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Chiang Tsung (519-594) es la persona que, al ocultarlo, salvó al hijo del Mono Blanco.
Se dice que fue escrito para burlarse de Ouyang Hsun (557-594), uno de los más
grandes calígrafos de China, que era feo como un mono. Se suponía que Ouyang Hsun
era el hijo del Mono Blanco. Por lo tanto, el cuento fue probablemente redactado en la
pérdida de su esposa a manos del Mono Blanco, el tema principal. Las fuentes para
un documento Tang y dos Sung: el Peihulu de Tuan Kung-lu, el Kweihai Yuheng de Fan
Una historia similar, acerca de un general chino que pierde a su esposa en las
Todos han oído hablar, por supuesto, de cómo el general Ouyang fue apresado en el
los rebeldes. Las opiniones difieren. Algunos creen que el general se lo merecía porque
su familia había gozado, durante generaciones, del favor y la confianza del emperador;
sólo lamentan el hecho - de que la ilustre foja de servicios de un general tan grande y de
simpatizan con él y creen que se le tendió una trampa y se vio obligado a rebelarse
porque el emperador se había vuelto suspicaz del poder que poseía en el sur.
Pero esto no viene al caso. Cuando tenía menos de cuarenta años sucedió algo que
cambió el carácter del hombre. Su sensibilidad fue herida. El joven Pacificación General
Chiang Tsung, que pudo salvar a su hijo y ocultarlo, dijo algo acerca de ello en su
historia de "El Mono Blanco", pero según el ayudante del general, cierto señor Leí de
Kwantung, que era un antiguo miembro del estado mayor del general, no contó toda la
historia. El general no pudo sobrevivir a su desgracia. Lo que sigue es la historia
narrada por el señor Lei, que ahora es un hombre de sesenta años. Él lo presenció todo.
Estuve al servicio del general desde que heredó su rango y su puesto, cuando murió su
confianza. El general tenía una esposa joven. Era hermosa y provenía de una familia
encumbrada. Un día fue raptada. Todos sabíamos - todos lo dábamos por sentado - que
el Mono Blanco había vuelto a hacerlo. No me gustó ver la cara del general mientras se
desayunaba a solas.
Blanco tenía la costumbre de capturar a mujeres chinas, que desaparecían por completo,
sin dejar rastros. Se habían apostado guardias, noche y día, en torno a la casa, y, como
las criadas despertó y oyó un ruido, la esposa del general había desaparecido. Nadie
sabía cómo entró el raptor, porque las puertas tenían la llave echada. Fui despertado por
Iniciamos la búsqueda. La casa, que era un puesto militar situado en una conocidísima
una saliente, al borde de una honda sima. Al otro lado del precipicio se erguía un risco
musgoso, que hacía frente a la puerta a sólo quince metros de distancia, al mismo nivel.
Una espesa neblina hacía imposible la visión más allá de cinco metros, en las primeras
horas del alba. Buscar al raptor por esos despeñaderos cubiertos por la niebla resultaba
El general estaba furioso cuando volvió con nosotros e interrogó a la doncella para
Por primera vez vi al general perder los estribos. Golpeó a la muchacha en la cabeza.
Jamás lo habíamos visto tan fuera de sí. Había sido un hombre justiciero y nosotros, los
miembros más antiguos del estado mayor, lo admiramos grandemente cuando vimos
Ninguno de nosotros lo había visto nunca. Pero yo le dije que el Mono Blanco había
sido visto por muchas personas en ciudades muy separadas entre sí, en cien kilómetros a
la redonda. Había sido observado desde lejos, por gente que juntaba leña, y parecía una
- ¿Crees que es uno de los aborígenes? ¿Y será esto una venganza? - me preguntó el
general. En sus recientes campañas había embotellado a las distintas tribus aborígenes
- No sé. La gente del pueblo dice que de tanto en tanto llegaba por asuntos
jabalí, y quizás una o dos glándulas secas de almizcle, cambiándolos por cuchillos de
hacía trueques honrados, pero que nadie se atreviese a intentar engañarlo, porque al día
siguiente, o a la semana siguiente, el hombre sería encontrado muerto, con una flecha
clavada en la espalda.
El teniente Wang, que había nacido en la región, dijo que era distinto de los Miaos, los
Yaos o los Halaos, porque los hombres de esas tribus eran generalmente morenos y de
pequeña estatura, de rostro arrugado incluso en la juventud. Gente que lo había visto
decía que el Mono Blanco tenía un metro ochenta de altura, que era robusto, de
característica más turbadora era la blancura de sus cejas, sus pestañas y el pelo que le
crecía por todo el pecho y los brazos y piernas. Cuando corría, las plantas de sus pies
audiblemente.
- ¿Han encontrado alguna vez a las mujeres que raptó, o a los cadáveres?
- No, y ese es el misterio - dijo el teniente Wang -. Si las hubiera violado y abandonado
luego para que murieran, algunas de ellas habrían regresado, o sus cadáveres hubiesen
sido hallados.
- No. Las madres sólo gritan "Mono Blanco" para asustarlos. Hemos oído que sólo
captura a muchachas entre las edades de dieciocho y veintidós años. - El teniente Wang
vaciló un instante. - Y, general, muy pocas veces toma a mujeres con hijos. No puedo
explicarlo, pero aquí, en este vecindario, ha surgido una curiosa tradición que afirma
que las madres están a salvo de él, y algunas madres dicen que ama a los niños.
hecho eso por venganza o como una broma contra el general chino. Aparte de perder a
la esposa que amaba, sentía que estaban en juego su honor y el nombre del Ejército
Chino.
solitario, que, según todos los informes, tenía una energía sobrenatural, astucia y
abajo, a buscar rastros de su esposa y cualquier clave que pudiese conducir a su rescate.
Unas dos semanas después uno de nuestros hombres informó que había encontrado un
zapato bordado, rojo, de mujer, en la rama de un árbol, a unos cincuenta kilómetros del
lugar. Era seguro que la señora Ouyang no podía haber hecho todo el camino a pie y que
empapado por la lluvia. Fue identificado por la doncella y por el propio general. La
probabilidad era que la señora estuviese viva y cautiva, ¿pero dónde encontrar al Mono
Blanco?
Nos sentimos apenados por el general. Estaba sentado a solas toda la tarde, y un
ayudante dijo que apartó de sí la comida después de sentarse a cenar. Ese día nadie se
atrevió a hablarle.
Elige dos docenas de hombres para que nos acompañen. Lleva todas las provisiones
necesarias. Puede que estemos afuera durante un mes... ¿quién sabe? Naturalmente,
Hice lo que se me decía. Escogí a dos docenas de jóvenes; algunos de ellos eran los
mejores arqueros del país y todos sumamente hábiles en el manejo de lanzas y cuchillos.
teníamos nada que temer. El propio general era un soberbio espadachín, y podía partir
En rigor gozamos con la expedición, viajando por esas alturas. El paisaje era
llena de gigantescas enredaderas, abetos y bambúes "lacrimosos" que crecían hasta una
altura de treinta metros. También había buena caza. No teníamos nada que temer, en el
camino, de hombre o animal. Los hombres de las tribus con quienes nos encontrábamos
sabían quiénes éramos. Estos hombres eran, en rigor, la gente más hospitalaria del
mundo, cuando se les permitía vivir en paz con los chinos. Es cierto que no les resulta
molesto clavarle a uno una lanza en la espalda, si se trata de una cuestión de venganza,
pero viven de la caza y del cultivo del arroz, y no quieren riñas con gente que se
muestre justa en sus tratos con ellos. Pero era inútil tratar de que nos dieran alguna
información sobre el Mono Blanco. Todos ellos "no sabían". El general sospechaba que
el Mono Blanco, no sólo vivía en relaciones amistosas con esas tribus, sino que incluso
terreno de rocosas colinas desnudas se extendía ante nosotros, suavizado sólo por
había sido otrora un fértil valle atravesado por un gran torrente de montaña. La
naturaleza parecía haber cambiado de idea y dirigido el curso del río hacia otra parte. En
ojos humanos habían visto raramente. Es correcto hablar de ellas llamándolas columnas,
porque esas colinas de caliza habían sido tan corroídas por la lluvia, el viento y la
rastro de existencia humana había desaparecido. El sol, poniéndose detrás de las pétreas
columnas, lanzaba largas sombras extrañas de negro y blanco alternados sobre el ancho
valle abierto. Habría resultado difícil encontrar agua en un erial semejante. Además, nos
indicar el fin adecuado de nuestro viaje, completamente inútil por lo que concernía a
nuestro objetivo.
Pero el general se sintió atraído por la curiosa topografía del lugar. Al otro lado del
lecho del río la tierra ascendía en declive, y cuatro o cinco kilómetros más lejos
los rayos del sol y rebrillaban en un resplandor dorado, como una misteriosa ciudad en
las alturas. Una bandada de garzas, volando muy alto, hacia la montaña, indicaba que
El general tuvo también la idea de recorrer el río seco hasta sus fuentes. Aún tenía
acampar poco después de la puesta del sol. Al cabo de una hora de marcha a lo largo de
la orilla no hollada -hasta entonces, llena de delicados guijarros desgastados por el agua,
- ¡Miren! - gritó Lo, que era un vivaz joven de veinte años, uno de los ayudantes del
general.
había acampado allí, encendido un fuego y cocinado. En torno yacían cáscaras resecas
de naranjas y bananas. Hacía dos días que no veíamos a un ser humano, y la visión de
las cenizas del fuego nos proporcionó una vez más una consoladora sensación de
suelo, y de pronto volvió a exclamar "¡Miren!" Todos nos precipitamos hacia él. Lo nos
mostró un trozo de cinta negra como la que usan las damas para recogerse el cabello
mientras se visten.
Gustosos le habríamos creído, pero no había motivos para suponer que una cinta de
podía decir si era de ella o no. No hizo más que mirar el trozo de cinta y suspirar. Pero
Todos gozaríamos encontrando a nuestra presa y entrando en acción. Sabíamos que nos
encontraríamos con un enemigo peligroso, pero el tumulto del combate era mejor que
día de junio, por el calcinado lecho de un río, resultaba penoso, incluso para veteranos,
haber subido unos cien metros en dos horas. Sólo un pequeño hilo de agua corría y se
brillante plumaje de las aves arrastrándose por entre las ramas. Por todas partes se
piedras eran tan grandes, que, sin herramientas adecuadas, sólo habrían podido ser
movidas por una raza de gigantes sobrehumanos. Era claro que había sido construido
por la gente que vivía al otro lado, para desviar la corriente, porque un veloz y hondo
torrente corría por la izquierda y caía en un profundo estanque, abajo. Una vieja losa se
levantaba en ángulo, semienterrada, con la extraña escritura de los Man. Un soldado que
provenía de los Man nos dijo que decía "Lugar Protegido de los Grandes Cielos Altos".
Aparte de la solitaria losa caída, estábamos tan lejos como antes de todo signo de
morada humana.
Luego de una inspección quedó establecido que la rápida corriente montañesa que caía
en la profunda sima constituía una barrera infranqueable entre el lugar en que nos
no se veía puente alguno - de madera o de cuerdas. La orilla opuesta era un risco tan
empinado, que, de todos modos, un puente no habría servido de nada. Parecía que los
habitantes de la montaña habían construido el dique para desviar la corriente, más como
defensa militar que con fines agrícolas, convirtiendo la montaña en una fortaleza
invulnerable.
Sin embargo, debía de existir algún lugar de acceso desde el norte. Doblamos hacia la
derecha, torrente arriba. Durante un corto trecho las zarzas eran tan espesas y
abundantes, que perdimos de vista la corriente. Cuando salimos vimos que a ciento
muralla natural de una ciudad situada en una colina. A lo largo de una fisura existente
entre las rocas se veían a intervalos peldaños de piedra que terminaban, empero, en las
sombras de los peñascos. Sin duda habíamos encontrado la entrada, pero el acceso era
tan difícil, que durante un instante nos miramos los unos a los otros.
- Bien - dijo el general -, esto parece una locura. Es imposible saber qué hay al otro
lado. Se necesita más que músculos para lograr entrar en ese castillo natural. Somos
iguales a cualquiera, por lo que respecta a lanzas y flechas, pero sin un lugar de salida
estaríamos luchando en un terreno ciego. A la gente que vive allí no le agrada la visita
de los desconocidos entremetidos, pueden estar seguros de ello. Aun así, me gustaría
explorar. Si el Mono Blanco está ahí, habrá una lucha animada. Si no, es posible que la
tribu sea amistosa. ¿Qué opinan?
Cuando llegamos a la cima, descubrimos que era una trampa mortífera. Había un
espacio nivelado de unos diez metros de diámetro, vulnerable desde arriba a las lanzas y
flechas. Nuestra única protección serían unos cuantos metros de roca saliente. Un
estrecho pasaje zigzagueaba unos tres metros por entre dos rocas y conducía a una
pesada puerta construida con alguna madera dura, firmemente asegurada por el otro
lado. Sólo una persona por vez podía pasar por el corredor. Ni una fortaleza habría sido
voces y las risas de mujeres y niños. Aporreamos la puerta y gritamos. Al cabo de unos
veinte minutos apareció sobre las rocas una cabeza para preguntar quiénes éramos. El
teniente Wang, que hablaba el dialecto de ellos, dijo que éramos un grupo de cazadores
adentro un gran alboroto de evidente excitación. Cuando volvimos a mirar vimos que
nos apuntaba una docena de flechas. El general les aseguró de nuestras intenciones
Era una situación desesperada. Cuando la puerta se abrió, Wang entró el primero en el
pasaje. Lanzó una mirada en torno. Veinte flechas, en dos hileras, estaban apuntadas
descubrió que era un blanco perfecto. Más cerca, a ambos lados de la puerta, había
cinco o seis hombres con sus cortos puñales levantados. La cabeza de cada intruso
la cueva. En tal situación la discreción constituía la mayor parte del valor. Wang avanzó
con una sonrisa y los hombres de los cuchillos lo rodearon. Wang trató de hablar. Le
corriendo. Los cuchillos tintinearon y las flechas zumbaron. Tres o cuatro personas
De pronto la lucha fue detenida por una voz. Levantamos la mirada y vimos al Mono
Blanco cerca, de pie sobre la cima de un peñasco, a unos cinco metros de altura.
Estamos viajando hacia el sur y nos agradaría pedirle permiso para pasar. - Se presentó.
habría mostrado el mayor respeto hacia la autoridad del general, pero el Mono Blanco
despecho de sus terroríficas cejas blancas, tenía cierta calma y dignidad -. Como son
ustedes mis huéspedes, le pediré que ordene a sus hombres que bajen las armas. Como
El general nos ordenó que nos desarmáramos. Viendo eso, el Mono Blanco se mostró
Es difícil describir la sensación que experimenté cuando examiné el paisaje. Una ancha
planicie, rodeada de altos picachos por todos los costados, sombreada por naranjos y
balsámico y agradable, en marcado contraste con el calor de afuera. Había en la luz del
soleado valle y en los frescos colores de flores y frutas y hojas algo que provocaba un
mundo. Aquí y allá se levantaban cabañas de troncos, cubiertas de hojas secas, con los
pisos a unos centímetros por sobre el suelo. Mujeres y niños semidesnudos jugaban y
encantada.
envidia.
- Y bien vigilada, ¿no? - replicó el Mono Blanco con una rápida carcajada.
El Mono Blanco vivía en una choza construida con gruesos troncos. El piso estaba
cubierto de toscas tablas. Apenas había muebles, aparte de algunos tablones que servían
de bancos, y de una tabla de madera de teca, sostenida por trozos de tronco, que hacía
las veces de la única mesa de la casa. Un gran gentío, curioso y feliz, se había apiñado
para contemplar a los visitantes, y entre sus componentes pudimos ver a algunas
mujeres chinas. Era el mediodía, y nos sirvieron arroz y un plato de sabor punzante,
oloroso, que parecía ser un guiso consistente en vegetales, especias y entrañas de cerdo.
El Mono Blanco tenía varias esposas, llamadas mei-niang. Las mujeres no estaban
pero pude ver que estaba tenso mientras hablaba y bromeaba con su anfitrión, durante el
almorzar.
cuál de las dos cosas) cuan inútil sería cualquier tentativa de fuga. Esa extraña criatura
caminaba con pasos rápidos y vivos, a despecho de sus casi cien kilos de peso. Su
armonizaba con el lugar. En cierto modo los colores y la luz del valle hacían que sus
imaginado. Las profundas arrugas que le enmarcaban la boca y las mejillas, los
nervudos brazos, la enorme espalda y los robustos hombros hablaban de gran fuerza y
destreza musculares. Estaba orgulloso y feliz, y parecía como que no le debiese nada a
invitado.
algunos otros. El general vio a una mujer china de unos treinta años, con un niño, a la
- Sí, hay muchas de ellas. A usted le agradan las mujeres hermosas, ¿verdad? -
- Los niños también son más bellos - dijo el caudillo, un tanto incoherentemente,
siguiendo sus propios pensamientos -. Es que nada hace más felices a mis hombres que
tener mujeres hermosas como esposas. Y yo quiero que mi gente sea dichosa. En este
país lo tenemos todo: peces, caza, aves, arroz. No necesitamos dinero, y yo no cobro
se comen el pez pequeño. Si quiere quedarse hasta mañana le mostraré dónde pescamos.
Sólo nos faltan sal y mujeres... y cuchillos, por supuesto.
- ¿Qué quiere decir con eso de que les faltan mujeres? Aquí he visto a muchas. - Vi que
doscientas mujeres. Esta rica meseta puede alimentar por lo menos a mil más. Quiero
ver todo este reino - dijo, con un amplio movimiento de la mano - lleno de gente, de
- Hay unas trescientas mujeres, si quiere contar a las ancianas. Yo no las cuento. Sólo
las mujeres entre los dieciocho y los cuarenta y cinco años dan hijos. Las mujeres
chinas dan muchos hijos. Hay aquí una que traje hace diez años y que ha dado a luz
siete niños en sucesión, y todos bellos. No sé por qué, pero por lo general nuestras
mujeres sólo tienen dos o tres hijos. Prefiero a las mujeres de la raza de usted.
- No. Las traje aquí. Si otros pudieran, también se llevarían las nuestras. Pero que lo
intenten. - El Mono Blanco se interrumpió con una carcajada, y luego agregó: - Su gente
es rara. Perdóneme por decirlo. No entiendo cómo conciertan matrimonios entre los
padres del chico y los de la niña. Yo no llevaría a una novia a mi casa, a menos de que
- ¿Y le parece que es mejor de ese modo? El Mono Blanco lo observó con curiosidad.
- De esa manera nos divertimos y excitamos más. Usted ha visto a una muchacha. Le
gusta. Le pide a los padres que dispongan las cosas de modo que ella vaya a su casa. El
El general se sintió deprimido. Pensó que sería inútil discutir con el Mono Blanco en
- ¿Trajo aquí a las mujeres chinas por la fuerza? Mi gobierno no lo aprueba, ¿sabe?
El Mono Blanco rió, sugiriendo que no le importaba que el gobierno chino lo aprobase
o no.
Llegamos a la cima de una loma, donde pudimos ver toda la meseta. Una diferencia en
el tono de la vegetación de la ribera opuesta nos permitió seguir con la mirada el curso
del río, que la circundaba por el sur y el este hasta detenerse ante un risco, en el que
comenzaba la montaña rocosa, por el oeste y el norte. Si la intención del Mono Blanco
Esa noche el caudillo nos ofreció una gran cena de gallina de guinea y faisán,
túnica color canela y sobre ella un chaleco de piel de elefante pintado de rojo. Unas
cuantas piezas menores estaban atadas en torno a sus brazos. El conjunto tenía la forma
de una armadura, cosa que en realidad era, impenetrable a las armas. Una docena de
No nos habíamos atrevido a preguntar a la gente de la aldea por la esposa del general,
por temor de que nuestra misión fuese descubierta. Pero el Mono Blanco debe de haber
sabido para qué estábamos allí, aunque siguió siendo el más cordial de los anfitriones.
Durante toda la cena el general se mostró preocupado. El Mono Blanco había admitido,
se puso de pie. Ella había visto una oportunidad para huir, mientras las otras mujeres se
hallaban atareadas, e irrumpió en la habitación. Cuando vio a su esposo, cayó sobre los
- Esta dama es mi esposa - dijo el general Ouyang, esperando que sucediese lo peor.
- ¡Oh, no! - exclamó el Mono Blanco con fingida sorpresa -. Eso lo hace todo difícil,
¿verdad?
- Jefe, he venido aquí como amigo y me iré como amigo. Debes permitirme que me
lleve a mi esposa.
- No devuelvo lo que tomo. Ella es mía hasta que me la quites. No devuelvo. Trae mala
suerte.
De pronto el rostro del Mono Blanco se volvió terrorífico. Tenía la mano sobre la vaina
del cuchillo.
- Acuérdate de que soy tu invitado - dijo el general con firmeza, mirando a su rival.
Sabía que la tribu tenía un estricto código de hospitalidad.
El Mono Blanco dejó que la mano le cayera al costado. Se acercó al general y dijo:
tuyo. No te aconsejaría que trates de llevártela de aquí. Empero, eres un buen arquero,
¿no es cierto?
- Quizá las cosas no estén tan mal como parecen - le dijo el general -. Estoy seguro de
La esposa permitió que las otras mujeres la llevaran adentro. La atmósfera estaba tensa
y la conversación era torpe. Pero el Mono Blanco no parecía tener nada sobre la
- Yo mismo traje aquí a estas mujeres - explicó él -. Si al cabo de un año una mujer no
general.
Siguió explicando. Entre esas tribus, una muchacha escoge a un hombre en el baile
año nace un hijo, va con él a visitar a sus propios padres. Y desde ese momento se la
hombre en el baile de Año Nuevo. Y esto sigue hasta que ha concebido o hasta que es
madre.
- Yo hago lo mismo cuando una mujer no tiene un hijo conmigo - agregó el Mono
deshonradas. Por otra parte, sería criminal separar a las madres de sus hijos. Los hijos
son el verdadero motivo del matrimonio, y los esposos son la excusa. Como pueden ver
- concluyó -, todas ellas llegan a ser madres y son muy dichosas aquí.
Al día siguiente se anunció una justa de enamorados, que sería precedida por un baile
de cortejo que el Mono Blanco había ordenado para esa ocasión especial. Hombres,
mujeres y niños se pusieron sus mejores atavíos. Por la mañana, los jóvenes y las
muchachas, felices ante la perspectiva del baile, abandonaron sus tareas y se pasearon
con sus trajes festivos. Un baile de galanteo duraba generalmente hasta la noche,
momento en que los amantes, habiendo elegido a sus compañeros, se iban al bosque.
sonriendo a los jóvenes, tratando de decidir a cuáles les gustaría escoger para amantes
de la noche.
El baile no comenzó hasta las cuatro de la tarde. El Mono Blanco apareció entonces
con sus esposas e hijos, y la señora Ouyang, con aspecto desconcertado, estaba entre
ellos. El Mono Blanco estaba vestido con su atavío de guerra, orgulloso de su peto de
piel de elefante. Las profundas arrugas de su curtido rostro se veían claramente al sol.
De la cintura le pendía una vaina por la que asomaban los mangos pulidos, gastados, de
dos puñales, envueltos con finos hilos de plata. Parecía tan feliz y orgulloso como un
rey.
El baile comenzó nada formalmente y en no muy buen orden. Los tamborileros, que
quince metros de altura, que se erguía en el centro del terreno, en tanto que dos hombres
tocaban en largos cuernos. Los instrumentos eran de más de un metro y medio de largo,
tenían forma de trompetas y emitían notas largas, bajas, que podían ser escuchadas a un
kilómetro de distancia. Mientras los ancianos golpeaban con sus lanzas en el suelo, las
muchachas se tomaron de las manos y bailaron en círculo en torno al poste, y sus cintas
las muchachas tenían una cinta matrimonial, en la que habían trabajado con el mayor
cuidado y habilidad. Las madres observaban, en tanto que los jóvenes permanecían en
torno a ellas y gritaban y aplaudían. Cuando una muchacha veía a un hombre que le
gustaba, agitaba su cinta hacia él cuando pasaba a su lado. Si ella le gustaba al hombre,
éste tomaba el otro extremo de la cinta y se unía a ella. Esto continuó con gran cantidad
de coqueteos, bromas, risas y canciones. Pronto se formaron más y más parejas, los
hombres bailando afuera del círculo y sosteniendo las largas cintas rojas de sus
respectivas compañeras.
Blanco gozaba del espectáculo y reía y bebía con absoluta despreocupación. En el peor
- Bien - dijo a su invitado -, sé que eres un gran general y no me gustaría ser injusto
contigo. Seguiremos nuestra antigua costumbre, y que gane el mejor de los dos.
Pidió prestada a una de sus esposas la cinta matrimonial, y explicó en qué consistiría la
prueba, que era el método usado cuando dos hombres pretendían a la misma muchacha.
La cinta tenía de doce a quince centímetros de ancho y en ella se veía bordada una
serpiente. Sería izada a la punta del poste y quien llegara con su flecha más cerca del ojo
La cinta bordada fue subida y aleteó perezosamente al viento. Todos los hombres,
Blanco.
El general Ouyang vaciló durante un segundo, pero aceptó. Era un blanco pequeño que
entonces que su libertad dependía de la puntería de su esposo. Éste podía lanzar tres
flechas.
El general era un experto arquero. Había matado aves en vuelo a mayores distancias.
Pero por lo general un pájaro vuela en línea recta. Apuntó a la cabeza de la serpiente
que estaba más cercana al poste... ¡zum! Le erró debido al retozón ondular del pendón, y
Con la segunda flecha el general tuvo mejor suerte, porque perforó la cinta cerca del
cuello de la serpiente.
- ¡Bravo! - exclamó el Mono Blanco -. Te queda otro disparo.
Entonces se adelantó el Mono Blanco. Pulsó su potente arco como si fuese un juguete,
cabeza y por un instante pareció vivir en su mirada fija en el blanco. En una fracción de
Un gran grito surgió del gentío. El tamborilero batió el tambor como si quisiera
romperlo. Las flechas habían sido marcadas y no era posible ninguna disputa al
respecto. El general Ouyang tragó saliva penosamente, y su esposa sollozó. Había sido
La señora Ouyang se desmoronó y rompió a llorar. Era una despedida tristísima y dura.
Las armas habían sido dejadas fuera de la entrada de la cueva, para que las
Al año siguiente sucedió una cosa extraña. El general fue a ver a su esposa y descubrió
que había dado a luz un niño. Para su sorpresa, estaba vestida como una mujer aborigen
- Creo que todavía puedo convencer al caudillo de que te deje regresar conmigo - le
- No - respondió -, vete sin mí. No puedo dejar a mi hijo aquí. Soy su madre.
muy poco tiempo para darse cuenta de que las costumbres del Mono Blanco no eran tan
estúpidas como había creído. El Mono Blanco había triunfado sobre él inexorablemente,
Esta última humillación fue un golpe demasiado grande para él. En adelante fue un
hombre vencido.