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En los siglos XVII y XVIII, los países iberoamericanos, y el Perú en particular, conocieron el esplendor de un arte que
había llegado desde los primeros momentos de la conquista y alcanzó títulos propios e indiscutibles: el Barroco.
Fue el estilo barroco el que domino por excelencia, pues permitía adaptarse a los gustos y posibilidades nativas. Los
grandes terremotos fueron un elemento condicionante de su arquitectura, que se mantuvo dentro de unos límites de
altura y prefirió la repetición de techumbres planas y bóvedas, frente al uso de cúpulas.
El barroco extendió su flujo determinante sobre la arquitectura de todo el virreinato del Perú durante épocas muy
precisas.
Fue la forma más recargada del barroco y se distinguió por el empleo complicado y caprichoso de los adornos en forma
exagerada, su propugnador fue un arquitecto español llamado José Benito de Churriguera. Son magníficas muestras de
este estilo en Lima la fachada de las iglesias de Nuestra Señora de la Merced y San Agustín.
En el siglo XVIII, con la introducción de la dinastía francesa de los Borbones, llegó a España este estilo que se
caracterizó por los balcones que no son redondeados, la disminución de los adornos en la ornamentación en las
columnas (estas son menos retorcidas), sin dejar las características propias del barroco que son el empleo de las líneas
curvas y ondulantes.
Son características del estilo rococó la Quinta de Presa, la Casa de Larriva (fachada en estilo rococó pero granadino), la
Casa de las Trece Monedas (fachada en estilo rococó limeño), la Casa de Osambela y el Paseo de Aguas, todas ubicadas
en Lima.
Es el almohadillado que aparece en los muros de la Basílica y Convento de San Francisco de Lima. Este estilo
predominó desde mediados del siglo XVII hasta fines del siglo XVIII. Dio origen al churrigueresco y rococó. (El Palacio
de Torre Tagle, las iglesias de San Francisco y San Marcelo).
Basílica y Convento