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I. Estructura y acción
en la experiencia de la salud
Cuadro 1
Los problemas del orden y la acción social en el estudio
de la experiencia subjetiva de la salud y la enfermedad
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Esta taxonomía busca dar cuenta de los principales estudios realizados sobre
la vinculación entre el orden social y la experiencia de la enfermedad. Es un error
presumir una mayor validez de otras clasificaciones, como lo hace Mercado (1996, pp.
38), cuando dichas clasificaciones obedecen a un fin diferente al que aquí nos ocupa.
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Traducido literalmente, illness behavior significa “conducta frente a la enfer-
medad”. El concepto también es traducido como “carrera del enfermo” y se aplica en
estudios sobre utilización de servicios (Bronfman et. al., 1997).
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Kleinman y cols. (1992) observan que, en realidad, antes de Zborowski, otros
antropológos como W.H.R. Rivers y Erwin Ackerknecht exploraron la relación entre
cultura y experiencia del padecimiento. Coinciden, sin embargo, en que el de Zbo-
rowski se ha vuelto el estudio más citado en el campo.
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* Los textos originalmente en inglés que se citan a lo largo de este libro son
traducción libre del autor.
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Crítica
tema que nos interesa. Levine (1962) mostró que las personas de clase
social baja viven más temerosos de las enfermedades graves que las de
clases medias o altas, y señaló la sensación característica de las per-
sonas de clases bajas de tener poco o nulo control sobre su vida y sus
circunstancias, lo que determina de manera decisiva la manera en que
enfrentan la enfermedad cuando ésta se presenta. Bart (1968) señaló
que existe una creciente tendencia de las clases medias a pensar en su
salud en términos psicológicos, en contraste con las clases bajas que lo
hacen más en términos físicos, lo que a su vez traduce diferencias en la
estrategia que los individuos de una clase y de otra eligen para enfren-
tar sus padecimientos. Kadushin (1972), por su parte, también llamó
la atención sobre el hecho de que las personas de clase social baja son
más propicias a pensar en su salud y su cuerpo, así como a expresar sus
ansiedades emocionales en términos físicos, en contraste con el mayor
refinamiento educativo de las clases medias y altas.
Pero el estudio sistemático de la manera en que la clase social
determina las percepciones y, por ende, la experiencia subjetiva de la
salud y la enfermedad comenzó en realidad años más tarde. Un primer
autor importante en este campo es Bolstanski (1974) quien postula
la hipótesis de que la difusión de las reglas de higiene, así como de
las relacionadas con la nutrición y el cuidado de los niños, es parte de
una empresa civilizadora en curso, que se aboca principalmente a las
clases sociales bajas. Esta empresa, llevada a cabo por instituciones
médicas y educativas, se ha visto sistemáticamente obstruida por otros
conjuntos de reglas y normas que tienen los grupos de esta clase social
y que, en general, corresponden a un conocimiento antes considerado
como científico, pero que en la actualidad es todo lo contrario: no
científico. Por consiguiente, la organización jerárquica de la sociedad
no sólo implica que las clases sociales se ubican a sí mismas en áreas
geográficamente distintas, con una cantidad diferencial de recursos
disponibles para sobrevivir, sino que existe también una distancia tem-
poral entre ellas. Esta distancia temporal explica el hecho de que las
clases localizadas en la parte superior de la jerarquía social pueden
apropiarse y mantener un tipo de conocimiento más cercano al he-
gemónico, mientras que las clases bajas mantienen un conjunto de
conocimientos considerados “tradicionales”, pero que de hecho fueron
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no era razonable para ellas que alguno de sus sistemas corporales pu-
diera empezar a funcionar mal este año, y otro sistema, al año siguiente,
sin tener conexión alguna (p. 37).
difiere entre los que usan uno u otro código, entonces se puede hipote-
tizar la existencia de un vínculo más bien directo entre clase social y la
experiencia y la comunicación de los padecimientos (p. 31).
ción basada en la fuerza mental; ello parecería confirmar —si bien los
autores no lo reportan así— los hallazgos de Boltanski y Blair seña-
lados más arriba, en el sentido de que la posición de clase determina
la relación que mantienen los individuos con su propio cuerpo y, por
ende, los parámetros conceptuales dentro de los cuáles pueden ela-
borar su propia concepción de salud. Finalmente, una investigación
reciente (Goodman et al., 1997) exploró la influencia tanto de la clase
social como del género en las percepciones de salud de un grupo de
adolescentes. Los autores informan haber encontrado que la variable
género explica, con mucha mayor fuerza que la clase social, las varia-
ciones sobre la percepción de la salud en general entre el grupo de
adolescentes estudiado, lo que los lleva a sugerir que quizás el estudio
de la percepción de la salud entre adolescentes debe explorar hipótesis
que no necesariamente se aplican para el caso de los adultos. Estos tres
estudios, sin embargo, exploran el tema de nuestro interés —la expe-
riencia subjetiva de la salud y la enfermedad en su vinculación con el
orden social— sólo de manera parcial, bien porque se concentran en
un aspecto específico (menopausia) , bien porque se limitan a explorar
la “imagen” o idea —pero no la experiencia— que tienen las mujeres
de la salud, o bien porque se concentran en un grupo —los adolescen-
tes— que por diversas razones parece comportarse de manera diferen-
te a lo reportado hasta ahora en la literatura en general.
Crítica
Dentro del problema que nos ocupa, varios autores han utilizado
el concepto para estudiar las nociones populares sobre salud y enferme-
dad. Todos ellos, como veremos, al distanciarse del concepto de conduc-
ta frente a la enfermedad, anteriormente analizado, logran construir su
objeto en torno a las percepciones de salud, enfermedad y dolor, en vez
de hacerlo, como en aquel caso, en torno a las conductas y respuestas
que los individuos despliegan a partir de su experiencia subjetiva.
Representaciones sociales
de la salud y la enfermedad en la historia
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Las autoras publican su trabajo por primera vez en 1984, antes de la propa-
gación del sida.
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Crítica
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Alexander (1992) discute la inevitable tensión teórica que los sociólogos
“macro” deben enfrentar cuando exploran factores subjetivos y procesos sociales. Los
sociólogos “micro” se enfrentan al mismo problema cuando tratan con factores obje-
tivos y estructura social. Herzlich y Pierret ciertamente no son la excepción en lo que
a esto se refiere.
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Pese a algunos esfuerzos serios por identificar y superar este problema (Ban-
chs, 1999), mucha de la literatura latinoamericana que utiliza este abordaje no logra
demostrar que la diferenciación entre representaciones y meras opiniones ha sido sa-
tisfactoriamente lograda (Canelón, 1999; León, 1999).
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De acuerdo a las reglas del juego, cuando una mujer en trabajo de parto
elige enfrentar su dolor gritando y llorando, pierde completamente su de-
recho a tomar decisiones sobre su propio proceso (Rothman, 1978: 133).
Crítica
Crítica
Crítica
en este campo. Con todo, como ha sido señalado ya por otros autores
(Young, 1982), la noción de modelos explicativos es usada unas veces
como un constructo para dar cuenta de la influencia de la cultura en
la experiencia subjetiva de los individuos, y otras veces como un cons-
tructo que ilumina ante todo la naturaleza adaptativa de las respuestas
de los individuos frente a la adversidad. Esta ambigüedad en el con-
cepto es problemática y nos obliga a distanciarnos del mismo.
No ocurre así, en cambio, con el concepto de redes semánticas del
padecimiento de Good. A nuestro juicio, el autor logra articular ade-
cuadamente los dos niveles mencionados más arriba en la explicación
de la experiencia subjetiva del padecimiento. La clave, sugiere el autor,
está en el lenguaje mediante el cuál los individuos expresan sus padeci-
mientos: en él es posible discernir patrones colectivos de significación
—redes semánticas— y variaciones individuales de la experiencia del
dolor. Y así como el lenguaje es el medio, constituye también el límite
para investigaciones como la nuestra: existe un dominio de la expe-
riencia subjetiva del padecimiento que no es comunicable sino muy
indirectamente y que escapa, por lo mismo, a nuestras posibilidades de
análisis socioantropológico. Junto a este aporte de primer orden, hay
que advertir un vacío importante en el trabajo del autor: al adoptar una
perspectiva netamente antropológica, Good deja de lado el análisis
de las determinaciones estrictamente económicas sobre la experiencia
subjetiva del padecimiento, para centrarse de lleno en aquellas de or-
den cultural y situacional. Como veremos en los siguientes capítulos,
una exploración sistemática de las determinaciones económicas puede
también iluminar significativamente nuestra comprensión de la expe-
riencia subjetiva de la enfermedad.
Los estudios sociológicos que hemos revisado en esta sección,
por su parte, logran identificar con gran detalle ciertos matices y va-
riaciones de la experiencia subjetiva de los padecimientos crónicos. El
intento de Bury, por ejemplo, de explorar el vínculo entre estructuras
sociales más amplias y las experiencias de salud-enfermedad, dentro
de contextos culturales y familiares específicos, es conceptualmente
prometedor. Propone que este problema se puede atacar combinando
la noción de la interrupción biográfica y el análisis de la interacción de
modos de pensamiento no formales y profesionales. Esta tesis, aunque
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Crítica
Recapitulación