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su
vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las
masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta
labor es la que estamos haciendo ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a
sus adversarios”. Tras poner ejemplos de ese “éxito” en distintos países precisa, sin
embargo: “Huelga decir que no por ello nuestros camaradas extranjeros renuncian, ni
mucho menos, a su derecho a la revolución. No en vano el derecho a la revolución es el
único ‘derecho’ realmente ‘histórico’, el único derecho en que descansan todos los
Estados modernos sin excepción...” (subrayado en el original) 35.
35
C. Marx y F. Engels, Obras escogidas. Progreso: Moscú, 1977, 201-205.
36
Carta de Engels a Paul Lafargue, 3 de abril de 1895, Correspondance Engels-Paul et Laura Lafargue.
Editions Sociales, París, 1959, Tomo III, 404.
37
Gustafsson, Bo, Marxismo y revisionismo. Grijalbo: Barcelona, 1975, 85.
5. Algunas conclusiones
Del recorrido que hemos hecho a lo largo de las reflexiones y las sucesivas tomas de
posición de Marx y Engels sobre los principales problemas de su tiempo se puede
encontrar un hilo conductor: el de la progresiva elaboración de una concepción
materialista de la historia y de los Estados que recuerda los orígenes violentos del
capitalismo y, a la vez, manifiesta su convicción de la necesidad –y la posibilidad- de la
revolución, a medida que el desarrollo de las fuerzas de producción entre en
contradicción con las relaciones capitalistas de producción, como único camino para
acabar con las guerras. En ese sentido, la violencia aparece como “partera de la historia”
y como el medio con el cual el nuevo movimiento obrero también tiene que contar para
sentar las bases de una nueva sociedad.
Pero su distinción de origen hegeliano entre naciones “con historia” y “sin historia”,
entre “civilizadas” y “bárbaras” y su visión progresista del proceso de construcción de
grandes Estados nacionales “civilizados” como el marco más adecuado para el avance
de la clase trabajadora aparecen también como un criterio táctico fundamental a la hora
de tomar posición respecto a las guerras y conflictos que van surgiendo entre los
distintos Estados y pueblos.
38
Engels a Marx, 24 de octubre de 1869, Imperio y Colonia. Escritos sobre Irlanda, 174.
Su concepción de la “guerra justa” aspira a ir articulando así lo nacional y lo
internacional pero siempre aspirando a convertir al movimiento obrero en una nueva
“potencia” independiente de los gobiernos y los Estados, como hemos podido ver en los
debates suscitados dentro de la AIT y, luego, la Segunda Internacional. No obstante,
para ellos la lucha por la paz tiene que ir dirigida contra el capitalismo como tal y, por
tanto, estar subordinada a la lucha por la revolución y el socialismo; por eso no ven,
frente a lo que propone la Liga por la Paz y la Libertad, la necesidad de un movimiento
específico por la paz, entendida como mera ausencia de guerras sin denunciar que sus
causas están en el capitalismo. Esta posición será matizada posteriormente por Engels a
medida que se van acelerando los preparativos para una guerra europea, pero siempre
confiando en que la revolución pueda llegar antes de que ésta pueda producirse. Por eso
tampoco él ve la necesidad, frente a posiciones como la de Domela Nieuwenhuis, de
una lucha específica contra la guerra mediante una huelga general; una postura que, sin
embargo, se verá rectificada en el Congreso de Stuttgart de la Segunda Internacional en
1907 39.
39
He desarrollado un análisis de los posteriores debates dentro de la Segunda y la Tercera Internacional
sobre estas materias en el capítulo IV de Guerra, paz y sistema de Estados. Ediciones Libertarias:
Madrid, 1990.
40
Coincido con F. Fernández Buey cuando resume el punto de vista “clasista” que se podría desprender
del cuerpo teórico fundamental marxista afirmando que “cuando se dice que la violencia es la comadrona
de la historia conviene precisar: lo es en aquellas sociedades que están preñadas ya de lo nuevo, que
llevan en su seno un nuevo mundo; si no hay preñez, el discurso teórico y la discusión sobre la violencia
social salen sobrando. Y en todo caso, el reconocimiento del papel de la violencia en la historia no
incluye, para esta concepción, la justificación de la violencia individual con fines políticos, ni lo que se
puede llamar ‘terrorismo’ individual, ni la justificación de la pena de muerte, ni tampoco la justificación
en abstracto de las guerras” (Etica y Filosofía Política. Bellaterra: Barcelona, 2000, 164.
Bibliografía básica
Marx, K. , “La llamada acumulación originaria” (capítulo XXIV del Libro Primero de
El Capital; se recomienda la versión de la 17ª edición de 1998 de Siglo XXI, México).
Engels, F., “La teoría de la violencia y el poder”, en Anti-Dühring (se recomienda la
versión española de Manuel Sacristán editada por Grijalbo, México, 1968, pp. 151-
179).
Engels, F., Introducción para la edición de 1895 a Las luchas de clases en Francia de
1848 a 1850, Obras escogidas, Tomo I. Progreso: Moscú, 1981.
Gallie, W.B., “Marx y Engels: la revolución y la guerra”, cap. IV de Filósofos de la paz
y de la guerra. FCE: México, 1980.
Bibliografía recomendada