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1. ¿Qué es escribir?
“Escribir es quizá la habilidad lingüística más compleja,
porque exige el uso instrumental
del resto de las destrezas
durante el proceso de composición”
Cassany, Construir la escritura.
2
los modelos de corte más sociocognitivo, antes que puramente cognitivo,
precisamente porque los primeros otorgan una especial relevancia a la situación
social particular que da lugar a la producción escrita y a la incidencia del
contexto real de escritura sobre este proceso. Sujeto y sociedad, mente y
contexto son conceptos complementarios a la hora de dar cuenta de la escritura.
Si bien Flower y Hayes se inician en trabajos de tipo puramente mental,
individual y cognitivo, rápidamente reformulan su modelo de procesamiento de la
escritura para añadir otros aspectos —de tipo contextual, por ejemplo— que
permitan explicar más acabadamente cómo se produce la escritura (Di Stefano y
Pereira, 2007; Arias-Gaudín y García-Sánchez, 2006). En “Teoría de la redacción
como proceso cognitivo”, a partir de los resultados de sus experimentos, Flower y
Hayes postulan que “la acción de redactar es el conjunto de procesos
característicos del pensamiento orquestados u organizados por los escritores
durante el acto de componer” (1996: 17) 1. Esta primera definición de la
redacción muestra un punto clave del concepto de escritura que estamos
presentando: la idea de proceso. En un modelo de proceso, “las principales
unidades de análisis son procesos mentales elementales, tales como el proceso
de suscitar ideas. Y estos procesos tienen una estructura jerárquica tal que la
generación de ideas, por ejemplo, es un subproceso de la planificación. Es más,
cada uno de estos actos mentales puede ocurrir en cualquier momento durante
el proceso de composición” (1996: 19). Es decir que,
(i) los procesos de componer son interactivos y potencialmente
simultáneos;
(ii) componer es una actividad guiada por metas; y, como veremos
más adelante,
(iii) los escritores expertos componen en forma diferente a los novatos
(Marinkovich, 2002).
Contexto de la
Contexto social tarea Contexto físico
Audiencia El texto producido
Colaboradores Medio de
composición
Individuo
Motivación Procesos
Emociones cognitivos
Memoria de
Objetivos trabajo Interpretación textual
Predisposiciones Reflexión
Creencias y actitudes Memoria fonológica Textualización
Cálculos costo- Libreta viso-espacial
beneficio Memoria semántica
Memoria a largo
plazo
Esquemas de tareas
Conocimientos sobre el
tema, la audiencia, el
género y lingüísticos en
general
Gráfico 1. Modelo de composición escrita (Flower y Hayes, 1996).
1
Énfasis añadido.
3
La composición, en este marco, se concibe como una acción orientada a
un fin específico —objetivos retóricos—, compuesta de tres procesos básicos:
la planificación, la traducción y la revisión, que se subdividen a su vez en otros
subprocesos más específicos: generación de ideas, formulación de objetivos,
evaluación de producciones intermedias, etcétera. El Gráfico 1 sintetiza los
factores involucrados en la escritura.
La primera cuestión que debemos rescatar de este modelo es que integra
a los aspectos cognitivos otros de orden sociocultural, situacional y emocional,
junto a elementos que en el momento de su primera publicación fueron una
novedad, como la memoria a largo plazo.
Se puede observar que el gráfico distingue el componente individual del
contexto de la tarea: el escritor debe atender a diversas cuestiones; por
ejemplo, al auditorio. Pensemos en lo importante que es tener en claro quién o
quiénes leerán el texto para saber qué registro utilizar y como desarrollar el
tema, por ejemplo. ¿Es lo mismo hablar sobre educación sexual con niños de
nivel inicial que con un conjunto de biólogos? ¿Se escriben igual los manuales
escolares de primaria que los de secundaria? ¿Escribimos diversamente un
mensaje de Whatsapp si está dirigido a un docente del profesorado que si tiene
como destinatario a un compañero? Evidentemente, si queremos tener éxito,
nuestro modo de utilizar el lenguaje deberá variar en función de nuestros
interlocutores, tanto si nos comunicamos utilizando la escritura como en una
situación de oralidad. Según Hayes y Flowers, el escritor también deberá ajustar
su composición a la participación de sus potenciales colaboradores. De hecho, la
producción colectiva de un escrito no es nada atípica, y menos aún desde el
momento en que las tecnologías permitieron la comunicación ubicua y el trabajo
colaborativo. Esta clase de tareas exige cuestiones particulares como la elección
de un “tono” común, una manera compartida de desarrollo, la interacción entre
los participantes, etcétera.
El modelo de composición también resalta la incidencia del contexto
físico de producción, es decir, el espacio real de trabajo del escritor y la
materialidad misma del texto que se está produciendo. Por ejemplo, el autor
¿escribe en su casa, cómodamente, o en una oficina atestada de gente y, por lo
tanto, de ruidos y movimiento constantes? ¿Escribimos del mismo modo si
tenemos un límite de tiempo, como en un parcial presencial, o si disponemos de
mayor holgura, como en un parcial domiciliario?
Todos estos componentes que hacen al contexto de la tarea se
interrelacionan, simultáneamente, con los aspectos individuales:
a. Las emociones y motivaciones del autor: qué se propone hacer, qué
esfuerzo está dispuesto a hacer para lograrlo, qué ideas tiene respecto de
su trabajo y qué actitud adopta en relación con ellas…
b. Sus procesos cognitivos, la instancia mental relacionada no con lo
emocional, sino con el pensamiento: cómo interpreta los textos que sirven
de inputs, qué procesos de elaboración de la información de entrada
ejecuta y qué representaciones internas conlleva tal elaboración, cómo
hace de todas esas ideas un texto. Destacamos que entre las tareas de
reflexión se cuentan aspectos como la resolución de problemas, la toma de
decisiones, la elaboración de planes textuales, la generación y
jerarquización de ideas, la revisión, entre otras competencias.
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conocimientos previos relativos al tema sobre el que va a escribir, al género
adecuado a su escritura, a la audiencia particular a la que planea dirigirse,
etcétera. En cuanto a la otra memoria, a corto plazo, esta posee una capacidad
limitada: a diferencia de la potencial infinitud del archivo a largo plazo, la
memoria de trabajo tiene una capacidad determinada para procesar información,
ya que debe “retener” e interrelacionar de manera simultánea todos los saberes
que se ponen en juego en el momento de escribir. En síntesis: la memoria a largo
plazo es un archivo en el que buscamos cierta información y la “extraemos” para
su uso, mientras que la de trabajo o a corto plazo es la que “manipula” toda esa
información de manera simultánea y superpuesta. Cuando esta última memoria
se satura se producen, por lo tanto, errores de escritura.
No debemos descuidar tres aspectos clave que supone esta propuesta. En
primer lugar, el papel de la lectura en el marco de un modelo para la escritura:
en efecto, las habilidades lingüísticas de base están íntimamente interconectadas
en las situaciones reales de uso del lenguaje: no podemos pensar que
recepcionamos lenguaje sin interactuar a nivel cognitivo con dicha información ni
que ese texto recibido permanece eternamente en nuestra mente como
guardado en una caja negra. Tampoco al contrario: que nuestras instancias de
producción no se apoyan en inputs lingüísticos anteriores. Producir e interpretar
lenguaje son, entonces, dos polos de un proceso continuo. En segundo lugar, el
hecho de que los componentes estén interconectados indica que los autores
piensan en un modelo de procesamiento simultáneo en el que toda la
información circulante puede servir de input para cualquiera de los componentes,
incluso el producto de cada uno de ellos —sus outputs—. Por último, en tercer
lugar, las tareas de revisión que implican, necesariamente, la múltiple
direccionalidad de la circulación de la información.
En síntesis, según Hayes y Flower (1996) escribir supone tres tareas
condicionadas por factores individuales y contextuales:
(i) Planificar2 qué se va a hacer, en función de la situación retórica o
problema retórico: el tema, la audiencia, los objetivos, etcétera; y
tomando como fuente de de información los conocimientos previos
almacenados en la memoria a largo plazo, además de —podemos
agregar nosotros— otras memorias externas, como libros, apuntes,
Internet, videos, etcétera. ¡Este es el momento en que debemos
apelar al celular, las tabletas, las computadoras, los libros o cualquier
otro dispositivo que contiene información o permite acceder a ella!
Algunos autores (Cassany, 1993) ofrecen interesantes ideas sobre el
acto de planificación, estrategias para “encontrar” qué decir y cómo
organizar lo que queremos decir, como el torbellino de ideas, el
desglose de palabras clave, etc.
Realizar una buena planificación, un buen plan de escritura, permite
que el autor se concentre en el acto mismo de escribir, es decir, que
ponga toda su atención y su energía en el desarrollo de sus ideas,
dado que cuenta con un GPS, el plan de escritura, que lo va a guiar
cada vez que se pierda.
(ii) Traducir ese plan en un texto o textualizarlo. En este punto, el autor
comienza a desarrollar cada uno de los puntos que previó en su plan.
(iii) Revisar el proceso de escritura mediante un monitor que actúa
constantemente y en paralelo al resto de las tareas, de manera tal de
poder hacer los ajustes necesarios en función de ciertas metas
2
Este proceso, al igual que la mayor parte de los mencionados aquí, consta además de una serie de
subprocesos en los que se desglosa. A los fines expositivos del modelo propuesto por Flower y
Hayes no daremos cuenta aquí de dichos aspecto. Sólo retomaremos en una instancia posterior
aquellas cuestiones que sean pertinentes. Para más información respecto del proceso de
planificación, véase Flower & Hayes (1996: 85-87).
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estipuladas en el plan o, incluso, replantear el plan original. La revisión
hace de la escritura una tarea recursiva. En efecto, podemos cortar lo
que estamos haciendo y reordenar la escritura, cambiar el plan,
repensar el texto a la luz de las sucesivas revisiones. Para seguir con
la metáfora del GPS, la revisión anuncia “¡Recalculando!” cada vez
que debemos reorientar la dirección de nuestro trabajo.
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Carlino (2005) utiliza el concepto ‘alfabetización académica’ para
referirse precisamente al “conjunto de nociones y estrategias necesarias para
participar en la cultura discursiva de las disciplinas así como en las actividades
de producción y análisis de textos requeridas para aprender en la universidad”
(Carlino, 2005: 6). Esto no implica aprender ciertos “moldes” a los que se debe
ajustar la escritura, sino, más bien, comprender cuáles son las prácticas de
lenguaje y pensamiento propias del ámbito académico superior (Marinkovich,
2002).
Entre tales prácticas de lenguaje y pensamiento propias del ámbito
universitario, se espera que el escritor de textos académicos sea capaz de
‘transformar el conocimiento’ en lugar de meramente ‘decir el conocimiento’
(Bereiter y Scardamalia, 1987). Esta diferencia es la que explica las
desigualdades en las performances escrituraria de los escritores maduros e
inmaduros. Scardamaglia y Bereiter afirman que “la principal diferencia entre la
composición madura e inmadura está en la manera de introducir conocimiento y
en lo que le sucede a ese conocimiento a lo largo del proceso de composición”
(1992: 44).
En el modelo de ‘decir el conocimiento’, el escritor novato toma como
punto de partida una consigna determinada, construye cierta representación
sobre esa consigna e identifica en ella el tópico y el género. Esta información —
representación, tópico y género— funciona al modo de pistas que ponen en
marcha la búsqueda de conceptos asociados en la memoria. Los autores llaman
‘activación propagadora’ a la serie de asociaciones sucesivas que el autor va
haciendo para “encontrar” en su memoria la información que “volcará” en la
página. De allí el nombre de este modelo de escritura, ya que el escritor avanza
sin plan, simplemente transformando en texto escrito las ideas que surgen a
partir de la representación que se hace de la tarea, el tópico, el género y el texto
mismo, a medida que se genera (Marinkovich, 2002; Scardamalia y Bereiter,
1992: 45-46). Algunas de las características de los textos que se escriben
siguiendo este modelo son su relación estrecha con el tópico central, sin mayores
elaboraciones o presentación de idea conexas; complejidad reducida en la
presentación de las ideas, sin profundización; y ordenamiento centrado más en el
escritor que en el lector (Scardamalia y Bereiter, 1992: 51-52). Esto es
consecuencia, en parte, de la falta de un plan de escritura previo que permita
organizar la tarea desde un punto de vista global, y la ausencia de instancias de
revisión que habiliten a la reescritura.
Contrariamente, Scardamalia y Bereiter consideran que el modelo de
'transformar el conocimiento', representa los caminos que sigue el escritor
experto cuando intenta resolver un problema de escritura, aunque este incluye el
modelo de ‘decir el conocimiento’ como un subproceso, en el marco de un
proceso complejo de resolución de problemas (Scardamalia y Bereiter,
1992: 46). En estos casos, el escritor se plantea un conjunto de problemas
relacionados al tópico de su producción escrita, junto con una serie de problemas
retóricos o discursivos, vinculados con la finalidad del texto, el destinatario, sus
intenciones, etcétera. Uno y otro conjunto de problemas se “entrecruzan” y
retroalimentan de manera tal que se satisfagan de la manera más adecuada
posible, sin que la resolución de los problemas de contenido, por ejemplo, actúen
en detrimento de los problemas retóricos. Los autores afirman que “la interacción
dialéctica entre los dos espacios-problema podría producir cambios en el
contenido y en la organización del conocimiento del escritor” (Scardamaglia y
Bereiter, 1992: 48). A diferencia del otro modelo, más sencillo, los escritores
maduros parten de un plan de escritura global y llevan a cabo revisiones
constantes, ya sea durante las diversas etapas del proceso como al concluir su
producción. Este tipo de escritura genera como resultado que los textos aborden
distintos tópicos vinculados de manera más o menos directa con el tópico
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central; una mayor profundización de las ideas y sus interrelaciones —similitudes,
diferencias, implicancias, etcétera— y la posibilidad de orientar el texto a las
necesidades del destinatario, a sus modos de seguir o elaborar un razonamiento
a medida que avanza con la lectura (Scardamaglia y Bereiter, 1992: 52-54).
Ser un escritor maduro requiere, por lo tanto, de altos niveles de
reflexión o conciencia metalingüística, es decir, de la capacidad de pensar
sobre el uso que se está haciendo del lenguaje; y otro tanto de conciencia
metacognitiva, esto es, la habilidad de pensar en los propios procesos de
pensamiento y manipularlos.
Según Cassany (1999: 48-52), para lograr un texto eficaz, es necesario que
el escritor comprenda en primera instancia que la escritura es un objeto
descontextualizado —dado que inhibe la posibilidad de un contexto compartido
entre escritor y lector—, por lo que el texto debe necesariamente poder
independizarse de sus usuarios y de las situaciones de producción y recepción y
anticipar las posibles reacciones del lector para evitar errores. Es decir que todos
buen escritor debe imaginar a su receptor y construir(se) una representación que
le permita dialogar mentalmente con él; hecho que facilita la planificación del
texto. La cosificación del texto escrito y su bidireccionalidad —siempre que sean
contempladas— favorecen la tarea de escritura: por una parte, dado que el
lenguaje escrito se vuelve un objeto de reflexión, observación y estudio a partir
de que se materializa y se convierte en un objeto autónomo respecto de sus
usuarios, se desarrollan géneros más despersonalizados y objetivos y se
incrementa el control sobre los usos lingüísticos que el escritor comienza a
manipular como cualquier otro objeto; y se desarrollan nuevas formas de
conciencia sobre el lenguaje. Además, por otra parte, a diferencia de la oralidad,
la escritura permite un ir y venir a través del texto y, de este modo, posibilita que
el redactor supere las limitaciones de la linealidad y la unidireccionalidad del
lenguaje oral y pueda crear los formatos jerárquicos que caracterizan al escrito o
las formas semióticas y ortotipográficas que se pueden procesar de manera
paralela. Es decir, dado que el discurso escrito se vuelve un objeto estable en su
producción, es posible manipularlo a fin de alcanzar los objetivos deseados.
Marinkovich (2002) señala, además, que la integración en una comunidad
discursiva particular requiere del dominio de los géneros discursivos propios
de tal esfera. Al respecto, Cassany considera central la adecuación de la escritura
a “cada uno de los géneros verbales para conseguir los objetivos deseados (…)
[y] lo mismo respecto al dialecto y al registro.” (1999: 35); ya que por esta vía el
escritor podrá acceder a “modelos discursivos” sobre los que articular sus ideas
en función de la situación retórica y de sus intenciones particulares.
Finalmente, los procesos de revisión y control, descriptos más arriba,
resultan ellos mismos metaligüísticos y metacognitivos, ya que implican la
evaluación constante del modo en que se desarrolla la tarea y conducen a
nuevas planificaciones y/o reformulaciones. Estos controles o monitores no solo
evalúan lo que se dice —dicho burdamente, el plano del contenido—, sino,
además, cómo se dice: el proceso de escritura y su progreso, la distribución de la
información en el texto, aspectos léxico-sintácticos, semánticos y ortográficos,
adecuación del registro, etcétera.
En síntesis, a mayor desarrollo de la capacidad de reflexión sobre el uso
del lenguaje y sobre los propios pensamientos e ideas, y cuando más se pongan
en práctica estas habilidades tanto antes como durante y después de la tarea de
escritura, habrá mayores posibilidades de lograr un texto adecuado a la situación
retórica particular que se enfrenta. Es decir, si se es un escritor maduro y
reflexivo aumentan las probabilidades de lograr un texto más eficaz. La
importancia de estas cuestiones radica, precisamente en que “las prácticas de
escritura no constituyen solo una instancia de evaluación ni desempeñan
exclusivamente una función transmisora, sino que el proceso escritor es un
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participante crucial en la elaboración del conocimiento” (Pereira y Di Stefano,
2007: 405).
2. ¿Qué es leer?
“Podemos comprar la lectura con el manejo de un automóvil o un camión.
Hay automóviles pequeños, grandes, viejos, nuevos;
camiones, ómnibus; tráfico pesado, tráfico fluido.
Todas estas diferencias requieren flexibilidad de parte del conductor.
Y sin embargo hay solo una manera de conducir.
Se puede conducir bien o mal pero no se puede conducir
sin utilizar el acelerador, los frenos y el volante.
De alguna manera hay que hacer que el automóvil avance,
se detenga y vaya allí donde queremos ir.”
Goodman, “El proceso de lectura: consideraciones a través de las lenguas y del desarrollo”
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sentidos y que culmina con la comprensión del texto (Mc Ginitie, Maria y Kimmel,
1982: 31; Solé, 1997: 18). Según Solé, los modelos previos se incorporan en el
interactivo cada uno con una finalidad específica: “los procesos topdown,
procesos conceptualmente dirigidos (Norman y Bobrow, 1979), aseguran que la
información coincidente con las hipótesis del lector será fácilmente asimilada,
mientras que los botton up o procesos dirigidos por los datos (Norman y Bobrow,
1979) se responsabilizan de que se muestre atento a las informaciones que no
confirman sus expectativas sobre el texto o que representan una novedad” (Solé,
1997: 18).
Los modelos interactivos proponen una concepción estratégica de la
lectura. El proceso de lectura —en tanto conducta inteligente— se apoya en el
uso de estrategias, esto es, esquemas para obtener, evaluar y utilizar
información (Goodman, 1982: 21). Solé (1992: 59) señala que las estrategias de
lectura “tienen en común con los demás procedimientos su utilidad para regular
la actividad de las personas, en la medida en que su aplicación permite
seleccionar, persistir o abandonar determinadas acciones para llegar a conseguir
la meta que nos proponemos”. Es decir que las estrategias se definen en función
de los objetivos que persigue el lector y del plan de acción que decide llevar a
la práctica para alcanzarlos, y se vinculan también con la evaluación y el control
respecto del proceso de lectura (Solé, 1997: 21).
De acuerdo con Solé (1994) estas estrategias de anticipación y predicción
se proponen en tres etapas diferentes:
1. Antes de la lectura. En esta instancia de exploración el lector anticipa
el objetivo de la lectura, activa el conocimiento previo a partir del
reconocimiento y análisis de los paratextos, y formula hipótesis en
relación con el tema, el género, la estructura (o secuencia dominante),
el posible destinatario, los procesos cognitivos implicados en su lectura,
etc.
2. Durante la lectura. En esta etapa la información provista por el texto
es elaborada a partir del conocimiento previo e integrada a él (Van Dijk
y Kintsch, 1983). Para eso se hace uso de las pistas gramaticales,
lógicas y culturales (inferencias) a fin de construir una representación
coherente del texto.
3. Después de la lectura. Incluye la verificación de las hipótesis de la
prelectura, la selección, eliminación y reformulación de la información,
la aplicación del pensamiento crítico en la valoración de ideas
(Matteucci, 2008) y la revisión a partir de la cual se iniciarán las
prácticas escriturales.
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Se llama paratexto ―que etimológicamente deriva del griego para=
junto a, al lado de― a todo aquello que rodea o acompaña al texto. Se trata de
los títulos, los subtítulos, los gráficos, etc. En la prelectura, los paratextos
cumplen tres funciones fundamentales en el proceso de comprensión lectora
(Alvarado, 1994):
Son elementos auxiliares para la comprensión del texto: aseguran o
refuerzan la interpretación del texto que el autor quiere privilegiar;
Disparan las operaciones de anticipación (el carácter de la información y
modalidad que ésta asume) activando en la memoria la red de
conocimientos conceptuales, lingüísticos e intertextuales que facilitarán
la construcción del modelo mental del texto y permitiendo elaborar
hipótesis de lectura sobre el contenido del texto que se irá reformulando
sobre la marcha.
Permiten hacer deducciones sobre aspectos temáticos y formales del
texto (tema, género, etc.) e incluso valoraciones del autor, brindando
información sobre el contexto histórico-social de producción.
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entre, por un lado, los procesos de producción y recepción de un texto
determinado y, por otro, el conocimiento que tengan los participantes
en la interacción comunicativa de otros textos anteriores relacionados
con él. Genette (1982) la define como una relación de copresencia
entre dos o más textos o la presencia de un texto en otro. La forma más
explícita y literal de intertextualidad es la citación y la menos explícita
es el plagio o también la alusión (Marinkovich, 2004). Ahora bien, esta
relación, especialmente cuando es menos explícita, depende de la
competencia cultural e ideológica de los receptores. Esto quiere decir
que, en determinados tipos de intertextualidad, los conocimientos
previos son esenciales para cobrar sentido. De ahí su inclusión como
parte de los procesos inferenciales. Información proveniente de otras
lecturas.
La estructura del texto (la secuencia). La comprensión del texto
depende también de que el lector infiera aspectos de la organización
textual, que identifique la forma prototípica de entramado de
proposiciones (Adam, 1992) y, de esta forma, pueda distinguir la
información fundamental de la accesoria. Así mismo, podrá anticipar lo
que podría llegar a suceder a lo largo del texto.
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Las estrategias de predicción no solo se utilizan antes de comenzar a
leer, sino que funcionan constantemente a lo largo de todo el proceso:
sirven “para predecir el final de una historia, la lógica de una
explicación, la estructura de una oración compleja y el final de una
palabra” (Goodman, 1982: 21).
Otra de las estrategias lectoras es la inferencia. Se trata de procesos
mediante los que el lector completa la información del texto mediante
su conocimiento conceptual y lingüístico y sus esquemas de
pensamiento (Goodman, 1982: 22). Las inferencias se utilizan para
reponer información de distinto tipo, desde el referente de un
pronombre, hasta los supuestos de los que parte el autor.
En paralelo a estas estrategias, el lector realiza un monitoreo
constante de su proceso interpretativo, es decir, tareas de autocontrol.
De hecho, puede realizar predicciones o inferencias que sean erradas y
que deberán replantearse a medida que avanza en la lectura. Los
lectores más entrenados son capaces de volver sobre el texto para
reorientar sus interpretaciones en función de la nueva información. Solé
afirma que “la metacognición nos hace estar alerta y nos indica cuando
ello sucede que no comprendemos, o que en el texto hay una palabra o
frase que no corresponde al contexto. Así, podemos realizar las acciones
necesarias para solucionar la dificultad encontrada y reorientar la
lectura” (Solé, 1997: 20).
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texto, existe una cierta cantidad de información que el lector ya conoce y que
interactúa con la información nueva. Esa información ya conocida involucra las
lecturas previas, y es extremadamente valorada especialmente en el ámbito
académico, en el que se exige el manejo de conceptos e ideas y la reposición
contextos muchas veces complejos.
En síntesis, la comprensión del texto dependerá, por una parte, de que el
escritor sea capaz de explicitar la información relevante —incluir definiciones de
conceptos clave, reformular aspectos que puedan ser ambiguos o de difícil
comprensión, etcétera— y, por otra parte, de la capacidad del lector para
detectar las zonas más problemáticas en la lectura y recuperar la información
faltante, es decir, que recurra a fuentes externas—libros, apuntes— que le
permitan llenar tales lagunas informativas. Se debe recordar que la lectura es un
acto diferido, el lector y el autor no se encuentran más que en el texto y es la
escritura como objeto la que debe contener todas las pistas para que el lector
avance en su camino interpretativo.
3. Consideraciones finales
Hemos visto en estas páginas que ni la lectura ni la escritura son
actividades simples. Por el contrario, hemos intentado poner al descubierto la
complejidad de estos procesos que no solo implican la puesta en funcionamiento
de una serie de habilidades cognitivas por parte del lector/escritor, sino que
también comportan aspectos socioculturales y situacionales específicos. En
particular, para ser un lector maduro o un escritor más o menos exitoso en el
ámbito académico será imprescindible la incorporación o creación de nuevos
esquemas conceptuales, adecuados a las exigencias culturales del
contexto.
Por otra parte, la lectura y la escritura se asocian directamente con el
aprendizaje. El sujeto que lee interacciona con el texto, asigna y construye
significados y, de este modo, amplia o reformula el conocimiento almacenado en
su mente mediante la transformación de sus esquemas conceptuales. Del mismo
modo, el escritor necesita llevar a cabo este proceso para “ordenar” sus ideas en
el texto que se despliega: escribir es poner en relación, vincular, explicar,
argumentar, narrar, etcétera, y todas estas tareas requieren siempre de una
reorganización de las ideas mentales del escritor a partir de sus fuentes de
información. Cassany (1999: 47) sostiene que “aprender a escribir transforma la
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mente del sujeto” ya que facilita “el desarrollo de nuevas capacidades
intelectuales, tales como el análisis, el razonamiento lógico, la distinción entre
datos e interpretación o la adquisición de metalenguaje”. En cualquier caso, leer
y escribir modifican el universo de conocimientos del sujeto.
Aunque pueda parecer obvio a esta altura, cabe aclarar que la lectura y la
escritura, tal como han sido presentadas aquí, son dos prácticas diversas
aunque íntimamente vinculadas: las lecturas son siempre, aunque de manera
más o menos directa, fuente de la escritura; la lectura implica prácticas de
escritura en su desarrollo: subrayados, anotaciones marginales, glosas, cuadros
sinópticos, redes conceptuales, etcétera; el proceso de escritura implica una
revisión constante a través de relecturas del propio texto y de las fuentes; la
escritura nace para ser leída y se lee porque alguien, antes, escribió. Más allá de
sus especificidades, la lectura y la escritura, como el lector y el autor, se
encuentran en el texto como objeto que, en este sentido, constituye una
mediación.
Comprender qué es leer y qué es escribir y ser conciente de los procesos,
estrategias y procedimientos involucrados en estas prácticas es el primer paso
para que los lectores y los escritores se transformen en escritores maduros y
lectores exitosos.
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