You are on page 1of 4

Crónica de un aprendiz de nudista morboso.

Desde los 13 años duermo desnudo. Eso tiene muchos convenientes y pocas desventajas.
Puedo pararme a mear a las tres de la mañana sin necesidad de bajarme los calzones;
puedo rascarme los tompiates los domingos por la mañana sin complicaciones; eso sí,
desde hace varios días, ante la noticia de un inminente de un probable, sismo duermo con
calcetas por si tengo que salir corriendo en plena madrugada.
No es que sea voyerista, pero cada mañana cuando me dispongo a "hacer de la
aguas" me veo al espejo, y me digo a mí mismo, (mí mismo) como es que en tantos años no
me he animado a hacer "casting" en cada exposexo de cada año.
No me intimida andar desnudo. No tengo el cuerpo de un fisiculturista pero eso no obsta
"exhibir" mis atributos. Lo hice al lado de alemanas y danesas en las costas de Oaxaca; me
di un chapuzón como Dios me trajo al mundo en San Petesburgo en honor a Teofonía
(festividad de la iglesia ortodoxa).
Andar desnudo se me dio desde chamaco, En cada Sábado de Gloria me despojaba de
mis vestiduras para echar cubetazo y trompada con los niños rivales del otro barrio, en mi
caso, prefería andar desnudo con globos llenos de agua para hacer frente a las hostilidades
del otro bando. Eso era ventajoso, las niñas no se me acercaban, era un factor de
distracción y de paso causaba gracia entre los adultos. Así que cuando se anunció la
denudez masiva que se daría en el Zócalo pensé en que podría ser una buena oportunidad
de "andar en pelotas" en el centro de la capital.

II

La expericia sería inolvidable. No todos los días te desnudas en el Zócalo capitalino.


La jornada se antojaba difícil. La cita: cuatro de la mañana en una de las avenidas
aledañas a la plancha capitalina, previa inscripción, aunque muchos de los
participantes se animaron a última hora.
El plan, para mí sería sencillo: echarse unos tragos para darse valor;
deshacerse del pudor y evitar erecciones antes, durante y despúes de las tomas. La
previsiones eran inevitables: ir con podólogo; comprarse chones nuevos
(preferentemente negros y no blancos, por aquello de la inesperada "rajita de canela")
y hacer los posible por practicar una doméstica depilación brasileña.
Lo primero fue fácil. Dos amigos más nos citamos a las nueve en una cantina
llamada Locazión (antes Bar Mata). Unos tragos para hacer tiempo, despúes iríamos
a un table dance: El Cadillac.
Así, mientras trancurría la noche, al lado de Samanta, pensé y repensé en mi
desnudo colectivo. Ante nuestro entusiasmo, Samanta, experta en el arte del baile
del tubo, se ofreció a ir con nosostros, lo que fue celebrado con la compra de la
segunda botella y sus respectivos seis refrescos de rigor.
Era tal la algarabía, que Samanta, Rebeca y Roxy (todas dignas y prominetes
representantes del entretenimiento masculino) anunciaron en plena pista nuestra
inquebrantable voluntad de desnudarnos en el Zócalo capitalino. Frente a ello, el
animador nos lanzó un reto: "Bien amigos, ¿por qué van a desnudarse hasta el
Zócalo, si bien pueden hacerlo aquí mismo. ¿Se animan? Una ronda de copas para
ustedes y sus acompañantes si se animan".
Ante ese reto, los parroquianos se alebrestaron y gritando al unísono "mucha
ropa, mucha ropa" nos miramos unos a otros.
¿Qué más da? Chingue su... Todo sea por unos chupes. Así que un prominente
abogado que conozco empezó a deshacerse de sus prendas ante las risas
socarronas de las bailarinas exóticas y la concurrencia.
Va que va, dijo un politólogo doctorado en California, tras quitarse los pantalones.
¡Ni madres! dije yo. Entonces el público gritó Eme, Eme, Eme. Y bueno, uno no
puede ponerse esctricto cuando se trata de unos chupes gratis.
Pronto se hace tarde, cuando se tiene prisa. Eran las tres y cuarto de la
mañana. Debíamos dejar la parranda y lanzarnos para el desnudo.
Samanta y Roxy estaban cambiadas y listas. Ah, cómo voy a recordar esa
juerga por el resto de mi vida.

y III

Nos dividimos la cuenta y pagamos. Roxy subió al auto de copiloto. Samanta, el


abogado y yo en la parte posterior. Roxy llevaba unos pants entallados de color rosa y
con una leyenda en el trasero que decía "sexy". Samanta iba con abrigo verde olivo y
sin ropa interior lista para hacer un desnudo "por puro amor al arte y sin ánimo de
lucro".
Atravesamos Circuito Interior para tomar la México-Tacuba e ingresar por
Juárez. Antes de llegar a Bellas Artes ya se sentía la bulla. Cientos, miles empezaban
a desfilar por Cinco de Mayo y Madero. Unos con batas de baño, otros con
chamarras, y otros tantos, ya caminaban por la calle desnudos.
Ya, la vida es tan corta para no hacer locuras!
Pronto nos formamos para entrar con incripción en mano. Nuestras
acompañantes nos alcanzaron ya inscritas. Al poco tiempo ya estaba el demadre.
A la instrucción de avancen comenzó la rechifla. Le pedí a Samanta que si no
tenía inconveniente se posara a mis espaldas, por aquello de un descuido involuntario
de mis acompañantes y me confundieran con casta damisela.
Repartía entre mis congéneres las bolsas de Oxxo que llevaba para echar
nuestras míseras pertenencias.
¡Avancen!, empezaron a gritar y mi corazón empezó a latir fuertemente.
A estas alturas no quería que el pudor me venciera.
Y es que en ese estado y ya en la cruda, que durante el trayecto al Zócalo
empecé a pensar puras pendejadas:
-¡Chin...! Me rasure mal el pubis. Por las prisas me quedó disparejo. ¡Mmmm...
a ver si nadie lo nota!
-¡Puta..! ¡Y si nada más de ver a Samanta de nuevo en cueros, se me paraliza
el corazón!
-¿Y si me paran junto a un wey que la tenga más grande que la mía?
-¡En la madre! No me depilé el trasero...
-¿Y si nos forman por tamaños y no por estaturas?
-¿Y si al hacer la posición C (parecida al de "chivito en el precipicio") me toca
puro cabrón alrededor? ¡Uhhggg!
-¿Y si me encuentro a mi tía chofis (65 años) entre la mutitud? ¿No sé a
quién le daría más pena?
-Una de malas y uno de estos pinches fotógrafos me saca en primera plana de
La Jornada.
-Es aquí, con esta barriga, donde me arrepiento de toda la ingesta de
carbohidratos y calorías de hace años. Si cómo no, me iba a poner a dieta.
Caminamos, todos riéndonos, fue una fiesta.
Nos formaron a un costado de la plancha. Nos pidieron que nos
desnudaramos. Tuve la sensación de libertad sin límites.
Hombres y mujeres de toda clase, jovenes, maduros, todos ahí reunidos en
una masa amorfa de carne. Brazos, nalgas, piernas, pubis, tatuajes. Esbeltos, gordos.
Largo, corto. Chino, lacio. Pobres y ricos, todos iguales: encuerados sin que nadie se
distinga uno más que el otro.
Por allá veo al cabrón que se vino con todo y silla de ruedas. Más allá a la
chava que se depila el sexo. Por acá, la flacidez de la carne de una pareja de
ancianos. A mi costado la redondez de la carnes pecadoras de Samanta que no deja
de sonreir y mostrar orgullosamente su cuerpo trsnochador. Es una venus urbana,
cínica y pecadora que sabe perfectamente que sí hay infierno nos encontraremos ahí
igualmente desnudos.
Antes de tomar postura y cariñosa me toca el pene discretamente y me da las
gracias por haberla invitado.
Yo, a mí mismo me veo diferente (imaginó que el frío, la emoción y la falta de
glucosa por la cruda me hicieron sentir así).
Pongo mis nalgas apuntando a catedral. Poso de lado para que mi pene vea
Palacio Nacional (cuanto lamenté que Fox y su distinguida esposa no estuvieran ahí).
Cierro los ojos. Mi nariz ahora se dirige al cielo. Empieza a despuntar los rayos de la
amanecer. El antiguo Palacio del Ayuntamiento se torna anaranjado.
Es hora de posar.
Yo mismo me doy gracias por estar ahí.
Nunca me he sentido más libre.

You might also like