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En la Antigua Grecia, un témenos (en griego τέμενος, ‘recinto’) era un terreno delimitado y
consagrado a un dios, excluido de usos seculares. Muchos santuarios pequeños consistían
sencillamente en un témenos con un altar y sin templo. Casi siempre había que someterse a
una purificación antes de poder penetrar en él. Por ejemplo, las legiones romanas no podían
entrar en Roma sin antes haberse purificado de la sangre derramada.
fustes de las columnas. El bosque se convierte en una catedral vegetal. La Naturaleza se
define por la simbiosis de diferentes campos antinómicos evocados: la mineralidad de la
arquitectura, el dinamismo de lo vivo, la vida secreta del misterio. La Naturaleza es un
Todo complejo, no reductible a sus aspectos positivistas. Además, el artista nos invita a
entrar en el lugar sagrado yendo más allá de las apariencias sensible. Todo son
símbolos. El poeta es aquel cuya misión es emplear el lenguaje al servicio del misterio
inefable.
Si la Naturaleza semeja un templo perenne, el hombre, en cambio, no hace más
que “pasar”, pues pertenece a un reino efímero. Los símbolos son para él “miradas
familiares”: para Baudelaire, la Naturaleza está habitada por un presencia inteligente
que habla a la inteligencia humana. La iniciativa no pertenece al hombre, no es el
hombre quien, en primer lugar, descubre la sobrerrealidad por su mirada interior. Él es
observado, acompañado de manera bondadosa, y así invitado a entrar en el misterio.
Baudelaire rompe con la tradición del horror sagrado. La patria del artista es lo
invisible, lo inefable.
Conclusión
“Correspondencias” es un poema fundacional que asigna una función existencial a
la poesía. El poeta quiere romper el maleficio de una realidad que aprisiona al hombre
en sus límites desesperantes. El Arte es la evasión necesaria por medio de la cual el
hombre puede encontrar su dignidad. Debe partir a la busca del paraíso del que ha sido
exiliado, intentar encontrar la vía hacia el mundo de las Ideas del que ha salido. Tales
son las ambiciones de la poesía baudelairiana, desgarrada constantemente entre ese
spleen que la clava en tierra y ese Ideal que la llama. Estas tentativas necesitan la
constitución de un lenguaje operativo mágico. Sin embargo, los éxitos son fugaces y
poco numerosos, hasta el punto que la victoria del spleen sobre el Ideal va a confundirse
con la dolorosa impotencia creadora. Baudelaire, por su invención poética y por las
relaciones de las que se sirve, reúne en este poema los dos mundos, natural y suprarreal,
sensible e infinito. Se inscribe en una corriente de pensamiento místico e idealista que,
de Platón a los románticos alemanes, pasando por Balzac y Lamartine, busca penetrar el
secreto del Universo por medio de la analogía. Si la función del poeta es siempre
encontrar la unidad del mundo visible e invisible, Baudelaire renueva esta herencia
inventando una lengua mágica para encantar al destino desgraciado de los hombre y
encontrar así el paraíso perdido donde “todo es orden y belleza/ lujo, calma y
voluptuosidad”. En esta creación de un lenguaje nuevo, Baudelaire abre el camino a la
corriente poética simbolista, a esos “alquimistas de la palabra” que serán Verlaine,
Mallarmé y Rimbaud.