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CONCEPCIÓN, Luis (2010).

“El análisis del discurso y su relevancia en la teoría


y en la práctica de la política”. Contenido en: Revista Internacional de Pensamiento Político. Pri-
mera Época. Vol. 5.

Presentación del problema. La «teoría del discurso» es un enfoque relativamente reciente cuyas
consecuencias para la teoría y la práctica política han sido decisivas. Como se sabe, esta teoría ha tomado
como referencias para su construcción los desarrollos teórico-críticos hechos tanto por los teóricos marxistas
-como Gramsci o Althusser- como por los teóricos post-estructuralistas -como Foucault o Derrida. Pero, ¿de
qué manera ha sido decisiva la teoría del discurso para la teoría y la práctica política? Lo ha sido porque
concede al carácter antagónico de la realidad social y política un lugar central en la comprensión y explicación
de las relaciones humanas y porque, a partir de esa centralidad, se ha renovado nuestra manera de interpretar
la «política»; y esto ha sido así porque el análisis crítico del discurso (ACD) indaga por las fuentes discursivas de
los «sujetos» sociales -palabras, escritos o acciones- así como por la relación entre estas fuentes y de estas
últimas con el «poder».

La violencia y la acción colectiva. Desde la perspectiva que sitúa el «análisis crítico del discurso»
(ACD) en el proceso evolutivo de la ciencia política, podría decirse que dicho análisis es algo así como la
expresión del momento «posmoderno» en esa evolución; sobre todo porque lo que la posmodernidad ha
implicado para la disciplina es que la estructuración del significado de lo social ha pasado a convertirse en lo
fundamental de los procesos políticos; de este modo, el análisis del discurso político es lo que nos permite acceder
al corazón de la práctica política. De esto se desprenden varias cosas.
En primer lugar, que la orientación metodológica del ACD es de orden «relativista» por cuanto
difumina la frontera que separa lo ideal de lo material; pero también porque considera que todos los objetos y
las prácticas tienen un significado sólo al interior del discurso. En este sentido, diríase que la naturaleza de su
teoría es «empírica» u «objetiva» y que los objetos sobre los cuales trabaja son de una naturaleza enteramente
«subjetiva»; poco importa si los referentes del «discurso» son de orden material o de un orden simbólico pues to-
do en él está mediado por la «representación». En segundo lugar, que en cuanto a los conceptos del «Estado»
y de la «política», el ACD concede primacía a esta última ya que considera que lo esencial para la estructura-
ción del «significado» es, precisamente, la colisión entre las fuerzas sociales y las relaciones de poder que se
derivan de esa colisión. Quizá por ello la posición que el ACD ocupa al interior de la «ciencia política» ha
sido, hasta el momento, una posición marginal puesto que -contrariamente a los enfoques tradicionales de la
disciplina- las estructuras de significación no hacen otra cosa que denotar actos políticos que son puestos en
marcha por sujetos concretos -de ahí que sus referentes filosóficos se encuentren en obras posmodernas
como las de Jacques Derrida o Richard Rorty. Y en tercer lugar, que el ACD depende por completo de una
aplicación empírica ya que tanto sus materiales de reflexión como sus objetos teóricos están directamente
asociados tanto a la comprensión del sentido como a la explicación de los hechos; no extraña entonces el que
este método sea cada vez más utilizado por los distintos especialistas en los estudios políticos.

La arquitectura del discurso. En el «análisis crítico del discurso» (ACD) el trabajo sobre el
«lenguaje» se sitúa en un lugar interdisciplinario que excede el campo disciplinar de la lingüística; en efecto,
dicho análisis concibe el «discurso» -más allá del sistema de la lengua- como una especie de entidad semiótica.
Pero, ¿qué lo que esto significa? Pues que más allá de la significación de las palabras en una lengua concreta y
diferenciada, el ACD se ocupa del modo en que el lenguaje estructura el sentido de las prácticas sociales; de esta manera el
carácter generativo del discurso de enunciación vincula tanto al sujeto que enuncia algo como aquello que es
enunciado en el acto mismo de la enunciación. En consonancia con esta centralidad del «enunciado» como
entidad semiótica del discurso, la investigación se ha aproximado también a la relación entre el «lenguaje» y el
«habla», entendiendo esa relación como el fundamento de todo diálogo; en este sentido, el habla aparece como
realización del lenguaje así como el leguaje aparece como la condición del habla. De acuerdo con esta determinación
recíproca, las investigaciones se han centrado en las distinciones que separan el «discurso formalista» (que
circunscribe el enunciado a la gramática y a la sintaxis del enunciado), el «discurso de comunicación» (que
presupone la relación entre un emisor y un destinatario) y un «discurso sociológico» (que se inscribe en el
sentido de la práctica social). Cabe subrayar que todas estas dimensiones no sólo expresan las limitaciones o
los alcances del enunciado como entidad semiótica del discurso sino que, además, nos muestran las instancias
decisivas de la enunciación como ente fenoménico.
Por último, el ACD no concibe el discurso únicamente como un conjunto de enunciados hablados o
escritos sino que, además, incorpora en él prácticas de significación que poseen un carácter extralingüístico. A
propósito de esta caracterización, Luis Concepción anota lo siguiente:
El discurso no está restringido a un aspecto o región de lo social, como es el ideológico: en
un discurso concreto las relaciones e identidades no son arbitrarias sino necesarias, en el sentido de
ser parte de un todo. (Concepción, 2010, p. 19)

De acuerdo con esta precisión, el «discurso» se comprende como una entidad cuya existencia es
tanto material como inmaterial, por tanto, repercute en los sujetos y en las cosas porque afecta tanto la
constitución física como la constitución simbólica de los hechos sociales; de ahí que esté vinculado –más allá
de la región puramente ideológica- con la totalidad social como horizonte de sentido para la interpretación del
enunciado.
De acuerdo con todo lo anterior, el ACD no sólo rebasa completamente los límites de la lingüística
estructural –por cuanto concibe el enunciado como una entidad que desborda al sistema de la lengua- sino
que, además, se inserta en una cadena estructural de significantes que no carece de contradicciones ni de antagonismos, por
tanto, en una estructura determinada por «relaciones de poder». He aquí la especificidad del ACD para los estudios
políticos.

Hermenéutica de la vida política. Si se considera la naturaleza del ACD, esta se define –más que
como una teoría o un método- como una analítica del sentido; de acuerdo con ello, dicho análisis representa un
conjunto diverso de discursos teóricos y de prácticas metodológicas. Ahora bien, lo que si es propio del ACD
es que posee al menos tres dimensiones, a saber: a) el texto considerado como el material oral o escrito; b) la
situación social considerada como el contexto en el que se inscribe el texto y; c) las practicas discursivas
consideradas como el conjunto de las dinámicas con las que se articula el texto y el contexto. Si bien esta
analítica del sentido puede centrar su atención en un segmento del «habla» o en un segmento de la «escritura»,
su finalidad objetiva ha de ser la comprensión crítica del sentido que engloba a los hechos políticos y sociales; en
este sentido, diríase que las variables fundamentales de su comprensión son el «discurso», la «ideología» y el
«poder».
De acuerdo con lo inmediatamente anterior, tanto los hechos políticos como los sociales no pueden
ser considerados como hechos derivados de estructuras neutrales sino que, por el contrario, ellos se
encuentran determinados por la confrontación y por la competencia entre sujetos concretos. En las obras de
Laclau & Mouffe -como también en la obra de Foucault- esta tensión entre fuerzas sociales es lo que
caracteriza la producción discursiva: más acá de una determinación antropológica general según la cual todo sería discurso
porque el ser humano no existiría sin el lenguaje, el ACD se ocupa de los procesos en los que adquiere expresión la disputa de los
sujetos por determinar el sentido de la vida social y de la vida política.
A propósito de ello, conviene que tengamos en cuenta el significado y la función operativa que
poseen las categorías centrales del ACD. En primer lugar, la categoría de «articulación» es la que utilizan
Ernesto Laclau & Chantal Mouffe para describir el modo en que los sujetos inciden en la determinación del
sentido que engloba a la relación entre «Estado» y «Sociedad», entre la «esfera política» y la «esfera social»; su
operatividad consiste en realizar un tratamiento de la «subjetividad» como elemento procesual, por lo tanto,
como una dimensión sujeta a las transformaciones agenciadas por los conflictos entre las fuerzas políticas y
sociales. En segundo lugar, la categoría que completa la determinación de la subjetividad como elemento
procesual es –en la obra de Laclau & Mouffe- la categoría de «hegemonía»; en esta última se indican los
modos en los que la formación, el funcionamiento y la disolución de los discursos determina la correlación de
fuerzas entre aquellos que se presentan como adversarios, por lo cual, ella introduce las nociones de
«antagonismo» y de «conflicto» como dos determinaciones cualitativas de los fenómenos a los que provee una
significación –ya sea concreta o abstracta. Estas dos categorías –articulación y hegemonía- nos permiten
entonces analizar la interrelación entre el «discurso», la «ideología» y el «poder» así como también los modos
en que esas tres variables se hacen concretas en la producción de la subjetividad y en la correlación de fuerzas
entre los sujetos.
Finalmente, entre todas las «prácticas metodológicas» cultivadas por el ACD podemos encontrar : 1)
el enfoque lexicográfico con el que se analizan los elementos que intervienen en los actos de comunicación verbal
(orientación hacia la enunciación); 2) el enfoque semiótico con el que el análisis del lenguaje se extiende a todos
los sistemas de signos (orientación hacia la función) y; 3) el enfoque narrativo con el que se analizan los
acontecimientos y los lugares en los que se encuentran encriptados los enunciados que los contienen
(orientación hacia la formación discursiva). Estas prácticas metodológicas permiten al ACD situar los
fenómenos que estudia en distintos registros así como explorar las distintas dimensiones que esos fenómenos
manifiestan.

El discurso político y el espectáculo. En la actualidad no es posible reflexionar sobre la política


sin tomar en consideración su relación con el «espectáculo»; sobre todo porque la instrumentalización del
discurso político que se efectúa al interior del circuito mediático se ha convertido en un proceso obligado para
las fuerzas políticas que disputan la hegemonía. Si esto es así es porque toda causa política requiere de apoyos que no
pueden ser conseguidos sin influir en la opinión pública. Y esto es así hasta el punto en que –actualmente- la vida
democrática de toda sociedad se encuentra determinada, de manera decisiva, por la función o actividad que
ejercen los medios de comunicación de masas: a partir de aquí, la influencia que ejerce el lenguaje sobre las prácticas
políticas queda de este modo confirmada por su carácter decisivo en la lucha por la hegemonía. Es por ello
que, en cuanto a la relación entre la acción y el discurso, el medio contextual que vincula el liderazgo político
con las situaciones sociales depende enteramente de los actos y canales comunicativos: las maniobras políticas
giran en torno a la determinación del sentido de la acción mediante un discurso de captura o de apropiación de ese sentido.
Ahora bien, si la política aparece ahí donde el sentido de la vida colectiva se pone en juego, es
necesario que el ACD tome en consideración las siguientes características del discurso político-mediático: 1)
que su ambigüedad se encuentra siempre determinada por una especie de inestabilidad en las situaciones
sociales (estrategia discursiva); 2) que recurre constantemente a la distinción entre «amigos» y «enemigos» con el
objetivo de posicionar a determinados sujetos y a determinados proyectos políticos (discurso de confrontación); 3)
que no cesa de espectacularizar los acontecimientos que conciernen a las distintas instituciones públicas (efecto
de seducción); 4) que se encuentra mucho más ligado a la conservación del poder que a la democratización de la
información (discurso de legitimación); 5) que se encuentra permanentemente atado a la promesa sin por ello estar
obligado a cumplirla (estrategia de manipulación) y; 6) que sólo encuentra su “objetividad” ahí en donde ocurre
un encuentro entre la subjetividad y la realidad concreta (efecto de persuasión). Cada una de estas características
del discurso político delimitan una región del sentido que, para ser capturada por los actores en la disputa por
la hegemonía, deber ser asumida de acuerdo con su lógica interna o en relación a sus variables constitutivas.
De acuerdo con lo anterior, el discurso político ha de ser entendido en tres campos diferentes y
yuxtapuestos: en primer lugar, un campo de aparición en el que se hacen visibles los hechos de acuerdo con la
intención del discurso; en segundo lugar, un campo de desaparición en el que el enunciado oculta lo que es
inconveniente para el discurso y; en tercer lugar, un campo de manipulación en el que los enunciados hacen
encajar los fragmentos de la realidad en el discurso. Lo que estos campos indican no es sólo que el lenguaje
sea instrumentalizado por los actores para lograr sus objetivos políticos sino también que el lenguaje deviene
en ellos un instrumento de poder; de ahí que la producción, circulación y consumo del discurso mediático y
su relación con las instituciones –tanto formales como informales- se inscriba siempre en el escenario de una
captura ideológica de la realidad efectuada por el poder.
Como se desprende de lo anterior, el discurso político queda entonces determinado por las
relaciones de fuerza que se manifiestan como actividad de los sujetos y, por ello, su contenido se distribuye, a
la vez, en un campo lingüístico y en un campo extralingüístico:

Que el discurso político sea el resultado de ‘relaciones de fuerza’ que existen en la realidad,
significa que se encuentra enmarcado en unas determinadas relaciones extralingüísticas. Esas
relaciones de fuerza no aparecen de una forma inmediata en el discurso sino primero como
limitaciones e identificaciones ideológicas. Además hacen su aparición de una manera mediata (…) lo
que nos conduce a afirmar que el funcionamiento de la esfera público-política en el seno del discurso
queda tan oculto como traicionado. (Concepción, 2010, p. 26)

He aquí el modo en que los actos comunicativos dan expresión a la relación entre «discurso»,
«poder» e «ideología». Las relaciones de fuerza como dinámica de la confrontación y las formas de
ocultamiento y visibilidad como dinámicas del discurso determinan el juego articulatorio de la lucha por la
hegemonía; en este sentido, son la razón principal de que la estructura profunda del discurso político tenga
como variables de su relación con el poder la «contextualidad» (Sociedad) y la «institucionalidad» (Estado)
como registros o referentes con los que se estructura el significado de las palabras y, con él, el sentido del
discurso. Se trata entonces de formas discursivas que manipulan la esfera pública para poder obrar con mayor
eficacia en ella.
Para terminar, el método del ACD también toma en consideración los distintos ángulos del discurso
político, a saber: a) el ángulo argumentativo donde el ser y el deber ser políticos son enunciados de acuerdo con
una intención deliberada de intervenir en la sociedad, ya sea para confrontar a un adversario o para convocar
una alianza; b) el ángulo estratégico o antagónico en el que el «sujeto de la enunciación» reacciona a los enunciados
emitidos por sus adversarios o aliados y; c) le ángulo performativo en el que las intenciones y las reacciones se
actualizan en un cuerpo, es decir, en un acto concreto. De acuerdo con la perspectiva que ofrece cada uno de
estos ángulos se infiere que el ACD posee una base esencialmente «polémica»; base en la cual se ponen en
juego distintas apropiaciones de la esfera pública.

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