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Repensar la reforma, Reformar el pensamiento, el autor desarrolla su idea del pensamiento complejo,
aplicado en particular al proceso educativo. Retoma la afirmación de Montaigne: “Más vale una cabeza
bien puesta que una repleta”. Propone una reforma de la enseñanza, pero plantea que esta reforma
sólo será posible a partir de una reforma del pensamiento.
Las universidades del mundo forman una proporción muy grande de especialistas. La
especialización y la división impiden ver los conjuntos complejos, las interacciones y retroacciones
de las partes y el todo, las entidades multidimensionales y los problemas esenciales. La división en
disciplinas hace imposible aprehender lo que está junto, es decir, lo complejo. Nos enfrentamos al
desafío de la complejidad. Los problemas son cada vez más multidimensionales y la “parcelación”
del conocimiento impide abordar la multidimensionalidad. Desde la escuela primaria nos enseñan a
aislar los objetos de su entorno, a dividir los problemas antes que a integrarlos. Nos inducen a
reducir lo complejo a lo simple. El autor plantea tres desafíos:
El desafío cultural.-
Parte de una afirmación de Michel de Montaigne: más vale una cabeza bien puesta que una
repleta. Según Morin, una cabeza bien puesta es aquella capaz de plantear y analizar problemas,
que dispone de principios organizadores para vincular los saberes y darles sentido. Morin refuta la
opinión generalizada de que una inteligencia general es débil en el análisis de casos particulares.
Por el contrario, sostiene que las aptitudes generales del pensamiento facilitan el tratamiento de
problemas especiales. Señala la importancia del libre ejercicio de la curiosidad, que no puede ser
incluida en ningún programa pero sí fomentada por los educadores, y de la duda, “germen de toda
actividad crítica”. El lugar de la filosofía es fundamental: los filósofos deben contribuir al desarrollo
del espíritu problematizador y hacer aportes interrogativos y reflexivos al conocimiento científico y a
la literatura. La organización del conocimiento debe primar, debemos evitar la acumulación estéril.
Desarrollar la capacidad de contextualizar los saberes es el mayor imperativo de la educación.
Retoma a Pascal y señala que no se puede conocer el todo sin conocer las partes y no se pueden
conocer particularmente las partes sin conocer el todo. Las nuevas ciencias - ecología, ciencias de
la tierra, cosmología - son transdisciplinarias. En ese sentido, rompen con los viejos esquemas y se
nutren de múltiples disciplinas ante un objeto complejo. De todos modos, esto no está generalizado
y la desunión entre ciencias sigue siendo dominante. Es imprescindible superar esta ruptura para
tener la cabeza bien puesta.
El mayor aporte del conocimiento desarrollado en el siglo XX es el descubrimiento de los límites del
conocimiento. Debemos crear las condiciones para afrontar la incertidumbre, el caos que se oculta
detrás de la ley. La termodinámica y las teorías de la organización del cosmos
(creación/destrucción/creación) hacen dialogar al orden y al desorden. Carecemos absolutamente de
certezas sobre la aparición de la vida, sobre su carácter necesario o milagroso, inevitable o casual.
Existen tres tipos de incertidumbre: la incertidumbre cerebral; el conocimiento no es nunca un reflejo
de lo real, sino una representación. Esto conlleva el riesgo del error. La incertidumbre psíquica; el
conocimiento de los hechos siempre es tributario de la interpretación. Y la incertidumbre
epistemológica, la de las crisis de fundamentos de certeza en filosofía (Nietzsche) y
ciencia (Bachelard, Popper, Kuhn) Conocer no es llegar a la verdad, sino dialogar con la incertidumbre.
Para hacerlo debemos hacer una apuesta. La apuesta implica integrar la incertidumbre a la fe o a la
esperanza. La fe es el camino más preciado de la cultura europea, junto
con la racionalidad autocrítica.
Morin considera que debe ser superado el poder absoluto del Estado-Nación. Los grandes problemas
tienden a ser transnacionales y planetarios y necesitan sistemas asociativos metanacionales.
Las identidades nacionales (su comunidad, sus mitos, su “religión” nacional) son incapaces de afrontar
los problemas actuales que exige la conciencia de una identidad terrícola. Se debe fomentar la
conciencia del ciudadano como tal y la conciencia de su pertenencia a una nación. Pero también su
inscripción dentro de un colectivo planetario Sólo se es ciudadano si se es solidario y responsable,
debemos hacerlo sintiendo como propia la identidad terrícola.
En la educación primaria habría que partir de interrogantes primarios. ¿Qué es el ser humano? ¿Qué es
el mundo? ¿Qué es la verdad? La finalidad de la cabeza bien puesta se favorecería con un programa
interrogativo y reflexivo que partiera del ser humano. De esta manera, las disciplinas estarían unidas
desde un comienzo y al profundizar después en cada una, ya estarían contextualizadas e integradas
sobre una base común. Hay que enseñar que las cosas no son sólo cosas sino entidades inscriptas en un
entorno, sólo definidas y denominadas en relación a un contexto. Hay que superar la causalidad lineal
y pensar la causalidad circular.
La enseñanza secundaria debe ocuparse de lo que “debe ser la verdadera cultura”, la que establece
el diálogo entre las ciencias humanas y la ciencia, considerando a la literatura como escuela de vida.
Los nuevos contextos: el Universo, la Tierra, la vida, lo humano. La enseñanza de humanidades debe
ser magnificada. Los docentes deben educarse en el conocimiento del mundo adolescente y su cultura
y de la cultura de los medios masivos.
El carácter conservador de la Universidad puede ser vital o estéril. Si la conservación es dogmática no
sirve. Su misión es trans-secular, es la comunicación, la transmisión y el enriquecimiento del
patrimonio cultural. El diálogo con la sociedad debe ser permanente y la Universidad debe, en un
punto, adaptarse a las necesidades de la sociedad contemporánea, pero sin ceder a una
sobreadaptación que la llevaría a la muerte. Una reorganización general de las disciplinas posibilitaría
la creación de una Facultad que reúna ciencia, filosofía y epistemología.
Habría que crear una Facultad de la Tierra (ciencias de la tierra, ecología, geografía física y
humana), una del Cosmos (física, cosmología, filosofía) , del Conocimiento (ciencias cognitivas,
filosofía de conocimiento y epistemología), de la Vida (ciencias biológicas), de lo Humano (prehistoria,
antropología biológica, antropología cultural, ciencias humanas y sociales y
económicas), una Facultad de los problemas de la globalización y mantener una Facultad de
Letras que profundice lo que allí se estudia y que integre otras artes, como el cine. Además,
habría que ceder un diezmo epistemológico, un diez por ciento de los cursos de todas las disciplinas a
una enseñanza común dedicada al conocimiento de las determinaciones y presupuestos del
conocimiento, la racionalidad, la cientificidad, la objetividad, la interpretación, los problemas de la
complejidad y la interdependencia entre las ciencias.
De acuerdo a los principios cartesianos del Discurso del Método, debemos dividir el conocimiento en
tantas partes como nos sea posible para resolverlas. Con Galileo, el campo de lo cognoscible se redujo
a lo mensurable. Estos principios, sostiene Morin, mostraron sus límites y es preciso un pensamiento
que dé cuenta de que el conocimiento de las partes requiere del conocimiento del todo y que el
conocimiento del todo depende del conocimiento de las partes. La reforma del pensamiento generará
un pensamiento del contexto y de lo complejo.
El pensamiento que vincula reemplazará la causalidad unidireccional por la multirreferencial. Morin
enuncia siete
principios para la reforma:
Las reformas cuantitativas en la educación (reclamo generalizado por más docentes, más
presupuesto) son necesarias. Pero se trata de pequeñas reformas. No se pueden reformar las
instituciones sin reformar previamente las mentes, alcanzando un conocimiento que vaya más
allá de la especialización. “El reinado de los especialistas es el reinado de las ideas generales
más vacías, la más vacía de todas es la que sostiene que no es necesaria la idea general.” La
reforma del pensamiento es “una condición sine qua non para salir de la barbarie”
Contribuciones de La Cabeza bien puesta
Aspectos a desarrollar
Las críticas al estado actual de la Academia son claras. La crítica del sistema es sólida.
Pero para que la propuesta se pueda llevar adelante la reforma, es necesario definir o explicar,
mostrar de alguna manera, qué es “la parte poética de nuestras vidas”. Cuando llegamos a este
punto se nos nubla la vista. Y si nos ocurre esto a nosotros, científicos sociales (¿existe tal
cosa?), ¿cómo persuadir al matemático, al médico, al economista? ¿Cómo concibe un
otorrinolaringólogo “la parte poética” de su vida? Un mayor desarrollo en este punto nos
liberaría de la atmósfera voluntarista que suele rodear cualquier proyecto de reforma.
Algo similar se puede decir de la idea de misión y de fe. Comparto con el autor la idea de la
misión del docente, pero estas palabras están muy asociadas al orden de lo místico.
Acompañamos a Morin en su intención, pero creo que estas palabras dificultan la persuasión. Y
sin persuasión no habrá reforma.