You are on page 1of 9

La pregunta por la identidad peronista

Sebastián Giménez

El presente trabajo pretende problematizar la relación entre sectores populares e identidad


peronista tal como fue abordada en el debate sobre los orígenes del peronismo- como se conoce
ya sin mayores referencias en el ámbito académico a la discusión de la que tomaron parte
autores como Gino Germani, Juan Carlos Portantiero, Miguel Murmis, Halperin Donghi y Juan
Carlos Torre, entre otros (debate que es, es sin duda, uno de los más apasionados y teóricamente
interesantes que ha dado la historia de nuestra sociología).
La originalidad del trabajo no reside desde luego en el tema: dicho debate forma parte de la
bibliografía obligatoria de toda carrera humanística en la Argentina. Los textos que
analizaremos resultan por ello sumamente conocidos. Dos puntos nos interesaría remarcar como
aportes interesantes que podría contener este paper: en primer lugar, la pregunta desde la cual se
indaga a los distintos autores; más que una reconstrucción exhaustiva del debate, a cada uno de
los distintos textos analizados le haremos una pregunta específica: ¿cómo caracteriza el lazo
identitario que unió a los trabajadores con el peronismo?
Por otra parte, en las numerosas reseñas disponibles sobre el debate en cuestión, el aporte de
Juan Carlos Torre suele aparecer como una variante, significativa pero no del todo diferente, de
la interpretación esgrimida por Murmis y Portantiero. El segundo aporte que puede contener
este trabajo pasaría entonces por exponer las novedades presentes en el análisis de este autor.
La categoría de identidad permanecerá deliberadamente con cierto grado de indefinición, de
manera de permitirnos abordar en conjunto una serie de trabajos que parten de marcos teóricos
distintos.

I
Fue Gino Germani1 el primero en sistematizar una mirada “científica” acerca de la relación
entre los sectores populares y el peronismo, reuniendo para ello elementos teóricos e históricos.
Como bien se sabe, Germani utilizó la teoría de la modernización como marco de referencia
general a la hora de interpretar el fenómeno peronista. Según este modelo teórico, todas las
sociedades tarde o temprano experimentarían el proceso de transición desde una forma de
organización tradicional a otra moderna, siguiendo el ejemplo de los países europeos y Estados
Unidos. Pero en países como Argentina, el hecho de comenzar tardíamente dicho proceso da
lugar al surgimiento de fenómenos que en “casos normales” no se harían presentes.
En lo que hace a las identidades políticas de las clases sociales, la regla indicaría que “mientras
las clases populares tienden a orientarse hacia los partidos y las ideologías consideradas de
‘izquierda’, las clases medias y altas se orientan hacia el polo opuesto, a saber, hacia partidos e
ideologías consideradas de ‘derecha’”. Y para Germani ésta no es sólo una inducción extraída
de la observación de casos particulares, sino que “la sociología del conocimiento tiende a
descubrir cierta coherencia interna entre el pensamiento de izquierda y las estructuras
sociológicas” (Germani, 1977: 175-176). Si la lógica indica que las clases populares deberían
ser (o, por lo menos, tener una orientación) de izquierda, en los casos en que esto no ocurre, las
ciencias sociales se tendrían que ocupar de analizar las causas de esta patología. La respuesta de
Germani consiste en que:

“Las clases populares de un país (o ciertos subgrupos de las mismas dentro de un país)
estarán tanto más expuestas a apoyar movimientos de orientación autoritaria, cuanto más
tardía haya sido su integración política y cuanto más traumático haya resultado el tránsito
de la sociedad preindustrial a la industrial y el proceso de ‘democratización
fundamental’” (Germani, 1977: 191)

1
GERMANI, Gino (1977). Política y sociedad en una época de transición. Buenos Aires, Paidós.

1
Como vemos en la cita, la ideología adoptada por las masas populares en un determinado país se
corresponde con la modalidad adquirida por el proceso de transición: cuanto más tardío y
traumático haya sido éste, mayores posibilidades habrá de encontrar “desviaciones” a la norma:
no debe sorprender en estos casos que las masas obreras, en vez de hacer suyas ideologías
democráticas de izquierda2, opten por alguna forma de autoritarismo.
La adhesión de los obreros al peronismo en nuestro país encajaría así en el esquema. La súbita
industrialización acontecida en los ’30 produjo la repentina incorporación de las masas a pautas
culturales y laborales a las cuales no estaban acostumbrados. Más aún cuando la industria
demandó para su producción mano de obra para la cual la existente en las ciudades no resultaba
suficiente; fue la población del campo la que migró a las ciudades a trabajar en la rama fabril.
Al ver obstaculizados los canales democráticos de participación por la vigencia del fraude, por
la ausencia de partidos que canalizaran sus intereses, y por la distancia con que veían a las
organizaciones gremiales tradicionales, se encontraron en situación de “disponibilidad” para ser
utilizados como la base de maniobra de proyectos autoritarios contrarios a sus verdaderos
intereses de clase.
Hasta aquí la hipótesis más conocida de Germani, que, ciertamente, es la que se encuentra con
más fuerza en sus escritos. Sin embargo, en varias de sus páginas desliza una respuesta
alternativa: los trabajadores siguieron al peronismo porque con él experimentaron una
“participación efectiva” en áreas específicas de su actividad cotidiana, principalmente en el
ámbito del trabajo, participación que genuinamente les permitió “sentirse más dueños de sí
mismos” (Germani, 1977: 42) y afirmar su conciencia de clase “frente a las demás clases y
frente a sí misma” (Germani, 1977: 351). Por lo tanto, el éxito del peronismo en lograr la
adhesión de los sectores populares no puede explicarse sólo como siendo la consecuencia de una
demagogia vacía; “participar en una huelga, elegir un representante sindical dentro del taller,
discutir en pie de igualdad con el patrón, alterar el nivel de comportamiento individual y en
sentido igualitario las relaciones ‘señor-siervo’, he aquí mil ocasiones de vivir un cambio
efectivo” (Germani, 1977: 213).
Pero pese a reconocer la existencia de este “cambio efectivo” en la manera en que los
trabajadores perciben su posición en la estructura social y su relación con el resto de las clases,
Germani no avanza en las consecuencias que ese cambio pudo haber traído aparejadas. Y esto
por dos motivos: en primer lugar, en tanto los mecanismos de participación promovidos por el
peronismo se hallan en los márgenes de la democracia representativa, los trabajadores
permanecieron encerrados en la inmediatez del lugar laboral, sin introducirse en “la alta política,
la política abstracta y lejana” (Germani, 1977: 341), que es para Germani la única forma de
hacer política que realmente cuenta en las sociedades modernas. En segundo lugar, y en parte
como consecuencia de estar alejados de los verdaderos ámbitos de la política, los obreros sólo
experimentaron un cambio en su conciencia, pero nada alcanzaron en lo relacionado a conseguir
reformas estructurales que modificaran la base real de su lugar en la sociedad. Vuelve a
introducirse entonces la posibilidad de que, más que una participación efectiva, el peronismo
haya impulsado un “Ersatz de participación”, esto es, una forma de relación con la política en la
cual los obreros quedan confinados a su lugar de trabajo, mientras que las decisiones de fondo
son tomadas por un líder ajeno a sus intereses que mantiene un compromiso con el statu quo.

II

2
Según Germani, las ideologías de izquierda, tal como surgieron en los países desarrollados en el siglo
XIX, lejos están de representar un peligro para la “democracia”; por el contrario, Germani ve una
continuidad entre izquierda y régimen democrático; en sus palabras: “cualquiera que fuera su actitud
militante contra el orden democrático, compartían con éste muchos de sus principios ideales, los que,
justamente, aspiraban a llevar a sus últimas consecuencias” (Germani, 1977: 208). Profundamente
marcado por la experiencia del fascismo en su Italia natal, Germani concederá mucha mayor relevancia a
la diferenciación política entre autoritarismo y democracia que a la de izquierda-derecha

2
En un movimiento posterior, Murmis y Portantiero3 se preguntarán acerca de los motivos que
llevaron a los obreros a sumar su apoyo al peronismo. A diferencia de Germani, estos autores
pondrán su esfuerzo en no concebir al peronismo como el producto de una desviación a pautas
supuestamente universales; procurarán así restituir al peronismo su legitimidad como fenómeno
político-social, lo cual se observa desde el inicio en el desplazamiento semántico que proponen
para referirse al peronismo: lo concebirán como un caso de “movimiento nacional popular”.
Según Murmis y Portantiero, si las orientaciones del movimiento obrero en países como la
Argentina difieren de las encontradas en los países centrales, esta divergencia no debe
explicarse por lo tardío, vertiginoso y traumático de un proceso de transición de la sociedad
tradicional a la sociedad moderna; ellos sostendrán que es el carácter dependiente de la
economía argentina frente a los “centros imperialistas” el que está en la base de dicha
diferencia. Mientras que en los países centrales el proceso de desarrollo y consolidación del
capitalismo enfrentó desde un principio a trabajadores y patrones, aquí ese proceso se
caracterizó por su inestabilidad, es decir, por la imposibilidad de un grupo dominante de ejercer
la hegemonía sobre el decurso del crecimiento de manera perdurable. Es por ello que sectores
propietarios desplazados de los resortes del poder, para aumentar su influencia sobre el aparato
del Estado, convocan a los sectores populares a forjar una alianza en defensa de intereses
compartidos. Se abre así la posibilidad de realineamientos de fuerzas interclase elaborados “a
partir de la coincidencia en un proyecto más amplio de política nacional” (Murmis y
Portantiero, 2006: 168).
Por lo tanto, el apoyo de los trabajadores al peronismo y su disposición a sumarse a un proyecto
del cual también formaban parte sectores de la burguesía no puede interpretarse como la
consecuencia de una visión distorsionada y primitiva de la coyuntura política. Ni tampoco el
peso de la explicación puede recaer en un lazo irracional, de mero carácter emotivo, entre los
obreros y el líder populista. Los autores sostienen que, lejos de verificarse una ruptura con
posiciones sostenidas en el pasado, el movimiento obrero siguió en los años de formación del
peronismo atento principalmente a la defensa de sus intereses de clase y de su autonomía.
Murmis y Portantiero pretenden cuestionar así la línea interpretativa sostenida por Germani,
quien veía en la adhesión de los obreros al peronismo un comportamiento de carácter
heterónomo. Este autor, como vimos más arriba, fundaba su argumento en una distinción al
interior de la clase obrera, dentro de la cual podían encontrarse, por una parte, “obreros viejos”,
con experiencia en la lucha gremial y ampliamente influidos por ideologías de clase y, por otra,
“obreros nuevos”, migrantes recientes del interior no asimilados a las pautas de la moderna
sociedad industrial y más proclives a dar su apoyo a un líder paternalista que a dirigentes
sindicales.
Según Germani, fueron los obreros nuevos quienes prestaron su apoyo al peronismo; el
liderazgo tradicionalista de Perón encontró amplia recepción en este contingente de trabajadores
súbitamente desplazados de sus lugares de origen. Entre estas masas y el líder se forjó un
vínculo directo, marcado por el reconocimiento afectivo que aquéllas supieron encontrar en éste.
Los obreros de la vieja guardia y sus organizaciones, por el contrario, habrían permanecido
leales a sus banderas de autonomía sindical y democracia política.
Murmis y Portantiero pondrán en duda la heterogeneidad existente al interior de la clase obrera
y cuestionarán el rol secundario que la interpretación de Germani asigna a la mediación de la
organización gremial en la relación de los trabajadores con Perón. Respecto a lo primero, no
negarán que en los ‘30 tuvo lugar un proceso migratorio desde el campo a las ciudades de
grandes dimensiones; pero en su visión esto no implica automáticamente que entre los
trabajadores haya existido un hiato, puesto que todos los obreros, en tanto clase, estaban
atravesando paralelamente una experiencia homogenizadora: la experiencia de la explotación.
El proceso de acumulación capitalista sin intervencionismo social ocurrido en los ’30 unió a los
trabajadores en torno a demandas y reivindicaciones compartidas, frente a las cuales se
identificaban otros actores sociales a los que percibieron como antagónicos. Su análisis
entonces, según sus palabras, “más que destacar la división interna de la clase obrera, toma

3
MURMIS, Miguel y Juan Carlos Portantiero (2006). Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos
Aires, Siglo veintiuno editores.

3
como punto de partida su opuesto: la unidad de ésta, como sector social sometido a un proceso
de acumulación capitalista sin distribución del ingreso, durante el proceso de industrialización
bajo control conservador que tiene lugar durante la década del ‘30” (Murmis y Portantiero,
2006: 132).
La constatación empírica que Murmis y Portantiero muestran sobre la fuerte presencia de la
organización sindical en el período de gestación del peronismo les permite, por su parte,
descartar la hipótesis germaniana según la cual los trabajadores se sumaron a la alianza
peronista debido a la capacidad de manipulación ejercida por Perón. No es casual que Germani
haya pasado por alto a la organización sindical: entidades conformadas para defender los
intereses de los trabajadores, los sindicatos no resultan útiles como unidad de análisis cuando se
trata de resaltar la importancia de los sentimientos en el vínculo de las masas con Perón.
Al incorporar a los sindicatos en la explicación histórica, Murmis y Portantiero enfatizarán el
carácter autónomo y racional de la relación de los obreros con la elite populista; las
organizaciones gremiales (con sus tradiciones de lucha y defensa de los intereses de los
trabajadores) se sumaron al peronismo no por mera cooptación, sino porque vieron allí una
posibilidad de obtener mejoras y beneficios que de otra manera no hubiesen podido alcanzar.
Más aún: la vieja guardia sindical no sólo tenía demandas inmediatas, sino que contaba también
con un proyecto social de mediano y largo alcance. En la coyuntura abierta luego del golpe de
junio de 1943, los trabajadores apoyaron la política laboral desplegada por la Secretaría de
Trabajo y Previsión en tanto se correspondía con demandas insatisfechas en el pasado. Al
concluir su estudio sobre los orígenes del peronismo, Murmis y Portantiero afirman que su
propuesta consiste en tratar de “definir las conductas de los actores de dicho proceso en
términos que acentúen sus intereses de clase por encima de sus orientaciones normativas”
(Murmis y Portantiero, 2006: 186). No llama la atención entonces que el ensayo en el cual se
abocaron al estudio de la relación entre clase trabajadora y régimen peronista (titulado “El
movimiento obrero en los orígenes del peronismo”) haya sido precedido por un análisis del
proceso económico y de la estructura de clases en Argentina en el período inmediatamente
anterior al peronismo (“Crecimiento industrial y alianza de clases en la Argentina (1930-
1940)”). Al brindar un panorama global de las distintas clases sociales y de sus potenciales
relaciones, este análisis sirve de fundamento a sus hipótesis sobre la formación del peronismo,
en tanto muestra objetivamente qué alianzas entre clases eran posibles y cuáles no, en función
de qué intereses podían coincidir en la conformación de un bloque de poder. Los obreros se
sumaron como clase a la alianza peronista debido a que sus intereses confluían con los de los
industriales menos poderosos y los de sectores de la burocracia militar y política. En conjunto,
estos sectores llevaron adelante un proyecto social nacional popular.
Ahora bien, una vez derrotada esa alianza, la clase obrera no abandona la iniciativa por
encabezar un proyecto de transformación social. Según los autores, “cuando el peronismo ha
sido ya desalojado del poder son los sindicatos la única forma organizativa ligada a él que
permanece en pie, hasta el punto de transformarse, de ahí en más y hasta el presente, en la
estructura principal del populismo en el llano y en la vanguardia de todo intento de reconquista
del poder” (Murmis y Portantiero, 2006: 172). La clase obrera parece permanecer idéntica luego
de su paso por la experiencia peronista: antes y después de ella, sus orientaciones se definen en
función de su posición en la estructura social. El “peronismo” fue una identidad política
coyuntural asumida por los trabajadores, en su momento racional, pero pasible de ser revisada.
Es aquí donde se percibe muy claramente la apuesta política de los autores: interesados por
operar un pasaje desde el peronismo hacia la izquierda, Murmis y Portantiero concebirán al
peronismo como una identidad adicionada a una condición de clase por definición más sólida y
destinada a imponerse por sobre opciones políticas coyunturales.

III
Quizás el mayor mérito del estudio de Murmis y Portantiero consistió en haber rescatado el
papel de la clase obrera en el proceso histórico, con lo cual no sólo dotaba de legitimidad el
comportamiento de este actor social en particular, sino también planteaba una nueva forma de
interrogar al peronismo en su conjunto, no ya como una anomalía que habría que corregir.

4
Adicionalmente, el riguroso trabajo empírico realizado puso de manifiesto la participación de
los viejos líderes sindicales en la formación de la alianza peronista, dato que les permite una
reconstrucción menos sesgada del proceso.
Sin embargo, en más de un sentido su intento de explicación sobre los motivos que llevaron a
los trabajadores a apoyar a Perón encuentra límites similares al ensayado por Gino Germani.
Bien mirada, la suya parece ser exactamente la versión contraria de cada uno de los términos
planteados por el sociólogo italiano: así, mientras éste hacía referencia al carácter heterónomo
de la relación de los obreros con Perón, Murmis y Portantiero sostendrán la autonomía de las
organizaciones obreras; si Germani hacía del afecto (y por ende, de los factores irracionales) el
leit motiv de su explicación, aquéllos subrayarán la racionalidad del comportamiento obrero
manifiesta en la vocación por defender sus intereses; mientras Germani identificaba la
existencia de un “corte interno” en los sectores trabajadores, Murmis y Portantiero enfatizarán la
homogeneidad de la clase obrera y, por el contrario, argumentarán que es al interior de los
sectores dominantes donde existe un “corte interno”. Por último, si en Germani Perón
desempeña un papel central en el proceso, en Murmis y Portantiero el protagonismo del líder se
desdibuja en la generalidad de las relaciones entre las clases sociales.
Las conclusiones a las que arriban ambas explicaciones son así también una el reverso de la
otra: si para Germani los obreros se habían equivocado al apoyar al peronismo (poseídos como
estaban de una “falsa conciencia”), según Murmis y Portantiero, la clase obrera habría actuado
adecuadamente4.
El hecho de que ambas explicaciones se aparezcan como los dos lados de una misma moneda
pone fácilmente de manifiesto el terreno compartido sobre el que se asienta el debate; tanto el
estructural-funcionalismo como el marxismo (las teorías que subyacen a las miradas de Germani
y Murmis y Portantiero, respectivamente) conciben la totalidad social a partir de una
diferenciación entre economía, sociedad y política. Para ambas teorías, la prioridad heurística
queda del lado de la dimensión económico-social; en esta dimensión un análisis externo puede
identificar con objetividad los intereses de los distintos actores sociales, y luego evaluar en qué
medida las posturas adoptadas en el terreno político (por partidos, movimientos o corporaciones
que pretenden representar a determinados sectores sociales) se alejan o acercan a una
satisfacción óptima de esos intereses.
Es por ello que el tratamiento de la problemática de la identidad es en ambos deficitario. En el
caso de Murmis y Portantiero, la naturaleza de la relación entablada entre clase trabajadora y
peronismo se reduce a la indagación por exponer cuáles son los intereses de los trabajadores, y a
constatar que se sumaron al movimiento peronista porque veían en éste una compatibilidad con
aquéllos. En Germani, como ya vimos, el peronismo era una forma de desviar a los obreros de
sus verdaderos intereses; en su análisis, la identificación de los obreros con el peronismo no está
del todo ausente como en Murmis y Portantiero, pero ésta aparece como una adhesión afectiva
basada en el componente anómico de las masas que viene a suplir una relación genuina de éstas
con un líder; es decir, para Germani esa identificación de los obreros con Perón es desviada
porque no se corresponde con la posición de los trabajadores en la sociedad, con los intereses
profundos que tienen en esta instancia.

IV
Juan Carlos Torre5 va a colocar en un primer lugar la pregunta por la identidad política peronista
de los sectores populares. Para avanzar en su respuesta, Torre no considera necesario romper

4
En sus palabras: “Desde el punto de vista de los comportamientos obreros, su adhesión al populismo en
el momento de su estructuración podría ser, entonces, legítimamente percibido como la elección más
adecuada, dentro de las alternativas ofrecidas por la realidad, de una alianza política que pudiera servir de
salida a un proceso de industrialización que se llevaba a cabo bajo el control de una elite tradicional”
(Murmis y Portantiero, 2006: 185).
5
TORRE, Juan Carlos (1989). “Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo”. En Desarrollo
Económico, nº112, vol. 28. Nos centraremos sobre todo en este artículo para reconstruir el argumento de
Torre, dado que es aquí donde pueden encontrarse las líneas analíticas más claras de su perspectiva.

5
con los presupuestos de las versiones anteriores de Germani y Murmis y Portantiero. Antes
bien, considera que cada uno dirigió su atención a aspectos sumamente relevantes, como lo son
la dimensión política por un lado, y la dimensión económico-social por el otro. El problema que
atraviesan ambos análisis consiste en que, al centrarse cada uno de ellos en un solo nivel
analítico, la reconstrucción del proceso concluye por ser unilateral. Según Torre, la complejidad
del peronismo reside justamente en que en él se encuentran condensados, imbricados, elementos
políticos y elementos socioeconómicos. Su esfuerzo se destinará a indagar por qué estos dos
niveles se presentaron en ese momento superpuestos; y ahí está la clave para comprender la
identidad peronista.
Según Torre, el doble proceso de modernización económica y restauración conservadora
desatado en la década del ’30 es el origen del carácter dual del peronismo. Como ya habían
señalado Murmis y Portantiero, en los ‘30 Argentina asiste a un proceso de industrialización por
sustitución de importaciones; con el desarrollo del mismo se va configurando el espacio en el
cual pueden hacer su presencia conflictos de clase: por un lado, se conforma una clase obrera
que comparte una misma experiencia de ascenso colectivo; por otro, hay una clase dominante
que dirige el proceso de desarrollo.
Pero ocurre que esta clase dominante en el terreno de la producción es la misma que tiene bajo
su control el poder del Estado. En orden de asegurar sus privilegios y reproducir su dominio al
interior de las fábricas, la clase dominante reforzará su costado autoritario y permanecerá reacia
a toda modificación institucional que tienda a asimilar los reclamos de los trabajadores. En
consecuencia, Torre puede coincidir con Germani en que estamos en presencia de una crisis de
participación, a condición de que en la resistencia de las instituciones a absorber demandas del
sector trabajador veamos no sólo un fenómeno físico de retardamiento de las instituciones para
adaptarse a los cambios ocurridos en el plano económico-social, sino también una reacción de la
clase dominante a atender las demandas de los sectores subordinados.
La inercia institucional tuvo, según Torre, una consecuencia sumamente relevante: al interior de
los sectores populares, impidió la formación de una clase obrera. Es cierto que la
industrialización y las experiencias de trabajo compartidas fomentaron la unificación del
mercado de trabajo y la homogeneización de los trabajadores; pero, por otra parte, la represión y
la ausencia de legislación social obstaculizaron la articulación de la protesta. En consecuencia,
“aunque desde un punto de vista estructural la sociedad se halla ‘madura’, la pérdida de
autonomía de las instituciones políticas impide la emergencia de movimientos sociales de base,
puesto que éstos no pueden formarse y crecer sin la existencia previa de un mínimo de
libertades y garantías” (Torre, 1989: 535). Persiste en estos años una estructura estamental: sólo
los sindicatos más grandes y con algún poder de presión cuentan con posibilidades de
organizarse e influir en las decisiones políticas. Torre cuestiona el argumento de Germani de
que hacia principios de la década del ‘40 la heterogeneidad predominaba al interior de los
sectores obreros. En estos años ya se puede afirmar que estamos ante la presencia de una clase
obrera homogénea que, si todavía no puede organizarse como tal, es por el efecto que tiene
sobre ella el “bloqueo institucional”. He aquí donde la vieja guardia sindical encuentra sus
límites para avanzar en la organización hacia sectores más “nuevos” de la producción, y no en
un hiato cultural que hizo a los sectores más recientemente incorporados a la industria poco
receptivos a los llamados de aquélla.
De esto se deriva lo siguiente:

“En una coyuntura en la que el espacio para la intervención de las fuerzas de base está
casi congelado, el centro de gravedad se desplaza hacia arriba, hacia las elites dirigentes.
Es allí, en el nivel del Estado, que todo se juega, sea el reforzamiento de un orden
excluyente, sea la reversión de las antiguas barreras y la extensión de la participación
social y política” (Torre, 1989: 538).

Por lo tanto, es el nivel político el que tiende a predominar: sólo una acción situada en esa
instancia permite dar por tierra con la trabazón institucional y hacer emerger así el conflicto
social hasta entonces solapado.

6
Siguiendo a Alain Touraine, Torre caracterizará a este proceso como de “democratización por
vía autoritaria”. En Argentina, dicho proceso comienza con el golpe del 4 de junio de 1943; la
elite militar comandada por Juan D. Perón percibe en el estado de ilegitimidad del sistema
político y en el orden social regresivo un cierto peligro para la estabilidad política del país.
Emprende entonces una política de apertura social, cuyo fin último es lograr la autonomía del
Estado y la conciliación de clases. Sin embargo, su política de apertura produce “la liberación
de las energías del trabajo”; derribados los diques de contención que frenaban la capacidad
organizativa de los sindicatos, la movilización social se activa y generaliza. Los sectores
patronales comienzan a ver un peligro más agudo en el nuevo gobierno que, postulando actuar
en su protección, activa extrañamente a las masas, que en esas mismas masas hasta entonces
alejadas de cualquier iniciativa que pusiera seriamente en cuestión las bases de sustentación de
su poder. No dudan en iniciar una activa resistencia a la política social de la elite militar.
En la oposición encuentran la calurosa bienvenida de los partidos tradicionales. Las filas de
éstos se vieron engrosadas gracias al aporte realizado por los sectores medios que, movidos por
un “reflejo cultural conservador”, emprenden una “ofensiva civilista” frente al régimen militar.
Absorbidos prácticamente en su totalidad por el eje de la lucha antifascista, el espectro
partidario (la UCR, el Partido Socialista, el Partido Comunista y fragmentos del Partido
Conservador) subestimó las novedades sociales introducidas desde la Secretaría de Trabajo y
Previsión y no dudó en sumar al mundo de los negocios a su iniciativa política.
En décadas anteriores, las lealtades de los sectores populares habían estado escindidas: en el
terreno político habían sido “parte de las clientelas plebeyas de los partidos tradicionales”, lo
cual les permitía conseguir recursos de patronazgo de otro modo inaccesibles; en el ámbito del
trabajo, por su parte, orientaban su adhesión a alguna de las tendencias ideológicas existentes en
el movimiento obrero que expresaban una resistencia de clase. Según Torre, “esta disociación
de las lealtades obreras era la expresión de la coexistencia de un sistema político relativamente
abierto en el marco del sufragio universal y de unas relaciones de trabajo débilmente
institucionalizadas” (Torre, 1989: 546).
Citemos algo largamente a Torre para ver cuál es el efecto de los procesos desencadenados:

“Sobre este telón de fondo es preciso colocar el viraje de los alineamientos políticos y
sociales que se produjeron a lo largo de 1945. Con la ofensiva concertada de los partidos
y los intereses económicos contra las políticas de Perón los matices desaparecen: estamos
frente a un orden político y social que se unifica, compacto, en el rechazo de las reformas
que apuntan a ampliar la participación de los trabajadores en la comunidad política
nacional. Cuando esto sucede, es toda la trama en la que se definían las orientaciones
obreras la que cambia. Lo que emerge, en primer lugar, en la movilización de masas del
17 de octubre, es una suerte de exorcismo colectivo: el acto de liberación por el cual los
sectores obreros rompen los antiguos lazos que caucionaban sus lealtades” (Torre, 1989:
546).

Con el desarrollo de los conflictos propios de una sociedad capitalista (ocurridos por la
destrabazón institucional realizada por la nueva elite dirigente) no hay lugar para los grises en la
arena política; por primera vez, ésta comenzó a reflejar los principales clivajes de clase
presentes en la sociedad. Los trabajadores comprendieron el sentido profundo del conflicto que
se estaba desarrollando y, en el momento decisivo, rompieron con sus antiguas lealtades
políticas para apoyar a Perón.
Reconstruyamos el argumento de Torre: en primer lugar, la política de apertura social impulsada
por la nueva elite política permitió a los viejos sindicatos expandirse y aglutinar a sectores
todavía ajenos a cualquier organización gremial; en segundo lugar, el avance del mundo del
trabajo produce la reacción de los sectores patronales y de los partidos políticos que hasta
entonces habían sabido captar la adhesión política de los trabajadores. A principios de octubre,
esta reacción parece tener éxito y logra desplazar a Perón del gobierno militar. El 17 de octubre
(fecha clave en el argumento de Torre) los trabajadores salen en defensa de su líder depuesto y
logran que Perón sea restituido en el gobierno. Pero consiguen también algo más: liberarse de
las antiguas lealtades y unificarse como clase.

7
La cuestión fundamental ahora para Torre es analizar cómo se produce esa unificación. En este
punto Torre es contundente: es Perón quien logra darle a la clase obrera su unidad (su cohesión,
su consistencia y, en el límite, su misma existencia) como actor político y social. Sólo a través
de su persona (y de su nombre) la clase obrera se reconoce como clase y actúa como tal. Es en
este sentido que Torre cree encontrar una “lógica de representación heterónoma” en la relación
entre los trabajadores y el líder. La clase obrera “se hace peronista”, en el sentido más profundo
de la expresión; “se hace”, se forma, se constituye como actor social, a través de la referencia a
Perón. En la coyuntura crítica de fines de 1945, para la clase obrera, defender sus intereses de
clase y defender a Perón eran una y la misma cosa; si antes política y sociedad habían corrido
por carriles separados, ahora ambos niveles se juntan. De aquí que en la identidad peronista
puedan confluir una identidad de clase y una identidad política.
Una última observación para concluir el análisis del argumento de Torre. Perón no cuenta con
dotes mágicos para “crear” una clase social; hay dos factores que influyen en este proceso: en
primer lugar, como ya hemos visto, hacia principios de la década del ‘40 la clase obrera
argentina (a diferencia de la de otros países latinoamericanos) estaba en “condiciones objetivas”
para constituirse como clase; la industrialización había avanzado lo suficiente como para hacer
surgir un mercado de trabajo equilibrado y homogéneo. Factores de índole política habían
trabado hasta entonces la formación de un sólido movimiento obrero. En estas circunstancias,
según Torre, sólo una acción política, situada en el nivel del Estado, podía generar las
condiciones que permitieran la aparición de la clase obrera. Perón supo aprovechar con creces
sus posiciones en el Estado (primero en el Departamento de Trabajo, luego en la Secretaría de
Trabajo y Previsión y en la vicepresidencia) para generar dichas condiciones.
Aquí puede percibirse la ambigüedad de la identidad asumida por la clase obrera: por un lado,
ésta es lo suficientemente sólida como para aglutinar al conjunto de los trabajadores del país;
por otra parte, esa solidez no alcanzó para expresarse en el ámbito político en función de su
posición de clase en la sociedad; sólo un actor externo, asentado en el aparato del Estado, pudo
cohesionar a los trabajadores en torno de una identidad común.
Fue la dificultad por percibir esto último lo que condenó al fracaso a un proyecto como el del
Partido Laborista (proyecto que Torre estudia detalladamente en La vieja guardia sindical y
Perón); su vocación por construir una alternativa autónoma en el plano político pronto encontró
los límites implicados en la ambigüedad de la nueva identidad de los trabajadores.

V
Para finalizar, destaquemos algunos puntos fuertes y débiles de Torre. Creemos que su
interpretación del peronismo permite dar respuesta a una pregunta que Germani y Murmis y
Portantiero habían pasado por alto: ¿por qué la identidad peronista se reveló tan resistente al
paso del tiempo?
Para Germani, en tanto la identidad peronista era una “desviación”, un error, la misma no sería
inmune a una acción pedagógica que enseñara a los trabajadores que toda la experiencia pasada
había consistido sólo en un engaño. Partidos políticos y sindicalistas representantes de
tendencias ideológicas verdaderamente de clase debían proponerse llevar adelante dicha acción
y poner en el sendero correcto a los trabajadores.
En Murmis y Portantiero no es la identidad peronista la que persiste en el tiempo, sino un
movimiento nacional-popular, cuyos garantes principales luego de la caída del régimen
peronista eran las organizaciones sindicales. En consecuencia, más que una identidad, es un
proyecto político social el que mantiene su vigencia; proscripto el líder, depuesta la burocracia
política, dicho proyecto todavía persiste en los trabajadores, en función de su inserción en el
proceso de producción.
Torre presenta una visión superadora de estos enfoques; el peronismo en sus orígenes consistió
en una acción política que articuló una realidad de clase ya presente pero que no encontraba los
modos de unificarse. Es, en consecuencia, un fenómeno político y económico social; si logra
mantenerse en el tiempo es porque la afirmación de la identidad peronista por parte de los

8
trabajadores fue la forma que aquí encontraron para defender sus intereses y para mantener la
homogeneidad y la cohesión interna6.

Por cuestiones de espacio, no podemos avanzar profundamente en un ejercicio crítico del


argumento de Torre. Señalamos simplemente tres caminos por los cuales dicho ejercicio podría
prosperar: en primer lugar, habría que revisar hasta qué punto Torre no incide en un excesivo
institucionalismo al hacer recaer todo el peso de la explicación sobre la dificultad para la
formación de la clase obrera en Argentina en factores político-institucionales. A su esquema
parece subyacer una matriz sumamente Estado-céntrica: nada puede crecer y desarrollarse fuera
de la órbita de las instituciones estatales.
En segundo lugar (y en parte relacionado con lo anterior), no parece del todo consistente la
adopción aproblemática de paradigmas teóricos tan distintos como lo son el de la teoría de la
modernización para estudiar lo político y el de la lucha de clases para analizar lo económico-
social; ¿hay en la realidad una separación tan tajante entre esos dos niveles de la realidad que
posibiliten el estudio de cada uno de ellos mediante marcos teóricos diversos?; ¿no hay un
reduccionismo en su concepción de la lucha de clases como un fenómeno puramente
económico-social?
Finalmente, parecería que en su línea interpretativa todavía subsiste, al igual que en Germani,
un modelo ideal a partir del cual se juzga el caso particular analizado: así se entiende que,
mientras el proyecto laborista de la vieja guardia sindical sea visto como “autónomo” y, por
ende, “normal”, al peronismo se lo califique de “heterónomo”.

6
Ahora bien, si Torre puede proveer las claves para comprender la continuidad de la identidad peronista,
nada nos dice de los contenidos asumidos por esa identidad ni, naturalmente, en qué medida esos
contenidos y esa identidad cambian a lo largo del tiempo. Sin duda, el aporte más interesante en este
último sentido es el realizado por Daniel James. Véase JAMES, Daniel (2005). Resistencia e Integración.
El peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946-1976. Buenos Aires, siglo veintiuno editores

You might also like