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Adrián Díaz*
Resumen
La Argentina atraviesa la crisis socioeconómica más importante de su historia.
Millones de personas viven en condiciones de extrema precariedad y de exclusión
social. Según el INDEC, el 44.3% de las población se encuentra bajo la línea de la
pobreza y 17% es indigente, lo que significa que no pueden acceder a la canasta
básica de alimentos, lo cual vulnera uno de los derechos humanos más esencial, el
derecho a la alimentación. Ahora bien, contrariamente a lo que podría esperarse, y
más allá de la profusa información periodística que circuló en los momentos más
agudos de la crisis, las encuestas nutricionales realizadas en los últimos años no han
detectado un incremento de la desnutrición aguda en la población infantil. Es decir, el
reflejo del hambre y la crisis alimentaria no debe buscarse en las imágenes de
chiquillos emaciados y con el vientre globuloso como las que conmovieron al país y al
mundo a finales de 2001, sino en cientos de miles de niños y niñas con retardo de
crecimiento, anémicos y obesos, como resultado de una ingesta crónicamente
deficiente en ciertos micronutrientes, como el hierro o el zinc, y del consumo
desmedido de azúcares y grasas saturadas. Esta situación, que parecería menos
dramática y horrorosa, tiene un impacto individual y colectivo de incalculables
dimensiones, en la medida que compromete seriamente no sólo el crecimiento físico
sino también el neurodesarrollo de los niños y niñas, hipotecando el futuro de varias
generaciones. Frente a esta situación, los programas alimentarios, en sus más
variadas versiones (cajas o bolsones de alimentos, comedores populares, tickets,
autoproducción de alimentos, etc.) no sólo no llegan a cubrir a toda la población que
requiere asistencia para paliar el hambre, sino que, en la mayoría de los casos, no
hacen más que reforzar un patrón alimentario monótono e insuficiente, dado que se
orientan a cubrir determinado porcentaje de las necesidades calorías teóricas -a partir
de alimentos secos- en desmedro de otros nutrientes esenciales como minerales y
vitaminas, presentes en los alimentos frescos, profundizándose así el perfil nutricional
antes mencionado. Frente a esta situación, se requiere no sólo mayor coordinación y
adecuación del tipo, cobertura y calidad de los programas sociales ofrecidos a las
víctimas del brutal proceso de empobrecimiento y exclusión que se viene produciendo
en el país a lo largo de los últimos 30 años, sino también, y fundamentalmente, revisar
el contrato social y avanzar hacia un modelo de desarrollo económico y social inclusivo
y equitativo. Sin ello, no habrá programa compensatorio que pueda dar cuenta del
problema que enfrenta hoy la sociedad argentina, en toda su magnitud.
Introducción
La Argentina está intentando superar la crisis socio-económica más importante de su
historia. Millones de personas viven en condiciones de extrema precariedad y
confrontados al horror del hambre. Según el INDEC, el 40.2% de las población se
encuentra bajo la línea de la pobreza y 15% es indigente (1), lo que significa no poder
acceder a la canasta básica de alimentos y por lo tanto ver conculcado uno de los
derechos más esenciales, el derecho a la alimentación.
Por otro lado, una mirada más detenida y desagregada de estos datos globales pone
en evidencia que la población infantil es la más afectada por esta situación de crisis,
con regiones del país donde más del 70% de los niños menores de 14 años se
encuentran en situación de pobreza (2). Este simple ejercicio de análisis –aplicable a
1
cualquier indicador socio-sanitario- desnuda las grandes inequidades que se han ido
consolidando a lo largo de las últimas décadas en la Argentina, otrora una de las
sociedades más integradas de la Región.
Como respuesta a esta situación, desde el estado y la sociedad civil se han
implementado diversas estrategia e intervenciones entre los que se destacan los
programas alimentarios. En este texto se analizan algunas de las características y
limitación más importantes de dichos programas y se realizan recomendaciones
orientadas a la definición de políticas y estrategia más apropiadas para dar respuesta
a la situación inseguridad alimentaria (i) en la que se encuentran millones de
ciudadanos y ciudadanas del país.
i La inseguridad alimentaria constituye la vulneración dell derecho que tienen todos los habitantes del país
a disponer de una alimentación adecuada, suficiente y culturalmente apropiada.
ii
Ley 12.341 Dirección de maternidad e infancia: creación y organización. Disposiciones sobre lactancia
(B.O. 11/1/937).
iii
Solo a título de ejemplo se mencionan algunos de los programas nacionales más conocidos en esta
modalidad: PAN; PRANI; ASOMA; ProBienestar; Complemento Alimentario Familiar del PROMIN;
UNIDOS. A ello de se suman los diferentes programas alimentarios provinciales y municipales
gestionados por el propio estado y por organizaciones de la sociedad civil.
2
alimentos que desean consumir. Asimismo, se considera que a través de esta
modalidad se promueve la recuperación progresiva de la comensalidad familiar
afectada por el surgimiento de los comedores comunitarios.
Por último, cabe destacar la existencia del programa “ProHuerta”, nacido a principio de
la década de los ´90 con el fin de promover la auto-producción de alimentos de huerta
y granja y compensar así la merma en el consumo de estos productos por parte de los
sectores de menores ingresos que acompaño la crisis socio-económica en ese
período.
Esquema I:
Tipologías de Programas Alimentario-nutricionales
• PAN
• ASOMA
• UNIDOS
Caja o “bolsón de alimentos” • Pro-Bienestar
• CAF
• Dación de Leche (PMI)
En
especies
• PRANI
“In cain” Comedores/servicios de vianda • FOPAR
• CDI
• POSOCO
• Vale Más
En Ticket
• Vale Ciudad
dinero
“In cash”
Tarjeta magnética
3
a) Fragmentación de las intervenciones
No obstante la existencia de un Plan Nacional de Seguridad Alimentaria, se observa
una enorme fragmentación de los distintos programas existentes debido, en gran
medida, a su diversa dependencia sectorial (desarrollo social, educación, salud) y
jurisdiccional (nación, provincia, municipio). Esto da como resultado que la suma de
los programas no constituye por si mismo una política. Para ello se requeriría un
proceso construcción de una visión compartida sobre la problemática alimentario-
nutricional entre los principales actores sociales involucrados.
4
d) Desencuentro entre perfil nutricional y tipo de prestación
Contrariamente a lo que podría esperarse, y más allá de la profusa información
periodística que circuló en los momentos más agudos de la crisis, las encuestas
nutricionales realizadas en los últimos años no han detectado un incremento de la
desnutrición aguda en la población infantil. Es decir, no se pudo demostrar una
relación directa y lineal entre crisis socio-económica y desnutrición aguda, lo cual no
niega la existencia del hambre sino muestra que esta se expresa de manera diferente
a lo esperado.
Gráfico Nº 1:
Prevalencia de Malnutrición en Menores de 6 Años en
Situación de Pobreza. Provincias del NOA y NEA, 2003
20
17,1 Baja Talla Obesidad DN Aguda
15,5
15 13,5
13 13
12,3
11,5 11
%
10 8,5
5,7
5,2
4,7
5 4 3,5 3,8
2,5 3
2,8 2,5
1,8
0,7 0,8 0,9 0,7 0,6 1,1
0,4
0
s
es
co
ca
ta
y
a
o
os
ne
ju
er
al
ar
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Ju
st
S
io
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E
is
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Fo
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M
at
C
.D
C
go
S
Fuente: Estudio nutricional y de condiciones de vida de la niñez del norte argentino. ECHO-DRK-CRA-KNACK. 2003
5
Gráfico Nº 2:
Prevalencia de Anemia en Menores de 2 Años
Estudios Seleccionados. Argentina, 1985-2000
70 66
60 55
49 48
50
40
40
% 29
30 24
20
10
0
G B A ´8 5 M IS ´8 6 T D F ´9 4 C H A ´9 8 G B A ´9 9 C O R ´0 0 T U C ´0 4
Al respecto, ya a fines de la década del ´70, Oski y Honig (17) alertaron sobre las
consecuencias negativas de la deficiencia de hierro sobre el desarrollo infantil. Se
iv
En relación a ello, el Pro-Huerta sería la excepción que confirma la regla.
6
sabe también que durante el período comprendido entre la gestación y los primeros
años de vida el cerebro tiene altos requerimientos de nutrientes y estímulos externos
para poder crecer, interconectarse y desarrollar funciones cada vez más complejas (v),
por lo tanto, es una etapa de gran vulnerabilidad donde cualquier injuria es capaz de
dejar secuelas permanentes (18, 19).
Esquema II:
Efecto Multi-Sistémico de la Pobreza, la Malnutrición y las
Infecciones sobre el Desarrollo Integral de Niños y Niñas
Crecimiento
Bio-
Bio-físico
Deficiencias
Nutricionales
Desarrollo
Motor Desarrollo
Bio-Psico-
Pobreza Social
Desarrollo
Cognitivo
Infecciones
Desarrollo
Socio-
Socio-emocional
Pollitt, E. (2000), modificado.
Tiempo
v Se estima que al final del primer año de vida el cerebro alcanza el 70% del peso que tendrá en la etapa
adulta.
vi
los niños y niñas de nivel socio-económico medio presentaron, en promedio, 20 punto más en la escala
de ejecución (WPPSI) respecto de aquellos que se encuentran en situación de pobreza.
7
Gráfico Nº 3:
Cociente de Inteligencia (WPPSI) en Niños y Niñas de 48 a 72
meses, según Situación de Pobreza por Ingresos. Tucumán 2004
120
100
80
60
40 No Pobre
Pobre
20
Edad
Fuente: Acción contra el Hambre
Gráfico Nº 4:
Cociente de Inteligencia (WPPSI) en Niños y Niñas de 48 a 72
meses, según Cantidad de Privaciones. Tucumán 2005
120
100
80
60
40
Hasta 3 privaciones
4 privaciones y más
20
Fuente: Acción contra el Hambre Edad
8
En el mismo sentido, tres estudios realizados en escolares de las provincias de
Mendoza, Chaco y Santa Fe (20, 21
) muestran que entre los alumnos con bajo
rendimiento escolar el porcentaje de anemia duplica lo observado en el grupo con
rendimiento escolar adecuado (Gráfico Nº 5). Por otro lado, la proporción de anémicos
en el grupo de alumnos con sobreedad para su curso, es decir, los “repetidores”, llega
a triplicar la de los “no repetidores, o sea, con edad adecuada al año en curso.
Gráfico Nº 5:
Porcentaje de Anemia según Rendimiento
Escolar Global. Mendoza, Chaco, Santa Fe 2001-2003
30
25,9
24,7
25
17,9
20
% anem ia
14,2
15
11
10
3,9
5
0
Mendoza ´01 Chaco ´03 Santa Fe ´03
Fuente: UNICEF (Mendoza y Chaco); Acción Contra el Hambre (Ciudad de Santa Fe)
9
Conclusiones y recomendaciones
Repensar las políticas y programas alimentarios “en vísperas del segundo centenario”
implica desarrollar una mirada estratégica que exceda los límites de lo coyuntural, sin
dejar de reconocer la necesidad de responder de manera inmediata a la urgencia que
implica la situación de hambre.
Es decir que se requiere avanzar, de manera simultanea, en la resolución del
problema estructural de la pobreza y en desarrollo de acciones que resuelvan el día a
día de las familias que no disponen de los recursos mínimos para garantizar sus
necesidades básicas de alimentación.
Así, en un plano más profundo, se ubican las políticas de empleo y aquellas
destinadas a garantizar la distribución más equitativa de la riqueza, aspecto, este
último, que no ha mostrado mejora alguna en los últimos años.
Paralelamente a estas acciones de más largo plazo, se requiere la implementación de
medidas que impacten de manera rápida y efectiva -como sería la reducción o
eliminación del IVA a los productos de la canasta básica de alimentos- destinadas a
mejorar el acceso a los alimentos de los sectores de menores ingresos (vii).
Finalmente, en un tercer plano se ubicarían los programas asistenciales destinados a
rescatar a los grupos más postergados de la sociedad. En este caso, la intervención
debería no solo contemplar un complemento alimentario que contribuya a prevenir o
resolver los problemas nutricionales prevalentes, como la anemia por deficiencia de
hierro, la baja talla y el sobrepeso sino también, como se mencionara previamente,
incorporar de manera sistemática y masiva, la dimensión del desarrollo infantil.
En relación a ello es importante destacar la relación directa entre el desarrollo de la
niñez y el desarrollo de una comunidad a punto tal de poder afirmar que una sociedad
que descuida y menosprecia su infancia hipoteca irremediablemente su futuro.
Una iniciativa de esta naturaleza implica romper la fragmentación impuesta por la
lógica sectorial de las intervenciones, sin por eso perder la especificidad de cada uno
de ellos. Es decir, no se trata de la creación de nuevas estructuras sino de
mecanismos y ámbitos de concertación y planificación en cada una de las
jurisdicciones, donde los distintos actores involucrados puedan lograr sinergias que
permitan abordar la temática alimentario-nutricional en toda la dimensión y
complejidad que le es propia; lo cual implica renunciar a la posibilidad de encontrar
soluciones únicas y sencillas.
vii
Resulta cuanto menos cuestionable que se grave del mismo modo los artículos suntuarios y los
productos alimenticios que integran la canasta básica.
10
En el mismo sentido, se considera que el diseño de una política alimentaria no
debe agotarse en la implementación de un conjunto de programas alimentarios
compensatorios para una población “focalizada”.
* Médico (UBA). Pediatra (SAP). Diplomado en Medicina Tropical (Anveres - Bélgica). Diplomado en
Salud Pública y Comunitaria (Universidad de Nancy - Francia). Docente de la Maestría en Salud Pública y
Coordinador del Orientado en Salud Internacional(UBA). Docente Epidemiología Nutricional en la Lic. en
Nutrición (UB). Coordinador Técnico de la Fundación Acción contra el Hambre.
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Bibliografía
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