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 Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna –

Fernando Devoto

Nacionalistas, militares y políticos. La revolución de 1930

El 6 de septiembre de 1930, los Cadetes del Colegio Militar, algunos pocos efectivos de la
Escuela de Comunicaciones del Regimiento I de Caballería y una muchedumbre de civiles,
avanzaban sobre la Plaza de Mayo. La pequeña columna pudo cumplir sin tropiezos su
cometido. El gobierno radical se derrumbaba sin estrépitos y el general Uriburu asumía el
cargo de presidente provisional. El gobierno elegido por amplia mayoría dos años antes caía
sin resistencia ante una revolución mal dirigida y peor organizada. Aquí se tratara de dilucidar
las estrategias de los distintos grupos políticos y de los intelectuales nacionalistas.

Los conflictos y la parálisis existentes en el partido de gobierno y la pérdida del liderazgo del
Presidente Irigoyen parecen haber ocupado un lugar central en la crisis. Eso acentuaba el
problema de las disidencias internas.

Los actores principales del golpe fueron el ejército y el general Uriburu. Sin embargo una
variedad de grupos y grupúsculos nacionalistas desempeñaron un rol significativo a los efectos
de crear un clima de inestabilidad y de desgaste en la opinión pública.

Antes de promediar el año 1929 se decidió organizar un grupo de choque, la Liga


Republicana, a la que sus miembros definieron como milicia voluntaria de la juventud para
luchar contra los enemigos interiores de la República. Los principales inspiradores fueron
Rodolfo Irazusta y Roberto de Laferrere, después de haber pedido y conseguido el visto bueno
de Uriburu. La liga fue siempre controlada por los nacionalistas y se proponía resistir al
gobierno, no sólo a través de la prédica oral y escrita, sino iniciar una acción enérgica en
defensa de la constitución y las leyes de la República.

En el programa de la liga justificaba su acción invocando el derecho de los ciudadanos a


resistirse al despotismo y presentaba la paradoja que esos propósitos subversivos se hacían en
nombre de la necesidad de respetar la constitución. Se veía la connivencia de temáticas dentro
del nacionalismo y la confluencia del mismo con posiciones De la derecha más conservadora.
Se daba a su interior la confluencia de muchos sectores conservadores con nacionalistas.

Otro grupo de choque era la Legión de Mayo. Al igual que la liga en una organización de
agitación creada en vísperas de la revolución y por iniciativa directa de Uriburu, estaba
integrada en gran parte por ciudadanos independientes que dieron su apoyo al golpe.

Cuando el diario La Nueva República cumplía su primer aniversario el banquete tuvo un


presuntamente inesperado comensal el general Uriburu.

El laberinto del general

dos imágenes contrapuestas han quedado de Uriburu.. La imagen resultante se apoya en dos
estereotipos discutibles: la de un militar de intachable corrección personal y de escasa
habilidad y comprensión política. Su carrera militar había sido prestigiosa y exitosa. Sus
conexiones familiares y sociales le permitieron estar además siempre bastante cerca, durante
el orden conservador, del poder político. Pertenecía a una familia muy tradicional de Salta. Su
carrera política empezó y terminó bastante temprano: fue diputado nacional por salta en
1913, y en 1914 se sumaría a la primera experiencia del Partido Demócrata progresista como
buena parte del saenzpeñismo. Su adscripción al reformismo político pueda haber terminado
con la victoria de Hipólito Yrigoyen en 1916. En su estadía en Alemania elaboró un ideario
político cesarista inspirado en el modelo del Reich alemán. Contaba con una afiliación
germanófilo no sólo como modelo de organización militar sino como modelo de organización
política a contraponer a la decadente república francesa. En los años 20 fue inspector general
del ejército bajo la presidencia de Alvear.

Los propósitos de Uriburu ciertamente iban más sosa de un simple cuartelazo. Quería
modificar la constitución para así evitar que se repita el imperio de la demagogia, un
levantamiento trascendental y constructivo con prescindencia de los partidos. Creía que el
parlamento debía organizarse de otro modo, bajo la representación corporativa. Ese ambicioso
objetivo de transformación institucional coincidía en cuanto a la definición de lo que había que
destruir, pero era mucho más impreciso en cuanto a con que sustituir al sistema liberal y a los
partidos. En este punto, el problema de Uriburu era, a la vez, ideológico y político. No tenía un
modelo y no tenía claridad en torno los mecanismos para lograrlo.

Un corporativismo inmaduro y un liberalismo maduro

las ambigüedades del uriburismo se acababan por la necesidad de establecer una alianza con
otros sectores como el justismo, ante el peso que en el aparato militar conservaba el
radicalismo. Que el sector institucional era mayoritario lo revelan las elecciones en el círculo
militar en 1929, donde la lista encabezada por el general Uriburu era derrotada.

El desorden y la improvisación de los conjurados ha sido puesto de manifiesto por muchas


fuentes. Como en tantos otros golpes, ese éxito se debió, en gran parte, a la inoperancia
gubernamental que hizo que una conspiración bien detectada no fuera perseguida
sistemáticamente por falta de credulidad o de voluntad política del poder ejecutivo.

Los tironeos entre justistas y uriburistas dominaron los conciliábulos de los últimos días,
coincidiendo en un punto, el escaso interés que habrían tenido Uriburu y el uriburismo en
defender las afirmaciones originarias más fuertes del texto preliminar (redactado por Leopoldo
Lugones). Los colaboradores de Justo encontraban una contradictoria actitud y una dualidad
de ideas en Uriburu. Esa referida dualidad remitida a dos ámbitos diferenciados sobre los que
operaba Uriburu: el frente militar y el frente político. Mientras en aquel se esforzaba por
presentar las dimensiones antiliberales, en este último, a través de su operador principal,
Sánchez Sorondo, se aseguraba la finalidad civil y de respeto constitucional de la revolución.
Esa tensión era originaria y constitutiva del uriburismo: tensión entre un proyecto
conservador, articulado con ciertos sectores del espacio político y un proyecto de tinte
corporativo reposante en algunos militares. Que esta dualidad coexistieran es el resultado
tanto de la heterogeneidad ideológica del uriburismo como de aquella vecindad entre
conservadurismo y nacionalismo.

La victoria del 6 septiembre consagraba la consolidación del uriburismo. El gabinete elegido


por el nuevo presidente del gobierno provisional no dejó de sorprender a los nacionalistas de
La Nueva República. Un lugar central lo ocupaba el antiguo saenzpeñismo. Por otro lado hubo
cargos claves ocupados también por militares, y que Uriburu siempre se preocupó por otorgar
a estos muchas ventajas como si se tratara de un partido militar.

La imagen de los nacionalistas ante el rumbo de los acontecimientos no fue uniforme. La


Nueva República prefería centrarse en alabanzas a Uriburu y en ocasionales referencias
elogiosas al prestigio del elenco ministerial. En privado la imagen era diferente, expresando
grandes decepciones.

La decepción de los nacionalistas reflejaba bien las amistades de Uriburu, las ambigüedades
su propuesta política pero también su opción por una estrategia bifronte y gradualista. Uriburu
parecía reservarse dos cursos de acción: uno de retorno partidocratico y el otro, que en su
diseño institucional podemos denominar de corporativismo moderado, encarnado en el
gobierno por Ibarguren y otros interventores federales.

Los dos cursos de acción del escenario político abierto el 6 septiembre eran alternativos
ideológicamente pero complementarios temporalmente.

La figura más importante en el uriburismo a favor de la opinión del retorno constitucional el


ministro del interior, Sánchez Sorondo, quien buscaba a ser una operación de retorno
institucional pero centrado en el conservadurismo bonaerense. Pero los conservadores
bonaerenses no eran los únicos políticos en los que pensaba Uriburu. Otra opción era la
encarnada por Lisandro de la torre, que recibiría casi en bandeja la intervención en la provincia
de Santa Fe.

La otra opción era la corporativa. Esta tenía muchos inconvenientes. En primer lugar, una
escasa representación en el gabinete, escaso peso en la prensa y en las instituciones
subsistentes, incluidas las fuerzas armadas. Debían además remontar el insalvable obstáculo
de intentarla desde los mecanismos constitucionales, debido a la necesidad de compatibilizar
el discurso de la reforma de la constitución con el respeto de la misma, prometido
solemnemente en el manifiesto preliminar.

Rodolfo Irazusta vio con claridad los problemas de la propuesta que lanzaba proyectos
corporativos pero los enmarcaba en un camino institucional de reforma, que era el previsto
por la misma constitución. Uriburu no podía no ser consciente de su debilidad en la opinión
argentina. Diversos diarios le habían abierto un crédito amplio al nuevo gobierno, pero con
condiciones gravosas de pronto retorno a la normalidad y de intangibilidad constitucional.

La debilidad del corporativismo era, con todo, también teórica y no sólo política ¿qué debía
entenderse por corporativismo? Tras la dirección de La Nueva Republica en manos de Ernesto
Palacio, muy cercano al uriburismo y a la solución militar, el diario queda en manos de Rodolfo
Irazusta, sumamente crítico del camino emprendido por el uriburismo para la reforma de la
Constitución. Proponía como vía alternativa la consulta de las fuerzas sociales. La influencia de
La Nueva Republica era manifiestamente declinante.

La posición doctrinaria de Lugones era muy diferente de la de Palacio, y difería también de la


de Rodolfo Irazusta. El poeta defendía soluciones apocalípticas desde 1922. Su modelo político
es netamente militarista y presenta como central la idea de un gobierno técnico y
administrativo ocupado por la única elite disponible, que era, a su juicio, los militares. Así el
grupo político quedaba subordinado a una elite militar. A partir de aquí imagina una Cámara
integrada por miembros elegidos corporativamente.

Ibarguren se convertía en el vocero oficial del uriburismo defendiendo la posición de la


reforma constitucional combinando dos líneas de la misma: liberalización del modelo de 1853,
y la que instauraba modos de representación corporativos. Ambas líneas eran claramente
contradictorias. Las ideas políticas de Ibarguren siempre estuvieron llenas de contradicciones y
nunca terminaron de anclar. Pero si la propuesta de Ibarguren era ambigua, lo era en tanto
representaba la heterogeneidad del uriburismo.

Es evidente que Sánchez Sorondo tenía su propio proyecto político, a llevar a cabo en el
sistema liberal partidocratico. Posiblemente ello hacia que su posición se inclinase, en lo
estratégico, más a escuchar a los conservadores que a Uriburu, y su influencia fue
indudablemente decisiva para que las elecciones se anticiparan lo más posible.

En la negociación, los dirigentes políticos salieron exultantes de la reunión decisiva y


comunicaron los resultados del acuerdo: la convocatoria a elecciones y las reformas
constitucionales por ellos prohibidas. La Federación de Partidos reafirmaba su voluntad de
oponerse a toda reforma que alterase la forma de representación o la Ley Sáenz Peña.

Las noticias de los días sucesivos empeoraron las perspectivas políticas del régimen. El
uriburismo no tuvo otra opción que convocar a elecciones en febrero de 1931 para la provincia
de Buenos Aires. En este contexto, se estaba gestando un renovado clima conspirativo en el
frente militar recreado por los radicales. Así y todo, la solución corporativa seguís siendo
explorada por diversos referentes nacionalistas. Pero a todo esto, el mismo Uriburu parecía
buscar en otros lados para resolver el desconcierto acerca de que reformas realizar en
concreto.

Final del juego

Las elecciones de abril trajeron consigo la victoria de los radicales en la provincia de Buenos
Aires. Era el golpe de gracia para Uriburu. El gabinete renuncio y Uriburu procedió a una
remodelación que solo revelaba su debilidad. Al mismo tiempo, se veía obligado a reforzar el
frente militar.

Empero, reaparecía nuevamente la dualidad táctica, cada vez más irreal. A la vez que el
gobernó parecía encaminarse a una solución a través de los partidos, renovaba sus
exteriorizaciones corporativas con su decidido apoyo a la Legión Cívica, lo más parecido a las
milicas fascistas italianas dentro de la Argentina.

En el mes de mayo, Uriburu llamaba a elecciones para gobernadores y para diputados, y


senadores nacionales para el mes de noviembre, peor, a la vez, promulgaba otro decreto en el
que anunciaba la convocatoria a una sesión especial del nuevo Congreso para tratar la reforma
Constitucional. En realidad ya no se trataba de la solución corporativa, sino de aquella otra,
cara a los conservadores, de hacer más liberal aun el sistema.
La postrera carta de Uriburu, la convocatoria a elecciones de presidente y vice, no le dejaba
mucho espacio. La revolución estaba muerta junto con su “programa”. El rostro de Justo, como
la única opción para el gobierno, era el inevitable y amargo resultado.

La asonada del Teniente Coronel Pomar revelo la persistencia de inquietud en el Ejército:


reclamaba el retorno a la normalidad constitucional, retorno del ejército a sus actividades
profesionales y convocatorias a elecciones. Seguramente dio al gobierno el pretexto que
buscaba para renovar los ataques al radicalismo. A ello seguiría la deportación de Alvear. La
noticia de la convocatoria a elecciones para presidente coincidía con la amenaza de
proscripción a candidatos radicales y la abstención de ellos ante la prohibición de la
candidatura de Alvear. El triunfo de Justo estaba cantado.

El fracaso de los nacionalistas se revela, más que en el desinterés de Uriburu, en que se


vieron obligados a apoyar a Justo atacando a la Alianza Civil, unión del PDP y el PS (De La Torre
– Repetto). En este sentido, reaparecería La Nueva Republica, con un apoyo implícito a la
candidatura de Justo, ya que era la única oposición a la alianza civil, a la cual denominaban
“demócrata marxista”. Palacio, uno de sus directores, se veía obligado a hacer maravillas
argumentativas para recuperar desde el nacionalismo a una figura como Justo, y por otro lado,
desligarlo de lo que veían como una pesada hipoteca: ser el candidato del oficial, y de los
sectores conservadores.

A medida que se acercaban las elecciones, el periódico acentuó su “amarillismo” y comenzó a


atacar a De La Torre; a la vez que intentaba atraer hacia Justo los votos de sectores como los
universitarios o los radicales católicos.

Lo que queda es conocido, la victoria de Justo en noviembre de 1931. Uriburu definía a su


sucesor como uno de los más eminentes colaboradores de la revolución de septiembre, a fin
de salvar su fallido proyecto. Quizá el germen más importante de este, sean las ideas
antiliberales y contrarrevolucionarias, que se incrementaría en los años treinta.

A modo de conclusión

El nacionalismo político no culmina en 1932. Sn embargo, creemos que nos es licito el corte
propuesto. EN la perspectiva elegida en este trabajo, el nacionalismo, que entronca con el
uriburismo, es una culminación de un largo proceso iniciado en el otoño del orden
conservador. En el nuevo mundo de los años treinta habrá otros componentes intelectuales
influyentes: el catolicismo, un hispanismo reaccionario y diversos pensamientos totalitarios.

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