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Un corazón anhelante - Nuestro deseo de Dios

1.1 Lo queremos todo

"Nuestros corazones están inquietos", escribió San Agustín, y esta verdad permanece
como algo fundamental a la condición humana. La inquietud humana, el deseo
humano, el anhelo humano - ninguno de ellos parece que nunca será final y
completamente satisfecho. Podemos ver expresada la inquietud humana en la imagen
de un bebé que comienza a gatear y a explorar su entorno; el viaje de los primeros
carmelitas que dejaron sus casas para congregarse en un valle del Monte Carmelo fue
movido por este mismo deseo. Somos verdaderamente peregrinos.

Nosotros los humanos nunca tenemos suficiente porque al igual que Santa Teresa de
Lisieux lo queremos todo. Y no descansaremos hasta conseguirlo. La tradición
carmelita reconoce esta hambre del corazón humano y dice que estamos hechos de
esa manera. Estamos hechos para buscar y explorar, anhelar y sufrir hasta que el
corazón finalmente encuentre algo o alguien que pueda armonizar o estar a tono con la
profundidad de su deseo, hasta que el corazón pueda encontrar suficiente alimento
para satisfacer su hambre. Llamamos a este alimento, a esta realización, a esta meta
del deseo humano, Dios. Durante ochocientos años los carmelitas han estado
intencionadamente persiguiendo esta realización misteriosa y difícil de encontrar.
"Deseaba vivir", escribió Santa Teresa de Ávila, "y no había quien me diese vida..."[1]

Creemos, aunque lo digamos o no, que todo ser humano está en esta búsqueda.
Podemos asumir esto: que cada estudiante de nuestro colegio, cada miembro de
nuestra parroquia, cada peregrino a nuestro santuario, cada candidato en nuestro
seminario está abierto al misterio trascendente al que llamamos Dios. Por algún tiempo
el deseo puede ser negado, el hambre temporalmente satisfecha, el anhelo ahogado,
aturdido, debilitado. Pero sabemos que está ahí y que de un momento a otro
aparecerá. Nuestra tradición tiene la fuerza, el lenguaje, las imágenes que nos ayudan
a, iluminar lo que la gente está experimentando en lo profundo de su ser.

La tradición carmelita intenta darle nombre a esta hambre, darle palabras al deseo, y
expresar que el final del viaje está en Dios. El corazón humano siempre necesitará esta
clarificación de sus deseos. El Carmelo siempre ha deseado lo mismo y está dispuesto
a caminar y acompañar aquellos con los que se encuentre en este camino. No
podemos satisfacer su hambre, pero podemos ayudarles a encontrar palabras para ella
y saber hacia dónde apunta. Lo hemos hecho en el arte, en la poesía y en la canción,
en la consejería y en la enseñanza, en la simple escucha y comprensión. Y podemos
advertirle a la gente que al final las palabras fallan y sólo queda el deseo en sí mismo.

Un autor contemporáneo dice que el problema serio de la espiritualidad de hoy día es


la ingenuidad acerca del deseo o de la energía que nos mueve. Nuestro anhelo
espiritual dado por Dios, que puede expresarse de diversas maneras, incluyendo la
energía creadora, erótica, es peligroso para nosotros si no se maneja con cuidado.
Somos muy ingenuos acerca de este profundo deseo nuestro y no estamos muy
atentos a su peligro. Sin una actitud de reverencia hacia esta energía y a los modos de
acceder a ella y manteniéndola contenida, muchos adultos se mueven entre la
alienación de este fuego y por tanto viven en depresión, o se permiten ser consumidos
por él y viven en un estado de inflación.
Depresión en este sentido significa la incapacidad de disfrutar de la vida como un niño,
de sentir el verdadero gozo. La inflación se refiere a nuestra tendencia, a ratos, a
identificarnos con este fuego, con este poder de los dioses. "...Estamos tan llenos de
nosotros mismos que somos una amenaza para nuestras familias, amigos,
comunidades y para nosotros mismos." Incapaces de manejar esta energía o nos
sentimos muertos interiormente o por el contrario somos hiper-activos e inquietos. "La
espiritualidad trata sobre las maneras en que podemos acceder a esa energía y de
cómo podemos contenerla."[2]

1.2 Deseos de los Carmelitas

Este dilema encontrará su comprensión en los santos del Carmelo. En el encuentro con
esa llama profunda los santos se dejaron abrasar y purificar por ella. Teresa de Ávila la
entiende como el agua que Jesús ofreció a la samaritana. Más fuego que agua, esta
llama inflama el deseo. "Mas ¡con qué sed se desea tener esta sed!"[3] Juan de la Cruz
comienza su poema del Cántico Espiritual con una queja: "¿Adonde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras
ti clamando y eras ido."[4] Juan de la Cruz comprende nuestra humanidad como el
despertar en medio de una historia de amor. Alguien ha tocado nuestros corazones
hiriéndolos y haciéndolos penar por esa realización. ¿Quién nos ha hecho esto y
adónde se ha ido? Estas preguntas persiguen a cada ser humano a lo largo de su viaje
e impulsan cada paso desde el gateo del bebé a la peregrinación del Papa a Tierra
Santa incluyendo todo el esfuerzo humano que se da en medio de todo esto.

Juan de la Cruz dice que nuestros deseos son como niños. Les prestamos atención y se
calman por algún tiempo. Pero muy pronto se despiertan y rompen con sus ruidos la
paz del hogar. O, también nuestros deseos son como un día largamente deseado de
estar con el amado; pero ese día resulta ser una gran desilusión. Nuestra humanidad
tiene un hambre que sólo Dios puede satisfacer.

Teresa de Lisieux encontró sus deseos profundos contenidos bajo la imagen del cielo:
el cielo como el Domingo sin ocaso, el retiro eterno, la ribera eterna. La ribera
eterna es una expresión particularmente evocadora del anhelo de su corazón. Ella lo
quería todo en la vida, y esta imagen es expresión de todos sus deseos. Pero no hay
imagen o concepto que pueda expresar sus anhelos:Siento cuán impotente soy para
expresar en lenguaje humano los secretos del cielo, y después de escribir página tras
página encuentro que aún no he comenzado. Hay tantos horizontes diferentes, tantos
matices de infinita variedad... (SS. 189).

Salimos al encuentro de esto o de aquello seducidos por una promesa de realización,


pero para ser decepcionados una y otra vez. Usando la imagen de Teresita llegamos a
muchas riberas, pero no nos damos cuenta de que no es la ribera eterna.

El espíritu y la sique habitan en la misma región de la mente. El espíritu es ese


dinamismo que hay en nosotros que nos impulsa a la plenitud del ser, a conocerlo
todo, a amarlo todo, a ser uno con todos. La sique expresa estos deseos con imágenes
primordiales sacadas del cuerpo y del mundo. La sique conecta los órganos del cuerpo
con su arraigo en el cosmos, con la trascendencia del espíritu y su anhelo de plenitud.
Nuestras imágenes esperanzadoras, tal como "la ribera eterna", son expresión tanto de
la sique como del espíritu.
Las imágenes de la sique son agitadas por los anhelos del espíritu. Ellas pueden mover
y expresar nuestras ansias de paz y de justicia, nos pueden abrir a un profundo
arrepentimiento, pueden arrojar luz sobre nuestra existencia e iluminar nuestro
camino, pueden proveernos escenarios esperanzadores sobre nuestro futuro después
de esta vida, como hizo Teresa de Lisieux. Pero ninguna de ellas es suficiente para
expresar final y completamente nuestros deseos más profundos, sobre todo el deseo
de que somos. Nuestro anhelo profundo de conocer y amar, de ser uno con todo lo que
es, nunca será realizado. Nuestras hambres profundas nunca encuentran suficiente
alimento en esta vida. Expresamos nuestras necesidades, pero, ¿qué queremos en
realidad?

El teólogo Bernard Lonergan creía que si nosotros seguimos el sendero de nuestros


deseos profundos, expresándolos en verdad, enfrentándonos a ellos, y respondiendo a
su llamada en nuestras vidas, de esa manera podríamos experimentar conversiones.
Nuestras necesidades y nuestros deseos se purificarán en la medida en que deseemos
lo que Dios desea hasta adecuarlo con nuestro deseo.

¿Qué desean los hombres y mujeres de nuestras parroquias, de nuestras casas de


retiro, de nuestras consejerías? ¡Todo! Contad con ello y dádselo. Nos decimos a
nosotros mismos y les decimos a ellos que el hambre dentro de nosotros es tan
profunda y poderosa que, reconocida o no, sólo Dios es el alimento que la puede
saciar. Cuando Jesús predicó el Reino de Dios presente y venidero se refería
precisamente a los deseos profundos, al santo anhelo que anidaba en el corazón de
sus oyentes.

El 24 de marzo de 2000 se celebró el vigésimo aniversario del asesinato del Arzobispo


Oscar Romero en El Salvador. Fue asesinado durante la celebración de la Eucaristía en
una capilla carmelita. Mientras celebraba los funerales de aquellos que habían sido
asesinados por los poderosos y leía los nombres de los desaparecidos se dio cuenta
que era su deber prestarle su voz a los sin voz. Y así se produce su conversión, de ser
un clérigo tradicional, profesional y piadoso se convierte en un pastor valiente y
defensor de su pueblo. Se dio a la tarea de denunciar los anhelos oprimidos del pueblo
y así con su presencia valerosa darle vida al anhelo santo que vio reflejado en las caras
de la gente del pueblo salvadoreño.

Escuchar a las personas, expresar su anhelo profundo y ayudarles a ponerle palabras a


ese anhelo, es parte del ministerio carmelita. Los primeros carmelitas establecieron en
su pequeño valle las condiciones que pondrían orden a sus múltiples deseos. Cada uno
habitaba en una celda y éstas rodeaban la capilla en la que recordaban diariamente el
deseo de Dios para ellos. Teresa de Ávila fundó comunidades de clausura en las que
las monjas pudieran abrirse completamente a la fuerza de sus deseos en una amistad
afectuosa con el Señor y entre ellas. Ella las animó a que se dejaran seducir por la
atracción de sus profundidades mientras sus deseos fragmentados iban encontrando
sanción y reorientación. Tanto ella como Teresa de Lisieux creían firmemente que si
Dios nos había dado esos anhelos Él mismo los llevaría a su plenitud.

1.3 Resumen

La tradición carmelita reconoce que hay un hambre de Dios muy profunda en el


corazón del hombre. Este anhelo y esta ansia nos impulsan a lo largo de toda nuestra
vida mientras buscamos la realización del deseo de nuestro corazón. Esta corriente
profunda de deseo en nuestras vidas es el resultado de que Dios nos ha deseado
primero. Dios, el primer contemplativo, nos miró y nos hizo encantadores y atractivos
para Él. La tradición carmelita no habla del aniquilamiento del deseo, pero sí de
la transformación de los deseos para que más y más deseemos lo que Dios desea en
esa consonancia del deseo. Como Teresa de Ávila dijo simplemente, Yo quiero lo que
Tú quieres.

1.4 Preguntas para la reflexión

1. ¿Cómo experimento este anhelo, esta ansia, esta hambre que finalmente es de
Dios? ¿Estoy consciente de esa inquietud fundamental? ¿Encuentro un lugar en
mi vida en que este anhelo se esté expresando?
2. ¿Qué me produce gozo y placer profundo? ¿En qué momento me siento más
creativo y más vivo? ¿Trato de rechazar, ignorar, suprimir el fuego dentro de mi
o intento buscar formas de honrarlo?
3. ¿Cómo expreso mis anhelos más profundos? ¿Qué actividades los incluyen y me
dejan anhelando su realización profunda?
4. ¿Cómo la gente con la que trabajo expresa sus anhelos y deseos profundos del
corazón? ¿Cómo yo, junto con ellos, encuentro el lenguaje para este anhelo y lo
celebro como un don que apunta hacia Dios?

2. Un corazón esclavizado - El culto al falso dios

2.1 Conviviendo con los ídolos

Un segundo tema perenne en la espiritualidad del Carmelo es la necesidad de decidir a


qué Dios seguir. Nuestra tradición nació en el Monte Carmelo, el lugar de la lucha entre
los seguidores de Yahvé y los seguidores de Baal. Elías exhortó al pueblo a estar
seguro de su elección por el verdadero Dios. Tanto la comunidad carmelita como cada
individuo carmelita han tenido que luchar continuamente contra las fuerzas de la
desintegración y la fragmentación que ha traído el interés por los ídolos.

Nicolás Gálico en su carta a toda la Orden titulada Ignea Saggita,acusó a los miembros
de perder el camino mientras iban migrando del desierto a la ciudad y se iban
acostumbrando a sus alicientes. Les acusó de seguir sus propios deseos desordenados
so capa de un ministerio necesario. Las reformas de Albi, Mantua, Juan Soret, Teresa
de Ávila y Turena continuamente les recordaban a los carmelitas que debían tener un
sólo Dios, y a servir a ese Dios con todo el corazón.

Los santos de nuestra tradición sabían cuán difícil es encontrar y seguir a ese Dios
verdadero y distinguirlo entre los falsos dioses que se nos ofrecen. Esta Presencia en lo
profundo de nuestras vidas la encontramos en el mundo alrededor nuestro. En
el Cántico Espiritual Juan de la Cruz dice: "Y todos cuantos vagan de ti me van mil
gracias refiriendo..."[5] Teresa de Ávila aconsejó: "Dejad que las creaturas os hablen
de su creador."

En nuestra exuberancia le pedimos a la creación de Dios que sea más de lo que es.
Con regularidad ponemos los deseos de nuestros corazones en alguna parte de la
creación de Dios y le pedimos que sea la realización de aquello que buscamos. Le
pedimos a alguna parte de la creación que sea increada. Tomamos un bien y le
pedimos que se convierta en un dios.
El corazón, cansado de su continuo peregrinaje, busca asentarse y construirse una
casa negándose a seguir adelante. Convive con los dioses menores, encontrando gozo,
paz, identidad, seguridad y otros alivios a sus deseos. Este consuelo temporal
enmascara un problema espiritual y también un problema de desarrollo humano. Juan
de la Cruz estaba convencido que cuando la persona se centra en algo o en alguien
que no es Dios, la personalidad se vuelve disfuncional.

Estas "ataduras" crean una situación de muerte. A cualquier cosa o persona que quiera
pedirle que sea mi dios, y que realice mis deseos más profundos no puede resistir esta
expectativa. El ídolo comenzará a derrumbarse bajo esta presión y yo le pido que sea
mi "todo". Y porque no podemos crecer más allá de nuestros dioses, un dios menor
significa un ser humano menor. En consecuencia, aquello a lo que estoy "atado" se
muere ante mi necesidad, y yo me muero junto con ello porque mis deseos más
profundos no pueden encontrar nada ni nadie que pueda estar a tono con su
intensidad.

El dinamismo auto-trascendente de nuestra humanidad nos impide declarar que hemos


"llegado" al final del viaje. Afirmar una victoria prematura mientras estamos apegados
a los ídolos es enfrascarse en una inauténtica auto-trascendencia. En otras palabras, el
corazón ya no es libre para escuchar y seguir la invitación del Amado. Esta esclavitud
del corazón es el resultado del deseo desordenado. La solución está en la liberación del
corazón que no se consigue aniquilando el deseo sino reorientándolo.

2.2 Relación desordenada

Cuando nuestra tradición habla sobre las ataduras, esto no significa que la relación con
el mundo sea un problema. Ciertamente, algunas veces el mundo es un problema.
Pero tenemos que relacionarnos con el único mundo que tenemos. La relación con el
mundo no es el problema fundamental de la atadura; es cómo nos relacionamos con él
lo que se convierte en el problema. Nuestros santos hablan a personas adultas cuyos
corazones han sido esclavizados por alguien o por alguna cosa que ha ocupado el lugar
de Dios. No es necesariamente la persona o la cosa el problema, pero sí la manera en
que nos relacionamos con ellos, la manera desordenada en que expresamos nuestro
deseo o anhelo.

Es inmaterial si el ídolo es valioso o no. La relación es el factor crítico. Un incidente en


la vida de Juan de la Cruz puede ser ilustrativo. Uno de los frailes de Juan tenía una
sencilla cruz hecha de palma. Juan se la quitó. El fraile tenía poco más, y la cruz
ciertamente no era valiosa, pero Juan discernió que el fraile estaba apegado a esa cruz
de una manera desordenada. Se había convertido en algo no-negociable indicando que
la relación del fraile con ella era desviada.

Juan observó que aunque el pájaro esté atado por una cuerda o por un hilo fino, aún
está atado. El corazón está esclavizado por sus ídolos y ya no es libre para escuchar la
invitación del Amado. Juan identifica a una persona encaprichada con los ídolos con
una persona pobremente sintonizada con Dios. Juan estaba convencido que una
persona se convierte en aquello que ama. Este falso dios fomentará un falso ser.

Es importante enfatizar que la tradición carmelita no es partidaria del abandono del


mundo. Pero sí es partidaria de una correcta relación con el mundo creado por Dios.
Sin interpretación se podría entender que el Carmelo está diciendo que envolverse con
el mundo es un obstáculo para la relación con Dios. Por el contrario, es en el mundo
creado por Dios donde nos encontramos con Él.

La tradición carmelita se dirige aquellos cuyos corazones se han ido al mundo


buscando su realización y se han dispersado y dividido en esa búsqueda. Esto ocurre
cuando el cristiano pone los deseos del corazón en las posesiones y en las relaciones
que no pueden llenar la intensidad de esos deseos entonces comienza a experimentar
una parálisis en su vida. Esta es una situación deteriorante. Este mundo al que el
cristiano está tratando de agarrarse frenéticamente le está exprimiendo la vida a
través de las expectativas. Y el cristiano se ajusta a los ídolos, y no se transforma en
Dios.

Un tema de nuestros días que se relaciona con el tema tradicional de la atadura es la


adicción. Nos damos cuenta que todos, de un modo u otro, somos adictos, y que sólo
la gracia de Dios puede liberarnos de nuestras adicciones. Uno puede ser adicto a
cosas obviamente destructivas, pero uno puede ser también adicto a la iglesia, adicto
al Papa, adicto a las prácticas religiosas, aún adicto al Carmelo y adicto a Dios pero a
ese Dios creado por nosotros.

En otras palabras, podemos pedirle a una parte de la creación de Dios que sea
increada, para que se convierta en el alimento de nuestras hambres profundas como
individuos y como pueblo. Estamos pidiéndole a la creación aquello que sólo Dios
puede darnos. Nuestra tradición insiste en que nada, ninguna parte de la creación
puede sustituir a Dios. Sólo aquel que es nada (ninguna cosa y a la vez todo) puede
ser suficiente alimento para nuestra hambre.

Cuando Juan de la Cruz dibujó la montaña estilizada para proyectar el viaje de la


transformación dibujó tres caminos que llevan hacia la cumbre de ésta. Los dos
caminos de fuera, uno de los bienes del mundo, el otro de los bienes espirituales,
ninguno llega a la cima. Sólo el camino del medio, el de las nadas, alcanza la cima del
Carmelo. Él explica con textos su enseñanza del dibujo. Las líneas del texto fueron
variaciones del mismo tema, "poseer todo, poseer nada."

El texto explicativo en la parte baja del dibujo nos ayuda a entender la comprensión
básica que tiene Juan del itinerario espiritual. Él está de acuerdo en que estamos
hechos para poseerlo todo, saberlo todo, serlo todo, etc. Pero también entiende que
nunca lo tendremos todo si le pedimos a una parte de la creación que sacie estas
hambres. Su consejo de poseer nada para poseerlo todo es un estímulo para que
nunca pidamos que alguna cosa, (parte de la creación) sea todo. Sólo aquel que es
ninguna cosa puede ser nuestro Todo.

Este ascetismo puede sonar difícil a menos que uno entienda que Juan se está
dirigiendo a hombres y mujeres que han intentado otros caminos en la vida para
encontrar su realización. Sus corazones han salido en busca de aquel que les ama y se
han visto atrapados por la vida y con los corazones rotos y divididos. Los consejos de
Juan son palabras de vida para la gente que se está muriendo por falta de alimento. Le
está señalando el camino de la vida a aquellos peregrinos que lo han perdido.

2.3 Un rol profético

Un escritor sugirió que la vocación carmelita es estar suspendido entre el cielo y la


tierra, sin encontrar apoyo en ninguno de los dos lugares. Esta es una forma dramática
de decir que en el fondo nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra confianza en Dios
tienen que ser su propio apoyo y Dios nos conduce más allá de nuestras hechuras
mundanas y espirituales. Al final de su vida Teresa de Lisieux encontró que la
esperanza de toda su vida por el cielo se burlaba de ella. Juan de la Cruz nos recordó
las observaciones de San Pablo: si ya tenemos aquello que esperamos, ya no es
esperanza; la esperanza está en aquello que no poseemos. La espiritualidad de Juan
de la Cruz ha sido descrita como una continua hermenéutica sobre la naturaleza de
Dios.

¿Acaso esta sospecha que tenemos en cuanto a las intenciones y las construcciones
humanas nos convierte a los carmelitas en unos eternos cascarrabias? ¿O, al contrario,
nos permite hacer una evaluación inteligente del corazón humano y de su tendencia a
crear ídolos? ¿No será esto realmente un ministerio de liberación que nos va liberando
de todas las maneras en que nos esclavizamos y nos entregamos a los ídolos? No es la
crítica carmelita un reto para no apegarnos a nada, para que nada se convierta en el
centro de nuestra vida, mas que el Misterio que la ronda. Y en esa pureza de corazón,
sólo conseguida por la acción del Espíritu de Dios, somos capaces de amar a los otros y
vivir en este mundo sabiamente. El reto carmelita es cooperar con el amor de Dios,
algunas veces oscuro, que nos vivifica y nos sana.

Esta continua escucha para acercarnos a Dios, en medio de todas nuestras palabras y
estructuras que nos hemos construido, es la tarea profética del Carmelo. ¿A qué Dios
seguimos? ¿El dios de nuestras adicciones? ¿El dios de las ideologías o de las teologías
limitadas? ¿Los dioses opresores de los sistemas económicos y políticos? ¿Los dioses
de todos los "ismos" de nuestro tiempo? ¿O es nuestro Dios el Dios que transforma,
sana, libera, vivifica?

El Arzobispo Oscar Romero fue un clérigo tradicional, cuidadoso y estudioso. Era un


buen hombre, reservado, piadoso, orante. Pero su conversión llegó cuando vio otro
rostro de Cristo, un rostro algo diferente del Cristo de su piedad y de su oración, un
rostro algo diferente de su teología, un rostro diferente al Cristo familiar a la jerarquía
de El Salvador. Era el rostro de Cristo en el rostro del pueblo de El Salvador; era el
rostro de Cristo verdaderamente encarnado en la historia y en las luchas del pueblo.
Romero dijo:
Aprendemos a ver el rostro de Cristo - el rostro de Cristo que es también el rostro del
ser humano que sufre, el rostro del crucificado, el rostro del pobre, el rostro del santo
y el rostro de cada persona- y amamos a cada uno con el criterio por el que será
juzgado: "tuve hambre y me diste de comer."[6]

Los ídolos de nuestro tiempo no son solamente los amores personales y las
posesiones, sino especialmente los ídolos del poder, el prestigio, el control y el dominio
que dejan a la mayor parte de la humanidad fuera del banquete de la vida. Romero
comentó: La persona pobre es aquella que se ha convertido a Dios y pone toda su fe
en Él, y la persona rica es aquella que no se ha convertido a Dios y pone su confianza
en los ídolos: dinero, poder, bienes materiales... Nuestro trabajo debe dirigirse hacia
convertirnos a nosotros mismos y a todo el pueblo a este auténtico significado de la
pobreza.[7]

Muchas de nuestras provincias han participado en la confrontación con los ídolos de


nuestro tiempo a través de los movimientos de liberación en muchas zonas del mundo,
que incluyen Filipinas, América Latina, Norte América, Africa, Indonesia y Europa del
Este. Hoy día las diferencias entre el norte y el sur apuntan a los ídolos de los "ismos"
que mantienen a la mayoría del mundo en una condición de marginación.

2.4 Resumen

Las hambres de nuestro corazón nos lanzan al mundo en busca de alimento. De


muchas maneras le preguntamos al mundo, "¿Has visto aquel que le hizo esto a mi
corazón y lo ha dejado penando?" Nuestro corazón se va dispersando sobre la tierra
mientras vamos preguntando a cada persona, a cada posesión y a cada actividad que
nos diga más acerca del Misterio que está en el centro de nuestras vidas.

El alma enamorada de los mensajeros de Dios, los confunde con Dios mismo.
Tomamos las cosas buenas de Dios y les pedimos que sean dios. El corazón, cansado
de su peregrinaje, intenta asentarse y construirse un hogar. Pone sus deseos más
profundos en las relaciones, posesiones, planes, actividades, metas, y le pedimos a
todo esto que sacien nuestras hambres profundas. Les pedimos mucho y como no
pueden resistir nuestras expectativas comienzan a desmoronarse. Una y otra vez los
santos carmelitas nos recuerdan que sólo Dios es el alimento que puede saciar las
hambres de nuestro corazón.

2.5 Preguntas para reflexionar

1. ¿Cuáles son los ídolos, los no-negociables, que se han convertido en parte de
mi vida? ¿Cuáles son esas cosas sin las cuales no puedo continuar? ¿Las estoy
dañando por apegarme muy fuertemente a ellas?
2. ¿Dónde y cómo me he convertido en una persona sin libertad en la vida? ¿Me
siento libre para seguir mis deseos más profundos? ¿Soy libre para escuchar la
llamada que Dios me hace a entrar en su futuro, aunque no me parezca claro?
¿Soy libre para escuchar las necesidades de mi comunidad?
3. ¿He estado inconscientemente construyendo mi propio reino en lugar de estar
preocupado por el reino de Dios? ¿Sin darme cuenta, he quitado a Dios del
centro de mi vida y he puesto en ese centro mis nobles objetivos, mi trabajo
profético, mi comprensión de las exigencias del reino? ¿A lo largo de los años
me he olvidado de preguntar, "¿Qué es lo que Dios quiere?"
4. ¿Las pasiones que me trajeron al Carmelo han sido domesticadas o se han ido
desvaneciendo? ¿Me he convertido en una persona compulsivamente activa,
quizás sintiéndome más como un funcionario de una institución que como un
discípulo del Señor?

Un corazón que escucha - La vida contemplativa

3.1 Dios, siempre presente

Uno de los mensajes más impresionantes de nuestros santos carmelitas ha sido la


comprensión de que Dios nos ha amado primero tal cual somos. Pensando que
buscaban a un Dios ausente y que la vida era la búsqueda de ese Dios, ellos
regresaban de sus esfuerzos testificando que Dios los había estado buscando a todo lo
largo del camino. Que la historia de nuestras vidas no sea la búsqueda de Dios, pero sí
el deseo y la búsqueda de Dios por nosotros. Las hambres de nuestro corazón, el
deseo de que somos, es el resultado de que Dios nos ha deseado y amado primero.
Con el tiempo, nuestra transformación puede ser tan grande que vivamos en una
consonancia del deseo: nuestro deseo humano participando plenamente del deseo de
Dios.

En una ocasión Teresa de Ávila escuchó estas palabras mientras oraba: "Búscate en
mi" Ella le preguntó a muchos de sus amigos y directores en Ávila el significado de
esas palabras; "Búscate en mi" Entre los preguntados estaban Francisco de Salcedo,
un director espiritual laico, su hermano Lorenzo de Cepeda, y Juan de la Cruz. Estos
caballeros se reunieron para discutir sus respuestas pero Teresa no estaba presente.
Por eso decidieron enviarle las respuestas.

Imitando la parquedad académica, practicada en algunas escuelas, Teresa alegremente


decidió encontrar falta a cada respuesta y muy sutilmente se burló de cada una. No
tenemos sus respuestas pero sí tenemos los rechazos de Teresa a esas repuestas. Uno
de los que respondió fue Francisco de Salcedo que con frecuencia citaba a San Pablo y
termina su respuesta diciendo que ha "escrito estupideces". Teresa lo reprende por
considerar las palabras de San Pablo "estupideces". Le dijo que tenía en mente
denunciarlo a la Inquisición.

Juan de la Cruz tuvo que haber respondido que el significado de "Búscate en mi"
requería estar muerto para el mundo para poderse buscar en Dios. Teresa le contestó
con una oración en la que pedía ser librada de gente tan espiritual como Juan de la
Cruz. Además le dijo que su respuesta era buena para los miembros de la Compañía
de Jesús, pero no para aquellos a quienes ella tenía en mente. La vida no es lo
suficientemente larga si tenemos que morir al mundo antes de encontrar a Dios.
Teresa señaló hacia los evangelios y observó que María Magdalena no estaba muerta al
mundo antes de encontrarse con Jesús; tampoco la mujer cananea estaba muerta al
mundo antes de pedir las migajas de la mesa. Y la mujer samaritana tampoco había
muerto al mundo antes de encontrarse con Jesús en el pozo. Ella era quien era y Jesús
la aceptó. Teresa termina su respuesta a Juan de la Cruz agradeciéndole por
responderle a lo que ella no había preguntado.[8]

El punto de Teresa es que Dios se encuentra con nosotros y nos acepta tal cual somos
y nos acoge en el lugar que estamos en nuestras vidas. Hemos sido aceptados a todo
lo largo del camino. El reto para nosotros es aceptar la aceptación, y permitirle a esa
Presencia que nos acepta cambiarnos. La realidad de ese abrazo es la base de nuestra
oración. Orar, por tanto, es entrar en esa relación con confianza sintiéndola como el
fundamento de nuestras vidas. Es muy fácil hablar sobre esto, pero muy difícil vivirlo
día a día.

Un teólogo resumió el mensaje de Teresa de esta manera: la mejor cooperación que le


podemos brindar a Dios que reorienta nuestras vidas es prestarle una fiel y duradera
atención a nuestras profundidades y a nuestro centro.

3.2 Atraídos por el amor

La tradición carmelita puede ser mal interpretada. El Carmelo puede parecer que le
está diciendo a la gente que un riguroso ascetismo puede llevarlos a la unión con Dios;
que los ídolos de nuestras vidas pueden ser derribados por nuestros valientes
esfuerzos y por nuestro vivir aislado y severo. Cuando de hecho el mensaje del
Carmelo a la gente es la necesidad que tienen de la gracia de Dios y la buena noticia
es que la gracia siempre está disponible. Todo lo que tenemos que hacer es abrir
nuestras vidas a esa gracia.
En La Subida al Monte Carmelo Juan de la Cruz ofrece algunos consejos para
ayudarnos a despegarnos de los ídolos que nos han sometido a su servicio. Los
consejos, en un primer momento pueden parecer restrictivos y desequilibrados. Pero
Juan es rápido en afirmar que la fuerza de voluntad y el ascetismo solos no pueden
liberar el corazón esclavizado por los ídolos. El ídolo, al menos, le provee algún
alimento al corazón hambriento de Dios. El ídolo quizás le está proporcionando alguna
alegría, alguna identidad, alguna seguridad al peregrino hambriento. El corazón por sí
mismo no es capaz de apartarse de este alimento y entrar en un vacío afectivo y
esperar por el Señor.

Juan testifica que es sólo cuando el corazón tiene un oferta mejor que entonces puede
despegarse de aquello a lo que ha estado apegado durante toda su querida vida. Sólo
cuando Dios entra en una vida y enciende un amor en lo profundo de la persona y la
aparta de los amores menores, puede la persona abrirse al despego de los ídolos. Con
la invitación de un amor como este, lo que antes era imposible (dejar los ídolos) se
hace posible mientras los ídolos se van desvaneciendo. El corazón entonces va
pasando de un amor a otro. Porque Juan está convencido que Dios es el centro del
alma, la tarea no es encontrar a un Dios distante sino despertar la realidad de ese Dios
"que está siempre presente."

"Todo es gracia" dijo Teresa de Lisieux. Ella expresó esta convicción mientras moría de
tuberculosis, rodeada de una espiritualidad que desconfiaba de la naturaleza humana,
que creía que teníamos que merecer el amor de Dios, y pedía "almas víctimas" para
calmar la ira de Dios. Cuando le dijeron que no podía recibir la comunión, ella
sencillamente dijo que era una gracia cuando la podía recibir y ahora que no podía
seguía siendo una gracia. "Todo es gracia".

Teresa de Lisieux estaba convencida que Dios estaba siempre presente en ella, que
Dios la amaba, y que este amor era gratuito; sin mérito alguno. Hablando del mérito
sencillamente decía: "no tengo ninguno".

Teresa conocía la justicia de Dios, y estaba consciente de que la gente devota se


ofrecía como víctima a esa justicia de manera que los pecadores fueran perdonados y
Dios aplacado. Este Dios no era familiar a Teresa. Ninguno de los rostros de Dios en su
vida le exigía que lo aplacara, ni su madre, ni su padre, ni Paulina, ni Celina, ni María,
ni el Dios de la Biblia hebrea que amaba a los pequeños, ni Jesús que llamó a los
pequeños a venir a Él, ni el Amado del Cantar de los Cantares o en las poesías de Juan
de la Cruz. Ella creía que Dios es justo pero que esa justicia toma en cuenta nuestra
pequeñez.

Teresa de Lisieux una vez fue descrita como "el Vaticano II en miniatura." La reciente
atención que se le ha prestado a su mensaje nos recuerda que se le debe dar prioridad
no a nuestros méritos y esfuerzos, sino a vivir en confianza. Teresa comienza su
autobiografía con las palabras de San Pablo a los Romanos: "Por tanto, no se trata de
querer o correr, sino de que Dios tenga misericordia."[9]

Teresa se anticipó a la teología de nuestros días que entiende la gracia como


gracia increada, la presencia amorosa y sanadora del Padre, del Hijo y del Espíritu.
Cuando hablamos de contemplación, sencillamente estamos alentando una apertura a
este amor gratuito. Dios continuamente está viniendo a nosotros e invitándonos a
entrar en la profundidad de nuestras vidas, a una libertad más amplia, y a una relación
de amor. Contemplación es estar abiertos a ese amor transforrmante, no importa
cómo venga.

3.3 La contemplación re-enfocada

Uno de los recientes desarrollos en la comprensión del carisma carmelita ha sido volver
a situar la contemplación entre nuestras prioridades. Siempre hemos hablado de la
oración, de la comunidad y del ministerio como los tres pilares de nuestro carisma. La
contemplación era vista como una forma de oración superior o más profunda, y
algunas veces en nuestra historia parecía que había una competencia entre el
ministerio y la contemplación. No obstante, aquí tenemos una descripción de la
contemplación que se encuentra en el documento sobre la formación en la Orden
Carmelita: En esta progresiva y continua transformación en Cristo realizada en
nosotros por el Espíritu, Dios nos atrae hacia Él en un camino interior que conduce de
la periferia dispersante de la vida a la celda más interior de nuestro ser, donde Él mora
y nos une consigo.[10]

Estamos entendiendo ahora que la contemplación fundamenta y une la oración, la


comunidad y el ministerio. La puerta es la oración, pero el amor de Dios se nos ofrece
de varias maneras en estas realidades de nuestras vidas a través de las cuales
podemos entrar en esa apertura contemplativa hacia Dios, en otras palabras, vivir una
vida auténtica de fe, esperanza y amor a través de cualquiera de esos tres caminos.
No son opuestos sino ventanas abiertas hacia la realidad trascendente que están en lo
profundo de nuestras vidas y nos ofrecen un contacto con ese Misterio.

Es importante acentuar esta perspectiva porque el Carmelo ha tenido ochocientos años


de ministerio como respuesta a la Iglesia y al pueblo de Dios, y, Dios mediante, tendrá
muchos siglos más de servicio desinteresado. Y nada de esto es contrario a una vida
contemplativa. Muchos carmelitas han sido transformados en personas más llenas de
amor a través del contacto con el pueblo de Dios por medio de los múltiples
ministerios.

El Arzobispo Romero fue transformado y convertido por el amor de Dios no sólo en la


soledad de su oración, sino también en su compromiso con el Señor de la historia, en
los duros esfuerzos del pueblo por encontrar su lugar en el banquete de la vida. La
contemplación debería ser la fuente de compasión para el mundo. El contemplativo es
aquel ha que sido llevado hacia la absoluta pobreza e impotencia de un alma sin Dios.
El contemplativo aprende a esperar junto con aquellos que también esperan la
misericordia de Dios. En esta escucha contemplativa uno aprende a decir: "Nosotros
los pobres."

Nuestra vivencia contemplativa, nuestra apertura al amor de Dios que llega a nosotros
en los buenos y en los malos momentos es el don que podemos compartir con los
demás. Lo que ocurrió en la vida de los santos del Carmelo, está ocurriendo en las
vidas de los carmelitas de hoy, y en la vida de cada uno. Daremos mejor testimonio si
mantenemos el enfoque en quienes somos: una fraternidad contemplativa en medio
del pueblo.

Hablando a la Congregación General de la Orden en 1999 un carmelita alemán acentuó


este carisma contemplativo: Creo firmemente que nuestra primera tarea es poner
bastante de nuestra energía, tiempo, talentos y capacidades personales en este
proceso de una creciente relación con el Dios de la vida y del amor. Nuestro
crecimiento humano y espiritual como también nuestro futuro como Orden depende de
cuánto nosotros, como individuos y como comunidad nos sometamos y desarrollemos
esta amistad íntima con Dios de manera que Él pueda transformarnos según la imagen
de Cristo que actúa a través de nosotros por la causa de la Iglesia y del mundo.[11]

3.4 Resumen

La historia del Amado que viene al encuentro del amante para atraer su corazón hacia
una profunda unión es la historia arquetípica que los carmelitas han ensayado a través
del tiempo. Nuestras vidas no pueden ser forzadas a la sumisión a menos que no sean
llevadas por el amor. No podemos dejar nuestro apego a los ídolos a menos que Dios
encienda un amor más profundo en el alma. El corazón entonces tiene un lugar a
donde ir y puede en confianza soltar sus ataduras, sus adicciones, sus ídolos. El amor
de Dios, siempre presente y ofrecido, atrae el corazón hacia la espesura de
Dios: "entremos más adentro en la espesura",[12] y ahí se encuentra con el
sufrimiento del mundo. Nuestra postura contemplativa no nos aparta de las
preocupaciones del mundo sino que nos lanza a luchar con fuerza en el mundo.

3.5 Preguntas para la reflexión

1. Como "centinela en la noche", ¿me mantengo alerta a la llegada del amor de


Dios? ¿Dónde en mi vida me siento llamado a una escucha más profunda?
¿Dónde encuentro los retos continuos para mi mente y mi corazón? ¿Son estos
retos invitaciones a rendirme al amor transformante de Dios de una manera
más profunda?
2. Entre los signos del amor de Dios en acción están una creciente confianza en la
misericordia de Dios, una creciente libertad ante aquello que esclaviza el
corazón. ¿Experimento esta creciente confianza? ¿Soy consciente de una mayor
libertad? ¿En realidad me he rendido al Misterio que anida en el centro de mi
vida o continuo luchando por asegurar mi propia existencia?
3. ¿He visto el rostro de Cristo en el rostro del pueblo a quien sirvo? ¿Puedo
reconocer la invitación del amor transformante de Dios disfrazado en una
cultura?
4. En mi comunidad y en mi ministerio, ¿cómo puedo ayudar a crear las
condiciones para "un corazón que escucha"?

Un corazón preocupado - Lo trágico en la vida

4.1 Los sufrimientos de la humanidad

Parte del atractivo de la tradición carmelita es su lucha honesta con los problemas y
las fuerzas oscuras que atacan al cuerpo y al espíritu. El Carmelo no evita lo trágico en
la vida sino que lo enfrenta directamente. El sufrimiento es una gran parte de la
experiencia del pueblo, y una espiritualidad que no reconozca el sufrimiento será
ignorada. Los santos del Carmelo compartieron las dificultades de la vida.

Edith Stein y Tito Brandsma experimentaron la profundidad de la crueldad humana y


del mal inexplicable. Teresa de Lisieux en su corta y escondida vida experimentó una
gran cantidad de sufrimiento. Teresa de Ávila conoció el daño producido por la lucha
tanto en el interior como en el exterior de su alma. La fuerte reputación de Juan de la
Cruz, su mismo nombre, y su imagen de la "noche oscura" hablan de una
espiritualidad que se toma en serio el llegar a términos con el lado oscuro de la vida.
Pensemos también en los primeros carmelitas que se fueron a la periferia de la
sociedad y ahí, sin distracciones, abrieron sus vidas a la lucha interior entre los buenos
y malos espíritus.

La gente se siente atraída hacia una espiritualidad que encuentra palabras para sus
sufrimientos más profundos, y a la vez le ofrece una esperanza en el corazón de estos
tiempos oscuros. Los santos del Carmelo, aunque de diferentes siglos y culturas,
compartieron los sufrimientos comunes de la humanidad. Un peregrino de cualquier
época puede relacionarse con los sufrimientos de los santos del Carmelo y puede
reclamarlos como compañeros de camino en este valle de sufrimientos. Es bueno
volver a recordar sus dificultades.

Por ejemplo, hoy en día muchas personas pueden identificarse con los problemas de
Teresa de Lisieux. Cuando niña, experimentó, no sólo la pérdida de su madre, sino
también la pérdida de las siguientes "madres" que la cuidaron. Su frágil sigue conoció
el sufrimiento de la neurosis y la debilitación causada por las enfermedades
sicosomáticas. Observó impotente el deterioro mental de su padre, una figura heroica
en su vida, y su consiguiente internamiento en un asilo. El Carmelo fue para ella como
un desierto y, en su última enfermedad mental y física, conoció la tentación del
suicidio. Su apariencia dulce nunca ha engañado a los devotos de Teresa. Reconocían
en ella una compañera de sufrimientos que sabía por experiencia lo difícil que puede
ser la vida. Y sin embargo, dio testimonio del amor que estaba presente en todo y que
nunca fracasa.

Teresa expresó su deseo de toda la vida: sufrir. Sentía una atracción misteriosa hacia
el sufrimiento que si no lo hubiera relacionado con el amor sería sospechoso. Desde
que entró al Carmelo Teresa comenzó a experimentar sequedad en la oración y
permaneció en esta condición a través del resto del breve tiempo que estuvo allí. Y,
asombrosamente, su autobiografía con su atrayente manuscrito "B" fue escrito
mientras ella estaba pasando por una terrible noche oscura del espíritu y cuando todo
estaba en duda. La idea del cielo que había inspirado toda su vida y en la cual creía se
burlaba de ella. Cognoscitiva y afectivamente no tenía seguridad alguna en cuanto a la
dirección de su vida. A la misma vez escribibía ese hermoso pasaje acerca de ser el
amor en el corazón de la Iglesia y enviaba cartas inspiradoras a sus hermanos
misioneros.

Teresa estaba experimentando su propia transformación en el horno de un amor


oscuro. Lo único que le quedaba era el centro de su fe, su confianza, su amor. Cuando
ella nos anima a confiar y a creer que"todo es gracia" no lo hace desde una posición de
deleites tangibles de la presencia amorosa de Dios, sino desde la experiencia de la
ausencia de Dios y de los reproches de su mente. El Cardenal Daneels se preguntaba si
Teresa podría ser llamada la "Doctora de la Esperanza" debido a su testimonio en la
posibilidad humana de continuar adelante cuando todos los apoyos han desaparecido.

4.2 El amor oscuro de Dios

Teresa de Ávila advirtió que las luchas dentro de nuestros frágiles psiquismos son
mucho más difíciles que las externas. Teresa tuvo que vencer muchos obstáculos en su
reforma. Tuvo que luchar con los opositores, con la compra de las casas adecuadas
para sus comunidades, contratar obreros para reformarlas, recaudar fondos para su
mantenimiento, reclutar miembros para la comunidad, relacionarse con varios
eclesiásticos, y no todos la apoyaban, viajar por los difíciles caminos de España en
malas condiciones, y tener algún litigio en corte.

No obstante, ella comunicó que estas batallas no se comparan con las batallas libradas
en su alma mientras ella se ocupaba de sus profundidades en la oración. "... Escuchar
Su voz es más trabajo que no escucharla."[13] Se podría asumir que la reflexión de
Teresa sobre el "entrar en uno mismo" sería como ir a casa; que las batallas de fuera
son una cosa, pero dentro del alma todo es armonía. Sin embargo, fue todo lo
contrario pues al entrar en su interior se encontró que estaba en guerra consigo
misma.

La oración arroja luz sobre aspectos de nuestra alma que anteriormente no habíamos
examinado. Las compulsiones, las adicciones, las maneras inauténticas de vivir, el
falso yo, y los falsos dioses todos salen a la luz mientras la persona se va afianzando
más en la verdad. Esta desagradable experiencia puede conducir al miedo, a la
debilidad del corazón y a la tentación de abandonar el itinerario existencial. La llamada
de Teresa a la valentía y a la determinación a través de una vida de oración no es
demasiado dramática. Lo que necesita el alma, escribió Teresa, es conocimiento de sí
misma. Y la puerta a ese conocimiento de sí misma, la puerta al interior del castillo es
la oración y la reflexión.

Sin un esfuerzo orante, nos mantenemos deseperanzadamente encerrados en la


periferia de nuestras vidas preguntándole a otros y a la creación lo que sólo Dios
puede decirnos, esto es, quiénes somos. Sin un verdadero centro que emerja de
nuestras vidas vivimos con muchos "centros", fragmentados y dispersos, pidiéndole a
cada uno de ellos que realice los deseos de nuestro corazón. El único antídoto contra la
muerte segura que encierra el apego a los ídolos, es la dolorosa batalla que supone
entrar en uno mismo a través de la oración.

Los lectores modernos pueden simpatizar con Teresa mientras ella enumera las
dificultades de su vida que son, haber sido demasiado elogiada, injustamente criticada,
teniendo además que sufrir las contradicciones de hombres buenos que pensaban que
sus experiencias de oración venían del demonio y diariamente tenía que enfrentarse a
su precaria salud.

Pero su experiencia más difícil surgió justo cuando su relación con el Señor era más
íntima. Comenzó a cuestionar todo su itinerario existencial y se preguntaba si todo
estaba fundamentado en su imaginación o en la realidad de la presencia de Dios en su
vida. ¿Se había imaginado que Dios había sido bueno con ella en el pasado? ¿Había
sido buena en el pasado o se lo había imaginado? En otras palabras, cuando se
esperaría que la amistad con Dios fuera su base sólida, entonces surgen las
preguntas. "¿Hay alguien en casa, en el centro?" Habiendo entregado su vida y su
mejor energía al seguimiento de esa llama, ella comenzó a preguntarse si todo era una
ilusión.

La pregunta se ha hecho, también de otra manera: "¿será el final del todo


clemente?" ¿De lo que sea que se trate o de quién se trate todo esto, es para
nosotros? ¿O somos una pasión inútil? ¿El inmenso deseo de nuestro corazón, el
hambre del alma, se verán frustrados al final de todo? ¿O existe una realidad, un amor
igual a nuestro anhelo? Todas estas preguntas están en el corazón del viaje humano.
El tiempo, la perseverancia, y la gracia de Dios, le dieron a Teresa la respuesta a sus
dudas. Más tarde nos habla de la ausencia de esas dudas que le corroían el alma, y de
la seguridad de una relación profunda, pero no preocupante con el Señor. Pero aún en
esa condición que ella identifica con el "desposorio espiritual" dice que se fía más del
sufrimiento. Aún en los momentos en que estaba atrapada en la periferia de su vida,
ella sabía que el discípulo de Jesús llevaría la cruz, y que a través de ésta surgiría la
vida. Ella no construía cruces artificiales en su vida, pero tampoco evadía las cruces
que la vida le presentaba. Ella había aprendido a confiar en el, a veces, oscuro amor
de Dios.

4.3 Noches oscuras

La metáfora de la noche oscura de Juan de la Cruz nos recuerda que la experiencia del
amor de Dios no es siempre una experiencia punta de la unión de toda la creación. En
la noche oscura el amor de Dios se acerca de una manera que parece negarnos. En la
noche parece que Dios está contra nosotros. Pero Juan sostiene que nada en el amor
es oscuro o destructivo, pero por quienes somos y por la purificación que necesitamos
se experimenta el amor como oscuro.

Juan nos da una descripción convincente de los momentos de la vida cuando se


desvanecen las consolaciones y orar es imposible. El deseo está aún presente pero se
ha agotado buscando liberarse de los ídolos. El teólogo Karl Rahner comentó que todas
las sinfonías de la vida permanecen inconclusas. En cada relación, en cada posesión en
algún momento surgirá esa sensación de carencia. Esta frustración del deseo y la
atracción por algo más allá, es la inquietud que causa la continua invitación de Dios a
una unión más profunda.

Cuando los dioses mueren durante la noche, se eclipsa la personalidad. Carl Jung, el
psicólogo, dijo que no podía distinguir los símbolos de dioses de los símbolos que
representan al ser humano. Cuando una persona pierde su Dios-símbolo la
personalidad comienza a desintegrarse. Esta afección oscura permanece hasta que
emerge un nuevo símbolo-Dios o se establece una nueva relación con el símbolo-Dios
antiguo.

El consejo que da Juan de la Cruz durante estas crisis en la vida es de mucha ayuda.
Nos asegura que el amor de Dios está en algún lugar presente en medio de los
desechos de la vida, pero que inicialmente no será experimentado como amor. Juan
aconseja paciencia, confianza y perseverancia. Esta actividad amorosa de Dios nos
libera de los ídolos y restablece la salud de nuestras almas. Los "dioses" se mueren en
la noche y el alma necesita pasar por un proceso de sufrimiento. El camino incorrecto
sería solucionar o sanar esta condición artificialmente, o negarla totalmente. Juan
aconseja enfrentar la condición, entrar en ella con paciencia, y allí donde el corazón
esté luchando con más fuerza estar atentos a la llegada del amor. Juan nos invita a
una "atención amorosa" en la oscuridad; es tiempo de ser un guardián en la noche. La
contemplación es una apertura al amor transformante de Dios, especialmente cuando
éste aparece disfrazado.

La intensa experiencia que Juan llama la noche del espíritu es simultáneamente una
fuerte experiencia de nuestro pecado, de la finitud de nuestra condición humana, y la
siempre emergente trascendencia de Dios. Mientras se está en esta condición las
palabras carecen de significado. Juan escribe que es tiempo de "moler el polvo". Todo
lo que uno puede hacer es realizar el próximo acto de amor que se presente. En el
desierto el peregrino continúa su viaje existencial, apoyado en una verdadera fe
bíblica. Juan está convencido que sólo esta fe purificada es el contexto en el que se
puede dar una relación con Dios. Como le pasó a Teresa de Lisieux que su
pensamiento sobre el cielo se le desvaneció, al peregrino que ya no posee el objeto de
su esperanza, se le recuerda que la esperanza es aquello que aún no posee.

Los escritos de Juan no se regodean en el sufrimiento. Su poesía y sus comentarios,


están todos escritos desde el otro lado de las luchas. La noche se ha convertido en una
experiencia iluminadora y en una guía más veraz que el día. La llama que una vez
ardió ahora es cauterizada y sanada. Y la ausencia que lo llevó a la búsqueda del
Amado se revela como una Presencia compasiva escondida en su anhelo.

4.4 Una nueva espiritualidad

Los testigos contemporáneos del Carmelo que han testificado su fe en medio de un


sufrimiento abyecto son las víctimas de los campos de concentración, Titus Brandsma
y Edith Stein. Brandsma resistió la propaganda nazi y Stein se identificó con su pueblo
perseguido. Ellos fueron atrapados en la poderosa corriente del mal social del siglo 20.
En la experiencia de ser despojados de toda seguridad y apoyo, estos carmelitas
dieron testimonio viviendo una vida de fe, esperanza y amor en medio de las
condiciones más crudas. En el reconocimiento de su testimonio la Iglesia confirma la
autenticidad de sus vidas y los coloca entre aquellos que lo han arriesgado todo en su
seguimiento de Cristo. La Regla del Carmelo conduce a varias formas de discipulado,
pero al final todas llevan a abrazar la Cruz.

Los Generales de las dos Órdenes Carmelitas nos llaman a una "nueva
espiritualidad" para complementar la "nueva evangelización". ¿Surgirá esa nueva
espiritualidad del creciente conocimiento que el Carmelo va teniendo de las realidades
que la gente experimenta alrededor del mundo? Mientras la cara del Carmelo va
cambiando y entran nuevos miembros a la Orden, especialmente de los países más
poblados y pobres, la situación de las masas empobrecidas del mundo llegarán a las
puertas del primer mundo. La internacionalidad de la Orden y el vínculo internacional
de la familia carmelita nos brindan una oportunidad única para escuchar al Espíritu en
los diversos contextos, y esta escucha nos reta a dar una respuesta.

Juan Pablo II ha ampliado la imagen de la noche oscura de Juan de la Cruz para incluir
los sufrimientos del mundo moderno:

Nuestra época ha conocido tiempos de sufrimiento que nos han hecho comprender
mejor esta expresión y darle un cierto carácter colectivo. Nuestra época habla del
silencio o de la ausencia de Dios. Ha conocido tantas calamidades, tantos sufrimientos
infligidos por las guerras y por la matanzas de tantos seres inocentes. El término
noche oscura ahora lo usamos para todo lo de la vida y no sólo para una fase del viaje
espiritual. Se recurre a la doctrina del santo como respuesta a este misterio insondable
del sufrimiento humano.

Me refiero al mundo específico del sufrimiento. ...Sufrimiento físico, moral, espiritual,


como la enfermedad- como las plagas del hambre, la guerra, la injusticia, la soledad,
la falta de sentido de la vida, la fragilidad de la existencia humana, el doloroso
conocimiento del pecado, la aparente ausencia de Dios- son para el creyente
experiencias purificadoras a las que se les puede llamar noche de la fe.
A esta experiencia San Juan de la Cruz le ha dado el nombre simbólico y evocador de
noche oscura, y la refiere explícitamente a la inquietante oscuridad del misterio de la
fe. Él no intenta darle respuesta al terrible problema del sufrimiento en el orden
espaculativo; pero a la luz de las Escrituras y de la experiencia descubre algo de la
maravillosa transformación que Dios efectúa en la oscuridad, puesto que, "...cómo
sabe él tan sabia y hermosamente sacar de los males bienes..." (Cant. B 23: 5). En el
análisis final, nos enfrentamos a vivir el misterio de la muerte y resurrección de Jesús
en toda su verdad.[14]

4.5 Resumen

El Carmelo no tiene respuesta para el misterio del mal. Pero el Carmelo ha recorrido el
camino difícil y ofrece una palabra de esperanza para el peregrino que sufre. El
sufrimiento profundo y las experiencias de lo trágico de en la vida son parte de la
experiencia de cada persona. Las limitaciones de nuestra condición humana y las
fuerzas destructivas presentes en el mundo con frecuencia atacan nuestra fe. A pesar
de la evidencia contraria, el Carmelo testimonia que el amor de Dios está siempre
presente aún en los desechos de nuestras vidas.

El Carmelo nos brinda un análisis particular y poderoso del impacto del amor de Dios
en el espíritu humano y en la personalidad. Invitados a una relación más profunda, al
peregrino se le desafía a dejar todos los apoyos y a caminar confiadamente hacia el
futuro de Dios. Un cristiano con frecuencia experimenta ataques tanto en el espíritu
como en la sigue mientras se va haciendo al ambiente divino. El Carmelo ofrece un
lenguaje y unas imágenes expresivas para estos sufrimientos, y es muy elocuente en
recomendar una vigilia silenciosa para esperar la llegada de Dios.

Los santos del Carmelo confiaron en el sufrimiento, y con frecuencia expresaron su


anhelo de llevar la cruz en su discipulado. Si embargo, este deseo de sufrimiento tiene
significado en el contexto de respuesta amorosa a las iniciativas del amor de Dios. El
sufrimiento de Jesús en la cruz nació del amor y no del amor al sufrimiento.

4.6 Preguntas para reflexionar

1. ¿Cuál ha sido mi experiencia de caminar por el camino oscuro? ¿He dejado


otros caminos conocidos para ser conducido por un camino no elegido por mi?
¿Qué fue aquello que más me ayudó?
2. ¿Como procedo cuando el camino no está claro?
3. ¿Qué consuelo o guía ofrece el Carmelo a la gente que vive situaciones
dolorosas?
4. ¿Como debe la Orden responder a la "noche oscura" que sufre tanta gente en el
mundo? ¿Podría ser esto parte de la "nueva espiritualidad" a que nos llaman los
Generales de nuestras órdenes?

5. Un corazón puro - La transformación del deseo

5.1 Unión con Dios

La espiritualidad carmelita con frecuencia ha sido presentada como una "alta" y rara
espiritualidad sólo para unos pocos elegidos. A veces, también se presenta como
uniones elevadas y extáticas, o como fuertes sufrimientos más intensos que los
problemas normales de la vida. Vienen a mi mente imágenes de la estatua de Bernini
de la "transverberación" de Teresa, su visión de ser atravesada por el dardo de oro,
junto a su agonía y a su éxtasis.

El austero dibujo que hace Juan de la Cruz de Cristo crucificado, desde la perspectiva
del Padre que mira dese las alturas a su Hijo en la cruz, evoca la infatigable
determinación del santo. Uno se imagina el dibujo de Juan mostrando el camino hacia
el Monte Carmelo. Los senderos de posesiones materiales y espirituales no llegan a la
cima, sólo el sendero medio de las nadas se abre a la cima donde Dios es nada y todo.
El Carmelo parece representar un viaje heroico, incluso épico, hacia Dios. Un viaje sólo
al alcance de los montañeros expertos que se atrevan a escalar su altura.

Si la subida al Monte Carmelo es una hazaña épica, ¿qué estamos haciendo nosotros,
los carmelitas ordinarios? ¿Sentimos que, a menudo, estamos informando sobre
acontecimientos de segunda mano sobre la tierra del Carmelo, pero que en realidad
nunca hemos estado allí? Como resultado de nuestra transformación en el amor, "nos
hacemos buenos." Juan de la Cruz proclama enérgicamente: "Con qué poca frecuencia
se celebra esta divinización en nuestra tradición."

5.2 Un despertar

Además de viajar a través de la noche o subir una montaña, Juan utiliza otra imagen
para describir el viaje. Escribe que "el centro del alma es Dios" y que nuestro viaje en
la vida es hacia ese centro.[15]Pero en lugar de concebir un centro distante que
requiere un arduo viaje, Juan dice que aún con el primer grado del amor estamos en
ese centro. Con un grado de deseo, de anhelo, de esperanza, aunque sea difícil
expresarlos.

Nuestra teología hoy refuerza esta observación de Juan. Estrictamente hablando no


existe el mundo natural. Lo que existe es un mundo lleno de gracia, desde el
comienzo, creación y redención van juntas de la mano. En otras palabras, nuestras
vidas están impregnadas de la presencia amorosa, vivificante y sanadora de Dios, es
decir, de la gracia increada. En lugar de buscar un centro escondido y distante, ese
centro se ha acercado a nosotros.

Entonces, ¿qué es el viaje? El viaje -dice Juan- es entrar en la profundidad de Dios.


Pero estamos unidos con Dios a lo largo de todo el camino porque la divinización es un
proceso continuo. Así, la meta descrita por nuestros autores carmelitas es una que se
va realizando en cada alma que desea más.

"Y ahora te despiertas en mi corazón, donde en secreto moras", escribió Juan de la


Cruz. Pero en su comentario él se corrige a sí mismo y dice que no fuiste "tú" quien se
despertó, sino que fui yo quien despertó al amor siempre presente y siempre a mi
alcance. Este despertar, y el cambio que se produce en la vida de la persona, es la
llamada del Carmelo. Podemos llegar a la conclusión de que muchos Carmelitas y
tantos otros han llegado a la "cima" del Carmelo. Y se llega a la cima, no sólo cuando
una persona se extasía en la iglesia, sino cuando una vida expresa más y más la
voluntad de Dios.

5.3 Querer lo que Dios quiere


El propósito de la oración es conformarse con la voluntad de Dios, escribió Teresa de
Ávila. La persona orante está cada vez más en unión con Dios y esta unión se expresa
en que la persona más y más desea lo que Dios desea. Nosotros no nos hacemos más
fuertes a través de la ascética y por tanto luchando por someter nuestra voluntad a la
voluntad de Dios. No, el amor de Dios nos invita a la transformación de nuestro deseo
para que nosotros deseemos lo que Dios desea; queremos lo que Dios quiere, dice
Juan, "donde lo que tú quieres que pida pido, y lo que no quieres no quiero, ni aun
puedo, ni me pasa por pensamiento querer."[16]

La divinización es la participación gradual en el conocimiento y el amor de Dios. El


peregrino queda así transformado que todos sus modos de vivir se convierten en
expresión de la voluntad de Dios. Si podemos interpretar lo que Jesús dijo, que la
voluntad de Dios es el bienestar de la humanidad, entonces la persona orante vive más
allá de ese bienestar. En otras palabras, la persona transformada y divinizada vive de
una forma que coopera con el reino presente y venidero de Dios.

Estas personas son difíciles de identificar. El Maestro Eickhart nos previene que una
persona que vive desde su centro, vive en la voluntad de Dios. Dice que mientras otros
ayunan, ellos comen; mientras otros están en vigilia, ellos duermen; mientras otros
oran ellos están en silencio. Después de todo, cuál es el propósito de la vigilia, de la
oración, del ayuno si no es vivir del centro del alma que es Dios. Claro que él está
exagerando al expresar su punto ya que nuestro peregrinar nunca acaba de este lado
de la muerte. El tema es, la absoluta humanización de la persona transformada.

Teresa nos dice que estas personas no están continuamente conscientes de su vida
espiritual. La interioridad se convierte cada vez menos en un punto de enfoque. Ni Dios
les preocupa, porque del modo que viven expresan su relación con Dios. La meta
nunca fue llegar a ser un contemplativo, o un santo, o tener una vida espiritual. La
meta siempre fue querer lo que Dios quiere, en una consonancia de deseo.

En la conclusión de la Regla Carmelita, Alberto, Patriarca de Jerusalén y el legislador


escriben: "Estas breves indicaciones os las hemos escrito con el fin de establecer para
nosotros la fórmula de vida, según la cual habréis de conduciros. Si alguno está
dispuesto a dar más, el Señor mismo, cuando vuelva, se lo recompensará."[17] Kees
Waaijman del Instituto Tito Brandsma de Nimega ve en esta afirmación una clara
alusión al pasaje del Buen Samaritano. El carmelita asume el papel del posadero. Sus
planes y el orden de su casa se ven alterados cuando un forastero trae un hombre
apaleado para que lo cuide. El forastero le pide al posadero que cuide de aquel hombre
apaleado y si gasta algo más, esto es, si hace más, el forastero se lo pagará cuando
vuelva.

El forastero, Cristo, le pide al carmelita que cuide de Su gente durante su ausencia.


Aunque el huésped no es esperado y el orden de la casa es alterado, el posadero
obedientemente se ocupa del hombre herido, quizás sin envolverse emocional o
personalmente, y con muy poca satisfacción. Kees concluye que toda entrega auténtica
es esencialmente oscura. La Presencia que se encuentra en lo profundo del corazón del
carmelita es una noche que guía, una llama que sana, una ausencia reveladora.

Los frailes no tienen necesidad de excusarse por no ser auténticos carmelitas. Nuestra
espiritualidad no trata de un ascetismo heróico, pero sí del amor de Dios que conquista
y toca cada corazón y lo ha hace adolecer, de otro modo no estaríamos aquí.
Asumiendo que en la cima del Carmelo nos sentimos como en casa, es decir, en los
brazos de Dios, y a la vez siempre necesitados de su misericordia, nuestro ministerio
es hacer asequible la tradición del Carmelo para ayudar a nuestros hermanos y
hermanas a "ver" y "oír" la presencia de Dios en sus vidas.

Para mantener viva esta llama en los otros, parecería correcto que nosotros primero la
hayamos aceptado en nuestras vidas. Si escuchamos nuestros corazones,
conoceremos los corazones de la gente con la que trabajamos y le serviremos mejor.
Desempolvemos cualquier vocación carmelita y encontraremos un ascua esperando
convertirse en una llama, una llama que anhela la totalidad, la paz, la seguridad, el
gozo, la unidad y que encuentra su mejor expresión en el servicio a nuestros hermanos
y hermanas. Para eso vinimos. Para eso estamos aquí.

5.4 Resumen

"Entrar al Carmelo" no es simplemente entrar en un edificio, unirse a una comunidad,


y asumir un ministerio, sea éste contemplativo o apostólico. Puede ser eso
ciertamente, pero, "entrar al Carmelo" es también entrar en un drama que se realiza
en lo profundo de cada vida humana. Ese drama del encuentro del espíritu humano
con el Espíritu de Dios es esencialmente inefable.

Los carmelitas son exploradores del lugar secreto donde Dios habita, ese lugar del
espíritu humano donde el Misterio se dirige al espíritu. El Carmelo honra esa prístina y
privilegiada relación entre criatura y Creador. Los místicos carmelitas han usado las
imágenes de los desposorios y, con frecuencia, la historia de amor del Cantar de los
Cantares para captar la intimidad del encuentro. El paisaje del Cantar comienza a darle
forma a la "tierra del Carmelo."

El propósito de la oración es la conformidad con la voluntad de Dios nos dice Teresa de


Ávila. En esta relación los deseos del peregrino son transformados de tal manera que
cada vez más el cristiano exprese en su vida aquellos deseos que están conformes con
los deseos de Dios. Si decimos que la meta del amor de Dios es el bienestar de la
humanidad, entonces el cristiano transformado vive de una manera que naturalmente
coopera con el reino de Dios.

5.5 Preguntas para la reflexión

1. ¿Quiénes son las personas verdaderamente santas en mi experiencia? ¿Cómo


son?
2. ¿Entiendo la vida espiritual como un ascenso heroico, o como un despertar a un
amor que brota del centro de mi ser?
3. ¿Estoy dispuesto a confiar, de un modo práctico, que el amor de Dios es
gratuito, imposible de ser ganado? ¿Existen maneras sutiles en que intento
asegurar mi valía?
4. "Descansad, todo se ha hecho", dijo un teólogo de la gracia. ¿Qué puede
significar esta frase?

Introducción

La tradición carmelita puede entenderse como un comentario de ochocientos años


al Cantar de los Cantares. Esta antigua historia de amor de la escritura hebrea es la
narración básica que capta la experiencia de muchos carmelitas. "¡La voz de mi
amado! Miradlo aquí llega, saltando por los montes, brincando por las lomas." (2,8).
Pensaban que buscaban un Dios difícil de encontrar, y volvían de su búsqueda con la
convicción de que Dios los había estado acompañando con su amor a lo largo de todo
el camino. El anhelo profundo del corazón del Carmelita se ha revelado como una
invitación: "Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente." (2,10).

Los escritores carmelitas se han fijado con frecuencia en la historia de amor del Cantar
de los Cantares para encontrar palabras que puedan expresar esta experiencia. San
Juan de la Cruz tomó de esta historia y de las imágenes del Cantar para componer su
poema de amor Cántico Espiritual. Teresa de Ávila escribió un comentario al Cantar. Y
Teresa de Lisieux se identificó con esta historia pero, a diferencia del amante
del Cantar que espera al Amado, ella lo encontraba siempre en su cama.

Los versos del Cantar aparecen consciente o inconscientemente en las historias


carmelitas. Los carmelitas cuentan muchas historias, pero la historia del amante
inquieto que espera al Amado aparece como tema común. La unión amorosa y la
retirada a la soledad encuentran expresiones equivalentes en las historias de los
carmelitas. Juan de la Cruz encontró en las palabras de Oseas una expresión de su
experiencia: "Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón."
(2, 16). Respondiendo a la invitación de una Presencia misteriosa presente en las vidas
de aquellos que están en búsqueda, los carmelitas han sido arrastrados hacia una
relación que les transforma para siempre: "... ha pasado el invierno, las lluvias
cesaron, se han ido. La tierra se cubre de flores, llega la estación de las
canciones..." (2, 11-12).

Los temas fundamentales de la espiritualidad carmelita aparecen en esta historia del


corazón humano. Estos temas revelan un dinamismo espiritual en el núcleo de la vida
carmelita que puede describirse como "Épocas del Corazón". La intención de este tema
es repasar estas "épocas del corazón" en un intento por identificar la dinámica
espiritual de la vida carmelita.

Hay cinco "épocas" descritas en este tema:

1. un corazón anhelante (nuestro deseo de Dios)


2. un corazón esclavizado (el culto al falso dios)
3. un corazón que escucha (la vida contemplativa)
4. un corazón preocupado (lo trágico en la vida)
5. un corazón puro (la transformación del deseo)

Estas "épocas del corazón" y la respuesta que da el Carmelo a ellas, están entre las
realidades que dan origen a la tradición carmelita, estableciéndolas como uno de los
mayores caminos para los cristianos.

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