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AMISTAD

EN LA VIDA Y EL PENSAMIENTO

DE SAN AGUSTÍN

Recopilación de Hans van den Berg, OSA

SERMONES

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2. Ante todo debemos esforzarnos seriamente en no pecar, en no crear una familiaridad y una
amistad con el pecado como hicimos con la serpiente del paraíso. Mediante su mordedura
venenosa mató al que pecaba; de ahí que no haya que establecer una amistad y un trato con
ella.

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5. Todo hombre anhela cosas sublimes. ¿Qué hay sublime en la tierra? Si deseas cosas
sublimes, desea el cielo, desea las cosas celestiales, desea las cosas supracelestes. Anhela el ser
conciudadano de los ángeles, ambiciona aquella Jerusalén, suspira por ella. Allí no perderás al
amigo ni soportarás al enemigo.

10. Demos gloria a Dios y a nuestro Señor Jesucristo con nuestras buenas obras y digamos de
corazón: Ten misericordia de mí, ¡oh Señor!; ten misericordia de mí, porque ni en el oro, ni en la
plata, ni en el honor, ni en las riquezas, ni en el amigo poderoso, ni en la turba de los
aduladores, ni en la muchedumbre de los criados, sino en ti ha confiado mi alma.

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1. Cuando se leían las divinas Escrituras, cuyas frases no todas pueden ser explicadas aquí, puse
mi atención en una frasecilla, pequeña por el número de palabras, pero grande por la riqueza
de sentido. Con la ayuda del Señor, y en cuanto lo permita la mediocridad de mis fuerzas, he
elegido servir con ella la gran expectación de ustedes y servirles de la despensa del Señor, de la
que me alimento yo juntamente con ustedes. La frase de que estoy hablando es ésta: Sé fiel al
prójimo en su pobreza para gozar también de sus bienes (Eclo 22, 28). Considerémosla
primeramente como suena, como pueden entenderla todos, aun aquellos que no escudriñan
ningún misterio en las Escrituras divinas. Sé fiel, dijo, al pobre en su pobreza, para gozar
también de sus bienes. “Asi debe ser, dice quien la entiende en su sentido más obvio; cuando el
amigo es pobre no se le ha de retirar la confianza; se ha de permanecer a su lado; no se debe
cambiar la amistad porque ha cambiado la riqueza; se ha de mantener la confianza
conscientemente afirmada. Si mi amigo lo fue sólo cuando era rico, y ahora que es pobre no lo
es, no fue él mi amigo, sino el dinero”. Si, por el contrario, fue amigo mío el hombre, tanto si

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permanece el oro como si se va, es amigo el mismo que lo fue. ¿Por qué no va a ser amigo
quien, aunque haya perdido el tesoro, no perdió el corazón? Si hubiera comprado un caballo,
una vez quitados los aparejos y la silla, quizá no lo despreciaría sin ellos. Y el amigo que me
agradare vestido, ¿ya me desagrada despojado? Muy bien, por lo tanto, ordena la Escritura
divina, acomodándose acertada y saludablemente a las costumbres de los hombres: Sé fiel al
prójimo en su pobreza.

2. Para que goces también de sus bienes. ¿Qué dices? Pasamos a la segunda parte de esta frase.
Tenemos tal estima del amigo, que decimos: “Hemos de permanecer a su lado y mantenerle la
confianza en el tiempo de la pobreza, para gozar también de sus bienes”. Llegará a ser rico uno
que ahora es pobre, y no te admitirá a participar de sus riquezas a ti, que, siendo soberbio, te
molestas de su pobreza. Únete a él por la fidelidad, aun cuando es pobre, para gozar de sus
bienes cuando le lleguen las riquezas y con él te goces en ellas. Posee la fidelidad juntamente
con él. Es pobre, pero tiene una gran posesión: la fidelidad. Tú, que querías y te preparabas
para poseer una herencia con él, si hubiese una que la poseyesen ustedes conjuntamente,
¿cuánto más estrechamente posees con él la fidelidad? Quizá tu amigo es tal, que algún
malvado pueda quitarle la posesión. ¿Podrá acaso quitarle la fidelidad? ¿Qué significa: para
gozar también de sus bienes? Puesto que el pobre puede llegar a ser rico, para que goces de sus
riquezas tú, que no lo despreciaste en su pobreza.

3. Me gusta la primera parte de esta frase, según tal sentido popular. La segunda, en cambio, se
lo confieso, me desagrada. Si te quedas al lado del amigo en su pobreza para que, cuando sea
rico, puedas gozar de sus riquezas, aún no amas al amigo, sino algo distinto de él. La fe y la
esperanza son dos buenos amigos, pero mayor que ellas es la caridad. En las cosas divinas, dice
el Apóstol, permanecen tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad; pero la más excelente de
ellas es la caridad. Busquen la caridad (1 Cor 13, 13; 14, 1). Pregunto a una persona sobre su
amigo: “Dime, por favor, ¿le guardas fidelidad en la pobreza?” “Ciertamente”, dice; oí esto en la
Escritura, lo guardé en mi corazón y lo retengo en mi memoria; lo recuerdo con gusto y más
gustosamente lo cumplo. Escuché la palabra santa; Sé fiel al prójimo en su pobreza”. Y yo te
pregunto: “¿Por qué haces esto? ¿Por lo que sigue: para gozar también de sus bienes? ¿Qué es
lo que esperas?” “Para que, cuando sea rico, digo, y le sobrevengan las riquezas, me admita a
gozarlas porque no desdeñé sus males”. “Permíteme que aún te sigo preguntando: ¿Cómo te
comportarías con este pobre, a quien no has negado la fidelidad, si nunca se hiciera rico, si
fuera pobre hasta la muerte? ¿Se acabaría tu fidelidad porque defraudó tu esperanza? ¿Te
arrepentirías de haber sido fiel con el pobre porque no has podido poseer el oro con el rico?” Si
piensa humanamente; más aún, si piensa la verdad, esta pregunta mía le turbará y me dirá: “Es
cierto lo que dices. Es buena cosa ser fiel al prójimo. Pero si se es fiel al prójimo con la
esperanza de llegar a sus riquezas para participar de ellas en su compañía, con toda certeza,
cuando haya muerto este pobre sin llegar a poseer las riquezas que nosotros esperábamos, nos
arrepentiremos de todo aquel bien; lo que bien amasamos, mal lo esparcimos”. Ya ves cómo el
sentido de esta frase ha de ser investigado más profundamente; no es posible limitarse a una
comprensión ordinaria. En cuanto fundada en la autoridad de Dios, ha de entenderse de forma
tal que nos insinúe, nos ordene, nos imponga algo superior donde nuestra esperanza no se

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sienta defraudada ni se arrepienta de haber poseído la fidelidad. De otra forma no llegarás a
comprender la frase.

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10. A los hombres los hizo amigos suyos; ¿no los va a hacer ángeles? A no les llamaré siervos,
sino amigos (Jn 15, 15). Esto lo dijo a quienes aún pujaban por su carne, a quienes aún habían
de morir, a quienes se hallaban todavía en esta necesidad y fragilidad de la vida. Ya no les
llamaré siervos, sino amigos ¿Y qué dará a los amigos? Lo que mostró en sí mismo al resucitar.
Serán coronados y llevados a la gloria celeste y serán iguales a los ángeles de Dios.

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30. Pero todos los buenos pastores están en uno, son una sola cosa. Apacientan ellos, es Cristo
quien apacienta. Los amigos del esposo no dicen que es su voz propia, sino que gozan de la voz
del esposo.

49 No juzguen nada antes de tiempo (1Cor 4, 5)

4. Sospechas que alguien es tu enemigo, y tal vez es amigo. Otro parece amigo, y es, tal vez, un
enemigo oculto

5. Pero, aunque te juzgues a ti mismo sin adulación, juzga al prójimo con amor. Para juzgar
tienes ahí lo que tú ves. Puede acontecer que veas algo malo con que te manches; puede
suceder que el mismo prójimo tuyo te confiese su mal y declare al amigo lo que había
encubierto al enemigo. Juzga lo que ves. Lo que no ves, déjalo a Dios. Cuando juzgas, ama al
hombre, odia el vicio. No ames el vicio por el hombre ni odies al hombre por el vicio. El hombre
es tu prójimo; el vicio es el enemigo de tu prójimo. Amas al amigo cuando odias lo que le daña.

6. Estoy hablando de lo que abunda en las cosas humanas. A veces es enemigo de tu


queridísimo amigo alguien que era amigo de ambos. Si, de tres amigos, dos comienzan a ser
enemigos, ¿qué hará el tercero? Quiere, te pide, te exige que odies con él a aquel a quien
comenzó a odiar, y te dice estas palabras: “No eres mi amigo si eres amigo de mi enemigo”. Lo
que te dice uno te lo dice el otro. Ustedes eran tres. Eran tres; dos comenzaron a entrar en
discordia; quedaste tú. Si te vas con éste, tendrás al otro como enemigo; si con el otro, lo
tendrás al primero; si con ambos, ambos murmurarán. He aquí la tentación; he aquí las espinas
en la viña a la que hemos venido contratados. Tal vez estás esperando que te diga qué has de
hacer. Permanece amigo de los dos. Quienes discordiaban entre sí, encuentren la concordia en
ti. Si oyes que uno te cuenta males del otro, no lo manifiestes a éste, no suceda que tal vez
lleguen a ser amigos quienes ahora son enemigos y se descubran mutuamente a los que les
traicionaron. Pero esto lo dije pensando en los hombres, no en los ojos de aquel que nos
condujo a la viña. Mira que nadie te descubre. Dios, que te ve, es quien te juzga. Oíste una
palabra de un hombre airado, dolorido, excitado. Muera en ti. ¿Por qué se manifiesta, por qué
suplica? Si quedare en ti, no te destruye en ti. Di a tu amigo que quiere hacerte enemigo de tu

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amigo; háblale y trátale con la suavidad de la medicina como a un enfermo en el alma; dile:
“¿Por qué quieres que sea enemigo de él” Te responderá: “Porque es mi enemigo”. ¿Deseas,
pues, que yo sea enemigo de tu enemigo? Debo ser enemigo de tu vicio. Este de quien me
quieres hacer enemigo es un hombre. Hay otro enemigo tuyo, de quien tengo que ser enemigo
si soy amigo tuyo”. Responderá: “¿Quién es otro enemigo mío?” “Tu vicio”. Replicará: “¿Cuál
vicio?” “El odio con que odiaste a tu amigo.” Sé semejante al médico. El médico no ama al
enfermo si no odia la enfermedad. Para librar al enfermo, persigue la fiebre. No amen ustedes
los vicios de sus amigos si en verdad aman a sus amigos.

53A

12. Dichosos los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios. ¿Quiénes son los pacíficos? Los
que construyen la paz. ¿Ves a dos personas discordes? Actúa en medio de ellos como servidor
de la paz. Habla bien a aquél de éste y a éste de aquél. ¿Te habla uno airado mal de otro? No lo
delates, en cubre el insulto escuchado de la boca del airado y da el consejo cristiano de la
concordia. Pero si quieres ser artífice de la paz entre dos amigos tuyos en discordia, comienza a
obrar la paz en ti mismo: debes pacificarte interiormente, donde quizá combates contigo
mismo una lucha cotidiana.

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7. Hay dos clases de bienes, los temporales y los eternos. Los temporales son la salud, las
riquezas, el honor, los amigos, la casa, los hijos, la esposa y las demás cosas de esta vida por la
que peregrinamos.

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4. Por ejemplo: un hombre poderoso, para alcanzar su botín y lograr su rapiña, te pide el
servicio del falso testimonio. Tú te niegas; niegas la falsedad, para no negar la verdad. Para no
perder tiempo, él se enfurece y, siendo poderoso, te apremia. Se acerca tu amigo que no desea
verte en tal aprieto con estas palabras: “Te lo suplico, haz lo que te dice: ¿qué importancia
tiene?” Quizá se repite lo de Satanás al Señor: Está escrito de ti que te enviará a sus ángeles
para que tu pie no tropiece (Mt 4, 6). Quizá también este amigo tuyo, como ve que eres
cristiano, quiere persuadirte con testimonios de la ley a que hagas lo que él piensa que debes
hacer. “Haz lo que dice.” “¿Qué?” “Lo que él desea.” “Pero se trata de una mentira, de una
falsedad.” “¿No has leído que todo hombre es mentiroso?” He aquí ya el escándalo. Se trata de
tu amigo; ¿qué has de hacer? No consientas; aléjalo de tus oídos, acaso corregido vuelva.

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11. Escucha lo que dice Dios, no lo que te dice tu alma alimentando tus pecados, o tu amigo
atado como tú con la misma cadena de la maldad o, mejor, enemigo tuyo y suyo.

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12. Pero a veces los hombres se causan un gran daño a sí mismo, mientras temen ofender a los
demás. Mucho valen los buenos amigos para el bien y los malos para el mal. Por ello el Señor,
para que despreciemos las amistades de los poderosos con vistas a nuestra salvación, no quiso
elegir primero a senadores, sino a pecadores.

13. Si en una ciudad enfermare alguien en el cuerpo y hubiese allí un médico muy
experimentado, enemigo de poderosos amigos del enfermo; si, repito, en una ciudad
enfermase alguien con una enfermedad peligrosa y existiese en la misma ciudad un médico
muy experimentado, enemigo, como dije, de poderosos amigos del enfermo, quienes le
dijeron: “No recurras a él; no sabe nada” y lo dijeron no con la intención de dar una opinión,
sino no por envidia, ¿no prescindiría aquél en bien de su salud de las fábulas de sus poderosos
amigos y, aunque fuese una ofensa para ellos, no recurriría para vivir unos días más a aquel
médico que la fama había celebrado como muy entendido, para que expulsase de su cuerpo la
enfermedad?

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9. Tengan, pues fe acompañada de amor. Amense mutuamente quienes aman a Cristo; amen a
los amigos, amen a los enemigos. No tengan palabras duras.

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1. Hemos oído la exhortación de nuestro Señor, maestro celeste y fidelísimo consejero,


exhortador a que pidamos y dador cuando pedimos. Lo hemos escuchado en el Evangelio
exhortándonos a pedir con insistencia y a llamar hasta parecer impertinentes. Nos propuso un
ejemplo en esta dirección. “Si alguno de ustedes tuviese un amigo, a quien de noche pidiese
tres panes por habérsele presentado en casa otro amigo que viene de viaje y hallarse sin nada
que ofrecerle, si aquél le respondiera que ya está descansando y con él sus criados y que, por
tanto, no le moleste; si, con todo, él insiste y persevera llamando, sin acobardarse por la
indelicadeza; al contrario, forzado a hacerlo por la necesidad, el otro se levantará, si no por la
amistad, al menos por su tozudez y le dará cuantos panes quisiere”. ¿Cuántos quiso? Solamente
tres. A la parábola añadió el Señor una exhortación, en que nos estimuló ardientemente a
pedir, buscar y llamar hasta conseguir lo que pedimos, lo que buscamos y aquello por lo que
llamamos, sirviéndose de un ejemplo por contraste: El del juez que, a pesar de no temer a Dios
ni sentir respeto alguno por los hombres, ante la insistencia cotidiana de cierta viuda, vencido
por el cansancio, le dio refunfuñando lo que no supo otorgar como favor. Nuestro Señor
Jesucristo, que con nosotros pide y con el Padre da, no nos exhortaría tan insistentemente a
pedir si no quisiera dar. Avergüéncese la desidia humana: más dispuesto está él a dar que
nosotros a recibir; más ganas tiene él de hacernos misericordia que nosotros de vernos libres
de nuestras miserias. Y quede bien claro: si no nos liberan de ella, permaneceremos siendo
miserables; si nos exhorta, para nuestro bien lo hace.

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2. Estemos vigilantes y demos fe a quien nos exhorta; cumplamos con quien promete y
alegrémonos con quien da. Quizá también a nosotros se nos presentó un amigo que venía de
viaje y no teníamos qué darle; en nuestra necesidad, recibimos para él y para nosotros. Es casi
imposible que uno no se haya topado con un amigo que le pregunta algo a lo cual no sabe
responder; la necesidad de dar le manifestó su carencia. Se te presenta un amigo que va de
viaje, es decir, de viaje por esta vida, por la cual todos pasamos como peregrinos, pues ninguno
permanece en ella como dueño, sino que a todo hombre se dice: Reparaste tus fuerzas, sigue,
ponte en camino y deja tu sitio al que viene detrás (Eclo 29, 33). O quizá es otro amigo tuyo, que
viene de un mal viaje, es decir, de una mala vida, fatigado por no haber encontrado la verdad,
oída y conocida la cual alcance la felicidad, y cansado y extenuado en medio de toda
concupiscencia y carestía del mundo, quien viene a ti y te dice: “Dame razón de tu fe; hazme
cristiano”. Te pregunta quizá lo que, debido a la simplicidad de tu fe, ignoras; no tienes, por
tanto, con qué reparar las fuerzas del hambriento y su demanda te sirvió de toque de atención
para conocer tu indigencia. Y por ello, al querer enseñar te ves obligado a aprender, y la
confusión en que te pone quien no encontró en ti lo que buscaba, te fuerza a buscar para
merecer encontrar.

3. ¿Y dónde buscarás? ¿Dónde sino en los libros del Señor? Quizá lo que te preguntó se halla en
el libro, pero está oscuro. Quizá lo dijo el Apóstol en alguna de sus cartas, pero en tal forma que
puedes leerlo, aunque no entenderlo; no se te permite pasar, pues, adelante. Pero quien te
pregunta sigue urgiendo; a ti, en cambio, no se te permite preguntar directamente a Pablo o a
Pedro o a algún profeta. Esta familia descansa con su Señor; la ignorancia de este siglo es
fuerte, es decir, es la medianoche y el amigo hambriento apremia. Quizá a ti te bastaba una fe
sencilla, pero no a él. ¿Por ventura hay que abandonarlo? ¿Hay que arrojarlo, acaso, de casa?
Llama con tu oración al Señor mismo con quien descansa su familia, pide, insiste. No necsita
ser vencido por la importunidad, como el amigo aquel, para levantarse y darte. El quiere dar.
Difiere el dar lo que desea dar para que al diferirlo lo desees más ardientemente, no sea que,
otorgándotelo, luego te parezca cosa vil.

4. Cuando hayas conseguido los tres panes, es decir, el alimento que es el conocimiento de la
Trinidad, tendrás con qué vivir tú y con qué alimentar al otro. No tengas miedo de que venga un
peregrino de viaje; al contrario, hazle miembro de tu familia recibiéndole. No temas tampoco
que se te acaben las provisiones. Ese pan no se termina; antes bien, terminará él con tu
indigencia. Es pan, y es pan, y es pan: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

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3. Mientras tú seas adversario de ti mismo, tendrás adversa la palabra de Dios. Hazte amigo de
ti mismo y te habrás reconciliado con ella.

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11. Por tanto, si mi palabra ha encontrado en sus corazones una chispa de amor desinteresado
a Dios, aliméntenla; para agrandarla invóquenle con la súplica, con la humildad, con el dolor de

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la penitencia, con el amor de la justicia, con las buenas obras, el llanto sincero, la vida
irreprochable y la amistad fiel.

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1. De entre los bienes de este mundo, unos son superfluos, otros necesarios. Presten atención,
pues voy a hablar un poco de esto y distinguir, si soy capaz, qué bienes son superfluos en este
mundo y cuáles son necesarios, para que ustedes vean que no hay que negar a Cristo ni por los
superfluos ni por los necesarios. ¿Quién puede enumerar los bienes superfluos de este mundo?
Si quisiera mencionarlos todos, sería cosa de nunca acabar. Hablemos, pues, de los necesarios;
todos los restantes serán superfluos. En este mundo son necesarias estas dos cosas: la salud y
el amigo; dos cosas que son de gran valor y que no debemos despreciar. La salud y el amigo son
bienes naturales. Dios hizo al hombre para que existiera y viviera: es la salud; mas, para que no
estuviera solo, se buscó la amistad. La amistad, pues, comienza por el propio cónyuge y los hijos
y se alarga hasta los extraños. Mas si consideramos que todos hemos tenido un único padre y
una única madre, ¿quién puede considerarse extraño? Todo hombre es prójimo de todos los
hombres. Interroga a su naturaleza. ¿Es un desconocido? Pero es un hombre. ¿Es un enemigo?
Pero es un hombre. ¿Es un amigo? Siga siéndolo. ¿Es un enemigo? Hágase amigo.

6. No te hallarás sin la amistad de tu prójimo donde tendrás a Dios por amigo.

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8. allí nadie engaña y nadie es engañado. Allí no hay motivo para sospechar mal de tu hermano.
En efecto, la mayor parte de los males del género humano no proceden más que de sospechas
falsas. Piensas que te odia un hombre que tal vez te ama, y por una perversa sospecha te
conviertes en el peor enemigo de tu mejor amigo. ¿Qué puede hacer aquel a quien no das fe y
no puede mostrarte tu corazón? Se dirige a ti y te dice: “Te amo.” Mas como podía decirte esto
mintiendo – las mismas palabras dice quien miente que quien habla verdad -, al no creerlo, le
odiaste. Por esta razón, quien te dijo: Amen a sus enemigos (Mt 5, 44), quiso ponerte en
guardia contra este pecado. Cristiano, ama incluso a tus enemigos, no sea que, incauto, odies
incluso a tus amigos.

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2. Amemos, amemos gratuitamente, pues amamos a Dios, mejor que el cual nada podemos
encontrar. Amémoslo a él por él mismo y amémonos a nosotros en él, pero por él. Ama
verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el amigo o porque ya está o para que esté en él.
Este es el verdadero amor.

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1. [El rico] siempre está acaparando y nunca se sacia; ni teme a Dios ni siente respeto humano;
ni perdona al padre ni reconoce a la madre; no obedece al hermano ni guarda fidelidad al
amigo; oprime a la viuda y se apodera de los bienes del huérfano […].

389,6

Los amigos suelen echarse en cara, en cierto modo, sus mutuos favores: “Yo te di esto”, dice
uno; a lo que el otro responde: “Y yo a ti aquello”. De idéntica manera, Dios quiere que le
demos a él, puesto que también él nos ha dado a nosotros, él que no necesita de nadie.”

TRATADOS SOBRE EL EVANGELIO DE SAN JUAN

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11. Imaginense que alguien que se ha ido al extranjero encomienda su novia a un amigo: “Eres
mi amigo, por favor, cuida de que, ausente yo, no sea amado alguno en vez de mí.” ¿De qué
laya, pues, es quien, al custodiar a la novia o a la esposa de su amigo, pone empeño, sí, en que
ningún otro sea amado, pero, si quisiera ser amado él en vez del amigo y quisiera usar de la a él
encomendada, cuán detestable aparece a todo el género humano? Si la ve observar por la
ventana o bromear con alguno, se lo impide, como si tuviera celos. Veo que siente celos, pero
quiero ver de quién, del amigo ausente o de sí presente.

32

2. En efecto, ¿qué se ama en el amigo, donde el amor es totalmente sincero y limpio? ¿Qué se
ama en el amigo, el ánimo o el cuerpo? Si se ama la lealtad, se ama al ánimo; se ama la
benevolencia, sede de la benevolencia es el ánimo; si en el otro amas que ése mismo te ama
también a ti, amas el ánimo, porque no la carne, sino el ánimo, ama. De hecho, lo amas
precisamente porque te ama. Examina por qué te ama, y verás qué amar.

EMARRACIONES SOBRE LOS SALMOS

Salmo 131

6. Luego, hermanos, nos abstengamos de la posesión de cosa particular, y, si no podemos en la


realidad, a lo menos por el afecto, y hagamos lugar al Señor. Alguno dirá: “Mucho es esto para
mí.” Ve quién eres tú, que has de hacer lugar al Señor. Si un senador quisiere hospedarse en tu
casa, y no digo un senador, sino un administrador de algún grande según el mundo, y te dijere:
“Me desagrada esta cosa en tu casa”, aun cuando tú la estimases, con todo, la quitarías para no
desagradar a aquel de quien ambicionas la amistad. ¿Y de qué te sirve la amistad del hombre?
Quizás no sólo no encontrarás en ella ayuda, sino peligros. Pues muchos, antes de juntarse a los
grandes, no peligraban, pero anhelaron la amistad de los más encumbrados que ellos, y
cayeron en grandes peligros. Tú anhela seguro la amistad de Cristo; quiere alojarse en tu casa;
hazle lugar. ¿Qué significa “hazle lugar”? No te ames a ti, ámale a él. Si te amas, le cierras la

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puerta; si le ames, le abres. Si le abres y entra, no perecerás amándote, sino que le encontrarás
por haberte amado.

HOMILÍAS SOBRE LA PRIMERA CARTA DE SAN JUAN

Homilía décima

7. Siempre que ustedes aman a un hermano, aman a un amigo.

CARTAS

72 Jerónimo a Agustín

2. Retiremos toda sospecha acerca de nuestra amistad y hablemos con el amigo como se debe
hablar, es decir, como con otro yo.

73 Agustín a Jerónimo

4. Y si mi debilidad, por ser humana o por ser mía, no deja de resentirse un tanto, aunque se me
reprenda con razón, mejor es que el tumor de la cabeza duela cuando es curado que no actuar
para evitar el dolor. Esto es lo que vio con sagacidad aquel que dijo: “Con frecuencia son más
útiles los enemigos que denuestan que los amigos que temen injuriar.” Porque, cuando los
enemigos increpan, dicen a veces hartas verdades que nos pueden corregir. En cambio, los
amigos temen alterar la dulzura de la amistad, y así carecen de la necesaria libertad de la
justicia.

82 Agustín a Jerónimo

1. Por muy fuerte que la amistad sea, es siempre incierta la perseverancia en mantenerla con
mutua caridad.

32. Por eso, con la mejor intención que podamos, demos a nuestros amigos, a los que se
interesan con sinceridad en nuestros trabajos, este ejemplo: que sepan que entre los amigos
cabe una recíproca oposición de las palabras, sin que se disminuya por eso la caridad ni
produzca odio la franqueza que se debe a la amistad. Nada importa que tenga razón nuestro
contendiente o que mantengamos con sinceridad de corazón nuestro juicio, con tal de arrojar
del corazón lo que está distante de los labios.

110 Agustín a Severo

4. A mí, cuando me alaba un sincero y grande amigo de mi alma, me parece como que me alabo
a mí mismo.

130 Agustín a Proba

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13. En todas estas cosas se apetecen por sí mismas la integridad del hombre y la amistad.
Mientras que la suficiencia de los medios necesarios de vida no se apetece por sí misma cuando
se desea como conviene, sino por esos otros dos bienes mencionados. La integridad se refiere a
la vida misma: a la salud, a la plenitud del alma y del cuerpo. La amistad por su parte, no ha de
limitarse a esos estrechos límites, pues alcanza a todos los que tienen derecho al amor y a la
caridad, aunque se incline hacia unos con mayor facilidad que hacia otros.

155 Agustín a Macedonio

1. La verdadera amistad no se mide por intereses temporales, sino que se bebe por amor
gratuito. Nadie puede ser con verdad amigo del hombre si no lo es primero de la misma verdad;
y si tal amistad no es gratuita, no puede existir en modo alguno.

192 Agustín a Celestino

1. Siempre soy deudor de la caridad, la cual, aunque venga sola y haya sido pagada, no cancela
la deuda. Se devuelve cuando se dona, pero, aun después de devuelta, la deuda sigue en pie,
pues que no hay tiempo alguno en que no deba donarse. Cuando se devuelve no se pierde, sino
que se multiplica, pues se devuelve de lo que se tiene y no de lo que se carece.. No puede
devolverse sino cuando se tiene, y no se tiene sino cuando se dona. Es más, cuando el hombre
la dona,, crece en él y se adquiere una caridad tanto mayor cuanto se dona a más hombres.
¿Cómo se negará a los amigos, pues se debe aun a los enemigos? Sin embargo, se dona con
cautela en los enemigos y se distribuye confiadamente a los amigos. Procura con todas sus
fuerzas recibir lo que da, aun de aquellos a quienes devuelve bien por mal. Porque deseamos
que se haga amigo aquel enemigo a quien amamos con veracidad. No le amamos si no le
queremos bueno, y no será bueno si no pierde el mal de la enemistad.

258 Agustín a Marciano

1. Ya sabes cómo definió la amistad Tulio, el máximo exponente de la elocuencia romana, como
dijo alguien. Dijo, y dijo con toda verdad: “La amistad es el acuerdo en las cosas divinas y
humanas con benevolencia y caridad.” Tú, amadísimo mío, en otro tiempo estabas de acuerdo
conmigo en las cosas humanas, cuando yo deseaba gozarlas al estilo vulgar. Para conseguir esas
cosas de que ahora me sonrojo, tú me favorecías y tendías las velas, o más bien, entre mis otros
amadores, eras de los primeros en hinchar con el viento de las alabanzas las velas de mis
apetencias. En cuanto a las cosas divinas, en las que en aquel tiempo no había brillado para mí
verdad alguna, nuestra amistad claudicaba en la mejor parte de la definición: había acuerdo tan
sólo en las cosas humanas, aunque con benevolencia y caridad, pero no en las divinas.

2. Cuando abandoné aquellas apetencias, tú, con perseverante benevolencia, apetecías mi


salud mortal y querías verla feliz con la prosperidad de aquellas cosas que el mundo suele
desear.. Así a cierto nivel existía entre nosotros un benévolo y afectuoso acuerdo sobre las
cosas humanas. Pero ¿cómo podré explicar ahora con palabras cuánto gozo contigo, pues aquel

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a quien durante tanto tiempo tuve por amigo es ya verdadero amigo? Ahora se ha agregado el
acuerdo en las cosas divinas. Conmigo llevabas la vida temporal con agradabilísima benignidad,
pero ahora has comenzado a vivir conmigo en la esperanza de la vida eterna. Tampoco ahora
nos separa disensión alguna en las cosas humanas, pues las valoramos a la luz de las divinas,
para no concederles más de lo que justamente reclama su condición. No las rechazamos con un
inicuo desdén para no hacer injuria al Creador de todas esas cosas terrestres y celestes. Así
sucede que cuando no hay acuerdo en las cosas divinas entre los amigos, tampoco puede
haberlo pleno y verdadero en las humanas. Es inevitable que quien desprecia las cosas divinas,
estime en más de lo conveniente las humanas, y que no sepa amar rectamente al hombre quien
no ama al Creador del hombre. Por eso no digo que ahora eres más amigo, o que antes tan sólo
en parte lo eras, sino que, cuanto la razón indica, no lo eras tampoco parcialmente cuando no
tenías una verdadera amistad conmigo ni en las cosas humanas. Porque no estabas asociado a
mí en las cosas divinas, por las que se valoran rectamente las humanas, ya cuando yo estaba
alejado de ellas, ya cuando yo comencé a saborearlas de algún modo y tú estabas muy distante.

3. ¿Cómo podías ser amigo mío, ignorando en absoluto cómo podría ser yo feliz, y no
amándome justamente en aquello en que yo me había hecho de algún modo amigo mío?

4. Doy, pues, gracias a Dios porque al fin se dignó hacerte amigo mío. Ahora hay entre nosotros
acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad en Jesucristo nuestro Señor,
en la más auténtica paz nuestra

CONTRA FAUSTO

XXII, 78

El hombre se vuelve más justo cuando no apetece usar de las cosas en función de otra cosa
que no sea aquella por la que se instituyeron, a la vez que apetece gozar del mismo Dios por sí
mismo, y de sí y del amigo en el mismo Dios por razón del mismo Dios. Ama al amigo por Dios
quien ama en el amigo el amor de Dios.

LA CATEQUESIS DE LOS PRINCIPIANTES

IV, 7, 2-4

2. No hay ninguna invitación al amor mayor que adelantarse en ese mismo amor; y
excesivamente duro es el corazón que, si antes no quería ofrecer su amor, no quiera luego
corresponder al amor.

3. Bien advertimos esto en los mismos amores ilícitos y vergonzosos: los que buscan ser
correspondidos en sus amores no hacen sino manifestar ostentosamente, por los medios a su
alcance, cuánto aman, y tratan de poner por delante la imagen de la justicia para poder exigir,
en cierto modo, la correspondencia de aquellos corazones que tratan de seducir. Y se abrasan
todavía más, con una pasión más ardiente, cuando ven que las almas que desean conquistar se

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van encendiendo en su misma pasión. Por tanto, si hasta un corazón encendido se abrasa más
todavía al sentir que es correspondido en su amor, es evidente que no hay causa mayor para
iniciar o aumentar el amor como el darse cuenta de que es amado quien todavía no ama, o que
es correspondido el que ya amaba, o que espera ser amado o comprueba que ya lo es.
4. Y si esto sucede hasta en los amores ilícitos, ¿cuán más plenamente en la amistad? Pues ¿qué
otra cosa tememos más en las faltas contra la amistad sino que nuestro amigo piense o que no
le amamos o que le amamos menos de lo que él nos ama? Porque si llegase a creer esto, sería
más frío en su amor, gracias al cual los hombres gozan de la mutua amistad. Y si ese amigo no
es tan débil que deje enfriar completamente en su amor ante esa ofensa, se mantendrá en un
amor de conveniencia, pero no de gozo.

LA BONDAD DEL MATRIMONIO

1. Dado que cada persona en concreto es una porción del género humano y la misma
naturaleza humana es de condición sociable, síguese de ello una grande excelencia natural,
como es el vínculo solidario de la amistad entre todos los hombres.

9. Es preciso considerar aún que, entre los bienes que Dios nos concede, unos son apetecibles
en sí mismo, como la sabiduría, la salud, la amistad, y otros son necesarios para conseguir un
fin, como la ciencia, el comer, el beber, el sueño, el matrimonio y el comercio conyugal entre
los desposados. Entre estos últimos, unos son imprescindibles para llegar a la sabiduría, como,
por ejemplo, la ciencia; otros para conservar la salud, como la comida, la bebida, el sueño; y
otros para sostener la amistad, como el matrimonio y el ayuntamiento conyugal, de donde se
deriva la propagación del género humano, y la unión afectiva y amistosa que la sostiene es
ciertamente un bien grande.

LAS DOS ALMAS

11. Dos cosas que cautivan fácilmente a aquella edad carente de prudencia fueron sobre todo
las que hicieron que me perdiese por extraños rodeos. Una de ellas era la amistad que me
arrastraba no sé cómo bajo cierta apariencia de bondad, cual lazo sinuoso que daba varias
vueltas en torno a mi cuello.

LA CIUDAD DE DIOS

XIX, 5

¿Quiénes suelen o, al menos, deberían ser más amigos entre sí que los que conviven en una
misma casa? Y, sin embargo, ¿quién está allí seguro cuando con frecuencia se dan allí tamañas
contrariedades debidas a ocultos manejos, contrariedades tanto más amargas cuanto más
dulce había sido la paz que se creía verdadera, pero que se simulaba con refinada astucia?

XIX, 8

12
¡Cuidado no nos acontezca esa ignorancia rayana en la demencia, no infrecuente, por cierto,
en esta nuestra mísera condición, que llega a tomar un enemigo por amigo y viceversa! ¿Qué
consuelo nos queda en una sociedad humana como ésta, plagada de errores y de penalidades,
sino la lealtad no fingida, y el mutuo afecto de los buenos y auténticos amigos? Pero cuantos
más tengamos repartidos por doquier, tanto más se agranda nuestro temor de que les suceda
alguno de tantos males como se amontonan por este mundo. No nos causa preocupación
solamente el que puedan ser víctimas del hambre, la guerra, la enfermedad o la cautividad, y
de que puestos en esta servidumbre tengan que sufrir males que ni somos capaces de imaginar.
Lo que nos preocupa con una amargura infinitamente mayor es que puedan caer en la
infidelidad, la malicia o la perversión. Y cuando algo así nos sobreviene (y ocurre tanto más
frecuentemente cuanto más numerosos y dispersos están los amigos) y la noticia llega hasta
nosotros, ¿quién se dará cuenta del fuego que abrasa nuestro corazón, sino quien lo siente en
su propio ser? Preferiríamos enterarnos de su muerte, aunque también esta noticia nos
causarías dolor. Si la vida de tales amigos era para nosotros un verdadero placer, por el
consuelo de su amistad, ¿cómo va a ser posible que su muerte no nos cause tristeza alguna? Y
si alguien llega a prohibir esta tristeza, prohíba también si le es posible, las amistosas charlas,
ponga su veto, destruya el afecto entre amigos, rompa con despiadado estupor los lazos
espirituales de todo afecto humano, o bien dé normas para usar de todo ello de manera que el
corazón no quede inundado por ninguna de sus dulzuras. Y si esto resulta de todo punto
imposible, ¿cómo no nos va a ser amarga la muerte de quien nos es dulce la vida? De aquí
arranca esa especie de lamento de todo corazón que aún se conserve humano, esa llagfa, esa
úlcera que para cerrarse necesita atenciones consoladoras. Decir que se restañan estas heridas
tanto más pronto y sin dificultad cuanto mejor dispuesto esté el ánimo, no equivale a decir que
la herida no existe.
Es verdad que la muerte de los seres más queridos, especialmente de aquellos cuyos servicios
son más indispensables a la sociedad, nos causa aflicción, una vez más mitigada y otras más
cruel. Pero en lo que se refiere a los que amamos con afecto, preferiríamos verlos o saberlos
muertos antes que caídos en la infidelidad o en la corrupción de sus costumbres; en otras
palabras, antes que muertos en el alma.
Llena está la tierra de este enorme cúmulo de desgracias. De ahí el texto de la Escritura: ¿No
es, acaso, una tentación la vida del hombre sobre la tierra? (Job 7,1). Esta misma razón hace
exclamar al Señor: ¡Ay del mundo por los escándalos! (Mt 18,7). Y de nuevo: Al crecer – dice – la
maldad se enfriará la caridad en la mayoría (Mt 24,12). De aquí que debemos felicitar a
nuestros amigos ya muertos, y si bien su muerte nos causa tristeza, ella misma nos da un
consuelo más seguro: de hecho para ellos se han terminado los males que destrozan o
corrompen, o al menos exponen a ambos peligros incluso a los hombres de bien.

OCHENTA Y TRES CUESTIONES DIVERSAS

Cuestión 31: Opinión de Cicerón sobre la división y definición de las virtudes del alma.

1. La gratitud supone el reconocimiento de las amistades y de los deberes mutuos y la voluntad


de corresponderlos.

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3. Hay muchas cosas que nos atraen tanto por su mérito como por su valor intrínseco. Tales
son: la gloria, la dignidad, la grandeza, la amistad. […] La amistad es la voluntad de querer el
bien para uno por causa de la misma persona a la que se ama con una voluntad recíproca.
Como aquí estamos hablando de causas civiles, añadimos a la amistad sus frutos para que se
vea también por qué deben ser deseados, no vaya a ser que nos critiquen quienes piensan que
estamos hablando de cualquier clase de amistad. Por más que hay quienes creen que la
amistad debe buscarse sólo por interés, los hay que por ella sola, los hay también que por ella y
por interés. De todo lo cual, qué es lo más conforme a la verdad, habrá otro lugar para
examinarlo.

Cuestión 39: Los alimentos.

¿Qué es lo que [el alma] recibe por sí misma y lo transforma en sí? Es otra alma, a la que,
recibiendo en amistad, hace semejante a sí.

Cuestión 71: Sobre el pasaje: “Llevad mutuamente vuestras cargas, y así cumpliréis la ley de
Cristo”.

1. En cambio, al presente, mientras estamos en esta vida, es decir, en este camino, procuremos
llevar mutuamente nuestras cargas para que merezcamos llegar a aquella vida que carece de
toda carga. Por ejemplo, fíjense en los ciervos: cuando atraviesan un brazo de mar hasta una
isla en busca de pastos, se organizan de tal modo que llevan los unos sobre los otros las cargas
de sus cabezas con la cornamenta, de tal manera que el que va detrás coloca su cabeza sobre el
anterior, llevando el cuello levantado. Y como es necesario que haya uno que, siendo el primero
de todos, no tiene delante de él en quien apoyar la cabeza, dicen que hacen lo siguiente por
turno: que cuando el que va primero se ha cansado de la carga de su cabeza se pone el último y
le sucede aquel cuya cabeza llevaba cuando iba primero. De ese modo, llevando sus cargas
mutuamente, pasan el brazo de mar hasta que llegan a tierra firme.

5. En modo alguno se debe juzgar de un desconocido, y nadie es conocido sino por la amistad. Y
por eso toleramos mejor los defectos de los amigos, porque sus buenas cualidades nos agradan
y cautivan.

6. No debemos repudiar la amistad de nadie que se interfiere para anudar una verdadera
amistad; no para aceptarla inmediatamente, sino para que se haga querer quien ha de ser
recibido y sea tratado de modo que pueda ser recibido. Porque nosotros podemos llamar amigo
a aquel a quien nos atrevemos a confiar todos nuestros sentimientos. Y si alguno no se atreve a
hacerse amigo nuestro, porque se siente cohibido por algún honor o dignidad nuestra del siglo,
hay que abajarse hasta él y ofrecerle con afabilidad y deferencia lo que él no se atreve a pedir
por sí mismo.
Es cierto, aunque más raro, que a veces conocemos antes los defectos que las buenas
cualidades de aquel a quien queremos admitir a nuestra amistad, por lo que, disgustados y
como dolidos, lo dejamos, sin llegar a indagar en sus buenas cualidades que tal vez estén más
ocultas. Es por lo que el Señor Jesucristo, que nos quiere imitadores suyos, nos amonesta que

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toleremos sus debilidades para conseguir llegar por medio de la caridad comprensiva hasta las
buenas cualidades donde podamos descansar complacidos. En efecto, dice: No tienen
necesidad de médico los sanos, sino los enfermos (Mt 9,12). Así, pues, si por amor de Cristo no
debemos rechazar de corazón ni aun a aquel que está enfermo desde cualquier punto de vista,
porque puede ser sanado por el Verbo de Dios, cuánto menos al que nos puede parecer un
enfermo total por la chica razón de que hemos sido incapaces de soportar en los comienzos de
la amistad algunos defectos suyos, y, lo que es más grave aún, nos hemos atrevido con
desprecio a hacer juicios temerarios prejuzgando a toda la persona.

RETRACTACIONES

II, 6: Las Confesiones.

2. En el libro cuarto, al confesar la miseria de mi alma a propósito de la muerte de un amigo,


hablando de que en alguna manera nuestras dos almas se habían hecho una sola alma, digo: “y
por eso tal vez temía morir yo para que no muriese todo entero aquel a quien amaba mucho”.
Lo cual me parece como una declaración ligera más que una confesión seria, aunque esa
tontería esté suavizada algún tanto, porque añadí: “tal vez”.

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