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OBISPADO CASTRENSE: UNA «COMUNIDAD MISIONERA»,

FERMENTO DE DISCÍPULOS DE CRISTO Y SERVIDORES DE LOS HERMANOS.

A LOS CAPELLANES Y FIELES LAICOS DE NUESTRO OBISPADO CASTRENSE DE


ARGENTINA
(Con motivo de la Misión pastoral castrense a todas las unidades e institutos Guarnición
Córdoba del 13 al 19 de febrero de 2012)

INTRODUCCIOÓ N

La estructura orgánico-pastoral que históricamente la Iglesia ha puesto al


servicio de los hombres, ha asumido básicamente tres modalidades fundamentales:
1.- La primera modalidad de asistencia espiritual y religiosa – y, de hecho, la
más antigua – la encontramos en las estructuras diocesanas territoriales; ellas han brindado
este servicio contando con la colaboración de los ordinarios «locales», que han
desempeñado su ministerio pastoral en favor de los fieles que vivían la cotidianeidad de su
existencia en los territorios de referencia. En sus orígenes, el territorio – que actualmente
denominamos «diócesis» – era designado con el término parroquia. En el griego profano,
paroiken significa «vivir cerca», en tanto que el adjetivo paroikós se traduce como
«próximo»; por lo tanto, paroikía era el término con el que se designaba a los que vivían o
habitan en vecindad. Luego, al aumentar el número de fieles, principalmente en las regiones
rurales, se constituyeron presbíteros a quienes se encomendaba la solicitud pastoral de una
porción del pueblo de Dios. Hacia el año 155, la paroikía hacía referencia al conjunto de
viviendas y de personas que, co-habitando en proximidad, se confiaba a la cura pastoral de
un presbítero. Desde el siglo V, estos presbíteros residieron establemente en el campo y eran
ordenados para las iglesias o parroquias rurales. En las ciudades, en cambio,1 las parroquias
comenzaron a constituirse a partir del siglo X. Y fue el Concilio de Trento 2 el que dividió las
diócesis en parroquias concediéndoles pastores propios y estables. 3 Transcurrida la

1
.- A excepción de Roma y Alejandría.
2
.- 1545–1563.
3
.- Cf. Sess. XIV, De reform., can 9; Sess. XXIV, De reform., can. 13, en Conciliorum Oecumenicorum
Decreta 717; 767–768.

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Revolución Francesa, surgió la figura del párroco amovible a voluntad del Obispo, tal como
la conocemos actualmente.
2.- Sin embargo, al cambiar las condiciones de los tiempos, y desde mediados
del siglo XVI, los Breves Apostólicos contemplaron ciertas necesidades y requerimientos
pastorales de las monarquías cristianas mediante la institución de las Capellanías, que
habrían de consolidarse sobre todo durante el siglo XVIII. De esta manera, adquirió carácter
estructural una necesidad pastoral que estuvo íntimamente ligada principalmente a la vida de
los ejércitos, con sus peculiaridades e idiosincrasias propias.
3. Por último, la creación oportuna de los Vicariatos Castrenses – hoy
llamados Ordinariatos u Obispados –, representó el sistema institucional, jerárquica y
canónicamente estructurado, mediante el cual la Iglesia provee a la cura de almas en el
ámbito de las fuerzas armadas y de seguridad. En tierras americanas, el primer vicariato
castrense fue el de Chile, creado por el papa Pío X, en 1910.

Así, el régimen pastoral castrense ha ido respondiendo a las necesidades espirituales


y pastorales de sus fieles. La primacía de los valores superiores y trascendentes que debe
caracterizar a la labor evangelizadora de la Iglesia en su anuncio de Cristo muerto y
resucitado, tiene que impregnar su labor en el ámbito castrense, sobre todo cuando se corre
el riesgo de que dichos valores sean soslayados por una cultura de la globalización, que
amenaza con fragmentar las identidades y rasgos distintivos de los pueblos, sumergiéndolos
en la dictadura del relativismo,4 cuya incidencia en la dimensión religiosa no es menor en
comparación a sus consecuencias en el orden moral, gnoseológico, político y social. En
última instancia, el concepto de Pueblo de Dios que peregrina socialmente estructurado en la
historia y al cual están llamadas todas las naciones de la tierra, es el que se pone en juego en
el seno de las coyunturas temporales.
En tal sentido, los efectos devastadores sobre la virtud del patriotismo es, al menos,
una muestra – no de menor importancia – de los efectos negativos que la cultura de la
muerte 5 tiene sobre los pueblos de nuestro continente y, por consiguiente, sobre la herencia
cultural y religiosa que tradicionalmente los ha caracterizado. La virtud del patriotismo,
4
.- Cf. Homilía del Card. Joseph Ratizinger, Decano del Colegio Cardenalicio, Misa “Pro Eligendo
Pontifice”, 18/04/2005. (http://www.vatican.va/gpII/documents/homily-pro-eligendo-pontifice_20050418_
sp.html).
5
.- JUAN PABLO II, carta enc. Evangelium vitae, 21. 24. 26. 28. 50. 64. 87. 95. 100.

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derivada de la piedad, y ésta de la justicia, lleva implícito un sentimiento filial según el cual
el amor a la tierra de nuestros padres exige honrar y venerar la integridad del territorio que
nos vio nacer (= patria física) y el acervo cultural que hemos recibido como herencia (=
patria espiritual). En este contexto, debemos incluir sus efectos sobre la devoción popular
– especialmente de corte mariano –6 que tanto arraigo tiene en los pueblos de nuestro
continente.
De modo tal que la piedad, la justicia legal, la gratitud y la caridad son las cuatro
virtudes que conforman la trama del patriotismo. Y, como natural consecuencia, el amor de
predilección, el servicio, la defensa, el respeto y el honor son sus manifestaciones más
destacadas que brotan de esa misma fuente. Como puede comprenderse, en lo que hoy
algunos erróneamente consideran patrimonio de los nacionalismos, se encuentra una
reserva moral de inestimable valor en orden a la construcción del bien común de nuestras
sociedades.
Este sentimiento filial se articula armónicamente con la revelación cristiana – y, por
tal motivo, es objeto del anuncio evangelizador de la Iglesia – en su intrínseca vinculación
y dependencia del mandato del Decálogo: “Honra a tu padre y a tu madre, para que
disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios.” 7 Al comulgar con la
tradición cristiana se disipa todo peligro de ideologización, en la medida en que se es fiel a
la Palabra de Dios acogida y celebrada en la vida comunitaria.
A propósito, el Beato Juan Pablo II en Memoria e Identidad, afirmó:
Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo la respuesta es
inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a
la madre. Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el término pietas,
resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respeto y veneración que se
debe a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador. Al darnos la
vida, participan en el misterio de la creación y merecen por tanto una devoción
que evoca la que rendimos a Dios Creador. El patriotismo conlleva precisamente
este tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es
verdaderamente una madre para cada uno. Patriotismo significa amar todo lo
que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración
geográfica. La patria es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal,
también un gran deber.

6
.- DA, Discurso inaugural de SS Benedicto XVI, 13 de mayo de 2007. Cf. DA, 7. 37. 99. 127. 160. 195. 274.
7
.- Ex 20, 12; Deut 5, 16; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n° 2199.

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Asimismo, la enseñanza del Génesis, según la cual: "El Señor Dios tomó al hombre
y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivase y lo cuidara.," 8 describe el escenario
en el que el ser humano está enraizado y donde es llamado a vivir el amor a Dios, dador de
toda Patria, y al prójimo, su co–heredero de la Patria eterna.
El horizonte cristiano de este mandamiento – del cual depende toda la ley y los
profetas9 –, con su raigambre antropológica, oficia de marco primero para la asistencia
espiritual y puerta de acceso a la integralidad del anuncio evangélico. En esta perspectiva,
la tarea pastoral del OBISPADO CASTRENSE, entendido éste – según la enseñanza del
Concilio Vaticano II acerca de las diócesis – como una "porción del Pueblo de Dios que se
10
confía a un Obispo para ser apacentada con la cooperación de su presbiterio," más allá
de las contingencias de las circunstancias históricas, mantiene todo su vigor y actualidad.
Los militares en tanto agentes de paz, "instrumentos de la seguridad y libertad de
los pueblos",11 están llamados a ejercer un liderazgo de servicio en la comunidad social y
política, dando testimonio de entrega abnegada y de amor a la Patria. Por tal motivo, la
12
Iglesia les brinda con "extraordinaria solicitud" la asistencia espiritual y concede a los
ORDINARIATOS CASTRENSES la posibilidad de regular mediante sus estatutos13 todos
aquellos aspectos que hacen a la complejidad y especificidad de esta modalidad de atención
pastoral.
En referencia a esta inquietud del legislador, bien sabemos que la jurisdicción del
Ordinario militar es personal y propia, de suerte que se facilite al máximo su solicitud
pastoral en favor de aquellos que le han sido encomendados, no fundándose en el
exclusivismo, sino en las particulares condiciones de vida de sus fieles. Esta jurisdicción
«sigue» a las personas independientemente del lugar o territorio en el que se encuentren
(ej.: en misiones de paz, agregadurías extranjeras, conflictos bélicos extraterritoriales,
maniobras y despliegues propios del cumplimiento de su misión y funciones, etc.) y
muestra la especificidad de la tarea pastoral a desarrollar que es, en cierta medida, distinta a
la que pueden ofrecer las iglesias locales o territoriales. En el mismo sentido, esta potestad

8
.- Gén 2, 15.
9
.- Cf. Mt 22, 40.
10
.- Christus Dominus, 11.
11
.- Gaudium et spes, 79.
12
.- Spirituali Militum Curae (21 de abril de 1986): "eximia debeatur sollicitudo".
13
.- Ibíd., I Par.1; II Par.1; VI Par. 5; VII; X; XIII; XIV.

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es ordinaria, pues va aneja al oficio14 y, a través de ella, se ejercen los derechos y
obligaciones que constituyen el contenido del oficio en cuestión.15

Dinamizar esta estructura eclesial desde el desafío que implica el estado de misión
permanente 16 reclamado por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y
del Caribe – 13 al 31 de mayo de 2007 –, es una tarea exigente que no sólo debe tocar a las
estructuras,17 sino – fundamentalmente – requerirá la conversión pastoral y la renovación
misionera18 de nuestras comunidades castrenses, 19 porque:

No hay nuevas estructuras si no hay hombres nuevos y mujeres nuevas que


movilicen y hagan converger en los pueblos ideales y poderosas energías
morales y religiosas. Formando discípulos y misioneros, la Iglesia da respuesta a
esta exigencia. 20

Por nuestra parte, como ORDINARIATOS CASTRENSES deberemos encarnar esta


iniciativa enfatizando la impronta misionera de nuestras DIÓCESIS y, por ende, de nuestras
CAPELLANÍAS para que, oficiando como auténticas PARROQUIAS, sean centros de
evangelización formando a los discípulos y misioneros de Jesucristo, fermento, luz y sal en
medio de nuestros pueblos.21 Los ideales y las poderosas energías morales y religiosas, de
las que nos habla Aparecida, traen consigo la fuerza integradora de la identidad cristiana y
católica de nuestras comunidades y el poder efusivo del ardor misionero que debe
caracterizar a los que se dejan mover y guiar por el Espíritu.22

II. DESARROLLO

14
.- Cf. can. 131 § 1.
15
,. Cf. Spirituali Militum Curae, art. IV; Estatutos O.C.A., art. 7, a).
16
.- DA, n° 4.
17
.- DA, nn° 11. 100 .121. 172. 173. 210. 358. 365. 384. 385. 396. 412. 446. 450. 454. 518. 537. 543. 546.
18
.- DA, n° 168.
19
.- DA, nn°. 365–372.
20
.- DA, n° 538.
21
.- Cf. Mt 5, 13–14; 13, 33; 1 Cor 5, 6–7; Gál 5, 9.
22
.- Cf. Rom 8, 14.

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II.1.- LA IGLESIA PARTICULAR A LA LUZ DEL CONCILIO VATICANO II:

La reflexión teológica en torno al concepto de Iglesia local, particular o diócesis ha


sido singularmente importante en la teología post-conciliar, aunque ya se encontraba en la
discusión reflexiva de los «movimientos de renovación» – bíblico, patrístico y litúrgico –
del pre-concilio. De modo que la teología de la iglesia particular ha centrado el interés de
la Eclesiología durante estos últimos decenios al punto que puede considerarse, aún hoy, un
tema abierto en la teología y en la pastoral, que reclama al Magisterio y a la vocación
eclesial del teólogo23 una tarea de docilidad a la acción del Espíritu Santo, que sopla donde
quiere y como quiere, guiando a su Iglesia.24
En este punto, es significativo el énfasis puesto en la sacramentalidad y en el
sentido de la Iglesia como comunión y misterio. El retorno a las fuentes bíblicas y
patrísticas, la toma de conciencia de la importancia que tienen los laicos en la vida y en la
misión de la comunidad eclesial y las influencias de la teología oriental, han representado
un impulso de renovación para la teología sistemática. La visión societaria y fuertemente
universalista que había caracterizado a la eclesiología occidental de la Edad Media, ha dado
paso a una visión más mística y, al mismo tiempo, más encarnada del misterio de la
Iglesia, en tanto sacramento universal de salvación25 que se realiza en el «aquí» y el
«ahora» de la vida de los hombres, aunque – obviamente – sin perder de vista su
consumación escatológica y la tensión histórica que esto lleva consigo. La condición de
extranjero, emigrante y peregrino del cristiano se encuadra en el significado bíblico de
paroiken, en tanto peregrinar o vivir como forastero, 26 de allí que la ekklesia remita a un
aspecto sociológico (= la reunión concreta de los convocados) y a un aspecto teológico (=
los convocados por Cristo), cuyo denominador común es la condición peregrinante de sus
miembros.
No es de extrañar, entonces, que la presentación eclesiológica del Vaticano II
muestre un interés particular en la Iglesia como misterio de comunión, armonizando la
universalidad de la única Iglesia «en» la pluralidad de las iglesias particulares o

23
.- Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, 24
de mayo de 1990; Libreria Editrice Vaticana 1990.
24
.- Cf. Jn 3, 8.
25
.- LG, 48.
26
.- Cf. Ef 2, 19: extranjero; 1 Pe 1, 17: de paso; 1 Pe 2, 11: emigrante; Heb 11, 13: peregrino.

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episcopales, las cuales realizan y manifiestan a la Iglesia Una, Santa y Católica en la
historia y en la cultura de los diversos pueblos. Al respecto, son especialmente importantes
cuatro documentos conciliares: la Constitución Sacrosanctum concilium, la Constitución
Dogmática Lumen gentium, el Decreto Christus Dominus y el Decreto Ad gentes.
1. En Sacrosanctum concilium27 n° 41, se afirma la centralidad del Obispo "de quien
deriva y depende, en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles". En consecuencia, "la
participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios" en el culto litúrgico de la
diócesis será "la principal manifestación de la vida de la Iglesia,... particularmente en la
Eucaristía, junto al único altar donde preside el Obispo, rodeado de su presbiterio y
ministros." Esta enseñanza de la «Constitución sobre la Sagrada Litúrgica» será el núcleo
de las otras afirmaciones conciliares.
2. En especial, tenemos que destacar Lumen gentium28 n° 13 acerca de la
«Universalidad y Catolicidad del único Pueblo de Dios». Este texto remarca el carácter uno
y único del pueblo del Señor, al que están llamados todos los hombres, de todas las
latitudes, tiempos y culturas. El acto creador de Dios, según el cual los hombres comparten
"una sola naturaleza humana", y la vocación a congregarse en la unidad de un mismo
pueblo,29 confluyen en la figura de Cristo, "heredero universal":30 "Maestro, Rey y
Sacerdote de todos, Cabeza del nuevo y universal pueblo de los hijos de Dios." El don del
Espíritu Santo, "principio de unión y de unidad", es condición necesaria para la
recapitulación de todos los hombres en Cristo. De esta manera, se produce un intercambio
vivo, progresivo y dinámico entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares, y entre
éstas y las culturas, en tensión constante hacia la plenitud de la unidad. Así, las diferentes
«porciones» de la Iglesia, con diversidad de miembros, de dones y de legítimas diferencias,
son congregadas en la unidad por el primado de la Cátedra de Pedro.
3. Los vínculos internos entre los Obispos de las Iglesias particulares y la Cátedra
del sucesor del Príncipe de los Apóstoles son asumidos por el concepto teológico de
Colegio Episcopal. La misma «Constitución sobre la Iglesia», en su n° 23, aborda la
cuestión, explicando las relaciones internas en dicho colegio: relaciones especificadas en la
paz, el amor y la unidad, promoviendo y defendiendo "la unidad de la fe y la disciplina
27
.- Aprobada el 04 de diciembre de 1963.
28
.- Aprobada el 21 de noviembre de 1964.
29
.- Cf. Jn 11, 52.
30
.- Cf. Hb 1, 2.

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común en toda la Iglesia". Salvando la figura del Romano Pontífice como "principio y
fundamento perpetuo y visible de unidad" de la Iglesia, se hace hincapié en el ser y la
misión del Obispo en tanto "principio y fundamento visible de unidad en su propia Iglesia",
la cual es una porción de la Iglesia universal. Por lo tanto, cada Iglesia particular, siendo
"imagen de la Iglesia universal," está constitutivamente integrada en ella y la realiza
concretamente en el tiempo y en el espacio, pues la Iglesia universal existe en y a partir de
aquellas.
4. Finalmente, el n° 11 del Decreto Christus Dominus31 – como recogiendo la
enseñanza conciliar – nos ofrece la definición teológica de la diócesis, que el nuevo
Código de Derecho Canónico – 1983 – recoge en el canon 369: «La diócesis es una
porción del pueblo de Dios, cuyo cuidado pastoral se encomienda al Obispo con la
cooperación del presbiterio, de manera que, unida a su pastor y congregada por él en el
Espíritu Santo mediante el Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en
la cual verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo una santa, católica y
apostólica.»
5. Sin embargo, la profundización más importante del tema, lo encontraremos en
uno de los documentos más tardíos y maduros del Concilio: el Decreto Ad Gentes, sobre la
actividad misionera de la Iglesia.32 En su capítulo III33 se aborda la génesis, naturaleza,
misión y ministerios de las llamadas «Iglesias particulares». Aquí se introduce el concepto
de: a) el arraigo social y cultural de la congregación de los fieles, b) cierta estabilidad y
firmeza, dada por el número de sacerdotes nativos, religiosos y laicos, y c) los ministerios e
instituciones que han de hacer propicia la dilatación de la vida del Pueblo de Dios bajo la
guía del Obispo propio.34
En síntesis, estos cuatro documentos conciliares – a los que me he referido
sucintamente – contienen los principios teológicos que hacen a una visión de la Iglesia
particular que debe ser profundizada por la reflexión teológica. Ciertamente, existen
algunos aspectos que tienen que ser madurados y explicitados. Piénsese, por ejemplo, que
las diferentes denominaciones: Iglesia particular, Iglesia local y Diócesis reflejan cierta
falta de consenso sobre cuál sea la designación más adecuada. En todo caso, el nombre de
31
.- Aprobado el 28 de octubre de 1965.
32
.- Aprobado el 07 de diciembre de 1965.
33
.- Cf. nn. 19–22.
34
.- AG, 19.

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Iglesia diocesana parece abrirse camino en orden un criterio común que armonice las notas
propias de la Iglesia universal con la singularidad de las Diócesis.
Al respecto, sabemos que el derecho actual y la mayoría de los documentos
eclesiales designan a la realidad diocesana con el nombre de Iglesia particular. Sin
embargo, en los mismos textos conciliares existe cierta fluctuación terminológica. Así, por
ejemplo, la expresión Iglesia particular en algunas ocasiones hace referencia propiamente a
la diócesis35 y, en otras, a una agrupación de iglesias que tienen un mismo rito.36 Por su
parte, Iglesia local se emplea con el significado de rito o patriarcado,37 como sinónimo de
diócesis38 e, incluso, referido a ciertas comunidades más reducidas como las parroquias.39
Como puede apreciarse, la cuestión de la denominación no es menor ya que puede dar lugar
a ciertas ambigüedades, a saber:
a. El nombre Iglesia particular tiene la ventaja de distinguir la realidad que
designa respecto de la Iglesia universal. Sin embargo, en la misma ventaja se encuentra la
dificultad, ya que la particularidad de la Iglesia local no representa ni una «parte» ni una
«subdivisión administrativa» del misterio de la Iglesia. De hecho, la etimología latina
remite a partícula, es decir, al diminutivo de: pars, partis, con el significado de mínima
parte o unidad individual integrante de un conjunto, convergencia, reunión o sumatoria.
Por el contrario, desde el punto de vista teológico, toda la Iglesia se hace presente – en el
misterio – en cada Iglesia particular, no siendo el resultado de la sumatoria de éstas. Ni el
Concilio Vaticano II ni el Código de Derecho Canónico dan una definición propiamente
dicha de Iglesia universal; no obstante, puede ser considerada como la comunión de todo el
pueblo de Dios, que peregrina a lo largo y ancho del orbe, bajo la guía del Sucesor de Pedro
y del Colegio Episcopal.40
b. La expresión Iglesia local, si bien destaca las peculiaridades geográficas,
históricas, sociales y culturales del entorno concreto en que se realiza y del grupo humano
que la conforma, tiene como desventaja que la inculturación del Evangelio no es patrimonio
exclusivo de la localidad de la Iglesia, sino también es propia de otras realizaciones más

35
.- LG, 23; SC, 13; AG, 19–20.
36
.- OE, 2–4. 10; AG, 27.
37
.- LG, 23.
38
.- AG, 27; PO, 6.
39
.- LG, 26.
40
.- Cf. LG, 9; 13; 17; 22b; CD, 10a; 23b; OT, 2e; PO, 11b; AG, 26b; can. 331; 333; 336.

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amplias o más pequeñas que ella.41 Por lo tanto, conceder tanta relevancia teológica al
accidente del lugar no deja de tener sus puntos oscuros. Ciertamente, el lugar expresa la
necesidad encarnatoria de la Iglesia que se ha de expresar como inculturación del
Evangelio y evangelización de la cultura. Por ello mismo, comprender el «lugar» en
sentido restrictivo – con los matices excluyentes de la territorialidad – sería un factor
incapaz de iluminar el misterio que en ella se expresa. En tal sentido, la existencia de
Iglesias particulares personales pone de relieve que la territorialidad es la regla general, 42
pero no absoluta, ya que el territorio no es un elemento esencial.43 La realización del
misterio de la Iglesia exige un lugar concreto en el que el acontecimiento salvífico se haga
accesible al hombre que, en su manera antropológica de ser, no puede prescindir de la
encarnación histórico, social, cultural y geográfica; no obstante, reducir la comprensión y la
extensión del «lugar» a su mero carácter territorial (= porción de superficie) nos induce a
una aporía difícil de resolver.
c. Finalmente, el vocablo diócesis 44 posee la particularidad de ser preciso, ya
que únicamente se aplica a la iglesia episcopal. No obstante, encuentra cierta resistencia –
especialmente entre algunos teólogos – porque pertenece al acervo preponderantemente
jurídico, con ciertas reminiscencias de las divisiones administrativas del Imperio Romano.
Sin embargo, no debemos olvidar que el mismo concilio Vaticano II – como lo he
remarcado antes – nos ha dejado una definición propiamente teológica de la diócesis45 que
ha modificado sustancialmente el encuadre netamente administrativo de la etimología del
término latino.

41
.- Pensamos, por ejemplo, en las parroquias, las asociaciones de fieles, las órdenes e institutos de vida
consagrada, los movimientos eclesiales, los pequeños grupos de fieles, las conferencias episcopales, las
prelaturas personales...
42
.- Can. 372 § 1.
43
.- Los elementos esenciales que especifican a la Iglesia Católica son:
a.- El Bautismo (cf. LG, 10a; 11a; AG, 6c; can. 204 § 1).
b.- Dones jerárquicos y carismáticos dados por el mismo Espíritu (cf. LG, 4a; 12b; 13c; AG, 4; GS,
32d; can. 204 § 1; 208).
c.- Aceptación del ordenamiento de la Iglesia visible y de los medios de salvación instituidos (cf.
can. 897).
d.- Profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno eclesiástico y de la comunión.
e.- El gobierno del Romano Pontífice y de los Obispos (cf. LG, 9a; 14b; OE, 2; AG, 6c; can. 204 § 2).
La teología del post-concilio fue la que generó las dos denominaciones: Iglesia particular e Iglesia local,
debatiendo el significado de la territorialidad.
44
.- Etimológicamente, la palabra diócesis deriva del griego διοίκησις, y ésta del verbo διοικῶ: yo administro,
gobierno, atiendo, proveo.
45
.- CD, 11.

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Tal como podemos apreciar, si existen ciertas dificultades o ambigüedades en la
conceptualización jurídico–teológica de las llamadas iglesias particulares, locales o
46
diócesis, mucho mayor será el debate en torno a la naturaleza personal de las diócesis
castrenses en tanto «peculiar porción del Pueblo de Dios, asimilada jurídicamente a una
diócesis, cuyo cuidado pastoral se encomienda al Obispo, con la cooperación del
presbiterio.» 47
En consecuencia, para profundizar en la reflexión teológica y abrirnos a la
naturaleza esencialmente misionera de la diócesis, es preciso retomar con claridad el
principio enunciado por la Constitución Dogmática Lumen Gentium, en su número 23,
cuando – refiriéndose a las Iglesias particulares – sostiene: «ad imaginem Ecclesiae
48
universalis formatis, in quibus et ex quibus una et unica Ecclesia catholica exsistit.» Esta
afirmación también es retomada por el ordenamiento canónico vigente, en el canon 368. 49
El mismo ordenamiento replica esta enseñanza en otros términos – en el canon siguiente –
cuando afirma que en la Iglesia particular «verdaderamente está presente y actúa la Iglesia
de Cristo una, santa, católica y apostólica.» 50
Por ello mismo, ya sea que se hable de Iglesia particular, local o diócesis se trata de
la misma y única Iglesia de Cristo que se manifiesta, realiza y actúa de modo pleno y
eminente en un grupo de creyentes convocados por Cristo en la unidad de su Espíritu que,
viviendo en un mismo lugar y tiempo determinados, son congregados en torno al Obispo,
"principio y fundamento visible de unidad en su propia Iglesia." 51
Con esta precisión se afirma, ante todo, que se trata de la Iglesia, comunidad elegida
y convocada gratuitamente por Dios para vivir el misterio de la comunión trinitaria bajo el
rostro visible de la comunidad, la cual – a su vez – es signo e instrumento de la comunión
con Dios mismo y signo e instrumento de la salvación para todos los hombres. La iniciativa
divina, la elección gratuita y la Alianza fiel son constitutivas del ad intra y del ad extra de

46
.- Análoga consideración se podría hacer respecto de las Prelaturas Personales.
47
.- Estatutos del Obispado Castrense de Argentina, art. 2.
48
.- «...formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a partir de las cuales existe la Iglesia
católica, una y única.»
49
.- «Ecclesiae particulares, in quibus ex quibus una et unica Ecclesia catholica exsistit...»
50
.- Can. 369: «...in qua vere inest et operatur una sancta catholica et apostolica Christi Ecclesia.»
51
.- LG, 23. Cf. SAN CIPRIANO, Epist. 66, 8: Hartel III, 2, p. 733: "El Obispo en la Iglesia y la Iglesia en el
Obispo."

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la comunidad creyente que ha sido convocada como «Cuerpo» y «Templo», cuya alma y
corazón es el Espíritu Santo.52
En consecuencia, la iglesia diocesana no es «una» iglesia entre «muchas» ni una
«parte» en la sumatoria de un «todo»; sino, por el contrario, expresa y actúa la realidad
única e indivisible del misterio de la Iglesia de Cristo, presente y operante en el mundo,
proyectándose más allá de los tiempos y lugares en la realización del mandato misionero.

«Uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como también es una la


esperanza...; un solo Señor, una fe, un bautismo, un Dios que es Padre de
todos...» 53
Y ya que la Iglesia, como acontecimiento salvífico, está destinada a todos los
hombres y a todo el hombre, tiene necesidad de mostrar su eficacia concreta en los
distintos lugares y tiempos, por eso mismo aparece como «cuerpo de iglesias»,54
constituyendo el único Cuerpo Místico de Cristo.55
Por tal motivo, es necesario precisar los elementos constitutivos de la Iglesia
diocesana, tal como los presenta el Decreto Christus Dominus, no sin antes recordar que
dichos elementos al tiempo que constituyen el ser de la diócesis, son también la fuente de
su misma vitalidad misionera. Por lo tanto, son – al mismo tiempo – «dones» que recibe de
Cristo y «actos» por medio de los cuales la Iglesia realiza su mediación sacramental y
salvífica.

a. En primer lugar, tenemos que destacar el concepto teológico de pueblo de


Dios: comunidad de creyentes, constituida en torno a la Palabra y a los Sacramentos, donde
la fe es comunicada, recibida, celebrada, compartida, vivida y transmitida. La porción del

52
.- «...dedit nobis de Spiritu suo, qui unus et idem in Capite et in membris exsistens, totum corpus ita
vivificat, unificat et movet, ut Eius officium a sanctis Patribus comparari potuerit cum munere, quod
principium vitae seu anima in corpore humano adimplet», LG, 7. Cf. 1 Co 3, 17; cf. 6, 19; Ef 2, 21. JUAN
PABLO II, Audiencia General, Roma, 28 de noviembre de 1990. BENEDICTO XVI, Intervención con motivo
del Regina Caeli, Roma, 31 de mayo de 2009. Cf. SAN AGUSTÍN: “Lo que nuestro espíritu, o sea, nuestra
alma es con relación a nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, es
decir, para el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia (Sermo 268, 2; PL 38, 1232); SAN JUAN CRISÓSTOMO, In
Eph. hom. 9, 3: PG 62, 72; DIDIMO ALEJ., Trin. 2, 1: PG 39, 449s; SANTO TOMÁS DE AQUINO, compara al
Espíritu Santo con el corazón del cuerpo porque “invisiblemente vivifica y unifica a la Iglesia”, como el
corazón “ejerce un influjo interior en el cuerpo humano” (III, q. 8, a. 1, ad 3); ID., In Col. 1, 18, lect. 5, ed.
Marietti, II, n. 46: «Sicut constituitur unum corpus ex unitate animae, ita Ecclesia ex unitate Spiritus...».
53
.- Ef. 4, 4–6.
54
.- LG, 23: "corpus Ecclesiarum"; cf. SAN HILARIO DE POITIERS, In Ps. 14, 3: PL 9, 206; CSEL 22, p. 86;
SAN GREGORIO M., Moral. IV, 7, 12: PL 75, 643C; PS-BASILIO, In Is. 15, 296: PG 30, 637C.
55
.- Cf. PÍO XII, enc. Mystici Corporis, l.c., p. 291–220.

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pueblo de Dios que es la Diócesis, no debe entenderse en sentido «distributivo» ni
«restrictivo», sino como una concreción encarnatoria: imagen, presencia, manifestación
operante del único Pueblo de Dios, a la vez universal y local, pero siempre católico en la
hondura del Misterio. En tal sentido, es una porción del pueblo de Dios, permaneciendo
intacto el mismo y único sujeto, la Iglesia.56

b. En segundo lugar, la presencia eficaz del Espíritu Santo será el elemento


esencial y decisivo, sujeto de la acción divina, que comunica la vida misma de Cristo en la
Palabra que se proclama y en los Sacramentos que se administran. Será el Espíritu Santo
quien hará de un «grupo humano» la Iglesia de Cristo, pues el ejercicio del Sumo
Sacerdocio del Buen Pastor, por el cual se realiza la perfecta glorificación de Dios y la
santificación de los hombres,57 encontrará en la eficacia de la epíclesis el principio vital y
vivificante de la comunión y de la misión. Será, entonces, el Espíritu quien: a) creará la
unidad en medio de la pluralidad, b) dotará a cada porción del Pueblo de Dios de su
peculiaridad característica, c) distribuirá los ministerios y carismas, para el bien común, d)
generará en los fieles la conciencia de una respuesta gratuita y responsable al don
inmerecido de Dios, e) hará de la Iglesia sacramento universal de salvación donde quiera
que se encuentre, f) asegurando los medios institucionales e impulsando y enviando a los
«creyentes–discípulos» como misioneros en medio de los hombres y mujeres de su tiempo.
En síntesis, la fuerza del Espíritu será a la vez centrípeta y centrífuga, factor decisivo de
identidad cristiana, de comunión en el amor, y de ardor misionero.
c. Así como el Espíritu es la causa invisible de la Iglesia diocesana, el
Evangelio es su causa instrumental, es decir, su fuerza congregante. El pueblo de la
diócesis se estructura como comunidad creyente por la predicación de la Buena Nueva del
Reino, por eso es creatura Verbi. A su vez, la proclamación del kerigma es invitación a la
conversión de vida, al tiempo que aúna en la misma fe. Es también didajé o didascalia
porque la enseñanza congrega y hace madurar en Cristo. Por su parte, el sujeto de la
predicación de la Palabra es: a) el Espíritu Santo y b) el Obispo; destacando la índole

56
.- Cf. CD, 11a; 3b; can. 369.
57
.- Cf. SC, 5. 10. 59.

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divino y humana de la Iglesia, tal como lo expresa Lucas en el libro de los Hechos de los
Apóstoles: «el Espíritu Santo y nosotros mismos." 58

d. Lo que la proclamación del Evangelio anuncia, se realiza en todos los


sacramentos, especialmente en la Eucaristía, que «contiene todo el bien espiritual de la
Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua y pan vivo que, por su carne vivificada
y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres.» 59 La celebración Eucarística «es
verdaderamente fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia»60. En Ella, Cristo
une consigo a sus discípulos y establece los lazos de la fraternidad cristiana, pues, como
bien lo expresa el apóstol Pablo:

La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de


Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que
hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo
Cuerpo, porque participamos de ese único pan. 61
Por esta razón, dado que la acción litúrgica y los sacramentos62 han de ser
celebrados en el aquí y el ahora de la Iglesia particular, esas mismas celebraciones están
llamadas a ser – y de hecho lo son – expresión y epifanía de la Iglesia universal:

persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la


participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas
celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma
oración, junto al único altar donde preside el Obispo, rodeado de su presbiterio y
ministros. 63

e. Por último, la referencia al Obispo y a su presbiterio completan los


elementos constitutivos de la Iglesia diocesana tal como son presentados por el Decreto
Christus Dominus. Los nombramos al final porque por la misma naturaleza diaconal del
ministerio ordenado, el misterio de la representación capital de Cristo, que no vino a ser
servido, sino a servir,64 toma toda su razón de ser y sentido de la voluntad del Salvador, que
quiso asociar a sí a los Apóstoles y sus sucesores para continuar históricamente su presencia
58
.- Hch 15, 28.
59
.- PO, 5.
60
.- BENEDICTO XVI, Sacramentum Caritatis, 17; cf. Ibíd., 3. 70. 77. 84. 93.
61
.- 1 Cor 10, 16–17.
62
.- «...de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se
obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios,
a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.» SC, 10.
63
.- SC, 41.
64
.- Mt 20, 28.

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en medio de los hombres, reconciliando a los hombres entre sí y con Dios65 y dando
cumplimiento al mandato misionero.66 El Obispo es el garante de la apostolicidad de la fe
transmitida, celebrada, vivida y comunicada; es pastor que representa al Buen Pastor; es
principio visible y fundamento de unidad en su propia Iglesia; y es el vínculo de comunión
con Pedro y con las demás Iglesias diocesanas. Siendo asistido por la cooperación de su
presbiterio, signo concreto de colegialidad del ministerio eclesial, y por los demás ministros
y miembros de la comunidad – en sus diversos estados de vida y modos asociativos –
otorga plenitud a la vida de la Iglesia que le ha sido confiada. Por tal motivo, la figura de la
sede impedida 67 o de la sede vacante,68 no priva a la Iglesia diocesana de su carácter de tal
y el mismo hecho de que se prevea el gobierno ad interim de la diócesis, destaca la
transitoriedad de dicha situación.

II.1.- LA DIOÓ CESIS MILITAR A LA LUZ DE «APARECIDA»:

El Documento Conclusivo de Aparecida considera a la diócesis como «lugar


privilegiado de la comunión».69 Esto significa que la conciencia diocesana de pertenencia –
y de pertenencia comunitaria – debe ser particularmente vital en los fieles que la integran.
Desde el punto de vista existencial, esta afirmación tiene consecuencias de primer orden,
puesto que el «sentido de pertenencia» debe arraigarse en la identidad bautismal, recibida
en la Iglesia local tanto en su dimensión inicial cuanto en la maduración gradual,
progresiva y permanente de la fe; asimismo, el «sentido de participación y de

65
.- Mt 18, 18; Lc 24, 47–48.
66
.- Mt 28, 19; Mc 16, 15; Hch 1, 8.
67
.- Can. 412–415.
68
.- Can. 416–430.
69
.- DA, 164–177.

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corresponsabilidad» está llamado a fructificar en la edificación del bien común eclesial y
en el carácter misionero que ha de animar a la comunidad diocesana. El sentido cristiano
del bien común exige poner al servicio los dones y carismas con los que el Espíritu ha
agraciado a la Iglesia diocesana. De aquí la importancia que tiene la «catequesis familiar»,
no tanto aquella que se brinda «en» la parroquia o «en» la Capellanía, sino en la propia
familia, iglesia doméstica por antonomasia. De este modo, la formación permanente del
discípulo, en lo personal y, fundamentalmente, en lo comunitario, cobra singular
importancia sobre todo en tiempos en que la vivencia religiosa ha involucionado hacia
formas individualistas y subjetivistas, incluso en aquellos pequeños grupos que en
ocasiones se perfilan más como sectas que como comunidades integradas y orgánicamente
vinculadas a la diócesis.
En última instancia, «el discipulado y la misión siempre suponen la pertenencia a
una comunidad. Dios no quiso salvarnos aisladamente, sino formando un Pueblo. [...] Por
eso, la experiencia de fe siempre se vive en una Iglesia Particular.» 70 Esta afirmación de
Aparecida muestra la necesidad de la Palabra y de la Eucaristía, celebradas y vividas en
comunión con el Obispo de Roma,71 ya que «la Iglesia particular es totalmente Iglesia, pero
no es toda la Iglesia.»72
Por lo tanto, la experiencia comunitaria de la fe – en sus múltiples y variadas
manifestaciones – requiere de la comunidad diocesana como «casa y escuela de comunión,
de participación y de solidaridad.» 73 De suerte que todas las comunidades y estructuras
orgánico–funcionales de la Diócesis se impregnen de la identidad de pueblo sacerdotal y
asuman el rostro de una «comunidad misionera», saliendo al encuentro de: a) todos los
bautizados que aún no viven todas las exigencias de su fe, b) de todos cuanto aún no
conocen a Cristo – y, por ende, no creen en Él –, respondiendo, así, a los grandes problemas
e interrogantes del hombre contemporáneo,74 hombre concreto, de carne y hueso, que
únicamente en la respuesta a su ser religioso puede encontrar el sentido de la vida.75
Resulta evidente, entonces, que para llevar adelante este desafío de modo eficaz se
requiere de una «pastoral orgánica renovada y vigorosa» que dé cabida a cada comunidad
70
.- DA, 164.
71
.- DA, 165; cf. ChL, 85.
72
.- DA, 166.
73
.- DA, 167.
74
.- DA, 168.
75
.- Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 27–30.

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cristiana – «cada parroquia, cada comunidad educativa, cada comunidad de vida
consagrada, cada asociación o movimiento y cada pequeña comunicad» – en el seno de la
«pastoral orgánica» de la Diócesis,76 la cual, siendo un «proyecto pastoral», más que en el
método, encontrará su eficacia en el encuentro personal con Jesucristo, Pastor Bueno y
Buen Samaritano de todos los tiempos.
En lo que concierne al desarrollo de la conciencia de pertenencia, participación
responsable y compromiso misionero, la parroquia está llamada a desempeñar un papel
esencial. Este aspecto es particularmente significativo para la pastoral castrense, ya que el
«nuevo rostro» de las Capellanías deberá ser el de una parroquia específicamente
castrense. No es de ignorar la pobreza semántica que posee el término capellán. Tal es así
que, si recurrimos al Diccionario, entre las diversas acepciones del vocablo, encontramos:
«sacerdote que dice misa en un oratorio privado y frecuentemente mora en la casa;»77
«sacerdote que ejerce sus funciones en una institución, comunidad o casa particular.» 78 Algo
análogo sucede si nos remitimos al término capellanía, la definición que encontramos alude
solamente al derecho de un ingreso pecuniario por las funciones litúrgicas celebradas:

«fundación en la cual el capellán tiene derecho a cobrar el fruto de ciertos bienes


a cambio de la obligación de celebrar misas y otros actos de culto.» 79
Por su parte, el ordenamiento canónico vigente 80 le concede una riqueza
relativamente mayor al definirlo como « un sacerdote a quien se encomienda establemente,
al menos en parte, la atención pastoral de alguna comunidad o grupo de fieles, para que la
ejerza de acuerdo al derecho universal y particular.» 81 Y, para el caso de los capellanes
castrense les otorga un estatuto particular regido por «leyes especiales».82
En todo caso, si deseamos que nuestras diócesis castrenses asuman el desafío de
«renovación»83 inherente a un «estado de misión permanente» 84 – tal como lo reclama
Aparecida – tendremos que dar pasos concretos en orden a que nuestras «Capellanías–

76
.- DA, 169.
77
.- Diccionario de la Real Academia Española.
78
.- Diccionario de la Lengua Española (www.wordreference.com).
79
.- Ibídem.
80
.- Cf. can. 564–572.
81
.- Can. 564.
82
.- Can. 569.
83
.- DA, 365–372; cf. 9. 99. 100. 172. 173. 201. 294. 337. 443. 513.
84
.- DA, 213.

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Parroquias» sean verdaderas «comunidad de comunidades», 85 «casas y escuelas de
comunión»:86

...células vivas de la Iglesia y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los


fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial. 87
Es preciso que la categoría “capellán castrense” asuma una densidad muy
específica, cual es: a) la de DISCÍPULO y MISIONERO de Cristo y b) PASTOR y
PÁRROCO de sus hermanos, que desarrolla un ministerio pastoral diocesano en el ámbito
castrense, con sus peculiaridades. Es decir, no debemos perder de vista que el Capellán
ejerce su oficio como miembro de una DIÓCESIS CASTRENSE. Este desafío nos ha de
remitir constantemente a la identidad y al perfil del «Capellán Castrense / Sacerdote
Auxiliar», partiendo de la unidad jerárquica que se establece entre su ser y su obrar.
Al respecto, la Constitución Apostólica Spirituali Militum Curae, en su artículo VII,
al referirse al sacerdote que ha de desempeñarse como capellán castrense, establece que:

Dentro del ámbito designado a cada uno y sobre las personas que tienen
encomendadas, los sacerdotes que en el “Ordinariato” castrense son nombrados
capellanes, gozan de los derechos y están sujetos a las obligaciones de los
párrocos, a no ser que por la naturaleza del asunto o por sus estatutos
particulares conste otra cosa, siendo su jurisdicción cumulativa con el párroco
del lugar...88,
Por lo tanto, para alcanzar el perfil del sacerdote castrense que requiere nuestro
tiempo, será necesario encarar un proceso de renovación y de conversión estructural,
personal y comunitario, pues estamos llamados «a repensar profundamente y
relanzar con fidelidad y audacia [nuestra] misión en las nuevas
circunstancias latinoamericanas y mundiales», 89 para que nuestras
Parroquias sean «el espacio donde se recibe y acoge la Palabra, se celebra y se expresa en
la adoración del Cuerpo de Cristo, y, así, [sea] la fuente dinámica del discipulado
misionero»,90 en síntesis:

espacios de la iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe,


abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de
modo comunitario y responsable, integradoras de movimientos de apostolado ya

85
.- DA, 170–177.
86
.- DA, 170.
87
.- Ibídem.
88
.- El texto remite, además, al art. IV que trata de la jurisdicción del Ordinario Militar.
89
.- DA, 11.
90
.- DA, 172.

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existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los
proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades circundantes. 91
Ciertamente, habrá que repensar y reformular muchas estructuras, programas y
proyectos, pero – no nos engañemos –: este desafío «no depende tanto de grandes
programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen [la novedad del
Evangelio arraigada en nuestra historia], como discípulos de Jesucristo y misioneros de su
Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la
luz y la fuerza del Espíritu.»92
En este contexto, la cooperación e integración cumulativa con las Diócesis
territoriales93 – siempre en el respeto a lo establecido por el derecho y por los Estatutos
propios – se verá especialmente favorecida por la extensión territorial característica de los
Obispados Castrenses, dado su alcance nacional e, incluso, más allá de las fronteras de los
países cuando se asiste espiritualmente a las misiones de paz; de esta manera, podrá hacerse
realidad lo que Aparecida reclama94 haciéndose eco de la doctrina de la Carta Apostólica
del Beato Juan Pablo II, Apostolos suos,95 cuando habla de las «relaciones de hermandad
entre las diócesis y las parroquias»96 y de «una mayor cooperación entre las iglesias
hermanas.»97
Esta hermandad y cooperación debe encontrar su razón y fundamento en la «radical
forma comunitaria» del ministerio sacerdotal, que «sólo puede ser desarrollado como una
"tarea colectiva"».98 Por lo tanto, la formación inicial y permanente de nuestros sacerdotes,
«en sus cuatro dimensiones humana, espiritual, intelectual y pastoral», 99 ha de ser una
prioridad impostergable; centrándose en una «pastoral presbiteral que privilegie la
espiritualidad específica y la formación permanente e integral de los sacerdotes.» 100 Y bien
sabemos que el ejercicio de la pastoral castrense requiere de una preparación específica,
atenta a las peculiaridades del ámbito donde ha de desarrollarse; no en vano el Decreto
conciliar Christus Dóminus, al referirse a lo que por entonces se llamaba Vicariatos
91
.- DA, 170, citando: Exhortación Apostólica Ecclesia in America, 41.
92
.- DA, 11.
93
.- Cf. Spirituali Militum Curae, art. IV, 3°; art. VII. Estatutos O.C.A., art. 7, a).
94
.- DA, 182.
95
.- Sobre la naturaleza teológica y jurídica de la Conferencia de los Obispos; 21 de mayo de 1998.
96
.- AS, 33.
97
.- Ibíd., 74.
98
.- DA, 195, citando: Pastore davo vobis, 17.
99
.- DA, 194, citando: Pastore dabo vobis, 72.
100
.- DA, 200.

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Castrenses,101 se refería a la labor desempeñada por los capellanes como «difficili operi» y
«gravi muneri», en razón de lo cual la especificidad de la formación y, por ende, de la
espiritualidad castrense no puede ser descuidada tanto en el discernimiento vocacional de
nuestros candidatos al sacerdocio, cuanto en quienes ya se encuentran abocados a esta tarea
pastoral.
Sobre la necesidad de un «proyecto orgánico de formación» – que, obviamente,
también debe incluir la formación de los sacerdotes –, el mismo documento de Aparecida,
llama a tener «en cuenta todas las fuerzas vivas de la Iglesia particular», en especial, «la
presencia y contribución de laicos y laicas en los equipos de formación» en razón de la
riqueza original de su aporte, «desde sus experiencias y competencias [ofreciendo]
criterios, contenidos y testimonios valiosos para quienes se están formando», 102
participando – además – «del discernimiento, la toma de decisiones, la planificación y la
ejecución» del proyecto pastoral de la Diócesis. 103
Si tenemos en cuenta la especificidad de la pastoral castrense, escuchar a los fieles
que nos han sido encomendados y valorar su aportes en orden a los planes pastorales y
proyectos de formación, ha de ser una forma concreta de responder a sus mismas
necesidades y a las exigencias de renovación que estos tiempos culturales y sociales nos
imponen.
De modo que si ponemos manos a la obra en la conversión pastoral y renovación
misionera que ha de animar nuestra Misión Continental, tendremos que hacer de nuestras
parroquias verdaderos «centros de irradiación misionera..., lugares de formación
permanente... que aseguren el acompañamiento y la maduración de todos los agentes
pastorales y de los laicos insertos en el mundo»104 castrense.
Se impone, entonces, una «pastoral de conjunto», 105 con especial atención a la
«pastoral vocacional»,106 la «pastoral juvenil»107 – «opción preferencial por los jóvenes»108 –
y la «pastoral familiar».109 Con respecto a este punto, la labor de nuestros Obispados
101
.- Cf. n. 43.
102
.- DA, 281.
103
.- DA, 371.
104
.- DA, 306.
105
.- DA, 296. 314. 475.
106
.- DA, 314. 446.
107
.- DA, 463.
108
.- DA, 446.
109
.- DA, 99. 302. 435. 437. 463.

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Castrenses se ve singularmente favorecida y – hasta podríamos decir – privilegiada porque
el núcleo familiar que gira en torno a las fuerzas armadas y de seguridad, y el número
significativo de jóvenes en sus institutos de formación y adultos jóvenes en el ejercicio
activo de sus filas constituyen el terreno propicio para llevar a cabo una «catequesis social
incisiva»110 y una labor pastoral «intensa y vigorosa», 111 especialmente creando
«comunidades de familias»112 que, viviendo el Evangelio, puedan regenerar las estructuras
perversas y sanar los corazones aquejados por la tibieza, asumiendo protagonismo en «la
acción social y política y el cambio de estructuras» 113 que tanto reclaman la sociedad
democrática y pluralista de nuestro días.

III. SIÓNTESIS

En vista de lo expuesto, podemos concluir que todas nuestras estructuras eclesiales


y planes pastorales deben imbuirse de una «firme decisión misionera», 114 lo cual «implica
escuchar con atención y discernir "lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias" (Ap 2, 29)
a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta.» 115 La atención diligente
al contexto sociocultural concreto116 donde hemos de desplegar nuestra presencia de
discípulos y misioneros de Cristo, debe ir marcando el rumbo «de una renovación eclesial,
que implica reformas espirituales, pastorales y también institucionales.»117
La «espiritualidad de comunión y participación»,118 signada por la
corresponsabilidad, el compromiso, el diálogo y la participación de todos en la vida
diocesana, es una «urgencia pastoral».119

110
.- DA, 505.
111
.- Cf. DA, Discurso Inaugural; 169. 435.
112
.- DA, 372.
113
.- DA, 446.
114
.- DA, 365.
115
.- DA, 366.
116
.- DA, 367.
117
.- Ibídem.
118
.- DA, 368.
119
.- Ibídem.

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El modelo ejemplar planteado por las primeras comunidades cristianas, «que
supieron ir buscando nuevas formas para evangelizar de acuerdo con las culturas y las
circunstancias»,120 tiene que impregnar el espíritu pastoral de nuestros Obispados
Castrenses para que sea decididamente misionero,121 saliendo al encuentro122 de nuestros
fieles a semejanza de CRISTO que «salió al encuentro de personas en situaciones muy
diversas: hombres y mujeres, pobres y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores…,
invitándolos a todos a su seguimiento.»123 De esta manera, podremos contribuir a la
«Iglesia sin fronteras, Iglesia familiar... al servicio pastoral de los hermanos en
movilidad»,124 tal como bien podríamos considerar a los fieles de nuestra jurisdicción
castrense en virtud de su peculiar modo de vida.
Nuestro «estilo pastoral», adecuado a la realidad castrense, y nuestra «presencia
profética» exigirá un «plan pastoral orgánico y articulado», 125 que incluya la colaboración
interdiocesana, y que haga hincapié en el «proceso de iniciación cristiana y de formación
permanente... integrando el conocimiento, el sentimiento y el comportamiento.» 126
Asimismo, nuestra incorporación orgánico–funcional en los ámbitos donde se despliega
nuestra actividad misionera ha de exigir, tal como lo precisa Aparecida, «una mayor
presencia en los centros de decisión... para velar por el bien común y promover los valores
del Reino.»127 Sin desconocer lo delicada de esta cuestión e, incluso, los riesgos de cierta
deformación ideológica en torno al ejercicio del poder temporal, no podemos
desentendernos de la dimensión institucional de nuestra labor pastoral, la cual reclama un
128
conveniente conocimiento del medio militar, como así también la competencia «en el
manejo de las diversas situaciones espirituales o morales que se presentan en la vida
militar» para comprender «el marco de referencia en que se mueven los hombres que
integran la misma, y el rol»129 que tenemos que desempeñar como Párrocos y Pastores de
nuestros fieles. De allí que será nuestra obligación la orientación humano y vocacional de la
120
.- DA, 369.
121
.- DA, 370.
122
.- DA, 168. 226. 241. 242. 297. 370. 540. 548.
123
.- DA, 147.
124
.- DA, 412.
125
.- DA, 518.
126
.- DA, 518, d).
127
.- DA, 518, j).
128
.- Cf. Instrucción sobre aspectos del trabajo pastoral de los Capellanes de las Fuerzas Armadas y de
Seguridad, O.C.A., (22 de febrero de 2003), n° 21.
129
.- Ibíd., n° 25.

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persona,130 obrando como padre espiritual, amigo y consejero. 131 El énfasis espiritual,
moral y religioso puesto de manifiesto en nuestra presencia y pastoral también debe irradiar
en todos los ámbitos de nuestra competencia – también aquellos que hacen al bien común
general de nuestros fieles – sin que se desdibuje el misterio de nuestra representación
capital de Cristo.
En definitiva, el «despertar misionero» que se impone en nuestro horizonte nos
invita a llevar «nuestras naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin
miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes
sorpresas.»132

Mons. Pedro Candia

Administrador Diocesano

Obispado Castrense de Argentina

130
.- Ibíd., n° 28.
131
.- Ibíd., n° 27.
132
.- DA, 551.

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