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El primer autor es Rhoder (1967; citado en Shea y Bawer, 2000) quien afirma que
los trastornos emocionales/conductuales son tanto un resultado de dónde y con
quién interactúa un niño como el comportamiento mismo del niño. Es decir que pone
un mayor énfasis en el contexto en el que el niño desarrolla sus actividades. Por
otra parte Algozzine (1980; citado en Shea y Bawer, 2000) menciona que no es tan
sólo el nivel y tipo de comportamiento que el niño muestra lo que puede dar como
resultado que se le identifique como “perturbado”, sino el hecho de que ese conjunto
particular de características que lo hacen un individuo den como resultado
reacciones (o grados de perturbación e intolerancia) que lo distingan de otros dentro
de su ecosistema.
Los trastornos emocionales bajo las regulaciones del Acta para la Educación de
Individuos con Discapacidades (IDEA, por sus siglas en inglés) se definen como
una condición que exhibe una o más de las siguientes características a través de
un periodo de tiempo prolongado y hasta un grado marcado que afecta
adversamente el rendimiento académico del niño, además indica algunos aspectos
característicos de este trastorno como los siguientes:
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En cuanto a la búsqueda para la definición de trastorno emocional o conductual por
parte de la Coalición Nacional de Salud Mental y Educación Especial concluyó
estableciendo que:
Considero importante mencionar que en 1987, el Comité Ejecutivo del Consejo para
los Niños con Trastornos Conductuales alentó a que:
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En primer lugar Edelbrock (1984¸ citado en Shea y Bawer, 2000) encontró dos
grupos de comportamiento en sujetos con trastornos conductuales: los
externalizados como son robar, mentir, desobedecer y pelear y los internalizados
como malestares físicos, fobias, preocupaciones y temor, etc.
Con respecto al lenguaje, existe una diferencia significativa entre las características
del lenguaje expresivo en las conversaciones de aprendices identificados con
trastornos emocionales conductuales y las del lenguaje con que se comunican sus
semejantes, esto debido a que los primeros usan expresiones más cortas que sus
compañeros. Por lo tanto durante un discurso cometen errores en las relaciones y
fallan al identificar información nueva o respuestas correctivas cuando hay
rompimientos en la relación (Shea y Bawer, 2000).
Con respecto a los niños que presentan depresión, es importante saber que
frecuentemente se confunden con los niños con trastornos
emocionales/conductuales, sin embargo debe considerarse a la depresión como un
síntoma. Para determinar si un niño tiene depresión deben estar presentes al menos
dos de las siguientes características: perturbación del apetito, perturbación del
sueño, retardo psicomotor, perdida de energía, sentimiento de inutilidad o culpa,
disminución de la capacidad para pensar y pensamientos de suicidio o muerte (Shea
y Bawer, 2000).
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como el de Ruhl y Hughes (1985; citados en Shea y Bawer, 2000) han indicado que
el 84% de los maestros a los que se les aplicó una encuesta, informaron haber
encontrado extrema agresión física entre los estudiantes, de estos el 64% indicó
que estudiantes, maestros y auxiliares habían sido víctimas. El patrón más
persistente que se encontró en los alumnos evaluados fue la agresión traducida en
desobediencia, negativismo, alboroto, berrinches, permutaciones, peleas, envidia
irresponsabilidad, búsqueda de atención, falta de cooperación, irritabilidad e
impertinencia.
Con base en Morse, Cutler y Fink (1964; citados en Shea y Bawer, 2000) se
sugiriere que los aprendices identificados con trastornos conductuales tienen una
capacidad cognitiva por encima del promedio, aunque algunos estudios recientes
indican que muestran capacidades cognitivas promedio o inferiores al promedio
cuando se les compara con sus pares. Conviene subrayar que los aprendices con
trastornos conductuales más severos, exhiben cocientes de inteligencia que se
encuentran en el rango de deficientes mentales.
Ahora bien, las causas de los trastornos emocionales aún no han sido
adecuadamente determinadas, aunque algunas causas que se considera que
pueden influir son factores tales como la herencia, los desórdenes mentales, la
dieta, las presiones y el funcionamiento familiar, sin embargo ningún estudio ha
podido demostrar que alguno de estos factores sea la causa directa de los
trastornos emocionales o del comportamiento (Shea y Bawer, 2000).
Por otra parte, algunas de las características y comportamientos típicos de los niños
con trastornos emocionales que se deben tomar en cuenta de acuerdo con Shea y
Bawer (2000) son:
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Dificultades en el aprendizaje (rendimiento académico por debajo del nivel
correspondiente al grado).
Además Shea y Bawer (2000) indican que los niños con los trastornos emocionales
más serios pueden exhibir un pensamiento distorsionado, ansiedad, actos motrices
raros, y un temperamento demasiado variable. En algunas ocasiones son
identificados como niños con una psicosis severa o esquizofrenia, pero es necesario
que sean evaluados por especialistas para poder dar un diagnóstico preciso. Es
importante recordar que muchos niños que no tienen un trastorno emocional pueden
experimentar algunos de estos comportamientos durante diferentes etapas de su
desarrollo. Sin embargo, cuando los niños tienen trastornos emocionales, este tipo
de comportamiento continúa a través de largos períodos de tiempo, y su
comportamiento nos indica que no están bien dentro de su ambiente o entre sus
compañeros.
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1.1 FACTORES QUE INFLUYEN EN LOS TRASTORNOS
EMOCIONALES/CONDUCTUALES.
Estos trastornos influyen en distintos aspectos en la vida cotidiana del niño, así
como en las personas que se encuentran a su alrededor. Por eso la aceptación de
los padres en cuanto a la intervención que deben implementar, así como su
disposición a participar en ella es primordial para el mejorar el desempeño de estos
niños.
Ahora bien, se puede llevar a cabo la adaptación del entorno para que los
aprendices identificados con trastornos emocionales/conductuales se vinculen a las
estrategias e intervenciones desde diferentes perspectivas como las siguientes
(Shea y Bawer, 2000):
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Perspectiva psicodinámica: En esta la causa del comportamiento está dentro
del individuo, así que las intervenciones deben ocuparse de la vida
intrapsíquica y dinámica de los aprendices.
Perspectiva biofísica: Postula una relación entre las condiciones físicas y el
comportamiento mostrado por el aprendiz.
Enfoque conductual: Considera que los comportamientos son actos humanos
observables determinados por variables en el entorno.
Perspectiva ecológica: Se centra en la relación recíproca entre el aprendiz o
grupo de aprendices y los contextos en los que interactúan.
Por último Shea y Bawer (2000) indican que es necesario considerar que para
maximizar la probabilidad de que las conductas y habilidades sean mantenidas bajo
el control de reforzamiento, aquellas que sean seleccionadas deberán:
a) Mantenerse una vez que termine la intervención.
b) Generalizarse a otros escenarios o comportamientos
c) Covariar con comportamientos sociales específicos de los compañeros.
Así podemos ver cómo es que el apoyo tanto de los padres, como de los profesores,
y un contexto adecuado pueden ser factores que afecten o favorezcan (según sea
el caso) el desarrollo pleno del niño. Además es importante que se les brinde de
manera adecuada la divulgación de información de estos trastornos a los padres a
través de talleres u orientación, y resolver sus dudas, esto con el fin de obtener un
trabajo colaborativo entre especialistas y familia para poder lograr resultados
favorecedores en el niño.
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CAPÍTULO 2. EVALUACIÓN DE LOS TRASTORNOS EMOCIONALES Y DE LA
CONDUCTA.
Center (1989; citado en Salvia y Ysseldyke, 1997) indica que existe preocupación
con respecto a que las evaluaciones no siempre conducen a los tipos de servicios
que necesitan los estudiantes, debido a la identificación o diagnósticos incorrectos.
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3) La capacitación y prácticas de los equipos de evaluación y de los integrantes
de los equipos.
Otro estudio que se puede mencionar es el realizado por Simpson (1989; citado en
Shea y Bawer, 2000), quien comparó dos grupos de estimaciones de maestros de
los mismos 95 niños y encontró pocas concordancias, concluyendo que la
estimación del comportamiento es muy subjetiva. El problema del contexto tiene
mucha relevancia en estos hallazgos: las situaciones pueden diferir entre una clase
de educación regular y otra, igual que las personas que evalúan.
También Skiba (1989; citado en Shea y Bawer, 2000), revisó 89 correlaciones entre
observaciones en el aula y estimaciones conductuales extraídas de 16 estudios,
encontrando poca relación entre lo que se observó en realidad y las estimaciones
de los maestros que usaron escalas de evaluación formales, por ello sugiere
encontrar la situación problema y no el estudiante problema.
Uno de los métodos que plantea Martin (1988; citado en Salvia y Ysseldyke, 1997)
se refiere al proceso de recolección y ampliación de la información disponible, como
evaluación multientorno, multifuente y multiinstrumento. Asimismo Witt, Heffer y
Pfeiffer (1990; citado en Salvia y Ysseldyke, 1997) consideran que se puede reducir
el error al utilizar estas tácticas, debido a que la mejor medición que puede ofrecer
la ciencia para definir la verdad, es la convergencia de datos provenientes de
fuentes múltiples. Esta evaluación deberá consistir en la combinación de método,
entorno y fuente de datos que se reunirán con ayuda de las personas cercanas al
niño, que evalúen cierta conducta en los diferentes contextos, así se podrá obtener
información valiosa. No obstante, algunos autores como Merrell (1994; Salvia y
Ysseldyke, 1997) consideran que el utilizar múltiples fuentes de datos puede
incrementar el error y la confusión cuando se obtiene información incongruente.
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Por otra parte Shea y Bawer (2000) consideran que el sistema de clasificación más
usado para identificar a los alumnos con trastornos emocionales/conductuales es la
cuarta edición del Manual diagnóstico y estadístico de trastornos emocionales
mentales. Este sistema se basa en la experiencia clínica de cientos de especialistas
de la salud mental. El DSM-IV incluye 19 categorías diagnósticas principales,
incluyendo una categoría específica para bebés, niños y adolescentes. Este manual
puede ser bastante útil, sin embargo se debe tomar en consideración el uso de otros
instrumentos que cuenten con validez y confiabilidad comprobada.
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CAPÍTULO 3. TRASTORNO DE DEFICIT DE ATENCIÓN CON
HIPERACTIVIDAD.
Para iniciar este capítulo retomaré algunos aspectos históricos del Trastorno de
Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH).
La primera referencia sobre los signos del TDAH se remonta al año 1798, en donde
se describía como una incapacidad para centrar la atención además de una
incapacidad para mantenerse quietos. En 1912 George Still publicó “The Lancet” en
donde se hablaba sobre algunos niños con falta de control en la conducta y una
necesidad de movimiento constante, y creía que estas características en el
comportamiento de los niños se debían a daños o enfermedades neurológicas y
hereditarias y no por mala crianza de los padres. Luego se denominaba como
disfunción cerebral mínima luego de que se demostró que niños sin daño cerebral
presentaban los mismos síntomas (Menéndez, 2001).
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Les cuesta seguir instrucciones, finalizar tareas y cumplir obligaciones
Evitan y muestran desagrado ante actividades que requieran un esfuerzo
mental sostenido.
Igualmente este autor señala algunas de las patologías asociadas con mayor
frecuencia a este trastorno:
● El 25 % de niños con TDAH asocian ansiedad.
● Trastornos de conducta.
● Trastornos de conducta disocial: agresiones a personas o cosas ajenas.
● Trastorno negativista desafiante.
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Con respecto a Kirby y Grimley (1992) hacen hincapié en algunos tipos de atención,
como la atención selectiva que se refiere a la habilidad de una persona para
responder a los aspectos esenciales de una tarea o situación y de pasar por alto o
de ignorar aquellos que no sean relevantes para dicha situación. Aunque se tiene la
idea de que los niños con TDAH generalmente se distraen fácilmente con cualquier
estímulo y que su foco de atención siempre está fuera de lugar de las circunstancias
del aula ajenas a la labor que deberían de realizar por ejemplo, no se cuentan con
evidencias firmes y contundentes de que la distracción es mayor en ellos que en
niños normales.
Por ello es preciso considerar que las instrucciones y actividades que se deben
proporcionar a los niños deben ser claras y precisas, así como dinámicas para poder
crear cierta motivación en los niños.
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Las motivaciones no son la causa ni el problema principal del TDAH. Los niños
suelen prestar atención a estímulos que les interesen por un período prolongado de
tiempo (Kirby y Grimley, 1992). Algunos de los aspectos de motivación son:
La primera de estas habilidades tiene que ver con eventos cognoscitivos, estos son
ideas automáticas que influyen en la conducta, como las autoinstrucciones,
autovigilarse y autoevaluarse. Tienen que ver con un diálogo interno, y los niños
que no son hábiles en el uso intencional de éste diálogo pueden tener problemas
de atención sostenida.
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