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Sobre la Biografía del Benemérito mexicano D.

Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra, escrita


por José Eleuterio González. Transcripción de las memorias del Padre Mier, acerca de sus viajes por
Europa, el caso de España.

Esta edición regiomontana data de 1876, del editor Juan Peña. Fue estudiada por el Gobernador de
Nuevo León, el General Bernardo Reyes y su hijo, el diplomático y poeta Alfonso Reyes, pues
formaba parte de su biblioteca. El libro conserva numerosas glosas que indudablemente respaldan
lo citado. Denotan el interés mutuo también por otra parte, que existía entre el General Reyes y el
Doctor Gonzalitos, coterráneos de Jalisco, es decir, dos jaliscienses que vienen a echar raíces a
Nuevo León. Y claro está, el conocimiento y la fascinación del regiomontano universal Alfonso Reyes,
por conocer la vida de su ancestro cultural, el primer regiomontano universal e ideólogo de la
insurgencia mexicana, fray Servando Teresa de Mier. La transcripción consistió en respetar la
ortografía de imprenta y cómo en aquellos tiempos decimonónicos y porfirianos aún se acentuaba
la preposición “á”.

El libro recoge las impresiones del viaje de Mier por Europa, realizando lo que se conoce como
crónica inversa1, cuando los criollos descubren su metrópoli, Madrid. Demostrando la falacia de una
capital imperial. Aquella magna ciudad de los Austrias y los Borbones que imaginaban sus súbditos,
como una ciudad opulenta cae ante los testimonios de Mier. Desde la gracilidad de sus doncellas
hasta las costumbres reales en la caza; de lo nauseabundo de los bacines arrojados por los balcones
a las malas traducciones del francés, aclamando el ámbito intelectual madrileño como el que cuenta
con más seres pensantes. La estrechez de las calles y la consiguiente suciedad, así como la
insignificancia de sus torres y edificios religiosos contrasta con la situación que en ese momento
tenía la ciudad de México, embellecida y noble.

Tiempo después, otros criollos como Domingo Faustino Sarmiento visitarán y relatarán acerca de
sus viajes por otras ciudades europeas como París, contribuyendo a la creación de una literatura de
viajes donde la contraparte latinoamericana ya –pues el proceso independentista se había
consumado- se asoma como forjadora de identidades nacionales en la América hispanoparlante.

En este caso, el capítulo VIII, fray Servando brinda una panorámica íntima y una dosis de idiosincrasia
ibérica. Mier, en su periplo u odisea forzada por Europa, pues luego de ser encarcelado en San Juan
de Ulúa fue enviado al exilio en el convento cantábrico de Las Caldas en España, de donde anduvo
errante por Portugal, Francia e Inglaterra, pasando aventuras producto de sus convicciones como el
enlistarse como capellán en el Batallón de Voluntarios de Valencia, donde recientemente se
descubrió que ahí conoció –en España y no en Inglaterra2- al liberal español e insurgente
promexicano Xavier Mina, con quien se embarcaría en una nueva aventura americana, la que le
llevaría de la ideología a la praxis al formar parte de una expedición libertadora. Se convirtió en un
primigenio autor criollo de crónicas de viaje, el pionero de la literatura criolla en torno a su
concepción de Europa, cuando los criollos descubren su metrópoli.

Capítulo VIII. Desde mi arribo á Barcelona hasta mi llegada á Madrid.

1
Pratt,Mary Louise. Ojos imperiales y Barrera Enderle, Víctor. Siete ensayos de literatura y región.
2
Ortuño Martínez, Manuel. Xavier Mina Larrea. Proclamas y otros escritos (2012).
p. 266: “Todo clérigo tiene por ama de su casa una viuda. De suerte que las viudas en Cataluña son
las mugeres naturales de los clérigos. En España se encuentra en casa de todo clérigo alguna
jovencita bien parecida que se llama sobrina, y regularmente lo es para cuidar del tio, y hacer los
honores de su casa […] Cuando los Papas se empeñaron en quitar á los clérigos sus mugeres
legítimas, las leyes de España les concedieron las barraganas, para que estén (dicen) seguras las
mugeres de los vecinos. Y á estas barraganas conceden llevar ciertos distintivos de ropa, que no
permiten á las putas (dice la ley) que van á la putería, porque son barraganas honradas, y sus hijos
heredaban por ley á los clérigos padres.”

Menciona la extrañeza y aversión lingüística entre el pueblo castellano y catalán, anotando que no
existen universidades en Cataluña excepto la de Cervera y que frailes y clérigos no saben castellano:

“En Cataluña los dominicos son los que enseñan la teología, y los escolapios las bellas letras, todo
en catalán: aborrecen el castellano y tienen tal ojeriza con los castellanos, que para amedrentar á
los niños, les dicen sus madres, que viene el castellano, le trinca el capo, y las criaturas huyen y
tiemblan.”

La miseria de España, página 270:

“Estas mugeres en su género son lo que los Gallegos, que por todas partes se hallan de cegadores,
cargadores o aguadores, por la miseria de su tierra, así como los montañeses vendiendo agua de
aloja ó frutas secas, y los asturianos de lacayos. Las vizcaínas se suelen ver tambien fuera de su
tierra, porque vienen corriendo á pié hasta Madrid delante de los coches como mozas de mulas.
Ellas son en su tierra los cargadores, los marineros y los arrieros. Desde Bayona de Francia las veía
yo ir á pié arreando su mula, y á cada lado en una especie de silleta un pasajero sentado. Las
montañesas que no son paciegas, no salen, porque están ocupadas en la labranza. Ellas son las que
aran y siembran; los hombres se vienen casi todos para América.”

La visión decimonónica de fray Servando Teresa de Mier como viajero ¿Cómo era Madrid y cómo
era su gente? p. 271-273:

“Me figuré que aquel era un pueblo de potrosos, y no lo es sino de una raza degenerada, que
hombres y mugeres hijos de Madrid parecen enanos, y me llevé grandes chascos jugueteando á
veces con alguna niñita que yo creía ser de ocho ó nueve años, y salíamos con que tenia sus diez y
seis. En general se dice de los hijos de Madrid que son Cabezones, Chiquititos, Farfullones,
Culoncitos, Fundadores de rosarios y herederos de presidios.”

“En el centro de Madrid vive gente fina de todas las partes de la monarquía; pero no puede salir á
los barrios, porque insultan á la gente decente. En los barrios se vive como en un lugar de aldea. Los
hombres están afeitándose en medio de la calle y las mugeres cociendo. El barrio mas poblado é
insolente es del Avapies.”

“¿Qué son los manolos? Lo mismo que curros en Andalucía. Manolo es Manuelito, y curro es
Francisco. Esta es la gente natural del país, gente sin educación, insolente; juguetona, y en una
palabra españoles al natural; que con su navaja ó con piedras despachan á uno […] Son los majos,
los valentones y chulitos de á pié de las mugeres como ellos, y tan desvergonzados como ellos, entre
las cuales se cuentan todas las fruteras y revendonas.”
“A las oraciones de las noche se apoderan de la puerta del sol (así llaman a una plazita ante el correo,
y es el lugar más público de Madrid) y de todas las calles contiguas una infinidad de muchachas
prostituidas […] y así están andando hasta las diez de la noche. Hay muchas alcahueterías; pero eso
es para los más decentes. Suceden con esto mil chascos, porque los zahuanes de Madrid con las
secretas y los meaderos públicos, y es necesario entrar por un caminito que queda en medio
recogiendo la ropa para no ensuciarse.

Corrupción y lujuria, p. 275:

“Las mugeres de los Grandes suelen ser en su género tan corrompidas como sus maridos […] toda
la Corte y el sitio era un lupanar. Á una alemana de cincuentona criada de la reyna se le dió de dote
la Dirección de la lotería de México. Optaron á la plaza varios; pero la vieja se agradó de Obregón,
mexicano de veinte y seis años, porque las viejas siempre gustan de jóvenes que no las pueden
querer […] Y cátate aquí á Obregón Director general. Así solamente pudo un criollo tener un empleo
en jefe.”

Los gustos reales, la cacería en las inmediaciones de Madrid, p. 276:

“Carlos IV como Carlos III vivian cazando en los sitios reales, en cuyos contornos nadie sino el rey
puede cazar, y con él van una infinidad de Monteros (que todos son de un lugar de Castilla llamado
Espinosa de los Monteros) para espantar la caza y amontonársela delante al rey […] Se llevan
tambien multitud de perros podencos para la caza. Y el rey salia á cazar, lloviese o tronase”.

Menciona Mier que cuando había nieve, el rey salía a las tres de la mañana con un frío que hasta a
los perros entumía, quien llevaba la peor parte eran los Guardias de Corps porque tenían que correr
detrás del coche del rey.

Sobre El Escorial, p. 277:

“…el Escorial ó San Lorenzo, que fabricó Felipe II por voto hecho á este

Páginas 280-282:

Mier opina sobre la organización política española: diputados, nobleza y Gobernadores; Cortes,
ayuntamientos y consejos.

La falacia de una capital imperial, el Madrid de principios del siglo XIX no era lo que pensábamos
pues la Ciudad de México era más hermosa, las calles madrileñas eran angostas y sin banquetas, p.
283:

“Hablando de lo que es la villa de Madrid, ya se supone el desórden, angostura, enredijo y


tortuosidad de calles, sin banqueta ninguna, ni la hay en parte alguna de España, sino en la calle
ancha de Cádiz. El pavimento es de pedernal, piedritas azules puntiagudas y paradas que estropean
los piés. Las casas de palo y piedra sin igualdad ni correspondencia, todas feas y en aspecto de ruinas
por las tejas y las guardillas. Arriba del techo, para que el sol no queme la pieza, hay una especie de
tapanco o desván, sobre el cual está el techo de teja, y tiene una ventanilla á la calle para que se
ventee. […] No hay edificios de provecho. El palacio abandonado del Rey en el retiro, donde está un
monasterio de Gerónimos, es muy poca cosa. El palacio actual del Rey debía constar de tres lienzo;
pero se ha quedado en uno por los gastos locos de Godoy y la Reyna, cuyo bolsillo secreto anual
subia á cincuenta y seis millones de reales para pagar sus amores y hacer un palacio á su familia en
Parma. […] Los templos tampoco valen nada: el mejor es San Isidro el real, que era de los jesuitas, y
hoy es colegiata. Allá las Iglesias no son templos magníficos y elevados como por acá, sino una
capilla. Ninguna tiene torre, y la ponderada Giralda de Sevilla es más baja que la torre de Santo
Domingo de México.”

La insalubridad de Madrid, p. 284-285

“Tampoco allá la casa de vecindad es como acá una calle cerrada, sino un amontonamiento de
cuartitos donde todos están oliéndose el resuello. De los balcones se arrojaban los bacines á la calle
diciendo, agua va, como todavía se hace en Portugal. Carlos III se empeño en quitar esta porquería
de la calle, y los madrileños se resistieron diciendo el Protomedicato que por ser el aire muy delgado
convenia impregnarlo con el vapor de la porquería. Carlos III por eso decía que los madrileños eran
como los muchachos, que lloraban cuando les limpiaban la caca. Al fin se hizo en cada casa una
secreta de un agujero, que llaman Y giega. Está en la cocina, y sirve para derramar ahí los bacines
[…] van á un depósito. Este lo limpian los gallegos y es tal la peste durante ocho días que muchos
enferman.

Pero en contraste Mier señala:

“Hay en Madrid más multitud de séres pensantes que en ninguna otra ciudad de España, porque allí
van de toda ella á pretender; pero viven aislados y escondidos cada uno en su jonuco.

Dice que los conventos no suelen tener librería y si la tienen están los libros empolvados.

En las páginas 286-287 ilustran acerca de cómo Mier conoció el mundo editorial de cerca, los
periódicos que circulaban por España, criticando que si existían libros del extranjero solo se
conseguían malas traducciones del francés pagadas por los dueños de la imprenta a los supuestos
traductores con salarios de hambre.

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