Professional Documents
Culture Documents
La HONRA DEL
MINISTERIO
O El llamamiento según Dios O
ISBN: 978-0-9841373-0-5
Dedicatoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 525
Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 535
D
edico esta obra a los hombres y mujeres llamados por Dios al santo
ministerio, pero de manera especial, y por mandato del Señor, a
Domingo Aracil, siervo de Dios, quien pastorea la iglesia evangélica
“Casa de Oración”, en Cartagena, España. Él fue el instrumento que Dios
usó para establecer esa congregación, y de la misma han salido una docena
de pastores al ministerio. El pastor Aracil ha servido en el ministerio pastoral
(junto con su esposa Josefa Moreno) durante treinta y seis años. Ellos están
casados por cincuenta y un años, y han procreado ocho hijos, los cuales les
han dado veintiséis nietos.
Este hombre no posee ni fama ni renombre, pero su servicio ha logrado
agradar al Señor. Dios le dice al pastor Domingo: «Tu labor ministerial ha
sido para mí como el perfume de nardo puro, de mucho precio, con el cual
aquella mujer ungió mi cuerpo y me preparó para la sepultura. Por tanto, digo
de ti como dije acerca de ella:“…dondequiera que se predique este evangelio, en
todo el mundo, también se contará lo que [éste] ha hecho, para memoria de [él]”
(Mateo 26:13)». Dios me ha elegido a mí y a este libro para honrar pública-
mente un ministerio que le ha honrado a Él, y decirle a su siervo Domingo:
“… para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recom-
pensará en público” (Mateo 6:4).
En este tiempo existen dos clases de ministros: los que se ocupan de ven-
der su ministerio, y los que hacen del ministerio su ocupación (Lucas 2:49).
M
e es imposible prologar esta obra sobre la honra del ministerio, sin
quedarme abismada como le ocurrió a Job y de igual manera excla-
mar: “¡En Dios hay una majestad terrible!” (Job 37:32). ¿Quién con
labios inmundos podría invocarle? ¿Muéstrenme aquel que pudiera nombrar
ese nombre admirable y magnífico, sin antes caer postrado ante Su excelsitud?
Por la grandeza de Su poder y lo asombroso de sus obras se da a conocer el
Dios Altísimo, cuya magnificencia no tiene límites. Quien le conoce no pue-
de hacer otra cosa que no sea adorarle. Él se viste de honra y hermosura, y
desde sus alturas visita a sus criaturas. Santo, santo, santo es el Señor Dios
Todopoderoso, cuya grandeza es inescrutable.
Con todo, eso que lo hace a Él el Dios vivo
y verdadero es lo que más cuestionan los hom-
bres. Ellos no pueden comprender que siendo el “Estar
Dios grande, se haga pequeño; que Aquel que conscientes de
habita en las alturas se acerque a los contritos nuestra propia
de espíritu; que siendo el Santo, salve a los que- pecaminosidad
brantados de corazón; que Aquel que los cielos
y los cielos de los cielos no lo pueden contener, es un paso
pueda habitar en medio de los hombres; que gigante hacia
siendo el Invisible, se haga tangible; que sien- la santidad”
do el Inmarcesible y habite en santidad se haga
precioso ungüento, aceite suave que cura la dolorosa llaga y venda las profun-
das heridas. ¡Ay, qué consuelo de amor! ¡Qué fortísima esperanza! ¡Ay, qué
misericordia! ¡Qué inmensa ternura! ¡Qué confortamiento en Cristo Jesús!
En este libro solo hay un vivo pensamiento y es que nadie puede estar en
el ministerio, si no es llamado por Dios. En esta afirmación, aunque el pastor
Fernández denuncia una práctica que viene escalando cada día más en la vida
eclesiástica, no es confrontativa, sino apelativa, llamando a la iglesia a volver
al orden, a seguir y a respetar lo que Dios estableció. Cuando Israel bendijo
a los hijos de José cambió la posición de las manos, y su diestra puso en el
menor, dándole la bendición de la primogenitura que pertenecía a Manasés,
lo cual trató de impedirlo José más de una vez (Génesis 48:14). Así hay quie-
nes llaman personas al ministerio que Dios no ha señalado, y se disgustan
cuando ven que el llamado al ministerio es otro que él no escogió, por lo que
tratan de impedirlo, cruzándose en el medio y tomando las manos antes que
les sean impuesta, y gritan: «¡Nooo! no hagas eso, Señor. “No así, padre mío,
porque éste es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza” (Génesis
48:17,18). Pero, lo que ha determinado Dios “¿… quién lo impedirá? Y su mano
extendida, ¿quién la hará retroceder?” (Isaías 14:27). Ayúdenos Dios a corres-
ponderle a tan alto llamamiento, pues como dijo Simón Bolívar: “dichosísi-
mo aquel que corriendo por entre los escollos de la guerra, de la política y de
las desgracias públicas, preserva su honor intacto”. El apóstol Pablo, por causa
de su llamamiento, sufrió muchas penalidades, hasta prisiones, y ser tratado
como un malhechor (2 Timoteo 2:9), pero lo que es de Dios está por encima
de todas las cosas.
¿Acaso de Nazaret podría salir algo bueno? Pero Dios lo hizo (Juan 1:46),
por tanto, la carta de recomendación de un hombre llamado por Dios no
es carne, sino fruto, no son cualidades, sino carácter. Es cierto que Su lla-
mamiento nos desnuda, pero para Él revestirnos; Su llamamiento nos quita
las fuerzas, pero Su poder se perfecciona en nuestra debilidad; Su llamamien-
to nos trae grandes conflictos, para Él darnos Su paz; Su llamamiento nos
enmudece, para Él hablar; Su llamamiento nos hace desfallecer, al punto que
no podemos estar en pie, para Él levantarnos. Sí, a pesar de nuestras circuns-
tancias, de nuestras caídas, la Palabra de Dios sigue firme, erecta, indemne,
incólume. Nosotros no somos el modelo, la estampa es Jesús; Él es el molde.
Mirémosle a Él como la esfinge levantada en nuestro desierto, para ser salvos
y librados de toda caída y tentación.
Nunca olvidaré el día de mi ordenación, el consejo que recibimos, jun-
to a otros ministros, del presbiterio de la iglesia, de la boca del pastor Juan
Marítza Mateo-Sención
Editora
C
uando el Señor instruyó a Moisés con relación a la consagración de
Aarón, y de sus hijos, Él le dijo: “Esto es lo que les harás para consa-
grarlos, para que sean mis sacerdotes (…) llevarás a Aarón y a sus hijos
a la puerta del tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua” (Éxodo 29:1,4).
Aunque lo primero que menciona es lavarlos, está sobreentendido que antes
fue necesario desnudarlos o desvestirlos. Esto nos enseña que antes de ser
ceñidos de la vestidura de la honra ministerial es absolutamente necesario
que seamos despojados de nuestras vestiduras viles o comunes. De la misma
manera que para vestirnos del nuevo hombre es menester despojarnos del
viejo, que está viciado conforme a sus deseos engañosos (Efesios 4:22-32), así
también para vestirnos de las vestiduras santas del ministerio, Dios requiere
que seamos desnudados de toda vestimenta común o humana.
El apóstol Pablo dijo: “y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la
justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24). Debido a que el nuevo hombre
fue creado “según Dios”, “conforme a Dios” y “en conformidad a la naturaleza
divina”, lleva en sí mismo el carácter de Dios: justicia y santidad de la verdad.
Notemos como lo explica el apóstol Pablo a los colosenses: “Pero ahora dejad
también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras des-
honestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado
del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la
imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno (…) Vestíos,
santificar el nombre del Señor. Los ministros son consagrados para ocuparse
del servicio a Dios, y a través del santo oficio que ellos ejecutan, el Señor es
santificado y glorificado delante del pueblo. Solo con lo que es de Dios se
debe hacer lo de Dios.
¿Qué es fuego extraño? La Escritura responde: aquel “que él nunca les
mandó” (Levítico 10:1). ¿Qué es vestidura común? Aquella que no es sacer-
dotal, la nuestra, la humana, la que usamos para las actividades personales.
Notemos lo que el Señor dijo a Aarón, después de la muerte de sus dos hijos:
“Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo
de reunión, para que no muráis; estatuto perpetuo será para vuestras genera-
ciones, para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y
lo limpio” (Levítico 10:8-10). Es evidente que estos hombres estaban ebrios
cuando se atrevieron a cometer esa locura en el santuario de Dios. Se necesita
sobriedad espiritual para “poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo
inmundo y lo limpio” (v. 10). Creo que lo que hizo errar a Nadab y Abiú fue
el efecto del vino y la sidra en ellos. Muchas veces estamos intoxicados con
vino de nuestro ego y emborrachados con la sidra de nuestra autosuficiencia.
Entonces, deliramos y nos despojamos del efod sacerdotal y nos vestimos con
el atavío del humanismo, el atuendo de nuestra iniciativa, la indumentaria del
intelectualismo, y la ropa de nuestras convicciones, para entrar al santuario de
Dios a realizar el santo oficio. Sin embargo, el Señor nos enseñó que cuando
Él consagra a un ministro, primero lo desnuda y lo despoja de toda ropa suya:
humana y terrenal.
No se debe entrar al santuario de Dios o acercarnos a su presencia con
vestiduras comunes y viles. Ninguna vestidura es adecuada para ministrar a
Dios, ni aun las finísimas de los reyes de la tierra, sino solo el efod, diseñado
exclusivamente para el oficio ministerial. David entendió tanto esta enseñan-
za que se despojó aun de su vestidura real –que en el caso de él era común-,
para vestirse con el efod de lino y ministrar al Señor (2 Samuel 6:14-23). Para
Mical, la esposa de David, él se había deshonrado, porque “se descubrió” o se
despojó de la ropa real. Para ella, por su miopía, su esposo se hizo vil, pero era
todo lo contrario, lo vil hubiera sido ministrarle a Dios con vestidura común,
aunque fuera real. David fue honrado, no solo por sus criados, sino por Dios,
y aun por la posteridad. Hoy sucede lo mismo, los ministros que se despojan
de todo lo humano y se visten de lo divino, para realizar con santa dignidad
el ministerio de Dios, son tratados con menosprecio y vistos como ridículos,
pero a los ojos de Dios son muy honrados y estimados.
Dios que el manto ministerial represente la pureza y dignidad del servicio que
desempeñamos para Él; y que nuestro caminar produzca notas y sonidos que
hagan recordar a la gente lo celestial. El policía y el bombero visten uniformes
que lo identifican con su institución, el ministro también posee una represen-
tación, de forma que todo lo que él es y realice lo identifica con Dios.
Los ministros son de Dios, y Dios es de los ministros. La consagración
de un ministro es una dedicación a Dios. Cuando Ana ofreció a su hijo
Samuel a Jehová, ella dijo: “Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le
pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová” (1 Samuel 1:27, 28). La palabra
“dedicar” significa literalmente “transferir”. Ella lo transfirió a Jehová y
por eso también dijo: “todos los días que viva, será de Jehová” (V. 28). En la
consagración u ordenación al ministerio, somos transferidos al Señor, eso
significa que ya dejamos de ser nuestros o de los demás, y pasamos a ser
exclusivamente para Dios y su propósito (Números 8:11-17). La vestimenta
ministerial que recibimos no es más que la representación de la consagra-
ción a Dios y a su servicio. La vestimenta de Aarón y de los sacerdotes es una
tipología perfecta de lo que representa el ministerio para Dios. De la misma
manera que la salvación está simbolizada con el manto inmaculado de la
justicia del Señor Jesús, así también la vestidura sacerdotal es una represen-
tación del oficio ministerial. El vestido representa el ministerio, porque el
ministro representa a Dios.
La mitra del sumo sacerdote -que era parte de su ornamento-, tenía una
lámina de oro fino, con una grabadura de sello que decía: “SANTIDAD A
JEHOVÁ” (Éxodo 28:36). Esto nos sirve de ilustración de la consagración a
Dios y a su servicio. La santidad es más que un requisito de Jehová para sus
ministros, constituye una insignia distintiva, una señal visible y manifiesta
del carácter de la persona que los ministros representamos, esto es a Dios y a
Su reino. La ordenación de Aarón y sus hijos terminó con el ungimiento con
el aceite de la consagración. La instrucción divina continua diciendo: “Y harás
vestir a Aarón las vestiduras sagradas, y lo ungirás, y lo consagrarás, para que sea
mi sacerdote. Después harás que se acerquen sus hijos, y les vestirás las túnicas; y
los ungirás, como ungiste a su padre, y serán mis sacerdotes, y su unción les servirá
por sacerdocio perpetuo, por sus generaciones” (Éxodo 40:13-15). Podemos decir
que cuando Aarón y sus hijos fueron desnudados y bañados estaban siendo
preparados para la consagración. El acto de ser vestidos con los ornamen-
tos sacerdotales era una señal de idoneidad para la hermosísima investidura.
Ellos recibieron la honra de representar a Dios y además fueron delegados y
autorizados para ejercer el santísimo oficio. El ungimiento con el aceite de la
comió miel de su cuerpo, violando su voto; dio de comer a sus padres y los
hizo violar a ellos también la ley. Aún así, el Señor halló en esto ocasión, para
destruir a los adversarios de su pueblo (Jueces 14:1-5; 15:20). c) Se enamoró
de Dalila, y le reveló el secreto de su fuerza. El nombre Dalila significa “lan-
guidez”, “debilidad”, “flaqueza”, “de poca fuerza”. Esto revela que la debili-
dad venció su fuerza, pero Dios venció, no con la fuerza, sino con la debilidad
de Sansón. d) El león que Sansón mató lo representa a él: fuerte, pero muerto.
Mas, fue después de muerto que del león salió la dulzura de la miel (Jueces
14:14,18), y en Sansón aconteció lo mismo: muriendo logró más que viviendo
(Jueces 16:28-30). Su enigma decía: “Del devorador salió comida, Y del fuerte
salió dulzura” (Jueces 14:14). Sansón era fuerte y devorador como león, pero
con las mujeres era tierno y dulce como la miel, y esto se convirtió en debili-
dad (Jueces 14:15-17; 16:6-19). Dios lo ungió con fuerza para vencer a los
enemigos y tuvo que debilitarlo hasta la muerte, para poder lograr su propó-
sito con él. Solo así salió miel del fuerte y del devorador. La fuerza del
ministro es su consagración al Señor; Solo cuando vivimos el pro-
pósito de nuestro llamamiento somos hermosos y fuertes.
Jehová dijo a Moisés: “Y harás vestiduras sagradas a Aarón tu hermano, para
honra y hermosura” (Éxodo 28:2). Este texto nos sirve de conclusión y confir-
mación de que la vestidura sagrada de la consagración representa la honra y her-
mosura de Dios en el ministerio. Por tanto, quiero terminar esta introducción
con la experiencia de Josué, el sumo sacerdote del tiempo de la restauración.
Leamos, a continuación, lo que aconteció a este hombre de Dios: “Me mostró al
sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a
su mano derecha para acusarle. 2 Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh
Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arre-
batado del incendio? 3 Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del
ángel. 4 Y habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo: Quita-
dle esas vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he
hecho vestir de ropas de gala. 5 Después dijo: Pongan mitra limpia sobre su cabeza.
Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y le vistieron las ropas. Y el ángel de
Jehová estaba en pie. 6 Y el ángel de Jehová amonestó a Josué, diciendo: 7 Así dice
Jehová de los ejércitos: Si anduvieres por mis caminos, y si guardares mi ordenanza,
también tú gobernarás mi casa, también guardarás mis atrios, y entre éstos que aquí
están te daré lugar” (Zacarías 3:1-7). Este pasaje está lleno de enseñanzas, pero
me gustaría connotar algunas interrogantes de esta abstracción.
¿Cuándo Satanás lanzó sus dardos acusadores contra el sumo sacerdo-
te? ¿Qué momento aprovechó el adversario para acusar al ungido de Jehová?
Notemos lo que dice: “Y Josué estaba vestido de vestiduras viles” (v. 3). Esto quie-
re decir que no estaba vestido de su ropa de sumo sacerdote, sino de su ropa
común; o estaba vestido de sumo sacerdote, pero con su ropa sucia. Pongamos
atención a la orden del ángel: “Quitadle esas vestiduras viles” (v. 4), y después
dijo: “Pongan mitra limpia sobre su cabeza” (v. 5), y añade: “Y pusieron una
mitra limpia sobre su cabeza, y le vistieron las ropas” (v. 5). Infiero, entonces, que
el diablo lo acusaba porque Josué estaba con su ropa común o tenía las vestidu-
ras sacerdotales ensuciadas. Esto nos revela que hay dos ocasiones en el minis-
terio cuando somos vulnerables: primero, cuando estamos vestidos con nuestra
indumentaria humana, ya sea porque no hemos sido desnudados y bañados,
como hemos enseñado, o porque después de haber sido vestidos del manto de
la consagración, preferimos ministrar a Dios con la ropa del humanismo, y con
“… filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los
rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2:8).
La segunda manera que somos vulnerables a las acusaciones de Satanás y
nos exponemos a la vergüenza, es cuando vestidos de las vestimentas ministeria-
les, las ensuciamos viviendo de una manera que no es digna de lo que somos y
representamos. El ángel dio dos instrucciones a favor de Josué, las cuales poseen
la fórmula restauradora de Dios para los ministros que han perdido su digni-
dad, por haber obrado de las dos maneras mencionadas. La primera es “Quitadle
esas vestiduras viles”, lo que significa ser desvestido, entonces El Señor nos dice:
“Mira que he quitado de ti tu pecado y te he hecho vestir de ropas de gala” (v. 4). La
segunda es “Pongan mitra limpia sobre su cabeza” (v. 5). La orden del ángel fue
obedecida, y a Josué lo vistieron con toda la vestimenta de sumo sacerdote, pero
lo que Jehová empleó para representar el cambio de indumentaria fue la mitra.
Era en la placa de la mitra que el sumo sacerdote tenía grabada la inscripción:
SANTIDAD A JEHOVÁ (Éxodo 28:36-38). En ese grabado estaba no solo
lo que Dios esperaba del sumo sacerdote, sino lo que este representaba delante
del pueblo. ¡Qué glorioso mensaje para todos los ministros de esta generación!,
sobre todo para aquellos que por alguna debilidad no han vivido de acuerdo a la
honra de la dignidad recibida del cielo. Yo bendigo al Señor porque nos brinda
una manera honrosa de ser vindicados y restaurados.
Nuestro Dios es Dios de restauración. Él nos ofrece, a través del men-
saje de este libro, una oportunidad de volver a ataviarnos nuevamente con
el ornamento sagrado de la “ honra y hermosura” (Éxodo 28:2). El propósito
de este libro es revelar cómo es el llamamiento según Dios, y de acuerdo a
la naturaleza de Su reino, porque creo que es la única manera de restaurar la
honra del ministerio.
propósito. Por tanto, ¿cómo será que Dios nos llama para hacer algo para Él
y lo estemos haciendo de acuerdo a la invención de nuestro propio corazón?
Por eso, en este tiempo que Dios está restaurando todo en conformidad a Su
reino y a Su corazón, se ha propuesto también devolver la honra al ministerio
de la iglesia. El Señor nos muestra que solo hay una manera de devolver al
ministerio cristiano la honra que ha perdido y es regresando al camino de
los apóstoles y profetas que nos ministraron la Palabra de Dios. Ellos vivie-
ron y nos enseñaron lo que es el llamamiento según Dios. Es necesario que
encontremos el camino, para no seguir extraviados. Regresemos y busquemos
cuidadosa y exactamente el lugar donde comenzó nuestro extravío, y desde
allí retomemos nuevamente la senda de nuestro caminar. El propósito de este
libro es justamente ese, enseñarnos a regresar al camino de la honra, realizan-
do un ministerio según y conforme a la voluntad de Dios.
Existe un animal carnívoro, muy pequeño y delicado, que habita en cier-
tos lugares de Europa y Asia, llamado armiño. Su piel suave y apreciada, par-
da en verano y blanquísima en invierno, es símbolo de lo puro e inmaculado.
Debido a que ésta es muy valiosa, los cazadores la procuran, y han descubierto
un método fácil para cazarlos por lo siguiente: cuando el armiño se ve frente
al lodo, para evitar ensuciar su linda y nítida piel, se paraliza y permanece
inmóvil, convirtiéndose en una presa fácil para los cazadores. El armiño pre-
fiere la muerte antes que manchar su precioso traje con el cual Dios lo ha
vestido. Con esta misma determinación, los ministros debiéramos cuidar y
preservar nuestro atavío. Por lo cual, a todos los hombres y mujeres que han
recibido la honra del ministerio y han sido consagrados a Dios, a través de la
vestidura sacerdotal y el ungimiento por el aceite de la unción, el Señor les
dice: “En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu
cabeza” (Eclesiastés 9:8). Amén
N
o hay sobre la tierra una honra más grande que ser un ministro de
Dios. No se puede comparar el ministerio cristiano con nada que
exista en este mundo, y eso no es un concepto personal, sino algo
que se establece en la Palabra de Dios, cuando dice: “Y nadie toma para sí esta
honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. Así tampoco Cristo se
glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo,
Yo te he engendrado hoy” (Hebreos 5:4- 5). Esto quiere decir que toda persona
llamada por Dios al santo ministerio recibe la insignia distintiva de la elección
divina. Todo aquel que reconozca a Dios como la persona más importante del
universo, considerará también su elección como la más honrosa. La distinción
del elegido radica en la importancia del que lo elige, así como la honra del
individuo honrado la determina el grado de dignidad de la persona que lo
honra. No es lo mismo ser honrado por un siervo que por un rey. Si el que
nos honra es digno, así será lo que recibimos de él.
La honra del insigne nos hace ilustres; la honra del noble nos da prestigio;
la honra del célebre nos proporciona renombre. Lo que distinguió a Ester de
las demás doncellas fue ser preferida por el rey Asuero. Ella, la elegida entre
miles, se convirtió de huérfana adoptada a reina del imperio persa por la pre-
dilección del rey. Lo que le da valor a algo o a alguien es la manera que se le
estima o valora. El oro no sería diferente a otros metales si no fuera por el
aprecio que le ha dado el hombre. El oro es
mejor conductor de electricidad que el cobre,
pero no se le aprecia por su utilidad, sino por
“Nadie puede su belleza y apariencia. El hombre ha deter-
estimar el minado usarlo mejor para lucir, decorar y
ministerio si no representar, pues considera que es el don con
el cual el oro ha sido dotado por la naturale-
estima a Dios”
za. Hay metales que posiblemente sean más
útiles que el oro, pero no contribuyen a la
vanidad del ser humano. Por lo cual, el oro es
un símbolo de valor al que el hombre ha honrado a tal punto que lo ha trans-
formado en el metal más preciado. Este metal, después de ser procesado, tiene
sus méritos, tanto en el aspecto de la estética como en la utilidad, pero su
verdadero valor estriba en la forma como el hombre lo ha estimado y valo-
rado. Indudablemente que el elemento tiene sus cualidades, mas su verdadera
honra no radica en sus méritos, sino en ser preferido por el hombre. Si fueran
los perros que lo prefirieran ¿cuál sería su honra o cuánto su valor?
Aplicando estas comparaciones al ministerio, te diré que lo que hace
distinguido a un ministro no son sus méritos personales, sino el ser elegido
por Dios para realizar un servicio a favor de su santo propósito. La preferen-
cia de Dios sobre la vida de un ministro es lo que le da honra y distinción
a su existencia. La dignidad del ministerio está en lo que hacemos, pero
sobre todo para quién lo hacemos. Nadie puede estimar el ministerio si
no estima a Dios. Si alguien no aprecia el ministerio es porque nunca ha
valorado a Dios. El que subestima el llamamiento es porque menosprecia o
desconoce al que llama.
La honra del ministerio es el mismo Dios. La distinción del ministerio
se encuentra en el prestigio de Dios. La Epístola a los Hebreos destaca que
nuestra salvación es grande (Hebreos 2:3), y me pregunto: ¿por qué es grande
la salvación que hemos recibido del Padre? El escritor bíblico responde dicien-
do que la salvación es grande, primeramente, por el precio imponderable que
se pagó para lograrla; segundo, por su resultado, ya que logró reconciliar al
“Y nadie toma este honor para sí mismo, sino que lo recibe cuando
es llamado por Dios, así como lo fue Aarón”
(LBA Hebreos 5:4).
“Habla a los hijos de Israel, y toma de ellos una vara por cada
casa de los padres, de todos los príncipes de ellos, doce varas con-
forme a las casas de sus padres; y escribirás el nombre de cada uno
sobre su vara. Y escribirás el nombre de Aarón sobre la vara de
Leví; porque cada jefe de familia de sus padres tendrá una vara.
Y las pondrás en el tabernáculo de reunión delante del testimo-
nio, donde yo me manifestaré a vosotros. Y florecerá la vara del
varón que yo escoja, y haré cesar de delante de mí las quejas de
los hijos de Israel con que murmuran contra vosotros”
(Números 17:2-5).
Por eso, a mí, personalmente, me ministra como Pablo empieza, casi todas
sus epístolas, diciendo: “Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la volun-
tad de Dios…” (…) Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado
para el evangelio de Dios, (…) Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino
por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos), (…) Pablo,
siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y
el conocimiento de la verdad que es según la piedad…” (1 Corintios 1:1; Roma-
nos 1:1; Gálatas 1:1; Tito 1:1). Y cuando tuvo que defender su ministerio
apostólico, lo hizo con una santa dignidad, sin ofender o estropear a nadie,
sino diciendo:
¿quién es?; a éste ¿quién lo envió? ¿por qué está aquí, por qué predica?».
Cuando Pablo fue a Atenas, dijeron: “¿Qué querrá decir este palabrero? Y
otros: Parece que es predicador de nuevos dioses” (Hechos 17:18). De la misma
manera, la gente te va a cuestionar, te va a retar, van a dudar del mensaje,
posiblemente dudan de ti, hablan de ti, pero eso no te debe importar tanto,
sino lo que tú sabes que eres para Dios.
Cuando vivimos una crisis personal, ministerial o de la índole que fuere,
nos desorientamos y tendemos a concentrarnos en nosotros mismos, en cómo
nos sentimos, qué están diciendo de nosotros; y para defendernos, argumen-
tamos, reaccionamos, tomamos decisiones, etc. Pero hay dos cosas que siem-
pre deben ser la brújula de un ministro para retomar la ruta y reorientarse,
y es fijar sus ojos en su elección divina y en el propósito de su llamamiento.
Las dos preguntas de Saulo cuando el Señor lo llamó fueron: “¿Quién eres,
Señor?” (….) ¿Qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:5,6). Es decir, primero
quiso conocer a quién le llamaba y luego se interesó en saber el propósito de
su llamamiento.
Conocer quiénes somos para Dios, nos permite saber quiénes son los
demás, y podemos presentar todo hombre perfecto en Cristo Jesús (Colo-
senses 1:28). El saber quiénes somos para Dios nos va a dar una actitud de
gratitud, dependencia, diligencia, y seriedad, algo que trascenderá en nuestra
vida y cambiará la forma de ministrar a Dios y a los hombres. También nos
evita complejos, y muchas de esas cosas que nuestra alma -por emociones- pri-
va y obstruye la libertad que tenemos para ministrar la Palabra de acuerdo al
don que hemos recibido. A veces, por ejemplo, somos tímidos o tenemos un
problema de estima propia o estamos bajo la tensión del “qué dirán”, todo eso
impide que nos atrevamos a tomar las decisiones de Dios en nuestro liderazgo,
porque no sabemos quiénes somos.
Otra cosa igualmente importante en el llamamiento es el corazón. Si
no hay corazón no se puede entrar en la vida del reino de los cielos, porque
para servir al Señor hay que amarle. Para darle esa distinción a Dios, de
que Él sea el todo en nuestras vidas es necesario que le amemos como Él
merece ser amado. Dependiendo el concepto que tenemos de Dios, así es
la manera en que le amaremos y le serviremos. Por tanto, si el criterio que
tienes de Dios es pequeño, así va a ser tu adoración a Él. Si Dios para ti es
alguien más, un simple dios y no el Dios, pues igualmente a ese nivel será
tu adoración, limitada, y tu servicio escaso. Por eso, el apóstol Pablo habló
de andar de acuerdo a la vocación (Efesios 4:1). El que conoce la dignidad
de Dios, a esa altura le adorará.
Dios te dijo: «Hijito mío, eres uno más entre todas mis ovejas, pero yo te
tomo de entre ellas para que seas mi ministro, mi servidor. Ven hijo mío». De
esta misma manera Dios tomó a los levitas entre todas las tribus de Israel para
que sirvan delante de Él. Jehová dijo a Moisés: “He aquí, yo he tomado a los
levitas de entre los hijos de Israel en lugar de todos los primogénitos, los primeros
nacidos entre los hijos de Israel; serán, pues, míos los levitas. Porque mío es todo
primogénito; desde el día en que yo hice morir a todos los primogénitos en la tierra
de Egipto, santifiqué para mí a todos los primogénitos en Israel, así de hombres
como de animales; míos serán. Yo Jehová” (Números 3:11-13). Por tanto, tú eres
de Dios, porque así a Él le plació. En este capítulo, te invito a que estudiemos
juntos, no tanto lo que hace honroso al ministerio, sino lo que considero es,
en sí misma, la honra de nuestro supremo llamamiento.
¡Oh, qué hermoso! El pueblo ofrendaba una de sus tribus al Dios de Israel,
reconociendo la propiedad divina sobre los levitas. Ellos fueron apartados y
Aarón, como sumo sacerdote, los santificó. El pueblo ofreció a Jehová a sus
hermanos, los levitas, como una ofrenda apartada, santa, para que ellos le
sirvan todos los días de sus vidas. Mi hermano, ¡qué cosa preciosa es recono-
cer que los ministros son de Dios y como ofrenda son entregados a Él! Ellos
ofrecieron vidas consagradas al Señor, por eso el llamamiento hace a los
ministros ofrendas. Eso es lo que hace la iglesia cuando ordena a sus
ministros, significando que ese hombre o mujer ya no pertenece al pueblo,
porque son de Dios, Él los hizo ofrendas. Piensa en el día que se te ordenó o
consagró al ministerio, en el momento en que la iglesia te sacrificó para Dios
y te hizo ofrenda para Él. Qué lindo cuando el Espíritu Santo dijo: “Apartad-
me a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:2) y los
ancianos y líderes, en representación de la
iglesia, pusieron las manos sobre Saulo y
Bernabé, y el pueblo se los dio como ofren-
“Para que lo da al Señor. Desde entonces, hasta el último
común se aliento que salió de sus narices, Pablo y Ber-
convierta en nabé fueron de Dios.
Una ofrenda para Dios significa que ese
algo superior o algo fue dedicado a Él, y por tanto es de su
extraordinario propiedad y Él puede disponer de ella como
tiene que pasar Él quiera y cuando Él quiera. Es el Señor
por un proceso quien define cada ministerio, pues llevan-
do cautiva a la cautividad dio dones a los
de santificación”
hombres, y a unos hizo apóstoles, a otros
profetas, evangelistas, pastores y maestros,
repartiendo dones como Él quiso, para su
provecho y propósito (Efesios 4:8-11). Dentro de las ofrendas apreciadas por
Dios están las primicias, pues Él merece lo primero y lo mejor. Las primicias
son de Jehová, y como los ministros reemplazan a “lo primero” delante de
Dios, constituyen en sí mismos una primicia. Lo que sustituye lo primero, se
constituye en primero. Dios dijo que lo primero nacido es el primer fruto, es el
primer vigor, cuyo producto Él merece, porque de Él “es la tierra y su plenitud;
El mundo, y los que en él habitan” (Salmos 24:1). Por tanto, esa es la honra de
a los santos, pero sobre todo eso, el ministro pertenece a Dios. Por tanto, es
necesario que establezcamos una diferencia y digamos: «Yo le sirvo al pueblo
por llamamiento, pero no pertenezco al pueblo, sino a Dios; soy de su pro-
piedad privada». Eso hay que entenderlo, pues cuántas cosas se generan de
esta verdad: ¡Yo soy de Dios! Incluso el pueblo debe estar consciente de ello ya
que muchas veces manipula a sus ministros y los lleva, los trae, los empuja,
los pisa, y cree que les pertenecen, pero hay que pararse y decir: «Estoy aquí,
sirviendo a ustedes, pero antes que todo, yo soy siervo de Dios». Así tú, ten
claro que antes de ser de alguien, tú eres de Dios.
Una vez, una hermana profeta me dijo: «Usted no sabe quién es usted»,
y yo sé lo que ella quiso decir, y los espirituales también entienden este len-
guaje. Pero yo sí sé quién soy: Yo soy un hombre honrado por Dios. Desde
los dieciséis años que el Señor me llamó, para mí no ha existido honra más
grande que esa, por eso he vivido para cuidarla. Ya no estoy aguardando que
Dios me dé honra algún día, ¡ya me la dio desde que me llamó al ministerio!
Eso es tan valioso para mí que en una ocasión, cuando Dios me metió en
una crisis, para tratar conmigo y lograr ciertas cosas en mi vida personal,
lo que me pidió fue el ministerio, porque Él sabe que para mí es algo muy
elevado, de mucha estima y de gran valor. El honrar a Dios para mí ha sido
todo, y no escatimo nada, absolutamente nada, por el ministerio. A mí no
me importa el sacrificio que sea, lo que haya que hacer, a lo que haya que
renunciar, lo que tenga que entregar, con tal de honrar el llamamiento de
mi Dios, y valorar que Él haya puesto en mí sus ojos y que me haya tomado
junto con mi esposa, y mi familia, para apartarnos de la congregación de
Jehová, entre sus ovejas, para servirle a Él.
En estos treinta años como ministro, y más de treinta y siete como cre-
yente, he tenido que decir: «Yo soy de Dios». Hay momentos que se entra en
conflicto entre el pueblo, al cual nosotros servimos, y el propósito al cual Dios
nos llamó, y tenemos que decidir a quién le debemos más lealtad, a quién le
debemos más tiempo. Pero, por encima de todo, yo soy propiedad privada de
Dios, por consiguiente a Él me debo, y eso grábalo en ti, pues vive Jehová en
la presencia de quien estoy, que un día vas a necesitar de esa convicción. El
Espíritu de Dios, como saeta encendida del cielo, iluminará tu entendimiento
y este rhema traspasará tu mente, como la Palabra traspasa y divide el alma
del espíritu. Entonces, habrá ocasiones en que la autoridad de Dios vendrá
sobre ti, y dirás: «Un momento, yo soy de Dios», pero no lo dirás con orgullo
ni altivez, sino por convicción, por reclamo de un derecho por el cual, aun el
mismo Dios te pedirá cuenta.
que estoy haciendo? Este trabajo es simplemente un medio de vida para soste-
nerme, pero el oficio mío es servirle a Dios».
Este hombre tuvo una lucha tremenda con la iglesia, para que ésta pudiera ver
la importancia de enviar misioneros al mundo. Finalmente, cuando logra conven-
cer a la iglesia y empezaron a enviar misioneros, él decidió dejarlo todo e irse a la
India, como misionero, y allá fue un instrumento poderoso, usado por Dios por
más de cuarenta años, sin un día de descanso. Él tradujo la Biblia a más de treinta
dialectos de la India y estableció la primera escuela cristiana en este país (el colegio
Serampore). Estoy compartiéndote esta historia porque cuando Carey estaba en
la India, su hijo Félix, el cual era un ministro de Dios como su padre, también
había adquirido mucho prestigio, y sucedió algo muy significativo. El gobierno
inglés le pidió al joven que aceptara ser embajador de Inglaterra en cierto lugar,
y él se sintió muy honrado por el imperio británico, y quiso aceptar esa posición.
Pero cuando Guillermo Carey oyó que su hijo había dejado el ministerio para ser
embajador de una nación, le escribió una carta diciéndole: “Si Dios te ha llamado
a ser misionero, no te rebajes a ser embajador del rey de Inglaterra”. Le quiso decir,
en otras palabras: «Hijo, tú te has degradado, creyendo que has ascendido. ¿Cómo
vas tú a cambiar el ser un ministro de Dios, para ser un siervo de los hombres?» El
hijo de Carey pensaba que había ascendido, como les pasa a muchos pastores que
andan buscando posiciones políticas, que tienen aspiraciones presidenciales, que
quieren ser gobernadores, senadores, etc., porque ignoran la dignidad que hay en
el llamamiento de Dios.
Estamos en un tiempo de restauración, y como ministros, hemos sido
restaurados para ser restauradores, y lo primero que hay que rescatar del
ministerio es la honra. Tenemos que admitir que el ministerio ha caído en
deshonra, en escándalos, en vergüenza. La Biblia dice que cuando Esdras
habló a la nación de Israel, estaba más alto
que todo el pueblo, pues estaba en una tari-
“El ministerio ma que lo hacía más alto, sobresalía entre
no está en ellos (Nehemías 8:5). Eso tiene un signifi-
cado. El ministro está en una plataforma o
competencia
tribuna, para que todos puedan verlo y
con ninguna escucharlo, y en el sentido de honra, tam-
profesión, pues bién está por encima del pueblo. Charles
nada se compara Spurgeon dijo que el ministro de Dios es
a ser llamado como el reloj de la plaza. Y tiene razón, pues
si tu reloj de pulsera está fuera de tiempo,
por Dios” solamente tú serás el que estarás desorienta-
do, pero si es el reloj de la plaza, todo un
pueblo estará confundido. Así mismo, los ministros somos como los relojes de
la plaza, estamos en un pedestal de honra, lo cual es una de las cosas que
ahora hay que rescatar. ¿Por qué? Porque los ministros están pensando en ser
famosos, en llenar estadios, en tener la iglesia más grande de la ciudad, y otras
muchas cosas. Yo digo: «Dios mío, ¿pero qué le está pasando a esta gente?,
¿cómo se han dejado llenar la cabeza de la corriente del mundo, del comercio,
del mercantilismo, de la oferta y la demanda, de cosas que sólo corresponden
a estrategias modernas de crecimiento empresarial?». Muchos se hacen llamar
reverendos, pero en realidad son políticos, cuyos pensamientos no están en
Dios, sino en cómo hacerse grandes, famosos y ricos; y su énfasis es almace-
nar, hacer, ganar y competir. Ese no es el llamado de Dios para un ministro,
sino ser de Dios y que Dios sea de Él.
Si tuviera un hermano o una hermana que fuese abogado, ingeniero, médi-
co, empresario, enfermero, rico, famoso, etc. me alegraría y diera gloria a Dios
por su éxito, sus triunfos y superación. Ahora, yo, mi única posesión que tengo
de valor es mi herencia con Dios, saber que yo soy de Jehová y que él es mi Señor.
Esa es mi honra, independientemente que pueda yo también ostentar cualquier
título profesional. Cuando eres llamado, servirle al Señor es tu único sueño y tu
única ambición. El ministerio no está en competencia con ninguna profesión,
pues nada se compara a ser llamado por Dios. ¡No hay comparación! Así como
los cielos son más altos que la tierra, así es el ministerio con relación a cualquier
oficio sobre la tierra. Pero, los ministros tenemos que vivir con esa dignidad, esa
es nuestra honra, y hay que dignificarla, y vivir a esa altura. Tenemos que creer-
lo con todo nuestro corazón. Eso no significa que vamos a ser orgullosos, alti-
vos, ni que estaremos en la plataforma para estar por encima, como diciendo:
«Mírenme, apláudanme, pongan la alfombra roja, no, mejor la verde o la azul»,
no, no, no. Estamos hablando de honra que trae gloria al nombre de Dios, hon-
ra que pone demanda en nosotros, que nos hace asumir responsabilidad, que
establece orden en nuestras vidas, que representa dignamente a Dios. Honrar
el ministerio es hacer todo lo que da alabanza a Dios, todo lo que es digno del
llamamiento, de la vocación a la cual hemos sido llamados. La honra no es para
pretender, sino para ejemplificar, para representar honrosamente a Dios.
En algunos de nuestros países hispanos y en Estados Unidos, los pastores
están dejando el ministerio para ser senadores, concejales, alcaldes, etc., lo
que considero una vergüenza, pues manifiesta una franca ignorancia acerca
de la honra que es ser llamado por Dios al ministerio. No hemos entendido,
por qué para algunos el ministerio es una plataforma para darse a conocer,
una tarima para hacer muchas cosas. Hay quienes están en el ministerio para
escalar a la política, para tener influencia, para realizar obras sociales y hacer
repartió tierras, heredades; pero a Leví le dijo: «Yo soy tu heredad, yo soy
tu parte, yo Jehová, soy tu herencia». Por eso es tan triste ver ministros tan
preocupados por usar el ministerio para adquirir dinero, para obtener pro-
piedades, que codician alcanzar prestigio, ganar fama, y se disputan espacios
en los medios masivos de comunicación, porque quieren ser “conocidos”,
anhelan ser famosos. Éstos ignoran que la herencia de un ministro es Dios,
y que servirle al Señor es y debe ser su todo. El verdadero ministro del Señor
vive enamorado de Dios, buscándole, porque Él es su parte y su riqueza; su
anhelo es adorarle, alabarle, servirle; su concentración es Dios, no puede
hablar de otra cosa, ni tiene otro tema. Ahora comprenderás el por qué nos
vamos de vacaciones y estamos hablando de Dios; estamos celebrando y nos
gozamos en el Señor, 24 horas sin otras preferencias, sin ningún otra aspira-
ción que no sea darle el todo a Él.
Ahora, como Jehová es la herencia de un ministro, en consecuencia el
ministerio es su heredad. Cuando Josué
estaba repartiendo la tierra que Jehová les
había prometido, le dio a cada tribu y a cada “Tener tierra
familia de Israel su porción de tierra en su y posesiones
orden, de acuerdo a la demarcación que
hizo Dios a través de Moisés (Josué 13:32). es poseer algo
Mas, ocurrió algo muy singular, la Biblia limitado, pero
dice: “Mas a la tribu de Leví no dio Moisés tener a Dios es
heredad; Jehová Dios de Israel es la heredad poseerlo todo”
de ellos, como él les había dicho” (Josué
13:33). ¿Qué hubieras pensado tú, si hubie-
ses estado allí, en lugar de los levitas? ¿Te
hubiese molestado que a todos tus hermanos les dieran grandes y fértiles terre-
nos, donde pudieran disfrutar de hermosos olivares, jugosas vides y siendo
propietarios de sus propias cisternas, y a ti no te den nada, porque Dios sea tu
parte, tu heredad?
Por eso cuando Pablo sufría su aguijón y pedía a Dios que lo quitase de
él, el Señor le dijo: “Bástate mi gracia” (2 Corintios 12:9), en otras palabras:
«Pablo, ¿qué quieres, prefieres liberación o me quieres a mí?», y aplicándolo en
este sentido: No tienes tierra, pero me tienes a mí; no tienes salud, pero me
tienes a mí». Siervo de Dios, puede ser que tú no tengas nada, pero si tienes
a Dios tú lo tienes todo. Cuando nadie te entienda, te entiende Dios; cuando
todos se alejan, se acerca Dios; cuando no haya provisión de ningún lugar,
Jehová enviará a los cuervos como los envió a Elías (1 Reyes 17:4), porque
Dios tiene un compromiso con aquel al que llama. Él dice: «Ocúpate de mis
asuntos que yo me ocupo de los tuyos, yo Jehová» (Mateo 6:31-33)
Cuando Dios dijo: “Yo soy tu parte y tu heredad” (Números 18:20) quiso
decir, por ejemplo, la tierra tenía que producir para las otras tribus, pero a los
ministros o levitas los sostenía Dios. Mientras el pueblo dependía de la lluvia
temprana y de la lluvia tardía, los levitas dependían de Jehová. Las demás
tribus tenían que esperar que la tierra les diera el fruto, pero los sacerdotes
dependían del Señor de la tierra (Deuteronomio 11:14). Por eso, los ministros
solamente deben ocuparse en los asuntos de Dios, porque Él se ocupa de los
de ellos; los levitas deben ocuparse sólo en servirle, porque Jehová les sirve a
ellos, pues es su herencia.
El proverbista dijo: “El caballo se alista para el día de la batalla; Mas
Jehová es el que da la victoria” (Proverbios 21:31); y el salmista dijo: “No
confiéis en los príncipes, Ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación”
(Salmos 146:3). La salvación viene de Jehová, y habrá momentos que Él te
va a probar a ver si crees esta palabra. Y te profetizo que si no lo ha hecho
lo hará, porque nuestro Dios quiere que tú creas que Él es tu heredad. No
sé que sientes al leer esto, pero a mí el saber que Jehová es mi heredad me
consuela. Tener tierra y posesiones es poseer algo limitado, pero tener a
Dios es poseerlo todo. El hecho de que Dios reparta dones de gracia y pros-
peridad a la iglesia es una bendición, pero que también diga: «Yo no te doy
cosas, yo me doy a ti por entero» eso mi hermano, es mucho más excelente,
mucho más admirable y significa mucho más que cualquier dádiva que Él
nos pueda dar, es muchísimo más que una dosis o grado de fama, eso no
tiene precio.
Amado, ministro de Dios, esto no es un tipo de mensaje de inspiración
o de motivación para regalarte el cielo, porque no es del cielo que estoy
hablando, es del Dios del cielo que es tu dueño y tu heredad. Recibe esto,
hermano de mi alma, no solamente para que subas tu estima, sino para que
asciendas a la dimensión que ya Dios te puso, porque tú no te llamaste a ti
mismo. ¡Qué poderoso! Estoy que me tiembla el corazón, pues esto no lo
ministro solo a ti, sino que yo mismo estoy siendo ministrado por el Espíri-
tu. ¡Qué bueno cuando la palabra pasa por nosotros primero!
Cuando Ana lloraba su desgracia de no concebir y a la vez sufría por
las constantes humillaciones de Penina, su rival, su amado esposo Elcana la
consolaba diciéndole: “Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está
afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?” (1 Samuel 1:8). De esa
manera les dice Dios a todos sus ministros: «Mi siervo, ¿por qué lloras? ¿por
qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que
tierras, posesiones, propiedades, riquezas, fama y renombre? Yo soy tu here-
dad». ¿Cuántos ministros no reciben de parte de la iglesia una remuneración
justa por su labor ministerial? ¿Cuántos hay que tienen que realizar un trabajo
secular para poder sostener a su familia? Son innumerables los siervos de Dios
que, por circunstancias o por ignorancia de la iglesia, están viviendo en nece-
sidad y en limitación. A los tales, el Señor les dice: «Yo soy tu heredad».
Hay muchos otros que son ignorados y que sufren por no ser estima-
dos. En vez de honra reciben rechazos, incomprensiones y menosprecio,
a pesar de que se dan por entero y se gastan en el servicio de Dios. Solo
sus almohadas son testigos de sus lágrimas. Constantemente sus corazones
son lastimados con el cruel y despiadado aguijón de la ingratitud. Su úni-
ca recompensa, de parte del pueblo al cual sirven, es presión, demanda y
murmuración. La voz del Señor se deja oír a los oídos de estos santos y les
recuerda: “Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel (…) No
temas,… yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Números
18:20; Génesis 15:1). La riqueza del ministerio no son los logros, las realiza-
ciones o los reconocimientos, sino Dios. El Señor es la heredad del ministro,
y su grande galardón.
Iniciamos este capítulo diciéndote que los ministros son de Dios y Dios
es de los ministros. Esta verdad toma una trascendencia enorme tomando en
cuenta que los levitas no se entregaron a Dios, digamos, voluntariamente,
sino que Dios los escogió para sí, y también Él se entregó a ellos. ¡Cuán gran-
de manifestación de amor! Entender esto nos debe conmover hasta las entra-
ñas y cual cantora enamorada, henchida de amor exclamar: “Mi amado es
mío, y yo suya” (Cantares 2:16). El Señor eligió a los ministros para tener una
relación más íntima con ellos, y no conforme con haberlos hecho su posesión
A) El Sacerdocio
Nuestro Señor dijo muy claramente refiriéndose a sus discípulos: “No son
del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:16). Mas tú, ¿qué aspi-
ras: la tierra o a Dios? ¿Qué tu anhelas: prosperidad o a Dios? ¿Qué tu ambi-
cionas: viñas, olivares, lagares o quieres a Dios? Mi hermano, medita en eso,
pues esta es otra verdad que si la recibimos en espíritu nos va a sacudir, y va
trascender de manera que nos resolverá un montón de problemas en el minis-
terio. Muchos ministros han pasado por estrechez y necesidad en el ministe-
rio, esperando ayuda de los príncipes de la iglesia, de fulano, de perencejo, y
Dios dice: «Yo Jehová fui el que te llamé, fui yo el que te honré y te hice mío,
por tanto, yo soy el que te sostengo, yo Jehová. Tú eres mi ofrenda y yo soy tu
herencia. Yo me dispongo para ti, me entrego a ti y soy enteramente tuyo y tú
mío. Yo Jehová». Esa fue la distinción que hizo Dios entre el pueblo y los
levitas: al pueblo le dio tierra, a los
levitas se dio a Sí mismo.
“La herencia La herencia de un ministro es Jehová,
y su riqueza es servirle. Conociendo esta
de un ministro
verdad, podemos entender al apóstol Pablo
es Jehová, y y su devoción por el ministerio, cuando
su riqueza es dijo: “… prefiero morir, antes que nadie
servirle. desvanezca esta mi gloria. Pues si anuncio el
evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque
me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no
anunciare el evangelio!” (1 Corintios 9:15-16). Y en otra ocasión dijo: “Pero
cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de
Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia
del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y
lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él…” (Filipenses 3:7-9).
Pablo todo lo desestimó con tal de honrar al Dios que lo llamó. Meditemos en
ello mi hermano, pues lo que fuimos ya pasó, ahora somos de Dios.
Le doy gracias al Señor por su misericordia, pues, siendo yo de temprana
edad, comencé a entender algo de esto, de tal manera que en aquel tiempo tan
difícil que viví, en el cual fui probado por el Señor en grado superlativo, Él me
pidió que le entregara el ministerio y entendí el porqué. La razón era porque
yo lo había idealizado demasiado, pero no dudé en entregárselo. Tengo que
confesarte que, primero el amor a Dios, segundo el temor reverente, y tercero
lo que represento, han sido los frenos que me han librado de muchas tentacio-
nes. El hecho de que Juan Radhamés Fernández quede mal es uno más que
queda mal, pues ¡cuántos santos mejores que yo, estando en más honra, han
caído! Así que el que yo caiga no se pierde mucho, pero que el nombre de Dios
sea blasfemado por causa mía, eso sí es grave.
Yo soy un hombre, pero que sea también un ministro ya es otra cosa. Yo
puedo ser el esposo de Migdalia, padre de dos hijos, abuelo de mis nietos,
tener padres, hermano y hermanas, también amigos, etc., ese soy yo, un hom-
bre que de seguro encontrarás defectos en él. Mas, lo que represento para
Dios, cambia totalmente el asunto. ¿Por qué? Porque llevo una investidura
que no es mía, una honra que no me perte-
nece, un llamamiento que no es de mi pro-
piedad, una confianza que no me merecía
“Procuremos
al tenerme por fiel cuando yo no lo era.
Entonces ¡qué se enlode lo que es mío, pero que nuestro
que no se me ensucie la vestidura sacerdotal ministerio no
que Él me dio! ¡No cuidemos tanto nuestra traiga oprobio
reputación, sino guardémosla en pureza, y vergüenza al
por causa de su gran nombre! Procuremos
que nuestro ministerio no traiga oprobio y
nombre de Dios,
vergüenza al nombre de Dios, sino que sino que añada
añada gloria a Su alabanza. gloria a Su
Coré, Datán y Abiram se rebelaron con- alabanza”
tra Moisés y Aarón, acusándolos de enseño-
rearse del pueblo y monopolizar el liderazgo
levítico (Números 16:1-14). Según ellos, toda
la congregación de Jehová era santa y Dios estaba en medio de ellos (v. 3).
Con esto quisieron decir que todos eran iguales y que Moisés y Aarón se esta-
ban levantando sobre la congregación. Pero Moisés, que conocía la intención y
motivación de estos levitas que ambicionaban ser sacerdotes, ya que todos los
sacerdotes eran levitas, pero no todos los levitas eran sacerdotes (solo los hijos
de Aarón), les dijo:
B) Los Sacrificios
De lo anterior podemos decir, que así como los levitas son un regalo de
Dios para su pueblo, ellos en sí mismos recibían como don el servir delante de
Jehová. Estar delante de la presencia de Jehová es algo tan santo que Dios mis-
mo advertía al pueblo no acercarse para que no muriesen (Éxodo 19:12). Por
tanto, ningún extraño podría ni siquiera acercarse y mucho menos realizar el
servicio sacerdotal sin haber sido llamado por Dios, como lo fueron ellos. Mas,
a los sacerdotes se les dio el servicio en el tabernáculo como regalo, así como
también el cuidado de las ofrendas y todas las cosas consagradas del pueblo, ya
que sólo ellos, por causa de la unción, podían tocar las cosas santas.
En otras palabras, las ofrendas del pueblo eran los sacrificios a Jehová, y
los mismos Dios se los dio a los sacerdotes. Por ejemplo, cuando el pueblo iba
a sacrificar un animal por el pecado, había
una parte que se le sacrificaba a Jehová y otra
que el sacerdote se llevaba a su casa para él y
su familia. Los sacerdotes tomaban parte de “Una ofrenda
la misma ofrenda, y de los mismos sacrificios no es solo algo
que se le daba a Jehová, porque Él compartía que se ofrece al
su ofrenda con ellos. ¿Sabes lo que signifi- Señor, mejor aún,
ca que la misma carne que se le presentaba
a Dios para honrarlo y servirle, el sacerdote
es una represen-
comiera una parte de ella? Eso quiere decir tación de lo que
que los ministros tienen parte de lo que es de Dios es para el
Dios. Por eso, escrito está: “¿No sabéis que los adorador”
que trabajan en las cosas sagradas, comen del
templo, y que los que sirven al altar, del altar
participan?” (1 Corintios 9:13).
Mas, detengámonos a pensar en lo que significa que de la misma carne
que se le daba a Dios como ofrenda, aquella que subía en olor suave y grato a
Él, de esa tenían parte los sacerdotes y su familia. Es algo sumamente hermo-
so que de lo más santo y sublime, Dios autorizaba a los sacerdotes a tomar una
parte. Y yo pregunto: ¿es poca cosa comer de lo que fue dedicado a Jehová?
¡Es una honra! Pero nadie toma para sí esa honra, si no le fuese dada como
se les fue otorgada a los ministros de Dios. Por lo cual, mi amado, la honra
del ministerio no es llevar una túnica como la de Aarón, o una mitra en la
cabeza; tampoco es simplemente ministrar, es tener parte de lo que pertenece
sólo a Dios. Es entender con temor y temblor que Jehová es mi herencia, que
el ministerio y los sacrificios de Jehová son mi heredad. Dios le da parte a su
sacerdocio de lo que el pueblo le ofrenda, y especifica:
y a la ofrenda suya” (Génesis 4:4,5). Nota que primero vio a Abel y luego a su
ofrenda, así también ocurrió en el caso de su hermano; Jehová vio a Caín y
después la ofrenda que le trajo. ¿Quieres conocer quién es Dios para el adora-
dor? Mira su ofrenda. Hay quienes dan ofrendas, y quienes son ofrendas.
En cada ofrenda se oculta la expresión del corazón, por lo que en ella
hay amor, gratitud, cariño, obediencia, respeto, abnegación, entrega, sacri-
ficio, intimidad, voluntad, disposición, etc., todo lo que un adorador quiere
dar al Señor. Fuera de eso, aunque sea una fortuna cuantiosa, no es ofrenda.
Espero que entiendas ahora lo que significa que Dios comparta parte de la
ofrenda ofrecida a Él con los sacerdotes o ministros. Comprenderás, enton-
ces, por qué a la tribu de Leví no se le dio
heredad, porque los sacrificios de Jehová
Dios de Israel son su heredad (Josué 13:14).
“Hay quienes
La tribu de Leví, aparentemente no poseía
dan ofrenda, nada, pero en realidad con Jehová lo tenía
y quienes son todo. Veamos en el siguiente segmento,
ofrendas” otra cosa que nos pertenece como minis-
tros, según la Palabra de Dios.
C) Los Diezmos
que lo hacían (1 Samuel 2:22), y eso fue algo terrible, pero ¿sabes cuál fue
el pecado más grave de ellos delante de Dios? El hecho de que por su causa,
los hombres menospreciaran las ofrendas de Jehová (v.17). ¿Sabes por qué?
Observa lo que dice la Palabra que hacían los hijos de Elí:
pecados ajenos. Consérvate puro” (1 Timoteo 5:22), aun a los diáconos hay que
probarlos primero.
Volviendo al caso de los hijos de Elí, ellos no necesitaban amonestación,
sino ser echados del ministerio. Eso era lo que tenía que hacer su padre, levan-
tarse con autoridad, y decirles: « ¡Se me van de aquí! Ustedes son unos corrup-
tos, no son dignos de estar en la casa ni en el servicio a Jehová», eso era lo que
esperaba Dios de Elí. Puede que todos estemos de acuerdo con que la actitud
de Elí fue tolerante y dúctil con sus hijos, sin embargo, si te levantas e impides
a alguien que continúe con una mala conducta en el ministerio, encontrarás
quien diga: «Ay, pero que tipo inflexible ese. Lo que nosotros necesitamos
es restauración». Y yo digo, sí, vamos a restaurar al hermano, pero fuera del
ministerio, en su casa. La iglesia no es un lugar para pecar, sino para minis-
trar, aunque esté llena de pecadores. El ser débil, puede que le luzca al débil,
al niño en Cristo que cayó, pero que una persona que está en autoridad, ense-
ñando santidad, enseñando carácter, esté patinando en lodo es intolerable,
¡por favor, eso no es posible! Alguien dijo que para tú sacar a los pecadores de
las aguas resbaladizas del pecado, tienes que estar bien firme en la roca.
Conozco lugares donde se han cometido cosas abominables y terribles, y
para no traer escándalo al ministerio y evitar problemas con esas personas y
sus familias, los dejan en sus funciones, aunque son ellos que con sus vidas,
no tan solo dañan su propio ministerio, sino a toda una congregación. Yo creo
en la restauración, pero diciéndole al hermano: «Siéntate, deja de ministrar.
Comencemos un proceso de restauración. Tú no puedes estar ministrándoles
a los santos, porque en tu ministrar también va incluido tu ejemplo, y no se lo
puedes dar». Eso fue lo que Pablo le dijo a los judíos: “Tú, pues, que enseñas a
otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas?
Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos,
¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a
Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles
por causa de vosotros” (Romanos 2:21-24). Y no es que lo mandemos al infier-
no, no, pero sí debe salir del ministerio, porque no está apto.
Por tanto, en ese momento la amonestación de Elí no resultó como un
regaño, sino como una honra a sus hijos, a los ojos del Señor. Es como el
padre consentidor, que al saber que sus hijos están haciendo cosas indebidas
que afectan a otros, les da un discursito, y les dice: «Mis hijos, por favor, dejen
eso, miren que hay personas que eso les molesta [no que está mal]» y no les
impide seguir haciendo lo mismo ni toma el control. Por lo cual, es como si
no hubiese hecho nada. Los hijos de Elí se excedieron, pasaron el límite, y es
Había una parte del animal sacrificado que Dios había asignado para el
sacerdote y su familia, como dice la Escritura: “Comeréis asimismo en lugar
limpio, tú y tus hijos y tus hijas contigo, el pecho mecido y la espaldilla elevada,
porque por derecho son tuyos y de tus hijos, dados de los sacrificios de paz de
los hijos de Israel” (Levítico 10:14). Así que de acuerdo al tamaño del animal
era la porción del sacerdote. Si se ofrecía un buey, por ejemplo, la parte del
sacerdote era mayor que si se hubiese ofrecido una oveja. Aplicando, podemos
decir que el salario del ministro deber ser proporcional a lo que la congrega-
ción ofrece a Dios, de acuerdo a la membresía de la grey y a la cantidad de
dinero que el pueblo diezme.
Conocemos de hombres que sirven en la iglesia, quienes han inventado
un montón de medios para hacerse ricos, y siempre están en medio de escán-
dalos. Y esto lo digo, porque estamos en un tiempo de restauración y Dios
quiere hombres que con su vida puedan dar un buen testimonio. Yo ahora,
con amor y autoridad, puedo instruir esta enseñanza, porque cometí el mis-
mo error al negarme a recibir parte de los diezmos y ofrendas de la grey que
pastoreo. Mas, actualmente vivo de mi herencia honrosamente, y lo hago con
la frente en alto, con dignidad y con integridad, sabiendo que soy un admi-
nistrador de Dios. Tristemente, en este tiempo, la honra de un ministro se
mide por cuánta gente convoca, cuántas invitaciones tiene, qué tan conocido
es, cuántas empresas e iglesias ha levantado, etc. pero eso no es la honra de un
hombre o mujer de Dios. Jehová, el ministerio, los sacrificios y los diezmos
son nuestra herencia; no nos avergoncemos, por el contrario, honrémoslo.
Concluyamos este tema, entonces, volviendo al relato bíblico y miremos
como termina la vida, en el aspecto económico, de un sacerdote que no honró
su ministerio:
plazas y donde quiera que se reunieran, mostraban a Cristo y así ganaban las
almas. Pero cuando se congregaban no era con el objetivo de salvar almas,
sino que su único fin era adorarle, y recibir palabra de Dios. El culto no es
para salvar gente, mas, si el Señor muestra que hay un llamado de salvación
se hace, pero ese no es el propósito de la reunión. Dios debe ser el centro, el
objeto de la alabanza, y todo tiene que estar enfocado hacia Él. ¿El hermano
fulano cumplió años? ¡Qué bueno que Dios le añadió un año más de vida!
¿Este hermanito es nuevo en la congregación? Sí, bienvenido, por todo eso le
damos gloria a Dios, pero en el servicio de adoración el TODO es Dios. En
el evangelismo, como también en el servicio, en la proclamación, en la ense-
ñanza y en toda función y actividad de la iglesia, debemos estar enfocados en
el Señor, porque el único propósito del ministerio es la gloria de Dios.
Ahora, ¿cuál es la causa por la que muchas iglesias concentran los servicios
de adoración en la gente? La razón es porque se han dejado influenciar por la
época que estamos viviendo. En la actuali-
dad todo es mercadeo, las ventas, el crecer, el
“Así como los multiplicar, pues dicen que el éxito visible es
querubines el que confirma lo que tú eres. Entonces, nos
del Arca y el hemos envuelto en estadísticas y nos hemos
olvidado de las prioridades del reino. En
propiciatorio
muchos lugares, el ministerio se ha converti-
eran de una do en cualquier cosa. Podemos afirmar, sin
misma pieza, el temor alguno, que el ministerio se ha prosti-
sacerdote y la tuido y necesita restauración. Los ministros
ofrenda deben hemos llegado a ser simplemente profesiona-
les del púlpito, administradores de iglesias,
ser de la misma
etc. No sé qué ocurre cuando un ministro
naturaleza” empieza su ministerio que se enfoca sólo en
números y estadísticas, y se enfila solamente
a ser grande, famoso, y en lo menos que está
pensando es en la naturaleza santa y en el propósito de su ministerio. Por eso
escribo este libro, porque Dios nos llama a restaurar, a que volvamos al orden
original. Y sé que nos considerarán ridículos, atrasados, místicos, puritanos,
retrógrados, reaccionarios a los cambios, etc. Mas, el Señor no nos llamó para
agradar a los hombres, sino a Él. Cuando Jesús subió al cielo y dio dones a los
hombres, dejó muy claramente constituidos los ministerios. Si bien en el ejerci-
cio de nuestras funciones, honramos a Dios y le servimos, y en consecuencia
también a los hombres, nuestro objetivo no debe estar concentrado en nada ni
en nadie que no sea en el Señor que nos llamó.
como la unción vienen por la cabeza (Salmos 133:2). Tenemos que saber quié-
nes somos para Dios, para que sepamos cómo debemos representarlo digna-
mente y cumplir el propósito del ministerio.
Hemos sido honrados por Dios, pero esto no debe envanecernos, sino
hacernos deudores. Debemos vivir de tal forma que el resto de la iglesia de
Jesucristo, que esté debilitada o desanimada, sea estimulada a hacerlo por
causa nuestra. Esto no se consigue estrujándole en la cara a la gente que no
está viviendo según el reino de Dios, ni señalándole –con un espíritu de críti-
ca- que no están viviendo de acuerdo a los principios divinos. Lo digo, porque
todos hemos cometido ese error, llevados por el celo de que todos conozcan
a Dios. El Señor quiere que todos lo conozcan y lo conocerán, pero a través
de nuestro ejemplo, de vidas consecuentes con la verdad. El ministerio fue
dado para honrar a Dios. ¿Cuál fue el reclamo de Dios a Elí? Analicemos de
nuevo estos versículos, pero aplicándolo ahora al propósito del ministerio y a
su honra, aunque todo en Dios es una sola cosa:
dándote el ministerio, las ofrendas, los diezmos, todo, y ahora mira lo que tú
me haces: con la misma ofrenda con la cual yo te honro, con esa misma ofrenda
tu me deshonras». Lo que fue la causa de su honra, la convirtió en el motivo de
la deshonra del Señor, por eso Dios lo deshonró. ¡Qué nunca tal cosa hagamos
nosotros, mi hermano! Andemos en integridad, no nos llevemos de las modas
de esos movimientos, que son solo telarañas, mucho entusiasmo que no llevan
a nada; ilusionan a la gente por un tiempo, por dos días, pero al final… nada,
no permanecen. El ministerio únicamente permanece cuando honra
a Dios. El ministerio subsiste y se mantiene cuando tiene cimientos funda-
mentados en Cristo, en palabra, consejo e instrucción de Dios.
Hay ministerios que crecen mucho, y logran que todos hablen de ellos,
pero búscalos diez años después, ya no están. Imperios grandes, ministerios
titánicos que sufren la misma suerte que aquel famoso barco, pues navegan
por poco tiempo y luego naufragan. En las últimas décadas, ¿cuántos minis-
terios grandes han caído en descrédito y escándalos? ¿Cuántos famosos evan-
gelistas han naufragado? no importa que un hombre esté en el lugar
más encumbrado, si deshonra a Dios cae.
Lo más lamentable es que esta situación continúa sucediendo, y no pode-
mos rescatar a la iglesia de sus manos, porque se han hecho “dueños vitalicios
de sus ministerios”. Escuchamos de la iglesia tal, que su fundador, fulano de
tal, está preparando la iglesia para dejársela al hijo. El ministerio para ellos
es una patrimonio personal, y no les importa si el hijo tiene o no un llamado
de Dios. Sin discusión, para ellos la iglesia les pertenece como legado fami-
liar. Por eso es que estamos sufriendo esta situación de incredulidad, porque
estos individuos se apoderan de las iglesias, y ¿quién puede quitárselas de las
manos? Ellos dicen: «El que quiera que se vaya, pero aquí mando yo, pues
soy el fundador, o mi padre la fundó; han sido muchos años de sacrificio, no
los voy a regalar». ¡Basta ya! Las cosas tienen que cambiar le afecte a quien
le afecte, y aunque estas palabras suenen fuertes, no es menos lo que Dios
requiere de nosotros hoy.
La muerte de los hijos de Aarón, por ofrecer un fuego extraño delante
de Jehová que Él nunca les mandó, nos ilustra estos pensamientos (Levítico
10:1-2). Aplicamos como “fuego extraño” todo lo que se hace en el ministerio,
en el área que sea (en la adoración, en la mayordomía, en la predicación, en
establecer alianzas, en dar ministerios, en comprar, vender, en las toma de
decisiones, etc.), que el Señor nunca ha mandado. Observa que en este hecho,
Jehová dijo: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el
pueblo seré glorificado” (v. 3), refiriéndose a los sacerdotes. Ellos se acercaban a
apartar, que Dios los puso aparte para su servicio, para que santifiquen y glo-
rifiquen su nombre delante del pueblo. Es la razón por la que Dios reaccionó
de esta manera, porque los medios que Él había dado para honrarle, se usaron
para deshonrarle. Pero hay algo más aquí que llamó mucho mi atención, en
las instrucciones que les dio Moisés. Él les dijo:
Un ministro tiene que ser diferente a los demás. Las cosas que Dios no
le requiere a otra persona, se las requiere a él, porque sobre él está el aceite
de la unción. Hay quienes se sienten muy especiales por ser llamados por
Jehová, pero pocos quieren el compromiso que implica el ser ungido. Existe
una implicación muy grande en esto, y eso es lo que Dios quiere restaurar en
nosotros; que entendamos que esa honra conlleva una responsabilidad. Cual-
quiera en Israel podía tener un defecto físico, pero no un ministro de Dios. El
apóstol Pablo, en el lenguaje del Nuevo Testamento, escribió:
El hombre de Dios tiene que ser un hombre crecido, maduro, porque lleva
el aceite de Jehová. Hay gente que anda detrás de la unción, y todos quieren el
aceite, ambicionan el poder, pero observo que en los requisitos mencionados
por el apóstol, no aparece poder ni dones espirituales, sino madurez y santi-
dad. Hoy el énfasis de la unción es el poder, pero en los tiempos bíblicos no
era así. Ser ungido representaba ser apartado para servir al Señor en algún
oficio, por ejemplo: como rey, profeta, apóstol, anciano, etc. El poder y los
dones eran el resultado, la manifestación de que esa persona fue capacitada
por Dios para realizar dicha función. Una cosa es la unción y otra el poder de
la unción, y lo último es un resultado de lo primero. La Palabra de Dios nos
manda a procurar los dones y entre ellos los mejores, pero también dice que
hay un camino aun más excelente (1 Corintios 12:31).
Los ministros tenían que ser irreprensibles, por causa del aceite de la
unción de Jehová, por ser hombres apartados para uso exclusivo del Señor.
Jesús dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos
es perfecto” (Mateo 5:48). Lo que pertenece y es apartado para Jehová debe
ser lo mejor. El sacerdote tenía que ser como la ofrenda ofrecida a Jehová, sin
defecto. Jehová dijo a Moisés: “Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis,
porque no será acepto por vosotros. (...), para que sea aceptado será sin defecto”
(Levítico 22:20, 21). Ambos, tanto el sacerdote como la ofrenda son santifi-
cados para Jehová. Los ministros podían comer de la ofrenda y participar del
altar, porque eran una misma cosa con la ofrenda y el altar. Ellos pertenecían
a Jehová y fueron consagrados a Él.
Apliquemos eso al ministerio en el tiempo presente. Sabemos que el dine-
ro para muchos representa un gran tropiezo; y hay quienes evangelizan su
vida, pero no el bolsillo, de manera que no son fieles con sus diezmos y ofren-
das. Es tanto su endurecimiento que, en muchas congregaciones, venden e
intercambian incentivos por ofrendas. Jehová nos ha enseñado que no nos
conduzcamos de esa manera, porque una ofrenda que viene por manipulación
quemar el incienso y entrar al Santísimo (su presencia) para estar con Él; y 3.
“… para bendecir en su nombre”, esto quiere decir que los sacerdotes bendigan
al pueblo con lo que llamamos “la bendición aarónica”, declarando las prome-
sas del pacto. Pero la bendición más poderosa que el pueblo pudiera recibir de
sus ministros es el testimonio de vidas que los motiven, guíen e inspiren a
amar, temer y servir a Dios. Si las dos primeras funciones se ejecutaban digna-
mente, la tercera sería solo una consecuencia. De hecho, si los sacerdotes llevan
el arca de Jehová y están delante de Él para servirle, es seguro que el pueblo será
bendecido y edificado.
El ministerio es una honra que involucra cosas santas que nos elevan al
santísimo, porque su propósito es honrar a Dios. Él nos honra, para que lo
honremos, así como lo amamos, porque Él nos amó primero (1 Juan 4:19).
Por tanto, siervo de Dios, siéntete honrado, ama esa honra, pero vive para
honrar a Aquel que te honró primero: a Dios. Es importante que recibamos
la unción de esta palabra, que nos sintamos honrados por Dios, pero a la vez
que eso nos lleve a una responsabilidad muy grande, a un deseo inmenso
de honrar a Aquel que nos honró. Es necesario que sepamos administrar
nuestra herencia, sabiendo que la primera heredad es Dios, la segunda es el
ministerio, la tercera los sacrificios y las ofrendas de Jehová y la cuarta los
diezmos. El ministerio es un oficio de honra para honrar a Dios,
no lleguemos al punto que Dios nos reclame como lo hizo a Elí y a los hijos
de Aarón, quienes con el mismo ministerio le deshonraron. Las implicacio-
nes de esta enseñanza y sus solemnes demandas me obligan y me motivan
a caer a los pies del Señor y a orar con deprecación y súplicas en el Espíritu,
por nosotros los ministros del Señor.
príncipes de ellos le dieron varas; cada príncipe por las casas de sus
padres una vara, en total doce varas; y la vara de Aarón estaba
entre las varas de ellos. Y Moisés puso las varas delante de Jehová
en el tabernáculo del testimonio. Y aconteció que el día siguiente
vino Moisés al tabernáculo del testimonio; y he aquí que la vara de
Aarón de la casa de Leví había reverdecido, y echado flores, y arro-
jado renuevos, y producido almendras. Entonces sacó Moisés todas
las varas de delante de Jehová a todos los hijos de Israel; y ellos lo
vieron, y tomaron cada uno su vara. Y Jehová dijo a Moisés: Vuel-
ve la vara de Aarón delante del testimonio, para que se guarde por
señal a los hijos rebeldes; y harás cesar sus quejas de delante de mí,
para que no mueran. E hizo Moisés como le mandó Jehová, así lo
hizo. Entonces los hijos de Israel hablaron a Moisés, diciendo: He
aquí nosotros somos muertos, perdidos somos, todos nosotros somos
perdidos. Cualquiera que se acercare, el que viniere al tabernáculo
de Jehová, morirá. ¿Acabaremos por perecer todos?”
-Números 17:1- 13
Luego vemos que Moisés los envió a llamar, pero ellos no quisieron ir,
diciendo: “¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y
miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te enseñorees de nosotros
imperiosamente? Ni tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni
nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No
subiremos” (Números 16:13-14). Entonces, el siervo de Dios que siempre estaba
intercediendo por el pueblo, en esa ocasión, oró a Jehová diciendo: “No mires a
su ofrenda; ni aun un asno he tomado de ellos, ni a ninguno de ellos he hecho mal”
(v. 15). Estos hombres habían llegado al límite de la paciencia de Moisés.
La situación era bastante tensa, en medio de un desierto abrasador y un
pueblo que se rebelaba contra la voluntad de Dios. Por lo cual, era necesa-
rio detener el descontento antes que Jehová los consumiera en un momento,
por ser tan duros de corazón. Así que Moisés les dijo: “En esto conoceréis que
Jehová me ha enviado para que hiciese todas estas cosas, y que no las hice de mi
propia voluntad. Si como mueren todos los hombres murieren éstos, o si ellos al
ser visitados siguen la suerte de todos los hombres, Jehová no me envió. Mas si
Jehová hiciere algo nuevo, y la tierra abriere su boca y los tragare con todas sus
cosas, y descendieren vivos al Seol, entonces conoceréis que estos hombres irritaron
a Jehová” (Números 16:28-30). Y dicen las Escrituras que cuando Moisés
calló, al instante, se abrió la tierra y todos los rebeldes fueron tragados (pues
ellos lograron llevar el descontento a toda la congregación) y murieron más
de veintitrés mil personas ese día. Pero la intención de Jehová era acabar con
todos ellos y levantar para sí un nuevo pueblo.
La mortandad paró cuando Moisés, por iluminación del Espíritu, dijo a
Aarón: “Toma el incensario, y pon en él fuego del altar, y sobre él pon incienso, y ve
pronto a la congregación, y haz expiación por ellos, porque el furor ha salido de la
presencia de Jehová; la mortandad ha comenzado” (Números 16:46). Y dice que
el sacerdote tomó el incensario, y se metió entre los vivos y los muertos, como el
que se mete en medio de la balacera en un campo de batalla. Así se metió Aarón
en medio de la ira de Dios y de gritos de pavor, llanto de dolor, gente que caía
a un lado y otros que corrían aterrados, mientras él, con el incensario en mano,
atravesaba el campamento herido. Mientras, Moisés intercedía con gran impre-
cación delante de Jehová a que cesase la mortandad, y siendo el incienso tipo de
la expiación del ministerio de Cristo, Jehová oyó y la mortandad cesó.
Hecho así, después que enterraron a todos los rebeldes, y se tranquilizó
todo, Jehová entonces habló a Moisés y le dio una instrucción especial. Él
le mandó a que tomara una vara por cada casa de los padres de cada tribu,
y escribiera el nombre de cada uno sobre su vara, pero sobre la vara de Leví
ver algo que pertenece o está relacionado con la obra de Dios, porque lo espi-
ritual es invisible a esos ojos.
Hay algo que está muy claro aquí y es que la vara que reverdeció la hizo
reverdecer el Señor. Cuando vienes al ministerio no vienes florecido, aunque
seas el psicólogo más consultado, el teólogo más reputado o el filósofo más
escuchado, porque en el reino sólo representas un palo que golpea las piedras
y levanta polvo del camino. En ti, por ti mismo, no hay vida. Por ejemplo: un
cero a la izquierda equivale a nada; y si lees en un termómetro de mercurio la
ausencia del calor, verás que la unidad de temperatura desciende totalmente
hasta llegar a menos cero, y si continúa descendiendo todos los números serán
negativos. Pues, fíjate, así estamos tú y yo, bajo cero, que para llegar a Dios
tenemos que desplazarnos hacia arriba, pasar el cero y subir, subir y subir muy
alto, hasta llegar a sus alturas.
Por tanto, si tú estás capacitado, y en cierta manera, te sientes “enriqueci-
do” por el montón de títulos que has podido lograr, déjame darte una noticia:
En el reino de los cielos eres más pobre que
aquel que no ha podido obtener ni siquiera
el diploma de primaria. ¿Por qué? Porque vas “El evangelio
a tener que desaprender para aprender. Ser viene a cambiar
un profesional según los hombres es algo de
valor y muy beneficioso, pero en Dios es
el hombre, no a
como la armadura de Saúl, que impide tomarle alguna
pelear bien las guerras de Jehová (1 Samuel cosa prestada”
17:38). David le dijo a Saúl: “Yo no puedo
andar con esto, porque nunca lo practiqué” (1
Samuel 17:39), y quitándosela de encima, tomó su cayado y escogió cinco pie-
dras lisas del arroyo, y las puso en el saco pastoril, y con su honda en su mano,
se fue a enfrentar al filisteo (v. 40). El hijo de Isaí prefirió ir de esta manera,
porque al final de cuentas sabía que no era ni la armadura ni la honda lo que
le darían la victoria, sino el nombre de Jehová de los Ejércitos, pues “las armas
de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de
fortalezas” (2 Corintios 10:4).
No es la sabiduría de este siglo, ni los príncipes de este siglo los que hacen
sabio al sencillo. Al contrario, ese es uno de los grandes problemas que el
ministerio cristiano está enfrentando hoy. Muchos acuden a los seminarios
para prepararse y poder servir al Señor, y ocurre a veces que el seminario en
vez de capacitarlos los incapacita, pues en lugar de fe, aprenden incredulidad
y en lugar de devoción, aprenden confianza en su preparación teológica. Por
ejemplo, hay quienes tienen doctorados en teología, pero cualquier niño les
puede enseñar las Escrituras, porque saben un montón de letras, pero no
poseen ni la “F” de fe. Ellos no pueden inspirar a nadie, porque están secos
como el desierto. No tienen nada espiritual, pues el Señor no ha pasado por
ahí ni ha caminado con ellos, son varas secas.
Por lo cual, Dios no toma nada humano para hacer algo de él, pues lo suyo
es santo, justo, verdadero y está en otra dimensión que no es la humana. El evan-
gelio viene a cambiar el hombre, no a tomarle alguna cosa prestada. El reino de
los cielos no necesita ninguna realización humana para hacer algo divino. Sabe-
mos que la enseñanza del evangelio es que el hombre es trapo de inmundicia,
cojo, miserable, ciego y desnudo. Por eso, el Señor le dice: “yo te aconsejo que de
mí compres oro refinado en fuego” (Apocalipsis 3:18) que simboliza excelencia. Así
que si quieres ser un ministro, un servidor en el reino de Dios, despójate, abre
tus ojos y mira lo que eres, una vara seca, y luego dile a Dios: « ¡Méteme en tu
santuario y hazme reverdecer!».
Hay cuatro cosas que ocurrieron con la vara del ministerio que Dios había
elegido, como cuatro cosas suceden cuando Dios llama a un hombre. Lo
primero que ocurre es que reverdece, señal de vida, fuerza y juventud. El
Señor te llama al ministerio y hace que de ti empiece a brotar el verdor, la
vida, la fuerza y el poder de Dios. Lo segundo que le sucede a la vara es que
florece. En muchas plantas, la flor es el órgano sexual reproductor, por lo que
donde hay flores seguro que veremos fruto. Se puede afirmar que el futuro
de un árbol está en que florezca y salgan renuevos. Dios hace florecer y hace
reverdecer el ministerio y luego salen los renuevos que son los vástagos, como
hablaron Isaías y Jeremías acerca de Jesús, el Mesías: “renuevo de Jehová”,
“renuevo justo” (Isaías 4:2; 53:2; Jeremías 23:5).
Nota la siguiente expresión que dijo el profeta Isaías: “Saldrá una vara
del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces” (Isaías 11:1). Cuando un
tronco es cortado, lo que se espera es que se pudra o lo tomen como leño para
encender alguna fogata, pues ya de él no se espera nada. Pero en el momento
que del palo seco sale un renuevo, hay esperanza, pues sabemos que hay vida.
Jesús fue un renuevo que salió de un tronco cortado, como vástago de Dios, y
por Él, de nosotros también, siendo varas secas, salió el verdor, brotó la vida, y
han comenzado a salir las flores, señal de que vendrá fruto. Después, seremos
árboles frondosos, y echaremos renuevos y más vástagos, hijos del árbol, como
sucede ahora con los ministerios que tienen discipulados, y están saliendo
ramas, y más renuevos, flores, y al final muchos frutos.
Lo tercero que salió de la vara de Aarón fue fruto. Y ¿cuál fruto? Almen-
dras. Quiere decir entonces que la vara provenía de un almendro. La versión
Biblia de Las Americas agrega algo más, y es que dice que la vara produjo
“almendras maduras” (LBA Números 17:8). Lo destaco porque más adelante
verás que Dios no pudo elegir otro árbol mejor para representar su elección
que el almendro.
Un ministerio poderoso en Dios comenzó como una vara seca, como el
de Jeremías. El profeta Jeremías era una vara seca, un niño que no sabía ni
hablar, como él mismo le dijo: “¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar,
porque soy niño” (Jeremías 1:6). Mas, Dios le dijo: “No digas: Soy un niño;
porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mandé. No temas
delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová. Y extendió Jehová
su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu
boca” (vv. 7-9). En otras palabras, Jehová le dice al profeta: «No digas que eres
una vara seca, porque yo te haré florecer, y pondré mi palabra en tu boca». Un
ministro florece cuando Dios pone su palabra en su boca, porque en la pala-
bra está la vida, está el fruto. Como el agua que baja del cielo y hace producir
a la tierra, y da fruto al que siembra y granos a los que almacenan, así es la
palabra de Dios, una buena semilla que fructifica donde quiera, pues hace lo
que Dios le mandó a hacer, y nunca regresa a Él vacía (Isaías 55:10,11).
La palabra es la que tiene vida, y nos hace renacer cuando florece en noso-
tros. Ahora, nota lo que le dijo Jehová a Jeremías: “Mira que te he puesto en este
día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar
y para derribar, para edificar y para plantar” (Jeremías 1:10). Pero también le
dice: “¿Qué ves tú, Jeremías? Y dije: Veo una vara de almendro” (v. 11). ¿Acaso
crees tú que es una casualidad que cuando Dios llama al profeta siendo un
niño, y éste se siente incapaz, como una vara seca, Jehová le muestra una vara
de almendro? El almendro representa lo que es el ministerio de la Palabra de
Dios. En lo que a mí se refiere, puedo decir que cuando yo tenía dieciséis años
también Dios me mostró la vara de almendro. Yo iba a ser médico, tenía todos
los planes para entrar a la universidad y Dios me dijo: « ¿Qué ves tú Radha-
més?, y yo le dije: «Padre, veo una vara seca», mas Él me dijo: «Sí, pero tú vas
a florecer para mí, y yo pondré mi palabra en tu boca». Por eso es que tengo
mensaje de Dios, antes de eso, yo era simplemente una vara seca que se estaba
preparando para ser más seco, porque me estaba disponiendo para vivir para
mí, pero ahora estoy viviendo para Dios.
En esta porción bíblica, el ministerio es representado con una vara de
almendro, y cuando conocemos este árbol nos damos cuenta por qué Dios
Ahora, hay una cosa importante que llama mi atención, y es que Dios
mandó a que las varas sean puestas en su presencia, adentro, en el taber-
náculo. Dios pudo ordenar que se presenten todos los príncipes, cada uno
con su vara y luego reverdecer la de Aarón, a la vista de todo el pueblo. Mas,
Él no lo hizo así, sino que ordenó que sean colocadas en el santuario, por
lo que entiendo que ningún ministerio florece fuera de la presen-
cia de Dios. Esa vara reverdeció porque estaba delante de Él. Las varas que
son llamadas por Dios reverdecerán en su presencia. ¿Cuántos hay que están
tratando de florecer de otras maneras? Bebiendo de la savia de los hombres,
del humanismo y la teología filosófica que ha invadido a la iglesia. Por eso
muchos están secos o, posiblemente, dando una apariencia de que están flo-
recidos, como la higuera, pero lo que tienen son solo hojas. Mas, la vara que
hace florecer Dios, no tan sólo recobra la vida, sino que se llena de flores, da
renuevos y frutos incluso ya maduros.
Una almendra verde es sumamente amarga, pero las maduras son exqui-
sitamente dulces y sabrosas. Un ministerio para Dios reverdece, y luego
salen los renuevos, señalando no solamente que está floreciendo, sino que
se está reproduciendo. Ahora, si falta el fruto, para nada sirve. ¿Para qué un
árbol reverdece y echa flores, si no tiene fruto? Jesús dijo que por el fruto
se conoce el árbol, no por las hojas (Mateo 12:33). También dijo que lo que
agrada a Dios es el fruto (Juan 15:2, 5,8), por eso es que quiere que llevemos
Fruto (treinta), más fruto (sesenta), y mucho fruto (cien por ciento), en eso
es glorificado el Padre (Mateo 13:23). Quiere decir entonces que mi Padre
celestial quiere que yo me reproduzca al cien por uno. Él no quiere que me
quede al treinta, ni que me quede al sesenta, sino que mi ministerio llegue
al cien por uno, para que todo el que se acerque a mi árbol reciba sombra
y fruto, y sea alimentado. Nunca veremos un árbol comiendo sus propios
frutos, el árbol da frutos para que se los coman otros. Si nadie los toma,
caen, y los consume la tierra, los pájaros u otros animales e insectos. Quién
coma de nuestros frutos no debe ser nuestra preocupación, sino fructificar
como quiere el Señor.
Las cuatro fases que sufrió la vara seca de Aarón en su transformación a
rama reverdecida, florecida y parida, ocurrieron de un día a otro (Números
17:8), lo cual no es el proceso natural de un árbol. Eso sucedió porque Dios
quería mostrar algo y no podía dejar que pasen muchos días, pero para que
haya fruto en un árbol deben darse ciertas fases de crecimiento. Un árbol pri-
mero reverdece, después echa flores, luego brotan sus renuevos y por último
da el fruto. Por tanto, la primera enseñanza es que en Dios tenemos que pasar
la gloria, y todo el honor y exclamó: “Ha llegado la hora para que el Hijo del
Hombre sea glorificado. (…) Padre, glorifica tu nombre” (Juan 12:23,28).
Jesús desvió la alabanza hacia Dios, por eso se oyó una voz del cielo que
dijo: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (Juan 12:28). La epístola a los
Hebreos dice: “Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios,
como lo fue Aarón” (Hebreos 5:4), y en seguida dice: “Así tampoco Cristo se glo-
rificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo,
Yo te he engendrado hoy” (v. 5). Quiere decir que él glorificó al que lo llamó al
ministerio, y toda su vida fue para dar testimonio de Aquel que lo llamó.
Hay tres cosas que Jehová pidió se colocaran dentro del arca: el maná, la
vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto (Hebreos 9:4). Esas mis-
mas cosas señalan a Cristo como: el maná escondido (Juan 6:58; Apocalipsis
2:17); el renuevo (la vara) sin parecer ni hermosura para que le deseemos
(Isaías 53:2) y el Cordero Inmolado, cuya sangre sin mancha y sin contami-
nación, representa el nuevo pacto (1Pedro 1:19; 2 Corintios 11:25; 2 Corintios
3:6). ¡Oh, bendito Dios! Así estaba Jesús como raíz, escondido, como todo
ministro debe estar oculto de los hombres, pero a la vista de Dios, para que
sus ojos estén sobre el ministerio y lo haga florecer, y le dé más y más, y más.
En cambio, hoy no esperamos que Dios sea el que testifique de nosotros,
sino que usamos los medios propagandísticos, para que la gente sepa quiénes
somos. Puede que tú le preguntes a alguien: ¿Conoces al pastor Juan Radha-
més Fernández? Y él te responda: «No, nunca he oído de él», y yo digo: « ¡Gra-
cias Padre, porque los hombres no me conocen, pero tú sí sabes quién soy!».
Un ministerio no se mide por la cantidad de éxito visible, o
lo conocido que pueda ser, sino por el grado de honra que dé al
nombre del Señor. Cuando Dios hizo reverdecer a Jesús, salió del sepulcro
victorioso diciendo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque
esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). Cuando María lo encontró, lo quiso detener,
pero Él le dijo: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a
mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro
Dios” (Juan 20:17). En otras palabras: «Este es un momento de gloria, no
voy a estar con ustedes ahora, sino que iré después a Galilea. Ve y di a mis
hermanos que primero voy a mi Padre, pues florecí y tengo que presentarme
a Él como testimonio». Así tú, ¡ocúltate de los hombres, escóndete, guárdate,
sal de la vista! Nosotros no somos nuestros, mi hermano, somos de Dios, y
cuando un vaso cumple con su deber, el Señor le dice: «Ya te usé, ven ahora,
métete conmigo, te sacaré la próxima vez que te vaya a usar». Somos de Dios,
no somos de los hombres, y ese es el precio que hay que pagar por ser de Él.
Aquel que lo llamó. El mensaje para los creyentes es el mismo: “Porque el amor
de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos
murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino
para aquel que murió y resucitó por ellos […] Con Cristo estoy juntamente cruci-
ficado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo
vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (2
Corintios 5:13-14; Gálatas 2:20). Digamos nosotros también: ya no vivo yo,
pues estoy oculto y enterrado, para que viva Cristo en mí. Ya no me veo yo,
sino el que me honró.
¿Cómo es posible que una vara seca, que por misericordia la hicieron
reverdecer, ahora quiera estar en el medio exhibiéndose y quitándole la gloria
al Rey? El pueblo de Dios tiene que orar por nosotros los ministros, pues
hay mucha deshonra y pleitos en el ministerio, de gentes que dicen, como le
dijeron a Moisés y a Aarón: “¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación,
todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levan-
táis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Números 16:3). Es difícil ahora
encontrar el espíritu de aquellos santos, hombres que se ocultaban en Dios,
para que el que brillara fuera el Señor. Es cierto que tenemos un llamado
para estar al frente, pero también no hemos de temer dejar el lugar, para estar
delante del Rey. Nuestra salvaguardia es la obediencia. Cuando tú andas en
obediencia no tienes que preocuparte por nada, porque cuando Dios te dice:
« ¡Ocúltate!», Él mismo te hará saber en el lugar que debes estar, en tal o cuál
día, sin temor a errar, por lo que tú dirás: «Señor, como tú digas». Aunque
en ausencia tuya el pueblo haga becerros, no temas, ocúltate. No digas: «Es
que el pueblo se va a desviar…», ocúltate; «es que el pueblo necesita al men-
sajero», ocúltate; «Pero, ¿quién le va a dar la palabra?», ocúltate; «es que sin
mí las cosas no van bien», ¡ocúltate!, porque el único que tiene que ser visto
es Dios. En el desierto, por cuarenta años estuvo Jehová de los ejércitos en la
columna de nube de día y en la columna de fuego de noche (Éxodo 13:21) y
el pueblo lo veía; también el pueblo veía el maná que caía todos los días desde
el cielo, pero a Moisés Él lo llamaba al monte y lo ocultaba en Su presencia. El
salmista dijo que Jehová a los hijos de Israel notificó sus obras, pero a Moisés
sus caminos (Salmos 103:7).
Una de las grandes herencias que el ser humano ha recibido del pecado de
Adán es la idolatría. A diario vemos cómo la gente corre detrás de los artistas
famosos, a quienes llama “ídolos”. La corriente de este mundo a cualquier
cosa (sea persona, animal o cosa) convierte en su “salvador”, lo levanta, exhibe
y reverencia. Entonces, algunos ministros dicen: « ¿Y por qué a nosotros no
nos hacen lo mismo, cuánto más si somos los hijos de Dios?», y yo les digo,
porque no hay nadie que se exhiba más que el diablo. Ese es el espíritu que
dice: “… sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isaías
14:14). Pero tú no, tu belleza es Dios, y si Él aparece, apareces tú, porque estás
en Él. El deseo del apóstol Pablo era ser hallado en Él (Filipenses 3:8,9), y
ese debe ser nuestro deseo también, pues así renacemos, florecemos y damos
fruto en el secreto, delante del que nos hizo florecer.
No obstante, hay quienes dicen que el testimonio es darse a conocer, algo
totalmente contrario a lo que ya hemos visto. La vara fue mostrada, pero lue-
go fue guardada, para testimonio en el secreto con Dios. Si no lo ves de esa
manera, ve a los evangelios y lee cuántas veces Jesús despedía a la multitud
y luego se ocultaba a orar (Mateo 6:46; 14:23). Luego, vemos a los apóstoles
recorriendo las ciudades, haciendo milagros y maravillas, pero cuando oye-
ron que la gente decía: “Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a
nosotros” (Hechos 14:11), y que trajeron animales y guirnaldas para ofrecerles
sacrificios (v. 13), ellos rasgaron sus ropas, y se lanzaron entre la multitud
gritando que no lo hagan (v. 14).
Cuando la gente ve el poder de Dios manifestado en algunos hombres, los
idolatran, y eso solo acarrea confusión y caída. Recuerdo que cuando aquel
evangelista famoso cayó y confesó llorando su pecado, se lamentaba y decía
que hubiese podido vencer esa debilidad antes, si la hubiera confesado a la
iglesia, para que sus hermanos orasen y le ayudaran a vencer esa atadura que
traía desde su niñez. Pero como se había engrandecido y todos los ministros
venían a él, por ser la “estrella que más brillaba”, se consideró a sí mismo un
hombre muy elevado para pedirle consejo a otros. ¿Sabes quién tiene una gran
responsabilidad en que estas cosas ocurran? El pueblo que idolatra a los ungi-
dos y anda corriendo detrás de ellos, y halagan al que canta bonito, adulan al
que salmea, lisonjean al que predica, y veneran al que tiene el don de sanidad.
Andan detrás de ellos para adorarles, como los licaonianos a los apóstoles
(Hechos 14). Pero cuando Bernabé y Pablo oyeron eso, gritaron a la multitud:
“Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a
vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que
hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay” (v. 15). Así también
a nosotros nos ha llegado la hora de lanzarnos sobre ellos, y gritarles: « ¡No,
no, por amor a su nombre, no lo hagan, yo soy un hombre semejante a uste-
des, adoren a Dios! ». Algunos dicen al ser halagados: «Pobrecitos, es que nos
aman y no saben lo que hacen», pero yo digo, sí saben lo que hacen, eso no
es más que un espíritu de idolatría que los lleva a adorar a las criaturas antes
que a Dios. Sin embargo, pienso que peor es aquel que lo permite y alimenta
el monstruo del yo. ¡Bienaventurado aquel que está alerta para decir: «No, a
mí no, yo soy un hombre, alaben a Dios»!
¿Te digo algo? Nadie está libre de la idolatría, y cuando digo nadie es
ninguno. Ni Juan, el discípulo amado, fue exento de estas cosas. El que se
recostaba en el pecho de Jesús y que por tanto tenía mejor intimidad; al que
se le mostró el Apocalipsis y lloró porque no había nadie digno de desatar los
sellos; el que oyó que solamente había uno digno, el León de la tribu de Judá;
el que vio la visión en la que todos decían: « ¡Gloria al Cordero! ¡Gloria al
Cordero!» y vio a Jesús; pero no vio en el cielo a Pedro diciendo: «A mí me
crucificaron con la cabeza para abajo por causa del Señor», sino que todos
decían « ¡Gloria al Cordero! ¡Gloria al Cordero!» Tampoco vio que se levanta-
ra Pablo diciendo: «Miren todas mis cicatrices de tantos azotes, miren las
marcas de las cadenas», sino que oyó decir: « ¡Gloria al Cordero! ¡Gloria al
Cordero!»; el que escuchó a los veinticuatro ancianos, los cuatro seres vivien-
tes, los ciento cuarenta y cuatro mil, y que
todos adoraban al Cordero, ese hombre
también falló. Y eso para mí es contunden-
“El antídoto
te, pues Juan que vio todo eso, y que enten-
contra el dió que los únicos que perseverarán son los
germen de la que no adoran a la bestia ni a su imagen,
idolatría, que sino al Cordero, aún así, cuando vio al ángel
reside en nuestra en esa gran revelación se le tiró a los pies
para adorarlo, no una, sino dos veces.
carne, es recibir Entonces ese ser celestial, al ver a Juan pos-
el testimonio trarse para adorarle, le dijo: “Mira, no lo
de Jesús” hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos
que retienen el testimonio de Jesús. Adora a
Dios” (Apocalipsis 19:10). Quiere decir
entonces que todavía le faltaba a Juancito la vacuna contra la idolatría, para
matarle ese germen maldito que está en la carne, y que no puede ver tanta
gloria y revelación sin postrarse a adorar al que ha sido usado como instru-
mento, quitando la vista de Dios, quien es el que realmente hace todas las
cosas.
Nota que el ángel le habló a Juan de que él era consiervo de los que retie-
nen el testimonio de Jesús, por tanto, ¿para qué es el ministerio? Para testi-
monio de Jesús; ¿para qué hay que predicar el evangelio a toda tribu, pueblo,
lengua y nación? Para testimonio. Pero yo no soy el testimonio, sino aquel de
quien Dios testificó (1 Juan 5:9-11). Dios no me dio el testimonio para que
lo tenga en mí, ni simplemente para honrarme, sino para que yo sea un ins-
trumento de Él, para llevar su gloria y darlo a conocer, para que todos digan:
¡Gloria al Cordero que fue inmolado!
Amado hermano y consiervo, tú eres una vara que ha sido reverdecida, y
has florecido, y llevas renuevos; una vara que ha producido almendras, y éstas
maduras. Por la gracia bendita del Señor somos lo que somos, y tenemos que
orar para que el Señor levante una generación de ministros como los de aque-
llos días. Ellos florecían en la presencia, y cuando estaban bien florecidos,
seguían delante de la presencia, para testimonio de la gloria de Dios. El Señor
no quiere que le hagamos culto a ningún ministerio ni a ningún hombre, pues
hay quienes no adoran a la bestia, pero adoran a la imagen. No te pierdas, la
imagen proyecta a la bestia. A veces estamos adorando imágenes que hemos
creado de los hombres. Y si Juan con toda esa revelación, no estuvo libre de la
idolatría, yo tengo que tirarme a los pies de mi Dios, y decirle: «Señor, líbrame
de la gloria humana a mí también».
El antídoto contra el germen de la idolatría, que reside en nuestra carne,
es recibir el testimonio de Jesús. Es mi deseo que Dios nos desanime de la
gloria humana, al punto de sentir un aborrecimiento por ella, pensando en
esto: No puedo recibir un honor que le pertenece a mi Señor o consentir que
me halaguen a mí y se olviden de Él. Yo quiero ser como Jesús, que cuando
lo estaban honrando, Él desviaba la gloria al Padre diciendo: “Padre, glorifica
tu nombre” (Juan 12:28); y cuando le pidió al Padre que le glorificara era para
luego glorificarle a Él (Juan 17:1). El propósito de nuestra elección y llama-
miento se logra solo cuando nuestro ministerio honra a Dios y añade gloria
a su alabanza.
EL LLAMAMIENTO ES CONFORME
AL CORAZÓN DE DIOS
T
al como son los pensamientos del corazón de Dios, así es Él. El Señor
siempre actúa en conformidad con su carácter y nunca realiza nada
que no armonice perfectamente con su forma de ser. Nuestro Dios es
fiel consigo mismo, por lo que si hay algo que la Biblia revela consistentemen-
te acerca del Señor es su integridad para con su naturaleza divina. Es notable
por todas las Sagradas Escrituras el celo de Dios por todo lo que es digno de
Él, por eso, todas sus obras están en armonía con sus atributos divinos. Por
ejemplo, Él reina en santidad porque Él es Santo; la justicia es el cimiento de
su trono, porque Él es justo; su palabra es verdadera porque Él es la verdad; y
la fidelidad le rodea porque Él es el Fiel y el Verdadero.
Lo que el salmista dice acerca de la Palabra de Dios es que la misma es
una manifestación de los pensamientos de su corazón. El dice: “La ley de
Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que
hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el
corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová
es limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos
justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más
que miel, y que la que destila del panal” (Salmos 19:7-10). La ley de Jehová es
perfecta porque el Señor es perfecto; el testimonio de Jehová es fiel, porque así
es Él; los mandamientos de Jehová son rectos, porque expresan su manera de
ser; y sus preceptos son puros, porque revelan la pureza de su carácter.
Cuando Moisés contempló su gloria en el Monte Sinaí, también oyó su
potente voz describiéndose a sí mismo: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordio-
so y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda
misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que
de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los
padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta gene-
ración” (Éxodo 34:5-7). Dios no solo está interesado en revelar sus atributos
y carácter, sino que es celoso con su naturaleza divina, y esto lo hace notable
en toda la revelación bíblica. Él no solo actúa siempre en conformidad con
los pensamientos de su corazón, sino que exige a los que son llamados a su
servicio a vivir en perfecta armonía con todo lo que es Su santidad. Notemos,
por ejemplo, la siguiente exhortación del apóstol Pedro:
Antes de entrar en el tema, quiero decirte que este mensaje acerca de los
hijos de Sarvia, y otros, contenidos en esta obra, tienen un sentido profético.
Los mismos, Dios me los reveló en momentos proféticos, para exhortar y
revelar Su corazón. Este en particular, inicialmente el Señor me lo dio para un
ministerio radial, muy conocido en mi ciudad, y desde entonces han transcu-
rrido cerca de doce años, y es increíble cómo el mismo reveló los pensamien-
tos de muchos corazones (Lucas 2:35). De hecho, cuando este mensaje fue
ministrado causó tanta conmoción y lágrimas que algunos no se atrevieron a
predicar por días, pues sus corazones fueron reprendidos.
Con todo, este mensaje fue grabado y reproducido y ha circulado por
muchos países, y he sabido que conocidos predicadores lo han oído y también
lo han predicado. Por lo cual, me siento honrado que hombres de Dios pre-
diquen mensajes que originalmente el Señor me los haya revelado a mí. Solo
pido que todo aquel que repita cualquiera de estos mensajes sea sincero con
¡Qué gesto de lealtad tuvo Joab con su rey! Observa que la palabra hebrea
“Rabá” significa grande o grandeza, bien podemos aplicar entonces que los
pensamientos de este hombre eran conferir todo dominio a su rey. Joab dijo con
esta acción: « ¡Yo no quiero que la ciudad lleve mi nombre, sino el nombre de mi
rey! Toda la grandeza de mi conquista es para él». Así pensaba Joab, con lealtad
Destaquemos algunas cosas de este relato. Joab sabía que David estaba
muy deprimido por la ausencia de su hijo, después de la desgracia que había
sucedido en la familia. Ocurrió que Absalón había huido después de haber
dado muerte a su medio hermano, para vengar la honra de Tamar su her-
mana a quien Amnón había violado (2 Samuel 13:22, 28). El hijo de Sarvia
vio que David quizás ni comía por estas cosas, y para consolarle, tramó un
plan para que el rey hiciera volver a su hijo sin que con eso mostrare, diga-
mos, una debilidad de carácter que no correspondía a su dignidad como
monarca. Por tanto, podemos afirmar que Joab siempre estaba pensando en
el bienestar del rey, y se compadecía y hacía cosas para resolver sus proble-
mas y evitarle tristezas. En este otro relato notemos otra cualidad de Joab a
favor de su líder:
Joab, con los capitanes del ejército, de delante del rey, para hacer
el censo del pueblo de Israel”
(2 Samuel 24:1-4).
¡Valiente ese Abisai! Él sabía que iba a arriesgar su vida, pero con arresto y
bravío se ofreció voluntariamente a acompañar a su rey. Delineemos su carác-
ter con este otro relato: “David, pues, y Abisai fueron de noche al ejército; y he
aquí que Saúl estaba tendido durmiendo en el campamento, y su lanza clavada
en tierra a su cabecera; y Abner y el ejército estaban tendidos alrededor de él.
Entonces dijo Abisai a David: Hoy ha entregado Dios a tu enemigo en tu mano;
ahora, pues, déjame que le hiera con la lanza, y lo enclavaré en la tierra de un
golpe, y no le daré segundo golpe” (1 Samuel 26: 7-8). Nota la actitud de Abisai,
él pensaba que había llegado el momento de que su rey, el ungido de Jehová,
reine, por eso no dudó en acompañarlo.
De hecho, este incidente no fue algo simple como decir que David junto
con uno de su ejército hizo un sencillo reconocimiento al lugar donde acam-
paban sus perseguidores, no. Entrar al campamento enemigo mientras éstos
dormían era como “meterse en la boca del lobo” o “ponerle el cascabel al gato”.
Abisai estaba consciente del riesgo que tomaba, por eso dijo que daría un gol-
pe, uno solo, pero fatal y certero que no necesitaría otro más. Sin embargo,
“La batalla fue muy reñida aquel día, y Abner y los hombres de
Israel fueron vencidos por los siervos de David. Estaban allí los
tres hijos de Sarvia: Joab, Abisai y Asael. Este Asael era ligero de
pies como una gacela del campo. Y siguió Asael tras de Abner,
sin apartarse ni a derecha ni a izquierda. Y miró atrás Abner, y
dijo: ¿No eres tú Asael? Y él respondió: Sí. Entonces Abner le dijo:
Apártate a la derecha o a la izquierda, y echa mano de alguno
de los hombres, y toma para ti sus despojos. Pero Asael no quiso
apartarse de en pos de él. Y Abner volvió a decir a Asael: Apárta-
Asael, como hemos visto, era un soldado valioso para la armada de David y
fueron muchas las victorias que obtuvo para su reino. Sin embargo, el intentar
matar a Abner en aquel lugar que llamaron “Helcat-hazurim” o “el campo de
espadas” fue una osadía de parte del muchacho, ya que los generales al mando
de cada grupo -Joab y Abner- habían decidido que solo los jóvenes pelearían
en ese encuentro (2 Samuel 2:14). Y a pesar que los hombres de David gana-
ron frente al ejército de Is-boset, hijo de Saúl, matando como a trescientos
sesenta hombres, el cronista bíblico destacó que al pasar revista al ejército de
David faltaron diecinueve hombres y Asael (2 Samuel 2:30), destacando su
nombre, por lo que entendemos entonces que fue una gran pérdida.
En síntesis, muchas fueron las contribuciones de estos hombres, valientes
y meritorias, las cuales los llevaron a un merecido lugar de honor en la guardia
del rey. No obstante, insisto, por qué David dice de ellos: “¿Qué tengo yo con
vosotros, hijos de Sarvia?” (2 Samuel 16:10). Mas, luego de haber visto tantas
acciones valerosas de los hijos de Sarvia, creo que ya estamos listos para dar
respuesta a nuestra repetida pregunta. Empecemos entonces analizando la
misma interrogante.
Analicemos lo que significa la expresión “¿qué tengo yo con vosotros?”
La preposición “con” significa estar al lado de, juntamente, unión, coopera-
ción, por lo que entiendo que David quiso decir: « ¿Qué relación tengo yo
con ustedes, qué armonía, en qué me parezco yo a ustedes; por qué estoy yo
junto a ustedes, por qué ustedes están junto a mí?» Expresión muy parecida
a la que Jesús le dijo a su madre María, cuando ella le pidió que hiciera el
milagro en las bodas en Caná de Galilea: “¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún
no ha venido mi hora” (Juan 2:4). Aunque María tenía el corazón de Jesús, en
esta ocasión, por causa de ignorar el plan de Dios, se distanció del sentir de su
hijo. Por eso, Jesús le quiso decir, en otras palabras: «Tú no estás sintonizada
conmigo, mujer; no ha llegado mi hora, todavía no comprendes ni entiendes
mi tiempo, y el propósito del Padre conmigo». Algo semejante, le dijo Pablo
a los corintios: “… ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué
comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué
parte el creyente con el incrédulo?” (2 Corintios 6:14-15). Así dijo David: “¿Qué
tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia?” (2 Samuel 16:10).
La gran enseñanza es que Joab, Abisai y Asael eran parientes del rey, le
servían al rey, conquistaron reinos para el rey, eran leales al rey, celaban y pro-
tegían las cosas del rey, pero no tenían el corazón ni el espíritu del rey. Ellos
tenían sus propias agendas, sus propias aspiraciones en el reino, y actuaban en
consecuencia. De la misma manera, tú puedes estar peleando las guerras de
Dios, hacer muchas aportaciones a Su reino, y no tener el corazón del reino.
Se pueden hacer grandes esfuerzos en el reino de Dios y no tener nada que ver
con Dios. ¡Ojalá Dios nos haga entender lo que estamos diciendo!
Han habido hombres que se han esforzado de forma profusa para Dios, que
han dado sus vidas enteramente, desde niños hasta adultos, esforzándose con
mucho celo y, sin embargo, es como si no hubiesen hecho nada, pues no tienen
Su corazón. Éstos ignoran por qué Dios hace las cosas ni por qué las quiere
hacer; no conocen los Caminos de Dios, ni tienen la intención ni la motivación
de Él; están siempre equivocados, andan errados, haciendo esfuerzos inútiles,
porque son como los hijos de Sarvia, no tienen el corazón del Rey.
Tomemos ahora a David como un tipo del Señor, ya que el mismo Dios
lo describió como un varón conforme a su corazón (Hechos 13:22), y veamos
cómo él consideraba a estos hombres que habían arriesgado tantas veces sus
vidas por su reino, pero que no tenían ningún parentesco con él ni en carácter
ni en espiritualidad. ¿Fue David injusto al expresar su descontento y rechazo
a estos valientes de su armada? Bueno, respondamos esa interrogante con el
último incidente que hemos visto de los hijos de Sarvia, donde perdió la vida
Asael, el menor de ellos.
Para tener un contexto, recordemos a Abner (quien mató a Asael), general
del ejército de Saúl, el cual hizo rey a Is-boset hijo de Saúl, sobre todo Israel, a
excepción de la casa de Judá la cual siguió a David (2 Samuel 2:8,9). Sucedió
que después de un tiempo, Abner se enojó con Is-boset porque éste le reclamó
que había tomado como mujer a Rizpa, concubina de Saúl su padre (2 Samuel
3:8), así que decidió hacer pacto con David. Con ese fin subió Abner a Hebrón,
para reunirse con David, y luego que acordaron y comieron juntos se fue en paz
(vv. 12, 20, 21). Mientras esto ocurría, Joab no estaba en el campamento, pero
cuando llegó, alguien le dijo que Abner había estado allí (vv. 22-23), por lo que
fue y le reclamó a David diciendo: “¿Qué has hecho? He aquí Abner vino a ti;
¿por qué, pues, le dejaste que se fuese? Tú conoces a Abner hijo de Ner. No ha venido
sino para engañarte, y para enterarse de tu salida y de tu entrada, y para saber todo
lo que tú haces” (vv. 24-25). Hasta este momento, vemos a Joab reaccionando y
advirtiendo a su rey lo peligroso que podía ser la unión con Abner. Aparente-
mente, su enojo era justificado, ya que Abner fungió como jefe de la armada del
bando contrario. Mas, ¿serían su enojo y su rabia motivados por esa sola razón?
Veamos ahora cómo sus hechos nos muestran su verdadera motivación y nos
acercan, aún más, al rhema de esta ministración.
Joab, inmediatamente que salió de la presencia de David, decidió actuar por
su propia cuenta y mandó a alcanzar a Abner. Las Escrituras relatan que cuan-
do éste se devolvió a Hebrón, Joab lo llevó aparte para hablar con él en secreto
y que allí, en venganza de la muerte de Asael su hermano, lo mató (2 Samuel
3:26-27). ¿Cuál fue el móvil de esta muerte? ¿Las guerras de Jehová? ¿Asegurar
el reinado de David su rey? No, el motivo que llevó a Joab a matar a Abner fue
la venganza. Miremos ahora como reacciona David a estos hechos:
David lloró esta muerte, y con él también todo el pueblo, porque se dieron
cuenta que del rey no procedió ninguna estratagema para quitar del medio a
Abner. También dijo David: “¿No sabéis que un príncipe y grande ha caído hoy
en Israel? Y yo soy débil hoy, aunque ungido rey; y estos hombres, los hijos de Sar-
via, son muy duros para mí; Jehová dé el pago al que mal hace, conforme a su
maldad” (2 Samuel 3:38-39). ¡Qué expresión! Los hijos de Sarvia ¡son duros!
Esa palabra “duro” se traduce en la Biblia como brusco, cruel, insensible,
terco, obstinado. Esa expresión implica algo nocivo, dañino, desfavorable, en
sentido figurado bien pudo decir el rey: « ¡Me son como una mala noticia!».
Por tanto, podemos concluir que los hijos de Sarvia no tenían el mismo sentir
que David ni sus corazones iguales al corazón de su rey.
Sabemos que Abner era enemigo de David, sin embargo, David lloró su
muerte, mientras Joab lo mató por venganza, envolviendo sus asuntos perso-
nales con los del reino. Y aquí vemos otra gran diferencia entre ellos: mientras
David amaba a sus enemigos, Joab les hacía pagar implacablemente sus dis-
crepancias. Como David lloró a Abner, también lloró a Absalón (2 Samuel
18:14, 33), y a Amasa, otro general del ejército enemigo que Joab mató y
David endechó, pues tampoco lo consintió (2 Samuel 20:10; 1 Reyes 2:32).
David era amigo de sus enemigos, porque era un tipo de Cristo (Mateo 5:44;
Lucas 23:34), pero ese no era el sentir de Joab, por eso eran duros los hijos de
Sarvia, obviamente no tenían nada que ver con el corazón de David y mucho
menos con el de Dios.
Cuando se lee todos esos logros y todo lo que hicieron esos hombres, para
contribuir en el establecimiento del reinado de David, luce como si estuvieron
unánimes sintiendo una misma cosa o con una misma mente y un mismo
corazón, sin embargo no fue así. Por tanto, ¡qué importa que contribuyan si
sus obras no son hechas según Dios! No es hacer obras para Dios, sino
andar en sus Caminos. El éxito de un ministerio no se mide por las tantas
cosas visibles que se hagan para el reino de los cielos, sino que aquel que las
hizo tenga el corazón del rey, para andar en obediencia y de acuerdo a su
sentir. Dios es misericordioso, David fue misericordioso; Dios es justo, David
amaba y se esforzaba por la justicia; Dios
ama a sus enemigos, David amaba a sus
enemigos. Pero eso no pasaba con Joab.
“No es hacer En el reino de Dios, dejemos a un lado
obras para Dios, las agendas y asuntos personales, los cuales
sino andar en sus no tienen ninguna relación con el propósito
Caminos” divino. Si algún hermano tiene alguna cosa
contra ti y tú tienes que juzgar algún asunto
donde él esté implicado, deja tus prejuicios a
un lado, porque ahora tú estás como repre-
sentante de Dios y tu juicio debe ser imparcial. El problema que tengas con
tu hermano resuélvelo con Dios, pero si el Espíritu Santo dice: “Apártame a
fulano” hay que apartarlo, aunque no sea amigo ni alguien de nuestra predi-
lección. Igualmente si eres profeta, no des bendiciones a raudales únicamente
a los tuyos, y maldiciones a aquellos que no lo son. ¡Cuídate de esas cosas!
Profetiza, predica y ministra de acuerdo al corazón de Dios.
El ministro de Dios dice como el Señor Jesús: “Mi madre y mis hermanos
son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen” (Lucas 8:21). En el reino de los
cielos no hay preferencias ni simpatías personales. Actúe de acuerdo al cora-
zón de Dios, no importando lo que se sienta en ese momento. Puede que tu
deseo sea estallar en ira, pero debes actuar de acuerdo a como Dios actuaría,
con su mansedumbre. Eso no lo tenían los hijos de Sarvia, por eso para David
eran duros, nocivos, desfavorables como malas noticias.
Cuando Absalón se rebeló contra su padre, David fue traicionado no tan
sólo por su propio hijo, sino también por sus mejores amigos, incluyendo a su
consejero personal, Ahitofel (2 Samuel 15:12). Por lo cual, al ver el hijo de Isaí
que el complot en su contra se hacía más fuerte, decidió huir con unos cuantos
fieles. Esta penosa situación vino a conse-
cuencia de su pecado contra Urías heteo, por
cuya causa Jehová juró que la espada no se “No es tener
apartaría jamás de su casa (2 Samuel 12:9,10). celo de Dios,
Y como el rey estaba consciente de estas cosas, sino tener Su
lloraba amargamente sus culpas. Así, abando-
corazón”
nando el trono, subió David la cuesta de los
Olivos, descalzo y llorando, junto al pueblo
que le seguía (2 Samuel 15:30). Mas, al llegar
David hasta Bahurim sucedió el incidente, donde sale por primera vez la expre-
sión que nos ocupa, veámoslo:
Al analizar este incidente, es lógico que alguien diga: «Pero, ¿por qué
David reaccionó así contra Abisai? ¿Por qué él se enoja contra un hombre que
lo está defendiendo? Este hombre ha arriesgado su vida por él; en el momento
que todos sus amigos lo traicionaron, él permaneció; y todavía marchando
hacia su exilio, aparentemente derrotado, su celo no merma y demanda respe-
to para su rey». Es cierto, parece leal y noble la reacción de Abisai a favor del
rey, sin embargo, David se enoja y en su expresión denota descontento por su
manera de obrar y reaccionar. En otras palabras, David le dice: «Pero, ¿qué
tengo yo con ustedes? Esa no es mi forma de resolver los problemas. Yo no
necesito que nadie me defienda, ¡a mí me defiende Dios! Yo no resuelvo los
problemas con mis manos ni con violencia. Mi vida está sometida a la sobera-
nía de Dios». David, más que a un enemigo que lo maldecía, veía a Dios que
lo estaba disciplinando, tal como lo expresara el salmista: “Bueno me es haber
sido humillado, Para que aprenda tus estatutos” (Salmos 119:71).
Todo lo que le ocurría a David, él se lo atribuía a Dios, de manera que si
un hombre se atrevía a maldecirle, seguramente era porque Jehová lo permi-
tía. Y si así ha sido ¿quién lo puede impedir? David era un hombre maduro
que aceptaba la disciplina del Señor, porque sabía que nada ocurre sin que
Dios lo sepa o lo haga. Por eso, él se sometía a la soberanía de Dios y como
hombre maduro se dejaba disciplinar. En cambio, este hijo de Sarvia vino con
su celo sin ciencia, obviamente con otro espíritu y con violencia.
Muchas veces en nuestro celo por Dios se cuelan otras cosas. Por tanto, lo
importante aquí no es tener celo de Dios, sino tener Su corazón. El
celo según su corazón se define en un andar en el consejo de Dios, en su volun-
tad, en su intención y con su mismo Espíritu. Es un celo que se manifiesta en
el fruto del Espíritu, en amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza, etc. (Gálatas 5:22,23). En la madurez hay sujeción a
eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hom-
bres” (Mateo16:23). Jesús también usó la palabra tropiezo del griego skandalon
que en su uso original es un tipo de trampa que se usaba en aquellos días. Por
lo cual, la enseñanza es esta: cualquiera se puede convertir en un Satanás -no
importa el nivel espiritual ni la revelación más elevada que haya recibido- si
pone los ojos en las cosas de los hombres y no en las de Dios.
De nada sirve que un hombre dé su vida y se esfuerce en las guerras de
Dios, cuando su fin es algo terrenal y no celestial. El que tiene el corazón
del reino, también tiene sus ojos puestos en las cosas del reino, actúa en el
Espíritu del reino, con la motivación del reino, en el propósito del reino, en
el consejo del reino, y sometido al plan de Dios y en lo que Él quiere hacer
en ese momento en beneficio de su reino. ¿Cómo es posible que personas
que pasan su vida sirviéndole a Dios, como estos hijos de Sarvia, que diri-
gieron hombres de guerra, conquistaron reinos y ganaron batallas, al final le
sean “satanás” al rey? Por tanto, no es hacer, sino ser. Obrar correctamente
es poseer el verdadero espíritu.
Me llama la atención la actitud de Pedro al reconvenir al Maestro, rogán-
dole que no se entregara porque temía por su vida, con la cual no es difícil
estar de acuerdo. ¿Quién quiere que se muera un amigo, que desaparezca
su compañero o que se tronche la vida de su líder? Pero la preocupación del
discípulo era falsa, pues en ella se escondían ciertos pensamientos que eran
contrarios al plan de Dios y propósito celestial. Pedro pensaba que si Jesús
moría no habría reino, y todo lo que había dejado por obtener una vida mejor
se podía venir al suelo con la muerte del Hijo de Dios. Este cristiano quería
un reino sin cruz, pero la Palabra de Dios dice que sin derramamiento de
sangre no hay remisión de pecados (Hebreos 9:22). La gloria se escribe
con sangre. Si Cristo no muere no hay gloria. ¡Sin la muerte del que era la
muerte de la muerte no habría reino de vida en la tierra!
La palabra reconvenir (gr. epitimao) significa juzgar, reprender, amonestar
duramente, mostrar el honor, levantar el precio. Aplicando, vemos que Pedro
comenzó a reprender a Jesús y también a halagarle, a mostrarle lo mucho que
valía para dejarse crucificar. Podemos decir que Pedro le prestó la boca a Sata-
nás, diciéndole: «¡Reacciona! ¿Es que te has vuelto loco? ¡Tú vales mucho! ¡Tú
no puedes dar tu vida! ¡Que eso no te ocurra, tu vida vale más que tu muerte!
¡No te entregues, ten compasión de ti!» Increíble, Pedrito el pescador, repren-
diendo al Hijo de Dios. Satanás quería ponerle tropiezo a Cristo, para que no
muriera y se aprovechó de esa falsa compasión. Hay celos que se convierten en
tropiezo, que hacen caer, que perturban el plan de Dios y hacen de la persona
que los siente un adversario del propósito eterno del Señor.
Joab no fuese el general de su armada, por lo que había sucedido entre ellos.
Sucedió que cuando David hizo volver a Absalón, después de haber sido echa-
do de su presencia por haber matado a su hermano, el joven trató de reunirse
con Joab y le mandó a buscar en dos ocasiones y éste no quiso ir, por lo que
Absalón mandó a prenderle fuego a un campo propiedad del general para ver
si así reaccionaba (2 Samuel 14:29-30). Entonces, Joab fue a verle y le pidió
explicaciones a Absalón, pero no hizo nada en su contra ni profirió palabra,
pero aparentemente le guardó la cuenta para otra ocasión, y se la cobró con
creces. Por tanto, la muerte de Absalón fue un ajuste de cuentas entre Joab
y el engreído jovencito, más que protección al reino. Es evidente que todo lo
que amenazaba a Joab, él lo incluía en su agenda militar sin importar rango (2
Samuel 3:27), ni relación familiar (2 Samuel 17:25; 20:20) ni mucho menos
orden recibida (2 Samuel 18:5). Todo lo que le estorbaba o fuera una amenaza
a sus intereses lo quitaba del medio.
Cuando el rey supo la noticia que Absalón había muerto, turbado lloró
amargamente y gritaba: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién
me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2 Samuel
18:33). ¡Qué dolor! El cuerpo de David temblaba, sus piernas flaqueaban, pero
el rey seguía gritando, sin importarle que vieran su humillación… tan sólo que-
ría ver a su hijo… tocar su larga cabellera … No importaba la vergüenza que le
había ocasionado, el dolor que le había causado, la traición que había orquesta-
do, todo eso quedaba atrás, en un segundo lugar frente aquella hermosura iner-
te en Aquel que desde la planta de su pie hasta su coronilla no había defecto (2
Samuel 14:25), pero que ahora reposaba extinto e indiferente a sus pies. No…
su corazón ahora estaba traspasado de dolor, y de lo profundo de su ser solo salía
un punzante clamor: “¡Hijo mío Absalón, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2 Samuel
19:4). Mas, cuando le dieron aviso a Joab de las condiciones en que estaba el rey,
el general se enojó. Luego, sin mostrar un hálito de respeto al luto de aquel por
quien tantas veces se había esforzado, y sin ningún vestigio de arrepentimiento
por lo que había hecho, con gran desfachatez lo reprendió:
“Hoy has avergonzado el rostro de todos tus siervos, que hoy han
librado tu vida, y la vida de tus hijos y de tus hijas, y la vida
de tus mujeres, y la vida de tus concubinas, amando a los que
te aborrecen, y aborreciendo a los que te aman; porque hoy has
declarado que nada te importan tus príncipes y siervos; pues hoy
me has hecho ver claramente que si Absalón viviera, aunque
todos nosotros estuviéramos muertos, entonces estarías contento.
¡Qué cinismo! Pero, ¿cómo podía entender este Joab que el rey estaba llo-
rando, no tanto a su hijo muerto, sino a las consecuencias de su pecado. Sin
dudas se había cumplido lo que Jehová sentenció por boca del profeta Natán:
“He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa, y tomaré tus mujeres
delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus mujeres a la
vista del sol. Porque tú lo hiciste en secreto; mas yo haré esto delante de todo Israel
y a pleno sol. […] También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás. Mas por
cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te
ha nacido ciertamente morirá” (2 Samuel 12:11-14). David no sólo lloraba la
muerte de Absalón, sino: a) El pecado de Amnón, quien violó a su hermana
Tamar (2 Samuel 13:14); b) La posterior muerte de este a manos de Absalón
(2 Samuel 13:32); c) La revuelta de Absalón contra él (2 Samuel 15:12); y d)
La toma de Absalón de sus concubinas a quienes violó a la vista de todo Israel
(2 Samuel 16:22). Tal como él mismo había sentenciado, pagó cuatro veces
tanto (2 Samuel 12:6).
David era amigo de sus enemigos y lloraba también por sus hijos rebel-
des, como llora Dios. Nunca podría entender estas razones el general asesino,
poseedor de impulsos locos y maquiavélicos, porque obviamente pensaba que
el fin justificaba los medios. Hay cosas que parecen de Dios pero no son de
Dios, sino que son adversas y causan tropiezo. Sería terrible que nos convirta-
mos en adversarios de Dios sin saberlo; que nos pasáramos toda la vida sirvién-
dole y que al final todo ese esfuerzo haya sido inútil, porque no lo hicimos de
acuerdo con el corazón de Dios, el cual paga a cada uno conforme a sus obras
(Romanos 2:6). Por tanto, para tener el corazón de Dios hay que conocer a
Dios y luego someterse a Él. Veamos ahora cómo terminó Joab.
Al paso del tiempo que David había envejecido, Adonías, uno de sus hijos
nacidos después de Absalón, dijo: “Yo reinaré” (1 Reyes 1:5), y se puso de
acuerdo con Joab hijo de Sarvia y con el sacerdote Abiatar (v. 7). Sabemos que
Jehová había dicho a David que Salomón reinaría después de él, y David se lo
había prometido a Betsabé la madre de Salomón (v.13), pero ellos intentaron
ignorar estas cosas. Cuando David fue alertado sobre eso, llamó al sacerdote
Sadoc, al profeta Natán, y a Benaía hijo de Joiada, y les dijo: “Tomad con
Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo…” (Juan 5:22). Luego
vemos que Salomón ordenó:
Joab murió, sin pena ni gloria, como un villano fue cortado, porque
en todo lo que hizo nunca tuvo el corazón del rey. Y fueron puestos otros
en lugar de todos aquellos que obraron fuera de la voluntad de su señor
(1 Reyes 2:35). Cuando lleguemos a la presencia de Dios puede que nos
parezca injusto ver a muchos grandes, que hicieron proezas para Dios y Él
les diga en aquel día: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”
(Mateo 7:23). ¿Cómo puede ser, si esos hombres dedicaron toda su vida a
Dios? “Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Timoteo 2:14). No es hacer,
sino ser, pues los que son como Dios actúan como Dios y nunca andan
errados o equivocados, ni motivados por un mal espíritu, pues tienen el
corazón del rey. A esos, Dios nunca les dirá: «¿Qué tengo yo con ustedes?».
Que Jehová nos bendiga y que haga que esta verdad quede para siempre en
nuestros corazones, para que todas nuestras obras sean hechas en Dios y de
acuerdo a su corazón.
-1 Samuel 8:6-7
eran más fuerte, que la tierra se tragaba a su moradores y que había gigantes,
hombres tan grandes que delante de ellos el pueblo de Dios era como insectos
y que así también ellos los verían (Números 13:31-33). Al oír ese informe el
pueblo se desanimó y lloró toda aquella noche (Números 14:1), y se quejaron
contra Moisés y contra Aarón diciendo: “¡Ojalá muriéramos en la tierra de
Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos!” (v. 2). Y Dios oyó y les dijo: “Vivo
yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros. En
este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de los que fueron contados de
entre vosotros, de veinte años arriba, los cuales han murmurado contra mí” (vv.
28-29). De esta misma manera dijo Jehová a Samuel que escuchara todo lo
que dijeran, porque exactamente lo que pidieran, eso les daría.
¿Sabes lo que hizo Dios frente a la petición de que les diera un rey? Se con-
virtió en un demócrata, porque todo el que escucha al pueblo para actuar se
vuelve un demócrata. Los gobiernos democráticos con que se rigen la mayoría
de las naciones en este mundo gobiernan de acuerdo a la opinión pública o
presión del pueblo. Las naciones ya no se dirigen por firmes principios, sino
por la variable opinión del pueblo. Apenas la gente protesta, el que está en
autoridad hace sus arreglos, porque su interés es estar bien con el pueblo, para
mantenerse en la posición, a pesar que el deseo de las masas sea incorrecto.
Así Dios oyó la oración, pero antes de dejarlos a su libre albedrío, Dios le
dijo a Samuel: “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han
desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Con-
forme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta
hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo. Aho-
ra, pues, oye su voz; mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales cómo
les tratará el rey que reinará sobre ellos” (1 Samuel 8:7-9). Entonces Samuel
tomando la palabra les dijo:
“Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos,
y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que
corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y
jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos
y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los per-
trechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que
sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo
mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares,
y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas,
para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y
3. “… los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mie-
ses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros.
Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, coci-
neras y amasadoras”
En el reino del hombre se convierte a los creyentes en esclavos, poniéndoles
cargas que les corresponden a ellos llevar en el ministerio. Todos sus asuntos
giran en torno al culto al hombre, al ego y a sus intereses. Así que orquestan
tremendos montajes y crean numerosas actividades para involucrar a toda la
como catedrático de la universidad para que enseñes a los demás a pescar”. Así
lo hicieron, y al único que salió y pescó también lo reclutaron».
Esa es la iglesia hoy, donde hay un sinnúmero de organizaciones, un mon-
tón de burocracia, tecnología y equipos modernos, pero no hay quien haga la
voluntad de Dios, pues nadie hace nada en el sentido espiritual, y al que hace
algo, también lo reclutan para la organización. Conocemos una gran canti-
dad de hospitales famosísimos que eran “cristianos”, incluso algunos se iden-
tifican todavía con el nombre de la denominación que lo fundó, pero lo que
era una casa de salud se ha convertido en un emporio de salubridad que toma
muchas cuadras, pero si llegas allí enfermo (seas cristiano o no), si no tienes
un plan médico no te atienden. Y me pregunto, ¿dónde está la piedad, la com-
pasión y los principios de Dios? Allí no tienen cabida, pues esa organización
ya no tiene nada de Dios, y es gobernada
por el hombre.
“Una cosa es la También hay iglesias que se dedican
a guardar dinero y llega un momento
iglesia y otra el que sus cuentas están tan repletas que el
institucionalismo estado tiene que decirles que inviertan ese
eclesiástico; dinero, porque al gobierno no le conviene
la iglesia solo es que instituciones sin fines de lucro y exen-
la víctima tas de impuestos, mantengan su dinero
detenido en el banco. Entonces, el dinero
secuestrada por de la iglesia, en lugar de ir a la casa de
ese tirano” los pobres, va a la bolsa de valores, y se
compran acciones en compañías que si
estuviéramos conscientes a qué se dedi-
can, lloráramos de dolor. Algunas inversiones se han hecho en empresas cuya
especialidad es en la venta de armas de fuego, por ejemplo, y sin embargo, sé
de iglesias que no les interesa invertir en la visión de Dios. Alegan que no hay
dinero para predicar, no hay dinero para ayudar al necesitado de la iglesia, no
hay dinero para hacer la obra de Dios, pero sí para todo aquello que mantiene
la organización. Eso es lo que pasa hoy y pasará siempre donde gobierne el
hombre y no Dios.
Todo lo que pasa y se mueve en el reino de los hombres es para pro-
mover sus nombres y darse a conocer. Gastan millones en promoción para
pedir ofrendas monetarias y mantener su institución, pero cuando les escri-
ben pidiendo oración, abren el sobre, toman la ofrenda y tiran la carta a la
basura. ¡No hay corazón! No les importa las almas, sino hacerse grandes y ser
para honrar a Dios. Y aquí no estoy diciendo que pongamos bozal al buey que
trilla, porque el obrero es digno de su salario (1 Timoteo 5:18), a lo que me he
referido -y quiero que quede claro- es que te hacen “trabajar para Dios”, pero
al final, el fruto de su trabajo es para ellos, para la organización. Eso es algo
muy penoso, porque como bien dijo el predicador: “Todas las cosas son fatigosas
más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído
de oír” (Eclesiastés 1:8). Por eso, el reino de los hombres tipifica el andar en la
carne, donde sólo hay demandas, exigencias, un apetito insaciable de placeres
y mucha presión. Todo eso se convierte en un gran suplicio, algo muy distinto
a cuando reina Dios que hay paz, reposo, y toda buena obra. Por eso el profeta
termina advirtiendo:
Eso es, justamente, lo que pasa hoy en día en la iglesia. Cuando los que
dirigen se dan cuenta que el pueblo no quiere algo en particular o que los
miembros se les están yendo de la iglesia, inmediatamente comienzan a cam-
biar las cosas, para que no les deserten ni les abandonen. A ellos no les inte-
resa obedecer ni agradar a Dios, sino complacer al pueblo. En el reino de los
hombres la elección de la mayoría es la que gana, porque son elegidos por el
pueblo y para el pueblo. En cambio, en el reino de Dios las cosas ocurren
totalmente contrario. Cuando a Jesús los discípulos le dijeron que la gente se
estaba ofendiendo y que muchos se volvían atrás, luego de escuchar el mensaje
que predicaba, él les dijo: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:67).
Jesús no iba a cambiar aunque les pareciera a ellos duras sus palabras. En el
gobierno de Dios no importa el pueblo, sino Dios.
La Palabra de Dios dice: “… todos los que quieren vivir piadosamente en Cris-
to Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12), por lo que entiendo que cuando
sacrificamos el deseo del hombre por obedecer la voluntad de Dios, seremos
perseguidos. Son muchas las voces que se levantan en contra, pero Jesús dijo:
“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda
clase de mal contra vosotros, mintiendo” (Mateo 5:11). Si murmuran de un mal
testimonio, eso es otra cosa, pero si viene la persecución por causa de la palabra,
y nos acusan mintiendo, Dios será nuestro defensor. Por eso, amado, óyelo
bien, a la iglesia lo que le debe importar es agradar a Dios haciendo su voluntad.
Como “oveja”, eres importante en el redil, para alimentarte con sus delicados
“pastos”, pero no te seguimos a ti, sino al pastor que es Dios.
En una ocasión alguien me compartió una anécdota de un judío que fue a
un restaurante y el mesero estaba prejuiciado contra él, porque había leído que
los judíos habían matado a Jesús. La molestia del mesero era tan grande que le
dijo a su jefe: «Usted me va a perdonar, pero yo no voy a atender a ese judío,
porque ellos mataron a Jesucristo», a lo que el dueño del restaurante le contes-
tó: «Si tú no le sirves, estás despedido». Presionado por la condición, decide
de mala gana atenderle, y el judío cuando se fue le dejó una jugosa propina.
Cuando el mesero va a limpiar la mesa, se encuentra con la generosa suma, la
toma y la introduce en su bolsillo. El dueño del lugar, al verle, se le acerca y le
cuestiona con un gesto, a lo que el mesero rápidamente le responde: «Bueno,
los judíos no fueron tan malos; ellos no mataron a Cristo, solo lo torturaron».
Así es el reino del hombre, por intereses cambia rápidamente su convicción.
Igualmente, cuando el hombre gobierna la iglesia y ve que no hay ofren-
das y se están bajando las arcas del tesoro, ponen a todo el mundo a orar y a
ayunar y buscan que el profeta les hable. Mas, una vez que tienen el dinero,
ya no hay tiempo para las cosas del Espíritu y ni caso les hacen a los profetas
de Dios. En mis tiempos de estudiante tuve un maestro que decía a la clase:
«por la plata baila el mono, y si no baila el mono, baila el dueño del mono», y
todo eso, por intereses. Hay que estar bien convencidos en Dios para mante-
nerse en sus principios, a pesar de ver que el pueblo se va y que nos quedamos
solos. A Juan el bautista sus seguidores se le fueron también (Juan 3:26), pero
él dijo: “No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros
mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delan-
te de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su
lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está
cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:27-30). Así
habla un hombre que está claro y comprometido con la verdad, el cual no le
importa quedarse solo, sino cumplir lo que Dios le mandó a hacer.
Los siervos de Dios son discriminados en el reino de los hombres y
nunca son bienvenidos en su círculo. Nosotros lo hemos vivido en el medio
donde Dios nos ha puesto, pues algunos consiervos ni te miran y te evitan,
porque por tu lenguaje saben que no simpatizas con la política ni con los
intereses humanos en que están sumidos en sus congregaciones. Pero un día,
todos le veremos la cara a nuestro Señor. El apóstol Pablo decía que quería ser
aprobado delante de Dios (2 Timoteo 2:15) y que si en su ministerio buscara
agradar a los hombres no sería siervo del Señor Jesucristo (Gálatas 1:10).
A pesar que a Saúl le importaba más el pueblo que Dios, vemos más ade-
lante que Jehová le da otra oportunidad y envía al profeta a ungirle y a adver-
tirle que esté atento a sus palabras (1 Samuel 15:1). Dios es santo y es bueno, y
a pesar que el pecado de Saúl le dolió en su corazón le da una nueva misión:
“Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el camino cuando subía
de Egipto. Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades
de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos
y asnos” (vv. 2,3). Saúl, entonces, salió a la batalla y derrotó a los amalecitas (v.
7), pero la Biblia dice que: “tomó vivo a Agag rey de Amalec, pero a todo el pueblo
mató a filo de espada. Y Saúl y el pueblo perdonaron a Agag, y a lo mejor de las
ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo
bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable destruyeron.
Y vino palabra de Jehová a Samuel, diciendo: Me pesa haber puesto por rey a Saúl,
porque se ha vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido mis palabras. Y se apesa-
dumbró Samuel, y clamó a Jehová toda aquella noche” (vv. 8-11). Una vez más,
Saúl desagradó a Dios y ya ni las intercesiones y clamor de sus santos podrían
cambiar sus resoluciones. Dios no reina, sino en Su reino. Él no se sienta en
sitial humano, sino en su propio trono para gobernar a los hombres. Son vanas
las oraciones en las iglesias mientras no haya en ellas un cambio de gobierno.
Hay quienes invocan a Dios con sus labios, pero andan en sus propios
caminos, y luego cuando les viene juicio son muy idealistas, y apelan por la
misericordia divina. Sin embargo, la Biblia dice que la justicia y el juicio son
el cimiento del trono de Dios, y así como Él es tardo para la ira, no tendrá
por inocente al culpable (Salmos 89:14; Nahum 1:3). Dios “… no es hombre,
para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta” (Números 23:19);
Él es Dios. Hay que dejar que Él reine, sólo así lo veremos actuando a favor
del pueblo. Sin embargo, hay muchos que, aun estando en el camino, siguen
perdidos. Es el caso de Saúl, según vemos en la continuación del relato:
Así como Saúl dicen todos los líderes en el gobierno de los hombres:
«Mira lo que hemos hecho. Estamos trabajando: hicimos un templo, hicimos
una catedral, levantamos una iglesia en tal parte, estamos preparando tal
cosa, etc.» Muestran un montón de cosas que ellos hicieron, pero no pue-
den mostrar nada que Dios les haya mandado a hacer. Samuel no tuvo que
inspeccionar el campamento para comprobar si Saúl le estaba mintiendo o
no, sino que el mismo anatema se manifestó en balido de ovejas y mugidos
de vacas, a lo que Saúl respondió:”De Amalec los han traído; porque el pueblo
perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios,
pero lo demás lo destruimos” (1 Samuel 15:14-15). Nota el énfasis: “el pueblo
los trajo” y “el pueblo perdonó”, pero a quien Jehová mandó no fue al pueblo,
sino a Saúl. Él era el líder, pero gobernaba conforme al pueblo y no conforme
al mandato de Dios. Hoy también decimos “la junta decidió” y “el concilio
resolvió”, y yo me pregunto: ¿en todo eso, dónde está Dios? En el gobierno
de los hombres la mayoría gana, pero en el gobierno de Dios lo que vale es la
voluntad del Señor. Por eso, cuando Samuel escuchó la razón que le dio Saúl,
le respondió:
¡Qué terrible! Lo que le importaba a Saúl era estar bien delante del pueblo,
pues para él valía más la honra de los hombres que la de Dios. Él aceptaba que
le había fallado a Jehová, y que el Señor estaba disgustado y que a sus ojos no
era digno, por eso aceptaba su castigo. A Saúl no le importaba que Dios lo
deshonrara, pero que no lo hiciera el pueblo. ¿Notas el espíritu del gobierno
de los hombres? Es muy grande el dominio que ejerce el pueblo sobre sus
líderes, los cuales, por temor a la reacción y al peligro de perder su simpatía,
cometen los más terribles pecados y desobediencia a Dios.
Sabemos lo que pasó luego, Samuel cortó en pedazos a Agag rey de Ama-
lec, después se fue a Ramá y nunca más volvió a ver a Saúl. Sin embargo no
dejó de orar y llorar por él (1 Samuel 15:33-35), hasta un día que Jehová le
dijo: “¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine
sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de
sus hijos me he provisto de rey” (1 Samuel 16:1). Así fue como el hijo de Isaí fue
escogido por Dios y ungido para ser rey de Israel (1 Samuel 16:10:13). Ahora,
nota algo; la primera vez que Saúl desobedeció y locamente ofició sacrificios
a Jehová sin ser él un sacerdote, el profeta le dijo algo muy importante: “Mas
ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su
corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por
cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó” (1 Samuel 13:14). Este verso
nos declara abiertamente que Saúl no tenía el corazón de Dios, porque sólo
palpitaba por el pueblo. Sin embargo, David fue escogido por Dios porque era
conforme a su corazón. Esta verdad, nos lleva a otro nivel en esta enseñanza,
la de conocer la vida de dos hombres que representan dos reinos: Saúl el de
los hombres y David el de Dios.
Ahora, ¿qué es tener el corazón de Dios? Busquemos la respuesta en el Nue-
vo Testamento, donde el apóstol Pablo se refiere a este incidente: “Luego pidieron
rey, y Dios les dio a Saúl hijo de Cis, varón de la tribu de Benjamín, por cuarenta
años. Quitado éste, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio
diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien
hará todo lo que yo quiero” (Hechos 13:21-22). Por tanto, un hombre conforme
al corazón de Dios es el que hace todo lo que Dios quiere, así como un hombre
conforme al corazón del hombre hace todo lo que el hombre quiere. Y yo te
pregunto, ¿tú que corazón tienes, el del pueblo o el de Dios?
De manera perfecta, esta pregunta reflexiva nos pudiera servir como final
a este segmento, pero es necesario conocer profundamente la intención del
Señor con esta enseñanza. Hemos hablado detalladamente del reino de los
hombres y no fue nada difícil ver la iglesia retratada allí, porque es algo que
vivimos a diario, hombres que quieren vivir en el reino de Dios, pero siendo
gobernados por los hombres. Ya vimos que Saúl es representativo de esta for-
ma de pensamiento, pero ¿cómo era David? Empecemos delineando su perfil
con el siguiente relato:
defender al pueblo ni al rey, sino hacerle frente aquel que se atrevía a provocar
y blasfemar el gran nombre de su Dios. David entendía que las guerras eran
espirituales, no carnales, eran peleas entre dioses, no entre pueblos. El apóstol
Pablo lo definió así: “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra prin-
cipados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo,
contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12).
Observa, por la expresión de David, que en el reino de Dios, todo es Dios:
El arma es Dios, el que pelea es Dios, el triunfo es de Dios, el que gana es Dios,
el celo es por Dios y toda la gloria es para Dios. Este pensamiento contrasta con
el reinado de Saúl cuyo énfasis era el pueblo, y todo lo hacía: por temor al pue-
blo, para retener al pueblo, para complacer las decisiones del pueblo y para tener
el favor del pueblo. En cambio, David todo lo hacía por el Dios del pueblo. Para
él, Jehová iba primero, y por eso recibió no tan sólo el favor del pueblo, sino
hasta la simpatía de los siervos del propio Saúl: “Y salía David a dondequiera que
Saúl le enviaba, y se portaba prudentemente. Y
lo puso Saúl sobre gente de guerra, y era acepto
a los ojos de todo el pueblo, y a los ojos de los
siervos de Saúl” (1 Samuel 18:5). Cuando “Cuando
honramos a Dios como primero y único, honramos a Dios
todo lo demás viene por añadidura (Lucas como primero y
12:31). Para David, honrar a Dios fue un único, todo lo
principio de vida, pero para Saúl que lo des-
echó, sólo fue una dolorosa experiencia lo
demás viene por
que, precisamente, recibió de aquellos de añadidura”
quienes buscaba reconocimiento. Veámoslo
una vez más en los siguientes versículos:
Dios se la dio. ¿Cómo es posible que al que reina para el pueblo, el pueblo se le
deserte y al que no reina para el pueblo, el pueblo lo siga y lo apoye? Eso está
pasando hoy en la iglesia y seguirá pasando. Aquellos que gobiernan para el pue-
blo se van a quedar sin el pueblo, y los que gobiernan para Dios tendrán a Dios y
al pueblo de Dios. Ahora veamos otra cualidad de David, en el siguiente relato:
Saúl dice que David era muy astuto, porque aun teniendo informe donde
el hijo de Isaí se encontraba, él no lo podía hallar. La causa era que David,
antes de hacer cualquier movimiento, consultaba a Jehová y Dios le avisaba
cuando venía Saúl. Comprobemos esto en el siguiente relato:
Este fue unos de los momentos más difíciles en la vida de David, el ver
a sus hombres desesperados y que el pueblo hablaba de apedrearlo. David
estaba angustiado, como quizás pudo estar Saúl cuando vio que el pueblo se
le desertaba, pero ¿qué hizo David? Él no vino con diplomacia al pueblo, a
prometerle cosas para que ellos creyeran que él tenía el control; tampoco tra-
tó de justificarse ante ellos, al verlos en amargura de alma y temía que no le
siguieran apoyando más. Tampoco David hizo como Saúl que dijo: «Déjame
oficiar un sacrificio, para que ellos crean que Jehová está conmigo, y que yo
sigo aquí, siendo el ungido». Él no trató de manipular al pueblo, ni tampoco
de impresionarlo; su angustia no llegaba a hacerle olvidar quién era él ni cómo
a Jehová se le obedecía. David se fortaleció en Jehová, y siguió las instruccio-
nes (1 Samuel 30:7-8).
Ahora, yo te pregunto, si a ti te secuestran a tus hijos y a tu esposa, ¿con-
sultarías a Jehová si puedes salir a buscarlo o si denuncias a la policía que
han sido raptados? ¿te pondrías a orar en ese momento, y a titubear si llamas
al número de emergencia 911? Eso es lo que procede, pero ¿para qué hemos
de consultar a Dios en algo que, obviamente, requiere nuestra acción? Sin
1:18). ¿De qué manera Jesús ha revelado al Padre (Mateo 11:27)? Observemos
cuidadosamente las enseñanzas del maestro y veremos que Él no hizo nada
que no vio hacer al Padre (Juan 5:19), y que sus obras las hacía el Padre, no
Él (Juan 14:10). El afirmó que aun las palabras que hablaba no eran suyas,
sino del que le envió (Juan 14:24). No olvidemos que Jesús vino del cielo y
desde la eternidad vive en el “seno del Padre” (Juan 1:18). Vivir de acuerdo
al cielo no era para Jesús una opción o una meta, sino su naturaleza misma.
El Padre le pidió que se despojara de su gloria, pero nunca que renunciara a
su naturaleza celestial. En lo físico fue desfigurado (Isa 52:14,15), pero en lo
espiritual no perdió la belleza de Su santidad. Puede que como humano no
tuviera atractivo (Isa 53:2), pero en su carácter espiritual, aun los demonios
reconocieron que Él era “el santo de Dios” (Lucas 4:34).
Jesús vivió la naturaleza del reino de los cielos y el carácter del Padre, por-
que Él vino del cielo, así como nosotros debemos vivir el reino porque hemos
entrado en él. La vida del reino de Dios no es cultura, sino naturaleza y carácter.
Para entrar al reino, tuvimos que nacer del Espíritu, el cual es la naturaleza del
reino. Dios nos hizo nacer en Su reino para que vivamos en conformidad a su
naturaleza divina (2 Pedro 1:4). A Dios únicamente le agrada lo que es como Él,
por eso solo aprueba lo que tiene la naturaleza de Su persona y de Su reino. Por
lo cual, si recibimos con sinceridad de corazón lo que Dios revela en este seg-
mento, cambiará nuestra manera de vivir y aun nuestra motivación ministerial
será transformada, según y conforme al corazón de Dios.
como hijo del difunto, y así su generación no sería cortada. Este acto se llamaba
redención, redimir a su hermano, levantarle descendencia.
Para los antiguos era algo deshonroso el no tener hijos, pues consideraban
muy importante la descendencia. Esa es la razón por la que encontramos en
las Escrituras, capítulos enteros de genealogías, donde se dejaba por escrito
récord exacto de sus antepasados, ya que Jehová les había dicho que en la des-
cendencia estaba la bendición. Se debía mostrar que se pertenecía al pueblo de
Dios, mostrar quienes eran sus antepasados, para tener parte de la promesa.
Hoy en día todo es diferente, ni sabemos quienes fueron nuestros abuelos, y
mucho menos nuestros bisabuelos; y son muy pocos los que se interesan por
sus raíces. Aunque la experiencia de Judá aconteció siglos antes de la ley de
Moisés, todo lo que narra el relato está basado en la costumbre del levirato.
Jehová estableció que todo el que infrinja la ley sería cortado de Israel, de
la congregación o de entre su pueblo (Éxodo 12:15, 19; 30:38). La expresión
“ser cortado” significaba quedarse sin descendencia y por ende no pertenecer a
ninguna tribu de Israel, lo que representaba perder la bendición, y la posteridad.
Por tanto, la descendencia de Judá, la simiente de donde vendría el Mesías era
muy importante guardarla, protegerla, mantenerla y levantarla. Esa es la razón
por la que Jehová fue tan severo con estos hombres de la casa de Judá, cuyo
comportamiento denotaba no importarle su descendencia. Veamos realmente,
cuál fue la voluntad del legislador al establecer la ley de redención:
No obstante, delante de los ojos de todos, Onán se veía muy bien, pues
nadie sabe lo que pasa después que una pareja entra a su recámara y cierra
la puerta tras sí. Generalmente, por prudencia y delicadeza, nadie habla de
intimidades abiertamente a no ser que sea una persona descarada y desinhibi-
da que no tenga el más mínimo pudor de exponer a los demás sus relaciones
íntimas, y mucho menos en aquellos días, cuando el hombre tenía todo el
dominio sobre la mujer. Por consiguiente, Onán andaba tranquilo sabiendo
que nadie lo iba a saber, sabía que Tamar no iba a decir nada, y los demás cree-
rían que él estaba cumpliendo, y que era un hombre de respeto, que seguía sus
tradiciones. Nadie podía imaginar que, en el secreto de la intimidad del lecho
donde supuestamente subía para honrar la memoria de su hermano, Onán
orquestaba una gran falsa.
Por tanto, podemos decir que Onán andaba muy bien, pero hipócritamen-
te. Todos pensaban que él se estaba sacrificando, pero la verdad es que todo era
un engaño. Y aquí hay una tremenda enseñanza para nosotros, pues cuántos
“onanes” no habrá hoy en la iglesia que no quieren levantar descendencia a
sus hermanos. Estos dan la apariencia que están sirviéndoles, amándoles, que
quieren el bienestar de su ministerio; y aparentemente están llevando las cargas
de ellos, pero nada es genuino. La verdad es que ellos no quieren el éxito de sus
hermanos ni su prosperidad, sino borrar y anular sus nombres.
El que tiene el espíritu de redención es una persona que ama a su herma-
no. En el cumplimiento del levirato, el que ama genuinamente a su hermano
se casa con su mujer, porque siente un inmenso deseo de ver a su hermano
siendo parte de la santa genealogía de Israel. Y su sentir es que en la posteri-
dad, cuando se hable de las descendencias también se hable de su hermano;
desear que el plan de Dios se cumpla con su hermano; sacrificarse y llevar la
carga de su hermano y darle el primogénito de su fuerza a su hermano. Pero
para poder hacer eso, hay que anularse. Es necesario consumirse para dar
lo mejor de nuestras fuerzas, desprenderse para que otro sea alcanzado, tal
como hizo Jesús.
Cuando Adán pecó, murió para con Dios, y no podía dar descendencia
porque su naturaleza se había corrompido, y todo lo que provenía de él era
pecado (Romanos 3:11-12), y la descendencia de Dios tenía que ser santa,
como Dios es Santo. Por tanto, Cristo vino a redimir a Adán y ocupó su
lugar casándose con su mujer –que era la humanidad- para levantarle descen-
dencia a su hermano. Adán fue redimido por un hermano que lo amó, pues
Jesús le levantó simiente, y con ella llenó la tierra. El que no tenía pecado se
hizo pecado por nosotros, llevando la vergüenza, la ignominia, el castigo de
nuestra paz, con tal de dejarle descendencia santa a Adán, para que sus hijos
sean contados, como dice la Palabra: “Porque ciertamente no socorrió a los
ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham” (Hebreos 2:16).
El Espíritu del que redime es un espíritu de abnegación, de entrega, de
menguar para que su hermano crezca. Por eso la Biblia nos amonesta: “Haya,
pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que
se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8). Jesucristo se anonadó y
dejó de ser lo que era para ser lo que tú eras, y ahora puedas ocupar su lugar y
ser contado en la descendencia de la familia de Dios. ¡Eso es redimir!
Tú y yo ahora somos contados en las tribus de Israel y tenemos herencia con
Dios, porque hubo uno que no vertió en tierra. Hay uno que no nos amó en
apariencia, sino en verdad. Cuando fue llevado a la cruz, Jesús fue desnudado
públicamente (porque a los crucificados, para avergonzarlos se les quitaba la
ropa), y delante de todos fue humillado, escupido, escarnecido y afrentado
(Lucas 18:32). Él no hizo nada en secreto, sino públicamente, a la vista de todos.
De tal manera te amó que te redimió, para
que tú no seas anulado y tu nombre vaya a la
posteridad y esté escrito en el libro de la vida
“Hay que ser y tengas descendencia y parte con Dios. Pero
borrado para primero Él tuvo que ocupar tu lugar y tomar
que Cristo sea tu vergüenza. Jesús tomó los decretos que
escrito” estaban en tu contra, la condenación de la
ley, la maldición, la ira que estaba destinada
a caer sobre ti, cayó sobre él, con tal que no
desaparezcas de la genealogía divina. Él dijo:
“He aquí, vengo; En el rollo del libro está escrito de mí; El hacer tu voluntad, Dios
mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40:7-8). Por
eso Él es tú redentor.
El espíritu de la redención es el mismo espíritu de Cristo, es el espíritu
de la cruz, el espíritu del Reino de Dios. Ese espíritu es el que la iglesia de
hoy necesita. La iglesia precisa del espíritu de Cristo que toma la carga de su
hermano, que se echa sobre sí la vergüenza de su hermano, que se anula para
confirmar a su hermano, que muere para que su hermano, en Él, tenga fruto.
El Señor nos llamó a vivir en Su reino, pero para eso necesitamos el correcto
espíritu. Por eso veo el énfasis del Señor y en su Palabra de mostrarnos la
esencia del reino y que reconozcamos su soberanía.
entrarán los que hacen la voluntad de Dios (Mateo 7:21). Y no estoy hablando
de la salvación o vida eterna, pues está segura en Cristo, sino, ser cortado en
bendición, pues su egoísmo malsano lo va a destruir, lo va a paralizar y no lo
dejará disfrutar de las bendiciones celestiales.
Onán no le levantó descendencia a su hermano, porque el muchacho no
llevaría su nombre. Así andan muchos, buscando su propio nombre, levan-
tando iglesias que lleven su nombre, cubriéndose con la sombrilla llamada
“fundador”, cuando el verdadero autor y fundador de nuestra fe es Cristo
Jesús (Hebreos 12:2). Asimismo noto que algunos cantores, cuando sacan
una producción musical, por ejemplo, ponen su foto en la carátula, con poses
de artistas, porque ambicionan la descendencia, se deben a su público. Ellos
dicen: «Es mi voz, por tanto, mi nombre y mi foto deben aparecer ahí, para
que la gente me reconozca; ¡debo darme a conocer!, pues para qué entonces
tanto sacrificio y costosas inversiones, si al final nadie sabrá quién soy yo».
Mas, ¿y las almas que se benefician por esas alabanzas, y la gente que se acer-
can a Dios, a través de las canciones? ¡Ese es el fruto! No tu nombre. Ese era
el problema de Onán, que pensaba que si él no aparecía, si el niño no llevaba
su nombre, no valía la pena procrearlo. Dios aborrece a ese espíritu, porque es
el espíritu de Satanás, a quien también cortó del reino de los cielos y lo dejó
sin descendencia.
La palabra Onán significa “fuerza”, “agilidad”. Aplicando, vemos que los
que tienen la fuerza y agilidad no quieren usarla para bendecir a sus herma-
nos, sino que la usan para levantar su propio nombre, su propia descendencia,
su propio reino, y para su propia bendición y honra. Por eso, Dios confundió
a los hombres en Babel, porque ellos querían hacer su propio nombre (Génesis
11:4,9). La Biblia dice que solo hay un nombre que el Padre exaltó hasta lo
sumo y lo puso sobre todo nombre, “para que en el nombre de Jesús se doble
toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y
toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor” (Filipenses 2:10-11). Esa es la
lucha de hoy, el pensamiento que vemos a diario, en todos lados: «Si yo no
tengo parte, si mi nombre no aparece, si no hay para mi ministerio ningún
reconocimiento, entonces ¿de qué vale el sacrificio?» Como dice un dicho
popular: «Si yo no juego, qué importa que se rompan las cartas». Ese es el
espíritu de Onán, pero no de Cristo. Por eso, el Señor va a cortar a los “ona-
nes”, ese espíritu tiene que desaparecer de la iglesia, y en cambio, todo el que
levante simiente a su hermano tendrá parte con Dios.
Te aseguro que la iglesia no está ya en el cielo, porque estamos buscando
el beneficio personal y de nuestros ministerios. John Wesley en su tremendo
avivamiento decía: «mi parroquia es el mundo”. Esto quiere decir: “Mi parro-
quia es la iglesia en toda nación, tribu y lengua y pueblo. Yo tengo que pensar
en mis hermanos que están en Rusia, en Turquía, en Argentina, en India o en
Japón. En donde quiera que haya un creyente, aunque esté solitario en una
montaña, allí está el cuerpo de Cristo, que es mi cuerpo también». Si yo pue-
do edificar aquella congregación de Dios que está allá, aunque nunca vea el
fruto, y ellos nunca sepan quién fue que los bendijo, yo lo debo hacer. ¡Qué
importa que nos reconozcan o no, lo que vale es que seamos bendición a los
demás! El Espíritu del reino consiste en que me anulo yo, para bendecir a los
hermanos y levantar el nombre de Cristo.
Es por eso que algunos no quieren la vida del reino de Dios, porque en
el reino se funciona como un cuerpo, y allí no hay posición ni jerarquía, sino
función. En el reino de Dios el pastor cuida a las ovejas, el maestro enseña la
Palabra, el profeta da el mensaje de Dios, el
apóstol equipa a toda la iglesia y sirve como
“Hay personas autoridad, pero ninguno es mayor que el
que nunca otro; simplemente tienen una función dife-
aparecen, sin rente los unos de los otros. Tú me profetizas,
yo te enseño la Palabra; tú predicas para sal-
embargo, son las vación de las almas, yo las apaciento. Somos
más importantes” un equipo, cada uno juega una base y cada
uno desarrolla una función.
Cuando he tenido la oportunidad de dis-
frutar viendo un partido de fútbol, he visto que cada equipo tiene jugadores que
son profesionales, armando el juego de manera que facilitan a sus compañeros
el anotar los goles. Todos conocemos a los famosos goleadores de los partidos,
y la emoción que generan cuando patean la bola y anotan un gol. Los medios
de comunicación al otro día sacan un gran titular con el nombre y la foto del
jugador que hizo la jugada, pero al que proporcionó el lance ni se le menciona.
¡Qué tremendo!, diría este jugador: «Si yo no le paso el balón, él no anota el
gol, y sin embargo, a él le dan toda la gloria, y yo ni cuento». Pero, lo que debe
pensar es que aunque al jugador que anotó el gol lo saquen en primera plana, el
titular también dice que “ganó el equipo” y si ganó el equipo, entonces él tam-
bién ganó. Alguien tiene que colocar la bola para que se haga el gol, no puede
ser uno solo el que lo haga todo, si son siete los jugadores en el terreno del juego.
Mi trabajo no es ser reconocido, sino jugar para que gane mi equipo.
Así también es en el reino de Dios, alguien tiene que colocar el balón (la
Palabra), en el centro del terreno, para que otro venga y le de un puntapié que
atraviese el campo contrario, traspase la línea de meta entre los postes y pase por
debajo del larguero y haga el gol en el corazón del que escucha. Y para lograr
eso, hay que escoger al mejor, aunque ese no sea yo, porque lo importante es
que ganemos el partido al equipo contrario. Mas, el espíritu egoísta piensa: «Yo
quiero patear esa bola, aunque no ganemos. Yo prefiero que no gane nadie a que
este sea la estrella del equipo y no yo». En ese momento, tenemos que pensar en
qué le conviene al equipo y no en nuestros intereses personales. Hay personas
que nunca aparecen, sin embargo, son las más importantes. Por conducirse de
esta manera egoísta, Dios cortó a Onán y como resultado ni él ni su hermano
tuvieron descendencia, así que su equipo perdió.
Ahora veamos un ejemplo positivo de alguien que cumplió la ley del levi-
rato y redimió. Sabemos la historia de Rut, la moabita, nuera de Noemí,
quien al morir su esposo quiso quedarse en la casa con su suegra. Noemí era
viuda, y al morir también sus dos hijos, ella decidió regresar de la tierra de
Moab a Judá, y las viudas de sus hijos quisieron regresar con ella, pero ella les
dijo: “Volveos, hijas mías; ¿para qué habéis de ir conmigo? ¿Tengo yo más hijos en
el vientre, que puedan ser vuestros maridos? Volveos, hijas mías, e idos; porque
yo ya soy vieja para tener marido. Y aunque dijese: Esperanza tengo, y esta noche
estuviese con marido, y aun diese a luz hijos, ¿habíais vosotras de esperarlos hasta
que fuesen grandes? ¿Habíais de quedaros sin casar por amor a ellos? No, hijas
mías; que mayor amargura tengo yo que vosotras, pues la mano de Jehová ha sali-
do contra mí” (Rut 1:11-13). Pero Rut le respondió: “No me ruegues que te deje,
y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que
vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres,
moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo la
muerte hará separación entre nosotras dos” (vv. 16-17). Así esta mujer, aun sien-
do extranjera, decidió unirse con Israel, y se fue sin esperanza (ya que Noemí
no tenía más hijos que la pudieran redimir) a una tierra extraña, dispuesta a
quedarse viuda, junto a la mamá de su marido muerto.
Al llegar a Judá, Rut empezó a trabajar en el campo de Booz, pariente de
Noemí, ya que la suegra aconsejó a la moabita acercarse a él, aunque había
otro pariente que era más cercano que Booz e incluso también más joven, al
cual le correspondía redimir al esposo de Rut. No obstante, Booz prometió a
Rut que si éste se negaba a hacerlo, él asumiría la responsabilidad y redimiría
a su pariente. Así Booz preparó todo para el contrato, conforme a la costum-
bre y a la ley. Leámoslo a continuación, en la narración bíblica:
¡Para redimir hay que sacrificarse! Hay que llevarse a la cuñada y casarse
con ella, aunque sea fea, y cumplir con ella de manera que quede encinta, y
cuando nazca el hijo, aceptar que no es tuyo, sino del muerto. El que hace eso
no está descalzo, sino que anda bien calzado, con sus pies bien calzados, con
el apresto del evangelio de la paz (Efesios 6:15). El que redime a su hermano
tiene el espíritu del evangelio, que es la redención. En cambio, los que no
quieren redimir al hermano andarán con un solo zapato, y un pie descalzo;
y su casa será conocida como “la casa del descalzado”, casa que no amó ni
redimió (Deuteronomio 25:10).
Considero sumamente interesante y creo que es una intención de la provi-
dencia de Dios que las palabras hebreas “Onán y Booz” significan exactamente
lo mismo. Los nombres Onán y Booz significan en el idioma hebreo “fuerza” y
“agilidad”. Nota que Onán, a diferencia de Booz, no quiso usar ni su fuerza ni
su agilidad para beneficio de su hermano, sino para su nombre. ¿Para qué somos
fuertes? ¿Para el provecho de los demás o el nuestro? Mahlón se llamaba el falle-
cido esposo de Rut, cuyo nombre significa “enfermizo” en el lenguaje hebreo,
pero el fuerte Booz le curó su descendencia, levantándole un hijo sano al her-
mano debilucho. Así hizo Jesús, ayudó al débil Adán y usó sus fuerzas para
levantarle descendencia al que no quería ni podía tener descendencia (Romanos
8:7). Booz tomó por mujer a la moabita, no tomando en cuenta que por ser
extranjera podía dañar su descendencia (como había alegado el pariente). De
la misma manera, Jesús no tomó en cuenta ser igual a Dios, algo tan supremo
como para aferrarse, sino que, para redimirlos, se despojó de sí mismo, y se hizo
semejante a los hombres (Filipenses 2:6). ¿Hay en nosotros el mismo sentir que
hubo en Cristo Jesús? Meditemos en eso, y leamos ahora lo que respondieron a
Booz los que fueron testigos de estas cosas:
“Y dijeron todos los del pueblo que estaban a la puerta con los
ancianos: Testigos somos. Jehová haga a la mujer que entra en
Fíjate la bendición que por boca de los ancianos dio Dios a Booz, porque
se casó con Rut para restaurarle el nombre a Mahlón. Y nota ahora como
terminó el asunto: “Booz, pues, tomó a Rut, y ella fue su mujer; y se llegó a ella,
y Jehová le dio que concibiese y diese a luz un hijo. Y las mujeres decían a Noemí:
Loado sea Jehová, que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será cele-
brado en Israel” (Ruth 4:13-14). ¿Sabes qué nombre fue celebrado en Israel y
ahora en toda la tierra? Jesucristo, pues de la descendencia de Rut nació Jesús.
¿Sabes como el nombre de Booz tomó renombre en Efrata? Cuando del hijo
de Booz, Obed, nació Isaí, el padre de David. Es decir, el hijo de Booz fue el
abuelo de David, y de David vino Cristo (vv. 15-17). Y esa fue la bendición de
Booz, ser contado en la descendencia de Jesús, porque redimió a su hermano,
y lo que salió de él se convirtió luego en el restaurador de su alma.
A Booz no le consumió el celo de que el hijo que tuvo con Rut fuera con-
tado como primogénito de otro, sino que disfrutó del niño en su ancianidad.
Después de ser un hombre solitario, Jehová le restauró dándole una compañe-
ra, y fructificándole en su vejez, dándole paz a su alma (Salmos 92:14). Ahora
la descendencia de Booz era la misma de Cristo, porque tenían el mismo
espíritu. Nota que en la bendición que recibió Booz se menciona a Tamar,
quien no concibió de Onán porque vertía en tierra, pero ella tuvo gemelos con
Judá (Génesis 38:11,18, 26). Como los hijos de Judá no la redimieron, ella se
disfrazó de prostituta y convivió con Judá, el cual ya había enviudado. De esta
relación nació Zares, a quien también vemos en la genealogía de Jesús:
Tamar y Rut, estas dos mujeres extranjeras, bien representan a la iglesia gen-
til, la iglesia que fue añadida por Cristo (Hechos 11:18). Tamar, especialmente,
no se quería quedar sin descendencia, y andaba detrás de Judá para que le diera
a Sela, el hijo menor, quien tampoco se interesó. Entonces, ella se entregó al
“padre” y de allí nació el descendiente de Cristo. Pero aquellos que antepusieron
sus intereses personales, aquellos que no quisieron ampliar su “zona de como-
didad”, porque les importó más lo suyo que lo de sus hermanos, sus nombres
fueron cortados y no aparecen en la genealogía de Cristo. Es curioso que el
nombre de Booz, que no buscaba lo suyo, aparezca en la genealogía del Señor
Jesús y no el nombre del difunto, Mahlón. Booz apareció por su generosidad
y buen corazón. Este hombre no pensó en sí, pero Jehová sí, y lo contó en la
descendencia de Cristo, así como incluye a todo el que no piensa en sí mismo,
sino en su hermano; esos serán contados también en él.
Jesús llama a aquellos que cubren a sus hermanos a tener nombre con Él, y
a ser parte de su descendencia. Por eso les dijo: “… el que no lleva su cruz y viene
en pos de mí, no puede ser mi discípulo. (…) Así, pues, cualquiera de vosotros que
no renuncia a todo lo que posee, no puede ser
mi discípulo” (Lucas 14:27,33). El que se nie-
gue a levantarle descendencia a su hermano,
“El Señor no
y a honrar el nombre de su hermano, le ocu-
realiza nada rrirá como a Onán, se va a quedar sin nom-
en su eterno bre y sin descendencia. Pero al que tenga el
propósito que sea mismo espíritu de Cristo, como lo tuvo
ajeno a su Booz, será contado en la santa descendencia;
tendrá renombre en Efrata y en Belén, y va
carácter, ni ser parte de la descendencia de Aquel que
ejecuta ninguna restauró su alma: Cristo Jesús.
acción que esté El Señor tiene misericordia de noso-
divorciada de tros, y una vez más nos ilustra lo que es el
su naturaleza tener el espíritu del reino de Dios. Por tan-
to, amado mío, recibe esta enseñanza en tu
santa” corazón y empieza a entregarte, comienza
a servirles a los hermanos, no importando
que tu nombre no aparezca, porque un día sí aparecerá en el registro del
cielo. En ese libro celestial están los nombres de todos aquellos que vivan
con el espíritu de Cristo, quien no vivió para agradarse Él, sino al Padre:
“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de
mi corazón” (Salmos 40:8). Esos y los que son como ellos tendrán herencia
en el reino de Dios.
Este es un mensaje para todos los creyentes en el Señor Jesucristo, pero
sobre todo, está dirigido a los que, por su gracia, fuimos llamados a servirle en
el sagrado ministerio. Dios reina de acuerdo a como Él piensa, y sus pensa-
mientos son conforme a como Él es. El Señor no realiza nada en su eterno
propósito que sea ajeno a Su carácter, ni ejecuta ninguna acción que esté
divorciada de Su naturaleza santa. Todas sus obras revelan los pensamientos
de su corazón. De acuerdo a la naturaleza de sus atributos es el designio de su
voluntad. Dios hace y aprueba solo aquello que es conforme a su corazón, por
lo que solo lo que está en armonía con su carácter y naturaleza tendrá siempre
el sello de su aprobación. El Señor nunca dará el visto bueno a nada que no
esté perfectamente de acuerdo a su manera de ser o pensar.
Es una locura obrar o ministrar en el servicio de Dios de una manera
diferente o con un espíritu contrario a
lo que es la esencia misma del sentir de
su corazón. Es un atrevimiento que no “En el reino
quedará impune, obrar en el ministerio
de Dios damos
independientemente de su voluntad y
de su carácter. El Señor ha revelado a vida cuando
sus ministros en las Sagradas Escritu- morimos, y
ras y a través del ministerio del Espíritu descendencia
Santo, no solo su voluntad y propósito, cuando
sino también la pureza y la santa moti-
vación de su corazón. El llamamiento
desaparecemos”
que Él nos ha hecho siempre debe ser
conforme a su corazón. Esa es la razón
por la cual, antes de llamarnos a su servicio, nos llama primero a estar con
Él (Marcos 3:14). Por ese motivo, a todos los que llamó antes los capacitó,
para que fuesen idóneos para el ministerio.
Los ministros son probados, para ser aprobados (1 Tesalonicenses 2:4).
Nadie debe comenzar a ministrar, o ser aprobado por el presbiterio de la igle-
sia, si antes no ha alcanzado la madurez necesaria. Cuando el apóstol Pablo
escribe acerca de la idoneidad para el ministerio, él no habla ni de los dones
ni del poder del ministro, sino de su madurez y carácter (1 Timoteo 3:1-
7). Los ministros somos llamados y capacitados por Dios, para ser maestros
EL LLAMAMIENTO ES CONFORME
AL PROPÓSITO SUYO
E
n el capítulo anterior enfaticé que nuestro Dios siempre obra en con-
formidad con su forma de ser y pensar. Él nunca ha obrado en desar-
monía con su carácter divino. Es imposible en la conducta del Señor,
realizar cualquier acción que sea contraria o ajena a Su naturaleza santa.
Por ejemplo, la Escritura dice: “Palabra fiel es ésta: Si somos muertos con él,
también viviremos con él; Si sufrimos, también reinaremos con él; Si le negá-
remos, él también nos negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no
puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:11-13). Dios permanece fiel aunque
nosotros seamos infieles. Lo que entiendo es que si Él, como una reacción
por nuestra infidelidad, y para devolvernos de la misma manera, llegara a
actuar con infidelidad, se negaría a Sí mismo, dejando de ser quién es: el
“Fiel y Verdadero” (Apocalipsis 19:11).
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan
a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
(…) (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien
ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección
permaneciese, no por las obras sino por el que llama), (…) En
él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados con-
forme al propósito del que hace todas las cosas según el designio
de su voluntad, (…) conforme al propósito eterno que hizo en
Cristo Jesús nuestro Señor, (…) quien nos salvó y llamó con lla-
mamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el
propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes
de los tiempos de los siglos”
(Romanos 8:28; 9:11; Efesios 1:11; 3:11; 2 Timoteo 1:9).
del Señor a la interrogante de Saulo fue esta: … para esto he aparecido a ti,
para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que
me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te
envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y
de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón
de pecados y herencia entre los santificados. (…) [Dirigiéndose a Ananías] Ve,
porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los
gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hechos 26:16; 9:15).
Desde que el Señor le reveló al apóstol el propósito de su llamamiento, él
no vivió para otro motivo, sino para realizarlo y terminarlo cabalmente, con-
forme a lo diseñado y planificado por el supremo designio del Eterno. Cuan-
do se trataba del propósito de Dios en su vida y ministerio, Pablo era obstinado
e inflexible. Notemos su actitud en su último viaje a Jerusalén: “Ahora, he
aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acon-
tecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, dicien-
do que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni
estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y
el ministerio que recibí del Señor Jesús, para
dar testimonio del evangelio de la gracia de
Dios”(Hechos 20:22). El verbo griego que “Cuando algo
se usa en este versículo, para la palabra
“ligado” es deo que se traduce “ligar, atar, está en el
aprisionar”. Así que Pablo quiso decir, en propósito de Dios
otras palabras, que él iba «aprisionado en “es necesario”
espíritu» a Jerusalén, por lo que no tenía
manera de librarse ni de ser librarlo.
El apóstol estaba “atado” voluntariamente y por convicción a todo lo que
era parte del propósito de Dios con él. En este caso, el Espíritu Santo le daba
testimonio que era necesario que él fuese a Roma, pero antes tenía que pasar
por Jerusalén, donde le esperaban prisiones y tribulaciones (Hechos 20:22).
Unos días después de esto, Pablo y sus compañeros llegaron a Cesárea, y en
casa de Felipe el evangelista, vino a ellos el profeta Agabo y le profetizó a
Pablo acerca de su viaje a Jerusalén. Observemos las expresiones del narrador
bíblico en los siguientes versículos:
Las tres formas del verbo “atar” que se usa en este pasaje es el mismo verbo
“ligado” de Hechos 20:22. Así que Agabo solo hizo una “representación pro-
fética” de la manera como Saulo iba a ser
atado en Jerusalén. Pablo fue a Jerusalén y
“El llamamiento tal como había sido anunciado por el Espíri-
no es algo tu, fue arrestado por los judíos y encarcela-
optativo o do por aproximadamente dos años. Padeció
mucho, pero allí testificó a Félix, a Festo y a
discrecional en Agripa, y más tarde al emperador. Eso era
cuanto a parte del propósito y de la visión celestial,
predilección, pues el Señor le dijo que él iba a ser su testi-
sino según el go delante de los reyes y gobernadores
(Hechos 9:15), pero no le dijo cómo.
propósito
Estando preso en Jerusalén, también
de Dios” el Señor se le apareció a Pablo y le habló
diciendo: “Ten ánimo, Pablo, pues como has
testificado de mí en Jerusalén, así es necesario
que testifiques también en Roma” (Hechos 23:11). Por lo cual, viendo Pablo
que no iba a recibir un juicio justo entre los judíos, apeló a César (Hechos
25:11,12). Entonces, el apóstol fue enviado en un barco a Roma con muchos
otros prisioneros. Este viaje fue horrible, y Pablo se salvó por la intervención
del Señor. Los capítulos 27 y 28 del libro de los Hechos, narran esta pesadilla
que vivieron aquellos hombres en alta mar. Mas, en el momento más difícil,
en medio de la tormenta, cuando todos estaban resignados a morir, el Señor
volvió y apareció al apóstol y le habló diciendo: “Pablo, no temas; es necesario
que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que nave-
gan contigo” (Hechos 27:24). He citado las dos ocasiones que el Señor se le
apareció a Pablo en este viaje para hacer notar que el verbo que se usa en los
dos incidentes “es necesario”, es el mismo verbo “ligar, atar, y aprisionar” que
estamos estudiando, y que también el Señor usó cuando le dijo a Ananías el
propósito que tenía con la vida de Pablo (Hechos 9:16).
Analizando este verbo griego “deo”, en sus diversas traducciones y signi-
ficados, el Señor me reveló esta gran verdad: Cuando algo está en el
propósito de Dios “es necesario”. No importa el precio ni el dolor que
tengamos que padecer es necesario sufrirlo con tal que se logre el propósito.
Por consiguiente, así como el apóstol Pablo, debiéramos nosotros “ligarnos” y
“aprisionarnos” a esa determinación del
Señor; “atarnos” al propósito, como las
víctimas son atadas con cuerdas a los cuer- “El ministro
nos del altar (Salmos 118:27), porque hay que no se ata
una causa, una razón, un fin. El llama-
miento no es algo optativo o discre-
voluntariamente
cional en cuanto a predilección, al propósito,
sino según el propósito de Dios. Para no terminará
arrojar más luz a este pensamiento, el Señor su carrera con
me reveló un contraste entre dos hombres gozo, sino con
que tenían un propósito santo, y que se
embarcaron en dos naves diferentes. Estos perjuicios”
viajantes eran Jonás y Pablo. Veamos:
6. La nave de los que iban hacia Tarsis se salvó porque tiraron a Jonás al
mar (Jonás 1:15), en cambio, la gente que viajaba con Pablo a Italia se
salvó, porque él iba a bordo (Hechos 27:24).
7. Dios “preparó” cinco cosas para ligar a Jonás al propósito: a) Un gran
viento en el mar (Jonás 1:4); b) Un gran pez que lo tragase (v. 17); c)
Una calabacera que le dé sombra (Jonás 4:6); d) Un gusano, para que
hiriera la calabacera y esta se secara (v. 7); y e) Un recio viento solano
que permitió que el sol hiriera a Jonás, de tal manera que este se deseó
la muerte (v. 8). En cambio a Pablo, el diablo trató varias cosas para
desligarlo del propósito, las cuales fueron inútiles, pues el apóstol se
determinó y se dijo con firmeza: “… de ninguna cosa hago caso, ni
estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con
gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del
evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24).
8. En lo único que se asemejan es que en los dos estaba el poder de salvar
las embarcaciones. En el caso de Pablo, se perdió la nave por error
del piloto y el patrón, los cuales no escucharon al hombre ligado al
propósito, quién tenía instrucción y revelación de cómo evitar pérdi-
das y salvar la tribulación (Hechos 27:41-44). Con relación a Jonás,
la nave se salvó al lanzar al mar al hombre que no se quiso “ligar” al
propósito, pues cuando le preguntaron cómo salvar la embarcación, él
respondió con desdén (Jonás 1:11-15).
Esta sección la empezamos con un relato del libro de Jueces, el cual es muy
revelador en cuanto al propósito de Dios en la función de autoridad. El perso-
naje principal es Abimelec (hijo que tuvo Gedeón con una concubina (Jueces
8:30-31) el cual, a la muerte de su padre, quiso usurpar el trono. Veamos:
Jotam era el digno para reinar, alguien que podía representar bien a su
padre Gedeón, pero los de Siquem se identificaron con Abimelec, porque lo
vieron como uno de ellos, por lo que se reunieron en una llanura para con-
firmarlo en el reino. Al oír sobre esto, Jotam se puso en la cumbre del monte
de Gerizim, para advertirles a ellos que su elección no era buena. Mas, ¿cómo
podría Jotam hacerle entender al pueblo que uno de entre ellos no era digno?
Solamente ilustrándoles, por medio a una parábola, podrían ellos pensar que
habían elegido a un asesino, a un hombre que no le importó matar a sus pro-
pios hermanos con tal de reinar. Ese es el contexto histórico, de esta ingeniosa
parábola que les dijo Jotam a Israel, de la cual obtendremos una gran ense-
ñanza; leámosla a continuación:
y le dije: ¿Qué significan las dos ramas de olivo que por medio de dos tubos de
oro vierten de sí aceite como oro? Y me respondió diciendo: ¿No sabes qué es esto?
Y dije: Señor mío, no. Y él dijo: Éstos son los dos ungidos que están delante del
Señor de toda la tierra” (Zacarías 4:11-14). En el lenguaje hebreo, la frase “los
dos ungidos” se puede traducir, literalmente, como “los dos hijos del aceite”.
De la misma manera, los creyentes somos los ungidos, “los hijos del aceite”,
las ramas que fueron injertadas al olivo Cristo, y del cual recibimos la unción
del santo, el óleo superior.
La Palabra, refiriéndose al Señor expresa que: “Subiendo a lo alto, llevó
cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres. Y él mismo constituyó a unos,
apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin
de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del
cuerpo de Cristo...” (Efesios 4:8-12). Pero también dice el apóstol Pablo que no
todos son profetas, ni todos evangelistas, ni todos maestros, ni todos hacen
milagros, ni todos tienen dones de sanidad, ni tampoco todos hablan lenguas,
ni todos interpretan, pues el Señor a todos nos dio diferentes dones (Romanos
12:4) y capacidades ungidas, desde que creímos y nacimos de nuevo, para
edificación de la iglesia (1 Corintios 12:29-30; 14:12,26).
Como ministro, tú eres un olivo, hay unción en ti, un tipo de aceite que
brota de tus grosuras, el cual deleita al Señor. Por tanto, no fuiste ungido para
que seas grande, sino para edificación del cuerpo de Cristo y dar gloria al
nombre de Dios. Los dones de Dios no son para buscar grandeza. El minis-
terio de Dios no es una plataforma para hacernos famosos o ser reconocidos,
sino un instrumento para cumplir su santo designio, de acuerdo al llama-
miento recibido. Los dones espirituales son para honrar a Dios y bendecir a
los hombres. Según el propósito de Dios contigo es la unción que recibiste. Ya
seas olivo, higuera, o un fruto de la vid, en ti hay una bendición divina que
te impulsa a servir, no a reinar. Debiéramos rehusar a ser grandes, pues ya
hemos recibido la más alta jerarquía, y es ser llamados “hijos de Dios” (1 Juan
3:1). Poseemos la imagen de su Hijo, quien no vino para ser servido, sino para
servir (Marcos 10:45).
Cuando el sanedrín forzó a Pilato a que crucificase a Jesús, y él les dijo:
“¿A vuestro Rey he de crucificar?” ellos respondieron “No tenemos más rey que
César” (Mateo 18:15). Los judíos mintieron, pues odiaban a César, a quien
consideraban un déspota, un tirano, pero prefirieron que reine sobre ellos
antes que Jesús. Cambiaron al Hijo de Dios por César. Mas, hay algo que
ellos dijeron en ese momento que quiero parafrasearlo. Ellos dijeron: “… todo
el que se hace rey, a César se opone” (Juan 19:12), y yo voy a decirte lo mismo:
todo olivo que quiera reinar, a Cristo se opone y contra Cristo se levanta, por-
que la iglesia solamente tiene a alguien grande y a un único rey: Jesucristo.
Todo aquel que use su unción para hacerse grande, para destacarse, para
ser famoso y enseñorearse de los hermanos, está contradiciendo la Palabra de
Dios. Solamente hay uno que el Padre exaltó hasta lo sumo y le dio un nom-
bre que está sobre todo nombre: a Cristo (Filipenses 2:9-10). La iglesia sola-
mente tiene un rey, y una sola corona monárquica, la cual pertenece a Él. El
Padre eligió a Cristo como rey por sus méritos, por su dignidad y por su vida
perfecta. Dios lo exaltó hasta lo sumo, porque Él se humilló hasta la muerte.
Entonces, el Padre haciéndolo su rey y su ungido, dio un decreto: “… te daré
por herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la tierra” (Salmos
2:8). Cristo es el rey en los cielos y en la tierra, porque no se glorificó a sí
mismo, sino quien le dijo: “Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy” (Hebreos
5:5). Él recibió la honra, Él no la tomó.
Nota que el Padre honró tanto al Hijo que, como a él no le correspondía ser
sacerdote porque era de la tribu de Judá y no de la tribu de Leví (de donde procede
el sacerdocio levítico –Hebreos 5:4), inició un nuevo sacerdocio, eterno e inmu-
table, para declarar a Jesús sacerdote para siempre: “Juró Jehová, y no se arrepen-
tirá: Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec” (Salmos 110:4).
Dios cambió todo para darle la preeminencia en todo al Hijo, y para que toda
rodilla se doble y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor (Filipenses 2:11).
Te diré que yo crecí en un ámbito religioso, donde se alimenta el deseo de
tener un ministerio grande. Recuerdo cuando Dios me llamó al ministerio,
siendo un jovencito de diecisiete años, al ver a Billy Graham en los estadios,
la gran multitud que convocaba, yo anhelaba ser como él, pero era para desta-
carme, para estar en el medio, tener muchas personas siguiéndome y que, por
mí, vinieran a Cristo. Nunca pensé que en ese ideal no había un sentimiento
noble, pues sentía que yo ayudaba a Dios, que era, digamos, un “redentorci-
to”. Pero cuando Dios me reveló la vida del Reino, el andar en el Espíritu, me
di cuenta que mi aspiración no era espiritual ni santa, y que en ese percibirme
como un “redentor” -ya sea mediano o pequeñito- había una escondida inten-
ción de tomar el lugar del Señor Jesús. Mas, ahora solo quiero ser lo que Dios
quiere que yo sea; vivir de acuerdo a la función a la cual me llamó a desempe-
ñar en el cuerpo, sea la que sea. Y cuando alguien es impactado por la vida de
Jesús en mí y me quiere hacer grande y me quiere hacer “rey”, yo digo como
el olivo: « ¡No! ¿He de dejar lo que Dios me dio, con lo que agrado al Padre y
bendigo a los hombres, para ser grande entre los hombres? ¡Jamás! Yo quiero
que mi aceite honre a Dios y bendiga a la gente».
Por eso, considero que este mensaje lo necesita toda la iglesia de Jesucristo
y todos los que estamos en autoridad, porque hay algo en nuestros días que
no existía en aquellos tiempos. En la iglesia siempre ha habido pleitos por el
primer lugar, como lo hicieron los apóstoles cuando no entendían (Mateo
20:22), pero nunca he visto en el ministerio más fiebre de poder, de autori-
dad y de grandeza que ahora. ¡Basta ya de que la iglesia funcione como las
empresas multinacionales!, con “sucursales” donde quiera, y hasta vendiendo
la “franquicia”, ofertando beneficios para que ministros entren bajo su cober-
tura. Se nos enseña a producir, a crecer, a ser grandes, a reinar, a tener auto-
ridad, a ser conocidos, pero no fuimos instruidos así por Cristo. Él nos envió
a predicar el evangelio, las buenas nuevas de salvación, en la autoridad de Su
nombre, y para gloria de Dios Padre, no nuestra. El mensaje es acerca del
Señor, porque únicamente Él tiene qué dar. El mundo necesita oír de lo que
él hace por nosotros, no se lo neguemos. El evangelio es: Cristo crucificado y
resucitado para dar vida. Debemos proclamar las buenas nuevas de salvación,
y llenar la tierra de su conocimiento, no del nuestro.
El olivo de nuestro relato estaba claro de su propósito y función. Él dijo,
en otras palabras: «La razón de mi vida es vivir para aquello que Dios me creó,
y ser de bendición de acuerdo a mi capacidad ungida, y a lo que Dios me ha
dado. Soy olivo, produzco aceite, si hago otra cosa, dejo de ser quien soy».
Con el aceite se ungía a los reyes y a los profetas, ¡qué uso más excelso! A ti
también, Dios te ha hecho un olivo para que le honres y bendigas a los hom-
bres. ¿Qué sería de la iglesia si el olivo se pusiera a reinar? ¡Faltaría su unción!
¡Qué terrible! La iglesia sin unción, sin Espíritu, porque el olivo quiso reinar,
y está concentrado en otras cosas. Tristemente, conozco lugares donde hay
carencia de aceite, porque han dejado de ser “olivos”, para seguir una agenda
que los lleve a hacerse grandes y famosos. Es lamentable buscar grandeza y
dejar de ser lo que somos de acuerdo al plan de Dios. Por eso, yo te aconsejo
mi hermano que avives el don de Dios que está en ti y no dejes de ser lo que
Dios ha hecho que tú seas. Comprométete, delante del Señor y di: «No dejaré
jamás de ser lo que soy por andar buscando grandeza y posición».
No obstante, como el olivo se negó a reinar entre los hombres, los árbo-
les decidieron acudir a otro árbol importante, la higuera, y le dijeron: “Anda
tú, reina sobre nosotros” (Jueces 9:10). Pero ésta también respondió con una
pregunta: “¿He de dejar mi dulzura y mi buen fruto, para ir a ser grande sobre
los árboles?” (v. 11). El ministerio de la higuera es dar dulzura, pues no hay
un fruto más dulce que el higo, es delicioso. Así hay ministerios de dulzura,
gente llamada, cuya unción es endulzar, dar aliento y esperanza al débil y al
que esté pasando por diversas pruebas. Pero, ¡cuántos amargados hay en la
iglesia!, ¡cuántos hay que cuando abren sus bocas, de su bóveda palatina (la
parte interior y superior de su boca) lo que sale es bilis, pura hiel. Estos siem-
pre están recordando las cosas negativas, las malas experiencias; todo les sabe
mal, sólo ven mal tiempo, mala gente. Parece que se alimentan de ajenjo, pues
todo en ellos es amargo.
Recordemos a los dos que iban camino a Emaús hablando y discutiendo
entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido (Lucas 24:4), pero lo
hacían de un modo, que Jesús al acercársele y escuchar lo que decían tuvo que
decirles: “¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y
por qué estáis tristes?” (v. 17). Ellos le respondieron: “¿Eres tú el único forastero
en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?”
(v. 18). Pero, cuántos hay que sí saben qué aconteció, y aún así viven amarga-
dos, apocados de espíritu, y necesitan del fruto de la higuera, su dulzura.
La iglesia precisa de esos hermanos que dicen: “Gustad, y ved que es bueno
Jehová; Dichoso el hombre que confía en él” (Salmos 34:8); esos hermanos que
vienen a tu vida a endulzarte con las promesas de Dios, y te dicen: «Hermano
confía en Dios y en su Palabra y nadie te podrá hacer frente, porque Él está
contigo. Él no te dejará ni te desamparará. Echa sobre Jehová tu carga, y él te
sustentará. Sé que lo que estás pasando no es fácil, pero nuestro Dios no deja
para siempre caído al justo, pues siete veces cae el justo, y vuelve a levantar-
se (Proverbios 24:16)». La iglesia requiere de gente como esa, que endulce el
ambiente, que llegue a los lugares cuando se esté murmurando o hablando cosas
impropias y diga: « ¡Ea, mis hermanos!, ¿qué conversaciones son esas? Paren eso
ahí porque no edifica» y con amor les hace memoria del mandamiento, que
con misericordia y verdad se corrige el pecado; bendiciéndoles, inspirándoles,
llenándoles de esperanza, despertándoles a la fe y a las buenas obras.
¿Sería justo que teniendo alguien un don como ese, deje de ministrarlo a
las vidas, para irse a reinar y hacerse grande? Nota que los tres árboles dijeron:
« ¿he de dejar?». Así también esa persona debiera decir: «No, yo no voy a dejar
lo mío, lo que Dios me encomendó, para hacer lo que Él no me ha mandado
a hacer. Si Dios me ha dado un ministerio de dulzura, para dulcificar la vida
de los amargados, y atenuar la aflicción de los tristes y abatidos de su pueblo,
si lo dejo, los privo de la bendición y desecho mi utilidad». De igual manera,
nosotros tenemos que vivir para hacer lo que Dios nos envió a hacer. Hace
un tiempo, mientras estaba en uno de los discipulados de la iglesia, el Señor
me hizo decir a los hermanos: «Amados, nosotros no los estamos preparando
para que ocupen una posición ministerial, aunque sabemos que hay lugares
que lo hacen así, pero nosotros no lo hacemos con ese fin. Ustedes están
siendo capacitados, para servir a Dios y ser idóneos para desempeñar el lugar
donde el Espíritu Santo quiera usarlos. No esperen de nosotros un nombra-
miento, sino capacitación».
El maestro dijo: “… quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que
seáis investidos de poder desde lo alto. (…) pero recibiréis poder, cuando haya
venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Lucas 24:49; Hechos 1:4,8).
Los discípulos no estuvieron en el aposento alto esperando una posición, sino
una capacitación, para, por el poder del Espíritu, ir a servir y ministrar por
medio de los dones recibidos. Sin embargo, veo que hay ambientes, según la
cultura eclesiástica, donde se predica solamente cuando llega el evangelista.
Pero el que anda en el Espíritu es un testigo las veinticuatro horas del día: si
está en la oficina del dentista, está testificando, si está en un avión a treinta
mil pies de altura, allá habla de Cristo, porque lo que más abunda es gente que
necesita oír las buenas nuevas. Cuando el Señor está en el corazón es como
un volcán en erupción, no se puede callar, y está en constante ebullición. Así
como tú recomiendas una cosa que te fue de bendición, así debes recomendar
a Cristo que te fue de salvación.
Hay quienes están esperando que la iglesia los organice para trabajar, y
los manden de dos en dos, mientras las almas se pierden. Hermano, ¡déjese
de organización y predique! No espere que lo manden, ya Cristo lo mandó,
¡vaya!, haga lo que Dios le mandó a hacer. El Señor le mandó a servir, no espe-
re que un día lo nombren y lo pongan en una posición. Tampoco la iglesia
es el único lugar de servicio para un enviado de Dios; váyase al hospital más
cercano, donde hay un montón de personas enfermas que necesitan servicio,
ancianitos que están en las casas y no tienen quién los asee, ni asista ni visite.
Existen un montón de cosas pendientes para hacer. La lista puede ser inter-
minable, pero preferimos esperar el “nombramiento”, que me “pongan”, para
salir a hacer algo. Pero sea lo que Dios le dijo que sea, bendiga a la gente con
lo que Dios le ha dado. La gente necesita su dulzura; su sonrisa puede cambiar
muchas cosas. Hay lugares con personas tan amargadas, que cuando ven a
un cristiano sonriendo, dando gozo, alegría, felicidad en Cristo, se inspiran,
se despiertan, se les abren los ojos para ver que hay una esperanza, que existe
un camino mejor.
Doy gracias a Dios de que en la narración bíblica, del libro de los Hechos
de los apóstoles, se nos habla de aquel barco donde iba Pablo y que estaba a
punto de naufragar (Hechos 27:10, 22). Y me pregunto, ¿qué hubiera sido de
esa gente, en ese momento tan crucial, si en vez de ir con el apóstol hubie-
sen ido con alguien pesimista e incrédulo? Ellos tenían catorce días sin comer;
todos estaban temerosos y hambrientos. Pero en ese momento, Dios levanta a
su “higo” Pablo a llevarles paz, sosiego y tranquilidad. Él les dijo: “Habría sido
por cierto conveniente, oh varones, haberme oído, y no zarpar de Creta tan sólo
para recibir este perjuicio y pérdida. Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo,
pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave.
Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo,
diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios
te ha concedido todos los que navegan contigo. Por tanto, oh varones, tened buen
ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho” (Hechos 27:21-
25). ¡Oh, gloria Dios! Yo quiero ir en un barco con un hombre así, y no uno que
diga: « ¿sabes lo que va a pasar? Que el tiempo empeorará y este barco no llegará
a ningún lugar. Pero es bueno que pase, porque yo les dije que no zarparan, y
ahora miren que si Dios no mete su mano, ninguno saldremos vivo».
Igualmente, ¿qué me dices de los hermanos que tienen el don de fe, otra
dulzura en la congregación? A veces hay hermanos que atraviesan grandes
pruebas y se acercan a un hermano y le dicen: «Sabes, los exámenes aquellos
que me hicieron dieron positivo… no sé qué pasará con mi vida de ahora en
adelante». Si se lo dijo a uno de los amargados puede que éste le responda: «
¡Qué pena, mi hermano! pero, ¿qué puedes hacer contra la voluntad de Dios?
Voy a estar orando por ti»; y se va pensando: «Míralo ahí, ahora está lloran-
do, pero seguramente es juicio de Dios en su vida, ¡quién sabe qué hizo!». En
cambio, aquel cuyo ministerio es higuera le diría como “higo” de Dios: «Mi
hermano ¿eso te dijeron en el hospital? Acuérdate que el médico lo analiza
todo de acuerdo al conocimiento, por lo que ha estudiado, pero el que hizo el
cuerpo te puede dar vida, no temas. El doctor te analizó anatómica y fisioló-
gicamente y te dio el diagnóstico, pero ahora espera a lo que dice Dios, el que
te creó. Mientras tengas una obra que hacer para Dios eres inmortal. Tú eres
importante para el Señor, ten paz. Ven oremos juntos al que te puede salvar».
¡Ay, qué higo dulce, qué palabras hermano, qué ungüento para esa herida! ¿Es
justo que alguien deje de endulzar para reinar? No, mi hermano, mi hermana,
deja el Reino a Jesús; que reine Él, y tú vete a servir.
Recuerdo una vez, apenas comenzando mi ministerio pastoral, se me
acercó una hermana de la iglesia, madre de dos niños, con una terrible crisis.
Ella me dijo: «Pastor, mi esposo está sirviendo en el ejército de los Estados
Unidos en Alemania, pero tenemos una grave situación entre nosotros y he
decidido divorciarme». La hermana me compartió el problema y mientras
hablaba, yo oraba a Dios sobre cuál era su voluntad en este asunto, pues la
mujer estaba férrea en su decisión de separarse. Entonces, el Señor me dio
sabiduría y me hizo un higo dulce, ante un problema tan amargo y que pare-
cía sin solución. En aquel momento, pude darle a la hermana la palabra que
Dios me dio, y ella, entre sollozos, se persuadió de no divorciarse. Luego, al
ella enviarle un mensaje al esposo diciéndole que no se divorciarían, parece
que él pidió un permiso para ver a su familia, y cuando vino, ese hombre
andaba buscando quién fue la persona que convenció a su esposa de que no se
divorciase de él. El soldado vino buscándome a la iglesia, y acercándose, con
una amplia sonrisa, me dijo: «Pastor, gracias. Gracias a Dios y a usted mi
esposa no se divorciará de mí». Así que ellos se juntaron de nuevo, y ahí están
en un hogar feliz y sus hijos más felices todavía. Pasado el tiempo, un día,
mientras meditaba en las cosas del Señor, me conmoví en mí espíritu, recor-
dando aquel caso y pensando que si mi vida sirvió para devolverle la felicidad
a un hogar que estaba ya perdido, ha valido la pena servir a Jehová. Yo le dije:
«Padre, gracias por hacerme tu ministro. Soy útil; di felicidad perpetua a un
hogar que estaba roto». Por eso digo: ¿He de
dejar esto para hacerme grande? No, no
quiero ni puedo dejar mi vocación. La feli- “Nuestro
cidad de un ministro es dar dulzura, hon-
rando a Dios y bendiciendo a los hombres.
llamado no es
Volviendo a nuestra parábola, vemos que reinar, sino
los árboles, ante la negativa de la higuera acu- servir”
dieron entonces a la vid, y le dijeron: “Pues ven
tú, reina sobre nosotros”, pero ella les respondió:
“¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre
los árboles?” (Jueces 9: 12,13). La vid produce uvas de donde hacen el vino. En la
Biblia el vino es un tipo de gozo y el salmista dijo que el vino alegra el corazón
del hombre (Salmos 104:15). La Palabra registra que cuando no había uvas, en los
lagares había tristeza; pero cuando había el fruto de la vid, había gozo. También el
vino es un tipo de pacto. Vemos que Jesús levantó la copa y dijo: “Esto es mi sangre
del nuevo pacto, que por muchos es derramada” (Marcos 14:24). En la iglesia está
el gozo del Espíritu Santo, y hay hermanos cuyo don es como la vid, producen
mosto de alegría y dan gozo. Ellos llegan y con sus alabanzas alegran el ambiente,
hacen reír hasta a los moribundos, transmiten alegría y gozo. Si esa gente deja de
ser lo que es para hacerse grande ¡ay de la iglesia!, pues precisa de esa unción.
Cada don, cada capacidad ungida que Dios da a los santos, provoca algo;
produce honra, dulzura, gozo, unción que fortalece el espíritu de los que los
En el libro de Isaías dice: “Porque con alegría saldréis, y con paz seréis
vueltos; los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos
los árboles del campo darán palmadas de aplauso. En lugar de la zarza crecerá
ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán; y será a Jehová por nombre, por
señal eterna que nunca será raída” (Isaías 55:12-13). Es decir, cuando Dios
anuncia el tiempo de prosperidad, de bendición para su pueblo, dice que en
el lugar de la zarza crecerá ciprés. ¡Qué buena noticia, que en el lugar de un
arbusto tan feo y seco, crecerá un árbol hermoso y productivo! El ciprés es un
árbol de 15 a 20 metros de altura, que aunque por fruto da gálbulas o conos,
su madera es duradera. Además, a diferencia de la zarza, el ciprés sí puede
abrigar y dar sombra. ¡Oh, qué bendición! Jesús dijo: “Porque cada árbol se
conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se
vendimian uvas” (Lucas 6: 44). Si cada árbol se conoce por su fruto, la zarza se
conoce porque, prácticamente, no tiene ninguno. La vendimia es la cosecha
y recolección de las uvas, pero también podemos aplicarla como el provecho
o fruto abundante que se saca de alguna cosa, y la zarza no tiene mucho de
aprovechamiento en ella; solo espinas.
Me llama la atención que los tres árboles que tenían qué dar, dijeron: « ¿he
de dejar?» y en cambio la zarza, que no tenía nada, quería reinar (Jueces 9:15).
La zarza no tenía algo con que agradar a Dios y bendecir a los hombres, y ahí
se mide su espíritu. El que tiene mucha unción dice: «Yo no voy a renunciar a
mi unción para ser grande. A mí no me apela la grandeza, a mí me apela vivir
el propósito de mi llamamiento». ¿No fue eso lo que dijeron los tres primeros
árboles? Sin embargo, la zarza y los que son como ella, reinar es precisamente lo
que andan buscando. Mas, ¿sabes lo que me dice el Espíritu Santo? Que en la
zarza se revela un espíritu que hay en la iglesia, el cual no tiene nada que dar y sin
embargo quiere reinar. Ese mismo espíritu, también se encuentra en el hombre,
un espíritu de grandeza, de posición, que procura enseñorearse de los demás.
Por causa de la ambición de reinar y enseñorearse de los demás se pierde el
interés en ser lo que Dios nos mandó a ser, manifestándose otro espíritu que
no es el de Cristo. Jesús estaba reinando en el cielo y dejó de reinar para venir
a servir al Padre (Filipenses 2:6-7). Él dijo: “En el rollo del libro está escrito de
mí; El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de
mi corazón” (Salmos 40:7-8). El Señor dejó de ser rey, para servir, y lo hizo
de forma tan excelente que Dios le devolvió la corona. El que se despojó fue
revestido, el que se humilló hasta lo más bajo, fue levantado hasta lo sumo.
Nota que la primera palabra que la zarza dijo fue “venid” (Jueces 9:15),
o sea, dio una orden, un llamado imperativo. Pero ¿que vengan a dónde? A
abrigarse bajo su sombra, ¡qué arrogancia, qué cinismo! En otras palabras: «Si
en verdad ustedes me quieren como rey, sométanse a mí, y mi primera orden es
venir y ponerse debajo mío». Cuidado con el espíritu de la zarza, porque no es
según el Espíritu de Cristo, pues Él no se hizo rey para hacernos vasallos, sino
para que reinemos con Él (Apocalipsis 20:6). Ese espíritu de la zarza lo conocí
en la religión, en aquellos que dicen: «Si me eligieron a mí, sométanse a mí; yo
soy el que estoy aquí en autoridad y a mí hay que obedecerme.. ¡Eh, a ti! ¿qué
miras, qué buscas? ¡Sal de ahí! Esa es mi oficina y mi función, eso lo hago yo.
No toques ni te metas en lo que hago». ¡Qué espíritu! Todavía no la habían ele-
gido bien, sólo era una propuesta y ya la zarza estaba dando órdenes. Solamente
hay uno que dijo venid, y fue el rey Jesús, y nota el espíritu de sus palabras:
Jesús tiene mucho que ofrecer, por eso puede llamar y decir: « ¡Vengan
a mí, síganme! Yo los haré descansar; les doy mi reino; les doy de comer;
les sacio su sed; les doy paz, salvación y los llevo al Padre». La zarza ofrecía
abrigo y sombra, pero no tenía ninguna de las dos cosas. Imagínate que vas
caminando bajo un sol abrasador y vayas a cobijarte debajo de una zarza,
¡qué sombra te va dar si sus hojas son arqueadas y divididas, y para colmo
hincan! Creo que más que recibir un alivio, saldrías bien lastimado. De
hecho, en la Biblia la palabra zarza tiene el mismo significado que espinos
y abrojos, y me pregunto, ¿cómo podría ofrecer cobertura un arbusto tan
pequeñito y sarmentoso? Y pensar que eso es lo que está pasando en la
actualidad, gente con “apostolados” que quieren dar cobertura sin tenerla.
Por eso, Dios está restaurando el ministerio apostólico. Todos quieren ser
apóstoles, pero sin pagar el precio del apostolado, ni llevar las señales que
Pablo describió:
Los falsos apóstoles dicen como la zarza: «Métete bajo mi cobertura, cobí-
jate bajo mi autoridad; seamos socios». Ellos andan buscando iglesias para
meterlas debajo de su sombrilla ministerial y dicen a los pastores: «Si tú quie-
res ser parte de esto, envíame los diezmos de tu iglesia y te pongo bajo mi
cobertura ministerial». ¡Santo Dios! Una zarza tirando manto. Pablo les llamó:
“ falsos apóstoles, obreros fraudulentos” (2 Corintios 11:13-14), y yo les llamo “el
manto de Drácula”, pues así como ese personaje siniestro, estos hombres te
envuelven con su manto y después ¡yack! te dan el mordisco. La zarza tiene
espinas y Drácula tiene tremendos colmillos para succionar sangre.
Es notable que tanto el olivo, la higuera, como la vid te bendigan, pero la
zarza te lastima. Abre tus ojos y tus oídos, porque aquí hay una muy grande
enseñanza. Cuando una persona está llena de orgullo, arrogancia y autosufi-
ciencia, cree que puede dar algo, pero no tiene nada, porque el orgullo la inca-
pacita para ver su deficiencia. El amor edifica, pero el orgullo infla, destruye
y estorba. A Jesús le decían “maestro bueno”, pero él respondía: “¿Por qué me
llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo Dios” (Lucas 18:19). Y cuando
entró en Jerusalén que lo aclamaron diciendo: “¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mateo
21:9), lo hizo cabalgando en un pollino, como se había profetizado: “Alégrate
mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a
ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de
asna” (Zacarías 9:9). ¡El rey en un pollino de asna y prestado (Mateo 21:2)!, y
sus “siervos” ahora andan en aviones y jet privados; eso suena raro. Salomón
dijo: “Hay un mal que he visto debajo del sol (…) Vi siervos a caballo, y príncipes
que andaban como siervos sobre la tierra” (Eclesiastés 10:5, 7). Así, Jesús el
grande, el que cabalga sobre los querubines, y vuela sobre las alas del viento,
el que ha puesto las nubes por su carroza y que ha hecho en el mar su camino
y sendas en las muchas aguas, cabalgó en un burrito prestado, porque aunque
era rey, su objetivo era servir, no reinar (Salmos 18:10; 104:3; 77:19).
La zarza también quería reinar a la fuerza. Ella dijo: “… y si no, salga fuego
de la zarza y devore a los cedros del Líbano” (Jueces 9:15). En otras palabras: «Si
no me ponen de rey, aquí se acabará el reinado; reino yo o nadie». Increíble,
cómo hablaba la zarcita, siendo tan pequeñita. Apenas le estaban ofreciendo
reinar y ya estaba mandando y amenazando. La zarza y la lengua tienen
muchas cosas en común: primero, se jactan de grandes cosas; y segundo,
las dos encienden tremendos fuegos (Santiago 3:5). Ellas tienen el espíritu
de fuego que destruye y que condena, como dice la Palabra: “… la lengua es
un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros,
y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es
inflamada por el infierno” (Santiago 3:6).
Lo peor es que con ese espíritu se logran muchas cosas hoy en día. Supe
que un pastor le dijo a alguien: «Uso mi autoridad apostólica para decirte
que si te vas de esta iglesia, ¡pierdes el Espíritu Santo, y hago que ni en len-
guas hables!». ¡Santo, Jehová! Este hombre se ufanaba de tener poder para
quitar no solo los dones -que son irrevocables (Romanos 11:29)-, sino hasta
el Espíritu Santo con el cual Dios nos selló (2 Corintios 1:21-22). Y pensar
que todas esas amenazas eran para que no se vaya y siga debajo de su cober-
tura, pues cuando no pueden retener a la gente con promesas, lo hacen con
amenazas y condenación.
Los tres primeros árboles tenían que dar y querían vivir dando fruto de lo
que recibieron del Señor. El apóstol Pablo escribió: “Porque yo recibí del Señor
lo que también os he enseñado...” (1 Corintios 11:23); y Pedro dijo: “Cada uno
según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores
de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10). Por tanto, si tenemos algo que
dar, porque Dios nos ha dado, no lo retengamos, pero si no tenemos para dar,
no caigamos en la arrogancia y petulancia de la zarza, ofreciendo lo que no
tenemos. Seamos lo que somos y demos lo que hemos recibido, en la humil-
dad del Señor Jesucristo. La única verdad que dijo la zarza fue al final, cuando
amenazó darle lo que podía: fuego, y no del Espíritu, sino con el único que
tenía, fuego destructor.
Está claro que el mensaje de Jotam a los habitantes de Siquem a través de
esta fábula fue que Abimelec, a quien ellos habían elegido rey, era como una
zarza, pues no les podía ofrecer ninguna seguridad, por el contrario, sería cau-
sa de destrucción e instrumento de muerte para ellos. Estas palabras fueron
proféticas, pues Dios para vengar la sangre de la casa de Jerobaal (Gedeón)
que había derramado Abimelec, envió un espíritu de hostilidad entre éste y
los de Siquem (Jueces 9:22-24), y tal como él enseñó en la alegoría, Abimelec
prendió fuego a Siquem. Veamos la narración bíblica:
Esta mujer que Jehová usó para acabar con la vida del fratricida Abimelec
es un tipo de la iglesia valiente y osada que el Señor está usando para detener
y destruir ese espíritu, que tanto daño está causando al ministerio de Dios.
La iglesia es el medio que el Señor ha elegido para destruir el pernicioso espí-
ritu de Abimelec (zarza). Añade más luz a nuestra enseñanza el hecho de que
el instrumento que aquella mujer usó para matar a Abimelec fue un pedazo
de rueda de molino. El Señor dijo: “Y cual-
quiera que haga tropezar a alguno de estos
“La zarza y la pequeños que creen en mí, mejor le fuera que
se le colgase al cuello una piedra de molino de
lengua tienen asno, y que se le hundiese en lo profundo del
muchas cosas en mar” (Mateo 18:6). Hacer tropezar es igual
común: primero, a hacer caer, inducir a pecar, tentar, seducir,
se jactan de etc., y esto es lo que este espíritu está rea-
lizando en la iglesia. Dios ha determinado
grandes cosas;
que sea con una piedra o rueda de molino
y segundo, las que se le rompa el cráneo y se haga morir al
dos encienden espíritu que dijo: “salga fuego de la zarza y
tremendos devore a los cedros del Líbano” (Jueces 9:15).
fuegos” Los cedros del Líbano son tipos de los jus-
tos (Salmos 92:12). Así que la guerra de este
principado es contra los santos de Dios. Por esa razón, el Señor usará a la igle-
sia (la mujer) para romper la cabeza de este adversario del propósito divino.
Hay otro asunto muy curioso de la zarza que nos muestran las Escrituras.
¿Sabías que Moisés no era el hombre más manso de la tierra, sino que llegó a
serlo? Cuando Moisés vio a sus hermanos en sus duras tareas, y observó a un
egipcio que golpeaba a uno de ellos, dice la Palabra que miró a todas partes, y
creyéndose que nadie lo veía, mató al egipcio y lo escondió en la arena (Éxodo
2:11-12). Aquí yo veo una reacción violenta ante una injusticia. Moisés no era
un hombre manso, pero ¿sabes cómo Dios logró que lo fuese? Lo mandó a pas-
torear ovejas por cuarenta años, y en ese trabajo cualquiera se vuelve manso. Las
ovejas son los animales más torpes de que yo
tengo referencia, pues nota que todos los ani-
males corren cuando ven a un depredador, “Cuando
pero las ovejas dicen ‘bee, bee’ como dicien- Dios se quiso
do: «Veen, veen, comemeeeé, comemeeeé», y
no saben qué hacer. Así que cualquiera apren- hacer nada, se
de paciencia pastoreando ovejas. manifestó en una
Cuando Jehová llamó a Moisés para zarza, pues para
enviarlo a liberar a su pueblo de las manos lo único que
del Faraón, le dijo: “¿Quién soy yo para que
sirve la zarza es
vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de
Israel?” (Éxodo 3:11). Jehová insistió, pero él para representar
le contestó: “¡Ay, Señor! nunca he sido hom- la nulidad”
bre de fácil palabra, ni antes, ni desde que
tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el
habla y torpe de lengua” (Éxodo 4:10). No obstante, Jehová todavía le habló de
todo lo que iba a hacer, y él volvió e insistió: “¡Ay, Señor! envía, te ruego, por
medio del que debes enviar” (Éxodo 4:13). Entonces Jehová se enojó y le dijo:
“¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que
él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón. Tú hablarás a él, y pon-
drás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo
que hayáis de hacer” (vv. 14-15). Bien humilde estaba Moisés y con una estima
bien baja, como la de una oveja, la cual tuvo Dios tuvo que levantar prácti-
camente a gritos. Pero, ¿sabes cuando, realmente, Dios le enseñó a Moisés
humildad? El día en que Jehová se le apareció en una zarza.
Cuando Dios se quiso hacer nada, se manifestó en una zarza, pues para
lo único que sirve la zarza es para representar la nulidad. El único que le dio
importancia a la zarza fue Dios, porque a la zarza todo el mundo le prendía
fuego, pero Jehová le dio el fuego divino que quema, pero no consume (Éxo-
do 3:2). Hay esperanza para “las zarzas”; pues aunque no dan fruto, Dios le
puede dar fuego para que alumbren. Tanto fue la importancia que Dios le
dio a la zarza en ese momento, que cuando Moisés bendijo las doce tribus
de Israel, y le iba a dar la bendición a José, dijo: “Con el fruto más fino de los
montes antiguos, Con la abundancia de los collados eternos, Y con las mejores
dádivas de la tierra y su plenitud; Y la gracia del que habitó en la zarza Venga
sobre la cabeza de José, Y sobre la frente de aquel que es príncipe entre sus her-
manos” (Deuteronomio 33:15-16). Nota que Moisés habló de frutos y dádivas
de la tierra, pero cuando mencionó a la zarza no pudo hablar nada de lo que
ella diera, sino de la gracia del que habitó en ella. En otras palabras, el Señor
manifestó la gracia cuando se apareció en una llama de fuego en medio de la
zarza. Eso nos habla de la humillación de Jesús, pues gracia fue lo que en su
Hijo, Dios nos manifestó.
El Creador del cielo y de la tierra, habitó en una zarza. Qué tal si la
zarza, de la parábola de Jotám, hubiera dicho a los árboles: « ¿Ustedes me
están pidiendo a mí que reine? ¿Pero qué tengo yo que ofrecer? ¿qué tengo
para dar? No tengo fruto, no tengo abrigo, no tengo sombra, soy una male-
za del desierto ¿Cómo voy a reinar? Si yo para lo único que sirvo es para
que me quemen. Lo único bueno que ha pasado en la historia de nosotras
las zarzas fue que un día el Santo de Israel, cuando quiso hacerse nada y
decirle a Moisés: “Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y
humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar
el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15), se manifestó en una zarza. Yo
no soy como el olivo que puede dar honra con su aceite, ni soy como el higo
que puede dar dulzura, tampoco soy como la vid que puede dar alegría con
el mosto, no sirvo para nada. Ahora, una cosa sí puedo hacer: servirle a mi
Dios, para que la gracia del Señor se manifieste, y habite en mí el fuego
que nunca consume». Entiendo, entonces, que la historia de la zarza hubiera
sido totalmente diferente.
“Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve,
así era el parecer del resplandor alrededor. Ésta fue la visión de
la semejanza de la gloria de Jehová. Y cuando yo la vi, me postré
sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba”
(Ezequiel 1:28)
la presencia de Jehová tiembla la tierra…” (Salmos 114:7), pues fue algo tan
extremadamente impactante que el pueblo no pudo resistirlo. Israel temblaba,
y hasta en el libro a los Hebreos se registra que era tan terrible lo que se veía,
que Moisés dijo: “Estoy espantado y temblando” (Hebreos 12:21).
Era un momento de gloria, donde el pueblo vería cara a cara a su Dios
Inmortal e Invisible. Mas, no pudieron salirle al encuentro y le dijeron a Moi-
sés: “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros,
para que no muramos” (Éxodo 20:19). Y esa era simplemente una apariencia,
una semejanza, pues la Biblia dice que los cielos de los cielos no lo pueden
contener (1 Reyes 8:27). La zarza fue otro
lugar en que se mostró la gloria de Dios,
pero también fue una semejanza (Éxodo
“Cuando Dios 3:1-5). Toda visión de la gloria es una seme-
se manifiesta, janza de la gloria, pero la realidad de la glo-
ria sabemos que es Jesucristo. Él no es una
no solamente semejanza, pues podemos decir que la gloria
revela su gloria, descendió en semejanza de Hombre, y aun-
sino también lo que Jesucristo era cien por ciento Dios, lo
que el hombre es” vimos en carne. Solamente aquellos tres que
lo vieron en la transfiguración lo vieron glo-
rificado, y todavía eso fue una limitación
(Mateo 17:2).
La gloria, gloria, esa verdadera gloria, ningún hombre la puede ver. Esa
fue la razón por la cual, el Señor se negó a mostrar su rostro a Moisés, pues
no hay hombre que vea su rostro y continúe viviendo (Éxodo 33:20). Por
tanto, las visiones de su gloria son una semejanza nada más. Sin embargo,
todos aquellos que han visto esa semejanza han sido cambiados, jamás fueron
los mismos después de ese día, porque la gloria de Dios transforma. Eso es lo
incomprensible del misterio de la iniquidad, que alguien que siempre veía la
gloria y que estaba lleno de la gloria, perdió la gloria, y en vez de ser cambiado
de gloria en gloria, lo que hizo fue que descendió y tuvo que ser arrojado de
su presencia, por rebelarse contra el Señor (Ezequiel 28:15-19).
Ahora, hay algo que a mí me llama la atención, después que el Señor le
mostró a Ezequiel esa visión. Vemos que el profeta se postró para oír la voz
de uno que le hablaba (v. 28), pero es interesante que la voz lo primero que le
dijo fue: “Hijo de hombre” (Ezequiel 2:1), y estoy seguro que el profeta pudo
entender la intención del que le hablaba. Con esa expresión daba a entender:
«Hombre, te habla el Altísimo, el Todopoderoso, el Grande, el Admirable. Y
Cuando Daniel tuvo aquella visión en el río Hidekel, los que le acompa-
ñaron no la vieron, pero se apoderó de ellos un gran temor y huyendo despa-
voridos, se escondieron (Daniel 10:7). Daniel se quedó solo, mudo y sin
fuerza, sintiendo que desfallecía (vv. 8-11). El ángel tuvo que tocarlo para
devolverle la fuerza y el habla (vv. 16-18). La
gloria de Dios debilita y eso nos confirma
“La gloria de que el hombre es nada frente a la majestad
Dios no te de Dios. Y qué decir de Juan, quien escribió
en el libro de la gran revelación: “Cuando le
aplasta, para
vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su
dejarte en el diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo
polvo, sino que te soy el primero y el último” (Apocalipsis 1:17).
humilla para que A veces decimos: «Señor, muéstrame tu glo-
dejes de ser lo ria», y me pregunto: ¿sabemos lo que esta-
mos pidiendo? El Señor dice: « ¿quieres
que eres y desees saber quién eres?» Todo aquel que pida la
ser lo que es Dios” gloria tiene que estar dispuesto a cuando
vea la gloria, también verse a sí mismo y
saber en realidad quién es él.
Por tanto, todos los que han visto “la semejanza de la gloria de Dios”
caen como muertos, pero también algo físicamente les afecta. En el caso del
sacerdote Zacarías, temporalmente se quedó mudo, cuando dudó de la visión
y el propósito con el hijo que había de tener (Lucas 1:18-20). A Moisés la voz
desde la zarza le advirtió: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque
el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:5), por lo que podemos decir
que la gloria le mostró cómo eran sus pies, tipo de humanidad y corrupción,
ante la perfección y santidad de Dios. A Isaías, por su parte, le mostró lo que
eran sus labios, inmundos (Isaías 6:5). Vemos a Josué, que al ver la visión se
postró y adoró, pero tuvo que despojarse, quitar el calzado de sus pies (Josué
5:15). A Saulo de Tarso la visión lo dejó ciego, le afectó los ojos (Hechos 9:8).
Por lo cual, podemos decir que la visión de la gloria afecta el cuerpo, por eso
cuando la gloria se manifiesta afecta la iglesia.
Cuando alguien habla de sí mismo con jactancia, o está tan admirado de
sí que no se calla de decir lo que ha logrado, puedes estar seguro que ese no ha
pasado ni siquiera a diez millas de distancia de donde estuvo la gloria de Dios.
Todas las personas que viven en la presencia se sienten más pecadores que los
demás, más pobres y limitados. Esos reconocen la gracia de Dios en sus her-
manos, y constantemente le dicen al Señor: « ¡Ay mi Dios! Mira mi limitación,
términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22). Cuando
tú miras como debes mirar, a cara descubierta como en un espejo la gloria de
Dios, serás transformado de gloria en gloria en la misma imagen, como por el
Espíritu del Señor (2 Corintios 3:18). Mirar, desde el punto de vista espiritual,
no es darse una ojeada, pues el que contempla la gloria, dependiendo de lo
que vea eso va a recibir. Por tanto, la arrogancia en una persona me muestra
que no ha visto nada de Dios, porque el que lo ve anda quebrantado, y se
siente pequeñito, pues ha sido impactado por la grandeza divina.
Cuando el Señor muestra algo de Su gloria es para hacerte de acuerdo a
aquello que Él te quiso mostrar de Su persona. Es por eso que el Señor se levanta
en medio de su pueblo y dice: « ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué oras diciendo:
“lléname Señor”? ¿Para que?». El Señor da su gloria solo a aquellos que quieran
ser como Él. No pidas gloria para exhibición, ni para fama, ni para ser conoci-
do; tampoco para destacarte o por curiosidad o por satisfacción personal, sino
pídela para ser como es Dios. Él es santo y porque has visto Su santidad, la
admiras y la anhelas. Es como cuando te enamoras de un lindo vestido, de
un buen auto, de una casa, de algo que deseas para ti, no por pretensión, sino
porque darías lo que no tienes por adquirirlo, porque sea tuyo. ¡Ay, desea ser
como Él!, ¡anhélalo a tal punto que vendas todo lo que tengas, a cambio de su
amor, de su esencia y de su ser! Generalmente, cuando queremos avivamiento
y llenura del Espíritu es cuando oramos. También oramos para pedir sanidad,
para ser libres, para tener unción, para hacer milagros, etc., y eso no es malo.
El Señor nos manda a pedir y a procurar los mejores dones (1 Corintios 12:31),
pero cuando tú pidas gloria, trata de hacerlo como Moisés. Él dijo primero: “…
te ruego que me muestres ahora tu camino” (Éxodo 33:13); y luego dijo: “Te ruego
que me muestres tu gloria” (v. 18). Primero una cosa y luego la otra.
La gloria de Dios tiene un camino y al hombre que lo transita, Él le abate
por el polvo su orgullo, mostrándole su condición. Y si ese hombre tiene el
verdadero espíritu, y frente a la gloria reconoce su pobreza, su limitación y su
inmundicia, algo pasa: es levantado, transformado y dignificado. Observa
que los caminos de Dios tienen que ver con conocer la conducta divina y
nuestra relación con él. La palabra “camino” en la Biblia se traduce de muchas
maneras, pero lo que más revela es conducta. Por ejemplo, la Palabra habla
del camino de Balaam (2 Pedro 2:15), el camino de Jehová (Génesis 18:19), el
camino de Caín (Judas 1:11); el camino de su padre (1 Reyes 15:26), impli-
cando conducta. Dijo el salmista: “¿Con qué limpiará el joven su camino [su
conducta]? Con guardar tu palabra” (Salmos 119:9). En el caso de Dios es lo
mismo, camino es conducta, pero también propósito, intención. Todo Él lo
revela en sus caminos.
Tenemos que entender la conducta del Señor, y ver que su gloria la revela
para alcanzar un fin. ¿No dice la Biblia que Jesucristo es el resplandor de su
gloria y la misma imagen de su sustancia (Hebreos 1:3)? La Palabra dice que
a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos “con-
formes a la imagen de su Hijo”, y a los que predestinó, a éstos también
llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos
también glorificó (Romanos 8:29-30). Es decir que la gloria de la elección
tuvo como propósito que tú lleves la imagen del Hijo, así como la gloria del
llamamiento, la gloria de la justificación, y la gloria de lo que la Biblia llama
glorificación, tienen ese mismo propósito, librarte de la presencia del pecado
y darte lo excelso que está en el Señor.
Por tanto, la elección consiste en que Dios se propuso darte Su gloria en
Su amado Hijo. El llamamiento significa que Él te llamó para que la imagen
perdida de Adán, la recuperes en Jesucristo. La justificación es cuando eres
librado de la condenación del pecado y recibes la justicia del Hijo de Dios.
La santificación es librarte del poder del pecado, para que tú seas semejante
al Santo de Israel. Y finalmente, la glorificación que se realizará en el futuro,
en un abrir y cerrar de ojos, el día de su venida, cuando esto corruptible será
vestido de incorrupción, y esto mortal de inmortalidad. Por tanto, seremos
transformados. La glorificación significa que Él va a desarraigar el pecado
de ti, para que todo lo adánico que tengas salga, y solamente te quede lo que
tienes de Cristo.
Dios envió a Jesucristo, el cual es el resplandor de su gloria, para darte
su imagen. Por lo cual, cuando Dios manifiesta su gloria es con el fin de res-
taurarte, para producir en ti la imagen que fue dañada por el pecado. Dios
tomó al hombre caído en el polvo -porque polvo era y al polvo volvió (Génesis
3:19), y en la resurrección, lo levantó en el cuerpo de su Hijo y lo llevó a su
gloria. Cuando entendemos estas cosas, necesariamente tenemos que decir:
«Señor, perdónanos, hemos deseado tu gloria, la hemos anhelado para tantas
cosas… para tener buenos momentos contigo, para crecer en cantidades, para
ser vistos de los hombres, para que digan de mí, para que hablen y resalten mi
ministerio, y no para lograr Tu propósito».
¡Oh, amemos ser como Dios, deseemos ser como es Él! No es suficiente
pasar buenos momentos con el Señor, lo mejor es ser transformados a su seme-
janza. La gloria es todo lo que Él es y no simplemente el fuego de la platafor-
ma de su trono o el embaldosado de zafiro que haya debajo de sus pies. La
gloria no es meramente el resplandor del universo o la luz que pueda emanar
de Él, porque Dios es luz (1 Juan 1:5). Su gloria son sus atributos: Su santidad,
no puedo mostrarme a ti? ¿Para qué me quieres ver? ¿Para escribir un libro
y hacerte famoso? ¿Para jactarte que me viste y que todos te admiren? ¿O es
que estás dispuesto a ver la gloria y ser transformado por ella? Dime, ¿quieres
ser como la gloria y luego callarte y que nadie lo sepa, porque lo que estés
buscando es que la gloria te cambie a su semejanza? Entonces sí te la doy, para
que contemples su hermosura, y tu vida sea de testimonio de la obra que he
hecho en el hombre desde el principio hasta el fin».
Tenemos que orar por toda la iglesia de Jesucristo, y el mover de Dios en
este tiempo, pues todo el mundo habla de la gloria, cantan de la gloria, adoran
para que caiga la gloria, pero sus corazones
están muy lejos del Dios de la gloria. Ellos
“La gloria da a llaman a Dios, como hacen los encantado-
conocer a Dios y res que tocan la flauta, para que salga la ser-
piente, y empiezan a proferir palabras, a
hace notorio Su hablar en lenguas para elevarse y tener una
propósito” experiencia extrasensorial y salir del mun-
danal ruido, del estrés y la tensión. Luego
dicen: « ¡Ay que elevado estoy, qué paz!»
Pero eso es carne y sangre, mejor que se vayan a los yogas para que reciban
algunas técnicas de relajación, pero si buscan a Dios, no vengan con sus
expectativas, sino con corazones anhelantes de ser transforma-
dos. Acércate al Señor cuando hayas entendido quién es Él y
desees ser como Él.
Créeme que digo esto y siento ese mismo anhelo en mi corazón, pues,
también la Palabra pasa por mí, mientras la transmito, y mi espíritu le
ruega: «Señor yo quiero eso, quisiera ser el primero en vivir esa gloria, pues
ahora entiendo el resultado de la gloria y el propósito de la gloria». Y te pre-
gunto: ¿todavía quieres la gloria? ¿Quieres ver la gloria o quieres la gloria de
la gloria? La gloria de la gloria es lo que produce la gloria, especialmente en
tu carácter. ¡Cuántos hay que se sientan en el banco de una iglesia por años,
y la gloria no les hace nada!, siguen siendo los mismos hombres, carnales,
porque sólo han pasado buenos momentos con Dios y nada más. Como la
mujer que pasa buenos tiempos con el amante que la lleva al hotel, le da
regalos, pero luego que la pasión es satisfecha, ella no lo vuelve a ver hasta
después de muchos meses. Con él, ella solo tiene buenos momentos, pero
no lo posee a él. Así hay quienes quieren tener buenos momentos con Dios,
pero no quieren a Dios; desean sus cosas, pero no lo desean a Él; se pasan
buscándolo, pero Él no se ve en ellos.
Cuando Moisés vio la maleza ardiendo dijo: “Iré yo ahora y veré esta grande
visión, por qué causa la zarza no se quema” (Éxodo 3:3). Pero al ver Jehová su
intención le dijo: “¡Moisés, Moisés! (…) No te acerques; quita tu calzado de tus
pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Yo soy el Dios de tu padre, Dios
de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éxodo 3:4, 5,6). Moisés cubrió su
rostro, entendiendo que estaba frente a Dios, y Jehová continuó diciendo:
Esa fue la visión de Dios con Moisés, la cual, al principio, él rehusó y dijo:
“¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?
(...) He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres
me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué
les responderé? (…) He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque
¿cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él? Y el ángel
de Jehová respondió a Manoa: La mujer se guardará de todas las cosas que yo le dije.
No tomará nada que proceda de la vid; no beberá vino ni sidra, y no comerá cosa
inmunda; guardará todo lo que le mandé” (vv. 11-14). Pasado el tiempo, nació
Sansón para salvar a Israel de mano de sus enemigos, y para eso vivió. Toda la
vida de Sansón fue dedicada a cumplir la visión celestial, y cuando se desvió de
ella, Dios permaneció. Jehová nunca cambia su propósito. Nadie puede inven-
tar una visión, ni tampoco añadirle o quitarle, pues la visión es de Dios, y si Él
no se sale de su visión, el que la recibe no debe salirse tampoco.
Vemos que cuando el profeta Isaías tuvo la visión del trono de Dios y de
Su santidad, temblaba de miedo y pensaba que ya estaba muerto. Pero oyó
la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” (Isaías
6:8). Y aún sobrecogido de temor, el profeta respondió: “Heme aquí, envíame
a mí” (v. 8). Isaías no sabía si estaba muerto o si vivía, pero una cosa sí sabía:
Dios no le estaba mostrando simplemente sus faldas ni a los seres celestiales,
tampoco conmovió los quiciales de las puertas y llenó toda aquella casa de
humo, para asustar a una criaturita con Su fuerza y Su grandeza. El profeta
entendió que Dios le mostró una manifestación de su gloria, porque necesita-
ba enviar a alguien a mostrar a Israel y a las naciones el designio de su volun-
tad. Por eso se apresuró a contestar, para que el Señor no mandase a otro, sino
a él, porque sólo aquel que pudo ver la visión de su majestad podía hablar de
acuerdo a lo que vio, y decir a viva voz: “Así ha dicho Jehová, Redentor tuyo, el
Santo de Israel” (Isaías 48:17).
Asimismo, cuando el ángel Gabriel se le apareció a María, le dijo: “¡Salve,
muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres” (Lucas 1:28),
ella se asombró de ese saludo, a tal punto que se turbó. Esta salutación llenó
de temor a María, porque ella sabía que el único ser digno de adoración y ala-
banza es Dios. Por eso, el ángel le dijo: “María, no temas, porque has hallado
gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y
llamarás su nombre JESÚS. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y
el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob
para siempre, y su reino no tendrá fin” (vv. 32-34). Luego, el ángel, le manifestó
como ocurriría todo eso (v. 35). No obstante, cuando el ángel le dijo a María
que era favorecida y bendita entre las mujeres no lo hizo para halagarla, ni
para subirla en un pedestal, como la reina de los cielos, como piensan los que
la adoran, sino para manifestarle que, como mujer, Dios la había escogido
como instrumento para engendrar al Santo Ser que sería llamado Hijo de
Dios (Mateo 1:21). ¡Qué privilegio!
hay algo que me gustó de esta historia y es que nuestro Dios es un Dios de
restauración, y restauró a Zacarías. Vemos que el niño nació y estaba todo el
mundo contento, pasándolo de brazos en brazos, y alabando a Dios porque
tuvo misericordia del sacerdote y su mujer, y los honró dándoles un hijo. Y
llegado el octavo día, fueron a circuncidar al niño, al que le llamaban con
el nombre de su padre, Zacarías (Lucas 1:59), pero Elisabet que sabía de la
visión dijo: “No; se llamará Juan”, y ellos, extrañados le preguntaron: “¿Por
qué? No hay nadie en tu parentela que se llame con ese nombre” (Lucas 1:60-61).
Juan significa “Jehová es bueno”, y claro que para ellos fue buenísimo, pero
no era un nombre que poseía ninguno de sus parientes.
Luego, cuando le fueron a preguntar al padre cómo le quería llamar al
niño y expresara su voluntad aunque sea por señas, Zacarías pidió una tablilla
y escribió: “Juan es su nombre” (v. 63). Todos se maravillaron en que ambos
escogieran el mismo nombre, pero en ese mismo momento fue abierta la
boca de Zacarías y suelta su lengua, habló bendiciendo a Dios (v. 64). ¡Qué
momento! Zacarías tuvo que mostrar señales de su fe, para recobrar el habla.
En la familia de Zacarías no había nadie con ese nombre, pero en la visión sí.
Dios dijo que se llamaría Juan y los padres de ese niño querían seguir todo
de acuerdo a la visión celestial. No nos salgamos de la visión, porque solo en
ella Dios da la instrucción, la forma y también el resultado. Hoy se acostum-
bra a ponerle al ministerio el nombre del ministro “fundador”, por ejemplo:
“Ministerio fulano de tal”, “Perencejo Ministries”, pero Zacarías le puso el
nombre de acuerdo a la visión, y no como querían todos que se llamase, como
el padre. El nombre que el ministerio debe llevar es el nombre que Dios le dio
en la visión, y no el nombre que suene más bonito o el que se suele poner por
tradición. Cuando una visión es humana debe llevar el nombre del ministro
que la forjó en su mente, pero si es divina, debe denominarse con el nombre
de Dios y de su propósito.
El apóstol Pedro un día subió a la azotea a orar, y sintió hambre, y mien-
tras le preparaban qué comer, de momento le sobrevino un éxtasis, y vio el
cielo abierto, y que descendía algo parecido a un gran lienzo, una sábana que,
atada en las cuatro puntas, era bajada a la tierra y estaba llena de animales
terrestres, reptiles y aves del cielo (Hechos 10:11-12). Entonces, le vino una
voz que dijo: “Levántate, Pedro, mata y come” (v. 13), pero Pedro no obedeció,
sino que dijo: “Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido
jamás” (v. 14). La voz volvió y le dijo: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú
común” (v. 15) y lo repitió tres veces. Pedro se quedó maravillado de esa visión
y perplejo dentro de sí de su significado (v. 17), pensando quizás: « ¿Cómo
que mate y coma? ¡Jamás he comido cosa inmunda! ¿No nos prohibió Él, por
boca de Moisés, que no tan solo que no la comiésemos, sino que ni siquiera
la tocásemos por ser algo inmundo, pues nos haríamos inmundos también?
(Levítico 11); y ahora me pide, no tan solo que lo toque, sino que ¡lo ingiera!
No, no, no… ¿será esa voz de Dios? No, no lo haré, no comeré…». Así estaba
de perplejo el apóstol, pero una cosa estaba clara: a Moisés, Jehová le dijo “no
comas ni siquiera toques”, pero a él le estaba diciendo “mata y come”.
En la nueva dispensación hay que olvidarse de Moisés y ver a Jesús sólo
(Marcos 9:8). Muchos no hemos entendido todavía que Jesucristo cumplió
el Antiguo Pacto y comenzó uno mejor. Y en este Nuevo Pacto no se llama
inmundo ni común a lo que ya Dios limpió. Sin embargo, todo eso parecía
demasiado para Pedro, quien, turbado, ya se había olvidado del hambre, pues
toda su mente estaba en la visión. Entonces, el Santo Espíritu le dijo: “He
aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con
ellos, porque yo los he enviado” (Hechos 10:19-20). Cuando Pedro bajó, ya lo
estaban esperando; por lo que los hospedó en su casa y al otro día se fue con
ellos a la casa de Cornelio, pero llevándose consigo a algunos hermanos como
testigos. Al llegar a la casa de Cornelio, éste al verle se postró y le adoró, pero
Pedro lo levantó diciéndole: “Levántate, pues yo mismo también soy hombre”
(v. 26) y en seguida dijo: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón
judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que
a ningún hombre llame común o inmundo; por lo cual, al ser llamado, vine sin
replicar. Así que pregunto: ¿Por qué causa me habéis hecho venir?” (vv. 28-29).
Pedro tenía prisa, pues pensaba que pecaba por estar haciendo algo que la ley
prohibía (Éxodo 34:15-16), pero por causa de la visión obedeció, aunque se
hizo acompañar incluso de testigos, y le urgía pasar rápido la prueba.
Cornelio, entonces, explicó enseguida a Pedro el asunto, diciendo: “…
hace cuatro días que a esta hora yo estaba en ayunas; y a la hora novena, mientras
oraba en mi casa, vi que se puso delante de mí un varón con vestido resplandecien-
te, y dijo: Cornelio, tu oración ha sido oída, y tus limosnas han sido recordadas
delante de Dios. Envía, pues, a Jope, y haz venir a Simón el que tiene por sobre-
nombre Pedro, el cual mora en casa de Simón, un curtidor, junto al mar; y cuan-
do llegue, él te hablará. Así que luego envié por ti; y tú has hecho bien en venir.
Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo
lo que Dios te ha mandado” (Hechos 10:30-33). Y cuando Pedro oyó aquello,
dijo, maravillado: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas,
sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (vv. 34-35). En
ese instante, Pedro entendió la visión y vio que Dios tenía un pueblo entre los
gentiles y que todo aquel que le ama y le sirve, Él lo hace Suyo.
Por tanto, aunque para un varón judío era algo terrible entrar en la casa
de un pagano incircunciso, ya Pedro sabía -porque Dios se lo había mostrado
antes- que no debía llamar a ningún hombre común o inmundo. No obstan-
te, el Señor no le mostró a Pedro en la visión hombres, sino animales, ¿por qué
él entonces dijo “hombres”? Porque con la visión, el apóstol comprendió que
los judíos consideraban como animales inmundos a los que no eran judíos,
pero que Dios en Jesucristo cambió esa percepción. Ahora Él prohibía llamar
inmundos a los gentiles que fueron lavados por la sangre de Jesús, y predesti-
nados para tener herencia entre los santificados (Hechos 26:18).
Con todo, este incidente llegó a los oídos de los judíos de Judea, de cómo
los gentiles habían recibido la Palabra de Dios y que Pedro los había visitado e
incluso comido con ellos, por lo que el apóstol Pedro tuvo que acudir donde
ellos a darles explicación del asunto. Así que, inmediatamente llegó Pedro,
comenzaron a disputar con él los que eran de la circuncisión, diciéndole: “¿Por
qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos?” (Hechos
11:3). Entonces, Pedro les relató cada detalle de lo sucedido, desde su visión en
la azotea, hasta cómo también sobre los gentiles se había derramado el don del
Espíritu Santo (Hechos 10:45). Pedro les dijo: “Y cuando comencé a hablar, cayó
el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces me
acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo:
Juan ciertamente bautizó en agua, mas voso-
tros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Si “Hacer las cosas
Dios, pues, les concedió también el mismo don diferente a como
que a nosotros que hemos creído en el Señor
ha sido revelado
Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a
Dios?” (Hechos 11:15-17). ¡Ah! Pedro en la visión
entendió la visión, y transmitió el mismo es rebelarse
espíritu a aquellos hermanos que al escuchar contra ella”
esas cosas también callaron, y glorificaron a
Dios (v. 18).
Desde ese momento, vemos más adelante que la iglesia se reunió y deci-
dieron no ponerles cargas a los gentiles de guardar la ley, como Dios había
mostrado en la visión, solamente que se abstuvieran de lo sacrificado a los ído-
los, de sangre, de ahogado y de fornicación (Hechos 15:27-29; 21:25). La igle-
sia se guió por la visión celestial, y no hubo más problemas, porque ya Dios
había hablado y mostrado que las cosas se debían hacer como Él las mandó,
Señor estaría de acuerdo. Mas, esa noche Natán tuvo una visión y una palabra
de Jehová que contradecía todo lo que él ya le había dicho al rey. Mas Natán
no dijo: «Yo lo siento, pero no iré a darle esa palabra a David, pues contradice
todo lo que le dije, y hará que pierda su confianza», sino que se presentó y le
dijo: “Así ha dicho Jehová: Tú no me edificarás casa en que habite” (v. 4). Me
imagino como era el sentir de estos dos hombres de Dios, uno por haberse
equivocado y el otro por no poder realizar algo para su rey que le salía de su
corazón. Pero ambos entendieron, respetaron y obedecieron a la visión.
En todo tiempo es difícil dar una mala noticia al hombre que está en
autoridad, pero si esa es la visión, de acuerdo a ella es que debemos hablar. No
importa lo que sea, incluso una amonestación hay que decirla. Natán también
lo hizo cuando tuvo que enfrentar a David por el pecado que cometió contra
Urías heteo. Estoy seguro que él hubiese querido que fuera otro el que tuviera
que enfrentarlo, pero Jehová a quien le había dado la visión y por consiguiente
había enviado era a él. ¿Cómo corregir el pecado de un rey? Con sabiduría.
El profeta usó un incidente en el que ocurrió una gran injusticia, y cuando
David, apelado por su sentir justiciero, y lleno de furor le dijo a Natán: “Vive
Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte” (2 Samuel 12:5), el profeta le
contestó: “Tú eres aquel hombre” (v. 7), y entonces le dio la palabra completa
que Dios le había enviado. La palabra fue dura, cortante, verdadera, defini-
tiva, pero Natán lo hizo, porque esa era la visión que Dios le dio. Hay cosas
de la visión que no son fáciles comunicarlas, pero debemos decirlas, porque
tenemos que ser fieles, y ¡ay de nosotros si no damos el mensaje completo!
Isaías escribió: “Visión dura me ha sido mostrada” (Isaías 21:2). El profeta
dijo que la visión era dura, severa, pero hay que decirlo todo conforme a la
visión. Tratemos de entenderla y hablar de acuerdo a ella. Por eso, cuando cual-
quier ministro de nuestra congregación es enviado a ministrar a otras iglesias,
su trabajo es implantar los principios de la vida del reino de Dios, porque esa
es nuestra visión. Si fuera predicar por predicar, hay un montón de cosas de la
que podemos hablar, pero Dios solo nos revela lo que él quiere, de acuerdo al
propósito que tiene cada día, como parte del desarrollo de la visión.
El apóstol Pablo nunca se salió de la visión celestial, al contrario, él pagó
el precio de estar encadenado y ser llevado como preso de un lugar a otro,
pero lo que le mandó a hacer el Señor eso hizo. El Señor le dijo: “ahora te
envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y
de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón
de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26: 18). ¿Qué hizo Pablo?
Arremetió contra el espíritu religioso para abrirles los ojos a los judaizantes; y
escribió la epístola a los gálatas y también una a los romanos, ¿por qué lo hizo?
Porque esa fue la revelación que Dios le dio, para que a los que tienen un velo,
y están apegados a la ley y al Antiguo Pacto, él les abra los ojos a través de la
revelación de la gracia. Satanás les había cegado el entendimiento (v. 18), pero
Dios ahora se los abría por la fe en el Hijo.
Finalmente, quiero compartirte una enseñanza que Dios me dio de la
visión, pues sé que todos hemos sufrido por eso. La misma está contenida en
los siguientes versículos: “Pero aconteció que yendo yo, al llegar cerca de Damas-
co, como a mediodía, de repente me rodeó mucha luz del cielo; y caí al suelo, y
oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (…) Y los que
estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron; pero no entendieron
la voz del que hablaba conmigo” (Hechos 22:6-7,9). Cuando la visión se mani-
fiesta, solo permanecen aquellos a quienes Dios se la da. Nota que Pablo dice
que cuando el resplandor le rodeó, cayó al suelo, y los que con él andaban,
también vieron la luz, pero no entendieron la voz. Eso me explica por qué
muchos salen con nosotros y permanecen junto a nosotros en la visión, por
un tiempo, pero luego se apartan, porque “vieron la luz”, sus espíritus fueron
impactados y cegados por el resplandor, a tal punto que se espantan, pero tris-
temente se marchan. Vieron, oyeron, pero no entendieron. Por tanto, el que
nosotros hayamos permanecido es pura gracia de Dios, porque vimos, oímos
y entendimos. Hay muchos que andan con nosotros cuando Dios nos revela
algo, pero no captan nada y eso nos frustra, no lo entendemos ¡cómo puede
ser! Pero no debemos sentirnos mal, posiblemente no era para ellos esa visión,
pues ¿sabes quién oyó al Señor? Aquel a quien Dios se la dio.
Alguien que no oiga la visión, aunque la vea, no puede seguirla, por eso es
que esa persona se rebela y sigue sus propios caminos. Ellos dicen: « ¿Qué es eso
de visión? Hay una sola visión y todo el mundo la tiene», no entienden y se van.
A lo mejor, Dios a ellos les dará otra visión, y no es que se van a perder, pues
todos estamos seguros y salvos en Jesucristo, pero no permanecerán en el minis-
terio nuestro. Eso es muy importante que lo aclaremos. Dios a cada uno le ha
dado una visión celestial individual dentro
del Cuerpo. El Señor le habla a la mano
como mano, al pie como pie, al ojo como “Alguien que
ojo, al oído como oído, etc., pero el Cuerpo no oiga la
en conjunto también tiene que obedecer a
visión, aunque
una voz que le habló. Hay una visión indivi-
dual dada a los profetas, otra a los evangelis- la vea, no puede
tas, otra a los apóstoles, etc., que conforma y seguirla”
y fuimos muy afectados al ver hermanos que -en nuestra forma de ver las
cosas- fueron llamados junto a nosotros, pero después se rebelaron, dándonos
cuenta que estaban contra la visión, y se fueron. Les pasó como a Caín que se
enojó contra Abel (Génesis 4:5), así éstos se enojaron contra los instrumentos
cuando ellos fracasaron, y no aceptaban que eso les ocurrió, porque siguieron
sus propias voces, no la voz de Dios. Mas, al final de cuentas, lo que quiero
destacar es que en el corazón de ellos lo que había era rebelión en cuanto a la
visión que Dios había dado a este pueblo.
¡Cuántos trataron de conducir a nuestra iglesia por otro camino! Muchos
llegaban de otros lugares con una maleta llena de planes, incluso yo mismo
tenía la mía; la visión que traje de la otra
iglesia, que ahora iba a perpetuar, pues ya
tenía la libertad de hacer las cosas, pensaba. “Cuando se
Por eso sufrí muchos chascos, y a veces me
comportaba como Balaam, que cuando el
entiende la
asna veía el ángel y retrocedía, golpeaba al visión, se toman
animal, porque no veía e insistía que la bes- las armas que
tia lo llevara por un camino que Jehová no el Señor ha
quería que él pasara (Números 22:27). Así proporcionado
duré como cinco años, en una amargura de
espíritu buscando una explicación, porque y se siguen las
yo sentía que había perdido algo, y anhela- instrucciones
ba aquellos tiempos donde Dios me usaba que Él ha dado”
de cierta manera, en la otra denominación
donde estaba, y quería que esa gracia siguie-
ra. No entendía que no era la misma visión, que allá era una visión y aquí era
otra. Por eso, cuando me decían a mí que no estaban de acuerdo con la visión,
yo les respondía: «Yo tampoco estoy de acuerdo, porque yo tengo una visión
y el Señor me la está desbaratando». Y ellos se espantaban y entendían mucho
menos. Y así duró Dios años tratando con mi vida para forjar la visión, y
ahora que pensaba que ya la tenía, me estaba diciendo que esa no era, porque
apenas empezaba…
Se enfrentan problemas y se sufre por seguir la visión. Vemos a Jesús en
su angustia, que clamaba a Dios diciendo: “Ahora está turbada mi alma; ¿y qué
diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre,
glorifica tu nombre” (Juan 12:27,28). Y dice Juan que vino una voz del cielo
que dijo: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (v.28), pero la multitud
que estaba allí, que incluso oyó la voz, decía que había sido un trueno y otros
que era un ángel que le había hablado (v. 29). Nota que éstos sí oyeron, pero a
algunos les pareció como un trueno, y otros no reconocieron la voz del Padre,
¿por qué? Porque no entenderán la voz, aunque la escuchen, aquellos que no
han sido llamados. Pero Dios te ha dado a ti el entendimiento y también a
los que se añaden a la visión, de abrir sus corazones y seguirla; de buscar, en
los anales de la historia de la congregación, aquellos mensajes que muestran
la manera en que Dios ha guiado a su pueblo. Porque cuando se entiende
la visión, se toman las armas que el Señor ha proporcionado y se
siguen las instrucciones que Él ha dado.
Ahora, ¿cuál es la actitud que debe tener aquel que recibe una visión
celestial? Una actitud de acercamiento. Cuando Moisés vio la zarza ardien-
do, ¿qué dijo? “Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza
no se quema” (Éxodo 3:3). ¿Qué quiere Dios contigo, ministro? ¡Que te
acerques! Que tú veas -si es que estás convencido que es una gran visión de
Dios- no a cuatro paredes o el espacio X que ocupa la iglesia, sino que mires
a un Dios que está ardiendo en fuego y no se quema. En aquel tiempo era
una zarza que ardía y no se quemaba, y la visión de Moisés estaba puesta en
un árbol, pero ahora la visión no está puesta en un arbusto, sino en un Dios
sentado en el trono, y al Cordero. Y si Moisés se sintió maravillado, impac-
tado por la grande visión y se acercó, tú también debes acercarte. Acerca
tu corazón a la visión, porque donde está el tesoro está también el corazón
(Mateo 6:21). Mira la gran visión y, como Moisés, medita también sobre
por qué causa la “zarza” no se consume. Escucha los mensajes, para que
sepas qué Dios está ministrando, oye las profecías para que recibas lo que
Dios está revelando. ¡Acércate! El Señor no está diciendo una cosa ahora y
dentro de dos meses o un año va a decir otra, sino que nos conduce, según
el propósito, en una sola dirección.
Otra correcta actitud hacia la visión celestial es considerarla e intentar
entenderla, como hizo Daniel: “mientras yo Daniel consideraba la visión y pro-
curaba comprenderla…” (Daniel 8:15). El considerar una cosa es lo contrario
a ignorarla, a no prestarle atención, sino inquirir en ella, desear entenderla,
prestarle la atención debida, para discernir y conocer la sabiduría que hay en
ella. Daniel, a quien Dios le había dado tanto discernimiento, no dijo: «Oh,
sorprendente la forma como sacrifican en el cielo… ¡Tremendos cuernos los
de esos carneros!», sino que la tomó en serio, como diciendo: « ¿Qué es lo que
Dios me quiere mostrar con todo eso? ¿Cuál es su significado?». También
María tuvo una actitud correcta hacia la visión del Salvador del mundo. Dice
la Biblia que ella guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón
El LLAMAMIENTO ES CONFORME
A SU PROCEDENCIA
C
uando el Señor Jesús enseñó a sus discípulos a orar, les dijo: “Vosotros,
pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea
tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así
también en la tierra” (Mateo 6:9-10). Por tanto, todo aquel que ame y desee el
reino de Dios, debe amar y desear todo lo que pertenezca a ese reino. ¿Por qué
dice: “como en el cielo”? la respuesta es simple, el reino que estamos pidiendo
que venga a nosotros es el de los cielos. El Padre, a quien se le hace la petición,
es el Rey de ese reino que habita en el cielo; Su trono y Su morada están en
los cielos, por tanto, Su reino es celestial. Dios reina en conformidad a Su
manera de ser y pensar, por lo cual, tal como es el pensamiento de Dios, así es
Él (Isaías 55:8-9). De acuerdo a Su naturaleza así es Su reino, por ejemplo, Su
reino es santo porque Él es santo; Dios reina en justicia porque Él es el justo;
Su reino es eterno porque Él también lo es.
llamamiento divino les enfatizó: “Mas os hago saber, hermanos, que el evange-
lio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí
de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. (…) Pero cuando agradó
a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia,
revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en
seguida con carne y sangre…” (Gálatas 1:12,15-16); fíjate en sus expresiones
aclaratorias destacadas en negritas. La frase “carne y sangre” en el lenguaje
del Nuevo Testamento no solo se refiere al hombre en sí, sino también a la
naturaleza adánica que reina en él, la cual es contraria al reino de Dios y a su
llamamiento.
Si el llamamiento que hemos recibido es celestial, entonces no es de hom-
bre ni por hombre, ni tampoco posee la naturaleza de la “carne y la sangre”.
Nuestro llamamiento es celestial porque
procede del cielo y se originó en Dios
“Cuando no (Hebreos 3:1; Gálatas 1:15), por lo que en su
andamos como contenido, carácter y propósito, necesaria-
es digno del mente, refleja la naturaleza del Padre celes-
tial y Su reino de gloria. El Señor espera que
llamamiento
los que somos participantes del llamamien-
celestial, to celestial andemos como es digno de él. El
nos hacemos apóstol inspirado por el Espíritu dijo: “Yo
indignos del pues, preso en el Señor, os ruego que andéis
mismo” como es digno de la vocación con que fuisteis
llamados, con toda humildad y mansedum-
bre, soportándoos con paciencia los unos a los
otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”
(Efesios 4:1-3). Nota que andar como es digno del llamamiento es lo mismo
que andar de acuerdo al carácter o naturaleza de Dios y a Su reino que es
humildad, mansedumbre, paciencia, amor y paz. En otra parte dice, enfati-
zando el mismo pensamiento: “Por lo cual asimismo oramos siempre por voso-
tros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo
propósito de bondad y toda obra de fe con su poder” (2 Tesalonicenses 1:11). De
esta palabra inspirada, podemos deducir que el llamamiento de Dios nos lleva
a Su propósito de bondad y a Su obra de fe con Su poder. Si combinamos estas
dos porciones bíblicas, podemos concluir que cuando no andamos como es
digno del llamamiento celestial, nos hacemos indignos del mismo. Enten-
der esto es de suma importancia para los que somos participantes de ese hon-
roso llamado, por lo que te invito a que estudiemos el significado del
La porción bíblica que nos sirve de tema y que también titula este segmen-
to, nos habla de un incidente que ocurrió a nuestro Señor cuando al volver de
Jerusalén se le acercaron los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos
de Israel, y le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio
autoridad para hacer estas cosas?” (Marcos 11:27-28). Nota quiénes le formu-
laron la pregunta al Señor: los líderes religiosos de aquel tiempo, aquellos que
habían sido puestos en autoridad. Sin embargo, es el espíritu de Satanás que
pone la pregunta en la boca de ellos, porque al diablo le gusta hacer preguntas
para sembrar duda e incredulidad, de la misma manera que él acosó a Jesús en
el desierto. Allí, varias veces le dijo con insinuaciones: “Si eres Hijo de Dios…”
(Lucas 4:3,9), ahora, con su acostumbrada astucia y doble intención, le dice:
“¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio autoridad para hacer estas
cosas? (Marcos 11:28).
La Biblia dice que Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el dia-
blo (Mateo 4:1), así Dios nos pondrá en esa situación, para que veamos cómo
el diablo y sus demonios, a través de la boca de cualquier hombre contrario
a la verdad, pudiera venir directamente a cuestionarnos sobre nuestro llama-
miento. Mas, como el Señor, también nosotros tenemos que tener respuestas
para el diablo, respuestas para los enemigos, y respuestas para nosotros mis-
mos en nuestra conciencia, si queremos ser transparentes delante de Dios. No
obstante, para poder responder adecuadamente y callar la boca de esos espíri-
tus inmundos, tendríamos que estar seguros de nuestro llamamiento.
¿Cuál era la intención de estos hombres al formular dicha pregunta al
Señor? No es difícil saberlo, los evangelios muestran que ellos estaban envi-
diosos, por el ministerio de Jesús (Mateo 27:18). Les preocupaba sobremanera
que la multitud le siguiera y decían: «Este hombre no estudió en la escuela
de los rabinos, no pertenece al sanedrín, ninguno de nosotros lo ha apartado
para que sea un rabí, pero anda enseñando, obrando y predicando, y le lla-
man “maestro”. Si nosotros somos las autoridades espirituales en esta nación,
¿cómo es que no le conocemos? ¿Con qué autoridad él hace estas cosas?».
Obviamente, los líderes de Israel, los principales sacerdotes y los fariseos se
sentían amenazados con el ministerio de Jesús, pues eran muchos sus mila-
gros y señales, y la multitud que le seguía, para negar el poder que se mani-
festaba en Él.
Mas, no hay autoridad que no venga de arriba, porque la autoridad la
da Dios, y esa autoridad la recibió Jesús. Él dijo: “Toda potestad me es dada
en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Por eso, cuando Poncio Pilato trató
de avergonzarlo, y quiso reaccionar frente al silencio de Jesús, pues estaba
confundido al ver su serenidad y templanza, quiso hacerlo hablar cuando él
quería callar, le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para
crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” (Juan 19:10). Jesús, que hasta
ese momento no había hablado -pues Él no hablaba si el cielo no se abría y
había instrucción de Dios- alzando la cabeza lo miró, y vio que debajo de esa
aparente firmeza y voz dura, en los ojos de este hombre se escondía un gran
temor, entonces le dijo de manera categórica: “Ninguna autoridad tendrías
contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado,
mayor pecado tiene” (v. 11). Y si Pilato estaba temeroso por la situación, al oír
sus palabras se le acrecentó el miedo, y empezó a buscar todos los medios para
soltarle (v. 12).
De hecho, los líderes de Israel y los principales sacerdotes tenían cierta
potestad, pero solamente era la autoridad que da la posición. Es innegable que
la posición da una autoridad, y el primero que la respeta es Dios. Digamos
que ellos tenían la credencial eclesiástica, pero no tenían la autoridad divina.
Así en este tiempo, también, existen dos autoridades: la autoridad que da la
posición y la autoridad que da la unción; la autoridad que da la institución y
la autoridad que da el llamado de Dios.
Una vez, estudiando sobre la autoridad, me quedé perplejo y maravillado,
porque yo era uno de los que reprendía al diablo e insultándole le decía: «Mira
tú, diablo mentiroso, diablo sucio, vete al infierno», etc., pero ese día el Señor
me reprendió diciendo: «No vuelvas más a dirigirte a Satanás de esa manera»,
y me dije: «¿Será Dios que me está hablando?, ¿es mi mente o es Dios que está
abogando por el diablo?», pero el Señor me dijo: «Soy yo el que te hablo y te
digo una cosa: el diablo me blasfema, induce a los hombres a que me nieguen,
y pequen contra mí, y tiene sus métodos para hacerlo, pero yo soy Dios, el
Santo de los santos, y nunca he usado insultos. El insulto es un recurso del que
“Yo soy el pan de vida;(...) Yo soy el pan que descendió del cielo
(...) Yo soy la luz del mundo; (...) Yo soy el que doy testimonio
de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí.
(...) Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este
mundo, yo no soy de este mundo. (...) si no creéis que yo soy, en
vuestros pecados moriréis. (...) Cuando hayáis levantado al Hijo
del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por
mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. (...) De
cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy. (...) De
cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. (...) Yo soy
la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y
hallará pastos. (...) Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida
da por las ovejas. (...) Yo soy la resurrección y la vida; el que cree
1:33-34). Nota que en su expresión, Juan no dijo: «El que me envió a predicar»,
sino que dijo: “el que me envió a bautizar con agua” y la pregunta que hizo Jesús
fue: “El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o era de los hombres?”. Sabemos que Juan
fue un hombre llamado de Dios, y su primera experiencia con el Espíritu Santo
empezó desde el vientre de su madre. Antes de que Juan naciera, el ángel de
Jehová se le apareció a su padre Zacarías y le anunció su nacimiento y el minis-
terio al cual había sido llamado (Lucas 1:13). Por eso, desde antes, su embrión
fue lleno del Espíritu y su ministerio fue tan poderoso que la Palabra registra
que todos lo tenían como un verdadero profeta de Dios.
Mas, Juan bautizaba porque Dios le dijo que lo hiciese y daba testimonio
de Jesús, porque también el Padre le dio testimonio de quien era su Hijo,
aunque los principales sacerdotales, sobre esto último no le reconocían a Juan
dicha autoridad profética, ya que de otra manera tendría que aceptar a Jesús
como Hijo de Dios (Marcos 11:32). Y yo me pregunto, ¿será posible que el
pueblo tenga más visión que sus líderes? ¿No será que los líderes tienen con-
flictos de intereses y por eso es que no les conviene aceptar a quienes tienen el
llamamiento divino? ¿No será que el apego y el temor de perder la posición es
lo que les impide ver a los que son llamados por Dios?
El pueblo que no tenía intereses ni
posiciones veía a Juan como un profeta,
de manera que a su llamado los hombres “Ninguno puede
se arrepentían. Él vino a unir el corazón decir que está
del pueblo con el de Dios y mediante su
haciendo algo
anuncio poderoso y profético hablaba de la
venida del Señor, y decía: “El tiempo se ha para Dios si Él no
cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; lo envió”
arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos
1:15). Entonces, lo torcido fue enderezado,
lo alto fue allanado, lo que estaba bajo se levantó, se hizo camino para el Rey
Jesucristo, nuestro Salvador. Los líderes no le reconocieron, pero sus obras
dieron testimonio de que Juan sí procedía de Dios.
El apóstol Pablo dijo: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el
vientre de mi madre, y me llamó por su gracia” (Gálatas 1:15), ¡bendito sea el
ministro de Dios que se aferra a la autoridad espiritual y tiene convicción de su
llamado! Tú también debes hacerlo, para que puedas decir con autoridad: «A
mí me llamó Dios», como dijo Juan: “… el que me envió a (…) aquél me dijo…”
(Juan 1:34), y como él, dar razones por lo que haces. Tu autoridad es la que Dios
te dio el día que te llamó al ministerio, adminístrala en santidad de la verdad,
haciendo buen uso de ella, como aquellos que han de dar cuenta (Hebreos 4:13).
Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel
se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de
Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la
prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lucas
1:13-17). Esa era la misión de Juan, y el niño fue criado en la manera que les
dijo el ángel en aquella visión, y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su
manifestación a Israel (v. 80). Dios es específico, y esa claridad en sus propó-
sitos nos da la seguridad y autoridad espiritual para hacer lo que nos mandó.
Jesús dijo: “… el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto
que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3:21), y aunque en el contexto de este
verso, aparentemente, él no está hablando del llamamiento, pero sí especifica
algo importante para nosotros, y es que las
obras hay que hacerlas en Dios. Ahora, ¿quié-
nes pueden hacer obras en Dios? Únicamen- “¿Por qué hemos
te aquellos que Él llamó y envió. Si alguien le de oír la voz
hubiera dicho a Juan: «A ti, ¿quién te envió a de los hombres,
predicar?», sin titubeos, él hubiese respondi-
do: «Dios» (Juan 1:6-7). Antes de que Juan
cuando la voz de
conociera a Jesús y diera testimonio personal Dios está audible
de Él, el que lo envió le había dicho: “Sobre para la iglesia?”
quien veas descender el Espíritu y que perma-
nece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíri-
tu Santo” (Juan 1:33-34). Es decir, que Juan bautizaba porque Dios le dijo que
lo hiciese, y daba testimonio de Jesús, porque también Él le dio testimonio de
quién era. Por lo cual, si en la iglesia el ministerio carece de poder y de autoridad
es porque estamos haciendo las obras de los hombres, y no las de Dios; si es lo
contrario, digo como dijo Jesús: «respondedme».
Esa pregunta que hizo Jesús a los fariseos juzga toda obra ministerial que
nosotros realizamos, porque define si son del cielo o si son de los hombres. Por
tanto, responde, no a mí, sino al Señor: Ese proyecto que tú estás haciendo
¿es del cielo o de los hombres? Responde. ¿El ministerio que tienes, ¿es del
cielo o es de los hombres? Responde. Vender cosas en la iglesia, para recaudar
fondos y hacer proyectos ¿de dónde viene? ¿Del cielo o de los hombres? Res-
ponde. Realizar viajes para recaudar fondos para la iglesia ¿viene del cielo o de
los hombres? Responde. La música con la cual alabamos a Dios ¿es del cielo
o de los hombres? responde. El método que usamos en la iglesia, para hacer
evangelismo ¿viene del cielo o de los hombres? responde. El plan misionero
que tenemos en la iglesia, ¿viene del cielo o de los hombres? responde. Las
decisiones que toma la junta, el comité o el concilio ¿viene del cielo o de los
hombres? responde. La forma como dirigimos nuestros cultos a Dios ¿viene
del cielo o de los hombres? Responde. La lista podría ser interminable, pero sé
que tú entiendes la intención del Espíritu y en ese temor debes responder.
Ahora, vayamos más lejos, ¿de dónde vino el fuego que consumió el sacri-
ficio de Elías en el monte Carmelo? La Biblia dice que “Entonces cayó fuego
de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió
el agua que estaba en la zanja” (1 Reyes 18:38). ¿De dónde vino el fuego que
consumió el holocausto en la dedicación del templo? La Escritura narra que
“salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras
sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus ros-
tros” (Levítico 9:24). Esos fuegos procedieron del cielo, así también quiero
yo fuego que venga del cielo en lo que ofrezca a Dios. Los hijos de Aarón
introdujeron fuego extraño en el altar, que Jehová nunca les mandó (Levítico
10:1), y ya conocemos las consecuencias de sus hechos (v. 2). Cuidémonos de
ser movidos por emociones y por iniciativas propias, y al no haber fuego del
cielo ofrezcamos el nuestro. La Biblia nos enseña que el fuego de Dios viene
del cielo, por lo que no debe haber en la iglesia fuego que no venga de Dios.
¡Dejemos de estar prendiendo fuego que Él nunca nos mandó!
¿De dónde vino la voz que se oyó en el Jordán, el día del bautismo de
Jesús? ¿Del cielo o de los hombres allí reunidos? El evangelio narra “y vino
una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”
(Lucas 3:22). Así tampoco se debe escuchar voces en la iglesia que no vengan
del cielo. Mis ojos siempre deben mirar hacia arriba, porque Cristo vino desde
el cielo, y él dijo: “De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo
abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre”
(Juan 1:51). Y si el cielo está abierto, ¿por qué hemos de oír la voz de los
hombres, cuando la voz de Dios está audible para la iglesia? Yo no quiero oír
voces, solo quiero escuchar una voz y es la que viene del cielo, para tener la
convicción de que a mí me llamó y me habló Dios. Y el día que el diablo ven-
ga a preguntarme, con qué autoridad hago las cosas que hago, con seguridad
le diré: «Con la autoridad del que me llamó, el Señor».
Nota que el diablo vino con su vocecita en el desierto, y le dijo a Jesús: “Si
eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan” (Lucas 4:3). Jesús sabía
que el Espíritu Santo no lo llevó al desierto para que convirtiera piedras en pan,
sino para que, a través de la victoria sobre la tentación, se afianzase en el propó-
sito (v. 1). Así que Jesús no convirtió las piedras en pan porque no sólo de pan
vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (v. 4); ni se
echó abajo del pináculo del templo, porque no tentaría al Señor su Dios (v. 7);
ni tampoco postrado adoró al diablo para tener la gloria de los reinos del mun-
do, pues solamente al Señor nuestro Dios se ha de adorar, y a él sólo se servirá (v.
10). Así que con las mismas Escrituras que el diablo lo tentó, con su aplicación,
Jesús le resistió, y por eso él huyó (Mateo 4:11). Nadie podía sorprender a Jesús
en palabras o hechos, pues Él estaba bien claro de quién era, así como para qué
y por qué Él decía o hacía lo que hacía. Jesús dijo:
“... la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me
envió. (…) Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por
cuál de ellas me apedreáis? (…) Si no hago las obras de mi Padre,
no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a
las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo
en el Padre. (…) ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?
Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta,
sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que
yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por
las mismas obras. (…) Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que
ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y
han aborrecido a mí y a mi Padre”
(Juan 14:24; 10:32, 37-38; 14:10-11; 15:24)
creemos que son buenas o que darían un mejor resultado. Jesús dijo: “Yo soy
la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho
fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).
Por tanto, si la iglesia lo ha recibido todo del cielo, ¿por qué está tan cau-
tivada y enamorada con las cosas de los hombres? ¿Por qué tengo yo que ir a
la democracia representativa o usar los métodos parlamentarios para gobernar
a la iglesia? ¿Por qué tengo que guiarme a través de constituciones hechas por
hombres para obedecer, cuando tengo la Biblia, la Palabra de Dios, y la pala-
bra profética más segura, a la cual hacemos bien en estar atentos como a una
antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero
de la mañana salga en nuestros corazones (2 Pedro 1:19)? Entendamos que
los procedimientos de las compañías multinacionales funcionan bien para los
hombres, pero son inútiles e inoperantes en el reino de Dios. Jesús dijo: “Toda
planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada” (Mateo 15:13). La
iglesia no necesita más nada, sino lo que procede de Dios. No importa que
nos tilden de ignorantes, porque no tomemos en cuenta las formas humanas
(aunque no menospreciamos las obras de los hombres, avances científicos y
estudios de la psicología). Pero se ha de estar muy ciego para no ver que la
obra de Dios es superior. Ellos estudian para ayudar a los hombres, pero Dios
ha hecho más que eso: ¡Él los salvó!
La iglesia ha recibido un llamamiento y una unción del cielo para ministrar
a los hombres, así que la psicología para las ciencias, pero la iglesia para Dios.
En otras palabras, “… dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”
(Lucas 20:25), dad al hombre lo que es de hombre, y a la iglesia lo que es de
Dios. Se ha hablado de mezclar unciones, y de hecho, el Señor los envió de dos
en dos (Marcos 6:7); pero hay una cosa que nunca podrá mezclarse y es lo del
hombre con lo de Dios. Pablo dijo: “… temo que como la serpiente con su astucia
engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera
fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11:3). Es ridículo y hasta chocante que la iglesia
ande detrás de los hombres para alcanzar sabiduría, cuando Cristo nos ha sido
hecho por Dios “sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios
1:30). Y esto lo digo no como crítica, sino con mucha tristeza, pues soy parte de
la iglesia y me duele cuando tengo que decir estas cosas, pero tengo que decirlo,
porque si me callo ofendo al que me envió. Como ministros, tenemos que decir
la Palabra como Dios se la da a la iglesia. Está claro que Cristo no necesita ayuda
de los hombres de ningún tipo, por el contrario, nosotros lo necesitamos a Él.
Hay muchos encantamientos en el reino humano, pero no podemos apoyar
algo que no sea de Dios. Si alguien viene y me dice: «Pastor Fernández, voy a
Nota lo que le dijo Goliat a David, al verle: “¿Soy yo perro, para que vengas
a mí con palos? (…) Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias
del campo” (1 Samuel 17:43,44). David fue, prácticamente, desarmado, por-
que iba en nombre de Jehová de los ejércitos. La piedra fue tan sólo un instru-
mento, pero el arma era Jehová. No hay ejércitos, ni armamentos ni pertrechos
humanos que venzan en una pelea espiritual, pues la victoria únicamente la
da el Señor. Juan escribió de Jesús: “El que recibe su testimonio, éste atestigua
que Dios es veraz” (Juan 3:33). La palabra “atestigua” es el término griego
sphragizo que se traduce como “sellar”,
“confirmar la autenticidad de algo”; un
ejemplo es el trabajo que realiza un notario
público, quien con un sello certifica y da fe “El que de arriba
de que un documento es verdadero o autén- es enviado, solo
tico. Por tanto, el que recibe el testimonio habla Palabra
de que Jesús es el Cristo está poniendo un de Dios”
sello de que Dios es verdad. Es con la fe que
tú sellas la veracidad de la salvación que has
recibido de Dios en Jesucristo.
Ahora, ¿qué habló el que vino de arriba? La Palabra de Dios. Jesús dijo:
“Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es ver-
dadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo” (Juan 8:26). Es decir,
Jesús hablaba lo que Dios le mandó a hablar, y te pregunto: si Dios a ti te
envía, ¿qué vas a hablar? El que de arriba es enviado, solo habla Palabra de
Dios. Es como el vendedor que recibe entrenamiento e información acerca del
producto que va a comercializar, para cuando salga a vender sepa lo que va a
decir y a responder. Como empleado, él tiene que someterse y hacer lo que le
digan que haga, de acuerdo a las pólizas y normas de la empresa, aunque sepa
que el producto no es bueno. Ahora, el cristiano no vende, sino que anuncia
al mundo la gracia, la buena voluntad de Dios para con los hombres, la cual
no sólo es verdadera, sino también gratuita (Romanos 3:24).
Por tanto, si somos enviados por el Padre, las palabras que hemos de hablar
son las que el Hijo nos habló. Jesús le pidió al Padre: “Mas no ruego solamente
por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para
que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean
uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20-21). Por
eso es inadmisible que en la iglesia se pongan en práctica ciertas técnicas, póli-
zas de ventas y estrategias de mercado para atraer a las almas. El esposo de la
iglesia, nunca le dio esas armas a su amada, sin embargo las están usando. Mas,
“Da voces. Y yo respondí: ¿Qué tengo que decir a voces? Que toda
carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se
seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella;
ciertamente como hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchítase
la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”
(Isaías 40:6-8).
Esa misma voz que se oyó en el desierto que dijo: “Preparad camino a
Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado,
y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se
manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca
de Jehová ha hablado” (Isaías 40:3-5), está hablando a nuestro espíritu hoy. Y
la tercera voz dice: “Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sion; levanta
fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciu-
dades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro! He aquí que Jehová el Señor vendrá
con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su paga
delante de su rostro” (vv. 9-10). Iglesia, ministros de Dios, señálalo a él y di: «
¡He ahí al Señor, mírenlo a él!». Escóndete en el Señor, y que el Espíritu Santo
sople sobre nuestras vidas y se lleve toda gloria humana; y venga con el viento
Todo cristiano tiene el ideal de vivir la vida del reino de los cielos, lo cual
no es una utopía, sino algo posible, pues Jesús y los apóstoles vivieron así. Por
consiguiente, nosotros también podemos porque al igual que ellos, tenemos
como ayudador al Espíritu Santo. El Señor quiere que vivamos de esta manera,
especialmente en un momento donde todo va de mal en peor, y la humanidad
está llegando a rebasar el límite del pecado, excediéndose en toda clase de vicios
y perversiones. No obstante, sabemos que Dios siempre tiene instrumentos en
cada generación y personas para cada situación. Así, algunos van al frente, otros
abren el camino para los que vienen detrás, y a cada uno lo entrena de acuerdo
a su utilidad, y según la misión que se le vaya a asignar. De la misma manera,
Dios repartió dones a la iglesia, capacidades ungidas, ministerios, operaciones y
funciones, para que seamos aptos y capaces de hacer la obra que nos encomen-
dó. En este segmento veremos un instrumento escogido, muy útil del Señor, al
apóstol Pablo (Hechos 9:15), cuya vida llegaba a su fin. En la última carta que
escribió a su hijo espiritual, Timoteo, antes de ser ejecutado, encontraremos la
esencia de lo que Dios quiere decirnos en este segmento.
En esa carta, el apóstol Pablo expresa que tiene una cita con la muerte, y
que el tiempo de su partida estaba cercano (2 Timoteo 4:6). Él estaba preso
en Roma, posiblemente ya había sido juzgado y condenado, y esperaba, sola-
mente, el día de la ejecución. Ahora imagínate a un hombre que tiene ese ¡ay!,
esa imposición, esa necesidad de compartir lo que ha recibido, un hombre que
debido a la gracia que Dios le dio se sentía deudor, por eso había escrito años
antes: “A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. (...) me he hecho
siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío,
para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto
a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que
están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo
la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles,
para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos
salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de
él” (Romanos 1:14; 1 Corintios 9:19-23). Pablo entendía que él fue llamado
a un propósito, a ser eficaz, a agradar a Aquel que lo había tomado. Él quería
asirse de aquello por lo cual Dios lo tomó también a él. Ese hombre estaba
bien enfocado, sabía lo que era, pero ahora tenía una cita con la muerte, lo que
significa que su fin estaba cerca y sus días estaban contados.
Pablo sabía la importancia de los padres que engendran hijos por medio
del evangelio, de los cuales no abundan muchos (1 Corintios 4:15), por eso
sentía un gran conflicto dentro de sí y escribió: “Mas si el vivir en la carne
Apliquemos eso ahora a esa carrera que se refería Pablo, cuando le ilustra-
ba a Timoteo la importancia de la predicación del evangelio, en un momento
tan crítico como el de su partida. Este hombre estaba al punto de morir, y
necesitaba transmitirle al que le sustituiría lo básico y primordial del ministe-
rio que había recibido del Señor. En ese momento no podía detenerse en
contarle historias ni sueños, ni hablarle de sus grandes victorias y experiencias
espirituales, sino que estoy seguro que Pablo quería fundirse con Timoteo en
el encargo. Sus palabras estaban llenas de una gran carga emocional, cuando
le decía: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los
vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra;
que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda
paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina,
sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus pro-
pias concupiscencias, y apartarán de la verdad
el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé
“El ministerio es sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz
un llamamiento obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2
del Padre a dar” Timoteo 4:1-5). Pablo le suplicaba, pero
también le encarecía y recomendaba con
empeño el ministerio.
Es notable que en ese tiempo, a pesar de que el evangelio se había exten-
dido por todo el mundo conocido en aquellos días, había en la iglesia mucha
gloria, pero también mucha apostasía. Pablo en esa epístola mencionó a minis-
tros que lo habían abandonado, no para ir a predicar a otro lugar, sino porque
se habían desviado de la verdad, enseñando doctrinas extrañas como que la
resurrección ya se había realizado (2 Timoteo 2:18), y otros, como Demas, se
fueron porque amaron más al mundo que al Señor (2 Timoteo 4:10). El tono
de la carta expresaba la preocupación del apóstol por la situación que había
enfrentado y que pudiera repetirse en el futuro en la vida de otros creyentes,
si no eran alertados.
En ese contexto, es como si Pablo le dijese a Timoteo: «Timoteo, Cristo
llegó a mí y me pasó la antorcha; yo llegué a ti, a través de la predicación
del evangelio, y te enseñé lo mismo que recibí del Señor. Ahora ha llegado
el tiempo de mi partida y tú eres quien tomará la antorcha en mi lugar. Por
tanto, lo primero que te digo es: “… esfuérzate en la gracia que es en
Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1)» O sea: «Para tú seguir haciendo la obra que
Dios te dio, siendo fiel en esta generación infiel, y lograr pasar la antorcha a
la generación que sigue después de ti; para tú prevalecer frente a todos estos
tanto, con lo que se nos dio, seamos fieles y leales, consecuentes con la verdad.
Pasemos bien a la próxima generación lo que sabemos que es el ideal de Dios,
aunque no lo hayamos alcanzado. Pablo dijo: “No que lo haya alcanzado ya, ni
que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui
también asido por Cristo Jesús” (Filipenses 3:12). Debemos seguir su ejemplo,
para que Dios haga lo que quiere hacer.
Hay una responsabilidad en la imposición de manos, por eso Pablo le
advierte a Timoteo que no le imponga las manos a nadie con ligereza, pues
imposición de manos es transferencia de autoridad. Cuando Moisés le puso
la mano a Josué dice la Palabra que le transfirió de su mismo espíritu (Deute-
ronomio 27:19). Jehová le dijo a Moisés: “… pondrás de tu dignidad sobre él”
(v. 20). Y la palabra “dignidad” en hebreo implica majestad, gloria, autoridad,
unción. Todo lo que poseía Moisés se lo dejó caer encima a Josué cuando lo
apartó. Por eso, cuando Moisés murió, dice la Palabra: “Y Josué hijo de Nun fue
lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los
hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés” (Deutero-
nomio 34:9). Por tanto, apartar a una persona es transferirle autoridad, dones,
capacidades, unciones, espíritu, es darle todo lo que Dios te dio y más. Por eso
digo que todos somos responsables de todo lo que está pasando en la iglesia (los
malos testimonios, abusos, prevaricación en los ministerios, escándalos, etc.),
porque es obvio que en algún momento, en la transferencia, no seguimos la
instrucción que nos dio el Señor. Hay quienes abusan de la confianza y hay a
quienes los estimula la confianza. Honremos con obediencia a Aquel que nos
honró, que nos confió, que nos tuvo por fiel poniéndonos en el ministerio.
Continuando con el consejo de Pablo a Timoteo, él le dijo: “Tú, pues,
sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enre-
da en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado”
(2 Timoteo 2:3-4). Nota que el apóstol compara a un ministro con un sol-
dado, porque un militar no se va a enredar en los asuntos civiles, porque su
propósito es ser leal y agradar a aquel que lo reclutó para un fin. Un soldado
es alguien que siempre está “presto a”, “listo para”, “alistado exclusivamente
en el servicio de”, y por eso no puede decir: «Me voy a tomar el día libre hoy,
no tengo ánimos de hacer guardia. Me voy a compartir con mis amigos y
quizás me reporte mañana», ¡jamás! Los que han militado en cualquier cuer-
po castrense o conocen la profesión militar saben que eso es algo imposible e
inadmisible en dicha institución. El soldado se debe a la milicia y está sujeto
a un orden y a un comando.
como por ejemplo: se prohíbe golpear al oponente cuando ha caído, dar un gol-
pe bajo o tirar del cabello. Así, si tu competidor es más fuerte que tú, no intentes
morderle una oreja, pues no ganarás legítimamente. Nota que en el boxeo, lo
primero que en el cuadrilátero les leen a los pugilistas son las reglas. Por tanto,
cualquier conducta impropia de los contendientes no es legítima, ni aceptada
por el árbitro ni los jueces, pues no está de acuerdo a la ley. El reglamento boxís-
tico establece que usted es un campeón de los pesos completos, cuando derrota
a su contrincante a puñetazos en el rostro y al torso, al punto que le cause una
caída y lo deje incapaz de volver a ponerse en pie para defenderse, antes de trans-
currir diez segundos. Esa es una pelea limpia y legítima.
¿Y qué decir en el béisbol? Recuerdo algo que le ocurrió a un niño y que
causó un gran revuelo, en el ámbito deportivo de la Serie Mundial 2001 de
las ligas menores, en la ciudad de Nueva York. Sucedió que en esa ocasión,
uno de sus más destacados jugadores, su lanzador estrella, quien lanzó un
juego perfecto e hizo a su equipo ganador nacional, asombrando a todos
los amantes de ese deporte, tenía catorce años y no doce, como requería
el reglamento. ¿Era un niño? Sí lo era, pero no con la edad requerida para
participar en la liga y competir con otros niños dos años menores que él,
pues siempre este lanzador destacado tendría más ventajas que los demás
jugadores. Por lo cual, al ser descubierto, le quitaron el premio al equipo, y
a él lo descalificaron.
Igualmente, ¿no te causaría tristeza que la indiscutible brillante carrera
de un beisbolista destacado se vea afectada o cuestionada, por usar un bate
relleno de corcho en un partido oficial de Grandes Ligas? Eso le ocurrió a un
beisbolista muy conocido, quien se había convertido en uno de los máximos
embajadores de dicho deporte a fuerza de cuadrangulares; cuyo record de
más de seiscientos imparables, lo hicieron uno de los astros indiscutibles entre
los “jonroneros” (toletero o slugger). El corcho saltó al aire cuando su bate se
partió en dos al él golpear la bola en un juego oficial, tirando casi a pique su
carrera. Tan desafortunado hallazgo trajo al escrutinio todos los bates que
tenía en uso en la batera, en ese momento, dicho jugador. Así como la deci-
sión de examinar con rayos X los bates que él había donado al Salón de La
Fama. Toda una carrera de record tan perfecto, al punto de ser descalificada,
por la violación de una regla. ¿Quién no ha oído acerca de los escándalos
en el deporte por causa del uso de esteroides, esas sustancias estimulantes
para potenciar artificialmente el rendimiento de los jugadores? Esta situación
ha hecho que aun el Congreso de los Estados Unidos intervenga, y algunos
deportistas tuvieron que presentarse ante los tribunales para ser juzgados por
son las que te coronarían, pero son ellas mismas las que testifican hoy
contra ti. Quedas descalificado.
imponer nada a los demás. Nuestra actitud como profeta, por ejemplo, es
decir: «Mira, esto fue lo que Dios me dijo para ti, considera lo que te digo,
y que Dios te dé entendimiento en todas estas cosas». Si usted profetizó y
la gente no quiere escuchar, tranquilo, no se deprima. Sé que es muy difícil
divorciar el mensaje del mensajero, pues son como el fondo y la forma, no se
pueden separar. Eso no es una relación mecánica, un acto sin reflexión, como
decir: «Bueno, eso fue lo que dijo el Señor, yo lo digo y ya no me importa lo
demás », no, no, a ti sí te debe importar que la gente acepte a Jesús, que las
almas se conviertan, que la iglesia escuche el mensaje. Pero si no lo acepta,
tampoco debes frustrarte tanto que deseches el Camino, y desees inclusive
que se cumpla la profecía, para probar tu punto. Ese no es el Espíritu del
Señor. ¿Ya la sometiste?, pues cumpliste el cometido, ahora ruega para que
Dios dé entendimiento.
No obstante, hay algo más que Pablo dijo a Timoteo, y es lo siguiente:
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene
de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). Nota
que ahora compara al ministro como un obrero que trabaja con diligencia,
porque quiere ser aprobado. El consejo bíblico nos habla de procurar con
diligencia. Si se procura de acuerdo a la ley, es legalismo, que Dios me apruebe
con mi propio esfuerzo, pero procurarlo de acuerdo al pacto nuevo es ir a la
gracia, sumergirse en ella. Es de la gracia donde debemos sustraer la diligen-
cia, la fuerza, el valor, la determinación, el denuedo, el esmero, todo lo que se
necesita, para ser un obrero que no tenga nada de qué avergonzarse, cuando
venga la persona a la cual le sirve. En nues-
tro caso, tengo que darle cuentas al Señor,
así que cuando me pregunte por la obra que “Dios prueba
me encomendó yo pueda decirle: «Sí, Señor,
lo hice todo como me mandó, legítimamen- para aprobar”
te». De otra manera, tendría que alejarme
de Él avergonzado (1 Juan 2:28).
Dios prueba para aprobar. La palabra “aprobar” equivale al vocablo grie-
go “dokimos” que se traduce propiamente como algo que se acepta como
auténtico, legítimo, particularmente en el caso de monedas y dinero. Por
ejemplo, para tú poder comprar algún bien en cualquier tienda en Estados
Unidos, debes pagar con la unidad monetaria que se acepta en este país, el
dólar, así que si usas “peso”, “euro” o alguna otra moneda, no es aprobado, no
se acepta. El vocablo “ dokimos”, se deriva de la palabra “dokimazo” que sig-
nifica examinar, pasar por un escrutinio para ver si el asunto es legítimo o no,
así como se prueba un metal para ver si es genuino. Por ejemplo, el oro para
probarse se pasa por el fuego, a fin de quitar las escorias e impurezas y salga lo
que tiene valor. Sin embargo, nosotros vemos la prueba como ver al diablo y
decimos: «Hermano, ore por mí porque estoy siendo probado, para que Dios
me libre de esta prueba», pero la prueba es para que salga de ti lo impuro, y
quede lo bueno, lo que verdaderamente tiene valor. La prueba es para saber
cuándo tú estás listo y apto, para hacer lo que Dios quiere que tú hagas. Es
como que alguien se enliste en el ejército y después termina deprimido porque
está en constante entrenamiento. ¡Cómo es posible, si eso precisamente es lo
que te capacitará para ser un buen soldado! La prueba capacita. La prueba es
el proceso de Dios para quitar todo lo que no sirve, todo lo que representa un
impedimento o incapacidad, para que quede solamente lo que faculta, lo que
hace apto para el propósito.
Cuando una persona no entiende la prueba, se porta como el muchacho
que hace rabietas porque no quiere ir a la escuela, que dice: «¿Para qué tan-
tas matemáticas, cálculos y trigonometrías? Ocho horas ahí sentado y luego
esos exámenes que son unos verdaderos dolores de cabeza, ¿para que?», y
la madre le dice: «Mi hijo, ahora no lo entiendes, y no quieres hacer los
deberes, y te levantas con pesadez para ir a la escuela, pero aunque no lo
creas, lo que estás haciendo hoy te va ayudar en el futuro». El niño no sabe
ni quiere saber, y se pregunta qué tiene que ver el Teorema de Pitágoras
con medicina que es la carrera que él le gustaría estudiar. Y me pregunto,
¿pensará lo mismo el anestesista que calcula con mucho cuidado la dosis
de la sustancia anestésica que va a suministrar a un paciente? Y el cirujano
plástico ¿considerará los ángulos, catetos e hipotenusa como simples rayas
encontradas en el momento de usar el bisturí? El niño juega a ser doctor
y se ve en la imagen, con la bata blanca y el estetoscopio, pero no quiere
atravesar el proceso que lo llevará a serlo. Mas, eso es comprensible porque
es niño, en cambio nosotros sí debemos entender, pues somos maduros en
Cristo, y por eso somos ministros. El niño ve la prueba como un mal, una
causa de reprobar, pero el que tú la veas de esa manera, quiere decir enton-
ces que, en ese aspecto todavía eres niño e ignoras.
Aquellas cosas que consideras fuertes, sólo te preparan y son un ensayo
para enfrentar las que en realidad lo son. Hay gente que quiere reprender al
diablo, pero no quiere tener disciplina para resistirle de manera que él huya,
y eso se aprende con pruebas. Ya vimos que Dios prueba para aprobar. Sin
embargo, veo que en la iglesia es el único lugar donde se aprueba sin probar.
En el mundo secular para darte un trabajo, si tú no tienes experiencia no
te dan el puesto; por eso requieren tu hoja de vida, para ver tu preparación
y si calificas para el empleo; y ni hablar de las instituciones castrenses,
donde nadie llega a un rango superior si primero no ha pasado por un
entrenamiento. En cambio, vemos que la iglesia cuando ve que alguien tiene
unción y en él se manifiestan los dones, no toma en cuenta si tiene un buen
testimonio, si es íntegro y maduro, y si el Señor lo ha escogido para que
desempeñe una función de autoridad, sino que lo ponen en alguna función
inmediatamente. Imagínese ahora que esa persona tenga una atadura en su
carne, que sufra, por ejemplo, de paidofilia (gr. páis-paidós, “muchacho” o
“niño”, y filia, “amistad), y como pedófilo, le consuma esa atracción sexual
hacia niños, pero lo pusieron a “funcionar” en la iglesia como consejero
familiar. Te pregunto, ¿qué crees que ocurrirá? Posiblemente esta persona
seguirá cometiendo sus crímenes, pero ahora detrás de la autoridad minis-
terial. Luego se suscitan los escándalos donde la imagen eclesiástica se va
desgastando, y perdiendo dignidad frente a los ojos del mundo.
Un ministro es un maestro de piedad, una persona que por haberlo
alcanzado puede enseñar. Cuando hablo de haberlo alcanzado, no me refiero
a impecabilidad, sino que si no soy humilde no puedo enseñar humildad; si
no soy recto, no puedo enseñar rectitud; si
no soy íntegro, no puedo enseñar integri-
dad. Puedo predicar y hablar acerca de eso,
pero no lo puedo enseñar, pues nadie podrá “Un ministro
aprenderlo de mi ejemplo. ¿Qué dijo Pablo? es un maestro
“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”
de piedad, una
(1 Corintios 11:1), entendiendo que se imi-
tan acciones, no palabras. Uno de los aforis- persona que
mos que escribió el insigne educador por haberlo
cubano, José de la Luz y Caballero dice: alcanzado puede
“Instruir, puede cualquiera, educar, quien enseñar”
solo sea un evangelio vivo”. Es necesario ser
maestros en fe y en verdad, para enseñar a
otros el camino de piedad.
De hecho, nota lo que escribió Pablo a la iglesia en Tesalónica: “Porque nues-
tra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, sino que
según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos;
no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones”
(1 Tesalonicenses 2:3-4). Observa que Dios aprobó a Pablo antes de confiarle el
evangelio. Nunca debemos confiarle a alguien algo si no está listo; todos los días
me convenzo más de esta verdad. Cada vez que yo he hecho una excepción y he
puesto a alguien que no está listo a funcionar, sufro una decepción, y me doy
cuenta de que el error fue mío y no de ellos, por no haber esperado más tiempo.
Es como el que se come un mango o un aguacate cuando la fruta todavía está
en el proceso de maduración, ¡qué desagradable! Aquello que precisamente hace
de estas frutas la delicia de cualquier paladar exigente es justamente lo que en
ese momento nos hace execrarlas. Así, cuando una persona no está lista todavía,
falla exactamente donde se le requiere. Pero la Palabra nos muestra que Dios
para confiarle el evangelio a Pablo, lo probó primero, para luego aprobarlo, y
cuando lo aprobó, solo entonces le confió.
Hay dos palabras que Pablo expresa en el verso, y son: “según” y “así”. Él
dijo: “… según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio,
así hablamos” (1 Tesalonicenses 2:4). Es la misma expresión “legítimamente”,
pues según recibí así doy, según fui aprobado así me comporto, legítima-
mente, “de acuerdo a”. Pablo no vivía para agradar a los hombres, porque
el entrenamiento que Jesús le dio empezó cuando él cayó al suelo, cegado
por el resplandor de luz que le rodeó (Hechos 9:3-4). El iluminado que fue
circuncidado al octavo día, que procedía del linaje de Israel, de la tribu de
Benjamín, el que era hebreo de hebreos y en cuanto a la ley, fariseo; el que se
consideraba irreprensible, instruido a los pies de Gamaliel (uno de los maes-
tros más destacados en aquellos días), ahora estaba ciego, porque la gloria de
Cristo lo abatió.
De hecho, el Señor no le mostró en visión a Pablo a ninguno de los após-
toles, para recibir la sanidad de sus ojos y el bautismo con el Espíritu Santo
(Hechos 9:17-18). Él no vio en visión a Pedro, ni a Jacobo, ni a Juan, como
instrumentos de sanidad, sino a Ananías, un hermanito de esos que no se
mencionan, uno que no estaba en la escuela rabínica, sino que era simplemen-
te un discípulo del Señor (Hechos 9:10). Por eso, Pablo decía que su exhor-
tación no procedía de la carne, sino como resultado del entrenamiento por el
cual fue aprobado por Dios (1 Tesalonicenses 2:3-4). Fue ese trato con Dios,
duro en la carne, pero vivificante en el Espíritu, lo que le enseñó a él cómo
dirigirse a los hombres, con respeto, con honra, pero sin lisonja.
El siervo de Dios necesita reconocimiento, pero no un ensalzamiento que
lo lleve a la carne, sino un incentivo que lo estimule a ser mejor, como las
palabras del ángel a Gedeón: “Jehová está contigo, varón esforzado y valiente”
(Jueces 6:12), lo llevaron a creerle a Dios y a salvar a Israel de las manos de ese
pueblo opresor. Nota los mensajes del ángel a las iglesias, en Apocalipsis, que
empiezan diciendo lo bueno de cada una de ellas, para luego decirles aquello
que tenía contra ellas. Así también nosotros, seamos justos en el juicio, con
palabras de verdad, que salgan del Espíritu. No ocultemos nuestra envidia y
celo ministerial en “espiritualidad”, para no dar la honra al que la merece,
como enseñó Pablo: “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que
impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (…) Los ancia-
nos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los
que trabajan en predicar y enseñar” (Romanos 13:7; 1 Timoteo 5:17). Podemos
decirle algo hermoso a una persona sin usar lisonjas, como también podemos
usar palabras muy atinadas para decir algo y la intención es lisonjearle. Por
eso, es mejor hacer como Pablo y como nuestro amado Jesús, que lo que
según les enseñó Dios, así hablaron, de acuerdo a lo establecido, a la regla, a
lo legítimo.
Lo dicho por Pablo en cuanto a que no escondió avaricia (1 Tesalonicenses
2:5), toma una gran relevancia en la actualidad, cuando a la iglesia ha entrado
una ola muy dañina, que llamamos el movimiento de la súper fe o de la pros-
peridad, la cual nos está haciendo un gran daño. La misma consiste en una
enseñanza bíblica, legítima, correcta, pero se usa con un espíritu equivocado,
nocivo, lleno de avaricia y mezquindad. Toma en cuenta que en la predicación
no solamente comunicamos palabras, sino espíritus. Si yo estuviera lleno de
orgullo, aunque me tirara al piso y llorara con “humildad”, de todas formas
transmitiera orgullo, porque eso es lo que hay en mí. Igualmente cualquier
otra cosa, si es rebelión aunque hable de la mejor manera, transmitiré rebel-
día, porque las palabras son espíritus.
En el libro de Job, podemos ver el mejor ejemplo de eso. Si los amigos de
Job vivieran en este tiempo se les diera un doctorado en teología o divinidad,
pues hablaban con una profundidad tremenda y sus pensamientos acerca de
Dios estaban llenos de verdad. De hecho, muchas de las cosas que ellos dije-
ron se usan como que Dios las dijo, pero fueron ellos a Job para acusarlo.
Y aunque toda la Biblia es palabra de Dios inspirada, en ese contexto estu-
vo incorrecto el espíritu con que ellos ministraron a su amigo. Las palabras
estaban correctas, pero la motivación estaba equivocada. Ellos ignoraban el
propósito de Dios con Job y la causa que había ocasionado esta situación, que
no era algo terrenal, sino un asunto divino entre Dios y el diablo. Ellos no lo
sabían y estaban juzgando lo que no conocían. Por eso, no es bueno juzgar,
sino dejarle todo juicio a Dios. El que conoce todas las cosas es el que juzga,
por eso sus juicios son justos. Pero nosotros al juzgar erramos, porque lo que
vemos con los ojos que parece que es, casi siempre no es.
no hace lo que quiere, sino lo que otro le mandó a hacer. Por eso, cuando se
habla del servicio se habla de ser sufrido. Esto no quiere decir que sirva con
dolor, sino que sin contender, sin pelear, ni resabiar, tiene paciencia con los
problemas o errores en el servicio y no guarda rencor. Por lo cual, sufrido no
es que sufre mucho, sino que sufre y no se queja; sabe sufrir porque le está
doliendo y está tranquilo, no reacciona. Claro, cuando comienza el dolor es
insufrible, pero después, ya el Señor va fortaleciendo esa área, y como los
boxeadores (que a base de golpes endurecen las partes más susceptibles de
su cuerpo) pueden enfrentar cualquier golpazo que reciban en el servicio, de
manera serena y templada.
¡Ay, si enseñáramos a los discípulos a sufrir, cuando salieran al campo
misionero, no se quejaran tanto! Hay quien dice: «¿Qué hay otra vigilia esta
noche?, ¡ay mi madre!, y ¿para qué tanta oración? ¿Es que no tengo derecho
ni a dormir? Mira la cama qué incomoda, no puedo descansar, y este lugar
sin luz, sin agua caliente ¡es una calamidad! No sé a quién se le ocurrió
hacerme reservación en este lugar. Yo nunca me hospedo en sitios de esta
categoría, sino en hoteles de cinco estrellas, por esa misma razón». Y dice el
que observa desde los cielos: «Bueno, como a ti te preocupan tanto las estre-
llas, ¿qué tal si te saco al parque, para que duermas en un banco? Allí no vas
a ver una ni cinco, sino todas las estrellas que tus ojos puedan ver. ¡Ese va a
ser un hotel de las mil estrellas!». También se quejan acerca del ministerio
cuando no los reconocen, o porque los rechacen, etc. ¡Ah, si ya estuviéramos
acostumbrados a todas esas cosas, ya no nos sorprendería nada! Un siervo de
Dios aprende a no ser contencioso, sino sufrido, dispuesto a soportarlo todo
sin quejarse, cuando resiste tantos golpes que termina sin sentir nada. En
conclusión, el entrenamiento te hace salir de esas ataduras, de todo lo que es
de la carne, y la niñería que te enseñó tu mamá, con tanto consentimiento,
para llevarte a la etapa del morir al yo, para que reine Cristo.
Nota como Pablo continúa diciendo cuál debe ser la actitud del siervo:
“que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda
que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que
están cautivos a voluntad de él” (2 Timoteo 2:25–26). Meditemos lo que era
ser un siervo en aquellos días, donde no se le tenía misericordia, sino que lo
humillaban y por eso se vivían quejando. Cuando veas en la Biblia a un siervo
que sea consecuente como el de Abraham, aprende, porque los siervos antes
no eran así. Imagínate a un esclavo trabajando todo el día como una bestia,
y recibiendo tantos maltratos, sin ningún tipo de beneficio ni de derecho, sin
salario y sin futuro, pues hasta su mujer e hijos también eran esclavos del amo,
quienes los vendían y los mandaban lejos, según les pareciese. El que no se
queje de una situación así es porque está muerto. Por tanto, para uno ser un
siervo del Dios del cielo y no contender, ni pelear ni quejarse, sino ser amable
y sufrido, se necesita estar muerto a la carne, de otra manera, ¡que Dios nos
ayude!, pues de lo contrario es algo imposible. Puede que un esclavo para no
ser castigado con el látigo se porte bien, pero por dentro debe sentir un gran
resentimiento, ¿o es que tampoco tienen sentimiento? Mas, cuando se tiene
un entendimiento de su rol y función, el camino se hace más fácil.
Con esto, ya podemos tener una idea de lo que es ser sufrido. Quiere decir
que aunque me humillen, a pesar que me golpeen, aunque no tenga derecho,
aunque no me reconozcan, aunque me calumnien, aprendo a sufrir por causa
del que me enseñó. Pero no me voy a desviar, sino que voy a seguir la ruta,
legítimamente, nada me va a condicionar, y de ninguna cosa haré caso para
poder llegar hasta el final. Ahora, el fin de todo discurso oído es este: de esas
cinco comparaciones u oficios que Pablo usó como ejemplo para ilustrar nues-
tra actitud en el reino (soldado, atleta, labrador, obrero y siervo), para vivir
como Dios demanda en este tiempo, sin
perder la fe y poder pasarla a la próxima
generación, tú necesitas ser esas cinco per-
“El evangelio no
sonas. Sí, mi hermano, ve a la gracia, sumér-
son las derrotas gete en ella, toma de ella y equípate,
del diablo, sino tomando lo que es del soldado, adquiriendo
los triunfos todo lo que es de un atleta, poseyendo todo
de Cristo” lo que es de un buen labrador, echando
mano de todo lo que es de un obrero, y
apropiándote de todo lo que debe ser un
siervo. Eso es necesario, porque como bien
le advirtió Pablo a Timoteo, muchos se van a ir a las fábulas (2 Timoteo 4:4).
Las fábulas se van a predicar tanto que ya la gente no va a creer en la Palabra,
sino en cuentos de viejas, como está pasando actualmente. Si le dices a la
gente que Cristo salva, y que volverá en gloria, ni caso te hacen; si les muestras
el verdadero evangelio, te tildan de ingenuo, fanático o anticuado, ¡no hacen
caso! En cambio, ve y diles que les vas a dar “el agua milagrosa”, “el manto
sagrado”, la “rosa bendecida”, y promételes un milagro, para que veas como te
rodean. ¿Por qué? Porque andan detrás de fábulas, y han cerrado sus oídos
para no oír a la verdad.
Ahora, ¿qué vas hacer tú como ministro de Dios, cuando la gente no quie-
ra oír? ¿Qué harás cuando le hablas de la verdad, y ellos te tilden de cuentista
et-el, y el otro en Dan” (1 Reyes 12: 28-29). Esto fue una abierta violación al
B
mandato de Jehová, quien había puesto su nombre, sus ojos y su corazón en
el templo y lo declaró el lugar de adoración, como pacto perpetuo entre Él y
David. Así que si el pueblo se trasladaba a otro lugar, se estaba apartando de
ese mandamiento.
De hecho, no solamente el reino del norte se apartó en cuanto al lugar
de adoración, sino que Jeroboam cambió totalmente el culto a Dios, y en su
lugar se adoraron ídolos. Él sustituyó la adoración a Jehová por dos bece-
rros, como diciendo: «Estos son los dioses que debemos adorar, los que he
puesto aquí». Y no tan sólo cambió el culto a Dios, sino también el sacer-
docio, ya que más adelante dicen las Escrituras que él hacía sacerdote de
los lugares altos a todo aquel que lo quería (1 Reyes 13:33), levantando un
sacerdocio contrario al de la casa de Leví. También instauró fiestas solem-
nes que Jehová no mandó (1 Reyes 12:32). Así que, primeramente el objeto
de adoración era absurdo, luego el lugar de adoración estaba equivocado;
el culto estaba errado; el ministerio sacerdotal desviado; y la adoración era
idólatra y pagana.
Más adelante hubo una guerra, entre la casa de Jeroboam y la casa de
David (Roboam) en el tiempo que reinaba Abías, su hijo. Abías quería con-
vencer a las diez tribus de que se volvieran a Jehová y al reino de Judá, por lo
que comienza a hablar de la apostasía de Jeroboam y nota como la describe:
“Y ahora vosotros tratáis de resistir al reino de Jehová en mano de los hijos de
David, porque sois muchos, y tenéis con vosotros los becerros de oro que Jeroboam
os hizo por dioses” (2 Crónicas 13: 8). Por las palabras de Abías, entendemos
que el atentado de Jeroboam básicamente no era contra la casa de David, sino
contra el reino de Jehová. Ya vimos que la intención de Jeroboan, al hacer
los becerros, fue no perder su reino y tomó todas esas medidas apóstatas,
cambiando el lugar de adoración, el objeto de la adoración, el sacerdocio y la
ofrenda a Dios, simplemente para asegurarse el reino.
Por tanto, si Jeroboam estaba resistiendo el reino de Jehová, también se
podía afirmar que quería usurpar el reino de Dios. Sigamos leyendo la alocu-
ción de Abías: “¿No habéis arrojado vosotros a los sacerdotes de Jehová, a los hijos
de Aarón y a los levitas, y os habéis designado sacerdotes a la manera de los pueblos
de otras tierras, para que cualquiera venga a consagrarse con un becerro y siete
carneros, y así sea sacerdote de los que no son dioses?” (2 Crónicas 13:9). Nota
que él hizo una imitación del culto a Jehová para que el pueblo no bajara a la
casa de Dios (al reino del sur) a adorar a Dios. Pero ocurrió que Dios mandó
a un profeta a profetizar al reino del norte, al altar que había en Bet-el.
Esto es palabra profética de Jehová para la iglesia del reino de Dios que
está en las naciones. Dios te manda con autoridad a decirle a ese altar que está
en Bet-el, en la casa de Dios, instituido por
el espíritu de Jeroboam: «Altar, altar, así ha
dicho Jehová, tú te vas a quebrar y tus ceni-
“El que perturba zas van a ser derramadas». Llénate en esta
a la iglesia no es hora de esa palabra profética, llénate de ese
el que la acerca a celo, porque este es un mandamiento para
nosotros. Así como Dios mandó a ese profe-
Dios, sino el que
ta, nos manda ahora a nosotros.
la aleja de Él” Después que el joven profetizó y dio
la señal, el altar se rompió en dos. Y cuan-
do Jeroboam vio su altar destruido, lugar
donde el convocaba al pueblo, se llenó de ira. ¿Cuántos saben que los que
apartan al pueblo de Dios lo reúnen alrededor de la adoración al hombre? El
altar hoy es el culto al hombre que ha sustituido el culto a Dios. El becerro
es el culto al hombre que le dice a la iglesia: «¡Estos son los que han hecho
por ti, nosotros los ungidos, no Dios!». Jeroboam no pudo soportar su altar
quebrado, pero al ordenar que apresaran al joven, la mano que extendió se le
secó. Dios dijo: “No toquéis, dijo, a mis ungidos, Ni hagáis mal a mis profetas”
(1 Crónicas 16:22).
Cuando un hombre va en nombre de Dios, óyelo bien, el diablo y el
infierno levantarán su mano contra él, pero no prevalecerán. Te advierto que
el espíritu de Jeroboam va a levantar su mano contra ti, ministro de Dios, así
como el rey actúo en contra del joven, con autoridad, y usó su mano (lo que
nos habla de obras) en contra del mensajero. Por tanto, cuando el espíritu de
Jeroboam se sienta amenazado, y vea su altar quebrado y las cenizas volan-
do por el aire, hará obras contra los siervos del Dios Altísimo. Ese espíritu
se levanta contra los ungidos, de manera personal, pero Dios dice que toda
mano que se levante contra los enviados del cielo se secará.
Luego vemos que Jeroboam tuvo que rogarle al profeta que orase por él
para que se restableciera su mano, y él oró (1 Reyes 13:6). Yo me acuerdo de
Acab, del cual dicen las Escrituras que no
hubo lugar en la tierra donde no buscó a
Elías, y cuando le encontró le dijo: “¿Eres
tú el que turbas a Israel?” (1 Reyes 18:17). “Tenemos un
Pero su intención era matarle. Y el profeta llamado a volver
le contestó: “Yo no he turbado a Israel, sino el pueblo a Dios y
tú y la casa de tu padre, dejando los manda-
mientos de Jehová, y siguiendo a los baales”
derribar el altar
(vv. 18). Así los siervos de Dios, óyelo bien, del culto al
seremos acusados de perturbadores, pero hombre”
el que perturba a la iglesia no es el
que la acerca a Dios, sino el que la
aleja de Él.
Elías se enfrentó al rey, y en vez de rematarlo, le dio una orden: Envía,
pues, ahora y congrégame a todo Israel en el monte Carmelo, y los cuatrocientos
cincuenta profetas de Baal, y los cuatrocientos profetas de Asera, que comen de
la mesa de Jezabel” (1 Reyes 18:19), porque cuando un hombre va en nombre
de Dios, y en su autoridad, el Señor respalda su Palabra y a sus mensajeros.
La autoridad que está con nosotros es más poderosa que toda oposición del
diablo, por eso, Dios nos dice a los ministros, que no temamos a lo que nos
puede hacer el hombre (Lucas 12:4; Isaías 51:7). No tengamos miedo a nin-
guna amenaza, tenemos un compromiso con Dios y con Su reino de restaurar
el altar. Tenemos un llamado a volver el pueblo a Dios y derribar el altar del
culto al hombre, por eso ese profeta nos representa a nosotros.
Nota la claridad profética que tenía este hombre, los oráculos que había
en su boca, el respaldo, la señal que se cumplió de inmediato. También su
profecía fue correcta, y se cumplió trescientos años después, cuando un hijo
de David, llamado Josías, al ver los sepulcros que estaban en el monte, envió a
sacar los huesos de los sepulcros, y los quemó sobre el altar para contaminarlo,
tal y como el profeta lo había anunciado (2 Reyes 23:16). Es decir, el joven
profeta poseía autoridad profética, unción y poder, pero todo se dañó cuando
desobedeció. Veamos qué ocurrió con el profeta, después de haber orado por
el rey, y que Jehová le restauró la mano:
Creo que la enseñanza es mucha, pero hay algo que quiero enfatizar.
¿Cuántos sabrán que todo se pierde cuando se pierde la obediencia? Ministro
“aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco” –Apocalip-
sis 2:6? Jehová aborrece a Jezabel, y a los que se dicen ser apóstoles y no lo son.
En la Bet-el apóstata hay inmundicias, por eso Dios le dijo al profeta: «No te
contamines con la comida ni la bebida, apártate de las inmundicias; no par-
ticipes de los pecados ajenos». También Jehová le advirtió al profeta sobre el
camino. El camino hacia Bet-el en esa condición es un camino de apostasía,
de rebelión contra Dios, por eso le indicó otra ruta.
Nota que a Israel, después que cruzó el mar rojo, Jehová le prohibió volver
por ese camino, porque Él lo abrió y luego lo cerró, para que no hubiera cami-
no de regreso a Egipto, y ellos no pudieran devolverse (Deuteronomio 17:16).
Y a nosotros que hemos salido del Bet-el que ha apostatado del Señor (porque
todos hemos salido de esos lugares), Dios nos dice: «Devuélvete, ni siquiera
pases por ese camino; toma otro sendero». Por tanto, ni siquiera debiéramos
frecuentar esos lugares, sino tomar otro camino. ¿Sabes cuál fue ese camino?
El camino que manda Dios, el de la obediencia. Así que si alguno pregunta
acerca de ti: «¿Por qué camino se fue?», alguien también pueda responder:
«Él se fue por la vía del reino, el camino de la obediencia a la instrucción que
recibió de Dios». Ese es el camino que Dios te encomienda, el de la absoluta
sujeción a la voluntad del Señor.
Hasta el momento, el joven profeta había actuado según lo que Jehová le
mandó, pero algo improvisto aconteció. El viejo profeta lo siguió por el camino
que tomó, hasta que lo alcanzó (1 Reyes 13:11-12). A mí me llamó la atención
que el profeta dijo a sus hijos que ensillasen el asno; ellos se lo ensillaron, y él lo
montó (1 Reyes 13:13). Y le pregunté a Dios qué significaba eso, y él me dijo:
«En este caso en particular, el asno de este profeta representa el ministerio de los
viejos profetas, aquellos ministros que están en Bet-el, que se han aclimatado al
ambiente, que pudiendo levantar la voz para defender a la verdad, se callan, por-
que le importa más la gloria del hombre que la de Dios». El burro en el lenguaje
bíblico es un animal que representa a los que no tienen entendimiento (Isaías
1:3,4). Los ministros viejos que siguen el camino viejo, el vino viejo de las tra-
diciones religiosas, de los espíritus que han cautivado a la iglesia, adaptándose a
los sistemas humanos, son profetas que antes tenían revelación, pero ahora son
mentirosos, que apartan a los hombres de Dios; por lo cual, sus ministerios lo
representa un burro y están montados en él. Dios nos ha indicado que donde
tú te montas es tu ministerio. La zarza era insignificante y Dios moró en ella;
Jesús entró en una asno como “el rey humilde y sin corona”, pero al cielo se fue
en una nube y escoltado por los ángeles (Hechos 1:9).
y nos invitan, y dicen: «Vuelve con nosotros, participa con nosotros», pero
te voy a compartir -pues quiero ser fiel- exactamente, con las palabras tex-
tuales que Dios usó cuando me aplicó este mensaje. Este profeta viejo, que
desvió al profeta nuevo, representa a los ministros que usan su reputación
y su experiencia para convencerlos de que deben seguirlos a ellos, pero su
experiencia y su reputación no son más que mañas antiguas, métodos trilla-
dos y formas repetidas (tradición y religión) que no tienen ninguna eficacia
en la vida del reino. El viejo profeta le dijo al joven profeta, mintiendo: “Yo
también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por palabra de Jehová,
diciendo: Tráele contigo a tu casa, para que coma pan y beba agua” (1 Reyes
13:18). Una de las características que se destacan en los profetas viejos -que
representan a aquellos que les sirven a los sistemas eclesiásticos- es que com-
prometen el llamamiento por un salario, haciéndose mercenarios asalaria-
dos y no ministros de Dios. Éstos prefieren servirle a un sistema, aplacando
sus conciencias, que ser fieles al Dios que los llamó. Estos ministros viven
siempre invitando a los hombres de Dios, con una falsa revelación, diciendo
que Dios les habló.
Ya vimos que “casa” representa una cobertura, por lo que aplicamos que
este hombre estaba dándole una orden al joven profeta, como de parte de
Dios, de que entrara bajo su cobertura, para que coma pan y bebiera agua.
Entonces vemos cómo el joven volvió con él e hizo lo que el viejo profeta le
había dicho, lo que en otras palabras se puede interpretar como que se unió
a su ministerio -entró a su casa-, recibió de su enseñanza, de su ministración
-comió pan- y recibió de su unción -bebió agua- (1 Reyes 13: 19). Ahora, ¿qué
pudo recibir este joven profeta de un ministro mentiroso? ¿Qué pudo comer
de su mesa? ¿Qué pudo beber bajo su techo? ¡Cuántos ministros del reino de
Dios están caminando bien y se meten bajo el techo de los zorros viejos, para
comer su comida y beber su bebida, y después terminan matados por un león,
como terminó aquel joven que era boca de Dios (1 Reyes 13:24)!
La Biblia habla de un león que anda rugiente buscando a quien devorar, y
el viejo profeta le sirve a ese león. Cuidado con las coberturas de viejos men-
tirosos, cuya experiencia son trucos ministeriales antiguos y cuya autoridad
torcida es basada en los años de servicios y en la mentira de que Dios les habló.
Ese es el truco de muchas organizaciones eclesiásticas, que usan el instrumen-
to de la seducción para apartar a los hombres de la visión del reino de Dios.
Este viejo, farsante y embaucador, vivía en Bet-el y era testigo de los horrores
de la apostasía, y de ningún modo levantó su voz profética para exhortar ni
combatir el pecado; en ningún tiempo hizo algo para enderezar el camino
torcido del reino del norte. Pero cuando sus hijos le contaron todo lo que Dios
había hecho a través de ese joven, posiblemente sintió envidia, celo y vergüen-
za y se consideró retado. Así hay muchos ministros que se han adaptado a los
sistemas antiguos por interés y conveniencia, y nunca levantan sus voces, mas
cuando ven a alguien que le sirve al reino de Dios con integridad, tratan de
acallarlos o desviarlos, para que los dos estén iguales.
El viejo profeta al ver a uno que supo ser fiel a Dios quiso buscar parentesco
y relación con él, a tal punto que al morir dejó establecido que lo enterrasen con
el joven, para descansar los dos en el mismo hoyo (1 Reyes 13:31). Por tanto, te
advierto que si oyes los trucos de los viejos profetas mentirosos (que dicen que
Dios les ha hablado, pero no saben levantar la voz contra la inmoralidad, contra
la apostasía y contra el reino que está contra Dios), no solamente te va a comer
el león, sino que vas a ser enterrado con él, pues irán los dos al mismo agujero.
Ministro de Dios, cuídate que nadie te cambie el mensaje, porque la estra-
tagema del profeta viejo es tratar de cambiarte la instrucción, modificarte la
enseñanza y variarte el mandato divino. Jehová el Dios de Israel te hizo su
ministro, y te dio la dulzura para que los
hombres se acerquen a ti, por lo que entien-
do que para ser fiel al llamamiento hay
“Lo importante
que pagar un precio muy elevado. Mas, la
no es hacer unción santa está en ti, úsala para el reino
muchas cosas de Dios. Jehová tiene un camino para ti y
bien, sino es el camino del reino y te dice: «Cuídate
hacer bien la de los profetas viejos, tus antiguos amigos,
los cuales pretenderán apartarte del camino
instrucción que que Jehová Dios ha trazado para ti, tu casa,
se recibió de Dios” tu iglesia y tu ministerio». El apóstol Pablo
decía: “Mas si aun nosotros, o un ángel del
cielo, os anunciare otro evangelio diferente del
que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:8). ¡Nadie nos va a cambiar
el mensaje de Dios! No importa que tenga apariencia de profeta, no importa
que venga con unción falsa, no importa que diga que Dios le habló, no nos
apartemos de la primera instrucción.
Ese joven vio un altar quebrarse y la ceniza derramarse; también presenció
cuando se secó la mano del que se levantó contra él y vio como por su boca,
Dios se la restauró, ¿cómo entonces pudo creer a una tonta mentira? ¿Dónde
está nuestra convicción del reino de Dios? La Palabra dice: “Mas el justo vivirá
por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma” (Hebreos 10:38). El camino del
reino no es para retroceder “el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo
arrebatan” (Mateo 11:12). El Dios del cielo nos llamó como ministros y nos
eligió de en medio de todos esos ministros viejos y de todo lo que ellos represen-
tan, para poner en nosotros su confianza, así que no vayamos a fallarle al que
nos honró. Cuando un hombre ha visto a Dios, y recibe una instrucción divina,
no debe cambiarla, no importa que el diablo se vista de ángel de luz, para tratar
de apartarlo del camino.
El ministerio cristiano no es una carrera de velocidad, sino de resistencia:
“el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Marcos 13:13). La mujer de Lot
miró atrás y se convirtió en una estatua de sal (Génesis 19:26), el joven pro-
feta dejó el camino por donde iba, y se convirtió en comida de león (1 Reyes
13:24). Pablo le dijo a los Gálatas: “¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó
para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presenta-
do claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros:
¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois?
¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gála-
tas 3:1-3). Necio es el que deja el camino de Dios.
Óyelo bien, podemos durar cuarenta años en el ministerio, caminando
bien, pero si te desvías pierdes la honra de Dios, no importa cuántas cosas
tú hayas hecho correctamente en el servicio. Lo importante no es hacer
muchas cosas bien, sino hacer bien la instrucción que se recibió de Dios.
La Palabra dice: “con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que
recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”
(Hechos 20:24). El fin es terminar la carrera, no tan solo correrla; es llegar
hasta el fin, no recorrer solo un tramo; es correr hasta alcanzarlo. Cuídate
que nadie te cambie el mensaje. No fui yo el que te enseñó el reino, ni el
predicador que visitó a tu iglesia, sino el mismo Dios (Juan 6:45). El reino
no es un dogma religioso que se enseña con una instrucción humana, el rei-
no de Dios se recibe por revelación, aunque Dios use un vaso para instruir-
te. Conozco ministros que tienen años predicando el reino de Dios, pero
si les preguntaras cuántos lo han recibido, te dirán «solamente unos pocos,
muy pocos», así que “… no depende del que quiere, ni del que corre, sino
de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:16). Y si Dios te ha llamado a
ti y te ha abierto el entendimiento, entonces sé obediente al que te llamó.
No dejemos este camino de vida por uno que nosotros mismos ya hemos
rechazado. El joven profeta dejó el otro camino, pero tú y yo ya dejamos
aquel camino, ahora andamos por la senda de la obediencia del reino, ¿por
qué volver al camino que ya hemos recorrido? Cuando el hombre se devolvió,
medio el acta de los decretos que había contra nuestra, anulándola y clavándola
en la cruz (Colosenses 2:14), y se levantó triunfante de la tumba, llevando cau-
tiva la cautividad, y nos dio vida en Él cuando resucitó.
De hecho, cuando Jesús se presentó en el aposento alto a sus discípulos,
Él sopló sobre los doce, y al soplar sobre ellos, también sopló sobre nosotros.
Así como Moisés les dio de su espíritu a los setenta ancianos de Israel, así
Jesús les dio de su mismo espíritu y dignidad a sus doce discípulos. Luego,
aquellos soplaron sobre nosotros; y hoy tenemos el soplo de Cristo, a través
de esa cadena genealógica ministerial-apostólica. Cuando Cristo le dijo al
Padre “Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo” (Hebreos
10:5), estaba refiriéndose a su cuerpo físico, pero espiritualmente lo podemos
aplicar a la iglesia, pues ésta es el Cuerpo de Cristo, quien es la cabeza de ese
cuerpo. Y así como un cuerpo sin espíritu está muerto (Santiago 2:26), el día
de Pentecostés le dio su Espíritu a la iglesia, para que su cuerpo no anduviese
sin vida en la tierra. También nos dio la palabra profética “más segura, a la
cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar
oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros
corazones” (2 Pedro 1:19); para darnos el depósito del tesoro celestial y de los
secretos muy guardados (Isaías 45:3); para darnos la sabiduría que no es de
este siglo, ni de los príncipes de este siglo (1 Corintios 2:6). Todo lo hizo para
que descansemos en Él, quien es nuestro campeón, que venció y traspasó los
cielos, y está sentado a la diestra de Dios en las alturas.
Tenemos a Jesús de nuestra parte, también al Padre, y al Espíritu Santo
guiándonos a toda verdad. Tenemos la Palabra bendita, que como martillo se
ha gastado rompiendo los yunques de los hombres; criticada, rechazada, a la
cual emperadores han tratado de destruirla; ideologías y filosofías han tratado
de borrarla de la faz de la tierra, sin embargo permanece, porque es la Palabra
de Dios. La Biblia es la primera obra que salió de la imprenta, y desde enton-
ces ha sido el libro más traducido de toda la historia, a casi todos los idiomas
del mundo. Es la Palabra más amada de la tierra, y ha vencido lo alto y lo bajo
de la crítica de aquellos que la han analizado como si fuera un libro secular o
común, y sin embargo sigue siendo la inspiración de los hombres, y la única
esperanza del mundo. Y todo ese depósito, tan glorioso, Dios se lo ha dado a
Su iglesia a ministrar.
¡Oh, mi hermano, si no encontramos inspiración en ello, dónde la vamos
a encontrar! Dios necesita que nosotros andemos de acuerdo a lo que hemos
recibido, por eso clama proféticamente y dice: “¿Quién ha creído a nuestro
anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?” (Isaías 53:1).
quien era la iban a discriminar (Ester 2:10), pero Dios la puso en la corte y le dio
gracia para ser reina. En el momento que se levantó una gran amenaza para el
pueblo judío, ella temió por ella y casi se niega a defenderlo, pero su tío Mardo-
queo le dijo como le dice Dios a ti, iglesia: “No pienses que escaparás en la casa del
rey más que cualquier otro judío. [...] Porque si callas absolutamente en este tiempo,
respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa
de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (Ester
4:13,14). Así dice el Espíritu a la iglesia: «Hay un decreto, una amenaza contra
el pueblo de Dios y el Señor te preparó, y te ha dado la autoridad para preservar
sus principios. Tú no estás en la iglesia simplemente por gracia, sino para resta-
blecer el reino de Dios». Hoy enfatizamos la gracia, y bendita gracia, pero nos
olvidamos que la gracia implica propósito. Dios nunca depositó su excelencia
en vaso de barro, para que éste se exhibiera, o meramente para honrarlo y que
fuese visto, no, no ¡no! El Señor puso su excelencia en vasos de barro, para que
el vaso glorifique al dador de tan gran generosidad.
En el tiempo de Ester hubo un decreto contra el pueblo de Dios, como
lo hay contra de la iglesia hoy. Se necesita ser muy escaso de conocimiento
para no ver el peligro, las amenazas, y las sutilezas que se están fraguando en
el mundo infernal, contra el propósito del Padre. Y Dios te llamó para esta
hora. Mientras otros siguen muertos en sus delitos y pecados, a ti Dios te dio
vida. No te has preguntado, ¿por qué vives tú en este tiempo? Esto no es una
casualidad que hayas nacido en esta generación y Dios te haya dado una vida
en el Espíritu. ¡Eso no es algo fortuito o aleatorio! Los hombres de Dios que
vivieron en los siglos anteriores, entendieron y asumieron responsabilidad.
Por el vivo celo de Jehová que estaba en ellos, tomaron una postura firme.
Dios espera lo mismo de nosotros.
Hoy es un tiempo en donde no podemos estar entre dos pensamientos. El
Espíritu de Dios me habló acerca del hombre que es de doble ánimo. El apóstol
Santiago lo comparó a las olas del mar, oscilantes, que van y vienen a los anto-
jos del viento, de los caprichos de la brisa que las mueve de aquí para allá, y de
allá para acá (Santiago 1:8; 4:8). Elías dijo al pueblo de Israel: “¿Hasta cuándo
claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?” (1 Reyes 18:21). El que anda entre
dos pensamientos nunca se define, y siempre anda titubeando, cojeando con la
muleta de la fluctuación, porque no sabe hacia dónde va. Pero hay un pueblo
que anda seguro, que sabe hacia donde va. Santiago dijo: “El hombre de doble
ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1:8). La palabra “ánimo”
en griego se traduce (aparte de pensamiento, mente) como “alma” o “aliento
de vida”. Si aplicamos, estaría diciendo que anda en incertidumbre, dividido
entre dos almas, entre dos alientos, entre dos pensamientos, entre dos intereses,
ya que no está en uno ni en el otro. De esta manera, ni siquiera con Dios se
consigue nada, sino que Él dice: “… por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente,
te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:16). Por eso, en este tiempo, Él pide de
nosotros entereza, valor, pues nos quiere hacer columnas en su templo.
Yo ruego al Dios eterno, al Creador de los cielos y de la tierra, el Dios
de nuestro llamamiento, que Él pueda -usando el lenguaje que usa la iglesia-
visitarnos, pues sé que Su Presencia está siempre con nosotros. Mas, cuando
hablo acerca de que Él nos visite, lo que digo es recibir algo más allá de lo que
nos ha dado hasta ahora. Mi deseo es que Él nos arrope y nos dé un lavado
de mente, y nos alinee y nos meta en la órbita de su propósito, para que no
andemos entre dos pensamientos; para que no seamos movidos por ninguna
corriente de pensamientos que nos quiera llevar de aquí para allá y de allá para
acá, sino que estemos alertas y no sigamos en ignorancia.
Recibe estas palabras como un pensamiento de Dios. Cuando fluye la
unción del Espíritu, una cosa es lo que uno puede decir, y otra lo que Dios
quiere comunicar. Mas, el que tiene el Espíritu Santo sabe cuándo Dios
habla, y cuándo Él está conduciendo nuestros pensamientos. El Señor quie-
re sacudir nuestras conciencias y no podemos ser indiferentes, hay pérdida
por doquier. Estamos en un mundo totalmente hostil, pero nuestros padres,
los que nos dejaron la fe, vivieron las mismas circunstancias que nosotros,
o parecidas, y ellos vencieron, porque guardaron el testimonio de la fe con
limpia conciencia. Por tanto, Dios espera de nosotros que le pasemos a la
próxima generación la antorcha, y que podamos decir a nuestros hijos ama-
dos en el ministerio, así como también a nuestros hijos naturales, como
dijo Pablo a Timoteo, cuando tenía la cita con la muerte: “Te encarezco
delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos
en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo
y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”
(2 Timoteo 4:1-2).
El apóstol habló de esta manera, porque sabía que vendrían tiempos en
que ya los hombres no resistirían la sana doctrina, sino que buscarían a quie-
nes les hablen lo que ellos quieren oír; entonces se amontonarían maestros
conforme a esos pensamientos que los apartarán de la verdad, y no la escu-
charán, se reirán, se burlarán de ella, y preferirán las fábulas (2 Timoteo
4:3,4). Por eso Pablo fue enfático con Timoteo cuando le dijo: “Mas tú, oh
hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor,
la paciencia, la mansedumbre. […] tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones,
haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. Porque yo ya estoy para ser sacri-
ficado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he
acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona
de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino
también a todos los que aman su venida” (1 Timoteo 6:11; 2 Timoteo 4:5-8).
En otras palabras: «Pero tú, hombre de Dios, guarda el mandamiento sin
mácula que te fue dado, retén lo que tienes. Yo ya tengo mi cita con la muer-
te, ya terminé mi carrera, y en ella te preparé a ti. Ahora yo desaparezco del
escenario de Dios, pero mi manto cae sobre ti, Timoteo, hazlo bien, corre
bien, como yo corrí. ¡ Guárdate, mantente puro!». Esos fueron los términos
con los que Pablo se dirigió a Timoteo.
Si analizáramos la voz profética y apos-
tólica de esos días, veremos que ella des-
cribe lo mismo que está pasando en este
tiempo: “Porque habrá hombres amadores “Todos hemos
de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, de dar cuenta
blasfemos, desobedientes a los padres, ingra- de nuestra
tos, impíos, sin afecto natural, implacables, mayordomía, y
calumniadores, intemperantes, crueles, abo-
en ese momento,
rrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos,
infatuados, amadores de los deleites más que no será
de Dios, que tendrán apariencia de piedad, recompensada la
pero negarán la eficacia de ella; a éstos evi- indiferencia ni
ta” (2 Timoteo 3:2-5). Hoy más que nunca la apatía”
el énfasis no es Dios, pues el hombre se ha
olvidado que son criaturas y que se deben
a su Creador. Lo segundo es la avaricia, el
amor al dinero. Todo se hace por interés, por una búsqueda constante de
ganancias: «¿Cuánto es mi parte de esto? ¿En qué me beneficio? ¿Qué gano
yo?» Yo no tengo que detallarte lo que es el mundo y su corriente, porque tú
estás en el mundo y lo conoces también como yo. Por tanto, no podemos ser
como el avestruz que mete la cabeza en la arena, como que no está pasando
nada, pues somos responsables delante de Dios.
Hay algo que hemos olvidado, pero vive Jehová, en la presencia de quien
estoy, que así como creemos que Dios habló a través del apóstol Pablo, esta
palabra se hace presente en el día de hoy: “… todos compareceremos ante el
tribunal de Cristo” (Romanos 14:10); todos hemos de dar cuenta de nuestra
mayordomía, y en ese momento, no será recompensada la indiferencia ni la
apatía. No será bien vista la indolencia frente a la pérdida que hay para nues-
tros hijos, y para aquellos que han de venir después de nosotros.
Dios espera que nos levantemos, con una postura firme, determinada,
y si no tenemos esa postura, doblemos nuestras rodillas delante del Señor.
La Palabra advierte y nos manda a que nos apartemos de los hombres que
usan la piedad como fuente de ganancia, pues se usa la fe y se trafica con la
Palabra. Hoy se necesita más que nunca los látigos que Jesús tomó para sacar
a los cambistas del templo (Juan 2:14,15), pero eso requiere de hombres de
Dios, comprometidos con la verdad y que la amen más que a una posición,
y la pongan sobre cualquier interés personal. Eso demanda hombres que no
les importe ser impopulares, porque amen más a Dios que al mundo y sus
engaños, porque el tiempo así lo requiere.
Ester podía rechazar el involucrarse con el problema judío, porque no
sabía hasta qué punto esto le haría perder su posición en la corte. Bien
pudo decir: «Yo llegué a ser reina, hay un decreto contra el pueblo judío,
pero a mí nadie puede tocarme, ya soy reina y no me conviene meterme en
ese lío, so pena perder mi sitio de honor delante del rey». Pero Mardoqueo
fue usado por el Espíritu Santo y la sacudió despertándola a la realidad de
que ella también era judía y no será excluida de la matanza, aunque fuese
esposa del rey, porque el decreto era en contra de todos los judíos y ella
era una de ellos. El decreto no sería abrogado, así que también se iría Ester
y su corona, y le iría peor que a Vasti, pues perdería la vida (Ester 1:19).
Eso podía pasarle a la iglesia, si no se levanta en esta hora, porque ella es
el instrumento de Dios. La iglesia ha sido edificada por Dios. Y Él nos ha
llamado por gracia, pero para un propósito, porque la gracia siempre tiene
un fin, un objetivo. Dios espera de ti, y de mí, que no durmamos, sino que
velemos y seamos sobrios, entendidos de cuál sea Su voluntad (1 Tesaloni-
censes 5:6; Efesios 5:17).
Perdóname, si consideras duro el tono de mis palabras, pero quiero ser un
buen comunicador del corazón de Dios para su iglesia. Ojalá pudiera subirme
a un monte alto y fuese amplificada mi voz, y estas palabras pudieran ser
oídas por todos los siervos de Dios en la tierra. ¡Qué se oiga la voz de Dios,
porque se escucha la voz profética!, y que se oiga la voz de Jesús sentado en el
trono de Dios, intercediendo delante del Padre, porque la iglesia está orando
conforme a su voluntad. Hay comunicación entre el Hijo con el Padre y el
Espíritu Santo; el Hijo hablando al Padre, el Padre hablando al Espíritu, y el
Espíritu hablando a la iglesia. La trinidad está hablando en estos días y nos
muestra que hay mucho que hacer, por la gran destrucción que hay en nuestro
Quiere decir que después que Josías derribó y destruyó todo lo de afuera,
entró al templo y dio un decreto, al mayordomo, a los líderes y a los cancilleres,
para que reparasen la casa de Jehová, y ellos empezaron la obra de restauración
del templo (2 Crónicas 34:9-13). Luego, ocurrió algo que nosotros hemos leído
muchas veces, pero desde hace un tiempo el Espíritu de Dios me inquietó, y es
sobre la reacción que tuvieron aquellos, ante ese acontecimiento, veamos:
Tus siervos han cumplido todo lo que les fue encomendado. 17 Han
reunido el dinero que se halló en la casa de Jehová, y lo han entre-
gado en mano de los encargados, y en mano de los que hacen la
obra. 18 Además de esto, declaró el escriba Safán al rey, diciendo:
El sacerdote Hilcías me dio un libro. Y leyó Safán en él delante del
rey. 19 Luego que el rey oyó las palabras de la ley, rasgó sus vestidos;
20
y mandó a Hilcías y a Ahicam hijo de Safán, y a Abdón hijo de
Micaía, y a Safán escriba, y a Asaías siervo del rey, diciendo: 21
Andad, consultad a Jehová por mí y por el remanente de Israel y
de Judá acerca de las palabras del libro que se ha hallado; porque
grande es la ira de Jehová que ha caído sobre nosotros, por cuanto
nuestros padres no guardaron la palabra de Jehová, para hacer
conforme a todo lo que está escrito en este libro”
(2 Crónicas 34:14-21).
¿Qué es esto? ¿Es que acaso no se leían las Escrituras en el templo? Entonces,
¿por qué tanta sorpresa? ¿cuál es la razón para tan grande alboroto y moviliza-
ción? ¿Qué fue lo que produjo en el rey esa reacción de contrición y humillación
cuando le leyeron el rollo? Josías era un joven de tan solo dieciocho años de edad,
para preocuparse por el templo y por el sacerdocio. Eso significa que debía tener
algún tutor o maestro, alguien que le estaba guiando y que conocía la Palabra
de Dios. De otra manera, jamás él hubiera actuado así. Por tanto, vuelvo y pre-
gunto ¿qué significa este hallazgo, y por qué aparece así de momento?
Quizás no entiendes mi desconcierto por el encuentro de estos rollos y
la reacción que produjo en ellos, la cual no veo normal. Imagínate que en
las excavaciones de la Catedral de San Juan el Divino, en Nueva York (la
catedral más grande del mundo, cuya primera piedra fue puesta en 1892
y todavía sigue en construcción), alguien encuentre una Biblia. ¿Piensas tú
que esto, hoy en día, causaría en la ciudad, sorpresa, temor, y motivaría al
arrepentimiento o a la contrición? No creo, porque en la actualidad casi todo
el mundo tiene una Biblia en su casa, incluso en diferentes versiones, idiomas
y dialectos. Por tanto, el encuentro de estos rollos me deja ver que en este
hecho había algo más.
Me explico, sabemos que Deuteronomio es una repetición de la ley, pero
a partir de su capítulo 31, hasta terminar, se reproduce el cántico de Moisés
que es una palabra profética sobre Israel. Si estudiamos este cántico veremos
que Moisés fue inspirado doblemente, pues es imposible no maravillarse con
la claridad y exactitud con que describió el futuro de Israel, su expulsión a las
naciones y su regreso. También, Moisés describió cómo iban a ser los sitios de
la ciudad de Jerusalén, y de cómo las madres se comerían a los hijos, algo que
pasó en los sitios a Jerusalén, por parte de Babilonia y Roma respectivamente.
Así, en medio de esa inspiración poética, preciosa, donde también bendice a
las tribus, habla igualmente de la rebelión de Israel. Observa, entonces, lo que
dijo Moisés:
Dios le dijo a Moisés que le cantase a Israel el cántico, pero que también
se los escribiera y se los enseñara, pues este cántico vendría a ser como un
testigo de las cosas que iban a suceder. También dio orden a Josué hijo de
Nun diciéndole: “Esfuérzate y anímate, pues tú introducirás a los hijos de Israel
en la tierra que les juré, y yo estaré contigo” (Deuteronomio 31:23). Josué repre-
sentaba la segunda generación, aquellos que entrarían con la lanza a sustituir
la vara de la autoridad, la vara de apacentar. Jehová les cambió el arma, para
Moisés era una vara, pero a Josué le dio una lanza porque iba a conquistar.
El relato bíblico dice también que Moisés dio órdenes a los levitas que lleva-
ban el arca del pacto de Jehová, diciéndoles: “Tomad este libro de la ley, y ponedlo
al lado del arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y esté allí por testigo contra ti.
Porque yo conozco tu rebelión, y tu dura cerviz; he aquí que aun viviendo yo con
vosotros hoy, sois rebeldes a Jehová; ¿cuánto más después que yo haya muerto? Con-
gregad a mí todos los ancianos de vuestras tribus, y a vuestros oficiales, y hablaré en
sus oídos estas palabras, y llamaré por testigos contra ellos a los cielos y a la tierra.
Porque yo sé que después de mi muerte, ciertamente os corromperéis y os apartaréis
del camino que os he mandado; y que os ha de venir mal en los postreros días, por
haber hecho mal ante los ojos de Jehová, enojándole con la obra de vuestras manos”
(Deuteronomio 31: 24 –29). Luego les cantó el cántico (v. 30). Una copia de
este libro fue el que apareció en los días de Josías.
Así como Moisés, el caudillo, entregó a Josué su ministerio, lo mismo
hizo Pablo con Timoteo, al cual, solemnemente, lo llevó al tribunal de Dios,
como vimos anteriormente. Todos los hombres de Dios, cuando despidie-
ron su ministerio, hicieron lo mismo. Samuel, por ejemplo, llamó a todos
los ancianos de Israel y dijo: “He aquí, yo he oído vuestra voz en todo cuanto
me habéis dicho, y os he puesto rey. Ahora, pues, he aquí vuestro rey va delante
de vosotros. Yo soy ya viejo y lleno de canas; pero mis hijos están con vosotros, y
yo he andado delante de vosotros desde mi juventud hasta este día. Aquí estoy;
atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido, si he tomado el
buey de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si
he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos
con él; y os lo restituiré” (1 Samuel 12:1-3). Luego los confrontó poniendo a
Dios de testigo y a su ungido (Saúl) de cómo se condujo delante de ellos (v.
5), y finalmente les hizo un recuento desde que Moisés y Aarón los sacaron
de Egipto hasta ese día, advirtiéndoles y rogándoles que no se aparten de
Jehová su Dios (vv. 6-25). Igualmente, cuando Pablo iba para Jerusalén y
que el Espíritu Santo le advertía por todas partes de grandes tribulaciones y
no sabía si viviría o moriría, al despedirse de los ancianos en Mileto, les dijo
palabras muy similares a estas (Hechos 20:24-35) ¿Qué hizo nuestro Señor
Jesús en su despedida? La Palabra dice que oró, no solamente por los doce,
sino por los que iban a recibir el patrimonio de la verdad, para que fuese
conservada la fe, para que fuese conservado el bendito evangelio (Juan 17:4-
26). Las mismas palabras, el mismo Espíritu, la misma motivación de que no
se pierda nada, y que la siguiente generación conserve el depósito del santo
propósito. Por eso, Jehová mandó a Moisés a escribir el libro y que le añadie-
ra aquel cántico, y lo colocara en el arca del Testimonio y permaneciese allí
como testigo (Deuteronomio 31:26).
Sabemos que el arca tipificaba la presencia de Dios, y nos habla de tres
cosas: de la presencia, de la gloria y del pacto. Y en su interior estaba el tes-
timonio de lo que Dios había sido para Israel: 1. la vara de Aarón (el minis-
terio); 2. el libro de la ley (la Palabra de Dios); y 3. El maná (el testimonio),
el pan del cielo que sustentó a Israel por cuarenta años, en el desierto. Sin
embargo, el libro no estaba allí como una amenaza, aunque Dios había dicho
que se colocara allí como un testigo contra el pueblo, porque anunciaba, antes
que aconteciese, que Israel se iba a rebelar. El libro representaba la conmemo-
ración del pacto de Jehová con su pueblo. El cántico profético anuncia lo que
diciendo que sea malo buscar dinero, recibir las ofrendas que el pueblo da
para las cosas del Señor, pero de mano de aquellos a quienes el Señor impulse
de corazón, y no como resultado de una persuasión humana.
Bendigo a Dios que, cuando apareció el libro, había un muchachito de
dieciocho años en el trono; un joven sin experiencia, pero con corazón. La
providencia del Padre llegó cuando hubo uno en el trono que tenía su cora-
zón; ese podía recibir el libro. Pero, ¿qué tal que hubiese sido a Manasés al que
le digan: «Mira apareció el libro?» (2 Reyes 20, 21). Estoy seguro que hubiese
respondido: «¡Qué me importa a mí el libro! Creo que fui muy claro cuando
les ordené que buscasen los tesoros del templo, no pergaminos y otras cosas»,
y sé que lo mismo hubiese respondido Acaz, el padre de Ezequías (2 Reyes
16). ¡Gloria a Dios que -aunque muchacho- tenía el corazón de Dios! La
Biblia dice que “Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo,
aunque es señor de todo” (Gálatas 4:1); también dice: “¡Ay de ti, tierra, cuando
tu rey es muchacho, y tus príncipes banquetean de mañana!” (Eclesiastés 10:16).
Pero sucede que aquí en la providencia del Señor, el príncipe era un mucha-
cho, pero que al tener el corazón de Dios superaba a muchos mayores en el
ministerio, en la administración y en la mayordomía.
Cuando el líder tiene el corazón de Dios, y lo que le importa es Dios
y entiende que el que lo constituyó fue Dios, y que lo que hace no es un
proyecto personal, se quita sus zapatos, porque reconoce que en el lugar que
está tierra santa es. Delante de la zarza, Moisés no andaba con el calzado de
estadista que usaba en Egipto, como futuro heredero del trono de Faraón.
El siervo de Dios andaba con sandalias, pues para eso lo preparó Jehová por
cuarenta años, para que pastoree a Su pueblo, y eso tenía que hacerlo con el
calzado adecuado. En el propósito santo, las normas las pone Dios, así que si
te quieres graduar, estar apto a los cuarenta años, acércate descalzo a la visión
y deja que Dios te calce con el apresto del evangelio.
Había un hombre en el trono, puesto por Dios, a los ocho años de edad
(anunciando un reinicio, un tiempo nuevo) y preparado en su providencia
por diez años (tiempo de prueba), para cuando apareciese el libro, hubiera un
corazón preparado para obedecer su voluntad (1 Reyes 13:2; 2 Reyes 22:1,3,
8-10). Mi ruego a Dios por la iglesia es que aparezca el libro. Y profetizo, en
el nombre del Señor, que en las iglesias también habrá hombres y mujeres de
Dios, como Josías y Ester, preparados para esta hora. Dios está haciendo apa-
recer el libro, para que su pueblo se vuelva a Él, pues todos nuestros tropiezos
se deben a que el libro se perdió.
nueva generación, en cuanto al futuro, pero en Josías veo a alguien que está
pensando en el pasado, y considerando que sus padres no vivieron conforme
a lo estipulado por Dios, y no quería reincidir en el mismo error. En otras
palabras, ellos fallaron, pero que no nos pase a nosotros lo mismo.
Josías bien pudo decir: «Bueno, yo desde que he estado reinando he hecho
las cosas bien, y no me he desviado ni a derecha ni a izquierda. Si las cosas no
están andando como debieran, no es culpa mía, ahí está el sumo sacerdote,
Hilcías, responsable mayor de nuestra condición espiritual. También los pro-
fetas Jeremías y Sofonías [quienes fueron sus contemporáneos –Jeremías 1:2;
Sofonías 1:1] deben ser llamados a cuentas, no nosotros. Mi trabajo es dirigir
al pueblo, el de ellos es, en lugar nuestro, servirle a Jehová». Todo lo contrario,
él dijo, en otras palabras: «El rey aquí soy yo; Dios me puso a mí para dirigir
a Su pueblo, tengo que asumir responsabilidad. Vamos a consultar a Jehová,
porque de lo que de mí dependa, como instrumento de Dios, haré y buscaré
que se haga Su voluntad».
No obstante, me llama la atención que el rey no mandó a consultar a
los profetas, sino a una mujer profetiza: “Entonces Hilcías y los del rey fueron
a Hulda profetisa, mujer de Salum hijo de Ticva, hijo de Harhas, guarda de
las vestiduras, la cual moraba en Jerusalén en el segundo barrio, y le dijeron
las palabras antes dichas” (2 Crónicas 34:22). Es raro que fueran a ver a una
mujer, y no a Jeremías que era el profeta grande de aquellos días, ni tampoco
a Sofonías. Ellos acudieron a una mujer, y una mujer del segundo barrio, la
cual ni siquiera era profeta menor, sino simplemente una profetisa. No sé
como lo consideres tú, pero te pregunto, si tuvieras un grave problema, ¿irías a
consultarle a una hermanita que a veces profetisa, teniendo acceso a un reco-
nocido profeta? Mas, el Espíritu Santo mostró quién tenía la palabra, porque
Jehová elige al que quiere, cuando quiere, a la hora que quiere, para hacer lo
que quiere. Lo importante es saber quién es el instrumento para esa hora. Por
lo cual, la palabra estaba depositada en esa mujer llamada Hulda del segundo
barrio, cuyo padre era guarda de las vestiduras. ¡Qué lindo cuando hay visión
y sabemos dónde está la palabra de Jehová!
A este punto, vemos la mano de Dios obrando a favor de Su pueblo, pues:
1. Aparece el libro (2 Crónicas 34:15); 2. Hay corazón humillado y entendido
para buscar a Dios (v. 19-21); 3. Iluminación del sacerdocio para buscar el ins-
trumento con quien se ha de consultar a Jehová respecto al libro (v. 22); y 4.
Está quién tiene palabra de Jehová (v. 23). Pienso que nosotros no hubiésemos
actuado así en su lugar. ¿Sabes por qué sufrieron tanto los que iban en el barco
con Pablo hacía Roma (Hechos 27:18-44)? Porque consultaron a los que ellos
creían que “sabían” del mar, a los expertos, al piloto y al patrón de la nave,
¿A quién oye Dios? Al que siente como él, al que le interesa lo de él, al
que le importa su corazón. En otras palabras: «Te preocupa lo mío, pues a
En otras palabras, Pablo dice: «Yo les comuniqué lo que recibí», y veinte
siglos después el mensaje sigue siendo el mismo, no tiene nada de novedoso,
pero sigue igual de efectivo: Jesucristo es la salvación. El problema de nosotros
es que se nos hace difícil repetir lo mismo, nos cansamos de las cosas y que-
remos algo nuevo. Pero lo que hace nueva todas las cosas es la revelación de
Dios. Personalmente, me ministra que un hombre como el apóstol Pablo diga
que él les enseñó lo que a él le enseñaron, y no fue precisamente un camino
de rosas, sino a Cristo, y a éste crucificado. Eso no era nada llamativo, ni
siquiera usó palabras persuasivas, pero una cosa sí tenía, la cual se manifestó:
la unción y el poder del llamamiento divino (1 Corintios 2:4). Eso debe mani-
festarse en todas nuestras predicaciones o temas. Hablando de la santa cena,
el apóstol también dijo: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he
enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo
dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros
es partido; haced esto en memoria de mí; Asimismo tomó también la copa, después
de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto
todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que
comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que
¿Por qué el siervo de Dios les aconsejó que a esos profetas no les oyeran?
Porque los llevarían a los ídolos y no a Dios. No importa que el mensaje tenga
unción y mucha revelación, el asunto es si su predicación me conduce a más
en el libro, incluso, a las viudas y a los huérfanos (Mateo 14:14; 9:36; Marcos
8:2; Mateo 25:35; Santiago 1:27).
La iglesia es un cuerpo, formado por miembros, por lo cual no existe igle-
sia independiente. Puede que haya muchas no afiliadas, en el sentido de orga-
nización, pero nunca autónomas, pues ¡somos un cuerpo! Si tú eres una célula
de ese cuerpo no puedes estar fuera del mismo, porque te mueres. Por eso, el
libro dice que somos miembros los unos de los otros (Efesios 4:25). No impor-
ta el nombre de tu iglesia o denominación, pues somos uno delante de Dios.
Aquí abajo hemos vivido fragmentados por veinte siglos, pero el Padre nos ve
a todos iguales. Así como cuando los hijos se pelean, y uno no quiere estar
cerca del otro, o que la esposa de éste no se lleva con la de aquél, y que si el tío
no quiere que su hijo se junte con el sobrino, porque es una mala influencia.
Pero el padre, como los ama, media por todos. Luego, el día de alguna fecha
especial, los reúne para fortalecer la unidad familiar. Lo mismo hace el Señor
con nosotros, cuando nos ve peleando por teologías, metidos en énfasis; o que
cuando uno llega el otro se va, o que si sabe que alguno está invitado a algún
lugar mejor no asiste, etc. Por eso, Él dejó este ruego en el libro:
por sí mismos, ahora ¿qué más nos enseña el libro? “porque raíz de todos los
males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y
fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas
cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo
fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos” (vv.
10–12). Es decir, la razón por la que nos extraviamos es por la codicia que hay
en nuestro corazón, por eso, debemos huir de esas cosas y seguir el legado, el
depósito que nos dejó el Señor.
Nota cómo el apóstol cambia el tono; ya no es una súplica, sino una orde-
nanza y en un tono muy solemne le dice a Timoteo: “Te mando delante de
Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la buena
profesión delante de Poncio Pilato, que guardes el mandamiento sin mácula ni
reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual a su tiempo
mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el
único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de
los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno.
Amén” (1 Timoteo 6: 13 – 16). Esto es algo serio, amado, aquí Pablo no estaba
dándole sugerencias a su hijo espiritual, ni tampoco un simple discurso, sino
que lo hacía responsable de lo que le estaba delegando.
Pablo le pone como ejemplo a Jesús, como Hijo de Dios, quien dio tes-
timonio de la buena profesión cuando fue juzgado delante de Pilato. Jesús
cuando hubo que callar, calló, aun siendo acusado por testigos falsos, ante los
gritos ensordecedores de la multitud que decía: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”
(Juan 19:6). Tanto así que el mismo Pilato le tuvo que decir: “¿A mí no me
hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad
para soltarte?” (Juan 19:11), entonces sí habló y le dijo: “Ninguna autoridad
tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha
entregado, mayor pecado tiene” (Juan 19:12). Mas, observa que Él contestó, no
para defenderse, sino para una vez más glorificar a quien lo envió.
Igualmente, cuando Pilato le preguntó si era verdad que era rey, arries-
gándose a ser acusado además de sedicioso y oponerse al Cesar, no calló, sino
que admitió: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he veni-
do al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad,
oye mi voz” (Juan 18:37). Entonces, ¿cómo hizo Jesús su profesión delante de
Pilato? De acuerdo a la Palabra, según Dios, y en conformidad al legado y a la
fe. El Señor hizo una buena defensa de lo que profesaba, viviendo y murien-
do, de acuerdo al propósito del Padre. Pablo dice que hagamos lo mismo,
mensaje, no fue añadir más páginas a este capítulo, sino traer un mensaje
de Dios para ti, sustraído de la misma Palabra, para hablar a tu corazón. El
Señor quiere que aparezca el libro en tu vida y en la mía, y en su iglesia de
hoy también. Nota mi hermano que el sumo sacerdote fue que lo encontró,
por tanto, los ministros son los que tienen que encontrar el libro, porque
ellos son la autoridad que Dios ha delegado. El libro está allí, al lado del
Arca, al lado de la presencia, y si lo mudaron de ahí, vamos a virar la casa,
pero debemos encontrarlo, ¿o no dijo el Señor que cuando la mujer perdió
las dracmas, encendió la lámpara, y barrió la casa, buscando con diligencia
y presteza, hasta encontrarlas (Lucas 15:8)? Vamos a virar la iglesia, vamos
a voltear lo que haya que voltear, porque hay una necesidad apremiante, hay
una urgencia: ¡Encontremos el libro!
No sé qué función desempeñas en tu iglesia, en tu congregación, si eres
anciano, diácono o un fiel servidor, un adorador, pero lo que sea que represen-
tes, Dios te dé la gracia de ser el Hilcías que encontró el libro, y le digas a tus
hermanos: «Miren, aquí está el libro; vengan y confirmemos en él, si estamos
en lo verdadero». Eso fue lo que hicieron nuestros antecesores, Lutero, Wesley
y otros. No quiero hablarte de la historia de la iglesia, en este momento, sino
rogar que el Espíritu te dé testimonio y seas responsable del tramo que tienes
que recorrer. Solo una cosa te aconsejo: todo lo que tú fomentes en la iglesia,
llámese como se llame, llévalo al libro, consúltalo con el libro, para que no
corras o sigas corriendo en vano. Toma como modelo la interrogante que les
hizo Jesús a los principales sacerdotes y ancianos del pueblo, y pregúntate:
«Lo que estoy haciendo, ¿de dónde es? ¿Del cielo, o de los hombres? (Mateo
21:25)». Todo lo que se hace en la iglesia y que promueven o fomentan, y tú
aceptas; aquellas cosas que tú recibes de los libros que lees y de las prácticas de
la iglesia de hoy, ¡somételas al libro!, y cuestiónate a ti mismo diciendo: «Yo fui
llamado a preservar lo de Dios, quiero saber si lo que estoy haciendo está de
acuerdo, no solamente con el logos de la Palabra, sino con el espíritu correcto
de la Palabra, si es conforme con el libro». ¡Hazlo mi hermano! Personalmen-
te, no puedo añadirle más a este consejo, aunque quisiera. Mi consuelo es que
el intérprete, el Espíritu Santo, que me ha hablado a mí de esta manera, ahora
te hable a ti. Por lo cual, lo único que me queda es continuar orando, para que
esta verdad, no tan solo logre acogida en tu vida, sino en todo ministerio de
la iglesia de nuestro Señor Jesucristo.
La frase con la que iniciamos esta sección es una figura que usó el apóstol
Pablo para hablar del uso del don de lenguas en los servicios, y en las asam-
bleas públicas de la iglesia. Pablo, con sabiduría, les explicó que los instrumen-
tos musicales transmiten diferentes notas y acordes, sin embargo, cada sonido
emitido se realiza en observancia, en dependencia, para enviar un mensaje
musical en consonancia, que guarde las reglas de la armonía. En la música,
la regla a seguir es la combinación del sonido y el tiempo, para producir una
melodía cuya estructura unitaria, al ser percibida por el que escucha, le sea
dulce y agradable al oído. El apóstol Pablo toma esta ilustración para decir,
que si hablamos en lenguas, pero sin revelación, ciencia, profecía o doctrina,
de nada aprovechará, sino que será como metal que resuena, o címbalo que
retiñe; un ruido y nada más (1 Corintios 14:6; 13:1). No obstante, Pablo con-
nota que cada sonido que da la trompeta comunica algo.
Jehová instruyó a Moisés lo siguiente: “Hazte dos trompetas de plata; de
obra de martillo las harás, las cuales te servirán para convocar la congregación,
y para hacer mover los campamentos” (Números 10:1 – 2). Es decir que las
trompetas, primeramente, eran utilizadas para convocar y movilizar el cam-
pamento. También dice: “Y cuando las tocaren, toda la congregación se reunirá
ante ti a la puerta del tabernáculo de reunión” (Números 10:3). Quiere decir
que cuando sonaban las dos trompetas, se estaba enviando una instrucción,
un mensaje, una convocación. Veámoslo a continuación:
Es decir, cuando sonaban las dos trompetas el pueblo era convocado (v. 3);
cuando sonaba una sola trompeta se llamaba a los príncipes y a los jefes de los
millares de Israel (v. 4); si el sonido era de alarma era una señal para mover solo
los campamentos de los que estaban acampados al oriente (v. 5); pero si sonaba
una segunda vez era para movilizar los campamentos de los que estaban acam-
pados al sur (v. 6); se daría sonido de alarma solo para partir (v. 7); asimismo, se
sonaría alarma para ir a la guerra, pero también se tocarían las trompetas en las
fiestas solemnes y en momentos de alegría (vv. 8-10).
El salmista dijo que al principio del mes séptimo, cuando se celebraba
la fiesta de los tabernáculos, se tocará “ la trompeta en la nueva luna, En el
día señalado, en el día de nuestra fiesta solemne. Porque estatuto es de Israel,
Ordenanza del Dios de Jacob” (Salmos 81: 3–4). El día señalado era el día en
que la luna estaba nueva, lo cual marcaba el día de su festividad. Por tanto,
era importante dar la nota correcta, emitir el sonido de la ocasión, para que
no hubiese confusión y cada uno pudiera prepararse para lo que seguía. Algo
interesante es saber que Dios también oiría los sonidos de las trompetas para
favorecerles y bendecirles.
Ahora, identificar el sonido de las trompetas era algo fundamental, pues
si la trompeta daba un sonido incierto, ¿quién se prepararía para la batalla?
Nota como Jeremías, conmovido en el éxtasis de sus visiones proféticas, deli-
raba por la inminente venida de Nabucodonosor rey de Babilonia, y anun-
ciando el ineludible cautiverio del pueblo de Judá, exclamaba: “¡Mis entrañas,
mis entrañas! Me duelen las fibras de mi corazón; mi corazón se agita dentro
de mí; no callaré; porque sonido de trompeta has oído, oh alma mía, pregón de
guerra. Quebrantamiento sobre quebrantamiento es anunciado; porque toda la
tierra es destruida; de repente son destruidas mis tiendas, en un momento mis
cortinas. ¿Hasta cuándo he de ver bandera, he de oír sonido de trompeta?” (Jere-
mías 4:19-21). El profeta distinguía el sonido de las trompetas, y se conmovía
al escuchar la alarma de guerra, la invasión de los enemigos. Luego, él escribe
qué tienes que hacer cuando oyes ese tipo de sonido. Ellos con su alarma te
están enviando un mensaje: «Hazte a un lado, llevo prisa, hay una emergencia
y no puedo detenerme, necesito llegar». Hay personas que se turban cuando
escuchan la sirena y no saben qué hacer y han ocasionado accidentes, porque
se quedan en el medio. Por eso, en situaciones de emergencia también se usan
agentes de tráfico para que ordenen las vías y se les dé paso a los vehículos
que llevan la muy esperada ayuda. Pues así sucedía en las ciudades antiguas,
donde era una responsabilidad de los centinelas dar el sonido de alerta.
¿Qué sucedería si en lugar de dar sonido de alarma, el atalaya diera el
sonido de fiesta, porque se levantó contento o porque piensa que el sonido es
más bonito y menos estrepitoso? Te imaginas que el atalaya diga: «Mi Dios,
por ahí vienen esos caldeos a quienes les tenemos tanto miedo por ser tan beli-
cosos y sanguinarios… Mejor yo, en vez de tocar la trompeta, con esa alarma
tan ruidosa, toco la flauta, porque el sonido es más suave y así el pueblo estará
más calmadito y podrá encontrar las armas para la batalla de forma menos
atolondrada». ¡No quiero ni pensar qué pasará con ellos! Por tanto, es respon-
sabilidad del centinela dar el sonido que corresponde en el momento preciso;
no puede equivocarse, debe ser firme y exacto: si es guerra, de guerra, si es de
convocación, de convocación.
Sin embargo, en la Palabra también encontramos otro tipo de alarma,
cuyo sonido considero muy extraño, y espero que tú nunca toques esa trom-
peta, porque es la trompeta de los hipócritas. Mira lo que nos advirtió el
Señor: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos
de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en
los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti,
como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por
los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa” (Mateo 6:1-2). ¿Has
oído alguna vez el sonido de esa trompeta? Esa trompeta no es de metal, sino
el sonido de los hipócritas que sirven al ojo para ser vistos de los hombres,
y el que es espiritual distingue ese sonido. Ellos dicen: «Hermanos, para la
gloria de Dios, ayer me pasé el día entero visitando los enfermos, gloria a su
nombre. El otro día cancelé una importante cita que tenía y preferí -para la
honra y gloria de nuestro Señor- irme a la casa del ancianito fulano que estaba
enfermo y le cociné, le lavé y le limpié la casa». Pero el Señor dice que cuando
tú hagas algo que no sepa tu izquierda lo que hace la derecha, porque si tú
lo haces y eres alabado por los hombres por tu generosidad, esa es tu recom-
pensa (Mateo 6:3-5). Por tanto, cuando esos hombres se mueran se acabó tu
a suceder aquello», las imágenes muestran el hecho en sí. Pero, ¿por qué una
trompeta precede a estos mensajes? Veamos cómo Juan describió los mismos:
Luego, la segunda trompeta tenía otro mensaje (v.8), la tercera también (v.
10), la cuarta (v. 12), y así sucesivamente. Cada trompeta emitía un sonido,
y estoy seguro que cada sonido era diferente, anunciaba un mensaje distinto,
una época, un tiempo en el futuro. Eran visiones, pero después se dejaba oír
el sonido de trompeta. Veamos que mostró la última trompeta:
caerá sobre ti». A eso se refiere el apóstol Pablo cuando dice: “Y si la trompeta
diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” (1 Corintios 14:8).
Leyendo el pasaje, en el libro de Lamentaciones, donde el profeta se
lamentaba de la tragedia y destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, me
sacudió la manera como Jeremías describía todos aquellos hechos. Él relató:
“Mis ojos desfallecieron de lágrimas, se conmovieron mis entrañas, Mi hígado se
derramó por tierra a causa del quebrantamiento de la hija de mi pueblo, Cuando
desfallecía el niño y el que mamaba, en las plazas de la ciudad” (Lamentaciones
2:11). Él veía niños abandonados por sus madres en la confusión y la huida de
la gente, aterrados en el desconcierto de la guerra, huyendo de los enemigos
que invadían cada lugar, apoderándose de cada rincón, entre tanto mataban
hombres, mujeres y niños, abrían vientres de mujeres embarazadas, violaban
niñas, mataban jóvenes y asesinaban bebés.
Dura era aquella visión que destruía la confianza de un pueblo que se
había ensoberbecido, por sentirse protegido detrás de sus fortalezas y el
muro de sus palacios. Pero, tanto el muro y el antemuro cayeron, mientras
los hijos decían a sus madres: “¿Dónde está el trigo y el vino?”, para luego
desfallecer y agonizar en sus regazos (Lamentaciones 2:12). Oh, el profeta
se estremecía y clamaba: “¿Qué testigo te traeré, o a quién te haré semejante,
hija de Jerusalén? ¿A quién te compararé para consolarte, oh virgen hija de
Sion? Porque grande como el mar es tu quebrantamiento; ¿quién te sanará?”
(v. 13). Sí, se oyó el llanto y el grito desesperado de un pueblo que no creyó
al anuncio, que no se quebrantó en el día de la humillación, ni se convirtió
de sus malos caminos, cuando fue amonestado con voz como de trompeta,
por su rebelión y su pecado. Entonces, su tierra fue teñida con sangre y la
voz de júbilo fue acallada por los gritos exasperados, por el llanto grande,
los alaridos y el clamor espeluznante de un pueblo que, abandonado por su
Dios, había sido entregado a sus enemigos.
¿No era aquella la ciudad del gran Rey, donde, para siempre, Dios había
dicho que había puesto su nombre, sus ojos, y su corazón (2 Crónicas 7:16)?
Eso no correspondía a las promesas fieles ni mucho menos al pacto de las
misericordias firmes a David. Todo estaba confuso, equívoco… Por eso al
profeta le dolían las entrañas mirando el futuro que les esperaba a esos que
hoy reían, pero que mañana llorarían y con llanto amargo. Así también trans-
mitió Jeremías el mensaje: con énfasis, con ruegos y suplicas, con adverten-
cia, dando el sonido cierto de que el peligro era inminente, y que el invasor
irrumpiría y les haría grandes violencias, mas nadie escuchó. El pueblo había
escuchado a otra voz. Por eso, él les dijo:
te dé esto, y aquello», abre tu boca y échale todas las bendiciones que puedas.
Cuando mi padre era católico, cuando iba de viaje, solía decir: «Voy para tal
pueblo, échenme todos los santos atrás», y salía, queriendo decir que se iba de
viaje y para que le vaya bien, no tan solo pedía oración, sino también los santos,
por si acaso se quedaba alguna bendición afuera. En mi caso particular, a mí me
gusta bendecir, porque no tan solo fuimos llamados a bendecir, sino también a
ser bendición. Mas, cuando usted dice: «Así ha dicho Jehová» tenga cuidado,
no use el nombre de Dios en vano (Éxodo 20:7). Hay muchos que dicen: «Así
ha dicho Jehová...», y Dios no ha dicho nada, porque solo es para que la gente
se sienta bien y digan: « ¡ah, me profetizaron!». Y la gente llora o se goza, y usted
contento porque profetizó, pero el asunto es si verdaderamente habló Dios.
Entiendo que en ocasiones hay un gran sentir de dar bendición, pero no
se tiene seguridad de que Dios esté hablando, bendiga lo que tenga que ben-
decir, no hay nado malo en bendecir, pues bendecir es desear de acuerdo a las
promesas. Échele a Dios encima y deje que el Señor lo arrope, pero no tome el
nombre de Dios, si Él no ha hablado, pues la bendición se puede convertir en
maldición. ¡Temamos! Cuando alguien menciona el nombre de Dios, aunque
yo sepa que el profeta es falso, pero por razón de ese nombre, yo callo, por
respeto a mi Señor. También Pablo dijo: “ los profetas hablen dos o tres, y los
demás juzguen” (1 Corintios 14:29). Cuidado con el desatino, en este tiempo
hay que tener mucha prudencia, para no caer en lo mismo.
Nota en el siguiente versículo las consecuencias de los desatinos proféticos:
“Y en los profetas de Jerusalén he visto torpezas; cometían adulterios, y andaban en
mentiras, y fortalecían las manos de los malos, para que ninguno se convirtiese de
su maldad; me fueron todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra”
(Jeremías 23: 14). Primero, andan en torpezas; segundo, cometen adulterio
(que también puede ser idolatría); tercero, andan en mentiras; y cuarto, for-
talecen las manos de los malos, para que ninguno se convierta de su maldad.
Eso es muy común en estos días, decirle a una persona que está bien lo que
hace, de manera que fortalecen “sus manos”, o sea, sus obras, sus malas accio-
nes; por eso siguen obstinados en sus pecados. Creo que somos predicadores
para que la gente se arrepienta y se convierta de sus malos caminos.
La Escritura advierte de no recibir prebendas “porque el presente ciega a
los que ven, y pervierte las palabras de los justos” (Éxodo 23:8). Si alguien te
hace un regalo, porque quiere honrarte, acéptalo, y con eso no estoy contra-
diciendo el mandamiento, pues Pablo hablaba de aceptar las ofrendas de los
gentiles, de aceptar sus bienes materiales, así como ellos participaban de los
bienes espirituales que se les ministraban (Romanos 15:25-26). Pero el día que
como basura los tesoros del rey, porque no quería nada de alguien que había
blasfemado el nombre de su Dios, tomando los vasos de Jehová y dándoselos
a las prostitutas en su banquete (Daniel 5:22-23)
Asimismo, cuando Saúl se asió de la punta del manto de Samuel, fue por-
que era lo único que pudo alcanzar, ya que el profeta se negó acompañar-
le, y luego de decirle lo que tenía que decirle de parte de Jehová, se marchó
(1 Samuel 5:26-27). Esto lo leemos y parece como una pequeña diferencia, algo
simple, pero si pesáramos la gravedad del momento y quién se negaba a quién,
tembláramos, considerando lo que era un rey en aquel tiempo. A eso añádele el
gran cariño que sentía Samuel por Saúl, lo duro que fue para él decirle aquellas
palabras, pues vemos como después que Saúl fue desechado, Jehová tuvo que
decirle al profeta: “¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para
que no reine sobre Israel?” (1 Samuel 16:1). Y a pesar que Samuel tampoco estu-
vo de acuerdo en que haya un rey que no sea Jehová en Israel, también tuvo
que llenar su cuerno de aceite, y trasladarse a Belén, a la casa de Isaí para ungir
uno de sus hijos, de los cuales Jehová se había provisto de rey. Pienso que por
la aflicción que tenía Samuel, y por su conflicto con la palabra recibida, bien
pudo negarse, pero no, este hombre obedeció aún estando en desacuerdo.
Es importante que un profeta distinga los tres aspectos más importantes de
la profecía, con los cuales está comprometido en la misma magnitud. Estos son:
consolación, edificación y exhortación (1 Corintios 14:3). A veces somos tan
diplomáticos, aunque hay que tener sabiduría, y saber decir las cosas, ministran-
do en el espíritu del Nuevo Pacto que es la misericordia, gracia y restauración,
pero diciendo las cosas tales como son, dependiendo el sonido que Dios dé. No
hay necesidad de ofender o condenar a alguien, porque el mensaje del evangelio
no es de condenación, sino de restauración. Los que cierran sus oídos para no
escuchar el consejo de Dios, el Señor deja que anden en sus propios caminos,
hasta que se hastíen de sus propios consejos, dice Proverbios 1:31. Por tanto, no
es del mensajero regir lo que el destinatario hará con el mensaje recibido, sino
asegurarse de que éste lo reciba, exactamente, como el Señor se lo dio.
Dios es verdad, y todo lo que es contrario a su carácter es engaño e hipo-
cresía. Nota lo que dijo el profeta: “Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos
contra aquellos profetas: He aquí que yo les hago comer ajenjos, y les haré beber
agua de hiel; porque de los profetas de Jerusalén salió la hipocresía sobre toda la
tierra” (Jeremías 23: 15). Cuando se está diciendo algo que Dios no dijo, para
que la gente se sienta bien, se está hablando engaño. Y como las palabras son
espíritus, eso sale y cubre la tierra con hipocresía y engaño. Da tristeza escu-
char muchas cosas que se dicen y se escriben, engañando al pueblo de Dios.
pertenecían, sino que dijo: “He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador
de los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada
tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram; excepto
solamente lo que comieron los jóvenes, y la parte de los varones que fueron conmigo,
Aner, Escol y Mamre, los cuales tomarán su parte” (Génesis 14:22-24). Él no tomó
nada para sí, aunque por ley militar le correspondía, y en cambio dio los diez-
mos de todo a Jehová (v. 20), pues sabía que su bendición venía de lo alto.
Luego vemos a este hombre, a quien Jehová le había entregado la tierra,
comprando una cueva en su propia tierra, para enterrar a su muerta, en Mac-
pela, aunque Efrón el dueño de aquella propiedad no solo le estaba dando
la cueva, sino regalándole toda su heredad (Génesis 23:9,11). Abraham bien
pudo decir: « Cómo puedo yo, que dejé mi tierra y mi parentela, para salir de
Ur de los caldeos a una tierra que Jehová me prometió, y un día me dijo: “Alza
ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente
y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para
siempre” (Génesis 13:14-15), voy a comprar una cueva para enterrar a mi ama-
da Sara, siendo yo el dueño de todo esto» Pero no, el reconocía que todavía
Jehová no se la había entregado en sus manos, por lo que optó por comprar la
cueva. No había confusión en su cabeza, sino que por el contrario, su fe estaba
bien clara, puesta en el Señor y no en su prosperidad.
Cuando Isaac se enriqueció y fue prosperado de tal manera que se engran-
deció, hasta hacerse muy poderoso (Génesis 26:12,13), se tuvo que marchar
de Gerar porque los filisteos le tuvieron envidia (v. 14). Pero luego, los reyes
y principales de Gerar se fueron tras él a pedirle que sean amigos y que haga
pacto con ellos de no hacerles mal, porque sabían que él era un bendito de
Jehová (v. 29). Por lo cual, concluyo que no es el lugar que hace a la persona,
sino Dios. Si Él está contigo, hace del lugar inhóspito e infructífero, un sitio
de prosperidad y mucha bendición. No pongamos el corazón en las riquezas.
Es mejor tener un buen hogar y buenos hijos en el temor de Dios, que ser due-
ño de toda una ciudad. No te equivoques, hay quienes ven como una carga
a la familia, pero la Biblia dice que herencia de Jehová son los hijos y cosa de
estima el fruto del vientre (Salmos 127:3). Lamentablemente, los verdaderos
valores, las virtudes que hacen a un humano, un ser superior con respecto a
las otras especies, en el modernismo se están perdiendo.
Sabemos que hay comerciantes avaros, pero que un hombre de Dios lo sea,
es una calamidad. El apóstol Pablo le advirtió a Timoteo: “También debes saber
esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres
amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes
a los padres, ingratos, impíos” (2Timoteo 3:1-2). Pienso que Pablo se refería al
mundo, pero es triste también encontrar en la iglesia a hombres que andan
en codicias locas, y usan a la iglesia para despojarla. Y de eso, hermano mío,
todos somos responsables delante de Dios, cuando su codicia les sea manifiesta
a todos, y no hagamos nada para pararlos. Eso no se detiene con lamentaciones,
sino levantando la voz y confrontándolos con la Palabra de Dios.
Otra cosa, la Biblia no habla de “sembrar” una ofrenda a Jehová. Decir
que una ofrenda de Jehová es “siembra” es una mentira satánica, porque todo
pertenece a Dios y de lo recibido de sus manos le damos (2 Corintios 9:1-15;
1 Crónicas 29:14). Cuando Pablo habló de sembrar, se refería a una colecta
para los santos. La generosidad a favor de los demás es siembra, pero nunca lo
será la ofrenda para Jehová. Nadie que tema a Dios le ha dado algo, para que
Él le dé más después; eso es un engaño satánico. De Dios son todas las cosas, el
primogénito de las ovejas, las más gordas, lo mejor y lo primero. Cuando David
ofrendó lingotes de oro y plata y todos esos tesoros que ahora bien pueden ser
valorados en billones y billones de dólares, no lo hizo esperando algo a cambio,
sino porque tenía su “afecto”, su cariño, su satisfacción en dar para la casa de
Dios (1 Crónicas 29:3). A los ojos de David esto no era un gran y costoso sacri-
ficio, ni mucho menos un gasto oneroso en el que tenía que incurrir, para recibir
un beneficio luego, al contrario, era su delicia. Mira lo que él expresó:
Jehová escudriña los corazones, y para que una ofrenda le agrade, la mis-
ma debe poseer dos atributos: rectitud y voluntad de corazón. Esos dos ele-
mentos están ausentes en la “doctrina de la prosperidad”, pues su motivación no
es recta y nadie da espontáneamente, sino como resultado de una manipulación.
Ellos dicen: «Dale todo, vende tu casa y tráela, para que Dios te bendiga». Así
se llevan la herencia, y despojan a las ovejas, y nosotros nos quedamos mirando,
contemplando con indolencia. Pero no es tan solo negarse a eso, sino también,
donde yo esté, levantar mi voz aunque no me quieran escuchar, sabiendo que
soy responsable delante de Dios y debo tocar la trompeta. Vamos a ponerle
freno a los engañadores de este siglo, que están despojando a la iglesia, predicán-
dole un falso mensaje, escondiendo avaricia, para luego llevarse las riquezas y
reírse de ellos. Lo digo porque he visto pastores literalmente pelearse por recoger
la ofrenda del día, y dicen: «Déjamelo a mí que en el evento pasado yo recolecté
treinta mil dólares, y en este te apuesto que te voy a sacar cuarenta mil, ahora
mismo». Solo dije: « ¡Dios mío ten misericordia!, pero en esto no voy a parti-
cipar. Prefiero ser impopular, que no me inviten, que no me quieran en ciertos
ambientes, pero me quedo con Cristo, ¡prefiero a mi Dios!
Lo otro que señaló Jeremías fue: “No escuchéis las palabras de los profe-
tas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su
propio corazón, no de la boca de Jehová” (Jeremías 23: 16). Por eso vemos
como se levantan y andan ungiendo a mujeres y a hombres como apóstoles,
y “ordeñando” ministros. Sí, y perdona mi lenguaje, quizás es de mal gusto
escucharlo, pero tengo responsabilidad delante de Dios, y una cosa es ordenar
y otra cosa “ordeñar”. Ellos “ordeñan” porque le exprimen toda la leche a la
“vaquita”, pero el que ordena es porque el Espíritu Santo le ha señalado a
aquellos que han de ser apartados, para la obra a que los ha llamado (Hechos
13:2). Por eso tiemblo al hablar tan francamente de estas cosas, porque sé
que el mensaje puede ser rechazado o que alguien piense que lo preparé con
intención, pero a mí esto me lo reveló Dios, y por eso tengo el denuedo de
expresarme de esta manera.
Otro de los puntos que señaló el profeta es que: “Dicen atrevidamente a los
que me irritan: Jehová dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda tras la obsti-
nación de su corazón, dicen: No vendrá mal sobre vosotros” (Jeremías 23: 17). Es
atrevimiento hablar de parte de alguien sin éste autorizarlo y peor aún, decir
todo lo contrario a lo que esa persona considera y piensa. Es una osadía que
estando Jehová enojado, ellos digan: «No se preocupen, tranquilos, tengan
paz, no les vendrá ningún mal; Dios está con ustedes». A veces queremos ser
más misericordiosos que Dios.
de Dios. No nos deprimamos por los que no escuchan, sino alegrémonos por
aquellos que oyen y quieren obedecer la Palabra de Dios
Si continuamos reflexionando sobre lo que dijo el profeta Jeremías, nota-
remos la conducta de esos falsos profetas y por qué Jehová estaba en contra
de ellos: “ hurtan mis palabras cada uno de su más cercano. [y]… endulzan sus
lenguas y dicen: El ha dicho” (Jeremías 23:30-31). ¡Tremenda osadía! Como no
tienen mensaje, se roban uno del más cercano y entonces endulzan su lengua
y dicen: «Así ha dicho Jehová». Por eso es que, en ocasiones, oímos profecías
y el mismo mensaje en boca de diferentes predicadores, hasta con las mismas
ilustraciones y ejemplos, porque no son confirmaciones, sino burdas copias.
Y ¿sabes por qué endulzan sus lenguas? Porque quieren ir sin ser enviados, y
tocar una trompeta agradable a los oídos de la gente, para ser bienvenidos.
Pero si la trompeta diere un sonido incierto ¿qué sucederá con el pueblo?
Ojalá tuviese yo siempre la boca dulce, pero si Dios me la pone amarga, no
tengo la culpa, debo ser fiel y decir lo que Dios habló. Todo lo que procede de
Dios es bueno, la exhortación es buena, la amonestación también. Solamente
para el que deja el camino es que la reconvención es molesta y aburridora
(Proverbios 15:10). Pero el que ama el camino, el que es de Dios, la Palabra de
Dios oye, y el que es de la luz se expone a la luz, para que se vea que sus obras
fueron hechas en Dios (Juan 3:21).
Personalmente, yo vivo entre profetas, pues nuestra congregación es un
ministerio profético, por lo que constantemente estoy recibiendo palabras,
sueños, visiones, etc., que han tenido sobre mi persona. Si yo me alimentara
de esas cosas, ya tuviera un tronito al lado del de Jesús, de tantas cosas lindas
que me dicen. Pero, por la misericordia de Dios eso no se me ha subido a la
cabeza, y he podido hacer como María, las he guardado, meditándolas en mi
corazón (Lucas 2:19). La expresión mayor de ella fue: “He aquí la sierva del
Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38). Tampoco ella salió
corriendo ni endulzó su lengua: «Así me dijo el Señor… Yo soy la séptima
trompeta de Dios», ¡no! María solo creyó (Lucas 1:45).
Hace un par de décadas atrás, casi todas las sectas cayeron en el mismo
error, diciéndose poseedoras del último mensaje de Dios al mundo; que ellas
eran la séptima trompeta. De hecho, alguien me regaló un libro acerca del
Apocalipsis, y lo comencé a leer y me llené de estupor. Su autor, un predica-
dor americano, exponía los principios del Reino, con una claridad tremenda
que me dije: «Dios mío, ¿quién es este, y por qué nunca había oído acerca de
él?». Seguí leyendo su mensaje sobre las siete iglesias del Apocalipsis, de cada
período y sus interpretaciones correspondientes, donde aplicaba que ciertos
dar, la gente se va a maravillar, y los que son de Dios sabrán que el mensaje
no es tuyo, sino de Dios. Pero cuando tú quieres impresionar a la gente con
un sonido que no es el tuyo, se oirá desentonado, desafinado, porque el que es
del Espíritu, distingue los sonidos.
No obstante, hay una cosa muy importante que Jesús les dijo: “El que
quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo
por mi propia cuenta” (Juan 7: 16 – 17). Por tanto, no debemos preocuparnos
tanto si la gente escucha, si recibe el mensaje o no, pues el que quiere hacer la
voluntad de Dios sí sabe si estamos hablando por nuestra propia cuenta. Eso
debe consolarnos y ministrar a nuestro espíritu, muchas veces lastimado y
rechazado, cuando esperábamos cierta reacción. Cuando alguien en realidad
está interesado, ama a Dios, le respeta, le quiere agradar, el Espíritu le da tes-
timonio si el mensaje del mensajero es de Dios o no lo es. Solamente el que no
le interesa vivirlo, porque tiene otros intere-
ses, porque prima más su carnalidad que la
Palabra de Dios, es que tiene conflicto con
el mensaje, y prefiere pensar que Dios no
“Si mi empeño está hablando.
es agradar a la Por la situación y confusión que reina
gente y no a Dios, en la iglesia hoy, pareciera que hubiese más
estoy buscando falsos profetas que verdaderos, pero el ver-
sículo que veremos a continuación es como
mi propia gloria,
un rayo x para escudriñar el corazón. Jesús
no la del Señor” dijo: “El que habla por su propia cuenta, su
propia gloria busca; pero el que busca la gloria
del que le envió, éste es verdadero, y no hay
en él injusticia” (Juan 7:18). Es decir que si
mi empeño es agradar a la gente y no a Dios, estoy buscando mi propia
gloria, no la del Señor. Un mensajero que quiere agradar a los hombres con
lo que predica y no a Dios, esconde el deseo de ser admirado, de ser halaga-
do, de ser invitado de nuevo. Su actitud revela el corazón, porque quiere ser
original, quiere atribuirse gloria de la predicación. Nota su vocabulario: “yo
investigué”, “yo hice”; también destaca su elocuencia, su retórica, su talento,
su unción, y hace despliegue de todos sus recursos y habilidades.
Generalmente, cuando ellos predican la gente dice como dijeron de Hero-
des, cuando se puso sus ropas reales y dio tremendo discurso, el pueblo le
aclamó y gritó: “¡Voz de Dios, y no de hombre!” (Hechos 12:22). El historiador
judío Flavio Josefo (38-94 d.C.), refiriéndose a ese hecho, dice que Herodes,
ese día, se puso un vestido con muchas piedras preciosas, y en ese lugar había
una ventana por la que entraba la luz del sol, cuyos rayos hacían brillar toda
aquella pedrería de una manera tan impresionante, que unido al discurso que
Herodes arengó, dio al momento un toque casi divino. Me imagino la gente
toda impresionada, anonadada de aquel lenguaje y esas vestiduras finas que
brillaban de una manera sobrenatural, diciendo: «¡Esto es voz de Dios y no
de hombre!». Pero Herodes no tuvo mucho tiempo de disfrutar de su esplen-
doroso estrellato, ya que la Biblia dice que al momento “un ángel del Señor
le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos” (v. 23).
Lamentablemente, nosotros hemos de soportar esos “payasos”, sabiendo que a
su tiempo recibirán su justa retribución (2 Tesalonicenses 1:8)
Es doloroso ver como muchos juegan con sus “dones” y se olvidan lo que
le pasó a Sansón, por estar jugando con la unción. Pero antes que la fama y la
gloria del mundo, “téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administra-
dores de los misterios de Dios” (1 Corintios 4:1). El que busca la gloria del que lo
envió, se preocupa por dar el sonido que se le mandó, para edificar al pueblo
y que este glorifique a Dios.
Hasta aquí llega la nota de esta trompeta, al sonido de la cual uno mi rue-
go al Señor, de que Su amor prevalezca, para que esta palabra no sea ignorada.
La misma no fue expresada en ánimo de criticar ni juzgar a nadie ni mucho
menos de mostrar que los demás están mal y el que está bien soy yo. Ese no es
el espíritu de este mensaje. Esta palabra viene del cielo, revelada por el Espí-
ritu del Señor, el cual nos advierte del peligro que hay en la iglesia hoy, por el
tipo de mensajeros y de mensajes que la están inundando y conduciéndola a
muchas cosas, menos a Su voluntad y a Su corazón. Que ahora Dios ministre
a nuestro espíritu y que esta palabra afecte el corazón de tal manera, que la
gloria de nuestro Señor y la verdad sean los sonidos que permanezcan.
EL LLAMAMIENTO ES CONFORME
A SU HONRA
E
n el contexto de este pasaje, cuyos versos dan inicio a este capítulo, el
apóstol Pablo se está refiriendo a su vida cristiana y experiencia con
Cristo, lo cual ilustra como una carrera. Él dice: prosigo a la meta, y
también alude a un premio que le será otorgado al final de la misma. Él llama
a este galardón -que es la corona que recibirá del Señor Jesús- el premio del
supremo llamamiento. En su caso, esa carrera comenzó con el llamamiento
que recibió de parte del Señor, cuando iba camino a Damasco (Hechos 9:1-
20). El “polo terrenal” de ese llamamiento se inició en el desierto, cuando
Saulo, henchido de judaísmo y blasfemando el nombre de Cristo, perseguía a
la iglesia (Gálatas 1:13,14; 1 Timoteo 1:12,13); y terminará en el “polo celes-
tial” con su coronación final, cuando reciba de parte del Señor, el premio que
él denomina “del supremo llamamiento”.
El profeta contrasta que de la manera en que son más altos los cielos que
la tierra, así son los caminos de Dios, más altos que nuestros caminos, y sus
pensamientos más que los nuestros. También, les advierte al hombre ateo e
La Biblia dice que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía, por eso lo
que se ve ilustra lo que no se ve (Hebreos 11:3). Lo que no percibimos con
nuestros ojos físicos es el mundo espiritual, así como lo que vemos y palpa-
mos es la materia. Dios es Espíritu y también el Invisible, y nos ha revelado
en su Palabra que lo que sucede en lo natural es una revelación de lo que está
sucediendo en lo espiritual.
Recuerdo que cuando yo no conocía la vida en el Espíritu, desde niño
me preguntaba: «Si Dios hizo el espacio ¿Qué existía antes en su lugar?» Y
cuando leí en la Biblia que a Dios ni los cielos de los cielos lo pueden conte-
ner (1 Reyes 8:27), me rompía la cabeza pensando qué tan grande puede ser
Dios que no se puede acomodar, porque el vasto Universo es muy pequeño
para Él. Así me debatía en estos pensamientos, hasta que Dios me reveló que
antes de que existiera lo material, aun el espacio y el tiempo, Él existía en el
mundo espiritual, el cual es ilimitado. Desde ese mundo espiritual, Dios hizo
el mundo físico. Eso que puede sonar tan simple, para nosotros es una revela-
ción muy importante, porque lo que se ve y nos rodea, revela lo que no se ve.
De hecho, cuando entramos en la vida del Espíritu comenzamos a relacionar
todas las cosas. Por eso, el hombre espiritual todo lo discierne en el Espíritu y
todo lo relaciona con el Espíritu (1 Corintios 2:14).
A veces ocurren situaciones a nuestro alrededor que son revelaciones de
lo que está pasando espiritualmente y, aunque lo experimentamos constan-
temente, no nos percatamos, porque no tenemos los ojos abiertos para mirar
esas cosas. Hay que tener los ojos abiertos para ver (2 Reyes 6:17). El Señor
nos habla por revelaciones, por sueños, por visiones, y a través de Su Palabra.
Por medio de ella, nos muestra ciertas cosas, a veces en símbolos, en sombras,
en tipologías, que por algunos detalles y repeticiones en la narración, pode-
mos discernir que hay una intención de Dios en ellas. En la Palabra de Dios
están contenidas cosas que si el Señor no nos las revela mientras leemos, no las
podríamos entender, pues contienen mensajes y misterios que van más allá de
las letras, pues la Palabra es Espíritu y vida (Juan 6:63). Podemos, inclusive,
hacer una exégesis de las Escrituras, estudiando y analizando exhaustivamente
cualquier pasaje bíblico, y hasta estudiar cada palabra, una por una, en su raíz
original, de tal manera que no se nos escape ni siquiera una tilde ni una coma,
y todavía pasar por alto una inmensidad de cosas profundísimas, pues la Pala-
bra es un océano de verdades y revelaciones que nuestra mente no puede, por
sí misma, ahondar ni explorar. Partiendo de esa premisa, si estudiamos en la
Biblia el sacerdocio de Elí y el llamamiento de Samuel, encontraremos una
gran enseñanza para nosotros, la cual se revela en este tema, veámoslo:
“Y cuando tus días sean cumplidos para irte con tus padres,
levantaré descendencia después de ti, a uno de entre tus hijos,
y afirmaré su reino. Él me edificará casa, y yo confirmaré su
trono eternamente. Yo le seré por padre, y él me será por hijo;
y no quitaré de él mi misericordia, como la quité de aquel que
En otras palabras: «Un varón de tu casa, será hijo tuyo y a la vez Hijo
mío, y de esa manera, uniré mi casa con la tuya, porque tú me querías edificar
casa, pero seré yo el que te edificará casa a ti. Así que vamos a combinar la
casa que tú me quieres preparar, con la que yo te voy a dar. Tú vas a poner tu
tabernáculo y yo voy a poner el mío, y lo juntaremos de manera que de dos,
haremos uno». Por eso es que en Cristo Jesús están unidas la casa de David
y la casa de Dios, pues Él es cien por ciento humano -Hijo de David (Mateo
1:1; 21:9)-, y cien por ciento divino -Hijo de Dios (Lucas 1:35; 3:32-38). Por
tanto, como el propósito de Dios estaba en David, él era la lámpara de Dios
en esos días. Por eso, estos hombres dijeron: «No queremos que se apague…
¡vamos a cuidar la lámpara!»
Entendamos que el ministerio de David, como rey, representaba la lám-
para, la luz de Dios en Israel, por lo que si David moría eventualmente la
lámpara se apagaría, y con ella todo Israel, porque él era el ungido, el elegido
de Dios y en él estaba la bendición en ese tiempo. David era la vara del tronco
de Isaí de cuyas raíces, dijo Dios, un vástago retoñaría (Isaías 11:1). Jehová
soportó reyes en Judá que no tenían el corazón perfecto para Él, pero por
amor a David su padre, Jehová continuó sosteniendo lámpara en Jerusalén (1
Reyes 15:4). ¿Por qué y para qué? Por el propósito que había en David y en sus
hijos, para que se cumpliera el tiempo en que llegara Jesucristo, quien ya no
fue una lámpara, sino la luz del mundo (Juan 8:12), pues por Jesucristo “El
pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; Y a los asentados en región de sombra
de muerte, Luz les resplandeció” (Mateo 4:16).
David dijo: “Tú encenderás mi lámpara” (Salmos 18:28), y Job, cuando
atravesaba su prueba exclamó: “¡Quién me volviese como en los meses pasados,
Como en los días en que Dios me guardaba, Cuando hacía resplandecer sobre
mi cabeza su lámpara, A cuya luz yo caminaba en la oscuridad; Como fui en
los días de mi juventud, Cuando el favor de Dios velaba sobre mi tienda (…)!”
(Job 29:2-4). Este hombre estaba añorando la época en que él gozaba de
mucho respeto entre jóvenes y viejos, y aun los príncipes detenían sus conver-
saciones de sólo verlo pasar (vv. 7-10). Job lo atribuía a que el favor de Dios
velaba sobre su tienda (v. 4), y su luz resplandecía sobre su cabeza. Como Job
describía en su discurso sobre toda la honra que Dios le había dado, entende-
mos que para él, el favor y la honra de Dios era su lámpara.
Como hemos dicho desde el principio, ningún siervo de Dios tiene nada,
si no tiene la honra de Dios. Podemos poseerlo todo, ser prósperos económi-
camente, pero nuestra mayor riqueza es servirle al Señor, porque ahí radica
nuestra honra y dignidad como individuos. Nuestra herencia es esa distin-
ción, el que Dios nos haya separado para Él; que nos haya tenido por fieles
poniéndonos en el ministerio, que nos haya hecho lámparas, y nos haya dado
su gracia y su favor. Por tanto, aplicando, podemos decir que el ministerio, el
propósito de Dios con mi vida, el favor que me ha concedido y la honra que
me ha dado, todo eso constituye mi lámpara.
Observemos que Jehová había establecido como estatuto perpetuo en el
sacerdocio levítico, que las lámparas del tabernáculo de reunión tenían que
arder continuamente, y ser colocadas en orden, desde la tarde hasta la mañana
(Éxodo 27:20-21). Por tanto, el trabajo del sacerdote era evitar que esa lám-
para se apagase, porque la luz tenía que ser permanente, ya que ese fuego lo
había encendido Jehová. Cuando se dedicó el tabernáculo del testimonio y
los levitas fueron dedicados, se presentó el primer holocausto a Jehová, y dice
la Palabra que salió fuego de la presencia de Jehová que consumió todo lo que
estaba sobre el altar, hasta las grosuras (Levítico 9:24). Por lo cual, se cree que
ese fuego continuó y el trabajo del sacerdote era mantenerlo encendido, y de
allí tomar las brasas de fuego para llenar su incensario (Levítico 16:12).
De hecho, se cree que el pecado de Nadab y Abiú (hijos de Aarón), fue el
haber puesto en sus incensarios fuego que Jehová nunca les había mandado
(Levítico 10:1). A ese fuego Dios le llama “fuego extraño” por ser un fuego que
Él no mandó, sino que ellos mismos introdujeron. Por lo cual, salió fuego de la
presencia de Jehová que los mató, pues como luego Dios sentenció: “En los que a
mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (v. 3).
Ahora que tenemos un poco más claro el concepto de “lámpara” en la
tipología bíblica, como propósito, honra y favor de Dios, entremos en tema
y miremos de nuevo en el libro de Samuel, qué ocurría con esa lámpara en
el templo de Jehová, y por qué se estaba apagando. En tiempo de Samuel, la
lámpara era Elí y su casa. Pero, como dijimos al principio, lo que pasa en la
vida natural es un reflejo de la vida espiritual, consideremos que la misma
actitud que Elí tenía hacia el ministerio y hacia el oficio santo, representaba
su lámpara. Meditemos en algunos detalles que nos dicen el por qué la luz de
su lámpara se estaba extinguiendo.
activos, son una fuente de energía excepcionalmente intensa, viva. Así tam-
bién en nuestro cuerpo, la sangre que es vida está en constante circulación y
los órganos están en movimiento. El Dios Vivo es energía viva, por tanto, el
que lo sigue se tiene que mover. En Dios no hay inercia, porque Él no es Dios
de muertos, sino de vivos (Lucas 20:38).
Mencioné la palabra energía, y puede que te suena muy moderna, o un
término un tanto místico, pues ha sido muy manoseada tanto por el círculo
“científico” como por los que se hacen llamar “iniciados” de una nueva forma
de pensamiento filosófico -que no son otra cosa que huecas sutilezas (Colo-
senses 2:8) – pero debes saber que ellos la sacaron de las Escrituras, aunque
dejaron al Dios de la Biblia que la generó. Nota como es usada la palabra
energía en algunas exposiciones doctrinales del apóstol Pablo. En una ocasión
que él rogaba al Padre de gloria, para que alumbrara los ojos de nuestro enten-
dimiento y nos diera espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento
de Él, dijo: “… según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cris-
to, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestia-
les…” (Efesios1:19-20). Las palabras “poder” y “operación” corresponden a los
vocablos griegos dunamis y energeia, respectivamente (de donde proviene la
palabra que conocemos como energía), y denotan algo que contiene un poder
inherente y una virtud poderosa, para realizar milagros y cosas sobrenaturales
que exceden a todo conocimiento.
Asimismo, cuando en la Biblia dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz
(Hebreos 4:12), la palabra eficaz en griego es energes, porque energía no es
solamente poder, sino eficacia, actividad. De hecho, cuando el apóstol Pablo
se refirió a su obra apostólica dijo: “… para lo cual también trabajo, luchando
según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí” (Colosenses 1:29),
lo que entiendo es que esa “potencia” (gr. energeia), tal como actuó en nues-
tro Señor Jesucristo, así operaba en él, como también opera en nosotros y
en el que es de la fe de Jesús. Dios es energía y nos hace energía en Él. Pero
como la lámpara de Elí se estaba oscureciendo, él miró a Ana, no como una
mujer tocada en la presencia de Dios, sino como una borracha, y por eso la
reprendió. Ese incidente me deja ver que Elí hacía tiempo que ya no oraba
así. Quizás cuando comenzó su ministerio tenía el primer amor y había fuego
en él, como comienzan todos los movimientos de Dios, con la lámpara bien
encendida, y después comienzan a institucionalizarse, y todo se convierte en
burocracia e inercia. ¡Y pensar que Elí fue juez de Israel cuarenta años!
Eso me acuerda al viejo profeta de Bet-el, que vimos en el capítulo anterior,
quien se avivó cuando le contaron la llegada de un joven varón de Dios, una
lámpara encendida a quien Dios usó con poder y grandes señales, para clamar
contra el altar de Bet-el que había fabricado Jeroboam (1 Reyes 13:1-6). Pero
vimos que ese profeta viejo, institucionalizado, tenía años viviendo allí, y fue
testigo de cómo Jeroboam (tipo del anticristo -Daniel 7:25; 2 Tesalonicenses
2:4) cambió los tiempos y modificó todo lo que Dios había instituido, por
miedo a perder el reino (1 Reyes 12:26, 28, 31-33), y él moraba en Bet-el, sin
embargo, nunca levantó su voz en repudio ni clamó a Dios por esas cosas.
Hoy pasa lo mismo, iglesias que andan con alcaldes y gobernadores, porque lo
que quieren es la reputación política y obtener poder, pero ya no son profetas
de Dios. Estos ya no hablan de justicia divina, ni de santidad, mucho menos
de lo santo ni de lo profano, ni de lo que está incorrecto ni de lo que se opone
al propósito de Dios y a sus principios, pues tienen sus almas vendidas.
Mas, el viejo profeta, al ver esa lámpara encendida, corrió para alcanzarlo
antes que el joven se fuera, y pedirle que le siguiera (1 Reyes 13:18). Al joven
seguramente le resultó extraña la invitación, ya que Dios le había advertido
que no se detuviese (v. 17), pero el viejo profeta le persuadió con mentiras,
mostrándole su experiencia, diciéndole en otras palabras: «Yo, como tú, soy
profeta y ministro de Dios desde hace mucho tiempo; ven a mi casa, métete
bajo mi techo, entra bajo mi cobertura que yo tengo más años de experiencia
con Dios y en estas cuestiones que tú». Así también Elí se hizo viejo juz-
gando a Israel, y me pregunto: ¿cuántas personas presentan su experiencia
como credencial? ¿Cuántas dicen: «yo tengo tantos años de experiencia en el
ministerio», y no son más que un año repetido muchas veces, porque en sus
vidas no hay nada de Dios y sus corazones están endurecidos y se mantienen
cerrados a la renovación por el Espíritu Santo? A ellos ya no les habla Dios,
sino que su revelación le viene como al viejo profeta, a través de un “ángel de
luz” (2 Corintios 11:14). Sus ministerios se han apagado, pero Dios quiere que
sean lámparas de Su templo, y estén ardiendo todo el tiempo. Por eso, Jesús
dijo de Juan el bautista que era antorcha que ardía y alumbraba (Juan 5:35), y
a sus ministros llamó llamas de fuego (Hebreos 1:7). Dios quiere que el favor
y la honra que nos ha dado resplandezca y arda en Su fuego consumidor.
A pesar que Elí no podía ver, porque sus ojos se empezaron a oscurecer,
no es una casualidad que en el mismo capítulo donde dice: “y la palabra de
Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia”, también dice:
“Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había
sido revelada” (1 Samuel 3:1,7). Pero luego dice: “Y vino Jehová y se paró, y
llamó… (…) Y Jehová dijo a Samuel” (vv. 10, 11). Vemos aquí, entonces, que
comienzan las visiones, y empieza Dios a encender una lamparita antes que la
otra se apague. Cuando la lámpara vieja se está apagando, Jehová levanta por
otro lado una nueva, porque el Señor siempre quiere mantener Su favor para
Su pueblo. Por tanto, Dios estaba levantando un nuevo ministerio en Samuel,
una nueva lámpara para Israel.
Mas, algo muy extraño ocurrió aquí, algo que la Biblia nos muestra que
no es usual en la conducta divina. Jehová nunca violenta sus órdenes, y cuan-
do tiene un líder no le habla a otro por detrás. El ladrón viene por detrás, pero
el pastor viene por el frente, por la puerta (Juan 10:1-2). Sabemos que Jehová
nunca se dirigió a Josué mientras existió Moisés, ni nunca habló con Aarón
mientras vivió Moisés, sino que siempre lo que les decía o les ordenaba, lo
hacía a través de su líder (Éxodo 7:19; Números 6:23; Éxodo 17:14, Deutero-
nomio 31:14). Dios no le pasa por encima a un líder, pero a una lámpara apa-
gada, ¿quién le hace caso? Jehová es misericordioso, pero cómo ha de seguir
confiando en alguien que lo deshonró, alguien que amó a sus hijos más que a
Él; alguien que permitió que prostituyeran su ofrenda, y no hizo caso.
Algunos dicen: «Ah, pero fue que Elí no amonestó a sus hijos», pero la
Palabra dice que sí los amonestó, y les dijo: “¿Por qué hacéis cosas semejantes?
Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque
no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová. Si pecare
el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra
Jehová, ¿quién rogará por él?” (1 Samuel 2:23-25). El asunto fue que Elí no los
paró, no los detuvo. La Escritura dice: “… sus hijos han blasfemado a Dios, y él
no los ha estorbado” (1 Samuel 3:13). La palabra “estorbar” es el vocablo hebreo
kahah que significa debilitar, refrenar, contener o reprimir su fuerza. En otras
palabras, Elí debió debilitar sus fuerzas, quitándoles la autoridad; debió refre-
narlos, meterse en el medio y decirles: «Ustedes no van a seguir haciendo lo que
hacen; o dejan eso o abandonen el ministerio ahora mismo». ¡Ah, pero no!, su
actitud fue como la de muchos padres que dicen: «¡Ay, esos muchachos están
dañando mi reputación! Pero ¿qué voy hacer? Son mis hijos, quizás llamándoles
la atención puede que recapaciten: ¡A ver, hijitos míos, mis muchachitos, no me
hagan eso…!» Sí, en Elí pesó más su reputación y el vínculo que tenía con sus
profanos hijos que la honra y el temor que le debía a Dios.
Hay quien les aplica a los demás la disciplina de manera inflexible e incle-
mente, pero cuando se trata de su persona siempre encuentra argumentos para
justificarse muy generosamente. Elí debió pararse y decir: « ¿Qué es lo que
ustedes están haciendo? ¿Acaso piensan que por ser mis hijos yo voy a respaldar
su conducta irreverente y pecaminosa, en el servicio a Dios? Escúchenme bien,
cuando se trata de la honra de Dios, no hay esposa, no hay hijos, ni tampoco
¿tú me estás diciendo que vas a orar para eso? ¡Por favor!» En otras palabras:
«Yo no necesito al Espíritu Santo, para que me diga lo que tengo que hacer. Yo
sé lo que tengo que hacer». Y por ahí andan, supuestamente en el nombre de
Jesús, pero llevando su propio mensaje, andando de su propia cuenta, ya que
el mensajero de Jehová es el que el Señor envía. El Hijo de Dios dijo: “Porque
yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio manda-
miento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar” (Juan 12:49). En el reino
de Dios hay enviados, no “llaneros solitarios”.
De hecho, eso es lo que ha pasado con las denominaciones que han perdi-
do la lámpara, que confían más en su organización, en sus instituciones, póli-
zas, y constituciones que en la Palabra de Dios. Ellos predican los domingos
una homilía, para entretener a la gente, nada más, pero no hay Espíritu de
Dios en sus palabras. Ellos han perdido la esencia misma y son como los sadu-
ceos, ignoran el poder de las Escrituras (Marcos 12:24). Ellos han limitado la
Palabra al logos, a letras solamente y han perdido el rhema, la esencia de vida
que hay en ellas. La Biblia es la lámpara, ¿o no dice la Escritura: “Lámpara
es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino” (Salmos 119:105)? Mas, esa
lámpara solo se enciende con la visión, pues únicamente alumbra con el aceite
de la santa unción. Por tanto, hay dos maneras de perder la visión, las cuales
explicaré con detalle a continuación:
El sacerdocio de Elí ilustra muy bien este enunciado, pues sabemos que
honró más a sus hijos que a Dios. Aplicándolo ahora a nosotros, perdemos la
visión cuando lo que más nos importa es la reputación, nuestro “dios ima-
gen”, el quedar bien delante de los demás, ser invitados, ser aplaudidos, ser
vistos, ser considerados y recibir deferencia, por encima del honrar a Dios.
Yo no tengo problemas con la prosperidad cuando es Dios que la da, para
su gloria y honra, y administrada en su temor. Lo que yo no tolero es que
se introduzca ideas mercantilistas a la iglesia; que los mismos conceptos de
las empresas multinacionales que fueron escritos en libros, les pongan textos
bíblicos, y vengan y nos los enseñen en seminarios, a un costo de $200 dóla-
res; vendiéndolos como Palabra de Dios. El problema mío es cuando, al ver
que ciertas compañías en poco tiempo se hicieron grandes empresas, y famo-
sas por sus acertadas técnicas de mercadeo, que sus estrategias se implementen
en la iglesia para salvar almas. ¡Por favor, nosotros no necesitamos nada del
hombre, tenemos a Dios y a su Espíritu Santo, y con eso basta!
en el ambiente. Sin embargo, todas estas cosas las autoridades las hacen para
tener control en la defensa de la nación. Por lo tanto, el que haya muchas leyes
no significa necesariamente orden, sino muchas complicaciones.
No obstante, ¿cuál es el censor en la toma de decisión de los que, en la
actualidad, dirigen las naciones? Su censor es la opinión pública, lo que dice
el pueblo en las encuestas. Los políticos asumen el rol que los haga lucir mejor
delante de todos. Por otro lado, el pueblo, con tal de tener una buena econo-
mía, sigue a aquel que diga que subirá el salario mínimo, disminuirá la tasa
de impuestos, rebajará el alquiler y dará seguro médico gratuito, sin impor-
tarle que sea un sinvergüenza, que legalice el aborto y apoye los movimientos
homosexuales, ¡no les importa! Para ellos es su ganador, pues les asegura su
estabilidad económica y les abarata el costo de la canasta familiar. Por eso,
el que está presidiendo y quiere reelegirse en el próximo período, no importa
que no haya trabajado, que la agenda no cumpliera y no conservara los princi-
pios morales de la nación, solo tiene que empezar a prometer todas esas cosas
que desean las masas, participar en desfiles con las minorías, y exhibirse, en
caminatas, con homosexuales. Entonces ¿quién dirige a quién? Cuando en
una nación la lámpara de Dios está apagada, no hay liderazgo ni quién guíe.
En cambio, la Biblia me enseña que Dios elige sus instrumentos. Al que es su
siervo, Dios lo hace un líder y le da visión e instrucción para que dirija al pueblo,
no el pueblo a él. Pero muchos se han refugiado en el sistema democrático, por-
que no tienen visión celestial y no encuentran otra forma para dirigir. Ya Dios
no les habla, entonces dicen: «¡Bah, eso de los dones fue para el primer siglo, eso
ya no es necesario! Ahora lo que cuenta es trabajar con las almas». En otras pala-
bras, ellos aluden que la primera iglesia necesitaba el Espíritu Santo, pero que la
de ahora no. ¡Oh, Señor, ignoran las Escrituras! ¡La iglesia de hoy necesita mil
veces más al Espíritu Santo que la del tiempo de los apóstoles! Nuestro Señor
Jesucristo que es la sabiduría en persona, dijo: “Pero cuando venga el Espíritu de
verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino
que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan
16:13). Lo que ocurre es que se han inventado una teología donde los dones,
milagros y maravillas eran señales para los inconversos de aquellos días, porque
supuestamente ya Dios todo lo dijo en la Biblia, y no hay necesidad del Espíritu.
Pero el autor y consumador de la fe, nuestro Señor Jesucristo, dijo:
Inocencio III mató ciento de miles de ellos, dicen los historiadores, aunque
se cree que quedan algunas ramificaciones en ciertas áreas de Italia y Francia,
pero muy mínimas, ni tampoco con la presencia y fuerza que tenían antes.
De igual manera, fuimos a la casa de John Wesley y comenzamos allí a
proclamar que el Señor levante el espíritu que Dios había derramado en este
hombre. Cuando fuimos a Turquía (antigua
Asia menor) allá rogamos al Señor por el
“Se pierde la espíritu de las siete iglesias (Éfeso, Esmirna,
visión cuando se Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Lao-
dicea), pidiéndole al Dios que traiga vida,
envejece, pero no que resucite el espíritu de esas iglesias. Y
se madura creemos por fe que Dios las está encendien-
en Dios” do, porque Dios no es un Dios de muertos,
sino de vivos. Te comparto esto, no con la
intención de criticar las lámparas apagadas,
sino para animarte, a ti lector, para que no te apagues y para que oremos don-
de quiera que el Espíritu muestre lámparas extinguidas, sofocadas, apagadas.
Entiende que cuando se apaga una lámpara es prácticamente un propósito del
reino de Dios que se sofoca o extingue. Una hoguera se enciende con leñas, y
una llama enciende la otra, por lo que no me puedo alegrar, ni criticar a
alguien que se le haya apagado la lámpara, porque se puede apagar la mía.
Ahora, con esos ejemplos quiero alertarte que la iglesia tiene veinte siglos de
historia y su lámpara, tristemente, no está resplandeciendo, sólo humea.
La vida en el Espíritu no es una forma religiosa, es un Camino (Hebreos
10:20). Cuidémonos del fanatismo religioso, de creer que el movimiento
nuestro es lo último que Dios va a hacer, y se va a quedar aquí, en este “monte
Sinaí” o en nuestra “enramada” (Mateo 17:4), ¡por favor! Dios no se detiene,
Él sigue adelante. Su Palabra dice que Él nos lleva de gloria en gloria (2 Corin-
tios 3:18); Dios no hace lo mismo todos los días, su gracia es multiforme (1
Pedro 4:10). Ni siquiera un árbol tiene dos hojas que sean exactamente igua-
les; Dios es creativo, en cambio el diablo es un imitador.
¡Cuidado con honrar más a los hombres que a Dios!, pues ahí comienza
a perderse la visión. A los hombres hay que darles el grado de honra que Dios
manda que se les dé, si están en autoridad (Romanos 13:7); especialmente a
los que gobiernan bien, a los que respetan a Dios. Esos tienen autoridad por-
que la fe ha funcionado en ellos y por eso pueden enseñar. Los ancianos que
gobiernan bien deben ser tenidos por dignos de doble honra, y los diáconos
también (1 Timoteo 5:17). Todo el que gobierna bien en Dios tiene autoridad,
Tampoco el problema de Elí era la edad física, porque esta solo era una
representación de su indolencia, pues realmente donde él se había añejado era
en desidia y apatía espiritual. Su ministerio no tenía vida ni fuerzas, ¡se había
engordado!, por lo que aparte de desgastado
estaba muy pesado. El hombre había creci-
“En todo lugar do en grasa, pero no en gracia. Sabemos que
cuando una persona está en sobrepeso, un
donde se honre simple movimiento se constituye en un gran
más al hombre esfuerzo, figúrate entonces tener que mover
que a Dios, todo el peso de su cuerpo. Pero, Elí no tan
¡nacerá un sólo estaba pesado, sino que estaba viejo y
ciego; tenía tres impedimentos: no veía,
Icabod!”
tenía poca movilidad y padecía los achaques
propios de la edad. ¡Qué podía hacer un
hombre en esas condiciones!
Ahora, lo antes dicho no es para que te preocupes o te llenes de ansiedad,
sino que lo escribo para sacudirte, de manera que digas: «¡Señor, líbrame de caer
en rutina espiritual y en dejadez! A veces me siento decaer, pero me voy a levan-
tar en el nombre de Jesús, porque soy un ministro del Nuevo Pacto; yo tengo
la renovación por el Espíritu, yo tengo el perdón de Dios. En la fe del Hijo, yo
puedo decidir cambiar esta situación en mi vida, porque es Su voluntad, por eso
me hace esta advertencia. Me levantaré, alzaré mis ojos a ti, ¡Oh Señor, porque
Tú encenderás mi lámpara! ¡Enciende mi lámpara Dios!, ¡aumenta su llama,
qué no se apague mi lámpara, por favor!». Sí, amado, sé prudente y vela, y no
seas insensato. Toma tu lámpara y juntamente con ella, llena tu vasija de aceite,
para que no te falte (Mateo 25:3, 4, 8). Veamos como sigue el relato bíblico:
Escúchalo bien, en todo lugar donde se honre más al hombre que a Dios,
¡nacerá un Icabod!, porque el Arca será trasladada y su lámpara no alumbra-
rá más. No tendrán luz, porque “Arca” representa la gloria de Dios, y sin el
Señor no hay quien resplandezca. Por eso, ninguno de los avivamientos en la
iglesia ha podido permanecer, porque comienzan con Dios y terminan con
el hombre; se le da más culto al ungido en vez de al que unge. Nota que Dios
prefirió (y esto quiero que lo grabes en tu corazón) que Su gloria estuviera en
un templo pagano, a que permaneciera en un lugar donde le deshonraron.
El Señor permitió que la representación de su gloria estuviese en un templo
pagano, junto a Dagón (cosa que aborrece su alma -Deuteronomio 16:22), y
habitar en tierra extraña con el enemigo, que estar un día más junto a quienes
con sus labios le honraban, pero en sus corazones lo desechaban.
¿Recuerdas la historia de Ana y de Penina (1 Samuel 1:2)? Pues bien, la
misma nos habla de dos mujeres, que a su vez representan dos tipos de iglesias
y el contraste de dos ministerios. Mientras Ana representa el alma humillada
-que posiblemente por cierta situación no había parido- pero sabe humillarse
delante de Dios, sabe buscarle y anda siempre buscando su favor; Penina repre-
senta la iglesia arrogante, prepotente, la que porque tiene “mucho” menospre-
cia, hasta llevar a la ira y al complejo a la que no tiene nada (1 Samuel 1:6).
Penina usaba la bendición de Jehová para confrontar a Ana su impedimento,
su esterilidad, como símbolo de maldición. Como diciendo: «Yo, cuyo nombre
significa “joya”, “piedra preciosa”, tengo hijos, muchos hijos, soy fructífera, en
cambio tú, aunque tu nombre significa “gracia”, eres una maldita, no tienes
nada, ¡estás seca!». Así hay iglesias que tienen mucha prosperidad económica,
grandes coros, muchos miembros, etc. y menosprecian a las congregaciones
pequeñas. Pero Ana, aunque no tenía nada, tenía el amor del esposo, de lo que
carecía Penina (1 Samuel 1:5). También ella sabía humillar su alma delante
del Fiel Creador, porque, en última instancia, sabía que el deseo de su corazón
dependía de Su favor (v. 6). Y cuando Dios le concedió tener un hijo se lo
dedicó a Él. La palabra dedicar significa transferir, apliquemos entonces que
Ana deseaba bendición, pero para transferirla a Dios, y no para ella. Por eso,
ella oraba agradecida, diciendo:
¿Cuántos saben que Dios traslada? Sí, Él traslada y lo hace de dos formas,
según lo muestra en su Palabra: 1. Cuando llega el momento de la relevación,
y 2. Cuando Él tiene que intervenir, porque no se está cumpliendo su propó-
sito. Es diferente ser relevado cuando la obra termina, a ser quitado por no
haber dado honra a Dios. Por ejemplo, Moisés fue quitado cuando su tiempo
terminó y tuvo una descendencia espiritual -Josué-, el cual ocupó su lugar
(Deuteronomio 34:9). Elías fue quitado cuando Dios se lo llevó con Él en
vida, pero no sin antes ungir a Eliseo, para que le sustituyera (1 Reyes 19:16).
También el apóstol Pablo pasó su manto a Timoteo (2 Timoteo 4:6). Pero,
el traslado de la gloria de Dios en el tiempo de Elí fue porque no sirvió con
temor ni honró a Dios. No sé tú, amado, pero el día que yo sea trasladado
como Elías al cielo, quiero que cuando mi manto caiga, lo haga sobre un hijo,
porque Dios me haya dado descendencia y no que Jehová me quite el manto,
porque fui inepto e indigno delante de Él.
Icabod nació para ser un estigma, un sello de oprobio toda la vida, pues
para nosotros puede que sea un nombre como otro cualquiera, pero para Israel
no. Llamar a Icabod era traer a la memoria cada vez que se le nombrara que la
gloria de Jehová fue trasladada, por no haberle dado honra a Dios. El ministerio
es para honrar a Dios. Entiendo que cuando la Biblia, dirigiéndose a David,
dice: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo te
tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que
fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel” (2
Samuel 7:8), significa que aunque natural- “Si alguien no
mente David era un pastor de ovejas, Jehová sabe lo que
lo tomó de allí y lo llevó al trono. También, significa un
espiritualmente, lo podemos aplicar a que lugar de honra,
David era una de las ovejas del redil de Dios,
se hace indigno
y de entre todas sus ovejas de Israel, el Buen
Pastor tomó una ovejita conforme a su cora- de esa distinción”
zón, llamada David y la honró poniéndola
como rey, para reinar a través de él. Pues,
cuando Dios pone a alguien en autoridad es para que esa autoridad le reconozca
y el Señor pueda gobernar y ejercer Su voluntad a través de ella. Así, cuando
Dios puso como autoridad a Adán sobre todo lo creado, no simplemente fue
para honrar a Adán, sino para que Adán lo honrara a Él.
Toda función de honra que Dios da es para honrarlo a Él, no a nosotros.
El apóstol Pablo entendió este principio cuando dijo: “Palabra fiel y digna de
ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,
de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15). Pero antes había dicho: “Doy
gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por
fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor
e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en
tumores desde el más chico hasta el grande (1 Samuel 5:8-9); la llevaron a Ecrón
y allí el clamor de muerte subía al cielo, porque los que no morían, ya estaban
enfermos de muerte, así que no salieron de un “ay” hasta que retornaron el Arca
en bueyes. ¿Funciona o no la gloria? ¡Claro que funciona! No funciona cuando
se la usa sin Dios, como hay personas que estando en enemistad con el Señor
quieren recibir Su favor. Dios te ha favorecido en Cristo, pero te salvó para que
tú vivas para Él, no para que sólo te beneficies de lo Suyo, y sigas viviendo para ti.
Dios traspasó su gloria y ese es uno de los episodios más tristes de toda
la Biblia. Estoy seguro que el corazón de Dios como Padre fue muy herido,
porque Él no actúa así. El Señor no aflige ni entristece innecesariamente a los
hijos de los hombres; es algo involuntario en Él (Lamentaciones 3:33). Por lo
cual, cuando Él castiga lo hace con gran dolor, como castiga un padre al hijo
que ama, pero lo hace porque Jehová no va a arriesgar Su causa y propósito,
por beneficiar al culpable. Jehová es justicia y el mal hay que extirparlo a
tiempo para que no haga daño.
Ahora, no nos impresionemos por el aspecto negativo de este mensaje,
porque no está en la intención de Dios atemorizarte, jamás. Dios no quiere
que se le sirva por miedo, pues al cielo nadie llegará asustado, sino enamorado
del Señor Jesucristo. A Dios hay que servirle con alegría, pero conscientes que
su amor no es indulgente, sino comprometido. No olvides que para poder
salvarnos tuvo que entregar a su Hijo, y en Él cumplir el castigo que tú y
yo merecíamos. Jehová no dijo, como dicen los políticos: “Borrón y cuenta
nueva”, no, sino que dijo: «Tienes una deuda con la justicia divina y hay que
pagarla, para poder perdonarte. Tú no la puedes pagar, yo la voy a pagar por
ti, pero mis estándares no van a bajar para salvarte, sino que los voy a cum-
plir». Por tanto, “ la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida
eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). ¡Alabemos la misericor-
dia y gracia de Dios! Las lámparas de las vírgenes fatuas se apagaron porque se
les agotó el aceite, pero la lámpara de la casa de Elí se apagó, porque tanto él,
como sus hijos no ministraron en conformidad a la honra que recibieron de
Dios. Que el Señor siempre mantenga nuestras lámparas encendidas y nunca
quite nuestro candelero de su lugar (Apocalipsis 2:5).
niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto? Y decían el uno al
otro: Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto” (Números 14:2-4).
A los doce espías, Jehová los había enviado a espiar la tierra, pero en esa
diligencia, hubo diez que no espiaron la tierra, sino que la tierra los espió a ellos,
mostrando que no estaban preparados para habitarla, pues en sus corazones
solo había incredulidad y rebeldía (Números 14:11). Por su causa, el pueblo
reaccionó en esta forma, ya que ese espíritu de incredulidad y de pesimismo
entró en ellos y empezaron a ver todo turbio y a desear las cosas que ya habían
dejado atrás. Se olvidaron que Jehová los
había sacado de Egipto, con señales y mara-
villas, que abrió el mar rojo, hizo milagros
para alimentarnos y protegerlos, también “La fe verdadera
peleó por ellos. Y ahora, cuando estaban a se basa en las
punto de pasar el Jordán, sucede que la tierra promesas de Dios,
prometida estaba ocupada por un pueblo sin negar la
más fuerte que ellos. Mas, en lugar de mirar
al Dios que los libertó, dejaron que ese espí-
realidad de las
ritu de frustración e incredulidad corriera cosas”
como una ola maligna sobre toda la congre-
gación de los hijos de Israel.
Sin embargo, el espíritu de Caleb y Josué era diferente a los de esos diez.
Estos dos hombres fueron perfectos en pos de Jehová (Números 32:12), porque
le creyeron. Ellos dijeron: “La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tie-
rra en gran manera buena. Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta
tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes
contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos
como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los
temáis” (Números 14:7-9). Ante la adversidad, ellos no desistieron, sino que se
entregaron, se consagraron más y reaccionaron maduramente ante la crisis.
Personalmente, siempre me ha ministrado la fe de Caleb y Josué, pues su
fe no fue ilusoria, sino reflexiva; una fe que no niega la realidad de las cosas.
Hoy se habla de una súper fe, de algo que no es fe, porque niega la realidad,
y cuando alguien dice estoy enfermo, esa fe dice: «No, no, eso es mentira del
diablo, tú no estás enfermo; declárate sano, porque tú estás sano», cuando la
verdad es que está enfermo. La fe verdadera se basa en las promesas de
Dios, sin negar la realidad de las cosas.
Hay personas que tienen un escudo para contrarrestar la realidad, y
creen que eso es fe. Mas, cuando no nos sentimos aptos para bregar con una
ministrar dentro del santuario, sino que a ellos se les asignaron labores que eran
prácticamente fuera del tabernáculo. Por eso, Moisés les dijo: “¿Os es poco que el
Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel, acercándoos a él para
que ministréis en el servicio del tabernáculo de Jehová, y estéis delante de la congre-
gación para ministrarles, y que te hizo acercar a ti, y a todos tus hermanos los hijos
de Leví contigo? ¿Procuráis también el sacerdocio?” (Números 16:9-10).
Hay personas que si no predican o cantan en el culto piensan que no son
ministros, y en eso hay un tremendo error. En el antiguo sacerdocio todos eran
levitas, porque esa fue la tribu que Dios separó para eso (la tribu de Leví), pero
algunos eran además sacerdotes. La diferencia era por causa de la función, no
por dignidad. Esa función sacerdotal le fue delegada exclusivamente a Aarón
(sumo sacerdote) y a sus hijos Nadab, Abiú, Eleazar e Itamar, llamados y con-
sagrados por Dios, para ser sus sacerdotes perpetuamente, de entre los hijos
de Israel (Éxodo 28:1; 30:30; Números 3:3). Por eso, si estudias el sacerdocio
levítico, encontrarás que se repite como un estribillo la expresión “los sacerdotes
hijos de Aarón” (Levítico 1:5, 8,11; 2:2,3:2; Números 10:8; 2 Crónicas 26:18).
La familia de Aarón fue tomada de la tribu de Leví, para ser sacerdotes, como
la tribu de Leví fue elegida entre las demás tribus, para servir en el tabernáculo,
e Israel, un pueblo escogido entre las demás naciones de la tierra, para ser el
especial tesoro del Dios Altísimo, no porque era más que los otros pueblos, sino
porque Jehová los amó (Deuteronomio 7:6-8). Esa honra solo la da Dios.
Los sacerdotes ministraban a Dios, mataban animales, encendían las
lámparas, ponían los panes, quemaban el incienso, sacaban la ceniza, etc. Los
levitas, por su parte, cargaban agua; desarmaban y armaban el tabernáculo del
testimonio, cuando debían trasladarse de una estancia a otra; como también
tenían que guardarlo, velarlo, pues ningún extraño podía acercarse ya que
moriría. En otras palabras, facilitaban el servicio a Dios (Números 1:50, 51).
Mas, ellos querían algo más, codiciaban el liderazgo. Por eso, le dijeron a
Moisés: “¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos,
y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la con-
gregación de Jehová?” (Números 16:3). Y cuando Moisés los escuchó, se postró
sobre su rostro, por segunda vez, ante una crisis o rebelión (v. 4).
Luego, Moisés dijo a Coré y a todo su séquito: “Mañana mostrará Jehová
quién es suyo, y quién es santo, y hará que se acerque a él; al que él escogiere, él
lo acercará a sí. Haced esto: tomaos incensarios, Coré y todo su séquito, y poned
fuego en ellos, y poned en ellos incienso delante de Jehová mañana; y el varón a
quien Jehová escogiere, aquél será el santo; esto os baste, hijos de Leví” (Números
16:5-7). Por su tono, era obvio que el siervo de Dios estaba irritado por la acti-
tud de estos hombres, pero de su boca no salió ninguna palabra desmedida
ni ofensiva hacia ellos, sino que prefería que Dios les convenciera. Pero ellos
no tan solo estaban rebelados contra Moisés y Aarón, sino que convocaron y
suscitaron a toda la congregación de Israel a su favor, para tomar el sacerdocio
y el liderazgo del pueblo de Dios. Mas, Jehová no soportó la altivez de esos
corazones y cuando apareció en su gloria, dijo a Moisés y Aarón: “Apartaos de
entre esta congregación, y los consumiré en un momento” (v. 21).
Si Jehová consumía a todo ese pueblo, en especial a los revoltosos, le qui-
taría un gran dolor de cabeza a Moisés, ¿no crees? ¡Qué oportunidad, qué res-
paldo para este siervo de Dios! ¿Quién no se echaría a un lado para que Dios
hiciera lo que tenía que hacer? Pues, como dice el dicho popular: “Muerto el
perro, se acaba la rabia”. Para Dios no era nada consumir a ese pueblo, pues
podría crearse otro, sin embargo, las Escrituras dicen que Moisés y Aarón se
postraron sobre sus rostros, por tercera vez, y dijeron a Jehová: “Dios, Dios de
los espíritus de toda carne, ¿no es un solo hombre el que pecó? ¿Por qué airarte
contra toda la congregación?” (Números 16:22). Entonces, Jehová oyó su voz
y le dijo: “Habla a la congregación y diles: Apartaos de en derredor de la tienda
de Coré, Datán y Abiram” (v. 24). Así que la congregación fue preservada
por la intercesión de Moisés, aunque aquellos hombres impíos fueron traga-
dos por la tierra, mostrando Jehová que sus siervos fueron enviados por Él a
hacer todas las cosas que hacían y que aquellos hombres le habían irritado (vv.
28-33). Luego, salió fuego de delante de Jehová que consumió a los doscientos
cincuenta hombres que ofrecieron el incienso también (v. 35).
A raíz de esta rebelión, Jehová levantó un memorial con los incensarios
de estos hombres, y dio instrucciones a Moisés para que el sacerdote Elea-
zar tomara los incensarios de bronce e hiciera de ellos planchas batidas para
cubrir el altar y sean como señal a los hijos de Israel de que ningún extraño
que no sea de la descendencia de Aarón se debía acercar para ofrecer incienso
delante de Jehová (Números 16:38-40). ¡Qué momentos tan funestos! Tres
familias, con sus mujeres, hijos, animales, etc., descendieron vivos al Seol,
tragados por la tierra, por causa de una ambición ministerial. Ciento cincuen-
ta varones santificaron con sus vidas, consumidas en el fuego, sus incensarios,
por acercarse a ofrecer incienso delante de Jehová, sin haber sido llamados por
Él a hacerlo. Grande era el temor de aquella congregación de correr la misma
suerte, por haber escuchado a hombres impíos. ¡Qué tristeza! Sin embargo, no
pasaron muchos meses, ni siquiera semanas, sino un día, veinticuatro horas
después de esta tragedia, cuando la rebelión se puso peor.
Sucedió que el pueblo en vez de meditar en todos estos hechos, empezó a
murmurar en contra de Moisés y Aarón, diciendo: “Vosotros habéis dado muerte
al pueblo de Jehová” (Números 16:41). Mas, cuando ya se juntaban en contra de
orar; meter su rostro en sus piernas (como oraban los antiguos delante de
Dios), encorvando su cerviz en señal de reverencia y rendición. Te aseguro
que mientras haya humillación habrá remisión.
Ahora veamos qué hizo Dios: “Entonces toda la multitud habló de apedrear-
los. Pero la gloria de Jehová se mostró en el tabernáculo de reunión a todos los hijos
de Israel, y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta
cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos? Yo los
heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más
fuerte que ellos” (Números 14:10-12). Es decir que la gloria de Dios impidió
que estos hombres fueran apedreados por la multitud enardecida. Jehová estaba
irritado y con razón, pues con todas las señales y prodigios que había hecho,
cada día obrando a su favor, todavía no le creían ni tenían fe en lo que les había
prometido. Esa actitud del pueblo es una evidencia más de que los milagros no
cambian a nadie, pues el que no tiene corazón, jamás le va a creer a Dios, aun-
que vea lo que vea. Ese fue el error de Elías, y por eso se deprimió tanto, porque
él pensaba que al descender fuego del cielo, y el pueblo ver ese gran milagro,
Israel se iría en pos de Jehová. Pero cuando un pueblo no tiene corazón no
creerá, aunque Él le baje el cielo. Es la misma actitud de quienes quieren ver la
gloria, pero para que esta les favorezca, los satisfaga, les supla sus necesidades y
les resuelva los problemas, pero aunque la vean como la vean seguirán siendo
los mismos. Sin embargo, cada vez que la gloria descendió, transformó, pues
mirando a cara descubierta como un espejo la gloria de Dios, somos transfor-
mados en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Corintios 3:18).
Hay que tener esa imagen, ese carácter, ese corazón.
Ahora, cualquiera puede molestarse con un pueblo tan incrédulo, espe-
cialmente Dios, quien solo obraba a su favor. Nota que muchos maestros se
molestan con los niños, cuando les toma semanas enseñarles un concepto y no
ven resultados, pues los alumnos están distraídos, y en vez de poner atención
a la enseñanza, están entretenidos, y por eso no aprenden. De la misma forma
se enoja Dios, pues también espera ver fruto en nosotros. Jehová tenía razón,
tantas señales, tantas obras a favor de este pueblo y actuaban como si no le
conociesen. Así que no era injusta Su propuesta, cuando dijo: “Yo los heriré de
mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que
ellos” (Números 14:12). Esta fue la propuesta de Dios al intercesor Moisés.
En realidad, no era ésta la primera vez que Dios le hacía esa propuesta a
Moisés. Cuando adoraron el becerro de oro, Dios se molestó y dijo a Moisés:
“Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz. Ahora, pues,
déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación
grande” (Éxodo 32:9-10). En estos incidentes aparece Moisés como más justo
que Dios, pues vemos a Jehová como un iracundo, que constantemente se está
enojando contra su pueblo, y a Moisés el que intercede y lo aplaca. Parece así,
pero no es. Lo que sucede aquí es que como dijo el apóstol Pedro, el Espíritu
de Cristo estaba en los profetas (1 Pedro 1:11), por tanto, la justicia y la mise-
ricordia desde siempre han estado intercediendo por la vida de los hombres,
hasta que se reconciliaron y se besaron en la cruz del calvario (Salmos 85:10).
La justicia, naturalmente, reclamando lo que es de Dios, lo justo, lo recto y
el castigo para el pecador; y la misericordia, por su parte, pidiendo perdón
y paz para el transgresor. En Dios vemos esa actitud hasta la cruz: por un
lado el Dios justo que ama la justicia, la verdad y lo recto, y que de ninguna
manera tendrá por inocente al culpable (Nahum 1:3) y por otro, la misericor-
dia diciendo: perdona, Dios, perdona. Mas, ese conflicto terminó en la cruz,
cuando en el cuerpo de Cristo, la misericordia y la verdad se encontraron, y
la justicia y la paz se besaron, derramando desde las alturas la buena voluntad
de Dios para con los hombres (Salmos 85:10; Lucas 2:14).
Cuando la justicia es satisfecha, ya no tiene que haber juicio, porque sus
demandas han sido cumplidas, y se moviliza entonces la misericordia y la gracia
a favor del trasgresor. Me parece insólito que estemos estudiando este tema en el
Antiguo Testamento, cuya ley decía: “vida por vida, ojo por ojo, diente por diente,
mano por mano, pie por pie” (Deuteronomio 19:21). Igualmente, ver a Moisés,
su intermediario, (aunque sabemos que en realidad era Jesús en él), suplicando
ante un Dios severo, irritado por un pueblo de dura cerviz. El que camina con
Dios debe conocerlo y saber que Jehová siempre actúa de acuerdo al pacto que
está vigente. La gente piensa que el Dios del Antiguo Testamento es diferente al
Dios del Nuevo, pero no, es el mismo, solamente que el pacto es distinto. Por
tanto, Él no ha cambiado, aunque el pacto sí cambió, y cuando cambia el pacto,
Dios se comporta de acuerdo a como este se rige.
Analicemos ahora en qué consistía la propuesta divina. Jehová le estaba
diciendo a Moisés: «Échate a un lado, y permíteme destruir totalmente a este
pueblo, y comenzar contigo una nueva nación. Voy a borrar todo lo que hice
desde Abraham hasta aquí, y te convertiré en el nuevo “padre de multitudes”».
Imagínate que Dios te proponga lo mismo, es para pensarlo, ¿no?
Con todo, pienso que Dios no estaba hablando por hablar. Si te lees el
Génesis, encontrarás que Dios, en el principio, hizo los cielos y la tierra, y al
hombre; y le dijo a Adán que se multiplicase y llenase la tierra. Este comenzó
a hacerlo, pero el pecado ya había corrompido a toda la creación, de manera
que le dolió a Dios en su corazón ver tanta maldad y decidió raer todo lo que
había creado hasta ese momento, incluyendo al hombre. No obstante, Noé
había encontrado gracia ante sus ojos (Génesis 6:6,8), por lo que lo preservó
junto a su familia, y luego de destruir el mundo antiguo con las aguas, le dijo:
“Sal del arca tú, y tu mujer, y tus hijos, y las mujeres de tus hijos contigo. Todos
los animales que están contigo de toda carne, de aves y de bestias y de todo reptil
que se arrastra sobre la tierra, sacarás contigo; y vayan por la tierra, y fructifi-
quen y multiplíquense sobre la tierra” (Génesis 8:16-17), estableciendo un pacto
perpetuo entre Dios y todo ser viviente de no destruir nuevamente la tierra
con diluvio (Génesis 9:11). Podemos aplicar entonces, que Noé se convirtió en
un segundo Adán, pues con el diluvio, Dios terminó con todo lo que había
creado antes (desde Adán hasta ese momento), y comenzó de nuevo con él.
Incluso, Jehová le dijo a Noé las mismas palabras que en el Principio dijo a
Adán: “… fructificad y multiplicaos; procread abundantemente en la tierra, y
multiplicaos en ella” (Génesis 9:7), y hubo un nuevo comienzo.
Así que Jehová había soportado suficientemente a ese pueblo, irritante e
incrédulo, pero ahora le ofrecía a Moisés ponerlo sobre gente grande, y hacer de
él una gran nación. Medita un poco sobre esa propuesta, y piensa qué harías si
fuese a ti que Él te la haya propuesto, como te lo planteé anteriormente, ¿qué
harías tú? Es posible que alguien diga: «Esta es mi oportunidad… ¡Ahora o
nunca! Dios está airado con todos, pero está contento conmigo, ¡qué bien!»
¿A quién -que esté en la carne- no le gustaría eso? Traslademos esta situación
a cualquier otra que puede ocurrir cuando ministramos; qué sucedería si Dios
derrama sobre ti Su unción de sanidad, y todo aquel al que le impongas las
manos se sane, y empieces a hacer milagros y maravillas; qué pasaría si fueras
tú el que llena los estadios y que todo el mundo hable de ti, de esa unción
poderosa, de esa prédica ungida, de esa palabra profética cumplida; que tú
seas la noticia en los periódicos cristianos por tener un ministerio tan grande,
y en las revistas, tú estés en sus portadas por semanas; y seas el pastor de una
congregación de más de cinco mil personas. ¿O no es eso lo que dice Dios
cuando habla de hacer de él una gran nación? Inclusive, dijo más el Señor,
pues habló de ponerlo sobre gente más grande y más fuerte que ellos (Núme-
ros 14:12). Israel era un pueblo bendito, pero el nuevo pueblo en que Dios
pondría a Moisés sería doblemente más bendito.
Sin embargo, aunque el Fiel y Verdadero estaba actuando genuinamente,
esa propuesta constituía una prueba al corazón de Moisés. Jehová no solamente
prueba, como nosotros acostumbramos a verle, en cosas materiales o en asuntos
que pertenecen a la carne, sino que Él muchas veces aprovecha momentos bien
espirituales, propuestas en situaciones muy convenientes, para pesar lo que hay
en tu corazón. Considera que cuando Jesús estaba en el Getsemaní, atravesando
una tremenda agonía que hasta sudaba gotas de sangre (Lucas 22:44), que el
Padre le pudo decir: «Hijo, siento un gran dolor verte en ese sufrimiento, dime
ahora mismo si quieres que te envíe una legión de ángeles que te traigan al ins-
tante a mi presencia, y acabamos con todo esto de una vez por todas»La Biblia
no registra ningún diálogo semejante entre el Padre y el Hijo, pero la oración
de Jesús revela esa actitud. Jesús dijo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero
no se haga mi voluntad, sino la tuya” (v. 42), como diciendo: «Padre, si en verdad
quieres aliviarme en este sacrificio, que sea porque tú lo quieres, no porque yo te
lo pido; pero si algo quieres hacer, no lo hagas porque ves que mi humanidad se
resiste al conflicto, sino que se cumpla tu designio, agradable y perfecto». Cristo
rogaba al Padre que no lo mirara a Él, sino al propósito, al pueblo que por su
sacrificio llevaría a la gloria. Jesucristo había descendido para misericordia, no
para juicio; y lo hizo voluntariamente.
Este era el mismo conflicto que estoy seguro el Hijo de Dios sufrió en la
cruz, viendo que todos se burlaban, y mientras unos echaban suertes, mien-
tras repartían sus vestidos, otros decían: “Tú que derribas el templo, y en tres
días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz.
(…) A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda
ahora de la cruz, y creeremos en él” (Mateo 27:40, 42). Y hasta los que esta-
ban crucificados con él le injuriaban (Marcos 15:32). Mas, Él en silencio los
observaba y sé que el Padre también. Era lo mismo, posiblemente mientras
Jesús miraba a la multitud enardecida, oía la voz de Dios que le decía: «Tú
eres justo, en ti no hay pecado, estoy complacido contigo. Permíteme que
acabe con todos estos ingratos, que elimine a este pueblo que viniste a salvar
y ellos mismos son los que hoy te entregan y se burlan, ¡no te han creído! Te
cambiaron por Barrabás (Mateo 27:17,20), y prefirieron por encima tuyo al
déspota Cesar, pues cuando Pilato procuraba soltarte, ellos gritaban: “Si a
éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone. (…)
¡Fuera, fuera, crucifícale! (…) No tenemos más rey que César” (Juan 19:12, 15).
Hijo mío, deja que mi ira se encienda sobre ellos y los consuma». Mas, Jesús,
le decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
De igual manera, Dios le propone a Moisés ser grande y ponerlo sobre
un pueblo fuerte, sobre una nación grande, mejor que Israel, a precio de dar
al traste con su propósito y de destruir a ese pueblo al cual había sacado con
mano fuerte de Egipto y sustentado en el desierto. Sin embargo, Jehová se
dirige a un hombre que sufría como él las actitudes de ese pueblo, que hasta
en una ocasión tuvo que decirle a Jehová: “¿Qué haré con este pueblo? De aquí
a un poco me apedrearán” (Éxodo 17:4). Pero como también tenía el corazón
de Jesús, en el momento del juicio, Moisés se iba a favor de la misericordia, así
pero nosotros no podemos engrandecernos sin Dios. Ten cuidado, porque esa
prueba la puedes tener tú, en cualquier momento, y ¿en qué pensarías: en tu
nombre o en Su grande nombre? ¿Dónde se irían tus pensamientos cuando
te creas más fiel que los demás, cuando consideres que los demás merecen
ira, rechazo y juicio, y tú reconocimiento? Jesús había sido perfecto hasta la
Cruz; sin embargo, se olvidó de sí mismo, y dice la Palabra que menospreció
el oprobio, la vergüenza de morir en una cruz, y se perfeccionó en la aflicción,
para llevar muchos hijos a la gloria (Hebreos 12:2; 2:10).
Jehová le dijo a Moisés que lo iba a engrandecer, pero él le contestó: “Aho-
ra, pues, yo te ruego que sea magnificado el poder del Señor” (Números 14:17).
Dios lo quería hacer grande, pero él le responde: «no, ahora yo te ruego que
seas magnificado tú» ¿Qué significa magnificado? Esa palabra significa ser
engrandecido, enaltecido, ensalzado, ponderado, glorificado. Por lo cual, lo
que Moisés le propone a Dios -con ruego, pues es así que se intercede, y no
con exigencias- que en vez de ser él engrandecido, sea Dios el grande. En otras
palabras, Moisés le dice: «Mira, yo te ruego, yo te suplico, oh Dios, que no me
hagas grande a mí, sino haz grande tu poder». Ese es el Espíritu de Cristo, y
por tanto, el espíritu del reino.
Amado, cuando le servimos a Dios ¿en que pensamos? Fíjate cómo Moi-
sés, en ruego, le contestó, recordándole a Jehová cómo había perdonado al
pueblo todas las veces que lo provocaron, incluso cuando pidieron dioses e
hicieron un becerro de fundición en lugar de Dios (Éxodo 32:1-4). En aquella
ocasión, Jehová había magnificado Su poder, al no consumir a ese pueblo idó-
latra y desobediente, sino que sus misericordias se renovaron, y Él mantuvo
Su palabra de ir con ellos y meterlos en la tierra que les había prometido. En
intercesión, Moisés le citó a Dios un momento muy especial, que se narra en
el libro de Éxodo 34:6, cuando él le pidió que le mostrara Su gloria y Jehová,
debido a que ningún hombre puede ver su rostro, le dijo que lo pondría en
la hendidura de la peña, y le cubriría con su mano hasta que hubiera pasado,
y cuando Él apartara su mano, no vería su rostro, sino sus espaldas (Éxodo
33:20-23). En ese momento tan glorioso, descendió la nube, y se oyó una voz
proclamando el nombre de Jehová. Y cuando pasó Jehová por delante de Moi-
sés, proclamó: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la
ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que
perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por
inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los
hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:6-7). Eso fue
lo único que Moisés escuchó cuando estaba en el monte santo con Dios. De
hecho, por mucho tiempo pensé que fue Moisés que dijo eso, pero no, sino
que el mismo Dios lo dijo acerca de Sí mismo.
Es interesante que en ese momento, cuando Moisés pidió ver la gloria de
Dios, y lo hizo con la finalidad de confirmar que estaba en gracia con Jehová,
y en consecuencia caminaría con él y el pueblo, Dios le mostró sus espaldas. Se
podría decir que Moisés quiso saber el grado de intimidad que tenía con Dios,
y pidió algo que ningún hombre vería, y
podía seguir viviendo. El siervo de Dios
“No hay nada quería ver algo más grande que los milagros
que convenza y maravillas de Jehová; él quería ver Su glo-
más a Dios en ria, mirar Su rostro, conocer su majestad,
comprender Su sustancia, entrar en lo intrín-
una oración
seco de Dios y contemplar su esencia. Moi-
que lo que Él sés quería ver a Dios, pero no sabía lo que la
dijo acerca de Sí gloria de Jehová implicaba o la componía. Él
mismo” estaba como los niños, los cuales les gusta
mucho lo sobrenatural, pero no alcanzan a
entender las implicaciones de estos hechos.
Sin embargo, cuando Jehová se dispuso a mostrar Su gloria, no mostró
Su cara, ni hizo un destello de grandeza, tampoco sonaron truenos ni relám-
pagos, ni estremecimiento de tierra acompañaron ahora Su manifestación.
Ahora lo que enseña el Rey del Universo son sus espaldas, tipo de carácter,
de lo escondido de Su ser, que solamente Él puede revelar. Por eso al pasar,
proclamó Su nombre, porque la gloria de Jehová es Su naturaleza. Jehová es
fuerte, misericordioso, piadoso, tardo para la ira, grande en misericordia y
verdad, ahí esta Su rostro, Su gloria y Su corazón
De igual manera, cuando Jesús entró montado en el asno a Jerusalén, el
Padre decidió engrandecerlo, en medio de una ciudad conmocionada y una
multitud que daba voces, diciendo: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el
que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! (…) ¡Bendito el reino
de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!” (Mateo 21:9; Mar-
cos 11:10), y tiraban los mantos, y tendían también las ramas de palmeras en
el camino. Todos hablaban de las maravillas que hacía y de cómo le dio la
vista a un ciego, levantó a un paralítico y resucitó a Lázaro de los muertos. Y
como la ciudad estaba llena de extranjeros que vinieron a la fiesta a adorar,
unos griegos se acercaron a los discípulos y dijeron a Felipe: “Señor, quisiéra-
mos ver a Jesús” (Juan 21:12). Mas, el Maestro, al ver todo esto se conmovió en
Espíritu y dijo: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado”
(v. 23). A pesar que Su nombre era vitoreado, que el pueblo lo veía como pro-
feta, como Mesías, como el Rey de Israel e Hijo de Dios, había algo para Jesús
con lo cual sería únicamente engrandecido, por eso dijo: “Padre, glorifica tu
nombre” (28). Dios le estaba glorificando a él, le estaba engrandeciendo, dán-
dolo a conocer, pero para Jesús su grandeza consistía en que el propósito de
Dios se cumpliera y que el nombre del Padre sea glorificado. Por eso, Dios le
respondió con voz audible: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (v. 28).
Esas palabras que usó Moisés en su ruego a Dios: “engrandece tu poder” y
“engrandece tu misericordia” no están demás en ese pasaje. Con ellas el siervo
de Dios le estaba diciendo al Señor: «A mí no me tienes que engrandecer, por-
que yo soy engrandecido cuando Tú eres engrandecido, soy poderoso cuando
Tú eres el poderoso, y soy bendecido cuando Tu misericordia se engrandece».
El propósito de Dios no se va a cumplir en ti, si Dios no es engrandecido,
pues en la misma nube que Él subió, subiremos nosotros, y porque Él subió,
nosotros subiremos, así como Él vivió, nosotros viviremos. Todo lo que le
ofrezcamos a Dios, debe ser conforme a Él mismo, pues es lo que apela a su
corazón. Sólo lo que es como Dios satisface a Dios, así como solo lo que des-
ciende del cielo sube al cielo. ¿Por qué Dios oyó a Moisés? Porque Moisés oró
de acuerdo a su corazón.
No hay nada que convenza más a Dios en una oración que lo que Él dijo
acerca de Sí mismo. Por tanto, no lo vas a convencer con tus lágrimas, no lo vas
a persuadir con tus ruegos, ni lo vas a mover mostrándole tus buenas obras. La
manera de convencer a Dios es hablarle acerca de lo que Él dijo de Sí mismo. Él
dijo que era tardo para la ira, por eso Moisés le rogaba que guardara la ira para
otro día, o que la dejara guardada para siempre, porque eso negaba lo que había
dicho de Sí mismo. El argumento para convencer a Dios es invocar lo que Él te
ha revelado acerca de Sí mismo, y no conquistando lástima y compasión hacia
un pueblo incrédulo y pecador. No vengas delante de Dios con rogativas como:
«Mira, Señor a tu pobre pueblo, ten lástima de él, porque no ha sido tan malo;
¿quién no se equivoca? Tú sabes que este desierto es terrible, y la gente con sed
se desespera. Dios mío, entiende que somos humanos, etc.» Por favor, dejemos
esas intercesiones de niños y oremos eficazmente. Todos los intercesores cuando
oraron, pensaron en Su nombre, eso es orar según Dios, ser maduros, recono-
ciendo que Dios es veraz y todo hombre mentiroso (Romanos 3:4).
La oración de Moisés nos muestra que él ministraba según Dios, pues aun
para su intercesión y para apelar a Dios, no usó sus propias palabras, sino las
palabras que Él dijo acerca de Sí mismo. Aprendamos a orar según Dios. Los
hombres de Dios adoran según Dios, oran según Dios, predican según Dios,
se relacionan según Dios, actúan según Dios, porque su todo en todo es Dios.
Nuestros problemas estriban en que todo lo miramos a través de nosotros
mismos. Tú no tienes problemas, tú eres tu propio problema. Cuando tú dejes
de mirarte a ti mismo y a tus circunstancias, cuando dejes de aspirar lo que tú
aspiras y busques a Dios, la fama de Dios, el nombre de Dios, el propósito de
Dios, la gloria de Dios, la grandeza de Dios y te olvides de ti mismo, entonces
tú tendrás de Dios Su plenitud.
Conozco cristianos que sólo piensan en sus debilidades, y sus días gravitan
alrededor de este pensamiento: «¡Ay es que soy débil! Eso lo heredé de mis
padres; por más que me esfuerzo no puedo». Pero si siempre estás hablando y
pensando en tus debilidades, en vez de ver la fortaleza del Señor, te acontecerá
lo que temes (Proverbios 10:24). ¡Sal del mundo del ego mi hermano, y deja de
ver tus circunstancias, pues mayor que todo eso es Dios! Cuando tú sales del
mundo del yo y entras al de Dios, viendo todo como Él lo ve, ya no sentirás
nada, sino que serás maduro y dejarás de sufrir tanto. Posiblemente, los dolores
en la cruz para Jesús se volvieron nada, porque no pensaba en sí mismo, sino en
los demás (Lucas 23:34). El Señor experimentó el dolor más horrible que nadie
haya sufrido jamás, porque su angustia no era solo física, sino mental y espiri-
tual. Sin embargo, Él pensó en sus enemigos y pidió perdón por ellos; también
hizo memoria de su madre y la encomendó a Juan; le aseguró el paraíso a uno de
los ladrones; y después que pensó en todos, entonces dijo: “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). Esto es amor perfecto y maduro.
Los estudiosos de la conducta humana dicen que cuando una persona
está pasando por una crisis severa, se concentra totalmente en sí mismo, y cae
en un estado depresivo. La depresión tiene como síntoma el aislamiento o lo
que se llama la apatía social. Generalmente, la persona deprimida se aparta,
no quiere hablar con nadie, pierde el respeto a la vida, no quiere trabajar y
ni siquiera asearse. Así, deja de cumplir con sus responsabilidades, ninguna
cosa para esa persona tiene sentido y lo abandona todo, por el sentimiento de
pérdida y abandono que sufrió al pasar por una mala experiencia o decepción.
Entonces, hace como el molusco que se mete en su cascarón, y no sale. ¿No te
ha pasado que encuentras un lindo caracol en el suelo, lo tomas y dices: «¡Oh,
qué lindo es este caracol que me encontré!» pensando que está vacío, pero el
animalito está muy acurrucadito adentro, y solo saca su cabecita muy rara-
mente y la vuelve a entrar? ¿Te acuerdas de Elías en la cueva? El profeta pensó
que todo había terminado para él, que había fracasado en su encomienda, y
se deprimió. Esa es la tendencia humana, encerrarse en sí mismo cuando no
tiene salida, porque está viendo las cosas desde su limitada perspectiva.
para la naturaleza humana, pero ahí está todo, pues está Dios. Te aseguro que
si no buscáramos lo nuestro en el ministerio, y en la vida cristiana estuviéra-
mos concentrados en lo que se nos encomendó, estaríamos siempre gozosos
(1 Tesalonicenses 5:16). Por eso es que no entiendo esas predicaciones por ahí
que te motivan a ser grande, a ser famoso, y te dicen que empuñes la varita
de la fe para que hagas y deshagas, pero así no vivió Jesús. Es cierto que Dios
le dio a Jesús la vara de Su poder y sujetó debajo de Él todas las cosas, pero
Jesús ni siquiera cuando tuvo hambre convirtió las piedras en pan, porque Él
no fue al desierto a comer, sino a cumplir un propósito del Padre. El Hijo de
Dios nunca actúo independientemente de la voluntad del Padre, aun ni para
suplir una necesidad imperiosa.
El poder de Dios no es para que tú lo uses a tu antojo. La autoridad y la
unción no son para ti mismo, son para el propósito de Dios en tu vida. Eso no
anula las promesas divinas, ni que estamos en autoridad, ni que somos prín-
cipes, y reinaremos con Él. Sí, todo eso es verdad, pero todo lo que hemos
recibido del Señor es para usarlo para Su propósito, para Su gloria y prestigio.
Solo cuando Dios está en su lugar, nosotros estaremos en el de Él, pues cuando
nuestro Señor es engrandecido, somos engrandecidos con Él. Moisés no solo
vivió en conformidad con la honra que recibió de Dios, sino que prefirió honrar
a Dios antes que ser honrado por Él. El prestigio de Moisés fue que vivió
para procurar el de Dios. Por tanto, usar la honra de Dios para
honrarle, debe ser el propósito y la motivación del ministerio.
antiguo imperio de los egipcios, porque como dice la Epístola a los Hebreos,
se puso de parte del pueblo de Dios, y renunció a las riquezas de maldad, a
la gloria mundanal, para obedecer al Dios de sus padres cuando Él lo llamó
en Horeb, para que sacara a Su pueblo de Egipto. Mas, esta triste realidad,
de que no entraría a la dulce Canaán, pareciera que echara por tierra todo lo
que este hombre sufrió; como si su sacrificio no tuviese ningún valor (Éxodo
3:1-2). Este varón de Dios sufrió el desierto por cuarenta años, dejando la
comodidad de un palacio, la vida de la corte, para apacentar las ovejas de su
suegro, y sin embargo, no vio el fruto de su abnegación.
A ese hombre, Jehová lo hizo desaprender lo que había aprendido y lo
formó por cuatro décadas en soledad, para hacerlo pastor de su congregación,
y luego de una preparación tan larga, tuvo que tolerar a un pueblo tan rebel-
de como Israel, por cuarenta años. El hombre que pagó el precio con Dios,
porque también Jehová tuvo que tolerar, sufrir la rebelión de ese pueblo, y en
ocasiones, molesto, le dijo a Moisés: “¿Hasta cuándo me ha de irritar este pue-
blo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio
de ellos?” (Números 14:11), pues Israel fue un pueblo difícil, en unas circuns-
tancias tan extremas como fue la peregrinación por el desierto. Así que fue
mucho lo que Moisés tuvo que padecer y sacrificar por cumplir el ministerio
de honra que Dios le dio.
Por tanto, es curioso que un hombre como Moisés, tan amado, y tan respal-
dado por Dios, viera la tierra prometida desde lejos y no entrara. Él vivió en esos
cuarenta años todas las penurias junto a sus hermanos en el desierto, en pos de
esa tierra tan deseada, y sin embargo, tuvo que morir con los rebeldes que salie-
ron de Egipto, de acuerdo a la sentencia de la ira divina. Solamente dos hombres
que salieron de Egipto entraron a Canaán, porque tenían un espíritu diferente
(Números 14:24). Moisés, aunque vivió para Dios, y fue obediente, pues tuvo
un record -como decimos- sin tacha (no estoy hablando de impecabilidad, sino
en cuanto a su obediencia, y sujeción a Dios), con excepción de un solo inciden-
te, no entró. No importó que él fuese un hombre consecuente, lleno de gracia;
alguien que cuando oraba por Israel e intercedía, Dios lo escuchaba, a tal punto
que ese hecho pasó a ser un proverbio en Israel. Inclusive, cuando Dios estaba
airado con Israel, en tiempo de Jeremías y de Ezequiel, Jehová dijo: “Si Moisés
y Samuel se pusieran delante de mí, no estaría mi voluntad con este pueblo; échalos
de mi presencia, y salgan” (Jeremías 15:1), implicando lo atento que Él estaría a
sus oraciones. También en el libro de los Salmos dice: “Moisés y Aarón entre sus
sacerdotes, Y Samuel entre los que invocaron su nombre; Invocaban a Jehová, y él les
respondía” (Salmos 99:6). Jehová escuchaba a Moisés, el hombre que doblaba su
rostro cuando el Señor descendía con ira, y con esa actitud humilde y reverente,
pudo todas las veces aplacar la ira divina.
Este hombre fue un verdadero mediador del Antiguo Pacto. El libro de
Hebreos dice: “Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo,
para testimonio de lo que se iba a decir” (Hebreos 3:5). Moisés llegó a ser tan
admirado por Israel que Dios tuvo que enterrarlo en ausencia del pueblo, con
el conocimiento de que ellos podían adorarlo. Jesús inclusive le dijo a Israel:
“No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés,
en quien tenéis vuestra esperanza” (Juan 5:45). Así llegó a ser admirado Moisés
por Israel, más admirado que el mismo Abraham que era el padre. Así que
este hombre tenía honra para con su pueblo, y con Dios.
Jehová dijo: “Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de
Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés,
que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por
figuras; y verá la apariencia de Jehová” (Números 12:6-7,8). Es decir, Jehová
habló con los demás profetas de diferentes maneras, pero con su siervo Moisés,
hablaba cara a cara, como habla cualquiera con su compañero, ¡grandioso! Pero
es extraño que el hombre que cometió un solo error -por lo menos registrado
en la Biblia-, aunque rogó a Dios, siendo un intercesor como pocos, su súplica
personal no fuese oída. ¿Cuál fue ese pecado tan horrible que cometió Moisés
que hizo que Dios se airase tanto contra él y determinara no perdonarlo?
La Biblia nos muestra que hay pecados que Dios no perdonó, como por
ejemplo los pecados de la casa de Elí. Él dijo: “Por tanto, yo he jurado a la casa
de Elí que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás, ni con sacrificios
ni con ofrendas” (1 Samuel 3:14). Sabemos que cuando había expiación, había
perdón, pero Dios dice que ese pecado no lo perdonaría jamás. Moisés era el
intercesor, el mediador de ese pacto que Dios tanto escuchó; él le vio las espal-
das a Dios (Éxodo 33:23), oyó Su voz, participó de Su gloria, y Dios mismo
dice que a Moisés le notificó sus “caminos”, o sea, sus secretos, sus propósitos
(Salmos 103:7). A David, Jehová lo perdonó, pero a Moisés lo trató como a
Saúl, ya que les dio el mismo trato, aunque entre ellos había una gran diferen-
cia. ¿Por qué fue Jehová tan inflexible? ¿Qué fue lo que hirió tanto el corazón
de Dios? ¿En que consistió ese pecado? ¿Por qué Dios no perdonó a Moisés?
Sobre esta situación, el mismo Moisés escribió: “Y oré a Jehová en aquel
tiempo, diciendo: “Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu gran-
deza, y tu mano poderosa; porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga
obras y proezas como las tuyas? Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está
más allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano. Pero Jehová se había enojado
«toma la vara». Cuando Moisés frente al mar rojo, tenía a los egipcios corrién-
dole detrás, oró a Dios, pues no sabía qué hacer y Él le dijo: “¿Por qué clamas
a mí? Di a los hijos de Israel que marchen” (Éxodo 14:15). Sabemos que al
principio de ser enviado, Jehová le dijo a Moisés: “Y tomarás en tu mano esta
vara, con la cual harás las señales” (Éxodo 4:17), y cada vez que iba a usar su
autoridad delegada, Moisés lo hacía con la vara de Dios en su mano. Ahora,
no siempre que Dios le decía «toma la vara» era para usarla en una mane-
ra precisa, sino representativa, y esto es importante saberlo. Apliquemos; el
Señor les da a sus ministros una “vara” que representa su autoridad y legitima
sus acciones, por eso deben actuar para edificación, sometidos totalmente a su
Santo Espíritu, y no usando su criterio o sus conceptos, ya que están actuando
en Su lugar, en Su representación.
El que Dios te diga “toma la vara” no significa que la vayas a usar de manera
tácita, sino que Él va a hablarte, va a instruirte, te va a dar mandamientos y la
vara representa esa autoridad que Él te está
delegando, para que lo representes delante
del pueblo. Es bueno que sepas que aunque “La autoridad
Dios nos haya apartado para el ministerio o
de Dios es como
para cualquier otra función en su Cuerpo, y
haya delegado en nosotros esa autoridad, una vara que Él
siempre debiéramos hacer diferencia entre lo pone en nuestra
que es actuar en lugar de Dios y actuar bajo mano, cuando
nuestro propio criterio. A veces creemos que nos aparta y nos
porque ya Dios nos hizo ministros o tenemos
la unción de la índole que sea (llámese profe-
consagra para el
ta, maestro, evangelista, pastor o apóstol), ministerio”
eso nos da la prerrogativa de usar “la vara” en
cualquier momento.
El diablo le dijo a Jesús en el desierto: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras
se conviertan en pan” (Mateo 4:3), como diciendo: «Si eres Hijo de Dios, toma
la vara de su autoridad como Hijo, porque tú estás aquí pasando hambre, tienes
cuarenta días sin comer, toma la varita, no tienes por qué padecer necesidad,
solamente di a las piedras que se conviertan en pan». Pero Jesús, que solamente
obedecía al Padre, y Él no le había dicho que use la autoridad de Hijo para
satisfacer sus necesidades y estaba claro que no había sido enviado al desierto a
comer, así que tomó la autoridad de la Palabra y dijo: “Escrito está: No sólo de pan
vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4).
La vara que Dios le había dado a Jesús era para hacer los milagros y prodigios
que ya haría, y Dios ser glorificado en ellos, y no para satisfacerse a sí mismo.
pasaría por esa experiencia, pues ya sabía qué hacer… era tiempo de actuar él.
Pero, Dios no es complicado, al contrario, es sencillo y específico, por eso el que
lo conoce puede andar con Él sin tropezar. A Dios no le molesta cuántas veces
tú le preguntes por lo mismo, porque Él está interesado en el cumplimiento de
su propósito y por eso quiere que le entendamos. A Abraham, Jehová le dijo
muy específicamente: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas” (Géne-
sis 22:2). No hubo dudas a quién quería que le sacrificara.
Tampoco a Dios le molestó cuando Gedeón le dijo: “No se encienda tu ira
contra mí, si aún hablare esta vez; solamente probaré ahora otra vez con el vellón.
Te ruego que solamente el vellón quede seco, y el rocío sobre la tierra” (Jueces
6:39), luego de haberle pedido, primero prueba de que era cierto lo que iba a
hacer por medio de él, proponiéndole con anterioridad que el vellón estuviese
mojado por el rocío y toda la tierra quedara seca. Puede que alguien diga:
«Oye, pero que hombre tan incrédulo, ¿es que no ve quién es el que le habla?».
Mas, en realidad lo que quería Gedeón era
estar seguro de que Jehová fue el que lo
envió, y que el día de la batalla Él estaría “A Dios no le
peleando junto a él y sus trescientos hom-
importa hablar
bres, contra un ejército de millares. Gedeón
quería cerciorarse que la espada de Jehová muchas veces
pelearía junto a la de él, haciéndose una sola cuando en el
espada, y sus hombres pudiesen gritar: “¡Por corazón hay un
la espada de Jehová y de Gedeón!” (Jueces verdadero deseo
7:20), el día de la batalla. Así que no se
encienda la ira de Dios si pide que le moje el
de obediencia”
vellón, luego que lo seque, pues necesita
estar seguro que Dios está con él, porque lo
que iba a hacer no lo podía hacer por él mismo. Jehová no se enoja, porque se
le pida confirmación, pues Él distingue cuando en un hombre hay increduli-
dad o cuando, por reconocer su debilidad, requiere seguridad.
Jesús le dijo a Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le res-
pondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a
decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor;
tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo
de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas?
y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta
mis ovejas” (Juan 21:15-17). Tres veces preguntó y tres veces le dio la misma ins-
trucción, no la cambió: “Apacienta mis corderos” porque es mejor que escuches
bien antes que lo hagas mal. Por lo cual, jamás dés por sentado algo de Dios de
manera que creas que lo mismo que hizo allí lo hará aquí, pues no siempre el
propósito es el mismo, ni la meta de Dios es la misma. Es mejor vivir constante-
mente consultando a Jehová, que ser impulsivos y ligeros en nuestras decisiones.
Tres veces habló Dios a Samuel cuando no conocía Su voz, hasta que el
muchacho dijo: “Habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:10). A Dios no le
importa hablar muchas veces cuando en el corazón hay un verdadero deseo
de obediencia. Así que tenga cuidado con eso de “una vez y para siempre”,
pues solamente lo que tiene relación con Jesús y sus logros eternos son las
cosas inconmovibles: en un día terminó con el pecado de una vez y para siem-
pre, y en otro día venció la muerte una vez y para siempre; traspasó los cielos
y se sentó a la diestra del Padre para interceder, para siempre. No concluyas
ni apliques la experiencia pasada en una nueva instrucción, porque aunque te
diga “toma la vara”, no te está diciendo “úsala”.
Frente al Mar Rojo, Jehová le dijo a Moisés: “Y tú alza tu vara, y extiende
tu mano sobre el mar, y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio del
mar, en seco” (Éxodo 14:16). Nota que ni siquiera le dijo que golpeara con
la vara las aguas, sino que Moisés alzara la vara y extendiera su mano sobre
el mar y lo dividiera, para que el pueblo pasara en seco. O sea, por un lado,
la vara levantada en señal de autoridad, y por otro, la mano extendida para
ejecutar el mandato divino. Entonces, las aguas verían la vara y acatarían la
señal que con la mano extendida Moisés haría, para que el pueblo cruzara en
seco. También la peña vería la vara alzada y escucharía la voz que le hablaría
y daría su agua. Puede que alguien diga, como los racionalistas de hoy: «Pero,
¿qué diferencia hay? No se puede ser religioso mis hermanos, golpear la peña
y hablarle es la misma cosa; ¿acaso no es un objeto inanimado?». Sí, pero en
Dios las cosas toman otra connotación
Cuando tú estés bregando con un semejante, haz lo que quieras, equivócate
todas las veces que puedas, pero entiende que Dios es perfecto y justo en todos
sus caminos, y sus instrucciones son claras y precisas: “Toma ahora tu hijo, tu
único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto
sobre uno de los montes que yo te diré” (Génesis 22:2), tampoco era en cualquier
monte. Dios siempre habla específico: “Reúneme setenta varones de los ancianos
de Israel, que tú sabes que son ancianos del pueblo y sus principales; y tráelos a la
puerta del tabernáculo de reunión, y esperen allí contigo. (…) Toma la vara, y
reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y
ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación
y a sus bestias” (Números 11:16; 20:8). Cuando Dios dice: «Usa la vara» es por-
que Él va a legislar. Las instrucciones proceden del gobierno de Dios y nuestra
una gran enseñanza para nosotros los ministros, especialmente para los que
estamos en autoridad en la iglesia. Todos nosotros somos sacerdotes de Dios,
y santos delante de Él; somos sus hijos, llevamos Su nombre y todos lo repre-
sentamos, más aquellos que fueron llamados por Él al ministerio. ¿Cuál es la
enseñanza? El cuidado que debemos tener cuando estamos representando a
Dios. Moisés se airó, y se podía airar. La Biblia dice: “Airaos, pero no pequéis;
no se ponga el sol sobre vuestro enojo” (Efesios 4:26). Es decir, el airarnos es algo
natural, aun Dios se airó, no es malo airarse, lo que es malo es darle riendas
sueltas a la ira, especialmente en el momento en que se representa a Dios. En
esta ocasión, por ejemplo, Dios no mostró enojo con el pueblo, por tanto,
Moisés tampoco debía tenerlo.
Representar a Dios significa hacer lo mismo que Él haría. Cuando
representamos a Dios estamos en Su lugar, y en vez de Él descender y hacer
las cosas por sí mismo, nos manda a nosotros a hacerlas. Y si Dios te comi-
siona a ti y te específica bien las instrucciones y cómo Él desea que se haga,
significa que tú no tienes derecho ni auto-
ridad a añadir nada de lo tuyo a lo que es
“Representar a de Él. La Biblia está llena de este mensaje,
Dios significa pero hemos entendido mal a Dios, hemos
mal interpretado Su gracia, y la hemos usa-
hacer lo mismo do como excusa para desviarnos, diciendo:
que Él haría” « ¡Ah! Tengo autoridad en Cristo Jesús, y
puedo hacer y deshacer». Pero Jesucristo
no hizo eso, y ni siquiera el diablo con sus
tentaciones infernales, ni con la sutileza del mismo infierno, pudo desviarlo
ni un ápice de la voluntad de Dios. Jesucristo nunca usó su autoridad como
Hijo, independientemente de la voluntad del Padre.
En nuestra congregación, cuando estuvimos en el desierto por ocho años
(como llamamos al tiempo de trato, prueba y limitaciones, pero de intimi-
dad que tuvimos con el Señor), hubo algunos hermanos que se rebelaron, y
naturalmente, producían ira y molestias entre nosotros. A veces sus calumnias
lograban dañar el ambiente, y lo que más me dolía era cuando las “ovejitas”,
estando tranquilas y contentas con lo que Dios estaba haciendo en su casa
espiritual, y ellos las llamaban por teléfono para indisponerlas. Entonces, ellas
se desorientaban, y un espíritu de descontento se propagaba, permitiendo que
los rebeldes se apoderaran de ellas. Luego, ya las ovejitas no veían las cosas tan
hermosamente como las veían antes en la iglesia, y se apartaban del Señor y
de su propósito, del lugar donde Dios las había plantado. Eso me dolía como
pastor, pues es maldad desviar un alma del camino del Señor.
En ocasiones, viendo sus acciones, sentía una gran ira y quería decirles,
como dijo Moisés: “¡Oíd ahora, rebeldes!” (Números 20:10). Yo tenía un gran
deseo de darles su merecido, y cuando me disponía a hacerlo, y ya iba a soltar
la carga que sentía, Dios venía y cambiaba en mi boca las palabras y nunca
fui tan amable con ellos como en ese momento; tanto así que yo mismo decía:
«¿Pero, cómo va a ser? ¿Cómo puedo estar hablando así, si yo tengo algo
que yo no puedo tolerar dentro de mí y lo que quiero decirles es otra cosa?»
Después le decía al Señor: «¡Gracias, Padre! Porque si sale este volcán, cuánto
hubiese destruido», y Él me decía: « ¿Sabes por qué tomé control? Por amor
a mí mismo y por amor a ti, porque en ese momento tú no tenías derecho a
enojarte, porque tú estabas en el lugar mío y el juez de la iglesia y quien la dis-
ciplina y exhorta soy yo. Una cosa es que tú vayas con el espíritu de la profecía
y hables en nombre mío, si yo te mando, y otra cosa que lo hagas porque estés
molesto. Tú no tienes derecho a enojarte en mi nombre; enójate en el propio
tuyo, pero no en el mío que es Santo y Admirable».
¡Ah, pero si yo, como profeta, tomo esa autoridad, y hago como hizo Eli-
seo cuando unos muchachos se burlaron de él, que los maldijo en el nombre
de Jehová y salieron dos osos del monte, y en ese instante los despedazaron (2
Reyes 2:24), te aseguro que acabaría con media iglesia. Aunque la Biblia no
dice mucho acerca de este incidente, algunos piensan que Eliseo actúo por su
propia cuenta, el hecho de que el escritor bíblico no añadiera algo más al res-
pecto, puede ser cualquier cosa, pero posiblemente estuvo en el plan de Dios
que él actuara de esa forma, porque ellos eran unos irreverentes y se merecían
lo que recibieron. Mas, ese no es el espíritu del Nuevo Pacto, y nadie tiene el
derecho, si Dios no lo envía, a hacer en el nombre de Dios lo que le plazca,
siguiendo cualquier impulso de su corazón. Por lo menos, en el caso de Eliseo,
él no estaba actuando en lugar de Dios.
Nosotros, los que estamos en autoridad, hay ocasiones que tenemos que
disciplinar a ovejas rebeldes, y como Pablo le aconsejó a Timoteo, no podemos
guardar ningún prejuicio ni actuar con parcialidad (1 Timoteo 5:21). A veces
estamos en el lugar de Dios, y aquellos que nos halagan, que nos apoyan, a esos
siempre les profetizamos cosas muy lindas, muy buenas; a esos siempre los con-
sideramos, los perdonamos, los toleramos; y cuando viene alguien que no nos
simpatiza mucho, porque no nos aplaude, porque no nos da esa honra que otros
nos dan, entonces, con parcialidad, a esos les aplicamos todo el peso de la ley.
Cuando representamos a Dios, tenemos que ser justos, porque Dios es justo, y
actuar con verdad porque Dios es verdadero. Aunque nuestro sentir sea total-
mente contrario y un volcán en erupción haya estallado dentro de nosotros en
ira, en molestia, en indignación, recordemos que estamos en el lugar de Dios,
suya, cuando es según Él. En este incidente, Moisés no estaba actuando según
Dios, ni por obra ni por representación.
Cuando Eliseo hizo el milagro a Naamán y le curó de la lepra, él le rogaba e
insistía que le aceptase algunos presentes, pero el profeta no los aceptó (2 Reyes
5:14-15). Él quería pagarle por gratitud, pero Eliseo no recibió nada, porque los
dones de Dios no se venden, son gratis y eso Dios se lo quería enseñar a Naa-
mán. Pero vino Giezi, y codiciando se dijo: «¡Qué tonto! Este profeta está tan
espiritual que se olvida de nuestras necesidades. ¿Cómo va a dejar perder ese
oro y esos mantos preciosos?», y salió detrás de él para, con engaño y mentira,
lograr que Naamán le diera el doble de lo que ofreció. Después, escondió todo
en la tienda, como también, encubiertamente, Acán guardó el anatema entre
sus pertenencias, en el campamento (2 Reyes 5:23-24; Josué 7:11). Luego el
profeta, a quien ya Dios le había mostrado la acción de su criado, lo confrontó
diciendo: “¿Es tiempo de tomar plata, y de tomar vestidos, olivares, viñas, ovejas,
bueyes, siervos y siervas?” (2 Reyes 5:26). En otras palabras, ¿era el momento de
buscar prebendas? Por tanto, tal como profetizó Eliseo, la lepra de Naamán se
le pegó a Giezi y a su descendencia para siempre, porque si tú quieres los bienes
de otro cuando Dios no los quiere, entonces lo que era del otro se transfiere a ti,
y así como te llevaste sus bienes, llevarás también su enfermedad. Si codiciaste
la riqueza de Naamán y tomaste la ofrenda que él le quiso dar a Dios y que no
fue aceptada, actuaste en tu propia cuenta, así que llévate también su lepra y
tendrás todo lo que es de él, para ti y tu casa para siempre.
¿Por qué Dios en este aspecto es tan severo? Porque cuando se trata de
gobierno, y ya se han dado instrucciones, son inaceptables las mentiras y el
oportunismo. Aunque el juicio de Dios no caiga inmediatamente, porque la
gracia está como la nube, a tu favor, un día pueda ser que veas la consecuen-
cia de tus acciones. Dios, aunque cambió el pacto, sigue siendo el mismo.
No representar a Dios dignamente, así como ser incrédulos y rebeldes contra
su mandamiento es un pecado. Ese pecado Jehová le llama no santificar Su
nombre cuando en la presencia de todo el pueblo Jehová debe ser santificado
(Levítico 10:3; Éxodo 20:7). Este principio lo aprendieron a precio de vida
Nadab y Abiú, hijos de Aarón, quienes fueron consumidos por el fuego de
Jehová en juicio, cuando ofrecieron fuego extraño (Levítico 10:1-2). Por eso
Jehová le dice ahora a Moisés y Aarón: “Por cuanto no creísteis en mí, para san-
tificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en
la tierra que les he dado” (Números 20:12). Aunque hubo desobediencia, ira y
también rebelión, entre otras cosas, a Dios se le faltó de una sola manera, no
santificando Su nombre delante del pueblo.
¿Por qué era extraño el fuego que ofrecieron los hijos de Aarón en sus
incensarios? Porque ellos usaron fuego que Jehová nunca les mandó (Levítico
10:1). Todo lo que Jehová no ha ordenado y se hace, es algo extraño, algo que
Dios no aprueba ni conoce. Por eso, entendemos la expresión de Jesús cuan-
do dijo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de
maldad” (Mateo 7:22). Estas personas el Señor no las conoce, son extrañas
para Él, porque todo aquel que no actúa de acuerdo a Dios y para gloria de
Dios, es extraño para Él. Todo lo que no es según Dios y conforme a lo que
Él ordena, Él no lo reconoce, no lo acepta, no lo recibe, ni le agrada.
Moisés actúo de manera extraña en esa ocasión, y Dios con el pecado es
severo. Vemos que a Saúl Jehová lo desechó (1 Samuel 15:23); a Nadab y Abiú
los consumió en fuego en el santuario (Levítico 10:2); a Aarón (por la misma
causa que a Moisés) murió en el desierto (Número 20:24,26); y a Moisés le
prohibió que incluso le hablara de eso, pues tampoco entraría a la tierra que les
prometió (Deuteronomio 3:26,27). Dios actuó con severidad, rigidez, inflexi-
bilidad y dureza, porque Él es un Dios santo, el cual no soporta la rebelión ni el
pecado, y se muestra celoso por Su santo nombre (Josué 24:19; Ezequiel 39:25).
De hecho, es lo que Moisés le dijo a Aarón en medio del dolor y del luto,
por la muerte de sus hijos: “Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que
a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado”
(Levítico 1:3). Y Aarón calló, enmudeció, no pudo abrir su boca, porque reco-
noció que eso era algo que Jehová les había recalcado, que los sacerdotes son
santos y que cuando se ponen la mitra y se ponen el efod, y usan las vestidu-
ras sacerdotales, representan a Dios. Ellos tienen que santificar el nombre de
Jehová delante del pueblo, porque ellos son sus representantes.
Santificar el nombre de Dios es actuar de acuerdo a Él. Por eso Pablo dijo:
“el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que
son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2
Timoteo 2:19) A los que hacen iniquidad Jehová no los conoce, pero aquellos
que son suyos, aquellos que Él conoce, que invocan su nombre, tienen que
apartarse de iniquidad. Todo aquel que pronuncia el nombre, que habla en
su nombre, y tiene autoridad en su nombre, no puede mezclarlo con lo suyo,
porque el nombre de Dios es santo y nosotros somos pecadores.
Es una honra ser sacerdote, ser ministro de Dios, haber sido sacado de
entre las ovejas, como David, para representar al gran y buen pastor. Es un
honor que Jehová sea la herencia de los sacerdotes, y que Él comparta de lo
suyo, de los animales que le sacrificaban, y que de su misma ofrenda diera al
¡Bendito sea Dios que nos enseña sus caminos! ¡Bendito sea Dios que
envía Su Palabra a tiempo! ¡Bendito sea Dios que toma lo que le pasó a sus
santos en el pasado y lo aplica a nosotros hoy, para librarnos, porque Él no
quiere que tropecemos como ellos tropezaron, sino que nos conduzcamos de
una manera diferente! ¡Oh, mi alma tiembla ante Su Presencia! Hagamos
lo que dijo el profeta, estemos atentos a su Palabra, porque Dios es Dios y
debemos respetarle, temerle, amarle y adorarle. ¿Y cuál es la mejor manera de
mostrar eso que inspira en nuestro corazón, sino representándolo dignamen-
te, santificando Su nombre?
Guardemos los mandamientos de Dios, no tomemos Su nombre en vano;
no lo usemos en conversaciones como si fuera cualquier cosa, y mucho menos
para engañar, o para recibir un beneficio personal. Su nombre no puede estar
mezclado con nada mezquino ni con nada de nuestra naturaleza carnal, como
ira, codicia, orgullo, deseo de exhibición, etc. Si represento a Dios, yo tengo que
actuar siempre santificando Su nombre, de acuerdo a Él, en justicia y santidad
de la verdad, en amor, en gozo y paciencia, en benignidad, en bondad, en man-
sedumbre, en tolerancia, en todo lo que es digno. Voy a seguir sus instrucciones,
voy a poner a un lado la manera como me siento cuando esté en Su lugar. No
puedo dejarme provocar cuando en mi autoridad ministerial deba juzgar un
asunto que involucre a algún hermano que me haya calumniado o que me haya
causado muchos males. Debo actuar consciente de que estoy representando a
mi Señor, y Él es justo, santo, bueno, misericordioso y fiel, y yo debo actuar
como Él. Ya Dios se encargará de pagarle conforme a sus hechos.
Finalmente, Dios nos has honrado, llamándonos de las tinieblas a la luz,
para que a través de la honra le honremos, y cuando estemos en el pedestal,
levantemos Su nombre, para que la gente lo vea a Él, no a nosotros. Usemos
el ministerio para añadir gloria a su alabanza, de manera que los hombres
le amen, le admiren, le teman, le busquen y apetezcan al Señor. Líbrenos
Dios del pecado de la indolencia, para que la apatía no cierre nuestros ojos.
Nuestros ojos deben estar bien abiertos y la lámpara de nuestra visión debe
estar bien encendida, para que podamos ver con claridad, y alumbrar a otros.
Somos luz y tenemos la Palabra que es la luz del mundo, la enseñanza que ilu-
mina, y el mandamiento que es lámpara en nuestro camino, ¡alumbremos!
Jehová en estos días está restaurando el ministerio, y busca a hombres
que le honren en espíritu y en verdad. Él es el Dios de misericordia, pero
también es el Dios de santidad y de verdad. Aprendamos a usar bien la gracia,
y no a mal interpretarla, para que produzca en nosotros más esmero, más
diligencia, más dedicación, más entrega al Dios Supremo. Esta palabra viene
aplicada por el Espíritu Santo para corregirnos, para redargüirnos, para que
EL LLAMAMIENTO ES CONFORME
A SU SOBERANÍA
M
ientras pensaba en la afirmación que titula este capítulo y meditaba
en la soberanía de Dios y su llamamiento, el Señor me reveló algo
muy glorioso acerca de Su conducta, y es lo siguiente: la voluntad
soberana de Dios concibe Su propósito; este, a su vez, da a luz la elección, la
cual lleva en sí la gracia de Su bendición. Dicho de otra manera, la voluntad
de Dios da origen a su santo propósito, y este para llevarse acabo requiere una
elección, la cual acarrea o transporta una bendición.
Las Escrituras revelan que Dios bendice todo lo que elige, y en todo lo
que elige deposita Su propósito. Así que en la elección de Dios se encuentra
Su propósito, y donde se halla su propósito, se manifiesta Su bendición. Por
ejemplo, la Biblia dice: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra ima-
gen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de
los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre
la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y
hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad
la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y
en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:26-28). Está claro
que Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza, para que se
enseñoreara de todo lo creado, y por eso lo bendijo.
Nota que Dios aprobó todo lo que creó. Las expresiones: “Y vio Dios que era
bueno” y “… y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:10, 12, 18,
21,25, 31), confirman este pensamiento. Sin embargo, es notable que todo lo
que Él había hecho en la tierra, lo hizo por causa del hombre, aunque éste haya
sido su última creación en el principio (Génesis 2:2; Marcos 2:27). Esto se des-
prende del relato de la creación y se revela por toda la Biblia, y explica el por qué
Dios bendice primero al hombre antes que a
cualquier otra criatura, mostrando que en él
estaba el propósito del Señor, y él sería tam-
“La voluntad bién quien lo administraría (Génesis 1:22,
soberana de 26-28). Miremos entonces este principio a la
Dios concibe Su luz de Su propósito.
Primeramente, Dios bendijo el séptimo
propósito; este, a día porque en él reposó y le destinó el pro-
su vez, da a luz pósito de ser un memorial de Su creación
la elección, la (Éxodo 20:8-11; 31:12-17); Dios bendijo a
cual lleva en sí Noé, a su mujer, a sus hijos, y a las muje-
la gracia de Su res de sus hijos, porque ellos constituían la
familia que serviría para cumplir el propó-
bendición” sito de preservación de la especie humana
(Génesis 9:1,7-10); Dios bendijo a Sem, el
hijo mayor de Noé, porque a través de él
cumpliría el propósito de dar origen a Su linaje santo (Génesis 9:26-27;Lucas
3:23,26); Dios bendijo a Abram, porque lo haría un Abraham (padre de mul-
titudes), pues a través de él, Jehová llevaría a cabo el propósito de bendecir, en
su simiente, a todas las familias de la tierra (Génesis 12:1-3); Jehová tampoco
quiso ocultarle a Abraham lo que ocurría con Sodoma y Gomorra, ya que en
ese hombre reposaba el propósito de bendición para toda las naciones de la
tierra (Génesis 18:16-18).
Ahora veamos, en el siguiente versículo, cómo la bendición del elegido
Abraham pasa a su linaje: “Y sucedió, después de muerto Abraham, que Dios
bendijo a Isaac su hijo; y habitó Isaac junto al pozo del Viviente-que-me-ve”
(Génesis 25:11). En el caso de Jacob, esta enseñanza se hace dramática, pues
Nota en el siguiente texto que todo lo que Él comienza con “los del pro-
pósito”, también lo termina en gloria. El apóstol dice: “Porque a los que antes
conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de
su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predes-
tinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que
justificó, a éstos también glorificó” (Romanos 8:29-30). Observa las respuestas
a las preguntas que a continuación se formula el apóstol Pablo:
Pensemos en Abraham, Isaac, Jacob (Israel), José, David, Pablo (Saulo), etc.
Dios aprovechó sus adversidades para perfeccionarlos y capacitarlos para el pro-
pósito, y como una oportunidad, para manifestar en ellos, Su poder, Su gracia
y Su gloria. De hecho, nada que sufrieron, ni ningún error que ellos cometieron
ni la oposición de ningún poder, humano o infernal, logró impedir que el pro-
pósito de Dios, conforme a la elección, se cumpliese en ellos (Romanos 11:1-36).
La tendencia nuestra es buscar, proclamar y desear la bendición. También
admiramos, halagamos y seguimos a los bendecidos, ya sea a los que tienen
el don, la unción o llamamiento, etc. Pero Dios quiere enseñarnos que lo que
llamamos gracia, don o bendición no es más que la capacitación para llevar a
cabo el propósito. Todo recurso, don, oportunidad, distinción, honra, unción
o cualquier otra cosa que recibe un hombre de parte de Dios -aunque no deja
de llamarse gracia y bienaventuranza-, fue concedido para cumplir el propó-
sito del Señor con esa persona. Aunque un don de Dios nos dé distinción, es
bueno que sepamos que no nos fue concedido para hacernos exclusivos o para
honrarnos simplemente, sino porque de esa manera Él está cumpliendo el
propósito de Su voluntad. Pablo entendió muy bien este principio de la gracia
de Dios, especialmente cuando lo aplicó a su llamamiento. Leámoslo:
los pecadores son enemigos de Dios e indignos, pero Saulo, además de esto, era
perseguidor del camino del Señor, blasfemo e injuriador. Nota que la palabra
fiel y digna que Pablo proclama es que él era el primero de los pecadores (el
peor, el más indigno), pero llegó a ser el primero en clemencia y misericordia.
¿Para qué Pablo fue recibido a misericordia? Él dijo: “para [propósito] que
Jesucristo mostrase en mí [el primero] toda su clemencia, para (propósito) ejem-
plo de los que habían de creer en él, para vida eterna” (1 Timoteo 1:16). Pablo
explica que la gracia se manifestó a su favor, con tan abundante misericordia,
debido a que el propósito de Dios era tomarlo a él como un ejemplo, para los
que iban a creer en el Señor. Hoy decimos: ¡cuán difícil es que un judío se
convierta al Señor! La palabra fiel y digna de ser recibida de todos dice que si
un judío, que se ofreció voluntariamente para perseguir y destruir a cristia-
nos, y por ende a la causa del Señor, pudo ser salvo, entonces ¡no es difícil que
un judío se convierta al Señor!
Para los judíos, los gentiles no eran merecedores de nada, mucho menos
de la gracia de Dios, pues los consideraban perros e inmundos. Mas, la Pala-
bra fiel y digna les proclama a los gentiles, que el hombre llamado a cumplir
el propósito de ser el apóstol de los gentiles era el primero de los pecadores,
y llegó a ser el primero en clemencia y misericordia, para ejemplo de ellos.
Saulo de Tarso era un presagio, una señal o ejemplo de la gracia de Dios. Él
no fue rico en gracia, porque era gracioso, sino porque era el más pobre en
dignidad. Dios dio la mayor medida de gracia al más desgraciado, porque Su
propósito era hacerles saber a los desgraciados que donde abundó el pecado
sobreabundó Su gracia (Romanos 5:20-21). El apóstol termina su argumento
con esta doxología: “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y
sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Timoteo 1:12-
16). Una cosa es el ministerio conforme a la concepción y práctica humanas,
y otra, totalmente diferente, según el pensamiento y la soberanía de Dios.
Afirmamos entonces, que todo lo que el Señor ha determinado con relación
a Su propósito es irrevocable, sobre todo Su llamamiento (Romanos 11:29).
Confirmémoslo pues en las siguientes enseñanzas.
Comenzamos esta sección con uno de los pasajes bíblicos más conocido:
la historia de José, el hijo de Jacob. ¿Cuántas veces hemos leído esa porción
Bíblica? Personalmente, desde que yo era un joven y me convertí al Señor, no
sé el número de veces que me he deleitado con este relato. Cada vez que lo
voy a leer, me propongo lo mismo: no llorar, pero nunca lo logro. Reciente-
mente, después de casi treinta y nueve años leyendo la Biblia, pensé que en
esta ocasión, en la que lo estudiaba, iba a tener control de mis emociones y
no lloraría, pero ¡que va!, temo que esta vez fue la ocasión en que más lloré, y
sollozaba de tal manera que parecía que se me había muerto el hijo a mí y no a
Jacob. Mas, lo que pasa es que realmente es una historia familiar sumamente
conmovedora, con la cual es muy fácil identificarse.
Sin embargo, hay un mensaje un poco extraño en este pasaje, el cual
deseo compartir contigo, y que hemos titulado “Los vestidos de José”, para
no circunscribirnos precisamente a su famosa túnica de colores que, con tanto
amor, su padre le confeccionó, para honrarlo y distinguirlo, y que provocó
tanta envidia y celos en los corazones de sus hermanos (Génesis 37:3-4). Esta
porción bíblica la hemos aplicado de muchas maneras, pero ahora el Señor
nos va a decir algo muy extraño, pues como revelación de Dios, no es algo
común. Posiblemente, Dios se lo ha dado a muchas personas antes que a mí,
pero desde que Él la puso en mi corazón he meditado en ella y creo que con-
solará mucho a tu corazón, tanto como al mío.
Lo primero que observo es que cada vez que ocurrió algo importante en la
vida de José, metafóricamente, Dios permitía que lo desvistieran, para luego, Él
mismo vestirlo. Entonces, empecemos viendo a José vestido con el primer ves-
tido, su túnica de colores que mencionamos al principio. Él era el preferido de
su padre Jacob, pero tenía unos sueños muy insólitos y chocantes, con su padre
y hermanos; sueños proféticos que revelaban el futuro, el propósito de Dios
con sus vidas. Estos sueños, al José compartirlos con su familia, provocaron el
desprecio de sus hermanos hacia él, de tal manera que le llamaban, despecti-
vamente, “el soñador”, y hasta su padre meditaba sobre aquellos sueños, en su
corazón. Muchos han juzgado a José como una persona que no fue prudente al
contar esos sueños a sus hermanos, pero considero que en su inocencia, no se
imaginaba lo que iba a provocar en ellos. Con todo, José también estaba con-
tribuyendo de una manera u otra con la soberanía de Dios, pues sus acciones
fungieron como detonadores en los hechos decisivos en su vida.
Debemos reconocer que los hijos de Jacob no eran buenas personas, aun-
que luego fueron los patriarcas y conformaron las tribus de Israel, pueblo her-
moso, muy amado por Dios. Sin embargo, si vamos a juzgar por la conducta
de los que formaron la nación israelita, y leemos sobre la vida de estos hom-
bres, con excepción de José y de Benjamín, los otros hermanos eran crueles
y homicidas. Es obvio que Dios no los eligió porque eran buenos, todo lo
contrario, Su gracia se manifestó en la bondad de haberlos elegidos. En rea-
lidad, ellos tuvieron la bendición de que había un pacto, porque sus padres
(Abraham, Isaac y Jacob) fueron amados por Dios. Como dice Pablo cuando
habla de los judíos, que ellos son enemigos de Dios por causa de nosotros (los
gentiles y el evangelio), pero en cuanto a la elección, son amados por Dios a
causa de sus padres (Romanos 11:28).
Los hijos de Israel eran pastores de ovejas, y su padre mandó a José a ver a
sus hermanos, para percatarse del bienestar de ellos y de las ovejas, pues hacía
tiempo que no volvían (Génesis 37:13). José salió, entonces, por pedido de
su padre, a buscar a sus hermanos; pasó por Siquem no los encontró, siguió
por los demás pueblos hasta que al final le preguntó a alguien acerca de ellos,
quien le dijo que sus hermanos estaban en Dotán, por lo que se dirigió hacia
aquel lugar. Veamos ahora como sigue la narración bíblica:
Nota como ellos llamaron a José, “el soñador”, palabra que al final tomará
mucha relevancia en esta enseñanza. Ellos querían matar a José, para que no
se cumplan sus sueños y estaban dispuesto a hacerlo, incluso hasta con sus
propias manos. Aparentemente, decidieron llevarse del consejo de Rubén y
echarlo en una cisterna, en medio del desierto, para que allí se muriera de
sed e inanición. Salida que, aunque más lenta, también conseguiría quitarlo
de en medio, no sin antes, claro, despojarlo, de aquella túnica de colores, tan
codiciada por todos. Por lo que allí quedó José, echado, en la profundidad de
una fría cisterna, abandonado y desnudo.
Detengámonos un momento, y analicemos, a la luz de la Biblia, el signifi-
cado de estar vestido y de estar desnudo. En el libro del Génesis se nos indica
tácitamente que nuestros padres estaban vestidos con la gloria de Dios, pero
desnudos de acuerdo a la vista humana. Allí no había vergüenza de la desnudez,
porque sus cuerpos estaban cubiertos con la gloria de Dios. Mas, cuando el
hombre pecó y fue destituido de la gloria divina (Romanos 3:23), se malogró
la inocencia y, por consiguiente, perdió aquel vestido glorioso de la imagen y
semejanza de Dios. Lo primero que hicieron ellos, cuando se dieron cuenta
de que estaban desnudos, fue huir de la presencia de Dios y hacerse vestidos
de hojas de higuera. Esa actitud la interpretamos como un intento natural del
hombre de cubrir su desnudez con sus propias obras, ignorando que de todos
modos permanecerían desnudos. Luego vemos que Dios los cubrió con un ves-
tido diferente, un vestido de piel. Mas, para cubrirlos con piel hubo un animal
que tuvo que ser sacrificado, posiblemente fue el primer animal que murió por
causa del pecado. La iglesia siempre ha interpretado que es una revelación de la
justicia de Cristo, Dios cubriendo al hombre, desde el principio.
Más adelante, vemos la historia de Noé que nos da otra enseñanza en cuan-
to a la desnudez. Pasado ya el diluvio que destruyó el mundo antiguo (Génesis
6:7), lo primero que hizo Noé cuando salió del arca fue un sacrificio a Jehová
(Génesis 8:29). Tiempo después, Noé labró la tierra y también plantó una viña,
y dice la Biblia que bebió del fruto de ella y se emborrachó y se desnudó en su
tienda. Su hijo Cam, al entrar a la tienda lo vio, y en lugar de cubrirlo, salió y lo
dijo a sus hermanos. Cuando Noé se despertó de su embriaguez y lo supo, mal-
dijo a Cam por no tener temor, no tan solo de mirar la desnudez de su padre,
sino de exponerla (Génesis 9:22,24-25; Levítico 18:7). En Apocalipsis vemos,
por ejemplo, que el mensaje que el Señor le dio al ángel de la iglesia de Laodicea
fue: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo
necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas
rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu
desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apocalipsis 3:17-18). Apli-
cando, vemos que estar desnudo, según la Biblia, es una vergüenza que debe ser
cubierta, así como el vestido representa honra.
En Ezequiel, por ejemplo, cuando se señala las abominaciones de Jerusa-
lén, se habla del parto, de cómo nació y como Dios la vistió, diciendo: “Te hice
multiplicar como la hierba del campo; y creciste y te hiciste grande, y llegaste a ser
muy hermosa; tus pechos se habían formado, y tu pelo había crecido; pero estabas
desnuda y descubierta. Y pasé yo otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu
tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu desnu-
dez; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste mía”
(vv. 7-8). Este vestido era de honra y de misericordia, pero también Dios viste
de salvación. El salmista dijo: “Oh Jehová Dios, levántate ahora para habitar en
tu reposo, tú y el arca de tu poder; oh Jehová Dios, sean vestidos de salvación
tus sacerdotes, y tus santos se regocijen en tu bondad (…) En gran manera me
gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestidu-
ras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como
a novia adornada con sus joyas” ( 2 Crónicas 6:41; Isaías 61:10). También dijo:
“Jehová reina; se vistió de magnificencia; Jehová se vistió, se ciñó de poder. Afirmó
también el mundo, y no se moverá” (Salmos 93:1).
Sin embargo, así como hay vestidos de gloria, también hay vestidos de
amargura, de dolor, de confusión y de maldición. En el libro de Ester, vemos
que al darse la orden de destruir, matar y exterminar a todos los judíos, en un
mismo día, y de apoderarse de sus bienes, Mardoqueo rasgó sus vestidos, y dice
que se vistió de cilicio y de ceniza, y se fue por la ciudad clamando, con amarga
lamentación (Ester 3:13; 4:1). El salmista escribió: “A sus enemigos vestiré de
confusión (…) Se vistió de maldición como de su vestido” (Salmos 132:18 109:18).
Por tanto, la Biblia habla de muchos vesti-
dos, y en la vida de José vemos, que cada vez
“así como hay que le pasó algo importante, en cada prueba
vestidos de fue desvestido, pero Dios siempre volvió a
gloria, también vestirle con mucho más honra.
Por tanto, podemos afirmar que el pri-
hay vestidos
mer vestido que tuvo José fue de honra.
de amargura, Aquel vestido hecho por su padre como una
de dolor, de distinción, indicando que José contaba y
confusión y de disfrutaba del amor de su padre, y que era
maldición” más amado que sus hermanos. Todos noso-
tros, como hijos de Dios, también fuimos
vestidos de esa misma manera, pues el Señor
nos ha vestido a todos de honra. La justicia
de Cristo en la vida de un creyente es un vestido que nos distingue entre toda
la humanidad. Todo aquel que ha sido vestido de Cristo tiene la distinción del
Padre (Efesios 6:14). El vestido de la justicia de Cristo es la manera de Dios
decir: «A estos los amo, por eso he quitado de ellos el oprobio, la vergüenza y
desnudez del pecado, y los he cubierto de salvación».
Asimismo, los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, de Cristo esta-
mos revestidos (Gálatas 3:27). Eso significa que el Padre te ama, pues la vesti-
dura de Jesús es una distinción, es el vestido de honor, de gloria; es la manera
de Dios expresar su elección, de que tú has sido elegido, has sido llamado; de
que pasaste de tinieblas a luz, y de muerte a vida. Es un vestido que dice que
ya no eres del mundo, ya no reina en ti el pecado, ya no eres como los demás
hombres, eres amado del Padre. De tal manera te amó Dios que te vistió de
Jesús; de tal manera te amó Dios que te tomó caído, te limpió del polvo, del
cieno, de todo lo que es vil y bajo, y después de trasladarte al reino, cubrió la
vergüenza de tu desnudez. Por eso, eres distinto, tú tienes el vestido de Dios.
Así también José era el amado del padre, y él se lo quiso expresar de la
mejor manera: vistiéndolo, cubriéndolo. A veces juzgamos mal a Jacob, y deci-
mos que era un padre consentidor que no hizo bien con amar a José más que a
los demás, pero el amor viene de Dios, y lo que antes fue escrito para nuestra
enseñanza lo es. José es un tipo de Cristo, el Hijo amado. Si estudias la vida
de José, no hay en toda la Biblia una ilustración o tipología más perfecta de lo
que era Jesús, pues José fue amado de su padre, envidiado por sus hermanos y
traicionado por ellos; vendido por monedas, y después llega a ser el que salva a
su pueblo y también a todas las demás naciones. Y por representar a Jesús, nos
representa también a nosotros, porque por fe somos hallados en Cristo.
Nota que Jesús era el amado del Padre, lleno de gracia y de verdad como
lo fue José, y nosotros también (Juan 1:14; Génesis 37:4; 1 Juan 4:10). José con
el vestido de la honra, nosotros con el vestido de la justicia del Señor, el vestido
de la distinción, de la elección, del santo llamamiento. Por eso nos aborrece el
mundo, porque el Padre nos ama. Lo dijo Jesús: “ Si el mundo os aborrece, sabed
que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo
amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso
el mundo os aborrece” (Juan 15:18-19). No somos del mundo, somos del Padre.
Mas, en el caso de José, fue aborrecido por sus hermanos, porque tenía el amor
del padre, y se le reveló el propósito del Padre Celestial, de que él iba a reinar
sobre sus hermanos, como un tipo del reinado del Hijo de Dios, y de nosotros
los creyentes, que también reinaremos con Él (Apocalipsis 5:10).
Cada vez que José se ponía aquella túnica de diversos colores (parecida a los
que usaban los reyes y personas adineradas en aquellos días) estaba diciendo:
«Yo soy un príncipe, el hijo de un patriarca que está en pacto con Dios; soy el
amado del padre, hijo de Raquel, la elegida y amada por el esposo». Sabemos
que las demás mujeres de Jacob, llegaron a él por engaño, y luego por disputas
entre ellas (Génesis 29:25; 30:4); pero él eligió una y esa fue la madre de José
(Génesis 29:18), así como la iglesia es la amada de Dios, y de ella nacieron los
elegidos y amados del Padre. Es glorioso ser vestido por Dios, tener el vestido
de la elección y de la distinción, pero al mismo tiempo eso implica el odio y la
envidia de los hermanos. José experimentó también ese dolor en carne viva.
Lo primero que hicieron los hermanos de José fue desnudarlo, despo-
jarlo de su túnica de colores, veamos: “Entonces tomaron ellos la túnica de
José, y degollaron un cabrito de las cabras, y tiñeron la túnica con la sangre;
y enviaron la túnica de colores y la trajeron a su padre, y dijeron: Esto hemos
hallado; reconoce ahora si es la túnica de tu hijo, o no. Y él la reconoció, y dijo:
La túnica de mi hijo es; alguna mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado.
Entonces Jacob rasgó sus vestidos, y puso cilicio sobre sus lomos, y guardó luto
por su hijo muchos días. Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para
consolarlo; mas él no quiso recibir consuelo, y dijo: Descenderé enlutado a mi
hijo hasta el Seol. Y lo lloró su padre. Y los madianitas lo vendieron en Egipto
a Potifar, oficial de Faraón, capitán de la guardia” (Génesis 37: 31-36). Des-
nudaron a José, lo despojaron de la honra, le quitaron la distinción, lo pri-
varon del vestido que externamente lo señalaba como el amado del padre,
y lo dejaron desnudo. Y aunque me imagino que ya vendido, llegó a Egipto
cubierto, con algún manto beduino, en realidad sabemos que iba desnudo,
porque había sido cubierto con la “desnudez-envidia”, “desnudez -odio”,
“desnudez-traición”.
¡Cómo duele el trago amargo de la traición! El salmista clamó: “Por-
que no me afrentó un enemigo, Lo cual habría soportado; Ni se alzó contra
mí el que me aborrecía, Porque me hubiera ocultado de él; Sino tú, hombre,
al parecer íntimo mío, Mi guía, y mi familiar; Que juntos comunicábamos
dulcemente los secretos, Y andábamos en amistad en la casa de Dios” (Salmos
55:12-14). José sufrió lo indecible, y la túnica que le despojaron, la tiñeron
con la sangre de un cabrito, para enviársela al padre, como prueba de que
José había sido despedazado por algún animal salvaje (Génesis 37:32-33).
Mas, la verdad era que la fiera de la envidia y la traición casi lo devoró.
Jesús también sufrió el ser traicionado, pues la Palabra dice que a los
suyos vino y los suyos no le recibieron (Juan 1:11), sino que lo cambiaron
por Barrabás, un ladrón (Mateo 27:26); odiando al César, prefirieron al
déspota que los oprimía antes que al Mesías de Israel que los redimiría
(Juan 19:15). ¡Traición! Luego le quitaron su túnica, y le pusieron otra de
color púrpura, que bien representaba su realeza, pues Él era el Mesías Rey.
También le colocaron una, muy ceñida, corona de espinas (Juan 19:5). A
José lo vendieron por 20 monedas de plata (Génesis 37:28), y a Jesús por
treinta (Mateo 26:15).
¿Qué paso después con José? Los mercaderes ismaelitas que lo compra-
ron se lo llevaron a Egipto (Génesis 37:28). Me imagino cómo se sentía José,
acostado en la joroba de aquel camello o caminando, a veces, por la arena,
atravesando el desierto, amarrado posiblemente con cadenas, y sus lágrimas
cayendo todo el camino a Egipto, mientras pensaba: «¡Increíble que mis her-
manos me hicieran esto! ¡Me separaron de mi padre y de mi hermano Ben-
jamín! Me desnudaron, me quitaron mi túnica, para vestirme con el vestido
de la deshonra; me quitaron el vestido de hijo, para darme un vestido de
esclavitud». Lo único bueno que hicieron ellos con la túnica de José fue que la
tiñeron de sangre, anunciando algo muy importante: el sacrificio de Jesús.
Cualquiera de nosotros en esa situación diría: « ¡Qué injusticia! ¿Dónde
está Dios cuando más se necesita?». Sin embargo, la Biblia dice que Jehová
estaba con José (Génesis 39:2). Por tanto, no importa lo que te hagan tus her-
manos, que te traicionen y te desnuden, si Dios está contigo. Donde quiera
que José iba, Jehová lo prosperaba, porque era hijo de los amados: Abraham,
Isaac y Jacob. Él era un hijo de pacto, como nosotros somos hijos de pacto,
y estamos bajo bendición. Nadie nos puede maldecir, ni siquiera los “Bala-
amnes” con su sincretismo religioso, mezclando lo pagano con la revelación,
podrán maldecir al pueblo escogido de Dios, porque en la misma boca Él les
cambiará la maldición por bendición (Números 24). Lo que es bendito por
Dios es bendito para siempre, porque cuando Dios bendice, no se retracta,
porque en Él no hay sombra de variación (Santiago 1:17). Dios es el mismo
ayer, y hoy, y por los siglos (Hebreos 13:8).
Ya en Egipto, José llegó a la casa de Potifar “desnudado” como esclavo, ¿y
qué hizo Dios? Lo vistió de mayordomo, un nuevo vestido de honra (Géne-
sis 39:4). Y no conforme con darle un puesto de relevancia, Potifar le entregó
su casa y todos sus bienes. Y como Dios bendice a los que bendicen a sus hijos,
la casa del egipcio empezó a prosperar. Por tanto, no es que recibamos bendi-
ción, sino que llevemos esa bendición, que ya hemos recibido, a donde quiera
que vayamos. Ese vestido de honra le dio una gran notoriedad a José, no tan
solo en gracia, sino con una bella presencia (Génesis 39:6), lo que ocasionó
que surgiera alguien que, otra vez, quisiera desnudarlo, veámoslo:
una vestidura de príncipe, con la que su padre lo vistió, pero no sólo por el ador-
no exterior, sino porque tenía nobleza, porte, dignidad de príncipe. De hecho,
ser un príncipe para Dios no es un hábito, sino una vida.
Otra vez a José le quitaron la ropa de honra, para desnudarlo con la
calumnia. Sin embargo, a José no le importó, porque él no le servía al “dios
imagen” ni vivía para defender su reputación, sino para honrar al Dios de su
llamamiento. En la iglesia, tristemente, hemos aprendido a vivir para defender
nuestro honor. Hay quienes piensan que cuando los calumnian ya perdieron
el vestido de la honra, y que el cielo les cayó encima; pero si tú eres integro,
tarde o temprano Dios te vindicará, porque Jehová siempre tendrá un vestido
para ti. Dios siempre vuelve y viste a sus íntegros, no importa cuántas veces
sean desnudados por los hombres.
Los hombres desnudan, pero Dios viste. Si el diablo te ha desnudado con
calumnias dañando tu ministerio, mantén tu integridad, porque tarde o tem-
prano Jehová enviará sus ángeles a ceñirte
de la ropa de honra. Jehová callará la boca
de los labios mentirosos, no importa que se “Los hombres
queden con tu manto de honra, ni que lo desnudan, pero
usen como evidencia contra ti. Sabe Jehová Dios viste”
ser fiel con los fieles y honrar a los que le
honran (1 Samuel 2:30). Por eso, Dios le
dice a la iglesia: « ¡Retén lo que tienes, que
nadie te quite tu honra!». No podemos impedir que hablen mal de nosotros,
pero eso sí, que lo hagan mintiendo (Mateo 5:11). El apóstol Pedro escribió:
“… si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por
ello” (1 Pedro 4:16). Si en algo nos hemos de avergonzar es de perder nuestra
honra por falta de integridad, de otra manera, no importa que nos desnuden,
si es por causa del Señor.
Volviendo a nuestra historia, sabemos lo que representa ser un esclavo, y
José, aunque mayordomo, pertenecía a Potifar, y su caso era digno de muerte,
no tan solo por su condición, sino por causa de quien provenía la acusación, la
esposa de su amo. Sin embargo, Dios metió su mano y este hombre, que bien
pudo ser severo e implacable, por la supuesta traición, fue flexible. Alguna sos-
pecha tenía Potifar en su interior de que José era fiel; posiblemente conocía a su
mujer, pero no podía confrontarla, para no traer a su abolengo esa vergüenza,
así que, por dignidad, decidió enviar a José al calabozo y no al cadalso. Así llegó
José a la cárcel, desnudo, despojado de la ropa de la libertad, para ponerse el
“vestido-prisión”. Quizás aquel vestido no era como el que hemos visto alguna
y me saques de esta casa” (v. 14). A los tres días de esto, en el cumpleaños del
Faraón, se cumplieron los sueños y su interpretaciones, estos hombres fueron
sacados de la cárcel; el copero volvió a su oficio, pero el panadero fue ahorcado,
como exactamente había interpretado José (Génesis 40: 21-22). Con todo, “el
jefe de los coperos no se acordó de José, sino que le olvidó” (v. 23), quitándole el ves-
tido de la misericordia y de la esperanza, para desnudarlo con el olvido.
Otra vez, José desvestido y ahora también olvidado. El olvido es cruel,
¡oh, cuánto duele que aquel, a quien le has hecho bien, te olvide! Alguien
dijo “devolver mal por mal es humano, devolver bien por mal es divino, pero
devolver mal por bien es diabólico”. ¡Cuántos de nosotros hemos sufrido el
olvido de personas que antes hemos favorecido! Hay personas cuando están
padeciendo o te necesitan por alguna razón, no se quitan tu nombre de la boca
y se acuerdan de ti y te solicitan, te buscan, no importa el día ni la hora. Mas,
cuando están en gloria, en honra, en prosperidad, de ti se olvidan, ni eres tú
precisamente el que le acompañas en sus buenos momentos. Pero hay alguien
que no se olvida de ti, ni en las malas ni en las buenas. Esa persona que, aun te
deje tu padre y tu madre, te recoge, es Jehová tu Dios (Salmos 27:10). Él dijo:
“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo
de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:15). Por
tanto, espera y deléitate en Él, y a Su tiempo, Él te concederá las peticiones
de tu corazón (Salmos 37:4). Eso ocurrió a José, al pasar dos años, llegó el
tiempo de Jehová, de cubrir de nuevo a José de la desnudez del olvido.
Ocurrió que el Faraón tuvo aquellos dos famosos sueños, en una misma
noche, sobre las siete vacas gordas y las siete vacas flacas; y de las siete espigas
hermosísimas, gruesas y llenas, y otras siete menudas, marchitas y arruinadas
por el viento (Génesis 41:1-7). Estos sueños agitaron tanto al Faraón que hizo
llamar a todos los magos de Egipto, y a todos sus sabios, a quienes les contó sus
sueños, mas no se encontró entre ellos quién los pudiese interpretar (Génesis
41:8). Entonces, el jefe de los coperos se acordó de José y le dijo a Faraón: “Me
acuerdo hoy de mis faltas. Cuando Faraón se enojó contra sus siervos, nos echó a la
prisión de la casa del capitán de la guardia a mí y al jefe de los panaderos. Y él y
yo tuvimos un sueño en la misma noche, y cada sueño tenía su propio significado.
Estaba allí con nosotros un joven hebreo, siervo del capitán de la guardia; y se lo
contamos, y él nos interpretó nuestros sueños, y declaró a cada uno conforme a su
sueño. Y aconteció que como él nos los interpretó, así fue: yo fui restablecido en mi
puesto, y el otro fue colgado. Entonces Faraón envió y llamó a José. Y lo sacaron
apresuradamente de la cárcel, y se afeitó, y mudó sus vestidos, y vino a Faraón”
(vv. 9-14). Había llegado el tiempo, nuevamente, de José ser vestido.
vida y no se olvidará de la buena palabra que habló acerca de ti. Todos esos sue-
ños y revelaciones están guardados en su memoria y un día se cumplirán en ti.
Una de las cosas que más conmueve a mi espíritu de esta historia, es la pre-
gunta con la que José contesta a sus hermanos: “No temáis; ¿acaso estoy yo en
lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien,
para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues,
no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos” (Génesis 50:19-21).
Ellos creían que él tomaría represalias después de muerto su papá, pero él los
consoló, y les habló al corazón, con esa sencilla pregunta: ¿Acaso estoy yo en
lugar de Dios? En esa interrogante se encierra
la manera como José entendió el plan de
Dios. Es decir, el que juzga es Dios; “¿Quién
“Me fue puede perdonar pecados sino sólo Dios?” (Lucas
necesario pasar 5:21). El lugar nuestro es no guardar rencor,
por el camino pero sólo de Dios es el perdonar. Muchas
del dolor y la veces, nosotros nos ponemos en el lugar de
Dios, cuando alguien nos traiciona; quere-
traición, para mos pagarle de la misma manera y vengar-
estar ahora en el nos. En ocasiones, cuando nos vienen las
de honor” dificultades y somos desnudados, tratamos
de vestirnos por nosotros mismos e interve-
nimos, haciendo cualquier otra cosa. ¿Acaso
estás tú en el lugar de Dios? Nota que José
nunca se vistió él mismo, porque no estaba en el lugar de Dios. Por eso, él no
peleó contra aquellos que los desnudaban ni tampoco se vistió, estaba claro que
también eso era asunto de Dios.
Ruego al Señor que penetren bien estas palabras en tu corazón: Tú no estás
en el lugar de Dios. Generalmente, nos ponemos en el lugar de Dios y tratamos
de evitar las cosas, luchamos para que no ocurran, y usamos nuestra sabiduría,
nuestros esfuerzos, nuestra astucia, todo lo que tenemos y con que contamos,
para evitarlo. Mas, nos olvidamos de lo que dice la Palabra: “a los que aman
a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28). Entiende que hay
cosas que tienen que acontecer en tu vida, porque son necesarias e inevitables,
las cuales están en el plan de Dios. No te pongas en el lugar de Dios a tratar
de evitar lo que no puedes impedir, ni pelees contra aquellos que te desnudan.
Ellos te quieren hacer mal, pero el Señor está tomando eso para bien, para gloria
de Su nombre, para madurarte, como una ocasión para intervenir en tu vida,
enseñarte y honrarte.
¿Qué tal si José se hubiera levantado y rebelado? Estoy seguro que hubiese
dañado el plan de Dios y las hermosas enseñanzas que, a través de sus tristes
experiencias, hemos alcanzado. Sabemos que Dios es soberano y en Su voluntad
hay poder, pero qué bueno cuando nos sometemos como se sometió José, tran-
quilo, humilde y mansamente a las poderosas manos de Dios. Personalmente,
he sufrido como José la traición de personas que estaban muy cerca. Por eso, al
recordar esos momentos, digo a veces bromeando: «Yo salí de Egipto con Coré,
Datán y Abiram, y me hicieron la vida imposible en el desierto», mas ahora yo
bendigo a esos hombres, porque Dios los usó para hacerme el líder que soy hoy.
A mí me pulieron, me plancharon, me “lavaron” en la casa de “Labán”, y como
Jacob, sufrí el engaño, pero ahora veo las cosas como José, y sé que aunque ellos
pensaron mal contra mí, Dios encaminó todo a bien, para hacer lo que veo hoy
en mi vida, y en aquellas almas que pastoreo (Génesis 50:20). Ayer sufrí gran
dolor, pero ahora veo que me fue necesario pasar por el camino del dolor y la
traición, para estar ahora en el de honor.
Con todo, hay gente que quiere salir de Egipto en helicóptero, para no ver
el “desierto” (tipo de trato y escuela de Dios) y caer en paracaídas en “Canaán”
(tipo de promesa y propósito). Mas, nadie puede evitar el desierto, si quiere
habitar en la tierra prometida, porque el
desierto es la oportunidad para ver a Dios
obrando en su vida, para Jehová enseñarle a
vivir en “Canaán”, donde Él le va a plantar. “Jehová defiende
Tú no estás en el lugar de Dios, así que no a los que no
trates de impedir lo que Él quiere hacerte se defienden y
vivir. El que conoce la soberanía, conoce a aboga por los
Dios. José entendía que Él siempre anda bus-
cando ocasión para mostrarnos su grandeza. insuficientes”
Si bien, en este relato José fue humilla-
do muchas veces, pero Dios fue honrado las
mismas veces en su vida. Cada vez que Dios vistió a José, se glorificó en él.
Si a ti no te “desnudan”, nunca tendrás el vestido de Dios. ¿Cómo sabrás que
Dios pelea a tu favor, si los enemigos no te “echan en la cisterna”, te “venden
como esclavo”, levantan contra ti falsos testimonios, te “ponen en la cárcel”
y te olvidan, o sea “te desvisten”? Esa es la manera del Señor glorificarse en
tu vida y usarte para preservar pueblos. Él quiere manifestar Su poder y Su
misericordia en ti, para que lo veas, y sepas cuán amado eres. Tú no estás
en el lugar de Dios, no pelees tus batallas, deja que Él pelee por ti. Jehová
defiende a los que no se defienden y aboga por los insuficientes. Estar
en el lugar de Dios es interferir en su propósito. Miremos a Jesús
José sufría con ellos al darse cuenta que tenían pesar por lo que le habían
hecho. Asimismo, un día Jesús hará lo mismo con Israel.
La Santa Palabra dice que el Señor subió al cielo y descenderá del cielo y
ellos mirarán al que traspasaron (Juan 19:37). Sí, el Mesías volverá y se pre-
sentará como lo describió el profeta: “y mirarán a mí, a quien traspasaron, y
llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige
por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto
de Hadadrimón en el valle de Meguido” (Zacarías 12:10-11). Así como ocurrió
con José, cuando todavía ellos no le reconocían que hizo salir de su presencia
a todos los egipcios, y se quedó a solas con sus hermanos, para darse a conocer
en intimidad a ellos (Génesis 45:1). Según se cree, en ese momento, José les
mostró a sus hermanos su circuncisión, la señal de que era uno de ellos, prueba
indubitable de su linaje y parentela. Les mostró eso que descubría que él no era
un egipcio, sino José, el hijo de Israel, su hermano, y ellos lo reconocieron. Y
dice la Palabra que todos juntos lloraron a gritos, tan altos que se enteraron los
egipcios, y también la casa de Faraón, que José se había reencontrado con sus
hermanos (Génesis 45:2). Entonces, cuando José pudo hablarles, les dijo: “Yo
soy José; ¿vive aún mi padre?” (v. 3), pero sus hermanos no pudieron responderle,
porque estaban turbados en su presencia. ¿Cómo articular palabra delante de
aquel que ellos habían desnudado y dado por muerto, y que ahora les extendía
su mano y les decía: “Acercaos ahora a mí (…) no os entristezcáis” (vv. 4,5)?
De la misma manera, un día Jesús se mostrará al pueblo de Israel, y ellos
verán no la señal de la circuncisión, de la ley, sino la circuncisión de la gracia
que son sus heridas. Y dijo el profeta que ellos preguntarán: “¿Qué heridas son
estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos”
(Zacarías 13:6). Y también les dirá: «Yo soy Jesús vuestro hermano a quienes
ustedes entregaron a los romanos, pero no se preocupen que yo no estoy en
lugar de Dios. Ustedes lo hicieron para hacerme daño, pero he aquí las nacio-
nes han sido salvadas y ha venido a la tierra la gran liberación».
¿Cuántas veces nos rehusamos a sufrir? Nadie quiere ser avergonzado;
solo un masoquista puede gustarle el dolor. De hecho, muchos usan la profe-
cía para evitar la aflicción, pues si el Señor muestra que por ese camino hemos
de recibir un gran dolor, no lo tomamos. Mas, vemos que el apóstol Pablo,
como Jesús, no evitó el conflicto. Cuando Agabo le tomó el cinto a Pablo y
se ató sus pies y sus manos y le dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán
los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos
de los gentiles” (Hechos 21:11), dice Lucas que cuando escucharon la profecía
le rogaron ellos y los de aquel lugar a Pablo que no subiese a Jerusalén, pero
él les dijo: “¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy
dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del
Señor Jesús” (Hechos 21:12,13). Pablo no se amedrentó ni tomó la profecía
como pretexto de cobardía ni se puso en el lugar de Dios, sino que entendió
que era necesario ir a Roma como Dios se lo había indicado.
Concluyo este segmento diciéndote lo siguiente: José era un ministro del
propósito de Dios, por esa razón, la experiencia de su vida nos ilustra muy
bien lo que es el ministerio según la soberanía de Dios. El dolor sufrido por
José cada vez que fue desnudado por los hombres, y la gracia que experimentó
en cada ocasión que el Señor lo vistió de honra, para contrarrestar la actividad
humana en su vida, nos sirve de ilustración a los ministros para aprender que
nada ni nadie podrá impedir que el propósito que Dios determinó en nuestro
llamamiento se realice. En la respuesta de José a sus hermanos: “No temáis;
¿acaso estoy yo en lugar de Dios?” (Génesis 50:19), y la manera que interpretó
la soberanía de Dios en su existencia, no solo debe consolar a los que hemos
sido llamados al ministerio, sino darnos convicción y firmeza de que el plan
de Dios, en nuestra vida y ministerio, se realizará irrevocablemente.
Este mensaje lo recibí de parte del Señor de una manera muy especial. Un
día en que no estaba estudiando la Biblia ni meditando en nada específico, vino
Palabra de Dios a mi espíritu, llevándome a este pasaje de las Escrituras. En el
trato que hemos tenido con el Señor, Él me ha enseñado a predicar por revela-
ción, y no porque me guste un tema en particular ni porque sea un lindo mensa-
je. Nuestras predicaciones son revelaciones que el Señor, literalmente, nos dicta,
de acuerdo al momento profético que vivimos y que vive Su iglesia. Y cuando
estamos en esa comunión, no podemos detener la pluma hasta llegar al punto
final, y después cuando leemos, los primeros ministrados somos nosotros, pues
vemos que son palabras que salieron de su divino corazón. Este mensaje tiene esa
naturaleza, esa esencia de Dios, por eso es especial, pues sale de una porción de
la Escritura de la cual se ha predicado mucho. Pero como la Palabra de Dios es
multiforme, y no existe tal cosa como que hay una sola interpretación o un solo
significado para cada pasaje, sé que seremos muy edificados con él.
La palabra de Dios no solamente es logos, también es rhema. Por tanto,
su dimensión y su altura, su profundidad y su longitud no radican tanto en
el logos (la palabra escrita), sino en el rhema que es la revelación. La palabra
iluminada que Dios saca del logos cuando se aplica, nos hace ver dimensiones
que nunca antes habíamos visto. Observa que cuando el pueblo de Israel
estaba próximo a entrar a la tierra prometida, Moisés le aconsejó que no se
olvidara de poner por obra los mandamientos que Jehová les había dado, pues
todas las aflicciones que habían confrontado eran con el objetivo de hacerles
saber que “no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca
de Jehová vivirá…” (Deuteronomio 8:3). Mas, cuando esas palabras llegaron
a los labios de Jesús en el desierto (Mateo 4:4), tuvieron una trascendencia
poderosa y vimos más de lo que estaba en el logos de Moisés. ¿Por qué? Por-
que en el momento que Jesús la aplicó nos enriqueció en significado, y ahí se
formó un yunque en la predicación sobre el cual la iglesia ha usado muchos
martillos, y no se ha gastado todavía. Esa es la riqueza de la revelación.
Tristemente, el “espíritu de Grecia” (el intelectualismo) nos ha afectado
tanto, que hemos limitado el contenido de la Palabra. Se estudian los princi-
pios hermenéuticos, y se aplican las leyes y se dice: «Este texto significa esto y
se acabó», ¡caso cerrado! Y como lo hemos llevado hasta ahí, hemos perdido
muchas riquezas. Pero gloria a Dios que Él está restaurando también el estu-
dio de la Palabra, y nos está mostrando los misterios del Rey, la riqueza de
Su gracia, el don de Su justicia y los tesoros de Su sabiduría. Es bueno decir
estas cosas, porque el Señor en este mensaje dará un martillazo otra vez sobre
lo mismo. El Dios del cielo está bajando lo que está muy elevado, levantando
lo que está muy bajo, y enderezando lo torcido, porque quiere manifestar Su
gloria. Para que se vea lo inconmovible, lo movible tiene que ser quitado.
Empecemos entonces, viendo la vida de Isaac, en el momento en que
él confronta un incidente muy parecido al que le había sucedido a su padre
Abraham. Cuando Isaac llega a Gerar y decide morar en aquel lugar, los hom-
bres le rodearon y le preguntaron acerca de su mujer, y él, temiendo que ellos
le hicieran daño, o lo mataran por causa de Rebeca, les mintió y les dijo que
era su hermana (Génesis 26:7). Aplicando, diremos que la mujer es un tipo de
la iglesia, y la iglesia es hermosa. En el libro de Cantar de los Cantares dice:
“¿Quién es ésta que se muestra como el alba, Hermosa como la luna, Esclarecida
como el sol, Imponente como ejércitos en orden?” (Cantares 6:10). Para el Señor
su amada iglesia es preciosa, y la compara metafóricamente de muchas mane-
ras, para describir su belleza.
En el libro de Apocalipsis aparece una mujer “vestida del sol, con la luna
debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas” (Apocalipsis
12:1). Esta puede ser una representación de la nación de Israel, como también
de la iglesia. En ella podemos ver a la iglesia vestida con el Sol de justicia que
es Cristo (Malaquías 4:2), con la luna debajo de sus pies, tipo de autoridad,
restauración y pacto perpetuo (Isaías 30:26; Salmos 56:13; Génesis 8:22)
y una corona, hermosísima, de estrellas, que bien pueden representar los
ángeles de cada iglesia, los enviados, la utilidad, la gloria y la exaltación de la
victoria alcanzada en Cristo. Por eso, el diablo siempre ha codiciado la espo-
sa de Cristo, así como Faraón se enamoró de Sara; y Abimelec rey de Gerar
(Génesis 12:14-15; 20:2), admiró la belleza de Rebeca (Génesis 26:7-8).
Satanás ha querido apropiarse de la iglesia, pero no se le ha permitido ni
tocarla, porque, a diferencia de Abraham e Isaac, Cristo nunca la ha negado,
ni ha dicho: «Ella es mi hermana», sino que ha dicho: «Esa es mi esposa, mi
amada, la cual he embellecido para mí, no para alguien más, sino para presen-
tármela a mí mismo “una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa
semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:27)». Cristo no niega a
su iglesia, sino que dice: «Es mía, yo la embellecí; toda su belleza es la que yo le
di. Yo la encontré a ella hecha una esclava y llena de harapos, y la lavé con mi
sangre, la vestí, le puse collar en el cuello, corona en su cabeza, la ceñí de verdad,
de justicia, de carácter, para que sea mi esposa (Ezequiel 16:9-16)».
Eso fue lo que Juan el bautista le quiso decir a sus discípulos, cuando estos
le reclamaron: “Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de
quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él” (Juan 3:26). Juan había
dicho que Jesús era el Cordero de Dios y dio testimonio de Él y ahora la
gente ya no les seguía a ellos, y por eso sus discípulos sintieron preocupación
(Juan 1:29,36). Pero Juan les dijo: “El que tiene la esposa, es el esposo; mas el
amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del
esposo; así pues, este mi gozo está cumplido” (Juan 3:29). En otras palabras, el
que tiene la esposa, es el esposo, nadie es dueño de la iglesia, sino Cristo. Hay
quienes se adueñan de la iglesia, y comienzan a dar mandamientos e impiden
que las ovejas oigan a otros, que se mezclen, que reciban, que aporten, que
ofrenden, etc. Se adueñan de la grey como si fuera una finca privada, y cuen-
tan los miembros como si fueran cabezas de ganado.
Faraón no quería dejar ir a Israel, porque creía que ese pueblo era suyo. No
obstante, hizo las siguientes propuestas, con tal de que no se fueran: 1. Sola-
mente irán los varones; 2. Que se queden las mujeres y los ancianos; 3. Que se
queden los niños (Éxodo 10:11); y 4. Que se queden sus ovejas y vacas (Éxodo
10:24). ¡Cuántas cosas hizo y dijo, para retener a Israel!, pero Moisés no negoció
con él, porque sabía que el pueblo de Dios no fue llamado a hacer ladrillos ni
monumentos, ni pirámides, y mucho menos ciudades de almacenamiento, sino
que este pueblo fue llamado para servir a Jehová en el desierto. Por eso le dijo a
Faraón: “Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en
el desierto” (Éxodo 5:1). No obstante, Faraón se rehusó y no quería dejarlos ir.
También vemos en el libro de Daniel, cómo al llegar el tiempo en que se
cumplió los setenta años de las desolaciones de Jerusalén, y mientras el profeta
oraba y ayunaba por eso, el ángel Gabriel vino a revelarle la visión que había
tenido y le dijo: “Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu
corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus
palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de
Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los princi-
pales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia” (Daniel
10:12-13). ¡Bendita sea la intercesión, porque nos permite vencer a principados
que siempre han querido retener al pueblo de Dios! Estos desean adueñarse
de la iglesia, porque codician la grey del Señor. Mas, Dios siempre interviene
y la saca y dice: «El que tiene a la esposa es el esposo. Cristo es el esposo de la
iglesia; devuelve la mujer a su marido (Juan 3:29; Génesis 20:7)».
La tierra de los filisteos esconde para nosotros grandes enseñanzas. Ya vimos
como los hombres de Gerar querían apro-
piarse de la mujer de Isaac, de algo que no
les pertenecía. Luego, cuando ya Isaac
estaba establecido y Dios lo bendijo, y se “Una
enriqueció, y fue prosperado de manera particularidad del
que se convirtió en alguien muy poderoso, institucionalismo”
dueño de hato de ovejas, y de vacas, y
es que siempre
mucha labranza, dice la Biblia que los filis-
teos le tuvieron envidia (Génesis 26:14). El convierte a los
proverbista dijo que la envidia es carcoma perseguidos en
de los huesos (Proverbios 14:30), y también perseguidores, y
dijo “Cruel es la ira, e impetuoso el furor; a sus enemigos en
Mas ¿quién podrá sostenerse delante de la
envidia?” (Proverbios 27:4). Los filisteos
sus apologistas y
fueron los peores enemigos de Israel. El aliados”
pueblo de Dios vivió en guerra permanen-
te con esta nación, y sus conflictos con
ellos fueron tenaces y constantes.
De esa historia bélica, de Israel contra los filisteos, podemos sustraer una
enseñanza muy útil para nosotros hoy. En el sentido espiritual, los filisteos
representan los adversarios más peligrosos para el pueblo de Dios. Una vez pre-
dicamos un mensaje donde el Señor nos exhortaba a cuidar los límites de nues-
tras fronteras. La enseñanza estaba basada en la gran tarea de Israel de proteger
su territorio de las amenazas de los enemigos. Uno de los límites que tenían
que guardar celosamente era el de la tierra del lado de los filisteos, porque eran,
geográficamente, los vecinos más cercanos de Israel, pero también eran sus más
encarnizados contrincantes. Asimismo, los creyentes tenemos muchos adver-
sarios, por causa del propósito de Dios, pero entre ellos los “filisteos” son los
más hostiles, porque están tan cerca que es muy difícil hacer una demarcación
en la frontera. Los filisteos, inclusive, entraban al campamento de Israel, se
mezclaban y parecía que era un mismo pueblo, de tan cercanos que eran. Y el
Señor me mostró que los filisteos representan el espíritu de institucionalismo,
de estructura, de organización, que siempre ha sido el instrumento que ha que-
rido arruinar y matar al organismo viviente, que es la iglesia.
El término “institucionalismo” puede ser que no exista en castellano, por
lo que quizás sea mejor decir: “institucionalizar” que es conferir a algo carác-
ter de institución, o convertir algo en institucional. Sin embargo (y que me
perdonen mis más férreos críticos), prefiero usar la palabra “institucionalismo”
por la siguiente razón: Cuando una acción se convierte en tendencia y además
se defiende y se enseña, llega a convertirse en un sistema, doctrina o filosofía,
por lo que debe ser clasificada entre los “-ismos”. Por ejemplo, el vocablo
“papismo” fue inventado por los protestantes, para referirse a los católicos que
están gobernados por este sistema eclesiástico. El papismo no es más que el
“institucionalismo católico”. En la evolu-
ción histórica de la iglesia cristiana, insti-
tucionalizar ha comenzado como una
“Cuando una tendencia o “necesidad justificada”, pero
acción se siempre -sin excepción- ha terminado en
un sistema o régimen, o sea, en institucio-
convierte en
nalismo. Observo que todos los movi-
tendencia y mientos espirituales que han salido
además se defiende corriendo del institucionalismo, con la sin-
y se enseña, llega a cera y noble intención de vivir la vida de
convertirse en un Dios en el Espíritu, al final han sido
alcanzados y atrapados por este monstruo
sistema, doctrina infernal. La ironía consiste en que aquello
o filosofía” que al principio se aborrece, al final se
termina amando y defendiendo.
Dios al pueblo, de otra manera nadie más podía hacerlo. Mas, cuando Jesús
se levantó y ellos vieron que todo el pueblo le seguía, y que se estaba erigiendo
un pozo de gloria, el cual no se quedó como pozo –por cierto- sino que se
convirtió en una fuente de agua viva, se llenaron de envidia (Mateo 27:18).
¡No hubo un pozo como el pozo de Jesús en Israel ni en toda la tie-
rra! Ellos no cometieron el error de reclamarlo como suyo, pero sí trataron
de echarle tierra y sepultarlo. Observa que inmediatamente se enteraron de
los milagros y señales que hacía Jesús, los principales sacerdotes y los fari-
seos reunieron el concilio, y dijeron: “¿Qué haremos? Porque este hombre hace
muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y
destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación” (Juan 11:47-48). Entonces,
Caifás, el sumo sacerdote, se levantó y dijo: “Vosotros no sabéis nada; ni pensáis
que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación
perezca” (Juan 11:49). Y si bien es cierto que Caifás, sin saberlo, estaba profe-
tizando, porque era el sumo sacerdote en ese tiempo, no es menos cierto que
su intención era arruinar la vida de un hombre a quien todo el mundo seguía,
porque daba testimonio de la verdad, y eso atentaba contra la preservación de
las tradiciones de su imperio religioso.
Es triste, pero el Espíritu de Dios me revela que ese espíritu de Caifás toda-
vía está en el pueblo de Israel, y en la actualidad, Jesús sigue siendo un problema
para ellos. Hay dos palabras que un judío no puede escuchar: Jesús y cruz. Por
eso, muchos quieren quitar la cruz de la pre-
dicación a los hebreos, pero la Biblia nos
muestra que los apóstoles predicaron el men-
“No riñamos
saje de la cruz y dijeron a Israel: “Sepa, pues,
por los pozos, certísimamente toda la casa de Israel, que a este
levantemos Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha
otros” hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Y dice la
Palabra que al escuchar esto, ellos se com-
pungieron de corazón (Hechos 2:37). De
hecho, cuando llegue la plenitud de los gentiles, el Señor hará una obra a su
favor (Romanos 11:25-27). Entonces, los judíos serán arrepentidos de corazón
cuando vean al que traspasaron. De esta manera es que ellos se van a arrepentir,
no acomodándoles las cosas, ni cambiándoles la cruz por un candelabro.
La cruz es la cruz y no hay salvación sin ella, pues no hay remisión sin san-
gre. Claro, no vamos a cometer el pecado que ha cometido el espíritu de la igle-
sia gentil, que les ha recriminado a los judíos por siglos, el que hayan crucificado
al Hijo de Dios. Los apóstoles no hablaron con ese espíritu, sino que les dijeron:
“Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro
Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis. (…) Dios envió mensaje a
los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es
Señor de todos” (Hechos 7:37; 10:36). Nota, es otro espíritu, no un espíritu de
confrontación, sino un espíritu de consolación, restauración y perdón.
El libro de Ezequiel nos muestra el dolor de Dios, por la condición de su
pueblo, el buen pastor dispuesto a dar su vida por sus ovejas (Juan 10:11). Por
eso, dijo: “Anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo collado
alto; y en toda la faz de la tierra fueron esparcidas mis ovejas, y no hubo quien las
buscase, ni quien preguntase por ellas. Por tanto, pastores, oíd palabra de Jehová:
(…) Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis
ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio
de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares
en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad” (Ezequiel 34:6-7,11-
12), y vino en la persona del Hijo a recoger a Su pueblo. Por eso, Jesús dijo: “Yo
soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11), y también
dijo: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24).
Sin embargo, el espíritu de los filisteos que estaba en los judíos, los impul-
só a echarle tierra a ese pozo, para silenciarlo, y buscaban cómo matarle. Por
eso, Jesús les dijo: “¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los
edificadores, Ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, Y es cosa
maravillosa a nuestros ojos? Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado
de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:42-43).
Así, cuando Jesús se dio cuenta que no podía brotar en su plenitud el pozo
de la salvación, que Él había traído a Israel, edificó Su iglesia, levantando un
pueblo gentil entre las naciones. Así que los apóstoles comenzaron a abrir, pri-
meramente, el pozo entre los judíos, pero ellos empezaron a echarle tierra, con
sangrientas persecuciones y falsas acusaciones. Por lo cual, ellos sacudieron el
polvo de sus pies en testimonio contra ellos, y salieron de allí en dirección a
donde les recibieran (Lucas 9:5; Hechos 13:50-51).
¿Qué hizo Isaac cuando le cerraron el primer pozo? Él no se puso a reñir
con ellos, como hicieron sus siervos, sino que abrió otro pozo (Génesis 26:19-
21). Aprendamos iglesia, no riñamos por los pozos, levantemos otros. Cuan-
do el concilio de Constanza quiso cegar el pozo del valiente reformador Juan
Huss, y el papado lo condenó a morir en la hoguera, en el año 1415, él, mien-
tras moría consumido por las llamas, profetizó: «Ahora me asan a mí, pobre
ganso –Huss, en su lengua natal quiere decir ganso), pero dentro de cien años
vendrá un cisne contra el cual no prevalecerán» (Martín Lutero, Págs. 53, 54
por Federico Fliedner. Libros Clie, Terrassa, España, 1980). Esta profecía fue
sorprendente, pues ciento dos años después, que este profeta de Dios dijera
a los turistas y les dicen: «Miren, en este púlpito predicó Lutero; esta es la Biblia
que él usaba; aquí él descansaba, allá se aseaba, etc.» También vi a personas
ministrando como lo hacían antes, vestidos como en el siglo dieciséis, porque
era parte de la exhibición. Al ver todo eso me dije: ‘¡Ay! Yo que había oído tan-
tas cosas lindas de la reforma, y ver, quinientos años después, en lo que se ha
convertido, eso duele’». Sí... duele y mucho, todavía más sabiendo que “Dios no
es Dios de muertos, sino de vivos” (Mateo 22:32).
Ahora, ¿quién es el enemigo? ¿Quién dañó la obra del siglo dieciséis? el ins-
titucionalismo con sus estructuras y organizaciones. Ese control se adueña de la
bendición y ahora la reclama y dice: «El pozo de Lutero es nuestro; Lutero era
luterano». Pero el mismo Lutero dijo que no le pongan a la iglesia su nombre,
porque él no murió por la iglesia, sino Cristo, pero ellos todavía le llaman a esa
iglesia “luterana”. Ellos se adueñaron del pozo, y al ponerle el nombre del instru-
mento, lo cegaron, por eso hoy es una galería. Pero dicen: «Esa es nuestra historia,
ese es nuestro movimiento, esa es nuestra reforma y ese es nuestro reformador.
El que quiera venir aquí, que pague, y le damos un tour por nuestro museo». El
pozo de donde nació la reforma hoy es un salón de exhibición; le echaron tierra
encima al pozo, lo cegaron, y los “filisteos” se ufanan diciendo: «Esto es nues-
tro». Es así como el institucionalismo se apodera de los movimientos del Espí-
ritu, los seca y entierra, para luego levantar el orgullo histórico de “fundador”.
Igualmente pasó con John Wesley (1703-1791), su padre era pastor de la
iglesia de Inglaterra. Wesley era el decimoquinto hijo de diecinueve herma-
nos, pero el Dios del cielo en su providencia lo había elegido a él para abrir un
pozo. Cuentan que diariamente se levantaba a las cuatro de la mañana a orar.
Dios estaba haciendo brotar el pozo, haciendo subir sus aguas por el Espíritu
Santo, sube pozo, sube... Y se levantó aquel pozo, junto a su hermano Carlos y
a George Whitefield, desarrollando un ministerio como predicador popular,
y se hizo famoso. Pero cuando se levantó aquel pozo, en la iglesia anglicana,
(a pesar de que era hijo de un pastor), de su propia iglesia lo echaron. En el
lugar donde él creció y adoraba a Dios con sus himnos, le dijeron: «Váyase
de aquí, con esa música a otra parte, nosotros somos anglicanos, esa no es
nuestra cultura; tampoco nosotros adoramos ni oramos así». Entonces, él se
fue como Isaac, diciendo: «Si me cierran el pozo aquí, lo abrimos allá, pero
esto no lo parará nadie». Así que Wesley tuvo que separarse de la iglesia que
lo vio crecer, y formar la suya, y les comenzaron a llamar por el nombre de
“Metodistas”, pues era notorio su capacidad de organización y los métodos
que aplicaban para el estudio de la Palabra. Luego, el movimiento metodista
se hizo fuerte y fue glorioso, llenando a Europa y América del conocimiento
de Dios. El Señor no detendrá su obra por falta de pozos, sino que va a seguir
abriendo pozos, y cuando le echan tierra por un lado, él lo levantará por otro,
como la ardilla que se mete por aquí y sale por allá.
Juan y su hermano Carlos conocieron que a través de la alabanza su fe se
aumentaba, por lo que compusieron al Señor alrededor de seis mil himnos (54
himnarios) y también poemas. John Wesley escribió más de doscientos libros,
también una gramática hebrea, otra latina y otra más de francés e inglés; pre-
dicó 780 sermones, lo que significa dos sermones diarios, durante cincuenta y
cuatro años; visitaba a los enfermos, a los hermanitos en sus casas y disertó sobre
diferentes temas en sus obras, incluyendo de la naturaleza, historia, etc. Pero
cuando murieron, él y su hermano Carlos, y se evaluó el impacto espiritual que
su movimiento había hecho, el pozo de agua viva que en ellos Dios había abier-
to, sus seguidores comenzaron a decir: « ¿Por qué no escribimos acerca de lo
que pasó? ¿Por qué no hacemos un museo donde nació Wesley?», y empezaron
a echarle tierra hasta que lo cegaron. Cuando nuestros misioneros fueron allá,
a cumplir el mandato que Dios nos había dado de desenterrar espiritualmente,
por fe, estos pozos, y llegaron a la casa de Wesley, encontraron que también
estaba convertida en un museo. Y ahora los metodistas dicen: «Nosotros somos
el movimiento de Wesley» y a la inspiración divina que este hombre recibió por
el Espíritu Santo, le pusieron su nombre: “teología wesleyana”, aunque toda su
vida este hombre la dedicó a darle gloria a Dios y a su Cristo.
Sabemos que donde había fuego, cenizas quedan, pero solo eso... La igle-
sia metodista perdió el brillo que tuvo antes, y lo digo con dolor, porque son
mis hermanos, y yo estoy hablando de nuestra historia como iglesia, recor-
demos que la iglesia de Cristo es una sola. El espíritu religioso se adueñó del
movimiento vivo, para convertirlo en una institución. Ellos, que con su buena
intención escribieron lo que habían vivido en el Espíritu Santo, igualmente
hicieron una liturgia de la espontaneidad del Espíritu, volviendo a la rutina de
donde el Señor los había sacado. Y no niego que sus libros sean una bendición,
y que sus vidas, todavía, nos sirven de inspiración, pero ¡cegaron el pozo y se
adueñaron del nombre! Ellos hicieron de todo aquello una sala de exhibición,
y ahora son solo eso, parte de la historia de la iglesia.
Asimismo, en Estados Unidos había un hombre llamado Jonathan
Edwards (1703-1758), teólogo, filósofo y uno de los hombres más brillantes,
intelectualmente, de su época. Este hombre, debido a su problema visual,
usaba unos lentes con grandes aumentos y leía sus sermones, pero la gente se
dormía al escucharle, y eso lo llevó a frustrarse del púlpito. Esa inconformi-
dad lo hizo orarle a Dios: « ¡Señor, por favor! Yo quiero ser un predicador de
poder», dejando el púlpito para orar, y el día que menos oraba, oraba trece
Street” (La calle Azusa), escrito por Frank Bartleman, un varón de Dios,
quien fue testigo de este avivamiento en el sur de la ciudad de los Ángeles, el
cual escribió sus impresiones acerca de ese gran movimiento que luego llama-
ron “Pentecostal”. Ocurrió que el hermano William Seymour, un predicador
afro-americano, sin ningún atractivo, que incluso se colocaba una caja en la
cabeza y se escondía, para que no lo vieran, en medio de la manifestación del
Espíritu. Dios lo eligió (en el tiempo en que, aunque la esclavitud había termi-
nado, todavía quedaba un fuerte sentir discriminatorio en Estados Unidos),
para levantar y revivir la iglesia, y esta fuese guiada por el Espíritu Santo.
De esta forma comenzó todo aquello, tan hermoso, donde nadie era asig-
nado para predicar, sino que en el momento dado el Espíritu señalaba quien
llevaría la Palabra de ese día, y cuando esa
persona predicaba caía la gloria de Dios.
Entonces comenzaron a llegar a Estados
Unidos del mundo entero para mirar lo que “Nadie puede
estaba pasando ahí, y se acrecentó aquel acusar a alguien
poderoso avivamiento, multiplicándose en de haber cegado
congregaciones avivadas. Mas, un día, y echado tierra
cuenta Bartleman, pasó frente aquella vieja
casa #312, vio un letrero que habían coloca-
a los pozos
do afuera, donde ya le habían puesto un que Dios ha
nombre al movimiento. Él dice que sintió levantado,
que desde ahí comenzó la decadencia de ese porque es un
tremendo avivamiento, cuando le quisieron pecado histórico,
poner nombre a algo de Dios. Se levantaron
a darle nombre al pozo y también se adue- del cual
ñaron de él, pues empezaron los diferentes tenemos que
concilios a reclamarlo como suyo. Así, lo arrepentirnos
que inicialmente fue un movimiento del todos”
Espíritu en todas las iglesias, se convirtió en
una tremenda denominación, dividida en
un montón de pedazos llamados: “concilio”
“asamblea” “misión”, etc. En fin, todo el mundo reclamando la autoría, cuan-
do únicamente pertenece al Espíritu Santo de Dios.
De hecho, todos estos pedacitos se convirtieron en instituciones que -cuan-
do comenzaron- criticaban a los bautistas, a los metodistas y presbiterianos, pero
luego se convirtieron en uno de ellos, ¡iguales! Erigieron instituciones, levanta-
ron universidades, establecieron un sistema burocrático, emitieron credenciales,
etc., igual que los demás. Nadie puede acusar a alguien de haber cegado
coloqué mi dedo y cuando miré, estaba señalando el verso 9 del capítulo 18 del
libro de los Hechos, donde el Señor le dice a Pablo: “No temas, sino habla, y no
calles; porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal,
porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad” (Hechos 18:9). Entonces, entendí
aquello que, meses antes, Dios me había dicho en una profunda comunión:
«Radhamés, yo te voy a mostrar mi pueblo en esta ciudad; yo te voy a llevar
a todas mis ovejas», y yo decía siempre a los hermanos, predicando: «I have a
dream (yo tengo un sueño)», recordándome de la frase que hizo famosa Martin
Luther King Jr. Sí, yo tenía un sueño que Dios había puesto en mi corazón y
era ver una iglesia enamorada de Cristo, una iglesia donde Cristo es el Rey, una
iglesia que no se guía por estructuras, sino por el Espíritu Santo. Ahora mis ojos
ven a ese pueblo en esta ciudad y en las naciones, y glorifico a mi Señor.
Creo que la iglesia de Cristo la constituye todos los nacidos de Dios, por
la obra del Espíritu Santo. El nombre del movimiento donde fueron evangeli-
zados y el lugar donde perseveran no importa. De hecho, estoy mirando una
generación que brota, estoy observando un pozo que se levanta, que busca la
gloria del Rey, en un organismo viviente, no en una organización. Mas, es
necesario que entendamos que mientras Isaac estuvo en tierra de los filisteos,
ellos se sintieron con derecho sobre él. Por eso, dice Dios: «Sal de Babilonia,
oh cautiva hija de Sion, sal de ahí, ¡sal!» Hay un llamado del Señor de salir
de esos espíritus, de esas cárceles, hay que salir para que no tengan derecho
en nuestras vidas. A veces se adueñan hasta del derecho de autor de los que
escriben libros inspirados por el Señor, se adueñan de todo.
Nota lo que dicen las Escrituras: “Y volvió a abrir Isaac los pozos de agua que
habían abierto en los días de Abraham su padre, y que los filisteos habían cegado
después de la muerte de Abraham; y los llamó por los nombres que su padre los había
llamado” (Génesis 26:18). Generalmente, después que muere el instrumento que
Dios levanta, ahí es que le echan la tierra con ganas, porque mientras está vivo
el hombre que tiene la guía del Espíritu hay cierto freno, pues él no permitiría
todas esas cosas, pero ya muerto, le arrebatan el nombre y le quitan el apellido
de Dios, para ponerle el de ellos. Ya no se llaman iglesia de Cristo, sino concilio
tal, iglesia tal, ya sea bautista, pentecostal, presbiteriana, y así sucesivamente. Y
dice Dios: «Iglesia, los llamados de mi nombre no llevan el nombre de Juan el
bautista, ni de ninguna doctrina, sino que llevan el nombre de Cristo, del que
los redimió». Ellos se ponen el nombre de la denominación, y se llaman movi-
miento Luterano, movimiento reformado, pero la iglesia no, ella se apellidará
con el nombre del Señor. Los engendrados de mi nombre, yo los salvé, yo los
hice, y los creé, para que lleven mi nombre a las naciones, no el de ellos».
Ya dije que el Señor nos envió a desenterrar, por fe, los pozos en las nacio-
nes, pero el que los levanta es Dios. A través de un ministro de la ciudad
que nos predicó un mensaje sobre la epístola a los Hebreos 12:23, acerca de
los espíritus de los justos hechos perfectos, confirmamos lo que el Señor nos
había dicho antes: «Voy a resucitar el espíritu de la reforma en este tiempo,
pero lo voy a hacer con mi nombre, no con el nombre de nadie. Voy a levan-
tar el movimiento de Jonathan Edwards, el espíritu de Wesley, pero no con
el nombre de una denominación, sino con mi nombre». Nosotros fuimos a
la llanura piamontesa, a orar en aquel valle donde se escondían Pedro Valdo
y sus seguidores, los que posteriormente fueron conocidos como “valdenses”,
por el nombre de su líder. Valdo entregó todas sus riquezas a los pobres, para
seguir radicalmente los preceptos de Cristo.
Estos hombres pelearon contra un imperio, porque les fue negado pre-
dicar el evangelio, por ser, supuestamente, una prerrogativa de los sacerdo-
tes, únicamente, y los excomulgaron y fueron perseguidos despiadadamente.
No obstante, ellos constituyeron iglesias en aquel valle, donde también se
escondían, y decían a sus hijos «Ustedes serán misioneros de Dios o no serán
nada». Perdieron sus propiedades, sus derechos, vivieron como errantes en las
montañas, en los valles y cuando los encontraban eran quemados, ahorcados,
torturados, y ni siquiera así renunciaron a la fe gloriosa de Jesús. El sistema los
destruyó casi a todos, y hoy son historia. Se dice que solo el papa Inocencio
III mató cientos de miles de valdenses, en tiempo de la inquisición. Mas, la
sangre de los mártires era semilla, y cuando mataban uno, por el testimonio
de ese se levantaban cien y hasta mil más. Así Dios va resucitar los pozos, pero
con el nombre de Cristo, no con el nombre de alguien más, pues nadie tiene
derecho a apropiarse de lo que es de Dios.
Meditando en el incidente de los pastores de Gerar contra los pastores
de Isaac, cuando les dijeron: “El agua es nuestra” (Génesis 26:20), vino a mi
mente lo que pasó, en la ciudad de Nueva York, cuando Dios le dio a la iglesia
hispana un avivamiento, y le dijo: «Tú irás a las naciones». Este movimiento
del Espíritu, Dios lo realizó a través de un conocido ministerio radial, al
cual también le dijo: «Tú vas a ser voz mía en las naciones». El Señor levantó
a sus ungidos, y la iglesia de la ciudad estaba siendo muy bendecida y ya se
estaba extendiendo el fuego a las naciones, cuando el espíritu de los pastores
de “Gerar” se suscitó en el ministerio, y no escucharon a Dios, sino que se
alzaron en contra de sus ungidos, especialmente contra uno de ellos. A ese lo
despojaron y le dijeron: «La unción es nuestra; todo lo que tú has hecho aquí
es de nosotros». Así lo bloquearon y neutralizaron en la ciudad, lo despojaron
y expulsaron, y se adueñaron del pozo. Entonces, comenzaron a dar decretos:
Un día me dijo Dios: «Hijo, yo quiero que ustedes mis siervos dejen el
bozal», y yo dije: «Dios mío, ¿cuál es el bozal?». En el momento no entendí ese
lenguaje tan extraño, de bozal, pues en el uso apropiado de la palabra, se define
como “bozal” a una pieza o aparato que se coloca en la boca de los animales
para impedir que muerdan, mamen o pasten en los sembrados. Mas, el Señor
me dijo: «El bozal es la ética ministerial, la cual se usa para dar muestra de
educación y de prudencia (por ejemplo: “no digo eso porque se ofenden”, “no
menciono aquello porque no me vuelven a invitar”), pero no es otra cosa que
hipocresía educada, para callar la boca a mis profetas». Tremenda compara-
ción. El apóstol Pablo decía: “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de
Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues
si todavía agradara a los hombres, no sería sier-
“El bozal es la vo de Cristo” (Gálatas 1:10). En la restaura-
ción, Dios nos ha dado lengua de sabios para
ética ministerial, hablar al pueblo; nuestro mensaje no es de
la cual se usa condenación, ni de confrontar las cosas en la
para dar muestra cara a nadie para avergonzarle, sino para
de educación y de restaurarle.
El Señor nos dio el ministerio de la con-
prudencia, pero
solación, donde el mensaje se da con amor,
no es otra cosa anunciándole a la iglesia las cosas nuevas,
que hipocresía el nuevo orden de Dios. Tenemos que decir
educada, para que hay que salir a reedificar, pues en Sion
callar la boca a va a haber un templo y un Rey. Por eso
nuestras palabras le traen algo mejor, y es
los profetas” como bálsamo que le muestran los campos
floridos que Dios ha prometido: “Se alegra-
rán el desierto y la soledad; el yermo se gozará
y florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, y también se alegrará y cantará
con júbilo; la gloria del Líbano le será dada, la hermosura del Carmelo y de
Sarón. Ellos verán la gloria de Jehová, la hermosura del Dios nuestro” (Isaías
35:1-2). En el mensaje de restauración no hay condenación. Sí se exhorta, sí
se amonesta, pero también se edifica, y también se consuela. Los siervos de
Dios no estamos en contra de nadie, sino a favor del Señor.
Se cuenta que en el tiempo de la guerra civil, en Estados Unidos, una vie-
jita como de ochenta y cinco años estaba a favor de los estados del norte, y de
momento salió de su casa, en medio de la balacera, con la bandera del ejército
de la unión, hacia el campo de batalla. Un soldado que ve a la ancianita que
con esfuerzo trataba de hondear la bandera de la unión, lo más alta posible,
No obstante, puedo decir que fui el único pastor que duró siete años en una
iglesia, en vez de cuatro, porque los hermanos comenzaron a decirles: «Den-
nos al pastor», y ellos comenzaron a temer, y me dejaron por un tiempo.
Recuerdo que, viendo esta problemática, le dije a un compañero: «Es duro,
estar siete años aquí, agonizando, para entrar a esta iglesia en el propósito de
Dios y después venga un “extraño”, enviado por la organización (desconocedor
de lo que Dios está haciendo en medio nuestro), y comienza a contradecir todo
lo que hice, metiendo a la iglesia otra vez en “religión”». Ellos con un solo ser-
món acababan con toda la obra de siete años, porque son especialistas en matar
todo lo que Dios hace en el Espíritu, y por eso yo gemía. El compañero me
decía: «Pero, ¿cuál es tu problema? ¿Tú le
estás sirviendo a Dios? Haz tu trabajo y olví-
date», pero le dije: «No, yo no soy un agricul-
“Es bueno que tor que siembra, para que venga después un
entiendas que rodillo a remover la semilla, ¡NO! Yo siem-
nadie va a llegar bro para ver fruto; yo quiero ver a Jehová en
a los lugares la tierra de los vivientes; quiero terminar la
obra, correr para alcanzarlo, no correr por
espaciosos,
correr». El salmista inspirado dijo: “Irá
mientras esté andando y llorando el que lleva la preciosa
cavando pozos en semilla; Mas volverá a venir con regocijo, tra-
tierra filistea” yendo sus gavillas” (Salmos 126:6). Por lo
cual, te digo que echemos fuera ese espíritu
de conformismo, esa mentalidad de «no
importa que luego destruyan, yo cumplí con
Dios». Es posible que muchos lectores consideren esto como algo inverosímil,
pues nunca han vivido situaciones similares. Esos deben darle gracias a Dios
que son “vírgenes”, pero esos pastores que salieron de todos esos movimientos
saben de lo que estoy hablando, porque ellos vivieron la experiencia.
De ninguna manera quisiera instigarte con un espíritu hostil hacia alguien,
pues no estamos en contra de nuestros hermanos ¡jamás!, porque nosotros tam-
bién estuvimos esclavos e ignorábamos. El mensaje es ir con el Espíritu de Cris-
to y con lengua de restauración a decir a nuestros hermanos: «Jehová quiere
reedificar a Sion, ya el tiempo de Babilonia terminó, ¿por qué no vamos juntos
a edificar los muros y a quitar los escombros, y a quitar la vergüenza de nuestro
pueblo y a cumplir el propósito de Dios en Sion?». Y estoy seguro que de esta
forma no habrá que empujar a nadie. Cuando el rey Asuero hizo banquete a
todos sus príncipes, cortesanos y gobernadores de provincias, para mostrar las
riquezas de la gloria de su reino y la magnificencia de su poder, él brindó vino
real, pero con ello dio una ley: Que nadie fuese obligado a beber; sino que se
hiciese según la voluntad de cada uno (Ester 1: 1:3, 4, 8). Tampoco Dios obliga
a nadie a beber del vino nuevo, sino que se lo da a aquel que lo desee. “Si algu-
no tiene sed, venga a mí y beba”, dijo Jesús (Juan 7:37). El Señor dice que va a
levantar un pueblo que se someterá a Él voluntariamente en el día de Su poder
(Salmos 110:3), no un pueblo obligado, manipulado o arrastrado por eslóganes
políticos. Ese pueblo será uno que conoce el corazón de Dios; que cuando Dios
le diga: «Vengan, vamos a edificar a Sion, salgamos de tierra de cautividad»,
ese pueblo va a entender y como nosotros y millares de iglesias cristianas en las
naciones, saldrán detrás de su Señor.
Es bueno que entiendas que nadie va a llegar a los lugares espaciosos,
mientras esté cavando pozos en tierra filistea. Recuerdo, en mi caso, los inten-
tos que se hicieron para neutralizarme, pero
llegó un momento que ya no pudieron hacer
nada, pues ya yo estaba fuera de su dominio, “La iglesia no
y bajo la jurisdicción del Señor. Ahora ya
podía hacer la voluntad de Dios libremente, podrá llegar
y lo que Él había puesto en mi corazón, sin a donde Dios
temor alguno. Por eso siento mucha compa- quiere, mientras
sión al viajar a las iglesias en las naciones, esté atada a un
cuando veo a siervos de Dios, pastores, gente
sistema humano”
linda de Dios, llorando y diciendo: « ¿Qué
hago? Dios me ha hablado así, yo hago el
esfuerzo, trato, pero no me puedo rebelar
¿Qué me aconseja?». Y es verdad, no se pueden rebelar, porque en el reino hay
que someterse a toda autoridad superior, dice la palabra de Dios (Romanos
13:1), pero eso hasta que Dios te diga: «Sal». Cuando llegue a ti la voz de Dios
que te manda a salir, deja todo y huye de ahí, sin mirar atrás. Cuando yo salí,
algunos me dijeron: «Tú puedes ser uno que desde la radio golpee ese movi-
miento», pero dije no, a mí Dios no me llamó a atacar a nadie, yo soy pastor.
Dios me llamó a apacentar ovejas. Ellos son parte de la iglesia y Dios sabe como
tratará con ellos.
Nuestro llamado es a restaurar, no a señalar ni atacar a nadie. Espero que
tú interpretes el espíritu de lo que te estoy compartiendo, el cual es un espíritu
que todos conocemos, porque todos hemos participado del mismo. Mas, hay
una verdad de la cual estoy convencido, porque el Espíritu me lo ha hablado
repetidamente: «La iglesia no podrá llegar a donde Dios quiere, mientras
esté atada a un sistema humano», no importa lo que digan. Hay personas
que saben arreglar las cosas, y dicen: «Dios lo hace», sí, Dios lo hace, pero
los enemigos, lejos de todas esas cosas. Y aquel es el pozo del juramento, el pozo
del pacto, por eso reposó el hombre y le pudo hacer un altar a Jehová sin ningún
contratiempo, y adorarle con toda libertad. Es importante entender que Beerse-
ba no era tierra de los filisteos, sino que era parte de la tierra que Dios prometió
a Abraham. Mientras Isaac estaba en territorio de los filisteos (institucionalismo)
aunque los pozos fueron cavados por Abraham y les pertenecían, los filisteos los
reclamaban como suyos, porque estaban en su tierra.
Cuando Israel estaba en Egipto tuvo que servir a Faraón, aunque no que-
ría; cuando estuvo en Babilonia tuvo que servir a los reyes de allí, a pesar que
no lo deseaba. Solamente cuando estamos en el reino de Dios podemos servir
a Dios voluntariamente, con gozo y alegría. Por eso el Señor, después de los
lugares espaciosos, quiere llevarte a Beerseba, al pozo del juramento y darte
casa firme, pues fue allí donde Dios le juró y ratificó el pacto a Isaac, y él
pudo hacerle altar a Jehová, y establecerse en aquel lugar.
¿Sabes qué ocurrió luego? el rey de los filisteos vino a ver a Isaac, porque
se dio cuenta que desde que salió el hombre de la bendición se secó todo. Hay
lugares que han sido bendecidos porque los ungidos están ahí, pero apenas
ellos se han ido, se seca todo aquello. Lo anuncié proféticamente con relación
al mencionado ministerio radial, en Nueva York, y así aconteció. Donde lo
que era gloria se convirtió en vergüenza, y lo que era herramienta para equipar
se convirtió en escándalo, porque no oyeron a Dios. Las instituciones se van a
quedar vacías. Ya no es un secreto que ciertas iglesias están reclutando minis-
tros, porque no tienen, y sus templos están siendo rentados a los movimientos
del Espíritu. Sus edificios son monumentos majestuosos, pero cuando entras,
están vacíos. Eso es triste y no me gusta decirlo, pero es la manera de que
veamos y abramos nuestros ojos y entendamos.
Cuando el Señor nos estableció en nuestro edificio donde hoy adora-
mos, recuerdo que vino a verme un líder de una iglesia en particular (me
reservo el nombre de la denominación, porque mi propósito es edificar, no
señalar), y me prometió tremendo sueldo, y me invitó a pasar unos meses
por el seminario de ellos, para enseñarme algunas cositas que a sus ojos yo
necesitaba saber, para ser un empleado de su iglesia. Yo le dije: «Mi hermano,
perdóname, gracias porque he encontrado gracia delante de tus ojos, pero
yo no vuelvo a ser parte de otro sistema». En ese mismo tiempo, recuerdo
que también me echaron de un lugar y después me llamaron pidiendo dis-
culpa, así harán también con todos los que decidan vivir el reino. Los van a
llamar y les van a decir: «Ahora entendemos que ustedes son como ángeles
de Dios entre nosotros».
gente se está yendo de aquí?», y ni siquiera así van a entender, pero nosotros sí
sabremos por qué las personas están saliendo de esos lugares. La gente buscará
los pozos que Dios está abriendo; pozos que sacian la sed; pozos que dan el agua
gratuitamente; pozos que no dan agua salada y dulce a la vez; pozos de agua
pura; pozos que están conectados a la fuente del agua de la vida.
Hay pozos que son hondos como el de Jacob. La mujer samaritana dijo
a Jesús: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues,
tienes el agua viva?” (Juan 4:11). Así hay pozos tan hondos que algunos dicen:
«Ni el Señor puede sacar agua de ahí, está muy hondo», pero Dios no sola-
mente saca agua de ese pozo, sino que hace que sus aguas salten para vida
eterna. Déjame decirte que Dios va a levantar el pozo de la reforma, y va a
hacer brotar el pozo de los valdenses, el pozo de Wesley, el pozo de Jonathan
Edwards, de Finney, el pozo Pentecostal, etc., porque son pozos de Dios. Pero
ahora éstos van a tener el nombre de Dios, porque van a pertenecer al Señor y
serán administrados por los siervos de Su reino, para que hagan buen uso de
ellos y cumplan el propósito para el cual Él los abrió.
Cree a la palabra de Dios, mi hermano, mi hermana, y recíbela en el
espíritu con el cual Dios te la está diciendo. Perdóname, si al exponerte este
mensaje profético tuve que mencionar nombres, pero me he dado cuenta que
con simulacros y una actitud imprecisa no vamos a llegar a ninguna parte.
Tengo testimonio en mi espíritu que hablando con ambigüedad no vamos
a abrir los ojos a la gente. Dios me ha dicho que hay que hablar claro para
que el pueblo vea los errores, identifique los espíritus que los han esclavizado,
y puedan ser libertados. Todos hemos cometido el mismo pecado, y lo que
tenemos que hacer es arrepentirnos. Es mi deseo que oremos por la iglesia de
Cristo, y pidamos perdón, como ya hay iglesias llorando en muchos lugares.
Israel va llorar también, cuando vea la cruz, pero de arrepentimiento, no de
juicio, pues solamente Cristo quita el velo (2 Corintios 3:14-18).
No engañen a los judíos diciéndoles que son bendecidos, y que no impor-
ta lo que hagan, Dios está con ellos, pues no es verdad. En una ocasión que
visité a Israel, estuve frente al Presidente de Israel y le di un mensaje de parte
de Dios. Le dije: «Dios quiere que ustedes administren a Israel en el temor
de Jehová, como reinó David, Josías y Ezequías. Siempre que Israel ha estado
bien con Dios le ha ido bien. La fuerza de Israel no es su ejército, sino Dios».
Yo no lo engañé, le dije la verdad, porque Israel confía mucho en su ejército,
y en su linaje en la carne (porque son hijos de Abraham), y creen que por eso
Dios tiene que bendecirlos, mas como dijo Juan el bautista, Dios puede levan-
tar hijos a Abraham aun de las piedras (Mateo 3:9). Lo único que quiere Dios
Pero la narración de Hechos 6:1 dice: “En aquellos días, como creciera el
número de los discípulos, hubo murmuración…”, por lo que entendemos que
el crecimiento trae consigo muchas complicaciones, necesidades y deman-
das. Pero pongamos atención como actúa una iglesia llena del Espíritu Santo
ante crisis y problemas. He aquí un ejemplo de cómo el crecimiento requiere
organización, y cómo esta no se convierte en institucionalismo. Es notable la
claridad con la que los apóstoles juzgaron que no era justo que ellos dejaran la
Palabra de Dios para servir a las mesas, por lo que era menester que varones
del Espíritu Santo y de sabiduría (Hechos 6:3) se encargasen de ese trabajo
(organización), para ellos persistir en la oración y el ministerio de la Palabra
(propósito). Los apóstoles aprendieron del Espíritu Santo a nunca sacrificar el
ministerio de la Palabra y la oración, lo cual constituye el propósito de Dios
con la iglesia, para convertirse en sistema o estructura. La organización siem-
pre debe servir al propósito, nunca lo contrario.
Jehová te dé entendimiento y convicción de que esta palabra viene del cie-
lo. Un precio muy grande vas a pagar, iglesia de las naciones, pero no te pre-
ocupes, Abimelec vendrá a decir que tú tenías razón, que Dios está contigo;
y que desde que te fuiste ellos perdieron la bendición. Un día, aun el diablo
le va a tener que decir a Jesús: «Venciste Nazareno, yo fui un rebelde, que no
supe administrar la honra que Dios me dio en el cielo, por eso fui tirado a la
huesa y al Seol. Tú eres bueno y yo un perverso». De la boca de Satanás sal-
drán estas palabras al fin de los días, y los malos se van a dar cuenta que Dios
tenía razón, y admitirán la bondad y verdad del Señor. Ya hemos visto en este
segmento que lo que Dios se ha propuesto con el ministerio de la iglesia, lo
logrará en el tiempo señalado, pues Su soberanía está por encima de todas las
cosas. Llegado el tiempo, ningún poder, ni humano ni infernal, podrá vencer
ni alterar el designio y consejo de Su santa voluntad.
está atento a las palabras de Jehová” (1 Samuel 15:1). Juzgo por estas palabras
que Samuel ya sabía que era la última oportunidad que tenía el hijo de Cis,
para ser confirmado en el trono de Israel; esa era la prueba, por lo que si
fallaba sería eliminado. Aquí hay una tremenda enseñanza para nosotros,
porque no sabemos cuál es la última oportunidad que Dios nos está dando
para hacer algo. Por eso es que siempre hay que estar atentos y hacer todas
las cosas que Dios nos mande, con todo el esmero, la precisión y la perfec-
ción, pues no sabemos cuál será el día en que Dios nos va a decir: «Hijo,
esa era la prueba final». Ojalá que ese día en que seamos probados demos el
grado, y resultemos aprobados.
Con todo, el profeta le dio a Saúl una instrucción: “Así ha dicho Jehová de
los ejércitos: Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el cami-
no cuando subía de Egipto. Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que
tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho,
vacas, ovejas, camellos y asnos” (1 Samuel 15:2-3). ¿Por qué Dios fue tan severo
con Amalec? Nota que su pecado fue oponérsele a Israel en el camino; mas
Dios consideró esto como levantarse contra su trono. Por eso, Jehová dice:
«No te apiades del espíritu de Amalec, destrúyelo». Llama mi atención que
la divina severidad pide que sean exterminados sin piedad, y que destruyera,
incluso, hasta los mamantes (1 Samuel 15:3). Sé que esto para muchos les ha
sido de tropiezo que el Dios que es amor destruya infantes, pero debemos
entender que si Él dejaba vivo a los niños, era como dejar vivo a Amalec, pues
ellos un día crecerán y se constituirán en otro “Amalec”. Imagínate un tumor
canceroso alojado en una parte de un cuerpo, el cual se debe extirpar com-
pletamente, y limpiar los tejidos adyacentes, para que haya una total sanidad.
Si queda una célula cancerosa, por minúscula que ésta sea, es como dejar el
mismo cáncer que se multiplique de nuevo y aniquile esa vida. Eso representa
Amalec, un cáncer que hay que extirpar radicalmente.
A veces nosotros queremos ser más compasivos que Dios, pero Él nos
manda a que, cuando se trata del espíritu de Amalec, no tengamos misericor-
dia. ¿Entiendes espiritualmente lo que esto quiere decir? Cada vez que tú veas
el espíritu de Amalec, aunque sea en la persona más espiritual que tú puedas
conocer, o aquella a la cual estimes, no lo consideres, ¡arremete contra él! No
existe alguna cosa, en esta vida ni en la venidera, que tenga mayor importan-
cia a que se establezca la voluntad de Dios, y que Su propósito eterno se cum-
pla. Desecha el sentir de compasión por la maldad, por el contrario, ¡acábala!
Jesús, a uno de sus discípulos más cercano, no tuvo ningún reparo en decirle:
“¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo…” (Mateo 16:23). La
Nota que Saúl se mantuvo siendo la cabeza, aunque ya Dios se había sepa-
rado de él, y había sido ungido David para ocupar su lugar. David ya represen-
taba la cabeza espiritual, pero no asumió esa función oficialmente, hasta que
Saúl murió y Jehová le confirmó. Esto es bueno saberlo, porque hay lugares
donde reina el institucionalismo, y el gobierno de Dios es sólo apariencia, pues
Dios ya los ha desechado. Puede que la institución siga en pie, pero Jehová
muda Su gloria, y no está en ese lugar, pues Él solo permanece con los que le
oyen y le siguen.
Ya vimos que Saúl perdonó la cabeza de los amalecitas, Agag, lo cual
consideramos un tremendo error. La palabra “Agag” significa “yo estaré sobre
la cumbre”, “sobre encabezaré”, relacionado con otro término hebreo que sig-
nifica “yo me aumentaré” “prevaleceré”, como la llama de fuego ardiente, las
llamas del infierno, del reino de Satanás, las cuales amenazan con aumentarse
y prevalecer. Sus llamas, dijo Jesús, no pueden ser apagadas, pero aún así no
prevalecerán contra la iglesia, donde está el
trono de Dios (Marcos 9:45; Mateo 16:18).
Asimismo, Dios detesta al espíritu de
“Todo aquel Jezabel. El nombre Jezabel significa “exal-
que perdone a ta a Baal”, “Baal es el marido” y “sin cas-
“Amalec” se está tidad”. Esta mujer hizo gala a su nombre,
confabulando pues así mismo fue su vida, conocida por
su idolatría, perversidad y persecución a los
con él” profetas de Dios, los cuales representaban
al reino divino. Jezabel se levantó y mani-
puló a Acab, la cabeza del reino de Israel,
para hacer cosas que lo llevaron a su destrucción (1 Reyes 21:25). El gobierno
de Amalec, a través de Jezabel, entró a las tribus de Israel y se enseñoreó de
ellas de tal forma que Jehová tuvo que castigarlas. Por el pecado de la casa
de Acab, Dios dispersó a las diez tribus y las esparció por el mundo entero,
hasta el día de hoy.
Nunca perdones a la cabeza, ¡acaba con ella!, pues destruyendo la cabeza
estás destruyendo a todo el cuerpo. El que no destruye a los enemigos del tro-
no de Dios, no es amigo de Dios, y se constituye en enemigo. Saúl no mató a
Amalec, y se convirtió en enemigo de Dios sin quererlo, porque fue benigno
con Amalec, su peor enemigo. Todo aquel que perdone a “Amalec” se está
confabulando con él, como lo hizo Saúl, para luego perecer por él, pues fue
un amalecita el que lo mató. Saúl perdonó a la cabeza de Amalec, y los ama-
lecitas le cortaron la cabeza a él (1 Samuel 31:9-10).
Ahora mira lo que sucedió al amalecita que mató a Saúl. Cuando fue
corriendo a informarle a David de su muerte, pensando que éste lo iba a con-
decorar por matar a su perseguidor y peor enemigo (2 Samuel 1:8-10), David
llamó a uno de sus hombres y le dijo: “Ve y mátalo. Y él lo hirió, y murió. Y
David le dijo: Tu sangre sea sobre tu cabeza, pues tu misma boca atestiguó contra
ti, diciendo: Yo maté al ungido de Jehová” (2 Samuel 1:15-16). David no cayó
en la trampa, porque sabía que el que se levanta contra el gobierno de Dios es
un amalecita y Saúl –a pesar de su obstinación y rebelión (1 Samuel 15:23),
pertenecía al pueblo de Dios. Por tanto, su deber era no levantarse contra el
ungido de Jehová, aunque sea su adversario, pues es a Dios a quien le toca
destruirlo, no a él. David no pensó en que ese hombre había matado a su
enemigo, sino que este personificaba al espíritu de Amalec y había matado al
que representaba al trono de Israel en ese momento. Esto no era algo perso-
nal, sino algo de un nivel más alto; algo que no tenía que ver con diferencias
personales, sino con propósitos celestiales.
¿Quiénes son los instrumentos que el Señor usa para destruir a Amalec?
Los “Davides”, a aquellos que tienen el corazón y alma de Dios, y sienten y
padecen por Su Reino (1 Samuel 2:35). Primeramente, David mató al amale-
cita que mató a Saúl, antes de tomar el trono, al que poseía todo el derecho,
pues era el sucesor. No obstante, aún estando Saúl en vida, David, huyendo
de él, peleaba también en contra de los amalecitas. La Escritura dice que
David subía con sus hombres, para hacer incursiones contra los gesuritas, los
gezritas y los amalecitas que ocupaban toda esa franja de tierra (desde Shur
hasta Egipto) y los asolaba y no dejaba con vida ni a hombres ni a mujeres (1
Samuel 27:8-9). Ahora, veamos lo que sucedió más adelante:
Siclag (ciudad filistea) era la aldea que Aquis, rey de Gat, le había dado a
David para que viviera (1 Samuel 27:5-6), y cuando él salía a la guerra con sus
hombres, dejaba a su familia allí. Entonces, vinieron los amalecitas, le prendie-
ron fuego y se llevaron cautivos a todos los que estaban allí, incluyendo a las
mujeres de David y de sus hombres. No es casualidad que mientras Saúl estaba
peleando contra los filisteos, en la última batalla donde lo mataron, a David lo
estaban atacando los amalecitas, ¿por qué? ¿Acaso no era Saúl el rey de Israel?
¿Por qué los amalecitas no se unieron con los príncipes filisteos, para acabar con
Saúl? Porque el espíritu de Amalec sabía que David era el sucesor del trono, y
ellos querían destruir a Israel, para evitar que se cumpla el designo divino.
Cuando David vio aquel panorama horroroso y devastador, donde no
había rastros de su familia ni la de sus hombres, se echó a llorar. Las Escri-
turas dicen que todos lloraron hasta que les faltaron las fuerzas (1 Samuel
30:4). Amalec hace llorar; Amalec quita las fuerzas; Amalec quita la fe;
Amalec da angustia; Amalec pone al pueblo en contra tuya; llena de amar-
gura el alma y hace que cada quien piense en lo suyo, en sus circunstancias
(1 Samuel 30:6). El enfrentar a Amalec, a David casi le cuesta el trono, su
vida y la pérdida de su familia. Mas, dice la Palabra que David se fortaleció
en Jehová su Dios, y mira lo que él hizo: “Y dijo David al sacerdote Abiatar
hijo de Ahimelec: Yo te ruego que me acerques el efod. Y Abiatar acercó el efod a
David. Y David consultó a Jehová, diciendo: ¿Perseguiré a estos merodeadores?
¿Los podré alcanzar? Y él le dijo: Síguelos, porque ciertamente los alcanzarás, y
de cierto librarás a los cautivos” (1 Samuel 30:7-8). ¡Qué hermoso y reconfor-
tante es consultar a Jehová, aun en situaciones que, por lógica, creemos saber
el paso a dar! Eso es gobierno de Dios, y ser un verdadero líder, reconocer
que el que reina en Israel, no es él, sino el Rey Jehová. David simplemente
era una cabeza visible, un instrumento para hacer la voluntad del Rey de
reyes, y Señor de señores. De hecho, cuando el pueblo pidió a Samuel un
rey, como tenían las demás naciones, éste se entristeció, y Jehová le dijo:
“Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a
ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1 Samuel 8:7).
Entendamos que Jehová había declarado que Israel era pueblo suyo, de su
exclusiva posesión (Deuteronomio 26:18), y los redimió en Egipto, para que
también le perteneciera por redención.
Nota ahora lo que sucedió, cuando David fue al rescate de los suyos: “Y
libró David todo lo que los amalecitas habían tomado, y asimismo libertó David
a sus dos mujeres. Y no les faltó cosa alguna, chica ni grande, así de hijos como
de hijas, del robo, y de todas las cosas que les habían tomado; todo lo recuperó
David” (1 Samuel 30:18-19). David recuperó todo, por consiguiente, ¡todo lo
que se lleve Amalec hay que recuperarlo, en el nombre de Jesús! Tú tienes que
Momentos antes, ya él le había dicho: “Si eres Hijo de Dios, di que estas
piedras se conviertan en pan”, pero Jesús le respondió: “Escrito está: No sólo de pan
vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4).
El Reino de Dios vale más que nuestro vientre y que toda necesidad perentoria.
También le ofreció riquezas, y lo llevó a un monte muy alto, y le mostró todos
los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: “Todo esto te daré, si postrado
me adorares” (vv. 8-9). Pero el Reino de Dios vale más que el reino del mundo
y todo lo que hay en él, y a Jesús no le importan los reinos del mundo, sino el
Reino de Dios en la tierra. Así también a ti, el diablo te puede ofrecer los reinos
del mundo, como se los ofreció al Hijo de Dios, por eso es importante que estés
bien definido en cuanto a quién le sirves, pues como dijo Jesús “… donde esté
vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21).
Ahora, ¿de qué manera puedo yo identificar a Amalec para erradicarlo?
Ese espíritu se puede ver en una persona que está en contra de lo instituido
por la Palabra de Dios, y de Su santo consejo. Cuando veas en ti o en otros,
rebelión o resistencia a los designios de Dios, a Su voluntad, a Su gobierno o a
los intereses del cielo, puedes afirmar que estás enfrente de “Amalec”. También
ese espíritu lo puedes ver en un libro que leas o en un sermón que escuches, si
lo que lees u oigas está en contra de Dios. Por tanto, ni la auto-conmiseración
ni ningún tipo de relación (familiar o personal) puede tener más importancia
para ti que el Reino de Dios. Jesús dijo: “El que ama a padre o madre más que
a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí;
y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37).
No debe haber alguien o algo más importante para nosotros que el que se
establezca la voluntad de Dios en la Tierra, porque representa su dominio
entre nosotros. No aspiremos a un reino de los cielos sin Dios.
¿Cómo podemos vencer a Amalec? Apoyando al líder que Dios ha enco-
mendado a establecer Su reino. Nota que cuando la mano de Moisés (tipo de
gobierno de Dios) estaba arriba, Israel prevalecía, así debemos nosotros levantar
las manos de aquel que Dios nos ha puesto por cabeza en el ministerio, y decir:
«Que el Reino de Dios prevalezca». A mí me gusta esa palabra “prevalecer”,
porque es la misma que usó Jesús cuando dijo: “las puertas del Hades no preva-
lecerán contra ella” (Mateo 16:18). Apliquémoslo entonces a la iglesia, ¿cuándo
las puertas del infierno no prevalecen contra la iglesia? Cuando la iglesia vive el
Reino de Dios. Si la iglesia no vive el Reino de Dios, el diablo va a prevalecer
contra la iglesia. Esa es la situación que está pasando con muchos ministerios,
que no se sabe quién es el que gobierna, y existe una lucha por el poder, aunque
se simula de muchas maneras. Por eso, escuchamos sermones donde se esconden
tremendos intereses personales (los de “mi iglesia”, los de “mi asamblea”, los de
“mi concilio”), que colocan por encima de los intereses del Reino de Dios. Mas,
el trono de Dios está sobre todo y todos.
Amado, veamos como Dios ve, amemos lo que Él ama, respaldemos sus
obras y a los hombres que Él usa. De este mensaje tomemos la enseñanza que
el trabajo nuestro –si no somos los escogidos para ello- es levantar las manos
del hombre a quien el Señor le ha dado la visión, como hicieron Aarón y Hur
en la cumbre de aquel collado, sosteniendo los brazos de Moisés (Éxodo 17:10-
12). No resistamos al hombre que Dios le ha dado la visión, sino ayudémosle.
No importa qué lugar ocupemos en esa visión, si somos profetas, mensajeros,
ayudantes o simples siervos, pero tengamos claro quién es el hombre de la
visión en el propósito determinado por Dios. Por ejemplo, si a mí me citan a
un lugar para ministrar, puede que vayan los hermanos de nuestra congrega-
ción, y uno que otro hermano de la ciudad que me conozca, pero es posible
que no se reúna una gran multitud, si no soy el hombre de la visión en ese
propósito. Pero si el que cita es el hombre de esa visión, te aseguro que se llena
el sitio, y quizás sus más cercanos ni puedan entrar por falta de espacio, por-
que es el hombre que Dios escogió, es el instrumento sobre el cual el Señor ha
derramado su gracia, para que la gente le siga. Eso es algo espiritual.
Por tanto, cuando vayamos a los sitios a apoyar cualquier propósito de
Dios, preguntémosle al Señor: « ¿Cuál es el hombre de la visión aquí? ¿Éste?
Pues, me someto a él», entendiendo que no es al hombre, sino a Dios. No nos
subamos a su estrado ni tratemos de empañarle, porque como dijo aquel doc-
tor de la ley, Gamaliel, al concilio que quería matar a los apóstoles: “Apartaos
de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres,
se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados
luchando contra Dios” (Hechos 5:38-39). Cuando resistimos, no estamos opo-
niéndonos al hombre, sino a Dios.
Aprendamos a vivir en el Reino de Dios. En nuestra congregación, los her-
manos se someten a mí, pero cuando participo en otras actividades de la ciudad,
yo me someto al de la visión, porque ese es el Reino de Dios. En el Reino divino
no hay posición, sino función, por eso ninguno es más grande que otro. Como
iglesia, no soy más grande que la hermana que se encarga de la limpieza del
lugar de adoración o el hermano que ayuda en las labores de mantenimiento
del edificio, aunque yo sea el pastor, pues cuando lleguemos al cielo, quizás ellos
reciban un galardón más grande que el mío, pues Dios no juzga como nosotros
juzgamos las cosas. Nota que cuando los apóstoles estaban con esa lucha por el
primer lugar, como si estuvieran en el mundo, Jesús les dijo: “… entre vosotros
no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servi-
dor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo
del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate
por muchos” (Mateo 20:26-28). En el reino no hay rango, sino servicio. ¿Quién
quiere ser grande en el Reino de los cielos? ¿Tú?, pues sirve.
Hay algo que llamó mi atención, y es ver quiénes sostuvieron las manos de
Moisés. Estos dos hombres fueron: un hermano y un amigo, Aarón y Hur res-
pectivamente. Los que sostienen el gobierno de Dios tienen que ser un hermano
y un amigo. Hermano implica que tienen el mismo linaje; amigo nos habla de
lealtad, de almas ligadas (1 Samuel 18:1), de un mismo corazón. Dios nos ha
hablado mucho de la lealtad que debemos a Dios y a los hombres que son del
Reino. La palabra Aarón significa “iluminado” que trae luz, y Hur significa
“agujero” o sea abertura, transparencia, que se puede ver lo que hay detrás. El
que te levanta los brazos es un hermano que te anima, que te ilumina; y un
amigo en el que puedes confiar, porque no tiene nada escondido.
Entonces apliquemos, sostener el Reino
y todo lo que es del Reino, destruye a Ama-
lec, y establece el gobierno de Dios. Así que
“Cuando triunfa defiende todo lo que es de Dios, Su Rei-
el reino de los no, Su propósito, Su voluntad, Sus desig-
cielos, se levanta nios, Sus intereses, porque haciéndolo estás
una bandera que contra Amalec. A veces no hay que pelear,
sino levantar la bandera del Reino, para que
llevaba un solo
sepan de quién eres y a quién perteneces.
nombre, el del Esa es nuestra credencial, nuestro distinti-
Señor” vo: el Reino de Dios. No siento que pueda
morirme por ahora, pero si me muero, quie-
ro que en mi tumba se escriba este epitafio:
«Aquí yacen los restos de un hombre del Reino de Dios». Y es que no quiero
ser reconocido, sino conocido por el Reino de Dios. Soy un enamorado del
Reino, porque amo a mi Señor y exalto su trono, pues quiero que Su reino se
establezca para siempre.
Cuando triunfa el reino de los cielos, se levanta una bandera que lleva
un solo nombre, el del Señor. “Y Moisés edificó un altar, y llamó su nombre
Jehová-nisi” (Éxodo 17:15). Cuando triunfa el Reino de Dios no se levanta el
nombre de ningún hombre o institución, porque el que levanta la bandera
es Dios. En esta guerra el triunfo está asegurado, porque nuestra bandera y
estandarte es Jehová.
L
a máxima condecoración y la honra más elevada que el Señor concede
a un siervo fiel, es edificarle una casa firme. Muchas son las bendi-
ciones y grandes los galardones con los que Dios recompensa a los que
administran con temor e integridad los asuntos de Su reino. Pero la plena
satisfacción de Su agrado se manifiesta cuando Él da a cualquier siervo suyo,
que ha sido fiel, la honra de una casa firme. El que recibe de parte de Dios la
remuneración de una casa firme, puede tener la seguridad que está recibien-
do, no solo el mayor galardón, sino el sumo agrado del corazón del Padre. La
señal más evidente de la complacencia divina en la vida de un siervo del Señor
es el premio de una casa firme. De forma contraria, el castigo mayor de Dios,
para un siervo infiel es cortar su casa. El Señor manifiesta su indignación y
enojo con los siervos infieles, sentenciando su casa a una existencia limitada.
Comprobemos las dos afirmaciones que hemos hecho, observando con aten-
ción la reacción de Dios frente a la infidelidad de la casa de Elí:
quiso usurpar el trono de Salomón, Abiatar se unió a este (1 Reyes 1:7), así
que Salomón, después que fue coronado, lo quitó del sacerdocio y en su lugar
puso a Sadoc. La Biblia narra así: “Y el rey dijo al sacerdote Abiatar: Vete a Ana-
tot, a tus heredades, pues eres digno de muerte; pero no te mataré hoy, por cuanto
has llevado el arca de Jehová el Señor delante de David mi padre, y además has
sido afligido en todas las cosas en que fue afligido mi padre. Así echó Salomón a
Abiatar del sacerdocio de Jehová, para que se cumpliese la palabra de Jehová
que había dicho sobre la casa de Elí en Silo. (…) Y el rey puso en su lugar a
Benaía hijo de Joiada sobre el ejército, y a Sadoc puso el rey por sacerdote en
lugar de Abiatar” (1 Reyes 2:26, 27,35). Cuando Abiatar fue depuesto del
sacerdocio, no solo fue cortado él, sino Elí e Itamar. Lo que quiero decir es
que de los dos hijos de Aarón que quedaron, Eleazar e Itamar, el sacerdocio
perpetuo fue dado a Eleazar, por la fidelidad de Finees y Sadoc. Elí pertenecía
a la familia de Itamar, así que este perdió la perpetuidad de su casa cuando
la casa de Elí fue infiel. La sentencia de Dios se terminó de cumplir cuando
Abiatar fue echado del sacerdocio (1 Reyes 2:27).
La decadencia del sacerdocio de Itamar, por causa de la infidelidad de la
casa de Elí, se hace notoria en el reinado de David. La Biblia dice que David
dividió el sacerdocio en veinticuatro turnos, de los cuales dieciséis pertene-
cían a la casa de Eleazar y solo ocho a la de Itamar (1 Crónicas 24:1-6). La
Escritura dice: “Y David, con Sadoc de los hijos de Eleazar, y Ahimelec de los
hijos de Itamar, los repartió por sus turnos en el ministerio. Y de los hijos de Elea-
zar había más varones principales que de los hijos de Itamar; y los repartieron
así: De los hijos de Eleazar, dieciséis cabezas de casas paternas; y de los hijos de
Itamar, por sus casas paternas, ocho” (1 Crónicas 24:3-4).
El profeta Ezequiel habla de un nuevo templo, con una adoración dife-
rente. Muchos interpretan que este templo y su servicio pertenecen al tiempo
del milenio, y otros interpretan que el profeta está hablando de un sacerdocio
ideal, en un tiempo de restauración. No importa cuál sea la interpretación, el
profeta dice algo acerca del sacerdocio que revela mucho con relación a lo que
estamos estudiando, leámoslo:
Nota lo que afirma este pasaje, que los sacerdotes y levitas infieles serán
degradados y se les asignarán labores inferiores e insignificantes, pero de los
sacerdotes, hijos de Sadoc dice: “Mas los sacerdotes levitas hijos de Sadoc, que
guardaron el ordenamiento del santuario cuando los hijos de Israel se apartaron
de mí, ellos se acercarán para ministrar ante mí, y delante de mí estarán para
ofrecerme la grosura y la sangre, dice Jehová el Señor. 16 Ellos entrarán en mi san-
tuario, y se acercarán a mi mesa para servir-
me, y guardarán mis ordenanzas” (Ezequiel
44:15-16). Ezequiel profetizó aproximada-
“Lo más mente 380 años, después de la coronación
agradable que de Salomón y del ministerio de Sadoc, sin
un ministro le embargo, el profeta habla de la fidelidad de
este linaje sacerdotal y de la promesa de una
pueda dar a Dios, casa firme para ellos, de parte de Dios.
como ofrenda También, puedo ilustrar la verdad que
de servicio, es un enseño en este epílogo, mencionando el
sacerdocio fiel.” ejemplo de David, el cual fue un hombre a
quien Dios edificó una casa firme. La Biblia
dice: “Y será afirmada tu casa y tu reino
para siempre delante de tu rostro, y tu trono
será estable eternamente. (…)Y entró el rey David y se puso delante de Jehová, y
dijo: Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído
hasta aquí? (…) Ahora pues, Jehová Dios, confirma para siempre la palabra que
has hablado sobre tu siervo y sobre su casa, y haz conforme a lo que has dicho. 26 Que
sea engrandecido tu nombre para siempre, y se diga: Jehová de los ejércitos es Dios
sobre Israel; y que la casa de tu siervo David sea firme delante de ti. (…) Ten aho-
ra a bien bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca perpetuamente
delante de ti, porque tú, Jehová Dios, lo has dicho, y con tu bendición será bendita
la casa de tu siervo para siempre” (2 Samuel 7:16, 18, 25-26, 29). Dios mismo dio
12. Una casa firme es aquella que no solo retiene la pureza de su linaje
y la fidelidad de su sacerdocio, sino también la integridad del pro-
pósito divino.
13. Hay dos cosas que distinguen todo lo que pertenece a Dios: lo prime-
ro es el fruto, el cual revela su naturaleza celestial; y lo segundo, es la
permanencia, la que señala la procedencia divina de las cosas.
14. Solo lo que es como Dios agrada a Dios, y solo viviendo como Dios
permanecemos en Él.
15. Solo cuando somos semilla de Dios, producimos el fruto de Su
Espíritu.
16. Lo que el Señor prometió a Salo-
món, como respuesta a su oración,
cuando dedicó a Jehová el templo,
constituye la mayor dádiva a la casa “Una casa firme
que le agrada y le honra. Él dijo: es aquella que
“porque ahora he elegido y santifi- no solo retiene
cado esta casa, para que esté en ella la pureza de
mi nombre para siempre; y mis ojos
su linaje y la
y mi corazón estarán ahí para siem-
pre” (2 Crónicas 7:16). Una casa fidelidad de
firme es aquella donde Dios pone su sacerdocio,
Su nombre, Sus ojos, y Su corazón sino también la
perpetuamente. integridad del
La última promesa divina al sacerdote
propósito divino”
fiel, además de edificarle una casa firme es:
“y andará delante de mi ungido todos los días”
(1 Samuel 2:35). El sacerdote Sadoc, a quien estas palabras hacían alusión,
anduvo delante de dos ungidos: David y Salomón. Hoy el ungido de Dios
es el Señor Jesucristo. Todos los ministros que en este tiempo seamos fieles y
honremos al Señor, en nuestro ministerio, también andaremos delante de su
ungido todos los días. La Biblia termina hablándonos de un grupo de santos
que disfrutarán de esta honra, cuando dice:
gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban sus
arpas. 3 Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delan-
te de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía
aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil
que fueron redimidos de entre los de la tierra. 4 Éstos son los que
no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Éstos son los
que siguen al Cordero por dondequiera que va. Éstos fueron
redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para
el Cordero; 5 y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son
sin mancha delante del trono de Dios”
(Apocalipsis 14:1-5).
Email: info@elamanecer.org
http://www.elamanecer.org