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Factores asociados al femicidio

¿Qué razones motivan a que ocurra feminicidio


I. INTRODUCCION

El presente trabajo fue elaborado para exponer la información con relación al


feminicidio en el Perú. Con la finalidad de proporcionar información objetiva, confiable
y actual sobre el tema de interés se consultaron por medio de artículos y páginas Web.
El presente trabajo ha sido dividido en cuatro capítulos. En la primera se busca dar a
conocer datos más concretos sobre el femicidio. La segunda parte hace referencia a
la descripción y situación problemática contra la mujer y feminicidios en el Perú; lugar
de ocurrencia; edad de la víctima, modalidad de agresión y vínculo relacional con la
víctima. De esta forma, se puede llegar a una conclusión y tal vez buscarle una
solución efectiva a este problema que hoy en día viene afectando a diversas
nacionalidades del mundo.
1.1. Epidemiologia
El feminicidio, no es un fenómeno reciente. Pero, hoy en día
aparecen frecuentes noticias en los medios de comunicación que han
tomado la atención de diversas instituciones de defensa de los derechos
de las mujeres en nuestro país. En nuestro país los estudios realizados
sobre feminicidio fueron iniciados por las organizaciones feministas.
Actualmente en el país se cuenta con estadísticas oficiales, que
evidencian la magnitud del problema. Según el Ministerio Público, entre
el 2009 y 2010, se registraron 283 Feminicidios; y entre enero y julio del
2011, se perpetraron 48. Cerca del 70% de estos crímenes
corresponden a feminicidio íntimo. (Meléndez, 2016)

El fenómeno de la violencia doméstica constituye una práctica


generalizada y profundamente arraigada (Organización Mundial de la
Salud [OMS], 2005), con una elevada prevalencia a nivel mundial, siendo
una de las formas más recurrentes aquella ejercida contra la mujer por
parte de su pareja o expareja (Krug, Dahlberg & Mercy, 2003). Al
respecto, Heise, Ellsberg y Gottemoeller (1999) analizaron 50 encuestas
poblacionales a nivel mundial, hallando que entre el 10% y el 50% de las
mujeres reconocen haber padecido abuso físico por parte de su pareja
alguna vez en su vida. Este maltrato, de acuerdo a la dinámica victimal
propia de este fenómeno, se asocia a agresiones reiteradas en el tiempo,
así como a manifestaciones polimórficas, incluyendo maltrato físico,
abuso psicológico, violencia sexual y violencia económica. (Taibo, 2013)
II. CAPITULO II
2.1. DESCRIPCION DE LA SITUACION PROBLEMÁTICA
¿Qué problema genera el hecho de halla violencia contra la
mujer?
Hablar fenómeno invisibilizado durante milenios, desde los inicios
de la sociedad humana. El asesinato de las mujeres por el hecho de
ser mujeres cometido por hombres es tan difícil de comprender y de
asimilarse socialmente que nos vemos en la necesidad fáctica de
situarlo en el centro mismo de la barbaridad. Una barbarie que no
distingue entre países del norte o países del sur, ni clases sociales,
ni origen étnico
El Feminicidio es una de las formas de la extrema de género
contra las mujeres, producto de la violación de sus derechos
humanos, en los ámbitos público y privado, conformada por el
conjunto de conductas misóginas que pueden conllevar tolerancia
social e indiferencia del Estado y puede culminar en Feminicidio,
homicidio y otras formas de muerte violenta de mujeres.
También se encuentran los homicidios dolosos, así como todas
las formas evitables de muerte de las mujeres que están
relacionadas con la falta de acceso a sus derechos humanos: salud,
el trabajo, educación, justicia, igualdad, libertad, seguridad.
El concepto y el potencial alcance de la figura de feminicidio es
complejo, ya que engloba una serie de fenómenos que van desde la
violencia sistémica y la impunidad, hasta el “homicidio de mujeres por
el simple hecho de ser mujeres”. De forma particular, en los últimos
años, activistas y las y los legisladores han vislumbrado la necesidad
de tipificar al feminicidio como delito, siendo ésta una medida legal y
política que entre otras podría contribuir a la erradicación de esta
grave forma de violencia contra las mujeres
Sin duda alguna, el debate sobre la pertinencia de la tipificación
de dicha conducta es de gran importancia, pero no debería distraer
la atención respecto a otras obligaciones que los Estados tienen.
Además de la obligación de adoptar disposiciones legales que
garanticen los derechos y libertades de las mujeres, en este caso el
derecho a una vida libre de violencia, los Estados también tienen la
obligación de adoptar otro tipo de medidas apropiadas para eliminar
dicha violencia, sea ésta ejercida por agentes estatales o privados,
organizaciones, comunidades o empresas.
Esta obligación incluye la debida diligencia para impedir la
violación de los derechos de las mujeres y para investigar y castigar
efectiva y adecuadamente los actos de violencia en su contra. La
violencia contra las mujeres ha tenido, y tiene, distintas
manifestaciones según las épocas y los contextos en los cuales se
realiza y reproduce.
Ante ella, los sistemas de justicia han respondido de forma diversa
por múltiples factores: desde la incomprensión de la magnitud de
estos hechos como consecuencia de los patrones culturales
patriarcales y misóginos prevalecientes en la sociedad, la excesiva
burocratización de los procedimientos legales, las dificultades para
investigar las complejas y crueles modalidades de esta violencia,
hasta la imposibilidad de establecer una caracterización de los
responsables, según sean estos miembros del entorno familiar o
cercano a las víctimas o pertenezcan a estructuras estatales y/o
criminales poderosas.
Las formas de violencia contra las mujeres, sobre todo las de tipo
intrafamiliar y las que se producen en situaciones de conflicto
armado, de desplazamientos o post conflicto, se han expandido a
todas las sociedades e incluso tecnificado y se suman, hoy día, a las
nuevas expresiones de violencia contra las mujeres (la trata de
personas con fines de esclavitud y explotación sexual, la
feminización de la pobreza y el femicidio vinculado) así como aun
incremento sin precedentes en cuanto al número y brutalidad con que
hoy día son violentadas las mujeres en menoscabo de sus derechos
humanos.
Es indignante el número y forma en que diariamente mueren las
mujeres e igualmente indignante la impunidad social y estatal que se
produce alrededor de esos hechos.

2.2. ANTECEDENTES DEL PROBLEMA


a) En el mundo.
En la última década, del número de asesinatos de mujeres por
razón de género, los índices de impunidad y las demandas de las
organizaciones de mujeres existe en América Latina una tendencia,
que se ha reconocido en la 57 Comisión sobre el Estatus Jurídico y
Social de la Mujer (CSW),de tipificar en determinadas circunstancias
el asesinato de mujeres como femicidio o feminicidio según los
países. En América Latina, siete países han aprobado hasta 2012,
leyes que tipifican este delito: Chile, Costa Rica, México, Perú, El
Salvador y Nicaragua.
La tipificación de este delito obedece a la obligación de los
Estados de adecuar sus legislaciones a los instrumentos
internacionales, pero también al incremento del número de muertes
de mujeres y la crueldad con que la que se producen, a la ausencia
de tipos penales especiales para describir adecuadamente el
asesinato de mujeres basado en razones de odio, desprecio, y
relaciones asimétricas de poder entre hombres y mujeres, así como
a los altos índices de impunidad.
Con la aprobación de estas leyes los países se proponen
desarrollar una política criminal con perspectiva de género que
fortalezca por un lado, las estrategias de persecución y sanción de
los responsables de los hechos de violencia contra las mujeres y, de
otro, garantice la reparación y compensación de las víctimas.
El objetivo es reducir la impunidad de manera que la justicia penal
cumpla con su función de prevención especial y general de la
criminalidad.
Como parte de las acciones de la “Estrategia de Acceso a la Justicia
2011-2015” desarrollada en el marco de la Campaña del Secretario
General de la ONU ÚNETE para poner fin a la violencia contra las
mujeres, se ha considerado oportuno hacer un análisis del estado de
situación de la legislación especial de femicidio-feminicidio
promulgada en los primeros siete países de la región, de los
mecanismos procesales e institucionales previstos, así como
analizar algunas resoluciones jurisprudenciales nacionales e
internacionales en la materia para contribuir al debate sobre la
pertinencia de esta legislación y los desafíos que enfrenta su
implementación
.
b) En el país
En Nuestro País El Feminicidio, han captado un particular interés en
la opinión pública y los medios de comunicación durante los últimos
años. En el estudio que presentamos, 67,5% de las personas
encuestadas señaló que la violencia contra la mujer había
aumentado mucho en el país en los últimos cinco; en contraste, solo
24,5% indicó que había aumentado mucho en su barrio. Estas
diferencias nos indican que la percepción se ha visto alimentada
tanto por la amplia y reciente cobertura en los medios de
comunicación como porque, psicológicamente, es más fácil para las
personas percibir la violencia como algo distante que como parte de
su cotidianeidad.
Por todo ello, las estadísticas muestran un fenómeno preocupante
no solo por su magnitud, sino también –como señala uno de nuestros
comentaristas– por su prevalencia. Según la Defensoría del Pueblo,
de enero a setiembre de 2012 se presentaron 97 mil denuncias por
violencia familiar; de otro lado, el Observatorio de Criminalidad del
Ministerio Público, registró 116 casos de feminicidio debidamente
comprobado durante 2011, y 36 en el transcurso de la primera mitad
de 2012 –si se incluyen casos de “posible” feminicidio la cifra se eleva
a 86.
En los últimos años el tema ha sido objeto también de debate legal.
En diciembre de 2011 se aprobó en el Congreso la ley que incorpora
el feminicidio en el Código Penal, con penas de entre 15 a 25 años
de cárcel para los perpetradores. En 2012la Comisión de la Mujer y
Familia del Parlamento aprobó modificar dicha norma para
incorporar, no solo los casos en los que la víctima es la pareja o ex
pareja del victimario, sino aquellos en los que la víctima sufrió acoso
sexual en el trabajo u otro lugar. Esta norma sigue aún pendiente de
aprobación por el Pleno.
Mientras tanto, en la opinión pública se observa un rechazo
mayoritario ante el tema, pero persisten algunos estereotipos que,
lejos de favorecer su comprensión, tienden a exculpar al agresor e
invisibilizar el problema: la mayor parte de personas encuestadas
piensa que los hombres que les pegan a sus parejas tienen una
enfermedad mental (76.4%), o que las mujeres víctimas de violencia
doméstica dependen económicamente del esposo (70.7%) e,
incluso, que se trata de mujeres pobres y poco instruidas (66.1%).

c) En la región
En nuestra Región los supuestos móviles de los asesinos nos
evidencian que la violencia feminicida es el medio extremo para
ejercer control sobre la vida de las mujeres; ya que cuando las
mujeres empoderadas deciden ejercer sus derechos y su autonomía,
se genera una situación de tensión y crítica de poder, que culmina
con la violencia como mecanismo de dominación final. Ello quiere
decir que realmente no existe una conciencia de que las mujeres son
seres independientes ycon derechos legítimos más allá de la
voluntad delos otros.

¿Desde cuándo existe o se tienen referencias sobre este tipo de problema?


1.2. FACTORES DIRECTOS ASOCIADOS AL FEMINICIDIO
1.2.1. FACTORES DE RIESGO ASOCIADOS AL PERPETRADOR
En relación con variables sociodemográficas, Echeburúa et al.
(2009) han detectado una relación significativa entre el asesinato de la
mujer por parte de su pareja y la inmigración, lo cual puede vincularse a
situaciones de estrés, aislamiento y condiciones de precariedad. No
obstante, Latinoamérica registra un comportamiento bastante disímil y
heterogéneo respecto a fenómenos migratorios, con lo cual la
comparación con la realidad europea resulta, cuando menos,
arriesgada. En la misma línea del estrés psicosocial, es posible
interpretar la situación de desempleo del agresor, en tanto variable
sociodemográfica más íntimamente relacionada con el fenómeno
(Campbell et al., 2003), encontrándose la mayoría de los sujetos que
ultimaron a su pareja sin ocupación al momento de los hechos (Dobash
et al., 2007). Por otra parte, existe una discusión en la literatura respecto
al papel de las drogas y el alcohol, en el incremento del riesgo de
violencia letal en la relación. Respecto a la utilización de sustancias,
Campbell et al. (2003) consideran que el uso de drogas incrementa el
riesgo de violencia letal, relación que no se ha podido establecer
claramente con el consumo de alcohol. Esto concuerda con los hallazgos
de Dobash et al. (2007), puesto que los homicidas conyugales resultan
menos propensos a estar ebrios al momento del delito que los agresores
de VIF. En este sentido, solo el 20% se encontraban bebidos al momento
del homicidio, mientras que el 7.9% había consumido drogas ilegales
(Dobash et al., 2004). Por el contrario, Sharps et al. (2001) concluyen
que el consumo problemático de alcohol por parte del agresor duplica el
riesgo de violencia letal en las relaciones de pareja, conclusión avalada
también por Echeburúa et al. (2009). Otra dimensión posible de vincular
con el homicidio de pareja, son los antecedentes de violencia en la
biografía del autor. A este respecto, diversos autores señalan la
existencia de episodios de violencia hacia parejas anteriores (Dobash et
al., 2004; Dobash et al., 2007; Echeburúa et al., 2009), registrando una
mayor prevalencia en comparación a agresores domésticos (Dobash et
al., 2007) y homicidas comunes (Dobash et al., 2004). Junto con la
violencia hacia parejas previas, también se han identificado
manifestaciones de violencia hacia terceros (Echeburúa et al., 2009), lo
cual se vincula con actividades criminales persistentes en un 59.6% de
los casos (Dobash et al., 2004). Estas manifestaciones de violencia
pueden correlacionarse con la tenencia de armas, particularmente de
fuego. En este sentido, el acceso a armas por parte del agresor se asocia
estrechamente con el riesgo de homicidio. Por el contrario, el acceso a
una única arma por parte de la víctima disminuye el riesgo (Campbell et
al., 2003). Cabe señalar que esta realidad resulta escasamente
comparable con lo que puede ocurrir en naciones latinoamericanas, en
donde tienden a predominar otros medios comisivos, como las armas
blancas. Desde la perspectiva de salud mental, se discute la existencia
de psicopatología por parte del agresor. Al respecto, Echeburúa et al.
(2009) consideran que el historial de enfermedad mental, así como el
abandono de terapias psicológicas y psiquiátricas, incrementan el riesgo
de violencia grave en la relación de pareja. Del mismo modo, Dixon et
al. (2008) han identificado que la presencia de psicopatología en
conjunción con la criminalidad del autor, constituye un factor de riesgo
en este tipo de delito. Al analizar los tipos de cuadro psicopatológico
asociados, Echeburúa y Fernández-Montalvo (2007) descartan el papel
de la psicopatía, al no encontrar una prevalencia significativa de dicho
trastorno en la muestra estudiada; en tanto, los hallazgos de Liem et al.
(2009) vinculan el uxoricidio con parasuicidio con la presencia de un
desorden depresivo al momento de los hechos. Concordantemente con
el señalamiento de sintomatología disfórica, las amenazas o intentos de
suicidio por parte del agresor constituyen una variable predictora muy
relevante (Campbell et al., 2003), pudiendo estar asociado con
psicopatología y desesperanza, estados que no permiten valorar salidas
alternativas a la finalización radical del conflicto. Por su parte, Liem et al.
(2009, p. 509), entienden el ulterior suicidio del autor como “el resultado
de sentimientos de vergüenza o culpa después del homicidio, así como
temor a las consecuencias judiciales”.
1.2.2. FACTORES DE RIESGO ASOCIADOS A LAS VÍCTIMAS
A este respecto, probablemente la dimensión sociodemográfica
sea una de las que generan más interrogantes respecto a su
aplicabilidad al contexto latinoamericano, dado que resulta en extremo
sensible a la realidad de cada país. Esto ocurre, por ejemplo, respecto a
la raza de las víctimas, ámbito en el cual Puzone et al. (2000) identifican
en EE. UU. un mayor riesgo total en las víctimas afroamericanas, en
relación con las de raza blanca. Esto indica que este tipo de ilícitos tiende
a afectar más frecuentemente a población en condiciones de
vulnerabilidad social, o bien en situación de estrés psicosocial
(Echeburúa et al., 2009). En esta misma línea, la letalidad ha sido
asociada a la condición de vulnerabilidad de la víctima, debido a
enfermedad, soledad o bien dependencia del agresor (Echeburúa et al.,
2009), pues puede dificultar la interrupción de la relación e incluso la
identificación de la vulneración asociada a la violencia ejercida en su
contra. Ello puede vincularse a la percepción subjetiva de riesgo vital en
la víctima (Campbell et al., 2003; Echeburúa et al., 2009), relación no
del todo lineal con el riesgo asociado. Ya sea por una suerte de
minimización, por temor o por necesidad, las mujeres frecuentemente
intentan retirar las denuncias previas por VIF, o bien echan pie atrás en
la decisión de abandonar al agresor o denunciarlo. Para Echeburúa et
al. (2009), la retractación por parte de la mujer constituye una variable
predictora del espectro de violencia grave, en la cual se inscribe aquella
de consecuencias fatales. Junto con esto, la existencia de un hijo en el
hogar sin lazo biológico con el perpetrador incrementa el riesgo de
homicidio a la mujer en la pareja en más del doble (Campbell et al.,
2003); puesto que este lazo puede agudizar los celos recurrentes e
incluso violentos del agresor, en tanto recordatorio permanente de un
vínculo que lo excluye.
1.2.3. FACTORES DE RIESGO ASOCIADOS A LA RELACIÓN
Se han estudiado las características del vínculo que une a la
víctima y al autor en el delito de homicidio en la pareja, arribando a
hallazgos un tanto disímiles. Por una parte, estudios comparados
(Shackelford & Mouzos, 2005) han determinado que el riesgo al que se
expone la mujer es mucho mayor en una relación de convivencia,
respecto a una relación marital (9.5 veces en Australia y 8.9 veces en
EE. UU.). La razón de ello es que las parejas en situación de convivencia
presentan niveles de separación superiores, lo cual se puede asociar a
una sensación de control más precario sobre la relación y, por tanto, una
necesidad creciente de mantener este control por la fuerza. Por el
contrario, Puzone et al. (2000) concluyen que la mayor parte de las
víctimas de homicidio en la pareja han sido ultimados por su cónyuge,
constituyéndose por tanto el vínculo matrimonial en un factor de riesgo.
Respecto a la diferencia de edad entre la víctima y el agresor, las
conclusiones de las investigaciones son dispares. Por una parte Dobash
et al. (2007) han encontrado que las diferencias de edad de la víctima y
el agresor no resultan estadísticamente significativas al momento de los
hechos. No obstante, Shackelford y Mouzos (2005, p. 1321) concluyen
que “el riesgo de uxoricidio se incrementa con la diferencia de edad en
la pareja”. Ahora bien, la discrepancia de resultados en distintas
investigaciones puede tener que ver con las poblaciones estudiadas,
resultando distinto esta diferencia etaria en parejas que mantienen o no
vínculo civil.
1.3. CAUSAS, FACTORES DE PROTECCIÓN
La inestabilidad de género y la discriminación son las causas
principales de la violencia contra la mujer, influenciada por
desequilibrios de poder entre mujeres y hombres existentes en variados
grados a lo largo de del tiempo en el mundo.
El feminicidio esta relacionado tanto a su falta de poder y control
como a las normas sociales que prescriben los roles de hombres y
mujeres en la sociedad y consienten el abuso. Las injusticias entre los
hombres y las mujeres trascienden las esferas públicas y privadas de la
vida; trascienden los derechos sociales, económicos, culturales y
políticos; y se manifiestan en restricciones y limitaciones de libertades,
opciones y oportunidades de las mujeres. Estas inequidades pueden
aumentar los riesgos de que mujeres y niñas sufran abuso, relaciones
violentas y explotación, debido a la dependencia económica, limitadas
formas de sobrevivencia y opciones de obtener ingresos, o por la
discriminación ante la ley en cuanto se relacione a temas de matrimonio,
divorcio y derechos de custodia de menores. (MUJERES, s.f.).

Por otro lado, entre los factores de protección que pueden


reducir el riesgo de que mujeres y niñas sufran violencia figuran:

 educación secundaria completa para niñas (y niños);


 retardar la edad de matrimonios hasta los 18 años;
 autonomía económica de las mujeres y acceso a
entrenamiento de sus capacidades, crédito y empleo;
normas sociales que promuevan la equidad de género
 servicios que articulen respuestas con calidad (servicios
judiciales, servicios de seguridad/protección, servicios
sociales y servicios médicos) con dotación de personal con
conocimientos, capacitación y entrenamiento adecuado.
 Disponibilidad de espacios seguros o refugios; y Acceso a
grupos de ayuda
Existen otros factores que requieren investigación y análisis
adicionales pero que podrían estar asociados con el riesgo de violencia
doméstica y la protección contra la misma: experiencias previas de
mujeres como sobrevivientes de violencia (en cualquiera de sus formas),
a cualquier edad; niveles de comunicación de hombres con sus parejas
íntimas femeninas; uso de la agresión física por parte de hombres contra
otros hombres; así como la limitada movilidad de mujeres y niñas.
(MUJERES, s.f.)
Es imprescindible recordar que los factores de protección no son
causas directamente relacionadas pero están correlacionadas. Así, por
ejemplo, que un muchacho sea testigo del abuso de su madre por parte
de su padre no necesariamente lo convertirá en un perpetrador en sus
siguientes años de vida; ni el hecho de que una mujer tenga alto nivel
socio económico y educativo la hace inmune a la violencia doméstica.
La violencia contra mujeres y niñas es un fenómeno social, económico y
cultural complejo.

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