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viento
Una ca m pa ñ a de f om e n to
a l a lectu r a de l a se c r e ta r í a
de cultur a re c r e a c ión y de p ort e
y el in s t i t u to di s t r i ta l
de l a s a rt e s – ida rt e s
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Ficciones de
Latinoamérica
l ibr o a l v ie n to u ni v e rs a l
Cuentos
Jorge Aristizábal Gáfaro
Jorge Enrique Lage
Bernardo Fernandez
José Urriola
Pedro Mairal
Carlos Yushimito
alcaldía mayor de bogotá
Gustavo Petro Urrego, Alcalde Mayor de Bogotá C ontenido
secretaría distrital de cultura, recreación y deporte
Clarisa Ruiz Correal, Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte
La delación 17
Jorge Aristizábal Gáfaro
Straight 31
Jorge Enrique Lage
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antonio gar cía ángel pr e se n ta c ión
de Felisberto Hernández, o novelas como La inven- en donde se exploran las relaciones familiares y la
ción de Morel (1940) de Bioy Casares, no sólo per- pulsión de libertad. Y finalmente Oz, del peruano
tenecen al género sino que son verdaderas obras Carlos Yushimito, explora la relación entre un an-
maestras. ciano decadente y su vetusto robot oxidado, dos
personajes que conocieron mejores tiempos y ahora
iv marchan juntos hacia su inminente destrucción.
Al hacer esta selección pretendimos abordar di-
Presentamos a los lectores de Libro al Viento seis ferentes temáticas relativas a la ciencia ficción, pero
relatos que muestran un panorama de la produc- sobre todo brindarles a los lectores de Libro al Viento
ción latinoamericana actual en torno al género. La un grupo de textos de gran calidad. Esperamos que,
delación, del colombiano Jorge Aristizábal Gáfaro, antes de que los alienígenas se tomen la Tierra, los
entrecruza en clave paródica un relato romántico y humanos se fabriquen en serie, un meteorito acabe
una guerra intergaláctica entre dos especies alieníge- con el planeta, una droga sintética reemplace los sen-
nas rivales que combaten secretamente en la Tierra. timientos, casi la mitad de la población urbana esté
Straight, del cubano Jorge Enrique Lage, explora los presa o nuestra soledad sea mitigada por un robot,
vericuetos de una sociedad en la que el homosexua- puedan ustedes disfrutar de estas buenas páginas.
lismo es la norma y se impone por la fuerza. Las últi-
mas horas de los últimos días, del mexicano Bernardo Antonio García Ángel
Fernandez, aborda una historia apocalíptica signada
por la escasez y la barbarie, suerte de oscuro relato
de carretera en el que también cabe una historia de
amor. La droga, del venezolano José Urriola, se in-
terna en los laberintos mentales de un hombre con-
sumido por la adicción a un fármaco que él mismo
ha inventado, vano simulacro del amor. Recuerdo
del 2030, del argentino Pedro Mairal, describe una
sociedad autoritaria, especie de distopía orwelliana
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Ficciones de
Latinoamérica
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Cuentos
Jorge Aristizábal Gáfaro
Jorge Enrique Lage
Bernardo Fernandez
José Urriola
Pedro Mairal
Carlos Yushimito
La delación
Jorge Aristizábal Gáfaro (1964) No diré cómo supe lo ocurrido entre Silvia, mi veci-
na del 402, y las entidades que después de llevarla al
Novelista, ensayista y cuentista bogotano. Fue Premio Nacional
de Literatura, ICDT, 2000, y Beca Nacional de Investigación en
cielo, la devolvieron al Park Way, entonces converti-
Estudios Culturales, Ministerio de Cultura, 1999. Es profesor do en infierno para ella. Esta es la historia:
universitario en las áreas de Literatura y Semiología. Entre su Hace muchos siglos, los Skultor expulsaron a
producción se cuenta la novela El espía de la lluvia (Mondadori,
2008), y los libros de relatos Cuentos de escalofrío (Panamericana, los Fórnax de la undécima dimensión de Sagitario,
2008) y Grammatical Psycho, (Ediciones B, 2012). condenándolos a vagabundear clandestinos por el
universo. Para recuperar su hogar, los Fórnax recu-
rrieron a estrategias que habrían sido efectivas si los
Skultor no hubieran desarrollado el exterminio tele-
genético. Mediante tal procedimiento, la captura de
un solo rebelde implicaba la extinción unánime de la
especie Fórnax.
Estos a su vez, descubrieron que el cromo so-
metido a sublimación fractal proporcionaba un gas
para liquidar a los usurpadores. Sin embargo, el me-
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jor ge aristizábal gáfar o l a de l a c ión
tal sólo podía obtenerse en la Tierra y a condición do el director, tan drástico como salaz, decidió que
de un secreto arribo: como ellos, los Skultor leían sus informes carecían de imaginación. Además, por
nuestro pensamiento y mantenían un centro de psi- aquellos días padecía un duelo amoroso, lo cual la
coobservadores dedicados a captar toda experiencia perfilaba como sujeto ideal para los planes Fórnax.
humana con extraterrestres. Tales sujetos evaluaban
los contactos —muchos falsos, otros ciertos— pero ii
únicamente impartirían órdenes de intervención en
caso de alguna presencia Fórnax. Hija de padre suizo y madre caribeña, mi vecina
Pese a la amenaza del holocausto telegenético, lucía impune sus veinticinco años y una sensuali-
los expulsados decidieron arriesgarse. La junta pla- dad provocadora de no pocos problemas. Tenía el
nificadora prefijó como condiciones de ejecución cabello agreste, ojos para la penumbra y unos dien-
rapidez y sigilo. Lo primero exigía en tiempo una tes grandes e injuriosamente cómplices de sus la-
operación no superior a una hora Fórnax —por ra- bios perversos. Solía tornar almíbar los aceites con
zones cuánticas, sesenta años terrestres—. Lo segun- que, después del baño, ungía la piel entre dorada y
do, una acción individual, indirecta en ciertas fases rosa de sus brazos, sus senos, su vientre, sus largas
y distante de los centros científicos de la Tierra. Con piernas…
tales premisas, dicha junta eligió a uno de sus ofi- El agente Fórnax la contactó por el Facebook
ciales más notables y le ordenó trasladarse a la zona y se las arregló para merecer algunas confidencias.
de los Andes, donde ubicaría a un humano para, de Luego adivinó su ideal de hombre, le aventuró una
modo imperceptible, capacitarlo e inducirlo a la ob- cita y con el nombre de Carlos y la apariencia de un
tención del cromo. astro del cine, se le presentó. Al verlo, Silvia perdió
Fue así como el oficial Fórnax llegó a Bogotá y el aliento. Durante la comida le habló de sus gustos,
escogió a mi vecina del 402. Silvia acababa de per- aficiones, desengaños. Más tarde, al bailar, fue indul-
der su empleo en el noticiero de televisión luego de gente al sentir que carecía de ritmo. Él, en cambio,
un lamentable descenso: por algunas infortunadas no tuvo clemencia con sus ansias y aquella misma
frases pronunciadas al aire, pasó de presentadora noche, y por las tres siguientes, la hizo gemir de ca-
a reportera de farándula y de ahí, al asfalto, cuan- taclismos íntimos.
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Saciada y feliz, Silvia le expresó el temor de li- plemente la tomó de un brazo, la estrechó contra
mitar sus relaciones a lo físico. Esperaba, además, su cuerpo y comenzó a infligirle sus embates de
ternura y proponía tiempo en aras del conocimiento físico y ternura.
mutuo. En obediencia, Carlos la colmó de arrullos y Desde su languidez, Silvia lamentó no encon-
caricias cuya alternancia con palabras dulces, frases trar quién se ocupara de la ropa y la limpieza. Car-
sabias y silencios apacibles, tuvieron el efecto de que los atendió el requiebro y, tras sumirla en un plácido
otra vez las frondas del Park Way se vieran perturba- sueño, se armó de escobas y jabones y dejó el aparta-
das por el disturbio de sus desafueros. mento reluciente. A mi vecina se le saltaron las lágri-
Pero había que darle pausas al encierro. Mi mas y se le estremeció el vientre cuando al despertar,
vecina necesitaba aire y exhibirse con aquel amante él, vestido apenas con un top y unos shorts, le llevó
que la enorgullecía. De la mano de Carlos, la ilusión a la cama el desayuno adornado con una margarita
del amor la encaminó por una ciudad que vio nue- blanca.
va. El sábado recorrieron La Candelaria, asistieron Había de llegar, sin embargo, la primera pelea.
a una exhibición de arte en la Luis Ángel Arango, Ante la avaricia intransigente de un cajero automá-
oyeron un recital de piano en el Teatro Colón y a la tico, Silvia, pálida de ira, se quejó de haber gastado
medianoche se besaron bajo la luz ambarina, bellísi- mucho en las últimas semanas, de no tener empleo
ma, de la Plaza de Bolívar. El domingo siguieron la y sí excesivas deudas. Estaba en quiebra. Le pregun-
ciclovía de la calle 26, escudriñaron las estrellas en el tó si trabajaba, y cuando él guardó silencio, quiso
Planetario, almorzaron en la Zona T, comieron he- saber de qué vivía. Ante otro silencio, ella explotó
lado en el Centro Andino y entraron a ver La guerra y juró que por muy bello, tierno y apasionado que
de los mundos. fuera su hombre, no estaba dispuesta a mantenerlo.
El lunes, Silvia anunció que no era día de sa- Abandonado a las luces del Park Way, él comprendió
lida. El apartamento delataba sus desmanes, así la causa de la crisis; fue al cajero y regresó al aparta-
que con el pelo recogido y vestida apenas con un mento con una suma que, abrumándola, renovó en
top y unos shorts, se puso a gatas para fregar el Silvia el respeto y el asombro. Con un fajo similar
piso. Molesta porque él sólo la miraba, le preguntó cada mañana, mantendrían a raya aquel motivo de
sonriendo si no tenía algo mejor que hacer. Él sim- discordia.
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jarta de la farsa. Sabía que él era un mafioso, pero por Sus amigas, al comprobar todo cuanto ella les
nada del mundo seguiría siendo la mujer de un nar- había contado y sin poder disimular la envidia, des-
co. No la enredaría en sus negocios, ni mucho menos plegaron con descaro sus recursos para seducir a
la usaría de mula; así que podía irse al infierno con Carlos. Al percatarse, Silvia lo llamó aparte y le re-
su sucia plata, su asqueroso bm y su mugroso perro. criminó su excesiva amabilidad, pero al final, entre
Otra vez en el prado del Park Way, Carlos aclaró sollozos, le pidió perdón y prometió controlar sus
el enigma. Al día siguiente, mientras los empleados celos. Lejos de irritarse, él la consoló y en adelante
de una casa musical se valían de poleas para subir a fue de mármol ante toda palabra, sonrisa o roce de
la azotea del edificio un piano de cola, le mostró a las abusivas.
Silvia una cédula de ciudadanía en donde por segun- Una mañana, al sabor del desayuno en el jardín
do apellido figuraba un Puyana. A cambio de más luminoso, cuando ya los padres de Silvia, complaci-
explicaciones, se sentó al piano e interpretó al aire dos por la invitación a la fiesta, hubieron tornado a
libre las sonatas de Mozart escuchadas en el Colón, su casa frente al mar, mi vecina evocó con humor sus
con un virtuosismo que hizo enrojecer de vergüenza objeciones: para el buen señor, era excesivo el acade-
a mi vecina. micismo, casi maquinal, de Carlos a la hora de tocar
el piano. Para la buena señora, la casa era amplia y
iv exquisita, pero fría; el perro, bonito, pero muy in-
quieto; y el yerno, guapo y elegante, pero como todos
Pero un piano y un perro a la intemperie eran barba- los hombres, tarde o temprano se sacaría las uñas.
rie para Silvia, y en la sala abigarrada del apartamen- Aún así, la señora se preguntaba si no sería mejor
to expresó su deseo de tener una casa amplia, con formalizar aquellas relaciones. Al respecto, Silvia
jardín y chimenea. Perdió el habla cuando en Altos extrañó que hasta la fecha Carlos no le hubiese pro-
de Yerbabuena, Carlos la invitó a tomar posesión de puesto matrimonio. Iba a comenzar a lamentarse,
la mansión de sus sueños. Pasadas dos semanas, la pero él la interrumpió con la petición susurrada al
tenían amoblada y con una servidumbre dispuesta a oído y un anillo que hizo palidecer al sol.
atender a los padres, amigos y compañeros de Silvia,
invitados a la inauguración.
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lo envolvió y lo redujo a un humeante montículo de nio y piedras pómez. Todo el Park Way lamenta su
pelos. demencia: en las noches se asoma a la ventana para
Consternada por aquellas visiones, Silvia se insultar al firmamento.
llevó las manos al rostro y prorrumpió en gritos de
horror. Iba a huir, cuando un oficial Skultor, en apa-
rición hologramática, se le presentó, le explicó su
guerra con los Fórnax y el engaño al que la habrían
sometido durante los próximos sesenta años si ella
no hubiera descubierto al impostor. En gratitud por
la delación, gracias a la cual se logró el exterminio
de la especie enemiga, el oficial le colgó un collar de
aluminio y piedras pómez, elementos que, recalcó,
eran los más preciosos de Skultor. Acto seguido emi-
tió unos sonidos ridículos y desapareció.
vi
Miré el busto frente a mí (el de ella, más le- Se besaron (tuve una erección que se duplicó
jano aún, subía y bajaba al ritmo imperceptible de cuando ella puso sus ojos en mí... más tiempo de lo
su respiración): la capa de verdeóxido se deslizaba normal para decir un simple Chao) y se fueron. To-
lentamente y de pronto reconocí al viejo Paul Dirac madas de la mano.
guiñándome un ojo. En mi cabeza acababa de formarse un agujero
Física Nuclear. negro con su perfil y sus medidas.
—Una vez leí algo sobre la antimateria —aven- Y por supuesto, había olvidado preguntarle su
turé—. Electrones, positrones..., tiene que ver con nombre.
eso, ¿no?
—Tiene que ver. —Noté la diversión en sus Esta va a ser una historia diferente. Nada de
ojos, y a continuación aprendí que los positrones chico conoce chico, chico y chico se enamoran, chi-
sí forman parte de la antimateria, pero de ninguna co muere en un accidente aeromovilístico, etcétera.
manera pueden compartir (dijo: coexistir) con los Nada de triángulos amorosos chica-chica-chica.
electrones. Son antipartículas, tienen carga opuesta. Nada que huela a pornografía oficial. En fin, nada de
Cuando chocan (dijo: colisionan) se destruyen am- lo que ustedes están acostumbrados a leer.
bas y sólo queda energía, o sea... Empezaré por el principio.
—Una manera elegante de decir que no queda Allá por los años del Período Espacial, mi pa-
nada —me miró sonriendo con los ojos y el busto. dre —Juan Carlos— y mi padre —Hugo— decidie-
Silencio cargado de nervios. ron poner fin a cuarenta y ocho horas de noviazgo
—Yo pensaba que los opuestos se atraían — casándose en el yate familiar, un par de millas al
dije, confundido. norte de las ruinas del Morro. Luego compraron un
—Error. Los opuestos se aniquilan. apartamento bajo en el multiresidencial más multi-
Dirac dejó de sonreír. Ella también. Una mu- deprimente de Nuevo Nuevo Vedado, donde insta-
chacha salió de atrás del busto que ya no era del viejo laron su flamante matrimonio basado en el modelo
Paul sino de Steve Hawking, creo. El busto de ella se trans, es decir, a la antigua. Mis padres siempre han
levantó y dijo que tenía que irse. La recién llegada sido muy anticuados; quizás por eso no tuvieron que
era su novia. esperar mucho para recibir el permiso de reproduc-
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ción. El resto es lo que ustedes ya conocen: dos es- suerte, supe arreglármelas para no levantar sospe-
permatozoides, uno de cada padre, cuidadosamente chas... o para postergarlas el mayor tiempo posible.
(aseguran) seleccionados para fundir su material ge- Entre otras hazañas, nunca, nunca y nunca, durante
nético en el óvulo vacío de una donante del Gobier- aquellos primeros años, me desvié visiblemente en
no. Y después de nueve meses en cualquier cámara el trato con mis amistades femeninas. En otras pa-
embriogénica del Palacio de la Fertilidad, sección labras, nunca me dio por cuestionar la validez del
masculina, nací yo. precepto imperante: el sexo opuesto es eso mismo, el
Hasta aquí, todo normal. Prosigamos: sexo opuesto, y punto.
En la escuela no sólo te enseñan a leer y a escri- Pero ahora es cuando viene lo bueno.
bir y a manejar armas de fuego; eso está claro. por Concluido el período de educación obligatoria
debajo de las enseñanzas habituales se desliza otro (gratuita), mis padres me matricularon en la escue-
tipo de enseñanza: en las lecturas, las canciones, los la de tercer nivel más prestigiosa (más cara) de La
juegos permitidos, los videogramas, las peroratas Habana, ubicada en las afueras de la ciudad. Le lla-
de la profesora de Educación Cívica, y en fila doble, maban Escuela Vocacional, porque supuestamente
vamos, denle la mano al compañerito(a) de al lado. era allí donde los estudiantes, miembros selectos de
Fuera de la escuela continúa el bombardeo sublimi- la juventud metropolitana, descubrían su verdadera
nal en las pantallas publicitarias, los programas de vocación. Y en efecto, allí conocí a muchachas que
televisión y las películas para niños, el tono cómplice descubrieron su verdadera vocación (variante inte-
en la voz de mi abuelo: vamos, cuéntame, seguro que lectual, no por eso menos putas) cediendo a la lasci-
ya tienes algún noviecito escondido por ahí, ¿eh? Y via de las profesoras para conseguir un aprobado; allí
casi sin darte cuenta aprendes a convivir con esa in- cualquiera de tus compañeros de aula podía dedicar-
comodidad que no sabes de dónde salió, ni por qué se a sintetizar alucinógenos o a fabricar explosivos en
salió. su tiempo libre, que ellos no tenían la culpa de ha-
Pues bien, pasaron los años, sin otra novedad ber descubierto su verdadera vocación de traficantes
que la persistencia de mi condición diferente, y terroristas; allí las paredes y las columnas fueron
junto con el descubrimiento de que la sociedad suele decoradas con dibujos, caricaturas, malas palabras,
ser implacable en sus juicios estéticos y morales. Por frasecitas, ideogramas y símbolos de subculturas
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urbanas, obra de todos aquellos que descubrieron —Lo prohibido, eso es. Entonces sucede algo
su verdadera vocación por el graffiti y el naif; y allí, que ellos no esperaban que podía suceder.
no faltaba más, yo también descubrí, encontré, hice »No sabían. Nadie les dijo que un bebé puede
consciente mi verdadera vocación. formarse por su propia cuenta dentro de un cuerpo
Por llamar de alguna forma a eso. vivo. Sin embriocámara. Sin técnicos de reproduc-
ción. Y por supuesto, se asombraron como niños al
Le di mi nombre a cambio del suyo. ver que el vientre de Eva comenzaba a hincharse.
Laura. Aura con ele. Ele de lejanía. —Suena a ciencia-ficción.
—Daniel —repitió—. Es nombre de profeta. Asintió.
Encuentro casual, segunda parte: la salida de —Pero lo mejor viene ahora: al cabo de unos
un concierto, los batacazos de Acid Rain todavía meses, pongamos nueve para no variar, la criatura
resonando en mis oídos. El mar de gente que nos tiene que salir de allá dentro. Adivina cómo.
separaba no se partió en dos: yo había tenido que Imaginé a Eva recostada a un árbol, gritando.
atravesarlo a nado. Ahora entreveía la importancia Algo se mueve frenéticamente dentro de su vientre,
de tal decisión. presiona, desgarra la piel en una explosión de sangre,
—¿Conoces la Biblia? —le pregunté. asoma la cabeza mojada en un líquido viscoso... y ya
Los libros de circulación clandestina crean en- está. Una sonrisa desdentada en los labios del peque-
laces, conexiones cómplices. Estoy más cerca de tu ño asesino.
aura, Laura, me dije. Acabo de abrir otra brecha. —No creo que lo fuera a vomitar —sonreí.
—Te voy a hacer un cuento —dijo—. Adán y —Por supuesto que no. El bebé sale por la
Eva están solos. Solos y desnudos. Se gustan, no lo vagina.
pueden evitar. Olvídate de la manzana. En el mun- —¿Por dónde?
do nunca habrá una fruta cuyo sabor sea capaz de —Por ahí mismo. No te vayas a creer lo que
competir con el sabor de las miradas que se cruzaron dicen en todas partes. La vagina NO ES un orificio
bajo los árboles del Paraíso. vestigial que solo sirve para la extracción de óvulos.
—El sabor de lo prohibido —apunté, con mi —No vivo en las Colonias —protesté, tratando
mejor sonrisa tapanervios. de encajar en mi recién estrenado papel de hetero-
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y azules con vinos tintos y rosados y blancos (no fue Ya estaba lanzado al vacío. Aquel día en que Su-
nada de eso, pero como si lo hubiera sido), todo de- permario hiciera como el avestruz, decidí que nunca
liciosamente natural. me negaría a mí mismo el permiso para MIRAR.
Que vivan los rituales de apareamiento. Piernas afeitadas, gestos elegantes.
Armamos una conversación inesencial de la Ropa reveladora de turgencias, sinuosidades
que extraje dos puntos esenciales: su mamá —He- exóticas.
lena— y su otra mamá —María Isabel— trabajaban Verde y azul en el pelo que cae sobre la espalda.
hasta tarde y su novia estaba en la luna, literalmente Pestañas con viento en rostros de suaves, her-
(haciendo un doctorado). Después la besé. mosas líneas.
Mejor dicho, ella me besó. Pronto descubrí que no estaba solo (somos más
Da igual. El caso es que nos besamos. o menos como el número de Avogadro: 6,02 × 1023).
Y después, ya saben. No tardé en aprender nuevas variantes del an-
Empezamos en la sala y terminamos en su tifaz, lecciones de supervivencia, viejos misterios de
cuarto. Piso, sofá, piso, cama. No voy a entrar en de- la vieja religión heterosexual, cultos heréticos de pa-
talles; me los ahorro no porque me moleste la cara de sada la medianoche, fiestas en las alcantarillas, coti-
asco que ustedes van a poner, sino porque los quiero lleos en bulevares on-line de acceso restringido.
conservar intactos (los detalles) y de sobra sé que la Un mundo DIFERENTE. Toda una cultura
escritura puede partir en pedazos la memoria a gol- straight.
pes de teclado ansioso. Obviemos, pues, la descrip- Hasta que llegó el infierno tan temido. Pero ya
ción: esto no es un texto heteroerótico. Solo diré que, no podía seguir demorando el momento de abrir la
desde entonces, me persigue y me golpea una secreta boca: “Papá Juanqui, papá Hugo, tengo algo impor-
fidelidad: el cuerpo de una mujer está diseñado para tantísimo que decirles: me gustan las mujeres.”
el cuerpo de un hombre. Y viceversa. Pasemos por alto la estupefacción, el terremoto
Aunque sea completamente falso. Aunque sea en mi hogar dulce hogar. Continuemos.
una mentira del tamaño del sol (hedonismo, ilusión,
transgresión: Literatura). Yo lo sostengo y lo afirmo Multidepresiva multitud en el subway. Camino
de todos modos. esquivando a la gente, una pedrada mental contra
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cada pantalla. Llego al descensor, la puerta se abre... ja.); feliz aquel día en que hicimos el amor luego de la
—¿Adónde lo llevo? —pregunta una voz meli- última televisita de Salma, la última porque de novia
flua. pasó a ex: se había proyectado en el sofá y estaba con-
—Al centro de la Tierra, si es tan amable. tándole a Laura cosas de la Luna, y Laura se miraba
—Lo siento. Debe responder el número del piso las uñas y yo tenía autorización para espiar siempre y
que desea. cuando Salma no me viera, pero Salma solo tenía ojos
Unos minutos después Maylynn me abre la para Laura, no sabes cuánto te estoy extrañando mi
puerta. amor, no me canso de mirar la Tierra desde allá, hasta
—¿Cómo está? que Laura levantó la vista y la miró fijo y lo siento
—Dormida. Salma, me duele decírtelo, pero esto se acabó, etcé-
—¿Crees que sea hoy? tera-etcétera-etcétera, ¿estás con otra?, no, con otro,
—Ya puede ser en cualquier momento. Solo te- etcétera-etcétera-etcétera, y fue un telerompimiento
nemos que esperar, supongo. superescandaloso, insultos y lágrimas y la imagen de
Supone. Lo suponemos todo, pero hasta ahí. Salma desapareciendo de golpe, no sólo de la habi-
Nada es seguro. Excepto, quizás, una sola cosa: tación sino también de la vida de Laura, punto final.
—Los opuestos se destruyen —le digo y no me Punto y aparte empezamos nosotros una re-
entiende y yo tampoco entiendo, ni falta que hace. lación contranatura echa de temeridad y promesas.
Laura y yo llevamos infinitos meses en guerra con la Sexo en cuartos de alquiler y noches recosidas de
inteligencia y el sentido común. Ah, felices los tiem- estrellas: es Marte, Laura, desde aquel puntico ro-
pos en que yo visitaba su casa, ajeno a lo que pudieran jobrillante, once millones de seres humanos nos
pensar sus madres (Querida, ¿no te parece que Lau- contemplan. Besos en lugares donde había que tener
rita y ese muchacho tienen una amistad demasiado... mucho cuidado a que nos vieran, como los museos y
digamos... un poco íntima?) como ajeno estaba a los los parques, pero donde era más fácil hacernos pasar
comentarios que provocaban mis frecuentes visitas a por estatuas. Visitas al cine y al teatro y al zooló-
la Facultad de Física (Están un poco raritos esos dos, gico. Vida social straight y (ya que el diletantismo
en cualquier momento terminan empatados... Ah, habanero se divide en cinco departamentos: Cultu-
¿pero tú no lo sabes?, a mí me dijeron que son pare- ra, Ciencia, Política, Deporte y Delincuencia) cir-
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cunscrita a unas cuantas amistades entre científicos parte el líquido de la cordura, cuando vine a ver ya
y culturosos. no me quedaba la cantidad mínima que hubiera ne-
Un buen día (lo fue hasta ese momento), Laura cesitado para no decir lo que dije:
me dijo que había perdido la regla. En el esperan- —Está bien. Vamos a ver qué hacemos.
to del mundillo, esas palabras tenían un significado ¿Qué podíamos hacer? Llenarnos los pulmones
muy preciso. de oxígeno: yo, para seguir paliando la Deuda; ella,
Phetocidal. para expeler un tremebundo «Mamá-hely, mamá-
mary, tengo algo importantísimo que decirles:
—¿Te volviste loca? me gustan los hombres», y provocar la estupe-
De acuerdo, las espermicidas pueden fallar, y facción, aprovechar el maremoto: avivarlo, recoger
de hecho habían fallado. Su venta es ilegal. Su fabri- unas cuantas cosas y salir dando el consabido porta-
cación, casera, a partir de productos cada vez más zo, a partir de hoy se olvidan de que tienen una hija,
escasos en el mercado negro. No se les puede pedir ¡adiós!, buscar refugio en casa de Maylynn, compa-
mucho. Pero el phetocidal es otra cosa. El phetocidal ñera de aula y de gremio, amiga no-lesbiana que vive
es la solución perfecta pese a los dolores paralizantes sola en este apartamento prodigio de comodidad
y el Nilo Rojo piernas abajo. subterránea, el único lugar donde se nos ocurrió es-
—No me voy a tomar ninguna maldita pastilla. conder el embarazo.
Aquello era inaudito. Me calmé, intenté razonar, La barriga, ese insulto a las buenas costumbres.
le pedí que pensara mejor lo que estaba diciendo.
—Escucha, Dany, quiero esta oportunidad —se ¿Apostará por algo una historia donde amar a una
llevó una mano al vientre, y cogió mi mano y la puso mujer se convierte, así de pronto, en algo terrible? A
allí, junto a la suya—, necesito esta oportunidad, y estas alturas, ¿serviría como justificación el hecho de
necesito tu ayuda. Por favor, por favor, por favor, por que yo no tomé la decisión de ir a contracorriente
favor. por puro gusto, no elegí la tozudez del salmón, no
Me dio un abrazo tipo fast-flame, solo que no elegí a Laura?
tan fast y acompañado de una caricia punta-dd-2 Tatuaje, cicatriz y quemadura.
(ustedes saben). Entonces se me salió por alguna Todo a la vez.
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—Nada— murmuró desde su puesto de vigía. que no me daba ese lujo. Wok se me unió al poco
A lo lejos se oían algunas explosiones, ya muy tiempo, después de atrancar la puerta. Yo tallaba su
pocas. espalda tatuada mientras él jugaba con los anillos de
—A caminar, mi reina— me dijo al bajar. mis pezones. Pensábamos que el agua se terminaría
Llevábamos las patinetas colgadas entre los ti- en poco tiempo. No fue así. Cuando eyaculó entre
rantes de las mochilas y dentro de ellas, todo lo que mis manos enjabonadas el chorro seguía cayendo.
nos quedaba de antes del colapso. No era mucho ni —No lo entiendo —dijo mientras nos secába-
muy pesado, pero íbamos a extrañar la moto. mos con las toallas que encontramos—, aquí todo
Teníamos unas dos horas de luz. Buscamos en- está tan... bien.
tre los edificios alguno que no se viera muy dañado. Yo me reí.
Los mejores ya estaban ocupados. Finalmente en- —Eres un bobito paranoico. Gózalo y ya.
contramos un hotel que parecía seguro. —Es que no es normal. Si yo estuviera aquí des-
Dentro estaba arrasado. Las alfombras y el tapiz de el principio, no me iría. Lo defendería.
habían sido arrancados, no sé si como vandalismo o —A la mejor se cansaron de esperar el Chinga-
rapiña. Como siempre, nadie había subido a los pi- dazo. Como todo el mundo.
sos superiores por flojera de las escaleras. Wok y yo Wok no contestó. Nos quedamos viendo por la
no hablamos, temiendo que hubiera alguien más. Al ventana hacia la oscuridad que nos ofrecía Reforma.
final, el edificio resultó que estaba vacío. Luego nos dormimos.
Encontramos cuartos intactos en los últimos pisos.
—Qué raro— dijo Wok. El llanto de Wok me despertó. Se revolvía entre
Ocupamos una habitación que daba a la calle. Ya las sábanas, las primeras sábanas limpias en las que
había anochecido. Todo estaba oscuro, ni siquiera se habíamos dormido en semanas. Su sueño, como
veían las fogatas que a veces brillaban en los edificios. siempre, era intranquilo. Al final se levantó gritando.
Nos sentimos muy solos. Estaba cubierto de sudor.
—Calma. Todo bien— dije.
Descubrí que había agua caliente corriendo por la —Es... la pesadilla. La puta pesadilla.
tubería. No lo pensé y tomé un baño. Hacía mucho —Eso pensé.
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—Mire, joven, éste es un país de instituciones. en ruinas y chatarra— parecía repetirse cíclicamen-
Si el camión no pasa en cinco minutos, yo me voy te, como la escenografía de una vieja caricatura de
caminando, como todos los días. Punto. No vamos a Scooby-Doo.
permitir que nos rebasen estas cosas. Los mexicanos Después de mucho rato llegamos a la zona bos-
somos más grandes que cualquier desgracia. Ya lo vi- cosa. Los troncos resecos que quedaban de ella.
vimos en el temblor del 85. Pasamos por una estatua que no había sido de-
No sabía qué decir. La sonrisa había desapare- rribada. Estaba llena de graffitti.
cido de la cara de Wok. —Espera —dijo Wok. Nos detuvimos.
Sólo atinamos a esperar junto con el hombre. —Un héroe nacional —dije.
Cinco minutos esperando un camión que nun- —No, éste era candidato a presidente, pero lo
ca iba a llegar. mataron.
—Bien, esto no tiene para cuándo. Me voy ca- —¿Y no es mérito suficiente?
minando. Con permiso. —Supongo que sí. No hay mejor presidente que
Lo vimos alejarse, confundidos, hasta que se uno muerto. Ha sido el mejor de este país.
perdió entre los escombros, camino al Centro. Nos reímos. Wok sacó de su mochila la última
Sin cruzar palabra, nosotros echamos a andar lata de spray que le quedaba. La agitó y pintó sobre la
hacia el norte. placa: me vale madre.
En el cielo, el meteorito había crecido. Se veía —Qué chistoso —dije cuando terminó.
más grande que el sol. —¿Qué?
Decidimos patinar. Evitamos hacerlo muy se- —El futuro siempre parece mejor cuando no
guido para no gastar las llantas, pero no había moto sucede. Como este tipo, que tiene una estatua por
y seguramente no encontraríamos nada parecido. La algo que no llegó a ser.
ocasión lo ameritaba. —Cualquier futuro es mejor que el nuestro. Y
El silencio era casi estruendoso. Recorrimos un sí va a suceder.
largo trecho sin cruzar palabra. El único sonido am- Se refería al meteorito.
biental parecía ser el de nuestras patinetas. A medida —Claro que no. ¿Te hubiera gustado crecer,
que avanzábamos, el paisaje —formado por edificios quedarte pelón, convertirte en un ruco, decirle a los
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chavos que la música de tu tiempo era mejor? Desde luego, Wok pensó que era una trampa.
—¡Yo no hubiera hecho eso! Al principio no se quiso acercar. Ahí nos quedamos
—Claro que sí. Todos lo hacen. Mis papás eran largo rato, observando el auto, esperando a que suce-
punks. Ve cómo acabaron: uniéndose desesperados diera algo, alguna desgracia amarga.
a la peregrinación de Vicente Vargas en busca de la No pasó nada.
Tierra Prometida de Aztlán. Vargas ni siquiera can- Cansada de esperar, me deslicé hacia el aparato.
taba rock, sino ranchero. —¡Aída!— gritó Wok, muerto de miedo.
Wok no dijo nada. Ya no sé lo que es el miedo. Lo que he visto aca-
—No vivirás tu propia decadencia, disfrútalo— bó diluyendo esa palabra. Cuando el mundo se de-
me di la vuelta para seguir patinando. Wok se quedó rrumba, no hay lugar para temores.
pensando un momento, luego se me emparejó. En el coche había restos de sangre seca. Hubo
—Perra. Siempre tienes la razón. una lucha, perdida por el que manejaba el Matsui.
Acaso era alguien rico que se refugiaba en el bunker
La vida no es tan cruel como dice Wok. No puede de alguna mansión de las Lomas. Se le acabaría el
serlo. Tampoco es como lo que venden los gurús de agua, o la comida. Quizá intentó huir de la Ciudad
la superación personal. No es cebolla cruda ni pastel protegido por la noche. Mala idea. Una tribu caníbal
de cerezas. le saldría al paso, de esos a los que no les interesan
Es agridulce como el amor. Dulce como el que- las máquinas. Lo siento por el dueño del auto, pero
rer, agria como el dolor. seguramente alimentó a varios niños nómadas.
Pero a veces da sorpresas. Ahí, literalmente a la Wok se acercó al ver que no era una trampa.
vuelta de la esquina, esperándote para brincar hacia Comprobó que el auto funcionaba.
ti diciendo: «Hola, por una vez lo que hay para ti es —Dejaron las luces prendidas. Debe tener la
una sorpresa agradable.» batería muy baja.
Así fue el encontrar el coche. Un modelo eléctri- —Es mejor que patinar— dije, dándole un beso
co, de esos supercompactos de lujo, esperándonos al en la mejilla.
pie de la fuente de los petroleros, como si lo hubiéra- Arrancamos. Nunca me había subido a un auto
mos rentado por teléfono. Un Matsui del año, plateado. de lujo.
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Nos divertimos unos minutos esquivando obs- Seguíamos patinando cuando comenzó a oscu-
táculos sobre el Periférico, pero la pila murió a los recer. Sin preludio, sentí algo frío deslizándose por
pocos minutos, apenas un poco adelante del Toreo. mi espalda. Me detuve en seco. Wok se espantó.
Wok logró volver a arrancar sin detenernos, pero —¿Qué sucede?
cuando llegamos a las torres de Satélite el sistema se —Lo puedo sentir —dije. Él percibió la angus-
apagó definitivamente. tia en mi voz.
Dejamos el auto donde la inercia lo detuvo. Ba- —¿Qué es? ¿Qué sientes?
jamos riéndonos como niños y tomados de la mano Ahí estaba, era claro, no quedaba duda: una sen-
nos alejamos de ahí. sación helada que subía lentamente hasta mi cuello.
Los chatarreros nos lo iban a agradecer. —¡Aída! ¿Qué sientes? ¡Me estás asustando!
Volteé hacia él. Una lágrima escapó de mis ojos
Pasamos el resto de la tarde como habíamos pa- bajando por la mejilla. Pensaba que había olvidado
sado el resto de las tardes desde que todo se vino aba- cómo llorar.
jo: buscando algo que no íbamos a encontrar porque —Siento... el dolor de millones de personas a
no sabíamos qué era. punto de morir.
Nos dedicamos a patinar entre los restos de
Plaza Satélite. El piso era liso y ya no había nómadas El primer temblor llegó con la noche. Salimos co-
acampando en Liverpool. Decidimos pasar la noche rriendo al estacionamiento. Apenas tuvimos tiempo
en el departamento de muebles, aunque yo hubiera de tomar nuestras cosas, el centro comercial se de-
preferido el hotel de la noche anterior. rrumbó en medio de un rugido de metal torcido y
—No podemos desandar el camino. Para noso- concreto colapsándose.
tros no existe ayer ni atrás —dijo Wok. Nunca vi morir a un elefante, pero me imagino
Sentí una tristeza inexplicable. No encontré que debió ser algo parecido.
motivos para reír más. Mi alegría comenzaba a se- Soplaba un viento fuerte que en pocos minutos
carse mientras los lagrimales se me humedecían, se llevó el polvo.
pero decidí ahogar mi pesar con las últimas risas que Nos quedamos agitados en el estacionamiento
tenía guardadas. Con mi última reserva de alegría. vacío. No parecía haber nadie en kilómetros. Sólo se
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escuchaba el aullido del aire tratando de ahogar el Una nueva bola de fuego pasó por el cielo. Y
silencio. Sin decir nada, nos acostamos en el suelo. luego otra.
—¿Ya se conocían tus papás en 1985? —pre- —Seguro que rezando —dijo Wok.
guntó Wok. Reímos.
—Claro que no —contesté molesta—. Lo sabes —Te tengo una sorpresa —anuncié. Busqué
bien. en mi mochila a tientas. Era difícil sin una lámpara,
—Ah. pero finalmente los encontré y se los di.
—Mi mamá tenía siete años en 1985. Mi papá, —¿Uno lentes oscuros?
trece —agregué en la oscuridad. —Son Ray-Ban —dije mientras me ponía los
Wok contestó con un gruñido. míos—; siempre quisiste unos. Los encontré en el
Un nuevo temblor sacudió el suelo. primer Sanborn’s en que dormimos.
—Tengo miedo —me dijo al oído. —¿Los andas cargando desde entonces?
Parecía como si el terreno se estuviera deslizan- Más restos de meteorito rasgaron el cielo ilu-
do lentamente. minándolo, furiosos.
—Conque esto es el fin del mundo —dije sus- —Sabía que los íbamos a necesitar. Acuérdate
pirando. que pensaba estudiar astronomía. Ya me habían
Un pedruzco luminoso cruzó el cielo. Era una aceptado en la facultad de ciencias.
bola de fuego del tamaño de una naranja que cayó a Empezó un nuevo temblor.
varios kilómetros de nosotros. —Nunca acabé la prepa —su tono era repen-
—It’s better to burn out than to fade away —su- tinamente triste.
surró él. —No creo que sea importante. Sólo tienes 19
—Esa frase es de una película vieja. años.
—Pensé que era una canción. La murmuraba —Ni uno más —repuso mientras el cielo se ilu-
mi papá todos los domingos, con su cerveza frente minaba de nuevo. Sonreía. Lucía guapísimo con sus
al televisor. lentes. Se acercó a besarme.
—También la decían mis papás. ¿Dónde es- —Te amo... —alcancé a murmurar.
tarán ahora? Luego, el estruendo del terremoto lo llenó todo.
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La droga
sangre excitada que nos pone a temblar las piernas, La otra va directo a la corteza del cerebro, muy cer-
nos hincha los genitales, altera el rostro, hace la piel ca del hipotálamo —hay que tener cuidado en no
más tersa, cambia el brillo de los ojos. perforarlo, pues el daño cerebral puede ser severo—
Si el amor es una droga, y cuando estamos pero si nos acercamos lo suficiente y extirpamos un
enamorados simplemente estamos drogados, pues poco de tejido rico en neuronas amatorias, tenemos
entonces el amor como droga sería sintetizable. Se la mitad de la fórmula ya entre manos.
puede extraer la droga a partir del cuerpo de una Una vez ancladas ambas jeringas comienza la
persona enamorada. Así como también podríamos extracción de esencia amorosa. Cada paciente es un
sintetizar una droga altamente depresiva y autodes- caso especial, particular, no importa en lo absoluto
tructiva si extraemos la justa combinación de hor- el sexo, ni talla ni peso, tampoco la alimentación,
monas y enzimas de un ser desenamorado. menos la orientación sexual, ni siquiera la salud.
Me mueve una intención altruista. Qué pasa Podemos encontrar a un comatoso desahuciado
si a un depresivo le inyectamos dosis debidamente con altísimas concentraciones de la droga corrien-
cuantificadas de esencia amorosa. Pues obvio, el en- do entre sus venas, rebosando sus valles cerebrales.
fermo mejora. Sustituimos —por medio de la más Delicado asunto. Un error de apreciación, un mise-
hermosa droga natural— un sentimiento de frustra- rable mal cálculo, puede dejarnos como resultado
ción y tristeza por toda una divina gama de sensa- un desecho depresivo a quien le hemos succionado
ciones ubicadas al otro lado del espectro. toda gana de existir. Es mejor extraer poco en vez de
Comencé mis experimentos con personas irse de bruces y sintetizar demasiado a una misma
profundamente enloquecidas. Simplemente se les persona.
conecta por medio de tubos y jeringas a un meca- De cualquier modo, cada paciente se siente
nismo medianamente sofisticado que se encarga de ligeramente menos enamorado luego de ser so-
sintetizar el amor descompuesto en hormonas, enzi- metido a la máquina; pero como el organismo es
mas, neuronas. La máquina cuenta con dos jeringas sabio y más que sabio es enamorado —enamora-
que se deben insertar simultáneamente. La primera do, loco, adicto, en fin— la segregación de nuevas
va directo al corazón que bombea sangre fresca re- cantidades pasmosas de esencia es casi inmediata.
bosante de hormonas, rica en esencia de demencia. El organismo elabora su propia droga apenas sien-
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te la mínima amenaza de síndrome de abstinen- unos pocos reales las inyecciones a quienes la pa-
cia. En pocas horas el enamorado vuelve a estar saban mal. Claro que la voz se corrió y pronto me
más o menos igual de drogado que al principio del encontré llamando a mi puerta a centenares de dro-
experimento. gómanos amorosos que sabían de la máquina. Dis-
En cada succión de máquina se pueden extraer paré aún más los precios para desanimarlos, pero el
unos 5 cc de droga. Cosa difícil la de calcular la ca- efecto, como siempre ocurre con las drogas prohibi-
ducidad de cada muestra, poco importa pues todos tivas, fue una ola gigantesca en la demanda. Gente
la buscan para consumirla fresca. Para maníacos acaudalada que buscaba resucitar los amores ya ex-
depresivos, para heroinómanos, para enfermos ter- tintos de una época abandonada al pasado, infieles
minales la droga es fabulosa, proporciona horas y arrepentidos que gastaban los ahorros de toda una
horas de bienestar, de amor contagioso y desmedi- vida para que sus antiguas parejas los recibieran —
do, de ganas infinitas de vivir, de follar, de poner en de brazos y piernas abiertas— de regreso en casa.
marcha los mil proyectos abandonados, de escupir Ni hablar de despechados, de millares de corazones
en la cara a la frustración. rotos que daban hasta lo que no tenían por recom-
Pero sobre todo la droga es buscada, frenética- poner los pedazos marchitos.
mente y cotizada en sumas exorbitantes, por aquellos El negocio marchaba más que bien. Personas
enguayabados, la raza funesta de los despechados. que llegaban hechas un trapo, arrastrándose de do-
La droga aniquila la melancolía, da una nueva emo- lor y pena por el piso, salían radiantes con ganas de
ción a las relaciones de pareja moribundas, ayuda a comerse al mundo. Y quien venía una vez volvía por
los desenamorados a encontrar una nueva dimen- más. Porque estar así de drogado, o así de enamo-
sión luminosa en medio de su sufrimiento. rado, que para el caso es exactamente lo mismo, es
El asunto comenzó siendo un pequeño nego- demasiado sabroso. Es un bienestar del cuerpo y so-
cio personal. Sin trabajo por años decidí gastarme bre todo del alma al cual no podemos renunciar una
mis últimos centavos en repotenciar el laboratorio vez que se apodera de nuestros cerebros y que cau-
casero que levanté al fondo de casa. Tomé como co- sa buenos estragos —desquiciados, enormes, pero
nejillos de indias a amigos y conocidos de amigos. sobre todo hermosos— en la química de nuestros
Extraía la esencia a los que estaban bien, vendía por cuerpos.
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Yo lo sé, y no precisamente porque hubiera es- para un orgasmo absoluto. Al final de la sesión no
tado profundamente drogado-enamorado-loco a lo tuvimos otro remedio que besarnos. Y no hubo si-
largo de mi vida. Lo sé porque me hice adicto. No quiera necesidad de quitarnos la ropa para gozar del
soporté la tentación de inyectarme la droga sinte- clímax simultáneo más profundo de nuestras exis-
tizada a otros pacientes. Y sí, me hice dependiente. tencias. Tan sólo un beso, tan sólo un roce de pun-
Allí es donde entra la chica en escena. Susana ta de dedos, apenas una mano que se hunde suave
era una hermosura de nena. Era como un ave con entre los cabellos de la nuca y ya los dos estábamos
alas de azúcar, como un trébol de seis hojas. Pro- enamoradísimos chorreando fluidos y con ganas de
fundamente depresiva. Por años había sometido su desmayarnos el uno sobre el otro.
cuerpo a los altibajos del Prozac, a la más amplia Susana volvió muchas veces más, pero jamás
gama de excitantes que químicamente la lanzaban volvió por más droga. Volvía simplemente por mí.
a una felicidad sintética, una química plástica que Acercaba un taburete y me miraba por horas
le engañaba las neuronas y le regalaba algunos ins- mientras yo trabajaba. Mientras hundía y sacaba
tantes de alegría artificial. Yo ya estaba drogado para jeringas. Yo aceitaba el mecanismo, ella ubicaba la
cuando Susana se apareció en casa la primera vez. droga en tubos de ensayo sobre la gradilla. Ella abría
Acababa de pincharme un par de dosis, un cóctel de puertas a depresivos vueltos trapo y les indicaba la
10 cc extraído a un par de fieles clientes, y la sangre salida a seres luminosos. Ayudaba a etiquetar so-
fresca me tenía el corazón a millón. Apenas la vi el bre los matraces las hormonas de cada quien, des-
alma se me puso en la boca del estómago y luego se de las esencias más potentes hasta las más inocuas
me subió hasta la garganta y casi me voy en vómitos. (que inocuas, como tal, ninguna... pero entre todas
El vómito más bello y grandilocuente de la historia las que son fuertes, algunas lo son más). Yo en cada
de la humanidad. pausa volaba, literalmente, volaba hasta ella para
Preparé para Susana la mejor de las mezclas. hundirle la lengua entre los dientes, para morder-
El equivalente en droga al mejor vino de Burdeos le las comisuras de los labios, para pellizcar dulce-
cosecha del 94. La conecté a la máquina, le hundí el mente algún pezón o para que me dejara resbalar un
par de jeringas, la penetré dulcemente hasta los tué- dedo travieso hasta la unión de su entrepierna. En
tanos y regué amorosamente droga suficiente como las noches hacíamos el amor golosos, nos descosía-
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mos la piel para entregarnos el uno al otro. Y entre de Susana, los de otros.
orgasmos de los simultáneos y de los egoístas, dos, Y por segunda vez, pero ahora incluso más
tres, cinco, centenares, cierta noche me asusté. que antes, en un ataque furibundo de desquiciada
El miedo. Me percaté de lo perdidamente ena- cordura, me volví a asustar. Pensé estar demasiado
morado que estaba. Quería estar por siempre así, no enamorado, excesivamente enamorado. Tanto, que
quería jamás caer. estaba dejando a Susana kilómetros atrás. O acaso
Deseaba eternamente tener ese enamoramien- ella era quien me dejaba a mí. Sentí el pánico, el vér-
to de cosquillas en el vientre, de manos sudadas, de tigo absoluto de amar demasiado y no ser corres-
pecho que se asfixia en espasmos cada vez que escu- pondido. Nos estábamos volviendo, una vez más,
chamos su voz. No podía permitir nunca en la vida como pasa a todas las parejas que vienen por droga
que el olor de sus axilas, en su tibieza agridulce, con hasta mi puerta, un amor desequilibrado. Uno que
toquecitos de acidez, dejara de hincharme el pene. ama demasiado, el otro que ama menos y por eso no
Entonces, temeroso, cuando ella se dormía me iba puede hacer más que dejarse amar.
de punta de pies hasta el laboratorio, me conectaba Con el corazón pendiendo de un hilo de vísce-
a la máquina y me metía una dosis, a veces dos, rara ras maltrechas y con el vómito espantoso de quien se
vez osé hasta con tres. Regresaba levitando de amor, percata de estar a punto de perder, de una vez y para
me escurría entre las sábanas y lloraba de felicidad siempre, a la persona que más ha amado, me dispuse
al verla a mi lado, preciosa, niña mala dormida. Yo a elaborar un antídoto para tanto amor.
le paseaba por la espalda los dedos húmedos de lá- Si bien el amor es droga y como droga ya he ex-
grimas, semen y de sus propios flujos vaginales. Le plicado cómo se sintetiza, pues el desamor también
susurraba, apenas tan alto como el vuelo de una li- debería ser sintetizable. Para un hombre demasiado
bélula, palabras tontas de amor, pésimos poemas. Ya enamorado, con dosis excesivas de amor corrien-
ni dormía, nunca he sido de buen dormir, pero aho- do desenfrenadas por su organismo, lo mejor sería
ra no dormía jamás. No era insomnio, por supuesto neutralizar las fuerzas de la droga con otra igual de
que tampoco era tensión, nada parecido al vértigo potente. Y así comencé a sintetizar la esencia mis-
que sólo proporciona el ahogo de la ansiedad. Era el ma de terribles despechos, guayabos, depresiones
amor, tenía demasiados litros de amor. Los míos, los crónicas.
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Pagué por extraer, con mi misma máquina triunfará nuestra parte siniestra que nos empuja a
pero insertando mis jeringas sobre otras materias estar rejodidamente mal.
primas, la esencia del desamor más patético pro- Yo tenía la droga, a precios siderales, mierda
ducto de seres más que oscuros. Y cada vez que me en centímetros cúbicos para volverse aún más mier-
sentía demasiado drogado, demasiado alto y sin ga- da. Mierda abundante para gente de mierda que su-
nas de aterrizar, con un amor tan desproporcionado plica por hacerse más mierda.
que estaba a punto de asfixiar el amor más sosegado Seguía peligrosamente enamorado, y me lancé
de Susana, cada vez que me daba el vértigo del amor en un autoexperimento a sintetizar mi propia droga
desaforado, me mandaba inyecciones generosas de de amor. A combinar, justo después de extraerme
depresión, de frustración, jugo de corazones rotos, litros de la esencia amorosa, dosis patéticas de nue-
despecho putrefacto y ganas de morir. va droga. Un festín de desamor, de ganas de morir
Y la gente lo supo. Y comenzó la demanda fu- recontramal. De ansias de vivir aún peor. Me des-
riosa por la nueva droga. Será tal vez por moda, por- enamoré sistemáticamente, me saqué del organis-
que en estos días la felicidad tiene también el olor de mo y del alma decilitros de esencia, me exorcicé la
la madera añejada y los olores pavorosos del perfu- locura y la aprisioné en tubos de ensayo. Para que
me de la abuelita. no quedara vestigios de duda, para asegurarme de
Dejemos las hipocresías aparte. Para qué mier- neutralizar una locura con otra, me suministraba
das buscar estar bien si en el fondo somos autodes- jeringas con el desamor de los malditos. Tanto daño
tructivos y lo que nos gusta es estar mal. Somos esquemático y metódico no me podían dejar ileso.
unos saboteadores miserables que nos engañamos Susana insistía en mi cambio. Y cuando ya vol-
y nos tendemos trampas. Supuestamente buscamos vía de nuevo a ser la chica depresiva y descorazona-
estar mejor y bajo esa mentira nos lanzamos a vi- da que siempre fue antes de llegar a mi puerta, me
vir una vida que no nos gusta ni merecemos. Pero dejó una carta de hasta pronto y se marchó. En la
tranquilos, porque para consuelo de tontos, que al carta decía —palabras más, palabras menos— «que
final lo somos todos —flotando en este mundo con- te esperaré hasta que se pase el temporal, que estoy
temporáneo hecho de gigabytes que huele a plástico asustada por tu cambio, que siento que la mala vibra
chamuscado y sabe a químicos tóxicos— siempre de lo siniestro se apodera a paso firme de nuestra
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relación; pero te amo y confío en que volverás a ser ahora— que el amor era un estado de locura... pero
el viejo tipo enamorado que solías ser en todos estos que al final nadie se moría de amor.
meses de amor desaforado y tranquilo, que cuando Es falso, viejo. Yo sí.
vuelvas yo estaré aquí para ti».
Ahora me percato de que la he perdido. Estoy
en un foso, en el agujero oscuro más profundo y
atormentado que alguna vez un ser humano puede
haber estado. Por eso he decidido reconectarme a la
máquina. En las jeringas, dispuestas en mecanismo
en serie, he puesto toda la droga que noche tras no-
che, en mi vida feliz junto a Susana, sinteticé a partir
de mi propio amor. Amor que me perteneció, que
me pertenece aunque ahora desde afuera, pero que
con la conexión a la máquina me habré de devolver.
Millares de neuronas, de enzimas excitantes,
trillones de hormonas enamoradas. Un cóctel mal-
dito de amor que deseo de vuelta, para hacerme
volar hasta mi mujer, para recuperar la savia de mi
corazón marchito. Las jeringas se accionan, la má-
quina zumba, tiembla, cortocircuito por la sobre
marcha, se funde. Yo estoy conectado. Feliz, ena-
morado, desquiciadamente enamorado, drogado en
cada pulsación. Qué deliciosa locura, qué sobredo-
sis tan encantadora.
El viejo decía —sí, de nuevo, con un olor de-
licioso a maderas húmedas y aguas de una colo-
nia cuyo aroma me vuelve a las fosas nasales justo
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R ecuerdo del 2030
nutos diarios de privacidad. Había gente que pagaba mucho por mis hijas. Yo le contaba que estaban bien,
mucho más y podía incluso desactivar su localizador. que estaban siempre igual.
Si te atrasabas con algún impuesto te anulaban Nunca le conté que mis hijas en esa época es-
actividades. A los nostálgicos que todavía íbamos al taban adictas al Float. Cada una tenía su flotario de
cine de sala con pantalla y sonido a veces nos fre- agua densa, todas entubadas, para expulsar y recibir
naban al ingresar porque teníamos algún impuesto líquidos y comida sin necesidad de moverse. Vivían
impago y no te dejaban entrar hasta que no pagaras. conectadas a la red constantemente en su cápsula sin
Te hacían lo mismo a la salida del subte, o en res- días ni noches. Me mandaban mensajes de imagen
toranes de comida rápida. Antes de darte la bandeja, donde se las veía a cada una en su mejor momen-
los empleados te decían con una sonrisa «¿Quiere to. Las dos habían elegido su imagen de ese verano
regularizar su situación?». Pero no era una pregunta, que pasamos en San Bernardino. Yo podía hablar
era el aviso de que si no lo hacías, no podías comer con ellas y esa imagen en la pantalla me contestaba.
ahí. Ni hablar de cuando ibas a visitar a un familiar Siempre decían que estaban bien y me hablaban con
al Centro. ese fondo de un atardecer de enero del 2015 que a
En el Centro vivía el 45% de la población. Eran veces fallaba y se pixelaba o se ligaba con otros men-
cárceles en realidad, pero las quisieron disfrazar con sajes anteriores. A mí me salía a 600 sures por mes
ese nombre pomposo de Centro de Reinserción So- cada mantenimiento del Float. Y ellas no hacían otra
ciocultural. Yo tenía un hermano ahí dentro y lo iba cosa. Nunca le conté a mi hermano que un día las
a visitar el primer domingo de cada mes. Y si no te- fui a sacar, que deambulé por los pabellones oscuros
nía todo pago no podía ir porque me dejaban ahí un repletos de flotarios uno al lado del otro. No le conté
rato sin poder salir, para darme un susto. Con mi que cuando abrí sus cápsulas mi hija mayor pesaba
hermano tomábamos mate bajo el alero de su ba- ciento treinta kilos y la menor ciento cuarenta, que
rraca, mirando las plantaciones verdes del lado del casi no se podían mover, que las llevé a una de esas
Curiche. Cuando me alcanzaba el mate, a veces me Granjas del Movimiento donde hacían rehabilitación
rozaba su mano áspera de trabajar en los campos. Es- para adictos al Float, y que cuando pudieron se esca-
taba muy abrasilerado y a veces tenía que pedirle que paron. En la granja dijeron que por políticas internas
me hablara despacio para entenderle. Me preguntaba no me habían podido avisar. Yo me di cuenta recién
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pedr o m air al r e c u e r d o de l 2 0 3 0
cuando en mi resumen de gastos reaparecieron los sacármelo valió la pena. Estuvimos casi una semana
consumos del Float. cruzando la selva, temiendo que nos localizara el Or-
Era difícil hablar con mi hermano, no quería ganismo, pero después encontramos gente. Yo estuve
contarle que las cosas afuera del Centro no eran tan en varios campamentos. De mi hermano y mis hijas
buenas como las pintaban. Y a la vez no podíamos no supe nada más. No sé si soy más feliz pero a veces
habar mal de Suárez porque en el Centro se regis- cuando me rasco la espalda y me encuentro el aguje-
traba todo. Afuera del Centro, en voz baja se podía ro donde estaba el chip en el omóplato por lo menos
hablar mal del Organismo y de Suárez, pero ahí den- me siento libre.
tro era suicida, sobre todo para él. Suárez ganaba las
elecciones cada dos años, y sin fraude. Fue inamovi-
ble durante esas dos décadas. Los presos en el Centro
no podían votar, pero los que estaban libres votaban
y no paraban de elegirlo a Suárez a lo largo de to-
dos los alcances del Organismo que llegaba del viejo
México hasta la Patagonia. A la oposición le decían
la Zeraus porque era el mismo Organismo pero or-
denado distinto.
Yo me salí la vez que me mandaron a dar una
clase en Ciudad del Este donde estaba una parte de
la frontera blanda. Nos escapamos con otro profe-
sor, que después lo mataron en San Pombo. Durante
el almuerzo me robé un cuchillo tramontina y antes
de las clases de la tarde nos fuimos caminando por
el fondo del parque y no paramos más. Donde na-
die nos veía cada uno le sacó con el cuchillo al otro
el seguchip que estaba metido casi dentro del hue-
so. Nunca nada me dolió tanto, pero la felicidad de
82 83
Oz
flexionando su brazo de arriba abajo, como si, de un —¿Cómo que no lo sabes? —dice él, regañán-
momento a otro, esperara sacar agua de algún pozo dome—. Se supone que todo lo sabes.
invisible. Hace treinta minutos que lo oigo trajinar. Y Hace mucho que sostuvimos esta conversación;
lo único que ha logrado hasta ahora es que yo aban- creo recordarla. Pero ahora estoy exhausto y viejo y
done, impaciente, la lectura del diario, y que su voz comprendo que nunca acabará de creer lo que yo le
acabe por derramarse como una resonancia hueca diga, no importa cuántas veces se lo repita. Pronto
que, en otra ocasión, incluso, yo mismo hubiera ca- tampoco lo creeré yo mismo: habré olvidado, acaso,
lificado de triste. todo lo que le dije alguna vez. Esa es la verdad de esta
—Me parece que algo anda mal conmigo —dice historia.
H.H. —No lo sé —repito, avergonzado, y vuelvo al
Verlo manipular así su burda osamenta artifi- diario.
cial me resulta penoso; pero no se lo digo. —Pues deberías —concluye.
—Es normal que pase —lo tranquilizo—. Tarde Y, como si no me hubiera oído, sigue haciendo
o temprano también tenía que sucederte. sonar sus viejas vértebras de lata, sólo para hacerme
—¿Qué cosa, Harumi? rabiar.
—Envejecer.
El hombre de hojalata mueve la cabeza, negan- Hubo un tiempo en que H.H. y yo fuimos objeto de
do, enfáticamente. atención. Teníamos un pasatiempo rentable que nos
—Creo que me estoy oxidando. permitía viajar por Ciudad Esmeralda, haciendo alar-
Y para evidenciar lo dicho, mueve otra vez los de de cierta fama de imbatibles. El hombre de hojalata
pernos de sus antebrazos y los oye rechinar aguda- jugaba al ajedrez y yo retaba a los que pudieran hacer-
mente, una, dos, tres veces, antes de detenerse. Aho- lo, desplegaba una silla y me sentaba en mitad de una
ra no cabe duda. Hace lo mismo con el resto de su plaza, acomodaba las piezas sobre una mesita ajedre-
cuerpo, y al rato concluimos que las cosas no pare- zada y esperaba a que alguien, no importaba quien,
cen lucir mejor que antes. rellenara el gran sombrero de copa que había perte-
—¿Será así la muerte? necido a mi bisabuelo y que ahora servía para legiti-
—No lo sé —le digo. mar cualquier apuesta que llegara. No faltaron nunca
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reñidores ni pendencieros. Quiero decir, lo que uno supe de inmediato que tendríamos problemas. Tenía
espera que haya en cualquier ciudad. Hace mucho que un gran bigote rojo saltándole de la cara y, un trato
los caballeros dejaron de jugar al ajedrez para dedicar- educado que a los pocos minutos, de tan artificial,
se a oficios más rentables, por lo que no fue con ellos, acababa por resultar incómodo.
finalmente, con quienes debimos lidiar una vez que —Me han dicho que su mono mecánico es in-
salimos a la calle. Hay una vaga jactancia en el ser hu- vencible —afirmó, a manera de desafío.
mano que le hace imposible aceptar la derrota frente a Tenía un séquito más o menos grande y singu-
cualquier artefacto. Perder contra un objeto es perder lar: una mujer raquítica, excesivamente maquillada,
contra uno mismo y esa es, si se piensa, la derrota más que lo tomaba del brazo; y, dos enormes negros, ves-
difícil de asimilar para las personas. No pasó mucho tidos con trajes verdes, que los escoltaban sin ocultar
tiempo para que H.H. se acostumbrara a ganar, ni para su rudeza.
que la fama de su inusual mecanismo se regara por —Así es —respondí, ignorando el alarde de su
todo el condado. Jugaba conmigo, al principio, opti- saludo—. Y, en lo que mí respecta, ningún mono or-
mizando su rendimiento; pero al poco tiempo llegó a gánico ha podido vencerlo hasta ahora.
superar incluso mis propias habilidades, que no eran Euwe sonrió.
pocas, y ese mismo día, al caer la tarde, traspasamos —Por eso estoy aquí, caballero.
por fin los confines de la ciudad, pensando que ha- Deslizó su abrigo y lo dejó flotando sobre la si-
ríamos dinero y que volveríamos más temprano que lla. Salvo por una mujer gorda que barría el suelo de
tarde para echar raíces en ella. En cierto modo no me los pasillos, él y la comitiva eran los únicos visitantes
equivoqué. El sombrero se fue llenando de victorias que todavía permanecían en el hostal.
luminosas y mi trayecto no tardó en alargarse sobre —Réteme.
los siguientes ocho condados, como se alarga la repu- La provocación no podía ser más inoportuna.
tación de un hombre que carga a cuestas algo más que En poco menos de una hora me esperaba una cita
la propia sombra que abandonó en su tierra. con el Dr. Gustav Grumblat. Había reservado una
Una noche llegó a Esmeralda un tipo que de- nueva partida con H.H. desde mucho antes de la lle-
cía llamarse Euwe. Yo le tendí la mano en señal de gada del invierno, y esperaba que esta vez su juego
bienvenida y, por la fricción húmeda de sus dedos, demostraría algún desperfecto, alguna imperfección
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en el embuste que suponía mi máquina. La gracia ha- Miré el reloj que descorrí de la manga y supuse
bía costado una buena cantidad de billetes, mucho con optimismo que en treinta minutos H.H. habría
más que la primera vez, de modo que así se lo co- dado cuenta de los alardes de Euwe. Quizá con algo
muniqué a Euwe. Era difícil arruinar un acuerdo tan de suerte el Dr. Grumblat aceptaría una excusa. Qui-
jugoso como el que había conseguido con Grumblat, zá con un poco de habilidad podríamos sacarle al-
y sabía que sólo tenía esta oportunidad para conven- gún provecho a esta escena que ya resultaba molesta.
cerlo de que el hombre de hojalata no era una su- Terminé aceptando que la ocasión podría acabar
perchería más, de aquellas que iba ingeniándoselas el por ser una buena excusa para dejar la ciudad, algo
viejo mundo en traernos a esta parte de la tierra. Dije que hasta entonces no había estado entre mis pla-
que volveríamos para las once y que, para entonces, nes, y que esa noche pareció delinearse con absoluta
tanto el mono mecánico como yo tendríamos el gus- lógica.
to de complacer su solicitud; pero algo en los ojos de Hice una venia y subí a mi habitación en busca
Euwe brilló con la obtusa oscuridad de la bravata, de H.H.
mientras metía la mano al bolsillo. Lo encontré en la sala mirando fijamente a una
Creí que sacaría un arma, pero sacó en cambio abeja que tejía formas pentagonales, mientras inten-
un grueso fajo de billetes, que hizo sonar como si taba atravesar, sin éxito, el vidrio de una de las ven-
fuera una baraja. tanas.
—Usted no me ha entendido bien —dijo Euwe, —Necesito treinta minutos más —dije, espe-
poniendo el dinero sobre la mesa—. Hice cuatro- rándolo junto a la puerta—, treinta minutos más, o
cientos kilómetros sólo para probarle a esta dama lo que necesites, antes de jugar con Grumblat. Luego
que el verdadero artificio de un hombre no está en volveremos a casa. Te lo prometo.
imitar la inteligencia sino en ponerla en práctica.
Me fijé entonces en la mujer, el emplasto tibio Si alguien me preguntara ahora cómo comencé
que abultaba su rostro, empalideciéndola, y supe que a emplear a H.H. en las apuestas, no sabría qué res-
era a ella a quien debía temer y no a su partidario ni ponder. Diría que fue la necesidad; pero el origen en
a sus esbirros. realidad se ha perdido con el deterioro de mi cere-
Sabiéndome acorralado, acepté. bro, que terminó llevándose consigo los primeros
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años de mi juventud y, con ellos, los proyectos que pongo que conocerán la anécdota. Aquél día la fama
H.H. fue antes de convertirse en el accidente que es de Maelzel, último heredero del artificio del barón
ahora. Quizá podría emplear una historia, la histo- Von Kempelen, fue sustituida por la de estafador y
ria de otros hombres, para completar la ausencia de mercachifle. Pocos, incluido el penetrante Poe, fue-
la mía. Pero sospecho que, incluso esto, ya lo hice ron capaces de admirar su maravilloso mecanismo,
alguna vez. Hace dos días encontré un libro en mi que acabó perdiéndose el día que un incendio lo re-
biblioteca y lo leí con deleite, sorprendido de estar dujo a cenizas y su secreto se perdió para siempre en
repitiendo, involuntariamente, un placer antiguo. un museo de Filadelfia. Nunca ha sido nadie capaz
Tenía, por lo pronto, anotaciones con mi letra, de de ocultar a un hombre la naturaleza de otro hombre
eso no tengo dudas; llenaban todos los bordes de las con tanta perspicacia, mostrándole al mismo tiempo,
páginas, pero nada de lo que estaba escrito en ellas su propia miseria.
dejó de resultarme extraño. Era una historia simple,
en cualquier caso. Un autómata ajedrecista, vestido Esto mismo se lo dije a Euwe aquella noche, mien-
de turco. Un famoso relojero de la corte de Viena. tras iba llenando su mano con el dinero del sombre-
Luego, un tal Johann Nepomuk Maelzel. La máquina ro: tres meses de apuestas itinerantes, perdidas en
viajó por el mundo exhibiendo su particular ingenio tan sólo cinco minutos. Le dije también que había
durante medio siglo. Solía tener una buena marca tenido el privilegio de ser el primero en presenciar
encima, hasta el día que la pillaron en un pequeño la anomalía de la perfección. ¿No le recordaba aquel
pueblo de Baltimore. Se escuchó entonces a alguien accidente un viejo y escamoteado mito? ¿No le sona-
dando gritos de auxilio y, fue tanto el escándalo que ba familiar aquella vida primitiva que asomaba en el
produjo, que cuando los causantes se dieron cuenta error, mínima, invisible, para contaminar para siem-
de lo que había pasado, ya era tarde; una multitud se pre la perfección de un paraíso inmóvil?
había congregado a su alrededor. Los gritos prove- Por supuesto, Euwe me ignoró.
nían de una vieja caja de madera familiar. Acudió un Cuando acabé de pagarle, recogió su sombrero
ebanista, a falta de un carpintero, y de las entrañas y su abrigo y no lo volví a ver de nuevo. En cambio,
del artefacto, forradas por caprichosas paredes de es- durante casi una hora, los dos negros se ocuparon de
pejos, sacaron a un enano casi muerto de asfixia. Su- golpearme en la calle, mientras su dueña fumaba un
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largo y delicado cigarrillo. Lo recuerdo aún, porque —Sí —dice, inmóvil—: Hace mucho de eso, ¿no
me pareció notar que la mujer encontraba cierto pla- es verdad?
cer en el espectáculo; inhalaba, entornando los ojos; —Supongo que lo hicieron porque me conside-
no sonreía, pero era como si lo hiciera. Los negros raron un embaucador —reflexiono en voz alta.
me patearon hasta que se les cansó el cuerpo. Eso —O porque en verdad lo fuiste.
quiero creer, aunque en realidad estoy seguro de que —Eso no significa nada —respondo, algo in-
esperaban a que el cigarrillo de la dama se apagara. cómodo—. Todos acabamos, de alguna manera, por
No sé cuántas veces lo encendió: acababa uno y en- defraudarnos a nosotros mismos.
cendía otro de inmediato. Al final de la noche, o al —¿En qué sentido?
comienzo del día (aquí mi recuerdo se hace vago) —Por ejemplo, esa noche —doblo el diario y lo
ella apretó la última colilla con sus altos zapatos de dejo a un lado de la repisa, ignorando el alcance real
tacón, y yo tenía cinco costillas rotas y la mandíbula de su pregunta—; yo estaba seguro de que ganarías.
fracturada en trece pequeños fragmentos. Me arras- O que al menos le ganarías a Grumblat. Que saldría-
traron como si fuera el desecho de mí mismo hasta la mos de esta ciudad con una pequeña fortuna en el
habitación del hostal, y en ella me abandonaron para sombrero.
que yo pudiera endeudarme por otros tres meses y Supe luego que la mujer se llamaba Carol. Ca-
dos semanas antes de regresar a casa. rol Grumblat. Y que había gastado una fortuna sólo
para que Euwe viajara del norte y me diera la paliza
—¿Recuerdas la tarde en que Euwe te derrotó en que luego sus dos negros complementaron con tanto
Esmeralda? —le pregunto al hombre de hojalata. profesionalismo.
—Sólo hay algo que nunca llegué a comprender
El sonido de sus articulaciones cesa momentánea- —digo, como si quisiera que H.H. me respondiera—.
mente. Por primera vez, en mucho tiempo, oigo la ¿Por qué no quería que jugaras con su padre? Es algo
fricción de dos patitas jugando a ser violín: un grillo que me gustaría saber. Al menos, antes de olvidar
acaso perdido en los jardines; los ojos de H.H. tras- por completo esta anécdota —miro el borde de la
pasando la débil barrera que nos incomunica, como ventana abierta a la noche y cierro los ojos, como si
si fuera una linterna. allá, lejos, fuera a encontrar la respuesta—. ¿Por qué
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acepté que jugaras con Euwe en primer lugar? mismo. Pero no me atrevería a compartir este pen-
H.H. ha permanecido callado, y, cuando abro samiento con él, al menos no en voz alta, porque úl-
los ojos, lo encuentro jugando con sus dos manos. timamente H.H. ha estado bastante susceptible a las
Ha descubierto que sus dedos pueden entrelazarse y definiciones, a las exactitudes, como si fuera un niño
que, cuando los mueve, también crujen. que descubre el mundo, y sus significados estrictos
—¿Por qué lo dejaste ganar? —lo interrumpo. y su incapacidad para encajarlos en la lógica propia
No tengo dudas sobre aquello. Nunca las he te- del mundo, no adolecieran ya lo suficiente de una
nido, y estos quince años, he podido elaborar varias concesión en extremo dócil para ser expresada con
hipótesis que ahora, al menos desde que se negó a las pocas palabras que poseemos.
seguir rompiendo nueces, H.H. se encuentra en ca- El día que se negó a romper una nuez no lo exa-
pacidad de responderme. miné. ¿Para qué hacerlo? Esa tarde hizo unos dibujos
—No lo sé —dice. que otro hubiera encontrado interesantes. Pero a mí
No me engaña; muevo la cabeza. no me preocupa su alma. Sabía que aprendía, sólo eso.
—¿Te disgustó que no te dejara libre esa noche Nunca fui capaz de darle un corazón y ahora que lo
como te prometí? tenía, no sería capaz de quitárselo. Lo demás, cierta-
El grillo nos deja solos por un instante, pero mente, no tiene importancia. Eran ceremonias, no ne-
tardo en darme cuenta, y cuando lo hago, sus pati- cesidades, las que yo tenía en mente. Soy un hombre
tas se lamen nuevamente, han reiniciado otra vez su viejo que no tiene hijos ni amigos que no estén muer-
propio sonido sin sonido. tos. Mi única necesidad fue siempre la compañía. Pero
—Supongo que no quería morir —dice H.H.—. eso lo sé sólo ahora que empiezo a olvidar incluso
Pero ahora que lo pienso, ya no estoy tan seguro. cómo me llamo. En cierto modo, que H.H. se arrui-
nara significó el comienzo del nuevo gran proyecto de
Les puedo asegurar una cosa: me gusta el nuevo mi vida. Me refiero a que hacía mucho que no sabía
H.H. porque me deja ganar al ajedrez. Lo sé porque lo que era leer el diario porque sólo escuchaba su voz.
el hecho de perder lo hace extrañamente feliz. Así Mis manos descubrieron su flexibilidad y mis
como a mí ganar me hace sentir extrañamente vivo. ojos resistieron un poco mejor la luz del día. Hice
Supongo que ambas imperfecciones significan lo el esfuerzo por caminar. Y esa misma tarde caminé
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sin necesidad de artefactos hasta que se me cansaron brana legañosa. Y, por último, lo reconocí. Seguía
las piernas. Cada mañana camino hasta la cocina y haciendo tronar su brazo como si fuera a desencajar-
escucho ahí, con renovada fascinación, el sonido del lo, obstinado aún en ese sonido de galleta crujiente
café cayendo en mi taza y siento el calor de sus gra- que empezaba a ocupar la habitación entera.
nos abriéndose paso, como si cayera una tibia ducha —Es difícil que mueras —digo, sintiendo cómo
mañanera, sobre mis hombros. En esas ocasiones la modorra repta tibiamente por mi espinazo—. An-
poco más siento por él, que una inmensa gratitud tes tendría que morir el enano que te habita y hace
por hacerse humano. Por ser lo que yo, gradualmen- que muevas las piezas.
te, estoy olvidando. El hombre de hojalata entiende: no es tonto.
Supongo que en un par de semanas o meses ya no
—Hay un síndrome —digo, llamando su atención, recordaré quién es. Ni siquiera recordaré quién era yo.
por primera vez en la noche—: creo que tú lo has Ahora que siento mi deterioro, me resulta cu-
adquirido. rioso reconocer la manera cómo selecciona el cerebro
H.H. se apoya sobre el sofá y me mira con cu- estas primeras etapas de degeneración. No recuerdo
riosidad. el nombre de mi madre, y en cambio tengo intacta la
—Cotard —añado luego: imagen de un sueño, algo que pasó de modo fugaz
—Es un delirio de negación. Creo que estás fas- mientras me restablecía en el hostal, poco después
cinado con la idea de estar muerto. de la paliza. Estoy sentado frente a H.H. y una má-
Acababa de despertar al lado del diario, y miré quina semejante a él mueve un peón, dos casillas al
al hombre de hojalata como quien mira un espejismo centro de un tablero, delante del rey. Sé que los he
turbio, un reflujo concentrado que va lavándose en la construido a ambos y ahora espero a que terminen
calle tras una noche de borrascas. Por un momento la partida que han empezado a solicitud mía. No sé
no supe quien era él: el Alzheimer, me lo dijo el mé- cuánto tiempo estaré delante. Sólo sé que ninguno de
dico, es como un filtro que deshace la percepción del los dos es capaz de perder.
mundo; es como una vela que derrite su propia cera; Le pido que me ayude a levantarme y H.H.
como si pagara el precio por haber vivido más tiem- asiente, con la condición de que le explique más so-
po del que tenía. Lo miré a través de aquella mem- bre todo aquello.
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Digo que sí, más por necesidad, que por una —Tengo curiosidad por saber —dice H.H.—,
buena intención de mi parte. Lo único que tengo cla- sólo eso.
ro es que la espalda me duele y quiero recostarme en —Es sencillo en tu caso —digo, acariciando la
la habitación. Hay algo en ella que me hace sentir có- dura textura de su artificio, ya viejo y maltrecho por
modo: algo sensorial, automático; un olor, un reflejo, la falta del mantenimiento que no soy capaz de darle
tal vez un ángulo. Mientras me ayuda a caminar, in- desde que empecé a olvidar las cosas.
tento recordar las primeras luces que encendieron al Siento vergüenza al escuchar el crujido de su
hombre de hojalata, quizá en este mismo lugar. Pero cuello asintiendo, pero nada digo.
la imagen no llega. Le señalo, en cambio, un pequeño broche en
—¿Será así la muerte? forma de corazón que adorna su pecho:
Estoy en la cama y escucho el crujido de su es- —Cuando lo quites de aquí —me escucho de-
tructura de madera acomodándose a mi cuerpo. cirle—, habrás muerto.
Me imagino la muerte, sí. Y, por un momen- El secreto enciende su cara, plana, metálica, lu-
to, juego a que la recuerdo. ¿Qué pasará cuando ya minosa. Y ahora sé que podrá hacer con su vida lo
ni siquiera la espere, cuando toda mi vida, bajo ese que quiera, y que a partir de este momento, de algu-
instante que le da volumen al pasado, se haga hue- na forma, vamos a ir en direcciones distintas.
ca, lineal, transparente, tal vez como es ahora mismo —¿Y tú, Harumi?
para el propio H.H.? Nada hay que responda a tan Sé que ambos compartimos la curiosidad. Pero
sencilla ecuación logarítmica capaz de crearle la vida a mí difícilmente me hace falta comprobar que estuve
a un ser de cables y fluidos como su propia negación. vivo. Me acomodo sobre la cama y oriento sus manos
Existes porque podrías no hacerlo. ¿No es eso su- duras sobre el almohadón de plumas, pidiéndole que
ficiente? Me pregunto si no habrá sido siempre así: cubra mi cara con él cuando sepa que esté dormido.
mucho más sencillo vivir porque morimos, o recor- No sé si lo hará.
dar porque olvidamos, o decir porque sencillamente Pero, por si despierto y estoy muerto, pienso en
sabemos que, en algún momento, alguien nos man- un recuerdo.
dará callar. En uno.
—No lo sé —repito. Y esa voz que lo trae todavía suena como la mía.
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71 Pütchi Biyá Uai. Precursores. 76 El fútbol se lee
Antología multilingüe de la literatura indígena Darío Jaramillo Agudelo · Álvaro Perea Chacón
contemporánea en Colombia i Mario Mendoza · Ricardo Silva Romero
Miguel Rocha Vivas Fernando Araújo Vélez · Guillermo Samperio
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72 Pütchi Biyá Uai. Puntos aparte. Luisa Valenzuela · Laura Restrepo
Antología multilingüe de la literatura indígena Pablo R. Arango · Roberto Fontanarrosa
contemporánea en Colombia ii
Miguel Rocha Vivas 77 Escribir en Bogotá
Juan Gustavo Cobo Borda
73 Glosario para la Independencia:
palabras que nos cambiaron 78 El primer amor
Iván Turguéniev
85 Lazarillo de Tormes
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86 Ficciones de Latinoamérica
Jorge Aristizábal Gáfaro · Jorge Enrique Lage
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Pedro Mairal · Carlos Yushimito
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viento