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La economía política y la investigación de las


condiciones de vida

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Antonella Picchio
Università degli Studi di Modena e Reggio Emilia
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I. LA ECONOMÍA POLÍTICA Y LA
INVESTIGACIÓN SOBRE LAS CONDICIONES
DE VIDA

Antonella Picchio*

Introducción 1

Antes de nada, debo decir que lo que me llama más la atención como economista
feminista no es tanto el problema de dónde están ubicadas las mujeres en la jerarquía
académica, sino más bien su capacidad para modificar visiones y perspectivas teóricas y
para elaborar las herramientas apropiadas con las que abordar temas cruciales en el
mundo real en el que vivimos. Son cuestiones a menudo desechadas por los análisis
sociales que adoptan como punto de referencia un sujeto masculino (generalmente
blanco, europeo y de clase media) para definir lo que se considera «normal». El poder y
la autoridad necesarios para lograr establecer cambios en los enfoques analíticos
requieren valorar la experiencia y capacidades de las mujeres en diversos niveles, tanto
dentro como fuera del ámbito académico. La capacidad de contribuir a la elaboración de
perspectivas y herramientas cognitivas no está sujeta, en realidad, a que las mujeres
estén ubicadas en niveles jerárquicos superiores. Más bien depende de sus
oportunidades para identificar ciertas cuestiones fundamentales y abordarlas de forma
novedosa, y también de su capacidad para formular y utilizar los instrumentos analíticos
adecuados. La eficacia en lograr cambios depende de la capacidad para interpretar la
naturaleza y la dinámica de los procesos sociales y para reconocer los sujetos que en
ellos actúan. La identificación de los sujetos de cambio y de las nuevas perspectivas
generalmente no acontece dentro de las instituciones científicas. La comunicación entre
quienes están dentro y quienes están fuera de las instituciones académicas y de
investigación no se da automáticamente, sino mediante la perplejidad y la maravilla, que
revelan los vacíos cognitivos e inducen a plantear nuevos interrogantes y a hallar nuevas
explicaciones. Los cambios en el campo del conocimiento requieren modificaciones en
las relaciones de poder entre disciplinas, escuelas, investigado-res, cursos y jerarquías;
tales modificaciones afectan al poder y, muy especialmente, al concepto de autoridad,
de experto, indispensables para encontrar opciones convincentes a las normas
dominantes preestablecidas. Esta interacción social, relativa al sentido del conocimiento
a todos los niveles, es un proceso continuo aun cuando sus etapas no puedan ser
rastreadas paso por paso. Tiene repercusiones sobre las cuestiones planteadas y sobre la
evaluación de los resultados finales, no como un control ideológico de segundo rango,
sino como una búsqueda compartida de sentido, una búsqueda arraigada en la memoria,
las ideas y la imaginación y en la mayoría de las relaciones sociales de poder.

                                                            
* Universidad de Módena y Reggio Emilia, picchio@unimore.it 
1
  Este texto forma parte de otro presentado a la conferencia de la Unión Europea. «Women in 
Science:  Mainstreaming  Gender  Equality  in  the  European  Research  Área»,  celebrada  en  Roma,  en 
diciembre, 2003. 
Investigación de género e investigación feminista
En lo que respecta a la investigación de las mujeres y/o la investigación sobre las
mujeres, soy de la opinión de que actualmente la distinción entre análisis feminista y
análisis «de género» se basa en una capacidad diferente para introducir nuevos enfoques
y plantear nuevos interrogantes. Esto no representa necesariamente un conflicto entre
las economistas feministas y las economistas que investigan sobre género, sino una
distinción en los campos de referencia, aun cuando en el proceso de «hacer
investigación» se pueda arribar a ciertas tensiones sobre maneras, lugares, sujetos y
fines de la investigación.
Algunos de los temas en los que se centra la economía feminista son, la
metodología (FERBER AND NELSON, 1993; VAN STAVEREN, 2001), el trabajo
total, remunerado y no remunerado (DALLA COSTA, 1973; CARRASCO, 1999;
FOLBRE, 1994; HIMMELWEIT, 2000, PICCHIO, 1992, 2003), desarrollo y
globalización (BOSERUP, 1970; BENERIA, 2003), o la política (ALBELDA AND
WlTHORN, 2002; ELSON AND CAGATAY, 2000).2 No existe un lenguaje analítico
común para analizar estas temáticas, pero sí hay una práctica compartida de valorar la
experiencia de las mujeres como sujetos de cambio. Su experiencia también se toma
como base para lograr desvelar algunos aspectos fundamentales del sistema económico,
habitualmente ocultos o marginados. La economía de género, en mi opinión,
generalmente afronta la difícil tarea de describir las desigualdades entre mujeres y
hombres dentro de un marco analítico preestablecido, sin cuestionar la forma en que
dicho marco teórico explica las desigualdades. Dibujar una línea divisoria entre el
análisis de género y el análisis feminista no es fácil ni automático. En la práctica,
depende de una política de conocimiento que no se puede especificar sobre líneas
puramente ideológicas y que implica una nueva forma de aproximarse a las causas, al
lenguaje analítico y a las cuestiones relacionadas con las vidas de mujeres y hombres.
El pensamiento y la acción política feministas han establecido un nuevo eje de
investigación robusto, centrado en el cuerpo, la mente, las relaciones y las
responsabilidades (BRAIDÓTTI, 1994; DALLA COSTA, 1972; PATEMAN, 1988). El
individuo posee un cuerpo, que es sexual y capaz de pasiones y autorreflexión. Todo
cuerpo está necesariamente en relación con otros cuerpos, y por lo tanto mentes, en un
contexto marcado por el espacio físico y por los recuerdos basados en experiencias
vitales, pensamientos y relaciones sociales; el tiempo es articulado por los ritmos
individuales y sociales de vida. Hombres y mujeres, en su propia y específica
experiencia de vida, no pueden sobrevivir si no están envueltos en una red de relaciones
sociales y utilizan cánones simbólicos y normas sociales que expresen el sentido y la
estructura de esas relaciones.
Mi tarea, como economista feminista, se desarrolla en el punto de unión entre las
vidas como proceso individual y social y las condiciones de trabajo en el proceso de
producción de mercancías, buscando identificar relaciones funcionales, tensiones
profundas y fuerzas dinámicas que relacionen la producción de mercancías para la
obtención de beneficios y la reproducción social de las personas. En esa tarea me baso,
por una parte, en la historia del pensamiento económico que permite recuperar visiones
y herramientas relativas a la complejidad de los sistemas económicos. Por Otra" parte,
                                                            
2
  El principal medio de difusión de la investigación llevada a cabo por la economía feminista es 
la  revista  Feminist  Economics  publicada  por  Routledge  para  la  International  Association  for  Feminist 
Economics) desde 1990. 
reinterpreto esos útiles económicos a la luz de las nuevas reflexiones sobre lo individual
y sobre las relaciones del individuo con la sociedad, ayudada por la introducción de un
sujeto político-feminista.
Antes de presentar mi modesto intento de modificar el enfoque y los
instrumentos analíticos destinados a comprender el sistema económico, desearía hacer
unas pocas aclaraciones acerca de los lugares donde he hallado la capacidad de formular
el pensamiento económico y acerca de los sujetos que me han aportado herramientas en
favor de perspectivas y conceptos innovadores.
En el campo de la economía, las innovaciones sobre el enfoque provienen en su
mayoría de mujeres pertenecientes a instituciones no académicas o a instituciones
académicas vinculadas con movimientos feministas, organizaciones no gubernamentales
e instituciones internacionales. En mi caso, por ejemplo, el aliento para construir
espacios autónomos de pensamiento económico útil para la investigación académica ha
provenido de mi militancia en el movimiento feminista, de los encuentros con mujeres
que trabajaban en organizaciones no gubernamentales en torno al tema del desarrollo y
del proceso preparatorio de la Conferencia de la ONU sobre la Mujer, en Beijing.

Trabajo total, la ampliación del ciclo de renta, sujetos,


líneas de tensión
Durante algunos años mi investigación se ha centrado en el problema de definir y situar
el proceso de reproducción social de la población en la visión del sistema económico,
conservando la multidimensionalidad y complejidad inherentes a este proceso que
conforma las vidas individuales de hombres y mujeres, situados en contextos sociales
históricamente establecidos. Mi esfuerzo tiende a demostrar la creciente tensión entre el
significado de producir mercancías para el mercado y el de reproducir personas,
definidas en su totalidad por cuerpos, mentes y relaciones. Esta tensión, que tiene
efectos destructores sobre las relaciones entre hombres y mujeres y entre distintas
generaciones, se vuelca en la esfera privada e íntima, pero es parte de la estructura
misma del sistema capitalista. La tensión está fundada en la naturaleza del mercado de
trabajo asalariado, que constituye una forma histórica particular del intercambio de
trabajo y medios de subsistencia.3 Habitualmente, se plantea a nivel analítico una
separación entre la esfera pública, mercantil, y la esfera doméstica, reproductiva, que
sirve para ocultar esa tensión y descargar en las mujeres la responsabilidad última de la
calidad de vida. Esta carga es cada vez más insostenible y las mujeres están cada vez
menos dispuestas a asumirla. La cuestión íntegra -de condiciones de vida sostenibles
debe, por lo tanto, ser reconsiderada y situada en una entramado de responsabilidades:
individuales, hacia uno mismo y hacia los demás, sociales e institucionales. Para lograr
tal cosa, es necesario ampliar la visión del sistema económico, profundizar en su
estructura y arrojar luz sobre la red de responsabilidades que inciden sobre los niveles
                                                            
3
  Siguiendo  la  tradición  de  la  teoría  social  de  la  economía  política  clásica,  desde  Petty  hasta 
Marx,  entiendo  por  subsistencia  un  estado  de  niveles  de  vida  sostenibles.  En  el  caso  del  trabajo 
asalariado,  el  indicador  utilizado  para  identificar  esa  condición  ha  sido  un  conjunto  de  mercancías 
convencionalmente  consideradas  necesarias  para  la  reproducción  del  trabajador  y  de  la  «raza»  de 
población trabajadora. El concepto de subsistencia como coste normal de la reproducción social de  la 
mano de obra fue establecido por esos autores como la base de la teoría del salario (Picchio, 1992, pp. 
8‐29). 
de vida. En especial, por razones de eficiencia y no sólo de justicia, es necesario centrar
el análisis sobre los niveles de vida de aquellos sectores de la población que producen
todo aquello que Adam Smith en su Introducción sobre la Riqueza de las Naciones
llama «necesidades y comodidades de la vida» (SMITH, 1976).
Para tener éxito en la modificación del enfoque analítico y centrarlo sobre el
proceso de reproducción social, necesito hallar herramientas analíticas adecuadas y
ajustarías de tal modo que no estén sujetas al reduccionismo inherente a la tradición
teórica, excesivamente materialista y mecanicista. El esfuerzo consiste precisamente en
ubicar el proceso de reproducción social de la población trabajadora en relación al
proceso de producción de recursos, un tema central en el análisis dinámico de los
economistas clásicos. Sin embargo, esto debe hacerse sin mortificar a priori la compleja
naturaleza humana (incluida la materialidad) para adaptar el análisis a la necesidad de
utilizar a la población trabajadora como un medio de producción y de validar la injusta
distribución capitalista del ingreso. Para aclarar el concepto, pongamos un ejemplo: una
cosa es decir que no hay recursos suficientes para garantizar a los ancianos una vida
digna y otra cosa es definir a los ancianos como gente con un senado inferior de la
dignidad y la decencia. La primera afirmación .plantea la cuestión de la producción de
recursos y de su distribución, mientras que la segunda limita el problema a una cínica
perspectiva social que puede lindar con el racismo. La primera aseveración invita a
asumir responsabilidades y a un esfuerzo de imaginación colectiva para producir
recursos y distribuirlos mejor, adaptando esos recursos, generalmente producibles, a las
necesidades y conveniencias de la gente; la segunda reduce el sentido de humanidad de
amplios sectores de la población y relega las adaptaciones a los dramas individuales y
familiares.
Las condiciones de vida sostenible no pueden ser definidas de manera abstracta,
requieren una especificación del contexto y del punto de vista histórico. En mi opinión,
un enfoque basado en la experiencia, de las mujeres tenderá a permitir u» mayor alcance
de la perspectiva y del análisis minucioso de las condiciones de vida, debido a su
práctica cotidiana de cuidar cuerpos, pasiones y relaciones. Su punto de vista, además,
revela la profunda inseguridad de los sujetos «fuertes», es decir, de los hombres adultos
(blancos europeos y de clase media) considerados normalmente como el modelo social.
Se trataría de utilizar esa percepción de vulnerabilidad, adquirida en el ámbito de la
intimidad, como fuente de sabiduría y de imaginación colectiva.
Como economista, mi problema es el de formular una visión del sistema
económico capaz de abarcar el proceso de reproducción social de la población y, en
particular, del sector de la población que logra acceder, directa o indirectamente, a la
subsistencia mediante un «salario» (PICCHIO, 1992).4 El proceso de reproducción
requiere mercancías y, por lo tanto, el trabajo asalariado necesario para producirlas,
pero también el trabajo no remunerado necesario para transformarlas para su uso
efectivo. Por ejemplo, el trabajo necesario para cocinar alimentos, lavar la ropa, limpiar
la vivienda. La porción de este trabajo «doméstico» que no percibe una retribución
monetaria (la mayor parte de este trabajo), es generalmente ignorada en el análisis del
sistema económico y en los sistemas de cuentas nacionales. Más aún, el proceso de
reproducción social, relativo a la reproducción de personas y no de objetos, requiere

                                                            
4
  Entiendo  el  término  salario  en  un  sentido  amplio,  que  incluye  todo  ingreso  proveniente  de 
empleo directamente intercambiado por una recompensa monetaria. 
también del trabajo de cuidar los cuerpos, las emociones y las relaciones.5 Ese trabajo
también es invisible cuándo no es retribuido monetariamente.
Para proceder de manera más concisa, utilizaré dos figuras que me permitirán
demostrar el enfoque que utilizo para abarcar las relaciones sistémicas entre el proceso
de producción de mercancías para el mercado y el proceso de reproducción de la
población, en especial de la población trabajadora.6
La primera figura muestra una representación empírica del trabajo tota^, pagado
y no pagado, tomado de 14 países industrializados y basado en datos de encuestas sobre
el uso del tiempo realizadas por los institutos de estadística de cada país.
Figura 1. Trabajo (remunerado y no remunerado)
de mujeres y hombres

hombres Remunerado 

No Remunerado 
mujeres

Fuente: PNUD, Informe sobre Desarrollo Humano, 1995.

Esta imagen del trabajo total, publicada en la portada del Informe sobre el
Desarrollo Humano, editado por el PNUD en 1995, me permite enfatizar que: 1) la
cantidad del trabajo de reproducción social no remunerado (doméstico y de cuidados a
otros) es superior a! total del trabajo remunerado de hombres y mujeres, 2) la
distribución por género del trabajo (pagado y no pagado) presenta disparidades muy
marcadas, comunes a todos los países.
En tanto que el segundo resultarlo era el esperado según la experiencia común,
la relación entre trabajo no pagado y trabajo remunerado —mayor que uno— es
sorprendente y muestra una faceta del sistema económico que cuantitativamente es muy
relevante, aunque habitualmente sea ignorada o considerada marginal.
La mayor conciencia de la magnitud del trabajo de reproducción ha llevado a
investigar las relaciones que vinculan estos tipos diferentes de trabajo. Tal cosa puede
hacerse comparando el trabajo pagado y no pagado de hombres y mujeres por separado,
como habitualmente se hace en las políticas de igualdad de oportunidades de género. En
esta perspectiva, teniendo como objetivo la igualdad, uno trata de modificar
precisamente la pendiente de la diagonal, procurando que las mujeres realicen más
trabajo remunerado y los hombres más trabajo no remunerado. En cambio, en mi
opinión, la forma más fértil de leer estos datos es comparando el total del trabajo no
remunerado de las mujeres con el agregado del trabajo remunerado de los hombres. De
esa manera es posible descubrir el papel de soporte que juega el trabajo doméstico y de

                                                            
5
La  distinción  entre  trabajo  doméstico  y  atención  es  puramente  convencional  y  estadística, 
dado que uno cuida también de sí mismo al lavar (cuerpos y cosas) y al cocinar. 
6
He utilizado estas figuras en diversos trabajos, a los que sugiero remitirse en caso de buscar un 
tratamiento con mayor profundidad, en especial: Picchio, 2000, 2003. 
cuidados realizado por las mujeres, manteniendo a los hombres dentro del mercado de
trabajo. Esa función precisa de un volumen considerable de trabajo necesario para poner
a los hombres en condiciones de trabajar y de afrontar las horas, la intensidad, las
ansiedades y la tensión física del trabajo remunerado. Desde esta perspectiva, se ve con
claridad que la mujer que aporta el trabajo de reproducción no estará en condiciones, a
su vez, de afrontar las condiciones del mercado normal de trabajo, primero porque ella
soporta una carga mayor de trabajo total y, segundo, porque no recibe bastante trabajo
doméstico, ni cuidados. En este sentido, para ser efectivas, las políticas de igualdad de
oportunidades habrían de promover un cambio en las relaciones y en las reglas
fundamentales que estructuran el mercado de trabajo, en términos de hora-ríos, lugares,
salarios, estrés y seguridad: lo que significa un cambio en la propia estructura del
sistema capitalista.
También queda claro que la reconciliación entre los niveles de vida y las
condiciones del trabajo remunerado no es un problema de las mujeres, sino un problema
del sistema productivo que viene marcado por una profunda tensión entre el proceso de
producción de mercancías para el beneficio y el proceso de reproducción social de la
población trabajadora para ganarse la vida. No sólo tenemos que hacer frente a los
problemas de reconciliar los tiempos de las mujeres, sino también al problema más
amplio y profundo de mostrar la necesidad de una inseguridad endémica en el acceso a
los medios de subsistencia mediante el trabajo asalariado, como elemento indispensable
para gestionar el mercado de trabajo.
Ya a fines del siglo XVII Petty percibió esta necesidad como clave para el
control del trabajo asalariado, y esto fue reafirmado por Smith y Ricardo aun antes de
que Marx lo enfatizase. El salario fue visto por estos autores como el coste normal de la
reproducción social de la población trabajadora (generalmente indicado en alimentos) y
el beneficio fue definido como el excedente entre la producción y el consumo necesario
para la producción de mercancías (es decir, .capital) constituido en primera instancia por
la subsistencia de los trabajadores. En este marco analítico, la tensión estructural
principal es claramente identificada en el conflicto entre el beneficio y los niveles de
vida de la población trabajadora. La ambivalencia de la categoría de salarios, que
implica tanto ingreso como coste, medios de producción y medios de subsistencia,
complica substancialmente la teoría de precios relativos y de distribución de la renta.
Esta ambivalencia se localiza, por tanto, en el núcleo teórico fundamental, incidiendo
sobre sus métodos y categorías (PICCHIO, 2002, 2004). Si algo es seguro, es que no se
puede considerar un tema de mujeres meramente marginal.
La segunda figura me permite visualizar el proceso de la reproducción social del
trabajo y su vínculo funcional con el proceso de producción de mercaderías. Esta figura
ilustra el ciclo de la producción y distribución de la renta, como un flujo circular que
reproduce las condiciones de la producción de mercaderías para el mercado y las
condiciones de la reproducción de la población trabajadora para el mercado de trabajo.
Al considerar este flujo del ingreso respecto a los procesos analizados por los libros de
texto (producción, distribución e intercambio de mercancías), se ha incorporado otro
proceso, el de la reproducción social de los y las trabajadoras. La complejidad y
densidad de este proceso tradicionalmente ha llevado a los economistas a eludir su
investigación, no sólo delegando el necesario y detallado análisis a otras disciplinas
(historia, antropología, sociología) sino también eliminando el proceso desde la
perspectiva del sistema económico. De tal manera, algunos aspectos esenciales del
mercado de trabajo, y por lo tanto del sistema capitalista sustentado en el mercado, se
han perdido de vista.

Figura 2. Flujo del estándar de vida extendido

P=producto nacional; W=rentas salariales (fondo de salarios); S=excedente; l=fuerza de


trabajo; h=horas trabajadas; w=salario hora; ld=fuerza de trabajo en el hogar; wd=salario
doméstico.
En la figura 2, el flujo circular de la renta, habitualmente presentado como un
círculo virtuoso de intercambio de mercancías entre familias y empresas,7 se amplía
hasta incluir el proceso de reproducción y, por lo tanto, el trabajo doméstico y los
cuidados desarrollados en el ámbito familiar.8 El círculo ampliado distingue claramente
tres funciones económicas desarrolladas en el ámbito familiar: 1) la extensión del
salario real (un paquete de mercancías) en consumo real, es decir: comida cocinada,
ropas limpias, etc.; 2) la expansión del consumo en bienestar, entendido según el
enfoque propuesto por Amartya Sen y Martha Nussbaum, como un conjunto de
capacidades humanas y de funcionamientos efectivos en la esfera social (SEN, 1985;
                                                            
7
 Las empresas compran la mercancía del trabajo y generalmente venden bienes, las familias 
venden trabajo y compran bienes. 
8
 En un estudio encargado recientemente por el CNEL sobre «Trabajo no remunerado y nivel de 
vida», se calculó un ingreso ampliado otorgándole al trabajo no remunerado un valor monetario y 
utilizando, con técnicas microeconométricas adecuadas, los datos de la «Investigación sobre ingresos y 
riqueza familiar» (Addabbo y Caiumi, 2003). En este trabajo dimos un valor monetario al trabajo 
doméstico no pagado, por lo que ese agregado puede ser positivo y visible en un. De hecho, si se da un 
salario positivo al trabajo doméstico, Ldwd, se convierte también en positivo como muestra la figura. 
NUSSBAUM, 2000); 3) el apoyo brindado por la familia al proceso de selección de los
segmentos de la población y las capacidades individuales para ser usadas como capital
humano en el proceso de producción de mercancías y servicios en la economía de
mercado. Esta última función se está volviendo paulatinamente más onerosa para el
desarrollo de un mercado de trabajo en el que el filtro que regula el acceso a los salarios
funciona, cada vez con mayor intermitencia y más selectivamente. Por una parte, cada
vez más se están utilizando capacidades humanas más refinadas, como la imaginación,
las redes sociales y la confianza. Por otra parte, la precariedad y la intensidad de las
energías personales están en aumento. En ese contexto, la tensión entre condiciones de
vida y producción de mercancías tiende a aumentar, aun cuando esa tensión sea
internalizada por las ansiedades individuales y los conflictos familiares.
En el transcurso de mi trabajo, presentado aquí de modo esquemático, me muevo
por múltiples ejes analíticos, generalmente dejados de lado. El primero es el de la teoría
clásica del salario y la distribución, según el enfoque del excedente (Quesnay, Smith,
Ricardo, Marx). El segundo es el de hacer visible, tanto analítica como empíricamente,
el proceso de reproducción social de la población trabajadora, resaltando el trabajo no
remunerado. El tercero está representado por el uso de una definición de los niveles de
vida como un Estado de bienestar multidimensional, de acuerdo con el concepto de
desarrollo humano.9 Los tres ejes brindan instrumentos que son útiles al considerar la
cuestión de las condiciones de vida a varios niveles: micro, macro y empírico. Estos
niveles no pueden ser inmediatamente integrados y mi trabajo actual gira en torno a
definir un modo de calibrar las herramientas necesarias para verificar su compatibilidad.
En pocas palabras, podría decir que la teoría clásica sobre el salario me permite situar el
tema de la reproducción social de la población trabajadora en el centro de la teoría de
valor, distribución y precios relativos; el examen empírico del trabajo no remunerado
me sitúa en condiciones de comprender sus dimensiones reales e identificar la
reproducción como un proceso real; finalmente, el enfoque del desarrollo humano me
ayuda a conceptualizar las condiciones de vida en términos multidimensionales y
multidisciplinarios, constituyéndose así en un poderoso antídoto contra el
reduccionismo económico, al mismo tiempo que me conduce a la historia del
pensamiento económico y a los orígenes filosóficos de la economía política. Esta red de
vínculos analíticos, no obstante, conduce a una mejor comprensión de los procesos de
reproducción social y la formación de las capacidades individuales, contribuyendo a
evidenciar las tensiones y conflictos que contiene un sistema económico en el que el
acceso a la subsistencia de buena parte de la población está mediatizado por el salario.
Esta forma de acceso a la subsistencia conduce a una sistemática mortificación del
sentido de la vida, tanto individual como social, encerrándola en la dimensión del
«capital humano».
Tan pronto como una perspectiva es identificada como capaz de contener; en el
mismo enfoque, el proceso de producción de mercancías y el de reproducción social de
la población; condiciones de vida y condiciones de producción; instituciones,
fundamentales (familia, Estado y mercado); la economía monetarizada y la que no lo
está; y el trabajo total (remunerado y no remunerado), entonces podemos comenzar a
analizar la cuestión de las desigualdades entre hombres y mujeres, visible en sus
dimensiones macroscópicas precisamente en el punto de conexión entre condiciones de
vida y condiciones de trabajo.
                                                            
9
Para una útil distinción entre las diversas contribuciones que convergen en el enfoque sobre 
desarrollo humano, ver Fukuda‐Parr, 2003. 
Sin duda el nivel macro, agregado y social que caracteriza mi enfoque «clásico»
sobre la riqueza social, no concuerda bien con la dimensión de la vida individual, que es
siempre una práctica específica, estrictamente personal; no obstante, la reproducción
social de la vida cotidiana constituye un aspecto fundamental del sistema económico. Si
la normalidad presenta problemas de sostenibilidad social, es precisamente en las vidas
de los individuos donde se descargan esas tensiones profundas; la gente es llevada a
niveles de emergencia y vulnerabilidad permanentes, que tienen efectos desgarradores
sobre las relaciones personales íntimas.
Los aspectos materiales y dialécticos englobados en la calidad de vida de la
población trabajadora dentro de un sistema capitalista basado en el trabajo asalariado,
asoman con toda su complejidad cuando el foco de la perspectiva analítica se concentra
también en el cuidado de las personas. Desde la intensidad de esta experiencia y desde
la posibilidad de comprender las múltiples dimensiones del individuo, hombre o mujer,
y de la relación de éste con la sociedad, se pueden entender la profundidad, las tensiones
y los puntos de ruptura de otro modo invisibles, pues han sido relegados a la esfera
privada, mantenidos, separados y descargados sobre las mujeres.

Bibliografía
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