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EL SENTIDO DE LA REPETICIÓN KIERKEGAARDIANA

María J. Binetti (Argentina)

Introducción

S. Kierkegaard ha introducido en el pensamiento filosófico la


idea de una repetición (1) espiritual, por la cual la decisión radical
del sujeto libre afirma la novedad absoluta de la existencia
personal y recrea el entero orden real mediante la asunción de lo
otro en la propia identidad espiritual.

Esta idea de repetición –entendida en el sentido que nuestro


autor ha querido darle– no significa la producción inmediata de
acontecimientos exteriores, como si se tratase de un arte de
magia destinado concretar a las fantasías subjetivas (2). Tampoco
ella designa, conforme a la interpretación dada por algunos
autores postmodernos, el intento de repetir al infinito la mala
finitud de un flujo indetenible. Así, por ejemplo, para J. Caputo,
“la repetición kierkegaardiana es el primer intento ‘postmoderno’
por tratar de resolver el flujo, el primer intento no de negarlo ni
‘reconciliarlo’ metafísicamente, sino de permanecer en él, de tener
el ‘coraje’ para el flujo” (3).

Según esta idea, la repetición propuesta por nuestro habría


contribuido al desplazamiento de la metafísica del ser y la
presencia en favor de un “inter-esse” siempre en devenir,
revelador de la pobreza de la existencia humana (4)
y consecuente con la afirmación de un eterno retorno sin meta
suprema de Unidad (5). En esta línea de interpretación,
Kierkegaard terminaría siendo el pariente más próximo de
Nietzsche, y ambos habrían vencido la ficción de una eternidad ya
insostenible (6).
Sin embargo, entiendo no es éste el sentido que Kierkegaard
ha querido asignarle a una repetición que significa para él la
posición absoluta del orden real por la superación trascendente de
la subjetividad afirmada delante de Dios. En el pensamiento de
nuestro autor, ella indica la tarea más ardua de la libertad: su
propia acción en tanto determinación ético-metafísica de la
subjetividad, sucedánea –según H. Höffding– de la mediación
hegeliana (7), y operadora de una presencia total ante sí mismo,
los otros y el Otro. Sobre esta noción nos pronunciaremos en las
páginas siguientes.

La repetición: segunda potencia de lo real

La repetición kierkegaardiana se propone como una nueva


categoría, en la cual se cifra ”el interesse de la metafísica y, al
mismo tiempo, el interés en el que la metafísica naufraga; la
repetición es la palabra de orden de toda concepción ética; la
repetición es la conditio sine qua non de todo problema
dogmático” (8). El interés central de la metafísica consiste, para
nuestro autor, en el enlace entre lo ideal, lo necesario, lo eterno y
lo fáctico, lo contingente, lo temporal (9). Conforme con tal
interés, la repetición kierkegaardiana dará cuenta de esta unión,
pero no lo hará en función del orden especulativo –abstracto y
conceptual–, sino de la realidad ético-metafísica del espíritu
humano, vale decir, en función de la libertad, que decide en la fe
la realidad trascendente de la existencia.

Lo repetido –esto es: lo re-asumido, re-tomado, reduplicado o


bien reflexionado interiormente– es una realidad tan vieja como
nueva; algo que ya existía, pero empieza a ser de nuevo (10) por
la recreación del espíritu libre. En este sentido, asegura nuestro
autor, “la vida es una repetición” (11), cuyo comienzo absoluto
exige estar de vuelta, mediante la reflexión total de la
subjetividad posible en la afirmación actual y necesaria de sí
misma, por la cual queda transformado el universo entero.
Conforme con esta idea, J. Colette explica la repetición como el
movimiento por el cual la existencia somete su posibilidad a la
necesidad interior, escapando así al determinismo fatalista (12) y
asegurando una presencia eterna que sostiene el orden real. Sin
esta regeneración espiritual, concluye Kierkegaard, no se vive
jamás (13).

El existencialista danés confronta su concepto de repetición


con el antecedente griego y moderno de la misma. En el
pensamiento clásico, la repetición pretende efectuar la
recuperación del pasado por la reminiscencia de una realidad
eterna inmanente a la subjetividad (14). En el pensamiento
moderno, en cambio, la repetición no constituye un movimiento
real, sino la permanencia en la inmanencia lógica que mediatiza
todos los términos en la indefinición conceptual (15). Mientras los
griegos concebían la existencia como el eterno retorno de lo
mismo; el pensamiento abstracto reproduce al infinito una
tautología racional. Es por eso que, para Kierkegaard, tanto la
estética clásica como la especulación moderna naufragan en el
escollo de la repetición y son incapaces de concebir su dimensión
existencial.

En oposición a ambas concepciones –inmanentes y


abstractas– el pensamiento kierkegaardiano sostiene que “la
repetición es y siempre será una trascendencia” (16), y esto
significa que ella define el devenir ético-religioso de la libertad,
correspondiente con esa nueva realidad que comienza en el salto
absoluto de la fe. Ni en el ámbito de lo estético ni en el de la
legalidad ética general hay repetición, porque precisamente ésta
se produce con el salto absoluto de la acción libre. De aquí que su
paradigma sea Job, quien supo esperar contra toda esperanza.
Cuando lo inmediato le aseguraba una pérdida total, Job creyó en
otra posibilidad, y por su fe recuperó más de lo perdido (17).

La enorme relevancia y la múltiple significación del concepto


que describimos aquí inducen a Kierkegaard a detenerse en su
sentido. Efectivamente, explica él, su noción “aparece por todas
partes: 1) Cuando yo debo obrar, mi acción existe antes en mi
conciencia como representación o idea; de otro modo obraría sin
reflexión, cosa que en absoluto es obrar; 2) desde el momento en
que debo obrar, me presupongo en un estado originario íntegro.
Ahora viene el problema del pecado. Aquí se trata de otra
‘repetición’, porque entonces debo retornar a mí mismo otra vez;
3) al fin, la verdadera paradoja, por la cual yo me convierto en
‘Singular’; porque si permanezco en el pecado considerado como
la condición general, allí se da sólo la repetición número 2” (18).
Intentaré brevemente precisar los sentidos contenidos en el
presente párrafo.

Siguiendo el texto precedente, podemos decir que la


repetición es, en primer lugar, la realización concreta de lo
pensado, presente incluso en el Ser divino, porque “si Dios mismo
no hubiese querido la repetición, el mundo nunca habría
comenzado a existir” (19). Lo que otrora fuese el contenido de la
representación intelectual, se repite luego como causa ejemplar
de la acción y forma inmanente de lo creado.

En segundo lugar, y ahora en el dominio de la subjetividad


existente, la repetición descubre la culpa de la libertad en relación
con un estado de integridad originaria e ideal. Conforme con ella
se produce la primera reflexión interior, en la cual el espíritu
advierte el elemento negativo que contradice su ser a la vez que
lo impulsa hacia una posible recuperación. Por esta primera
reflexión, afirma Kierkegaard, “el hombre es arrancado de la
relación inmediata con Dios; y, por eso, antes es necesario un
movimiento de reflexión, por el cual él sea llevado tan lejos, que
la Providencia pueda agarrarlo fácilmente. En nuestros tiempos,
los hombres permanecen en la primera reflexión, es decir, en la
reflexión en la que están fuera de la relación inmediata a Dios:
por eso Dios y el hombre no llegan jamás a entrar en contacto”
(20).

La primera reflexión rompe la relación inmediata entre la


subjetividad y el mundo fáctico, y enfrenta al yo con el vacío de su
propia nada. Sin embargo, tal situación es sólo la condición sine
qua non de una segunda reflexión, obediente al principio de la
inversión de los contrarios, según el cual lo positivo coincide con
la negación. En función de este sentido inverso y reflejo, nuestro
autor asegura que “la relación dialéctica [con Dios] en cierto
sentido comienza con la nada, y sólo en un segundo momento
viene Dios. Cuando no dispongo de ninguna realidad inmediata
debo siempre dar por mí mismo el primer paso” (21). cuando el
primer paso descubre la nada, Dios obra lo que resta.

Hasta aquí, la repetición se mostró como un movimiento de


sustracción, que aparta al hombre de lo finito, arrojándolo a su
interior abstracto y vacío. La subjetividad aprehende en esta
primera repetición la excelsa educación de lo infinitamente
posible, pero no llega a dar el salto de lo posible a lo real, y
permanece aún en el latido oculto de su gestación. Separada del
contacto inmediato con el mundo y enfrentada al fondo más
profundo de su fantasía, la libertad descubre la infinita posibilidad
de su poder, pero hará falta una nueva repetición para que ella
arriesgue el salto de la decisión real.

La decisión es así el tercer sentido –analogado principal– de la


repetición kierkegaardiana, que nuestro autor explica de este
modo: “entonces surge la libertad bajo la forma superior en la
cual ella está determinada por relación a sí misma. Aquí todo se
produce nuevamente, y se ve aparecer lo directamente contrario
del primer punto de vista. El interés supremo de la libertad es
precisamente entonces provocar la repetición; todo lo que ella
teme es que el cambio tenga la fuerza de turbar su esencia
eterna. Aquí surge el problema: ¿la repetición es posible? La
libertad misma es ahora la repetición” (22). El hecho de que la
libertad cumpla el sentido propio de la repetición significa que es
ella el sujeto y el objeto, el acto y el contenido, el principio y el fin
de la reflexión interior, vale decir, el repetir de su posibilidad
originaria en su novedad actual, la idea consciente de sí misma
recreada de la nada por la pura acción espiritual.

La afirmación libre del yo y la asunción concreta de su


identidad son de este modo la auténtica repetición, determinada
por Kierkegaard como “la segunda potencia de su conciencia”
(23), posterior a la ruptura de la conciencia inmediata y vacío
abismal de la primera reflexión. La segunda potencia del yo ha
conocido las posibilidades infinitas de su libertad y salvado la
ambigüedad de su poder por la presencia una de lo mismo. La
posición de sí mismo como sujeto absoluto retoma así el designio
primigenio de la creación divina, recreando un poder que la caída
original hubo derrocado.

Pero la novedad repetida del yo hace nuevas también todas


las cosas, supera la perspectiva del tiempo bajo el cielo de la
eternidad y eleva lo real a la intensidad infinita del ser libre. De
aquí que Kierkegaard aproxime su noción a lo que Aristóteles
llamó “Das-was-war-seyn” (24), vale decir, a lo esencial,
atribuyendo la comparación a la restitución original de lo real o a
la reposición del fundamento constitutivo del ser libre, por la cual,
siendo la repetición un movimiento hacia delante, toma sin
embargo una dirección retrospectiva, para restaurar la integridad
originaria, originalmente perdida.

La restitución de la integridad original significa para la razón


representativa y conceptual el reconocimiento de su docta
ignorancia, como punto de llegada del conocimiento (25). Pero la
ignorancia significa también fe, con las siguientes precisiones: la
madurez es la ignorancia socrática, bien entendida en su
modificación por el espíritu del Cristianismo: en el campo de la
inteligencia, ella equivale a lo que en el campo ético-religioso es el
‘segundo nacimiento’: el volverse niños. [...] la ley es ésta: ‘una
profundidad ascendente en comprender siempre más que no se
puede comprender’. Retorna aquí todo el espíritu de la infancia,
pero a la segunda potencia. Quien ha alcanzado esta madurez
tiene ingenuidad, simplicidad, maravilla (...)” (26). Si no fuera
posible este retorno, si el espíritu de la infancia no pudiera
retomarse y la razón renunciar a su definición abstracta, el vino
de la vida está derramado.

La dimensión ético-religiosa de la subjetividad salvaguarda el


valor humano, indicando una repetición cuyo deber impera: “a la
inmediatez se puede por cierto volver una segunda vez; pero el
‘inconveniente’ del sistema consiste en creer que se pueda volver
una segunda vez sin ruptura. A la inmediatez se llega una
segunda vez sólo éticamente; la inmediatez misma se convierte
en la tarea, ‘tú debes’ alcanzarla.[...] si no puedo recuperar la
inocencia, todo está perdido desde el principio; porque el principio
en la vida espiritual consiste en el hecho de que cada uno de
nosotros ha perdido la inocencia [...] puedo definir el segundo
nacimiento como la inmediatez ganada éticamente. La ética, o
más bien la realidad ética, es la clave: y luego, desde allí, se
puede pasar a la realidad dogmática” (27).La repetición es así lo
incondicionalmente imperado, de modo tal que tanto su deber
como su realidad indican una cuestión de fe, inexplicable ante la
razón argumentativa. Que la síntesis de lo ideal y lo fáctico sea
posible, que el tiempo y la eternidad, lo finito y lo infinito puedan
encontrarse es lo que se debe creer, en la superación libre del
orden real.

Para abreviar lo dicho hasta aquí, podría indicarse la


repetición como la doble reflexión por la cual el espíritu recupera
la condición original de su subjetividad íntegra y pura. Pero la
existencia kierkegaardiana, constituida de cara al Trascendente,
no se realiza en la reposición inmanente y directa de su identidad
sintética, sino a través de un salto que afirma la Diferencia. En
orden a ella, la repetición constituye la segunda vez del espíritu,
interceptada por un abismo desde el cual “toda la vida y todo su
interés recomienzan, no a través de una continuidad inmanente
con lo que la ha precedido, cosa que sería una contradicción, sino
mediante una trascendencia que separa la repetición del orden
anterior [...]“ (28). El orden anterior –a saber, el de la
inmanencia– resulta para el hombre el camino más fácil. La
repetición, por el contrario, es su mayor dificultad, y sin embargo
el único modo de no perder el tiempo y lo finito.

Por estar comprometida con la Diferencia, la repetición es la


paradoja absoluta de lo otro convertido en sí mismo y de lo mismo
frente al Otro. Conforme con el Poder creador, la paradoja repite
la Diferencia absoluta restituyendo la identidad del espíritu
humano. Y seguirá repitiéndola hasta en la Eternidad, en el seno
de una unión que guarda la diferencia como estructura de la
acción libre trascendente de cara a Dios.
No obstante, y más acá de su trascendencia, la repetición está
igualmente comprometida con la dialéctica inmanente a la
subjetividad y, en este sentido, ella determina la síntesis de un
tiempo eternizado y una eternidad temporalizada, de una finitud
infinita y una necesidad en devenir. Quizás sea en función de tal
dialéctica inmanente que H. Höffding ha pensado la repetición
kierkegaardiana como el equivalente de la mediación hegeliana
(29), tratándose aquí de opuestos relativos, coexistentes en una
instancia superior, capaz de guardar las diferencias en y para la
identidad personal.

En el sentido de la diferencia irreductible entre el hombre y


Dios, cabe decir –como quiere J. Colette– que la repetición
kierkegaardiana supone la discontinuidad de una nueva creación,
y se establece como lo contrario, no sólo de la mediación
hegeliana, sino también del eterno retorno nietzscheano (30). En
efecto, si hay algo en lo que Kierkegaard se aparta tanto de Hegel
como de Nietzsche, es precisamente en esta afirmación de la
Trascendencia divina, cuya Unidad inmutable rescata el devenir de
la mala infinitud y salva la finitud de lo imposible.

La repetición del tiempo en la eternidad, junto con la alianza


de lo finito y lo infinito se realizan en la fe, de donde es ella, para
Kierkegaard, la única heredera legítima del mundo, y el espíritu
más religioso es quien posee el paso más firme sobre lo temporal
(31). Más aún, la tarea temporal asignada al yo verdaderamente
libre jamás se convierte en un trabajo rutinario o tedioso, porque
la repetición, actuada en la interioridad, recupera cada vez la
siempre nueva originalidad de lo mismo y vuelve en todo hasta el
yo primigenio (32), sin permitir jamás que la subjetividad caiga en
la dispersión o en la fragmentación de su ser, y anclando siempre
su vida en el unum inconmovible, sujeto a la ley de la continuidad.
En la unión con lo infinito y eterno, lo contingente y temporal
adquiere nuevas dimensiones y una suerte de acrecentamiento,
conforme al cual nada es rutina y todo es original.

La repetición es el deber más serio de la libertad, porque su


contenido no reside en los múltiples las posibilidades mundanas,
sino en la única posibilidad absoluta de la existencia personal.
Ninguna tarea ni mérito ni función exteriores al hombre serían
capaces de concederle la seriedad que sólo el grado de su
reflexión interior, esto es, que únicamente la intensidad de su
libertad puede concederle. Lo serio es el cenit de la subjetividad:
la originalidad de la relación consigo mismo, que decide al yo
frente al Eterno. Por eso se trata siempre de una repetición asida
a la eternidad.

Conclusión

Establecida en lo eterno, la repetición inaugura la historia


humana, o mejor, la historia de la propia libertad, que atravesará
la existencia sujetada, por una parte, al elemento metafísico,
eterno y permanente de su ser, y anclada, por la otra parte, a la
determinación casual, contingente y accidental del yo. Un texto
del Diario afirma a este respecto que “la historia es una unidad de
metafísica y de casualidad. Es realidad metafísica, en cuanto ésta
es el anillo eterno de la existencia, sin el cual el mundo de los
fenómenos se desvanecería; es casualidad, en cuanto para cada
advenimiento existe siempre la posibilidad de la producción de
una infinitud de otros modos: esta unidad desde el punto de vista
de Dios es la Providencia, desde el punto de vista de los hombres
es la historia” (33). La síntesis histórica, sostenida en la alianza de
la fe, se afirma en el instante trascendente de la decisión (34),
para asumir desde allí el progreso de su devenir interior. Sin tal
determinación trascendente, “la inmanencia de la conciencia
íntima del tiempo no resiste la prueba de la existencia y de la
libertad” (35), porque, efectivamente, el tiempo es para
Kierkegaard una cuestión de libertad, y donde se trata de la
libertad, se habla el lenguaje de la Diferencia.

La eternidad que da comienzo a la historia no designa una


realidad puramente ideal y abstracta, sino concretada por una
asunción múltiple y temporal, de manera tal que, como recuerda
J. Colette, lo “no histórico” constituye para Kierkegaard ”lo
histórico no histórico” (36), vale decir, la forma libre de lo
temporal, la forma misma del yo, materializada en lo finito. Por la
repetición del tiempo, la eternidad obtiene una historia, tanto
como el tiempo quiere ser por ella el móvil reflejo de Quien
siempre será tan sólo imagen.

Para concluir, quisiera destacar que Kierkegaard mismo


decidió repetir en su alma aquellos exiguos y a la vez inmensos
acontecimientos que definieron su vida, a saber: la áspera
relación con su padre, la lucha contra la iglesia oficial danesa y la
masificación y, especialmente, su vínculo amoroso con Regina
Olsen. La profundidad espiritual desde la cual nuestro autor existió
en tales acontecimiento –comenta C. Fabro– lo apasionó (37) a tal
punto que ellos se convirtieron en “ ‘esencias puras’, realidades
absolutas que [...] describen las categorías de la vida del espíritu,
su génesis y su significado. Estas categorías, cortadas por una
perspectiva histórica tan exigua, son lanzadas en la turbina de un
movimiento infinito, llevadas ‘hasta lo más hondo, a la
profundidad de 70 000 brazos’!” (38).

La vida de Kierkegaard se decidió al ímpetu de esa fuerza


absoluta, que imprime a cada paso el abrazo de lo Eterno. Él se
confiesa incapaz de lo inmediatamente inmediato y
espiritualmente obligado a medirlo todo una experiencia
trascendente, única capaz de consolidar la vida personal, única
capaz de vencer las ilusiones ópticas y de ofrecer a lo real aquella
morada interior que alberga lo absoluto. Por eso para nuestro
autor, sólo “vive quien se relaciona a la idea y vive de modo
primitivo. Todo el resto es ilusión óptica. En la muerte la ilusión
desaparecerá por completo, como en una comedia terminada”
(39). La existencia del danés asumió de este modo el sentido ideal
y primitivo de un ser, que su propia repetición le descubrió.

NOTAS

(1) El término danés utilizado por Kierkegaard para designar la


repetición es Gjentagelse: compuesto del prefijo gjen (re,
nuevamente, de nuevo) y el verbo tage (tomar, coger, conquistar).

(2) Parecería ser ésta la interpretación de H. Lefebvre, quien,


caracterizando la posición de Kierkegaard como un existencialismo
mágico (cf. H. Lefebvre, El existencialismo, Lautaro, Buenos Aires 1948,
pp. 132 - 133).
(3) J. Caputo, Radical Hermeneutics. Repetition Deconstruction and
the Hermeneutic Project, Indiana University Press, Bloomington-
Indianapolis 1987, p. 12.

(4) Cf. J. Caputo, Radical Hermeneutics..., cit.., p. 35.

(5) Cf. G. Deleuze, Difference and Repetition, trad. P.


Patton, Columbia University Press, New York 1994p. 57.

(6) Para esta aproximación cf., por ejemplo, J.


Wahl, Études kierkegaardiennes, 2ª ed., J. Vrin, Paris 1949, p. 207,
243; T. Adorno, Kierkegaard, trad. R. J. Vernengo, Monte Avila,
Venezuela 1969, p. 137; cf. G. Deleuze, Difference and..., cit., pp. 5-
8.

(7) Cf. H. Höffding, Soeren Kierkegaard, trad. Fernando Vela, Revista


de Occidente, Madrid 1930, p. 70.

(8) Soeren Kierkegaard, La répétition, en Oeuvres complétes de


Soeren Kierkegaard, trad. P.-H. Tisseau y E. M. Jacquet-Tisseau, 20
vol., Editions de l' Orante, Paris 1966 ss., vol. V, III 212 (en
adelante OC, V, III 212); cf. también Le concept d’ angoisse, OC, VII,
IV 322.

(9) Cf. Soeren Kierkegaard, Diario, trad. C. Fabro, 3ª ed., 12 vol.,


Morcelliana, Brescia 1980-1983, fragmento de 1840, vol. III A 1, III,
p. 9, n. 654 (en adelante Diario, 1840, III A 1, III, p. 9, n. 654).

(10) S.K., La répétition, OC, V, III 212.

(11) S.K., La répétition, OC, V, III 194.

(12) Cf. J. Colette, Histoire et absolu: Essai sur Kierkegaard, Desclée,


Paris 1972, pp. 92-94.

(13) Kierkegaard explica que “por no haber realizado este periplo


antes de comenzar a vivir, nunca se logra vivir” (S.K., La répétition,
OC, V, III 195).

(14) Cf. S.K., La répétition, OC, V, III 193.

(15) Cf. S.K., La répétition, OC, V, III 247-248.

(16) S.K., La répétition, OC, V, III 248.

(17) Cf. S.K., La répétition, OC, V, III 258-260. Abraham, quien


recuperó en la fe lo que voluntariamente se dispuso a perder, es otro
paradigma de la repetición.

(18) S.K., Diario 1843, IV A 156, III, p. 93, n. 928.

(19) S.K., La répétition, OC, V, III 195.

(20) S.K., Diario 1849, X1 A 330, V, p. 226, n. 2260.

(21) S.K., Diario 1848, IX A 242, V, p. 31, n. 1882.


(22) Soeren Kierkegaard´s Papirer, ed. P. A. Heiberg, V. Kuhr y E.
Torsting, 2ª ed., 20 vol., Gyldendal, Koebenhavn 1909–1948, IV B
117.

(23) S.K., La répétition, OC, V, III 29.

(24) S.K., Diario 1843, lV A 156, III, p. 93, n. 928. Das-was-war-


seyn –anota C. Fabro– es la traducción literal del Das-was-war-seyn –
aristotélico, entendido como la esencia del ente o el contenido preciso
de su definición.

(25) Cf. S.K., Diario 1849, X2 A 72, VI, p. 173, n. 2578.

(26)S.K., Diario 1849, X1 A 679, VI, p. 134, n. 2516.

(27) S.K., Diario 1849, X1 A 360, V, p. 233, n. 2279.

(28) S.K., Le concept d’ angoisse, OC, VII, IV 322.

(29) Cf. H. Höffding, Soeren Kierkegaard..., cit., p. 70. El autor


justifica su interpretación en el hecho de que la repetición “asegura en
la realidad nueva lo adquirido anteriormente, que no subsiste, en
absoluto, por sí mismo” (H. Höffding, Soeren Kierkegaard..., cit., p.
107).

(30) Cf. J. Colette, Histoire et..., cit., p. 256.

(31) Cf. S.K., Crainte et tremblement, OC, V, III 101.

(32) Cf. S.K., Le concept d’ angoisse, OC, VII, IV 459.


(
33) S.K., Diario 1840, III A 1, III, p. 9, n. 654.

(34) Cf. J Colette, Histoire et..., cit., p. 110.

(35) J. Colette, Instant paradoxal et historicité, en Mythes et


représentations du temps, Centre Regional de publication de Paris -
Editions du Phénoménologie et Herméneutique, Paris 1985, p. 118.

(36) J Colette, Instant paradoxal..., cit., p. 118.

(37) C. Fabro, Conversazione con Cornelio Fabro, en “Aquinas”, 49


(1996), p. 462.

(38) C. Fabro, Diario, I, p. 26.

(39) S.K.,(Diario 1854, XI1 A 121, X, p. 135, n. 3904.

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