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Título del original en inglés: John: God Became Flesh

Redacción: Miguel A. Valdivia


Traducción: Juan Carlos Viera
Diseño de la portada: Gerald Lee Monks, Steve Lanto
Diseño del interior: Aaron Troia, Diane Aguirre
Ilustraciones de la portada: John Steel

A no ser que se indique de otra manera, todas las citas de las Sagradas Escrituras están tomadas de la
versión Reina-Valera, revisión de 1960. La autora se responsabiliza de la exactitud de los datos y
textos citados en esta obra.

El nombre de Juan, como el de los demás personajes bíblicos, y los ocasionales diálogos con ellos, son
parte del lenguaje coloquial elegido por la autora.

Derechos reservados © 2010 por


Pacific Press® Publishing Association
1350 N. Kings Road, Nampa, Idaho 83653
EE. UU. de N.A.
Printed in the United States of America
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ISBN 13: 978-0-8163-9288-9 (print)


ISBN 10: 0-8163-9288-9 (print)

ISBN 978-0-8163-9193-6 (ebook)

December 2010

Version 1.0
Dedicatoria

Dedico este libro:


A mis mentores académicos, ministeriales y espirituales:

Dr. Lynn Losie


Dr. Andrew Lincoln
Dr. Mitch Henson
Dr. Smuts van Rooyen
Dr. Aivars Ozolins
Pr. Mark Papendick

A mi esposo Patrick, cuya pasión


por el evangelio continúa inspirandome,
y a mis padres, quienes desde mi más tierna edad,
me inculcaron el amor de Jesús.

Y como siempre,
a Jesús mi Redentor.
Contents

El Principio

El Antídoto

El Intercambio

El Veredicto

La Luz

La Vida

La Consumación
El Principio

ace unos veinte años aparecieron unos novedosos cuadros y


H rompecabezas en tercera dimensión; ¿los recuerdas? Se podían
comprar para colgar en las paredes como una obra de arte o para mirarlos
en cualquier otra superficie. A primera vista, yo solo percibía una especie
de mosaico con diversos colores y formas, pero otras personas insistían en
que ellos veían paisajes hermosos con montañas, árboles, águilas, lagos y
peces, todo en formato tridimensional. Yo quería ver lo que ellos veían
pero no sabía cómo enfocar mis ojos para entrar en esa otra dimensión y me
preguntaba si necesitaría lentes especiales.
Cuando llegó mi cumpleaños, los jóvenes de mi iglesia decidieron
regalarme una de esas obras: un hermoso cuadro con marco y cristal, listo
para ser colgado en la pared. Todos los del grupo comenzaron a mirar el
cuadro y a comentar la belleza del paisaje: hermosos pinos, la luna llena, un
nido de águilas y un águila adulta que pescaba un salmón. A mí me parecía
que ellos estaban inventando una escena; pero todos describían lo mismo.
Así que tuve que concluir que yo era la única que tenía el problema.
Entonces alguien se tomó el tiempo de enseñarme cómo enfocar mis ojos
e incluso cómo utilizar el cristal del cuadro para aprender a enfocar
apropiadamente. Cuando todos se habían ido, decidí sentarme frente al
cuadro hasta que pudiera ver lo que ellos habían visto. Nunca me voy a
olvidar lo que sucedió después. Al seguir las instrucciones que me habían
dado, mis ojos comenzaron a percibir una realidad completamente distinta a
la que había visto anteriormente. Era como si yo hubiera entrado en la
escena, y ahora podía ver lo que otros habían visto. Me sentía parte del
paisaje al mirar y observar cosas hermosas. Estaba experimentando una
realidad más profunda que la que había visto antes en ese pedazo plano de
papel ¡Increíble!
El Evangelio de Juan fue escrito para que podamos descubrir una nueva
realidad; una realidad que existe más allá de lo que normalmente
percibimos. En cierto sentido, este Evangelio nos ofrece un nuevo par de
lentes —los lentes de la fe en Jesús— que son necesarios para que
podamos ver lo que normalmente no podemos ver con nuestros ojos
naturales. Juan propone que existen dos realidades: la que vemos
literalmente con nuestros ojos físicos (que a menudo no es muy placentera),
y la realidad divina que solo podemos ver a través de los lentes
espirituales. El puente entre la primera y la segunda realidad es la fe en la
persona de Jesús, en quién es él y lo que él ha logrado. Y Juan dice que
cuando llegas a ver la segunda y más profunda realidad, entonces llegas a
contemplar la gloria de Dios, y la belleza y seguridad de lo que Jesús ha
cumplido en tu favor: la vida eterna.
Juan presenta a Jesús como alguien que es más que un profeta de Dios o
un obrador de milagros: quiere que lo veamos más allá de su humanidad. En
la narración de Juan, Jesús se revela más plenamente mediante siete señales
(no solo milagros sino testimonios acerca de quién es él), y siete
declaraciones que comienzan con el “YO SOY”: El Pan de vida (6:35); la
Luz del mundo (8:12; 9:5); la Puerta (10:7); el buen Pastor (10:11, 14); la
Resurrección y la Vida (11:25); el Camino, la Verdad y la Vida (14:6), y la
Vid verdadera (15:1).
¡Prepárate para una experiencia sin igual: Dios se hizo carne, y nosotros
vamos a entrar dentro del cuadro! ¡Así que ponte los lentes tridimensionales
y ASÓMBRATE!

El Verbo era Dios


A diferencia de Mateo y Lucas, Juan no narra detalles del nacimiento de
Jesús. No escuchamos nada acerca de María, de José, de los ángeles, de los
pastores o de los magos. La historia de Juan comienza mucho antes del
nacimiento: “En el principio”. Él comienza su Evangelio con el deliberado
propósito de recordarnos las primeras palabras de la Biblia en Génesis 1:1,
frase que con el tiempo llegaría a ser el nombre del primer libro de la
Biblia. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo
era Dios. Éste era en el principio con Dios” (S. Juan 1:1, 2). Por lo tanto,
cuando entramos en este cuadro tridimensional, entramos en una dimensión
eterna de un Dios preexistente: El Verbo no era un ser creado, sino que era
Dios, y estaba con Dios desde el mismo comienzo del universo.
Juan nos presenta un Dios que estaba con Dios desde el principio, pero
que era distinto a Dios el Padre. Esta es una declaración muy audaz para
comenzar el Evangelio, puesto que el judaísmo era y es una religión
monoteísta. ¿Cómo podía haber otro Dios? Por supuesto, el cristianismo
también es una religión monoteísta que cree en un Dios que se manifiesta en
tres Personas (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Sin embargo, este era
un concepto desconocido para la comunidad judía.
En el prólogo de su Evangelio, Juan utiliza un recurso literario llamado
inclusio. Un inclusio es como una narración en forma de emparedado: el
texto comienza y termina de la misma forma. El inclusio de Juan es ¡que
Jesús es Dios! Él menciona este hecho tan importante en los versículos 1 y
18 en su introducción. De hecho, todo el Evangelio es un inclusio acerca de
la divinidad de Jesús, pues termina con una tercera y última declaración de
que Jesús es Dios (no solo Hijo de Dios) hecha después de su resurrección
(S. Juan 20:28).

Creación, Vida y Luz


Luego de haber utilizado deliberadamente las palabras que recuerdan al
lector la creación del mundo (S. Juan 1:1), Juan en forma natural continúa
con el lenguaje de la creación e incluso con el orden de la creación: “Todas
las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho” (vers. 3). El Verbo de Dios fue el agente mediante quien todo fue
creado. Génesis nos dice que Dios trajo el mundo a la existencia por medio
de la palabra (Génesis 1). Él decía y se hacía. El Verbo de Dios fue el
agente activo de la creación. Él mismo era la “Vida” (S. Juan 1:4). No
solamente daba vida, sino que era la Vida. Y siguiendo con el orden de la
creación (Génesis 1:3-5), Juan habla acerca de la “luz”: dice que el Verbo
era Vida y que esa Vida llegó a ser “la luz de los hombres” (S. Juan 1:4). Y
como ocurrió en la creación, cuando la luz apareció, las tinieblas fueron
expuestas (vers. 5). El hecho de que Jesús es la Luz y la Vida son
importantes premisas que Juan repite varias veces a través del Evangelio.
Incluso son dos de las siete declaraciones de Jesús que comienzan con “YO
SOY” (S. Juan 9:5; 11:25). El dualismo entre la luz y las tinieblas, entre la
ceguera y la vista, es un tema constante en esta narración, porque todo el
Evangelio está escrito para llevar al lector a creer en Jesús y, a través de
los “lentes de la fe”, a comprender plenamente esta realidad: Dios desea
redimir su creación, y la historia de la redención comienza “en el
principio”.
Juan continúa diciendo que “aquella luz verdadera... alumbra a todo
hombre” (S. Juan 1:9). Cada persona tiene la oportunidad de aceptar o
rechazar la Luz. Pero entonces nos dice que cuando la Luz vino a lo suyo, a
su propio hogar, los que estaban en el hogar no lo recibieron; ¡qué tragedia!
Se supone que el hogar es el lugar donde todos conocen tu nombre. El
Verbo, el Dador de la vida, el Dador de la luz, venía a este mundo: “En el
mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A
lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (vers. 10, 11). ¡Qué triste
noticia! Pero también hay buenas noticias.
Algunos aceptaron la Luz. Y a los que lo recibieron porque creyeron en
él, les dio un regalo, una nueva identidad: hijos de Dios. ¡A quienes creen
en él, les es dado el derecho de llegar a ser hijos de Dios! ¿Alguna vez has
sido rechazado por tu propia familia, separado de tu propio hogar? Dios te
invita a unirte a la familia celestial, y nadie puede separarte de él. Cuando
recibes la Luz, las tinieblas se disipan y llegas a ser un hijo o una hija que
no nace de la pasión o la voluntad de un hombre, sino de la voluntad de
Dios. Tienes un hogar. Y tu Padre conoce tu nombre.

El nuevo Tabernáculo
¿Ya estás gozando del cuadro tridimensional? ¡Entonces sigamos usando
los lentes de la fe pues hay mucho más por venir! ¡La belleza de la
revelación de Dios en Jesucristo te deja sin aliento!
Hasta ahora Juan no ha dicho quién es realmente el Verbo. Lo que
sabemos es que el Verbo estaba con Dios en el principio y que el Verbo era
Dios. Pero ahora vamos a ver, en el cuadro tridimensional del universo, uno
de los más sorprendentes misterios: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y
habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del
Padre), lleno de gracia y de verdad” (vers. 14). ¡Increíble! El Dios eterno
se hizo carne. El Verbo se hizo humano. Este es el misterio que llamamos la
encarnación: Dios se hizo uno de nosotros para redimirnos. Así que, según
Juan, cuando ves a Jesús, puedes contemplar la profunda realidad del Dios
eterno de la creación, ahora en forma humana. Dios se mudó a nuestro
vecindario.
Las palabras usadas en este versículo son de la mayor importancia.
Primeramente, la elección por parte de Juan de la palabra carne, tiene la
intención de destacar el hecho de que el Verbo no tenía solamente una
apariencia espiritual sino un cuerpo físico real. Jesús es plenamente Dios y
plenamente hombre. En segundo lugar, la palabra habitó, tiene el
significado de acampar, o en el lenguaje propio del Antiguo Testamento,
hizo su tabernáculo en medio nuestro (en el texto original griego se usa la
palabra tabernáculo en forma verbal). Esta es una palabra clave porque
hace referencia al tabernáculo o Santuario del desierto, el lugar donde la
presencia de Dios residía en medio de su pueblo. Juan quiere que sus
lectores capten y entiendan la conexión de este término con el tabernáculo
construido por Moisés en el desierto. Inmediatamente él usa otra palabra,
gloria, que también guarda relación con el vocabulario del Tabernáculo:
“Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová
llenó el tabernáculo” (Éxodo 40:34). Ahora el tabernáculo es de carne y
vemos la gloria de Dios a través de Jesucristo. Él es la plena revelación de
la gloria de Dios. Más aún: su mayor gloria es la cruz, donde Dios se
revela más plenamente. La estructura básica del Evangelio de Juan destaca
este hecho:

Prólogo (1:1-18)
Libro de señales (1:19-12:50)
Libro de gloria (13:1-20:31)
Epílogo (21:1-25)

Los dos libros o secciones centrales del Evangelio destacan el hecho de


quién es Jesús (a través de sus señales y testimonios), y la realidad de su
gloria que se manifestó en la cruz. La pasión de Jesús es repetidamente
presentada como su glorificación (S. Juan 12:23; 13:31, 32; 17:1, 4).
Ahora ya no solamente oímos al Verbo de Dios que llama a nuevos
mundos a la existencia; ahora vemos al Verbo de Dios porque él camina en
medio nuestro. ¿Y qué es lo que vemos? “¡Esperen a que se los diga! —dice
Juan— ¡Vemos gracia y verdad! ¡Y las vemos más claramente que nunca
antes!” La gracia es mencionada tres veces en el prólogo de Juan. Moisés
había recibido una revelación parcial de la gracia y la verdad de Dios
(Éxodo 34:6), pero ahora, mediante Jesús, vemos la gracia y la verdad
plenamente reveladas. Juan utiliza la palabra verdad 25 veces en el
Evangelio, y Jesús, en una de sus siete declaraciones como el YO SOY,
propone que él es la Verdad: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida;
nadie viene al Padre, sino por mí” (S. Juan 14:6). Cuando nos colocamos
los “lentes de la fe”, podemos ver claramente que la Verdad es una Persona:
Jesús.

¿Puedes verlo ahora?


El resto del prólogo de Juan está dedicado a subrayar la excelencia de
Jesús como el supremo Revelador de Dios. Sí, Dios se ha revelado a sí
mismo en el pasado, pero ahora esa revelación ha sido superada porque
Jesús es el único que puede revelar plenamente al Padre. “Pues la ley por
medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio
de Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el
seno del Padre, él le ha dado a conocer” (S. Juan 1:17, 18).
Moisés fue un mediador de la revelación de Dios; Jesús no es solamente
el mediador sino la presencia corporal de Dios. Ahora podemos comenzar
a ver la hermosa escena en tercera dimensión; podemos ver la gracia y la
verdad en su sentido más pleno. Jesús es el sumo revelador de Dios. Las
teofanías o revelaciones de Dios en el Antiguo Testamento eran sombras
del Hijo que habría de revelar plenamente al Padre. Uno de los mayores
temas recurrentes en Juan es el contraste entre Moisés y Cristo,
especialmente en las ocasiones en que Jesús es rechazado en nombre de
Moisés.
Antes de continuar nuestra jornada en el Evangelio de Juan, subrayemos
brevemente un par de cosas más. Juan recalca que Dios se hizo carne con un
propósito específico: morir. Sí, morir con el propósito de redimir a su
creación. La “hora”, en este Evangelio, es sinónimo de la cruz. A lo largo
de la narración puedes seguir el desarrollo de este tema a medida que nos
acercamos más y más a “la hora” (S. Juan 2:4; 7:6, 8, 30; 8:20; 12:23; 13:1;
17:1).
Hay mucho para considerar en el retrato que Juan hace de Jesús. En este
libro nos concentraremos en algunos de los diálogos entre Jesús y otros
personajes. Sus vidas fueron cambiadas con esos encuentros, y es mi
oración que nuestra vida también lo sea.
Al final de la narración, el amado discípulo se revela a sí mismo como el
autor del Evangelio (S. Juan 21:20-25). También dice que hay mucho más
para contar: “Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales
si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los
libros que se habrían de escribir” (vers. 25). El cuadro tridimensional de
Jesús es demasiado hermoso, demasiado grande para explicarlo en
palabras. Su título es: “¡El Verbo de Dios se hizo carne en la persona de
Jesús!” ¡Pongámonos los lentes de la fe y veamos la gloria de Dios!
El Antídoto

na de las más dramáticas experiencias de mi vida ocurrió un


U domingo a la tarde cuando volví de acampar un fin de semana. Abrí
la puerta de mi departamento y puse mi bolso encima de la mesa del
comedor. ¡Fue entonces cuando la vi! Una inmensa serpiente... que
intentaba trepar por la pared contigua a la mesa. Con un grito salté hacia
atrás sin comprender plenamente lo que estaba viendo: ¡Una serpiente en mi
departamento de un segundo piso en medio de la ciudad! Salí corriendo. La
serpiente se había adueñado del lugar. Llamé a mis vecinos, llamé a todo el
mundo y nadie me podía dar una explicación convincente acerca de cómo la
serpiente había entrado en mi departamento. La explicación más
“reconfortante” provino del Departamento de Control de Animales. El
agente dijo: “Las víboras viajan a través de los conductos del aire
acondicionado. Es la segunda vez que ocurre en esta ciudad en los últimos
diez años”. ¡Vaya consuelo!
Durante los siguientes doce meses buscaba obsesivamente serpientes por
toda la casa: miraba entre las sábanas antes de acostarme, en la bañera, en
las sillas, debajo de la mesa, ¡en todas partes! Las serpientes tienen una
capacidad singular para llamarnos la atención, ¿verdad? Y me ha resultado
fascinante que Jesús usara una serpiente como metáfora para enseñarle a un
religioso acerca de la salvación. Estoy segura de que Nicodemo tampoco se
olvidó de la serpiente.
El primer diálogo extenso que encontramos en el Evangelio de Juan se
produce entre Jesús y Nicodemo (S. Juan 3:1-21). Con el propósito de
comprender plenamente la conversación, debemos estar conscientes de que
Juan utiliza la técnica de una narración en dos niveles, el literal y el
espiritual, que ya consideramos en el capítulo previo. Es interesante que
para su primer diálogo, Juan elige un miembro de la casta dirigente
religiosa, un representante de “los judíos” (gobernantes del judaísmo
farisaico que se tornarían hostiles hacia Jesús). ¿No sería lógico pensar que
los dirigentes religiosos —y todo religioso— tienen todas las respuestas
correctas? Bueno, aparentemente no. Todo el sistema de creencias de
Nicodemo es tan inadecuado que Jesús necesita reacondicionarlo y
sacudirlo hasta su mismo núcleo. Si has sentido frustración con los sistemas
religiosos que dicen tener todas las respuestas, continúa leyendo. Y si te has
sentido satisfecho con los sistemas religiosos que dicen tener todas las
respuestas, también continúa leyendo. Todos tenemos una desesperada
necesidad de escuchar la historia de la serpiente.

Nicodemo, el fariseo
Nicodemo era un fariseo y, como tal, observaba cuidadosamente la ley y
tenía en alta estima las tradiciones de los ancianos. Aunque su nombre era
de origen griego, era usado por los judíos. Pero él no era un judío común;
era un dirigente de los judíos y casi seguramente un miembro del sanedrín,
el concilio que gobernaba a los judíos (S. Juan 7:45-52). Él guardaba,
enseñaba e interpretaba la ley. Parecía tenerlo todo en su lugar. Era como
esa gente en la iglesia que parece conocerlo todo y guardarlo todo, y que
apenas necesita un Salvador.
Como era de esperar, Nicodemo viene a Jesús de noche. Y digo “como
era de esperar” porque él es consciente de su influencia y se preocupa por
su hermano débil. Es un dirigente y un maestro (S. Juan 3:10), por lo tanto
no puede apoyar a un nuevo colega sin hacerle algunas preguntas,
especialmente porque Jesús no tenía las credenciales aceptadas. Es
interesante que Jesús concluya este diálogo con el tema de la luz y las
tinieblas. Él es la “Luz” (S. Juan 1:5; 3:18-21), y aquel que no lo tiene está
en una oscuridad mayor que la de la noche más oscura… aunque esa
persona sea un maestro de la ley.
El gobernante abre diplomáticamente el diálogo con una impresionante
declaración: “Rabí, sabemos que has venido de Dios... porque nadie puede
hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él” (S. Juan 3:2).
¡Sorprendente! ¡Qué diplomático eres, Nicodemo! Curiosamente él habla en
plural: [Nosotros] “sabemos”. Él está representando al grupo gobernante de
gente religiosa y educada. Está representando a todos los que toman
seriamente la ley de Dios, y, como muchos de nosotros, está seguro de tener
todas las respuestas. Dice: “Nosotros sabemos”. Excepto que él en realidad
no sabe quién es Jesús, pues lo llama maestro; un maestro venido de Dios y
por lo tanto un colega. Un buen colega. Suficientemente bueno como para
entablar con él un diálogo adulador. Un colega que obra señales durante el
día e inspira conversaciones estimulantes en la noche.

Jesús, el Hijo del Hombre


Jesús rehúsa prolongar el intercambio de cortesías. En el mundo del
primer siglo, el sistema informal de reciprocidad era de la mayor
importancia, y el acuerdo entre colegas hubiera exigido de Jesús una serie
de comentarios aduladores hacia Nicodemo como parte de un apoyo mutuo
nacido en un sentido del honor. Se esperaría que Jesús tuviera los modales
refinados de las personas respetables de la sociedad. Pero Jesús siempre
dio prioridad al único propósito de su vida: la salvación de su prójimo. Si
Nicodemo quería instrucción acerca de la salvación, Jesús ciertamente se la
daría.
Pasando por alto la esperada adulación, Jesús introduce su devastador
comentario con un enfático “de cierto, de cierto te digo” (vers. 3). En una
frase, Jesús desmorona todas las creencias de Nicodemo respecto de cómo
alcanzar la salvación. En el único pasaje de este Evangelio en el que se
menciona el reino de Dios (vers. 3-5), Jesús explica que lo que cree
Nicodemo no es suficiente para la salvación. Éste debe nacer de arriba, del
Agua espiritual, si quiere ver y entrar en el reino de Dios. Es útil que
notemos que el agua es otro tema prominente en este Evangelio. Algunos
aducen que en cada señal o diálogo en Juan hay una mención o alusión al
agua. Jesús declara que él es el Agua (S. Juan 7:37), y que nadie puede
duplicar el lavamiento que él ofrece (S. Juan 13:8).
Nicodemo interpreta las palabras de Jesús como refiriéndose al
nacimiento físico. ¿Recuerdas las dos dimensiones? La dimensión literal
está allí delante de nuestros ojos; la espiritual solo puede percibirse por
medio de la fe en Jesús. ¿Por qué Nicodemo interpretó estas palabras de
esa forma cuando parece obvio que se refieren a una realidad espiritual?
¿Alguna vez te ha pasado que negaste lo que parecía obvio? A mí me ha
pasado. En ocasiones no quise reconocer lo obvio, porque si lo hacía
tendría que lidiar con esa situación. Tal vez Nicodemo eligió interpretar
mal las palabras de Jesús; tal vez su dignidad estaba en juego. La verdad es
que cuando los prosélitos (los no judíos que se convertían al judaísmo y se
circuncidaban) se convertían, eran considerados niños espirituales recién
nacidos. Así que Nicodemo probablemente entendió el concepto, pero no
podía aceptarlo como cierto; seguramente Jesús no había escuchado bien su
nombre. ¡Estaba escandalizado! “¡Jesús, yo soy Nicodemo! Debes haberme
confundido. ¿Podría alguien acercarse y decirle a Jesús quién soy?”
Pero nadie más podía hacerlo porque no había nadie más. Solo estaban
Nicodemo y Jesús. De noche.
Nicodemo está desconcertado; y sus últimas palabras en este diálogo ya
no son “sabemos”, sino “¿cómo puede hacerse esto?” ¿Por qué es tan difícil
entender que es imposible capacitarse uno mismo para la salvación, aunque
nos parezca que estamos en el camino correcto (o en la iglesia correcta)?
Hasta ahora Jesús se ha dirigido a Nicodemo en plural, tal vez para
enviarle un mensaje al grupo que él representa o a la raza humana en
general. “No te sorprendas de que te haya dicho: Tienen que nacer de
nuevo” (S. Juan 3:7, versión NVI, énfasis agregado). Me pregunto si
muchos de nosotros quedamos sorprendidos o desconcertados cuando
comprendemos que cumplir la ley no es suficiente para la salvación. Yo
todavía recuerdo dónde estaba cuando finalmente entendí esto. Decir que
me sorprendió, es decir poco. ¡Más bien diría que me sacudió hasta lo más
íntimo!

La historia de la serpiente
Jesús le responde a Nicodemo recordándole que él debiera saber estas
cosas. En el versículo 10, el original griego incluye el artículo “el”, por lo
que debiera traducirse: “¿Eres el maestro de Israel y no sabes esto?”
Algunos eruditos consideran que el hecho de que Jesús se refiera a
Nicodemo como “el maestro de Israel” implica que éste tenía un rango
superior al de otros maestros. Pero cualquiera que haya sido su rango, no lo
capacitaba para entender lo que Jesús le estaba explicando. Jesús entonces
expresa por tercera vez: “De cierto, de cierto te digo”, y ahora es él quien
habla en primera persona del plural: “Lo que sabemos hablamos”. Ahora
las categorías son nosotros versus ustedes. ¿A quiénes se refiere con el
nosotros? Algunos proponen que Jesús se refiere a sus discípulos, pero yo
creo que se refiere a la Deidad, que ya fue presentada en San Juan 1:1.
“Hablamos de lo que sabemos... pero ustedes no aceptan nuestro
testimonio” (S. Juan 3:11, versión NVI, énfasis agregado). Recordemos que
“ustedes” se refiere a los que asistían a la iglesia, a los que guardaban la
ley, y no a los gentiles o a los que vivían sin ley.
Entonces Jesús le relata la historia de la serpiente. Nicodemo conocía la
historia de Israel como la palma de su mano, pero Jesús decide explicarle
la salvación mediante este relato que se encuentra en Números 21:4-9.
Toma un momento para leerla. El pueblo de Israel estaba cansado e
impaciente. Odiaban la comida. Odiaban todo. Estoy segura que tú también
has sentido algo similar: todo está mal; este mundo no vale nada. Y le
decimos a Dios: ¡Se acabó! En este caso Dios dice: “Muy bien”, y retira su
protección en medio de aquel miserable desierto. Las serpientes venenosas
comienzan a morder a la gente y muchos mueren. Israel se arrepiente. Le
piden a Moisés que interceda ante Yahweh (el Señor) por ellos. Y Dios les
propone lo que parece ser el más ridículo antídoto que alguna vez se haya
propuesto contra la mordedura de serpientes: “Hazte una serpiente ardiente,
y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella,
vivirá” (vers. 8).
Es natural que el que ha sido mordido quiera beber algo o recibir una
inyección para contrarrestar el veneno. Así funcionan los antídotos. La
persona tiene que introducirlo en su cuerpo. Pero en este caso la salvación
ocurría cuando los que habían sido mordidos miraban con fe a la serpiente
de bronce. La salvación estaba fuera de sí mismos, colgada en un poste. Por
la fe ellos podían llegar a entender y creer que la salvación no se
encontraba dentro de ellos ni en sus manos. Los que miraban, vivían.
¡Nicodemo! ¡Tú has sido mordido!

El símbolo de la serpiente aplicado a Jesús


Nicodemo, ojalá entendieras la salvación. Jesús está a punto de revelarte
el propósito de su propia muerte como el cumplimiento del relato de la
serpiente. En este pasaje se encuentra el pasaje más conocido de toda la
Biblia: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario
que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”
(S. Juan 3:14-17).
Jesús habló de su muerte en términos de ser “levantado” (S. Juan 12:32).
Cada uno que mira la cruz y cree en él, tiene vida eterna. Todas las
personas que comprendan que han sido mordidas y eligen mirar, vivirán.
Por alguna razón, esta verdad es más difícil de entender para los fariseos
que para cualquier otra persona. No me sorprende que Jesús haya dicho que
las prostitutas y los cobradores de impuestos entrarían al reino antes que
los fariseos (S. Mateo 21:31). Las prostitutas y los cobradores de
impuestos ya saben que han sido mordidos y necesitan un Antídoto; los
fariseos, no tanto.
¿Por qué Jesús se identificaría con una serpiente? ¿Acaso la serpiente no
representa al diablo, al mal, al pecado? ¡Ciertamente! Y esa es la belleza de
esta tipología. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios
5:21).

El Antídoto es para mí
¿Notas algo? Nicodemo necesitaba comprender que la salvación
proviene de la vida y la muerte perfectas de Jesús en nuestro favor y no de
nuestro cumplimiento de la ley. La gente usa la palabra evangelio (“buenas
nuevas”) para muchas cosas, y esto produce confusión. El evangelio está
fuera de nosotros y ocurrió hace dos mil años. Jesús salvó al mundo. ¡Él es
el Antídoto! Lo que el Espíritu Santo hace en nosotros, transformándonos y
cambiándonos para desear la ley de Dios no es el evangelio, sino el
resultado de comprender y aceptar el Antídoto. Tenemos la seguridad de la
salvación por lo que Cristo ha hecho por nosotros. Lo que él hace en
nosotros no es lo que nos salva. Él obra en nosotros después que aceptamos
su salvación. Él nos ayudará a vivir nuestra vida para su gloria, a atraer a
otros a su reino y a vivir saludablemente para nuestra propia felicidad.
Nicodemo estaba confundido; pensaba que la ley y la tradición lo
salvarían. No sabía que había sido mordido. Esa noche, Jesús le ofreció el
Antídoto: Él mismo. La ley refleja el carácter de Dios y sus principios de
vida. Debiéramos estudiarla y seguirla porque es buena; pero no nos salva.
Solo el Antídoto salva.
La historia de la serpiente es un poderoso símbolo de la cruz. ¡Qué
recurso visual! No te voy a pedir que vayas a comprar una serpiente para
que nunca te olvides de tu salvación. Pero sí te pido que aceptes y te
apropies del Antídoto. Leamos juntos y muy lentamente San Juan 3:16, y
reemplacemos las palabras mundo y todo aquel, por nuestros propios
nombres:
“Porque de tal manera amó Dios a __________________, que ha dado a
su Hijo unigénito para que __________________ que cree en él, no se
pierda, mas tenga vida eterna”. ¡Créelo! ¡Es verdad!
¿Puedes imaginarte a los que fueron mordidos en el desierto? ¿Puedes
imaginarte cómo se sintieron cuando advirtieron que el antídoto
contrarrestaba el veneno y que no morirían? ¿Qué crees que hicieron?
¿Lloraron? ¿Cantaron? ¿Danzaron? ¿Saltaron de alegría? Estoy segura de
que ese fue un relato sobre serpientes que ellos nunca olvidaron.
¡Espero que tú siempre recuerdes este relato sobre las serpientes!
El Intercambio

ace algunos años pasé por una etapa muy difícil en mi vida. Fue un
H tiempo de soledad y en cierto sentido vergüenza. Las cosas no iban
como yo había planeado y el dolor embargaba mi corazón. Durante ese
tiempo necesité mucho apoyo, pero era difícil encontrar un lugar seguro. Mi
familia siempre estuvo conmigo, y me mostraron amor durante todo el
proceso. Pero yo quería encontrar ayuda fuera de mi familia. Necesitaba un
lugar donde derramar mi alma, mis lágrimas y mis sueños hechos trizas.
Por alguna razón, los sueños mueren muy lentamente, y todos necesitamos
de alguien que llore con nosotros. Aunque exteriormente no se notara, mi
vida interior era solitaria y hasta cierto punto aislada de los demás. No
quería mantener largas conversaciones con personas de la iglesia, ni quería
enfrentar sus preguntas; quería estar sola, aunque realmente no quería
estarlo. Pero entonces Dios me proveyó auxilio mediante tres amigas que
encontré en un programa de apoyo. Durante esa etapa de mi vida, Dios
también me dio una extraordinaria ayuda para mi salud emocional: El
doctor Mitch Henson, un excelente consejero, talentoso pastor y amigo
personal, ya fallecido. Mitch caminó conmigo en aquel sendero solitario y
me ayudó a navegar en el mar de mis preguntas y a descubrirme a mí misma.
Una a una fue ayudándome a despojarme de mis muchas “capas”: mantos
invisibles de dolor y frustración bajo los cuales me había cubierto y
escondido por un largo tiempo. Una vez que mi corazón quedó al
descubierto —en espíritu y en verdad— , entonces se produjo la
metamorfosis más importante de mi vida. De alguna manera, mis creencias
religiosas viajaron la distancia más larga que es posible recorrer: cuarenta
centímetros... desde mi cabeza a mi corazón.
Quizá sea por eso que aprecio tanto el relato de la mujer samaritana.
Puedo imaginármela escondida debajo de capas y abrigos de frustración,
sobreviviendo en un mundo hostil, usando hábilmente técnicas para eludir o
evitar preguntas molestas. Pero la Persona con la que se encontraría en
aquel día decisivo, rehusaría detenerse hasta alcanzar su corazón.

Mal lugar, buen momento


Los detalles provistos en San Juan 4:4-6 son muy reveladores. Es
importante notar el lugar geográfico y la hora del día para entender el
diálogo que sigue. Uno de los primeros detalles a tomar en cuenta es la
forma verbal con la que se inicia esta jornada: “Le era necesario pasar por
Samaria” (vers. 4). ¿Qué significa que “le era necesario”? ¿Era realmente
necesario? En esa época, todos eran conscientes que a ningún judío le era
necesario pasar por Samaria. Los judíos más estrictos hacían un largo
desvío en su recorrido justamente para no pasar por Samaria. No querían
“contaminarse” al entrar en contacto con los samaritanos.
Al parecer, la necesidad de Jesús de atravesar Samaria era espiritual, no
geográfica. No le preocupaba estar en un mal lugar, porque la ocasión lo
merecía.
¿Por qué un judío agregaba varios kilómetros a su viaje para evitar pasar
por Samaria? ¡Me alegro que lo hayas preguntado! Los judíos se tornaron
hostiles hacia los samaritanos después que los asirios conquistaron el reino
del norte (Israel) en el año 722 a.C. Los asirios tenían un método
interesante para conquistar la tierra y sus culturas. Algunos de los
habitantes del territorio conquistado eran llevados a Asiria como exiliados,
mientras que algunos asirios eran establecidos en el nuevo territorio
conquistado. (Puedes leer acerca de esta práctica en 2 Reyes 17:23-33.) De
esta manera mezclaban las razas y las religiones. Los recién llegados traían
sus propios dioses, y no pasaba mucho tiempo hasta que ambos grupos
mezclaran los elementos de sus respectivas religiones. Aunque con el
tiempo los samaritanos llegaron a adorar a Yahweh (el Dios de Israel), solo
aceptaban una parte de las Escrituras judías como sagradas: El Pentateuco
(los primeros cinco libros de la Biblia). Esto había creado una larga cadena
de rencores entre judíos y samaritanos, razón por la cual no podían llevarse
bien entre sí. Sus diferencias afectaban muchas áreas de la vida, incluyendo
el lugar en el que se debía adorar, como veremos más adelante en la
historia.
Todo esto es fascinante, ¿verdad? Antes de considerar el diálogo entre
Jesús y la mujer samaritana, debemos notar otra información que aparece en
estos versículos introductorios. La ciudad de Samaria era “Sicar, junto a la
heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob” (S.
Juan 4:5, 6). Sicar era una aldea pequeña cerca de Siquem, muy cercana al
lugar donde ocurrió un incidente que seguramente conoces muy bien: la
historia de José y su túnica de colores. Haz una pausa para leer este
fascinante relato en Génesis 37. Los hermanos de José estaban haciendo
pastar los rebaños de Jacob en Siquem cuando José fue a buscarlos. Cuando
llegó, alguien le informó que habían trasladado sus rebaños a Dotán (a unos
veinte kilómetros de distancia). Poco después, José los encontró, pero sus
hermanos lo vendieron a unos traficantes madianitas, quienes lo llevaron a
Egipto. Hacia el fin de su vida, Jacob le dio a José esa misma tierra como
herencia (Génesis 48:21, 22), y eventualmente José fue enterrado en Siquem
(Josué 24:32). ¿Acaso no es sorprendente cómo tantas veces se completa un
círculo en nuestras vidas y terminamos exactamente en el lugar donde
comenzamos? Pero en el proceso hemos hecho un recorrido que da
significado y propósito a nuestra vida.

Capas
Una mujer de Samaria vino a sacar agua a la hora sexta, esto es, al
mediodía. Así como Nicodemo en San Juan 3 vino de noche para evitar
testigos, esta mujer en San Juan 4 viene al mediodía para evitar las miradas
de sus vecinos. Uno de los diálogos más intrigantes de la Biblia está por
comenzar. Recuerda que el Evangelio de Juan está escrito en dos niveles.
La conversación entre Jesús y la mujer samaritana cambia constantemente
entre lo literal y lo espiritual; entre el agua que ella vino a sacar del pozo y
el Agua de vida que Jesús le ofrece. Intercalados con los dos niveles del
diálogo hay vislumbres de las capas de dolor y temor que ella trata de
proteger usando técnicas de evasión. Ssshhh... silencio... escuchemos...
Jesús está por hablar:
—“Dame de beber” (S. Juan 4:7).
—“¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer
samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (vers. 9).
Sí, ya sabemos. ¿Has sentido alguna vez el dolor de ser considerado un
ciudadano de segunda clase? El primer intento de ella de evadir esta
conversación se basa en el PREJUICIO. Quizá Jesús no se dio cuenta que
ella era una mujer samaritana. ¡Seguro que ahora se va a terminar el
diálogo! Él es un judío, y además es hombre. Yo soy una mujer latina, y
pastora. He oído este tipo de declaraciones, pero no de parte de Jesús; él
nunca utiliza el lenguaje del prejuicio. Más bien le ofrece un regalo: “Por
favor, pídeme del Agua de vida”, le dice (vers. 10). En los cuatro
Evangelios, esta es la única ocasión en que Jesús habla en términos de un
don gratuito. ¡Y se lo está ofreciendo a una mujer samaritana!
—Señor, no sé de qué estás hablando. ¿El don del agua de vida? No
tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo —Entonces ella emplea un
recurso muy poderoso para eludir el diálogo; una capa que le brinda
identidad y seguridad: su ASCENDENCIA o estirpe social y religiosa. Ya
ves, la ascendencia es algo maravilloso: conocer tus raíces, saber de dónde
vienes, y comprender que Dios ha dirigido el pasado. Pero es algo terrible
cuando usamos nuestra ascendencia religiosa para reclamar superioridad.
“¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del
cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?” (vers. 12).
“¿Más grande que vuestro padre Jacob? ¡YO SOY el gran YO SOY! ¡He
aquí mi tarjeta de presentación! —eso es lo que yo hubiera dicho en lugar
de Jesús— ¡YO SOY el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob! ¿No te das
cuenta?”
Yo también he escuchado este tipo de reclamo de superioridad,
lamentablemente de mis propios labios. Pero Jesús nunca usa el argumento
de “mi padre es más importante que el tuyo”. Él persiste en su agenda de
salvación, que trasciende la historia de Jacob, de José y su manto
multicolor. Tiene un solo propósito y parece ignorar todo lo que ella le
dice. “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que
bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que
yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (vers.
13, 14).
Muy bien —dice ella— me rindo. Dame de esa agua y concluyamos el
asunto. Al menos no tendré que volver más al pozo, especialmente al
mediodía.
Perfecto —dice Jesús—, me alegro que vinieras a discutir asuntos de
raza y de ascendencia religiosa. Ahora hablemos de ti: ¡después de todo, tú
eres la razón por la cual me era necesario pasar por Samaria! “Vé, llama a
tu marido, y ven acá” (vers. 16). Un simple pedido, ¿verdad?
Una simple respuesta: “No tengo marido”. ¿Era realmente verdad? Sí,
más o menos.
Yo era una experta en este tercer nivel de capas, la de la VERDAD
SUPERFICIAL. Minimizar, justificar y negar son técnicas muy efectivas
para eludir la realidad. ¿Quién quiere decir la verdad, y nada más que la
verdad, bajo tales circunstancias? ¿Quién quiere entrar en largas
conversaciones con miembros de iglesia? ¿Quién quiere compartir que
estuvo toda la noche llorando porque su hijo está en la cárcel o porque se
siente rechazada por su marido? Por eso llegas tarde a la iglesia, para que
nadie tenga la oportunidad de preguntarte nada. Y si alguien te pregunta
“¿cómo estás?”, ya sabes cómo fingir y contestar alegremente: “Muy bien,
gracias, ¿y tú?” Muchos anhelamos que llegue el momento cuando todos nos
sintamos tan seguros en la iglesia, que en esas circunstancias podamos
responder: “No me siento bien, nada bien; y permíteme decirte porqué...”
Jesús continúa el diálogo: “Porque cinco maridos has tenido; y el que
ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad” (vers. 18). Pagaría
un millón de pesos (que no tengo) para ver el lenguaje corporal de la mujer
samaritana mientras Jesús le respondía de esa manera. ¡Ojos abiertos de
par en par, boca abierta, corazón acelerado y manos sudorosas! ¡Intenta
imaginar quién podría haberle dicho a este hombre todas estas cosas! La
realidad desnuda de su vida estaba enterrada debajo de todas estas capas
de evasión. ¿Quién había abierto la puerta del cajón? ¡Sus secretos se
escapaban! ¡Cuidado!
La dolorosa verdad ha salido a la luz. En una época cuando solo los
hombres tenían la prerrogativa de iniciar un divorcio, ella había sido
rechazada cinco veces, y el hombre con el que ella ahora vivía no tenía la
decencia de ofrecerle el apoyo de una familia mediante un matrimonio
formal; solamente dormía con ella. No nos sorprende que se sintiera
rechazada, tanto por los hombres como por la sociedad. Pero no por Jesús.
Estas revelaciones que hace Jesús acerca de ella tienen que haber sido
muy difíciles de reconocer, porque ahora ella recurre a la técnica de
evasión más poderosa en toda la narración. Este extraño ha demostrado que
puede leer su pasado como en un libro abierto. ¡De veras la conoce! Por lo
tanto, puede pedirle lo que quiera: consejo, conocimiento, esperanza.
Entonces ella elige el tema: ¡montañas! ¿Qué? Sí; ella dice: “No hablemos
acerca de mí; hablemos acerca de montañas”. Esta es la capa de la
RELIGIOSIDAD: una obsesión con las reglas. Es una de las maneras más
efectivas de bloquear el evangelio de Jesucristo para que no llegue a
nuestro corazón. Mientras me enfoque en las reglas religiosas tales como:
en qué montaña se debe adorar, o cuál es la forma apropiada de adorar, o
cuál es el color adecuado para la alfombra del santuario, ya te das cuenta
de qué estoy hablando. ¡Todo está bien mientras no se hable de mí! ¿Por qué
querrían hablar de mí? Después de todo, los esqueletos huelen mal cuando
se salen del armario.
La mujer dice: “Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres
adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde
se debe adorar” (vers. 19, 20). El hecho es que el lugar del culto había sido
la causa de una pelea interminable entre judíos y samaritanos. Cuando los
judíos comenzaron a reconstruir el templo después del exilio babilónico,
los samaritanos ofrecieron ayuda, pero los judíos la rechazaron (Esdras
4:2, 3). Entonces los samaritanos construyeron su propio templo en el monte
Gerizim alrededor del año 400 a.C. Los judíos destruyeron el templo de los
samaritanos en el año 128 a.C. Obviamente, los samaritanos no quedaron
muy contentos y los problemas continuaron.
La respuesta de Jesús al asunto de la religiosidad sigue siendo la misma
que dio entonces: “La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad... los que le adoran,
en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (S. Juan 4:23, 24). ¡Oh, sí!
El Padre se deleita en aquellos adoradores que le adoran en cualquier lugar,
de cualquier manera y en cualquier momento, cuando lo hacen de corazón y
con un alma transparente. Dios es un Dios de personas, no de lugares como
eran los otros “dioses” de tiempos antiguos. Él está donde estamos
nosotros. ¡Adorémoslo! Pero nos ocultamos tras tantas capas que no
podemos, ¿no es cierto?
Entonces la mujer usó la última capa de evasión que le quedaba: la
DILACIÓN. “Acepto, Señor, pero no quiero tratar este asunto ahora mismo.
Cuando venga el Mesías, él nos declarará todas las cosas. Entonces trataré
con él este tema”.
Ella no se imaginaba cuán cerca estaba de escuchar lo que nadie había
escuchado antes.

El Intercambio
A esta altura, si yo hubiese sido esta mujer, me hubiera sentido muy
vulnerable. Había empleado todos sus recursos, sus defensas, pero este
Hombre, quien quiera que fuese, no se marchaba. No estaba acostumbrada a
eso. Todo hombre que la había conocido bien, la había abandonado; pero no
éste. Pero de sentirse vulnerable y curiosa pasó a sentirse
extraordinariamente impactada, porque la respuesta de Jesús a su
declaración acerca del Mesías fue: “Yo soy, el que habla contigo” (vers.
26). ¿Puedes imaginarte? “YO SOY el que SOY, el que viene, y he estado
hablando todo este tiempo contigo”. Es la única ocasión en los cuatro
Evangelios, antes de su juicio, en la que Jesús admite que él es el Mesías. Y
esta revelación, nunca antes hecha en la primera persona del singular, es
dada a la mujer samaritana.
Entonces ocurre algo sorprendente: “La mujer dejó su cántaro” (vers.
28). ¡Abandonó su cántaro! ¡El mismo cántaro con el que había venido a
sacar agua, cargada con capa tras capa de frustración y temor! ¡Dejó su
cántaro! Había bebido un pequeño sorbo del “Agua de vida” y el agua del
pozo ya no tenía importancia. ¡Había intercambiado esa agua por el Agua
ofrecida, y ya no podía detener la fuente! La narración en el versículo 28
nos dice que fue a la ciudad —ella, la misma mujer que detestaba las
multitudes y las miradas de los vecinos—, y habló con los hombres (puede
ser que ella los conocía mejor que a las mujeres, pero la palabra en griego
también significa “seres humanos” o “personas”).
Su testimonio es impactante: “Me ha dicho todo cuanto he hecho” (vers.
29, 39). “¡Sabe todo acerca de mí y sin embargo todavía me habla! ¿No
será éste el Cristo? ¿Será posible que alguien me conozca plenamente,
íntimamente, y pueda amarme de todas maneras?” Muchos de nosotros
hemos buscado respuesta a esa misma pregunta. Ella encontró la respuesta,
hizo el intercambio, estuvo lista a dejar su cántaro y beber de su Agua. Las
capas tras las cuales se ocultaba habían sido quitadas y estaba lista para
beber más del Agua de vida. Se transformó en la evangelista más exitosa de
todos los Evangelios. Muchos de los samaritanos creyeron en Jesús (lee los
versículos 39-42), e incluso lo llamaron “el Salvador del mundo” (vers.
42). En todo el Nuevo Testamento, este título aplicado a Jesús solo se lo
encuentra aquí y en 1 Juan 4:14. ¿Qué te parece esta metamorfosis? Esto es
lo que hace el Agua de vida en ti.
Dejemos nuestros cántaros
El evangelio de Jesucristo es el gran “Intercambio”; tenemos vida gracias
a su muerte: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga
fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5; la cursiva es nuestra).
Toma un momento para observar los pronombres en este pasaje. ¿Notas
todos los términos, él, su, en contraste con nuestros, nuestra, nosotros? Él
no solamente pagó por nuestras rebeliones y pecados; también compró
nuestra paz y nuestra sanidad. Nosotros dejamos nuestros cántaros, él nos
da su vida eterna.
Hace algunos años asistí a una fiesta de Navidad en la que cada uno
debía traer un regalo para intercambiar. Se sacaron números y todos
jugamos en el orden indicado. Podíamos elegir un regalo envuelto o
cambiarlo por el de otra persona que ya lo había abierto. Un muchacho se
mostraba emocionado por abrir su paquete, hasta que vio lo que había
adentro: una ducha o regadera de baño. Algunos de los adultos podíamos
imaginarnos lo agradable de una ducha caliente con la flamante regadera,
pero no este adolescente. Estaba muy desilusionado. A uno de los adultos
que participaba le tocó una bonita herramienta. Cuando se terminó la fiesta,
observé que ese hombre se aproximaba al muchacho y le ofrecía un
intercambio. La expresión en la cara del joven cambió totalmente.
Como en ese intercambio de regalos, Jesús nos ofrece un mejor trato.
Como ves, Jesús vino a la fiesta con vida eterna; nosotros, con muerte. Al
concluir la velada, nosotros salimos con la vida eterna de Jesús, y él se
quedó con nuestra sentencia de muerte y murió sobre la cruz (lee Romanos
3:23-26). Ese es el gran intercambio: el evangelio de nuestro Señor
Jesucristo.
Te invito a dejar tu cántaro; a cambiar tus penas, tus heridas, tu pasado,
tus capas, los esqueletos de tu armario, tu humillación y tu soledad. Él ya
pagó por todo eso, y además pagó por tu sanidad. Prepárate para una
pequeña ceremonia con Dios. Elige una pequeña vasija o cántaro, o una
pieza de cerámica que puedas dejar caer en el piso. Pon tus manos sobre el
objeto y simbólicamente transfiérele toda tu carga de vergüenza. Ora y pide
perdón, paz y liberación en el nombre de Jesús. Entonces deja caer el
objeto y nunca más te cuestiones si necesitas continuar cargando ese peso.
Él es fiel para perdonar (1 Juan 1:9). Acepta su Agua de vida y tendrás la
libertad de llegar a ser la persona que deseabas ser.
Es interesante que la Biblia concluye con esta invitación: “Y el Espíritu y
la Esposa dicen: Ven. Y el que oye diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el
que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).
¡Oh, sí! ¿Te lo mencioné antes? Es gratis, sin costo para nosotros. El
costo lo pagó Jesús; le costó su propia vida.
Y ahora... para ti, ¡es un regalo!
El Veredicto

uando era una niña pequeña, mis padres me llevaron a la ciudad de


C Córdoba en Argentina. Mi padre, quien era pastor en ese entonces,
asistiría por algunos días a una asamblea de ministros religiosos en un
hotel. Mi madre esperaba pasar momentos agradables en compañía de las
esposas de los otros pastores, y nosotros, los niños, estábamos
entusiasmados con la perspectiva de pasar cada minuto del día jugando en
la piscina de natación del hotel.
Yo tenía tres años, y se me había dicho con toda claridad que debía
mantenerme en la parte baja de la piscina, ¡sin excepción! Finalmente, el
feliz día llegó y me encontré deleitándome en el agua. Como siempre,
obedecía al dedillo las instrucciones de mis padres (probablemente mi
madre me interrumpiría en este momento para corregir que no era siempre
así). De repente, me encontré a mí misma en agua más profunda, a un paso
de la zona prohibida; y el fondo de la piscina era muy resbaladizo —
¡sumamente resbaladizo!— por el musgo que lo cubría. Comencé a patinar
hacia la parte profunda de la piscina como si estuviera en un parque
acuático de diversiones —excepto que no era nada divertido. Me encontré
exactamente en el lugar donde mi madre me había dicho que no fuera, y mi
corazón de tres años me decía que iba a morir porque no había forma de
salir de esa situación.
Pero mi corazón me decía algo más: Si mi madre me veía, vendría a
rescatarme. De alguna manera, mi mente infantil ya sabía que el amor de mi
madre por mí la obligaría a dar un salto y venir a salvarme. ¡El problema
era que no me veía! Con todas mis fuerzas traté de saltar, apoyando mis pies
en el fondo de la piscina, pero ya estaba cubierta por el agua y solo mi
mano aparecía brevemente sobre la superficie y desaparecía nuevamente.
Traté una y otra vez... ¡y entonces mi madre me vio! Sí, vio mis pequeños
dedos sobre el agua y fue todo lo que necesitó ver: Se lanzó a la piscina sin
importarle lo que vestía o quién la observaba. Todo lo que le importaba era
que su niñita se estaba hundiendo y tenía que salvarla ¡Y me salvó! No
necesitó consultar un libro de texto para padres para saber qué debía hacer
en esas circunstancias. Su instinto y su amor de madre le hicieron hacer lo
que una madre sabe hacer mejor: ¡salvar a su hijo!
En este capítulo vamos a estudiar la historia de una mujer que se había
deslizado hasta el lugar preciso donde nunca debía haber llegado: el fondo
de la piscina. Y ella estaba segura que iba a morir porque no había forma
de escapar. Esto es, hasta que apareció Jesús y cambió la dirección de la
historia.

El tribunal
Durante el primer siglo de nuestra era cristiana, este incidente, que se
relata en San Juan 8:2-11, circulaba en la iglesia naciente en forma
independiente, sin conexión con otras narraciones. No se la encuentra en los
manuscritos más antiguos, pero sí en los posteriores, quienes la ubican en
diferentes lugares, por ejemplo, al final del capítulo 21 del Evangelio de
Lucas, y al final del Evangelio de Juan.
Durante el período de las tradiciones orales, la mayoría de los relatos
sobre Jesús circulaba separadamente, en la medida en que sus seguidores
preservaban y compartían de persona a persona sus dichos, parábolas,
milagros y diálogos. Con el tiempo, estas tradiciones orales llegaron a
conocerse en forma escrita. Por varias razones, me agrada la ubicación de
este relato en las versiones actuales de la Biblia, primeramente porque el
capítulo ocho de Juan comienza con la escena de los acusadores de la mujer
adúltera y su sugerencia de que se la apedreara a muerte, y termina con los
judíos con piedras en las manos para arrojárselas a Jesús (vers. 59).
Más aún, en este capítulo, la mujer que se suponía debía ser condenada
queda libre, mientras que los judíos, que creían que no necesitaban ser
liberados, terminan rechazando la única Fuente real de libertad (“Si el Hijo
os libertare, seréis verdaderamente libres”, versículo 36), y terminan
condenándose a sí mismos. También encuentro fascinante el hecho de que
esta historia encaja perfectamente en la serie de historias que parecen
contrastar a Moisés con Jesús, como si uno tuviera que decidir si ha de ser
un discípulo de Moisés o un discípulo de Jesús (lee S. Juan 6:30-58; 7:19-
24). Finalmente, en el siguiente capítulo, los fariseos se proclaman a sí
mismos discípulos de Moisés y rechazan a Jesús por su manera de observar
el sábado (algo interesante para meditar...).
El incidente ocurre en el templo. “Y por la mañana volvió al templo, y
todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba” (S. Juan 8:2). En la
narración, los escribas y fariseos parecen deseosos de humillar a esta mujer
sorprendida en adulterio. Podrían haberla mantenido detenida en algún otro
lugar mientras hablaban con Jesús. Pero lo que realmente querían hacer era
presentarla públicamente para que recibiera su escarmiento; por eso la
trajeron al centro del atrio del templo para que todos pudieran verla (vers.
3). Ahora, el atrio del templo se transforma en un tribunal y los acusadores
le presentan una pregunta legal a Jesús. El procedimiento de rutina para
estos casos era llevarlo ante un rabí para su decisión; pero Jesús no era un
rabí común.

La acusación
La acusación contra la mujer es clara: adulterio. La ley judía requería
testigos para hacer tal acusación, por lo tanto la narración claramente
establece que la mujer había sido sorprendida “en el acto mismo” (vers. 4).
El adulterio era uno de los tres pecados más graves para un judío; éste
prefería morir antes que ser sorprendido en un acto de idolatría, de
homicido o adulterio. A continuación, los escribas y fariseos hacen
referencia a la ley de Moisés: “En la ley nos mandó Moisés apedrear a
tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” (vers. 5). ¿Qué te parece? ¿Cuándo
fue la última vez que viniste a la iglesia con la Biblia en una mano y piedras
en la otra? Yo conozco iglesias en las que esto sucede. Espero que no en la
tuya.
Dos pasajes del Pentateuco tratan con estas leyes: Levítico 20:10 y
Deuteronomio 22:22-24. Levítico 20:10 declara: “Si un hombre cometiere
adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera
indefectiblemente serán muertos”. En este caso, si un hombre tenía
relaciones sexuales con la mujer de su vecino, ambos debían morir; no se
identifica el método. La ley en Deuteronomio 22 declara: “Si hubiere una
muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad, y
se acostare con ella; entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad,
y los apedrearéis” (vers. 23, 24).
La ley de Moisés requería el apedreamiento solo si la muchacha era una
virgen comprometida para casarse. En el caso que estamos analizando, no
hay mención de tal circunstancia, ni tampoco hay un hombre presente para
recibir también la pena de muerte. Tampoco ocurre en la puerta de la
ciudad. No hay dudas que los escribas y fariseos están manipulando un tanto
la ley. La narración nos dice que el verdadero motivo era probar a Jesús
“para poder acusarle” (vers. 6). Pero lo cierto es que a pesar de las excusas
y las manipulaciones de sus acusadores, ella es ¡CULPABLE!
¿Alguna vez has sido culpable de hacer algo que sabías que era
incorrecto y te has sentido condenado por la ley? ¿Adulterio, aborto,
orgullo, robo, homicidio del cuerpo o del alma, mentiras, maltrato de los
hijos, suficiencia propia, etc.? Estoy segura que sí. Si piensas que no, según
Juan haces a Dios mentiroso. (Disculpa que lo diga de esta forma, pero así
dice claramente la Biblia en 1 Juan 1:10.) Y ahora que tú y yo sabemos que
todos somos tan culpables como la mujer adúltera, coloquémonos nosotros
mismos a su lado en la silla del acusado, condenados, sin salida, sabiendo
que merecemos morir, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la
gloria de Dios” (Romanos 3:23). ¿Ya te has situado en la silla del acusado?
Si estás allí, continúa leyendo. Ahora vas a experimentar lo que
experimentó la mujer adúltera en ese día. ¡Solo los que conocen las malas
noticias pueden regocijarse con las buenas noticias!

Veredicto: ¡culpable!
Es obvio que le han tendido una hábil trampa a Jesús. El dilema era que
los judíos no tenían autoridad, bajo la ley romana (S. Juan 18:31), para
llevar a cabo una sentencia de muerte. Así que si Jesús decía: “Adelante,
apedréenla”, ellos podían ir a los funcionarios romanos y acusarlo. Por otra
parte, si él decía: “¡No lo hagan, déjenla ir!”, podían acusarlo de enseñar a
quebrantar la ley de Moisés, cosa que lo desacreditaría como rabí. Una
trampa muy bien tramada: ¿no te parece?
Jesús comenzó a escribir algo en el suelo (S. Juan 8:6). Esta es la única
ocasión en los cuatro Evangelios en la que Jesús escribe alguna cosa.
¡Desearía que el relato nos dijera qué escribió! Pero no nos dice. Hay una
sugerencia que proviene de los manuscritos posteriores que añaden que él
escribió los pecados de ellos. Esta declaración puede ser apoyada por el
hecho de que la palabra griega para “escribir” es grafō, mientras que la
palabra usada en San Juan 8:6 es katagrafō, que puede significar “escribir
algo contra alguien”, ya que uno de los significados del prefijo kata, es
“contra” (aunque también la frase podría significar “escribir hacia abajo”,
ya que él estaba escribiendo en el suelo). Sea cual fuere el caso, el
veredicto es claro: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en
arrojar la piedra contra ella” (vers. 7).
¿Puedes sentir la intensidad de lo que ocurre en los atrios del templo?
¿Tienes miedo? ¿Te estás cubriendo la cabeza? ¿Cómo te preparas para un
apedreamiento? De paso, hace unas pocas semanas llegó la noticia del
apedreamiento de un hombre adúltero en algún lugar de África. Para
apedrearlo, lo enterraron y dejaron expuestos sus hombros y su cabeza.
Solo pensarlo resulta terrible: ¡No podía siquiera usar sus manos para
cubrir su rostro!
Jesús simplemente especificó quiénes estaban calificados para llevar a
cabo la sentencia: los que no tuvieran pecados ni deseos pecaminosos. La
conciencia de estos expertos legales comenzó a acusarlos y se fueron
retirando, uno por uno, mientras Jesús continuaba escribiendo en tierra
(vers. 8, 9). Ninguno estaba calificado, ¡ni uno! No… espera, ¡uno sí lo
estaba! “Y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en el medio” (vers. 9).
¡Según su propia definición, Jesús era el único que podría haber arrojado
las piedras! ¡Prepárate! ¡Ya vienen las piedras! ¡Vamos a morir! ¡Y lo
merecemos!

La sentencia se lleva a cabo


“Jesús le dijo: ‘Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te
condenó?’ Ella dijo: ‘Ninguno, Señor’. Entonces Jesús le dijo: ‘Ni yo te
condeno; vete y no peques más’” (vers. 10, 11). ¿Qué? ¿No hay condena?
Jesús, ¿qué quieres decir con eso? ¿Cómo te atreves? ¿No te importa la ley?
¿No es ese mismo dedo que escribió en el suelo el mismo que escribió la
ley?
El caso es que por esto se escribió el Evangelio de Juan: para que
pudiéramos entender lo que Jesús realmente hizo por nosotros. ¿Ves? Jesús
detuvo este apedreamiento, y pocos días más tarde, el único que estaba
calificado para arrojar la piedra, la arrojó, pero la arrojó sobre sí mismo, y
al hacerlo, tomó sobre sí el castigo que ella merecía... el que todos
merecemos.
Cuando Jesús colgaba de la cruz, Juan registra que dijo: “Consumado es”
(S. Juan 19:30). ¿Qué era lo que se había consumado? Se había consumado
toda condenación para los que creen en Jesús, porque el Hijo de Dios, que
era sin pecado, había tomado sobre sí la pena de muerte que merecía la
humanidad. Todo el sistema de sacrificios de las Escrituras judías señalaba
hacia ese preciso momento. ¡No es extraño que en el primer capítulo de este
Evangelio, Jesús sea presentado como “el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo”! (S. Juan 1:29).
Jesús siempre nos habla en el mismo orden. Primero, “no te condeno”;
entonces, “vete... y no peques más”. Dios quiere que vivamos vidas
saludables para su gloria y para nuestra felicidad. Pero nunca cambia el
orden; nunca dice: “No peques más y entonces no te condenaré”. Él ya pagó
nuestra pena de muerte sobre la cruz. Juan es muy específico en cuanto al
propósito de Dios al hacerse carne: “Porque no envió Dios a su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”
(S. Juan 3:17).
Jesús se tiró a la piscina y nos salvó.
Hay días —que a veces duran semanas, meses y años—, cuando nos
sentimos condenados, culpables y acusados. En ciertas ocasiones, otra
gente nos condena; en otras, nos condenamos a nosotros mismos. La culpa
es una carga pesada que nos incapacita y no nos permite llegar a ser lo que
Dios ha designado que seamos. Te animo, en el nombre de Jesús, que hoy
mismo busques verte libre de ella.
Quizás esta visualización te sea útil. Siéntate en el piso, cierra los ojos e
imagínate que te encuentras en medio del atrio. Sabes que eres culpable;
quizá nadie más lo sabe. Escucha la sentencia de que debes morir; estas son
las malas noticias. Ahora confiesa tu pecado, reclama la sangre de Jesús en
tu favor, y escucha la respuesta de Jesús: “Ni yo te condeno; vete, y no
peques más”; estas son las buenas noticias. Cree lo que él te está diciendo.
¡Créelo, porque es verdad! “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente
libres” (S Juan 8:36). Deja tu carga a los pies de la cruz. Levántate del
suelo y prepárate a vivir una vida para la gloria de Dios con todo el
potencial que su Espíritu te conceda. Prepárate a transformarte de gusano a
mariposa.
Y ahora, regocijémonos con el apóstol Pablo. Lee estas palabras en voz
alta y coloca tu nombre en el espacio en blanco: “Ahora, pues, ninguna
condenación hay para ____________ [que está] en Cristo Jesús” (Romanos
8:1). ¿Te sientes más liviano? Después de todo, tú ya conoces el final de tu
historia: Tus pecados han sido alejados de ti tan lejos como está el este del
oeste (lee Salmo 103:12).
¿Cuán lejos se encuentra el este del oeste?
¿Así de lejos?
¡Qué maravilla!
La Luz

¿H asSonvistopublicidades
los avisos publicitarios que usan “el antes” y “el después”?
pagadas por varias industrias o compañías
relacionadas con la salud y el aspecto físico. Muestran la forma en que la
persona se veía antes y después del procedimiento o del programa. Bueno,
en este capítulo analizaremos mi historia favorita del antes y después. Se
trata de un hombre ciego de nacimiento, que todos los días pide limosna y
que es tocado por Jesús. Y cuando la Luz llega, su vida cambia
completamente. Se transforma en un valiente testigo de Jesús y apenas se lo
puede comparar con el hombre que era antes. ¡Me encanta esta historia! Es
la ilustración más extraordinaria del gusano que se transforma en mariposa.
Por otra parte, la historia me deja triste: me recuerda mis días de fariseo,
cuando trataba de imponer mis interpretaciones de cómo guardar la ley
sobre todos los demás. En esta narración, yo misma me siento expuesta.
¡Pero la buena noticia es que un día vino a mí la Luz y transformó mi temor
en gozo!

La Luz del mundo


Desde el mismo comienzo del Evangelio de Juan, Jesús ha sido
presentado como la “Luz”. Jesús es la luz de los hombres (S. Juan 1:4, 5).
Su misma presencia expone las tinieblas (S. Juan 3:19-21). En una de sus
declaraciones como el YO SOY que encontramos en este Evangelio, Jesús
declara abiertamente: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará
en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (S. Juan 8:12).
Por eso no sorprende que en la historia del ciego de nacimiento Jesús les
recordara a sus discípulos que él es, de hecho, la Luz del mundo. Lo que sí
es sorprendente es que lo haga en respuesta a una pregunta en la que los
discípulos suponen saber; es más, están seguros —como muchos de
nosotros lo estamos cuando se trata de nuestras creencias religiosas— de
que saben lo que ha pasado. Para ellos, es obvio que la ceguera congénita
es un castigo por el pecado. Parece que algunos rabinos incluso sugerían
que una criatura podía pecar en el vientre de su madre. Pero, ¿quién había
pecado? “Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste
o sus padres, para que haya nacido ciego?” (S. Juan 9:2). Jesús responde la
pregunta y echa por tierra el supuesto conocimiento de ellos: “Están
totalmente equivocados”. Hay un propósito para su ceguera: “Para que las
obras de Dios se manifiesten en él” (vers. 3). Todas las señales en este
Evangelio dan gloria a Jesús, así como fue dicho en el mismo comienzo: “Y
vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de
verdad” (S. Juan 1:14). Jesús entonces dice que viene la noche cuando la
Luz será retirada del mundo y habrá solo tinieblas (S. Juan 9:4). Pero, por
ahora, “entretanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo” (vers. 5). El
milagro que sigue a este diálogo es una parábola actuada del ministerio de
Jesús como la Luz del mundo. Como en otras ocasiones, cada YO SOY de
Jesús, revela ideas adicionales acerca de quién es él realmente.
En su estilo típico, Juan narra este discurso en dos niveles: ceguera y
oscuridad por un lado, y vista y luz por el otro, ambas cosas tanto en lo
literal como en lo espiritual. ¡Es fascinante! ¿Estás listo para ver?

La progresión
Jesús hizo barro, lo aplicó a los ojos del ciego y lo envió al estanque de
Siloé para que se lavara los ojos (vers. 6, 7). El hombre “fue entonces, y se
lavó, y regresó viendo” (vers. 7). El milagro es solo el comienzo de la
historia, no su clímax. Toma un momento para leer la historia completa en
San Juan 9, y entonces continuaremos su análisis.
¿Ya la leíste? Entonces, continuemos. Dos desarrollos o progresiones se
producen después del milagro: el ciego avanza hacia su visión espiritual,
mientras que los oficiales judíos descienden hacia la oscuridad espiritual.
El autor muestra estas progresiones mediante diferentes nombres y
características que se les asignan a Jesús, tanto por parte del ciego como
por parte de los fariseos.
Al hombre se lo ve tan diferente después de haber recibido la vista que
sus vecinos no lo reconocen plenamente. Piensan que ese hombre se parece
al mendigo que ellos conocían, pero no están seguros. Él les dice que, de
hecho, es él mismo (vers. 8, 9). Era un mendigo porque mendigar era la
única manera en que un ciego podía sobrevivir. ¡Ahora los vecinos están
realmente intrigados! Así que le preguntan: “¿Cómo te fueron abiertos los
ojos?” (vers. 10). Él les cuenta la historia de un hombre llamado Jesús.
¿No es sorprendente cómo Jesús puede cambiar las vidas de los seres
humanos? A veces desearíamos ver más curaciones milagrosas. Pero el
mayor milagro ocurre en los corazones de quienes aceptan a Jesús como su
Salvador y Señor. Tal vez tú eres uno de ellos. Tu mayor testimonio es tu
propia historia de cómo el conocimiento de Jesús cambió tu vida. ¡Diles a
otros cómo cambió tu historia! O tal vez estás en el proceso en el que
estaba el ciego.
Continuemos con el relato. El ciego les dice lo que sucedió; les relata el
milagro de cómo recibió la vista. Notemos que él se refiere a Jesús como
“aquel hombre” (vers. 11). Aquí es donde comienza la progresión. Él ha
recibido su vista física, pero su vista espiritual recién estaba comenzando,
recién estaba progresando hacia la Luz. Más tarde lo llama a Jesús
“profeta” (vers. 17); entonces habla de Jesús como alguien digno de ser
seguido (vers. 27, 28). Más adelante declara valientemente que Jesús viene
de Dios (vers. 33), y finalmente comprende que Jesús es el Hijo de Dios, y
lo adora (vers. 35-38). Por otra parte, los fariseos también están en una
progresión, pero es un retroceso hacia las tinieblas, porque rechazan a
Jesús. Primeramente, están confundidos. Algunos declaran que Jesús no
puede venir de Dios porque ha sanado al hombre ciego en sábado, mientras
otros se preguntan cómo un hombre podría hacer tales señales si fuera un
pecador (vers. 16). Están divididos, confundidos y con dudas. No hay
problema con tener dudas. El problema ocurre cuando se rechaza la luz
dada. Entonces, confundidos, cuestionan y disputan el milagro; no lo pueden
creer porque no pueden explicarlo de acuerdo a su comprensión de cómo
debe guardarse el sábado. Más tarde, llaman a Jesús “pecador” (vers. 24),
y terminan rechazándolo en nombre de ser seguidores de Moisés (vers. 28,
29).
¿Estás tú también en un proceso? ¿Tienes dudas? ¿Estás confundido?
Cuestionarse es bueno mientras nos lleve a renovar nuestra fe. Por ejemplo,
si cuestionamos nuestra propia interpretación de la Biblia porque buscamos
conocer mejor a Jesús, entonces estamos avanzando hacia la Luz. Pero el
cuestionamiento es peligroso cuando nos lleva a alejarnos de Dios; cuando
nos lleva hacia el cinismo, el sarcasmo, la incredulidad, y nos dirige a la
oscuridad. No obstante, Dios continúa buscándonos. Él nunca se da por
vencido. Aun cuando nos alejemos de él, él no se aleja de nosotros.

El sábado vs. Jesús


¡Esta debe ser una de las historias más paradójicas de los cuatro
Evangelios! ¡Jesús es rechazado en nombre del sábado! ¡Sí, el Señor del
sábado (S. Mateo 12:8) será rechazado por no guardar el sábado
apropiadamente! ¿Lo puedes creer? Me recuerda una historia acerca de
Chaplin que me impactó. Chaplin entró en forma anónima a un concurso
para premiar a la persona más parecida a Chaplin y… ¡salió en tercer
lugar! ¡Qué paradoja! ¡Jesús es nuestro sábado! ¿Cómo sería posible que
quebrantara el sábado?
Pero continuemos con nuestra historia: Los vecinos llevan al que había
sido ciego a los fariseos (S. Juan 9:13). Allí, el lector se informa que era
sábado. Se presenta un problema legal. Para los fariseos, Jesús obviamente
quebranta el sábado: hace curaciones y otras cosas adicionales que no están
permitidas en ese día, e incluso les ordena a otros hacer cosas que están
prohibidas. Bueno, en su propia interpretación de la ley, estas eran ofensas.
Por ejemplo, estaba estrictamente prohibido hacer barro en sábado o
lavarse en el estanque. ¡Y no solo eso! ¡Él estaba repitiendo esta
transgresión! (S. Juan 5:1-17).
Ahora, el que había sido ciego da su segundo testimonio acerca de cómo
había sido sanado; es simple y a la vez poderoso: “Me puso lodo sobre los
ojos, y me lavé, y veo” (S. Juan 9:15). Entonces se produce la división
entre los fariseos. Algunos se enfocan en el aparente quebrantamiento de la
ley del sábado; otros se concentran en la magnitud de las señales (en plural)
que Jesús estaba realizando (vers. 16). Jesús parece ser un pecador de
acuerdo a su comprensión de cómo guardar el sábado. Los fariseos son los
expertos: ¿Acaso alguien se atreve a reconsiderar la interpretación
tradicional de la ley sabática? La tradición oral de la ley que se transmitía
en las escuelas rabínicas se consideraba proveniente del mismo Moisés
(incluyendo todos los detalles de cómo guardar el sábado). Por otra parte,
las señales realizadas por Jesús no podían provenir de un pecador. ¿Qué es
lo que está pasando? Están tan perplejos que incluso le preguntan al ciego
su opinión, cosa que no era común entre los intérpretes de la religión. El
hombre sanado coloca a Jesús en el lugar más elevado que él conoce para
un hombre de Dios: “Es profeta” (vers. 17). Interesante, ¿verdad? Llegó a
la misma conclusión que la mujer samaritana (S. Juan 4:19). Por supuesto,
Jesús es mucho más que un profeta, y tanto el ciego como la mujer
samaritana reciben revelaciones mayores de parte del mismo Jesús. Ambos
están progresando hacia la “Luz”.
¿Y los fariseos? No. Como no pueden explicar la paradoja, deciden
desacreditar el milagro: “Debe haber un truco; después de todo, quizás el
hombre no era ciego”.
“Los judíos” (un nombre usado comúnmente en este Evangelio para
referirse a los que se oponían a Jesús), llaman a los padres del que había
sido ciego y le preguntan: “¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que
nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?” (S. Juan 9:18, 19). Se nos dice que
los padres tenían miedo, “por cuanto los judíos ya habían acordado que si
alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga”
(vers. 22). El miedo es un sentimiento muy paralizante, especialmente
cuando es impuesto por los que parecen ser los únicos distribuidores
oficiales de la gracia de Dios. Así que los padres solo se refieren a los
hechos; solo saben dos cosas: “Sabemos que éste es nuestro hijo, y que
nació ciego” (vers. 20). Pero entonces se distancian del milagro usando los
pronombres “él” y “nosotros”: “Pero cómo vea ahora, no lo sabemos; o
quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene,
preguntadle a él; él hablará por sí mismo” (vers. 21, énfasis agregado). En
otras palabras: “Adiós; nos vamos. Nosotros no sabemos nada, no vimos
nada, no podemos votar por nadie, no estuvimos allí; con relación a este
milagro, nos lavamos las manos. Pregúntenle a él”.

¿Discípulos de Jesús o discípulos de Moisés?


En la última parte del relato, ambos bandos se polarizan y
progresivamente se tornan más audaces: los judíos contra Jesús, y el que
había sido ciego a favor de él. El ciego es llamado nuevamente a compartir
su historia; ya es la tercera vez. Los que hacen el interrogatorio comienzan
diciendo: “Nosotros sabemos que ese hombre es pecador” (vers. 24). El
“nosotros” es enfático: “Nosotros, los líderes religiosos, sabemos”. El
hombre, en cambio, responde con un argumento indisputable: “Si es
pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo”
(vers. 25). El hombre no sabe tanto como los dirigentes religiosos dicen
saber; solo sabe una cosa: que él puede ver gracias a Jesús. Muchas cosas
pueden ser importantes; solo una es “necesaria”: Conocerlo a él (lee S.
Lucas 10:42). ¡Y ahora le piden que cuente su historia otra vez! (S. Juan
9:26). Aquí es donde la narración del Evangelio se torna irónica, una de las
características en muchos de los diálogos en el Evangelio de Juan.
El que había sido ciego responde: “Ya os lo he dicho, y no habéis
querido oír; ¿por qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis también vosotros
haceros sus discípulos?” (vers. 27). ¡Increíble! Ya no se parece al que era
mendigo; es audaz, y su argumento es incontrovertible. En esta respuesta
encontramos dos grandes verdades: (1) los fariseos ven sus verdaderos
motivos expuestos; (2) el que había sido ciego ha llegado a ser un discípulo
de Jesús, lo que es obvio por el uso de la palabra “también”.
¡Definidamente se cuenta a sí mismo entre los discípulos de Jesús!
Esto es demasiado para las autoridades religiosas. ¡Han sido expuestos,
y eso no les gusta nada! Así que los judíos declaran que su “mayor
necesidad” no es la misma que la del ciego: “Tú eres su discípulo; pero
nosotros, discípulos de Moisés somos. Nosotros sabemos que Dios ha
hablado a Moisés; pero respecto a ése, no sabemos de dónde sea” (vers.
28, 29). En otras palabras, “tu mayor necesidad es Jesús, pero para
nosotros es Moisés”. Juan ya había revelado a sus lectores de dónde vino
Jesús: provino de Dios y es una completa revelación del Señor (S. Juan
1:1, 14). Es más, se nos ha dicho que Jesús no está en contra de Moisés.
Moisés recibió la ley, una gran revelación de Dios. Pero Jesús es más
grande que Moisés porque mediante él se alcanza la salvación, y gracias a
él tenemos la más completa revelación del Padre. “La ley por medio de
Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo” (S. Juan 1:17). Pero los fariseos de entonces y de ahora parecen
pensar que uno debe elegir entre Moisés y Jesús.
“Yo estoy echando mi suerte con Jesús —dice el ciego, y agrega—: Me
es difícil creer que ustedes, los expertos en religión, no puedan darse cuenta
de una cosa que es tan obvia. Realmente me sorprende” (S. Juan 9:30-33;
paráfrasis del autor).
¿Cuál es tu “mayor necesidad”?

Verdadera visión y verdadera ceguera


¡Finalmente, ya escucharon suficiente! Los judíos le respondieron: “Tú
naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros?” (vers. 34). En otras
palabras: “Nosotros somos los expertos religiosos y tú no sabes nada.
¡Cómo te atreves a discutir con nosotros!”. Es interesante que el relato
vuelva al mismo comienzo de la historia, cuando los discípulos —y no
solamente los judíos— pensaban que la ceguera era resultado del pecado
(vers. 2). El lector ya sabe que la ceguera ocurrió para la gloria de Dios
(vers. 3); pero los fariseos no parecen comprenderlo: expulsan al hombre
de la sinagoga (vers. 34). La conversación se termina. ¿O quizá no?
El clímax de la narración está al final de la historia. Se revelan los
resultados de ambas progresiones. Primeramente se muestra el progreso del
que había sido ciego: Jesús lo encuentra y le pregunta si cree en el Hijo de
Dios, y él responde con otra pregunta: “¿Quién es, Señor, para que crea en
él?” (vers. 36). El hombre solamente había escuchado la voz de Jesús, pero
no lo había visto, puesto que cuando él recibió la vista Jesús ya no estaba
allí. Ahora el Señor se revela a sí mismo plenamente delante de este
mendigo: “Pues le has visto, y el que habla contigo, él es” (vers. 37). En
ese momento el que había sido ciego físicamente recibe la vista espiritual
en forma plena: Comprende que Jesús es alguien que debe ser adorado. Y
cree en él. Me encanta que Jesús haya respondido: “Pues le has visto”. ¡Qué
maravilla! ¡Lo había visto tanto en la forma literal como en la espiritual!
¡Este es el clímax! El hombre ha visto a Jesús, ha creído en él, y ahora lo
adora. Este es el único lugar en este Evangelio en que se dice que alguien
adoró a Jesús. ¡Esto sí que es ver de verdad!
Y ahora también se muestra lo que es la ceguera espiritual en esencia.
Jesús dice algo completamente extraño: “Para juicio he venido yo a este
mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados” (vers.
39). Recuerda que este Evangelio está escrito en dos dimensiones: la que
capta el ojo físico y la que puede ver el ojo de la fe en Jesús. ¿Así que
Jesús vino para juicio? ¿No discutimos esto cuando analizamos su diálogo
con Nicodemo donde dice que él vino a salvar y no a juzgar? (S. Juan
3:17). Bueno, en ese mismo pasaje Jesús explica que la misma presencia de
la Luz expone las tinieblas de la incredulidad: “Porque no envió Dios a su
Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo
por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido
condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y
esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más
las tinieblas que la luz” (S. Juan 3:17-19).
La Luz no tiene el propósito de condenar; esto resulta claro. Pero esto es
la consecuencia de rechazar la Luz. Cuando los fariseos escucharon la
declaración de Jesús acerca de ciegos que se tornan videntes y de videntes
que se tornan ciegos (S. Juan 9:39), pensaron que ellos no podrían ser los
ciegos: “¿Acaso nosotros somos también ciegos?”, preguntaron (vers. 40).
Entonces Jesús les dice: “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora,
porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece” (vers. 41). “Lean mis
labios —dice Jesús—: Ustedes piensan que saben, y dicen que saben, y
dicen que otros no saben. Si fueran ciegos, buscarían la Luz; pero ustedes
piensan que no necesitan la Luz; por lo tanto la Luz, con su misma
presencia, los condena. ¡Yo soy la Luz del mundo, y ustedes me han
rechazado!”

Maravillosa gracia
Esta es una historia que penetra hasta lo más profundo del corazón
cuando la leemos. Impacta con sus diálogos paradójicos, con sus
progresiones opuestas, con motivos expuestos y conclusiones irónicas. En
el pasado, me sentía perseguida cuando leía este relato a causa de mi
propia arrogancia religiosa. Ahora sé que hay muchas cosas que no sé. Pero
he tenido una vislumbre de la Luz y la estoy siguiendo con toda mi alma, mi
corazón y mi mente. Su gracia maravillosa me ha conquistado. Esa es mi
historia, la única que tengo, ¡y no la cambio por nada! Esta es mi “mayor
necesidad”. Hay un himno que expresa esta verdad. Por favor, cántalo
conmigo dondequiera que te encuentres:

“Perdido fui a mi Jesús. Él


vio mi condición;
en mi alma derramó su luz;
su amor me dio perdón.
Fue primero en la cruz,
donde yo vi la Luz,
y mi carga de pecado dejé;
fue allí por fe do vi a Jesús,
y siempre con él feliz seré”.
La Vida

“C ertezas no vistas” es el título de un sermón que predico basado en


esta historia. Parece una contradicción, ¿verdad? ¿Cómo puedes
estar seguro de algo que no ves? Pero esa es justamente la premisa sobre la
que fue escrito el Evangelio de Juan. Hay una realidad que podemos ver.
Pero hay una realidad más profunda e importante que no vemos, a la que
solo se accede mediante la fe en Jesucristo. La fe es como un par de lentes a
través de los cuales podemos contemplar una realidad que los ojos no
pueden ver, y en la que llegamos a confiar aun más en comparación con la
que sí podemos ver con nuestra vista.
¿Alguna vez has necesitado un par de lentes para ver más claramente? Yo
necesito mis “lentes de la fe en Jesús” cada día. No me puedo imaginar
andar por la vida sin ellos. Todos los días enfrentamos problemas y
situaciones que parecen imposibles de solucionar: enfermedad, problemas
financieros, soledad, relaciones difíciles, la muerte de un ser amado,
decisiones dificultosas, desempleo, etc. Sin los lentes de la fe, nuestras
vidas se llenan de ansiedad y desesperación. Por el contrario, Jesús nos
ofrece una vida de descanso y paz interior, aun en medio de los problemas.
Este capítulo relata la séptima y última señal en este Evangelio. Es el
clímax de todas sus señales, y es también el evento que lleva a “los judíos”
a planear la muerte de Jesús. Esta señal también es un anticipo de la propia
resurrección de Jesús al fin del Evangelio. Las señales en el Evangelio de
Juan son testimonios acerca de quién es realmente Jesús, subrayadas en
varios casos por una declaración del YO SOY, que revela nuevas
dimensiones de su ministerio. En muchos sentidos, este evento es una
síntesis de los mayores temas del Evangelio. Es la señal realizada para
devolver la vida a un hombre muerto, y es acompañada por una gran
publicidad, porque Betania está solamente a unos tres kilómetros de
Jerusalén. Los judíos están presentes, y es la gota que derrama la copa de la
paciencia de los líderes religiosos, llevándolos a planear el acto final
contra Jesús. Más aun, esta historia contiene un YO SOY que es el clímax
que subraya la importancia de una realidad no vista, accesible solo a través
de la fe en él. Nos vamos a concentrar en el diálogo entre Jesús y Marta,
quien, aunque desea hacerlo, tiene dificultades en ponerse los lentes de la
fe. Pero cuando lo hace, verdaderamente contempla la gloria del Hijo de
Dios. Así que pongámonos esos lentes y ¡preparémonos para un final
increíble!

La demora
Lázaro, Marta y María son presentados en el primer versículo de San
Juan 11. Es interesante notar que María es señalada como “la que ungió al
Señor con perfume, y le enjugó los pies con sus cabellos” (vers. 2). Este
evento todavía no había sido narrado en este Evangelio; lo sería en el
siguiente capítulo (S. Juan 12:1-8). Sin embargo, parece que la audiencia de
Juan ya conocía este evento del ungimiento hecho por María, y lo usa como
un punto de referencia para aclarar la identidad de Lázaro.
Las hermanas envían un mensaje a Jesús con la noticia de que su hermano
está enfermo. Aunque no hacen ningún pedido, es lógico asumir que está
implícito un ruego por su ayuda. “Enviaron, pues, las hermanas para decir a
Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo” (S. Juan 11:3). Las
hermanas están dependiendo del amor de Jesús por Lázaro. El nombre
Lázaro es una forma del nombre Eleazar, que significa “Dios es mi ayuda”;
y ellas realmente necesitan la ayuda de Dios en esta circunstancia. Confían
que Jesús pueda hacer algo. Él tiene muchos recursos. Ha sanado a mucha
gente y tiene una conexión especial con Dios. Están seguras de que él hará
algo por aquel que ama.
Cuando Jesús recibe la noticia, le dice a los que están con él que hay un
plan. ¿No te gustaría saber el plan? “Esta enfermedad no es para muerte,
sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por
ella” (vers. 4). ¿No es para muerte? Entonces, no hay problema. Todas las
señales en este Evangelio han revelado y glorificado a Jesús para que
podamos ver su gloria (S. Juan 1:14). Y hay un plan, pero no es el que todos
—sus hermanas, sus discípulos, los judíos— se imaginan en esta historia.
Ninguno de ellos se imagina lo que Dios tiene en mente. Y la verdad es que,
generalmente, no conocemos su plan. Solo Dios lo conoce, y normalmente
no lo dice. El propósito de esta enfermedad es similar al caso del hombre
ciego de nacimiento (S. Juan 9). La mayor gloria de Jesús se encuentra en la
cruz, y este evento lo llevará allí. No hay para él otro camino hacia la
gloria que a través de la cruz.
Es una paradoja que los dos siguientes versículos estén presentados en
forma consecutiva: “Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar
donde estaba” (S. Juan 11:5, 6). ¡Qué extraño! No tiene sentido decir que
“él los amaba y por eso se quedó dos días más”. ¿O acaso tiene sentido?
Obviamente no es la falta de afecto lo que demora al Hijo de Dios.
¿Entonces, qué era? Yo he llegado a confiar en el cuándo de Dios aunque a
menudo no lo entiendo. Hay una declaración que me ha ayudado una
infinidad de veces: “Las demoras están diseñadas para mostrar la magnitud
del milagro”. ¿Te gusta la idea? Escríbela en alguna parte. Cuando no
podemos entender el cuándo de Dios, podemos confiar en su amor. La fe se
sobrepone al temor. ¡Todo el mundo a ponerse los lentes de la fe!

Dulce sueño
Finalmente Jesús les dice a sus discípulos: “Vamos a Judea otra vez”
(vers. 7). “¿Otra vez, Jesús? ¿Estás seguro?” Los discípulos le recuerdan
que los judíos buscaban apedrearlo (S. Juan 10:31, 39), así que le
preguntan: “¿Otra vez vas allá?” (S. Juan 11:8). Esta es la última vez en
este Evangelio en la que se dirigen a Jesús como “Rabí”. Su ministerio
público está llegando a su fin y sus discípulos parecen comprender que
Jesús está frente a un peligro inminente.
Como en el caso del milagro del ciego de nacimiento, Jesús comienza
hablando de luz y oscuridad; del día y la noche. La noche es la ausencia de
Jesús, porque él es la Luz del mundo. Todavía es de día, pero no por mucho
tiempo.
Jesús entonces explica a sus discípulos: “Nuestro amigo Lázaro duerme”
(vers. 11). Como ocurre muchas veces en este Evangelio, ellos interpretan
en forma literal lo que les ha dicho: si está durmiendo, se encuentra bien, se
va a recuperar (lee el vers. 12). Por supuesto, Jesús está hablando de la
muerte de Lázaro, pero ellos lo interpretan literalmente (vers. 13). Jesús ve
entonces la necesidad de explicarles lo que realmente les quiso decir:
“Lázaro ha muerto; y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para
que creáis; mas vamos a él” (vers. 14, 15). ¿Jesús se alegra para que ellos
puedan creer? “Jesús: ¿Cómo puedes decir al mismo tiempo que Lázaro
está muerto y que te alegras? ¿Cómo podemos creer si no llegaste a
tiempo?” Entonces podemos parafrasear a Jesús: “Yo nunca llego tarde;
siempre estoy a tiempo. ¡Crean en mí y verán mi gloria! ¡Yo sé el gozo que
voy a producir y ustedes tendrán la oportunidad de creer en mí!”
¡Oh, querido Jesús, yo también creo! ¡Ayuda mi incredulidad!
Permíteme hacer un paréntesis en la narración. Hasta comienzos de la era
cristiana, el temor paralizante a la muerte era algo común y generalizado.
La gente se espantaba de solo pensar en ella y en el misterio que la
rodeaba. Cuando Jesús vivió, murió y conquistó la muerte, cambió
radicalmente la forma en que sus seguidores hablaban de la muerte. Ya no
era un evento aterrador como se percibía anteriormente, sino que ahora se
lo consideraba un dulce sueño. En verdad, los muertos están descansando
en un dulce sueño, esperando la mañana de la resurrección, cuando
escucharán una voz poderosa que los llamará de sus tumbas, así como fue
llamado Lázaro. Pero nos estamos adelantando al relato. ¡Qué diferencia
hacen nuestros “lentes de la fe en Jesús” cuando muere uno de nuestros
amados! ¡Tenemos esperanza porque él (Jesús) conquistó la muerte!

El Centro
Cuando finalmente llega Jesús, se le informa que Lázaro había muerto
hacía cuatro días (vers. 17). Este es un hecho importante, puesto que en ese
tiempo algunos rabinos y sus seguidores creían que el alma de la persona
fallecida esperaba tres días antes de partir. En el cuarto día, creían ellos,
cuando el cuerpo comenzaba a descomponerse, el alma se iba
definitivamente. Es muy interesante que la narración destaque repetidamente
el hecho de que Lázaro había muerto hacía cuatro días. Para la audiencia de
Juan eso significaba que Lázaro estaba realmente muerto.
Como hemos mencionado anteriormente, Betania, la aldea donde vivían
Lázaro, Marta y María, estaba a unos tres kilómetros de Jerusalén, (vers.
18). Esto significa que Jesús se acercaba más y más al lugar de su propia
muerte. “Y muchos de los judíos había venido a Marta y a María, para
consolarlas por su hermano” (vers. 19). La gente judía consideraba como un
deber importante consolar a la familia enlutada. Tomaban esto muy
seriamente. Después de dejar un tiempo prudencial para que los miembros
más cercanos de la familia lloraran al difunto, los judíos venían a
acompañarlos. Si has perdido a algún miembro de tu familia, sabes cuán
importante es la presencia de los amigos más íntimos, aunque solo se
mantengan a tu lado en silencio.
Estamos enfocándonos en el diálogo entre Jesús y Marta. Marta es la
hermana activa (S. Lucas 10:38-42). Generalmente es la que recibe a los
huéspedes, los saluda, los sirve, y parece ser la que está a cargo de todo.
“Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero
María se quedó en casa” (S. Juan 11:20). Y entonces es cuándo ocurre el
diálogo más sorprendente acerca de la fe. Para ilustrar el punto más
importante de la historia, voy a utilizar la analogía de una fruta que tiene
varias capas, como una naranja o una toronja. Imagínate una fruta cítrica
grande con sus tres capas: la cáscara o piel externa, el hollejo, esa parte
blanca y esponjosa, y la pulpa jugosa, que es la parte principal que
buscamos en la fruta, el centro. Esta fruta va a representar la fe. Hay por lo
menos tres niveles de fe que se desarrollan en este relato. Imagínate que
puedes comerte las tres capas de la fruta de la fe; mientras lo haces, te
acercas más y más a la pulpa jugosa, al verdadero corazón, al centro mismo
de la fruta.
Primer nivel de fe. Cuando Marta se encuentra con Jesús, expone su
alma. Su declaración se la ha considerado una de las frases más
íntimamente expresivas de la Biblia: “Señor, si hubieses estado aquí, mi
hermano no habría muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a
Dios, Dios te lo dará” (vers. 21, 22). La declaración de Marta expresa más
pesar que reproche, y revela una gran fe. Marta cree en el poder de Jesús
para sanar. Cree que aún Dios puede escucharlo aunque aparentemente haya
perdido la oportunidad de sanar. Cree en la capacidad de Jesús de
comunicarse con Dios. Cree en la oración. No hay indicación de que Marta
esté previendo una resurrección; solo expresa que cree en la conexión
especial de Jesús con Dios. La expresión “todo lo que pidas”, es plural.
Marta sabe que “cualquier cosa” que Jesús le pida a Dios, él lo escuchará.
Es interesante notar que Marta responde con un “yo sé”. Ella dice: “Yo sé
que la oración tiene poder”. Llamaremos a este primer nivel de fe, el cómo
de la vida cristiana: creer en la oración, en las disciplinas espirituales, en
el estudio de la Biblia, en la oración intercesora y en los dones espirituales.
Todo esto es importante, ¿verdad? Extremadamente importante. Pero es solo
el comienzo, la piel de la fruta, la cáscara externa; muy útil, pero no es lo
principal que buscamos en la fruta. Jesús dice que hay más, mucho más.
Segundo nivel de fe. Jesús responde: “Tu hermano resucitará” (vers. 23).
Esta frase parece una forma común de consolar, algo que tú y yo le diríamos
a los deudos en un funeral. Pero Jesús le está diciendo algo más.
Marta le responde a Jesús con otro “yo sé”: “Yo sé que resucitará en la
resurrección, en el día postrero” (vers. 24). La certidumbre de que al fin de
los días los muertos resucitarían era una expectativa judía (Daniel 12:2). Es
exactamente lo que yo creo: que los que han creído en Cristo están
durmiendo un sueño inconsciente, esperando la voz que los resucitará al fin
del tiempo. Esta creencia me trae gran consuelo cuando muere alguien que
yo amo. Marta parece entender la doctrina en forma correcta: sabe que su
hermano resucitará en el día postrero.
Llamaremos a este segundo nivel de fe el qué de la fe cristiana: creencia
en las doctrinas, representada por el hollejo, la parte blanca y esponjosa de
nuestra fruta de fe. ¿Es importante creer en las doctrinas? ¡Súper
importante! Es lo que el cristiano cree. Yo soy una pastora de la Iglesia
Adventista del Séptimo Día. Nuestra denominación tiene 28 doctrinas
oficiales. Yo creo en esas doctrinas. Pero Jesús dice: Hay más, mucho más
que doctrinas.
Tercer nivel de fe. Jesús no solamente da vida: Él es la Vida. Por lo
tanto, Jesús está tratando de ayudar a Marta a desarrollar un nivel de fe más
profundo, una comprensión más profunda de quién es él. Más profunda que
los cómo y los qué, por más importantes que estos sean. Jesús quiere que
Marta crea en el núcleo central, en el QUIÉN de la fe cristiana: “Le dijo
Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.
¿Crees esto?” (S Juan 11:25, 26, énfasis agregado). “Oh, Marta, Marta, tú
sabes muchas cosas. Sabes el cómo y el qué, pero ¿conoces al quién?
¿Crees en mí? YO SOY el mismo centro de la fruta de la fe. Su pulpa y su
jugo”, dice Jesús. Y nos repite: “Yo soy dulce. Soy la Resurrección y la
Vida. Todos los cómo y los qué están allí para darte acceso al quién. No
tienen vida por sí mismos. Todo el que vive y cree en mí, tiene vida eterna.
¿Crees esto?”
Por primera vez en el relato, Marta deja de lado su “yo sé” y responde
con un “yo creo”: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios, que has venido al mundo” (vers. 27, énfasis agregado). Marta
responde al desafío de fe que Jesús le presenta con una respuesta triple: (1)
cree que Jesús es el Cristo, (2) cree que Jesús es el Hijo de Dios y (3) cree
que Jesús es el que había de venir al mundo, el que cumple las expectativas
mesiánicas de los judíos. Esta creencia en Jesús será extraordinariamente
probada cuando Jesús ordene que la piedra sea quitada.
He aprendido mucho de este diálogo. He comprendido que la cáscara y
el hollejo, la piel y la parte blanca de la fruta son muy importantes, pero
solamente para darnos acceso a la pulpa, el centro. He llegado a creer que
no debemos tratar de alcanzar a la gente con los cuándo y los qué solos,
porque ellos están simplemente al servicio del quién. Y no veo las
doctrinas como perlas separadas engarzadas en un cordel, sino creo en una
piedra preciosa, un gran diamante que se puede admirar desde numerosos
ángulos. Creo que los cómo y los qué son medios para alcanzar un fin, que
es el quién. Deben usarse como canales para beber el Agua de vida, el Jugo
del centro de la fruta. Utilizados en forma independiente y por sí mismos,
separados del centro, los cómo y los qué se tornan áridos y sin valor. El
evangelio —las buenas nuevas— es completamente simple: Todo aquel que
cree en Jesús, será salvo. Jesús es el centro.

Jesús es la Resurrección
El siguiente diálogo entre Jesús y Marta ocurre ante la tumba. Después de
hablar con María, Jesús pregunta dónde han puesto a Lázaro (vers. 28-33).
“Ven y ve”, le dicen (vers. 34). El siguiente versículo es el más corto de la
Biblia: “Jesús lloró”. El verbo usado aquí es diferente al usado para hablar
del llanto de los demás personajes de la historia, y es la única ocasión en
que se lo usa en todo el Nuevo Testamento. Los demás se lamentan en alta
voz; Jesús llora quedamente, movido por la tristeza de los demás. Sabe lo
que está por hacer, pero se conmueve por el sufrimiento de la humanidad.
Hace muchos años vi un dibujo que aún conservo en mi mente: Jesús
leyendo el periódico y llorando. Dios se conmueve con nuestro sufrimiento,
aunque sabe que está por hacer algo muy pronto. Está por exterminar el mal
y la muerte de una vez por todas.
Los judíos interpretan las lágrimas de Jesús como una expresión de amor.
Otros se lamentan de que no haya estado allí para sanar a Lázaro como sanó
al ciego del capítulo 9 (S. Juan 11:36, 37). Esta declaración confirma y le
da legitimidad al milagro que había sucedido cuando la “Luz” del mundo le
dio plena visión al que había nacido ciego.
Mientras Jesús se acerca a la tumba, el autor le recuerda al lector que
Lázaro está realmente muerto. La escena incluye una tumba, una piedra
encima de ella, la hermana del hombre muerto, el hecho de que han pasado
cuatro días y la advertencia de que ya huele mal (vers. 38, 39). Pero Jesús,
sin tomar nota de todas estas señales de muerte, da su más extraña orden:
“Quitad la piedra” (vers. 39). ¿Que quiten la piedra?
Marta, la misma que había confesado creer que Jesús era el Cristo, el
Hijo de Dios (vers. 27), objeta la orden. Le recuerda a Jesús un asunto
práctico; después de cuatro días, un cuerpo huele mal, ya apesta, “hiede”.
¿Qué buena razón habría para quitar la piedra? Tal vez Jesús quiere ver a su
amigo por última vez, pero no le va a hacer bien, puesto que sus últimos
días de enfermedad y los cuatro días que han pasado desde su muerte, no le
permitirán reconocerlo ni guardar un buen recuerdo de él.
Pero esta no era la razón por la que Jesús quería que la piedra fuera
quitada. “Marta: ¿No te dije que si crees en mí verás la gloria de Dios?
¡Cree en mí!” (vers. 40). Jesús entonces eleva una oración a su Padre. No
pide poder ni ora para que Dios responda su pedido de resucitarlo. Ora
para que los testigos del milagro, que será el clímax de su ministerio,
puedan creer en él. Muchos de los que están allí conocen las Escrituras,
pero no creen en él, y Jesús ora pidiendo que puedan comprender que él es
el enviado del Padre. “Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro,
ven fuera!” (vers. 43). ¡Lázaro, ven! ¡La “Vida” misma te está llamando! Y
el que había estado muerto, salió.
Muchos dicen que Jesús llamó a Lázaro por nombre, porque de otra
manera todos los que estaban enterrados en ese cementerio hubieran salido.
La Vida misma estaba llamando al muerto, y la muerte no podía resistir la
Vida. Lázaro tenía envueltos el rostro, las manos y los pies. Jesús entonces
ordenó: “Desatadle, y dejadle ir” (vers. 44).

¡Cree!
Jesús murió para darle vida a Lázaro. Literalmente. Aunque la oración de
Jesús tuvo respuesta y muchos de los judíos creyeron en él, otros fueron a
los fariseos para decirles lo que había sucedido (vers. 45, 46). “Así que,
desde aquel día acordaron matarle” (vers. 53). Este es el evento que
precipita la muerte de Jesús según el Evangelio de Juan. Así que en más de
un sentido, Jesús murió para que Lázaro pudiera vivir. La cruz es la gloria
del Hijo de Dios. Este evento fue el punto de partida para ese decisivo fin
de semana. Muchas expresiones en esta narración predicen la muerte de
Jesús y su resurrección: Jerusalén, la tumba, la piedra, las envolturas, etc.
En última instancia, la resurrección de Jesús triunfaría sobre la muerte. Esta
historia también puede ser interpretada más profundamente como una
parábola actuada del día del Señor, cuando todos los creyentes oirán esa
gran voz que les ordena salir de sus tumbas. Este relato subraya la
importancia de creer en la persona de Jesús para tener la seguridad de la
vida eterna. La importancia de los cómo y de los qué se mide por su valor a
la luz del quién. Jesús es la Resurrección y la Vida. La Resurrección y la
Vida no son solo doctrinas: Jesús es la Vida.
Si tú estás enfrentando la muerte de un ser amado, o cualquier otra forma
de situación “mortífera”, sea emocional, espiritual o física, esta historia te
trae esperanza. Los lentes de la fe en Jesús te permiten experimentar estas
“certezas no vistas”. Su amor por nosotros nos garantiza que nuestro fin es
vida eterna para todos los que creen en él, porque Jesús nos redimió en la
cruz y conquistó la muerte.
Tienes una elección: Puedes vivir tu vida por lo que ves, pero te advierto
que “apesta”. O puedes vivir tu vida por la fe en el Hijo de Dios. Si crees,
verás su gloria. Tienes estas dos posibilidades. Espero que elijas la fe y no
el temor. La fe en Jesús es la única forma en la que puedo vivir con la
seguridad de mi salvación. Cuando me miro a mí misma no puedo imaginar
cómo podría ser salva (apesto). Pero si miro a Jesús (con mis lentes de la
fe), no puedo imaginar cómo podría perderme.
Si hoy estamos sufriendo, Dios llora con nosotros. Pero la Biblia también
dice que él tiene un plan: “Él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y
Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de
los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni
dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:3, 4).
De paso, cuando crees en Jesús, ya conoces el final de tu propia historia:
Él ya la escribió en la cruz. Esta es la “certeza no vista” con la cual puedes
vivir si te colocas los lentes de la fe. Anhelo el día final, cuando con voz de
trueno Jesús le ordene al diablo: “Desátalos y déjalos ir”.
La Consumación

esafortunadamente, en un libro de este tamaño debemos ser


D selectivos. Me hubiera gustado tener más espacio para considerar
otras señales y diálogos, tales como el de Jesús con su madre en Caná (S.
Juan 2:1-11), con el paralítico de Betesda (S. Juan 5:1-18), con las
multitudes (S. Juan, capítulos 6 y 7), con María (S. Juan 12:1-11), con sus
discípulos (S. Juan, capítulos 13-17), con Judas, los sacerdotes y Pilato (S.
Juan 18), con María Magdalena en la mañana de la resurrección (S. Juan
20:1-18), con Pedro (S. Juan 13:1-11; 18:25-27; 21:1-19), y estos por
nombrar solo unos pocos. Espero que tomes el tiempo para estudiarlos por
tu cuenta.
Este último capítulo será dedicado a la crucifixión de Jesús y el
posterior diálogo con Tomás después de su resurrección. En muchas formas,
todos los temas que Juan ha estado considerando se sintetizan en los
capítulos 19 y 20. El Evangelio se abre con “El Principio”, antes de la
creación y termina con “La Consumación”. Todo lo que Jesús vino a hacer
culmina en estos dos capítulos, que concluyen con la declaración del autor
sobre su propósito al escribir este Evangelio.
Pero antes de comenzar este importante segmento, quiero decirte que
existe una certeza que está a tu disposición: Si realmente crees en lo que
Juan presenta en esta sección del Evangelio, tienes vida eterna. Este
Evangelio ha sido escrito para que puedas creer en la divinidad de Jesús y
en la seguridad de la vida eterna que él ha provisto para ti. En tiempos de
incertidumbre, todos quisiéramos tener un mapa de ruta para nuestra
jornada en la vida; una forma de saber que todo va a salir bien. Pues, Juan
nos dice a cada uno: “Si tú eres un creyente en Jesucristo, entonces puedo
predecir el final de tu viaje”. ¿Será que puede darnos tal seguridad?
¡Absolutamente! Porque, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (S. Juan
3:36, énfasis agregado).

La hora ha llegado
Ya en el primer milagro de Jesús que se narra en este Evangelio, se
informa al lector que Jesús sabe que su hora llegará tarde o temprano: “Aún
no ha venido mi hora” (S. Juan 2:4). Al acercarnos al viernes de Pascua,
Jesús sabe que su hora ha llegado (S. Juan 13:1). “Padre, la hora ha
llegado” (S. Juan 17:1).
Jesús es condenado a morir; será crucificado (S. Juan 19:16). El
narrador es cuidadoso en mencionar varios detalles: nos dice que Jesús
llevó su cruz (una traducción literal del griego diría: “él mismo cargó su
cruz” [vers. 17]). Juan quiere que comprendamos que a la vez que Jesús
tenía el control sobre todo lo que le estaba pasando, se sometió a sí mismo
a cada uno de los acontecimientos. Muchos ven en ese acto de llevar su
propia cruz el cumplimiento de otro evento que se registra en Génesis 22:6,
cuando Isaac, el amado hijo de Abraham, cargó la leña para su propio
sacrificio. Yo creo de corazón que Isaac fue un tipo o símbolo del
verdadero sacrificio, el del amado Hijo de Dios.
San Juan 19:17 nombra el lugar de la crucifixión tanto en griego (“el
lugar de la calavera”), como en arameo hebraico (“Gólgota”). La palabra
latina, calvario, también significa calavera. Jesús fue crucificado entre dos
hombres, uno de cada lado (vers. 18), cumpliendo así la profecía dada por
Isaías acerca del Siervo sufriente: “Por cuanto derramó su vida hasta la
muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de
muchos, y orado por los transgresores” (Isaías 53:12).
Juan da muchos detalles no provistos por los otros Evangelios, tal vez
porque él fue un testigo presencial de los eventos que son narrados aquí.
Casi puedo escuchar a Juan cantando el himno: “¿Dónde estabas cuando
Jesús murió?”, y respondiendo por sí mismo: “Yo estaba allí”.
Uno de los detalles del relato es que la inscripción colocada sobre la
cruz, que indicaba la acusación legal por su muerte, estaba escrita en tres
idiomas: hebreo, griego y latín. Todos los que sabían leer, podían leer la
inscripción: “JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS” (vers. 19, 20).
Juan es también el único autor de los Evangelios que nos dice que los
judíos objetaron la inscripción, pidiendo que se pusiera que él ostentaba ser
rey, en lugar de presentarlo como un hecho. Pero Pilato no quería oír una
palabra más sobre el asunto; ya estaba hecho (vers. 21, 22). La inscripción
es paradójica, puesto que los judíos habían rehusado tener a Jesús como su
rey (vers. 15). Esa fue la acusación original contra él (S. Juan 18:33), pero
ahora todos podían verla. De acuerdo con la perspectiva romana, Jesús
estaba muriendo por sedición o traición. Pero hay otra realidad que puede
verse a través de los ojos de la fe: El creyente sabe que la hora había
llegado para que Jesús llevara sobre sí los pecados del mundo y entrara en
su gloria como rey del universo. Él es el Rey de reyes.
En la tradición romana, cuando un criminal había sido condenado, era
colocado en el medio de un quaternion, una compañía de cuatro soldados,
quienes tenían la prerrogativa de dividir entre ellos las ropas del que era
crucificado. Se nos dice que dividieron sus vestimentas en cuatro partes,
una para cada uno, pero su túnica, que no tenía costura y por lo tanto era
más valiosa, fue dejada entera y echaron suertes para ver quién se la
llevaba (S. Juan 19:23, 24). Juan incluso nos recuerda que el reparto de sus
ropas cumplió una profecía (Salmo 22:18). Quizá quieras tomar un
momento y leer todo el Salmo 22 para ver cuántas expresiones predicen la
crucifixión tal como la narran los cuatro Evangelios. Sí, Dios tenía pleno
dominio de la situación, incluso había inspirado estas palabras proféticas
centenares de años antes. La muerte de Jesús no fue un accidente.
En contraste con los cuatro soldados romanos que parecen no estar
conscientes del hecho de que están crucificando a Dios, Juan menciona a las
devotas mujeres que habían seguido a Jesús hasta el pie de la cruz: Su
madre, su tía, María, la esposa de Cleofas y María Magdalena (S. Juan
19:25). La madre de Jesús nunca es mencionada por nombre en el
Evangelio de Juan. Pero... ¡espera! ¡Jesús está por hablar!

¡Consumado es!
Cuando Jesús ve a su madre y al discípulo a quien él amaba (ya
mencionado en S. Juan 13:23), les habla. Juan registra tres de los últimos
dichos de Jesús en la cruz que no son mencionados por los otros escritores
de los Evangelios. El primero está dirigido a su madre y al discípulo
amado. Admiro que en medio de su dolor físico y espiritual, Jesús piense
en su madre. Su madre había sido visitada por el ángel Gabriel, y cuando
quedó embarazada sin haberse casado todavía, soportó el ridículo y las
burlas. Había sido testigo y había sufrido al ver el rechazo de Jesús por
parte de los judíos, pero había guardado en su corazón las profecías acerca
de él. Ahora se encontraba a los pies de la cruz de su amado Hijo. Jesús
honra a su madre terrenal asegurándose de que ella será cuidada.
¡Admirable! Ojalá tratemos a nuestra propia madre con tal cuidado y
ternura. Los hermanos de Jesús no creían todavía que él era el Salvador (S.
Juan 7:5), así que Jesús consideró que era necesario confiar a su madre a su
discípulo amado. “Cuando Jesús vio a su madre, y al discípulo a quien él
amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después
dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la
recibió en su casa” (S. Juan 19:26, 27).
Jesús aún controlaba la situación. No fueron los clavos que lo
mantuvieron sobre la cruz. ¡No! ¡No! ¡Fue su amor por ti y por mí que lo
mantuvo allí! Tenía el poder para bajar de la cruz y evitar más torturas y la
muerte. Pero su amor por nosotros fue más grande que su angustia física,
emocional y espiritual. Juan nos dice que Jesús sabía que con su muerte
todas las cosas se cumplirían, que su obra finalizaría y que su misión sería
consumada. La palabra griega para expresar consumación es tetelestai
(vers. 28). Vamos a encontrar nuevamente esta palabra dos versículos
después. Jesús sabe que todas las cosas están consumadas y que toda la
Escritura se ha cumplido. Entonces dice: “Tengo sed” (vers. 28); y se le da
vinagre. Este pedido incluso cumple una profecía (Salmo 69:21). Esta
bebida es diferente de la mencionada en los otros Evangelios. Él rehusó
beberla porque estaba mezclada con otra sustancia (generalmente mirra)
que servía para adormecer y aliviar el sufrimiento. Jesús quería mantenerse
alerta mientras realizaba la redención del mundo. (Para ver la diferencia
entre ambas bebidas, la aceptada y la rechazada, lee en San Marcos 15:23,
36.) Jesús está por entregar su espíritu; está por morir. La bebida que pidió
no era para liberarse del dolor sino para humedecer su garganta, a fin de
que lo que estaba por expresar fuera escuchado. Había llegado el fin. Los
que estaban a su alrededor empaparon una esponja con vinagre y la ataron a
una rama de hisopo. Este detalle incluido por Juan es muy significativo
porque en el tiempo del Éxodo, los israelitas, que estaban por ser
redimidos, humedecieron ramas de hisopo en la sangre del cordero pascual
para marcar los dinteles y los marcos de las puertas de sus casas (Éxodo
12:22). ¡Qué cumplimiento! ¡Jesús es el Cordero pascual!
Después de recibir el vinagre (S. Juan 19:30), Jesús estaba en
condiciones de pronunciar, a gran voz, la expresión que daría conclusión a
su misión. No es el grito agonizante de dolor de una víctima; es el grito de
triunfo del vencedor: ¡Consumado es! (vers. 30). Sí, ya te lo imaginaste: en
griego, la palabra expresada es: tetelestai. Ya se nos había dicho que Jesús
sabía que todo lo que había venido a hacer, se había cumplido. Ahora se lo
anuncia a todo el universo: “¡Se ha cumplido! ¡Se ha consumado! ¡Está
terminado! ¡Se ha completado!”
La salvación de la raza humana fue completada y consumada hace dos
mil años. Esta es la manera en que los cristianos deletrean la salvación: T-
E-R-M-I-N-A-D-A.
Jesús entonces inclinó su cabeza y entregó su espíritu; lo entregó
voluntariamente. Había diseñado un plan, y ahora lo había completado.
Consintió en morir para consumar la redención para ti y para mí. Esta fue su
voluntad y la voluntad del Padre. Dios prefirió morir antes que pasar la
eternidad sin nosotros. Solo los cristianos adoran a un Dios que murió en su
lugar. ¡Oh, Jesús! ¡Cómo pudiste amarnos tanto!

Creer o no creer: Esa es la cuestión


Después de que Jesús muere, José de Arimatea y Nicodemo se encargan
de su cuerpo y lo depositan en una tumba que no había sido usada. Puedes
leer los detalles en San Juan 19:31-42. Solamente en este Evangelio se nos
dice que Nicodemo, que había venido a ver a Jesús de noche (capítulo 3),
ahora se hace cargo del cuerpo de Jesús a plena luz del día. ¿No es
admirable lo que ocurre cuando nos ponemos los lentes de la fe?
El domingo a la mañana, María Magdalena encuentra que la piedra había
sido quitada de la tumba de Jesús; entonces corre para decírselo a Pedro y
al discípulo amado (S. Juan 20:1, 2). Ambos discípulos corren a la tumba…
¡y la encuentran vacía! ¡Jesús ha resucitado de los muertos! ¡Ha resucitado!
¡La muerte no puede retener la “Vida”! ¡La muerte ha sido conquistada! ¡Y
para siempre!
En el versículo 8 encontramos un detalle muy interesante: el discípulo
amado entró a la tumba, “y vio, y creyó”. Los discípulos todavía no habían
entendido las profecías concernientes a la resurrección de Jesús, pero el
discípulo amado “vio y creyó”. Las palabras de la canción todavía resuenan
en mi corazón: “¿Dónde estabas cuando él resucitó?”
La primera persona en ver a Jesús es María Magdalena. Y no solo lo ve,
sino que habla con él. ¿Te imaginas? En aquel tiempo no se les permitía a
las mujeres actuar como testigos en las cortes legales, ¡y el Rey del
universo selecciona a María Magdalena como su primer testigo! Puedes
leer esta historia apasionante en San Juan 20:11-18. Fue María Magdalena
la que anunció a sus discípulos “que había visto al Señor, y que él le había
dicho estas cosas” (vers. 18). Esta es una historia que la iglesia del primer
siglo no podría haber inventado, puesto que hubiera sido vergonzoso para
ellos decir que Jesús se encontró y habló primero con María, antes de
hacerlo con sus discípulos.
Pero el turno de los discípulos también llegó: “Cuando llegó la noche de
aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en
el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos,
vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros” (vers. 19). Es
difícil imaginarse cómo se sintieron los discípulos cuando lo vieron; todo
lo que sabemos es que ¡se regocijaron! (vers. 20). Entonces Jesús los
comisionó y les dio el Espíritu Santo (vers. 21, 22). ¡Qué reunión!
Pero Tomás no estaba presente en esa ocasión (vers. 24).
Los otros discípulos, emocionados, le dijeron: ¡Al Señor hemos visto!
(vers. 25). Pero se encontraron con que Tomás estaba escéptico; quería ver
por sí mismo. Les dijo: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y
metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado,
no creeré” (vers. 25). Este es el único lugar en los cuatro Evangelios en que
se nos informa que se usaron clavos en la crucifixión de Jesús. Había más
de un método para colgar los cuerpos en una cruz. Juan es el que nos dice
que Tomás pidió ver la marca de los clavos.
Tomás, el mellizo, era un personaje interesante (aquí se menciona su
nombre, tanto en griego como en arameo). Era un discípulo leal, pero
pesimista (lee S. Juan 11:16; 14:5). Para él, la cruz era lo único que podía
esperarse; incluso sugirió que los discípulos fueran con Jesús a Jerusalén
para morir con él. Tal vez ahora se estaba lamentando solo y diciendo: “¡Lo
sabía! ¡Lo sabía!” Ahora demanda una prueba visual y dinámica: quiere ver
y tocar antes de creer. No se menciona a nadie más en el Nuevo Testamento
que haga demandas tan grandes para creer. Por eso Tomás se tranformó en
el símbolo, el epítome de la incredulidad: ¡Ver para creer!
Antes de juzgar a Tomás con dureza, debemos recordar que él solamente
está pidiendo la evidencia que todos los demás ya tenían. Después de todo,
los otros diez creyeron porque vieron. Incluso se nos dice que el discípulo
amado, “vio, y creyó” (S. Juan 20:8). Una de las grandes desventajas de la
incredulidad es que retrasa tu gozo.Tomás podría haberse regocijado con el
resto, pero a causa de que rehusó creer, tuvo que esperar una semana más.
Su incredulidad retrasó su gozo. ¿Y qué de nosotros? ¿Hubieras creído sin
haber visto? ¿Hubiera prevalecido en mí la fe sobre la vista?
Ocho días más tarde, los discípulos estaban juntos otra vez, y ahora
Tomás estaba con ellos. El episodio es narrado en la misma forma que la
primera aparición de Jesús a sus discípulos: las puertas están cerradas y de
repente aparece Jesús en medio de ellos y dice: “Paz a vosotros” (vers.
26). De paso, encuentro muy reconfortante que Jesús siempre habla de paz
cuando se presenta. He llegado a creer que la paz es la presencia de Cristo.
Aun en momentos de dificultad.
Jesús se dirige inmediatamente a Tomás: “Pon aquí tu dedo, y mira mis
manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino
creyente” (vers. 27). “¡Esto es lo que demandabas, Tomás! ¡Ven! ¿Te
gustaría que Dios mismo se presente para darte la prueba que requieres?”
Las palabras de Jesús muestran que él estaba plenamente consciente de las
demandas de Tomás aunque no había estado presente cuando las hizo. Al
ver a Jesús, Tomás se olvida de todos sus requerimientos, se pone los lentes
de la fe y expresa la más profunda confesión que encontramos en los cuatro
Evangelios: “Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!”
(vers. 28). Nadie se había dirigido a Jesús de esta manera. Tomás ha dado
un salto de fe y ha llegado a creer que Jesús es Dios, confirmando la
aseveración hecha por Juan en el comienzo de su Evangelio: “En el
principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios... Y
aquel Verbo fue hecho carne” (S. Juan 1:1, 14). El Evangelio ha completado
el círculo: Dios se hizo carne, murió para consumar nuestra salvación y se
levantó de los muertos. ¿Crees esto?
Jesús entonces da su última bienaventuranza: “Porque me has visto,
Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (S. Juan
20:29). A partir de ese entonces, ya no sería posible “ver para creer”. Vivir
por fe sería el único camino. Bienaventurados los que, desde entonces, han
creído sin ver. Esta es la razón por la que fue escrito el Evangelio de Juan:
para que creamos.
Conclusión
“Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos,
las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis
vida en su nombre” (vers. 30, 31). ¡Aquí la tenemos! Es la declaración del
objetivo de Juan.
Este Evangelio no fue escrito para que tengamos una biografía exhaustiva
de Jesús. No fue escrito para que podamos conocer cada detalle de su vida
y de cada señal que realizó. ¡Fue escrito para que creamos!
Y la verdad que necesitamos creer es doble: (1) Jesús es quién dice que
es, y (2) él ha hecho lo que dice que ha hecho. Juan escribió para que
podamos creer en la identidad de Jesús y en lo que él ha cumplido en
nuestro favor: Jesús es Dios, y ha comprado la vida eterna para nosotros.
¡Esta es su gloria! Su misión ha sido completada! ¡Tetelestai! ¡Consumado
es!
Por lo tanto, pongámonos los lentes de la fe en Jesús y vivamos nuestra
vida con la seguridad de la salvación. Aunque tengamos que pasar por
cosas que “apestan” en nuestra vida, nuestra fe en Jesús nos permitirá
contemplar su gloria y estar seguros de las realidades que no podemos ver,
la más importante de las cuales es nuestra propia salvación. ¡Créelo! “El
que cree en el Hijo tiene vida eterna” (S. Juan 3:36).
Dios se hizo carne para que podamos tener una vida abundante. Dice
Jesús: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia” (S. Juan 10:10). ¡Créelo! ¡Es verdad!
¡Después de todo, desde “El Principio” él ha sido “El Antídoto” que se
nos ofrece en “El Intercambio”, cuando tomó sobre sí mismo “El Veredicto”
y llegó a ser “La Luz” que ilumina nuestras tinieblas. Nos dio “La Vida”
que compró con su sangre en la cruz cuando logró “La Consumación” de su
misión! Así que cada título de los capítulos de este libro ha revelado a
Cristo y su misión.
Y ahora, nosotros también hemos llegado al final de nuestra jornada.
¡Cree en el Hijo y vive! Ese es el propósito del Evangelio de Juan, y
también ha sido mi propósito al escribir este pequeño libro.
¿Te ha gustado el cuadro tridimensional?
¿Alguien desea lentes?

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