WILLIAM Q. JUDGE (Reimpreso de Lucifer, Junio 1891)
Esa, "suya hasta la muerte y después, HPB", era la forma en que
siempre concluía sus cartas hacia mí, nuestra amada maestra y amiga. Y ahora, aunque todos estamos volcando al papel relatos de nuestra fallecida amiga y maestra, siento más cercana y patente la magia de ese incansable poder, como el de un majestuoso y enérgico río que quienes confiaron completamente en ella llegaron a entender. Realmente afortunado es el Karma que, por todos esos años desde que la conocí por primera vez, en 1875, me ha mantenido fiel a esta amiga quien oculta bajo los mortales ropajes externos que conocemos como H. P. Blavatsky, me fue siempre leal, amable, maestra y guía. En 1874, en la ciudad de Nueva York, vi por primera vez en esta vida a HPB. A pedido suyo, enviado a través del Coronel H. S. Olcott, la llamada fue realizada en sus habitaciones de Irving Place, al igual que entonces, posteriormente, y a lo largo de su tormentosa carrera, cuando estaba rodeada de ansiosos, intelectuales, bohemios, ricos y pobres. Era su mirada lo que me atraía, la mirada de alguien a quien debo haber conocido en vidas pasadas. Ella tuvo hacia mí una mirada de reconocimiento desde el principio, y esto nunca cambió. No me acerqué a ella como un inquisidor de filosofías, ni como alguien buscando ciegamente en la oscuridad aquella luz que la escuela y las extravagantes teorías han empañado, sino como alguien, que habiendo recorrido por largo tiempo los pasillos de la vida, está buscando un amigo que pudiera mostrarle dónde los esquemas del trabajo habían sido ocultos. Y leal al llamado, ella respondió revelando los planes una vez más y sin dar explicaciones, simplemente los señaló y continuó con la tarea. Era como si nos hubiéramos separado la noche anterior, dejando algún detalle de una tarea emprendida con un objetivo común; como si fuéramos maestra y alumno, hermano mayor y menor, ambos consagrados a un único fin, pero ella con el poder y el conocimiento que pertenece sólo a leones y sabios. Así, amigos desde el principio, me sentí seguro. Sé que otros han observado con suspicacia una apariencia que no alcanzaban a comprender, y aunque es cierto que mostraron muchas pruebas, que escrutadas con cuidado condenarían a sabios y dioses, sin embargo es sólo su ceguera lo que les impidió ver la mirada del león, el diamante del corazón de HPB. Todo el espacio de esta revista no sería suficiente para permitirme dejar registro de los fenómenos que ella realizó para mí a lo largo de estos años, ni tampoco es ese mi deseo. Como tan frecuentemente ella decía, esos fenómenos no prueban nada, solamente llevan a algunas almas a la duda y a otras a la desesperación. Además, no pienso que fueran realizados sólo para mí, sino que en aquellos días incipientes ella estaba sentando las líneas de fuerza en toda la tierra y yo, tan afortunado, estuve en el centro de la energía y vi el juego de fuerzas en fenómenos visibles. Algunos amigos, demasiado ansiosos, han ofrecido la explicación de que los primeros fenómenos fueron errores de juicio que luego, años más tarde, se intentaría rectificar confinando su influencia y limitando el número de los mismos, pero hasta que alguien muestre el consentimiento de HPB con esta opinión, escrito por ella, me inclinaré siempre hacia la explicación que ella me dio con anticipación y que nunca cambió. La que he dado antes. Para muchos es más fácil refugiarse tras una carga de mal juicio que entender las extrañas y poderosas leyes que controlan temas como estos. En medio del tumulto de su vida y sobre el ruido producido por aquellos que la acusaron de fraude y engaño, y otros que la defendieron mes tras mes y año tras año, que fueron testigos del ingreso de hombres y mujeres al movimiento teosófico sólo para dejarlo a la brevedad murmurando frases malignas dirigidas a HPB, existe un hecho que todos deberíamos imitar: devoción absoluta a su Maestro. ‘Fue Él’, escribía ella, ‘quien me dijo que dedicara mi ser a esto, y nunca desobedeceré ni volveré sobre mis pasos.’
En 1888 me escribió en una carta personal:
Bueno, mi único amigo, deberías saber más. Mira mi vida y trata de
darte cuenta – en su curso de acción externo al menos, ya que el resto está oculto. Poseo la maldición de estar siempre escribiendo, como el judío errante estaba bajo la maldición de deber siempre migrar sin detenerse un momento para descansar. Tres personas saludables difícilmente podrían realizar lo que yo debo hacer. Yo vivo una vida artificial; soy un autómata trabajando a todo vapor hasta que el poder que genera el vapor se detenga, y entonces – adiós! ... Anteanoche se me mostraron a vuelo de pájaro las Sociedades Teosóficas. Vi algunos pocos teósofos honestos y confiables en una lucha a muerte con el mundo en general; estaban con otros teósofos – nominales pero ambiciosos –. Los primeros son más de lo que usted pudiera pensar, y ellos han vencido, como ustedes prevalecerán en América, si sólo se apegan al plan del Maestro y siguen fieles a ustedes mismos. Y anoche vi a ... y ahora me siento fuerte – tanto como estoy en mi cuerpo - y lista para luchar por la Teosofía y por los pocos verdaderos fieles hasta mi último aliento. Las fuerzas defensivas deben ser juiciosamente distribuidas en toda la tierra - ya que son tan escasas-, sea donde sea que la Teosofía esté luchando contra los poderes de la oscuridad.
Así estaba ella siempre, avocada a la teosofía y a la Sociedad para
llevar adelante un programa que abarcaba el mundo entero. Siempre dispuesta y al servicio de la causa para ofrecer esperanza, dinero, reputación y aún la vida misma, para que la Sociedad fuera resguardada de todo daño, grande o pequeño. Y así unió su cuerpo, su corazón y su alma a esta entidad llamada Sociedad Teosófica, decidida a protegerla a pesar de los peligros y enfrentando toda pérdida; ella usualmente caía en el resentimiento de muchos que se volvían sus amigos pero a quienes no siempre les importaba esa organización que daba sus primeros pasos y que ella había jurado proteger. Y cuando ellos actuaban en oposición a la Sociedad, ella marcaba su oposición instantánea, y a ellos les parecía que esto anulaba expresiones de amistad. De modo que ella tenía pocos amigos, debido a que requería un agudo poder de introspección, libre de sentimentalismos personales, para poder ver aunque sólo fuera una pequeña parte de la H. P. Blavatsky real. Pero ¿era su objetivo meramente formar una Sociedad cuya fuerza fueran los números? No es así. Ella trabajaba para directores que, trabajando desde detrás de la escena, sabían que la Sociedad Teosófica era, y sería, el núcleo desde el que se esparciría ayuda a toda la gente, sin esperar agradecimiento o reconocimiento. Una vez, en Londres, le pregunté qué oportunidad existía de atraer personas a la Sociedad en vista de la enorme desproporción entre el número de miembros y los millones de habitantes en Europa y América que no tenían conocimiento ni les importaba la ST. Reclinándose en su silla, en la que estaba sentada frente a su escritorio, dijo: Cuando se considera -y se recuerdan aquellos días de 1875 y los posteriores- que no era posible encontrar gente interesada en nuestro pensamiento, y ahora se observa cómo se esparce la influencia teosófica –sin importar cómo la hayan etiquetado– no es tan malo. No estamos trabajando meramente para que las personas puedan llamarse Teósofos, sino para que las doctrinas que tanto apreciamos puedan afectar y elevar completamente la mente de este siglo. Esto sólo puede ser logrado por un pequeño grupo de trabajadores honestos que no trabajen para recompensas mundanales ni reconocimientos terrenales, sino que apoyados y sostenidos por la creencia en que la Hermandad Universal de la que nuestros Maestros son parte, trabajen constantemente y con fe en entender y presentar para consideración las doctrinas de vida y de deber que han llegado a nosotros de tiempos inmemoriales. Esto no fallará mientras un grupo de unos pocos devotos trabaje para mantener el núcleo existiendo. No fueron instruidos para fundar y realizar una Fraternidad Universal, sino para formar un núcleo para la misma, ya que es sólo cuando el núcleo esté formado que la acumulación puede comenzar y terminar en años futuros, no importa qué tan lejanos, en la formación de ese cuerpo que tenemos en mente.
HPB tenía un corazón de león, y en el trabajo trazado para ella
mostraba la garra de un león. Que nosotros, sus amigos, compañeros y discípulos, nos mantengamos llevando a cabo los designios trazados sobre el lienzo por la memoria de su devoción y la conciencia de que detrás de su tarea estaban, y siguen estando, aquellos Hermanos Mayores que por encima del ruido de nuestra batalla siempre divisan el fin y dirigen las fuerzas destinadas a la salvación de ‘ese gran huérfano- la Humanidad’.