You are on page 1of 312

COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT HUMANIDADES

Manuel Asensi Pérez


Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada
Universitat de València
Ramón Cotarelo
Catedrático de Ciencia política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de
la Universidad Nacional de Educación a Distancia
Mª Teresa Echenique Elizondo
Catedrática de Lengua Española
Universitat de València
Juan Manuel Fernández Soria
Catedrático de Teoría e Historia de la Educación
Universitat de València
Pablo Oñate Rubalcaba
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración
Universitat de València
Joan Romero
Catedrático de Geografía Humana
Universitat de València
Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones
Universidad Carlos III de Madrid

Procedimiento de selección de originales, ver página web:


http://www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales
EN BUSCA DE LA
JUSTICIA ESPACIAL

Edward W. Soja

Presentación:
Josep Vicent Boira
Traducción:
Carmen Azcárraga

Valencia, 2014
Copyright ® 2014

Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reprodu-
cirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo
fotocopia, grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y
sistema de recuperación sin permiso escrito del autor y del editor.

En caso de erratas y actualizaciones, la Editorial Tirant Humanidades publicará la


pertinente corrección en la página web www.tirant.com (http://www.tirant.com).

Director de la colección
JOAN ROMERO GONZÁLEZ
Catedrático de Geografía Humana
Universitat de València

Título de la edición original: Seeking Spatial Justice


University of Minnesota Press, 2010

© EDWARD W. SOJA

© TIRANT HUMANIDADES
EDITA: TIRANT HUMANIDADES
C/ Artes Gráficas, 14 - 46010 - Valencia
TELFS.: 96/361 00 48 - 50
FAX: 96/369 41 51
Email:tlb@tirant.com
http://www.tirant.com
Librería virtual: http://www.tirant.es
ISBN 978-84-16062-01-0
MAQUETA: Tink Factoría de Color

Si tiene alguna queja o sugerencia, envíenos un mail a: atencioncliente@tirant.com. En caso de no ser


atendida su sugerencia, por favor, lea en www.tirant.net/index.php/empresa/politicas-de-empresa nuestro
Procedimiento de quejas.
Índice

Presentación................................................................................................ 9

Prólogo......................................................................................................... 19

Introducción............................................................................................... 33

1. ¿POR QUÉ ESPACIAL? ¿POR QUÉ JUSTICIA? ¿POR QUÉ


LOS ÁNGELES? ¿POR QUÉ AHORA?........................................... 45

2. SOBRE LA PRODUCCIÓN DE GEOGRAFÍAS INJUSTAS........ 65

3. LA CONSTRUCCIÓN DE UNA TEORÍA ESPACIAL DE LA


JUSTICIA.............................................................................................. 107

4. BÚSQUEDA DE LA JUSTICIA ESPACIAL EN LOS ÁNGE­LES. 159

5. TRADUCIR LA TEORÍA EN PRÁCTICA...................................... 211

6. EN BUSCA DE LA JUSTICIA ESPACIAL TRAS EL 11-S............ 237

Agradecimientos......................................................................................... 263

Notas y Referencias.................................................................................... 265


PRESENTACIÓN

El once de junio de 2010, el periódico El País publicaba una entrevis-


ta a Edward Soja. Catalina Sierra, la periodista, hablando del título del
libro que hoy presentamos en castellano decía “El último libro que ha
publicado Edward W. Soja (Nueva York, 1941) lleva por título Seeking
spatial justice. Suena raro…”.
En busca de la justicia espacial es un título que, ciertamente, suena
extraño para oídos acostumbrados a la nítida separación de aproxima-
ciones, de teorías, de ciencias incluso. ¿Justicia? De acuerdo. ¿Espacial?
Muy bien, pero ¿las dos cosas juntas? Y eso que adjetivar el concepto
de justicia tiene una cierta tradición que se remonta a los movimientos
por la justicia social o a los más recientes a favor de la justicia ambien-
tal o de una justicia global. Algo debería revisarse en la idea de justicia
cuando se tiene que adjetivar explicando su contenido. Pero volvamos a
aquella entrevista. Tras declarar su extrañeza ante el título, la periodista,
con instinto didáctico, reproducía el ejemplo que el geógrafo Edward
Soja suele explicar siempre que se dirige a públicos amplios. Pensemos
en una gran ciudad, con sus barrios, sus centros económicos, sus mo-
vimientos, sus flujos de personas y de mercancías…, pensemos en Va-
lencia, en Madrid, en Barcelona, en México DF, en Bogotá, en Buenos
Aires, en Medellín. Para que la ciudad funcione se precisa una red de
transporte público que permita a sus vecinos y visitantes desplazarse
de un lugar a otro. Pues bien, la elección y el desarrollo del tipo de red
de transporte, sea metro o autobús, subterráneo o en superficie, no es
en absoluto neutra ni es baladí. Soja, para despachar en pocas palabras
el concepto de justicia espacial, propone el ejemplo de Los Ángeles en
1996, cuando una coalición de vecinos, trabajadores, ciudadanos y aca-
démicos puso en jaque a la municipalidad por su elección justamente de
una determinada red de transportes. La administración municipal de la
ciudad angelina fue llevada ante la justicia acusada de “discriminación
espacial” al privilegiar la red de metro (que beneficiaba especialmente a
los barrios blancos y ricos) en detrimento de una red de autobuses que
se extendía por toda la ciudad y permitía, especialmente a los habitantes
de los barrios pobres de Los Ángeles, moverse con relativa facilidad por
10 Josep Vicent Boira

ella. La decisión del tribunal de justicia fue favorable a los demandantes


y la ciudad no tuvo más remedio que paralizar la expansión de su red
de metro (que se iba a hacer a costa de la existente), mejorar la flota de
vehículos en superficie y no elevar sus tarifas como se había previsto.
¿Justicia? Sí, pero justicia espacial, pues tanto las consecuencias como
los motivos de primar una red sobre tienen una dimensión básicamente
espacial. ¿Y social? Sí, también, pero parafraseando a Edward W. Soja,
todo lo que es social es simultáneamente e inherentemente espacial, de
la misma manera que todo lo espacial está simultánea e inherentemente
socializado.
Esto es justicia espacial, algo diferente a una subcategoría de la justi-
cia social (como se encargó de defender el propio autor ante los comen-
tarios en este sentido de Peter Marcusse y de otros que se empeñan en
privilegiar lo social respecto a lo espacial). El propio Soja reconoce que
no está dispuesto a proponer una definición de recetario, como aquellas
definiciones que comienzan con la expresión “dícese…”, y que prefiere
la trasposición, la lenta filtración del concepto en la mente del lector
mediante la lluvia fina de argumentos, ejemplos, dialécticas, discusiones
y propuestas. Al final, uno tiene la impresión de haber entendido per-
fectamente cuál es el contenido práctico de la idea de “justicia espacial”
aunque no disponga de una definición cerrada de la misma.
Edward W. Soja es un geógrafo conocido en España y en el mundo
de habla española por el trabajo previo que han desarrollado los profe-
sores Abel Albet y Núria Benach, quienes se han dedicado en los últi-
mos años a difundir la obra de Soja desde el Departamento de Geografía
de la Universitat Autònoma de Barcelona. La edición del libro coordi-
nado por ambos autores Edward W. Soja. La perspectiva postmoderna de
un geógrafo radical (Icaria, 2010, junto a la presentación que del mismo
hizo Oriol Nel.lo en 2011 y que puede encontrarse en la revista Biblio
3W dentro del portal Geocrítica) no sólo permite profundizar en la obra
de Soja, sino que nos ahorra la necesidad de realizar una presentación
detallada de su figura. Valga pues la recomendación expresa al lector
de aquel libro, que se halla dentro de la colección valiosísima Espacios
Críticos, dedicada a difundir en castellano las obras de geógrafos y ur-
banistas críticos con los procesos territoriales y urbanos como el propio
Soja, Doreen Massey o Richard Peet. Pese a ello, se nos permitirá que
Presentación 11

digamos que Edward W. Soja nació en el Bronx, estudió geografía en el


Hunter College y en Madison (Wisconsin) para pasar a Syracuse don-
de realizó el doctorado. Hoy, tras trabajar en algunas otras universida-
des, es profesor de Planificación urbana en la Universidad de California
(UCLA). Además de por el libro que hoy presentamos, Soja es conocido
por una trilogía que ha alterado sustancialmente las bases del pensa-
miento geográfico y específicamente urbano: Postmodern Geographies
(1989), Thirdspace (1996) y Postmetropolis (2000, traducido al castellano
en 2008).
Este nuevo libro de tiene un triple objetivo. Presentar el concepto de
“justicia espacial” y desarrollar su anclaje teórico, mostrar ejemplos em-
píricos de funcionamiento de este concepto y, por último, y no menos
importante, proponer un método de acción social y política que mejore
la equidad y el acceso a los derechos inherentemente urbanos de los
ciudadanos. Teórica y práctica se entrecruzan constantemente en estas
páginas dentro de una perspectiva crítica que se asienta en un carácter
definidor del autor, su declarado “optimismo estratégico”. Pero antes de
pasar a la acción, antes de promover el cambio, Soja debe desmontar
algunos supuestos básicos generalmente aceptados. Dos de ellos son, a
mi entender, fundamentales.
El primero es la escasa consciencia de que la justicia tiene, siempre
y en todo momento, consecuencias geográficas y espaciales. De la mis-
ma manera que ocurre al contrario: “la geografía, o la espacialidad, de
la justicia es un componente integral y formativo de la propia justicia,
una parte vital de cómo la justicia y la injusticia se construyen social-
mente y evolucionan con el tiempo”. Natalio Irti, en su libro Norma e
luoghi. Problemi di geo-diritto (Laterza) abría su primera página con
una afirmación que suele pasar desapercibida en nuestro entorno: “el
derecho tiene necesidad del dónde”. Leyendo a Soja, podríamos alterar
levemente esta frase: “el derecho tiene consecuencias en el dónde”, de
la misma manera que el “dónde” tiene consecuencias sobre el derecho
(en su doble acepción de law y justice, véase el caso de Guantánamo y
el código de justicia aplicado en este enclave). Necesitamos, pues, un
Derecho spatially sensitive.
Esta relación entre justicia y espacio permite construir un puente
amplísimo y de gran actualidad para resolver muchos de los problemas
12 Josep Vicent Boira

que tenemos planteados en nuestra sociedad. Geógrafos, jueces y abo-


gados, expertos en derecho, profesionales de la ciencia política, soció-
logos de la ciudad, antropólogos urbanos…, (además de activistas so-
ciales y urbanos, categoría muy querida por el autor), pueden encontrar
en la alianza entre justicia y espacio que propone Soja un estimulante
campo de actuación. Mediante la construcción de puentes como éste,
de espacios (nunca mejor dicho) intermedios, de ámbitos generalistas,
superaríamos por elevación las estrictas fronteras de las disciplinas y de
los estudios y análisis para embarcarnos en una aventura por nuevos
confines de la existencia urbana. La (in)justicia espacial se entrecruza
en el camino de, al menos, cuatro itinerarios desgraciadamente poco
conectados: el derecho, la ciencia política, la sociología y la geografía
humana. La espacialidad de la (in)justicia es la cara de una moneda cuya
cruz (o viceversa) no es otra que la (in)justicia de la espacialidad. En
ambos casos, Soja propone la construcción de una teoría espacial de
la justicia que abrace a todos aquellos no resignados a circunscribir su
trabajo a los estrechos límites de su propia disciplina.
Pero hay otra idea que suele pasar igualmente desapercibida en la
actualidad y que Soja se propone desmontar, siguiendo (o eso a mí me
lo parece) los pasos de una de las pensadoras más lúcidas y valientes de
los tiempos recientes, Hanna Arendt. Como ella, Edward William Soja
nos recuerda la “banalidad” del capital. Así como Arendt nos mostró
con la figura de Eichmann que el mal puede llegar a ser banal, Soja nos
alerta de que la ciudad capitalista, la que conocemos, las operaciones
urbanas que en ella ocurren, la injusticia (ahora sí, sin paréntesis) de
su espacialidad, la persistencia de desequilibrios profundos en la mis-
ma “no es necesariamente el producto de capitalistas codiciosos que
conspiran para drenar la riqueza de un área determinada mediante el
establecimiento de una línea roja de “no pasar” a su alrededor”. Senci-
llamente es el resultado de dejar que la ciudad funcione “normalmente”,
que se produzcan las operaciones diarias habituales del mercado y la or-
dinaria búsqueda de competitividad con el fin de maximizar beneficios.
Dejemos funcionar a nuestra ciudad libremente y, dice Soja, “siempre
habrá alguna zona de la ciudad que esté prácticamente definida de esta
manera, donde los ahorros locales y el ingreso residencial se transfieran
a otras áreas y a intereses externos, basados ​​en gran medida en la per-
Presentación 13

cepción de que la zona afectada es peligrosa, inestable, o simplemente


un lugar poco atractivo para hacer negocios”. En otras palabras whatever
you don’t do with people, you are actually doing to them (como señaló
A.Gibbon en una reseña de este mismo libro en la revista City en 2010).
Y en un juego de escalas típico del geógrafo (y que siempre trato de
explicar a mis alumnos), Soja nos recuerda que “en la medida en que
siempre habrá este tipo de áreas en una economía urbana dominada
por el mercado, también se podría decir que sin una intervención sig-
nificativa y persistente siempre habrá un Tercer Mundo o su equivalen-
te en la división global capitalista del trabajo”. Y esta reflexión sobre la
“banalidad” del capital (en el sentido de funcionamiento cotidiano de
un sistema que ya no necesita del capitalista agresivo, retorciendo sus
manos al estilo del mister Scrooge dickesiano o, con un símil más ac-
tual y cercano a algunos de nuestros estudiantes, del señor Burns de los
Simpson) permite avanzar un paso y señalar la opinión de Soja de que el
mantenimiento del statu-quo trabaja a favor de la dominación, es decir,
que tanto las técnicas, estudios y análisis científicos y académicos como
los procedimientos de gestión de la ciudad “convencionales” (ahora sí,
de nuevo la enorme banalidad de la participación ciudadana al uso en
España mediante los consabidos períodos de alegaciones o, en cualquier
caso, su consulta a posteriori de la propia concepción de la intervención
urbana) no hacen otra cosa que reproducir las injusticias del sistema
y perpetuar su desigualdad. Esta afirmación es una andanada en toda
regla tanto a una geografía neutral, a una gestión burocrática de los de-
rechos ciudadanos y a un Derecho insensible hacia las consecuencias
espaciales de sus actos. Que representemos a la justicia ciega no quiere
decir que tenga los restantes sentidos paralizados… Por ello, Soja pro-
pone que toda operación urbana debiera pasar una especie de “test de
justicia (espacial)” deslizando la sugerencia de que el mundo del dere-
cho profundice en la reflexión sobre un corpus de “principios jurídicos
de responsabilidad territorial o espacial”. Sólo desde la comprensión de
esta perspectiva, uno puede llegar a entender la profunda injusticia de
algunas “banales” operaciones urbanas que, sin rubor alguno (más bien,
sin reflexión ni escándalo), recompensan a los ricos y por contra casti-
gan a los pobres. Véase el caso de una ciudad media española. Digamos
que se decide desde el gobierno regional crear una gran infraestructura
14 Josep Vicent Boira

cultural en una zona sin urbanizar del municipio. A su alrededor, una


vez realizada la obra, nace un nuevo barrio, barrio que, como podemos
suponer, es ocupado por una clase social elevada a la par con la nueva
infraestructura que modela la imagen de la ciudad y que es converti-
da en icono de su crecimiento y bandera de la nueva urbe. Pues bien,
dado el modelo de urbanización seguido, la ciudad exige a los agentes
urbanos que participan en la construcción de este nuevo barrio (por su
situación y vistas destinado, repetimos, a las clases medias-altas y altas)
hacerse cargo de una serie de equipamientos que deben costear como
cargas urbanas por su beneficio urbanizador, entre ellos, pongamos por
caso, instalaciones deportivas como una piscina cubierta y un moderno
polideportivo. De esta manera, la ciudad equipa casi automáticamente
de instalaciones (por el propio perverso sistema de urbanización elegi-
do) a los barrios social e individualmente mejor dotados de la ciudad,
mientras los barrios compactos de la periferia urbana o de su centro
histórico tienen que esperar, en el mejor de los casos, su turno en los
presupuestos generales de una debilitada arca local. ¿Tienen los vecinos
“ricos” del nuevo barrio derecho a una piscina cubierta y a un moderno
centro deportivo? Sin duda. Pero tal vez tengan derecho antes quienes
no puedan pagarse un pase en un gimnasio privado: la transferencia de
dinero podría ser, por qué no, de los barrios ricos (cargas urbanísticas)
a los pobres (infra-dotaciones). Sería toda una novedad. Esto es (in)
justicia espacial. Veamos otro ejemplo más banal. En el corazón del en-
sanche burgués del siglo XIX de una ciudad española, se alza un antiguo
mercado de corte modernista. Rehabilitado con el dinero de todos, hoy
es utilizado como espacio de ocio, restauración y paseo especialmente
(y lógicamente, debido a su proximidad) por los habitantes cercanos.
Cuando se acercan las fiestas del calendario urbano (Navidades, cele-
braciones locales) este mercado bulle de actividad, de música, de oferta
social y de entretenimiento, ¡reforzando el atractivo del barrio y reva-
lorizando su parque mobiliario ya bastante revalorizado! ¿No tienen
derecho los ricos a una decoración navideña y a una meliflua orquesta
tocando temas dulzones en las frías tardes de diciembre? Claro que sí.
Pero tal vez, decoración y orquestación debieran ser pagados por la mu-
nicipalidad en los, esto sí, fríos y desangelados mercados municipales
de los abandonados barrios de la periferia urbana… Esto es (in)justicia
Presentación 15

espacial, anecdótica y simplistamente explicado. Edward Soja lo hace


mucho mejor en las siguientes páginas.
Soja se mueve cómodamente entre dos extremos. Uno de ellos es la
reflexión ontológica sobre el espacio y la necesidad consecuente de sus-
tituir la dialéctica socio-temporal heredada de la explicación del mundo
tradicional por una trialéctica en la que a las dos dimensiones anteriores
(tiempo y sociedad) se sume la espacial (Soja, en una entrevista reali-
zada en 2011 se define como “un teórico espacial”). Sólo así, pensando
en un taburete de tres patas (o un circulo de tres ejes o, mejor todavía,
en una espiral de tres brazos) las ciencias humanas estarán en posición
de entender el funcionamiento correcto de la sociedad. Soja, con esta
idea, combate el privilegio intrínseco del tiempo sobre el espacio, de
la historia sobre la geografía y busca una ontología reequilibrada en
la que todos los aspectos de la socialidad humana se entiendan como
constituidos espacio-temporalmente. El otro extremo del libro de Soja
es la descripción detallada de alianzas, operaciones, coaliciones, movi-
mientos de base, estrategias y acciones generalmente desarrolladas en
el escenario de la ciudad de Los Ángeles (el mismo autor, en aquella
entrevista de 2011 complementa su autodefinición como “un geógrafo
humano crítico”). ¡Débats et combats, que proponía Ferdinand Braudel
en 1958! Así, el lector de este libro podrá iniciarse en conceptos que Soja
ha desarrollado previamente en otras obras, como el de trialéctica que
acabamos de mencionar, el spatial turn (o giro espacial que caracteriza
las ciencias sociales en la actualidad) o la geografía y la ciudad postmo-
derna. Quien lo desee podrá ampliar sus conocimientos sobre estos y
otros conceptos teóricos de Soja en las obras que el mismo autor cita
en su extensa sección de notas y referencias o en las investigaciones ya
recomendadas de Albet y Benach. Al mismo tiempo, este libro ofrece
unas reflexiones de primera categoría para todos aquellos que quieran
penetrar en la discusión sobre qué es el espacio (véase la Introducción y
Capítulo 3, por ejemplo, donde desarrolla el concepto de conciencia es-
pacial), la escala (Capítulo 2, donde el movimiento cómodo de Soja por
diferentes escalas de la vida humana muestra su agilidad y la potencia
del concepto aplicado tanto a los banlieu como al desarrollo desigual,
tanto a las geografías post-coloniales como al problema de Palestina,
tanto los movimientos urbanos como al urbanismo obsesionado por la
16 Josep Vicent Boira

seguridad y reflejado en nuestros bien conocidos “barrios cerrados”) o


incluso discusiones sobre la crisis global actual, específicamente urbana,
como ha reconocido David Harvey (véase el Capítulo 6). De la mis-
ma manera, el lector interesado por los movimientos sociales de base
urbana (por la nueva coalition-builindig theory and practice), por las
prácticas del bien común, por las luchas por los derechos de la ciudad
encontrará (en el Capítulo 5) geografías feministas en acción (no todo
es capital), luchas por las transformaciones espacios urbanos postindus-
triales y experiencias de alianzas teórico-prácticas y académico-sociales
para la dignificación de espacios de la ciudad. Este interés de Soja por las
consecuencias del pensamiento y la práctica patriarcal y machista lo ale-
ja de un pensamiento estricta y cerradamente marxista (“el Marxismo
no es como el embarazo o la muerte, que exige el 100 % de adscripción”,
escribió el propio Soja en 2011) en una discusión que nos recuerda la
que los geógrafos Horacio Capel y Jean-Paul Garnier protagonizaron en
las páginas de Scripta Nova, dentro del portal Geocrítica, en el año 2011.
Como recuerda Soja, “las luchas por el derecho a la ciudad no deben
reducirse sólo a las luchas contra el capitalismo (…) Hay otras muchas
fuerzas que dan forma a estas geografías injustas, como el racismo, el
fundamentalismo religioso y la discriminación por razón de género, así
como las prácticas espaciales que no se diseñan necesariamente sólo, o
siempre, para reforzar las diferencias de clase, como la delimitación del
distrito electoral y otras circunscripciones, el emplazamiento de insta-
laciones tóxicas, la construcción de sistemas de transporte colectivo, la
ubicación de escuelas y hospitales, la formación de asociaciones de veci-
nos, la producción de alimentos y los huertos comunitarios, las leyes por
zonas, o las agrupaciones residenciales de profesiones concretas como
artistas o ingenieros”. En este sentido, Soja (como él mismo comentó en
un artículo de 2011) se propuso la tarea de “espacializar el marxismo”,
mientras otros continuaban queriendo “marxificar” la geografía.
Edward W. Soja, en este libro, nos remite a un hecho que suele pa-
sarnos desapercibido: la profunda espacialidad de nuestras vidas y de
nuestras decisiones y la necesidad de entender cómo los procesos socia-
les y espaciales se entrelazan para producir tanto geografías opresivas
como liberadoras. Esta es una novedad interesante en el panorama de
las ciencias sociales y del mundo del derecho y de la justicia. Lógica-
Presentación 17

mente, no todo el mundo comparte las razones de Soja: entre los más
ilustres descreídos, Sir Peter Hall, autor del conocido Ciudades del ma-
ñana. Historia del urbanismo en el siglo XX (en edición española por
Serbal, 1996) y con quien el propio Soja mantuvo una polémica en las
páginas de la revista City en 2012 sobre la orientación filosófica o no del
texto. Sin embargo, como señaló Karl Schlögel en un libro memorable
(En el espacio se lee el tiempo, Siruela, 2007) opinando sobre el Soja an-
terior a este volumen: “Algo queda de cierto en la crítica de Edward Soja
y otros a la desespacialización: que las cuestiones tocantes al espacio
han sido desterradas o desplazadas del pensamiento social e histórico”.
Es preciso, pues, recuperar “las cuestiones tocantes al espacio” en la vida
en general (la géographie de la vie, como señaló el maestro Vidal de la
Blache en 1903), pero muy especialmente en la justicia y en el Derecho
en particular.
La lectura de este libro es muy recomendable pues reafirma no sólo
la idea de que el espacio cuenta (somos seres profundamente espaciales,
no solo temporales o sociales), sino que es preciso abordar la espacia-
lización de la sociedad contemporánea desde una perspectiva crítica,
que busque la justicia espacial y el auténtico derecho a la ciudad que sus
habitantes, todos, tenemos. Soja recuerda que de las palabras griega y
latina de ciudad (polis y civis) provienen la mayor parte de vocablos que
definen nuestra convivencia social: política, policía, polite (en inglés,
educado, cortés), civilización, civil, ciudadano, cívico… Soja entronca
así con el pensamiento de Henri Lefebvre, Michel Focault o David Har-
vey (a quienes menciona muchas veces en estas páginas y con quienes
dialoga mediante extensas citas de sus obras) y abre nuevas perspectivas
a los teóricos del espacio y de la justicia pero también a su práctica.
Soja se mueve con soltura entre el act-tank y el think-tank (en algunas
reseñas ha sido definido como un scholar-activist o un academic agent
for change) de un pensamiento radical como mínimo vigorizante que
permite sabernos más dueños de nuestro entorno y menos obsecuentes
con el poder y la administración en su gestión anodina (y banalmente
perversa) del espacio.
¿Cuándo veremos en España o en América Latina un juicio en el
que la ciudadanía denuncie a su administración local o regional por un
supuesto delito de injusticia espacial, por no haber transporte público
18 Josep Vicent Boira

suficiente, por reducirlo hasta un tránsito episódico, por condicionar la


vida de los ciudadanos con decisiones que afectan su vida cotidiana y
que se refieren a sus desplazamientos por la ciudad? ¿Cuándo la distri-
bución desigualmente espacial de servicios médicos o educativos será
considerada punible? ¿Cuándo los derechos espaciales estarán tutela-
dos como los son los derechos sociales? ¿Cuándo seremos capaces de
proceder a una interconexión de escalas entre lo global y lo local para
desenmascarar operaciones urbanas relacionadas con las estrategias de
grandes superficies comerciales, como Wal-Mart en Estados Unidos?
¿Cuándo reconoceremos la espacialidad de nuestra vida y la necesidad
de una nueva conciencia espacial que guie nuestra actuación?
La espacialidad de la existencia social (que metodológicamente se
convierte en putting space first, como suele señalar el propio Soja) es
todavía una asignatura pendiente entre nosotros. Ojalá este libro ayude
a desvelar su auténtico significado y repercusión.

Josep Vicent Boira


Universitat de València
PRÓLOGO

“Una injusticia en cualquier lugar,


es una amenaza a la justicia en todas partes”
Martin Luther King,
Carta desde la cárcel de Birmingham,
16 de abril de 1963

En octubre de 1996 tuvo lugar un momento memorable en la his-


toria urbana —y en la geografía— americana en un juzgado del centro
de Los Ángeles. Un trascendental acuerdo sin precedentes resolvió una
demanda colectiva interpuesta contra la Autoridad del Transporte Me-
tropolitano de Los Ángeles (MTA) por una agrupación de organizacio-
nes de base que representaban a usuarios que dependían del transporte
público para sus necesidades básicas. Se decidió que, al menos durante
los siguientes diez años, la MTA compensaría décadas de discrimina-
ción contra los pobres que dependían del transporte urbano y que no
podían permitirse conducir un coche, estableciendo como prioridad
presupuestaria mejorar la calidad del servicio de autobuses y garantizar
un acceso equitativo a todas las formas de transporte público colectivo.
El resultado directo del caso Labor/Community Strategy Center et al.
c. Los Angeles County Metropolitan Transit Authority, conocido también
como la decisión Bus Riders Union (BRU) no fue simplemente una re-
primenda. Según el acuerdo, la MTA no sólo tenía que comprar un nú-
mero concreto de autobuses nuevos respetuosos con el medio ambien-
te, sino también reducir el hacinamiento, congelar las tarifas, impulsar
la seguridad en los autobuses, reducir la criminalidad en los mismos
y proporcionar servicios especiales para facilitar el desplazamiento al
trabajo, a los centros educativos y a los de salud. De seguirse estas exi-
gencias al pie de la letra, éstas absorberían todo el presupuesto operativo
de la MTA, haciendo imposible continuar con sus ambiciosos planes de
aquel momento, esto es, construir una red ferroviaria urbana para que
Los Ángeles continuara siendo considerada como una de las grandes
ciudades del mundo. También se creó un Joint Working Group (Grupo
20 Prólogo

de trabajo conjunto) entre el BRU y la MTA para mantener la influencia


del primero sobre la política de transportes.
Al tratarse de un ataque directo contra las prácticas racistas, la deci-
sión Bus Riders Union supuso el renacimiento del movimiento de dere-
chos civiles e impulsó las comparaciones con el famoso caso Brown c.
Board of Education de 1954 sobre la segregación racial en las escuelas.
En este caso también se consideró que un segmento de la población
estaba siendo discriminado por la existencia de dos sistemas separados
y desiguales que proporcionaban un servicio público vital, en este caso
el transporte público colectivo. Al mismo tiempo, constituía también
una expresión inspiradora para el movimiento por la justicia ambiental,
para la lucha contra la injusticia racial y la discriminación basada en el
lugar de residencia, reafirmando la visión de que el lugar de residencia
podía tener consecuencias negativas sobre aspectos importantes de la
vida diaria y de la salud.
En ninguna gran ciudad americana había sucedido algo parecido en
relación con el servicio de transporte público hasta ese momento. Otor-
gar tal prioridad a las necesidades de una amplia minoría trabajadora
pobre supuso un cambio increíble de la planificación urbana guber-
namental en los Estados Unidos de América, como un servicio que se
proporcionaba casi siempre para favorecer a los residentes adinerados,
incluso en nombre de la lucha contra la pobreza. También contrade-
cía la política americana de la época, de ascendencia neoconservadora,
en contra de las reformas basadas en el bienestar y más interesada en
debilitar los derechos civiles y los esfuerzos por combatir la pobreza.
Había muy pocos ejemplos en el país de movimientos sociales de base
exitosos que afectaran a la planificación y gestión urbana a tal escala de
compromiso presupuestario. En esencia, el acuerdo se materializó en la
transferencia de miles de millones de dólares de un proyecto que favo-
recía a los ricos desproporcionadamente a otro proyecto que beneficiaba
más a los pobres.
Incluso más sorprendente fue que la decisión se dictara en Los Án-
geles, que no es conocida históricamente por ser un entorno urbano
progresista para organizaciones obreras o comunitarias. Los Ángeles
ha sido el centro de dos de las revueltas urbanas de justicia racial más
sangrientas de la historia de Estados Unidos, en 1965 y en 1992, que
Prólogo 21

no tuvieron demasiado éxito a la hora de aliviar los problemas que las


originaron, desde la pobreza y la discriminación a gran escala hasta la
violencia policial racista. A mediados de los noventa, la atención pública
se dirigió hacia un ambicioso pero costoso programa de construcción
de un sistema ferroviario que alimentaba el orgullo local y el deseo de
sumarse a la lista de ciudades importantes del mundo con avanzados
sistemas de ferrocarril metropolitano. Sin embargo, con algunas excep-
ciones, pocas, la construcción del ferrocarril terminó pronto tras la de-
cisión BRU y la consecuente pérdida de apoyo público para el costoso y
problemático proyecto.
Las dos organizaciones clave detrás de la exitosa demanda colecti-
va fueron el propio Bus Riders Union (Sindicato de pasajeros) y los de-
mandantes principales del caso, el Labor/Community Strategy Center (L/
CSC, Centro de estrategia laboral/comunitario), que inició el proceso y
encabezó la creación de una coalición más amplia. La Bus Riders Union/
Sindicato de Pasajeros no es un sindicato tradicional, sino una masiva
organización multirracial y antirracista de usuarios dependientes del
transporte, dirigida a mejorar el sistema de transporte público y las vi-
das de los más de 400.000 trabajadores pobres de Los Ángeles, predo-
minantemente minorías y mujeres. Forma una rama de la organización
L/CSC, o Strategy Center, una organización activista fundada en 1989
como, en sus propias palabras, un activo think tank/act tank antirracista,
anticorporativo y antiimperialista centrado en la práctica dirigida por la
teoría. Persigue generar campañas de masas para la clase trabajadora y
nacionalidades oprimidas, en particular para los trabajadores y las co-
munidades negra y latina. El Strategy Center dirige una National School
for Strategic Organizing (Escuela nacional de organización estratégica) y
publica Ahora Now, una revista política bilingüe.
Tras el anuncio del acuerdo, las organizaciones ganadoras, BRU y
Strategy Center, proclamaron sus logros con un merecido y grandioso
lenguaje. Estaban “conduciendo el autobús de la historia”, producien-
do “miles de millones para autobuses” en una lucha permanente de
justicia en la “concurrencia de transporte colectivo, derechos civiles y
medioambiente”, creando “una nueva visión para el transporte urbano”
y “una nueva teoría de insurgencia urbana en una era de capitalismo
transnacional”. En un artículo publicado en el Socialist Register en 2001,
22 Prólogo

Eric Mann, director del Strategy Center, describía su esfuerzo como


“una lucha racial, de clase, de género, todo al mismo tiempo”. Para más
información sobre esta organización y referencias adicionales, véase las
“Notas y Referencias” al Capítulo 6.
Hollywood también se hizo eco de la importancia de la decisión. El
director y cineasta Haskell Wexler, activista y ganador de un premio de
la Academia, pasó tres años con el BRU y produjo un largometraje en el
que detallaba sus esfuerzos visionarios, lo que se sumó a sus anteriores
trabajos sobre cuestiones laborales (Matewan, 1987), la Guerra de Viet-
nam, la tortura en Brasil y las revueltas en Chiapas, México. Aunque
la victoria del BRU fue de ámbito local, tuvo una repercusión global,
impulsada por la ambición de sus líderes.

Definiendo la igualdad en el transporte y la justicia


La extraordinaria decisión judicial de 1996 contenía múltiples fac-
tores. Por un lado, supuso el reconocimiento de que cualquier inver-
sión en formas alternativas al transporte colectivo (como los sistemas
ferroviarios) que comprometían los servicios vitales de autobús, espe-
cialmente para los pobres de la ciudad, era discriminatoria e injusta. En
términos legales específicos, violaba el Título VI de la Ley de Derechos
Civiles de 1964, norma que definió e impulsó el movimiento de los de-
rechos civiles. Las necesidades de transporte de las minorías pobres y
raciales no fueron nunca ignoradas por completo por los planificadores
del transporte, pero se argumentaba que estaban sistemáticamente su-
bordinadas a las necesidades y expectativas de los que vivían por encima
del umbral de la pobreza. Se consideró necesario adoptar medidas como
una redistribución masiva de recursos y un mayor cambio en las polí-
ticas públicas para reconducir décadas de discriminación sistemática,
geográfica y racial.
Esta atrincherada forma de discriminación hacia las necesidades de
transporte de los pobres encuentra su raíz en un patrón de inversión
discriminatorio incluso mayor, que ha dado forma a la geografía y al
entorno constructivo de Los Ángeles y de otras grandes áreas metro-
politanas a lo largo del siglo XX. Me refiero a la pronunciada brecha
de inversión existente entre la construcción y el mantenimiento de ca-
Prólogo 23

rreteras y autopistas, por un lado, y la construcción de todos los demás


medios de transporte de masas, por otro. El resultado de este proceso
discriminatorio social y espacial fue el establecimiento de una geografía
de transporte metropolitano injusta, que favorecía a los ricos, a la pobla-
ción con más de un coche en los anillos suburbanos, por encima de la
aglomeración masiva de inmigrantes y de los usuarios dependientes del
transporte público, trabajadores pobres, en el área interior de la ciudad.
En la época del acuerdo, en 1996, el área urbana de Los Ángeles,
conformada por cinco condados, se había convertido en la más densa
de Estados Unidos, con más de cinco millones de personas, predomi-
nantemente inmigrantes y sobre todo trabajadores latinoamericanos
residentes en el populoso núcleo central de la ciudad, y muchos más
poblando las nuevas ciudades y formando lo que han sido clásicamen-
te los suburbios. Algunas estimaciones denunciaban que el 40 % de la
población estaba viviendo en la pobreza, o por debajo del umbral de la
pobreza, con una creciente proporción de mujeres y niños. Un informe
de Naciones Unidas publicado tras las revueltas de 1992 denunció que
la brecha entre ricos y pobres en Los Ángeles y en la ciudad de Nueva
York era la más amplia en el mundo desarrollado y se estaba acercando
a Karachi, Bombay y Ciudad de México.
La reestructuración económica, la creciente pobreza y polarización
social, y el auge de la llamada Nueva Economía han empeorado los
problemas de los pobres dependientes del transporte público y de las
familias de las minorías concentradas en el centro de la ciudad. Casi to-
dos los trabajadores humildes tenían varios trabajos, tanto secuenciales
como simultáneos, y en muchos casos esos trabajos, como personal de
servicio doméstico, jardinería, limpieza, cuidado de niños, especialistas
en la gestión de hogares, se desarrollaban en lugares distintos, por lo que
requerían viajar a diferentes lugares esparcidos por la ciudad. La simple
estructura espacial radial del propuesto sistema ferroviario, parcialmen-
te construido, nunca podría servir a los trabajadores pobres del centro
de la ciudad de una forma tan eficaz como la densa malla de una red
flexible de autobuses.
La decisión judicial contenía otros factores locales. Tras lo que al-
gunos llamaron las Justice Riots (Revueltas por la justicia) de 1992, la
confianza en que los gobiernos local, estatal o federal pudieran controlar
24 Prólogo

la magnitud de los problemas a los que se enfrentaba Los Ángeles, se


hizo añicos. Mientras algunos activistas progresistas se alejaron de los
políticos, otros reconocieron la necesidad de promover nuevos tipos de
movimientos sociales colectivos y conectados, que retaran al poder neo-
liberal y neoconservador. En los años noventa, se desarrollaron muchas
campañas y alianzas comunitarias alrededor de Justice for Janitors, la ne-
cesidad de un salario digno, los efectos diferenciadores de la inversión
pública, la disponibilidad de vivienda asequible, y lo que la organización
Los Angeles Alliance for a New Economy (Alianza de Los Ángeles para
una nueva economía) (LAANE) llamó desarrollo con justicia. Sin em-
bargo, los exitosos y comprometidos esfuerzos del Strategy Center y sus
aliados resaltaban sobre los demás.
Fundado sobre raíces más profundas, y retornando a las luchas con-
tra el cierre de las plantas de automóviles en una época anterior a la
desindustrialización (véase en particular Taking On General Motors de
Eric Mann, publicado en 1987), el Labor/Community Strategy Center se
encontraba entre los líderes originarios del movimiento de justicia an-
tirracista y ambiental en Estados Unidos desde su fundación en 1989,
y continúa siendo un actor importante hoy día. Jugó un papel clave co-
nectando las luchas contra el racismo ambiental y por la igualdad y la
justicia en el transporte, con el Bus Riders Union, quizá la organización
de base más exitosa para hacer crecer ese esfuerzo.
Junto con el BRU y el Strategy Center, había otros muchos actores
involucrados en la decisión judicial. En el lado de la acusación se en-
contraba, sobre todo, la MTA, autoridad pública relativamente nueva
creada en 1992 mediante la fusión de la Los Angeles County Transpor-
tation Commission (Comisión del transporte del condado de Los Án-
geles) (LACTC) y el Rapid Transit District (Distrito de transporte rápi-
do) (RTD). Aunque había excepciones, en conjunto la LACTC tendía
a apoyar el transporte por ferrocarril a gran escala y los intereses del
condado. Debe recordarse que la ciudad de Los Ángeles es sólo uno de
los casi noventa municipios comprendidos en el extenso territorio que
conforma el Condado de Los Ángeles, considerado una de las unidades
de gobierno local más grandes del mundo. En 1990, el Condado contaba
con una población de más de ocho millones, de los que menos de la mi-
tad residían en la extrañamente formada ciudad de Los Ángeles.
Prólogo 25

También de ámbito condal, el RTD controlaba el enorme aunque


delicado sistema de autobuses, así como varias líneas de ferrocarril. La
fusión creó una nueva organización en la que la mayoría defendía el
ferrocarril y las prácticas de transporte convencional, pero había una
minoría que prefería la flexibilidad del transporte en autobús y estaba
seriamente preocupada por cuestiones relacionadas con la igualdad y la
justicia en el transporte. La Junta Directiva de la MTA estaba formada
tanto por partidarios del tren como del autobús pero también reflejaba
una división competitiva entre los que se podrían llamar regionalistas
de condado y centralistas de ciudad, los primeros dirigidos por los cinco
supervisores del condado y los últimos por el alcalde y el consejo de la
ciudad de Los Ángeles. El Consejo de trece miembros estaba formado
por los cinco supervisores, el alcalde de L.A. y tres personas nombradas
por él, y cuatro más procedentes de otras partes del condado elegidas
por un comité de selección.
La coalición de la oposición, dirigida por BRU y Strategy Center,
también incluía la organización Korean Immigrant Workers Advocates
(Defensores de los trabajadores inmigrantes coreanos) (KIWA), una
organización de servicios comunitarios sin ánimo de lucro que desem-
peñó un papel clave en mejorar las relaciones entre las comunidades
afroamericana y coreana tras los conflictos de 1992 y en continua lucha
por los derechos de inmigrantes y trabajadores; el Southern Christian
Leadership Council of Greater Los Angeles County (Consejo de liderazgo
cristiano del sur del condado del Gran Los Ángeles), la organización
nacional de derechos civiles que apoyó a Rosa Parks en sus esfuerzos
para acabar con la segregación racial en los autobuses y otros servicios
públicos; y miles de demandantes individuales que representaban a la
“clase” formada por los usuarios dependientes del autobús. Los fiscales
jefe del caso provenían de la Western Regional Office (Oficina regional
occidental) del Legal Defense and Education Fund (Fondo de defensa
jurídica y educativa) del NAACP, con algún apoyo de la American Ci-
vil Liberties Union Foundation of Southern California (Fundación de la
unión estadounidense de libertades civiles del sur de California) y el
Environmental Defense Fund (Fondo de defensa del medio ambiente).
DLF es un despacho de abogados de interés público que tuvo un pa-
pel decisivo en el movimiento nacional de derechos civiles. Su mayor y
26 Prólogo

conocido éxito fue la decisión del Tribunal Supremo de 1954 en Brown


c. Board of Education, que terminó con la segregación en las escuelas, un
caso que pudo involucrar finalmente la importancia política y simbólica
de los autobuses. DLF se ha comprometido especialmente en construir
coaliciones que persiguen la justicia social y ambiental y se involucró
activamente en influir en las políticas de la MTA a favor de los trabaja-
dores pobres. Su compromiso hacia los demandantes fue incuestiona-
ble, aunque la coalición BRU-L/CSC, más radical, estableció sus propias
prioridades de manera persistente y vigorosa incluso cuando LDF no
estaba del todo de acuerdo. A pesar de la existencia de puntos de vista
divergentes, resulta complicado imaginar un equipo de abogados más
preparado para defender esta demanda, que se inició formalmente en
1994.
La interacción entre intereses políticos y profesionales opuestos du-
rante el periodo previo a la decisión judicial y, se podría añadir, tras el
pronunciamiento del acuerdo, fue inusualmente intensa y controverti-
da. Quizá lo más significativo en estos debates fuera la exposición al
público de los importantes matices raciales, clasistas y geográficos que
subyacen en toda forma de planificación urbana. Fue casi como si los es-
critos de los geógrafos críticos con las injusticias que caracterizan el fun-
cionamiento normal de la moderna metrópolis llegaran intensamente a
la opinión pública de Los Ángeles.
La decisión judicial se caracterizó por un choque entre dos puntos
de vista contrapuestos sobre la igualdad y la justicia. La MTA sintió que
estaba comprometida con la justicia en el transporte, pero su concepto
de igualdad era bastante diferente al mantenido por el BRU. Como au-
toridad del condado fuertemente influenciada por Consejos de supervi-
sores generalmente muy conservadores y predominantemente blancos,
definía principalmente la igualdad en términos administrativos y terri-
toriales. Si todos los distritos supervisados tenían un transporte colec-
tivo igualmente eficaz y servían de alguna manera a las necesidades de
los pobres, entonces el sistema se consideraba igualitario. Esta visión te-
rritorial de la igualdad y de la justicia en el transporte se fundamentaba
en una perspectiva geográfica “plana” y también ignoraba la geografía
marcadamente desigual de las necesidades del transporte. También se
reconocía siempre la importancia del centro como núcleo del condado y
Prólogo 27

de la región, así como la de lugares donde se desarrollan actividades cla-


ve como el aeropuerto internacional LAX y los puertos gemelos de Los
Ángeles y Long Beach, pero los límites que más importaban reflejaban,
por encima de todo, los intereses políticos del Consejo de supervisores
y sus asociados.
El principio constitucional de no discriminación garantizaba un
cierto nivel de justicia en el transporte, pero de la misma manera que
en el Senado de Estados Unidos y en la Cámara de Representantes, se
aseguraba principalmente evitando favorecer un distrito territorial, o
circunscripción, sobre otro, en la distribución de beneficios (con la ex-
cepción encubierta de las subvenciones públicas para los políticos más
influyentes). Esto hizo que pareciera anticonstitucional prestar una es-
pecial atención a ciertas áreas y no a otras. No todos los integrantes de
la MTA pensaban de esta manera, pero la justicia distrito a distrito solía
dominar el conjunto de la cultura política, y su lógica se usó en este caso
para defender políticas y decisiones de la MTA contra lo que se percibía
como una discriminación racial fundamentalmente incomprensible y
contra lo que se consideraba esencialmente motivos turbios e injustifi-
cados de discriminación racial.
Esta manera de pensar se basaba en gran manera en prácticas de
planificación convencional. Si las políticas, ya fueran sobre ferrocarril o
autobús, favorecían a la ciudad de Los Ángeles sobre el resto del conda-
do, se consideraba por muchos como una discriminación inaceptable.
Aunque se reconociera que las minorías raciales y étnicas merecían una
atención especial, la MTA argumentó con montañas de datos que todo
segmento de su planificado sistema de transporte colectivo transporta-
ba, si no a la mayoría, sí a un importante número de minorías y gente
pobre. Que unos cuantos segmentos, como el sistema de metro ligero
Metrolink, que servía al extenso Valle de San Fernando o la Línea Azul a
Pasadena, transportaran principalmente pasajeros blancos sólo era jus-
to en esta lógica de planificación pensada para satisfacer a todos. ¿Cómo
podría haber reclamaciones de discriminación racial y espacial?
La coalición entró en la batalla con una perspectiva estratégica muy
diferente. Argumentaron, con abundantes datos incriminatorios, que
había un largo historial de discriminación por medio de inversiones
28 Prólogo

desproporcionadas y especial atención hacia los servicios de transporte


que servían a los más adinerados, mientras otros usuarios dependientes
a diario del transporte permanecían seria y sistemáticamente desatendi-
dos. Se mostró en un determinado momento que cada viaje de Metro-
link estaba subvencionado con más de 21 dólares, mientras el viaje de
autobús lo estaba con algo más de 1 dólar. Se demostró que cuando se da
prioridad a las necesidades de los pobres dependientes del transporte,
emerge una visión muy distinta de la justicia y de la discriminación, una
visión que reclama cambios significativos en políticas públicas y prácti-
cas de planificación.
Las deliberaciones judiciales revelaron los matices profundamente
incrustados en la planificación del transporte urbano que daban forma
no sólo a las acciones de la MTA sino prácticamente de todas las agen-
cias de planificación del país. El matiz no sólo era cuestión de magni-
ficar un análisis simplista costes-beneficios sino privilegiar intrínseca-
mente a los conductores adinerados y, por ello, discriminar activamente
a aquellos residentes que tenían poca elección aparte de utilizar trans-
porte público para trasladarse al trabajo, a la escuela, al centro de salud,
para ir de compras y a lugares de ocio.
Esta ideología centrada en el coche parecía sumamente racional para
la mayoría de los urbanistas profesionales. Dirigida a proporcionar el
mejor servicio posible para la población en su conjunto, centraba su
atención en la mayoría de usuarios y sus necesidades, una estrategia
aparentemente admirable. En la mayoría de áreas metropolitanas del
mundo en las que, como en Los Ángeles, no existe un sistema de ferro-
carril metropolitano, la mayoría de trayectos se realizan en automóvil.
Esto significa normalmente que el sector del transporte privado supera
al del transporte público o colectivo en niveles de inversión tanto en
términos absolutos como per capita, especialmente cuando se incluyen
todos los gastos públicos para la construcción y el mantenimiento de
calles y carreteras, así como los precios de los automóviles, seguros, etc.
Cuando los planificadores del transporte bienintencionados inclu-
yen cuestiones relativas al transporte de masas en estos términos, espe-
cialmente cuando se trata de elegir entre el ferrocarril y el autobús, el
autobús suele perder casi siempre. Aunque sistemas ferroviarios como
Prólogo 29

el BART o cualquiera de los sistemas construidos más recientemente


nunca alcancen los objetivos más optimistas de sus promotores a la hora
de sustituir los desplazamientos en coche privado, siempre se habrán
evitado miles de viajes en automóvil. Los autobuses también pueden
sacar a los usuarios de sus coches pero continuarán bloqueando las ca-
lles y contaminando, salvo que se realicen mayores inversiones. Cuando
la mayoría se traslada en coche, o al menos así se percibe por los pla-
nificadores del transporte, la inversión en ferrocarril tiende a ser más
atractiva que la mejora del transporte en autobús. Y para la mayoría,
la urgencia de parecerse más a Nueva York, o a Londres o a París, in-
tensificaría esta postura y haría que la presión de invertir en ferrocarril
pareciera eficiente y equitativa.
No obstante, en cuanto se reconocen claramente las necesidades in-
mediatas de los pobres que dependen del transporte, todo cambia. Los
Ángeles, considerada la ciudad más suburbana, proporcionó una expre-
sión especialmente visible de la injusticia en el transporte en los noven-
ta, con su masiva aglomeración de trabajadores inmigrantes pobres en
la densa corona que rodea el distrito de los negocios. Muchos de los que
dependen del transporte realizan varios trabajos, y habitualmente en
varios lugares, por lo que casi siempre serán preferibles, y por lo tanto,
urgentes, redes de autobuses flexibles, multimodales y densamente ma-
lladas, frente a sistemas ferroviarios, ya sean ligeros o de gran capacidad,
en superficie o subterráneos.
Como se demostró para Los Ángeles y puede servir probablemente
para casi todas las ciudades de EE.UU., la discriminación o la injusticia
en el transporte ha prevalecido como práctica habitual, casi sin restric-
ciones e incuestionada, durante al menos los últimos ochenta años, o
desde el principio de la era del fordismo. Mantener estas prácticas que
favorecen a la conducción en automóvil no requiere que haya gente dia-
bólica que tome decisiones basadas en la raza intencionadamente, basta
con expertos bien formados que sigan procedimientos convencionales
de toma de decisiones y planificación que favorezcan a los segmentos
más ricos y poderosos de la población urbana. El cuestionamiento y la
necesidad de actuar inmediatamente contra este sistema de discrimina-
ción en el transporte fue uno de los mayores y extraordinarios logros
del caso Labor/Community Strategy Center et al. c. Los Angeles County
30 Prólogo

Metropolitan Transit Authority. La importancia de la decisión no pasaría


desapercibida.

Consecuencias e implicaciones
Por todas sus raíces locales, la victoria del BRU tenía implicaciones
que sobrepasaban con creces la región de Los Ángeles. Si se hubiera per-
mitido que se extendiera como precedente legal hasta sus límites poten-
ciales, habría podido conducir a cambios radicales en la vida urbana a
lo largo del país. Imaginen las posibilidades. Cualquier planificación por
parte de cualquier autoridad pública, ya sea para transporte público o
política sanitaria o para la situación de escuelas y parques de bomberos,
podría ser sometida a un “test de justicia” para determinar si el patrón
de distribución propuesto es justo y equitativo para todas las áreas y
comunidades afectadas, justicia basada en las diferentes necesidades de
ricos y pobres, así como de las poblaciones mayoritaria y minoritaria.
También se podrían aplicar otros test similares a políticas de impuestos,
distribución electoral por distritos, cierres de hospitales, programas de
construcción de escuelas, efectos en la salud de la contaminación del
aire y del agua, emplazamiento de instalaciones tóxicas, prácticamente
toda decisión de planificación y política que influya en la vida urbana.
No sorprende que el acuerdo suscitara reacciones enérgicas. La MTA
y otras autoridades relevantes en la planificación, reforzadas por voces
políticas más conservadoras y algunas liberales, se movilizaron para in-
vertir o sabotear la decisión. Se instaron (y denegaron) recursos judicia-
les. En los medios locales aparecieron indicios de “temor rojo” similares
a los que destrozaron los esfuerzos por construir viviendas públicas en
Los Ángeles en los años cincuenta. Cuando estos temores no se afianza-
ron, hubo más ataques personales contra los dirigentes del BRU.
Las reacciones no se ciñeron a Los Ángeles. El potencial radical de la
decisión BRU y del acuerdo no pasó desapercibido en Washington y en
la administración Bush, especialmente tras la inyección de poder presi-
dencial al sistema judicial del régimen Bush-Cheney. El esfuerzo federal
por prevenir la expansión potencial del precedente legal establecido por
la decisión llegó a un punto álgido en 2001. En el caso Alexander c. San-
doval, basado en un recurso del Department of Transportation federal
Prólogo 31

(DOT, Departamento de Transporte) interpuesto en Alabama contra


exámenes de permisos de conducir realizados sólo en inglés, el Tribunal
Supremo de EE.UU. bloqueó la posibilidad de que continuara utilizán-
dose el precedente del BRU. En una decisión que contó con cinco votos
a favor y cuatro en contra, no sólo consideró que el intento de discrimi-
nación debía de probarse, basándose en decisiones anteriores que de-
bilitaban seriamente al movimiento de derechos civiles en su conjunto,
sino que fue más allá al establecer que personas privadas no pudieran
demandar al DOT u otra agencia federal con base en demandas dispa-
res, esto es, sobre la base de supuestas prácticas discriminatorias. Hubo
otros intentos de limitar el impacto de casos como el del BRU pero nin-
guno fue tan lejos como el Alexander C. Sandoval a la hora de proteger a
las autoridades públicas contra toda demanda antidiscriminación.
La decisión Sandoval supuso una barrera legal frente a los intentos
de ampliar la victoria del BRU más allá de un impacto inmediato y lo-
cal, aunque algunos aún animan a extender el modelo organizativo y
estratégico del BRU a otras ciudades. El impacto local, no obstante, ha
sido impresionante. De acuerdo con la página Web del BRU, se pusieron
a disposición de los usuarios de autobús más de 2 mil millones y medio
de dólares en el periodo de diez años comprendido entre 1996 y 2006.
Se creó la flota de combustibles limpios más grande del país, reempla-
zando más de 1.800 autobuses diesel. Se añadieron al menos un millón
de horas de servicio de autobús, se crearon más de ochocientos trabajos
“verdes” y sindicalizados, los usuarios de autobús incrementaron en un
12 % y se añadieron muchos carriles rápidos de autobús en calles impor-
tantes. Seguramente no haya otras áreas metropolitanas en el país donde
los servicios de autobús hayan mejorado de una manera tan significativa
en los últimos quince años.
El 1 de mayo de 2006, el BRU y el L/CSC ayudaron a organizar el
“Great American Boycott” o, en español, el Gran Paro Estadounidense,
donde posiblemente dos millones de personas se manifestaron pacífica-
mente a favor de los derechos de los inmigrantes y contra la creciente
ola nacional de sentimiento antiinmigrante. Incluso después de la final-
ización del acuerdo, el 29 de octubre de 2006, la coalición estratégica
se había extendido y sus esfuerzos se habían intensificado a la hora de
protestar contra cuestiones como el racismo ambiental y el menosprecio
32 Prólogo

policial a las minorías, las propuestas de nuevos planes de construcción


ferroviaria y los aumentos de las tarifas de autobús, y otras cuestiones
más amplias como la guerra de Iraq. Como se indica en su página Web
actual, el Strategy Center y sus aliados han estado promocionando la
extensión del modelo BRU a otras ciudades, como Atlanta, protestando
enérgicamente contra recientes cambios regresivos en la política de la
MTA, así como ampliando sus publicaciones y programas multimedia.
En 2009, el Strategy Center publicó un Clean Air Economic Justice Plan
(Plan de aire limpio y justicia económica) en el que presentaba un nuevo
modelo de transporte urbano centrado en el autobús, en la justicia am-
biental y el desarrollo económico, que se habría construido sobre fondos
federales del paquete de estímulo económico del Gobierno de Obama.
Hay mucho que aprender de los logros de la coalición estratégica
tras la decisión del BRU y sus continuas luchas. Para los activistas de
movimientos sociales y los académicos progresistas de todo el mundo,
destaca por ser un modelo ejemplar y exitoso de insurgencia urbana por
la búsqueda de una justicia racial, ambiental y espacial. Con un poco de
optimismo estratégico se puede advertir cómo el BRU, junto con otras
coaliciones que surgieron y que se han ido desarrollando en Los Ángeles
en las últimas dos décadas, se han convertido en trampolines para un
movimiento mucho más grande que persigue eliminar injusticias, allí
donde se encuentren. Todo lo que sigue en En busca de la justicia espa-
cial pretende alentar esta posibilidad.
INTRODUCCIÓN

Las cuestiones relacionadas con la justicia no se pueden concebir inde-


pendientemente de la condición urbana, no solo porque la mayoría de la
población mundial vive en las ciudades, sino sobre todo porque la ciudad
condensa las múltiples tensiones y contradicciones que impregnan la vida
moderna.
Erik Swyngedouw
Divided Cities, 2006

Así como ninguno de nosotros está por encima de la geografía, tam-


poco está completamente libre de la lucha por la geografía. Esa lucha es
compleja e interesante, porque no es solo sobre soldados y cañones, sino
también sobre ideas, sobre formas, sobre imágenes y fantasías.
Edward Said
Culture and Imperialism, 1993

El caso Bus Riders Union proporciona un comienzo sugerente para


una amplia exploración de la justicia espacial como concepto teórico,
un punto central para el análisis empírico y un objetivo para la acción
social y política. Guiando esa exploración desde el principio, se trata de
la idea de que la justicia, se defina como se defina, tiene consecuencias
geográficas, una concepción espacial que es algo más que una simple
reflexión de fondo o un conjunto de atributos físicos que se trazan des-
criptivamente. Como se sugiere en las citas de arriba, la geografía, o
“espacialidad”, de la justicia (usaré los dos términos de manera indis-
tinta) es un componente integral y formativo de la propia justicia, una
parte vital de cómo la justicia y la injusticia se construyen socialmente y
evolucionan con el tiempo. Visto así, la búsqueda de la justicia espacial
deviene fundamentalmente, casi inevitablemente, una lucha por la geo-
grafía, parafraseando a Edward Said.
Esta lucha definitiva por la geografía se entiende mejor desde una
perspectiva espacial asertiva, que enfatice lo que puede describirse
como el poder explicativo de las geografías que emergen de la justicia.
Dicho de otro modo, estas geografías emergentes no son sólo el resul-
34 Introducción

tado de procesos sociales y políticos, también son una fuerza dinámica


que afecta a estos procesos de diferentes maneras significativas. Como
espero demostrar, una perspectiva espacial asertiva y explicativa nos
ayuda a tener un mejor sentido teórico y práctico sobre cómo se crea, se
mantiene y se cuestiona la justicia social, como un objetivo de la acción
social democrática.
Esta contundente postura es más que una simple reclamación de “el
espacio importa”, que geógrafos como yo hemos estado discutiendo du-
rante décadas. Surge de una manera más ambiciosa de una profunda
creencia, según la cual sean cuales sean tus intereses, pueden avanzar
significativamente adoptando una perspectiva espacial crítica. El pensa-
miento espacial en esta línea no sólo puede enriquecer nuestra com-
prensión de casi cualquier tema sino también añadir potencial para ex-
tender nuestro conocimiento práctico a acciones más eficaces dirigidas
a mejorar el mundo. Alcanzar este potencial de descubrimiento teórico
y empírico, así como de aplicación práctica exitosa, define la promesa y
la premisa particular de En busca de la justicia espacial.
Poner en primer plano esa perspectiva espacial asertiva merece una
mayor explicación, tanto para el público en general como para la au-
diencia académica, haciendo hincapié en que el pode r afectivo y ex-
plicativo del espacio es relativamente desconocido, y para algunos,
bastante controvertido. No sorprende por ello que muchos sociólogos
subrayen la perspectiva sociológica e histórica, más que la geográfica.
Se otorga una atención primordial a los procesos sociales y a la con-
ciencia social a medida que se desarrollan en el tiempo en comparación
con lo que se podría llamar procesos espaciales, conciencia espacial y
desarrollo espacial. De hecho, para muchos lectores, sospecho, colocar
la palabra espacial junto a otras como procesos, conocimiento, desarro-
llo, y, más específicamente, justicia, democracia y Derechos Humanos
podría parecer que desentona. Más que verse como una fuerza impor-
tante de acción social (y en consecuencia que influye en la búsqueda de
justicia social), la dimensión espacial ha sido tratada tradicionalmente
como un tipo de fondo fijo, un entorno físicamente formado que, cier-
tamente, tiene cierta influencia en nuestras vidas pero permanece ajeno
al mundo social y a los esfuerzos para hacer que el mundo sea más justo
socialmente.
Introducción 35

Durante al menos el pasado siglo, pensar sobre los aspectos histó-


ricos y sociales interrelacionados de nuestras vidas tendía a ser mucho
más importante y ampliamente extendido en la práctica que destacar
una visión crítica espacial. Reflexionar desde una perspectiva histórica
ha sido de alguna manera más estimulante intelectualmente que hacerlo
desde una perspectiva espacial o geográfica. Puede que no exista ningu-
na razón que justifique haber privilegiado la historia sobre la geografía
o, en términos más abstractos, el tiempo sobre el espacio, pero tal privi-
legio persiste en la corriente principal de la filosofía y la ciencia social,
así como en la teoría y práctica más radical o social. También contribuye
fuertemente a formar el imaginario popular.
En años recientes, sin embargo, la manera en que interpretamos la
relación entre los aspectos sociales, históricos y espaciales de nuestras
vidas ha empezado a cambiar en diferentes maneras significativas. Una
visión nueva y diferente de pensar el espacio y la espacialidad ha empe-
zado a emerger junto con lo que se ha descrito como un giro espacial que
afecta a casi todas las ciencias humanas. Como se discute en el Capítulo
1, el giro espacial se encuentra aún en una primera fase, pero ya se ha
desarrollado lo suficiente para sugerir que está empezando a producirse
un reequilibrio entre las facetas social, histórica y espacial, sin que nin-
guna de esas maneras de ver e interpretar el mundo se privilegie inhe-
rentemente sobre las demás.
El principal impulso para el resurgimiento y la difusión del pensa-
miento espacial y de la teoría espacial partió inicialmente de expertos
críticos en geografía humana pero se ha desarrollado en los últimos años
por académicos de muy variadas disciplinas, desde arqueología, arte y
antropología, hasta Derecho, teología y economía. Aunque las facetas
histórica y social siguen estando privilegiadas, posiblemente nunca an-
tes en los últimos 150 años la perspectiva crítica espacial había estado
tan extendida ni había sido tan influyente. A medida que las geografías
emergentes se entienden mejor, variados conceptos y temas que hasta
entonces habían sido raramente vistos desde una perspectiva espacial
crítica, tales como el capital social y la justicia social, están siendo signi-
ficativamente espacializadas en términos de causas y efectos.
Dos ideas fundamentales que ya han sido mencionadas han ido con-
duciendo esta difusión interdisciplinar del pensamiento espacial. La
36 Introducción

primera hace referencia a la posibilidad prometedora de que aplicar la


visión espacial asertiva utilizando facetas que han sido relativamente
descuidadas en el pasado, puede abrir nuevas fuentes de conocimiento
y aplicaciones prácticas y teóricas innovadoras. Completando esta ex-
pectativa, en segundo lugar, la idea de que existe una influencia mutua
y una relación formativa entre las dimensiones social y espacial de la
vida humana, cada una dando forma a la otra de manera similar. En
esta noción de dialéctica socio-espacial, como la llamé hace un tiempo,
se percibe la espacialidad de cualquier tema como dando forma a las re-
laciones sociales y al desarrollo de la sociedad, casi tanto como los pro-
cesos sociales configuran y dan sentido a las geografías o espacialidades
humanas en las que vivimos. Juntas, estas dos ideas ayudan a explicar
qué se entiende por geografías emergentes, visión espacial asertiva y po-
der explicativo del pensamiento espacial.
Continúa existiendo una resistencia importante frente a este enfoque
eminentemente espacial, y no sólo por parte de aquéllos que conside-
ran que la concepción sociológica e histórica es superior e indiscuti-
ble. Muchos geógrafos, por ejemplo, ven el llamado giro espacial como
poco más que una moda pasajera, promoviendo en otras disciplinas una
perspectiva espacial superficial que carece de rigor y profundidad en su
propia manera desarrollada y asentada de pensar y escribir sobre el es-
pacio. Algunos de esos geógrafos críticos pueden pretender que aceptan
la idea básica de una dialéctica socio-espacial, pero casi todos tienden
en sus escritos a dar mayor importancia a cómo los procesos sociales
dan forma a las geografías —como la formación de clases, la estratifi-
cación social o las prácticas racistas o machistas— que a cómo afectan
éstas activamente a los procesos y a las formas sociales.
Esta asimetría persistente entre la explicación social y espacial refleja
en parte una cautela disciplinaria de larga duración entre geógrafos en
contra de dar demasiado poder causal a la espacialidad de la vida social
por miedo a caer en el determinismo ambiental simplista que afectó al
pensamiento geográfico en el pasado. Sin embargo, al pensar de esta
manera excesivamente prudente se pierde demasiado, haciendo casi in-
visibles, entre otras, las fuerzas políticas que emanan de las geografías
que hemos creado y en las que vivimos nuestras vidas. En esta visión
espacial más prudente, el espacio tiende a ser visto como poco más que
Introducción 37

un receptáculo. Las cosas le suceden y suceden en él, lo que nos ayu-


da a explicar la formación de geografías más o menos humanas pero
bloqueando la visión de cómo el espacio está activamente involucrado
en generar y mantener desigualdad, injusticia, explotación económica,
racismo, sexismo y otras formas de opresión y discriminación.
De estas controversias doctrinales ha surgido un peculiar sesgo con-
tra el uso del término específico justicia espacial. Hasta el siglo XX, por
ejemplo, solo hubo un corto artículo con esas palabras en el título, un
panfleto, y ni un libro publicado. Ha sido incluso difícil encontrar la ex-
presión justicia espacial en algún texto del siglo XXI, ni siquiera cuando
el tema tiene que ver con la relación entre justicia y geografía o justicia
social y ciudad. Cuando se aborda la cuestión de la justicia desde una
perspectiva espacial, se utilizan otros términos como justicia territorial,
justicia ambiental, urbanización de la justicia o simplemente geografía
de la justicia social.
Con el fin de resaltar la espacialidad consecuente de la justicia social
y su conexión con nociones relacionadas con la democracia y los Dere-
chos Humanos, prestaré especial atención a continuación al uso explíci-
to del término justicia espacial. Resaltando la dialéctica socio-espacial,
también adoptaré desde el principio la postura de que la espacialidad de
la (in)justicia (combinando justicia e injusticia en una palabra) afecta a
la sociedad y a la vida social tanto como los procesos sociales dan forma
a la espacialidad o a la geografía específica de la (in)justicia. Dadas las
limitaciones constantes que se plantean a la hora de pensar de esta ma-
nera, en cada uno de los tres primeros capítulos vuelvo a clarificar qué
se entiende por una perspectiva espacial asertiva y a explorar el nuevo
conocimiento espacial que ha emergido a lo largo de los últimos diez
años desde que se ha extendido más su aplicación. Pido disculpas por
adelantado a aquellos lectores que, estando de acuerdo o no, encuentren
estos argumentos repetidamente conocidos y quizá innecesariamente
elaborados. Para todos los lectores, sin embargo, mi objetivo es claro:
estimular nuevas vías de pensamiento y actuación para cambiar las in-
justas geografías en las que vivimos.
Antes de continuar, debemos clarificar unos cuantos aspectos adi-
cionales. Resulta importante resaltar que la búsqueda de la justicia es-
pacial no pretende sustituir, o constituir una alternativa, a la búsqueda
38 Introducción

de la justicia social, económica o ambiental. En lugar de ello, persigue


servir como un medio de amplificar y extender estos conceptos en nue-
vas áreas de conocimiento y práctica política. Hablar de justicia espacial
no significa que la justicia venga determinada sólo por su espacialidad,
pero tampoco debería verse la justicia espacial como simplemente uno
de los muchos componentes o aspectos diferentes de la justicia social a
medir comparativamente por su fuerza relativa. Esta postura relativista
olvida la dialéctica socio-espacial, por la que lo social no sólo compren-
de lo espacial, sino que también está comprendido en él. Dentro de esta
postura, todo lo que es social (la justicia incluida) es simultánea e inhe-
rentemente espacial, de la misma manera que todo lo espacial, al menos
por lo que respecta al mundo humano, está simultánea e inherentemen-
te socializado.
No proporcionaré una definición de recetario de justicia espacial
pero permitiré que su significado evolucione y se expanda capítulo a
capítulo, desde su descripción inicial —lo que surge de la aplicación de
una visión espacial crítica—, a lo que se conoce más comúnmente como
justicia social. También quiero aclarar que explorar la espacialidad de
la justicia y sus expresiones en las luchas por la geografía no es sólo un
ejercicio académico sino que tiene más objetivos ambiciosos de corte
político y práctico. Ver la justicia espacialmente persigue sobre todo im-
pulsar nuestro conocimiento general de la justicia como un atributo y
una aspiración vitales en todas las sociedades. Busca promocionar for-
mas más progresistas y participativas de política democrática y activis-
mo social, y proporcionar nuevas ideas sobre cómo movilizar y mante-
ner unidas coaliciones y confederaciones regionales de organizaciones
de base y movimientos sociales preocupados por la justicia.
Retomando la cita introductoria de Erik Swyngedouw, la urbaniza-
ción y la condición urbana tendrán un papel central en En busca de la
justicia espacial. Debe destacarse, sin embargo, que el impresionante
impacto de la urbanización no se limita a las fronteras administrativas
formales de la ciudad. El proceso de urbanización y, con ello, lo que pue-
de llamarse la urbanización de la (in)justicia se generan principalmente
en densas aglomeraciones urbanas, pero en la actual globalización ace-
lerada, la condición urbana ha extendido su influencia a todas las áreas:
rural, suburbana, metropolitana, exurbana, incluso áreas vírgenes, par-
Introducción 39

ques, desierto, tundra y bosque tropical. En este sentido, el mundo en


su conjunto ha sido o está siendo urbanizado hasta cierto punto, dando
relevancia a la búsqueda de la justicia espacial en diferentes escalas geo-
gráficas, desde la más global a la más local, y en medio, en todas partes.
Esta visión más amplia del proceso de urbanización conecta la bús-
queda de la justicia espacial con las luchas por lo que se ha llamada
el derecho a la ciudad, una idea cargada políticamente, sobre Derechos
Humanos en un contexto urbano, que se creó originalmente hace más
de cuarenta años por Henri Lefebvre, tal vez el filósofo y teórico ur-
banista espacial más creativo del siglo veinte. El concepto original de
Lefebvre estaba lleno de potentes ideas sobre la geografía emergente de
la vida urbana y la necesidad por parte de los más afectados por la con-
dición urbana de tomar un mayor control sobre la producción social del
espacio urbano. La lucha por el derecho a la ciudad vista de esta manera,
como una reivindicación de mayor control sobre cómo los espacios en
que vivimos son producidos socialmente estén donde estén, se transfor-
ma virtualmente en sinónimo de búsqueda de justicia espacial.
En los últimos años, el derecho a la ciudad ha sido revivido polí-
ticamente por movimientos sociales globales, nacionales, regionales y
urbanos, que han estimulado una convergencia mutuamente reforzada
entre estas dos versiones de lucha por la geografía: la lucha por la jus-
ticia espacial y por los derechos democráticos al espacio urbano. Esta
convergencia se aborda de diferentes maneras. En el Capítulo 2, se trata
la discusión sobre la urbanización y la globalización de la (in)justicia
de la manera en que se expresan empíricamente en varias escalas geo-
gráficas. En el Capítulo 3, se aborda la idea del derecho a la ciudad con
más detalle como parte del desarrollo de una teoría espacial de la justi-
cia. Se presta especial atención a las ideas originales de Lefebvre y a las
revisiones evolucionadas y más contemporáneas de David Harvey, tal
vez el rival más cercano a Lefebvre como teórico líder del urbanismo
espacial. En el Capítulo 4 se retoma la búsqueda de la justicia espacial en
términos del derecho a la ciudad; el mismo trata el resurgimiento de las
formas innovadoras de formación de coaliciones en Los Ángeles en los
últimos cuarenta años. Al final del último capítulo, las luchas por la jus-
ticia espacial y el derecho a la ciudad se volverán a analizar brevemente
a la luz de la actual crisis financiera.
40 Introducción

Me aproximo a la búsqueda activa de justicia espacial y de derechos


democráticos más sociales en la ciudad con un sentido de optimismo
estratégico, y espero que a aquéllos que lean lo que tengo que decir les
afecte un sentimiento similar. Tal optimismo proviene parcialmente de
la necesidad, una urgente necesidad de encontrar algunas fuentes de
esperanza en un mundo que erosiona libertades civiles y degrada la de-
mocracia participativa. Deben encontrarse vías para reclamar y mante-
ner políticas democráticas activas y exitosas, para alcanzar la justicia y
reducir la opresión y la explotación de todo tipo, y deben mantenerse
radicalmente abiertas a ideas nuevas e innovadoras. Esto es especial-
mente importante cuando la economía mundial se hunde en una seria
crisis económica y en una recesión profunda, como ocurre en el mo-
mento de escribir esta introducción.
Resulta necesario dedicar unas palabras al término específico jus-
ticia, que también ha estado experimentando un renacimiento como
fuerza movilizadora y objetivo estratégico en la política contemporánea.
Desde lo global a lo local, pasando por todas las escalas geográficas, de-
terminadas variaciones en la agitada demanda de trabajos relacionados
con la justicia, con la paz y la justicia, con el desarrollo y la justicia, están
presionando a los gobiernos para tratar con más eficacia el problema
del empeoramiento de la desigualdad económica, el conflicto intercul-
tural, la polarización política y la degradación medioambiental. Cada
vez oímos más reivindicaciones acerca de la necesidad de una justicia
ambiental, justicia para los trabajadores, para la juventud, para todos los
que sienten los efectos negativos de la discriminación social y espacial
basada en las razas, en las clases, en el género, en la orientación sexual, y
muchos otros ejes de desigualdad inaceptables. Parece que se está reno-
vando la atención hacia ambas facetas del concepto de justicia espacial.
La doctrina sobre justicia y democracia es abundante, y no preten-
do profundizar en ella tanto como lo haré en relación con el espacio y
la geografía. Discutiré brevemente sobre algunas cuestiones clave de la
teoría de la justicia, pero el principal énfasis recae sobre cómo la justicia
se está usando política y estratégicamente en movimientos sociales de
todo tipo. Mi objetivo es llegar a una audiencia de activistas potencia-
les añadiendo una perspectiva espacial desafiante y políticamente útil
a estos debates sobre la justicia y a las estrategias y tácticas de diversas
Introducción 41

organizaciones dirigidas a alcanzar una mayor justicia y una democra-


cia más igualitaria.
En busca de la justicia espacial se divide en seis capítulos, seguidos
de una extensa sección de Notas y Referencias que contienen una biblio-
grafía completa y comentarios. El Capítulo 1 presenta una breve sinopsis
de los mencionados temas, como por qué y de qué forma el pensamien-
to espacial, así como la búsqueda de justicia en el sentido más amplio,
han ido contando con mayor atención en el mundo contemporáneo, y
por qué y cómo ha emergido Los Ángeles como un centro influyente de
creación de coaliciones comunitarias y de aplicación práctica de la teo-
ría espacial. Asimismo, el primer Capítulo concluye con una discusión
sobre cómo el término específico justicia espacial ha empezado a usarse
hace más de diez años, después de más de un siglo casi ignorado. El
Capítulo 2 subraya e ilustra el amplio ámbito y escala de la justicia es-
pacial. Es ecléctico y de amplio alcance intencionadamente, una especie
de menú degustación que presenta ejemplos empíricos concretos de las
múltiples maneras en que se producen geografías injustas, y de cómo se
afrontan por los actores políticos de diversa índole.
La (in)justicia espacial se sitúa y contextualiza en tres niveles inte-
ractivos de resolución geográfica que se solapan. El primero surge de
la creación externa de geografías injustas a través del establecimiento
de fronteras y de la organización política del espacio. Algunos ejemplos
van desde el apartheid de Sudáfrica y otras formas de control colonial a
esfuerzos más sutiles de manipulación espacial como la manipulación
de distritos electorales y los privilegios legales del derecho a la propie-
dad. En una escala más local, las geografías injustas surgen endógena
e internamente de la distribución de desigualdades creadas a través de
decisiones discriminatorias por parte de personas, empresas e institu-
ciones. En casos como zonas de exclusión, emplazamiento de instala-
ciones tóxicas y formas de segregación racial restrictivas, las geografías
discriminatorias han sido llevadas a los tribunales y se han transforma-
do en el foco de interesantes escritos sobre Derecho y espacio. Se discute
cómo interactúan la raza, el espacio y el Derecho, junto con una rápida
mirada al movimiento de justicia ambiental. La tercera escala de reso-
lución geográfica es más regional, o mesogeográfica, y está enraizada en
las injusticias asociadas al desarrollo geográfico desigual y lo que se des-
42 Introducción

cribe como la globalización de la injusticia. Se presta especial atención


al desarrollo geográfico desigual como un proceso general que subyace
en la formación de la injusticia espacial en la escala “media”, entre lo
urbano y lo global. La búsqueda de la justicia espacial se extiende aquí
para incluir la formación de coaliciones regionales, la búsqueda de de-
mocracia regional y el desarrollo de nuevas estrategias de acción como
el regionalismo basado en la comunidad.
Siguiendo esta ilustrada aproximación de geografías injustas, el Ca-
pítulo 3 se centra específicamente en teorizar sobre la justicia espacial y
trazar cómo ha evolucionado el concepto en el tiempo y en la doctrina
oportuna. La construcción de una teoría espacial sobre la justicia em-
pieza por una mirada teórica hacia la teoría como medio de diferenciar
entre las facetas normativa, positiva y crítica. A esto sigue una incursión
en el abstracto ámbito de la ontología, que se dirige a equilibrar lo que
pensamos sobre la espacialidad existencial, la historicidad y la sociabili-
dad de la vida. Incluso animo a aquellos lectores contrarios a tales discu-
siones tan abstractas a perseverar, porque creo que tal replanteamiento
ontológico es necesario para comprender el poder y el significado de
una perspectiva espacial crítica y para entender el nuevo conocimiento
espacial que ha surgido en los últimos años.
El capítulo continúa con una valoración crítica sobre cómo se ha teo-
rizado la justicia en sí misma, destacando el trabajo de John Rawls e Iris
Marion Young. A continuación, se discute acerca de cómo se aporta a la
teoría de la justicia una dimensión espacial a través de tres corrientes de
intersección de pensamiento: una centrada específicamente en la justi-
cia espacial como tal; otra, en la urbanización de la injusticia social, con
ambas variantes, liberal y marxista; y una tercera que gira alrededor del
derecho a la ciudad. La teorización sobre la justicia espacial se actualiza
en una evaluación crítica de las contribuciones históricas y contempo-
ráneas de David Harvey y Henri Lefebvre, y en cómo estos y otros han
estado estimulando un resurgimiento político de la idea sobre el dere-
cho a la ciudad, especialmente desde una perspectiva multiregional o de
múltiples escalas. También se incluye otra ronda de discusiones sobre el
nuevo conocimiento espacial, volviendo a sus raíces antiguas en el pen-
samiento espacial innovador de Lefebvre y Michel Foucault.
Introducción 43

Los capítulos finales desvían la atención desde la teoría a la práctica,


y a una ejemplificación del resurgimiento de la construcción de coali-
ciones comunitarias en Los Ángeles. El Capítulo 4 empieza con un telón
de fondo de estos desarrollos, vistos a través de una síntesis de investi-
gación local sobre reestructuración urbana y regional y los cambios ra-
dicales que han acontecido en ciudades de todo el mundo en los últimos
treinta años. Se presta especial atención al aumento de la desigualdad en
las rentas y a las polarizaciones sociales que han intensificado injusticias
sociales y espaciales en diferentes escalas. El capítulo continúa con una
discusión sobre las transformaciones ocurridas en la región urbana de
Los Ángeles.
La segunda mitad del Capítulo 4 se centra en el desarrollo de la labor
de las organizaciones comunitarias de Los Ángeles, desde los Watts Riots
(disturbios de Watts) de 1965 hasta el 11 de septiembre de 2001. Des-
tacan los logros innovadores alcanzados en el sindicalismo comunita-
rio influenciado por esas organizaciones, como la United Farm Workers
(Unión de trabajadores agrícolas), el desarrollo de varias corporaciones
de desarrollo comunitario, el activo movimiento por el control de los
alquileres, los primeros ejemplos de luchas por la justicia ambiental, el
nacimiento del movimiento Justice for Janitors (Justicia para el personal
de limpieza) y la exitosa campaña por un salario digno, la expansión de
las luchas por los derechos de los trabajadores, y los desarrollos más re-
cientes por la justicia espacial por medio de coaliciones obreras, comu-
nitarias y universitarias como la Los Angeles Alliance for a New Economy
(LAANE) y la Strategic Action for a Just Economy (SAJE).
El Capítulo 5, que cubre el mismo periodo, aborda el papel de la
Facultad y de los estudiantes del Departamento de Planificación Urbana
de UCLA en la historia de los movimientos sociales de Los Ángeles y en
estimular la acción social y espacial teóricamente informada. Mi objeti-
vo aquí es presentar un estudio de casos que ilustra cómo se pueden for-
mar lazos productivos entre la universidad y la más amplia comunidad
urbana, así como describir el papel que juegan esos vínculos en el resur-
gimiento de la formación de coaliciones comunitarias que se discute en
el Capítulo 4. También describo, con detalles personales, la formación
de un influyente grupo de investigación de geógrafos y urbanistas, con
base principalmente en UCLA, cuyos escritos han llevado a algunos, a
44 Introducción

menudo de manera controvertida, a llamarlo de manera distintiva la


“escuela” de Los Ángeles de estudios críticos urbanos y regionales.
El Capítulo final empieza discutiendo la extensión nacional y glo-
bal de los movimientos sociales por la justicia espacial de Los Ángeles
tras el 11 de septiembre. Se incluye la ampliación de la aplicación de
los Community Benefits Agreements (Pactos de beneficios comunita-
rios), una de las formas más innovadoras de planificación gubernamen-
tal local que surgió en años recientes; las luchas en torno a las tiendas
Wal-Mart ejemplificadas en la batalla por Inglewood; la compleja his-
toria de la South Central Farm (Huerto de South Central) reflejada en
el documental The Garden nominado a los Óscar en 2008; y la reciente
formación de lo que es hoy una representación nacional del Right to the
City Alliance (Alianza por el derecho a la ciudad). El Capítulo y el libro
concluyen con un breve comentario sobre la justicia espacial y las luchas
por el territorio y el derecho a la ciudad, a la luz de la crisis económica
de la burbuja de crédito del capitalismo neoliberal de 2008.
En estas páginas no me centro en los movimientos laborales, ni en
las organizaciones comunitarias o grupos étnicos o religiosos. El énfasis
está en la construcción de coaliciones, en cómo diversas organizaciones
se unen para cooperar en las luchas por la justicia social y espacial. Es en
esta unión de grupos activistas y movimientos sociales donde la justicia
espacial es más importante. Me centro en Los Ángeles no sólo porque
conozco más esta ciudad que otras, sino también porque existen buenas
razones para pensar que la experiencia de esta ciudad en los últimos
veinte años tiene algo especial que decir a los activistas y a los teóri-
cos de todas partes. Este objetivo no pretende excluir ejemplos de otras
ciudades y regiones, sino más bien invitar a realizar comparaciones y
al aprendizaje mutuo. Lo que conecta todo es una perspectiva espacial
asertiva.
1. ¿POR QUÉ ESPACIAL? ¿POR QUÉ
JUSTICIA? ¿POR QUÉ LOS ÁNGELES?
¿POR QUÉ AHORA?
Se está produciendo un cambio de paradigma; tal vez estamos acce-
diendo a un nuevo y vigoroso sentido de ver la lucha por la geografía de
una manera interesante e imaginativa.
Edward Said
Edward Said’s Culture and Imperialism, 1994

ANTEPONIENDO EL ESPACIO
Como espero haber dejado claro, la justicia espacial no es sustitutiva
o alternativa a otras formas de justicia; más bien representa un énfa-
sis particular y una visión interpretativa. También he argumentado que
poner en primer plano la perspectiva crítica espacial y concebir la bús-
queda de la justicia social como una lucha por la geografía incrementan
la posibilidad de abrir nuevos caminos de pensamiento sobre esta ma-
teria, así como de enriquecer ideas y prácticas existentes. La discusión
continúa aquí con una mirada más detallada hacia el resurgimiento del
interés en la visión crítica espacial que se ha desarrollado en los últi-
mos años, y cómo está provocando y se está viendo afectada por nuevos
modos de pensamiento sobre la espacialidad de la (in)justicia y la (in)
justicia de la espacialidad.

El giro espacial
Poner en primer plano los aspectos espaciales de la justicia es una
de las muchas “espacializaciones” que se están generando por lo que
algunos autores llaman actualmente un giro espacial, una difusión sin
precedentes del pensamiento crítico espacial en un amplio espectro de
materias. Sólo algunas disciplinas han otorgado tradicionalmente una
atención especial al espacio y a la espacialidad, principalmente la geo-
grafía, la arquitectura, la planificación urbana y regional y la sociología
46 Edward W. Soja

urbana. Hoy, se extiende más allá de estas disciplinas espaciales, hasta


campos como la antropología y los estudios culturales, el Derecho y el
bienestar social, corrientes postcoloniales y feministas, teología y estu-
dios bíblicos, teorías sociales sobre la raza y la orientación sexual, crítica
literaria y poesía, arte y música, arqueología y relaciones internaciona-
les, economía y contabilidad.
A menudo estas aplicaciones de la visión espacial son superficia-
les, implicando poco más que algunas metáforas espaciales pertinentes
como trazar un mapa sobre esto o aquello o usar palabras como carto-
grafía, región o paisaje para parecer que van con los tiempos. Sin embar-
go, en algunos campos tales como los debates actuales sobre arqueolo-
gía urbana y economía del desarrollo, han surgido radicalmente nuevas
ideas desde una comprensión de la causalidad socio-espacial, podero-
sas fuerzas que nacen de espacios socialmente creados como aglome-
raciones urbanas y economías regionales cohesionadas. Lo que podría
llamarse el estímulo de la aglomeración socio-espacial está siendo hoy
descrito positivamente como la primera causa del desarrollo económi-
co, de la innovación tecnológica y de la creatividad cultural, una de las
reivindicaciones más fuertes nunca realizadas para la causalidad urbana
espacial. Para más información, véase la sección Notas y Referencias.
Afecte a la principal corriente de pensamiento o a la materia más
periférica, este giro espacial y el nuevo conocimiento espacial que ha
generado están empezando a revertir un siglo y medio de relativo des-
precio hacia el pensamiento espacial. Además, ha empezado también a
extenderse una visión espacial crítica más allá del mundo académico,
hacia una esfera pública y política más amplia, como muestra la crecien-
te búsqueda activa de justicia espacial y el derecho a la ciudad. Segura-
mente la organización espacial de la sociedad no había tenido nunca un
reconocimiento tan amplio, particularmente a medida que va tomando
forma en la metrópolis moderna y la economía global expansiva, como
fuerza influyente de formación del comportamiento humano, de la ac-
ción política y del desarrollo de la sociedad.
La visión crítica espacial se ha vuelto cada vez más relevante para en-
tender la situación actual, ya estemos pensando en la creciente interven-
ción de medios electrónicos en nuestras rutinas diarias —tratando de
En busca de la justicia espacial 47

entender los conflictos geopolíticos que se multiplican en todo el mun-


do—, ya busquemos vías para actuar políticamente para reducir la po-
breza, el racismo, la discriminación sexual y la degradación del medio
ambiente. Lo que el lector está leyendo es un producto y una extensión
de esta difusión transversal de la visión crítica espacial desde sus con-
fines académicos originarios hasta la teoría y práctica social y política.
Desde contextos urbanos y locales hasta escalas regionales, nacionales
y globales, una nueva conciencia espacial está apareciendo en debates
públicos en cuestiones clave como Derechos Humanos, inclusión-ex-
clusión social, ciudadanía, democracia, pobreza, racismo, crecimiento
económico y política medioambiental.
Tal y como lo veo, el giro espacial está señalando lo que podría resul-
tar un profundo cambio en todo el pensamiento intelectual y filosófico
afectando a toda forma de conocimiento, desde las esferas abstractas
del debate ontológico y epistemológico hasta la formación de la teoría,
el análisis empírico y la aplicación práctica. En concreto, representa un
creciente cambio desde una era en la que el pensamiento espacial estaba
subordinado al histórico, hacia otra en la que las dimensiones histórica
y espacial de cualquier materia tienen la misma importancia, sin que
una esté inherentemente sobre la otra. Este reequilibrio de las perspecti-
vas espacial e histórica merece una explicación más detallada.
El espacio y el tiempo, junto con sus extensiones más concretas cons-
truidas socialmente, la geografía y la historia, son las cualidades más
fundamentales del mundo físico y social en el que vivimos. Para la ma-
yoría de los autores y un amplio público, sin embargo, resulta más co-
mún pensar la sociedad y las relaciones sociales históricamente —lo que
ha tendido a considerarse potencialmente, si no inherentemente, más
revelador y perspicaz—, que espacial y geográficamente. Pocos negarían
que la comprensión de cualquier tema, en el pasado o en el presente,
avanza significativamente adoptando una visión histórica curiosa. Des-
pués de todo, somos esencialmente seres temporales. Nuestra biografía
define el tiempo que hemos vivido como individuos. El tiempo nos trae
a la vida, atempera nuestra existencia, nos hace contemporáneos inalte-
rable e irreversiblemente, y, al final, inevitablemente temporales.
A través del tiempo creamos también nuestros colectivos, construi-
mos las sociedades y las culturas, las políticas y las economías en las que
48 Edward W. Soja

se inscriben y expresan nuestras experiencias individuales. El tiempo y


el resultado social que produce, la historia, define el desarrollo y el cam-
bio humano, crea problemas y soluciones, motiva, complica, expande,
y eventualmente extingue nuestro ser. Aunque se nos condicione desde
el pasado, hacemos nuestras historias, transformamos la sociedad, nos
movemos de la tradición a la modernidad, producimos justicia e injus-
ticia como atributos sociales, y mucho más.
Lo más relevante del giro espacial y del resurgimiento del interés por
el pensamiento crítico espacial deriva de la creencia de que somos seres
tan espaciales como temporales, que nuestra espacialidad y temporali-
dad existenciales son esencial u ontológicamente equivalentes en cuanto
al poder explicativo y la importancia del comportamiento, interrelacio-
nados en una relación mutuamente formativa. La vida de las personas es
en todos los sentidos espacio-temporal, geo-histórica, sin tiempo ni es-
pacio, historia o geografía; es inherentemente privilegiada por sí misma.
A priori no hay ninguna razón para hacer que una sea más importante
que la otra. Pero a pesar de esta relación de equivalencia, el balance in-
terpretativo entre el espacio y el tiempo, entre las perspectivas espacial e
histórica, ha tendido mayoritariamente a ser distorsionada, al menos en
el pensamiento social occidental, privilegiando el tiempo y la historia en
la formación de casi todos los campos del conocimiento, de la construc-
ción de la teoría académica y de la conciencia pública.
Fui consciente de la persistencia de tal discriminación intelectual
cuando vi la película The History Boys, basada en los escritos autobiográ-
ficos de Alan Bennett y en la premiada obra de teatro de mismo nombre.
Si la han visto, recordarán que el título se refiere a los ocho estudiantes
más brillantes de una escuela de gramática del norte de Inglaterra que
son reciamente educados para ser admitidos en Oxford o Cambridge.
Comparten un interés profundo por la historia y debaten su contenido y
complejidad con gran habilidad, asistidos por un instructor de historia,
aparentemente de lo más equilibrado y perceptivo del profesorado. El
villano principal en todo esto es un director llorón que se regodea en el
logro de los estudiantes pero tiene celos de su inteligencia. Mientras en-
trevista a alguien que cree que puede ayudar a los alumnos a mejorar sus
trabajos, admite a regañadientes que él no fue a Oxford o Cambridge.
“Después de todo, eran los años 50”, dice. “Era un momento más aven-
En busca de la justicia espacial 49

turero. Era geógrafo e iba a [la Universidad de] Hull”. Casi se podía oír la
risita del público, especialmente cuando se componía mayoritariamente
de espectadores británicos: un geógrafo en una universidad menor es
casi lo más lejos que se puede estar del nivel intelectual de aquellos chi-
cos que estudian historia.
El giro espacial ha surgido contra este privilegio continuo de lo his-
tórico sobre lo geográfico. Su objetivo más ambicioso es lograr una res-
tauración, un reequilibrio complementario de interpretación y pensa-
miento histórico y geográfico. Alcanzar esto, al menos en este momento,
implica anteponer la perspectiva espacial en cierto grado, si no privile-
giarla estratégica y temporalmente sobre todas las demás. Esto significa
invertir el orden usual, poniéndola en primer lugar como el principal
foco discursivo y explicativo, como se pretende al espacializar conceptos
como justicia, desarrollo, políticas y urbanismo.
Situarlo en primer lugar no significa que el pensamiento espacial
deba practicarse solo, divorciado de las realidades históricas y de la vida
social. He destacado ya en múltiples ocasiones que anteponer la visión
espacial no supone rechazar los razonamientos histórico y sociológico,
sino un esfuerzo por abrirlos a nuevas ideas y aproximaciones que han
sido sistemáticamente olvidadas y marginadas en el pasado. Fomentar
el giro espacial permite la expectativa de importantes ganancias teóricas
y prácticas para poner en primer plano aspectos espaciales que no han
sido bien desarrollados o aplicados ampliamente en el pasado. Esto a su
vez conlleva nuevas posibilidades para descubrir conocimientos ocul-
tos, teorías alternativas y formas revisadas de comprender, como ha ido
ocurriendo en el descubrimiento de los efectos generadores de la aglo-
meración urbana y en la búsqueda de la justicia espacial.

Hacia una nueva conciencia espacial


Yendo más allá en nuestra argumentación, resulta importante subra-
yar que hoy el pensamiento espacial ha evolucionado en varias direc-
ciones nuevas que lo hacen diferente de la manera en que el espacio fue
concebido y estudiado convencionalmente. Cuando nos referimos aquí
al espacio, es más que una simple cualidad física del mundo material
o un atributo filosófico esencial con dimensiones absolutas, relativas o
50 Edward W. Soja

relacionales. Estas características físicas y filosóficas del espacio han do-


minado el discurso histórico sobre el espacio durante el siglo pasado, es-
pecialmente entre los geógrafos. Siguen siendo importantes para com-
prender actualmente la espacialidad de la vida humana, pero centrarse
sólo en ellos puede alejarnos de una comprensión convincente, activa y
crítica de las geografías humanas.
Aunque algunos puedan pensar que esto es demasiado obvio como
para mencionarlo, la espacialidad de la vida humana debe ser inter-
pretada y entendida, fundamentalmente y desde el principio, como un
producto social complejo, como una configuración del espacio creada
y decidida colectivamente que define nuestro hábitat contextual, una
geografía humana y humanizada en la que todos vivimos nuestras vidas.
Dicho espacio socializado, construido a partir de formas espaciales físi-
cas y naturales, se entrelaza mental y materialmente con nuestros tiem-
pos vividos socializados para crear nuestras biografías y geo-historias.
La vida humana es consecuentemente, y consecuencialmente, espacial,
temporal y social, simultánea e interactivamente real e imaginaria.
Nuestras geografías, al igual que nuestras historias, toman forma ma-
terial de la misma manera en que las relaciones sociales devienen espa-
ciales pero también se representan creativamente como imágenes, ideas
y fantasías, para llevarnos de nuevo a las incisivas citas de Edward Said
mencionadas al inicio.
Sobre la base de este punto de partida fundacional se construyen
otros principios definidores del pensamiento crítico espacial. Como
seres intrínsecamente espaciales que somos desde el nacimiento, esta-
mos comprometidos y obligados a dar forma a nuestros espacios socia-
lizados y, al mismo tiempo, ser formados por ellos. En otras palabras,
hacemos nuestras geografías de la misma manera en que se dice que
hacemos nuestras historias, no en virtud de nuestras propias elecciones
sino en mundos materiales e imaginarios ya creados colectivamente —o
que han sido creados para nosotros—. En este sentido, nuestras vidas
están siempre comprometidas en lo que he descrito como una dialéctica
socio-espacial, con procesos sociales que dan forma a la espacialidad
al mismo tiempo que la espacialidad da forma a los procesos sociales.
Dicho de otro modo, nuestra espacialidad, sociabilidad e historicidad
En busca de la justicia espacial 51

son mutuamente constitutivas, sin que ninguna se privilegie inherente-


mente a priori.
Aquí también ha habido un desequilibrio notable en nuestras tradi-
ciones intelectuales. Aún se otorga un énfasis mayor a cómo los proce-
sos sociales dan forma a la forma espacial, frente a la relación inversa,
esto es, cómo la espacialidad y los procesos espaciales dan forma a las
relaciones sociales de todo tipo, desde la inmediatez de la interacción in-
terpersonal hasta las relaciones de clase y la estratificación social a largo
plazo de los patrones de desarrollo de la sociedad. Incidiendo de nuevo,
no quiero decir que los procesos espaciales sean más importantes que
los sociales o que esté sugiriendo un determinismo espacial simplista.
De la misma manera que en las relaciones entre el espacio y el tiempo, lo
social y lo espacial se interrelacionan dialécticamente, son mutuamente
(y en ocasiones, problemáticamente) formativos y relevantes.
Esta perspectiva y la nueva conciencia espacial que está surgiendo de
ella se esfuerzan por equilibrar las dimensiones de la realidad espacial,
social e histórica, haciendo las tres dinámicamente interactivas y equi-
valentes en el poder explicativo inherente. La producción de conoci-
mientos útiles destacará seguramente uno de esos modos de interacción
sobre los demás, pero no debería haber una disposición predeterminada
a subordinar ninguno de ellos a los otros, como podría decirse que ha
ocurrido cuando el espacio se reduce a la forma física o a un mero re-
flejo o entorno ambiental en los procesos sociales e históricos. Incidir
en el espacio no significa revertir los sesgos del pasado con el fin de
crear un nuevo determinismo espacial, pero tampoco debería haber una
aceptación continuada del historicismo social estrecho de miras que ha
prevalecido en casi todas las ciencias humanas hasta hoy.
La activación, estratégicamente en primer plano, de esta perspectiva
espacial y la extensión de su alcance desde la teoría a la práctica son
incluso el reconocimiento más audaz de que las geografías en las que
vivimos pueden tener en nuestras vidas tanto efectos positivos como
negativos. No son sólo un fondo muerto o un nivel físico neutro del
drama humano, sino que están llenas de fuerzas materiales e imagina-
rias que afectan a acontecimientos y experiencias, fuerzas que pueden
hacernos daño o ayudarnos en casi todo lo que hacemos, individual y
52 Edward W. Soja

colectivamente. Esta es una parte vital de la nueva conciencia espacial,


que permite que nos demos cuenta de que las geografías en las que vivi-
mos pueden intensificar y sostener nuestra explotación como trabajado-
res, pueden apoyar formas opresoras de dominación cultural y política
basadas en la raza, el género y la nacionalidad, y agravar toda forma de
discriminación e injusticia. Sin este reconocimiento, el espacio es poco
más que una complicación de fondo.
Acercarnos a la búsqueda de la justicia espacial es otra realización
fundamental. Desde el momento en que construimos nuestras geogra-
fías multiescalares, u otros más poderosos las han construido para no-
sotros, podemos actuar para cambiarlas o reconfigurarlas con el fin de
incrementar los efectos positivos o reducir los negativos. Estos esfuerzos
por realizar cambios en nuestras actuales configuraciones espaciales, ya
se refieran a redecorar nuestros hogares, a luchar contra la segregación
racial en nuestras ciudades, a adoptar políticas para reducir la desigual-
dad entre países desarrollados y en vías de desarrollo, o a combatir el
cambio climático, no responden a objetivos inocentes o defendidos
universalmente. Son el objetivo y la fuente de propósitos conflictivos,
de fuerzas competitivas y acciones políticas contenciosas a favor y en
contra del statu quo. El espacio no es un vacío. Está siempre lleno de
políticas, ideologías y otras fuerzas que dan forma a nuestras vidas y que
nos retan a comprometernos en la lucha por la geografía.
Al traducir estas ideas como modelo para este libro, podría decirse
que:
• La justicia y la injusticia se infunden en las geografías multiesca-
lares en las que vivimos, desde la intimidad del hogar al desarro-
llo desigual de la economía global;
• Las geografías socializadas de la (in)justicia afectan significativa-
mente a nuestras vidas, creando estructuras duraderas de venta-
jas y desventajas distribuidas de manera desigual;
• Estas geografías y sus efectos pueden modificarse a través de for-
mas de acción social y política.
Queda claro entonces que la búsqueda de la justicia espacial es un
objetivo político vital pero no una tarea sencilla de alcanzar, ya que está
En busca de la justicia espacial 53

llena de fuerzas compensatorias destinadas a mantener geografías exis-


tentes de privilegio y poder. Con esta reformulada visión espacial críti-
ca en mente, examinaremos a continuación el concepto de justicia, que
también está siendo redefinido y reafirmado en el contexto actual.

BÚSQUEDA DE JUSTICIA AHORA


Hay varias definiciones de justicia en el diccionario. Con “J” mayús-
cula (Justice), se refiere al Departamento del Gobierno (federal de Esta-
dos Unidos) responsable de ejecutar las leyes del país. Una definición
relacionada describe al funcionario público autorizado a decidir cues-
tiones llevadas ante un tribunal, como el juez (justice) del Tribunal Su-
premo, o a un nivel muy inferior, el juez (justice) de paz. Siempre dentro
del escenario legal, pero centrándonos más en lo que se discutirá aquí, la
justicia se refiere en la práctica del Derecho al acto de determinar dere-
chos y asignar recompensas y castigos. En este punto se aprecia un vín-
culo clave con el concepto de Derechos Humanos y la raíz etimológica
de la palabra “justicia”, procedente de la vieja justicia francesa, derivada
del latín jus, que significa tanto Derecho (law) como derecho (right). El
término francés droit contiene ese doble significado.
Aunque nunca esté totalmente desarraigado del Derecho y de la ver-
tiente legal, el concepto de justicia tiene un sentido mucho más amplio
como la cualidad de ser justo o equitativo. En este sentido de justicia
(justice) como lo justo (fairness) y junto con la consagración de derechos
legales, el concepto expande su ámbito para aplicarse a muchas otras
facetas de la vida social y del comportamiento diario. Vincula la noción
activa de búsqueda de la justicia con otros conceptos amplios referidos a
las cualidades de una sociedad justa: libertad, igualdad, democracia, de-
rechos civiles. Reclamar que se incremente la justicia o que se reduzca la
injusticia se transforma entonces en un objetivo fundamental de todas
las sociedades, un principio fundacional para maximizar la dignidad
humana y la justicia.
Todos estos términos relacionados se han utilizado como símbolos
políticos de movilización y sensibilización, pero parece que la búsqueda
de la justicia ha obtenido un respaldo más fuerte en el imaginario pú-
54 Edward W. Soja

blico y político actual que sus alternativas. La búsqueda de la libertad


ha añadido tintes cada vez más conservadores, como en la idealización
desenfrenada de la libertad de elección; la libertad se siente de alguna
manera anticuada; la igualdad, como tal, aparece a menudo como inal-
canzable; e incluso la lucha por los Derechos Humanos universales tiene
connotaciones excesivamente abstractas y le falta vincularse a momen-
tos y lugares particulares. Para muchos está surgiendo hoy una nueva
política inclusiva más asentada, que moviliza y guía la acción colectiva.
Aunque resulta difícil de probar de manera concluyente, estoy su-
giriendo que la justicia en el mundo contemporáneo tiende a ser vista
más concreta que sus alternativas, más orientada a las circunstancias de
hoy en día, más abierta a múltiples perspectivas conectadas y, por ende,
a más coaliciones exitosas entre diferentes movimientos sociales. Hoy la
reclamación de la justicia parece estar inspirada en una fuerza simbó-
lica que funciona de manera más efectiva a través de las divisiones de
clase, raza y género para fomentar la conciencia política colectiva, crear
un sentimiento de solidaridad basado en la experiencia compartida y
centrar la atención en los problemas más difíciles del mundo contem-
poráneo en formas que abarcan amplios sectores del espectro político.
La búsqueda de la justicia se ha transformado consecuentemente en
un fuerte grito de guerra de movimientos políticos actuales de muy di-
ferentes clases. Alcanzar concretamente justicia social y económica ha
estado desde hace tiempo en el centro de los debates sobre democra-
cia liberal y ha sido el foco del activismo social y del debate político.
En los últimos años, sin embargo, la fuerza movilizadora del concepto
de justicia se ha extendido a nuevos escenarios políticos. Además de
conocidos indicadores sociales y económicos, ahora muchos términos
nuevos definen tipos particulares de luchas por la justicia y de activis-
mo: medioambiental, racial, trabajador, juvenil, global, local, humano,
comunitario, por la paz, monetario, fronterizo, territorial y, de especial
relevancia aquí, espacial. Para ilustrar el uso cada vez más amplio de la
justicia como un concepto de movilización, se proporciona en el aparta-
do Notas y Referencias un listado parcial de organizaciones nacionales y
regionales actuales y de campañas desarrolladas en Estados Unidos que
contienen la palabra justicia en sus títulos.
En busca de la justicia espacial 55

El porqué de esa creciente atención que parece haberse dado a la


justicia como objetivo político tiene diversas explicaciones. Resulta par-
ticularmente relevante la creciente conciencia de los efectos negativos
sociales, políticos, culturales y medioambientales que derivan de la glo-
balización y de la formación de la Nueva Economía. Muchos se han
beneficiado de la globalización, de la reestructuración económica y de
las nuevas tecnologías, pero también está claro que estos desarrollos han
magnificado las muchas desigualdades ya existentes en la sociedad con-
temporánea, como aquéllas entre ricos y pobres, entre hombres y muje-
res y entre diferentes grupos raciales y étnicos. También han acentuado
otras formas de polarización social y política, como el conflicto por los
recursos entre la población local y la inmigrante, las políticas estatales y
los derechos civiles. Ciudades como Los Ángeles, Nueva York y Londres
se encuentran ahora entre las ciudades del mundo con mayor dispari-
dad en la renta y no sorprende que hayan surgido con fuerza nuevos
movimientos que reclaman justicia en estas ciudades tan globalizadas.
La globalización se ha relacionado también con la reestructuración
estatal y los retos de la dominación política del estado-nación como el
espacio político exclusivo para definir la ciudadanía, los sistemas jurí-
dicos y, por ende, la propia justicia. Las luchas por la justicia se extien-
den más que nunca antes a través de las escalas políticas, de la global a
la local, como observa la teórica política feminista Nancy Fraser en su
reciente libro Scales of Justice: Reimagining Political Space in a Globali-
zing World (2008). Su punto clave se basa en que la teoría de la justicia
necesita reconstituirse en un mundo “post-Westfaliano”, que se refiera a
los orígenes del ahora obsoleto sistema estado-nación. Todas las luchas
por la democracia, la solidaridad y la esfera pública giran en torno a
repensar el concepto de justicia.
Factores ambientales también han afectado a la atención que se pres-
ta a la justicia. El creciente problema del calentamiento global, la ero-
sión de la capa de ozono, los peligros para la salud de los desechos peli-
grosos y la destrucción de las selvas tropicales han extendido el ámbito
y la intensidad del movimiento por la justicia ambiental más allá de lo
que David Harvey (2000) y otros han llamado simplemente “localismo
militante”. La creciente y urgente necesidad de atajar la hambruna, el
genocidio, la deuda del Tercer Mundo, las armas de destrucción masiva,
56 Edward W. Soja

las devastadoras guerras de Iraq y Afganistán y las múltiples amena-


zas a la paz mundial, han dado fuerza al mismo tiempo al movimiento
por la justicia global, el cual, al igual que el movimiento por la justicia
ambiental, se centra a menudo en estrategias y objetivos explícitamente
espaciales.
Estos movimientos sociales y espaciales han extendido la politiza-
ción de la justicia a muy diferentes ámbitos o escalas del activismo so-
cial. Sindicatos, ONGs, organizaciones de base comunitarias y la socie-
dad civil con carácter general han hecho suya la causa de alcanzar una
justicia socio-económica, ambiental y global para promover sus propios
objetivos locales. Esto ha creado una nueva clase de arraigo multiescalar
para el activismo laboral, comunitario y vecinal, en el que las luchas
centradas en la justicia se conectan con campañas y contextos urbanos,
regionales, nacionales y globales más amplios. Particularmente rele-
vante aquí, y en posteriores capítulos donde se discutirán las nuevas
coaliciones comunitarias que surgieron en Los Ángeles, es el concepto
de regionalismo comunitario, noción según la cual los esfuerzos loca-
les de desarrollo de la comunidad se pueden fomentar adoptando una
visión regional y reconociendo cómo la economía regional da forma a
los eventos locales. También ha sido relevante la creación de una World
Charter for the Right to the City (Carta mundial por el derecho a la ciu-
dad), que se discute con mayor detalle en el Capítulo 3.
Seguir promoviendo la consolidación de la justicia como una fuer-
za unificadora para el activismo social ha permitido abandonar un bi-
nomio tradicional relacionado con políticas de igualdad económica y
vinculado con canales de resistencia rígidamente definidos y a menudo
excluyentes basados en clases, razas, género u orientación sexual. En el
desarrollo de lo que algunos llaman la nueva política cultural de la dife-
rencia, simplemente alcanzar la igualdad o destruir la dicotomía de las
relaciones entre trabajo y capital, negros y blancos, hombres y mujeres,
homosexuales y heterosexuales, no es el único objetivo o la única fuerza
directriz. En lugar de ello, el énfasis es inclusivo y combinado más que
exclusivo y estrechamente canalizado hacia la movilización política, está
radicalmente abierto a nuevas bases de apoyo y se dirige a construir
coaliciones efectivas entre movimientos y organizaciones sociales. Aquí,
alcanzar una justicia mayor se transforma en un objetivo más amplio,
En busca de la justicia espacial 57

inclusivo y, por encima de todo, factible, que alcanzar la plena igualdad


o fomentar una transformación revolucionaria.
La justicia ha ido desarrollando en el mundo contemporáneo un
sentido político que trasciende las categorías definidas de raza, género,
clase, nacionalidad y orientación sexual, y otras formas de identidad co-
munitaria o grupos homogéneos y a menudo exclusivos. En esa línea,
la justicia ayuda a unir los diversos movimientos construidos alrededor
de esos concretos ejes en un proyecto común. Concluir esta primera
mirada hacia el concepto de justicia tal y como está siendo utilizado hoy
es otro de los puntos clave que guían los capítulos siguientes; el hecho
de que añadir lo espacial a la justicia en la búsqueda colectiva de una
forma espacializada de justicia social y económica pueda ser particular-
mente efectivo a la hora de proporcionar un “pegamento” organizativo
y motivador que pueda animar y mantener la formación de asociaciones
o coaliciones heterogéneas y plurales. Todos los que están oprimidos,
subyugados o explotados económicamente están sufriendo hasta cier-
to punto los efectos de geografías injustas, y esta lucha por la geogra-
fía puede ser utilizada para construir una mayor unidad y solidaridad
transversal.

SITUAR LOS ÁNGELES EN UN PRIMER PLANO


La búsqueda de la justicia como estrategia organizativa y objetivo
político ha sido particularmente prominente y efectiva en Los Ángeles
durante los últimos veinte años. Liderando este movimiento se encuen-
tran la organización Justice for Janitors (J4J) y las luchas por un salario
digno para todos los trabajadores. J4J también influyó en los aconteci-
mientos de la primavera de 1992 en Los Ángeles, cuando se desplegaron
pancartas proclamando “No Justice-No Peace” (Sin justicia, no hay paz)
en las que muchos llaman hoy Justice Riots (Revueltas por la justicia). La
justicia continúa siendo hoy el centro de revueltas locales por la regene-
ración del empleo y de lo urbano, dado que grupos de activistas sitúan
sus manifestaciones en lugares estratégicos con reivindicaciones que no
pretenden paralizar todo desarrollo, sino alcanzar un “desarrollo con
justicia”.
58 Edward W. Soja

De estas revueltas por la justicia ha resurgido notablemente el movi-


miento obrero, conducido ampliamente a través de nuevas coaliciones
entre sindicatos locales y un amplio elenco de organizaciones comuni-
tarias. Estrategias organizativas innovadoras, especialmente en relación
con trabajadores inmigrantes, y una serie de exitosas campañas orien-
tadas hacia la justicia, han ayudado a transformar lo que se consideró
un entorno intensamente antiobrero en lo que algunos observadores
nacionales ven hoy como el movimiento obrero urbano más enérgico y
eficaz de Estados Unidos.
El auge de la conciencia de barrio y de la política local acompaña a
este resurgimiento del movimiento obrero y lo dirige de alguna manera.
Lo que fue en su día un mundo urbano sin identidad de espacio, en el
que las comunidades locales rara vez incidían en la vida de las personas,
se ha transformado ahora en un hervidero de organizaciones comunita-
rias y de activismo de base que rivaliza con lo que se puede encontrar en
cualquier otra región importante. De esta política basada en el espacio
ha surgido una conciencia regional integradora, de cómo la economía
regional da forma a las condiciones locales de manera significativa. Un
regionalismo estratégico basado en la comunidad apareció en la agenda
de los activistas, facilitando la construcción de coaliciones y la forma-
ción de confederaciones o redes regionales, reuniendo a diversas orga-
nizaciones que rara vez hubieran trabajado juntas en el pasado.
Estos logros locales y regionales destacan aún más en un contexto
económico deteriorado que ha caracterizado a la mayor parte del país
en los últimos treinta años, con grandes pérdidas de empleo y un poder
sindical debilitado. El objeto de los tres últimos capítulos consistirá en
describir cómo pudo acontecer este drástico cambio, por qué ocurrió en
Los Ángeles y examinar concretamente el papel jugado por la incorpo-
ración estratégica de la espacialidad de la (in)justicia en la movilización
y acción organizativa.
La universidad también se relaciona con la historia de la construc-
ción de la coalición comunitaria. Se presta especial atención en el Capí-
tulo 5 a cómo contribuyeron los estudiantes y la Facultad de Planifica-
ción Urbana de la UCLA a la transformación de los desarrollos teóricos
y la investigación práctica en activismo social y coaliciones eficaces.
Esta conexión con la universidad ha sido especialmente eficaz en orga-
En busca de la justicia espacial 59

nizaciones como la Los Angeles Alliance for a New Economy (LAANE,


Alianza de Los Ángeles para una nueva economía), Strategic Action for
a Just Economy (SAJE, Acción estratégica para una economía justa) y la
recientemente formada Right to the City Alliance (Alianza por el dere-
cho a la ciudad).
En las discusiones se apunta que la crítica espacial apareció en el
mundo de la práctica política antes y de una forma más profunda en Los
Ángeles que en otras grandes metrópolis del país. Se infiere también de
este argumento que este desarrollo temprano fue, al menos en parte, un
reflejo de la implicación de la UCLA y posteriormente de otras universi-
dades locales con claustros excepcionales de académicos, especializados
—desde una visión explícitamente espacial— en la teoría y la práctica
de los drásticos cambios que estaban teniendo lugar en ciudades de di-
versas partes del mundo en los últimos cuarenta años. Ese grupo de
profesores interesados por el espacio construyeron sus teorías generales
principalmente sobre estudios empíricos de reestructuración urbana en
la región de Los Ángeles.
Como se destacó anteriormente, no pretendo resolver la cuestión
de si estos acontecimientos merecen ser calificados como una “escue-
la” unificada o no; independientemente de la postura que se adopte en
este debate, hay poco margen de duda en que hubo un notable interés
en la investigación académica y en la doctrina en Los Ángeles después
de mediados de los años 70 y que tuvo una influencia significativa en
estudios urbanos y regionales por todo el mundo. Aunque muchos con-
tribuyeron a ello, esta investigación surgió de una forma más profunda
y creativa en los Departamentos de urbanismo y geografía de UCLA
y giraba principalmente en torno a nuevas formas de concebir el de-
sarrollo urbano y regional. También se ha asegurado que estos logros
alimentaban un inusual y estimulador flujo de ideas y experiencias entre
la universidad y los activistas sociales locales y regionales y las organiza-
ciones obreras y comunitarias.

APLICACIONES CONTEMPORÁNEAS
Antes del fin del siglo XX, la expresión específica justicia espacial
no aparecía prácticamente en la doctrina, al menos en inglés. Como se
60 Edward W. Soja

discutirá con más detalle en el Capítulo 3, las únicas publicaciones que


usaron justicia espacial en sus títulos fueron un artículo de prensa (Pirie
1983) y un folleto sobre “interdictory space” (Flusty 1994). No obstante,
desde el año 2000, la utilización de este término se ha extendido. La
discusión que sigue en las próximas líneas continúa aportando nuevos
elementos a la evolución de la definición de justicia espacial e ilustra
cómo se usa el término actualmente.
Encontrarán referencias a la justicia espacial a lo largo de mi libro
Postmetropolis (2000) y su amplio estudio de los procesos de restruc-
turación generados por la crisis que han reconfigurado la metrópolis
moderna en los últimos cuarenta años. Para equilibrar el panorama más
bien sombrío de las nuevas formas urbanas que estaban surgiendo en
Los Ángeles y otras regiones urbanas amplias, con su creciente desigual-
dad económica y su desenfrenada polarización social, concluí el libro
con algunos guiños de esperanza y optimismo en un apartado titulado
“New Beginnings: Struggles for Spatial Justice and Regional Democracy”
(Nuevos comienzos: luchas por la justicia espacial y la democracia re-
gional). Hice referencia con esperanza y expectación al Bus Rider Union,
a la Los Angeles Alliance for a New Economy (LAANE) y a otras organi-
zaciones locales exitosas como modelos inspiradores para el futuro y
como un añadido a la democracia regional en las luchas por la justicia
espacial, que reflejaban además un nuevo regionalismo que estaba sur-
giendo en aquel momento en el discurso académico local y en las coa-
liciones comunitarias regionales que se habían formado en los años 90
(Pastor, Benner y Matsuoka 2009). En definitiva, En busca de la justicia
espacial se gestó en esas ocho páginas finales.
Mustafa Dikec, estudiante de Doctorado en urbanismo de UCLA en
aquel momento, tomó la iniciativa al publicar una teoría más elaborada
y explícita del concepto de justicia espacial en “Justice and the Spatial
Imagination”. Tras empezar con una cita de G. H. Pirie, cuyo artículo
“On Spatial Justice” se publicó en 1983 en la misma revista, Environment
and Planning A (Dikec, 2001), estudió la doctrina relevante y desarrolló
su propia “formulación dialéctica de la espacialidad de la injusticia y de
la injusticia de la espacialidad”. Describió la espacialidad de la injusticia
centrándose en cómo la injusticia se ve afectada por el espacio, mientras
En busca de la justicia espacial 61

la injusticia de la espacialidad hace hincapié en cómo la injusticia se crea


y se mantiene a través del espacio.
Sin extenderse en esta distinción, Dikec continúa señalando algunas
conclusiones políticas importantes, anticipando las crecientes conexio-
nes existentes entre la búsqueda de la justicia espacial y las luchas por
el derecho a la ciudad. Llama al desarrollo de nuevas sensibilidades ur-
banas espaciales y a un nuevo discurso ideológico que active la reivin-
dicación de la justicia espacial (mencionando el Bus Riders Union como
ejemplo) inspirados en la idea del derecho a la ciudad y los derechos re-
lacionados con la diferencia y la resistencia. En posteriores investigacio-
nes, Dikec llevó esas ideas al mundo de la política urbana francesa para
valorar las injusticias en la construcción de las banlieues dominadas hoy
por inmigrantes y de los densos barrios del centro de París y de otras
ciudades francesas grandes, que explotaron en disturbios en 2005. Reto-
maré su trabajo en las banlieues en el siguiente capítulo, como ejemplo
de cómo la injusticia espacial se produce de arriba hacia abajo a través
de la organización política del espacio.
La publicación más centrada y más completa sobre esta materia de la
década fue un número doble especial publicado en 2007 sobre justicia
espacial de Critical Planning, la revista indexada sobre urbanismo de
UCLA gestionada por estudiantes. Se reseñan una serie de artículos que
contenían justicia espacial en los títulos en el apartado Notas y Referen-
cias. Y aquí un breve extracto de la nota editorial:
– [E]l renovado reconocimiento de la importancia del espacio ofrece nue-
vas perspectivas para entender no sólo cómo se generan injusticias a través
del espacio, sino también cómo los análisis espaciales de la injusticia permi-
ten avanzar en la lucha por la justicia social, impulsando reivindicaciones
y prácticas de activismo concretas por la justicia social que hacen visibles
tales reivindicaciones. Entender que el espacio —como la justicia— nunca
se entregó o se dio simplemente, sino que ambos se produjeron socialmente,
se experimentaron y se construyeron en ámbitos en constante cambio social,
político, económico y geográfico, significa que la justicia —si se alcanza con-
cretamente, se experimenta y se reproduce— debe comprometerse en térmi-
nos tanto espaciales como sociales.
– Por lo tanto, aquéllos con poder para producir los espacios físicos en los
que habitamos a través del desarrollo, de la inversión, de la planificación —
así como a través del activismo de base— tienen también el poder de perpe-
tuar las injusticias y/o crear espacios justos. […] Qué debe entenderse por un
62 Edward W. Soja

espacio justo debe quedar necesariamente abierto, pero debe enraizarse en la


negociación activa de múltiples actores, en la búsqueda de maneras producti-
vas de construir solidaridad a través de la diferencia. Este espacio —en cuanto
proceso y producto— es público por definición, en el sentido más amplio; la
oportunidad de participar en la configuración de su significado es accesible
a todos. […] Por lo tanto, la justicia no es abstracta, no es algo simplemente
“dado” o repartido por el Estado, es más bien una responsabilidad compartida
de ciertos actores comprometidos con los sistemas socio-espaciales en los
que habitan y se (re)producen.

Se organizó una exposición sobre Just Space(s) en el otoño de 2007


en el Los Angeles Contemporary Exhibitions Center (LACE, Centro de
exhibiciones de arte contemporáneo de Los Ángeles) para coincidir con
la publicación de ese número especial de Critical Planning. La exposi-
ción y los paneles de discusión pretendieron no sólo mostrar las injusti-
cias del mundo sino también animar a una participación más activa en
crear más espacios justos.
En marzo de 2008, se celebró en la Universidad Paris X-Nanterre
la primera conferencia internacional sobre justicia espacial (“Justice et
Injustice Spatiales”), en el mismo lugar donde surgió el levantamiento de
mayo de 1968, casi exactamente 40 años antes. En esa misma Universi-
dad, situada cerca de una de las densas banlieues, enseñó durante mu-
chos años Henri Lefebvre, el filósofo francés que acuñó el concepto del
derecho a la ciudad y cuyo nombre se puso al auditorio principal donde
se desarrollaron las sesiones plenarias. Varios ponentes examinaron la
justicia espacial y su relación con la planificación urbana y regional, la
globalización, la segregación, las políticas ambientales y la identidad
cultural. El principal organizador de la conferencia fue Philippe Ger-
vais-Lambony, Profesor en Nanterre y especialista en Sudáfrica.
El concepto de justicia espacial ya había aparecido en estudios sobre
geografía y urbanismo franceses. La obra del geógrafo Alain Reynaud
Societé, espace et justice: inégalités régionales et justice socio-spatiale, fue
publicada en 1981 y los ensayos de Lefebvre sobre el concepto de dere-
cho a la ciudad continúan siendo influyentes, aunque algo menos in-
tensos en las últimas décadas del siglo XX. De esa conferencia surgió
una nueva revista bajo el liderazgo de Gervais-Lambony, con el nombre
bilingüe Justice Spatiale/Spatial Justice.
En busca de la justicia espacial 63

Entre los presentes en la conferencia se encontraban Peter Marcuse


y Susan Fainstein, dos figuras preeminentes en el urbanismo y la teoría
de la planificación y promotores de un discurso paralelo sobre la justicia
espacial y el derecho a la ciudad alrededor de una búsqueda normativa
de lo que llamaban una “ciudad justa”. El discurso es predominantemen-
te normativo, reflejando una fuerte tradición utópica entre los teóricos
de la planificación. Raramente adopta una visión espacial crítica, pero
la llamada intrínseca a su concepto de justicia infra-espacializado ha
atraído a muchos geógrafos y otras personas, que prefieren no resaltar
una forma más contundente de explicación espacial. De ese modo, ha
captado la atención de una manera creciente en los actuales debates teó-
ricos y prácticos sobre justicia espacial y el derecho a la ciudad.
En los últimos años, el concepto específico de justicia espacial ha
empezado a entrar en los currículos universitarios y en los institutos de
investigación, así como en los manuales de licenciatura. Por ejemplo,
Social Well-Being and Spatial Justice (Bienestar social y justicia espacial)
es ahora un grupo de investigación y de docencia en el Departamen-
to de Geografía de la Universidad de Durham (Reino Unido); Social
Exclusion and Spatial Justice (Exclusión social y justicia espacial) es un
curso del Departamento de Geografía de la Universidad de Newcastle
(Reino Unido); y en el Departamento de Geografía de la Universidad de
Vermont se enseña Spatial Justice in the United States (Justicia espacial
en Estados Unidos). Además, un módulo online titulado Global Theme
II: Spatial Justice (Tema global II: justicia espacial) forma parte de un
ensayo introductorio sobre geografía humana escrito por Sallie Marston
y Paul L. Knox. En el mismo se proporciona una definición básica de
justicia espacial y prepara a los alumnos para un ejercicio sobre cómo
las injusticias espaciales producen y agravan los problemas locales, na-
cionales y globales relacionados con la salud e incrementan la obesidad.
Aunque no usen el término específico, merece también la pena men-
cionar dos iniciativas adicionales relativas a la enseñanza de la justicia
espacial. El Summer Institute for the Geographies of Justice (SIGJ, Insti-
tuto de verano sobre las geografías de la justicia), organizado por An-
tipode: A Radical Journal junto con el International Critical Geography
Group (ICGG, Grupo internacional de geografía crítica), se celebró en
Georgia, Estados Unidos, en 2007, y en 2009 en Manchester, Reino Uni-
64 Edward W. Soja

do. Entre los temas estudiados se incluyeron el activismo geográfico, las


geografías públicas, las fronteras de la justicia en la geografía, el trabajo
y la investigación de movimientos sociales y el futuro de las geografías
radicales/críticas.
La segunda iniciativa se plasma en un trabajo del geógrafo Heidi
Nast: “Statement of Procedure in Developing a Certificate Program in
International Spatial Justice and GIS”, que constituye una parte de una
serie patrocinada por el People’s Geography Project de la Universidad de
Siracusa y dirigida por Don Mitchell, autor de Right to the City: Social
Justice and the Fight for Public Space (2003) y de artículos en revistas
sobre la injusticia de la geografía y las escalas de la justicia. Mientras
estas actividades se relacionan estrechamente con el concepto de justicia
espacial tal y como se ha definido aquí, es significativo por el contrario
el aparente rechazo a este término específico por parte de muchos geó-
grafos radicales, especialmente aquéllos influenciados por los escritos
de David Harvey, como explicaré en el Capítulo 3.
El concepto de justicia espacial ha entrado claramente en la agenda
contemporánea en diversas áreas. Al mismo tiempo, también han emer-
gido un conjunto de conceptos y discursos relacionados y que se sola-
pan. Algunos, como la idea del derecho a la ciudad, se suman de manera
significativa a la cambiante definición de justicia espacial; otros, como
el discurso sobre una “ciudad justa”, tienden a desviar la atención de los
principales argumentos sobre las posibilidades innovadoras que surgen
de aplicar una visión espacial asertiva y explícita. Continuaré abordan-
do en el Capítulo 3 al menos algunas de estas alternativas a la concreta
noción de justicia espacial. Me centro ahora en las muchas maneras en
que se producen y reproducen geografías injustas.
2. SOBRE LA PRODUCCIÓN DE
GEOGRAFÍAS INJUSTAS
Como resultado o como proceso, la búsqueda de la justicia espacial
puede ser estudiada en múltiples escalas y en muy diferentes contextos
sociales. Ciñendo el concepto al máximo, se puede hablar de geografías
injustas relacionadas con el cuerpo humano, como en los debates sobre
el aborto, la obesidad, la investigación de células madre, el trasplante de
partes del cuerpo, las prácticas sexuales o la manipulación externa del
comportamiento del individuo. En el otro extremo, la geografía física
del planeta está llena de injusticias ambientales definidas espacialmente,
algunas de las cuales se están agravando ahora por el impacto geográ-
fico del cambio climático y del calentamiento global producidos por la
sociedad. Estos dos extremos, el cuerpo físico y el planeta físico, definen
de una manera útil los límites exteriores del concepto de (in)justicia
espacial y las luchas por la geografía, pero no se discutirán más aquí.
En lugar de ello, miraremos ahora cómo las geografías que derivan
de estos conceptos se producen en espacios que se encuentran entre
aquellos límites exteriores, y van en escala desde lo que Michel Foucault
llamó una vez “pequeñas tácticas del hábitat” hasta las expresiones re-
gionales, nacionales y globales del desarrollo geográfico desigual. Cen-
trarse en ejemplos específicos sobre dónde y cómo tiene lugar la (in)
justicia ayuda a fundamentar la búsqueda de justicia espacial en contex-
tos socialmente producidos, en lugar de dejar que flote en abstracciones
idealizadas y llamadas fáciles a los Derechos Humanos y a la revolución
radical.
El contexto y la condición urbanos tienen aquí una importancia
particular. Teniendo en cuenta que la mayor parte de la población vive
ahora en ciudades, contextualizar la (in)justicia espacial requiere esen-
cialmente localizarla en las condiciones específicas de la vida urbana y
en las luchas colectivas para alcanzar un acceso más equitativo de todos
los residentes a los recursos sociales y a las ventajas que proporciona
la ciudad. Sin embargo, como se ha subrayado en la introducción, la
condición urbana y la justicia/injusticia que se asocia con ella no se li-
mitan a una escala territorial concreta. La vida urbana anida dentro de
66 Edward W. Soja

contextos geográficos diferentes, por encima y por debajo del espacio


administrativo de la propia ciudad.
Esto dota a la búsqueda de la justicia espacial de una dimensión re-
gional, nacional y global, así como una expresión localizada y más in-
mediata e íntima. Esta visión multiescalar de la ciudad no es frecuente
pero es clave para entender el alcance y el poder interpretativo de una
perspectiva espacial crítica y fundamental para el desarrollo de una teo-
ría espacial de la justicia y la injusticia. En este Capítulo, exploraremos
el ámbito conceptual y empírico de la espacialidad de la (in)justicia eli-
giendo ejemplos pertinentes de las distintas maneras en que se produ-
cen y reproducen geografías injustas, que responden a tres escenarios
de acción social, distintos pero que se solapan, más o menos definibles
como exógenos o deductivos, endógenos o inductivos, y mesogeográfi-
cos o regionales, concebidos como los espacios intermedios en los que
convergen lo macro y lo micro, lo global y lo local. No se pretende entrar
en detalles sobre los mencionados temas, sino usarlos para ilustrar la
naturaleza multifacética de las luchas por la geografía y para ejemplifi-
car el elenco de contextos que se pueden explorar desde una perspectiva
de justicia espacial.

GEOGRAFÍAS EXÓGENAS Y ORGANIZACIÓN POLÍTICA


DEL ESPACIO
Visto desde arriba, cada lugar de la tierra está cubierto por espesas
capas de organización macroespacial que surgen no sólo de la conve-
niencia administrativa sino también de la imposición del poder político,
de la dominación cultural y del control social sobre los individuos, los
grupos y los lugares que habitan. Estas geografías creadas de manera
exógena van en escala desde las divisiones globales de poder asocia-
do con lo que se ha llamado Primer, Segundo y Tercer Mundos, a las
estructuras gubernamentales internas que han evolucionado dentro de
los estados-nación soberanos y a la densa red de distritos y límites ad-
ministrativos que inciden en prácticamente todas las actividades diarias
independientemente de donde se sitúe uno. Estas geografías de poder
sobreimpuestas o exógenas definen y contextualizan geografías concre-
tas de (in)justicia en todas las escalas.
En busca de la justicia espacial 67

Las banlieues de París


Basándose en su análisis conceptual de la justicia espacial en “Justice
and the Spatial Imagination”, Mustafa Dikec ha centrado su trabajo em-
pírico e interpretativo sobre las injusticias espaciales contenidas implíci-
tamente en las banlieues de inmigrantes que rodean París. Estos densos
suburbios han sido el centro de las mayores revueltas urbanas, siendo
las más graves las acontecidas en otoño de 2005. En su libro, el autor
llama a estos lugares que contextualizan las luchas de inmigrantes y la
insurgencia urbana “badlands of the republic” (2007a). Estos badlands
reales e imaginarios proporcionan una primera visión reveladora de los
muchos marcos materiales y simbólicos —escenarios— de lo que Dikec
llamó la espacialidad de la injusticia y la injusticia de la espacialidad.
Resulta tentador traducir el término banlieue en un sentido lite-
ral como “lugar prohibido” (“banned place”) pero de hecho deriva de
la antigua noción bann (proclamación). Ésta pervive hoy en anuncios
de matrimonios en las iglesias. En tiempos medievales, eran pronun-
ciamientos que se colocaban a menudo en la entrada de las ciudades
para informar a los forasteros de las reglas de convivencia “civilizada” o
“urbana”. Eran indicadores de límites de la civilización urbana y varia-
ban según los temas, desde cómo deshacerse de la basura a los derechos
políticos de un habitante de la ciudad. En tiempos más recientes, no
obstante, las banlieues pasaron a referirse a los suburbios del anillo que
rodea la ciudad, a menudo donde se situaban antiguamente las murallas
de la ciudad. Hasta cierto punto, continúan marcando el límite de una
cultura urbana concreta.
Las banlieues que rodean París han tenido una historia urbana par-
ticularmente interesante. En su mayor parte formaban un anillo de su-
burbios densamente poblado tras la Segunda Guerra Mundial cuando la
mayoría de los trabajadores parisinos se trasladaron fuera del centro de
la ciudad. Algunos han argumentado que este fenómeno formaba parte
en gran medida de un proceso de fragmentación del control político de
la clase trabajadora en la ciudad central y de hacer el centro de París más
accesible a las clases medias locales y al turismo mundial. Esta “limpie-
za” o “trasvase” de la clase trabajadora desde el núcleo urbano de París
fue en muchos sentidos una dramática transformación espacial como la
68 Edward W. Soja

inducida por los bulevares estratégicos del siglo diecinueve diseñados


por el Barón Haussman abiertamente para la eficiencia de movimien-
to, pero con el efecto adicional de crear mejores sistemas espaciales de
control social, especialmente sobre las poblaciones pobres de la ciudad.
El desarrollo económico de la postguerra y esfuerzos posteriores en
la reestructuración urbana espacial conllevaron mayores cambios en
las banlieues. A medida que la próspera población nacional francesa se​​
trasladaba a los suburbios de clase media en expansión, era reemplaza-
da en los peores alojamientos que dejaban atrás por inmigrantes y ciu-
dadanos de las antiguas colonias, creando una geografía volátil de cre-
ciente exclusión económica, negligencia pública y polarización política
y cultural. Al compás de estos cambios, la creciente e injusta geografía
urbana de París estalló en disturbios. Las revueltas y manifestaciones de
mayo de 1968 empezaron en Nanterre, uno de los suburbios que cam-
biaron más rápidamente, situado cerca del nuevo centro de negocios de
La Défense.
Estas condiciones deterioradas se agravaron por políticas urbanas
francesas de antes y después de 1968. Aunque se acompañaron de lo
que parecían ideales y principios democráticos, incluyendo, con falta
de convicción, la noción de Lefebvre de droit à la ville, el derecho a la
ciudad, realmente estaban constreñidas por persistentes valores republi-
canos que rechazaban reconocer diferencias en la configuración socioe-
conómica y espacial de la ciudad, y que veían a todos como iguales bajo
el Derecho francés, le droit. Exagerando, no había minorías y mayorías,
inmigrantes y nativos, ricos y pobres. Promocionar el derecho a la ciu-
dad en la política urbana francesa se transformó en poco más que una
cuestión de mantenimiento de la seguridad policial y estatal, lo que en
Estados Unidos se llamaría “ley y orden”.
Desde esta perspectiva enraizada cultural e ideológicamente, era im-
propio discriminar negativa o positivamente con base en la raza, la clase
o la situación en el espacio. Como resultado, los problemas de pobreza
geográficamente concentrada, el desempleo y la exclusión social se hi-
cieron invisibles virtualmente o al menos muy difíciles de atajar directa-
mente en las políticas públicas, contribuyendo de este modo a fomentar
las crecientes condiciones volátiles. La irrupción final de la violencia
en 2005 y los continuos disturbios en París y en otras grandes ciudades
En busca de la justicia espacial 69

francesas, expresados en lo que Dikec describe como una ciudadanía


insurgente y movimientos por la justicia desarticulados, trajo a la luz
estos problemas subyacentes de injusticia espacial.
Tales episodios de disturbios urbanos explosivos surgen a menudo
cuando la privación y las injusticias que están enterradas bajo geogra-
fías normalizadas o que se dan por sentado irrumpen a la superficie y
al ojo público, exponiendo estructuras profundas de privilegios basados
en la raza, la clase, el género y otras formas de discriminación y opresión
social. Sólo en París se puede identificar una larga lista de momentos
reveladores, desde la revolucionaria toma de la Bastilla en 1789 y las re-
vueltas de 1848 a la Comuna de París de 1871, hasta los paradigmáticos
eventos de mayo de 1968 y el alzamiento de inmigrantes de 2005.
La lista se puede extender para incluir también muchas otras ciuda-
des. Por ejemplo, se prestará una atención especial en los últimos ca-
pítulos a lo que se ha llamado ahora los Justice Riots (Revueltas por la
justicia) de 1992 en Los Ángeles. Este momento cumbre en los distur-
bios urbanos de la historia estadounidense fue uno de los ejemplos más
tempranos de las protestas violentas contra los efectos socio-espaciales
negativos de la globalización neoliberal y de la Nueva Economía del ca-
pitalismo flexible. Esta época fue seguida por un periodo de vigilancia
intensificada y una mudanza acelerada por aquéllos que podían permi-
tirse el lujo de trasladarse a espacios más defendibles como barrios con
rejas y edificios con alta seguridad. Al mismo tiempo, sin embargo, tam-
bién estimuló la formación de coaliciones de base y la puesta en práctica
de teorías específicamente espaciales sobre la justicia y la injusticia.
Los problemas relacionados con las delimitadas poblaciones de in-
migrantes en las banlieues —y las análogas badlands de todas las ciuda-
des— ilustran espléndidamente la espacialidad de la injusticia urbana
(como resultado) y la combinación de injusticias (como proceso) en la
geografía de la ciudad por intereses corporativos y de las administra-
ciones locales y nacionales. Ni en las movilizaciones de las revueltas de
París ni en los acontecimientos de 2005 se hizo una referencia explícita
a la búsqueda de la justicia espacial, tampoco había una conciencia de
lucha por le droit à la ville como ocurrió en 1968. Aunque alcanzar la
justicia espacial no fuera una fuerza motivadora principal, interpretar
lo que ocurrió a través de una visión espacial crítica y una amplia ima-
70 Edward W. Soja

ginación geográfica permite un mejor entendimiento y comprensión de


los comentarios convencionales. El caso concreto también añade una
exploración más amplia de otras expresiones empíricas de la búsqueda
multiescalar de la justicia espacial.

Geografías coloniales y postcoloniales


“Ninguno de nosotros está completamente libre de la lucha por la
geografía”, señala el crítico cultural palestino Edward Said, una lucha
que describe como no sólo sobre expresiones del poder militar, sino
también sobre ideas, sobre nuestras imágenes y fantasías. Los escritos de
Said sobre la cultura y el imperialismo, la política de la expropiación y la
profunda impronta de las geografías coloniales y postcoloniales propor-
cionan una de las fuentes más ricas de conceptualización sobre cómo se
produce socialmente la injusticia espacial a través del proceso intrusivo
de la organización de geografías políticas concretas.
Said destaca entre los críticos culturales y los pensadores postco-
loniales líderes del siglo XXI por sus aplicaciones excepcionalmente
creativas e interesantes de una perspectiva espacial crítica, tejiendo en
sus narraciones históricas, anticoloniales y autobiográficas una geo-
grafía brillantemente concebida e incisiva. Al exponer las “geografías
imaginativas” asociadas con el orientalismo eurocéntrico, Said destaca
las potentes estrategias espaciales de la expropiación territorial, la ocu-
pación militar, la dominación cultural, la explotación económica y la
resistencia popular reactivada que han impregnado las relaciones Occi-
dente-Oriente y han definido la condición colonial en todas partes del
mundo. Tal y como escribe, “El Imperialismo y la cultura asociada con
él afirman tanto la primacía de la geografía como una ideología sobre el
control del territorio”.
Said desarrolla su concepto de geografías imaginadas inspirándose
en Michel Foucault, que jugó un papel trascendental en la formación de
la teoría crítica espacial de Said (y en la de otros muchos autores). Las
incursiones de Foucault en las microgeografías de poder y control so-
cial, tanto como un modo de dominar y gobernar a los sujetos políticos
como una vía de facilitar y alentar la resistencia política y la acción, ins-
piraron el enfoque personal, político y espacial en concreto de Said para
En busca de la justicia espacial 71

analizar las relaciones marcadamente ambivalentes entre el colonizador


y el colonizado. Como argumenta Said, es imposible concebir el colo-
nialismo y el imperialismo sin atender de manera significativa a las for-
mas materiales y a los procesos imaginados asociados a la adquisición,
la subordinación y la organización política intrusiva del espacio. Esto es
cierto con la misma fuerza para la producción social de la (in)justicia.
Para Said, el poder colonizador y las geografías de las imágenes del
orientalismo eurocéntrico, la construcción cultural del “otro” colonial
como seres subordinados e inferiores, se expresa poética y políticamen-
te en espacios definidos y regulados. Estos espacios colonizados de con-
trol social incluyen las clases, los juzgados, la cárcel, la estación de tren,
el mercado, el hospital, el bulevar, el lugar de culto, incluso el hogar,
prácticamente todos los lugares utilizados en la vida diaria. Los espacios
de control social también se extienden a mayor escala en organizaciones
geopolíticas, en el diseño de límites administrativos y en las políticas
que surgen de la localización de edificios públicos y la asignación de
las tierras. Las geografías resultantes reales e imaginarias, los espacios
organizados de ocupación colonial materiales, simbólicos y ordenados
de manera jerárquica junto con lo procesos que los producen, contex-
tualizan áreas cercadas, exclusión, dominación y control disciplinario.
Las contribuciones de Said se extienden a y explican cómo la orga-
nización política del espacio produce geografías opresoras e injustas a
través de sus manifestaciones materiales y de la imaginería representa-
cional. Siguiendo a Foucault y dando esperanza a la condición postcolo-
nial, Said reconoce también que estas geografías injustas de poder polí-
tico también pueden permitir crear los fundamentos para la resistencia
y la potencial emancipación. Es importante recordar esta doble faceta,
cómo la espacialidad de la (in)justicia puede ser a la vez intensamen-
te opresora y potencialmente liberadora, como veremos a medida que
avancemos hacia otros ejemplos.

Gerrymandering
Un ejemplo mucho más inocente pero más fácil de entender sobre
cómo la organización política del espacio produce y reproduce (in)
justicias espaciales se relaciona con el trazado de límites que definen
72 Edward W. Soja

circunscripciones electorales en una democracia representativa. Las cir-


cunscripciones electorales son espacios construidos socialmente y fácil-
mente manipulables cuyos efectos pueden oscilar desde lo justo hasta
lo altamente discriminatorio e injusto. La solución ideal para trazar lí-
mites justos y democráticos sería un conjunto de circunscripciones de
aproximadamente el mismo tamaño, compactas y contiguas que reflejen
la distribución global y la composición demográfica de la población y
aseguren que todos los votos de los ciudadanos cuentan lo mismo, el
conocido principio una persona-un voto. Pero cuando hay elecciones,
como ocurre probablemente en todas las elecciones democráticas, las
diferencias jerárquicas en el poder político entran en escena para crear
distorsiones y desviaciones de la situación ideal, algunas de las cuales
constituirán manipulaciones intencionadas de la organización política
del espacio.
Quizá el ejemplo más conocido de tales distorsiones antidemocrá-
ticas en la organización política del espacio es la llamada gerrymande-
ring, reflejada en el conocido mapa de una circunscripción electoral
promulgada por Elbridge Gerry, gobernador de Massachusetts de 1810
a 1812. Diseñada para favorecer al Partido Republicano frente a los Fe-
deralistas, la circunscripción tal y como se representa en una caricatura
parecía un monstruo retorciéndose como una salamandra (de ahí Ge-
rrymander) con una cabeza de dragón y los brazos y las piernas exten-
didos. Un conjunto de decisiones del Tribunal Supremo en 1842, 1962 y
1985 fallaron que tales estrategias espaciales por las que se delimitaban
circunscripciones electorales eran inconstitucionales e injustas (injustas
en nuestros términos) cuando favorecían a un individuo o a un partido
político sobre otro. Estas decisiones no detuvieron tales maniobras; sim-
plemente se hicieron más sofisticadas y engañosas, especialmente con la
creación de programas informáticos capaces de diseñar circunscripcio-
nes para maximizar cualquier ventaja (espacial).
Se han identificado —y utilizado— tres microtecnologías de empo-
deramiento, usando una potente frase de Foucault, a la hora de trazar
circunscripciones electorales injustas. La estrategia del excess vote, o
“packing”, concentra el poder de voto de los partidos de la oposición (o
de ciertos grupos raciales) en tan solo unos pocos distritos. La estrategia
del wasted vote o “cracking” diluye los votos de la oposición distribuyén-
En busca de la justicia espacial 73

dolos a través de todas las circunscripciones. Stacking the vote es otra


forma de manipulación, creando circunscripciones de formas extrañas
para favorecer a un partido o grupo sobre otro. Todas son anticonsti-
tucionales y democráticamente injustas, pero de hecho existen y están
constantemente siendo examinadas por los tribunales, y tal vez siempre
lo estarán ya que la solución ideal parece imposible de alcanzar. Siempre
habrá algún grado de injusticia en las circunscripciones electorales y
estas injusticias se intensifican normalmente cuanto más heterogénea
cultural y políticamente es la población votante.
Como ocurre a menudo en la organización política del espacio, hay
una doble faceta complicada en relación con las circunscripciones elec-
torales. Los límites pueden ser trazados de nuevo para servir a propó-
sitos positivos y negativos, dando mayor o menor representatividad a
ciertos grupos de población en una especie de escala móvil de la des-
igualdad. En ocasiones los objetivos positivos y negativos se combinan
en un tenue equilibrio, haciendo aún más difícil decidir si los resultados
son espacialmente justos. Tomen como ejemplo los recientes esfuerzos
del Estado de Texas para permitir que el poder legislativo volviera a tra-
zar y manipular las circunscripciones con la frecuencia necesaria para
favorecer a un partido político sobre otro, siempre y cuando se manten-
gan los derechos de voto equitativos de las minorías raciales y étnicas.
Aunque aparentemente inconstitucional y antidemocrática, la práctica
fue confirmada en su mayor parte por la mayoría conservadora del Tri-
bunal Supremo de EE.UU. en junio de 2006, con base principalmente en
que no se incrementaba el sesgo racial y étnico.

El Apartheid sudafricano
El apartheid se encuentra en el otro extremo del proceso de creación
de geografías injustas, un sistema de control espacial o territorial asocia-
do al antiguo régimen racista de la República de Sudáfrica y ahora refe-
rente simbólico de todas las formas de dominación y opresión cultural
derivadas de estrategias espaciales de segregación y establecimiento de
fronteras. Paradigmáticamente, la historia del apartheid gira en torno a
las luchas por la geografía. A través de legislación, racionalización ideo-
lógica y acción política violenta, se cambió la forma de organización
74 Edward W. Soja

política del espacio en Sudáfrica a partir de 1948 en una jerarquía de


territorialidad segregada y áreas bien delimitadas que persistieron has-
ta la ruptura extraordinariamente pacífica del sistema de dominación a
mediados de los noventa.
El apartheid, como se expresó a nivel nacional, supuso la creación de
regiones administrativas separadas para la élite dominante blanca, en
mayor parte en las áreas más desarrolladas, y la asignación a la mayoría
de la población africana de reservas periféricas o “homelands”, que fun-
cionaban económicamente como reservas laborales cerradas. A escala
local había una discriminación espacial más sutil dentro de las ciudades
controladas por los blancos, donde el espacio urbano se dividía a ni-
vel de calle, desplazando y desposeyendo espacialmente a los residentes
africanos, mestizos y asiáticos tradicionalmente establecidos cuando se
consideraba necesario para alcanzar la pureza racial y espacial. Ideo-
lógicamente concebidos como separados pero iguales, los “badlands”
sudafricanos, usando el término de Dikec para las banlieues parisinas,
limitaban rígidamente la vida cotidiana y las políticas urbana, regional y
nacional constreñidas en corsés multiescalares de control espacial.
Los efectos a largo plazo del sistema del apartheid están claramente
reflejados ​​en paisajes urbanos contemporáneos de la República indepen-
diente de Sudáfrica. En Johannesburgo hoy, los espacios residenciales en
los suburbios anteriormente ricos y blancos por completo, ahora salpi-
cados de una élite negra, están todavía fortificados con altas murallas
y entradas vigiladas manzana tras manzana, calle tras calle, como una
enorme aglomeración de ciudadelas residenciales con protección obse-
sionada con una perceptible amenaza de invasión. En el lado opuesto
del espectro económico, Soweto, nombre derivado del excluyente South
West Township diseñado para contener a la población africana, que vive
como una ciudad desplazada dentro de la ciudad, marginada y céntrica,
suburbana en algunos sentidos pero densamente urbanizada en otros,
sobreviviendo creativamente en su pobreza y aislamiento, tanto dentro
como fuera de Johannesburgo. Este paisaje urbano polarizado de extre-
mos urbanos fortificados no existe en ninguna otra ciudad que conozca,
aunque casi todas las grandes ciudades del mundo tienen hoy sus cre-
cientes ciudades-gueto metropolarizadas.
En busca de la justicia espacial 75

Esta geografía de segregación racial institucionalizada producida so-


cialmente que fue el apartheid empujó a un nivel extraordinario estrate-
gias y procesos espaciales que se utilizaban comúnmente en situaciones
coloniales como medio de control de la población y aseguraban una
ventaja económica desproporcionada para los colonizadores frente a los
colonizados. No era sólo una cuestión de dividir y regular en un sen-
tido abstracto y teórico, era una estrategia sofisticada específicamente
diseñada para producir geografías beneficiosas para unos cuantos hege-
mónicos mientras se creaban estructuras espaciales que perjudicaban al
resto. Incluso la demanda voraz del capitalismo se ajustaba a esta geo-
grafía colonial y, a pesar de lo potente que pudo haber sido, probable-
mente no era la principal fuerza de la configuración de la espacialidad
de la vida social en Sudáfrica y tampoco en la mayoría de otras colonias.
La imposición de estas geografías coloniales de gran alcance, racio-
nalizadas a través de variantes ideológicas del orientalismo que deshu-
manizan al “otro” colonial era una parte integral de lo que los académi-
cos críticos llamaban el desarrollo del “subdesarrollo”. Visto desde una
perspectiva espacial crítica, los procesos de subdesarrollo involucran
activamente la creación de entornos urbanos y regionales discrimina-
torios y una organización política del espacio restrictiva que pone en
práctica una geografía persistente de desarrollo dependiente, domina-
ción cultural y explotación económica eficaz. Lo anterior ha estado en
el corazón de las relaciones entre el Primer Mundo y el Tercer Mundo,
el núcleo y la periferia, desde el inicio del colonialismo. Estas geografías
injustas del subdesarrollo y el control colonial persisten incluso después
de la independencia como continuidades difíciles, casi imposibles de
borrar por completo, definiendo prácticamente lo que se ha dado en
llamar la condición postcolonial.

La ocupación de Palestina
Las geografías coloniales y postcoloniales de control y dominación
continúan produciéndose hoy, tal vez en ningún sitio tan vívida y delibe-
radamente como en la Palestina ocupada por Israel. Como reflejo de los
actuales acontecimientos violentos y de inestabilidad en toda la región,
las tierras fronterizas entre árabes e israelíes se han convertido en un
76 Edward W. Soja

medio contemporáneo inusualmente fértil y cargado ideológicamente


para la investigación creativa sobre geografías opresivas y la produc-
ción de injusticia espacial. Uno de los mejores entre esos investigadores
contemporáneos es Eyal Weizman, arquitecto, diseñador y analista es-
pacial crítico. En Hollow Land. Israel’s Architecture of Occupation (2007)
y en otros escritos, muestra cómo los militares israelíes han penetrado
en sentido literal y figurado en el entorno construido, arrasando con
“túneles de superficie” en la paredes existentes y a través de las salas de
estar de los hogares y asentamientos palestinos, mientras construyen al
mismo tiempo nuevos muros y barricadas para separar a las personas,
lo que Yiftachel y Yacobi (2005) llaman “creeping apartheid”.
Demostrando que esta batalla sobre el espacio y el territorio no es
sólo una cuestión de soldados y pistolas sino también sobre ideas e imá-
genes, Weizman filmó a oficiales del ejército israelí en su tiempo libre
discutiendo sobre los últimos escritos filosóficos de Gilles Deleuze y
Félix Guattari, así como de otros especialistas en teoría urbana y terri-
torial, incluyendo a Edward Said, para impulsar sus estrategias ultraso-
fisticadas y tecnológicamente avanzadas de control social y territorial en
territorios que son nominalmente palestinos. Obviamente lo que preo-
cupa aquí es darse cuenta de que las teorías y estrategias espaciales pue-
den ser utilizadas tanto para reforzar la opresión y el control, como para
estimular la resistencia y mejorar la búsqueda de la justicia espacial.
Observar estas tácticas y estrategias espaciales permite que uno se
dé cuenta de que los territorios ocupados quedarían esencialmente bajo
el control del ejército israelí incluso con la creación de un Estado pales-
tino independiente. Microgeografías de poder, vigilancia y control casi
invisibles, así como la construcción intencionada de muros y de asenta-
mientos vigilados, infunden los espacios dentro y alrededor del Estado
de Israel de una serie de injusticias de múltiples facetas más sutiles y so-
fisticadas en su efecto colonizador y en el organizado sistema de control
espacial que lo que jamás pudo conseguir el apartheid. Una lección está
clara: una vez la injusticia espacial está inscrita en el entorno construido,
es difícil de borrar.
Estas estrategias fronterizas y sus efectos espacialmente injustos han
repercutido en todo el mundo allí donde las fronteras separan cultu-
En busca de la justicia espacial 77

ras opuestas y/o combativas y estados-nación. En los últimos años ha


surgido un ejemplo cruel y violento a lo largo de la permeable frontera
entre Estados Unidos y México, donde los carteles de la droga han crea-
do “plazas” de control territorial y corredores como autopistas dentro
y bajo las ciudades fronterizas para canalizar el flujo de drogas. Aquí la
siniestra geografía se mantiene a través del asesinato de miles de per-
sonas relacionadas bien con autoridades públicas bien con los propios
carteles.
Al igual que con todas estas inflexiones de lo que Michel Foucault
describió como la intersección del espacio, el conocimiento y el poder,
es importante recordar que la inscripción de las geografías opresivas
también pueden crear espacios potenciales de resistencia y empode-
ramiento, como ocurrió en las inesperadas luchas no violentas contra
el apartheid sudafricano. Y es igualmente importante reconocer que la
apertura de estos espacios de esperanza gira en torno al desarrollo de
una conciencia espacial crítica como fuerza política motivadora y mo-
vilizadora. Sin la conciencia espacial, la creación y el mantenimiento de
geografías injustas seguirán siendo invisibles y sin cuestionarse.

Urbanismo obsesionado por la seguridad


Los descubrimientos de los autores que estudiaron la espacialidad
como Said, Dikec y Weizman pueden extenderse a muchos otros deba-
tes actuales, especialmente en cuanto a las geografías de control político
y relaciones de poder incluidas en la organización política de las metró-
polis modernas reestructuradas. Destaca particularmente la expansión
desenfrenada de lo que Mike Davis describió en City of Quartz (1990)
como urbanismo obsesionado por la seguridad, una fortaleza defensiva
de la vida urbana y el espacio urbano construido sobre una psicogeogra-
fía (él lo llama ecología) del temor y dirigida a proteger a los residentes
y las propiedades frente a amenazas de invasión reales o imaginarias.
Los ricos siempre han vivido tras muros protectores de diferentes
clases, físicos y también institucionales y psicológicos. Sin embargo, en
los últimos treinta años y en muchos casos relacionado con los efec-
tos desiguales de la globalización y de la reestructuración económica, la
78 Edward W. Soja

decisión de convertir en fortalezas los entornos urbanos y suburbanos


construidos se ha extendido a casi todas partes. No sólo las residen-
cias están siendo valladas y protegidas de forma creciente con seguridad
avanzada, vigilancia y sistemas de alarmas, sino también muchas otras
actividades, diferentes usos del suelo y lugares cotidianos del entorno
urbano, desde centros comerciales y bibliotecas hasta alambres de es-
pino protegiendo cubos de basura y bancos de parque con pinchos di-
señados para evitar incursiones de personas sin hogar y hambrientos.
Las microtecnologías de control social y espacial infestan la vida diaria
y se acumulan para producir una geografía bien mallada y carcelaria
interrumpida por medidas protectoras y supervisada por ubicuos ojos
vigilantes.
El más conocido entre estos recintos defensivos es la comunidad ce-
rrada, un complejo de viviendas fortificado a menudo protegido por
guardas armados e indicaciones, visibles o no, de que se disparará a los
intrusos. Estas islas obsesionadas con la seguridad pueden encontrarse
en muchas ciudades del mundo pero son especialmente numerosas en
Estados Unidos. Algunas de las primeras comunidades fortificadas se
establecieron en Palos Verdes, península al sur de Los Ángeles, donde
hoy existen municipios enteros compuestos en su totalidad por estos
recintos cerrados. ¿Son esas comunidades cerradas espacialmente in-
justas? ¿O son expresiones extremas de individualismo democrático y
de libertad de elección? Tal vez el problema principal surja al contestar
afirmativamente a ambas preguntas.
La comunidad vallada y cerrada, sin embargo, es sólo la punta de
un iceberg mucho más grande de cambio en la geografía política de la
ciudad, al menos en Estados Unidos. Conducidos tanto por el miedo
como por la voluntariedad, un creciente número de personas, princi-
palmente del cuantil superior en la escala de renta (llamado por algunos
el “quinto afortunado”), se está retirando en muchos sentidos de la vida
pública urbana y de la sociedad civil para vivir en “privatopías” insula-
res, como las llama el politólogo Evan Mackenzie en su libro de 1994.
Esta tendencia ha creado un creciente número de gobiernos residencia-
les privados aislados y, a menudo desconectados del público en general.
Este movimiento centrífugo lejos de las responsabilidades municipales
y urbanas es muy diferente del movimiento de vuelta a la ciudad y del
En busca de la justicia espacial 79

llamado proceso de gentrificación por su falta de compromiso con la


vida urbana.
Lo que estamos viendo en todas estas reconfiguraciones generali-
zadas de privatización de la vida urbana es otra forma de colonización
espacial, menos abiertamente dominada por el Estado, pero no del todo
diferente a las expresiones institucionales contundentes de poder terri-
torial asociadas con el apartheid o las tácticas espaciales más avanzadas
tecnológicamente del ejército israelí en el control de la Palestina ocupa-
da. Todos estos procesos de control espacial se impulsan por el temor a
una potencial invasión y a la violencia que perciben los más poderosos
frente a la amenaza de los “otros”. Este sentido del miedo casi endémico
y obsesionado por la seguridad ha alcanzado un punto álgido en los úl-
timos treinta años con una reestructuración urbana profunda, aceleran-
do la fortificación del espacio urbano y llenando la ciudad de cámaras
de vigilancia.
La globalización del capital, el trabajo y la cultura, junto con la for-
mación de una Nueva Economía y la explosión de flujos migratorios
transnacionales e internos ha conllevado la concentración de las pobla-
ciones más ricas y más pobres del mundo en alrededor de quinientas
megaciudades de más de un millón de habitantes. Aunque es imposible
probarlo de forma concluyente, se podría decir que en esas ciudades con
las mayores concentraciones de pobreza urbana, especialmente cuando
difieren en culturas y etnias de la población local, es donde están más
avanzados el urbanismo obsesionado con la seguridad y su asociada
geografía carcelaria. En este sentido, la más local “City of Quartz” des-
crita por Mike Davis mirando a Los Ángeles ha explotado a nivel mun-
dial en su descripción más reciente de un “planeta de barrios pobres”
(2007). Este abismo más profundo entre las poblaciones ricas y pobres
del mundo es tal vez la expresión más enfática y amenazadora de la in-
justicia espacial a una escala global.

Espacio público y propiedad privada


Escondido detrás de la materialidad florida de los barrios cerrados
y las privatopías se encuentra una red más intrincada de injusticia es-
pacial profundamente enraizada en la sacralización naturalizada de los
80 Edward W. Soja

derechos de propiedad y los privilegios. Cada centímetro cuadrado de


espacio en todas las economías de mercado se ha mercantilizado y co-
mercializado en parcelas de tierras con valor de propiedad de perso-
nas, empresas (generalmente consideradas como personas ante la ley),
o del Estado (considerado como representante del público en general).
La propiedad directa de la tierra social o colectiva o de espacios comu-
nes casi ha desaparecido a medida que el modelo de propiedad de tres
facetas (individual/familiar, empresarial, y estatal/institucional) ha sido
aceptado prácticamente sin ser cuestionado, incluso cuando conduce a
—y sostiene— la producción y reproducción de profundas injusticias.
Este manto de propiedad es la capa inferior de una gruesa sedimen-
tación de espacios delimitados que forman nuestra vida cotidiana de
una manera poderosa. Encima (y debajo) de cada uno de nosotros se
encuentra una estratificación de autoridades espaciales casi innumera-
ble y virtualmente invisible. Hace décadas se destacó que al mirar desde
lo alto del Empire State Building en la ciudad de Nueva York se podía
ver, si había buena visibilidad, más de 1.500 gobiernos. Si pudiéramos
ver más allá dentro de las gruesas capas de regulación espacial que nos
enredan, los números se ampliarían aún más, asombrando nuestro ima-
ginario geográfico. Cada movimiento que hacemos cruza algunos lími-
tes, seamos conscientes de ello o no. La comprensión de cómo se forman
geografías injustas requiere un poco de atención a esta capa subyacente
de derechos de propiedad.
El modelo de propiedad sobre el cual se ha construido América, y
otras sociedades capitalistas, se originó hace miles de años en la antigua
ciudad-estado, se filtró a través del feudalismo, y continuó a raíz de las
revoluciones americana y francesa como parte integral de las nuevas
nociones de democracia liberal destinadas a combatir los influyentes
efectos del pensamiento socialista más radical. Lo que se legitimó, si
no santificó, en dicho proceso fue el derecho inalienable a la propiedad
privada como el principio central en la definición del capitalismo del es-
tado-nación, su sistema de leyes y su definición revisada de ciudadanía.
Los Derechos Humanos en general y reivindicaciones concretas como
el derecho a la ciudad se subordinaron a la primacía de los derechos de
propiedad. Como consecuencia de ello, se arrojó sobre la superficie de
la tierra una fina capa de límites grabados pero normalmente invisibles,
En busca de la justicia espacial 81

creando una tensión perpetua entre la propiedad privada y la pública, y


entre el espacio privado y el público, que se aprecia en la vida diaria en
todo el mundo.
Para algunos, el punto de partida esencial en la búsqueda de la justi-
cia espacial es la defensa vigilante del espacio público contra las fuerzas
de la mercantilización, la privatización y la interferencia del Estado. En
general, se sostiene que el espacio público se ha ido erosionando rápi-
damente en las ciudades contemporáneas, a medida que las políticas
neoliberales de desregulación eliminan las estructuras microespaciales
que mantienen nuestras “libertades civiles” en su lugar, en sentido lite-
ral y figurado. Olas de privatización han estado fluyendo hacia espacios
antiguamente públicos de todo tipo, poniendo en peligro las libertades
de expresión, de asociación y de expresión política. Aunque la búsqueda
de justicia espacial no debe limitarse sólo a las luchas por el espacio pú-
blico, tales luchas son vitales y pueden ser extendidas en muchas direc-
ciones diferentes en la búsqueda de la justicia y el derecho a la ciudad.
Por ejemplo, se puede ver el espacio público como una expresión
urbana localizada de la noción de propiedad común o, como se llamó
una vez, los “commons” (bienes comunes). Estos espacios democráticos
de responsabilidad colectiva se extienden a muchas escalas geográficas,
empezando por la malla microespacial de la propia propiedad. Todas
las calles de la ciudad mantenidas públicamente, así como los cruces de
caminos y las plazas son parte de los bienes comunes, y también lo son
las redes de transporte público colectivo y los autobuses y trenes (si no
los automóviles) que se mueven por toda la ciudad. Piensen no sólo en
el caso Bus Riders Union, sino también en el de Rosa Parks reclamando
su derecho democrático espacial a sentarse en cualquier lugar en un au-
tobús público. ¿Son las aceras también parte de los bienes comunes? ¿Lo
son las playas y los parques? ¿Lo son los bosques y las áreas silvestres?
En realidad, todas estas son zonas de disputa entre los derechos de
propiedad público y privado y los puntos focales para la acción social
dirigida a asegurar los derechos de los residentes de la ciudad, en el sen-
tido de acceso colectivo al conjunto de recursos públicos que ofrece la
ciudad. Extender estos argumentos a la escala de la región metropolita-
na o a la ciudad es relativamente sencillo, creando las bases para lo que
82 Edward W. Soja

algunos llaman ahora regionalismo basado en la comunidad, la forma-


ción de coaliciones de alcance regional para el desarrollo de la comuni-
dad local y la justicia ambiental. La idea de la movilización de los bienes
comunes se puede ampliar aún más a escalas más grandes, regional, na-
cional y global, sobre la base de estrategias definidas en las luchas por el
derecho regional a la ciudad y las demandas asociadas para el acceso a
bienes y servicios públicos, independientemente de dónde puedan estar
disponibles. El aumento de la escala a nivel nacional y mundial hace
que sea posible ampliar la noción de bien común colectivo para incluir
todos los recursos naturales y culturales que son compartidos por to-
dos los habitantes del mundo, desde el aire limpio y el agua a lugares
de belleza natural, importancia ecológica y patrimonio cultural. No se
necesita mucho para ver cómo las luchas locales por la justicia espacial
y el derecho a la ciudad pueden conectarse a movimientos globales por
la sostenibilidad planetaria y los Derechos Humanos universales. Las
escalas de la justicia espacial no están separadas ni son distintas; inte-
ractúan y se entrelazan en complejos patrones.
Mi propósito al hacer estas conexiones escalares cruzadas no es ata-
car los derechos de propiedad y la propiedad privada en sí mismos, o
llamar a una transformación revolucionaria de la propiedad colectiva
como la única solución a los problemas existentes, sino usar una visión
espacial crítica para abrir una nueva perspectiva al tema del espacio pú-
blico versus espacio privado y explorar las posibilidades para el desarro-
llo de nuevas estrategias con el fin de lograr mayor justicia socioespacial.
El objetivo es aumentar la conciencia del alcance en nuestras vidas de
la organización política del espacio impuesta desde arriba, como una
forma de control social mantenida por la administración local, el orde-
namiento jurídico y el mercado de la propiedad.

GEOGRAFÍAS ENDÓGENAS DE DISCRIMINACIÓN


ESPACIAL
La justicia espacial no sólo se forma desde arriba por el trazado
exógeno de límites territoriales y las imposiciones de poder jerárquico.
También se configura desde abajo a través de lo que se puede llamar en
En busca de la justicia espacial 83

términos generales procesos endógenos de toma de decisiones local y


efectos agregados de distribución que se derivan de ellos. En este sen-
tido, la justicia y la injusticia espaciales son vistas como el resultado de
incontables decisiones sobre emplazamiento, sobre dónde se colocan las
cosas.

Desigualdades en la distribución y geografías discriminatorias


La desigualdad distributiva es la expresión más básica y obvia de
injusticia espacial, por lo menos al destacar los resultados geográficos
en lugar de los procesos que los producen. Tomemos, por ejemplo, la
distribución de médicos, hospitales, clínicas y otros servicios de salud.
En todas las regiones urbanas, se hace un cierto esfuerzo en distribuir
los servicios de salud de manera que permitan igual acceso a toda la po-
blación, pero cuando se ve desde un punto de vista espacial, tal acceso
equitativo es prácticamente imposible de lograr. Es inevitable un cierto
grado de desigualdad distributiva, en parte debido a los efectos diferen-
ciales de la localización relativa y de la distancia entre los consumido-
res y en parte debido a las decisiones de localización realizadas por los
particulares que producen los servicios. Necesidades presupuestarias,
ineficacia institucional, codicia personal, intolerancia racial, diferencia
de poder y riqueza social, y muchos otros factores se añaden a esta des-
igualdad distributiva básica, creando geografías sesgadas localmente y
por lo tanto geografías discriminatorias de acceso a los servicios de sa-
lud y, más serio quizá, a la salud pública en sí.
Surgen similares desigualdades en la distribución de todas las nece-
sidades básicas de la vida urbana, desde este tipo de servicios públicos
esenciales como la educación, el transporte colectivo, la policía y la pre-
vención de la delincuencia, hasta el aprovisionamiento de alimentos, la
vivienda y el empleo. El resultado final es a menudo una perpetuación
de injusticias espaciales entrelazadas que, al menos después de haber
pasado un cierto nivel de tolerancia, pueden ser vistas como una vio-
lación fundamental de derechos civiles urbanos y de garantías legales o
constitucionales de igualdad y justicia. Esto es lo que salió a la superficie
en el caso Bus Riders Union y subyace en casi todas las luchas por la
justicia espacial.
84 Edward W. Soja

Las desigualdades en la distribución son el resultado más visible de


procesos más profundos de discriminación espacial establecidos por
una multitud de decisiones individuales tomadas por diferentes actores,
a menudo competidores. Las geografías urbanas han sido moldeadas
por tales decisiones desde los orígenes de la ciudad capitalista indus-
trial, sobre todo en beneficio de los ricos y poderosos. Como Engels
señaló para Manchester, y la Escuela de Chicago codificó en sus mode-
los de ecología urbana, las ciudades industriales capitalistas tienden a
desarrollarse de forma concéntrica alrededor de un centro dominante
con anillos de riqueza y pobreza que trabajan para producir y mantener
geografías que profieren una mayor ventaja y una mejor condición a
los residentes más ricos frente a los más pobres. Aunque nunca ha sido
tan rígida como el apartheid racial o tan restrictivo como los enclaves
étnicos y los guetos, que también han caracterizado siempre a la ciudad
industrial capitalista, la geografía social de clase ha sido y sigue siendo
espacialmente injusta y abierta al desafío democrático en casi todas las
ciudades del mundo, ya sean plenamente capitalistas o no.
Sin embargo, los desafíos sólo pueden ocurrir cuando se reconoce
que tales geografías discriminatorias han sido construidas socialmente
(no surgen de manera natural) y por lo tanto están abiertas a modificar-
se a través de la acción social concertada. No es de extrañar que tal per-
cepción espacial crítica no se haya generalizado. En lugar de ser vistas
como injusticias o violaciones de los derechos civiles susceptibles de ser
modificadas, las desigualdades distributivas han sido normalmente en-
terradas bajo opiniones que defienden que constituyen las consecuen-
cias normales, esperadas e inevitables de la vida urbana. Para algunos,
pueden ser vistas incluso en última instancia como la contribución a
un mayor bienestar público en calidad de productos de la libertad in-
dividual de elección, como se aprecia por la multiplicación de comuni-
dades cerradas. Esto ha arraigado en la ciudad capitalista industrial y,
podríamos añadir, también en muchas ciudades socialistas, profundas e
incuestionables estructuras de privilegio y ventaja espacial sobre la base
de la riqueza y el poder diferenciadores.
David Harvey en Social Justice and the City (1973) fue uno de los
primeros en descubrir y exponer a mayor examen esta oculta geografía
urbana de la injusticia y la discriminación. Se dirá más acerca de Harvey
En busca de la justicia espacial 85

en el próximo capítulo, pero para la presente discusión me refiero prin-


cipalmente a sus “formulaciones liberales”, en las que profundiza en las
operaciones diarias y los procesos de toma de decisión que funcionan
para crear y mantener geografías urbanas injustas. Centrándose en el
funcionamiento normal de los mercados de trabajo, de la vivienda e in-
mobiliario, así como en las decisiones de localización de los urbanistas,
bancos y minoristas, Harvey sostiene que los efectos netos de estas ac-
tividades normalizadas tienden a llevar constantemente a la redistribu-
ción de los ingresos reales a favor de los ricos. En otras palabras, la pro-
pia ciudad industrial capitalista funciona día a día como una máquina
para la fabricación y el mantenimiento de desigualdades distributivas y
lo que Harvey denomina injusticia territorial. Aún cuando se interviene
en esta geografía discriminatoria, los más ricos tienden a ganar en la
competición por la ventaja en la localización, otro claro ejemplo de lo
que Said describía como una lucha ineludible por la geografía. Las pri-
meras formulaciones liberales de Harvey siguen siendo hoy en día uno
de los aportes más importantes e interesantes para la comprensión de
las cualidades inherentes de lo que puede llamarse la urbanización de
la injusticia.

Discriminación espacial y Derecho


Muchos matices discriminatorios adicionales, desde el patriarcado
y el heterosexismo al nacionalismo cultural y el racismo, acentúan las
injusticias espaciales y ofrecen amplias oportunidades para que surjan
desafíos legales y/o constitucionales y reivindicaciones de violaciones
de derechos civiles. De hecho, casi todos los esfuerzos para lograr la
justicia espacial buscan algún tipo de pronunciamiento jurídico o le-
gislativo. Sin embargo, tales reclamaciones de discriminación espacial,
hablando principalmente de Estados Unidos, rara vez son llevadas a los
tribunales. Por qué sucede esto tiene muchas explicaciones; la más per-
tinente a resaltar aquí es la ausencia de una comprensión coherente de la
espacialidad de la (in)justicia, tanto en el público en general como en el
propio sistema legal de EE.UU. Sin el punto de vista de una perspectiva
espacial crítica, la mala distribución de los servicios públicos esenciales
y de todos los demás recursos disponibles de la vida urbana tiende a
86 Edward W. Soja

ser considerada ingenuamente como un resultado dado y normalizado,


posiblemente incómodo para algunos, pero no intencional en sus causas
y consecuencias. Someterlo al control legal y al proceso democrático se
percibe a menudo como abrir una caja de Pandora de consecuencias
caóticas y reclamaciones indeterminadas.
El sistema legal de EE.UU. también se ha dotado de defensas contra
las reclamaciones de injusticia espacial. Ha evitado las particularidades
de cada lugar, definiendo la justicia con base en una escala nacional es-
trictamente “universalizada”, disponible en teoría para todos los habi-
tantes por igual. Su objetivo es proporcionar justicia a todos con igual-
dad, al menos en principio, y trata de dar respuesta a las demandas de la
justicia en términos igualitarios, pero en su mayor parte la ley ignora la
injusticia en origen de los procesos que crean resultados injustos. Con-
cretamente, la justicia está casi ciega por completo frente al concepto de
geografías injustas y específicamente de injusticia espacial. Digo casi,
porque ocasionalmente tales reclamaciones explícitas de justicia espa-
cial se abren paso para ofrecer nuevas posibilidades para remediar los
problemas planteados.
Uno de esos grandes avances se produjo en 1975 con Southern Bur-
lington County NAACP c. Mount Laurel Township, la llamada decisión
Mount Laurel. Mt Laurel es un municipio situado a unas diez millas de
Camden, Nueva Jersey, una de las ciudades más pobres del país. El pro-
pio Mt Laurel se pobló en sus inicios por esclavos liberados y ha tenido
una larga y rica herencia afroamericana. En el juicio original, la auto-
ridad del municipio fue cuestionada en relación con lo que se dio en
llamar zonificación excluyente tras la adopción de normativa que hizo
altamente restringida la producción de vivienda asequible. Los deman-
dantes recurrieron directamente la “home rule”, o el derecho de la admi-
nistración local para decidir sobre la forma de regular el uso del suelo
dentro de su territorio, una responsabilidad legalmente contemplada
similar al derecho de los Estados en la Constitución de EE.UU. Contra
todo pronóstico, el Tribunal Supremo de Nueva Jersey falló a favor de
los demandantes. En 1983, el tribunal reforzó su decisión por la cual era
necesario construir viviendas asequibles (Mt Laurel II), conllevando la
adopción de la New Jersey Fair Housing Act (Ley de vivienda justa de
En busca de la justicia espacial 87

Nueva Jersey) en 1985 y la posterior propagación de casos judiciales


similares a otros municipios dentro y fuera de Nueva Jersey.
Denominada “comunista” por un gobernador, la decisión Mt Laurel
jugó un papel importante en las luchas por los derechos civiles sobre la
vivienda en todo el país, incorporando la distinción en el sistema legal
entre zonificación excluyente e inclusiva y añadiendo la provisión de
vivienda asequible y equitativa entre las responsabilidades del gobier-
no local. Como ocurrió con la decisión Bus Riders Union en 1996, las
implicaciones de este precedente eran potencialmente de largo alcance.
La decisión Mt Laurel podría haber dado lugar, por ejemplo, al recono-
cimiento legal de que la ubicación en el espacio es una fuente de discri-
minación en sí misma. Ello se basaría no sólo en la raza/origen étnico,
sino también en la satisfacción de necesidades humanas fundamentales,
en el derecho de todo el mundo a un acceso equitativo a una vivienda
asequible y a los servicios de salud, así como a otras ventajas relaciona-
das con la localización derivadas de acciones estatales, incluyendo todas
las inversiones públicas y subvenciones. Podría haber creado también
un principio jurídico de responsabilidad territorial o espacial en la que
todos los gobiernos municipales reconocieran los efectos secundarios
negativos de la toma de decisiones local en al menos las zonas inmedia-
tamente circundantes. Llevado al límite, este precedente de responsabi-
lidad espacial podría haber servido de base para la planificación coor-
dinada intrametropolitana de bienestar regional en ausencia de otras
estructuras gubernamentales.
La decisión Mt Laurel estimuló el activismo optimista entre defen-
sores y planificadores de la vivienda y se introdujo directamente en el
amplio movimiento de derechos civiles, pero nunca llegaría a su máxi-
mo potencial. Se hicieron algunos esfuerzos para probar y ampliar los
principios jurídicos de discriminación locacional y responsabilidad te-
rritorial, pero casi todos fueron infructuosos. La resistencia frente a esta
extensión, basada en argumentos constitucionales y de otra índole, se
hizo cada vez más potente, sobre todo por parte de un gobierno federal
y un poder judicial más abiertamente conservadores. Como sería el caso
para el movimiento de derechos civiles en su conjunto, las tácticas lo-
cales, junto con decisiones judiciales estatales y federales durante la era
Reagan limitaron el impacto de los esfuerzos más radicales, haciéndose
88 Edward W. Soja

eco de lo que sucedió con las luchas por una mayor justicia racial des-
pués de la segregación en las escuelas inducida por la decisión Brown c.
Board of Education en 1954. Parecía que cuanto más fuerza tuvieran los
antecedentes revolucionarios, más fuerte se hacía la resistencia reaccio-
naria.
Durante el período de la lucha contra la segregación escolar, la ubi-
cación de las escuelas primarias y secundarias y de las zonas de asisten-
cia de los estudiantes en Estados Unidos estaba experimentando una de
las reorganizaciones espaciales de los servicios públicos de mayor en-
vergadura que se hayan intentado en cualquier parte del mundo. Para la
consolidación del distrito escolar se utilizaban herramientas que fueron
precursoras de los actuales sistemas de información geográfica (SIG)
y de las ideas tomadas de la teoría de los lugares centrales y otras for-
mulaciones de geógrafos profesionales. Los instrumentos y la capacidad
para haber planeado y promovido la eliminación de la segregación en
las escuelas de una manera justa y democrática existían, pero no había
voluntad y conciencia para hacerlo.
Resulta tentador argumentar que la primacía de las luchas contra el
racismo institucionalizado en el movimiento de derechos civiles en lu-
gar de un ataque más amplio sobre las geografías discriminatorias des-
viaba cualquier posibilidad para el movimiento por la justicia espacial
de emerger como una fuerza complementaria y de apoyo. En cualquier
caso, el movimiento de derechos civiles en todas sus manifestaciones,
desde la zonificación inclusiva y la eliminación de la segregación escolar
hasta la acción afirmativa y los programas contra la pobreza, era insti-
tucional y constitucionalmente mitigado en cuanto a su impacto. Con
la penetración de la administración Bush en el Tribunal Supremo y sus
limitaciones al sistema judicial en su conjunto, muchos de sus logros
más importantes se han invertido.
Tuvo una particular influencia en el descarrilamiento del movi-
miento de los derechos civiles y en la reducción del impacto nacional
de esas victorias legales como la decisión Bus Riders Union el conjun-
to de exigencias legales que bien impedían a los tribunales oír quejas
de particulares o grupos sobre cualquier forma de discriminación, o,
alternativamente, requerían que los demandantes demostraran que la
En busca de la justicia espacial 89

discriminación había sido intencionada, una tarea casi imposible. Aún


así, el uso del sistema legal en las luchas por la justicia racial y espacial y
el derecho a la ciudad no ha sido completamente descartado, y seguirá
siendo de gran importancia, especialmente a medida que los estudiosos
del Derecho vayan adoptando una perspectiva espacial crítica.

Raza, espacio y justicia ambiental


A medida que el movimiento de derechos civiles se desvanecía y las
oportunidades para emprender acciones legales con respecto a la discri-
minación racial y espacial se reducían, se abrió una nueva posibilidad
que desempeñó un papel importante en la búsqueda de la justicia espa-
cial a largo plazo. Su impacto también fue mitigado por una resistencia
institucional y constitucional similar; no obstante, planteó una concien-
cia pública generalizada sobre la discriminación espacial, las geografías
injustas, la responsabilidad territorial y el derecho democrático a la ciu-
dad. Me refiero al movimiento por la justicia ambiental (MJA).
Como reflejo de las luchas por los derechos civiles en curso, el MJA
comenzó como un ataque a lo que se llamó el racismo ambiental, la
tendencia de las poblaciones pobres y de las minorías, especialmen-
te los afroamericanos, a sufrir una contaminación del aire y del agua
desproporcionada y el emplazamiento de residuos peligrosos o insta-
laciones tóxicas. Hasta cierto punto, los problemas raciales, al menos
al principio, ocultaban las cuestiones espaciales, como lo hicieron en
el movimiento por los derechos civiles, pero la búsqueda de la justicia
ambiental hizo tanto por elevar la conciencia sobre la espacialidad de la
(in)justicia como cualquier otro desarrollo en las últimas décadas del
siglo XX. Sus efectos a largo plazo incluyen la apertura del concepto de
los derechos civiles a un ámbito espacial más amplio, sobre todo me-
diante la adición de un sesgo de ubicación a las nociones convencionales
de discriminación racial, de clase y de género y la discriminación y el
fomento de nuevas formas de coalición progresista construidas entre
todos aquéllos que sufren desigualdades en la geografía.
Dado que prácticamente todo lo que sucede en las ciudades puede
contribuir a la existencia de condiciones ambientales peligrosas, el MJA
90 Edward W. Soja

se ha ido vinculando de una manera más próxima con los años a los mo-
vimientos por la justicia espacial y el derecho democrático a la ciudad.
Como ocurrió con la decisión Bus Riders Union, esta convergencia ha
creado oportunidades de aprendizaje mutuo y de compartir estrategias,
pero también ha conducido a algunas confusiones y a intereses diver-
gentes, lo que se debe sobre todo a las diferentes filosofías que subyacen
y a los distintos marcos teóricos. El ambientalismo radical y romántico
que a menudo guía al MJA contrasta marcadamente con la perspectiva
espacial crítica que está detrás de la lucha por crear geografías más jus-
tas.
En lugar de una perspectiva explícitamente espacial, muchas formas
de ambientalismo apasionado tienden a enfatizar la causalidad física o
natural, dando lugar a nociones tan excesivamente idealizadas como la
santidad de la Madre Tierra y al activismo que se centra en objetivos
estrictamente definidos y casos únicos y muy localizados de impactos
ambientales discriminatorios. David Harvey (1996) utilizó el término
“localismo militante” para describir este estrecho enfoque del MJA y su
efecto fragmentador sobre las luchas de clase y obreras. Entre los ma-
yores logros de la Bus Riders Union se encuentra haber mantenido las
conexiones entre la justicia ambiental y en el transporte y las luchas más
amplias contra la discriminación por motivos de raza, clase y género.
Para que quede claro, esto no quiere decir que los defensores de la
justicia ambiental o que las cuestiones que abordan no sean espaciales:
todo en la tierra es espacial, se reconozca o no como tal. Tampoco se su-
giere que el MJA no haya contribuido de manera significativa a la lucha
por la justicia espacial y el derecho democrático a una ciudad justa. Al
igual que en las luchas por el espacio público, la búsqueda de la justicia
ambiental en concreto ha sido y debe seguir siendo una parte vital de
la lucha más amplia por la justicia. Justicia ambiental y justicia espacial,
sin embargo, no deben confundirse alegremente. La justicia ambiental
puede ser mejor considerada y concebida como un subcampo de la jus-
ticia espacial centrado en la discriminación geográfica con respecto a
los impactos ambientales negativos, que van desde la ubicación de una
instalación de residuos tóxicos al impacto desigual regional y nacional
del calentamiento global y el cambio climático.
En busca de la justicia espacial 91

Como tal, el MJA puede beneficiarse significativamente de una ma-


yor conciencia de las geografías interactivas y multiescalares de la dis-
criminación basada en el lugar que da forma a la justicia ambiental y
proporciona oportunidades para la intervención entre lo global y lo lo-
cal. Por ejemplo, aunque el calentamiento global y el cambio climático
han sido definitivamente vinculados a la acción humana, es útil ver que
tal acción humana funciona a través de la producción y reproducción de
geografías injustas y estructuras globales de ventaja y desventaja espa-
cial. Esto exige respuestas políticas a escalas múltiples e interconectadas.
Del mismo modo, con respecto a los límites ambientales al creci-
miento, se puede argumentar que se produce suficiente hoy en día para
alimentar, vestir, alojar y mantener a toda la población mundial sin una
degradación ambiental significativa. Lo que lo impide (e induce poten-
cialmente a un cambio climático imparable y desastroso) es la geografía
mundial injusta de la producción y el consumo, con una concentración
excesiva en algunos lugares y espacios favorecidos y una escasez grave
en otros. Los persistentes extremos de desarrollo geográfico polarizado
no crean tanto un reto de hacer algo por el medio ambiente per se, sino
más bien un desafío político para luchar por la justicia espacial redistri-
butiva a diferentes escalas, centrándose menos en los resultados que en
los procesos que los producen.
Parafraseando a Martin Luther King, la injusticia espacial de cual-
quier lugar, en cualquier escala geográfica, es una amenaza a la justicia
en todas partes. Esto sugiere de una manera más convincente y, con-
cretamente, que los fenómenos a gran escala, tales como el cambio cli-
mático, tienen una geografía de efectos globales pero también afectan
de maneras muy distintas a estados-nación individuales, regiones sub-
nacionales, áreas intrametropolitanas y comunidades y barrios locales.
Lo mismo puede decirse en la otra dirección de escalas, vinculando un
acontecimiento local, como la rotura de las presas y diques a lo largo del
río Mississippi por el huracán Katrina a una política crítica de economía
nacional y científica y a cómo el cambio climático global ha aumentado,
si no la incidencia, al menos la ferocidad de los fenómenos meteoro-
lógicos extremos en todo el mundo. Todo está conectado con todo lo
demás, como dicen los ecologistas, pero no sólo en el plano horizontal
de un ecosistema o una biosfera. Estas conexiones también se extienden
92 Edward W. Soja

verticalmente a través de una disposición en capas socialmente produci-


das de escalas geográficas delimitadas que se extienden desde el planeta
hasta el cuerpo.

Segregación y justicia espacial


Bien impuesta desde arriba o generada por la toma de decisiones de
corte espacial desde abajo, la segregación o el confinamiento de pobla-
ciones específicas a áreas concretas parece conectarse claramente con la
producción de injusticia espacial. La segregación injusta se ha discutido
de diferentes maneras hasta el momento, desde las estructuras impues-
tas del apartheid hasta la creación local de escuelas racialmente segre-
gadas, y no cabe duda de que la segregación es parte integrante de la es-
pacialidad de la injusticia y la injusticia de la espacialidad. Pero una vez
más, al igual que con todas las formas de discriminación derivadas de
la ubicación, el problema se complica por la interacción de influencias
endógenas y exógenas y por las complejas relaciones entre geografías de
elección y geografías de privilegio.
No todos los ejemplos de segregación residencial son totalmente in-
justos. Hasta cierto punto, la segregación residencial puede ser volun-
taria y beneficiosa, con personas de historias similares que eligen vivir
juntas por motivos muy diferentes, desde crear identidad y comunidad
a consumir comida preferida y obtener otras formas de sustento y ali-
mento cultural para ayudar a los recién llegados a encontrar empleo
y vivienda. Sin embargo, la segregación se convierte en un problema
cuando está rígidamente impuesta desde arriba como una forma de do-
minación y control, como ocurrió con el apartheid y el gueto racial; o
cuando emerge menos intencionadamente desde abajo como un sub-
producto opresivo de “libertades” no reguladas dentro de persistentes
estructuras espaciales de privilegios.
Puede ser útil aquí distinguir entre dos formas extremas de segrega-
ción, el gueto discriminatorio y desfavorecido frente al barrio cerrado
creado en gran medida por razones positivas. Me refiero a formas extre-
mas porque hay algunas ventajas positivas en la formación de un gueto,
como servir para crear una conciencia compartida de opresión que pue-
da generar una resistencia coordinada; y pueden darse efectos negativos
En busca de la justicia espacial 93

en el barrio cerrado culturalmente más adaptado. La segregación, como


tantas cosas sobre la espacialidad de la (in)justicia, no es automática-
mente mala en sí misma, ni lo son los intentos de promover una mayor
integración cultural o económica siempre positiva y beneficiosa para las
personas involucradas.
La segregación, como la erosión del espacio público, parece ser de
partida una característica fundamental de la producción y la urbaniza-
ción de la (in)justicia, y, por ello, un objetivo principal en las luchas por
la justicia, y así ocurre ciertamente en diferentes tiempos y lugares. Sin
embargo, estas expresiones superficiales de la injusticia son más com-
plejas de lo que parecen inicialmente. En lugar de ser intrínsecamente
definidas como buenas o malas, tienen que ser vistas contextualmente
como el resultado de estructuras espaciales subyacentes y estructuracio-
nes de las ventajas y desventajas de la ubicación. La tarea de la práctica
espacial teóricamente informada consiste en sacar a la superficie estas
estructuras de privilegio, ya sea por motivos de raza, clase, género, et-
nia, orientación sexual, discapacidad o cualquier otra forma de control
jerárquico y dominación, de una forma más clara y convincente, a una
mayor conciencia pública.

MESOGEOGRAFÍAS DEL DESARROLLO DESIGUAL


Entre lo global y lo local hay muchas escalas regionales: metropolita-
na, subnacional, nacional, supranacional. En cada una de estas escalas,
de manera similar a lo que se ha descrito para la geografía interna de
la ciudad, el desarrollo geográfico desigual conlleva significativas des-
igualdades espaciales o territoriales. Cuando estas desigualdades in-
trametropolitanas, intranacionales e internacionales se mantienen en
el tiempo, como ocurre con la tradicional división entre el Primer y el
Tercer Mundo o la duradera diferencia de renta entre el norte y el sur
en Italia, Inglaterra y Estados Unidos, se convierten en otro contexto o
escenario para la búsqueda de la justicia espacial.
Además de ilustrar estas dimensiones multiescalares de búsqueda de
justicia espacial, el pensamiento crítico regional se ha convertido en un
punto central para una teorización más general del desarrollo geográfi-
94 Edward W. Soja

co desigual; una fuerza primaria detrás de la producción y la reproduc-


ción de geografías injustas. Estas teorías han sido fundamentales para el
desarrollo de un campo aplicado de planificación regional orientada al
bienestar dirigido específicamente a reducir las desigualdades regiona-
les y a alcanzar lo que puede llamarse justicia regional y democracia re-
gional. La exploración de estos mundos regionales de la (in)justicia abre
nuevos caminos para el pensamiento y la acción estratégico-espacial.

Desarrollo desigual a escala global


Tal vez el ejemplo más evidente de la búsqueda de justicia macroes-
pacial implique lo que se conoce popularmente como el problema glo-
bal Norte-Sur, esto es, las enormes diferencias en el desarrollo social y
en la calidad de vida entre países ricos y pobres. Términos tales como
Norte-Sur, Primer-Segundo-Tercer Mundo, la división internacional
del trabajo, el núcleo y la periferia, países desarrollados e industriali-
zados frente a países en desarrollo y en proceso de industrialización,
expresan la falta de equidad, la desigualdad y la injusticia de geografías
globales, aunque me apresuro a añadir que estas grandes divisiones se
han visto tradicionalmente a través de lentes históricas y sociológicas,
más que espaciales.
No siempre existió este sistema organizado de desigualdad global. En
la ocupación humana de la tierra siempre ha habido un cierto grado de
desarrollo geográficamente desigual, pero no fue hasta la segunda mitad
del siglo XIX, en una época de imperialismo y colonización global, que
las estructuras más profundamente arraigadas de privilegios y venta-
jas espaciales consolidaron su control sobre toda la población mundial.
Surgió en ese momento una estructura núcleo-periférica mundial y se
mantuvo sin muchos cambios hasta finales del siglo XX, cuando comen-
zó a reconfigurarse el viejo orden mundial de una manera importante
aunque selectiva.
Tras 1989 y el final de la guerra fría, el llamado Segundo Mundo de
los países socialistas y comunistas liderados por la Unión Soviética se
desintegró. Habiendo comenzado décadas antes, un número cada vez
mayor de países recientemente industrializados (PRIs) en el antiguo
Tercer Mundo, conducidos primero por los denominados Tigres Asiá-
En busca de la justicia espacial 95

ticos y más recientemente por China e India, se desarrolló rápidamente


para unirse a los países industrializados, mientras al mismo tiempo una
gran parte del resto del mundo se hundía en una mayor pobreza relativa.
Si bien hubo una importante reestructuración de la vieja división inter-
nacional del trabajo, un desarrollo geográficamente desigual avanzaba
rápidamente en esas décadas de globalización neoliberal. Aunque es di-
fícil de probar, la distribución global de la riqueza y del poder está hoy
en día casi seguro más polarizada (y es más injusta) que nunca antes,
con un número cada vez mayor de súper ricos concentrados en unos
pocos espacios y lugares favorecidos mientras mil millones de perso-
nas o más viven, a menudo sorprendentemente cerca, en barrios pobres
cada vez más compactos.
Podemos hablar aquí de la globalización de la injusticia y de la in-
justicia de la globalización en la misma forma en que se discute la ur-
banización de la injusticia y la injusticia de la urbanización. Ambos
surgen principalmente del desarrollo geográficamente desigual y de la
formación de estructuras de privilegios persistentes que favorecen a los
habitantes de algunas zonas y desfavorecen a otros. También se puede
argumentar que al igual que ocurre en la actividad normal de la ciudad
industrial capitalista, el funcionamiento normal del mercado económi-
co mundial en términos de comercio internacional y flujos de capital,
información y personas, tiende, sin una intervención significativa, a la
continua redistribución de la riqueza desde los países pobres a los ricos,
desde la periferia hacia el núcleo. Reconocer las conexiones cruzadas a
diferentes escalas entre la globalización y la urbanización y actuar para
cambiar sus injusticias espaciales interdependientes constituye el objeto
de una perspectiva regional o mesogeográfica crítica.
Se pueden hacer otras comparaciones entre la urbanización y la glo-
balización de la (in)justicia. Se puede decir con base en las conclusiones
del subdesarrollo y de la teoría de la dependencia que la geografía global
injusta es el producto de dos procesos interdependientes de desarrollo
capitalista aunque fundamentalmente diferentes. Uno opera principal-
mente para favorecer a los ricos y poderosos, mientras el otro, más trun-
cado y azaroso y con menos recursos, sirve principalmente a los pobres.
Se utilizó un argumento similar —separado y desigual— en una escala
diferente en el caso Bus Riders Union, en los esfuerzos realizados para
96 Edward W. Soja

luchar contra la segregación racial en las escuelas del sur de EE.UU. y


para todas las formas de apartheid, que en afrikáans significa “desarrollo
separado”.
Poner de relieve este punto es necesario, ya que los principales actores
en la toma de decisiones lo olvidan con demasiada facilidad. Se descui-
da casi siempre satisfacer las necesidades básicas de los países pobres, ya
sea a través de mecanismos del mercado o de políticas gubernamenta-
les, en comparación con la satisfacción más amplia pero menos urgente
de las necesidades de los ricos y más poderosos, ya estemos hablando
de naciones o de barrios. Ello produce fundamentalmente geografías
injustas en diversas escalas y requiere medidas correctivas significativas.
Continuando con la comparación global-urbana, el Tercer Mundo,
incluso con los cambios recientes en su composición, puede verse como
una especie de gueto mundial que surge de una combinación de inmo-
vilidad, elección individual y discriminación espacial y control externo
impuestos. El Tercer Mundo, o la periferia global, es similar en este sen-
tido a una zona redlined en una ciudad, es decir, un área de desinversión
y superexplotación intencional. Al igual que la redlining urbana, la red-
lining global no es necesariamente el producto de capitalistas codiciosos
que conspiran para drenar la riqueza de un área determinada mediante
el establecimiento de una línea roja de “no pasar” a su alrededor. Estas
zonas surgen principalmente de operaciones diarias normales del mer-
cado y la búsqueda de competitividad para maximizar los beneficios.
Aunque puede cambiar con el tiempo, siempre habrá alguna zona de la
ciudad que esté prácticamente definida de esta manera, donde los aho-
rros locales y el ingreso residencial se transfieran a otras áreas y a inte-
reses externos, basados ​​en gran medida en la percepción de que la zona
afectada es peligrosa, inestable, o simplemente un lugar poco atractivo
para hacer negocios. Las inversiones que benefician directamente a la
población local tienden a reducirse en comparación con las inversiones
que facilitan la transferencia de capital físico y humano fuera de la zona
para el beneficio de otros. En la medida en que siempre habrá este tipo
de áreas en una economía urbana dominada por el mercado, también se
podría decir que sin una intervención significativa y persistente siempre
habrá un Tercer Mundo o su equivalente en la división global capitalista
del trabajo.
En busca de la justicia espacial 97

No obstante, hay importantes diferencias entre las escalas global y


urbana. Un ejemplo paradigmático se refiere a las estructuras guber-
namentales, que son mucho más débiles en la escala global en compa-
ración con el poder de las administraciones nacionales y locales. Se ha
convertido en algo fácil culpar al Banco Mundial, al Fondo Monetario
Internacional, a la Organización Mundial del Comercio, e incluso a las
Naciones Unidas de la persistencia de las desigualdades mundiales y las
brechas en la renta cada vez mayores, pero en gran parte siguen la lógica
insistente del mercado, más que liderar intencionadamente el camino
hacia la pobreza. Las fuentes del desarrollo geográfico desigual son mu-
cho más profundas que las operaciones superficiales de las instituciones
mundiales, aunque no están ciertamente exentas de culpa.
El incremento de las desigualdades y el empeoramiento de las in-
justicias en todas las escalas geográficas han estimulado un creciente
movimiento de justicia global alrededor de nociones relacionadas con
la justicia ambiental y espacial, al menos en parte. Los principales obje-
tivos tienden a ser generalizados: globalización neoliberal, degradación
ambiental y calentamiento global, proliferación nuclear, amenazas con-
tra la paz mundial y los Derechos Humanos, y lo que se percibe como
los demonios del propio capitalismo. Sin embargo, casi todos los esfuer-
zos para hacer frente a estas cuestiones se enfrentan a especificidades
regionales y a los problemas fundamentales asociados a la dualidad y a
las complejidades relacionadas con el desarrollo geográfico desigual y la
injusticia espacial, especialmente la mezcla de las geografías de privile-
gio y las geografías de elección.
Una manifestación importante de esta búsqueda de la justicia espa-
cial global es la Carta mundial por el derecho a la ciudad, elaborada en
2005 después de una serie de reuniones del Foro Social Mundial. Sobre
la base de los escritos fundamentales de Henri Lefebvre sobre le droit
à la ville y las largas luchas por los Derechos Humanos universales, la
Carta es indicativa de las sinergias que surgen de la síntesis de las ideas
que operan en distintas escalas geográficas. Fundamentar el movimien-
to por la justicia global en el derecho a la ciudad crea objetivos más tan-
gibles y alcanzables que la simple lucha contra el capitalismo neoliberal,
la globalización o el calentamiento global, especialmente porque los tres
98 Edward W. Soja

se generan y se concretan principalmente en las regiones urbanas más


importantes del mundo contemporáneo.
Algunos podrían argumentar que centrarse en el derecho a la ciudad
excluye a una gran parte de la población mundial que no vive en las
grandes ciudades. Desde una perspectiva regional o mesogeográfica, sin
embargo, el proceso de urbanización y la difusión del capitalismo indus-
trial de base urbana han sido una parte integral de la globalización del
capital, el trabajo y la cultura. De la misma manera que se puede decir
que cada centímetro cuadrado de la superficie de la tierra ha sentido
hasta cierto punto los efectos de la globalización, de una forma más o
menos profunda según las áreas, también puede afirmarse que la urba-
nización y todo lo que la acompaña también se han extendido, de forma
desigual, por toda la tierra. A medida que todo el mundo se urbaniza y
globaliza en cierta medida, la urbanización de la injusticia y la globali-
zación de la injusticia se refuerzan mutuamente para crear lo que proba-
blemente sean las mayores desigualdades espaciales de riqueza y poder
que el mundo haya visto nunca. La búsqueda de la justicia espacial y la
regionalización del derecho a la ciudad se necesitan más que nunca.

Regionalismo supranacional y la Unión Europea


Otro aspecto de la nueva geografía global que se ha ido formando
en los últimos cuarenta años ha sido la expansión del regionalismo su-
pranacional, inspirado en gran medida por el surgimiento de la Unión
Europea como la primera cuasi confederación —o coalición— de países
industriales avanzados y ahora en medio de una expansión significativa
por la absorción de la mayoría de los países de la Europa del Este. Si
se añade a esto las transformaciones nacional y regional que afectan a
China, Rusia y otras partes del antiguo Segundo Mundo, podría parecer
que el mundo contemporáneo se está moviendo hacia direcciones muy
diferentes, hacia el socialismo y el capitalismo de manera simultánea.
Sin embargo, podría ser más acertado (y estratégicamente, más optimis-
ta) decir que estos movimientos aparentemente divergentes y la mayor
complejidad ideológica que crean están generando nuevas posibilidades
de mezclas creativas o híbridos del capitalismo y el socialismo, más que
mantenerse en su oposición dicotómica convencional.
En busca de la justicia espacial 99

En muchos aspectos, y especialmente en relación con el tratamiento


de la injusticia espacial y la defensa de la democracia regional, la Unión
Europea es ya algo así como un híbrido creativo del socialismo y el ca-
pitalismo. A menudo descrita como la Europa de las regiones, la UE
ha jugado un papel innovador particular en la búsqueda de la justicia
espacial a través de la promoción de formas progresivas de planificación
regional y territorial. Desde los inicios de la UE, el Fondo Regional ha
invertido en la reducción de las desigualdades regionales y las formas
conexas de exclusión social y económica dentro de y entre los Estados
miembros. Uno de sus éxitos, al menos hasta la crisis actual, ha sido la
transformación de Irlanda, de ejemplo paradigmático de periferia sub-
desarrollada europea al Tigre Celta, uno de los dos o tres países euro-
peos más ricos.
A pesar de que todavía no ha tenido muchos efectos concretos, hay
otra política más reciente de desarrollo en la UE que representa un
nuevo enfoque en la búsqueda de la justicia espacial a escala regional
e interurbana. Me refiero a la Perspectiva europea de ordenación del
territorio, ahora una parte integral de las políticas de la UE en todos los
países miembros (Faludi y Waterhout 2002). El nombre es en sí mismo
significativo, por lo menos como una expresión de la importancia de
una perspectiva espacial crítica. Hace treinta años, poner las palabras
espacial + desarrollo + perspectiva juntas hubiera sido casi inconcebible
y para muchos, incomprensible. Hoy, la planificación y la política de
desarrollo espaciales destinadas a reducir las desigualdades espaciales,
así como el fomento del desarrollo sostenible de los entornos sociales
y naturales a escalas diferentes, se han convertido en centrales para los
objetivos de la UE.
La Unión Europea también ha conllevado la formación de un cre-
ciente número de bloques comerciales regionales, cada uno dirigido a
lograr un mercado de mayor tamaño y poder en la competencia por
los recursos globales. Entre los más destacados se encuentran el Trata-
do de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el MERCOSUR
(Mercado Común para casi toda América Latina) y el APEC (Foro de
Cooperación Económica Asia-Pacífico). Estas y otras agrupaciones de
Estados para fines especiales tales como la OPEP, la OCDE y los BRIC
(la alianza informal creada recientemente entre Brasil, Rusia, India y
100 Edward W. Soja

China), junto con un número aún mayor de gigantescas corporaciones


globales, han dividido el mundo en una gruesa capa de organizaciones
multinacionales o transnacionales. Antaño relativamente sin ejemplos,
esta escala de organización supranacional pero submundial se está lle-
nando rápidamente de ellos. La mayoría de los bloques comerciales si-
guen siendo altamente especializados, relativamente incoherentes y mo-
tivados puramente por razones económicas, pero si el modelo de la UE
continúa teniendo efecto, tienen el potencial para desempeñar un papel
más importante en el futuro del movimiento por la justicia global y en
la reducción de las desigualdades internacionales.

Desigualdades regionales dentro de las naciones


Los regionalismos intranacionales y las luchas por lo que podría lla-
marse justicia regional han explotado en los últimos veinte años. Al-
gunos ejemplos incluyen la desintegración en regiones subnacionales
de Yugoslavia, la Unión Soviética y Checoslovaquia; formas innovado-
ras de descentralización regional en España (Cataluña y el País Vasco),
Reino Unido (Escocia, Gales y la Greater London Authority) y Canadá
(Quebec); y movimientos secesionistas de intensidad y éxito variable en
Eritrea, Sudán del Sur, Italia del norte, en la Bélgica flamenca, Sri Lanka,
Tíbet, Cachemira, Aceh, Kurdistán, Chechenia y Chiapas. Para algunos,
estos movimientos subnacionales, que se añaden al auge de regionalis-
mos supranacionales, han supuesto un debilitamiento de la soberanía
del antaño incuestionado estado-nación. Otros, no obstante, ven al
estado-nación comprometido con una significativa reestructuración y
“redimensión” de sus poderes territoriales (Brenner 2005), subiendo en
la escala para seguir siendo el actor principal en el mercado mundial
mientras extiende al mismo tiempo su poder escalar hacia abajo me-
diante la descentralización controlada.
Independientemente de cómo se interprete el papel cambiante del
estado-nación, las desigualdades intranacionales de desarrollo regional
siguen siendo tanto un problema político como una forma persistente
de injusticia espacial. Los esfuerzos por lograr una mayor justicia re-
gional se expresan en muchas formas diferentes. En algunos casos, los
En busca de la justicia espacial 101

separatismos culturales conducen a movimientos de secesión; en otras


situaciones con “naciones dentro de naciones”, como Cataluña, en Es-
paña y Quebec en Canadá, la lucha es principalmente sobre el grado de
autonomía real y simbólica. En todo caso, el orden nacional establecido
y la homogeneidad del sentimiento y la identidad nacionalistas están en
discusión.
El separatismo cultural y las luchas por la justicia regional se rela-
cionan estrechamente a menudo con el patrón de desarrollo económi-
co geográfico desigual. La política de regionalismo que surge de esta
coincidencia de diferencias espaciales tiende a moverse en direcciones
opuestas. Las regiones más ricas sienten con frecuencia que están sopor-
tando una parte desproporcionada o injusta de la carga en el trato con
las regiones más pobres, mientras que las regiones más pobres exigen
una atención aún mayor a sus graves problemas de pobreza y desem-
pleo. Esta polarización política de desarrollo regional desigual puede
ocurrir incluso cuando no hay diferencias culturales y lingüísticas pro-
nunciadas entre las regiones. Una vez más, no se puede escapar a las
geografías injustas. Son el campo de batalla para las luchas por la justicia
espacial en todas las escalas, desde lo global a lo local.
Desafortunadamente, al igual que la desigualdad regional y la injus-
ticia en las escalas intrametropolitana, intranacional y global han esta-
do llegando a niveles sin precedentes, la reestructuración estatal y las
políticas nacionales de todo el mundo, sobre todo cuando están fuer-
temente influenciadas por la ideología neoliberal, han conducido a un
debilitamiento de los sistemas de bienestar y a reducciones significativas
en los fondos del gobierno para programas sociales y de lucha contra la
pobreza. Como resultado, la planificación urbana y regional orientada
al bienestar se ha reducido, y se han hecho cargo del proceso de planifi-
cación enfoques más empresariales, creando una competencia feroz en-
tre ciudades y regiones para obtener beneficios de la economía mundial.
En este contexto de empeoramiento, promover el regionalismo demo-
crático y la recuperación de la planificación y la gobernabilidad regional
orientada al bienestar se convierte en un objetivo de mayor importancia
en las luchas por la justicia espacial.
102 Edward W. Soja

Hacia una teoría geográfica del desarrollo desigual


Entender las dinámicas que se encuentran tras el desarrollo geográ-
fico desigual, esto es, por qué una zona y su población se desarrollan
más rápido que otras, puede ser uno de los mayores desafíos a los que
se enfrenta la investigación contemporánea. Sin embargo, las nociones
específicamente geográficas del desarrollo desigual rara vez han sido
tratadas directamente, reflejando de nuevo lo que se ha descrito ante-
riormente como una reticencia en contra de considerar a la geografía
como una fuerza causal significativa en la explicación de las relaciones
sociales y el desarrollo social. El mejor intento disponible de formular
una teoría completa del desarrollo desigual desde una perspectiva espa-
cial crítica se puede encontrar dentro del campo de la teoría del desarro-
llo regional. La literatura que existe al respecto es altamente repetitiva
y no ampliamente reconocida o aceptada por la mayoría de los autores
contemporáneos, pero puede extraerse de la misma una serie de princi-
pios fundamentales que se pueden añadir a nuestra comprensión de la
producción y la reproducción de la (in)justicia espacial.
El punto de partida es el reconocimiento de que el desarrollo, inde-
pendientemente de cómo se defina, nunca tiene lugar de manera unifor-
me en el espacio. Todos los procesos sociales tienen efectos geográfica-
mente desiguales. Esto puede sonar obvio, pero fue pasado por alto en
las ciencias sociales liberales y especialmente en la economía neoclásica
hasta la década de los cincuenta, cuando las obras de destacados acadé-
micos como François Perroux y Gunnar Myrdal plantearon la discusión
sobre el desarrollo económico en un mundo espacial de ciudades y re-
giones. También llevaron este primer principio más allá, argumentando
que el desarrollo desigual se presenta en su mayor parte desde la con-
centración geográfica, desde aglomeraciones dinámicas y expansivas
que se basan de manera persistente sobre sus propias ventajas iniciales.
La aglomeración espacial o polarización, el surgimiento de polos de de-
sarrollo de crecimiento, fue considerada por lo tanto la principal fuerza
impulsora del desarrollo geográfico desigual.
Pocos avances se hicieron para comprender la dinámica del desarro-
llo espacial polarizado hasta hace relativamente poco tiempo, cuando
la teoría de la aglomeración económica fue retomada por una nueva
En busca de la justicia espacial 103

generación de economistas y geógrafos interesados en la espacialidad.


Constituye una de las extensiones más pioneras del giro espacial reco-
nocer ahora que la urbanización y la fuerza económica que surgen de
los hábitats urbanos y regionales espacialmente organizados son los ge-
neradores principales de todos los aspectos del desarrollo social. Cons-
tituye una de las primeras exploraciones de este efecto estimulante de
la aglomeración urbana la obra de Jane Jacobs The Economy of Cities
(1969), que en su momento fue ridiculizada e incomprendida pero que
es ahora la inspiración de ideas nuevas e importantes sobre la causali-
dad espacial urbana. Para más información sobre las contribuciones de
Jacobs a la nueva geografía económica, véanse las Notas y Referencias
del Capítulo 1.
Si bien no se avanzaba mucho en la comprensión de los mecanis-
mos internos de estos polos de desarrollo y cómo se crean y mantienen
sus fuerzas económicas, los primeros pensadores regionales dieron un
importante paso siguiente. En un sentido muy amplio, reconocieron
que había fuerzas tanto positivas como negativas que emanaban de las
aglomeraciones urbanas, una doble faceta que está relacionada con la
producción simultánea de justicia e injusticia, como se explicó anterior-
mente. Myrdal (1957) llamó a estas dos fuerzas y sus efectos spread y
backwash, mientras Albert Hirschmann (1958) las denominó polariza-
tion y trickle down. En muchos sentidos, éste fue el primer reconoci-
miento de lo que más adelante se describe en la teoría del subdesarrollo
y la dependencia como dos procesos diferentes de desarrollo que operan
a escala mundial, uno a favor de la industrialización avanzada de los
países centrales y otro que lidera el “desarrollo del subdesarrollo” en el
Tercer Mundo periférico.
Myrdal agregó la noción de causalidad circular y acumulativa a la
teorización del desarrollo geográfico desigual, una idea que aplicó por
primera vez en su análisis del ciclo de la pobreza en la América Negra.
Una vez que se establecía una ventaja o desventaja inicial, argumenta-
ba, tendería a construirse sobre sí misma, conllevando implícitamente
desigualdades cada vez mayores entre regiones y países ricos y pobres.
Surgieron otras teorías mostrando que las regiones urbanas industria-
lizadas tenían ventajas inherentes sobre las regiones rurales centradas
en la agricultura, lo que lleva a patrones de crecimiento diferenciales
104 Edward W. Soja

cada vez más amplios, comportando presiones políticas entre el núcleo


y la periferia que tendrían resultados potencialmente explosivos si no
se controlan. Esto no era muy diferente del análisis de Harvey de la re-
distribución de la renta real en un sistema urbano. Estos argumentos
revelaban que la planificación y las decisiones políticas de desarrollo
regional son esenciales no sólo para un crecimiento económico eficien-
te, sino también para reducir los problemas asociados con las crecientes
desigualdades económicas o, en otras palabras, para la búsqueda de la
equidad y la justicia regionales.
Lo que debían hacer los planificadores estaba claro. Necesitaban
encontrar la manera de potenciar los efectos positivos de la difusión
mientras se reducía la repercusión negativa a través de los esfuerzos de
“desconcentración concentrada”, localizando polos propulsores de cre-
cimiento en áreas relativamente atrasadas. Cómo lograr esto, sin embar-
go, estaba fuera del alcance de la mayoría de ellos. El reto de descubrir
cómo redirigir las poderosas fuerzas del desarrollo geográfico desigual
para alcanzar mayor igualdad económica y justicia espacial ha avanza-
do poco desde aquellos iniciales avances conceptuales superficiales. Los
teóricos del desarrollo regional de aquel momento no ayudaron dema-
siado a los urbanistas simplemente repitiendo los viejos argumentos con
algún cambio ocasional de terminología.
Parte del deterioro de los debates sobre desarrollo geográfico des-
igual surgió de una significativa ruptura y reorientación de la evolución
de la teoría del desarrollo regional a partir de la década de los setenta,
fenómeno vinculado principalmente a la fuerza creciente de la globali-
zación neoliberal y la reestructuración económica. En las tres últimas
décadas del siglo XX, formas progresistas de regionalismo se dirigieron
a reducir desigualdades espaciales casi desaparecidas. Como se mencio-
nó anteriormente, fueron reemplazadas por un regionalismo neoliberal,
o, tal vez más preciso, neoconservador, que era esencialmente empren-
dedor y estaba dominado por intensas presiones de competir por un
lugar en la economía global más que tratar directamente cuestiones re-
lacionadas con la pobreza y el desarrollo desigual.
El marketing urbano y la imagen regional se hicieron con las riendas
de la planificación y la toma de decisiones políticas, dando lugar a una
competitividad territorial viciada para atraer la inversión y la atención
En busca de la justicia espacial 105

del turismo mundial, que es ahora la industria más grande del mundo.
La reducción de las desigualdades regionales se sacrificó en beneficio
de un consumismo rampante y la necesidad asumida de reorganizar el
espacio urbano y regional para cumplir con la demanda del mercado
mundial. Con una ironía cruel, la planificación del bienestar regional
casi desapareció en un periodo en que las desigualdades en la renta y la
polarización social estaban alcanzando niveles sin precedentes. Afor-
tunadamente, no obstante, había señales de reactivación asociadas a lo
que algunos llaman hoy un Nuevo Regionalismo.

Justicia espacial y Nuevo Regionalismo


El Nuevo Regionalismo ha ido surgiendo lentamente desde media-
dos de la década de los noventa, en parte influenciado por el giro espa-
cial que ha ido extendiendo el pensamiento espacial, y por lo tanto con
una atención cada vez mayor a los temas urbanos y regionales, con la
promesa de restaurar las ambiciones progresistas del regionalismo del
bienestar del pasado y volver a conectar con los movimientos por la jus-
ticia que operan entre las escalas global y local. El Nuevo Regionalismo
ha provocado varios desarrollos innovadores en la búsqueda de la jus-
ticia espacial. En la actualidad existe un movimiento de justicia global
cada vez más activo y consciente espacialmente dirigido no sólo a la jus-
ticia ambiental a escala global, sino más específicamente a los derechos
democráticos de la ciudad. La Unión Europea, en particular a través de
su Estrategia Territorial, está reafirmando la importancia de la planifi-
cación espacial multiescalar para reducir las desigualdades espaciales y
la exclusión social y económica. Los nuevos desarrollos en la teoría de
la aglomeración y la economía urbana y regional están estimulando un
replanteamiento radical de nuestras nociones de desarrollo geográfico
desigual y provocando que se renueve la atención hacia enfoques re-
gionales de planificación, gestión y elaboración de políticas en muchas
escalas diferentes.
Son aquí de particular interés los nuevos enfoques regionales de-
sarrollados a escala metropolitana y en conjunción con la creciente
importancia de las megaciudades en la economía mundial cultural y
política. Las coaliciones de activistas locales han comenzado a adoptar
106 Edward W. Soja

enfoques regionales, conectando lo local y lo global, lo micro y lo ma-


cro, el conocimiento local y la estrategia global. La idea del derecho a
la ciudad, por ejemplo, se está regionalizando en términos de derechos
regionales a la ciudad o de derecho a la ciudad-región; están surgiendo
nuevas ideas sobre democracia regional y regionalismo democrático a
escala metropolitana (Orfield 1997); y tal vez lo más sorprendente haya
sido el surgimiento de un regionalismo basado en la comunidad, que
conecta a los activistas del desarrollo comunitario con urbanistas regio-
nales progresistas de una forma nunca antes soñada (Pastor, Benner y
Matsuoka 2009). Se discute cómo han evolucionado estos enfoques en
Los Ángeles en los Capítulos 4 a 6.
3. LA CONSTRUCCIÓN DE UNA TEORÍA
ESPACIAL DE LA JUSTICIA
Desde esta amplia mirada contextual sobre la producción y la repro-
ducción de la (in)justicia espacial, nos movemos en torno a la misión
de teorizar la justicia espacial y de analizar las distintas formas en las
que los expertos han abordado este proceso de construcción teórica. La
construcción de una teoría espacial de la justicia sigue estos seis pasos:
• Teorizar la propia teoría
• Construir una nueva ontología del espacio
• Teorizar la justicia
• Examinar los debates históricos sobre la justicia espacial
• Centrarse en el planteamiento de David Harvey y la urbanización
de la injusticia
• Desarrollar y extender las ideas de Henri Lefebvre sobre el dere-
cho a la ciudad

FUNDAMENTOS TEÓRICOS
La construcción teórica es uno de los, al menos, cinco modos o nive-
les de formación del conocimiento. La teoría constituye en sí misma un
puente entre las esferas más abstractas de la ontología y la epistemolo-
gía, las cuales confeccionan respectivamente afirmaciones sobre la esen-
cia del ser humano-en-el-mundo y desarrollan formas de asegurar que
nuestro conocimiento del mundo es fidedigno; y los crecientes modos
concretos de análisis empírico y aplicación práctica o praxis, la transfor-
mación del conocimiento en acción, la teoría en la práctica.
Antes de continuar, quiero resaltar que estas cinco formas de conoci-
miento están interconectadas y son de igual importancia. La práctica no
es intrínsecamente mejor que la teoría, ni la teoría mejor que la ontolo-
gía. Del mismo modo, la concreción no es inherentemente superior a la
abstracción. Todas desempeñan un papel en la producción del conoci-
miento y deben verse como figuras interdependientes. Aquí me centraré
108 Edward W. Soja

en la teoría y sus extensiones para desplazarnos desde la construcción


teórica, a través de su aplicación, hasta la práctica actual; y la acción
social es de primordial importancia en la comprensión del significado
de la justicia espacial. Sin embargo, esta parte de la secuencia se apoya
en los fundamentos ontológicos y epistemológicos que hacen posible el
trasvase de la teoría a la práctica.
La discusión epistemológica está relacionada con los métodos y
planteamientos, y especialmente con el modo en el que podemos afir-
mar que nuestro conocimiento, o nuestras teorías, descubrimientos
empíricos y prácticas, pueden ser, con seguridad, interdependientes.
Las teorías son en sí mismas intentos de explicar lo máximo posible los
aspectos específicos del mundo real en el que vivimos; son una forma
de explicación generalizada y se desarrollan a partir de métodos episte-
mológicos concretos. Las teorías se pueden construir de manera deduc-
tiva, inspirándose o extendiendo las formas existentes de explicación
general o, de forma inductiva, añadiendo nueva información empírica y
práctica. Algunas teorías son más especulativas e hipotéticas que otras,
pero como puente entre lo abstracto y lo concreto, la teoría se apoya
sobre la fiabilidad de los supuestos ontológicos y epistemológicos. Una
buena teoría nunca propone sus propios términos sin una justificación
razonable.
La manera en la que se define esta justificación razonable es una
cuestión epistemológica clave y se refiere a las diferencias entre teoría
normativa y científica o positiva y crítica. En lugar de examinarse de
una forma directa, la teoría normativa se apoya en el poder del razo-
namiento lógico respaldado por los objetivos morales o éticos; añade
afirmaciones de lo que debe ser, de lo que es deseable o indeseable. La
teoría científica hace afirmaciones positivas (por lo tanto positivistas)
sobre lo que es, lo que existe en realidad, y busca la verificación o falsifi-
cación con base en algunos de los métodos científicos. Para la mayoría,
dada la necesidad de examinar empíricamente el valor de la veracidad
del conocimiento que produce, el método científico solamente se apoya
en nuestras percepciones y sentidos observacionales. Encontrar el límite
entre lo que es conocible y lo que no, ha sido un campo de debate agita-
do en la filosofía de la ciencia (positiva).
En busca de la justicia espacial 109

La teoría crítica, tal y como la contemplo, a través de una perspec-


tiva espacial crítica, se preocupa ante todo de la utilidad en la praxis,
especialmente respecto a la consecución de la liberación de la opresión
y la dominación. A pesar de que su epistemología es más la práctica
que la norma o la verdad orientada, nunca se encuentra completamente
separada ni de la teoría normativa ni de la científica. Sin embargo, por
su propia naturaleza, el pensamiento crítico conduce a ciertos interro-
gantes sobre todas las epistemologías establecidas y a la búsqueda de
sus defectos y debilidades. A pesar de que no rechazo el pensamien-
to normativo ni científico y trato de combinar en lugar de elegir entre
las epistemologías materialistas e idealistas, mi planteamiento sobre la
construcción teórica se mueve tanto hacia la aplicación práctica como
hacia la ontología y las bases necesarias sobre qué apariencia debe tener
el mundo para que nosotros sepamos algo sobre él, esto es, para obtener
algún conocimiento en primer lugar.

NUEVOS COMIENZOS ONTOLÓGICOS


Todas las teorías están arraigadas en hipótesis ontológicas sobre la
existencia humana y la naturaleza del mundo en el que vivimos. Estas
hipótesis sobre el ser-en-el-mundo, que los ontólogos llaman Dasein o
être-là (ser ahí, existencia) funcionan a modo de axiomas. No están con-
trastadas con la realidad, pero lógicamente se han impuesto para definir
qué es lo que todos los humanos comparten por el simple hecho de estar
vivos. La noción de que somos esencialmente seres sociales le es familiar
a todo el mundo. La existencia humana no es solitaria por naturale-
za, sino que siempre está integrada en las relaciones y los contextos so-
ciales. La manera de comportarnos en estos contextos relacionales, los
cambios y variaciones a lo largo del espacio y el tiempo “reales” y otras
cualidades específicas del ser humano social o la sociabilidad no son
ontológicas: son contingencias especificadas que surgen de la naturaleza
fundamentalmente social de nuestra existencia. Aún así, la acumulación
de conocimiento sobre la representación de estas contingencias ha sido
trazada casi inconscientemente por las hipótesis ontológicas. De algún
modo, son un tipo de ADN de nuestros procesos mentales, un patrón
110 Edward W. Soja

que damos por sentado del que obtenemos conocimiento y compren-


sión sobre nuestros mundos cotidianos.

La necesidad de una reestructuración ontológica


Presto mucha atención a este mundo de la ontología enormemente
abstracto porque pienso que es la fuente de lo que, al menos para el siglo
pasado, ha sido una tendencia en la formación del conocimiento, que ha
distorsionado en cierto grado nuestras epistemologías, teorías, análisis
empíricos y prácticas sociales. Identificar esta distorsión ontológica y
presentar una alternativa mejor es esencial para la tarea de desarrollo de
una teoría crítica de la justicia espacial útil. Anteriormente se presentó
un esbozo de esta reestructuración ontológica y puede resumirse de for-
ma comprensible: el ser-en-el-mundo, igual que lo que los ontólogos lla-
man “transformación”, el vivir fuera de nuestras vidas, es esencialmente
social, temporal y espacial. En este nivel muy básico, el resto de lo que
hay en la vida es contingente en esta sociabilidad espacio-temporal de
la existencia humana.
Tal y como se trató con anterioridad, se puede sostener que la ma-
yoría de nuestras teorías sociales y sus epistemologías asociadas se han
basado y formado por hipótesis casi subliminales que centran su aten-
ción principalmente en los aspectos sociales y temporales o históricos
del ser y, de forma mucho menos enfática, en la espacialidad funda-
mental de la vida. Esta distorsión ontológica, como la he llamado, no se
da siempre: según Michel Foucault (1986), la tendencia a ver el tiempo
como algo dinámico y ligado al desarrollo, y ver el espacio como un
fondo relativamente fijo y muerto surgió en el pensamiento occidental
en la segunda mitad del siglo XIX y ha continuado, pasando casi com-
pletamente desapercibida, formando nuestras ideas hasta el presente.
Tal como apunta Foucault, no existe una buena razón para presuponer
que nuestra existencia como seres sociales e históricos sea axiomática-
mente más importante, más básica, que nuestra existencia como seres
espaciales; casi todas las corrientes de pensamiento filosófico, desde las
ciencias sociales hasta el socialismo científico de Marx, todavía ante-
ponen la naturaleza social e histórica de la realidad por encima de su
espacialidad fundamental.
En busca de la justicia espacial 111

Debo repetir, por miedo a ser malinterpretado, que no deseo ante-


poner la espacialidad de la vida humana sobre el resto, tal y como lo han
hecho la sociabilidad e historicidad fundamentales. Tampoco quiero
despreciar el bagaje social e histórico. Mi razonamiento, siguiendo las
tempranas ideas de Foucault y Lefebvre, es que hay tres, en lugar de dos,
cualidades fundamentales u ontológicas de la existencia humana, de las
cuales se deduce todo el conocimiento: la social/societal, la temporal/
histórica y la espacial/geográfica. A pesar de esta “dialéctica triple”, casi
todo el conocimiento que se ha acumulado aproximadamente a lo largo
del siglo pasado se ha basado principalmente en una doble ontología,
relacionando dinámica y dialécticamente las dimensiones social e histó-
rica del desarrollo individual y societal, haciendo que la espacialidad de
nuestro ser sociohistórico pasase relativamente desapercibida.
El tiempo ha venido, por decirlo así, a reequilibrar este trío ontoló-
gico, a hacernos ver que todas estas formas de producción del conoci-
miento, de la epistemología a la formación teórica, el análisis empírico
y la aplicación práctica son siempre, simultánea e interactivamente, so-
ciales, históricas y espaciales, al menos a priori. Pueden surgir diferentes
enfoques principales en la formación del conocimiento específico sobre
un asunto o un tema (aquí el enfoque principal es decididamente espa-
cial con respecto al concepto de justicia), pero siempre se debe recor-
dar el supuesto de un equilibrio ontológico de tres vías. Este equilibrio
esencial es difícil de conseguir, ya que va en contra de la forma en que
ha sido educado casi todo el mundo que lee esto, pero es un punto de
partida vital para el entendimiento de la naturaleza de una perspectiva
espacial crítica y de una nueva conciencia espacial que ha estado emer-
giendo en los últimos años.
De estos nuevos principios ontológicos está surgiendo una concien-
cia crítica de que somos seres espaciales desde el nacimiento, nuestra
ocupación primigenia del espacio. A lo largo de nuestras vidas, nos es-
forzamos en dar forma a los espacios en los que vivimos, mientras, estos
espacios, consolidados y desarrollados, le están dando forma al mismo
tiempo a nuestras vidas en numerosos aspectos. Por lo tanto, estamos
ineludiblemente inmersos en las geografías de nuestro alrededor exac-
tamente de la misma manera que somos actores esenciales en los con-
112 Edward W. Soja

textos sociales y siempre estamos involucrados de una forma u otra en


la construcción de nuestra biografía individual y de la historia colectiva.

Desarrollo geográfico desigual y justicia espacial


Desde esta dialéctica triple se pueden obtener algunos principios
adicionales que describen la espacialidad de la vida humana. Uno de
ellos nos acerca a la teorización de la justicia espacial; se trata de la om-
nipresencia del desarrollo geográfico irregular y sus desigualdades espa-
ciales asociadas. Como se comentó anteriormente, ningún proceso so-
cial tiene lugar de manera uniforme en el espacio, siempre habrá ciertas
desigualdades en las geografías que producimos, al igual que siempre
hay ciertas variaciones entre los individuos en su desarrollo sociohistó-
rico. La inculcación (social) de injusticia en nuestra geografía (e histo-
ria) surge de forma muy básica de las desigualdades producidas a raíz de
los efectos geográficos desiguales de cada acción individual y de todos
los procesos sociales.
En este sentido, nunca puede haber una igualdad perfecta a través
del espacio geográfico en cualquier atributo significativo de la existencia
humana; siempre habrá cierto grado de variación, aunque no todas estas
variaciones y desigualdades tengan importancia a nivel social. Vivir en
la superficie de la tierra es la fuente existencial del desarrollo desigual,
en primera instancia porque nuestro ser está expuesto continuamente
a los efectos de fricción de la distancia. Esta fricción y sus propiedades
físicas relacionadas no sólo hacen imposible que dos objetos materiales
ocupen exactamente el mismo lugar al mismo tiempo, sino que tam-
bién producen desigualdades en otras direcciones. La acción humana y
los contextos sociales colectivos que enmarcan las actividades humanas
“tienen lugar” literalmente, acontecen en lugares y espacios específicos
y, al hacerlo, la mayoría de nosotros tiende a agruparse para buscar la
proximidad y la propincuidad que hacen reducir los costes de tiempo y
energía al atravesar la distancia.
A pesar de ello, a menudo fuera de nuestro conocimiento consciente,
el comportamiento de minimizar la distancia es una parte fundamental
de nuestro ser espacial y de nuestras geografías producidas socialmente.
En busca de la justicia espacial 113

Esto está relacionado con la teorización de la (in)justicia y quiere decir


que hagamos lo que hagamos rara vez estará distribuido, si es que alguna
vez lo está, uniformemente o al azar sobre el espacio. Nuestras acciones
y actividades tenderán más o menos a ser nodales, aglutinadas en cen-
tros o aglomeraciones concretas, y esta centralización o nodalidad gene-
rará ventajas y desventajas distribuidas de forma desigual, dependiendo
de la ubicación y la accesibilidad con respecto al centro o nodo. Estas
características fundamentales u ontológicas de la organización espacial
humana dan lugar a geografías empíricas más complejas e injustas.
El punto clave establecido en estas observaciones ontológicas y teó-
ricas es que el desarrollo geográfico desigual, sea cual sea su origen
concreto, es un factor que contribuye a la creación y al mantenimiento
de las desigualdades individuales y sociales y, por ende, a las injusticias
sociales y espaciales. Solamente podemos concebir una situación en la
que los individuos y las colectividades son perfectamente iguales, sin
importar cómo se define esta igualdad, cuando abstraemos o ignoramos
la espacialidad de la vida humana. Ya sea al ocupar un lugar privilegiado
frente a la televisión, al hacer la compra, al encontrar una buena escuela,
al elegir vivir cerca del trabajo, al conseguir grandes riquezas y prospe-
ridad, al encontrar un lugar para invertir billones de dólares o, efectiva-
mente, al buscar una mejor justicia espacial, las actividades humanas no
sólo están formadas por las desigualdades geográficas, sino que también
desempeñan un papel en su producción y reproducción.
Existen varias implicaciones importantes para la conceptualización
de la justicia espacial que se muestran a continuación. Las geografías
que hemos producido siempre llevarán integradas injusticias espaciales
y desigualdades distribucionales. Dicho de otro modo, la ubicación en
el espacio siempre estará ligada a cierto grado de relativa ventaja o des-
ventaja. Una parte de esta diferenciación geográfica tendrá leves conse-
cuencias, pero en otros casos puede tener efectos profundamente opre-
sivos y explotadores, especialmente cuando se ha sostenido a través de
largos periodos de tiempo y está arraigada en segregaciones persistentes
en la sociedad, tales como las basadas en la raza, la clase o el sexo. Esta
diferencia entre las formas lógicas e ilógicas de la injusticia espacial es
vital para los esfuerzos de cualquier colectivo que desee conseguir una
mayor justicia, así como para cualquier concepto viable de democracia.
114 Edward W. Soja

Tanto si se considera lógico como si no, cada ejemplo de ventaja u


oportunidad desigual, ya sea individual o colectivo, puede verse como
una injusticia espacial. Sin embargo, concebir la espacialidad de la justi-
cia de este modo que lo engloba todo presenta algunos problemas, tan-
to prácticos como teóricos. La primera opción puede definirse como la
pérdida de especificidad: cuando la justicia y la injusticia espaciales se
ven como una parte inevitable y omnipresente de nuestras vidas, conse-
guir una sociedad más justa o reclamar nuestro derecho a la ciudad pue-
den convertirse en tareas abrumadoras o incluso imposibles. Quizá sea
cierto, como declaró Martin Luther King en la cárcel de Birmingham,
que la injusticia en cualquier lugar es una amenaza a la justicia en todas
partes, pero esto se debe entender más bien como una invitación a reco-
nocer la destacada espacialidad de la (in)justicia, en lugar de como una
apelación a la identificación y a la reacción a cada caso de injusticia que
nos encontremos.
Esto no significa que la omnipresencia de la (in)justicia espacial deba
ignorarse o rechazarse, sino más bien que un primer paso en la defini-
ción de una práctica política sólida que busque la justicia espacial re-
quiere un examen más específico de las geografías desiguales del poder
y del privilegio para determinar qué formas de injusticia espacial mere-
cen la máxima atención. Entonces, ¿cómo podemos evitar la generali-
zación excesiva o la selección de objetivos imposibles-de-lograr, y em-
pezar a diferenciar entre lo lógico y lo ilógico, así como entre lo viable
y lo inviable, en la búsqueda de la justicia espacial? Tratar de responder
a esta importante pregunta nos lleva de la teorización del espacio a la
teorización de la justicia.

LA TEORIZACIÓN DE LA JUSTICIA
La justicia, definida y teorizada en un estrecho sentido legal, acarrea
normalmente la idea del juicio justo de culpabilidad o inocencia ante la
ley y el consiguiente debate sobre lo que constituye una pena justa para
el culpable. En este sentido jurídico, la justicia se refiere normalmente a
los individuos e implica un acontecimiento o una acción concretos. Un
planteamiento más amplio, en el que aquí se hace hincapié, amplía el
En busca de la justicia espacial 115

concepto de justicia hacia enunciados más generales sobre sus atributos


y su significado en un orden social dado. A pesar de que a menudo se
encuentre arraigado todavía en un sistema legal establecido, este con-
cepto más amplio de justicia va más allá de los límites de la ley, para así
discutir los principios generales de justicia y democracia, así como los
derechos y deberes derivados de ser miembro de un grupo social con-
creto, tanto si están o no definidos como legales.
Teorizar la justicia social en lugar de la penal siempre es, en cierto
grado, un ejercicio normativo, una búsqueda racional de lo que debe ser
y, por tanto, de las cosas por las que vale la pena luchar. Sin embargo, la
justicia completa, en tanto que igualdad completa, es inalcanzable. Lo
que este entendimiento consigue es desviar la atención hacia la comi-
sión de injusticias y la incorporación de este proceso productivo en el
orden social. La combinación de las teorizaciones normativa, científica
y crítica de injusticia como un producto social conduce directamente
a debates sobre la democracia, la ciudadanía y los derechos humanos
fundamentales. Al menos desde una perspectiva intelectual occidental,
esto nos lleva a la filosofía fundacional de la justicia que surgió en la
Grecia antigua.

Orígenes urbanos
El desarrollo de una teoría general de la justicia tiene unas profun-
das y características raíces en la cultura occidental. Las consideraciones
más convencionales encuentran su origen en la formación de la ciudad-
estado griega, o polis, y especialmente en la Atenas de la época de Pe-
ricles, alrededor del 600 a.C., cuando muchos escritores occidentales
reivindicaron que esta sociedad democrática fuera, ante todo, una prác-
tica generalizada. Cada vez hay mayores indicios de que los principios
democráticos y la sensibilidad a las nociones de justicia social empeza-
ron mucho antes en las ciudades-estado del sudeste asiático y de que la
democracia y la justicia en sentido estricto, se veían considerablemente
limitadas en la polis ateniense. La mayor parte de la población, formada
por los esclavos, casi todas las mujeres, los simples artesanos y otros
que no reunían los requisitos para ser ciudadanos, estaban excluidos del
orden democrático. No obstante, lo que verdaderamente se desarrolló
116 Edward W. Soja

fue un discurso filosófico reflexivo sobre la democracia participativa, los


derechos y obligaciones de la ciudadanía y el significado y la importan-
cia de la justicia social como principio democrático.
La justicia, la democracia y la ciudadanía se definieron como dere-
chos a participar en la política de la ciudad-estado y, asimismo, en sus
actividades sociales, culturales, religiosas y económicas. La polis se veía
como un espacio privilegiado en comparación con cualquier otro, lle-
no de ventajas, oportunidades y las obligaciones correspondientes para
todo aquél que reuniera los requisitos para ser ciudadano. Tras siglos de
dominación teocrática, real e imperial, los derechos de la ciudadanía se
ampliaron en la ciudad-estado ateniense para incluir a las clases en cre-
cimiento de comerciantes y terratenientes. Al mismo tiempo, surgieron
nuevas instituciones (y relevantes burocracias) para asegurar y mante-
ner una democracia funcional (si bien, social y espacialmente limitada).
De este modo, las tempranas ideas sobre la justicia giraban en torno
a los derechos “civiles” basados en la urbe y a las acciones de los ciu-
dadanos en la que pasó a conocerse como sociedad civil, o una esfera
pública involucrada en las decisiones sobre la mejor manera de man-
tener el acceso equitativo a los recursos urbanos para todos aquéllos
que reunieran los requisitos. Se puede decir que estas ideas representan
una de las primeras nociones específicas de justicia espacial, esto es, una
concepción de justicia social en la que la geografía cobra importancia
de un modo significativo. Durante la mayor parte de los dos milenios
posteriores, la justicia y la democracia estuvieron integradas en la dis-
tinción entre ciudad y campo, urbanidad y ruralidad. El lugar de resi-
dencia determinaba los derechos individuales y las responsabilidades y
se convirtió en un marco político clave para conseguir la justicia social.

La universalización (y desespacialización) de la justicia ante la


ley
En el posterior desarrollo de las teorías occidentales basadas en el
estado-nación, incluso en la discusión sobre la Grecia antigua y las tra-
diciones filosóficas griegas, estas antiguas conceptualizaciones espacia-
les de justicia, democracia y ciudadanía basadas en la urbe fueron des-
En busca de la justicia espacial 117

plazadas o se les dio relativamente poca importancia. Este hundimiento


distorsionador de la espacialidad urbana de la justicia se asoció con los
intentos de universalizar la justicia como un derecho “natural” susten-
tado principalmente por un sistema legal y/o constitucional “ciego” (en
el sentido de ser imparcial) que no definió la ciudadanía en términos de
derecho a la ciudad, sino como derechos y deberes determinados por el
estado-nación.
A finales del siglo XVIII, apareció un punto clave y decisivo en el
desarrollo de este concepto de justicia universalizado y controlado por
el Estado. Esto se debió, primero a la Revolución estadounidense y luego
a la francesa, ambas basadas en la necesidad de garantizar los derechos
de todos los ciudadanos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felici-
dad, la liberté, egalité, fraternité, y de lo que después se prometería en
el Juramento de lealtad estadounidense: libertad y justicia para todos.
Al menos en las tradiciones angloamericana y francesa, la justicia y la
democracia liberal pasaron a asociarse con el genérico “Derechos Hu-
manos” ante la ley, a menudo con un presunto énfasis en el derecho a la
propiedad en particular. Mientras en un principio la ciudadanía depen-
día de algún tipo de propiedad, la búsqueda de la “justicia para todos”
estaba asociada casi por completo al sistema jurídico.
Condensando una rica historia para acercarnos al presente, el desa-
rrollo de una exhaustiva teoría democrática liberal de justicia logró su
mayor hito con la publicación en 1971 de A Theory of Justice, del jurista
crítico John Rawls. Desde entonces, Rawls ha estado en el centro de casi
todas las discusiones y debates sobre la naturaleza de la justicia y la de-
mocracia liberal. Además, la respuesta crítica a su trabajo desempeña
un papel clave en la estimulación del desarrollo (¿o redescubrimiento?)
de teorías de la justicia específicamente geográficas.
Rawls presentó una teoría de la justicia distributiva destinada a ser
aplicable universalmente, sin importar dónde ni cuándo pudiera apli-
carse, casi como si la teoría reflejara una ley natural. Según Rawls, es
necesaria una teoría de justicia universal y normativo-científica, cons-
truida sobre la razón y el pensamiento racional, para evitar un amplio
espectro de prejuicios basados en la clase, el sexo, la raza, el lugar de
residencia o cualquier otro posicionamiento concreto de poder e in-
118 Edward W. Soja

fluencia relativos en un orden social dado. Lo que de hecho genera las


injusticias que debe tratar la ley se sumergió y subordinó a la mitigación
de lo que se define legalmente como “consecuencias inaceptables” y a la
búsqueda de lo que constituye el bien común inmediato. La forma en
que se definió este bien común, al menos en las formulaciones origi-
nales de Rawls, tendía a reflejar las condiciones existentes, con toda su
injusticia integrada y desarrollada y su desigualdad socioespacial.
La noción de justicia fundamentalmente aespacial y ahistórica de
Rawls se asocia principalmente con los ideales igualitarios sin trabas
y con la distribución justa de los bienes valiosos como la libertad, la
oportunidad, la riqueza y la dignidad. Tal y como Rawls lo describe, la
justicia alcanza este nivel ideal cuando las perspectivas de los desfavo-
recidos son tan grandes como pueden llegar a serlo (en unas circuns-
tancias dadas), y cuando los privilegiados contribuyen en la satisfacción
de las expectativas de los desfavorecidos, asumiendo un orden social
democrático aceptable por el que empezar. El esfuerzo por conseguir
algo cercano a esta condición ideal se apoya en el núcleo del concepto
democrático liberal de justicia social. Lo que se considera como una
injusticia socialmente inaceptable está determinado completamente a
través y por petición del sistema judicial respaldado por el Estado.
Dado el énfasis universalizador de Rawls, la justicia distributiva vie-
ne a centrarse en el momento o circunstancia inmediatos para los indi-
viduos y, por tanto, sólo puede ser débilmente espacial e histórica en un
sentido colectivo. En términos de teorización de la justicia ante la ley,
dónde se sitúe uno geográficamente no importa de manera significativa.
Las desigualdades distribucionales se abstraen así del espacio geográfi-
co en una estructura de estratificación dada de forma ingenua y pura-
mente social, que normalmente se define en términos de renta en lugar
de la noción más controvertida de clase. Respecto al tiempo, no se han
cuestionado las fuerzas que pueden haber creado las desigualdades en
origen, ni se ha dado una importancia intrínseca a si las desigualdades
aumentan o disminuyen en un momento dado. La justicia se juzga en
términos de resultados existentes, cuando éstos se ven como puntos de
partida inaceptables desde el punto de vista de una idealizada noción
democrática y liberal de una distribución justa.
En busca de la justicia espacial 119

Crítica a la versión de Rawls


La teorización de justicia liberal e igualitaria de Rawls ha recibido
una lluvia de enérgicas críticas, tanto de la derecha como de la izquier-
da, a las que Rawls ha contestado con una serie de modificaciones en sus
ideas originales. Los pensadores más conservadores vieron el concepto
de justicia distributiva casi por definición como algo que sacrifica de-
masiados derechos y libertades individuales, especialmente respecto a
la propiedad y titularidad privadas. En este sentido, se considera que la
justicia es demasiado social, si no socialista, y que merece relativamente
poca atención, excepto en relación al mantenimiento de la ley y el or-
den. Prácticamente para todos los críticos radicales, de nuevo casi por
definición, la teoría liberal no llegaba tan lejos, dejando casi sin tratar las
mayores fuentes y causas de desigualdad. Sólo trata las formas apoyadas
por el Estado de desigualdad social y de resultados injustos, y no los
profundos procesos estructurales que los producen.
Como respuesta al trabajo de Rawls, empezó a surgir una teoría crí-
tica más amplia de la justicia, lo que desvió la atención de los resulta-
dos como tales hacia el cómo y por qué se producen y se mantienen
socialmente esos resultados. Durante las dos décadas posteriores a la
aparición en 1971 de A Theory of Justice de Rawls, se publicaron literal-
mente docenas de libros y artículos en respuesta. En el apartado Notas
y Referencias se incluye una lista representativa de libros con la palabra
justicia en sus títulos. Lo que se puede apreciar en esta lista es una elabo-
ración y un reenfoque en la teoría liberal de la justicia sobre las formas
y expresiones concretas de desigualdad y discriminación social. El en-
foque principal se situó cada vez más en cuestiones de justicia racial, en
las injusticias por razón de género o en las críticas marxistas de la teoría
de la justicia. Todavía no se ha prestado una atención generalizada a
la noción específica de justicia ambiental, pero se dieron los primeros
pasos de un planteamiento geográfico en los estudios sobre la justicia,
empezando con Social Justice and the City (1973), de David Harvey.
Es de especial interés el trabajo de Iris Marion Young, una filósofa
política crítica que, en su influyente obra Justice and the Politics of Diffe-
rence (1990), sostenía enérgicamente la necesidad de contextualizar la
justicia en términos geográficos, históricos e institucionales más con-
120 Edward W. Soja

cretos. Nos alentó a salir de la fijación en la justicia distributiva para


centrarnos más en las fuerzas estructurales que generan desigualdades
e injusticia. Los jóvenes cambiaron el enfoque principal de los estudios
sobre justicia de los resultados a los procesos, así como de la igualdad
y la justicia aseguradas al respeto por la diferencia y la solidaridad plu-
ralista. Tal y como apunta Young: “La justicia social […] no requiere la
disipación de las diferencias, sino instituciones que promuevan la repro-
ducción y el respeto de las diferencias de grupo sin opresión” (1990,47).
El énfasis y el valor puestos en las diferencias y en el derecho a ser
diferente surgieron de la potente crítica de Young a los conceptos tra-
dicionales de comunidades de identidad homogéneas. En su sentido
tradicional, la comunidad requería unos límites rígidos entre nosotros
y ellos, quién está dentro y fuera de la comunidad, asumiendo así una
perspectiva de homogeneidad definitiva. Para Young, esta visión de la
comunidad era inherente a la “posición original” de Rawls, su punto de
partida para la teorización de la justicia, y condujo a problemas simila-
res. Una perspectiva muy extendida en la Ciencias Sociales modernas
es la visión de la sociedad como una colección de comunidades aisladas
y estrechamente rodeadas, que tiende no sólo a ignorar las diferencias
internas del panorama, sino que también aparta la atención de las for-
mas significativas de opresión que surgen por la raza, el sexo, la clase y
otras fuentes de injusticia que rebasan las líneas de la comunidad. Se-
gún indica Young, este punto de vista predominante de la comunidad
homogénea, no alcanza a menudo a ver las potencialidades políticas de
pluralismo y de la mezcla heterogénea de grupos sociales, como puede
ocurrir, por ejemplo, con la formación de coaliciones.
En esencia, Young sustituyó un concepto de opresión de múltiples
vertientes por enfoques más convencionales en la justicia distribucio-
nal. Desarrolló su noción de opresión, y por tanto de injusticia, de cin-
co formas distintas, pero interrelacionadas: explotación, marginación,
impotencia, imperialismo cultural y violencia. La explotación es esen-
cialmente una cuestión de clase, donde las relaciones estructurales, los
procesos sociales y las prácticas institucionales permiten a unos pocos
acumular riquezas económicas, que mantienen por otros medios, a tra-
vés de acciones tanto en el lugar de trabajo como en casa. La mayoría
de marxistas se centraron casi exclusivamente en esta visión de justicia.
En busca de la justicia espacial 121

La marginación como modo de injusticia implica restringir la total


participación en la vida social, la accesibilidad a los recursos sociales y
el respeto por algunos segmentos de la población, lo que reduce siste-
máticamente su calidad de vida. La impotencia se centra concretamente
en la pérdida, en cierto sentido, de poder político, de participación, re-
presentación y capacidad para expresarse, con base en la clase, la raza,
el sexo o en cualquier otro atributo humano. El imperialismo cultural
es una forma de dominación por la cual un grupo o cultura subordina
y convierte en casi invisible a otro, que pierde sus diferencias distintivas
relativas a creencias y comportamientos; se trata de una idea semejante
a la de dominación colonial. La violencia se refiere a las prácticas so-
ciales e institucionales que toleran o incluso incitan a los actos violen-
tos como partes aceptables de la vida diaria, aumentando los niveles de
riesgo para ciertos grupos e individuos. Estos aspectos opresivos, que se
solapan, amplían el concepto de justicia a numerosas formas más espe-
cíficas de expresión, evaluación y acción social.
A pesar de que Young rara vez trató explícitamente la espacialidad
en sus primeros trabajos, sus argumentos se tuvieron en cuenta en el
desarrollo de una teoría espacial de la justicia, incluyendo formulacio-
nes liberales y radicales de las nociones de justicia territorial, justicia
ambiental y derecho a la ciudad. La propia Young contribuyó al desarro-
llo de conceptos sobre justicia espacializadora en sus obras posteriores,
especialmente respecto a las nociones de democracia regional o regio-
nalismo democrático, una prolongación innovadora de su búsqueda de
fuentes de solidaridad pluralista a mayor escala. Tras ampliar la reteori-
zación de la justicia de Young, el siguiente paso nos lleva a los intentos
de desarrollo de geógrafos y urbanistas por espacializar la justicia más
concienzudamente.

DISCUSIONES SOBRE LA ESPACIALIDAD DE LA


JUSTICIA
La idea básica de justicia espacial ha estado presente durante mucho
tiempo. Como se ha descrito anteriormente, para los griegos, la demo-
cracia y la justicia eran decididamente urbanas y, en esta urbanidad,
122 Edward W. Soja

también se volvieron intrínsecamente espaciales, arraigadas a la forma-


ción con carga política y a la organización espacial de la ciudad-estado
o, con exactitud, la ciudad-estado. Tener conciencia política, con sus
raíces etimológicas en la palabra griega polis, siempre fue cuestión en
cierto grado de tener conciencia urbana, de formar parte del mundo “ci-
vilizado” de la ciudad. Vivir en la ciudad definía quiénes eran los “ciuda-
danos” políticamente activos, o politas, en oposición al resto del mundo:
esclavos, la mayoría de las mujeres, bárbaros e idiotas, esas personas no
urbanas difíciles de clasificar que Karl Marx describió como aquéllos
que están inmersos en lo apolítico y en la extremadamente individualis-
ta “idiotez” de la vida rural.
La ciudad, el espacio, la sociedad y el Estado estaban entretejidos
intrincadamente y eran inseparables en la polis. A lo largo del tiempo, se
han mantenido en el discurso politizado y vivo hasta el presente, incluso
si se han distanciado en cierto modo por el poder del estado-nación.
Piense en la amplia derivación que existe en inglés de la palabra grie-
ga polis: política (politics), policía (police), principios (policy), educado
(polite); y de su equivalente en latín, civitas: civil (civil), cívico (civic),
ciudadano (citizen), civilización (civilization) y la propia ciudad (city).
La ciudad, con sus lugares de encuentro y sus espacios públicos, fue la
fuente del pensamiento sobre la democracia, la igualdad, la libertad, los
Derechos Humanos, la ciudadanía, la identidad cultural, la resistencia al
statu quo y las luchas por la justicia social y espacial. Con el desarrollo
del estado-nación y la expansión posterior del capitalismo industrial,
el poder del estado-ciudad disminuyó, pero no desapareció nunca. A
pesar de que las referencias espaciales específicas tendieron a perderse
en la literatura, la fuerza generadora de la ciudad se mantuvo en lo que
siempre debería describirse como capitalismo industrial urbano.
El reconocimiento de la geografía resultante de la ciudad y la utili-
dad de una perspectiva espacial crítica fueron desapareciendo paulati-
namente de la literatura, tanto en la democracia socialista como en la
liberal, al menos hasta los turbulentos años 60, cuando las conexiones
entre geografía y justicia empezaron a examinarse de nuevo de forma
sistemática. Lo que estaba ocurriendo prácticamente en todas las ciuda-
des en los sesenta era una muestra violenta y habitual de insatisfacción
con la distribución desigual de los beneficios del desarrollo económico
En busca de la justicia espacial 123

en expansión, a pesar de los intentos de los Estados del bienestar más


liberales de abordar las cuestiones de la pobreza y la desigualdad social.
Mientras la discriminación racial o étnica y, más tarde, por razón de
género, concentraban la máxima atención en los llamados países indus-
triales avanzados, el lugar de residencia y la distribución geográfica de la
riqueza y la pobreza a escala urbana, regional, nacional e internacional
también fueron apareciendo de forma destacada en los nuevos movi-
mientos sociales que estaban surgiendo en busca de una mayor justicia
social y económica.
Las crisis urbanas que proliferaron en los años 60 pusieron de relieve
las injusticias y las geografías injustas que se habían introducido pro-
fundamente en la vida urbana en la época anterior de suburbanización
de masas y de crecimiento metropolitano. El intento por comprender y
actuar sobre estas condiciones candentes estimuló el desarrollo de tres
corrientes entrelazadas de pensamiento innovador sobre los aspectos
espaciales o geográficos de la (in)justicia. Con el tiempo, una de ellas se
centraría concretamente en la justicia espacial como tal, haciendo hin-
capié en una dialéctica más equilibrada entre la causalidad social y la
espacial. Otra empezó con la noción de justicia territorial y siguió dos
direcciones: una de ellas construyendo una formulación liberal basada
en los estudios geográficos de desigualdad y bienestar social, y la otra
adoptando un camino más radical a través de la geografía marxista ha-
cia los estudios críticos de la urbanización de la injusticia. Zigzaguean-
do entre estas dos corrientes, una tercera surge de las ideas de Henri
Lefebvre sobre el derecho a la ciudad, pero sólo es significativa desde la
nueva teorización radical de la espacialidad que él y otros empezaron a
desarrollar a finales de los sesenta.

El comienzo de la justicia territorial


Un punto de inicio más bien pragmático para la conceptualización
de la justicia espacial en lengua inglesa proviene de un urbanista social
galés, Bleddyn Davies, quien publicó en 1968 Social Needs and Resources
in Local Services, un libro en el que acuñó el término “justicia territo-
rial”. Davies presentó esta nueva idea como una meta normativa para
los urbanistas locales y regionales, una búsqueda de resultados de las
124 Edward W. Soja

acciones del gobierno en las que el reparto de los servicios públicos y


las inversiones ligadas a ellos entre las distintas unidades territoriales,
no reflejaban simplemente el tamaño de la población, sino que atendían
las verdaderas necesidades sociales. Algunos legisladores y urbanistas
sociales, en su mayoría británicos, continuaron mencionando el con-
cepto de justicia territorial, pero no se teorizó o se elaboró hasta mucho
después, al menos en la profesión urbanística.
El concepto de justicia territorial fue recogido y definido de forma
creativa en 1973 por David Harvey en Social Justice and the City. Har-
vey definió la justicia territorial, de un modo más dinámico y político,
como la búsqueda de una distribución justa de los recursos sociales y
alcanzada con justicia. Aquí, la intersección entre justicia y geografía no
se centraba sólo en los resultados, sino también en los procesos que pro-
ducen geografías injustas, enlazando así la búsqueda de la justicia con
sus fuentes en varios tipos de prácticas discriminatorias, que incluyen
las que él vio como inherentes al funcionamiento habitual del trabajo
urbano y de los mercados inmobiliarios, el gobierno y el urbanismo.
El punto de vista original de Harvey sobre la justicia territorial, que
se tratará con más detalle en el siguiente apartado, fue un avance im-
portante en el pensamiento espacial sobre la justicia, pero pronto fue
abandonado casi sumariamente por Harvey y por muchos de los que se
inspiraron en su trabajo. En un asombroso cambio de rumbo intelectual
y político, que reverberó por todos los campos de la geografía y de los
estudios urbanísticos, Harvey pasó de sus formulaciones liberales sobre
la justicia social y la ciudad a una crítica socialista, un desplazamien-
to que se convirtió en una poderosa inspiración para el desarrollo de
un nuevo campo de la geografía marxista. Como Harvey explica, las
profundas fuerzas estructurales, unidas a las demandas de acumulación
capitalista, estuvieron detrás de la formación de geografías injustas y,
por lo tanto, se hizo necesario un cambio estructural significativo para
abordar estas injusticias y desigualdades urbanísticas y regionales. Ni
siquiera las formas más progresistas de urbanismo liberal y acción so-
cial fueron suficientes para hacer frente a la demanda y la injusticia que
conllevan procesos sociales subyacentes al desarrollo capitalista.
Posteriormente, Harvey y otros geógrafos marxistas teorizaron y
analizaron la búsqueda de la justicia social desde una perspectiva espa-
En busca de la justicia espacial 125

cial crítica, pero no usaron el término justicia espacial y sólo se refirie-


ron a la justicia territorial en ocasiones puntuales, ya que, al abordar la
justicia, preferían hablar de una forma más tangencial sobre la urbani-
zación de la injusticia. Otro grupo de geógrafos, en cierto modo menos
radical en su perspectiva, pero que casi siempre reconoció la importan-
cia del análisis de Harvey sobre la justicia social y la ciudad, presentó
nuestro pensamiento sobre la espacialidad de la justicia de un modo
diferente: se concentraron en la medición empírica, en la descripción
y en la interpretación del diseño de la injusticia social y la desigualdad.
El primer texto fundamental sobre este tema fue Geography and In-
equality (1977), escrito por Coates, Johnston y Knox. Los trabajos pos-
teriores más destacables sobre la geografía de la justicia social desde
una perspectiva liberal crítica fueron escritos por David M. Smith, un
geógrafo británico cuyo trabajo lo introdujo más tarde en debates so-
bre la desigualdad en el apartheid de Sudáfrica. En todos los trabajos
destacables de Smith sobre geografía y justicia social hay una pequeña
mención al término específico teoría espacial. Tanto en el vocabulario
radical como en el liberal, el hecho de añadir espacial a justicia parecía
sugerir de manera incómoda un determinismo o fetichismo espacial in-
aceptable.

Urbanismo radical y derecho a la ciudad


Las crisis urbanas de los sesenta generaron otra corriente de pen-
samiento sobre la geografía, la justicia y la condición urbana que des-
empeñaría un papel más importante en la evolución del concepto de
justicia espacial. Me refiero aquí a la noción del derecho a la ciudad tal
y como la concibió originalmente el filósofo marxista heterodoxo Henri
Lefebvre. Sus ideas sobre el derecho a la ciudad, reflejadas en la cita ini-
cial de la introducción de Erik Swyngedouw, un geógrafo influenciado
por los textos de Lefebvre, fueron un llamamiento estimulante dirigido
a cualquier persona desfavorecida por las condiciones de la vida urbana
bajo el capitalismo a sublevarse y tomar un mayor control sobre la for-
ma en la que se producen socialmente los espacios urbanos injustos en
los que viven.
126 Edward W. Soja

La lucha por el derecho a la ciudad, en parte con el propósito de una


distribución justa e igualitaria de los recursos urbanos, pero mucho más
con el de la obtención del poder sobre los procesos de producción de
geografías urbanas injustas, es tan buen ejemplo como cualquiera de las
complejas luchas geográficas sobre ideas, formas, imágenes e imagina-
ciones descritas por Edward Said. También se convirtió en una llamada
de reunión para los disidentes en los turbulentos sucesos de mayo del
68 en París. Integrada en las ideas de Lefebvre, se trata de una forma
radicalmente nueva de conceptualizar el espacio y la espacialidad de la
vida social que, tras varias décadas de relativo abandono, resurgió en los
noventa para estimular lo que se ha descrito como el “giro espacial” y,
más recientemente, algunas nuevas iniciativas que combinan un sentido
de la justicia espacial con la llamada a la toma de un mayor control sobre
el derecho a la ciudad. En un apartado posterior, volveré sobre las ideas
y la inspiración de Lefebvre.

La justicia espacial propiamente dicha


Los discursos sobre justicia territorial, el derecho a la ciudad, la geo-
grafía de la justicia social y la urbanización de la injusticia fueron im-
portantes avances en la conceptualización de la espacialidad de la (in)
justicia, aunque ninguno de los que contribuyeron a ello utilizara jamás
el término específico “justicia espacial”. A pesar de encontrarse entre-
lazado conceptualmente con otros conceptos y de la dificultad de se-
pararlos de una forma nítida, merece especial atención el desarrollo de
la literatura que utiliza este término específico, con su afirmación más
sólida de los efectos sociales de los procesos espaciales.
Buscando lo que se ha escrito en inglés, sólo he encontrado tres ejem-
plos donde se usa el término justicia espacial en el título de un estudio
académico que fuera anterior a los últimos años del siglo XX. El prime-
ro, de 1973, fue una tesis doctoral sobre la discriminación racial y espa-
cial contra los votantes estadounidenses negros escrita por el geógrafo
político John O’Laughlin. Aunque formaba parte de una corriente de
investigación en desarrollo sobre la geografía de la injusticia racial y la
manipulación de distritos electorales con intención de exclusión racial,
En busca de la justicia espacial 127

la tesis y su uso del término justicia espacial tuvieron un efecto mínimo


en la literatura menos específica relacionada con el espacio o la justicia.
Diez años más tarde, G. H. Pirie, un geógrafo sudafricano afectado
por la experiencia del apartheid que reflexionaba sobre el concepto de
justicia territorial tal y como se usa en la geografía marxista, publicó un
pequeño artículo titulado “On Spatial Justice”. Pirie mostró curiosidad
y preocupación por lo que él veía como una peculiar aversión hacia el
término justicia espacial en los trabajos de los geógrafos radicales. Este
trabajo inquisitivo, que demanda el desarrollo de un concepto específico
de justicia espacial, destaca igualmente porque se trata de la única pu-
blicación académica de peso publicada antes del año 2000 que utiliza el
término en el título, aparte de unas pocas que se refieren a los aspectos
espaciales del Derecho penal.
Sólo he encontrado otra publicación que utilizara el término en su
título y que indica un interesante cambio de dirección, un pequeño li-
brito escrito por Steven Flusty, un geógrafo y crítico arquitectónico. En
Building Paranoia (1994), el autor exploró lo que llamó la “erosión de la
justicia espacial” en el entorno construido de Los Ángeles. Influencia-
do por la conocida obra de Mike Davis, City of Quartz (1990) y por el
trabajo de los geógrafos y urbanistas locales que analizaban la reestruc-
turación social y económica de la región urbana de Los Ángeles, Flusty
materializó negro sobre blanco, a través de su uso del término justicia
espacial, lo que ya estaba flotando en el aire tanto en el mundo acadé-
mico local como en la base organizadora: un sentido de la geografía
resultante de la injusticia y la necesidad de movilizar la acción social
para ocuparse de las geografías injustas emergentes y en aumento de Los
Ángeles a partir de los efectos desiguales de la globalización, de la for-
mación de una Nueva Economía y de otras fuerzas reestructuradoras.
El trabajo de Flusty fue una señal temprana de una nueva línea de
investigación teórica y práctica de la justicia espacial que se arraigó en
el contexto urbano y regional de Los Ángeles. En busca de la justicia
espacial es fruto de esta línea de investigación, que encuentra nuevas
percepciones e inspiración en la extensa literatura que produjeron los
académicos locales sobre la reestructuración urbana y regional, la siner-
gia productiva que se desarrolló entre la teoría y la práctica espaciales,
128 Edward W. Soja

entre los urbanistas y geógrafos locales y el extraordinario resurgimien-


to de la organización comunitaria y sindical que surgió antes y después
de las Justice Riots (Revueltas por la justicia) de 1992. Sin embargo, antes
de conducir la discusión en esta dirección empírica, vale la pena tratar
en profundidad el trabajo de Harvey y Lefebvre, ya que contiene algunas
de las elaboraciones más prolijas sobre la teoría espacial de la justicia.

DAVID HARVEY Y LA URBANIZACIÓN DE LA JUSTICIA


Formulaciones liberales
En lo que él llamó sus “formulaciones liberales”, en Social Justice and
the City, Harvey reformuló de manera crítica la teoría de la justicia de
Rawls al ir más allá del énfasis en los resultados para centrarse en los
procesos que los producen, concretamente en la producción del proce-
so en sí, con su profunda implicación en la división social del trabajo.
Harvey definió la justicia territorial como una distribución justa social-
mente a la que se ha llegado de forma justa. La consecución de la justicia
se veía como un problema intrínsecamente geográfico, un reto para “di-
señar una forma de organización espacial que maximice las perspectivas
de la región más desfavorecida” (110). Reconoció el “trabajo pionero”
de Bleddyn Davies (1968) en el desarrollo del concepto de justicia terri-
torial y pasó a definir varios “principios de justicia social tal y como se
aplican a las situaciones geográficas”.
El primero de esos principios explica que la organización del espa-
cio y el reparto regional o territorial de recursos deberían atender las
necesidades básicas de la población. Para afirmar y promover este prin-
cipio fundacional, Harvey abogó por la creación de métodos socialmen-
te justos para determinar y medir estas necesidades, y añadió que “la
diferencia entre las necesidades y el reparto real nos proporciona una
evaluación inicial del grado de injusticia territorial en un sistema exis-
tente” (107). Sin embargo, Harvey fue más allá de esta evaluación inicial,
tal y como la expuso Davies, para desarrollar una teorización geográfica
centrada en lo urbano más elaborada, la cual continúa siendo esencial
en la actualidad para una comprensión del concepto y la práctica en la
búsqueda de la justicia espacial.
En busca de la justicia espacial 129

Según observó, se puede hacer un reparto regional o territorial de


los recursos con más justicia cuando hay excedentes positivos (bene-
ficiosos socialmente) o efectos multiplicadores del diseño espacial
o situacional de las inversiones públicas y privadas y donde se presta
especial atención a la reparación de los problemas medioambientales
o sociales. Este planteamiento orienta la búsqueda de la justicia hacia
el acceso a los efectos positivos que surgen de la economía urbana, de
manera semejante a la idea del derecho a la ciudad, y hacia cuestiones
fundamentales sobre la justicia ambiental y la democracia social. Estos
principios participarían de forma significativa y afectarían al desarrollo
de los conceptos de justicia territorial y espacial y al estudio geográfico
de las desigualdades distribucionales durante las tres décadas siguientes.
De diversas formas, Harvey llevó progresivamente las teorías iguali-
tarias liberales de justicia hacia sus límites progresivos, y, al hacerlo, se
sumergió creativa y profundamente en las causas sociales y espaciales
de la desigualdad territorial y de la injusticia. Entre sus argumentos más
potentes y perspicaces se encuentra el que se refiere a las dinámicas de
desarrollo urbano y su impacto en la distribución de los ingresos. Har-
vey sostuvo audazmente que el funcionamiento normal de un sistema
urbano, desde las viviendas, la mano de obra y el mercado del suelo has-
ta las estrategias de los comerciantes, de los promotores inmobiliarios y
de los urbanistas tienden a una redistribución de los ingresos reales en
favor de los ricos y más poderosos políticamente. En otras palabras, el
funcionamiento habitual urbano hace a los ricos, más ricos y a los po-
bres, al menos relativamente, más pobres.
Aquí encontramos un riguroso análisis de la forma en que se incor-
poraron a la geografía en desarrollo de la ciudad las desigualdades e
injusticias sociales y económicas: por qué los pobres pagan más por los
productos y servicios de primera necesidad, por qué la denegación y
la desinversión, así como la ubicación de instalaciones nocivas ocurre
con más frecuencia en las áreas pobres, mientras las atractivas inversio-
nes públicas y privadas conllevan mayores ventajas espaciales para los
ricos, por qué la construcción de caras autopistas absorbe más fondos
públicos que la creación de medios de transporte colectivos que sean
efectivos y atiendan las necesidades de los pobres, por qué casi todos los
aspectos del desarrollo urbano y del cambio tienen efectos socioespacia-
130 Edward W. Soja

les regresivos y discriminatorios. Al enriquecer de manera empírica su


crítica de Rawls, Harvey demostró que los resultados injustos surgen de
los procesos inherentemente injustos que operan en un medio urbano
ya colmado de injusticias distribucionales por las que se debe empezar.
Harvey observó que la intervención social masiva era necesaria para
cambiar estas tendencias sociales y espaciales desigualitarias que nos
rodean. Pero éste era cada vez más pesimista en cuanto a la probabilidad
de que las acciones políticas y sociales de base, así como las políticas y
los planes institucionales pudieran ser redireccionados a favor de las
poblaciones y las áreas de la ciudad relativamente pobres en lugar de a
favor de las más ricas y poderosas. Llevadas hasta el límite, parecía que
estas formulaciones ultraliberales no esperaban ser implementadas, lo
que condujo a Harvey a orientar su búsqueda de justicia social en la
ciudad hacia otra dirección.

Perspectivas geográficas marxistas


Con sus “formulaciones socialistas”, Harvey cambió radicalmente el
paso para reformular los debates sobre la justicia social urbana en un
marco marxista, un movimiento intelectual que estimuló el desarro-
llo del campo distintivo de la geografía marxista y, al mismo tiempo,
creó de esta forma radicalizada de análisis geográfico una inhibición
duradera, si no una prohibición, en relación con el concepto de justicia
distributiva y el uso de descripciones tales como territorial y espacial,
especialmente entre los geógrafos radicales en los que más influyó. Es-
cribir sobre la geografía de la justicia social, concretamente en la ciudad,
fue aceptable dentro de unos límites. Escribir sobre la justicia espacial,
geográfica o incluso territorial, como tales, resultó mucho menos satis-
factorio por razones que nos llevan de nuevo a Marx.
Para Marx, la justicia distributiva era esencialmente una desviación
de los principales problemas de la sociedad capitalista. Él sostenía que
era un “error armar un escándalo por la así llamada distribución y hacer
especial hincapié en ello”, porque todas las distribuciones desiguales e
injustas son producidas por el propio capitalismo. Apuntaba que la jus-
ticia sólo se puede conseguir a través de la transformación de las relacio-
En busca de la justicia espacial 131

nes sociales de producción que caracterizan al desarrollo capitalista. A


pesar de que estas relaciones sociales o de clase dan forma al espacio de
forma significativa, tal y como los geógrafos marxistas continuaron de-
mostrando de forma tan efectiva en sus trabajos, las relaciones sociales
en sí mismas no deberían verse como si hubiesen sido formadas por los
procesos o relaciones espaciales, ni como si hubiesen estado implicadas
en términos tales como justicia espacial. Esta presunción, implícita o
explícita, de la causalidad espacial (en contraposición a la social) parecía
caer en las trampas que Marx identificó como fetichismo o cosificación,
un inocente énfasis excesivo, obsesivo o inconsciente en las apariencias
superficiales o en los resultados, en lugar de en las profundas y determi-
nantes fuerzas estructurales.
El giro marxista de Harvey le llevó lejos de sus primeras formula-
ciones liberales de justicia territorial, pero en las dos partes de Social
Justice and the City, su imaginación geográfica crítica produjo diversas
y brillantes nuevas percepciones en relación con las causas sociales y
espaciales de la desigualdad y la injusticia, percepciones que continuó
elaborando de forma creativa en sus trabajos posteriores, incluso sin
utilizar explícitamente el término justicia espacial. Sus formulaciones
liberales sobre los efectos redistributivos del funcionamiento normal de
un sistema urbano —los procedimientos diarios en viviendas y mer-
cados laborales, los patrones de la inversión financiera, la distribución
de los efectos positivos y negativos del gasto público, la disponibilidad
de los doctores y los servicios médicos, los costes de los seguros y de
la cesta de la compra, las formas de regulación y planificación social,
etc.— ya han sido mencionados y precisan recordarse con firmeza en
cualquier discusión sobre la justicia espacial tanto en la teoría como en
la práctica. En lugar de extender estas observaciones, Harvey pasó a una
conceptualización muy distinta de lo que él llamó el “proceso urbano
bajo el capitalismo”.
Se daba por sentado que las consecuencias de este proceso urbano
serían inherentemente desigualitarias e injustas. No resulta sorpren-
dente que la urbanización genere injusticia cuando se ve desde una
perspectiva marxista. Lo que Harvey abordó de manera más incisiva
fueron las estructuras y los procesos subyacentes que dan forma tanto
a la vida como a las geografías urbanas en las sociedades capitalistas.
132 Edward W. Soja

De este modo, presentó indirectamente una de las explicaciones más


perspicaces de las crisis urbanas de los años 60, y especialmente de las
consecuencias inesperadas de los esfuerzos bienintencionados en la re-
novación urbana. Al examinar el entorno construido, afirmó:
El capital se presenta a sí mismo en la forma de un paisaje físico crea-
do a su imagen y semejanza, creado como valores de uso para aumentar la
acumulación progresiva de capital. Este paisaje geográfico resultante es la
culminación del desarrollo capitalista pasado. No obstante, al mismo tiempo
expresa el poder de la mano de obra desaparecida frente a la mano de obra
persistente y, como tal, acorrala e inhibe el proceso de acumulación en una
serie de limitaciones físicas concretas…

Aquí aparece un asombroso argumento que no puede ser ignorado


por los que se sienten incómodos con la terminología marxista. El ar-
gumento también es un enorme reto para el marxismo ortodoxo, que
suele, al igual que la economía neoclásica ortodoxa, tratar la economía
casi como si estuviera concentrada en la cabeza de un alfiler, sin dimen-
siones espaciales significativas o espacialidad. Lo que se trata aquí es la
forma en que las poderosas fuerzas sociales (que surgen del capitalismo,
pero también podrían hacerlo del racismo o del patriarcado) trazan de-
cididamente la forma espacial (geografía, el entorno construido). Estas
geografías, acompañadas de sus injusticias y desigualdades inherentes,
se producen para atender las necesidades de los que estimulan los pro-
cesos sociales (en la formulación de Harvey: los capitalistas), pero aquí
no se acaba la historia. Según Harvey, las geografías que se producen en
un periodo determinado de tiempo pueden llegar a quedar obsoletas, a
dejar de ser útiles, en algún momento del futuro, cuando las condiciones
cambien. En otras palabras, la “antigua” geografía puede ser opuesta,
contraproducente, encarceladora, constringente, no satisfactoria para
las necesidades inmediatas.
Harvey va más allá y afirma que debido a esta tensión espacio-tem-
poral,
El desarrollo capitalista debe atravesar una delgada línea entre la preser-
vación de los valores de cambio de las antiguas inversiones de capital en el
entorno construido y la destrucción del valor de estas inversiones para abrir
un espacio fresco para la acumulación. Bajo el capitalismo, hay una lucha
perpetua en la que el capital levanta un paisaje físico conveniente para su
propia condición en un momento concreto en el tiempo, sólo para destruirlo,
En busca de la justicia espacial 133

normalmente en los periodos de crisis, en un punto posterior en el tiempo. Los


flujos y reflujos de inversión temporales y geográficos en el entorno construi-
do sólo pueden entenderse en los términos de dicho proceso.

De esta forma, el entorno construido no sólo está modelado de ma-


nera significativa por el capitalismo, produciendo geografías injustas a
su paso, sino que estas geografías producidas también trabajan para dar
forma al propio desarrollo capitalista en tiempos de crecimiento sub-
sanador y estimulante y, en otros tiempos, acorralando e inhibiendo el
proceso de acumulación de capital. Esta versión de la dialéctica socioes-
pacial, por la cual lo social y lo espacial se nutren mutuamente, se hace
incluso más compleja aquí por la relativa solidez de las formas y de las
geografías construidas socialmente. El entorno construido simplemente
no se adapta a las condiciones cambiantes. El Empire State Building,
por ejemplo, debía estar perfectamente situado cuando se construyó en
su origen, pero su ubicación ha sido siendo menos ventajosa (aprove-
chable) a medida que cambiaba la geografía económica de Manhattan.
Sin embargo, por desgracia para sus propietarios, no podía simplemente
recogerse y trasladarse a otro emplazamiento.
Aquí se plantea una teoría de la formación de la crisis y la “destruc-
ción creativa” incluida en la geografía histórica del desarrollo urbano. El
capitalismo industrial no es sólo una máquina de generar desigualdades
e injusticias, sino también un generador de crisis. Además de lo implíci-
to aquí, se explica por qué las ciudades explosionaron en todo el mundo
en los años 60 y cómo las diferentes fracciones de capital, más compli-
cadas por los bienintencionados urbanistas y funcionarios del Estado,
compitieron entre ellas sobre lo que era necesario hacer en relación con
los centros en declive de las ciudades, los guetos raciales, la pobreza
creciente, la fragmentación política metropolitana, el derrumbamiento
urbano y los servicios públicos insuficientes.
Las consecuencias no estaban predeterminadas, pero no resultó sor-
prendente que los intereses dirigidos más directamente al orden social
restaurador y a la rentabilidad de rápido crecimiento tendieran a preva-
lecer. En cambio, quizá en la mayoría de los casos, las intenciones de re-
novación urbana promovidas y la mitigación de la pobreza condujeron
al derribo de edificios, a la alteración radical de la titularidad privada y
al traslado de los pobres para unos usos del terreno “más altos y mejo-
134 Edward W. Soja

res” (más lucrativos). Como reacción a la crisis, el capital estaba creando


una nueva geografía para atender sus nuevas necesidades. En un agudo
cambio de perspectiva, Harvey describe más adelante este camino hacia
la reorganización y la reestructuración (ya injusta e injustificada) de las
geografías como la búsqueda de capital para un rejuvenecedor “ajuste
espacial” (spatial fix). Quizá Harvey desarrolló el concepto de ajuste es-
pacial más que ninguna otra idea, que reconocía explícitamente el po-
der de las fuerzas espaciales en el desarrollo y en la supervivencia del
capitalismo, aunque no admitió abiertamente esta causalidad espacial
hasta hace muy poco.

La desviación del debate sobre la espacialidad de la justicia


Estos perspicaces argumentos inspiraron a generaciones de geógra-
fos y académicos urbanos para seguir los pasos de Harvey, al menos en
lo que se refiere al diagnóstico crítico de los problemas urbanos. No
obstante, con respecto al estudio de la justicia territorial, se creó una re-
fracción peculiar. Para la mayoría de los geógrafos marxistas, la justicia
territorial se convirtió en una cuestión de distracción, más característica
del pensamiento liberal o burgués que de la crítica radical. No se había
escrito casi nada sobre el tema en concreto hasta nuestros días, aunque
apareció una variación del tema en The Urbanization of Injustice (1996),
publicado por Andy Merrifield y Erik Swyngedouw, geógrafos fuerte-
mente influenciados por el trabajo de Harvey.
El libro fue desarrollado a partir de una conferencia en la Univer-
sidad de Oxford, donde Harvey había trabajado anteriormente en la
Cátedra de Geografía Sir Halford Mackinder, en conmemoración del
vigésimo aniversario de la publicación Social Justice and the City. Los
términos justicia o justicia social aparecen en los títulos de ocho de los
once capítulos y Harvey analiza el concepto emergente de justicia am-
biental en su intervención, pero es casi imposible encontrar entre sus
páginas alguna mención específica a la justicia espacial o territorial.
Como respuesta al temprano naufragio del debate sobre la justicia
territorial y/o espacial, G. H. Pirie, en su artículo de 1983, lamentó que
se hubiera abandonado el debate sobre los aspectos específicamente es-
En busca de la justicia espacial 135

paciales de la justicia y pidió, con cierta inquietud, un compromiso más


firme entre los filósofos políticos, los teóricos espaciales radicales y los
investigadores aplicados interesados en la justicia y la igualdad. Imbui-
do por una conciencia emergente de que el espacio es una estructura
creada por la sociedad, Pirie sopesó “la conveniencia y la posibilidad
de poner de moda un concepto de justicia espacial proveniente de las
nociones de justicia social y justicia social territorial” (472):
Conceptualizar la justicia espacial en términos de una visión del espacio
como proceso, y quizá en términos de nociones radicales de justicia, se pre-
senta como un duro reto… A pesar del desafío del fetichismo espacial y del
ataque radical a los intereses distributivos liberales, sería loable investigar la
posibilidad de unir la justicia con las nociones de espacio construido social-
mente. (471-72)

La prudencia de Pirie (“a pesar del desafío […] el ataque […] sería
loable investigar la posibilidad”) refleja el tabú virtual que se había desa-
rrollado en la geografía radical contrario a prestar demasiada atención a
los procesos y relaciones espaciales frente a los sociales y, especialmente,
a atreverse a sugerir que los procesos o formas espaciales podrían dar
forma a las relaciones de clase, un signo del presunto fetichismo espacial
de distracción.
Harvey también influyó como teórico urbano crítico en otros geó-
grafos involucrados en el estudio de la geografía y la desigualdad desde
una perspectiva menos radical o explícitamente marxista, pero había
poca inclinación hacia el uso de términos específicos de justicia espacial
o territorial. El estudio de la justicia social geográficamente desde un
punto de vista liberal-progresista, pero no explícitamente marxista, era
suficiente. Sin embargo, geógrafos de la disciplina también vacilaban a
la hora de sugerir cualquier sentido sólido de causalidad espacial, recor-
dando cómo se pillaron los dedos en el siglo XIX los coqueteos con el
determinismo geográfico-cum-ambiental.
Hasta hace muy poco, para la mayor parte de los expertos, el estudio
de la geografía de la desigualdad y de la injusticia social nos alejaba de
una conceptualización espacial más concreta. En el trabajo de David
Smith, por ejemplo, se ha producido un cambio hacia la filosofía moral,
un terreno estrechamente ligado con John Rawls y los estudios jurídicos
críticos. Esto atrajo la atención hacia las nociones de geografías mo-
136 Edward W. Soja

ralmente injustas y, para la mayoría, hacia la versión rawlsiniana de la


teoría de la justicia criticada por Iris Marion Young o David Harvey,
entre otros.
Para los investigadores más aplicados en planificación urbanística
y políticas sociales, los diagnósticos de Harvey de la condición urbana
eran atractivos, pero su prognosis para la acción social parecía estar muy
constreñida e impulsada en última instancia sólo por prácticas revolu-
cionarias. La continuidad de esta ortodoxia marxista dejaba muy poco
que hacer a los activistas, e incluso a los supuestos urbanistas radicales,
en la transformación total del capitalismo. Los urbanistas interesados
específicamente en la justicia social y en la ciudad se fueron alejando
progresivamente de las sombras marxistas de Harvey y se acercaron de
manera más moderada y menos explícita a nociones espaciales como
“ciudad justa”, abordada brevemente en la introducción.

En espacios más esperanzadores


Al igual que Rawls muchos años antes, Harvey también respondió
a algunos de sus críticos. A pesar de que la influencia contemporánea
del marxismo se debilitó en la geografía y el urbanismo, o quizá debido
a ello, el trabajo reciente de Harvey se libró de las fuertes ataduras que
muchos percibían en sus primeros ensayos. En Spaces of Hope (2000),
por ejemplo, habla favorablemente del pensamiento normativo y utó-
pico, y abre nuevas posibilidades en la lucha por los Derechos Huma-
nos y la justicia ambiental, tras su temprano rechazo de buena parte del
movimiento medioambiental, que definió como poco más que “loca-
lismos militantes” (Harvey, 1996). Según él, la globalización neoliberal
sin trabas ha creado tal “torbellino de contradicciones en el escenario
mundial, que ha abierto inconscientemente diversos caminos hacia una
política progresista y universalizadora”, especialmente en relación con
“una nueva concepción fundamental del derecho universal a ser tratado
con dignidad y respeto”. Rechazar estas cuestiones sobre los Derechos
Humanos al considerarlos inevitablemente contaminados por el refor-
mismo burgués es “dar la espalda a cualquier forma de porvenir para la
acción política progresista” (94).
En busca de la justicia espacial 137

Quedaban importantes fronteras que Harvey no atravesaría, y man-


tuvo cierta cautela en la afirmación explícita de la causalidad espacial,
aunque se hizo evidente una nueva flexibilidad. Tomando nota de la
profunda sospecha de Marx que habla sobre los derechos y la justicia
fue poco más que una distracción burguesa; se pregunta: “¿Cómo se su-
pone que van a unirse los trabajadores de todo el mundo, a no ser que
tenga algún sentido para sus derechos fundamentales como seres huma-
nos?” Reivindica una redefinición de “los términos y espacios de la lu-
cha política […] en estos tiempos extraordinarios” (18). Las luchas por
los Derechos Humanos universales o fundamentales todavía tienden a
permanecer espacializadas de forma ineficaz, pero al menos Harvey si-
túa estas luchas en espacios políticos redefinidos, dejando abierto cierto
reconocimiento de los efectos resultantes de la geografía.
Mientras continúa estrujando todos los significados que puede de El
Manifiesto Comunista, Harvey reconoce la necesidad de ir más allá de
sus amplios conocimientos sobre globalización y reestructuración con
el objetivo de enfatizar una interpretación enriquecida del desarrollo
geográfico desigual. No sin ironía, pero con la debida cautela, vuelve
a Lefebvre y a una de las afirmaciones más potentes de la causalidad
espacial en la doctrina, la idea de que la verdadera supervivencia del
capitalismo ha dependido de la producción del espacio:
Aunque quizá Lefebvre (1976) exagera una pizca, creo que merece la
pena recordar su observación, según la cual el capitalismo ha sobrevivido en
el siglo XX gracias a una única cosa: “ocupando espacio, produciendo espa-
cio”. Sería, en efecto, irónico si se dijera lo mismo al final del siglo XXI. (31)

Fue precisamente este tipo de afirmaciones sobre la manera en la que


la geografía da forma a las relaciones sociales de producción y clase, lo
que movió a Harvey, a Manuel Castells y a otros geógrafos y sociólogos,
lejos de Lefebvre en los años 70, a desviarse tanto de la reteorización
radical del espacio que Lefebvre estaba proponiendo (ver más abajo)
como de los debates sobre la justicia territorial y espacial. En ese mo-
mento, una dialéctica socioespacial y geohistórica equilibrada era casi
inconcebible en la izquierda marxista y, por otras numerosas razones,
las ideas de Lefebvre permanecieron enterradas durante más de dos dé-
cadas. Mientras la explicación de la supervivencia del capitalismo de Le-
febvre tuvo un impacto silencioso, Harvey ofreció una idea muy similar
138 Edward W. Soja

de que el capitalismo busca un ajuste espacial cuando se enfrenta a una


crisis. Harvey tuvo cuidado de no hacer parecer este ajuste espacial, con
sus acentuaciones de la reestructuración urbana y regional y la transfor-
mación espacial del entorno construido, demasiado abocado al éxito, ya
que las crisis, por su propia naturaleza, siempre deben ir acompañadas
de la posibilidad de una transformación revolucionaria.
Con el resurgimiento y la difusión transdisciplinaria de las perspec-
tivas espaciales críticas en la última década del siglo XX, se comprendió
de forma más generalizada un significado más profundo y extenso de
los firmes y enérgicos argumentos espaciales aclaratorios de Lefebvre.
Aunque normalmente siempre da un paso atrás antes de avanzar en su
pensamiento espacial, las exploraciones de Harvey sobre los espacios de
esperanza se construyeron sobre la reaparición de Lefebvre e impulsa-
ron, de manera significativa el desarrollo de una teoría espacial de la jus-
ticia, la democracia y los Derechos Humanos. La creatividad cautelosa
y la franqueza conservadora de Harvey nunca se hicieron tan evidentes
como en su reciente y recuperado interés por “el derecho a la ciudad”
(2003, 2006, 2008).
En su nueva reformulación del concepto original de Lefebvre, Har-
vey presenta las advertencias marxistas habituales sobre el uso de las
nociones burguesas de los derechos universalizados. Si tratan principal-
mente sobre la propiedad y el beneficio, entonces no le interesa ninguna
de ellas. No obstante, continúa reconociendo “un enorme movimiento
por la justicia global” que busca alternativas viables a los procesos socia-
les que producen las ciudades “marcadas y estropeadas por la desigual-
dad, la alienación y la injusticia”. Aquí encontramos algunos extractos
de la adhesión cautelosa de Harvey a las ideas de Lefebvre:
Se debe imponer un derecho a la ciudad diferente. Aquéllos que ahora
poseen los derechos, no los cederán por voluntad propia: “Entre derechos
iguales, decide la fuerza”. Esto no se refiere necesariamente a la violencia
(aunque tristemente, a menudo resulta así), se refiere a la movilización del
poder suficiente a través de la organización política, o en las calles si es nece-
sario, para cambiar las cosas. Pero, ¿qué estrategia seguimos?
[…] Los derechos derivados (como el derecho a ser tratado con digni-
dad) deberían pasar a ser fundamentales y los derechos fundamentales (a la
propiedad privada y al índice de beneficios) deberían pasar a ser derechos
derivados […] (Podemos aprovechar las) contradicciones en el bloque de de-
En busca de la justicia espacial 139

rechos capitalista […] pero también podemos definir nuevos derechos, como
el derecho a la ciudad, que […] no es meramente un derecho de acceso a lo
que establecen los especuladores de la propiedad y los urbanistas del Estado,
sino un derecho activo a cambiar la ciudad, a darle forma de acuerdo con
nuestros deseos internos y a rehacernos a nosotros mismos de este modo con
una imagen diferente.
La creación de nuevos espacios urbanos comunes, una esfera pública
de participación democrática activa, requiere que hagamos retroceder esta
enorme ola de privatización que ha sido el mantra de un neoliberalismo des-
tructor. Tenemos que imaginar una ciudad más inclusiva, aunque siga siendo
fragmentadora, que esté basada no sólo en una nueva ordenación de los dere-
chos, sino también en unas nuevas prácticas político-económicas. Si nuestro
mundo urbano ha sido imaginado y creado, también puede ser re-imaginado
y re-creado. El derecho inalienable a la ciudad merece que se luche por ello.
Se solía decir que “el aire de la ciudad nos hace libres”. En la actualidad, el
aire está un poco contaminado, pero siempre se puede limpiar. (2003, 941)

En un artículo sobre “The Right to the City” publicado en la New Left


Review en 2008, antes de que tuviera lugar la debacle económica, Har-
vey revisa sus argumentos sobre la “perpetua necesidad (del capitalis-
mo) de encontrar terrenos propicios para la producción y absorción de
excedentes de capital”, los actualiza para incluir la mega-urbanización
de China, y traza la historia de las revoluciones urbanas y las crisis que
“repetidamente hacen erupción en torno a la urbanización, tanto a nivel
local como mundial”. Según expone, la metrópolis moderna es ahora el
centro de las luchas intensificadas sobre el “impulso del desarrollo que
busca colonizar el espacio para los ricos”. Su párrafo final, aun mante-
niendo una postura cautelosa, es una convincente llamada a un movi-
miento radical por el derecho a la ciudad y un sincero reconocimiento
de que se equivocó al rechazar, junto con muchos otros marxistas de la
época, la idea de Lefebvre de que todas las revoluciones sociales también
tienen que ser urbanas, esto es, espaciales:
[L]as crisis han estallado repetidamente en torno a la urbanización, tanto
local como mundialmente, […] la metrópolis es ahora el lugar de una gran
colisión —¿nos atrevemos a llamarlo lucha de clases?— sobre la acumulación
por el desahucio infligido a las clases menos acomodadas y el impulso del
desarrollo que busca colonizar el espacio para los ricos.
El camino hacia la unificación de estas luchas pasa por adoptar el derecho
a la ciudad como eslogan e ideal político, precisamente porque se centra en
la pregunta de quién dirige la conexión necesaria entre la urbanización, la
140 Edward W. Soja

producción de excedentes y el uso. Si los desahuciados pretenden retomar


el control que se les ha negado durante tanto tiempo, es imperativo que se
democratice este derecho y se cree un amplio movimiento social que refuer-
ce este deseo. Lefebvre tenía razón al insistir en que la revolución tiene que
ser, o urbana, en el sentido más amplio del término, o nada de nada. (Énfasis
añadido)

Volveré a las observaciones más recientes de Harvey sobre las cau-


sas urbanas de la crisis financiera actual en los comentarios finales del
Capítulo 6. No obstante, para entender mejor lo que está ocurriendo
en la actualidad y poner en perspectiva los últimos reconocimientos de
Harvey, es necesario tratar más detalladamente el trabajo de Lefebvre.

HENRI LEFEBVRE Y EL DERECHO A LA CIUDAD


Como se ha apuntado repetidamente, la idea del derecho a la ciudad
ocupa un lugar privilegiado en En busca de la justicia espacial. Los dos
conceptos, justicia espacial y derecho a la ciudad, se han entrelazado de
tal manera en su uso contemporáneo que es cada vez más complicado
hablar de ellos por separado. Con las resonancias que conectan con to-
das las discusiones previas, usaré aquí el concepto de derecho a la ciudad
como un marco para resumir y sintetizar los debates precedentes sobre
la teoría espacial de la justicia, elaborada sobre la nueva conciencia es-
pacial que ha surgido en consonancia con la reaparición de la idea del
derecho a la ciudad, y para conectar así esta discusión con los siguientes
capítulos sobre la búsqueda de la justicia espacial en Los Ángeles.

La versión Lefebvriana
El concepto de derecho a la ciudad, tal y como lo formuló originaria-
mente Lefebvre, restablece los fundamentos urbanos de la búsqueda de
la justicia, la democracia y los derechos de los ciudadanos. Tras siglos
durante los cuales el Estado nacional delimitó la ciudadanía y los De-
rechos Humanos, parece que la ciudad es de nuevo un espacio especial
y un lugar de ventajas sociales y económicas, un punto central para la
forma de funcionar del poder social y la jerarquía y, por lo tanto, un po-
En busca de la justicia espacial 141

deroso campo de batalla para las luchas en busca de mayor democracia,


igualdad y justicia.
Tal y como Harvey desarrolló más tarde en sus formulaciones libe-
rales, Lefebvre vio el funcionamiento normal de la vida urbana diaria
como generador de relaciones de poder desiguales, que se manifiestan
sucesivamente en distribuciones desiguales e injustas de los recursos
sociales a lo ancho del espacio de la ciudad. La exigencia de un mejor
acceso al poder social y a los recursos valiosos para los más desfavo-
recidos por las geografías desiguales e injustas definió la lucha por la
reclamación de los diversos derechos a la ciudad. El propósito, al menos
desde un punto de vista igualitario liberal, es obtener un mayor control
sobre las fuerzas que dan forma al espacio urbano, en otras palabras, re-
clamar la democracia frente a aquéllos que han estado utilizándola para
conservar sus posiciones privilegiadas.
El punto de vista de Lefebvre, al igual que el de Harvey, amplía ex-
traordinariamente estas formulaciones igualitarias liberales. La búsque-
da del derecho a la ciudad es un esfuerzo continuo y más radical en la
reapropiación espacial, que reivindica una presencia activa en todo lo
que ocurre en la vida urbana bajo el capitalismo. Como tal, genera un
desafío constante para lo que Lefebvre describió como una “sociedad
burocrática de consumo controlado” fomentada por la creciente pene-
tración del Estado y el mercado en todos los aspectos de la vida urbana
diaria. Según Lefebvre, cuya visión es a menudo olvidada o incompren-
dida incluso por sus partidarios contemporáneos más acérrimos, esta
sociedad burocrática y su extensión a través del urbanismo y las políti-
cas sociales afecta a los que viven en la propia ciudad, pero impone su
potente influencia en todas partes a través de las operaciones del Estado
y el mercado. Éste es el sentido en el que Lefebvre afirmó que se estaba
urbanizando todo el mundo. La lucha por el derecho a la ciudad, a pe-
sar de los ocasionales comentarios en contra de Lefebvre, se extiende
regionalmente hacia el campo, hacia las áreas rurales y también hacia
el bosque.
Esta visión ampliada del derecho regional a la ciudad, como he esta-
do sosteniendo persistentemente, se puede comprender mejor cuando
se ve la urbanización y el espacio organizado como fuerzas generati-
142 Edward W. Soja

vas, fuentes de desarrollo societal, innovación tecnológica, creatividad


cultural y también como estratificación social, poder hegemónico, des-
igualdad e injusticia. Las cosas no sólo ocurren en las ciudades, ocurren
hasta límites significativos a causa de las ciudades. Mientras Lefebvre
examinaba la ciudad formal en sus discusiones específicas pensando en
París sobre le droit à la ville, el resto de sus ensayos sobre la condición
urbana abarcaron una visión más amplia, multiescalar, de la propaga-
ción mundial del capitalismo industrial urbano y de la espacialización
de la lucha de clases.
Esta contundente apreciación de las geografías resultantes, la idea de
que el espacio importa mucho más de lo que la mayoría de los expertos
jamás habría imaginado, condujo el pensamiento de Lefebvre hacia el
derecho a la ciudad. Para la mayoría de los marxistas y los científicos so-
ciales del momento y, por extensión, para algunos en el presente, era di-
fícil entender y aceptar estas ideas sobre el poder generativo de la espa-
cialidad urbana. Esta resistencia explica el gran consenso sobre por qué
las ideas de Lefebvre se enterraron bajo diversas ortodoxias persistentes
durante décadas, y la razón por la que, incluso ahora, continúan siendo
incomprensibles o ingenuamente hiperbólicas para muchos expertos.
Sin embargo, para Lefebvre, había un argumento espacial aún más
contundente tras su conceptualización del derecho a la ciudad, un ar-
gumento al que Harvey se refirió en su cita precedente en la que afirma
que puede ser “una pizca” exagerado. Las luchas por el derecho a la ciu-
dad son una respuesta política vital ante los esfuerzos del capitalismo
por crear geografías apropiadas para sus intereses fundamentales, que
Lefebvre describió como la reproducción de las relaciones sociales de
producción, en otras palabras, un esfuerzo para mantener el capitalismo
avanzando y creciendo, incluso a través de las épocas de crisis econó-
mica. Los argumentos de Lefebvre sobre las geografías resultantes y la
dialéctica socioespacial se pueden explicar mejor a través de sus propias
palabras:
El espacio y su organización política revelan las relaciones sociales, pero
también reaccionan como respuesta a ellas […] La industrialización, que an-
tes era productora del urbanismo, ahora es fruto de éste […] Cuando usamos
las palabras “revolución urbana”, designamos el conjunto total de transfor-
maciones que operan en toda la sociedad contemporánea y que provocan
un cambio de un periodo en el que predominan las cuestiones acerca del
En busca de la justicia espacial 143

crecimiento económico y la industrialización a otro periodo en el que se hace


decisiva la problemática urbana.

Esta cita está tomada de un epílogo de Social Justice and the City
(1973, 306) de Harvey y es el eje central de su temprano descontento y
desacuerdo con Lefebvre, una razón para afirmar que Lefebvre estaba
yendo demasiado lejos en sus reivindicaciones. No obstante, Lefebvre
va más allá.
El capitalismo se ha visto a sí mismo capaz de atenuar (si no de resolver)
sus contradicciones internas durante un siglo y, en consecuencia, en los cien
años desde que se escribió El Capital, ha logrado conseguir “crecimiento”. No
podemos calcular a qué precio, pero conocemos los medios: la ocupación del
espacio, la producción del espacio. (1976, 21)

En otras palabras, la producción del espacio, y especialmente del es-


pacio urbanizado, ha sido crucial para la verdadera supervivencia del
capitalismo, al menos a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando
se dio un estallido de malestar y frustración en las ciudades de todo el
mundo por las injusticias socioespaciales existentes. En cada momento
de su historia, pero especialmente en los momentos de crisis, el capita-
lismo industrial urbano entabla una lucha fundamental por la geografía,
sobre el mantenimiento de su habilidad para dar forma al espacio de
manera que se ajuste a sus necesidades inmediatas. Como apunta Ed-
ward Said, esta lucha se extiende más allá de los soldados y los cañones.
En opinión de Lefebvre, gira en torno a la lucha sobre el espacio urbani-
zado entre aquéllos que buscan continuar favoreciéndose, y la lucha de
los desfavorecidos por tener un mayor control sobre la manera en que
el espacio se produce socialmente para crear mayores transformaciones
que satisfagan mejor sus necesidades básicas.
La idea de que la supervivencia del capitalismo depende fundamen-
talmente de la producción del espacio (predominantemente urbano) es
una de las afirmaciones más contundentes que refleja la importancia
de la espacialidad social jamás formulada por un experto eminente. Se
trata del argumento que dio lugar a los conceptos de Harvey de ajuste
espacial y lucha perpetua del capitalismo sobre el entorno construido,
así como a la noción de una dialéctica socioespacial y a mucho de lo que
se ha discutido aquí sobre la búsqueda de la justicia espacial. También
ayuda a explicar la razón por la cual he sido tan insistente al afirmar la
144 Edward W. Soja

importancia de la utilización del adjetivo explícito espacial en lugar de


cualquier otra alternativa. Todavía estoy asombrado de que otros exper-
tos le hayan prestado tan poca atención a esta provocadora idea.
En un plano más filosófico y esperanzador, Lefebvre añade:
La dialéctica está de nuevo a la orden del día. Sin embargo, ya no se trata
de la dialéctica de Marx, al igual que la de Marx ya no era la de Hegel […]
Hoy en día, la dialéctica ya no se aferra a la época histórica ni a la histori-
cidad, o a un mecanismo temporal como “tesis-antítesis-síntesis” o “afirma-
ción-negación-negación de la negación” […] Para reconocer el espacio, para
reconocer lo que “tiene lugar” y lo que se usa para ello, hay que reanudar la
dialéctica; el análisis revelará las contradicciones del espacio. (1976, 14, 17)

Con estos antecedentes, se puede comprender mejor la conceptuali-


zación específica del derecho a la ciudad y la “problemática urbana” de
Lefebvre:
El derecho a la ciudad, complementado con el derecho a la diferencia y
el derecho a la información, debería modificar, concretar y hacer más prác-
ticos los derechos de los ciudadanos como moradores urbanos (urbanitas) y
usuarios de múltiples servicios. Esto ratificaría, por un lado, el derecho de los
usuarios a dar a conocer sus ideas sobre el espacio y el tiempo de sus activi-
dades en el área urbana; por otro, también cubriría el derecho a la utilización
del centro, una zona privilegiada, en lugar de encontrarse dispersos e inmo-
vilizados en guetos (para los trabajadores, los inmigrantes, los “marginales” e
incluso los “privilegiados”). (1996, 34)

Como apuntábamos anteriormente, la palabra droit en francés sig-


nifica tanto Ley (law) como derecho (right). Su plural, droits, se usa
en términos como droits civils (derechos civiles, civil rights) y droits de
l’homme (Derechos Humanos, rights of man or human rights). Lefebvre
combinó todos estos significados y referencias en su noción estratégi-
camente espacializada del droit à la ville. También combinó el derecho
a la ciudad con lo que él llamó el derecho a la diferencia, el derecho a
ser diferente como medio para desafiar a las fuerzas controladoras de
homogeneización, fragmentación y desarrollo desigual impuestas por el
Estado, el mercado y la burocracia, que trabajan juntos para fomentar el
consumismo de masas y aumentar el control social.
Para Lefebvre, el morador urbano, por el simple hecho de la propia
residencia urbana, tiene derechos específicamente espaciales: participar
abierta y justamente en todos los procesos productores del espacio ur-
En busca de la justicia espacial 145

bano, acceder y hacer uso de las ventajas concretas de la vida en la ciu-


dad, especialmente en el tan apreciado centro (o centros), evitar todas
las formas de segregación y confinamiento espacial impuestos y dispo-
ner de servicios públicos que satisfagan las necesidades básicas de salud,
educación y bienestar. En esta versión de la búsqueda de la justicia so-
cial, la geografía urbana concreta, la completa especificidad espacial de
la ciudad, está cargada de significado práctico y político.
Las ideas de Lefebvre sobre el derecho a la ciudad desempeñaron un
papel clave en la revuelta estudiantil y obrera de París en mayo de 1968,
un suceso que se puede describir como quizá la primera protesta masiva
que buscaba conscientemente la justicia social a través de estrategias
espaciales explícitas. En la época, la particular concentración de Lefeb-
vre en el derecho al uso del centro de la ciudad reflejaba un importante
cambio en la geografía residencial de París, que fue tomando forma rá-
pidamente en los años 60. Como se comentó en el Capítulo 2, la clase
trabajadora de París se había concentrado densamente en las zonas cen-
trales de París durante la postguerra, hasta el punto de llegar a ser una
mayoría electoral. En la versión francesa de la renovación urbana, un
amplio número de trabajadores se mudaron fuera del centro de París, a
las aglomeraciones de bloques de edificios residenciales o banlieues. La
sublevación de 1968 no fue sólo una protesta general contra la forma
imperante del capitalismo francés, sino también un ataque más específi-
co a la nueva geografía concreta de desigualdad creada en el París de la
época, la cual estalló más recientemente en las compactas banlieues de
inmigrantes en 2005.
Esto nos recuerda que las geografías injustas de nuestro alrededor, en
las que existen movimientos organizados a favor del derecho a la ciudad,
cambian a lo largo del tiempo. En los años 60, el derecho a la centralidad
en París era distinto al de ahora, en una época de urbanización regional
y con el crecimiento de las ciudad-región policéntricas y globalizadas.
Cada vez más, los derechos a la ciudad se están convirtiendo por to-
das partes en derechos a la ciudad-región como conjunto, a todos los
recursos generados por la red de aglomeraciones urbanas que forman
la economía regional metropolitana y que amplían su alcance a escala
mundial. Puede que en los años 60 no fuera fácil prever la expansión
a múltiple escala de las luchas sobre el derecho a la ciudad, aunque el
146 Edward W. Soja

argumento de Lefebvre de que el mundo entero se estaba urbanizando


está ligado al sentido de que la lucha no estaba confinada a los límites
formales de la propia ciudad.
En múltiples aspectos, Harvey y Lefebvre están de acuerdo en sus
interpretaciones del derecho a la ciudad, así como en su potencial e im-
plicaciones pasados y presentes. Difieren principalmente en la forma en
la que tratan explícitamente el poder causal de la espacialidad urbana
y la relación entre los procesos sociales y espaciales. Incluso en sus in-
tervenciones más recientes, Harvey continúa anteponiendo los efectos
determinativos de las fuerzas sociales, como la acumulación de capital;
mientras que Lefebvre insistió en un equilibro más dialéctico de la cau-
salidad social y espacial. Para muchos, esto puede parecer una discre-
pancia intrascendente, pero para los razonamientos que se presentan en
En busca de la justicia espacial es de crucial importancia.
Con el objetivo de inyectar una fuerza adicional a estos razonamien-
tos concluyentes, es necesario reconocer y debatir otro acontecimiento
importante que ocurrió durante el mismo periodo en el que apareció
y se puso tímidamente en práctica el concepto de derecho a la ciudad.
Lo que viene a continuación desarrolla la discusión de los nuevos co-
mienzos ontológicos en este Capítulo y le da un cierto fondo histórico
a la visión general de la nueva conciencia espacial presentada en la in-
troducción. Quienes no vean la necesidad de dicho desarrollo pueden
saltar al apartado siguiente sobre las reapariciones contemporáneas.

La creación de una nueva conciencia espacial


En una notable convergencia de ideas sobre las que apenas se ha
escrito, Lefebvre y Michel Foucault, junto con otros pocos académi-
cos parisinos, iniciaron un llamamiento por una transformación radi-
cal en el pensamiento espacial crítico a finales de los 60 y principios
de los 70. Profundamente afectados por los acontecimientos de mayo
de 1968, ambos afirmaron de formas muy similares que los enfoques
predominantes de reflexión y teorización del espacio eran demasiado
limitadores e insuficientes para entender el mundo moderno en toda su
complejidad histórica y social. Desde su punto de vista, el pensamiento
En busca de la justicia espacial 147

espacial tendía a encorsetarse en un estrecho dualismo que restringía su


capacidad crítica, especialmente en comparación con la historiografía
crítica y la teoría social.
Según afirmaban, en ese momento, la mayoría de los intelectuales
del espacio hacían hincapié en un concepto materialista del espacio, re-
presentado como concreto, cartografiable, y definían de forma empírica
las geografías o “cosas en el espacio”. Este tipo de análisis espaciales, o
eran altamente descriptivos de las condiciones existentes, o buscaban
explicar los patrones empíricos a través de la covariación o asociación
espacial, esto es, cómo una geografía definida de forma empírica está
en correlación con el resto. Una minoría de los intelectuales del espa-
cio no puso directamente su enfoque principal en cosas materiales, sino
en “pensamientos sobre el espacio”, la forma en que se conceptualiza el
espacio materializado, se imagina o se representa de distintos modos,
desde los mapas mentales subjetivos del mundo que todos llevamos con
nosotros hasta las epistemologías y filosofías científicas del espacio y el
lugar. Entonces, y ahora, la mayoría de los intelectuales del espacio ven
en estas dos formas de pensamiento sobre el espacio todo el abanico de
la imaginación espacial o geográfica.
Lefebvre definió la primera como el espacio percibido, formado por
prácticas espaciales materialistas y objetivizadas; y la segunda como el
espacio concebido: diversas representaciones, a menudo subjetivas, del
espacio en forma de ideas, imágenes o ideologías. Foucault reconoció
de manera similar esta división entre espacios materiales e imaginados
y, al igual que Lefebvre, afirmó que este enfoque en dos direcciones, a
pesar de que creaba un útil e importante conocimiento que no debería
desatenderse, tenía ciertas limitaciones importantes y no incluía todo
el campo de posibilidades del pensamiento espacial crítico. No sólo era
posible otra forma distinta de pensamiento espacial, sino también nece-
saria si se iba a reducir, o incluso eliminar, la anteposición intelectual y
epistemológica del tiempo sobre el espacio y, por tanto, de lo histórico
sobre el pensamiento espacial, en un reequilibrio crucial de las imagina-
ciones histórica y geográfica.
Para Lefebvre, una forma de pensamiento sobre el espacio más ex-
haustiva y teóricamente más fértil combinaba los enfoques materialista
148 Edward W. Soja

e idealista, al mismo tiempo que también abría nuevas vías de interpre-


tación de lo que él llamaría la espacialidad (social) de la vida humana.
Definió esta tercera vía como un entendimiento del espacio vivido y la
enlazó con la noción biográfica e histórica del tiempo vivido, así como
con ese espacio vivido primordial: el cuerpo humano. Lo que Lefebvre
estaba diciendo es que todos nosotros, individual y colectivamente, so-
mos seres tan espaciales como temporales y sociales. Éste era el mensaje
central de su trabajo principal, La Production de L’Espace, publicado en
1974 y traducido al inglés en 1991 como The Production of Space.
Según Lefebvre, el espacio vivido, como nuestro tiempo vivido, nun-
ca puede conocerse por completo. Sobre todas las apariencias superfi-
ciales, siempre queda algo misterioso, secreto, imposible de descubrir.
Ni un equipo formado por los mejores biógrafos de la faz de la tierra
sería capaz jamás de descubrirlo todo sobre nuestras vidas espacio-
temporales. Sólo podemos aprender sobre nuestros tiempos y espacios
vividos poco a poco, al no quedar nunca satisfechos con los niveles de
conocimiento existentes, pero siempre avanzando, casi como nómadas
filosóficos, para buscar lo nuevo, para expandir las fronteras del cono-
cimiento, comprender más allá y esperar lo inesperado. He intentado
seguir este camino en la búsqueda de una teoría espacial de la justicia.
Las consecuencias estaban claras: sin la adopción de una perspecti-
va del espacio vivido, al permanecer confinados por el dualismo mate-
rialista-idealista, el pensamiento espacial crítico nunca puede esperar
alcanzar los mismos niveles de percepción y comprensión que se de-
rivan de una perspectiva histórica crítica. La tradicional imaginación
geográfica bicameral, a pesar de todas sus valiosas contribuciones, no es
suficiente para permitir que los intelectuales del espacio compitan con
los “history boys”.
Siguiendo otra línea de pensamiento increíblemente similar, Fou-
cault también identificó una alternativa, o una tercera forma de mirar e
interpretar la espacialidad humana. En una conferencia publicada tras
su muerte en 1984 como “Of Other Spaces” (“Des espaces autres”), des-
cribió su perspectiva espacial más exhaustiva, combinatoria y crítica
como “heterotopología” y pasó a describir una serie de ejemplos concre-
tos que ilustraban su enfoque, claramente distinto, para comprender la
En busca de la justicia espacial 149

espacialidad humana. Foucault veía todas las geografías, desde las pro-
ducidas por lo que llamó las pequeñas tácticas del hábitat hasta la esfera
mundial de la confrontación y el conflicto geopolítico, llenas no sólo
de injusticia y opresión, sino también de oportunidades potencialmente
emancipadoras y liberadoras. Foucault no se centró en la ciudad per se,
sino que, fijándose en las “heterotopías” que surgen de la intersección
del espacio, el conocimiento y el poder, abrió nuevos caminos de pen-
samiento espacial.
Estas innovadoras reconceptualizaciones del espacio pedían una
forma distinta de conciencia espacial, una vía de pensamiento que re-
conociera que el espacio está lleno de políticas y privilegios, ideologías
y colisiones culturales, ideales utópicos y opresión distópica, justicia e
injusticia, poder opresivo y posibilidad de emancipación. Para ver el es-
pacio y la geografía de esta forma tan exhaustiva y desafiante, deben
reconocerse varios principios casi axiomáticos, empezando por la ase-
veración ontológica de la espacialidad fundamental del ser. A riesgo de
ser en cierto modo repetitivo, permítanme perfilar brevemente algunos
de los principios de una nueva conciencia espacial derivados del trabajo
de Lefebvre y Foucault.
El punto inicial sigue siendo el mismo: la espacialidad humana en to-
das sus formas y expresiones se produce socialmente. Creamos nuestras
geografías, para lo bueno y para lo malo, de forma justa e injusta. Por
tanto, se puede decir de forma similar que creamos nuestras historias,
bajo condiciones que no son de nuestra propia elección, sino en con-
textos del mundo real que ya han sido formados en el pasado por pro-
cesos socioespaciales, del mismo modo que construimos las geografías
del presente histórica y socialmente. Esto desplaza totalmente la idea
del espacio como un mero entorno o contenedor externo, un escenario
naturalizado o neutral para el drama social aparentemente conducido
por el tiempo que es la vida.
El hecho de que nuestras geografías e historias se produzcan social-
mente y no nos las haya otorgado simplemente dios o la naturaleza, nos
lleva a una conciencia de que las geografías en las que vivimos pueden
tener tanto efectos positivos como negativos. Pueden proporcionar ven-
tajas y oportunidades, estimular, emancipar, entretener, encantar, posi-
150 Edward W. Soja

bilitar. También pueden limitar las oportunidades, oprimir, encarcelar,


subyugar, despojar de derechos, cerrar posibilidades. En otros términos,
las geografías o espacialidades pueden ser tanto justas como injustas, y
se producen a través de procesos que son al mismo tiempo sociales y
espaciales, subjetivos y objetivos, concretamente reales y creativamente
imaginados. Las geografías, en otras palabras, son resultados, no sim-
plemente el fondo en el que se proyecta o se refleja nuestra vida social.
Para Lefebvre y Foucault, el espacio no sólo importaba, sino que era
una potente fuerza formadora en la sociedad y en la política en cual-
quier escala y contexto, desde las intimidades del cuerpo y las pequeñas
tácticas del hábitat hasta la realización de las geopolíticas globales y las
repetitivas crisis del capitalismo. En particular para Lefebvre, la ciudad
ocupaba un lugar especial como quizá el mayor logro de la creatividad
humana. En sus propias palabras, la ciudad es tanto un producto (pro-
duit) como una obra (oeuvre), un resultado material de la acción hu-
mana y un trabajo representacional de arte. Para Foucault, cualquier
espacio es una heterotopía, un espacio realizado e imaginado de oposi-
ciones solubles, y la heterotopología se convierte en una forma de mirar
e interpretar todos los espacios y sus consiguientes efectos.
Al acercarse hacia una conciencia espacial estratégica y, por tanto, a
una teoría espacial de la justicia, resulta evidente y estimulante que estas
geografías producidas socialmente, puesto que son creadas por acciones
humanas, se puedan cambiar o transformar por la mediación del hom-
bre (para mejor o para peor, se debe añadir). Las geografías humanas
no son simplemente contenedores externos, dados e inmutables. Su va-
riabilidad es crucial, ya que hace que nuestras geografías sean la meta
de las acciones sociales y políticas que buscan la justicia y los Derechos
Humanos democráticos a través del aumento de sus efectos positivos
y/o del descenso de los negativos en nuestras vidas y sustentos. Sin la
adopción de esta forma ampliada de conciencia espacial promovida por
Lefebvre y Foucault, los objetivos de la búsqueda de la justicia espacial y
de la reivindicación del derecho a la ciudad son difíciles de comprender
e incluso más difíciles de llevar a la práctica.
Estas ideas radicalmente nuevas sobre el pensamiento crítico espa-
cial se desviaron en los años posteriores al sentido fracaso del levanta-
En busca de la justicia espacial 151

miento de París del 68. Para muchos feministas, trabajadores, líderes


de la comunidad, activistas de los Derechos Humanos y otros impli-
cados en los movimientos sociales que se propagaron en los 70 y los
80, los objetivos específicamente espaciales parecían demasiado perifé-
ricos, abstractos y confusos. Las antiguas formas de pensamiento sobre
el espacio, únicamente como forma física y entorno de fondo, hicieron
que la noción de justicia espacial producida socialmente fuera casi in-
comprensible. Para los marxistas más ortodoxos, la verdadera idea de
geografía marxista era complicada, e incluso peligrosa, políticamente.
Los pensadores espaciales neomarxistas, como Harvey y Castells, reco-
nocieron los logros urbanos de Lefebvre, pero pensaron que los había
llevado demasiado lejos. Foucault, más ambiguo políticamente, fue casi
ignorado por completo.
Confundiendo las cosas aún más, los geógrafos hicieron poco por fo-
mentar la expansión de esta nueva perspectiva crítica hasta la mitad de
los años 90. La mayoría de los geógrafos, o bien no entendían o no po-
dían entender la demanda de una nueva perspectiva espacial y la crítica
de las formas tradicionales de pensamiento geográfico inherentes en los
ensayos de Lefebvre y Foucault, o bien se reconocieron a sí mismos,
en cierto modo orgullosos, como las figuras conductoras externas a la
disciplina, que estaban apoyando (en lugar de criticar enérgicamente)
las formas de pensamiento tradicional de los geógrafos. Fuera de la geo-
grafía, en los campos más generales de la teoría social y la filosofía, hubo
algunas intervenciones importantes en los debates sobre el espacio y el
tiempo realizados entre 1970 y 1990, como la teoría de la estructuración
tiempo-espacio de Anthony Giddens, pero tuvieron muy poco efecto,
teniendo en cuenta la poderosa fuerza del historicismo social.
Sin embargo, en la actualidad, la atención prestada a Lefebvre y Fou-
cault dentro de la geografía, y, con el giro espacial, en muchas otras dis-
ciplinas, parece haber estallado exponencialmente y con esto han apare-
cido renovadas apreciaciones que traen al primer plano al espacio como
una perspectiva interpretativa. Concluyo este capítulo con una breve
discusión sobre el resurgimiento creciente del interés por la noción de
Lefebvre del derecho a la ciudad.
152 Edward W. Soja

Reapariciones contemporáneas
Con sus inicios alrededor del año 2000, la idea del derecho a la ciu-
dad empezó a tener éxito como tema de producción escrita, conferen-
cias y encuentros académicos y, cada vez más, como concepto movili-
zador para la organización y la acción social y política. En la actualidad,
si teclea “derecho a la ciudad” en su buscador, aparecen cerca de nueve
millones de entradas. Las conferencias nacionales o internacionales con
“derecho a la ciudad” en sus títulos se han multiplicado, algunas de las
cuales se enumeran en el apartado Notas y Referencias.
La World Charter for the Right to the City (Carta mundial por el de-
recho a la ciudad) elaborada en 2004, junto con el Foro Social de las
Américas que tuvo lugar en Quito y el Foro Urbano Mundial en Barce-
lona, estimularon la globalización del concepto. Para intentar diseñar
juntos una justicia global, una justicia ambiental y unos movimientos
a favor de los Derechos Humanos, la Carta empieza reconociendo que
la ciudad “es un espacio cultural rico y diversificado que pertenece a
todos sus habitantes” y que todo el mundo “tiene derecho a la ciudad
libre de cualquier discriminación basada en el sexo, la edad, el estado de
salud, los ingresos, la nacionalidad, la etnia, la condición migratoria o
la orientación política, religiosa o sexual, y derecho a conservar la me-
moria cultural y la identidad”. Los ciudadanos se definen no sólo como
habitantes permanentes, sino también como habitantes “en tránsito”. In-
cluye una lista de los “Principios del derecho a la ciudad” que incluye la
gestión democrática, el completo ejercicio de la ciudadanía y el uso de
los recursos económicos y culturales, la igualdad y la no discriminación,
la especial protección de las personas y grupos vulnerables, y las políti-
cas solidarias y progresistas. Se reconoce que el derecho a la ciudad no
se reduce a la ciudad formal:
Los territorios urbanos y sus alrededores rurales también son espacios y lu-
gares de ejercicio y cumplimiento de los derechos colectivos como modo de
asegurar una distribución equitativa, universal, justa, democrática y sostenible
y el disfrute de los recursos, de la riqueza, de los servicios, de los bienes y de
las oportunidades que ofrece la ciudad.

Merecen especial reconocimiento en el resurgimiento contemporá-


neo del derecho a la ciudad los movimientos regionales que se han desa-
En busca de la justicia espacial 153

rrollado en Atenas, la polis originaria. Las coaliciones de movimientos


ciudadanos que reclaman un espacio más abierto, mejores viviendas y
distintas formas de justicia ambiental empezaron a formarse tras la vuel-
ta a la democracia en 1974, inicialmente a través de partidos políticos
existentes, pero a partir de los años 80, se materializó en la organización
autónoma de grupos de barrio. En 2004, se formó una nueva alianza del
derecho a la ciudad para centrarse en las luchas por la inversión pública
y privada en los Juegos Olímpicos, lo que estimuló cientos de iniciativas
ciudadanas en toda la zona de la Gran Atenas. Esta regionalización de
las luchas condujo a la creación de la Panattic Network of City Move-
ments (Red panática de movimientos ciudadanos) en 2007 y de un gru-
po aliado, reminiscente de Justice for Janitors en Los Ángeles: la Unión
panática de encargados de la limpieza y personal doméstico. Para más
información al respecto, véase el apartado Notas y Referencias.
La mayor parte de la creciente doctrina sobre el derecho a la ciudad
hace alguna referencia a la idea original de Lefebvre, pero suele haber
muy poca evaluación crítica sobre el concepto o discusión explícita so-
bre la perspectiva espacial crítica. En muchos casos, la noción de dere-
cho a la ciudad parece ser poco más que una manera ligeramente dife-
rente de hablar sobre los Derechos Humanos en general, o simplemente
una referencia genérica a la necesidad de nuevas formas democráticas
de urbanización y políticas sociales. La mayoría ignora el firme enfoque
espacial de Lefebvre y la noción de geografías resultantes, y reduce sus
objetivos políticos radicales a un igualitarismo liberal más moderado o
a clichés normativos.
Sin embargo, en esta cooptación liberal ha empezado a desarrollarse
un enfoque más crítico pero aún apreciativo a Lefebvre y a la idea de de-
recho a la ciudad que, para la mayoría de los expertos está conectada en
cierto modo, ya sea con los urbanistas-geógrafos de Los Ángeles, donde
tuvo lugar la primera conferencia sobre el derecho a la ciudad que se
celebró en Estados Unidos, o con David Harvey, que ahora reside en
Nueva York, y sus productivos ensayos sobre la condición urbana bajo
el capitalismo. Un ejemplo representativo de esta segunda corriente es
The Right to the City: Social Justice and the Fight for Public Space (2003),
escrito por Don Mitchell, figura principal del proyecto People’s Geogra-
phy (“Geografía de las personas”), una especie de oficina de información
154 Edward W. Soja

y apoyo para los expertos urbanos y los activistas residentes en Siracusa,


Nueva York.
Mitchell, que también escribió un excelente libro sobre los trabaja-
dores inmigrantes de California (1996), radica su análisis sobre las lu-
chas por la libertad de expresión, los que no tienen un hogar y el uso del
espacio público en el trabajo de Harvey y Lefebvre, mejorando significa-
tivamente nuestra comprensión de la urbanización de la injusticia y los
esfuerzos por la reapropiación del derecho a la ciudad de ciertas mane-
ras que evitan las limitaciones de los enfoques tanto de Harvey como de
Lefebvre. La perspectiva marxista de Mitchell es abierta y flexible, pero
mantiene un viejo tabú al evitar relativamente la discusión explícita so-
bre los procesos espaciales y sus efectos en la forma social, en compa-
ración con el énfasis más fácil de tratar sobre los procesos sociales que
establecen la forma espacial. Hay un apartado final sobre los espacios de
la justicia y una amplia discusión sobre la geografía de la justicia social,
pero el término justicia espacial no se usa en ningún momento.
Inspirado en parte por Harvey, pero más abierto a la firme y enér-
gica espacialidad de Lefebvre y a la necesidad de crear nuevos espacios
de oportunidad y esperanza entre el radicalismo revolucionario y el
igualitarismo liberal, se encuentran los ensayos de los tres geógrafos-
urbanistas asociados con Planificación Urbana y Geografía de UCLA:
Neil Brenner, Mustafa Dikec y Mark Purcell. Los tres han escrito im-
portantes análisis críticos de los ensayos de Lefebvre y han abordado
específicamente la idea de derecho a la ciudad.
Ya se ha mencionado el trabajo de Dikec sobre la justicia y la imagi-
nación espacial y las banlieues francesas. En todo su trabajo, incluyendo
las críticas a las políticas urbanas francesas y a la politique (que se refiere
en francés simultáneamente a políticas —politics—, política —policy— y
policía —pólice—), Dikec se inspira creativamente en Lefebvre y en el
concepto de derecho a la ciudad. Brenner se ha convertido en una figura
destacada en los estudios sobre el Estado y la reestructuración estatal,
la producción social de escala y la teoría espacial de forma más amplia,
a menudo haciendo referencia a Lefebvre y traduciendo algunos de sus
ensayos, incluyendo la obra de cuatro volúmenes De l’État. El trabajo
de Purcell, y en especial, su libro recientemente publicado Recapturing
En busca de la justicia espacial 155

Democracy: Neoliberalization and the Struggle for Alternative Urban Fu-


tures (2008) pone de actualidad los debates sobre el derecho a la ciudad
y está en conexión con la discusión actual sobre la búsqueda de la jus-
ticia espacial.
Purcell presenta una nueva evaluación perspicaz de las ideas de Le-
febvre, examinando la doctrina reciente y advirtiendo contra cualquier
interpretación reduccionista del llamamiento a una metamorfosis urba-
na radical, incluyendo la breve versión del propio Lefebvre, a menudo
implícita, sobre la lucha, que incluye sólo a la clase obrera como agente
de cambio. El derecho a la ciudad no sólo se ve como un derecho a la
apropiación, a la participación y a la diferencia, sino que se ve incluso
más ampliamente como un derecho al espacio, el derecho a habitar el
espacio. Sobre la ampliación del concepto a una escala global mayor,
Purcell (2008) cita a Brenner:
Los movimientos sociales urbanos […] no ocurren simplemente en un
espacio urbano, sino que se esfuerzan por transformar la organización so-
cioterritorial del capitalismo en sí mismo a un nivel geográfico múltiple. El
“derecho a la ciudad” […] se expande de este modo en un “derecho al es-
pacio” más amplio, ambos dentro y fuera de la escala urbana. Incluso como
procesos de la reestructuración capitalista mundial, reconocen radicalmente
las jerarquías supraurbanas a escalas en las que se integran las ciudades, las
cuales permanecen como cuadriláteros estratégicos para las luchas sociopo-
líticas que, sucesivamente, adquieren mayores ramificaciones por las geogra-
fías supraurbanas del capitalismo. (102)

Está claro que estas luchas por el derecho a la ciudad son luchas fun-
damentalmente contra los efectos opresivos del capitalismo y, más con-
cretamente, contra sus variantes neoliberales. No obstante, también hay
aperturas hacia una multiplicidad de agentes y objetivos que amplían
el alcance de la acción política para incluir lo que he estado describien-
do como la producción de geografías discriminatorias e injustas de di-
versos tipos, relativas al género, a la raza, la sexualidad y los factores
medioambientales, entre otros. En este punto, es importante recordar
el concepto pentagonal más plural de Iris Marion Young de injusticia
como opresión, en el que la lucha de clases per se, se centra principal-
mente en la explotación económica en el lugar de trabajo y en el lugar
de residencia, mientras otras estructuras de ventajas sociales y poder
156 Edward W. Soja

jerárquico definen campos más amplios de acción social relacionados


con la dominación cultural y política, y otros ejes de discriminación.
La combinación de Purcell y Young abre muchas posibilidades nue-
vas para los movimientos convergentes de justicia espacial y de dere-
chos democráticos del espacio urbano. No se rechazan las formas más
monolíticas y manidas de lucha de clase, inherentes en los enfoques de
Lefebvre y Harvey, sino que se amplían para encontrarse con las recla-
maciones de justicia de múltiples facetas y escalas en el mundo contem-
poráneo. La necesidad implícita de construir diversas coaliciones y mo-
vimientos sociales conectados que se extiendan más allá de los estrechos
canales, y a menudo esencialistas, del pasado es de suma importancia
para los retos en la búsqueda de una justicia específicamente espacial.
En el mundo actual, los distintos movimientos por separado —obreros,
contra del racismo, el patriarcado o la dominación cultural, por la paz,
frente al calentamiento global o de promoción del desarrollo comunita-
rio local— están abocados al fracaso más que nunca. Las alianzas trans-
versales y las coaliciones se están haciendo cada vez más necesarias.
En un perspicaz giro de la formulación, Purcell nombra el derecho a
la ciudad, especialmente en su sentido de derecho a ocupar y habitar el
espacio, como “eje” organizacional y movilizador, sugiriendo que forma
un techo integrador para la construcción de coaliciones, una especie
de hilo de unión o “pegamento” que puede ayudar a unir diversas lu-
chas particularizadas en movimientos más grandes y poderosos. La nueva
conciencia espacial y su expresión en la búsqueda de la justicia espacial
proporcionan tal paraguas integrador. Todos experimentamos de una
forma u otra los efectos negativos de las geografías injustas. Esto provo-
ca que las luchas por el espacio y el derecho a la ciudad sean potencial-
mente una poderosa fuente de identidad compartida, determinación y
efectividad para cambiar el mundo a mejor. Ésta puede ser la lección
política más importante que se puede aprender del desarrollo de una
teoría espacial de la justicia.
Estos comentarios y conclusiones dan una nueva perspectiva a la re-
unión inaugural de una alianza nacional de organizaciones obreras y
comunitarias sobre el derecho a la ciudad que tuvo lugar en enero de
2007 en Los Ángeles. En muchos aspectos, se consiguió un adelanto
En busca de la justicia espacial 157

muy importante en el resurgimiento del concepto original de Lefebvre


en Estados Unidos y, al mismo tiempo, fue el punto de partida de nuevas
y fascinantes iniciativas. El encuentro también proporciona un puente
útil hacia una discusión sobre la forma en que se ha desarrollado la bús-
queda de la justicia espacial y el derecho a la ciudad durante los últimos
cuarenta años en la región urbana de Los Ángeles.
4. BÚSQUEDA DE LA JUSTICIA ESPACIAL
EN LOS ÁNGELES

El movimiento obrero de Los Ángeles ha experimentado un resur-


gimiento extraordinario en los últimos años, en gran parte gracias a la
formación de una coalición entre sindicatos locales y una amplia gama
de organizaciones de base comunitaria. Estrategias de organización in-
novadoras, especialmente en lo que respecta a los trabajadores inmi-
grantes, y una serie de exitosas campañas encaminadas a lograr una
mayor justicia social y económica para el casi 40 por ciento de la po-
blación integrada por trabajadores pobres, han transformado lo que se
consideró un ambiente intensamente antiobrero en lo que algunos ob-
servadores nacionales ven hoy como el movimiento obrero urbano más
potente y eficaz de Estados Unidos. El resurgimiento de la formación de
coaliciones obreras comunitarias encuentra sus raíces en el temprano
desarrollo del sindicalismo comunitario, inspirado en gran parte por las
campañas del United Farm Workers (UFW, Unión de trabajadores agrí-
colas) dirigidas a reclamar justicia para los trabajadores inmigrantes de
California en los años 60 y 70. Las actividades del UFW vincularon el
movimiento obrero de una forma más estrecha tanto a la comunidad
inmigrante en general, principalmente latina, como, más directamen-
te, a los barrios y a los grupos comunitarios locales y sus prioridades.
Las luchas por los salarios y las condiciones de trabajo se ampliaron
para incluir demandas de mejores viviendas, escuelas, servicios sociales
y otros derechos residenciales a la justicia y la igualdad. Empezaron a
surgir nuevas coaliciones obreras comunitarias, a menudo asistidas por
activistas e investigadores universitarios, que tomaron el liderazgo en la
promoción de un movimiento por la justicia de base regional de inusual
fuerza y ​​persistencia. El vínculo entre el sindicalismo y la comunidad
resultó eficaz en ambas direcciones. El apoyo comunitario dio mayor
fuerza al movimiento obrero y aumentó su sensibilidad hacia los terri-
torios locales y regionales en los que se desarrollaban el trabajo y la vida
de los trabajadores. Al mismo tiempo, las relaciones con los sindicatos
locales y los problemas de los trabajadores reforzaron los esfuerzos de
desarrollo comunitario y fomentaron nuevas estrategias para lograr lo
160 Edward W. Soja

que vendría a ser descrito como un desarrollo con justicia. A medida


que el conocimiento y la acción estratégica basados en el lugar se iban
haciendo cada vez más importantes, la sociedad civil en Los Ángeles
cambiaba significativamente. Lo que antes era un mundo urbano rela-
tivamente “sin espacio”, donde las comunidades locales rara vez inci-
dían en la vida de las personas, se ha convertido hoy en una colmena de
organizaciones de base comunitaria y activismo de base. Estos logros
locales y regionales son incluso más considerables teniendo en cuenta
que la mayor parte del resto del país se ha caracterizado en las cuatro
últimas décadas por el deterioro de la economía nacional, la pérdida
de una gran cantidad de trabajos y el declive del poder sindicalista. Un
gráfico elaborado recientemente por el Institute for Research on Labor
and Employment de UCLA (Instituto para la investigación sobre trabajo
y empleo de UCLA) muestra las tasas de densidad sindical de Los Ánge-
les, California, y Estados Unidos desde 1996 hasta 2008, y constata una
clara divergencia entre la disminución constante nacional y el aumento
relativo de la tasa de sindicalización en Los Ángeles, siendo la diferen-
cia hoy mayor que nunca. También es cierto que Los Ángeles creció
más rápido que California, con un importante salto entre 1999 y 2002
que refleja la sindicalización de cuidadores del hogar y otras ocupacio-
nes en gran parte de minorías, incluyendo en 1999 uno de los mayores
aumentos en la afiliación sindical en un año de la historia urbana de
EE.UU. ¿Por qué tuvo lugar esta transformación? De todos los lugares,
¿por qué sucedió en Los Ángeles? ¿Cuáles son las características dis-
tintivas de las nuevas coaliciones obreras comunitarias que surgieron?
¿Hasta qué extremo pueden ser vistas las nuevas coaliciones como lu-
chas por la justicia espacial? ¿Cuál ha sido el papel de la universidad en
estos movimientos? ¿Qué se puede aprender de la reciente experiencia
de Los Ángeles que pueda informar mejor las políticas públicas y ayude
a movilizar coaliciones obreras comunitarias eficaces en otras áreas del
país? Lo que sigue es un intento de proporcionar al menos algunas res-
puestas a estas preguntas. Para establecer el escenario para este debate
concreto, el capítulo comienza situando la experiencia de Los Ángeles
en el contexto más amplio de la reestructuración económica, la globali-
zación del capital, el trabajo y la cultura, y otras fuerzas de cambio que
han estado remodelando las metrópolis modernas en todo el mundo
En busca de la justicia espacial 161

durante las últimas cuatro décadas. Se presta especial atención a la in-


tensificación de las desigualdades económicas y la creciente polariza-
ción social que han acompañado estos cambios en casi todas partes, ha-
ciendo cada vez más urgente y exigente la búsqueda de la justicia social
y espacial. Esta discusión general sobre la restructuración urbana y las
fuerzas reconfiguradoras de las modernas metrópolis resultará familiar
a muchos lectores. No sorprende dado que una gran parte de la doctri-
na académica más amplia sobre el proceso de reestructuración urbana
y los conceptos relacionados con el mismo, como formación mundial
de la ciudad, industrialización postfordista, sistemas flexibles de pro-
ducción, grupos industriales, y la formación de regiones policéntricas
de la ciudad global, derivan en gran medida de estudios de Los Ángeles
realizados por investigadores locales que buscan comprender las gran-
des tendencias de reestructuración comparativas y globales mediante
el examen de expresiones empíricas particulares del contexto urbano y
regional de Los Ángeles. Algunos han considerado que esta acumula-
ción de investigación y de escritos sobre Los Ángeles indica la creación
de una nueva “escuela” de estudios urbanos y regionales comparables a
la escuela de Chicago de ecología urbana que se formó en el periodo de
entreguerras y que proyectó aquella ciudad como la metrópolis moder-
na industrial prototipo. Rechazo la consideración de Los Ángeles o, en
su caso, de cualquier otro sitio como prototipo urbano y no defenderé
la idea de una escuela de Los Ángeles emergente, pero estoy de acuerdo
en que la colección de escritos sobre su reestructuración urbana, más
que la doctrina sobre esta materia de cualquier otra región urbana im-
portante, tiene dos cualidades distintivas. Ha sido estimulada directa e
inusualmente por los estrechos lazos entre los investigadores urbanos y
las organizaciones obreras y comunitarias locales, y deriva sus ideas más
importantes de la aplicación teórica y práctica de una visión espacial
crítica. Tras este debate de fondo se encuentra la historia completa de los
movimientos obreros y comunitarios de Los Ángeles desde la época de
los disturbios de Watts en 1965 pasando por las revueltas por la justicia
de 1992 y hasta los perturbadores acontecimientos del 11 de septiembre
de 2001. La discusión se conforma de cuatro argumentos:
1. El reciente resurgimiento de la formación de coaliciones obreras comu-
nitarias de Los Ángeles representa una respuesta local a los efectos especial-
162 Edward W. Soja

mente intensos y polarizadores de la globalización y de la reestructuración


económica en la región metropolitana de Los Ángeles.
2. Las revueltas y los disturbios de 1992 supusieron un hito para los traba-
jadores pobres de Los Ángeles, estimulando un reconocimiento creciente de
que era poco probable que el gobierno respondiera con eficacia y que eran
necesarios nuevos métodos y estrategias en las luchas por una mayor justicia
social y económica.
3. La distinción entre estos movimientos y sus homólogos en otras regio-
nes metropolitanas es su conciencia de la política del espacio y de la impor-
tancia estratégica potencial de la búsqueda de la justicia espacial y de los
derechos democráticos a la ciudad.
4. La conciencia espacial relativamente más alta de los movimientos lo-
cales y la aparición de estrategias específicamente espaciales de activismo
político derivan en gran medida de los vínculos entre grupos de activistas y
estudiantes universitarios y facultades involucradas en la planificación urbana
y en la geografía.

CONFIGURANDO LA ESCENA: REESTRUCTURACIÓN


URBANA Y TRANSFORMACIÓN METROPOLITANA
Todas las ciudades del mundo han experimentado un periodo in-
usualmente intenso de reestructuración económica y cambio social en
las cuatro décadas que siguieron a las llamadas crisis urbanas de los se-
senta. En retrospectiva, las explosiones de malestar social que ocurrie-
ron en un gran número de las principales ciudades del mundo en los
sesenta, desde París y Milán a Los Ángeles, Detroit y México DF, fueron
un punto de inflexión en la historia del siglo XX. Marcaron el final de la
larga expansión económica de la postguerra en la mayoría de los países
industriales avanzados y, al mismo tiempo, fueron la fuente de una nue-
va era de desarrollo capitalista, en la que adquirió una urgencia especial
la necesidad de encontrar formas más efectivas para detener el declive,
estimular la recuperación económica y evitar una mayor inestabilidad
social. Utilizando Los Ángeles como un laboratorio empírico, un grupo
de académicos especializados principalmente en geografía y urbanismo
centró su investigación en el conocimiento práctico y teórico de estos
procesos de reestructuración urbana. El trabajo de este grupo de inves-
tigación de Los Ángeles, tal y como lo llamaré, se centraba en una visión
espacial crítica así como en una sensibilidad particular hacia las siner-
En busca de la justicia espacial 163

gias que surgen de las conexiones entre la teoría y la práctica. Enten-


der la dinámica detrás de la reestructuración de la metrópolis moderna
se transformó en la base de una relación estimuladora mutua entre los
investigadores universitarios y las organizaciones obreras y comunita-
rias de base que estaban creciendo rápidamente durante ese periodo. Se
puede consultar una extensa bibliografía de este grupo de investigación
en el apartado Notas y Referencias y se discute de manera detallada la
historia de estas relaciones entre la universidad y la comunidad en la se-
gunda parte de este Capítulo. Sus escritos se utilizan aquí para describir
un escenario general de la reestructuración de la metrópolis moderna,
seguido de una mirada más concreta a las particularidades de la expe-
riencia de Los Ángeles.

Desindustrialización y reindustrialización
Durante los primeros años posteriores a la reestructuración econó-
mica de los años 60, lo que más se evidenció fue un proceso de desin-
dustrialización, que supuso que los primeros observadores declararan la
llegada de lo que se describió como sociedad postindustrial. Esta carac-
terización reflejó la fuerte caída en el sector sindicalizado de la produc-
ción de la economía nacional a través de la masiva pérdida de empleos
y el cierre de fábricas, y al mismo tiempo el rápido crecimiento de los
servicios o empleos en el sector terciario, muchos de los cuales se paga-
ban con salarios bajos y proporcionaban muchos menos beneficios. El
más afectado por este proceso de desindustrialización precoz fue el vas-
to cinturón de producción americano, que se extiende desde St. Louis
y el este de Chicago a Detroit, Cleveland, Pittsburgh, y luego a Nueva
York, Filadelfia y Boston. Se produjo una similar “inversión de papeles
de las regiones”, donde áreas de fabricación que fueron líderes sufrieron
una caída significativa, en el noreste de Inglaterra, la región del Ruhr
en Alemania y en muchos otros centros industriales de la Europa occi-
dental. Mientras muchas comunidades industriales obreras de Nortea-
mérica eran devastadas y el poder del movimiento obrero nacional se
debilitaba significativamente, muchos argumentaban que estos efectos
destructivos eran los daños inevitables asociados a una nueva sociedad
postindustrial emergente en la que el sector servicios y la demanda de
164 Edward W. Soja

los consumidores, sostenidos por lo que se dio en llamar economía de la


oferta, serían los motores de la recuperación y expansión económicas.
Una vez más se habló de una fase temporal de “destrucción creativa”, tal
y como aconteció en respuesta al inicio de la Gran Depresión cuarenta
años antes. Como han mostrado posteriores desarrollos, la tesis postin-
dustrial no sólo simplificó lo que estaba sucediendo durante el período
comprendido entre los años 60 y hasta mediados de los 80, también
desvió la atención lejos de la comprensión de los procesos fundamen-
tales que estaban formando lo que hoy se describe generalmente como
la Nueva Economía. Acompañaba a la desindustrialización un proceso
de reindustrialización relativamente desconocido en los años anteriores
que estaba volviendo a dar forma a la propia producción industrial y a
las relaciones entre los trabajadores y la dirección empresarial. Lejos de
desaparecer, la industrialización, en su nueva forma intensivo-informa-
tiva, organizada de manera flexible y reconfigurada espacialmente, res-
paldada por un sector floreciente productor de servicios, continuó sien-
do el principal motor del desarrollo urbano, regional y nacional. Desde
un punto de vista actual, podríamos decir que la era industrial no había
llegado a su fin sino que estaba siendo reestructurada profundamente
hacia algo muy diferente de lo que era antes.

Reestructuración generada por la crisis


La concatenación de crisis que acabó con el largo auge de la postgue-
rra en Estados Unidos y otras partes en el mundo industrializado giraba
en torno a lo que se ha dado en llamar la crisis del fordismo, el término
general que se utiliza para describir el sistema de producción en masa,
el consumo masivo y las relaciones altamente reguladas entre los traba-
jadores, la dirección y el gobierno que llevó a la expansión económica
de la postguerra. La economía fordista, al menos en Estados Unidos, fue
impulsada y consolidada por un contrato social tácito entre los grandes
gobiernos profundamente involucrados en la expansión económica, el
gran capital liderado por los fabricantes de automóviles y productos re-
lacionados, y una mano de obra fuerte organizada en torno a poderosos
sindicatos nacionales y acuerdos de negociación colectiva que negocia-
ban el control de la militancia obrera a cambio del aumento de salarios
En busca de la justicia espacial 165

y beneficios para los trabajadores. En los treinta años que siguieron al


final de la Segunda Guerra Mundial, la clase media estadounidense se
hizo más grande que nunca, y en un desarrollo estrechamente relacio-
nado, el país experimentó un proceso de suburbanización masiva que
complementaba y sostenía el auge de la economía fordista. La crisis del
fordismo en los años 60 y el proceso de reestructuración que le siguió
supusieron tanto una descomposición, una especie de deconstrucción
selectiva, de la vieja economía nacional, como una importante reconfi-
guración económica que desarrolló una serie de nombres descriptivos
para destacar sus diferencias respecto del anterior régimen. Tal vez el
más inocuo fuera el postfordismo, pero al menos este término era in-
dicativo de algo bastante diferente al postindustrialismo. No obstante,
global o globalizado eran términos más poderosos e influyentes en cuan-
to descriptivos de la Nueva Economía, ya que reflejaban movimientos
transnacionales intensos de inversión de capital, trabajo y procesos de
producción. La globalización, especialmente en términos de mando y
control sobre los flujos transnacionales de dinero, el crédito y la inver-
sión, se convirtió en un lema para explicar prácticamente todo lo que
estaba sucediendo en las últimas décadas del siglo XX. En términos de
cambios urbanos y regionales, la globalización fue indudablemente un
proceso contundente, que ha creado las ciudades más heterogéneas cul-
tural y económicamente que el mundo haya visto nunca, mientras ha
estimulado al mismo tiempo la formación de una nueva jerarquía de
lo que se llamaban ciudades mundiales (Friedmann y Wolff, 1982) o
ciudades globales (Sassen, 1991). La revolución en el acceso a la infor-
mación, las comunicaciones y las tecnologías en la producción también
conducían la reestructuración económica y daban forma a la emergente
Nueva Economía. Las nuevas tecnologías facilitaban la globalización del
capital, del trabajo, de la cultura, la concentración del poder financiero
en las ciudades globales y un alejamiento radical de la industria pesada
tradicional del fordismo hacia la producción, el intercambio y el consu-
mo de información. La revolución de la tecnología de la información,
o TI, se interpretó también por aquellos académicos interesados por la
espacialidad como Manuel Castells (1996, 1997, 1998) como una vía
para la formación de un nuevo modo de desarrollo informacional, de
ciudades informacionales y de una sociedad en red. La Nueva Econo-
166 Edward W. Soja

mía se describió también como “flexible” por reflejar los procesos de


producción especializada, las estructuras organizativas corporativas y
las relaciones entre trabajadores y dirección que estaban surgiendo en
un intento de evitar la rigidez del fordismo. Con la asistencia de orde-
nadores y de la robótica, la producción de bienes y servicios se hizo más
sensible que la producción en masa en cadenas de montaje del fordismo
a la demanda de los consumidores, así como a modificar las modas. La
flexibilidad también facilitó la reestructuración de las empresas como
una herramienta para aumentar la productividad y los beneficios y para
un mayor control sobre el trabajo. La reestructuración no tuvo lugar
de golpe, ni fue el resultado de una dirección consciente por parte de
los líderes corporativos o gubernamentales. Asimismo, no fue un éxito
inmediato. Casi dos décadas después del punto de inflexión de 1973, las
economías nacionales se encontraban en un flujo desconcertante, igual
que las principales interpretaciones teóricas y políticas de lo que estaba
sucediendo. Sin embargo, a principio de los noventa, un momento clave
para la historia del renaciente movimiento obrero de Los Ángeles, la
Nueva Economía postfordista, global, flexible e intensivo-informativa,
se había consolidado suficientemente para permitir al menos un cierto
acuerdo común sobre sus principales características. En lugar de con-
tinuar con esta interpretación general, me centraré en un argumento
clave, según el cual el proceso de reestructuración ha construido una fuer-
te tendencia hacia la desigualdad económica y la polarización social. En
otras palabras, la globalización, la formación de la Nueva Economía y la
revolución TI han conducido intrínsecamente a la intensificación de las
injusticias sociales y espaciales.

La brecha cada vez mayor entre ricos y pobres


En 1970, la distribución de la renta en Estados Unidos era más equi-
tativa que en ninguna otra época desde los años previos a la Depresión,
al menos si se mide por el tamaño de la clase media y la disparidad entre
los segmentos más ricos y más pobres de la población. El llamado con-
trato social, la variante americana de los prósperos estados de bienestar
europeos, había tenido éxito en la difusión de la creciente riqueza a
grandes segmentos (desproporcionadamente blancos) de la clase obre-
En busca de la justicia espacial 167

ra. En ninguna parte se evidenció más este fenómeno que en los próspe-
ros suburbios obreros que rodeaban las ciudades más grandes. Estados
Unidos se había convertido en una nación predominantemente subur-
bana con una distribución de la renta que sobresalía en la media, más
que nunca, y probablemente más que en cualquier otro país. Entre 1973
y la crisis de 2008, se produjeron importantes cambios en la distribución
de la renta y en la naturaleza de la desigualdad económica y la injusticia
en Estados Unidos. El más dramático y preocupante de estos cambios se
puede ver reflejado en dos tipos de estadísticas, una que compara los
ingresos relativos de los ricos y los pobres y otra que traza el cambio en
la renta de la familia media. Con un comienzo lento pero a un ritmo
acelerado en los últimos veinte años, se aprecia una enorme concentra-
ción de la riqueza en el 1 por ciento más rico de la población, y más aún
en el 0,01 por ciento más alto. Por el año 2000, este pequeño 0,01 por
ciento de la población estadounidense, aproximadamente trece mil fa-
milias, ganaban casi tanto como veinte millones de los hogares más po-
bres y trescientas veces más que una familia media (frente a las setenta
veces como promedio en 1970) (Krugman 2002, 2008). Mientras los
ingresos de los “quintos afortunados” (el quintil superior) de la pobla-
ción ha crecido rápidamente, la renta de los menos afortunados, el quin-
til más bajo, se ha reducido entre 1970 y la crisis económica de 2008. En
2001, el quinto más pobre de la población controlaba sólo el 3,5 por
ciento de la renta total nacional, la proporción más baja hasta la fecha.
Al mismo tiempo, el quinto más rico controlaba algo más de la mitad
del total de la renta y el 5 por ciento más alto tenía casi un cuarto en su
poder, ambas cifras récord. También hay abundantes pruebas que sugie-
ren que, en todo caso, estas estadísticas empeoraron durante el mandato
Bush-Cheney, cuando determinadas prácticas alcanzaron niveles sin
precedentes, como los subsidios a los ricos a través de incentivos fisca-
les, entre otras. Por ejemplo, los últimos datos a los que he tenido acceso
muestran que la proporción de la renta total nacional poseída por el 1
por ciento más rico alcanzó niveles récord en 2005 (21,2 por ciento),
igual que a la inversa la proporción que poseía el 50 por ciento de abajo
(12,8 por ciento). Aunque las estadísticas pueden manipularse para re-
ducir la aparente magnitud de estos cambios, no cabe duda de que desde
1970 los ricos se han hecho más ricos a un ritmo que ha sobrepasado
168 Edward W. Soja

probablemente ningún otro periodo comparable del siglo XX, mientras


los pobres se han hecho significativamente más pobres tanto en térmi-
nos relativos como absolutos. Hoy, el índice de pobreza y la brecha en la
renta en Estados Unidos son los más altos entre los países industriales
avanzados y se acompañan de cifras altas y persistentes de mortalidad
infantil y analfabetismo en adultos, y una menor esperanza de vida que
en países mucho menos desarrollados, especialmente en hombres. De
acuerdo con todas las pruebas disponibles, esta pronunciada polariza-
ción en la renta en Estados Unidos alcanza su intensidad máxima en las
ciudades de Nueva York y Los Ángeles, los pilares de la Nueva Econo-
mía de costa a costa. En medio de esta polarización, la clase media de la
era de la postguerra fue exprimida de una manera importante. En los
últimos treinta años, la renta de la familia media se ha incrementado en
poco más del 10 por ciento, pero casi toda esta ganancia ha venido dada
por un aumento en las horas de trabajo (supuestamente el más alto del
mundo occidental en estos momentos) y por un incremento del número
de mujeres, especialmente con hijos, que han entrado en el mercado
laboral, al menos a tiempo parcial. De hecho, si no hubiera sido por una
jornada laboral más larga y el enorme aumento de mujeres trabajadoras,
la renta promedio del quintil medio de los hogares habría caído proba-
blemente entre 1970 y nuestros días. La clase media acomodada, espe-
cialmente la que tiene estabilidad en el empleo, salud y otras ventajas, y
estilos de vida suburbanos, se ha reducido significativamente en núme-
ro, con unos pocos ascendiendo en la escala de ingresos mientras mu-
chos más bajan a niveles de pobreza o cerca de ellos. La cuestión relativa
al aumento de la desigualdad en Estados Unidos ha sido objeto de un
fuerte debate y se ha politizado profundamente. Muchos pensadores
conservadores y algunos liberales han racionalizado la desigualdad
como una fuerza positiva —o al menos un subproducto inevitable—
para un desarrollo capitalista exitoso, especialmente durante un periodo
de rápido cambio económico. Otros consideran el aumento de las des-
igualdades como un problema, pero lo explican cómo (1) un subpro-
ducto inevitable de la globalización y de la recolocación de trabajos en
áreas de empleo más barato; (2) un efecto del cambio basado en la tec-
nología, en el que los beneficios de la innovación van a los más forma-
dos y debidamente capacitados; o (3) un enorme incremento de renta
En busca de la justicia espacial 169

para directores ejecutivos exitosos y celebridades del entretenimiento y


de los deportes en lo que algunos llaman una nueva economía de casino
o de torneo. Gran parte de la opinión pública y algunos escritos acadé-
micos atribuyen simplemente la brecha cada vez mayor y el aumento de
las estadísticas de pobreza a la acelerada inmigración de gente pobre y
sin educación desde países del Tercer Mundo, alimentando las ideas ex-
tremistas de que las crecientes desigualdades de renta desaparecerían si
se detuviera la inmigración o los pobres regresaran a sus países de ori-
gen. Ninguno de estos argumentos permite explicar adecuadamente el
incremento de la polarización económica y la opresión de la clase me-
dia. Lo que sí sabemos es que cuando se permite que la globalización, la
reestructuración económica y el impacto de las nuevas tecnologías se
expandan sin control ni límites —el objetivo central de lo que se ha de-
nominado neoliberalismo— se intensifica la tendencia a que aumenten
las disparidades entre ricos y pobres. Esto se hace especialmente eviden-
te cuando se compara Estados Unidos con los Estados de la Europa con-
tinental aún fuertes en materia de bienestar (el Reino Unido está mucho
más cerca del caso estadounidense). Otro modo de expresar la particu-
laridad de la experiencia estadounidense es describir el problema en
términos de ruptura (o descomposición) del contrato social que fue la
base de gran parte de la expansión económica de la postguerra de EE.
UU. El problema del incremento de las desigualdades (y del germen de
la crisis económica de 2008) se puede conectar aquí con la ideología
neoliberal de la desregulación, la privatización y la promoción de valo-
res intrínsecos de pequeños gobiernos contra grandes gobiernos; la re-
organización del sistema de bienestar y de los esfuerzos por desmantelar
el marco normativo del New Deal; la reafirmación de nociones para ra-
cionalizar crecientes recortes de impuestos para los ricos; la aceptación
cada vez mayor, si no estímulo, de la avaricia empresarial; y el declive
masivo del sindicalismo industrial. Ha habido un cambio importante en
el movimiento obrero de EE.UU. asociado con la creciente desigualdad
y la pobreza urbana en los últimos treinta años y el ataque a los sindica-
tos industriales, que tiene una especial relevancia en los acontecimien-
tos más recientes de Los Ángeles. Se han apreciado dos respuestas prin-
cipales a la disminución del sindicalismo industrial, con ritmos
diferentes y en distintas partes del país. Una se refiere al auge de lo que
170 Edward W. Soja

algunos llaman sindicalismo del movimiento social, una extensión en el


ámbito de las luchas sindicales para involucrar otras fuerzas sociales im-
portantes vinculadas al género, la raza, la etnia y, más recientemente, a
los derechos de los inmigrantes, el medio ambiente y la orientación se-
xual. La segunda ha supuesto una localización creciente del movimiento
obrero, con vínculos crecientes y formando coaliciones con una amplia
variedad de organizaciones comunitarias centradas en las condiciones
particulares de los contextos urbano y regional. Acompañar a estos
cambios en el ámbito de las actividades sindicales ha supuesto un aleja-
miento de las luchas estrictamente definidas como orientadas a la equi-
dad y relacionadas con el salario en el lugar de trabajo, para acercarse
más a una política más amplia, más centrada en conceptos tales como
democracia local, desarrollo comunitario y justicia en su creciente mul-
tiplicidad de formas. La cuestión clave aquí es que el nuevo movimiento
obrero y el mayor interés por la justicia están estrechamente relaciona-
dos con la reestructuración urbana y el cambio en la distribución de la
renta a los que han conducido una globalización sin límites y la forma-
ción de la Nueva Economía. También resulta importante reconocer que
las disparidades en la renta entre los ricos y los pobres, junto con la
opresión de la clase media y de la trabajadora difieren en intensidad de
país a país, y dentro de Estados Unidos de unas ciudades o regiones a
otras. Aunados estos dos argumentos, nos centraremos a continuación
en el contexto de Los Ángeles, en un intento de explicar por qué esta
ciudad, y no Nueva York, Chicago o San Francisco, se ha transformado
en el centro del nuevo movimiento obrero y de la formación de coalicio-
nes obreras comunitarias.

LA TRANSFORMACIÓN DE LOS ÁNGELES


Los cambios que han tenido lugar en Los Ángeles desde los distur-
bios de Watts de 1965 han sido tan extensos y de largo alcance como en
cualquier otra metrópolis moderna. Entre 1970 y hoy, la población total
de los cinco condados del área metropolitana de Los Ángeles ha crecido
aproximadamente de once a más de diecisiete millones de habitantes,
siendo una de las pocas regiones metropolitanas del mundo industrial
avanzado que ha experimentado tal crecimiento sustancial. El cambio
En busca de la justicia espacial 171

en la composición étnica, racial y religiosa de la población ha sido inclu-


so más intenso. En 1965, el año de los disturbios de Watts, la población
era de manera abrumadora (más del 80 por ciento) “anglosajona” o de
blancos no hispanos, y decididamente más protestante que la de cual-
quier otra gran ciudad de EE.UU. Los afroamericanos eran la minoría
más amplia y se concentraban sobre todo en un área al sur y al oeste del
centro de la ciudad, lo que vendría a conocerse primero bajo el nombre
colectivo de Watts y después como South Central. Actualmente, Los
Ángeles es una de las regiones más heterogéneas culturalmente del
mundo, con una población anglosajona hoy menor del 40 por ciento en
el condado de L.A. y un número de asiáticos del Pacífico que supera a
los afroamericanos. También se considera que cuenta con una de las
mayores archidiócesis católicas del mundo. La nueva población mayori-
taria se define como latina, un término que se desarrolló pronto en Los
Ángeles para representar una nueva forma de identidad cultural y polí-
tica transhemisférica. Aunque los latinos incluyan a hablantes de portu-
gués e inglés y otros procedentes de países latinoamericanos y caribe-
ños, el español predomina y se ha transformado de nuevo en el lenguaje
diario de Los Ángeles, como ya lo fuera hace más de 150 años. Los mexi-
canos y los mexicanos americanos (chicanos/as) son, de largo, el grupo
más amplio en esta metrópolis latina, pero también hay un importante
número de residentes procedentes de El Salvador, Nicaragua, Guatema-
la y casi todos los restantes países de habla hispana del hemisferio occi-
dental. También forman grupos importantes de población los isleños
asiáticos y del pacífico, especialmente de Corea, Vietnam, Filipinas, Tai-
landia, Samoa y Taiwán, así como ciudadanos de Irán, Armenia e India.
Hace treinta años, la clara división entre la población negra y blanca
hacía de Los Ángeles una de las ciudades más segregadas del país, de
acuerdo con ciertas estadísticas ampliamente utilizadas. Hoy, el mapa
étnico es mucho más complejo. Algunos barrios nuevos y viejos, espe-
cialmente al este de Los Ángeles y una amplia franja de municipios al
sureste de la ciudad son más del 90 por ciento latinos, y se han formado
muchos enclaves nuevos de perfil étnico, como Koreatown, Little Saigon
y Thai Town. Pero también han surgido amplias zonas de una extraordi-
naria heterogeneidad cultural, con algunos municipios como Carson y
Gardena, que cuentan con porcentajes casi iguales de población negra,
172 Edward W. Soja

blanca, latina y asiática (Soja 2000). Esta complejidad ha dificultado po-


der concluir si la segregación residencial ha aumentado o se ha reducido
en las últimas tres décadas. Lo que está más claro es que el mercado de
trabajo está ahora entre los más heterogéneos del mundo. Estos cambios
demográficos y culturales han venido acompañados de un cambio
igualmente drástico en la distribución geográfica de la población y en
las relaciones entre ciudad y suburbio. Una vez constituido el modelo de
metrópolis de baja densidad en expansión suburbana, descrito acerta-
damente en la década de los 60 como “sesenta suburbios en busca de
una ciudad”, Los Ángeles se ha convertido en la región más densamente
urbanizada de Estados Unidos, habiendo superado a la metropolitana
Nueva York en 1990. Esta impresionante transformación merece un co-
mentario adicional, por cuanto desafía casi todas las imágenes públicas
y académicas de Los Ángeles y es un elemento clave de lo que puede
llamarse la nueva geografía laboral de la región. Como muchas otras
regiones metropolitanas de Estados Unidos, el núcleo o el centro de Los
Ángeles experimentó una pérdida significativa de población tras las re-
vueltas urbanas de los sesenta, ya que un importante número de traba-
jadores anglosajones y negros se mudaron en oleadas dentro y fuera de
los anillos suburbanos, y más allá. No fue un simple proceso de extenso
crecimiento suburbano, ya que ciertas regiones metropolitanas como
Los Ángeles, Washington D.C. y Bay Area se caracterizaron por lo que
algunos han llamado la “urbanización de los suburbios”. Por lo menos
tres grandes “ciudades exteriores” (“outer cities”), con alta concentra-
ción de residentes, oficinas, parques industriales, trabajos, centros de
ocio, centros comerciales, así como de museos, delincuencia, problemas
de drogas y otras actividades que antes se consideraban claramente ur-
banas, se convirtieron en lo que antes se veía como suburbios america-
nos clásicos. La más grande, y tal vez la más vieja, de esta nueva clase de
ciudades o suburbios urbanizados, se encuentra en el Condado de
Orange, un prototipo para muchos estudios locales de reestructuración
urbana y regional. Sin un núcleo urbano claramente identificable o un
centro tradicional, pero tampoco simplemente una extensión de los tra-
dicionales barrios de pendulares (commuting suburbs), la metrópolis del
Condado de Orange se compone de una agrupación de municipios que
se ha descrito como una ciudad-condado postsuburbana, con más de
En busca de la justicia espacial 173

2,5 millones de habitantes en total y ninguna ciudad con más de 400.000


personas. Quizá la única excepción hoy sea Santa Ana, la sede del Con-
dado y el municipio más grande, y supuestamente la ciudad predomi-
nantemente latina más grande de Estados Unidos. Resulta indicativo de
la condición urbana del Condado que haya probablemente más empleos
que habitaciones en muchos municipios y más flujo de pasajeros desde
el Condado de Los Ángeles hacia Orange a través de la frontera que en
la dirección contraria. Existe una segunda ciudad exterior en San Fer-
nando Valley y en áreas cercanas a los Condados de Los Ángeles y Ven-
tura, y otra en lo que se denomina Inland Empire, incluyendo la parte de
San Bernardino y Riverside, considerados entre los condados de más
rápido crecimiento de Estados Unidos durante las últimas cuatro déca-
das. Todavía quedan grandes áreas de suburbios tradicionales, pero in-
cluso estos ya no son lo que solían ser y no pueden entenderse y estu-
diarse como si lo fueran. En cierto sentido, toda la región metropolitana
se está urbanizando densamente a medida que un nuevo proceso de
urbanización regional está reemplazando la suburbanización como for-
ma prevalente de expansión urbana. Sin embargo, la descentralización
desde el centro histórico de la ciudad y la urbanización parcial de los
suburbios estaban más que relacionados por una nueva centralización
de dimensiones extraordinarias. Llegaron más de cinco millones de in-
migrantes a la región en los últimos cuarenta años, concentrándose la
vasta mayoría en un anillo alrededor del centro de la ciudad. En ese
collar de poblaciones inmigrantes diversas, la densidad alcanza ahora
niveles comparables a Manhattan. También cabe resaltar cómo estas
densidades han surgido sin una expansión significativa del parque de
viviendas, creando un cierto grado de hacinamiento residencial, así
como de personas sin hogar, casi seguro sin igual en cualquier otra ciu-
dad estadounidense grande. Esta notable saturación del núcleo urbano
de Los Ángeles ha dado lugar a una concentración geográfica o aglome-
ración inusualmente importante de trabajadores pobres (working poor),
un término que ha surgido para distinguir a los trabajadores, muchos de
ellos con varios trabajos, que permanecen en -o están por debajo de-
niveles de pobreza, de aquéllos (nacionales e inmigrantes) sin trabajo y
casi enteramente dependientes de la asistencia social. Algunas estima-
ciones indican que el porcentaje de la población total del Condado de
174 Edward W. Soja

Los Ángeles que se puede clasificar como trabajadores pobres se ha


mantenido en torno al 40 por ciento en los últimos años. Esta concen-
tración, una característica esencial del nuevo mapa del empleo, se ha
convertido en el producto de una transformación a gran escala de la
economía política urbana y regional. La reestructuración económica de
Los Ángeles puede ser descrita como una combinación compleja de des-
industrialización y reindustrialización, términos que son similares y se
relacionan con la combinación de descentralización y recentralización
geográfica que acabamos de analizar, como parte del proceso de urbani-
zación regional. A pesar de que entonces no se sabía, en 1970 Los Ánge-
les ya era la principal metrópolis industrial del país, medido en térmi-
nos del número de personas empleadas en la industria. Más que
cualquier otra metrópolis fuera del cinturón industrial estadounidense
del noreste, ejemplificaba la industrialización fordista, con concentra-
ciones de fábricas de producción en masa de automóviles, neumáticos,
cristales, acero y maquinaria relacionada con el transporte, incluyendo
aeronaves, principalmente ubicadas en una gran zona industrial entre el
centro de Los Ángeles y los puertos gemelos en crecimiento de Los Án-
geles-Long Beach. La desindustrialización de Los Ángeles se llevó a
cabo en dos grandes fases. La primera, con un pico entre 1978 y 1982,
dio como resultado la pérdida de 75.000 a 100.000 empleos en la indus-
tria, vaciando Los Ángeles casi enteramente del montaje de automóviles
e industrias relacionadas de neumáticos, cristales y acero, donde las ta-
sas de sindicalización y los salarios eran relativamente elevados. La pér-
dida de empleos y el cierre de fábricas fueron particularmente devasta-
dores en comunidades residenciales como South Gate, antaño un
conocido imán nacional para trabajadores (blancos) que buscaban el
sueño americano suburbano. Esto dio lugar a una transformación resi-
dencial urbana inusualmente rápida, ya que sobre todo la clase obrera
blanca del sur abandonó la mayor parte de los grupos de municipios del
sureste de la ciudad, con una población anglosajona superior al 40 por
ciento, para ser rápidamente reemplazada en menos de dos décadas por
una nueva población que en algunos casos es hoy en día más del 95 por
ciento latinoamericana. La población afroamericana, a pesar de su cer-
canía del núcleo principal de trabajos de la industria fordista, nunca se
benefició enormemente de esta proximidad, ya que estaban separados
En busca de la justicia espacial 175

por una de las divisiones raciales más increíbles de cualquier ciudad de


EE.UU., situada a lo largo de Alameda Avenue y descrita localmente
como Cotton Curtain. Esta primera fase de desindustrialización tuvo el
efecto de erradicar esta división racial y poner en marcha una deriva
hacia el oeste de las principales concentraciones de afroamericanos de
Los Ángeles, hacia el Aeropuerto principal de Los Ángeles (LAX) y lo
que entonces era un área importante para la industria aeroespacial, de
misiles y electrónica. Muchos afroamericanos se establecieron en In-
glewood, que se convertiría en el campo de batalla para las luchas loca-
les contra Wal-Mart a principios de la década de 2000 (véase el Capítulo
6). Un número significativo de afroamericanos también comenzaron a
moverse fuera de South Central a las ciudades exteriores en crecimiento
de San Fernando Valley e Inland Empire, así como a volver a los Estados
del sur de los que eran originarias sus familias, principalmente Texas y
Louisiana. En general, sin embargo, las condiciones económicas en la
comunidad predominantemente negra de Los Ángeles no mejoraron, y
en muchas zonas empeoraron significativamente, en comparación con
la situación en 1965, la época de los disturbios de Watts contra la pobre-
za, el racismo y la brutalidad policial. La segunda fase de desindustriali-
zación se produjo a finales de 1980 y principios de 1990, una época de
recesión nacional. Las mayores pérdidas de puestos de trabajo se con-
centraron en esta época en la industria aeroespacial, que había sido el
sector más importante en la continua expansión del empleo en la indus-
tria de Los Ángeles desde antes de la Segunda Guerra Mundial. La fabri-
cación de aviones se había extendido rápidamente después de 1970, jun-
to con la de productos relacionados como armas y electrónica,
especialmente por medio de miles de millones de dólares en contratos
de defensa por parte del Gobierno federal. En lugar de reflejar un decli-
ve de la industria fordista, como hizo la primera fase de desindustriali-
zación, la segunda etapa de pérdidas de empleo, con algunas estimacio-
nes tan altas de hasta 300.000, marcó el inicio de lo que podría
describirse como una crisis del postfordismo, un desglose en la Nueva
Economía globalizada del capitalismo flexible en Los Ángeles, donde
había conseguido uno de sus éxitos más notables. Aquí llegamos a un
punto de inflexión importante en las transformaciones de Los Ángeles
en el periodo de cuarenta años desde 1965, el paso de un largo período
176 Edward W. Soja

de reestructuración generada por la crisis a un periodo de múltiples cri-


sis generadas por la reestructuración, marcada por manifestaciones cre-
cientes de malestar social y frustración económica derivada de los pro-
blemas asociados con los efectos desiguales de la globalización, la
economía reestructurada postfordista y la revolución de la tecnología de
la información (TI). En 1992, la nueva Los Ángeles estalló en uno de los
levantamientos urbanos más destructivos de la historia de EE.UU. Aun-
que había indicios anteriores, las Justice Riots (Revueltas por la justicia)
de 1992, como muchos llaman a estos acontecimientos, se convirtieron
en un momento crucial en la redefinición del movimiento obrero no
sólo local sino también nacional y de las relaciones que se desarrollarían
entre organizaciones obreras, comunitarias, y otras. Antes de pasar a
tratar estos acontecimientos, debemos añadir unas pocas palabras sobre
la extraordinaria aglomeración de trabajadores pobres en el centro de la
ciudad de Los Ángeles, ya que es aquí donde se generaron y adquirieron
poder los nuevos movimientos más importantes. Las coaliciones que
surgieron en la década de los 90 se centraron en particular sobre los
derechos de los trabajadores inmigrantes pobres, pero no sólo en el lu-
gar de trabajo, la esfera tradicional de la organización laboral, sino tam-
bién en el lugar de residencia y más ampliamente en el contexto urbano
y regional. Este enfoque no sólo aumentó notablemente la afiliación sin-
dical, sino que amplió de forma innovadora el ámbito social y espacial
del movimiento obrero. La aglomeración de trabajadores pobres en Los
Ángeles se transformó en una fuerza generadora de unión de sindicatos
y diversos movimientos sociales urbanos y organizaciones étnicas y co-
munitarias, y de luchas que se extendieron mucho más allá del lugar de
trabajo y del lugar específico de residencia hacia economías y geografías
regionales más amplias. En este sentido, se puede comparar con Man-
chester, la emblemática ciudad capitalista industrial, en la segunda mi-
tad del siglo XIX, cuando su enorme aglomeración de trabajadores ge-
neró desarrollos innovadores en el movimiento obrero británico. Es
posible argumentar que algo similar ha estado ocurriendo en la aglome-
ración de trabajadores de Los Ángeles, a través de las innovadoras lu-
chas por la justicia de los trabajadores y más concretamente por la justi-
cia espacial y el derecho a la ciudad.
En busca de la justicia espacial 177

LA HISTORIA DEL ACTIVISMO SOCIAL EN LOS


ÁNGELES
El movimiento obrero y la formación de coaliciones entre sindicatos,
organizaciones comunitarias y la universidad se han desarrollado du-
rante los últimos cuarenta años a través de una serie de fases interrum-
pidas por tres destructivas explosiones de violencia urbana: los distur-
bios de Watts de 1965, las revueltas por la justicia de 1992 y los ataques
a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Cada
uno de estos acontecimientos marcó un momento de crisis, transición
y reconstrucción de la historia del activismo social en Los Ángeles. La
organización comunitaria obrera se desarrolló de muy diferentes formas
en la era de la postguerra en la mayoría de grandes ciudades norteame-
ricanas. Las tradicionales luchas sindicales por los derechos laborales y
las condiciones en el lugar de trabajo siempre estaban presentes. En las
décadas del fordismo expansivo que siguió a la Segunda Guerra Mun-
dial, las negociaciones sobre el salario y el lugar de trabajo solían su-
poner acuerdos básicos entre poderosos sindicatos nacionales, grandes
intereses corporativos y agencias de apoyo del Gobierno. Las alianzas
con los partidos políticos en la versión estadounidense del Estado de
bienestar eran de una importancia crucial en el mantenimiento de este
modo de sindicalismo industrial fordista. A medida que el poder sindi-
cal se cuestionaba cada vez más por el impacto de la reestructuración
económica y la ausencia de apoyo de los Gobiernos federales, el movi-
miento obrero se ramificaba en nuevas direcciones. La primera estrate-
gia y tal vez la más generalizada fue conectarse estratégicamente con el
lugar de residencia de los trabajadores en lo que se dio en llamar sindi-
calismo comunitario. Las organizaciones comunitarias se centraron en
su mayor parte en cuestiones locales como la vivienda y los servicios
públicos básicos. Los enlaces sindicales ampliaron su alcance y en cierta
medida modificaron sus tácticas. Los vínculos con la comunidad tuvie-
ron un efecto localizador sobre los sindicatos y el movimiento obrero,
aportando una mayor conciencia sobre la importancia del espacio y de
la inclusión del activismo laboral en el contexto geográfico urbano de
una manera más profunda.
178 Edward W. Soja

Las coaliciones obreras comunitarias se extendieron en muchas otras


direcciones, vinculándose con la política de los movimientos sociales en
desarrollo durante este período, especialmente en torno a la lucha por
los derechos civiles. Estas relaciones redujeron la dependencia de los
sindicatos sobre la política de partidos y forjaron mayores vínculos con
las comunidades locales y redes más amplias de activismo social urbano.
En diversos grados, las coaliciones obreras comunitarias se vincularon
con el movimiento por la justicia ambiental, el movimiento de muje-
res y los esfuerzos para luchar contra la discriminación racial y étnico-
cultural. La cuestión de los derechos de los inmigrantes era particular-
mente importante en Los Ángeles, con su extraordinaria concentración
de trabajadores pobres a menudo inmigrantes indocumentados. Hubo
tensiones importantes en este sentido ya que los trabajadores inmigran-
tes tendían a ser vistos por muchos sindicalistas como una herramien-
ta utilizada por los empleadores para disciplinar, si no desplazar, a los
empleados sindicalizados, especialmente cuando los inmigrantes eran
indocumentados y más vulnerables a esos abusos. Los inmigrantes, por
su propia naturaleza, también eran vistos casi inherentemente como di-
fíciles de organizar. Sin embargo, si había que conformar alianzas serias
entre sindicatos y comunidades locales, la organización de los trabaja-
dores inmigrantes era esencial. Sobre la base del sindicalismo innovador
ligado a la comunidad de la United Farm Workers (Unión de trabajado-
res agrícolas), la organización de trabajadores inmigrantes se convirtió
en el eje alrededor del cual se llevó a cabo en Los Ángeles la construc-
ción de coaliciones comunitarias obreras. Trajo consigo lazos más es-
trechos con las comunidades locales, atrajo a las coaliciones a activistas
e investigadores académicos, y condujo al desarrollo de nuevas estrate-
gias de acción que involucran una gama más amplia de objetivos, desde
vivienda y sanidad pública, hasta educación de calidad y derechos de
los arrendatarios. Las condiciones del lugar de trabajo también se con-
virtieron en un tema central, a medida que los talleres clandestinos se
multiplicaban, tanto en industrias en crecimiento, como la ropa, como
en otras en declive, como la producción de piezas de automóviles.
Los acontecimientos explosivos de la primavera de 1992 unieron es-
tas corrientes de activismo para producir algunos de los movimientos
sociales de base urbanos y regionales más innovadores y exitosos de
En busca de la justicia espacial 179

Estados Unidos. La historia de estos desarrollos se presenta en tres pe-


riodos: 1965-1979, 1979-1992 y 1992-2001.

EL NACIMIENTO DEL SINDICALISMO COMUNITARIO,


1965-79
En 1965, el movimiento obrero de Los Ángeles estaba dividido en
tres corrientes distintas y en gran medida étnico-raciales. Con mucho, la
mayor y más prominente se basaba en extensiones localizadas de sindi-
catos industriales nacionales. Esta vanguardia del movimiento sindical
regional era abrumadoramente blanca o anglosajona, y estaba excepcio-
nalmente satisfecha con su posición económica en la cresta del boom de
la postguerra. A partir de los años 1940 y 1970, la región metropolitana
de Los Ángeles lideró a todas las demás en la adición neta de empleo en
la manufactura, y este auge industrial combinado con esfuerzos nacio-
nales de organización de los sindicatos industriales ayudó a crear lo que
muchos consideran que es la comunidad obrera urbana y suburbana más
próspera y atractiva del país. Ciudades como South Gate y Lakewood no
eran sólo extensiones occidentales de Levittowns fordistas o producidas
en serie, eran la personificación del sueño americano de la clase trabaja-
dora, que atraía a familias de todas partes de Estados Unidos a sus calles
arboladas con palmeras, verdes jardines, eficiente sistema de autopistas,
excelente clima y economía expansiva. Tal vez más que cualquier otra
área metropolitana, el sur de California representa los máximos logros
del contrato social de la postguerra entre el Gobierno, los grandes em-
presarios y los grandes sindicatos de la clase trabajadora blanca. Una
segunda corriente de activismo laboral, mucho más pequeña, se centró
en los trabajadores afroamericanos. Ellos también compartieron algu-
nos de los beneficios del boom industrial de la postguerra, pero estaban
mucho menos conectados y eran menos dependientes de los sindicatos
nacionales. Las tendencias predominantes de sindicalismo industrial en
Estados Unidos se centraron en la organización en el lugar de trabajo y
en cuestiones laborales directamente relacionadas con la negociación
colectiva para extender los ingresos reales a los miembros del sindicato.
Los trabajadores negros, en la medida en que eran aceptados en los gran-
des sindicatos, se beneficiaron en cierto modo de estos esfuerzos, pero
180 Edward W. Soja

tenían poco poder autónomo en la negociación con la gerencia corpo-


rativa. Esto condujo a un enfoque organizativo diferente, aún arraigado
en los sindicatos, pero dirigido al Gobierno federal, estatal y local, a los
tribunales y a la promoción de derechos civiles basados en la raza, espe-
cialmente después de la promulgación de la Civil Rights Act (Ley de de-
rechos civiles) de 1964. La población afroamericana creció rápidamente
justo antes y después de la guerra, con una mayoría de inmigrantes que
llegó de Texas y los Estados del delta inferior del Misisipi, la región más
pobre de Estados Unidos desde por lo menos mediados del siglo XIX.
Dos sectores se convirtieron en el foco principal del movimiento obrero
negro: el Gobierno local y la industria aeroespacial e industrias relacio-
nadas con la defensa. En estos sectores, las continuas prácticas racistas
en la contratación y en el reclutamiento sindical (así como en la vivien-
da) fueron mitigadas por la legislación federal y la labor de organiza-
ciones comunitarias locales empoderadas por el temprano movimiento
de derechos civiles. De alguna manera, Los Ángeles también concentró
los logros más importantes de los trabajadores afroamericanos en Esta-
dos Unidos, con una pequeña pero creciente clase media residente en
áreas de viviendas suburbanas de baja densidad, incluso en el corazón
del llamado gueto. Aunque la separación y la polarización económica
de las clases trabajadoras blanca y negra de Los Ángeles también llegó a
niveles inusualmente altos. La segregación en la vivienda e indicadores
afines de la segregación en las escuelas eran peores que en cualquier otra
área metropolitana importante. Por ejemplo, en 1963 una demanda del
American Civil Liberties Union (Sindicato americano de las libertades
civiles) llamó la atención sobre dos escuelas secundarias situadas a 1,5
km de distancia, una (South Gate) toda blanca y otra (Jordan) totalmen-
te negra. Esto ayudó a generar una importante desegregación escolar
en el condado y programas de transporte escolar, pero también aumen-
tó las tensiones interraciales y dividió aún más al movimiento obrero.
Una tercera corriente en el movimiento obrero local tal y como existía
en 1965 fue el latino, que se basaba principalmente en los esfuerzos y
estrategias organizativos del United Farm Workers (UFW, Unión de tra-
bajadores agrícolas) a lo largo de California. El UFW tenía su sede en
el sur de California y ayudó a definir una forma distintiva de activismo
sindical que dio forma de manera significativa al movimiento obrero
En busca de la justicia espacial 181

local (y nacional) a lo largo de los siguientes cuarenta años. Mientras el


movimiento obrero afroamericano fue absorbido por el movimiento de
derechos civiles y los sindicatos de trabajadores blancos permanecían
relativamente satisfechos con sus condiciones, el emergente movimien-
to obrero latino y chicano estaba empezando a abrir nuevas e innova-
doras estrategias de organización obrera en relación con los derechos de
los inmigrantes, vínculos con cuestiones comunitarias como la vivienda
y la educación y el empoderamiento de las mujeres de color. Esta tercera
corriente tuvo la mayor responsabilidad en el nacimiento de lo que los
historiadores del trabajo denominan sindicalismo de base comunitaria.
Las ideas y estrategias avanzadas por el UFW, tales como el boicot, el
ayuno, las relaciones con el clero, la divulgación electoral puerta a puer-
ta, influenciaron fuertemente a algunos sindicatos nacionales, como el
UAW, y estimularon un replanteamiento de las estrategias de organiza-
ción que reconocía la necesidad de ir más allá de las cuestiones laborales
inmediatas para hacer frente a intereses de la comunidad más amplios.
Desde entonces, los lazos entre los sindicatos locales y las organizacio-
nes comunitarias han sido especialmente intensos y productivos en Los
Ángeles. El sindicalismo comunitario también abrió nuevas posibilida-
des de activismo universitario, a medida que las estrictas fronteras de la
pertenencia a los sindicatos se hacían más porosas.

Los disturbios de Watts


En 1965, Watts, el simbólico corazón del Los Ángeles negro, explotó.
En el año siguiente, el barrio latino del este de Los Ángeles se volvió
inestable por una serie de protestas sobre la segregación en las escuelas
y la igualdad en la educación, y entonces, en 1970, en lo que se llamó
Chicano Moratorium, 30.000 manifestantes contra la guerra tomaron
las calles en el mayor movimiento de protesta latino en Estados Unidos
hasta ese momento. Muchos pensaron que la economía de Los Ángeles
estaba en una crisis profunda. Sin embargo, los problemas de racismo,
pobreza y segregación no mejoraron a continuación, sino que se in-
tensificaron aún más. Fue significativo en esta evolución otro aconte-
cimiento que tuvo lugar en 1965, la adopción de la Immigration Reform
Act (Ley de reforma de la inmigración), así como el inicio de la rápida
182 Edward W. Soja

expansión de la inmigración asiática y latina hacia el sur de California.


El movimiento obrero anglosajón continuó prosperando en el periodo
post-Watts. La Los Angeles County Federation of Labor (Federación del
trabajo del Condado de Los Ángeles), entonces, igual que ahora, una
fuerza poderosa en el Gobierno y la política local, alcanzó un temprano
éxito de 300.000 miembros en 1970, cuando la economía regional aún
se estaba expandiendo. En los 70, cuando gran parte del resto de Estados
Unidos estaba experimentando grandes pérdidas de puestos de trabajo
y las primeras fases de la desindustrialización, la región de Los Ángeles
sumó 1.315.000 nuevos trabajos, más que el crecimiento neto de la po-
blación regional de alrededor de 1.300.000. Durante el mismo periodo,
mientras la economía regional de Nueva York estaba perdiendo sobre
los 300.000 puestos de trabajo en la industria, Los Ángeles sumó cerca
de un cuarto de millón. Las condiciones económicas cambiaron signifi-
cativamente al final de la década, pero durante la mayor parte del perio-
do post-Watts, el movimiento obrero anglosajón permaneció calmado
en cuanto a reivindicaciones laborales. Para las minorías no blancas, sin
embargo, la organización en torno al lugar de residencia y las cuestiones
comunitarias comenzaron a ocupar el activismo social y la política local.
En su mayor parte, las poblaciones trabajadoras anglosajona y negra se
polarizaron aún más después de Watts. Esta división se manifestó más
visiblemente en torno a la cuestión de los programas de transporte es-
colar, que se inició como un último esfuerzo para hacer frente a algunos
de los más altos niveles de segregación en la vivienda y en las escuelas de
la América urbana. Aunque se consiguieron algunos logros, el distrito
escolar del Condado de Los Ángeles continuó siendo el más segregado
del país. En 1970, mucho tiempo después de la decisión Brown v. Board
of Education, se habían integrado más del 25 por ciento de los niños en
edad escolar de Misisipi y el 45 por ciento de Carolina del Sur, mientras
las estadísticas de Los Ángeles hablaban de un 6 por ciento. Parte de este
ritmo lento en la lucha contra la segregación fue causado por familias
blancas que retiraron a sus hijos de la escuela pública como reacción a
los programas de transporte escolar y afines. Otro factor fue la migra-
ción física de la clase trabajadora blanca desde su alta concentración en
el sureste de Los Ángeles hacia zonas del Condado más predominante-
mente blancas, así como a otros condados. Esto inició lo que se conver-
En busca de la justicia espacial 183

tiría, con todas las consecuencias de la desindustrialización, en uno de


los ejemplos más notorios en la América metropolitana de lo que se ha
llamado por motivos raciales “éxodo de blancos”.
Irónicamente, estas estrategias residenciales de la clase obrera blanca
contribuyeron a un resurgimiento del interés por el espacio y a un cam-
bio más amplio y drástico en lo que se podría llamar la conciencia geo-
gráfica de la población de Los Ángeles. Los Ángeles como metrópolis
en expansión había sido popularmente descrita como sesenta suburbios
en busca de una ciudad. En la literatura más académica, se identificó
como el “dominio urbano del no-lugar” (“non-place urban realm”), don-
de el sentido de comunidad o identidad de barrio era casi totalmente
inexistente (Webber 1964). Tras 1965, y no necesariamente como conse-
cuencia de los disturbios de Watts, se empezó a producir un dramático
giro de estas tendencias, marcado por una creciente sensibilidad hacia el
lugar de residencia, la situación dentro del tejido urbano más amplio y
la importancia de la comunidad local. Con un rol minoritario del movi-
miento obrero, Los Ángeles empezó a transformarse en un centro de lo
que se puede llamar movimiento de desarrollo comunitario.

Corporaciones de desarrollo comunitario (CDCs)


La organización de base en barrios de bajos ingresos, sobre todo ne-
gros o latinos, se expandió rápidamente después de 1965, especialmente
a través de la formación de corporaciones de desarrollo comunitario
(CDCs). Las CDCs se centraban en cuestiones específicas como la vi-
vienda, la educación, la capacitación laboral y la provisión de servicios
sociales. Aunque algunas CDCs extendían sus esfuerzos más allá de sus
barrios, había relativamente poca conexión o trabajo en red entre las
organizaciones. La formación de alianzas regionales o incluso de ámbito
condal era prácticamente inexistente, pero muchas de las organizacio-
nes comunitarias más exitosas desarrollaban esferas de influencia que se
extendían más allá de sus fronteras locales inmediatas. La primera de las
mayores CDCs en surgir tras los disturbios fue el Watts Labor Commu-
nity Action Center (WLCAC, Centro Watts de acción laboral comunita-
ria). Al incluir “acción laboral” en el título se reflejó que entre el grupo
fundador de activistas había catorce sindicalistas del movimiento de de-
184 Edward W. Soja

rechos civiles con experiencia organizadora. También se establecieron


pronto vínculos con el UCLA Institute of Industrial Relations (Instituto
de relaciones industriales de UCLA) y más tarde con el programa Urban
Planning, lo que hizo del WLCAC una de las primeras grandes coalicio-
nes de la región entre el movimiento obrero, la comunidad y la univer-
sidad. Aunque empezó a operar antes de los disturbios, la organización
creció quizá como la agencia de ayuda más importante y eficaz en la
remodelación de la parte que resultó más gravemente afectada por la
destrucción masiva que se produjo en el corazón del Los Ángeles negro.
Aunque se llamara Watts, el nombre de un área que formaba parte de
la ciudad de Los Ángeles, la “Comunidad Watts” también incluía áreas
cercanas al centro, partes del condado de L. A. como Willowbrook y el
municipio independiente de Compton. También se incluían otras áreas
predominantemente negras de otras zonas del Condado, al menos de
manera implícita, y se crearon asimismo algunos vínculos con la comu-
nidad latina local. La creación en 1969 de la Greater Watts Development
Corporation (Corporación de desarrollo de la gran área de Watts) fue
indicativo de ello, así como el inicio de nuevas campañas importantes
para el desarrollo económico de la comunidad. Una de las más tem-
pranas supuso la alianza de ochenta organizaciones para promover la
construcción del Martin Luther King/Drew Medical Center, lo que hoy
se hubiera llamado un “proyecto insignia” para el área de Watts. Tales
esfuerzos de desarrollo económico local fueron el foco principal a lo
largo de este periodo. Ya en 1966, el WLCAC se unió a la United Farm
Workers para hacer frente a los crecientes problemas de los trabajadores
inmigrantes y fomentar la formación de más “sindicatos comunitarios”.
El más conocido de éstos, y hoy probablemente el más grande en térmi-
nos de inversión financiera es The East Los Angeles Community Union
(TELACU, Sindicato comunitario del este de Los Ángeles), fundado en
1968 en el corazón del barrio americano mexicano del este de Los Ánge-
les. TELACU abordó el desarrollo económico local de una manera muy
seria. Empezó, como otros, como una agencia de servicios sociales (en
cooperación con la agencia local UAW) pero se convirtió en un pionero
de la colaboración público-privada y de la atracción de capital de riesgo
para el desarrollo industrial y la generación de empleo (Chávez 1998).
TELACU no fue nunca un actor principal en el movimiento chicano de
En busca de la justicia espacial 185

Los Ángeles, y aunque continuaran en su título las palabras “Sindicato


comunitario”, era una corporación de desarrollo comunitario bastante
innovadora. Otra CDC latina importante, CHARO Community Develo-
pment Corporation (CHARO Corporación de desarrollo comunitario),
fue fundada en 1967 y es hoy una de las organizaciones sin ánimo de
lucro más grandes del país. Se crearon otros centros de servicios a la
comunidad, más tarde CDCs, para atender a la creciente población asiá-
tica. El Korean Youth Center (Centro coreano de la juventud) fue creado
en 1975, incorporado en 1982, y añadió la palabra “comunitario” a su
nombre en 1992 (KYCC). Creó una Alliance for Neighborhood Econo-
mic Development Unit (Alianza para la unidad del desarrollo económi-
co del vecindario) y fue renombrado recientemente como Koreatown
Youth and Community Center (Centro comunitario y la juventuda Kore-
atown). También se desarrolló posteriormente en la comunidad coreana
KIWA, la Korean Immigrant Workers Association (Asociación coreana
de trabajadores inmigrantes). KIWA se convirtió en una de las organi-
zaciones comunitarias en red más activas de la región. En 1979 se creó
la última de las grandes organizaciones comunitarias que se fundaron
en este periodo, el Little Tokyo Service Center (Centro de servicios Little
Tokyo), que se convirtió en una CDC en 1993. Otros dos movimientos
sociales locales que también promovieron una mayor atención hacia lo
local y el espacio, el movimiento por los derechos de los inquilinos o
arrendatarios y el movimiento por la justicia ambiental, se mantuvieron
discretamente en un segundo plano durante estos acontecimientos, al
menos con respecto a las estrategias de los sindicatos. Estos dos movi-
mientos fomentaron una mayor sensibilidad hacia lo local y la comu-
nidad de barrio y jugaron un papel importante en el nacimiento y en
la extensión de nuevas alianzas obreras comunitarias en los ochenta.
Como ambos mantenían estrechas relaciones con Urban Planning de
UCLA, se abordarán con detalle en el Capítulo 5.

EL INICIO DE LAS COALICIONES BASADAS EN LA


JUSTICIA: 1979–92
La economía de Los Ángeles comenzó a sentir todo el peso de la des-
industrialización de América en la década de los 80, después de una dé-
186 Edward W. Soja

cada de empleo extraordinario y crecimiento demográfico. Sin embar-


go, el impacto de esta desindustrialización fue muy selectivo geográfica
y socialmente. El área más afectada en términos de pérdida de empleo y
fábricas cerradas fue la gran zona industrial que se extiende al sur, des-
de el centro de Los Ángeles a los puertos gemelos de Los Angeles-Long
Beach, aunque otras comunidades en Inland Empire hacia el este y en
el Valle de San Fernando también se vieron gravemente afectadas. En
cuanto al mercado laboral, los grupos más perjudicados fueron los tra-
bajadores cualificados sindicalizados en el sector manufacturero, inclu-
yendo muchas mujeres y minorías, que formaban el núcleo de la prós-
pera clase media obrera. La economía de Los Ángeles se había formado
siempre en gran medida por el Gobierno federal, de una manera u otra,
y continuaba siendo así a lo largo de este periodo al ser alimentada por
miles de millones de dólares del Departamento de Defensa y contratos
relacionados, especialmente en el sector aeroespacial y de los misiles.
Los Ángeles se había transformado en el arsenal del mundo, capital del
estado de guerra, la mayor concentración del denominado complejo in-
dustrial militar. Este papel especial sostuvo una continua expansión de
la economía regional y desvió la atención de la creciente devastación
comunitaria que se estaba produciendo en el Los Ángeles fordista. Este
camino de “destrucción creativa” también se pavimentó desde Wash-
ington D. C., en este caso relacionado con el aumento de la Reagano-
manía y su ímpetu por la desregulación, la privatización y los ataques
cada vez más enérgicos contra los sindicatos, la legislación de bienestar
y casi todos los movimientos sociales más importantes. Lo que empezó
a surgir en las comunidades de Los Ángeles sintiendo todo el peso del
paquete neoliberal de la desindustrialización, la globalización y la Re-
aganomanía, fue una interrelación más estrecha y equilibrada entre los
sindicatos y las organizaciones comunitarias y entre los movimientos de
desarrollo obreros y comunitarios. Esta revitalización del vínculo entre
trabajo y comunidad también formó la base de coaliciones más amplias
que trascendían las fronteras de la raza, la etnia, la clase y el género, y
atrajo a otros activistas progresistas desde universidades, organizacio-
nes religiosas, grupos involucrados con los derechos de los inquilinos,
ambientalistas, el movimiento por la paz, e incluso algunas asociaciones
de propietarios con mayores ingresos. Quedó claro para muchos que la
En busca de la justicia espacial 187

fragmentación de las fuerzas progresistas en movimientos separados no


iba a ser efectiva para tratar de paliar la devastación que estaba teniendo
lugar; tampoco el Gobierno federal, dominado por fuerzas conservado-
ras, iba a ser una fuente de confianza para una distribución económica
basada en el bienestar.

La coalición para parar el cierre de fábricas


Uno de los mejores ejemplos de estas alianzas fue la Coalition to Stop
Plant Closings (CSPC, Coalición para parar el cierre de fábricas), orga-
nización de nombre muy explícito, o, como se llamó más tarde, la Los
Angeles Coalition Against Plant Shutdowns (LACAPS, Coalición de Los
Ángeles contra el cierre de fábricas). El principal objetivo de la coalición
era organizar a los trabajadores para luchar contra el cierre de fábricas
que estaba teniendo lugar durante este periodo desde finales de los años
70 hasta mediados de los 80, en lo que fue la concentración industrial
fordista más amplia al oeste del Misisipi. Antes de la desindustrializa-
ción, Los Ángeles era el segundo mayor centro de montaje de automó-
viles después de Detroit, el mayor productor de neumáticos después de
Akron, Ohio, uno de los mayores productores de cristales para automó-
viles, y un importante centro para la producción de acero y de muchos
bienes de consumo duraderos diferentes, las industrias principales del
auge económico de la postguerra y las industrias definitivas del fordis-
mo en Estados Unidos. Al final de este periodo, todas las fábricas de
automóviles y neumáticos y la mayoría de las de acero y cristales habían
cerrado de manera permanente. Visto desde un punto de vista actual,
los esfuerzos de la CSPC estaban casi con seguridad condenados al fra-
caso. Las fuerzas de la globalización y la reestructuración económica
estaban creando una Nueva Economía en todo el mundo, y esta econo-
mía —y geografía— postfordista, globalizada, más flexible, estaba lite-
ralmente “sustituyendo” a la vieja economía —y geografía— nacional,
fordista y de producción y consumo en masa. Conducir la formación de
la Nueva Economía suponía formas de capital deslocalizadas capaces de
matar dos pájaros de un tiro, es decir, capaces de encontrar nuevas fuen-
tes de ganancias, así como de escapar del malestar social urbano por
medio de la búsqueda de lugares con mano de obra barata y movimien-
188 Edward W. Soja

tos obreros y comunitarios no tan bien organizados (es decir, menos


sindicalizados). Las relaciones obrero-patronales en Estados Unidos
siempre han sido más desiguales que en la mayoría de los Estados de
bienestar de la Europa occidental. Con la profunda reestructuración de
las economías nacionales que se aceleró a partir del giro que se produjo
en 1973, el poder relativo del capital sobre el trabajo se amplió de mane-
ra significativa. Una de las primeras expresiones de la reubicación intra-
nacional de capital en Estados Unidos fue el gran cambio regional en el
poder económico y político de Frostbelt a Sunbelt, un giro que en sí
mismo significó un importante declive en el papel de los sindicatos in-
dustriales y que a una escala más local, como ocurrió en Los Ángeles y
en el cinturón industrial estadounidense, se expresó en una ola de cie-
rres de fábricas, enormes pérdidas de empleo y destrucción de comuni-
dades obreras antes prósperas. En Los Ángeles, sin embargo, también
hubo una reindustrialización excepcionalmente potente, una genera-
ción de empleo inusualmente intensa (aunque la mayoría de los trabajos
estaban mal pagados), y una masiva inmigración que alimentó aún más
la economía regional con una mano de obra barata y, al menos inicial-
mente, maleable y no sindicalizada. Al igual que con el giro Frostbelt-
Sunbelt, esta reorganización de la geografía laboral de Los Ángeles tam-
bién se asoció a una disminución pronunciada del sindicalismo
industrial y, al menos desde mediados y hasta finales de los años 80, un
debilitamiento significativo de incluso los sindicatos más poderosos del
sector servicios, tales como el Service Employees International Union
(SEIU, Sindicato internacional de empleados de servicios). Aunque la
CSPC fracasó en alcanzar sus principales objetivos, la lucha contra el
cierre de fábricas fue el inicio de posteriores desarrollos que darían for-
ma de manera significativa a la futura revitalización de los movimientos
obreros y comunitarios de Los Ángeles. El ejemplo más preeminente fue
el pionero trabajo de Eric Mann. Tras mudarse a Los Ángeles a principio
de los ochenta para trabajar en la fábrica de General Motors en Van
Nuys, se enfrentó a una amenaza de cierre en 1982 y empezó a organizar
lo que se transformó en la Van Nuys Labor/Community Coalition (Coa-
lición laboral/comunitaria Van Nuys). Mientras las restantes fábricas de
automóviles de la región cerraron, la planta de Van Nuys permaneció
abierta hasta 1992, un logro detallado en el libro de Mann Taking on
En busca de la justicia espacial 189

General Motors (1987). Veterano del movimiento de derechos civiles y


activista del Congress of Racial Equality (CORE, Congreso para la igual-
dad racial) durante largo tiempo, Mann ha seguido contribuyendo de
manera significativa a radicalizar y redefinir el movimiento sindical de
Estados Unidos. Destaca en particular haber fundado en 1989 junto con
su esposa Lian Hurst Mann el Labor/Community Strategy Center (Cen-
tro de estrategia laboral/comunitario), el grupo de reflexión y acción
que fue la fuerza principal detrás de la decisión Bus Riders Union en
1996. El Reverendo Richard Gillet, fundador de la organización religio-
sa Clergy and Laity United for Economic Justice (Clero y laicos unidos
por la justicia económica), o CLUE, fue especialmente activo en la
CSPC. Su compromiso fue crucial para que las organizaciones religiosas
progresistas obtuvieran más poder en la formación de alianzas obreras
comunitarias, primero en la lucha contra el cierre de fábricas y el declive
de las comunidades, y más recientemente en el desarrollo de campañas
por un salario digno y en las actividades de la Los Angeles Alliance for a
New Economy (LAANE, Alianza de Los Ángeles para una nueva econo-
mía), una de las coaliciones contemporáneas más destacadas. Gillet no
sólo contribuyó de manera significativa en las luchas locales por una
justicia social y económica; también ha sido internacionalmente reco-
nocido por su activismo urbano basado en la religión (Davey 2002).
Varios activistas afiliados a Urban Planning en UCLA participaron en la
CSPC. Gilda Haas, que realizó el Máster en Urban Planning en 1977,
tuvo un papel importante a la hora de conectar los movimientos obreros
y comunitarios de Los Ángeles. Conocida como una “urbanista insur-
gente”, Haas empezó su activismo urbano centrándose en la vivienda y
el desarrollo comunitario. Fue organizadora de la Coalition for Econo-
mic Survival (Coalición para la supervivencia económica) y jugó un pa-
pel decisivo en el movimiento del control de alquileres de Santa Mónica,
West Hollywood y la ciudad de Los Ángeles, así como en la formación
de corporaciones de desarrollo comunitario especializadas en propor-
cionar viviendas asequibles. Tras su participación en la CSPC (véase
Haas 1985), fue cofundadora del South Central Federal Credit Union
(Sindicato de crédito federal de South Central), un pionero banco co-
munitario para residentes con bajos ingresos; fundadora de la Commu-
nities for Accountable Reinvestment (Comunidades por la reinversión
190 Edward W. Soja

responsable), una organización dirigida a combatir los límites indicado-


res de riesgo y a promover nuevas formas de desarrollo económico co-
munitario; cofundadora y directora (1991-99) del Community Scholars
Program in Urban Planning (Programa comunitario de académicos de
urbanismo) de UCLA; y desde 1994 directora de una de las organizacio-
nes educativas más influyentes y eficaces de Los Ángeles, la Strategic
Actions for a Just Economy (SAJE, Acción estratégica para una economía
justa). Ella y la SAJE lideran hoy la organización nacional Right to the
City Alliance (Alianza por el derecho a la ciudad). También estábamos
involucrados en la CSPC Goetz Wolff, entonces estudiante de Doctora-
do en urbanismo, y dos profesores, Rebecca Morales y yo mismo. Traba-
jar con la coalición impulsó una serie de publicaciones, siendo quizá la
más relevante la firmada por Soja, Morales y Wolff en 1983, uno de los
primeros artículos sobre reestructuración urbana y cambio espacial
(véase también Mahdesian y otros 1981). Se ahonda en esta conexión en
el Capítulo 5. Lo que ocurrió durante los ochenta con la CSPC y otras
coaliciones no era sólo una cuestión de acercamiento y solidaridad en-
tre empleo, comunidad y universidad, sino también un cambio impor-
tante en la estrategia y en los objetivos. Mientras al principio las luchas
eran defensivas contra los procesos de desindustrialización que afecta-
ban a las comunidades locales, la nueva ola de lucha se dirigía a alcanzar
una mayor justicia e igualdad en la Nueva Economía para todos los tra-
bajadores. Esto generó una agenda activista más provocadora que tuvo
en el centro el concepto de justicia y la lucha por la justicia, en toda su
variante de significados, pero especialmente en relación con el empleo,
la educación, los servicios públicos y los derechos de los inmigrantes.
Los esfuerzos fallidos por detener el cierre de fábricas demostraron cla-
ramente que las formas tradicionales de organización laboral y comuni-
taria tenían pocas probabilidades de éxito. Era también bastante eviden-
te que lo que se perfilaba como sindicalismo del movimiento social no
era simplemente una cuestión de trasladarse del lugar de trabajo al de
residencia como lugares principales de movilización y acción sociales.
La formación de coaliciones debía ampliarse y centrarse de una manera
más específica, sobre todo en relación con las necesidades y la demanda
de justicia que surgían de la extraordinaria aglomeración de Los Ánge-
les, con cinco millones de trabajadores inmigrantes pobres. Tal vez más
En busca de la justicia espacial 191

que cualquier otra cosa, las sinergias creativas que surgían de esa aglo-
meración proporcionaron la fuerza que impulsó la aparición en Los Án-
geles de un movimiento local y regional no sólo innovador, sino que
sería reconocido nacional e internacionalmente.

Justice for Janitors


El movimiento que lideró estos nuevos acontecimientos fue Justice
for Janitors (J4J, Justicia para el personal de limpieza). Fundado en Den-
ver en 1985, J4J comenzó su labor organizativa en Los Ángeles en 1988,
dirigido por Local 399 del Service Employees International Union (SEIU,
Sindicato internacional de empleados de servicios) pero aliado de mu-
chas otras organizaciones activistas locales. El SEIU había organizado
con éxito anteriormente huelgas de personal de limpieza en Pittsburgh
y Denver, pero las condiciones de fondo de Los Ángeles estaban in-
usualmente maduras como para una confrontación mucho más amplia.
Determinados estudios han mostrado cómo los limpiadores del centro
de Los Ángeles, comparando con otros de otras grandes ciudades de
EE.UU., estaban experimentando reducciones de salario cada vez ma-
yores, así como de índices de sindicalización. Lo que reflejaba probable-
mente esta realidad, al menos en parte, era la fuerte oferta de trabajado-
res con salarios bajos, no afiliados y poco reivindicativos, a menudo
también irregulares y capaces de sobrevivir con ingresos ínfimos. A
principio de los ochenta, los trabajadores de mantenimiento y limpieza
de Los Ángeles eran predominantemente afroamericanos, estaban sin-
dicalizados y ganaban un salario relativamente alto, más de 7 dólares la
hora en 1981. Hacia el final de la década, la gran mayoría de estos traba-
jadores no estaban sindicalizados, eran latinos y trabajaban por salarios
muy inferiores en comparación con los de Nueva York, Chicago o San
Francisco. El trabajador de limpieza inmigrante e irregular simbolizaba
efectivamente la Nueva Economía de Los Ángeles. Al igual que el cre-
ciente ejército de jardineros, limpiadores, jornaleros y otros que se iban
sumando a las filas de los trabajadores pobres, los trabajadores de man-
tenimiento y limpieza servían para múltiples propósitos. Eran una parte
crucial de la mano de obra barata y manipulable de la economía regio-
nal, ciertamente uno de los mayores factores que subyacían tras la ex-
192 Edward W. Soja

pansión económica y el crecimiento extraordinariamente rápido de em-


pleos y espacios de oficinas de los 80 y los 90. Este mercado de mano de
obra más amplio se usó como una herramienta eficaz para debilitar el
poder sindical no sólo en el sector servicios sino también en la indus-
tria. Los trabajadores inmigrantes fueron un elemento importante para
la profunda reestructuración de la economía regional. Hasta 1990, la
percepción predominante en el movimiento obrero estadounidense era
que los trabajadores inmigrantes eran casi imposibles de organizar. Eran
vistos como una parte integral de la “economía informal” y más allá del
alcance de los sistemas reguladores y de la organización formal de los
sindicatos. Sin embargo, en Los Ángeles, los trabajadores inmigrantes
pobres tenían varias características distintivas que los hacía más abier-
tos a una organización eficaz. Primero fueron sus números absolutos y,
sobre todo, su extraordinaria concentración en el centro de la región
metropolitana. La densidad de la interacción social y la conciencia de su
especial posición en la economía regional fueron inusualmente altas
para los trabajadores inmigrantes pobres de la ciudad. Otro factor fue la
experiencia obrera organizativa. El sindicalismo comunitario del United
Farm Workers se extendió entre la amplia población mexicana y los re-
sidentes chicanos. Había una tradición particularmente intensa de orga-
nización obrera militante en la comunidad coreana y entre los casi un
millón de inmigrantes de El Salvador, Nicaragua, y otro países de Cen-
troamérica. En comparación con Nueva York, Chicago y otras grandes
ciudades fuera del sudoeste de Estados Unidos, había también un senti-
do de redención cultural entre la población latinoamericana. Los Ánge-
les fue antaño parte del territorio mexicano hispanohablante y ahora
volvía a ser predominantemente hispanohablante. Al éxito en la organi-
zación de los trabajadores inmigrantes se añadió lo que podríamos lla-
mar la estrategia de los medios de comunicación, la conciencia de la
importante función que desempeñan para obtener el apoyo del público,
así como del estudio de la mejor manera de atraer su atención de una
forma útil. Este factor puede ser difícil de medir, pero podría decirse
con bastante seguridad que Los Ángeles es uno de los centros mundiales
de medios de comunicación y que la atención de los medios está tan
metida en la vida diaria de Los Ángeles como en la de Nueva York, po-
siblemente su rival más cercano. Quede como quede la comparación, no
En busca de la justicia espacial 193

obstante, no hay duda que el movimiento Justice for Janitors utilizó los
medios con una gran eficacia durante su existencia y tal vez nunca tanto
como en el caso que provocó en mayor medida su inicial empodera-
miento público, las manifestaciones de Century City del 15 de junio de
1990. Century City se construyó en las propiedades del gigante del cine
Twentieth Century Fox como una de las ciudades de la periferia de Los
Ángeles más grandes y más antiguas. El plató sigue siendo de pequeño
tamaño pero es todavía legendariamente visible desde su puerta de en-
trada en Pico Boulevard. El mayor grupo de edificios de gran altura fue-
ra del centro de Los Ángeles, en ocasiones utilizado para las películas
como escenario de Manhattan, marca ahora la nueva Century City e
incluye, además de la sede de la Fox Corporation, teatros, un centro
comercial, la mayor concentración de despachos de abogados de Los
Ángeles y el formal e icónico hotel Century Plaza. En 1967, el presiden-
te Lyndon Johnson estuvo atrincherado en el interior de ese hotel mien-
tras tenía lugar frente al mismo una de las manifestaciones locales más
importantes contra la guerra, que fue fuerte y violentamente reprimida
por el Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD). En 1990, Justice
for Janitors llevó su lucha al mismo lugar pero con métodos y resultados
muy diferentes. Lo ocurrido en 1990 representó una nueva forma de
activismo obrero; fue más un acontencimiento situacionista que una
sentada o una huelga convencionales y sin violencia. Cuatrocientos o
más trabajadores de mantenimiento y limpieza con sus características
camisetas y gorras rojas bailaron y cantaron a medida que caminaban
lentamente por las calles y las aceras, siempre atentos a la presencia de
policía a pie y a caballo. Los manifestantes también se percataron de la
ubicación de los medios de comunicación y de las líneas invisibles de
transgredir lo público y lo privado en las calles y aceras, al menos por lo
que respectaba a la esperada reacción de la policía. Llegado un momen-
to, las líneas se cruzaron, la policía reaccionó, dos docenas de trabajado-
res fueron heridos, y todo fue grabado en vídeo. La cinta sería utilizada
más tarde en un pleito que finalizó con la policía de Los Ángeles acusada
de iniciar los disturbios y obligó a la ciudad a pagar al SEIU Local 399 3.
5 millones de dólares por daños y perjuicios. La victoria oficial se plas-
mó en un nuevo contrato por el que se aumentaron los salarios un 25
por ciento y la disponibilidad de unas muy necesitadas prestaciones sa-
194 Edward W. Soja

nitarias, pero hubo una repercusión aún mayor. Este acontecimiento


impulsó el apoyo de la comunidad y del Gobierno, y a pesar de algunos
reveses posteriores, extendió su impacto a nivel regional y en cierta me-
dida también nacional e internacional. La globalización de J4J empezó
en 1990. Los servicios de mantenimiento y limpieza de Los Ángeles y de
otras grandes ciudades del mundo estaban en aquel momento, como
ahora, dominados por una corporación multinacional, Integrated Servi-
ces Solutions (ISS, Soluciones de servicios integrados), con sede en Co-
penhague, Dinamarca. Como los contratistas locales no se interesaron
por las negociaciones del contrato, los organizadores de J4J fueron a la
fuente en Copenhague para presionar directamente contra ISS, que ac-
tualmente emplea a más de 400. 000 trabajadores en cincuenta países.
En conmemoración del movimiento J4J, el 15 de junio es reconocido
mundialmente como el Día internacional de la justicia. Además ayudó a
extender el fenómeno a nivel internacional la galardonada película de
Ken Loach del año 2000 Bread and Roses, denominada de esta manera
como recordatorio de la huelga textil de 1912 en Lawrence, Massachu-
setts, liderada por mujeres e inmigrantes y organizada por International
Workers of the World (Internacional de los trabajadores del mundo).
Empezaron a desarrollarse huelgas similares en otras grandes ciudades
de EE.UU. y cogió impulso un movimiento nacional de trabajadores
que se extendió más allá del personal de mantenimiento y limpieza. Más
recientemente, un pequeño movimiento llamado Justice for Cleaners
(Justicia para los limpiadores), promovido por experimentados organi-
zadores de California, desarrolló una activa labor en el distrito financie-
ro de Londres, considerado la milla cuadrada más rica y generadora de
riqueza de la tierra. Pero saltemos adelante en el tiempo.

LA FORMACIÓN DE ALIANZAS Y LA BÚSQUEDA DE LA


JUSTICIA ESPECIAL, DE 1992 AL 9/11/2001
Puede que lo que muchos llaman hoy las Justice Riots (Revueltas por
la justicia) de 1992 comenzaran con la declaración de inocencia de un
jurado de Simi Valley (con una alta densidad de policías residentes), ab-
solviendo a los policías responsables de la brutal paliza a Rodney King,
pero los acontecimientos que se sucedieron fueron mucho más que una
En busca de la justicia espacial 195

expresión de frustración en la comunidad afroamericana frente a la bru-


talidad policial y las continuas injusticias raciales. Aunque las imágenes
transmitidas al resto del mundo hicieron que pareciera que se estaba
repitiendo simplemente la implosión de violencia que había caracteriza-
do a los disturbios de Watts de 1965, el levantamiento de 1992 fue muy
diferente. Era mucho más multicultural en cuanto a sus participantes,
más integrado en la Nueva Economía que había surgido en los últimos
veinte años y más global en términos de causas y potenciales efectos. El
impacto político inmediato de las Justice Riots fue un arma de doble filo.
De algún modo, tuvo un efecto debilitador de la política local progre-
sista. Para muchas personas de la izquierda liberal, las revueltas fueron
terriblemente violentas y expusieron la incapacidad de todos los niveles
del gobierno para tratar los enormes problemas sociales y económicos
a los que se enfrentaba Los Ángeles. La política urbana y la política de
partido tradicionales parecían más desesperanzadas que nunca, y con-
dujeron a muchos antiguos activistas a abandonar sus compromisos po-
líticos, una elección aún más atractiva dadas las numerosas alternativas
que ofrecía el sur de California a los que podían permitírselas. Para la
masiva aglomeración de inmigrantes trabajadores pobres que había cre-
cido alrededor del núcleo del centro de Los Ángeles, había una sensa-
ción similar de que el Gobierno (y asociaciones público-privadas, como
el fracasado programa Rebuild LA) no sólo les había fallado, sino que
nunca sería capaz de ofrecer soluciones adecuadas a sus problemas. Sin
embargo, en lugar de perder la esperanza, tanto éstos como sus defenso-
res más persistentes se dieron cuenta cada vez más que la organización
desde abajo, desde las bases, era ahora más que nunca una necesidad
vital. Había sentimientos similares entre los pobres a lo largo de la Amé-
rica urbana, pero tal vez en ninguna parte con la misma intensidad que
en Los Ángeles después de1992, donde se sentía a la vez la pérdida de es-
peranza y de confianza en los Gobiernos locales, estatales y federal, y la
conciencia de la necesidad fundamental de organización popular y for-
mación de alianzas. El fracaso del Gobierno, y de sus extensiones insti-
tucionales, a través de los procesos de planificación urbana y regional se
hizo aún más evidente a principios de los noventa por las crisis fiscales
y por una de las más profundas crisis económicas en la historia del auge
casi continuo de Los Ángeles de los últimos cien años. Los Ángeles sin-
196 Edward W. Soja

tió fuertes presiones para reestructurar los existentes sistemas de bien-


estar y la cobertura pública más tarde que la mayoría de las principales
ciudades de EE.UU., en un momento en que se estaba incrementando
la necesidad para algunos más que en cualquier otro momento desde la
Gran Depresión. En medio de todo esto, lo que fue sin duda una terrible
explosión localizada de violencia y destrucción fue también una de las
primeras grandes protestas populares contra las injusticias relacionadas
con la globalización y la Nueva Economía. Con la multiplicación de las
protestas antiglobalización en Seattle, Génova y otras ciudades, surgió
un creciente movimiento por la justicia, que se extendió con el tiempo a
escala global. Sin embargo, en Los Ángeles, la metáfora movilizadora de
la justicia tomaría un significado extraordinario. Para la mayoría de la
población, la administración de justicia fracasó en el juicio de Rodney
King. Impulsadas por Justice for Janitors, las grandes manifestaciones
que tuvieron lugar en 1992 repercutieron en exigencias más amplias
“No Justice-No Peace” (“no hay justicia, no hay paz”), extendiendo el
alcance de la sublevación más allá de la comunidad afroamericana, a
toda la comunidad multicultural y transnacional de trabajadores pobres
que más había sufrido con la reestructuración económica. La justicia
como objetivo específico para la movilización y la acción parecía captar
el espíritu político de la época, más que los gritos de libertad, igualdad o
democracia. La respuesta del Gobierno, o su falta de respuesta, a las re-
vueltas de 1992 proporcionó un impulso adicional al movimiento por la
justicia local. Tal vez más que en otras grandes ciudades, las poblaciones
más desfavorecidas entendieron que no podían contar con el Gobierno
y que cualquier esfuerzo para alcanzar la justicia social y económica
exigiría un movimiento de masas basado en nuevas formas innovadoras
de organización de base. Se añadía a esto una penetrante consciencia de
que estos esfuerzos organizativos requerían la creación de nuevos tipos
de coaliciones o confederaciones regionales inclusivas de grupos acti-
vistas que trascendieran las alianzas basadas en motivos de clase, etnia,
género y ubicación geográfica. Otra característica del resurgimiento de
la formación de alianzas en Los Ángeles fue su relación inusualmente
productiva con la universidad. Aunque me centro en el Capítulo 5 en
las conexiones con Urban Planning de UCLA, se hicieron otros muchos
vínculos productivos en esta época con el Occidental College y su Ur-
En busca de la justicia espacial 197

ban and Environmental Policy Institute (Instituto de política urbana y


medioambiental), la University of Southern California, y diversos depar-
tamentos del sistema de la California State University. Esto produjo una
expansión de los canales de flujo de información entre la universidad
y los sindicatos obreros y grupos comunitarios que benefició a ambas
partes, dando lugar a una investigación empírica y teórica sobre Los
Ángeles a través de su potencial para una aplicación directa mientras al
mismo tiempo se traía a la práctica algunas de las ideas más avanzadas
sobre vivienda y desarrollo comunitario, diseño urbano, planificación
del transporte, multiculturalismo, política medioambiental, sistemas de
información geográfica, teoría especial y economía política regional. En
la década posterior a 1992, este flujo bidireccional de ideas fue proba-
blemente tan intenso y productivo como cualquier otro que se hubiera
formado en otras grandes regiones metropolitanas de Estados Unidos.
Entre sus muchos efectos se incluyó haber trasladado a al menos alguna
comunidad de base y organizaciones sindicales la perspectiva espacial
estratégica y el conocimiento de las últimas ideas sobre reestructura-
ción urbana, regionalismo y relevancia práctica y política de la teoría
urbana y espacial. El movimiento Justice for Janitors ya se había em-
pezado a examinar desde una perspectiva “laboral-geográfica” (Savage
1998-2006), y se derivaba de una teoría arquitectónica radical una fuer-
te visión espacial antirracista (Dutton and Hurst Mann 1996) como una
parte bastante independiente de las actividades del Labor/Community
Strategy Center y Bus Riders Union. Se examinan a continuación algunas
coaliciones innovadoras que se desarrollaron entre las Justice Riots de
1992 y los explosivos acontecimientos del 11 de septiembre de 2001.

Organizarse por un salario digno


Sobre la base de éxitos anteriores de la campaña de Justice for Janitors
y respondiendo a los problemas urgentes de una economía devastada
por las revueltas, un movimiento sindical revitalizado provocó el de-
sarrollo de nuevas coaliciones que trascendían las diferencias de cla-
se, raza, género y etnia. Los Ángeles se había convertido en una de las
ciudades más heterogéneas cultural y económicamente del mundo, por
lo que la formación de coaliciones era necesariamente multicultural y
198 Edward W. Soja

multilingüe y estaba fuertemente condicionada por la enorme aglome-


ración de trabajadores inmigrantes pobres. Merece subrayarse, aunque
no sea muy sorprendente en estas condiciones, que mujeres de color
radicales tuvieron un papel de liderazgo importante en las nuevas coali-
ciones. Una de las primeras manifestaciones de los esfuerzos posteriores
a 1992 fue la vigorosa campaña por los derechos de los inmigrantes,
y de una manera más general, por un salario digno, una cuestión es-
pecialmente crucial en un área urbana de alto nivel de vida con altos
índices de pobreza y donde las leyes que establecían un salario mínimo
eran ignoradas, en particular para los trabajadores irregulares, o eran
totalmente insuficientes para satisfacer las necesidades de los hogares.
La campaña y la coalición de Los Ángeles por un salario digno, que
devino una de las más exitosas del país, fue liderada por tres sindicatos:
Hotel Employees and Restaurant Employees Union (HERE, Sindicatos
de empleados de hoteles y restaurantes), Service Employees Internatio-
nal Union (SEIU, Sindicato internacional de empleados de servicios) y
Union of Needletrades, Industrial and Textile Employees (UNITE, Sindi-
cato de trabajadores de la costura, industriales y textiles). Su esfuerzo
organizativo, liderado por figuras influyentes como María Elena Durazo
y Madeline Janis-Aparicio (hoy Madeline Janis) se centró en particular
en ciertos sectores con un número especialmente elevado de trabaja-
dores inmigrantes con bajos salarios, como turismo, oficinas, cuidado
del hogar, restaurantes y hoteles, y la industria de la moda. En 1997 y
gracias a la presencia en el ayuntamiento de la veterana activista Jackie
Goldberg, se aprobó una ordenanza sobre salario digno para empleados
de la ciudad de Los Ángeles. Dos años después se extendió a emplea-
dos del Condado y en 2001 se adoptó otra ordenanza en Santa Mónica
incluso más fuerte, que afectaba a negocios privados que recibían ayu-
das locales de un cierto tamaño y ubicación, después de una campaña
liderada por HERE local 11, cuya directora fue Durazo, y Santa Moni-
cans Allied for Responsible Tourism (SMART, Alianza de Santa Mónica
por un turismo responsable). Les respaldaba la organización matriz de
SMART, la Los Angeles Alliance for a New Economy (LAANE, Alianza
de los Ángeles para una nueva economía), dirigida por Janis-Aparicio,
y Clergy and Laity United for Economic Justice (CLUE, Clero y laicos
unidos por la justicia económica), liderado por Richard Gillett. Hubo
En busca de la justicia espacial 199

continuos esfuerzos por defender estas leyes de salario mínimo contra


la feroz oposición, pero las primeras victorias fueron cruciales para el
desarrollo de un movimiento salarial nacional que extendió campañas
similares por más de un centenar de ciudades. El éxito de la coalición
por un salario digno en todo el condado también ayudó a sostener un
movimiento en expansión por la justicia regional y multicultural para
los trabajadores y comunidades que, aunque per se no iba explícitamen-
te dirigido a la justicia espacial, estaba inspirado estratégicamente por
una nueva conciencia regional sobre la importancia de la ubicación y la
lógica espacial de los proveedores de empleo públicos y corporativos.
Las corporaciones privadas deslocalizadas, por ejemplo, no constituían
el objetivo de este movimiento, como lo fueron para la anterior Coali-
tion to Stop Plant Closings (Coalición para detener el cierre de fábricas).
El primer objetivo fue una importante fuente de empleo con menos ca-
pacidad que ninguna de deslocalizarse y cambiar a otro lugar: el Go-
bierno local. Después de alcanzar este punto de apoyo en las ordenanzas
locales sobre salarios mínimos, la nueva coalición comenzó a presionar
a determinados segmentos de capital privado que dependían más de la
financiación pública y de subvenciones, así como a lo que los geógrafos
económicos llaman bienes regionales específicos, como el turismo, ho-
teles y restaurantes e industrias del entretenimiento. Era casi como si
los organizadores locales hubieran leído los últimos debates académicos
sobre reestructuración urbana y Nueva Economía.

Extender la lucha por la justicia en el empleo


Nuevos grupos de acción colectiva como la Los Angeles Metropolitan
Alliance (Alianza metropolitana de Los Ángeles), una organización diri-
gida específicamente a la formación de coaliciones regionales entre di-
versas comunidades y organizaciones laborales, participaron en la lucha
por la justicia en los puestos de trabajo y en muchos otros temas relacio-
nados. Sus componentes básicos incluían la Action Grassroots Empower-
ment and Neighborhood Development (AGENDA, Acción para el empo-
deramiento de Base y el desarrollo de los barrios), SEIU Locals 347 y
1877, West L.A. Metro Alliance (Alianza West L. A. Metro), Community
Coalition for Substance Abuse Prevention and Treatment (Coalición co-
200 Edward W. Soja

munitaria para la prevención y el tratamiento del abuso de sustancias) y


Silverlake/Hollywood/ Echo Park Metro Alliance (Alianza Silverlake/Ho-
llywood/Echo Park Metro). En 1999, la Alianza metropolitana consi-
guió crear exitosamente un programa de capacitación laboral y educa-
ción para ayudar a los trabajadores a responder con eficacia a iniciativas
federales a través de trabajos en el sector público. En el año 2000, estos
esfuerzos de formación laboral y educativa se extendieron a la industria
del entretenimiento a través de la campaña de la alianza Workplace Ho-
llywood y de acuerdos de enseñanza con el Community College District
(Distrito universitario comunitario) y el estudio de cine DreamWorks.
Después de ese año, la Alianza metropolitana desvió su atención hacia
la posible mejora de la cobertura sanitaria regional a través de la campa-
ña Good Jobs for Healthy Communities (Buenos trabajos para comunida-
des saludables), instando a la creación de un programa regional integral
de formación profesional para profesiones de la salud. Los problemas
específicos de la industria de la moda generaron otros esfuerzos de base.
Los Ángeles había desplazado a la ciudad de Nueva York como el mayor
centro de producción de ropa, y con la entrada en el nuevo siglo había
alrededor de 140. 000 trabajadores en cinco mil tiendas, la gran mayoría
trabajando en condiciones de explotación o peor. Casi todos los trabaja-
dores del sector no estaban sindicalizados, tres cuartas partes eran mu-
jeres, y el total de trabajadores, en su mayoría irregulares, se componía
aproximadamente de un 80 por ciento de inmigrantes latinos y un 20
por ciento de inmigrantes asiáticos. Las leyes de salario mínimo y hasta
de los reglamentos de salud más básicos eran sistemáticamente vulnera-
das. Incluso peor que los talleres clandestinos fue el aumento de una
nueva forma de cuasi-esclavitud, donde los inmigrantes, despojados de
sus pasaportes e “importados” por sus “dueños”, se veían obligados a
trabajar y vivir en condiciones terribles aislados de comunidades veci-
nas y servicios. En 1995, más de setenta trabajadores tailandeses fueron
liberados de su trabajo esclavo en un taller de confección de El Monte,
un municipio que formaba parte de un grupo de localidades latinas po-
bres en el este del Condado de Los Ángeles. Los trabajadores liberados
se unieron con otros grupos para protestar contra quienes compraban y
vendían su trabajo e incrementar la conciencia en todo el país de la nue-
va esclavitud que se había creado para satisfacer las necesidades de la
En busca de la justicia espacial 201

economía neoliberal del capitalismo flexible. En 2001 se fundó el Gar-


ment Worker Center (Centro de trabajadores de la confección), que, con
el apoyo de diversas organizaciones, la Asian Pacific American Legal
Center (APALC, Centro legal americano Asia-Pacífico), la Coalition for
Humane Immigrant Rights of Los Angeles (CHIRLA, Coalición pro De-
rechos Humanos del inmigrante de Los Ángeles) y la Korean Immigrant
Workers Advocates (KIWA, Abogados de los trabajadores inmigrantes
coreanos), lideró la lucha contra los propietarios de talleres y los puntos
de venta que dependían de éstos. El esfuerzo sindical tuvo un éxito rela-
tivo, pero los problemas persisten. Otros muchos grupos de base se su-
maron a la fuerte infraestructura organizativa por la creación de una
coalición regional. Varias organizaciones se centraron en los problemas
a los que se enfrentan los jóvenes de color, como el Student Empower-
ment Project (Proyecto de empoderamiento de estudiantes), Voice of
Struggle (La voz de la lucha), Olin (“movimiento” en náhuatl), Youth
United for Community Action (Juventud unida para la acción comunita-
ria), Youth in Action Coalition (Coalición juventud en acción), Commu-
nity Services Organization (Organización de servicios comunitarios) y
Schools Not Jails (Escuelas, no prisiones). Los institutos de Los Ángeles
se transformaron en un nido de activismo (más que las universidades) y
jugarían un importante papel en casi todas las manifestaciones públicas
y campañas por los derechos de los inmigrantes hasta hoy. A finales de
los 90, CHIRLA, KIWA, el Pilipino Workers Center (Centro de trabaja-
dores filipinos) y más tarde el Garment Worker Center crearon una nue-
va red que se transformó en 2001 en la Multi-Ethnic Immigrant Worker
Organizing Network (MIWON, Red multiétnica de organización de tra-
bajadores inmigrantes). Entre su labor se encuentra la Korean Restau-
rant Justice Campaign (Campaña de justicia en restaurantes coreanos)
en el año 2000, que supuso una manifestación de Primero de Mayo de
jornaleros y jardineros latinos, filipinos y coreanos, y otros trabajadores.
Surgieron asimismo varias organizaciones para tratar la situación espe-
cial de los derechos de los jornaleros, incluyendo el grupo por los dere-
chos de los inmigrantes CHIRLA, mencionado anteriormente, y el Ins-
titute of Popular Education of Southern California (IDEPSCA, Instituto
de educación popular del sur de California). Casi siempre irregulares,
sin empleo estable y a menudo recién llegados y sin hogar, los jornaleros
202 Edward W. Soja

son vistos con frecuencia alrededor de tiendas de bricolaje y grandes


almacenes. Son también altamente vulnerables frente al abuso empresa-
rial, y, al igual que las personas sin hogar, son desplazados frecuente-
mente por las autoridades locales de sus lugares y espacios preferidos.
CHIRLA e IDEPSCA se centraron en la creación de centros de reunión
gratuitos para jornaleros en lugares de trabajo especiales de la región
para ayudarles a organizarse, presentar quejas y luchar contra las orde-
nanzas que les impedían congregarse en ciertos lugares en busca de tra-
bajo. También ayudaron a formar la National Day Laborers Organizing
Network (NDLON, Red nacional de organización de jornaleros), dirigi-
da a influenciar las políticas nacionales y locales y a avanzar una agenda
de justicia económica con componentes espaciales significativos. Hacia
el cambio de siglo se produjeron dos logros destacados del movimiento
por la justicia de los trabajadores. En 1999, después de más de una déca-
da de lucha, SEIU Local 434B ganó el derecho de representar a cerca de
75.000 trabajadores domésticos del Condado de Los Ángeles. Esta cifra
representaba el mayor número de afiliados nuevos movilizados en un
solo año desde 1941, cuando se unieron a la United Auto Workers (Unión
de trabajadores del automóvil) los trabajadores de las líneas de montaje
de producción en masa de la Planta Ford River Rouge cerca de Dear-
born, Michigan, la mayor fábrica integrada del mundo en aquel mo-
mento. Que un sindicato de empleados de servicios adoptara el papel de
liderazgo en el movimiento obrero de Estados Unidos, y de Los Ángeles,
tal vez fuera el último símbolo de la transición del fordismo a una eco-
nomía nacional post-fordista, donde los mayores empleadores indivi-
duales en el país ya no eran General Motors y Ford, sino Manpower, Inc.
y Wal-Mart. El segundo gran acontecimiento nos conduce atrás en la
historia de Justice for Janitors y la labor de ámbito nacional de más de
100. 000 trabajadores de la limpieza por firmar un nuevo contrato que
aumentara los salarios y los beneficios. El 7 de abril de 2000, los trabaja-
dores de SEIU Local 1877 marcharon por Wilshire Boulevard como
parte de una huelga por todo el Condado, desde el centro de Los Ánge-
les y atravesando Beverly Hills, hacia un lugar lleno de memoria como
es Century City. Sigue siendo difícil para alguien que no viviera en Los
Ángeles en aquel momento concebir el apoyo público positivo que reci-
bieron los manifestantes. En una de las manifestaciones públicas más
En busca de la justicia espacial 203

insólitas e inesperadas de la historia del movimiento obrero estadouni-


dense, los trabajadores que se sumaron a la marcha salieron con el abo-
gado de la ciudad de Los Ángeles y el futuro alcalde al frente del desfile,
junto con decenas de funcionarios electos, Jesse Jackson, ministros, sa-
cerdotes y rabinos. A medida que pasaba la marcha, la gente salía de los
edificios de oficinas o se asomaba a las ventanas para prestar su apoyo.
La gente de la calle empezó a animarles. En Beverly Hills, varios tran-
seúntes corrieron a la calle para ofrecer dinero en efectivo a los trabaja-
dores. Se alzaron puños en alto como apoyo a lo largo de toda la ruta.
Marchas anteriores fueron apoyadas por el alcalde republicano Richard
Riordan, que rechazó firmar la ordenanza por un salario digno; el Car-
denal Roger Mahoney; el rabino Steven Jacobs, que organizó un séder
de Pésaj orientado al trabajo; diversos miembros del Consejo de la ciu-
dad de Los Ángeles, que fueron arrestados por desobediencia civil por
apoyar a los trabajadores; los Senadores Edward Kennedy y Dianne Fe-
instein y el Vice-presidente Al Gore. Unas pocas semanas después de la
marcha, se firmó un nuevo contrato para subir los salarios más de un 25
por ciento en un periodo de tres años. Durante la celebración de la vic-
toria, que Los Angeles Times anunció que había “movido a trabajadores
de todo el país”, en medio del baile y del vapor de agua, el Supervisor del
Condado Zev Yaroslavsky sostenía una fregona; Antonio Villaraigosa,
actualmente alcalde de Los Ángeles pero entonces líder de la asamblea
estatal, portaba una escoba; y Robert Maguire, un prominente promotor
y propietario de edificios en el centro, llevaba una gorra de la huelga.

La Alianza de Los Ángeles para una nueva economía (LAANE)


En cualquier comentario sobre los mayores logros de la formación
de coaliciones entre la universidad, la comunidad y el movimiento obre-
ro, y especialmente por lo que respecta al desarrollo de estrategias par-
ticularmente espaciales de acción social, la Los Angeles Alliance for a
New Economy (LAANE, Alianza de Los Ángeles para una nueva econo-
mía) merece ocupar un lugar central. Jugó un papel decisivo en la cam-
paña por un salario digno y fue una fuerza principal en las relaciones
entre organizaciones de base a lo largo de los años 90, y hasta ahora. Más
que cualquier otra de las grandes coaliciones, recurrió estratégicamente
204 Edward W. Soja

a la investigación y a los investigadores universitarios y trajo al ámbito


público innovadoras ideas sobre la reestructuración urbana, la Nueva
Economía, la dinámica del desarrollo regional, la brecha cada vez mayor
entre ricos y pobres y la espacialidad de la injusticia. LAANE se fundó
en 1993 bajo el liderazgo de Madeline Janis-Aparicio, abogada y ante-
riormente directora ejecutiva de CARECEN, el Central American Refu-
gee Center (Centro de refugiados de América Central). Empezó como el
Tourist Industry Council Development (Consejo de desarrollo de la in-
dustria turística), una organización que creció directamente del primer
proyecto organizado por el nuevo UCLA Community Scholars Program
(CSP, Programa comunitario de académicos). El CSP, dirigido por Gilda
Haas, Allan Heskin y Jacqueline Leavitt de Urban Planning y Kent Wong
del Labor Center, aunó activistas experimentados de varios grupos co-
munitarios y sindicatos para que asistieran a las clases, conocieran a los
estudiantes y trabajaran con ellos en proyectos conjuntos. El primero de
esos proyectos, desarrollado en el curso académico 1991/92, se centró
en la industria turística local en un momento en que se planificaban
enormes inversiones para extender el centro de convenciones del centro
y otros servicios relacionados. El equipo del CSP buscó estrategias para
promover mayores beneficios económicos para los trabajadores con ba-
jos salarios y sus comunidades en una industria conocida por unos efec-
tos positivos débiles y unas condiciones laborales de explotación. El in-
forme final, titulado Accidental Tourism (Turismo accidental), desarrolló
argumentos similares a los que subyacían tras la anterior campaña de
Justice for Janitors y que recuerdan a los análisis de David Harvey sobre
los efectos regresivos de las prácticas de desarrollo urbano estándar.
Además de llamadas morales a empresas privadas, se argumentó que,
sin una intervención especial, el funcionamiento normal de toma de
decisiones públicas y privadas tiende a conducir a resultados que discri-
minan a los pobres y a las minorías, un resultado que era muy probable
que se produjera de nuevo si el desarrollo turístico del centro seguía
adelante como estaba previsto. Como muchas de las campañas que re-
claman justicia obrera y comunitaria, una de las principales intenciones,
y efectos, del estudio del CSP era aumentar la conciencia pública acerca
de dónde se invierte y los efectos positivos y negativos sobre las comu-
nidades circundantes. Como ocurrió con los planes de la MTA con el
En busca de la justicia espacial 205

sistema de ferrocarril y los primeros esfuerzos por lograr una justicia


ambiental como la resistencia al proyecto incinerador LANCER (véase
el Capítulo 5), los funcionarios públicos asumieron que la mera suma de
empleos y mejora de servicios sociales sería suficiente para satisfacer a
todos los residentes urbanos. La concreta distribución social y espacial
de los beneficios solía ser desatendida. Aunque el lenguaje de Accidental
Tourism no era abiertamente espacial, su mensaje subyacente y la inte-
racción entre los eruditos de la comunidad y los estudiantes de urbanis-
mo se dotaron de sensibilidad hacia la espacialidad de la justicia y la
injusticia, en particular para la masa de trabajadores pobres que trata-
ban de sobrevivir en la Nueva Economía. Se ganaron algunos beneficios
importantes para los trabajadores en el contrato del centro de conven-
ciones, iniciando lo que se convertiría en el logro distintivo LAANE, la
creación y uso extendido de los Community Benefits Agreements (CBAs,
Pactos de beneficios comunitarios). Una rama de LAANE, la Coalition
for Growth with Justice (Coalición para un crecimiento con justicia),
tendría éxito en la promoción de acuerdos con gobiernos locales y pro-
motores privados para otorgar beneficios a los trabajadores y comuni-
dades minoritarias en cada nuevo plan de desarrollo en todos los secto-
res de la economía local. En otro avance importante, se alcanzaron
acuerdos también para añadir un requisito en las evaluaciones de im-
pacto en la comunidad, por medio del examen de los efectos potenciales
de los planes sobre el empleo, el tráfico y la calidad de vida local. Pro-
ducto de la demanda de un desarrollo con justicia, el modelo CBA ha
crecido en importancia en los últimos años y se ha extendido tanto a
nivel local como a muchas otras ciudades, como una de las innovacio-
nes contemporáneas más importantes en la planificación del desarrollo
económico comunitario y en la política pública. Consulte el Capítulo 6
para más información sobre estos recientes acontecimientos. Destaca
como hito de CBA la negociación conjunta en 2001 de LAANE y SAJE,
Strategic Actions for a Just Economy (Acción estratégica para una econo-
mía justa), que reunió en un equipo a Janis-Aparicio y Gilda Haas. El
acuerdo fue parte de la campaña del SAJE Figueroa Corridor Coalition
for Economic Justice (Coalición del corredor de Figueroa para una eco-
nomía justa) y fue creada conjuntamente con el enorme proyecto de
desarrollo Staples Center en el centro de la ciudad, cerca del centro de
206 Edward W. Soja

convenciones. Incluía disposiciones sobre salario mínimo, vivienda ase-


quible, alquiler local y espacios verdes. Constituyó la culminación de
una larga serie de logros y luchas de LAANE, que se resumen en el apar-
tado Notas y Referencias relativo a este Capítulo. Tras los acontecimien-
tos del 11 de septiembre de 2001, LAANE logró conservar los puestos de
trabajos de cientos de trabajadores de seguridad que los hubieran perdi-
do cuando la seguridad aeroportuaria pasó a controlarse por el Gobier-
no federal. LAANE también trabajó con HERE en un esfuerzo masivo
de ayuda a los trabajadores al proporcionar comida y acceso a servicios
gubernamentales a los afiliados que habían perdido sus empleos por el
declive del sector del turismo tras el 11 de septiembre. En el mismo año,
LAANE ayudó a extender los Community Benefit Agreements a otras
áreas del condado y, recientemente, en todo el Estado de California,
contactando con el Center on Policy Initiatives (Centro de iniciativas po-
líticas) en San Diego, Working Partnerships (Alianzas de trabajo) en Si-
licon Valley y East Bay Alliance for a Sustainable Economy (Alianza de
East Bay por una economía sostenible) en Oakland. LAANE y SAJE han
contribuido tanto como cualquier otra organización a la interacción ex-
traordinariamente productiva entre la universidad y la comunidad en
general y a la introducción en el activismo local del pensamiento estra-
tégico espacial y regional. Justice for Janitors, la Living Wage Coalition, el
proyecto LANCER y los consecuentes esfuerzos medioambientales, la
Metropolitan Alliance, MIWON, y muchas otras organizaciones ayuda-
ron a estimular un sentido notable de la conciencia situacional y geográ-
fica en lo que antes era una de las poblaciones urbanas del país más
despreocupadas y desinteresadas por la comunidad, aunque es difícil
encontrar una prueba evidente de estrategias espaciales conscientes
para todas ellas. La realización de entrevistas informales a varios diri-
gentes del movimiento por la justicia de los trabajadores fuera de LAA-
NE y SAJE mostró poco conocimiento explícito de la importancia de
estrategias y acciones específicamente espaciales, aunque casi todos es-
taban de acuerdo en la necesidad de la creación de coaliciones regiona-
les y la importancia de comprender la dinámica de la economía de la
región y las estrategias de localización del sector privado, lecciones
aprendidas, al menos en parte, de la Coalition to Stop Plant Closings. Sin
embargo, el trabajo de LAANE, desde la campaña por un salario digno
En busca de la justicia espacial 207

hasta los avanzados contratos de beneficios comunitarios, ha mostrado


una aguda conciencia de las injusticias de la territorialidad de los traba-
jadores así como la necesidad de organización a escala regional. Evitan-
do los errores y las estrategias fallidas del CSPC a principios de los
ochenta, LAANE centró su atención en empresarios enraizados en la
región que no pudieran desplazarse fácilmente cuando fueran presiona-
dos por grupos comunitarios u obreros. Como se destacó en relación
con la campaña por un salario digno, el gobierno local era el punto de
partida obvio, especialmente cuando experiencias de organización ante-
riores como el movimiento de control del alquiler habían abierto puer-
tas a los progresistas en los ayuntamientos, como en los de Santa Móni-
ca, la ciudad de Los Ángeles y West Hollywood. Sólo cuando se rompió
el monopolio de hombres blancos en los consejos de supervisores, en
parte como resultado de estrategias innovadoras de redefinición de dis-
tritos, se extendió la campaña a nivel de condado. Elegir lugares estraté-
gicos para protestas y manifestaciones era vital. Con la base del Gobier-
no local asegurada, la acción estratégica se extendió hacia los principales
grupos industriales de Los Ángeles, como el entretenimiento y la indus-
tria de la ropa, y hacia la infraestructura esencial de la economía turísti-
ca regional, otro sector que tenía que permanecer arraigado localmente
casi por definición. Se establecieron como principales objetivos Little
Tokyo y los principales bloques de oficinas del centro y Century City, el
aeropuerto internacional, el Proyecto de reurbanización de Hollywood,
trabajadores de la construcción del yeso y cocineros de tortillas, grandes
cadenas hoteleras, especialmente cerca de las playas, los nuevos desarro-
llos en auge en Playa Vista y Universal Studios, trabajadores de atención
domiciliaria y jornaleros, niñeras y jardineros. En todo momento y en
todos los lugares, lo crucial era atender las necesidades de los trabajado-
res pobres inmigrantes. La idea de que todas las empresas que reciben
una subvención pública tienen una obligación hacia las comunidades a
las que afectan sus actividades entró en la conciencia pública y en la
política probablemente más que en cualquier otra parte del país. Los
proyectos de LAANE no intentaron detener nuevos procesos sino más
bien garantizar un desarrollo con justicia para los trabajadores y las co-
munidades, con guarderías y contratación local, parques y centros de
trabajadores, beneficios sanitarios y salarios dignos, en definitiva, con
208 Edward W. Soja

derechos democráticos a la ciudad y a los recursos generados por y en la


ciudad y la región. Aunque no fuera evidente en todos los proyectos de
LAANE, muchas de sus prácticas se basaban en una conciencia espacial
crítica, que era potenciada y sostenida por un extraordinario flujo de
estudiantes investigadores contratados y activistas de Urban Planning de
UCLA, al menos treinta a lo largo de los últimos quince años, con varios
de ellos en funciones ejecutivas y de gestión. Otra muestra de la propa-
gación del pensamiento espacial en la práctica política local apareció en
un artículo publicado en 2002 en la revista Social Problems. Los autores,
Robert D. Wilton y Cynthia Cranford, eran dos estudiantes activistas
que habían participado en las revueltas laborales entre los trabajadores
de servicios predominantemente latinos y la privada University of
Southern California. Escribieron no sólo sobre el resurgimiento del mo-
vimiento obrero estadounidense estimulado por las alianzas entre el
empleo y la comunidad que veía que surgían alrededor, incluyendo
LAANE, sino también sobre su percepción del tangible giro espacial en
lo que estaba sucediendo. En “Toward an Understanding of the Spatiality
of Social Movements: Labor Organizing at a Private University in Los An-
geles”, los autores argumentaron que comprender estos acontecimientos
en Los Ángeles, y en cualquier otro lugar del mundo, requiere “recono-
cer su naturaleza inherentemente espacial”. Refiriéndose específicamen-
te al reciente giro espacial en la teoría social, centraron su atención en “el
espacio como una dimensión activa del movimiento organizado” y en la
utilidad de las “tácticas espaciales de transgresión” en el campus, en co-
munidades circundantes, y dentro de los movimientos regionales por
un salario digno y seguridad laboral. Se podría decir, sólo con un poco
de exageración optimista, que la espacialidad de la justicia estaba en el
aire urbano de Los Ángeles en los años 90. Las coaliciones organizaban
“grupos con objetivo geográfico” (geographic target groups) para tareas
determinadas y se estaban discutiendo ampliamente escalas geográficas
de organización. Los Ángeles se transformó en el centro del desarrollo
de lo que se llamó regionalismo de base comunitaria, una llamada con-
creta para todas las coaliciones, alianzas y redes con el fin de alcanzar la
escala regional no sólo para crear organizaciones más grandes sino tam-
bién por ser conscientes de que la economía y geografía regionales son
fuerzas poderosas que dan forma a los acontecimientos locales y al de-
En busca de la justicia espacial 209

sarrollo económico comunitario. El conocimiento local y la conciencia


regional también fomentaron perspectivas a una escala mayor, vincu-
lando movimientos locales no sólo a escala estatal o federal, sino tam-
bién con el movimiento de justicia global y el resurgimiento de la lucha
por el derecho a la ciudad.
5. TRADUCIR LA TEORÍA EN PRÁCTICA

Urban Planning en UCLA


Las relaciones entre las principales universidades de investigación de
urbanismo de Estados Unidos y las organizaciones obreras, las definidas
por la etnia y las comunitarias en las ciudades en las que están situadas,
rara vez han sido estrechas y productivas. Esto es especialmente cierto si
se comparan con los servicios prestados al sector privado o, en su mayo-
ría, a administraciones locales. Mientras unos pocos académicos y algu-
nos centros especializados en estudios étnicos, urbanismo, bienestar so-
cial, Derecho y relaciones industriales han trabajado estrechamente con
tales organizaciones no gubernamentales, la investigación fundamental
y aplicada relacionada con el entorno regional urbano de la universidad
se ha canalizado sobre todo a través de actividades pagadas de consulto-
ría a organismos gubernamentales y empresas privadas.
En UCLA se desarrolló un modelo diferente de vinculación entre la
universidad y la comunidad con base en Urban Planning y el Institute
for Industrial Relations (Instituto de relaciones industriales), que más
adelante sería el Labor Center. No giraba en torno a la consultoría pa-
gada a gobiernos y a grandes agencias de financiación, sino a la apuesta
voluntaria por un enfoque educativo en áreas generalmente olvidadas
por investigadores y profesores universitarios, tales como sindicatos,
organizaciones comunitarias no gubernamentales (ONGs) y otros gru-
pos dirigidos a dar fuerza a los movimientos sociales entre la población
pobre y desfavorecida.
He mencionado en capítulos anteriores que este canal mutuamente
enriquecedor entre académicos universitarios activistas y organizacio-
nes obreras y comunitarias locales desempeñó un papel importante en el
resurgimiento de nuevas e innovadoras coaliciones en Los Ángeles, así
como en el desarrollo de más aportaciones académicas a la teoría espa-
cial y a los estudios urbanos y regionales. Mi intención en este capítulo
no es alabar el Programa de UCLA de Planificación Urbana (UCLAUP),
sino más bien presentar un debate centrado en un ejemplo concreto de
212 Edward W. Soja

cómo la teoría (espacial) puede efectivamente conectarse a la práctica


(espacial) en un entorno universitario.

LA CREACIÓN DE UNA ESCUELA DE POSTGRADO


PARA ACTIVISTAS
En 1968, a mitad de un periodo de crecientes crisis urbanas en todo
el país y tres años después de los disturbios de Watts, el programa de
Planificación Urbana se estableció en UCLA como parte de una nueva
School of Architecture and Urban Planning (Escuela de arquitectura y
planificación urbana). Desde el inicio, la escuela se centró en la forma-
ción de postgrado y en la investigación aplicada a problemas urbanos,
dejando la formación de nivel educativo inferior en estas áreas princi-
palmente para programas más antiguos de UC-Berkeley. Para subrayar
esta especialización en estudios de postgrado, la Facultad pasó a llamar-
se en 1981 Graduate School of Architecture and Urban Planning (GSAUP,
Escuela de postgrado de arquitectura y planificación urbana) y, para en-
tonces, se había convertido en una de las mayores escuelas del país que
combinaban arquitectura y urbanismo.
El primer Decano de la Escuela fue Harvey Perloff, un conocido ur-
banista y economista regional que había impartido urbanismo y eco-
nomía en la Universidad de Chicago. El primer Director (equivalente a
Catedrático) de Urban Planning fue John Friedmann, antiguo alumno
de Perloff en Chicago y con una amplia experiencia en urbanismo en
Latinoamérica y Asia. Friedmann ya se había erigido como un desta-
cado teórico del urbanismo y una figura prominente del urbanismo de
desarrollo local y regional. Sus ideas y su inclinación política progresista
dieron forma, de manera significativa, al desarrollo de Urban Planning
de UCLA en los siguientes veinticinco años.
Varias características distinguieron al UCLAUP de casi cualquier
otra escuela de planificación urbana o estudios de urbanismo de Esta-
dos Unidos. En primer lugar, por su apertura explícita a los enfoques
espaciales o geográficos en los estudios urbanos y regionales, tanto a
escala local en Los Ángeles como con respecto a la planificación urbana
en países del Tercer Mundo. Esto supuso vínculos no sólo con la arqui-
En busca de la justicia espacial 213

tectura y el diseño urbano, sino también con la geografía y los geógrafos


y, en menor grado, con la sociología y la economía urbanas. Este enfo-
que se instauró pronto como un compromiso de aplicar el conocimien-
to geográfico y el pensamiento espacial crítico a los asuntos de mayor
urgencia que afectaban a la ciudad, la región, la nación y al mundo en
vías de desarrollo.
Friedmann se doctoró en la Universidad de Chicago a través de un
programa especial de postgrado en urbanismo, economía y geografía, y
su tesis, The Spatial Structure of Economic Development in the Tennessee
Valley (1955, La estructura espacial del desarrollo económico en el va-
lle de Tennessee), que abogaba por un enfoque explícitamente espacial
en la planificación del desarrollo regional, se publicó en la prestigiosa
Chicago Geographical Series. Friedmann me contrató para trabajar en
el Departamento de Geografía en la Universidad Northwestern, donde
impartí estudios de desarrollo africano, y llegué a UCLA en 1972 como
el primero de varios geógrafos nombrados para trabajar en Urban Plan-
ning, incluyendo a Margaret FitzSimmons en 1980, Michael Storper en
1982 y Susanna Hecht en 1987. El nombramiento, en 1979, de la femi-
nista, crítica de arquitectura e historiadora Dolores Hayden se sumó de
forma significativa a este énfasis en el pensamiento espacial crítico.
Aún más estimulante para este desarrollo fue el nombramiento de
Allen J. Scott en el Departamento de Geografía en 1978. Scott, geógrafo
económico y teórico urbanista, también impartió urbanismo en su an-
terior puesto en la Universidad de Toronto y continuó trabajando estre-
chamente con geógrafos en la Facultad de Planificación Urbana. Hasta
el día de hoy, ningún otro Departamento de urbanismo importante de
Estados Unidos alberga tal contingente de geógrafos en una Facultad y,
al menos hasta 1994, cuando la GSAUP se dividió en dos departamen-
tos distintos, muy pocas universidades del mundo tenían vínculos tan
estrechos entre las tres disciplinas espaciales más importantes: arquitec-
tura y diseño, planificación urbana y regional y geografía humana.
Otra característica particular del UCLAUP fue un compromiso fi-
losófico y formativo explícito con los movimientos políticos sociales y
el activismo comunitario, combinado con un intento por mantener el
nivel de los últimos avances en la teoría y los métodos de las ciencias
sociales. Mientras que la mayoría de los programas de postgrado en pla-
214 Edward W. Soja

nificación urbana de cualquier otro lugar del país estaban dirigidos es-
pecíficamente a la formación de estudiantes para que ocuparan puestos
tradicionales como urbanistas o asesores urbanísticos, respondiendo a
la demanda definida externamente, en UCLA, el objetivo ampliamente
compartido era preparar a los estudiantes para ser agentes de cambio in-
novadores dondequiera que trabajasen. Por lo tanto, el currículo estaba
basado y organizado de una forma más amplia para promover los estu-
dios interdisciplinares y capacidades como la organización comunitaria
y el pensamiento crítico, añadidos a la formación tradicional en méto-
dos cuantitativos, recursos económicos públicos, planificación física y,
más adelante, sistemas de información geográfica (SIG).
Especialidades tradicionales como vivienda, transporte o planifica-
ción del uso del terreno no se obviaron, sino que se enfocaron desde di-
versas perspectivas, reflejando la necesidad, apoyada por Perloff, de gra-
duados generalistas, críticos y creativos, que se ocuparan de los graves
problemas que afectan a la sociedad contemporánea. La vivienda, por
ejemplo, es estudiada por economistas en lo que se refiere a las políticas
nacionales e internacionales, por sociólogos y demógrafos como parte
de la “planificación para diversas colectividades” y por organizadores
comunitarios y diseñadores urbanos como una forma de desarrollo
económico local y de activismo. Aunque se exigía a los estudiantes ele-
gir entre cuatro áreas de especialización (desarrollo urbano y regional,
análisis y políticas sociales, construcción del entorno y medio ambiente
y recursos), la mayoría también se adscribía a ciertos movimientos so-
ciales basados en la raza/etnia, la clase, el género, la paz y la justicia, la
vivienda y el medio ambiente.
Casi todos los grandes departamentos de urbanismo creían trabajar
en la conjunción entre la teoría y la práctica, pero muy a menudo esta
unión teoría-práctica dividía a la Facultad en dos campos opuestos, con
poca interacción entre los profesionales y los académicos, los prácticos
y los teóricos o los científicos sociales. Sin embargo, en UCLA se hizo
un mayor esfuerzo, no siempre exitoso, para propiciar un diálogo más
equilibrado y respetuoso entre la teoría y la práctica. La planificación se
vio como una forma de praxis social: la transformación del conocimien-
to en acción. En concreto, se animó a los estudiantes de Doctorado a
explorar los debates teóricos actuales en las ciencias sociales y las huma-
En busca de la justicia espacial 215

nidades con la intención no sólo de acumular conocimientos teóricos,


sino también de explorar sus aplicaciones prácticas en el ámbito público
y en la sociedad civil.
Esto originó otra característica distintiva: un compromiso crítico y
autoconsciente no sólo de proporcionar apoyo técnico (como expertos)
a las comunidades a las que se dirigían, sino también de promover de
forma activa (como facilitadores) el desarrollo y el activismo popular
autónomo. Esto conllevaba intentar evitar en lo posible la investigación
que hacía de las comunidades y localidades poco más que minas a cielo
abierto para la obtención de datos empíricos e ideas que sólo conduci-
rían a fomentar las publicaciones académicas, en lugar de avances en
las comunidades estudiadas. Este compromiso público fue promovido
durante años por los profesionales profesores a tiempo parcial, muchos
de los cuales se formaron en el UCLAUP y varios de ellos, como Gilda
Haas, Neal Richman y Goetz Wolff, que continúan actualmente en sus
puestos como profesores fijos y constituyen personas clave en el contac-
to de la universidad con el mundo exterior.
El compromiso de democracia participativa se expresó en la estruc-
tura administrativa y en la organización del currículo. Se formaron
grupos de trabajo en lugar de comités que controlaran las admisiones,
se daban ayudas económicas, se aplicaron cambios en el currículo así
como en las acciones del personal académico y todo ello, con una parti-
cipación significativa, si no mayoritaria, del alumnado. A menudo, esto
suponía una presión importante para relajar las normas universitarias
establecidas y para permitir una mayor participación e influencia estu-
diantil. En muchos sentidos, Urban Planning funcionó dentro del marco
institucional de la universidad como una organización comunitaria po-
pular que buscaba maximizar las posibilidades de desarrollo local.
Una vez por trimestre tenía lugar una Asamblea de grupos de traba-
jo, una reunión abierta a la ciudad que ratificaba (o rechazaba) todas las
propuestas relacionadas con las políticas del programa, normalmente
tras un amplio debate abierto. Las organizaciones estudiantiles especial-
mente influyentes empezaron a impulsar y asegurar acciones concretas
a favor de las mujeres y las minorías, no sólo en cuanto a las admisio-
nes, sino también en el desarrollo del currículo y en la contratación de
profesorado. En 1980 había cuatro mujeres en la Facultad, dos afroa-
216 Edward W. Soja

mericanos (uno de ellos, mujer) y un latinoamericano, los cuales serían


numerarios mientras estuvieran en UCLA. De los aproximadamente
veinticinco nuevos nombramientos de profesores realizados entre 1979
y la actualidad, la mayoría han sido mujeres y un tercio, minorías étni-
cas; las tasas de inclusión se encontraban entre las más altas de cualquier
departamento de UCLA.
La flexibilidad y la actitud receptiva a planteamientos alternativos en
la planificación educativa ayudaron a hacer del programa un centro de
ideas radicales de planificación y activismo. Se impartieron cursos oca-
sionales de economía marxista, se inició un curso de economía política
de la urbanización a mitad de los setenta para tratar cuestiones de justi-
cia social y de la ciudad, y se aplicaron seriamente en todo el currículo
ideas socialistas utópicas y sociales anarquistas: desde los seminarios
doctorales avanzados en teoría de la planificación hasta los talleres bási-
cos de desarrollo profesional.
Otras innovaciones curriculares estrecharon los lazos entre la uni-
versidad y la comunidad. El innovador programa de prácticas fue de
especial importancia. Todos los estudiantes de primer año de máster sin
gran experiencia en urbanismo debían realizar unas prácticas activas
de seis meses (dos trimestres) en una organización, así como preparar y
discutir, a lo largo de un seminario de desarrollo profesional, un dossier
crítico sobre su experiencia. Cada año, en el trimestre otoñal, se reali-
zaban unas jornadas de empleo en las que diversas organizaciones ofre-
cían oportunidades de prácticas para estudiantes, remuneradas cada
vez con más frecuencia y a menudo con organizaciones progresistas
obreras, comunitarias, étnicas y gubernamentales urbanas. A lo largo
de los años, cientos de alumnos en prácticas de Urban Planning unieron
el departamento con la comunidad regional en un plano más amplio y
ayudaron a sostener un intercambio bidireccional de información, ideas
y experiencias.
Se desarrolló un vínculo más concentrado y organizado con grupos
comunitarios y otras organizaciones gubernamentales y no guberna-
mentales junto con proyectos integrales: cursos de seis meses que reu-
nían a equipos de estudiantes de segundo año de máster en torno a pro-
yectos específicos con clientes externos reales. Se organizaban todos los
años uno, dos e incluso tres de estos cursos de proyectos, con grupos de
En busca de la justicia espacial 217

entre seis y quince estudiantes. Los informes finales del equipo estaban
suscritos por dos miembros de la Facultad y por el cliente oficial. Con el
propio proyecto integral se sustituía la realización de una tesis entre los
requisitos del máster. En Notas y Referencias hay una lista representati-
va de estos informes de proyectos.
Como segunda alternativa a la redacción de la tesis del máster, los
estudiantes también podían optar por preparar proyectos individuales
a demanda bajo la dirección de dos miembros de la Facultad y de un
cliente concreto. En un año normal, aproximadamente el 40 % de es-
tudiantes del último curso estaba inmerso en proyectos integrales, otro
40 % en proyectos individuales a demanda y el resto en la redacción
de sus tesis. Estos proyectos individuales y grupales proporcionaban lo
que en esencia eran servicios profesionales gratuitos a diversos clientes
externos. A menudo también estaban ligados a proyectos de investiga-
ción individuales en la Facultad y al activismo comunitario, así como a
diversos centros de investigación e institutos del campus, sumándose al
gran impacto del departamento en la región de Los Ángeles.
Desde el principio, Urban Planning se definió como un servicio al
“tercer sector” y a otras áreas desfavorecidas (pobres, minorías, inquili-
nos, trabajadores), esto es, todas las situadas entre la sociedad y el sector
privado, entre las estructuras institucionales del gobierno y el poder del
mercado. Gran parte de todo esto se convirtió en la forma de propor-
cionar apoyo técnico y organizativo e investigación por objetivos a las
organizaciones comunitarias, sindicatos y organismos gubernamentales
implicados en la promoción del desarrollo económico local entre mino-
rías y comunidades pobres. En la mayoría de ocasiones, el departamen-
to rechazó proyectos de investigación muy extensos con financiación
externa, ya que decidió no convertirse en una fábrica de investigación
que vende sus servicios al mejor postor.

El control del alquiler y el movimiento por los derechos de los


inquilinos
Durante un periodo en el que la política de los movimientos sociales
estaba extendiéndose por todo el país, las protestas contra la guerra de
218 Edward W. Soja

Vietnam estaban creciendo y la pobreza y la cifra de los sin techo es-


taban aumentando, el UCLAUP tenía una buena posición para tomar
partido por una nueva política progresista. En 1979, se establecieron
algunos vínculos con los movimientos feministas, los de los chicanos y a
favor de los derechos civiles en Los Ángeles, aunque todavía había rela-
tivamente poco contacto con los sindicatos. El proyecto principal entre
el urbanismo y la comunidad más extensa hasta finales de los ochenta
era más popular y giraba en torno a asuntos de vivienda, desarrollo co-
munitario y derechos de los inquilinos. Allan Heskin, uno de los prime-
ros profesores con un Doctorado en urbanismo, representaría un papel
fundamental en distintos aspectos.
Heskin fue el autor de un influyente artículo sobre planificación ra-
dical que promovía acciones mucho más duras respecto a lo que tradi-
cionalmente se había descrito como advocacy planning (planificación
participativa, Heskin 1980). A principios de los ochenta, ayudó a fundar
la Community Corporation of Santa Monica (CCSM, Corporación co-
munitaria de Santa Mónica), dirigida a la creación y conservación de
viviendas asequibles. La CCSM ha sido una de las empresas de desa-
rrollo comunitario más prósperas de Los Ángeles y actualmente posee
setenta y cinco propiedades con 1.400 familias. Desde el principio, su
directiva ha sido ocupada por exalumnos de Urban Planning. Heskin, al
igual que otros en el programa Urban Planning, estaba motivado por las
formas de anarquismo social que conectaban mucho más con Gramsci
y Proudhon que con Marx. Como activista y abogado, contribuyó a la
democracia participativa directa y, en los setenta, centró su trabajo en
Santa Mónica y en los derechos de los inquilinos.
El activismo en materia de vivienda ha estado en el núcleo de la im-
plicación de Urban Planning en el desarrollo y cambio urbanos de Los
Ángeles desde sus primeros tiempos hasta la actualidad. A pesar de que
no se ha expresado en esos términos, el activismo a favor de la vivienda
tiene como objetivo lograr una forma de justicia espacial y del derecho
a la ciudad, en este caso, el derecho de todos los residentes a un aloja-
miento apropiado, estable y asequible. Esta búsqueda de una vivienda
justa acarreaba luchas legales y legislativas ligadas a los derechos civiles
de los inquilinos y arrendatarios, especialmente en cuanto al control del
alquiler, los esfuerzos para proporcionar alojamientos mejorados a las
En busca de la justicia espacial 219

personas sin hogar, la participación directa en el desarrollo de esque-


mas de propiedad cooperativos en las comunidades con ingresos bajos,
la mejora de la calidad de vida en los proyectos de vivienda pública a
través del diseño, la planificación y la construcción participativas, el tra-
bajo con las administraciones locales y las organizaciones comunitarias
para mejorar las políticas de vivienda y el suministro directo de vivien-
das asequibles a través de la formación de sociedades innovadoras de
desarrollo comunitario.
Las relaciones entre la vivienda y la ley, enmarcadas en el contexto
de un curso sobre Derecho y calidad de la vida urbana, han sido el fun-
damento formativo del activismo a favor de la vivienda en el UCLAUP.
Peter Marcuse, un abogado especializado en vivienda e hijo del filóso-
fo radical Herbert Marcuse, fue nombrado profesor en 1972, el mismo
año en el que se inició un programa conjunto de Urbanismo y Derecho.
Marcuse se marchó a la Universidad de Columbia en 1975, donde fra-
guó una ilustre carrera en urbanismo. El mismo año, fue remplazado
por Heskin, quien se convertiría en la principal fuerza motivadora de
una implicación duradera de los estudiantes y los profesores en asuntos
de vivienda cooperativa, derechos de los inquilinos y desarrollo econó-
mico comunitario.
Tras su llegada, Heskin pasó pronto a estar directamente implicado
en la transformación de la ciudad de Santa Mónica, de una máquina
de crecimiento urbano políticamente conservadora y dominada por las
inmobiliarias a una de las ciudades más progresistas e innovadoras de
Estados Unidos. Como abogado especializado en vivienda, Heskin se
convirtió en el principal asesor legal de un control del alquiler que em-
pezaba a prosperar y del movimiento por los derechos de los inquilinos
que, en parte, había sido promovido por la formación de la Campaign
for Economic Democracy (CED, Campaña por la democracia económi-
ca) bajo el liderazgo de Tom Hayden, quien, junto a su décima esposa,
Jane Fonda, residía en la zona Ocean Park de Santa Mónica. La CED fue
una importante fuerza unificadora y enérgica para los progresistas de
Los Ángeles durante los años setenta y principios de los ochenta.
La vivienda asequible y el control del alquiler eran cuestiones inne-
gables para la movilización política en Santa Mónica. Mientras la mitad
norte de este municipio incorporado de unos ochenta mil habitantes
220 Edward W. Soja

formaba parte de la zona residencial más rica de Los Ángeles, exten-


diéndose a lo largo de las laderas sur de las montañas de Santa Mónica,
desde Hollywood Hills, pasando por Beverly Hills, Bel Air y Brentwood
hasta Pacific Palisades y Malibú, la parte sur era mucho más pobre y la
población era más densa, aunque estaba lejos de ser catalogada como
un suburbio. El sur de Santa Mónica compartía muchas características
y era contigua a Venice, parte de la ciudad de Los Ángeles y un centro
de activismo progresista durante varias décadas. En el largo tramo de
comunidades de costa y playa del Condado de Los Ángeles, Venice y al-
gunas partes de la cercana Santa Mónica destacaron por tener la mayor
concentración de habitantes pobres y menores de edad que residían tan
cerca del Pacífico.
Casi el 70 % de los residentes de Santa Mónica eran inquilinos, y mu-
chos estaban siendo exprimidos al máximo por los alquileres en aumen-
to y el número creciente de conversiones a condominio, lo que reducía
el número de apartamentos disponibles. En 1978 se aprobó la propo-
sición 13, que controlaba el incremento en el impuesto de patrimonio,
pero ofrecía poca ayuda a los arrendatarios, a pesar de las promesas de
que el ahorro fiscal de los propietarios se les repercutiría. Mientras se
recibían presiones similares en toda la región de Los Ángeles, Santa Mó-
nica surgió como la tierra más fértil para la organización comunitaria
progresista y para los movimientos sociales políticos. En 1978, se fun-
dó una nueva organización: Santa Monicans for Renters’ Rights (SMRR,
Ciudadanos de Santa Mónica por los derechos de los inquilinos), que
se situó a la vanguardia de los movimientos locales por el control del
alquiler y por lo que un observador (Boggs 1989) describió como “la
liberación de espacio social para las fuerzas democráticas”.
La aparición de Santa Mónica como una fortaleza municipal para
una forma de gobierno urbano progresista se construyó sobre un mo-
vimiento de control del alquiler popular que empezó a finales de los
setenta y creció hasta tener repercusiones significativas a escala regional
y nacional. Dennis Zane, un estudiante de máster de Urban Planning,
resultó ser un participante clave en el movimiento y fue finalmente al-
calde de Santa Mónica. Heskin y sus estudiantes de Derecho y Urbanis-
mo ayudaron a la aprobación de leyes de habitabilidad con garantías
de alcance provincial que regulaban las conversiones a condominio y
En busca de la justicia espacial 221

desempeñaban un papel importante en la preparación de enmiendas a


la Carta de control del alquiler en Santa Mónica, la ley de mayor control
del alquiler en el país en esa época, aprobada el 10 de abril de 1979. Un
reglamento de estabilización del alquiler entró en vigor en la ciudad de
Los Ángeles el 1 de mayo de 1979 y uno de los estudiantes de Doctorado
de Heskin, Ken Baar, también abogado en ejercicio, encabezó la vía para
extender el control del alquiler (con incentivos por traslado) al munici-
pio de West Hollywood a través de un reglamento de estabilización del
alquiler aprobado en 1985.
Con el arraigo de fuerzas más conservadoras a escala nacional, esta-
tal y local, el movimiento de control del alquiler disminuyó. Heskin y su
cercano colega Jackie Keavitt empezaron a promover viviendas coope-
rativas en Los Ángeles y en otros lugares. Heskin tomó la iniciativa per-
sonalmente al ayudar a la formación de una innovadora cooperativa de
viviendas de responsabilidad limitada que permitía a los residentes con
bajos ingresos y principalmente a las minorías la oportunidad de poseer
sus propias casas. Ambos, junto a Gilda Haas, desempeñaron un papel
fundamental en la posterior creación del Community Scholars Program
(Programa comunitario de académicos), que formó y fue formado por
el resurgimiento de coaliciones entre trabajadores, la comunidad y la
universidad que se iniciaron a finales de los años ochenta.

Feminismo espacial y justicia ambiental


También se estaba prestando una atención teórica y práctica, a me-
nudo con un giro espacial, a otros movimientos sociales en auge. Con
los nombramientos de Dolores Hayden (1979), Margaret FitzSimmons
(1980), Rebecca Morales (1981), Jacqueline Leavitt (1984), Gilda Haas
(1984), Leonie Sandercock (1985), Susanna Hecht (1987), Carol Golds-
tein (1987), Julie Roque (1991) y Anastasia Loukaitou-Sideris (1991),
prosperó una fuerte perspectiva feminista durante los primeros años,
especialmente en relación a las mujeres y al entorno construido, y trazó
muchas de las actividades del programa.
El trabajo de Hayden como historiadora feminista sobre el entorno
construido era creativamente espacial e inspiraría a una generación de
222 Edward W. Soja

académicos espaciales feministas. Reflejando su interés en los ensayos


de Henri Lefebvre sobre el espacio y la vida diaria en el mundo moder-
no, Hayden se unió a mí para la organización de una visita de Lefebvre
al UCLAUP en 1978. En sus ensayos, ella lanzaba preguntas sobre la
vida diaria en la ciudad y la manera en la que el entorno construido
necesitaría cambiar para reducir las fuerzas de control del patriarcado.
Preguntaba, por ejemplo, ¿qué aspecto tendría una ciudad no sexista?
En otras palabras, ¿de qué manera cambiaría el entorno construido la
justicia entre sexos? o, invirtiendo la pregunta, ¿cómo puede promover
la justicia entre sexos el cambio del entorno construido? Su investiga-
ción le condujo hasta las ideas de las feministas materialistas del siglo
XIX y hasta las nuevas ciudades utópicas y experimentales creadas en
Estados Unidos, las cuales tenían lazos conceptuales con pensadores so-
cialistas europeos como Fourier y Proudhon. También se embarcó en
un proyecto fundamental sobre lo que ella llamó el “poder del lugar”, re-
formulando los fundamentos de los esfuerzos de conservación histórica
para reconocer a gente y lugares importantes en los movimientos étnico
y obrero de Los Ángeles.
Traspasando el límite entre entornos construidos y naturales, Mar-
garet FitzSimmons, una geógrafa y académica espacial crítica, y Robert
Gottlieb, un periodista crítico con numerosas publicaciones, crearon
una novedosa especialización en el UCLAUP sobre economía política
del medioambiente. Gottlieb, FitzSimmons y sus estudiantes, incluyen-
do a los que ahora son destacados expertos en medioambiente como
Laura Pulido y Stephanie Pincelt, añadieron un fuerte enfoque espacial
y de localización al movimiento de justicia ambiental en desarrollo, al
unir cuestiones como la contaminación del aire y del agua, la reducción
y eliminación de desechos tóxicos y el abuso de químicos tóxicos en
la investigación en curso sobre reestructuración urbana, desarrollo re-
gional y comunitario y nuevas tecnologías industriales (FitzSimmons y
Gottlieb 1996).
Más allá del gran movimiento de justicia ambiental, los problemas
medioambientales estaban ligados directamente a su fuente geográfi-
ca, tanto si se trataba de una fábrica que producía contaminación y de-
sechos tóxicos, como de un establecimiento de limpieza en seco que
utilizaba químicos tóxicos, o de la administración pública que promo-
En busca de la justicia espacial 223

vía políticas equivocadas. En este sentido, se prestó especial atención a


las políticas del agua. Como antiguo Director del Metropolitan Water
District of Southern California (Distrito metropolitano del agua del sur
de California), Gottlieb utilizó su experiencia práctica para escribir un
libro sobre las administraciones del agua junto a FitzSimmons (1991),
que matizaba un libro previo y más general sobre las políticas del agua
(Gottlieb 1989).
Con base en uno de los muchos cursos de proyectos integrales que
se convertirían en artículos y libros publicados, Gottlieb y su alumno
Louis Blumberg redactaron un influyente tratado sobre la eliminación
de residuos sólidos en 1989: War on Waste: Can America Win Its Battle
with Garbage? En otro proyecto, Gottlieb contribuyó de forma consi-
derable al temprano desarrollo de lo que hoy se conoce como el movi-
miento de justicia alimentaria, al abogar por cooperativas de alimentos,
lo que ayudó a estimular el crecimiento y la difusión de los mercados de
agricultores en Los Ángeles y aumentó la conciencia regional sobre las
injusticias asociadas al acceso geográficamente injusto a alimentos fres-
cos, nutritivos y asequibles (Gottlieb et al. 1995). Con su trabajo sobre
cuestiones de eliminación de residuos peligrosos, él y sus alumnos tam-
bién contribuyeron decisivamente al cambio de las leyes que regulaban
el uso de químicos tóxicos en la industria de la limpieza en seco.
Gottlieb, que estudió durante un breve periodo con Henri Lefeb-
vre en Estrasburgo en 1963, resumió lo que estaba ocurriendo en Los
Ángeles y a escala nacional en Forcing the Spring (1993). En este libro
es especialmente interesante el proyecto LANCER, uno de los prime-
ros ejemplos de formación de coaliciones en torno a una cuestión de
justicia ambiental y discriminación por ubicación. A mitad de los años
80, cuando se propuso un proyecto de una incineradora en el barrio
mayoritariamente afroamericano de South Central, en Los Ángeles, la
resistencia encabezada por Concerned Citizens of South Central (Ciuda-
danos comprometidos de South Central) y apoyada por diversas orga-
nizaciones de otras zonas (incluyendo algunas asociaciones del oeste de
propietarios mayoritariamente blancos y adinerados) y por la universi-
dad (otro curso de proyecto dirigido por Gottlieb) lograron detener la
construcción.
224 Edward W. Soja

En el caso de LANCER, como en otros movimientos populares, las


autoridades públicas no lograron ver las injusticias raciales y espaciales
asociadas como efectos adversos de lo que parecían decisiones políticas
progresistas y orientadas hacia la igualdad. Pensado por los funciona-
rios del Estado como una inversión regeneradora para la comunidad
que aportaba muchos trabajos necesarios, los residentes locales con-
sideraron inaceptables las desventajas ocultas en relación con la salud
medioambiental y la discriminación racial involuntaria (a pesar del res-
paldo del plan por el alcalde y el concejal afroamericanos). La injusticia
racial y espacial percibida empeoró por la sospecha de que el proyecto
LANCER se estaba usando para forzar a las áreas residenciales de blan-
cos a aceptar incineradoras en sus barrios para que no fueran acusados
de prejuicios raciales al elegir el emplazamiento de LANCER en una
comunidad afroamericana. En cualquier caso, se adquirió una nueva
conciencia sobre los efectos espaciales negativos directos de los proyec-
tos públicos y sobre la necesidad de crear una coalición para avanzar en
los objetivos del movimiento de justicia ambiental.

Investigación innovadora sobre reestructuración urbana y


regional
Hasta alrededor de 1980, la literatura académica en Los Ángeles era
extremadamente escasa, en especial en comparación con los ensayos en
otras grandes ciudades como Chicago y Nueva York. Hollywood do-
minaba la imaginería urbana de lo que se consideraba una excepción
extraña de las formas convencionales del urbanismo estadounidense.
Sin embargo, tras 1980, Los Ángeles se convirtió en el centro de una
extraordinaria expansión de riguroso trabajo empírico y teórico que la
elevó a una posición central en los estudios de urbanismo contemporá-
neos. Varios académicos contribuyeron a estos acontecimientos, pero
nos centraremos aquí en las contribuciones por parte del profesorado y
el alumnado de Urban Planning de UCLA.
La unión de teoría y práctica, conocimiento y acción, fue una de las
características que definían al cuerpo de investigación y redacción de
Los Ángeles atesorado durante los últimos treinta años. Llamarlo escue-
la, equipo de investigación o simplemente un conjunto de publicaciones
En busca de la justicia espacial 225

diversas, no tiene mayores consecuencias. Lo más trascendente para la


discusión actual es el modo en que esta acumulación de trabajo teóri-
co y empírico, tanto sobre estudios urbanos como regionales, moldeó
y fue moldeada por el desarrollo histórico del activismo social en Los
Ángeles. Para ilustrar estas conexiones, me referiré primero a mi propia
experiencia.
“The Socio-Spatial Dialectic” (La dialéctica socio-espacial), publica-
do en 1980, estimuló mis primeras investigaciones y estudios en Los
Ángeles, tras algunos años de “actualización” relacionados con mi paso
de la geografía al urbanismo y un replanteamiento básico del principio
de mi carrera como especialista en desarrollo africano y geógrafo polí-
tico. La idea de que la sociedad urbana es inherentemente espacial y de
que las formas espaciales moldean de manera activa los procesos socia-
les, al menos tanto como los procesos sociales conforman las formas
espaciales, nació de una comprensiva crítica de la geografía marxista
por su aparente abandono de la explicación espacial y la anteposición
incondicional de lo social. También reflejó mi tentativa en ese momen-
to, mientras me adaptaba al paso a la planificación urbana, de desarro-
llar la idea de “praxis espacial”, definida tal y como yo la veía, como la
aplicación útil de las ideas y teorías espaciales a los problemas sociales
y políticos.
En un departamento de geografía podía ser tan teórico y abstrac-
to como quisiera, siempre y cuando publicase en revistas reputadas.
Siempre presté atención a la enseñanza de la geografía que posibilita-
se su aplicación práctica a los debates teóricos, tanto si se referían a la
teoría del lugar central de Christaller como si lo hacían a la dialéctica
materialista de Marx. No obstante, era fácil escabullirse de demasiada
responsabilidad en cuanto a las aplicaciones prácticas como académi-
co y científico social que hacía investigaciones supuestamente “básicas”.
Evitar una discusión sobre las aplicaciones prácticas no era tan fácil en
un departamento de urbanismo, especialmente uno lleno de activistas
sociales, prácticos y profesionales.
Volviendo la vista hacia atrás, estoy convencido de que no habría po-
dido desarrollar mis estudios teóricos, mis trabajos empíricos y la pers-
pectiva espacial crítica (y no podría haber escrito este libro y sus antece-
226 Edward W. Soja

sores) con tanta facilidad y eficacia en un departamento de geografía o


sociología como lo he hecho en Urban Planning de UCLA. Al principio,
cuando estaba presionado por mis estudiantes para que tradujera las
ideas conceptuales y teóricas, que ellos escuchaban pacientemente en
clase, en algo que pudieran utilizar en la práctica como urbanistas y
activistas de este campo, lo eludía con las excusas pertinentes sobre la
libertad de cátedra y la erudición pura. “Vosotros sois los responsables
de elegir las ideas que utilizaréis, no yo”. La falsedad de esta postura
quedó clara bastante pronto y todo lo que había hecho como geógrafo-
urbanista refleja este descubrimiento, incluso cuando no tenía especial
éxito en influir en la práctica real del urbanismo.
Mi trabajo empírico en Los Ángeles empezó justo tras la publicación
sobre la dialéctica socio-espacial con un proyecto colectivo iniciado a
solicitud de la Coalition to Stop Plant Closings (CSPC, Coalición para
detener el cierre de fábricas). El sindicato de electricistas estaba envuel-
to en ese momento en la organización de trabajadores en una factoría de
General Electric de fabricación de planchas en Ontario, justo al traspa-
sar la frontera del condado de San Bernardino. Sin embargo, se toparon
con un dilema más importante, no sólo debido a la reticencia normal
de los trabajadores por el peligro de perder sus trabajos al participar
en las acciones del sindicato, sino también por la economía emergen-
te de Los Ángeles en aquel momento. Los trabajadores les dirían a los
organizadores del sindicato: “¿Por qué preocuparse por el cierre de las
fábricas? Allí parecen crearse docenas de trabajos continuamente”. Esto
contrastaba bastante con lo que los sindicatos estaban encontrándose en
el resto de la América desindustrializada. Pidieron que les ayudaran a
comprender lo que estaba pasando en la economía de Los Ángeles para
que pudieran organizarse de manera más eficaz en la base.
Esta petición de la CSPC no sólo inició mi propia investigación sobre
la reestructuración urbana de Los Ángeles, sino que también estimuló
un compromiso mayor en una nueva área dentro de Urban Planning:
trabajo y movimiento obrero; al margen de los sectores público y priva-
do oficiales y prácticamente ignorada en casi todos los departamentos
de urbanismo del país. Se había iniciado un proyecto de investigación
urbanística, dirigido por mí mismo y con la reciente contratación de
Rebecca Morales, graduada en Urban Planning, cuyo trabajo se centraba
En busca de la justicia espacial 227

en los trabajadores sin papeles y su relación con el deterioro sindical y


el número creciente en Los Ángeles de fábricas textiles, automovilísticas
y de otras industrias en las que se explota a los trabajadores. Se unió a
nosotros, entre un amplio grupo de estudiantes, Goetz Wolff, quien más
tarde se convertiría en codirector de la coalición bajo el nuevo nombre
de Los Angeles Coalition Against Plant Shutdowns (Coalición contra el
cierre de fábricas de Los Ángeles). En Notas y Referencias se incluye una
breve reseña de Wolff.
El proyecto culminó con dos resultados. Uno fue un pequeño panfle-
to que esbozaba las tempranas señales de advertencia del cierre de una
fábrica, incluyendo desde la caída de inventarios hasta el absentismo
en la dirección. Un breve texto y unas viñetas dibujadas por un artista
del sindicato de electricistas acompañaban cada señal de advertencia. El
tono era urgente y contemporáneo, pero la información estaba basada
en una conciencia creciente en cuanto a las tendencias provenientes del
fracaso de la economía industrial fordista, basada en la producción en
masa en cadenas de montaje, el consumo de masas y la suburbanización
masiva, y de particular importancia en Los Ángeles, los inicios de una
nueva era industrial basada en la fabricación de alta tecnología y nuevas
tecnologías de la comunicación y la información.
Los académicos de la mayor parte del resto de Estados Unidos ten-
dieron a centrarse en los efectos devastadores de la desindustrialización
y en la necesidad de una economía y sociedad postindustriales basadas
en los servicios. Sin embargo, mientras en ciudades del este como Nue-
va York, Detroit, Cleveland y Chicago se estaban perdiendo cientos de
miles de trabajos en la industria en los años setenta, Los Ángeles expe-
rimentó una extraordinaria expansión del empleo industrial. La región
urbana de Los Ángeles incorporó más de un millón de nuevos puestos
no agrícolas durante esa década, una cifra mayor que el crecimiento neto
de su población. En contra de la imagen predominante, Los Ángeles en
1980 albergaba la mayor concentración de trabajadores de la industria
de toda América del Norte. Más llamativo incluso fue el descubrimiento
de que Los Ángeles había encabezado la lista de ciudades en la suma
neta de empleo en la industria durante todas las décadas desde los años
treinta y que el empleo regional en los sectores de la electrónica de alta
228 Edward W. Soja

tecnología y aeroespacial había alcanzado en 1980 un nivel sólo logrado


por Silicon Valley.
Esto no significaba que no hubiera desindustrialización en Los Án-
geles. Nuestra investigación indicaba que a principios de los ochenta se
habían perdido al menos 75.000 trabajos en fabricación, principalmen-
te en los confortables suburbios obreros al sur del centro y sobre todo
en los sectores altamente sindicalizados ligados a la industria del auto-
móvil. Mientras una parte de la economía regional crecía rápidamente,
otras áreas estaban sufriendo un devastador declive, así desaparecieron
casi todos los vestigios de las clásicas industrias fordistas en la simbólica
zona central de la cultura americana del coche. Con más intensidad que
en la mayoría de las regiones urbanas en ese momento, Los Ángeles es-
taba experimentando tanto la desindustrialización como la reindustria-
lización, el declive económico en algunos sectores y zonas y una rápida
expansión del empleo en otras.
Estos descubrimientos nos dieron algunas respuestas a las preguntas
formuladas por la CSPC. Estaba teniendo lugar una profunda y rápida
reestructuración en la economía de Los Ángeles, marcada por el agota-
miento de los trabajos de la industria “fordista” sindicalizada y el creci-
miento simultáneo de una Nueva Economía post-fordista notablemente
bifurcada, por un lado, con trabajos de calidad superior en ciencias, in-
geniería y TI ubicados principalmente fuera de las antiguas áreas indus-
triales y, por otro, con unos trabajadores explotados, con salarios bajos
y mano de obra inmigrante no organizada en los servicios, así como en
los sectores de la industria concentrados alrededor de la zona centro.
La inmigración a gran escala estaba convirtiendo a Los Ángeles en
un enorme depósito de mano de obra barata de múltiples usos. Se con-
trató a varios cientos de trabajadores, a menudo en fábricas clandestinas
que evocaban el Londres dickensiano, no sólo en la floreciente industria
textil, sino también en pequeños talleres de fabricación que producían
partes de máquinas y otros productos, capaces de competir no sólo con
las nuevas fábricas no sindicalizadas de Carolina del Norte, sino tam-
bién con Brasil y el sureste asiático, donde se habían trasladado muchas
de las fábricas que habían cerrado en Los Ángeles, incluida la fábrica de
planchas de hierro de Ontario.
En busca de la justicia espacial 229

El panfleto con las primeras señales de advertencia del cierre de una


fábrica apareció impreso el mismo día que se anunció el cierre perma-
nente de la fábrica de planchas de hierro. Era cierto que había muchos
nuevos trabajos disponibles para los trabajadores desplazados de ésta
y otras fábricas cerradas, pero se trataba de trabajos sin perspectivas y
mal remunerados del sector servicios, en su mayoría sin representación
sindical y a menudo sólo a tiempo parcial. Los trabajadores debían tener
dos o tres trabajos para mantener la economía familiar al mismo nivel,
un patrón de respuesta que se extendió por toda la América desindus-
trializada. Llamamos a lo que estaba ocurriendo con estos trabajadores
K-Marting, por los famosos grandes almacenes de aquella época, pero
habría sido incluso mejor que lo hubiésemos llamado Wal-Marting,
dado el papel dañino que desempeñó esta empresa durante los últimos
treinta años en la reestructuración del mercado laboral estadounidense.
Wolff, Haas y Morales, entre otros, canalizaron nuestros hallazgos
directamente en la Coalition to Stop Plant Closings, dejando claro que
el sindicalismo con base en la comunidad no era suficiente para frenar
la pérdida de empleos tradicionales en la industria; era necesario que se
crearan estas nuevas coaliciones con diferentes objetivos y tácticas para
tratar más específicamente los problemas de los trabajadores despedi-
dos y la creciente aglomeración de trabajadores inmigrantes pobres. De
los fracasos previos emergió una nueva agenda para el activismo social
popular, el cual, desde el principio, estaría informado en la teoría y pro-
mocionado de forma activa a través de un intercambio de personas e
ideas entre la universidad y el ámbito público.
Soja, Morales y Wolff, con agradecimientos a muchos otros, redacta-
ron un artículo resumen publicado en 1983 y titulado “Urban Restructu-
ring: An Analysis of Social and Spatial Change in Los Angeles”. Por lo que
a mí me consta, se trata del primer análisis en la literatura académica de
los aspectos sociales y espaciales interrelacionados de reestructuración
urbana. Con él, se acuñó el término y concepto “reestructuración urba-
na” y se estimuló su uso y aplicación en estudios de cambio urbano en
todo el mundo. También ayudó a asentar el creciente equipo de investi-
gación en UCLA.
230 Edward W. Soja

Durante la década de los ochenta, mano de obra experta y organi-


zadores comunitarios de todo el país influyeron en los programas de
máster y Doctorado de Urban Planning a medida que el departamento
se hizo más ampliamente conocido por su orientación activista espe-
cializada. Destaca en particular un ex-alumno de UCLA, Peter Olney,
quien, tras graduarse con un máster conjunto en gestión y planificación,
se convirtió en uno de los fundadores (junto a Goetz Wolff) y más tar-
de director del Los Angeles Manufacturing Action Project (Proyecto de
acción industrial de Los Ángeles, LAMAP, cuya alusión cartográfica fue
intencionada), una alianza de diez sindicatos locales con el objetivo de
organizar a los trabajadores inmigrantes en el sector de la fabricación.
Al crear coaliciones con las organizaciones étnicas de inmigrantes a
nivel local, con los grupos eclesiásticos y con Urban Planning y el Labor
Center, LAMAP tuvo cierto éxito inicial significativo, pero finalmente
se disolvió por divisiones internas en el AFL-CIO y por las dificultades
que los sindicatos nacionales estaban teniendo con la idea de organizar
a los inmigrantes. En los últimos años, Olney ha sido Director asociado
del Institute for Labor and Employment (Instituto de trabajo y empleo)
de la Universidad de California-Berkeley y Director de organización del
International Longshoremen and Warehousing Union (ILWU, Sindicato
internacional de estibadores y almacenaje). En la conferencia nacional
de Jobs with Justice (Trabajos con justicia) de mayo de 2008, Olney habló
a un animado público sobre el cierre de la ILWU en todos los puertos de
West Coast el 1 de mayo en protesta por la guerra de Iraq. Hoy, continúa
siendo una figura clave en el movimiento obrero de California y vuelve
a dar clases ocasionalmente en Urban Planning.
El equipo de investigación en teoría espacial, reestructuración ur-
bana y desarrollo regional de UCLA siguió creciendo en los noventa,
a pesar de que las sinergias precedentes entre la teoría y la práctica se
habían debilitado considerablemente, y otras universidades y colabora-
dores entraron en escena. Dos publicaciones ilustran estas tendencias:
en 1996 apareció el resultado más exhaustivo del trabajo del equipo de
investigación, The City: Los Angeles and Urban Theory at the End of the
Twentieth Century, que contenía ensayos de los coeditores Scott y Soja,
de miembros del profesorado de Urban Planning (Ong, Blumenberg,
FitzSimmons, Gottlieb, Wachs), de Mike Davis (que impartió varios se-
En busca de la justicia espacial 231

minarios en Urban Planning durante ese periodo), del Decano reciente-


mente sustituido de la GSAUP, Richard Weinstein, y de su colega arqui-
tecto Charles Jencks, del científico político de UCLA Raymond Rocco,
del sociólogo Harvey Molotch (entonces en la UC-Santa Bárbara), de la
periodista afroamericana Susan Anderson y, de la University of Southern
California, de los geógrafos Michael Dear y Jennifer Wolch.
El título, The City, era una referencia intencionada al importante tra-
bajo colectivo de la Facultad de ecología urbana de Chicago, editado
por Robert Park, Ernest Burgess y Roderick Mackenzie, The City: Su-
ggestions for Investigation of Human Behavior in an Urban Environment
(1932, 1967). Muchos de los colaboradores del nuevo libro y algunos
otros se reunieron durante un fin de semana en el lago Arrowhead a
finales de los ochenta para considerar si era una idea útil hablar de una
escuela distintiva de Los Ángeles comparable en alcance e impacto con
la influyente escuela de Chicago. Con cautela, también se debatieron los
nexos filosóficos y políticos con la escuela de Frankfurt de teoría crítica.
Casi todos abandonaron la reunión convencidos de que tal etiqueta-
do era prematuro, presumía demasiado de homogeneidad de perspec-
tivas y era poco útil en el estímulo de investigaciones más profundas de
los supuestos miembros. Sin embargo, la publicación The City reavivó la
idea, especialmente para el geógrafo postmoderno y cualificado urba-
nista, Michael Dear, que durante la siguiente década se convirtió en una
especie de empresario que promocionaba la idea de una escuela de Los
Ángeles y su presunta superación de su predecesor con base en Chicago.
La promoción de la escuela de Los Ángeles encabezada por Dear despe-
gó en direcciones que tenían poca relación con el trabajo en curso del
equipo de investigación; no obstante, tendió a configurar la manera en
la que dicha escuela era percibida por el mundo exterior.
En cualquier caso, hay otro aspecto significativo de The City. En su
subtítulo se especificaba “teoría urbana” y, a pesar de que había alguna
referencia a las políticas urbanas, casi no se mencionaba el extraordina-
rio resurgimiento de la organización comunitaria y obrera a nivel local
que estaba teniendo lugar en Los Ángeles en ese momento. Es difícil
encontrar alguna mención a Jobs for Janitors, a Living Wage Coalition,
LAANE o a los primeros esfuerzos de la Bus Riders Union. Era prácti-
232 Edward W. Soja

camente una declaración de que el intercambio entre la teoría social y


espacial que estaba vívidamente presente en los ochenta se había inte-
rrumpido en los noventa.
La misma ruptura era evidente en el siguiente trabajo colectivo im-
portante del equipo de investigación de Los Ángeles, Global City-Re-
gions: Trends, Theory, Policy, editado por Allen Scott, con un capítulo in-
troductorio escrito conjuntamente por Scott, Soja, Storper y el geógrafo
John Agnew. Basado en una conferencia internacional desarrollada en
UCLA en 1999 y publicada en 2001, el libro era una referencia en el
estudio de las regiones-ciudad y de la globalización, al crear y adoptar
nuevas direcciones desde el primer trabajo sobre las ciudades del mun-
do por Peter Hall y John Friedmann y las ciudades globales por Saskia
Sassen; todos ellos asistieron a la conferencia y tienen capítulos en el
libro. A excepción de los geógrafos Soja y Storper y del antiguo Director
de Urban Planning John Friedmann, no había conexiones directas con
Urban Planning y, tal vez no sorprenda, había pocas reflexiones sobre
el resurgimiento de la creación de coaliciones comunitario-obreras en
Los Ángeles. Sin embargo, el libro solidificó una década de importantes
consecuciones en lo que ahora llaman algunos el Nuevo Regionalismo
y condujo hacia un mayor reconocimiento académico internacional del
equipo de investigación de Los Ángeles en cuanto a estudios de desa-
rrollo regional.
El continuo avance de los estudios de desarrollo urbano y regional,
aunque raramente abordaba cuestiones de desarrollo local y comuni-
tario, tuvo cierta influencia indirecta e inesperada en la educación en
teoría y práctica urbanística descrita como regionalismo con base en
la comunidad. Mientras en el pasado, el profesorado involucrado en la
organización comunitaria y el desarrollo económico local tenían relati-
vamente poco contacto con el profesorado de planificación regional, se
crearon nuevas conexiones entre estos dos grupos y sus obras alrededor
de la idea de la organización de los esfuerzos de desarrollo económico
local y comunitario a escala regional. Se filtró una perspectiva regional
de forma significativa para afectar a las estrategias y a la identidad co-
lectiva de muchas de las coaliciones comunitario-obreras renacientes,
llevándose consigo al menos algunos de los desarrollos en curso de la
En busca de la justicia espacial 233

teoría espacial y de las ideas fundamentales asociadas con la justicia es-


pacial y el derecho a la ciudad.

LA REESTRUCTURACIÓN DE URBAN PLANNING


En sus primeros veinticinco años, el UCLAUP fue un lugar inusual-
mente estimulante y productivo para el estudio de la teoría y la práctica
de las políticas progresistas y, en particular, de lo que se ha definido aquí
como la espacialidad de la (in)justicia y la (in)justicia de la espacialidad.
Independientemente de cómo se definiera, los geógrafos y urbanistas de
UCLA aportaron muchas otras contribuciones creativas y convincentes
a la doctrina académica sobre estudios urbanos y regionales, al mismo
tiempo que la erudición universitaria y la investigación se introdujeron
en una comunidad más amplia, lo que ayudó a transformar Los Ángeles,
que pasó de ser una zona estancada a uno de los centros punteros de los
movimientos de desarrollo comunitario y obrero estadounidenses y de
la lucha por la justicia ambiental y espacial.
No obstante, se produjeron cambios importantes en la dirección y
el enfoque después de 1994, cuando una reducción de presupuesto por
recesión en la Universidad de California condujo a una reestructuración
de las escuelas profesionales. Se cerró la relativamente pequeña Gradua-
te School of Architecture and Urban Planning, lo que implicó que se cam-
biara arquitectura y diseño urbano por la School of the Arts (Escuela de
las artes), y Urban Planning por una nueva School of Public Policy and
Social Research (Escuela de políticas públicas e investigación social), que
más tarde se llamaría SPA, School of Public Affairs (Escuela de asuntos
públicos). Urban Planning luchó duro contra esta reorganización, no
tanto porque sus fuerzas dependieran de conexiones con la arquitectu-
ra, sino más bien por un sentimiento de que una escuela pequeña ofre-
cía un grado de autonomía y un sentido de comunidad que se destruiría
al desintegrar la GSAUP tras veinticinco años de logros inusuales.
Hubo algunos que, en contra de toda garantía administrativa, vieron
una intervención política detrás de la reestructuración, especialmente
cuando salió a la luz que el cierre o la incorporación a otro departa-
mento podía ser la única alternativa que se ofreciera. Sin embargo, fue-
234 Edward W. Soja

ra cual fuese la razón, el programa Urban Planning se convirtió en un


departamento formal, uno de los tres en la nueva Escuela de políticas
públicas, junto con bienestar social, que también había visto eliminada
su escuela independiente, y un completamente nuevo Departamento
de estudios políticos, relativamente indefinido y sin ningún profesor a
tiempo completo en un principio. Si bien se mantuvieron los puestos
del profesorado, Urban Planning perdió sus líneas más flexibles, que se
usaban en el pasado para contratar a profesores prácticos y otros acadé-
micos visitantes. El efecto inmediato de esta pérdida de recursos fue la
intensificación de la competitividad por los recursos dentro del Depar-
tamento, lo que condujo a luchas internas y fricciones, especialmente
entre el profesorado y los estudiantes del programa doctoral más teórico
y los del máster profesional.
Para abreviar esta historia perturbadora, el creativo experimento de
Urban Planning de UCLA llegó a su fin, irónicamente dando bastan-
te énfasis al equipo de investigación local, a través de un proceso de
reestructuración institucional dirigido a ganar competitividad frente
a una crisis económica en la universidad. Desde 1994, muchas de las
fortalezas académicas, de las innovaciones organizadoras internas y de
los compromisos comunitarios se han debilitado considerablemente. El
equipo de investigación urbano y regional crítico siguió expandiéndose,
pero los sucesos mundiales y las reacciones a lo que algunos percibieron
como un estímulo excesivo de Los Ángeles redujeron la atención presta-
da a la metrópolis del sur de California, especialmente en comparación
con Chicago, Miami, Atlanta y Nueva York, donde se había formado en
los últimos años un nuevo e importante equipo de analistas y teóricos
urbanos espaciales.
Hoy en día, la continuidad más importante con el pasado de Urban
Planning es el Community Scholars Program (CSP, Programa comuni-
tario de académicos), que comenzó en 1991 y pronto pasó a organi-
zarse conjuntamente con el Center for Labor Research and Education
(Centro para la investigación y la educación laboral), bajo el mando del
activista obrero Kent Wong. Al principio, la mayoría de los académicos
estaban involucrados principalmente en el desarrollo de la comunidad
y las cuestiones de vivienda, sumándole los movimientos de vivienda y
de control de alquiler de los años ochenta. Sin embargo, con el primer
En busca de la justicia espacial 235

proyecto sobre “turismo accidental”, mencionado anteriormente, estaba


claro que el programa se convertiría en un vehículo cada vez más im-
portante para unir los movimientos laboral y comunitario.
Cada año, se elegía a diez o doce activistas comunitarios con expe-
riencia para que participasen. Sin tener que pagar ninguna matrícula,
podían asistir a las clases regulares, a seminarios especiales celebrados
a menudo fuera del campus, y trabajar con los estudiantes de máster en
proyectos especiales. En las ceremonias de graduación, recibirían certi-
ficados de finalización. Como ya se ha dicho, los informes de proyectos
comenzaron con un boom entre 1991 y 1992 con un análisis de la indus-
tria turística que condujo a cambios en la política, así como al Tourist
Industry Development Council (Consejo de desarrollo de la industria tu-
rística), dirigido por Madeleine Janis-Aparicio y precursor de LAANE.
En Notas y Referencias hay una lista de proyectos hasta 2001.
Dos de las series de informes de proyectos en curso del CSP destacan
como indicadores de las nuevas iniciativas llevadas a cabo en el mo-
vimiento de justicia local: Wal-Mart and Wal-Martization: Challenges
for Labor and Urban Planning (Wal-Mart y Wal-Martización: retos para
el trabajo y la planificación urbana, 2004-5) fue uno de los primeros
estímulos de lo que sería un movimiento mundial contra las políticas
laborales y, a menudo, el impacto económico destructivo de esta com-
pañía. Más recientemente, Fighting for a Right to the City: Collaborative
Research to Support Community Organizing in L.A. (Luchar por el dere-
cho a la ciudad: investigación colaborativa para apoyar la organización
comunitaria en Los Ángeles, 2006-7) introdujo desarrollos paralelos a
escala nacional e internacional para movilizar nuevos movimientos en
torno al regionalismo comunitario y al concepto de derecho a la ciudad.
Éstos y otros esfuerzos del CSP, principalmente bajo la dirección de Jac-
kie Leavitt y Gilda Haas, ayudaron a mantener estrechos lazos entre el
UCLAUP y la red regional en expansión de las organizaciones laborales
y comunitarias.
Hoy en día, el UCLAUP se ha restablecido lo suficiente como para
ocupar el primer puesto entre los Departamentos de urbanismo del país
en referencias de expertos y publicaciones académicas y continúa atra-
yendo a estudiantes sobresalientes, especialmente a aquéllos con expe-
236 Edward W. Soja

riencia en organizaciones obreras y comunitarias. El compromiso con


el activismo progresista sigue siendo fuerte, aunque no tanto como lo
era en el pasado, ya que este compromiso se hace cada vez más difí-
cil de mantener dada la crisis financiera, los recortes del presupuesto
universitario y los continuos ataques del gobernador Schwarzenegger al
Labor Center de la Universidad de California. No obstante, entre estos
cambios, la fuerza de la formación de coaliciones entre trabajadores y
comunidad sigue creciendo en Los Ángeles.
6. EN BUSCA DE LA JUSTICIA ESPACIAL
TRAS EL 11-S

Continuidades y conclusiones
Los sucesos del 11 de septiembre de 2001 tuvieron efectos inmedia-
tos y significativos en el movimiento por la justicia de Los Ángeles, al
desacelerar su impulso y desviar su foco de atención principal, al menos
temporalmente. Por ejemplo, la decisión de reemplazar a trabajadores
de seguridad del aeropuerto ya contratados por empleados de la admi-
nistración pública federal tuvo un efecto especialmente fuerte sobre el
sindicato HERE (Hotel Employees and Restaurant Employees Union, Sin-
dicato de empleados de hoteles y restaurantes), uno de los participantes
más activos en la formación de una coalición regional. Gran parte de
sus miembros, la mayoría trabajadores inmigrantes pobres, fueron des-
pedidos repentinamente y la satisfacción de sus necesidades urgentes
absorbió la mayor parte de las energías y gastos del sindicato. Como
consecuencia del 11-S se perdieron más de 4.000 puestos de trabajo en
la industria del turismo y 7.000 en total. Sin embargo, la destrucción de
empleo no fue el único problema.
La conmoción desatada por el 11-S se usó rápidamente a escala lo-
cal y nacional para implementar agresivas políticas económicas que de
otro modo habrían sido inaceptables para la sociedad, principalmente
en relación con la búsqueda de la justicia social y la conservación de las
libertades civiles. Las iniciativas políticas nacionales asociadas a cues-
tiones de seguridad y a la creación de la agrupación federal en torno a la
Oficina de Seguridad Nacional tuvieron efectos adversos que golpearon
directamente los movimientos obreros y en contra de la pobreza de todo
el país. Se propusieron recortes federales en formación laboral, centros
de salud, guarderías, educación superior y muchas otras prestaciones
del bienestar en un momento en el que, sólo en el año precedente, la
población nacional que vivía bajo el umbral de la pobreza había aumen-
tado en más de un millón de personas y la polarización social, medida
por la distancia entre los más ricos y los trabajadores pobres, alcanzó
niveles inigualables en la historia estadounidense.
238 Edward W. Soja

Además, la histeria anti-inmigrante se intensificó no sólo con el au-


mento de policía federal, sino también con la agrupación de vigilantes
voluntarios para proteger las fronteras de cualquier incursión extranjera
que se observara. La “ecología del miedo”, que antaño se limitó a las
ciudades, se convirtió en una obsesión nacional y, cada vez más, a escala
internacional. Tras haber sorteado la destrucción que sacudió Nueva
York y Washington D.C. el 11-S, se esperaba que Los Ángeles, con sus
millones de trabajadores inmigrantes pobres y su liderazgo nacional en
activismo de base, sufriera las consecuencias geopolíticas regresivas más
que la mayoría de las regiones urbanas. Sin embargo, tal y como resultó,
las redes y coaliciones locales respondieron rápida y competentemente
mostrando que se había alcanzado un umbral de solidez y resiliencia.
El trabajo conjunto de LAANE, CLUE y HERE Local 11 para lu-
char contra las empresas que usaron el 11-S como excusa para contra-
tar mano de obra más barata, como estaba ocurriendo en todo el país,
promovió con éxito la aprobación de una ordenanza de trabajadores
desplazados en diciembre de 2001, la cual exigía que los empleadores
dieran preferencia a la recontratación de trabajadores despedidos por
los sucesos de hacía tres meses. Los sindicatos obreros de Los Ángeles
también desempeñaron un papel importante en la reestructuración ra-
dical del movimiento obrero nacional. En 2004, HERE se fusionó con
UNITE, Union of Needletrade, Industrial and Textile Employees (Sin-
dicato de trabajadores de la costura, industriales y textiles) —fundada
ella misma por la fusión en 1995 de ILGWU y ACTWU— para crear
UNITE-HERE. En 2005, se unió algún otro sindicato, incluidos SEIU
e International Brotherhood of Teamsters (Fraternidad internacional de
trabajadores del transporte), para romper con la AFL-CIO y crear la
Change to Win Coalition (Coalición cambio para ganar), ahora con siete
sindicatos y más de cinco millones de trabajadores. El liderazgo de Los
Ángeles estaba directamente representado en el núcleo del movimiento
obrero nacional más que nunca.
También vale la pena recordar el “Gran boicot americano” del 1 de
mayo de 2006: una marcha pacífica de más de un millón de personas a
favor de los derechos de los inmigrantes y contra la creciente tendencia
nacional hacia el sentimiento anti-inmigrante. Algunos llevaban cami-
setas blancas en protesta por la guerra de Iraq, pero hubo muy pocos
En busca de la justicia espacial 239

asuntos paralelos que restaran atención a las expresiones más generales


de solidaridad con los trabajadores inmigrantes a una escala y con una
repercusión sin precedentes hasta el momento. Se organizaron marchas
simultáneas en toda California y la frontera más transitada del mun-
do, entre San Diego y Tijuana, cerró por completo durante dos horas.
Nada representó con más fuerza el poder continuado de las coaliciones
y alianzas del sur de California.
Parece por tanto que el movimiento de justicia más amplio de Los
Ángeles, así como su concentración excepcional en la búsqueda de la
justicia espacial, no sólo ha sobrevivido al asedio regresivo que siguió
al 11-S, sino que ha resurgido fortalecido y renovado. Aquí se discuten
con más detalle tres de sus nuevas iniciativas más destacables, cada una
de las cuales con efectos que se extienden a escala local y regional para
ayudar a estimular los movimientos de justicia nacional y hasta cierto
punto global: (1) la creciente importancia de los Pactos de beneficios
comunitarios (CBAs), (2) las luchas contra Wal-Mart y (3) la creación
de una alianza nacional a favor del derecho a la ciudad. También se dis-
cute el episodio menos exitoso pero extraordinario del South Central
Community Garden (Huerto comunitario de South Central), destruido
en 2006 a pesar de las protestas masivas de grupos populares.

DESARROLLO CON JUSTICIA: LA ONDA EXPANSIVA


DE LOS PACTOS DE BENEFICIOS COMUNITARIOS
LAANE y su líder, Madeline Janis-Aparicio, renacerían especialmen-
te tras el 11-S, consiguiendo logros importantes de la organización a
escala nacional, y uniendo su trabajo de un modo más directo con la
administración local. En el núcleo de estos prolongados progresos se
encontraba la promoción más efectiva de los Pactos de beneficios comu-
nitarios, el sello de la persistente campaña de LAANE para el desarrollo
con justicia o, como proclama en su actual página web, “Construyendo
una ciudad de justicia”. Apoyándose en la exitosa campaña por un sa-
lario digno y en otras victorias relacionadas con los trabajos con jus-
ticia, LAANE fue la primera en utilizar la estrategia CBA a finales de
los noventa con un innovador pacto asociado a la reurbanización de
Hollywood Boulevard. Desde entonces, los CBAs se han multiplicado
240 Edward W. Soja

a lo largo y ancho de la ciudad y del Condado de Los Ángeles y se ha


extendido a muchas ciudades del país, incluyendo Denver, Milwaukee,
Seattle, Pittsburgh, New Haven, Phoenix y Atlanta.
A pesar de que la idea básica de un CBA es relativamente sencilla, se
podría decir que la propagación de su implementación representa una
innovación radical en el plan de desarrollo económico local, en la ges-
tión participativa, en el movimiento obrero y en la lucha por los dere-
chos residenciales a la ciudad. Un CBA es un documento legal vinculan-
te negociado por una coalición obrero-comunitaria determinada y un
promotor, que está apoyado en el plano financiero de manera habitual,
aunque no necesariamente, por la administración local o por la agen-
cia de desarrollo urbano. A cambio de subvenciones públicas, mayores
facilidades en el ordenamiento territorial y otros reglamentos locales y
con la ventaja añadida de tratar con una coalición comunitaria defini-
da formalmente y reconocida por el Gobierno, el promotor negocia un
acuerdo para proporcionar una serie de beneficios que normalmente
incluyen trabajos de calidad, contratación local, viviendas asequibles,
mitigación del impacto ambiental y distintos servicios a la comunidad.
La lista de beneficios varía según la naturaleza de los proyectos y las
necesidades de la comunidad, pero ha crecido con cada contrato CBA
que se ha firmado. En el Proyecto de desarrollo urbano de uso mixto en
North Hollywood, por ejemplo, formaban parte del acuerdo una guar-
dería, un seguro sanitario con fondos fiduciarios para los trabajadores
locales, un espacio de alquiler gratuito para un centro de formación de
trabajadores y cierta ayuda financiera para una sede de jornaleros en
North Hollywood dirigida por CHIRLA, la Coalition for Humane Im-
migrant Rights of Los Angeles (Coalición por los Derechos Humanos de
los inmigrantes de Los Ángeles). En otro proyecto para un parque in-
dustrial en la comunidad latina pobre, se hicieron promesas de gestión
del tráfico, de revisión del diseño comunitario, de un programa de arte
público y de la mejora de la formación artística en las escuelas locales.
En esencia, nuevos proyectos de desarrollo responsables con la mejora
de la calidad de vida y que evitan efectos adversos en las comunidades
en las que se ubican.
Mientras este movimiento nacional crecía, algo más estaba ocurrien-
do para intensificar el impacto de los CBAs en el desarrollo urbano de
En busca de la justicia espacial 241

Los Ángeles. Madeline Janis, como ahora prefiere que la llamen, fue
nombrada en 2002 comisionada voluntaria del consejo de la Los Angeles
City Redevelopment Authority (Autoridad de renovación urbana de la
ciudad de Los Ángeles), según dicen, la mayor agencia de este tipo del
país y, durante las últimas cuatro décadas, una organización de plani-
ficación pública con una gran influencia. En 2006, el alcalde actual y
antiguo activista sindical Antonio Villaraigosa volvió a nombrar a Janis
con cierta oposición debido a sus políticas asertivas.
En el mismo año, otra activista local destacada, Cecilia Estolano, fue
nombrada Directora ejecutiva de la Autoridad de renovación urbana e
inició un significativo programa de reorientación para el organismo, co-
nocido por favorecer los intereses empresariales y los proyectos a gran
escala, como el proyecto de renovación de Bunker Hill en el centro de
Los Ángeles. Estolano es una abogada medioambiental que trabajó en
la California Coastal Commission (Comisión de costas de California)
y en la U.S. Environmental Protection Agency (Agencia de protección
medioambiental de Estados Unidos) como asesora jefe de políticas.
También tiene un máster en urbanismo por UCLA y mantiene un con-
tacto cercano con Urban Planning, impartiendo ocasionalmente el cur-
so obligatorio Derecho y calidad de vida urbana.
Puede que sus extremos más radicales se hayan moderado al expan-
dir su poder e influencia locales, pero LAANE no sólo ha mantenido
su liderazgo en la formación de coaliciones locales entre trabajadores,
comunidad y universidad, sino también ha sido un desencadenante
esencial para la expansión de las ideas y programas estratégicos de estas
coaliciones a escala estatal, nacional y mundial. Este alcance nacional y
global de LAANE se ejemplifica mejor en las luchas contra la mayor em-
presa de venta al por menor del mundo y fuente renovada de injusticias
laborales: Wal-Mart.

WAL-MART Y LA BATALLA POR INGLEWOOD


Como es de sobra conocido, el gigante de la venta al por menor Wal-
Mart se ha convertido en el blanco de las luchas por diferentes tipos de
justicia a escala local, nacional y en todo el mundo. Por ejemplo, una
242 Edward W. Soja

organización llamada Wal-Mart Litigation Project ha estimado que sólo


en los juzgados federales de Estados Unidos, se interponen entre dos y
cinco demandas al día contra la empresa por más de cien presuntas vio-
laciones diferentes de la ley. Dukes c. Wal-Mart Inc. fue el mayor pleito
basado en una demanda colectiva en la historia de Estados Unidos. Se
interpuso en nombre de 1,6 millones de mujeres empleadas que protes-
taban por distintos tipos de discriminación por razón de género. Las
librerías están ahora llenas de títulos como How Wal-Mart Is Destroying
America (and the World). Me centraré sin embargo en el papel que des-
empeñaron los grupos de activistas situados en la región urbana de Los
Ángeles en estas grandes luchas contra Wal-Mart.
Quizá no sorprenda que esta historia de Los Ángeles se ilustre de
forma real en una película (en DVD): Wal-Mart: The High Cost of Low
Price (Wal-Mart: el alto coste de los precios bajos), producida y dirigida
por Robert Greenwald (2005). La película cuenta las historias de las per-
sonas y comunidades afectadas a lo largo del país por las políticas labo-
rales insidiosas y por las estrategias de ataque contra los sindicatos de la
mayor empresa de venta al por menor del mundo, con cinco mil tiendas
y un millón y medio de empleados en todo el mundo. El film alcanza su
cenit de liberación optimista con la historia de la batalla por Inglewood,
un esfuerzo exitoso de la lucha contra la “invasión de la América urba-
na” por Wal-Mart, que estimularía varias docenas de victorias similares.
Tras contar la historia de Inglewood, al final de la película se despliega
en la pantalla una larga lista de victorias contra Wal-Mart en pequeñas
y grandes ciudades.
Además de ser una parte vital de la gran lucha contra Wal-Mart, la
batalla por Inglewood ilustra la continua expansión de la formación de
coaliciones entre trabajadores, comunidad y universidad en Los Ánge-
les. Inglewood es un municipio independiente situado cerca del Aero-
puerto Internacional de Los Ángeles (LAX), conocido por ser una de las
ciudades del país con una amplia mayoría de afroamericanos. Su pobla-
ción es de poco más de 115.000 habitantes, en la actualidad cuenta con
casi tantos residentes latinos como afroamericanos y con más del 20 %
de su población por debajo del umbral de pobreza. Dentro de sus límites
se encuentra el Hollywood Park Race Track y el Forum, antiguamente
el principal estadio del equipo profesional de baloncesto Los Angeles
En busca de la justicia espacial 243

Lakers, antes de que se trasladaran al Staples Center en el mismo centro


de Los Ángeles.
A principios del siglo XXI, Wal-Mart, con su sede tradicional en pe-
queñas ciudades de Estados Unidos, estaba desarrollando una estrategia
urbana dirigida a las comunidades relativamente pobres pero con una
población densa, con especial énfasis en California, donde otras cade-
nas de grandes almacenes de venta al por menor como Costco habían
acaparado una parte importante del mercado. Inglewood, por diversas
razones, era un objetivo especialmente atractivo para instalar el segun-
do mayor mercado urbano del país.
En marzo de 2002, a través de su programa de supervisión de de-
sarrollo urbano en colaboración con la United Food and Commercial
Workers Union (UFCW, Sindicato de trabajadores de la alimentación y
el comercio), LAANE descubrió que Wal-Mart, por medio de un pro-
motor intermediario, había adquirido una opción de compra en un lu-
gar cercano al Forum, situado en una zona de unas 24 hectáreas, que se
estimaba que era una de las mayores parcelas de suelo sin explotar de
todo el país. Casi de inmediato, LAANE empezó a organizar la resisten-
cia a esta “invasión”, iniciada más de un mes después del anuncio de los
planes de Wal-Mart de construir cuarenta megacentros de grandes al-
macenes en California, incluyendo una tienda en Inglewood como pun-
ta de lanza. Los tempranos esfuerzos de organización contribuyeron a
la aprobación de una ordenanza municipal que prohibía la apertura de
tiendas de grandes almacenes. Como reacción, Wal-Mart sacó a relucir
sus mejores armas al amenazar con acciones legales contra la ciudad, y
al mismo tiempo reunió firmas para un referéndum que, desde su punto
de vista, permitiera decidir a la gente. En diciembre, el ayuntamiento
rescindió la ordenanza y la batalla por Inglewood comenzó en todo su
esplendor.
La primera gran ofensiva en la batalla tuvo lugar en agosto de 2003,
cuando se presentó una iniciativa de votación muy inusual con el res-
paldo del (sumiso) Comité ciudadano de bienvenida a Wal-Mart a In-
glewood. Si se aprobaba la iniciativa, no sólo se permitiría a Wal-Mart
construir una colosal tienda en un terreno de unas 24 hectáreas, sino
que le daría el equivalente a derechos extraterritoriales para hacer del
244 Edward W. Soja

terreno prácticamente un feudo propio. A Wal-Mart se le permitía, de


hecho, se le invitaba, a hacer lo que quisiera con el lugar, sin supervisión
administrativa, judicial ni comunitaria. Asombrados por este presun-
tuoso golpe, LAANE, con ayuda de Clergy and Laity United for Econo-
mic Justice (CLUE, Clero y laicos unidos por la justicia económica), de
los líderes religiosos locales y de los trabajadores de la alimentación em-
prendieron esfuerzos para formar coaliciones estratégicas dirigidas a la
creación de una nueva organización, la Coalition for a Better Inglewood
(CBI, Coalición por un Inglewood mejor).
Además de la ayuda en la organización, LAANE contribuyó en otras
dos áreas fundamentales: en la promoción de la investigación analí-
tica exhaustiva y en las relaciones públicas y como enlace eficaz con
los medios de comunicación. Se celebraron unas series de cursos en el
UCLAUP, desde seminarios de estudiantes universitarios hasta proyec-
tos del Programa comunitario de académicos, lo que acarreó la publica-
ción de diversos artículos como “Researching Wal-Mart: A Guide to an
Annotated Bibliography”, “Wal-Mart and Wal-Martization: Challenges
for Labor and Urban Planning”, ambos supervisados por Jackie Leavitt,
y “The Price We Pay for Wal-Mart”, publicado por el Comité educativo
de ILWU con la ayuda de Goetz Wolff y tres estudiantes graduados en
Urban Planning. El último artículo incluía algunas comparaciones deta-
lladas entre Wal-Mart y Costco, unos grandes almacenes de venta al por
menor más progresistas y eficientes.
La iniciativa de la votación se programó para abril de 2004. Los pri-
meros sondeos mostraban que aproximadamente entre el 60 % y el 40 %
estaba a favor, ya que Wal-Mart llevó a cabo su propia campaña sobre los
habitantes de Inglewood. Los esfuerzos de la CBI se debilitaron debido a
lo que resultó ser una huelga prolongada en todo el país contra los dos
principales gigantes de la venta al por menor de comestibles de la región
de Los Ángeles, provocada en parte por los esfuerzos por controlar los
salarios, si no reducirlos, de cara a una posible competición con la enor-
me tienda de Wal-Mart. La campaña de Wal-Mart hacía hincapié en sus
argumentos habituales; que sus bajos precios atendían a las necesidades
inmediatas de los relativamente pobres, que habían logrado esos bajos
precios al mantener la mano de obra y otros costes reducidos y que sus
tiendas creaban puestos muy necesarios y aumentaban la recaudación
En busca de la justicia espacial 245

de impuestos locales. ¿Era ésa la forma democrática de permitir que la


gente decidiera si quería que se construyese o no una tienda?
Wal-Mart subestimaba claramente el poder de las coaliciones que
resurgían en Los Ángeles. Se desarrollaron contraargumentos para
mostrar que los salarios de Wal-Mart eran tan bajos que sus trabaja-
dores tenían que confiar en los subsidios de las prestaciones sociales
para sobrevivir. En un informe dirigido por el congresista George Miller
(Demócrata de California), se estimó que estos bajos salarios estaban
subvencionados por los contribuyentes de California hasta una canti-
dad aproximada de 50 millones de dólares. La forma en que Wal-Mart
valoraba su efecto neto en los trabajos y la recaudación de impuestos se
ponía en duda por prestar una atención insuficiente a los efectos adver-
sos más extendidos en las áreas colindantes, ligados a la pérdida de em-
pleos e ingresos, especialmente con respecto a las tiendas de venta al por
menor más pequeñas forzadas a cerrar por la insuperable competencia.
También se reflejaba la larga lista de quejas y pleitos contra la empresa,
así como el cierre de las tiendas de Wal-Mart poco después de que se
acabaran los subsidios y la creación de un puesto de delegado ejecutivo
especializado en atacar a los sindicatos.
El 6 de abril de 2004, un mes después de que terminara la huelga de
tiendas de comestibles, los habitantes de Inglewood rechazaron la ini-
ciativa por un 61 % frente a un 39 %, pero ahí no terminó la batalla. Tras
gastar un millón y medio de dólares en la promoción de la iniciativa,
Wal-Mart siguió adelante, a pesar de todo, con la compra del terreno.
Esto desencadenó una vigorosa respuesta de la CBI y de LAANE. Se
iniciaron nuevas campañas, en primer lugar para exigir Pactos de be-
neficios comunitarios en cualquier gran proyecto de desarrollo urbano
en Inglewood y, en segundo lugar, para crear una legislación que diera
información detallada a los residentes sobre el impacto en la comunidad
de las grandes tiendas. Un año después de la votación, la CBI envió una
delegación de líderes de la comunidad a Bentonville (Arkansas), la sede
central mundial de Wal-Mart, para la primera conferencia “Día de los
medios de comunicación” (“Media Day”) de la historia de la empresa.
La CBI retó a Wal-Mart a aceptar los Pactos de beneficios comunita-
rios en todos sus proyectos y presionó a la compañía para que dejase
de gastar millones de dólares en sus intentos de relaciones públicas y
246 Edward W. Soja

para que, en su lugar, invirtiera el dinero en la mejora de las vidas de sus


trabajadores. En julio de 2006, el ayuntamiento de Inglewood aprobó
una ordenanza de grandes tiendas, similar a la que se promulgó dos
años antes en la ciudad de Los Ángeles, que exigía la elaboración de un
informe completo de impacto económico antes de que se considerase la
aprobación.
No se frenó por completo a Wal-Mart en sus planes de expansión en
California, pero no cabe duda de que se perturbó considerablemente su
ambición gracias al poder de las coaliciones de base locales. La batalla
por Inglewood desempeñó un importante papel en la universalización
de lo que había estado ocurriendo en Los Ángeles y, a escala local, en la
unión de diferentes corrientes y estrategias de formación de coaliciones.
No hubo una mención manifiesta a la justicia espacial o territorial, tam-
poco hubo ninguna petición explícita sobre el derecho a la ciudad, pero
creo que no sería exagerado decir que estos conceptos y sus estrategias
asociadas estuvieron presentes de un modo significativo.

EL FRACASO DE LA LUCHA POR SALVAR EL HUERTO


COMUNITARIO DE SOUTH CENTRAL
Entre estas historias de éxito, hay otra más compleja relativa a un es-
fuerzo frustrado en la formación de coaliciones, que pone de manifiesto
el poder continuado de los intereses empresariales para dar forma al
espacio urbano, la debilidad de la administración local incluso cuando
apoya los esfuerzos de los activistas y la persistencia de divisiones etno-
raciales que pueden motivar la fractura de las luchas colectivas por la
justicia social y espacial. Me refiero a la destrucción del South Central
Community Garden (Huerto comunitario de South Central) en julio de
2006, que en ese momento era uno de los mayores cultivos urbanos de
todo Estados Unidos. Aunque debió ser doloroso para los que estuvie-
ron involucrados, la historia del huerto también simboliza muchos de
los puntos fuertes de la formación de coaliciones en Los Ángeles y es
necesario recordarla.
La historia comienza, de forma bastante interesante, en 1986, cuan-
do la ciudad de Los Ángeles, haciendo uso de sus poderes de expropia-
En busca de la justicia espacial 247

ción, adquirió una parcela de tierra en el barrio South Central de Los


Ángeles, entonces mayoritariamente afroamericano, con la intención
de construir una incineradora de desechos conocido como LANCER,
Los Angeles City Energy Recovery Project (Proyecto de recuperación de
energía de la ciudad de Los Ángeles). Como se comentaba en el Capí-
tulo 5, el proyecto LANCER se convirtió en uno de los primeros éxitos
del movimiento de justicia ambiental. Encabezadas por Concerned Ci-
tizens of South Central (Ciudadanos comprometidos de South Central)
y apoyadas por muchas otras organizaciones y activistas de la región, se
alzaron vigorosas protestas contra el proyecto, así como contra sus pro-
mesas propagandísticas de generación de empleo e impacto ambiental
positivo.
Debido a la oposición de la comunidad, se abandonó el proyecto y
se dejó al descubierto el terreno, unas 6 hectáreas situadas cerca de la
esquina este de la cuarenta y uno con las calles de South Alameda. Los
procedimientos de derecho de expropiación posibilitaban a los propie-
tarios originales la readquisición del terreno en caso de que la ciudad
no fuera capaz de venderla con fines públicos o de vivienda en un plazo
de diez años. La idea era que el derecho de expropiación exigiese un
“desarrollo urbano” del terreno. La parcela continuó vacía, como gran
parte del desindustrializado South Central de Los Ángeles, hasta 1994,
cuando se vendió al Departamento portuario de Los Ángeles, que a su
vez se lo cedió al Banco regional de alimentos de Los Ángeles, una red
de distribución de alimentos sin ánimo de lucro situada enfrente de la
calle de la incineradora, para que la usara como un huerto comunitario.
En ese momento, el Banco regional de alimentos formaba parte de un
potente movimiento de “justicia alimentaria” dirigido al abastecimiento
de alimentos frescos a precios razonables, especialmente a las comuni-
dades con bajos ingresos.
El huerto de South Central o, como se dio en llamar, el South Central
Community Garden (SCCG) empezó el cultivo incluso antes de todo
esto, poco después de las revueltas por la justicia de 1992. Se convirtió
en uno de los mayores huertos comunitarios de Estados Unidos y en
la vanguardia del movimiento agrícola urbano a escala nacional. En su
apogeo, el SCCG incluía casi cuatrocientas familias, mayoritariamente
inmigrantes latinos que reflejaban un cambio importante en la demo-
248 Edward W. Soja

grafía del barrio. Sin embargo, en 2001 todo empezó a cambiar, cuando
Ralph Horowitz, un socio de la inmobiliaria que era oficialmente la pro-
pietaria del terreno, demandó a la ciudad por violar el contrato.
La demanda interpuesta reclamaba que la tierra no se estaba usando
con los fines de desarrollo urbano pertinentes y, por lo tanto, los pro-
pietarios originales habían visto denegado su derecho de readquisición
tras diez años. La ciudad rechazó la demanda, pero inició negociaciones
secretas que condujeron a un acuerdo en 2003, lo que dejó estupefactos
a los horticultores de la comunidad y a sus partidarios. A cambio de
poco más que la promesa de donar parte del terreno a la construcción
de un campo de fútbol, Horowitz podía volver a comprar la tierra por
casi los mismos aproximadamente cinco millones de dólares que se pa-
garon por ella en la expropiación por embargo diez años atrás, a pesar
del enorme incremento de su valor que se produjo en ese periodo de
tiempo. El asunto se complicó además ante ciertos indicios de que algu-
nos líderes de la comunidad afroamericana en las protestas precedentes
contra el proyecto LANCER apoyaron esta decisión, a lo mejor porque
pensaron que el huerto comunitario no había beneficiado lo suficiente a
los afroamericanos de la zona.
Alentados por las esperanzas de que el nuevo alcalde, Antonio Villa-
raigosa, apoyaría enérgicamente sus peticiones, los agricultores crearon
una nueva organización como respuesta: South Central Farmers Feeding
Families (Agricultores de South Central que alimentan a las familias), y
recabaron un apoyo generalizado de grupos medioambientales, famo-
sos de Hollywood y otros grupos de la región. A pesar de los pleitos di-
rigidos a invalidar la venta de la propiedad, de los intentos por comprar
la propiedad para restablecer el huerto, de vehementes llamamientos al
alcalde y al ayuntamiento y de las protestas casi diarias en el lugar, la
mañana del 13 de junio de 2006, los agricultores empezaron a ser des-
alojados. Al menos cuarenta manifestantes fueron arrestados, incluyen-
do la actriz Daryl Hannah. Al día siguiente, una empresa de seguridad
privada ocupó la propiedad para impedir el regreso de los agricultores y
pocas semanas después las excavadoras arrasaron el terreno.
Más tarde, Horowitz afirmó que no vendería la tierra ni por cien
millones de dólares, debido a supuestos comentarios antisemitas y a la
En busca de la justicia espacial 249

formación de piquetes en su casa. Sus planes actuales pasan por cons-


truir un almacén y centro de distribución en el lugar arrasado. La ciu-
dad, mientras continúa rechazando la publicación de documentos de
las negociaciones de 2003, ofreció algunas tierras de propiedad pública
en un lugar alternativo situado bajo cables de alta tensión. Cinco meses
después del desalojo, más de sesenta agricultores de South Central reu-
bicados en el lugar cercano a Avalon Boulevard en Watts han hecho de
él una simbólica punta de lanza para el Los Angeles Community Garden
Council (Consejo del huerto comunitario de Los Ángeles), una de las
mayores organizaciones de ese tipo en todo el país.
La experiencia del huerto de South Central influyó en el activismo
comunitario nacional y en cierto grado, en el internacional, así como en
las convenciones de justicia ambiental de hoy día como un ejemplo de
fuerza organizativa y compromiso por una variante de lo que he descrito
como derechos residenciales a habitar la ciudad y darle forma a la pro-
ducción de geografías urbanas y regionales. Este espíritu de resistencia
y renovación quedó reflejado en el destacado documental The Garden,
producido y dirigido por Scott Hamilton Kennedy y nominado a un
premio de la Academia en 2009. The Garden se añade a la creciente lista
de películas sobre la oleada de formación de coaliciones en Los Ángeles,
junto a Bread and Roses de Ken Loach sobre Justice for Janitors, Bus Ri-
ders Union de Haskell Wexler y Wal-Mart: The High Cost of Low Prices
de Robert Greenwald.

LA FORMACIÓN DE UNA COALICIÓN NACIONAL POR


EL DERECHO A LA CIUDAD
La reaparición de la idea de derecho a la ciudad como un princi-
pio de organización y objetivo para el activismo estratégico traspasó
un importante umbral político de forma significativa en enero de 2007,
cuando tuvo lugar la reunión inaugural de la nueva coalición nacional
llamada Right to the City Alliance (Alianza por el derecho a la ciudad).
En la historia de la búsqueda de la justicia espacial y del aumento de la
formación de coaliciones en Los Ángeles entre trabajadores, comunidad
y universidad, constituye un logro de gran trascendencia la creación de
250 Edward W. Soja

una organización en expansión de “redes regionales” inspirada y movi-


lizada alrededor de una idea explícita de Derechos Humanos basados
en la ciudad y en la democracia política regional. La Alianza todavía se
encuentra en sus primeras etapas, pero su formación ya ha ayudado a
solidificar y consolidar las luchas contemporáneas por la justicia social
y espacial a muchas y diversas escalas operacionales, desde la local a la
global.
La reunión inaugural de la Alianza tuvo lugar del 11 al 14 de enero
de 2007, en el Japanese American Cultural Center (Centro cultural ame-
ricano-japonés) de Little Tokyo, en Los Ángeles. Tres organizaciones se
encargaron de convocar el evento de creación de la coalición: el Miami
Workers Center (Centro de trabajadores de Miami), Strategic Actions for
a Just Economy (SAJE, Acción estratégica para una economía justa) y
Tenants and Workers United (Unión de inquilinos y trabajadores), un
grupo de Virginia del Norte. También participaron más de treinta orga-
nizaciones comunitarias de ocho áreas metropolitanas (Boston, Wash-
ington D.C., Los Ángeles, Miami, Nueva Orleans, Nueva York, Oakland,
Providence y San Francisco) y siete académicos, incluyendo a Jakie Lea-
vitt (UCLA), Manuel Pastor (UCSC, ahora USC), Nik Theodore (Chi-
cago) y Dick Walker (UCB). Todos los voluntarios y tomadores de notas
fueron estudiantes graduados en Urban Planning de UCLA. En Notas y
Referencias se dan más detalles sobre las organizaciones participantes.
Quedaron claros tres objetivos: (1) empezar el proceso de creación
de capacidades colectivas para que las luchas urbanas locales se con-
viertan en un movimiento nacional en torno al derecho a la ciudad; (2)
proporcionar un marco y una estructura para establecer el escenario
de la organización regional y para conectar a los intelectuales con el
trabajo ya realizado; (3) crear una red o alianza nacional que permita
a las organizaciones aprender de otras, crear debates nacionales sobre
asuntos que afectan a las comunidades urbanas y ayudar a coordinar un
programa nacional en expansión. La discusión quedó enmarcada por
una ambición mayor, la cual tenía como objetivo la aseveración de una
nueva visión de democracia que aportaría una comprensión contem-
poránea de las dinámicas de desarrollo y cambio urbanas y regionales.
En el núcleo de los programas de acción que se discutieron se encon-
traban los problemas de gentrificación y desplazamiento. Este interés
En busca de la justicia espacial 251

por la gentrificación reflejaba los intereses de las organizaciones clave


participantes, todas ellas, a excepción del caso especial de Nueva Or-
leans, centradas en la expansión de las regiones urbanas con el precio
en alza de las viviendas y la polarización creciente en los ingresos. En
una discusión dirigida por un representante del Miami Workers Cen-
ter, se identificaron una serie de procesos de reestructuración que ha-
bían intensificado los problemas asociados a la gentrificación durante
los últimos treinta años, incluyendo el declive del apoyo federal a los
programas urbanos, la privatización y la subcontratación masiva de los
servicios públicos, la desindustrialización, los inflados mercados de la
vivienda e inmuebles, la mayor brecha entre ricos y pobres y la crimina-
lización de la pobreza. Esta “nueva gentrificación” se veía como un pun-
to clave estratégico de movilización para el movimiento por el derecho
a la ciudad, al menos en estas primeras etapas.
Asimismo, se discutieron nuevos enfoques teóricos, especialmente
en relación con la ascensión del neoliberalismo y los efectos injustos de
la globalización y de la Nueva Economía. Se prestó especial atención a
la necesidad de organización regional, en concreto para la creación de
redes regionales que se extendieran más allá del núcleo de las áreas ur-
banas hacia las regiones metropolitanas más amplias. Del mismo modo,
se presentaron ideas originales de Henri Lefebvre sobre la colonización
del espacio urbano por el capital y la cultura del consumo. En palabras
de René Poitevin de la NYU: “El derecho a la ciudad es la respuesta
de las comunidades oprimidas al intento de las fuerzas del mercado de
darle una nueva forma a la ciudad, como si estas comunidades no im-
portaran, como si no tuvieran todo el derecho a estar allí y a darle forma
a la ciudad de manera que satisfaga sus necesidades y sus expectativas”.
A pesar de que hubo muy poca o ninguna discusión sobre la pers-
pectiva espacial crítica (excepto por el énfasis en el establecimiento de
redes y asociaciones ligadas de forma indirecta con la justicia ambien-
tal) y sólo alguna mención a la poderosa noción de justicia, había mu-
chos vínculos con las ideas y los argumentos discutidos en En busca
de la justicia espacial. Los “nuevos enfoques teóricos” reflejaban mu-
chos de los hallazgos del equipo de investigación de Los Ángeles sobre
reestructuración urbana y regional, de los efectos polarizadores de la
globalización y de la diferencia creciente de ingresos asociada a la Nue-
252 Edward W. Soja

va Economía. En el núcleo de dicho enfoque se encontraba el objetivo


estratégico de crear más vínculos sólidos y efectivos entre los distintos
movimientos sociales y las luchas activistas basadas en la experiencia
compartida de la injusticia y la opresión inherente a la producción so-
cial del espacio urbano. Se sostuvo que los activistas tendían a aislarse
en sus propios campos de acción por separado, haciendo complicada la
formación de alianzas colectivas. La creación de redes regionales en tor-
no al concepto de derecho a la ciudad proporcionaba una nueva fuerza
movilizadora potencialmente más efectiva en la lucha contra cualquier
forma de discriminación.
The Right to the City Alliance se ha convertido en una parte vital de lo
que se está expandiendo rápidamente a través de un movimiento global
de proporciones inauditas. Si se busca en Google “derecho a la ciudad”
hoy, por ejemplo, aparecen casi nueve millones de entradas. En muchos
sentidos, este movimiento global en expansión es un apropiado ejem-
plo para concluir muchas de las ideas y argumentos discutidos en los
capítulos previos, desde la difusión interdisciplinar de una perspectiva
espacial crítica y la formación de una nueva conciencia espacial hasta
los debates sobre la espacialidad de la injusticia y la injusticia de la espa-
cialidad, el trasvase de la teoría espacial urbana a la práctica a través del
notable resurgimiento del activismo popular y la formación de coalicio-
nes en Los Ángeles. Al mismo tiempo, también se trata solamente del
principio de una nueva etapa en la lucha por la justicia espacial y la de-
mocracia regional, que se está haciendo más urgente y necesaria por la
profunda crisis económica mundial. Concluyo con un breve comentario
sobre la manera en la que la crisis de 2008 afecta y puede verse afectada
por la teoría y la práctica de la búsqueda de la justicia espacial.

OBSERVACIONES FINALES: LA BÚSQUEDA DE LA


JUSTICIA ESPECIAL TRAS LA CRISIS DE 2008
Empecé a escribir este libro con un sentido de optimismo estratégi-
co. Revisando lo que he escrito, continúo siendo estratégicamente op-
timista incluso cuando el mundo se hunde más y más en la peor crisis
económica desde la Gran Depresión. Utilizo la palabra “estratégico”
En busca de la justicia espacial 253

para describir mi optimismo porque expresa la esperanza que puede


no justificarse por las contundentes pruebas que veo a mi alrededor: los
conflictos geopolíticos persistentes que se extienden por todo el mundo,
la pertinaz resistencia que surge en Estados Unidos contra las innova-
doras políticas sociales en salud y medioambiente del nuevo Gobier-
no presidencial, los crecientes signos de debilidad a nivel local en las
universidades, en la sociedad civil y en los gobiernos local y estatal en
bancarrota. Para evitar perder la esperanza, podría remontarme a idea-
lizaciones normativas, abogar por poco más que convencionales políti-
cas y prácticas progresistas o democráticas radicales, pero la perspectiva
espacial crítica que he explicado y promocionado a lo largo de tantas
páginas exige más que eso.
Cualquier tipo de perspectiva teórica crítica tiene como objetivo pro-
ducir conocimiento y conciencia con el potencial de cambiar el mundo
a mejor. El pensamiento crítico se impulsa con el optimismo estratégico
y la esperanza, con la meta de darle sentido teórico y práctico-político
al mundo para que podamos actuar de forma más apropiada y efectiva.
Hoy en día soy optimista por muchas razones, todas ellas ligadas en
gran medida a nuestra comprensión práctica y teórica acumulada de la
condición contemporánea y de los procesos de restructuración genera-
dos por la crisis, los cuales han estado dándole una nueva forma a nues-
tras geografías resultantes durante los últimos cuarenta años. No hay
duda alguna de que la crisis de 2008 marcó un punto de inflexión crucial
en estos procesos de reestructuración y de que, muy probablemente, se
pongan en marcha esas nuevas direcciones para el cambio; pero lo que
hemos aprendido de la aplicación de una perspectiva espacial crítica
es el potencial para estimular la continua innovación y quizá también
adelantos muy importantes e inesperados en la búsqueda de una mayor
justicia social y espacial.
Lo que hemos aprendido nos dice que a pesar de que hay muchas y
significativas continuidades con el pasado, el presente es un momen-
to para perspectivas innovadoras, para acciones políticas que puedan
aprovechar de forma efectiva los nuevos y diversos retos y oportunida-
des que surgen del actual periodo de lo que puede llamarse crisis ge-
nerada por la reestructuración. El momento actual es tan diferente de
lo que ocurría veinte o treinta años atrás (algunos dirían incluso uno o
254 Edward W. Soja

dos años atrás) que es muy probable que el hecho de reaccionar como
si las condiciones fueran las mismas, sólo otra de las muchas corrientes
de las crisis económicas, no conduciría a resultados muy positivos para
las poblaciones desfavorecidas del mundo. Entonces, ¿qué podría guiar
estas nuevas perspectivas?
No sorprenderá al lector que empiece por la necesidad de una pers-
pectiva espacial incluso más asertiva, que reconozca la consecuente es-
pacialidad de nuestras vidas y entienda cómo los procesos sociales y
espaciales se entrelazan para producir tanto geografías opresivas como
favorecedoras. Es probable que este reconocimiento de una nueva con-
ciencia espacial continúe extendiéndose a otros muchos campos de de-
sarrollo teórico, análisis empírico y activismo social. Siendo más opti-
mista, preveo un cambio radical en el pensamiento intelectual y político
del siglo XXI, que reconozca y reconsidere las profundas distorsiones de
finales del siglo XIX y que preste una atención crítica a la consiguiente
espacialidad de la vida humana, al igual que la que se le ha asignado
tradicionalmente a nuestra socialidad definida por la historia. Tanto si
este cambio radical se desarrolla como si no, es muy posible que una
perspectiva espacial crítica sea más central y esencial que nunca antes
para afrontar los retos del futuro.
Impulsar el giro espacial aún más lejos pasará por el surgimiento
en la actualidad de ideas sobre la importancia de la urbanización, el
regionalismo y la interrelación de las escalas geográficas desde lo global
a lo local. Los estudios sobre los efectos generadores de la aglomeración
urbana y las economías regionales cohesivas aún están dando los pri-
meros pasos, pero han logrado un nivel extraordinario, empujando a
un número creciente de académicos a reconocer estos efectos como las
causas principales del desarrollo económico, la innovación tecnológica
y la creatividad cultural. Que sean también geografías generadoras de
injusticias, que profundizan las desigualdades del poder social y político
y las crisis explosivas del capitalismo como la del 2008, ha de abordarse
con la misma diligencia y énfasis.
Lo que hemos aprendido de los debates y las luchas por la justicia
espacial y por el derecho a la ciudad está conduciendo a una interpreta-
ción más espacial de lo que ocurrió en 2008, especialmente en relación
con su arraigo en los profundos procesos de reestructuración que tu-
En busca de la justicia espacial 255

vieron lugar en las décadas posteriores a 1970. Durante este periodo, el


capitalismo experimentó una profunda reconfiguración, una parte sig-
nificativa de lo que fue un “ajuste espacial”. La geografía de las ciudades,
de las regiones y las naciones y la economía global fueron remodeladas
en un esfuerzo por recuperarse de las múltiples crisis de los años sesen-
ta y reducir la posibilidad de disturbios sociales perjudiciales. Veamos
algunos de estos cambios espaciales, ya que proporcionan una nueva
percepción de la crisis de 2008.
A mediados de los años setenta, la estructura relativamente simple
de la urbanización metropolitana, con su típica y clara división mono-
céntrica entre las formas de vida en la ciudad y en los alrededores, pasó
a ser más heterogénea y entremezclada, borrando los viejos límites y
creando redes cada vez más policéntricas de extensas regiones-ciudad o
ciudades-región de un tamaño y complejidad sin precedentes. La metró-
polis moderna, formada en el periodo de postguerra por una mezcla de
la producción en masa fordista y el estatalismo del bienestar keynesiano,
se transformó en una postmetrópolis postfordista y postmoderna, con
una forma cualitativamente distinta de urbanismo. Entre muchos de los
cambios, el contraste de densidad entre las ciudades interiores y exterio-
res declinó a medida que los suburbios se fueron urbanizando progre-
sivamente y la urbanización regional empezó a reemplazar la urbaniza-
ción metropolitana y la expansión y extensión puramente suburbanas.
Mientras estas regiones-ciudad más amorfas se integraban en una
nueva jerarquía global, la antigua división geográfica internacional de la
mano de obra entre el Primer, Segundo y Tercer Mundos experimentaba
una reconfiguración espacial similar. El Segundo Mundo de los Estados
socialistas encabezados por la Unión Soviética se desintegró, países re-
cién industrializados (NICs) entraron en el Primer Mundo, y el Tercer
Mundo se diferenciaba y redefinía cada vez más. La globalización ace-
lerada traspasaba los antiguos límites y alentaba el establecimiento de
contactos en todo el mundo entre las regiones-ciudad más importantes,
homogeneizando al tiempo que diferenciando la economía cultural glo-
bal.
De repente, China apareció entre esta reestructuración global, en
sus propios términos. Su distintiva mezcla de comunismo y capitalismo
llevó a una sexta parte de la población mundial a la industrialización
256 Edward W. Soja

urbana más rápida de la historia. Algunos consideran que la sexta parte


del mundo es India, que está adelantándose. Las nuevas organizaciones
supranacionales y los bloques de comercio se han multiplicado duran-
te los últimos treinta años, esperando crear mercados más amplios y
competitivos basados en el modelo de la Unión Europea. Entre esta re-
estructuración del orden capitalista mundial, la excepcional China ha
pasado a ocupar una posición cada vez más poderosa, aunque en cierto
modo ambigua, ya sea sola o en combinaciones como Chindia (China e
India, que representarían una de cada tres personas del mundo) o BRIC
(Brasil, Rusia, India y China).
Para adaptarse a la reorganización de las economías globales y me-
tropolitanas, se estaba produciendo otro ajuste espacial a escala estatal y
regional. Al mismo tiempo que las aglomeraciones urbanas y las regio-
nes-ciudad se hacían cada vez más importantes y emergían nuevas in-
fluencias a escala supranacional y global para enfrentarse a la soberanía
estatal, se reestructuraron muchos Estados y las economías nacionales
controladas por los mismos. Lo puntero de este proceso de reestructura-
ción estatal fue el nacimiento de lo que se dio en llamar neoliberalismo,
un sistema de gobierno y su ideología asociada que estimuló el creci-
miento económico basado en mercados no regulados, privatización y
creación de nuevas fuentes de gran rentabilidad apoyadas en varios ti-
pos de manipulación financiera. Tal y como comentaré brevemente, fue
esta burbuja de beneficios neoliberal la que explotó en 2008.
Mientras la soberanía estatal cambiaba, a veces extendiendo el con-
trol del Estado dentro y fuera de la nación, otras veces dando lugar a
signos de declive del poder estatal, los regionalismos experimentaron
un resurgimiento notable. Estados como Yugoslavia, Checoslovaquia,
la desintegrada Unión Soviética, Bélgica e Italia se enfrentaron a ame-
nazas similares; se produjo una mayor descentralización del poder del
Estado en Reino Unido, Canadá, España y otros países como respuesta a
las presiones regionales. El regionalismo puso de manifiesto la distancia
entre las estructuras de gobierno que resistían con obstinación y la cir-
culación y las relaciones económicas transnacionales, así como globales,
de adaptación más flexible. Además, favoreció el desarrollo de estudios
regionales críticos y la necesidad de lo que algunos han llamado un
Nuevo Regionalismo. En contra del pensamiento regional del pasado, el
En busca de la justicia espacial 257

Nuevo Regionalismo traspasa el nivel del estado-nación para centrarse


en las organizaciones multinacionales y los bloques de comercio y, a
escala metropolitana y local, para regionalizar el discurso urbano y los
debates sobre democracia local y derecho a la ciudad.
Simplificando de alguna manera, los procesos de reestructuración
generados por la crisis y el intento de realizar ajustes espaciales que
tuvieron lugar durante los años setenta y ochenta, estimulados por el
neoliberalismo de gran rentabilidad, pero muy selectivo, asociado a los
regímenes de Reagan y Thatcher, se consolidaron bastante en los noven-
ta para ser entendidos como un nuevo modelo de desarrollo capitalista.
Conocido popularmente como Nueva Economía, se trata de un modelo
más flexible en su organización de la producción y gestión, nutrido con
las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, globalizado
en su extensión y construido en torno a ciertos sectores de crecimien-
to como los servicios empresariales, la banca de inversión y el término
genérico FIRE relativo a finanzas (finance), seguros (insurance) y bienes
inmuebles (real estate).
Con inicios tempranos en la bancarrota de la bolsa de 1987, los di-
versos sucesos de 1989 (la plaza de Tiananmen, el muro de Berlín, la
Perestroika soviética), las revueltas por la justicia de Los Ángeles en
1992 con sus consiguientes rebeliones antiglobalización, las crisis fi-
nancieras asiáticas de los noventa y, más indirectamente, los sucesos del
11-S, la reestructuración generada por la crisis empezó a adentrarse en
una era de crisis generadas por la reestructuración con episodios de dis-
turbios y declive económico causados más bien por las nuevas formas
y estructuras que se crearon tras 1970 que por los antiguos conflictos
y contradicciones. En este sentido, la crisis de 2008 se puede atribuir a
las características particulares del capitalismo neoliberal y a su sector
FIRE más impulsor, especialmente tal y como han aumentado en Esta-
dos Unidos y, en menor medida, en la Europa occidental.
La contribución del sector FIRE al producto interior bruto y al em-
pleo total de Estados Unidos creció en cifras extraordinarias durante
los últimos treinta años, pero lo que germinó fuera de los límites nor-
males de la economía real fue incluso más asombroso. Una economía
de crédito inflada y computerizada se hinchó con trillones de dólares
con un valor de cambio semificticio en forma de fondos de alto riesgo,
258 Edward W. Soja

permutas de cobertura por incumplimiento crediticio, fondos de capi-


tal privado y otras formas recicladas electrónicamente de capitalización
que no existían antes de 1970. Absorbidos por esta burbuja financiera
poco regulada que FIRE alimentó y por sus corrientes de inversión a
menudo semejantes al esquema de sistema piramidal fraudulento Ponzi,
se encontraban los fondos de pensión de los trabajadores, los ahorros de
las familias, primeras y segundas hipotecas, las reservas de los bancos
y cualquier fuente de capital todavía no envuelta en inversiones de alto
riesgo.
Durante alrededor de treinta años, los beneficios de los implicados
fueron impresionantes, al menos sobre el papel, lo que ayudó a generar
una polarización pronunciada de los ingresos en Estados Unidos, con
una enorme concentración de la riqueza real y supuesta en el 1 % de
la cima de la jerarquía de ingresos, mientras el 40% de la base experi-
mentó lo que todos los signos indican que fue un descenso absoluto
en los salarios y una distancia creciente en las rentas familiares cuando
se comparan con las grandes fortunas. A pesar de que fue mesurada,
la distribución de ingresos se hizo más regresiva e injusta que en casi
cualquier otra época de la historia de Estados Unidos. La geografía de
la desigualdad económica se había visto afectada con anterioridad, pero
ni mucho menos a ese nivel. Tuvo lugar el desplazamiento del frostbelt
al sunbelt, una concentración relativa de riqueza en las costas atlántica
y pacífica frente al interior, y una urbanización creciente de la pobreza
con la concentración de los pobres en aglomeraciones urbanas mayores
(donde también había una concentración de ricos).
Estoy seguro de que hay otras, y, tal vez, muy diversas explicaciones
de lo que ocurrió en 2008, pero para los propósitos actuales y las pers-
pectivas futuras de la búsqueda de la justicia espacial, se puede decir
que esta burbuja neoliberal explotó, señalando al menos el principio del
fin de una era de reestructuración económica. Con toda certeza, no se
trata del fin del capitalismo, ni siquiera de su variante neoliberal, ya que
el futuro puede provocar su reconstitución. Lo que quiero decir es que
hoy en día se está desarrollando tanto una conciencia creciente de las
injusticias y desigualdades integradas en la Nueva Economía como una
necesidad en aumento de encontrar mejores formas de conseguir una
mayor justicia, independientemente de cómo se defina.
En busca de la justicia espacial 259

Esto conduce de nuevo la discusión final hasta David Harvey, Henri


Lefebvre y los debates sobre el derecho a la ciudad. En un discurso de
presentación del Forum Social Mundial llevado a cabo en Belén (Bra-
sil) el 13 de febrero de 2009, Harvey amplió su pensamiento sobre el
derecho a la ciudad con una interpretación de la crisis financiera actual,
describiéndola esencialmente como una crisis de urbanización. Tras
disculparse ante el público por hablar en inglés, la lengua del imperialis-
mo internacional, pasó a presentar un análisis característicamente pers-
picaz de la perpetua y llena de crisis lucha del capitalismo por erigir un
entorno construido y una geografía específica para mantener su camino
imperativo hacia la acumulación, para encontrar salidas rentables a su
producto excedente.
Sirviéndose de fuentes no identificadas, afirmó que ha habido 378
crisis financieras en todo el mundo desde 1970, casi siete veces el núme-
ro estimado para el periodo entre 1945 y 1970. Desde su punto de vista,
al menos la mitad de las crisis posteriores a 1970 fueron fundamental-
mente crisis urbanas. “Tienen una base en la urbanización”, causadas en
gran medida por la especulación de la vivienda y la propiedad y por el
cambio de la inversión en actividades productivas y generadoras de em-
pleo a la inversión en remodelación urbana conducida por el consumo
y financiada por una burbuja de crédito hinchada que creció en un valor
estimado de diez veces el producto interior bruto de todo el mundo.
Haciendo hincapié en las continuidades con el pasado más que en
las nuevas y diferentes condiciones del presente, Harvey presenta una
vívida interpretación del hundimiento financiero de 2008 como una cri-
sis específicamente de urbanización; en otras palabras, una crisis fun-
damentalmente espacial. Desarrolla sus anteriores argumentos sobre la
acumulación por desahucio y los enlaza con el creciente valor de la pro-
piedad, la explosión de las hipotecas basura, el crecimiento récord de la
deuda de las familias, la propagación de las aperturas de juicios hipote-
carios, especialmente contra las poblaciones minoritarias, pero también
en los que una vez fueron barrios residenciales en auge y predominante-
mente blancos, y lo que él sostiene que ha sido la mayor pérdida de valor
de activos de los pobres (y yo también añadiría de la clase media) en la
historia. Como reacción a la, hoy en día, “gran crisis que sigue y sigue y
260 Edward W. Soja

sigue adelante” como el conejo de las pilas, retoma la necesidad de una


lucha renovada por el derecho a la ciudad:
Mi razonamiento es que si esta crisis es básicamente una crisis de urbani-
zación, entonces la solución debería ser una urbanización de otro tipo, y aquí
es donde la lucha por el derecho a la ciudad se hace esencial, porque tene-
mos la oportunidad de hacer algo distinto. […] Necesitamos un movimiento
nacional de Reforma Urbana como el que vosotros tenéis aquí (en Brasil). […]
De hecho, necesitamos empezar a ejercitar nuestro derecho a la ciudad […]
para invertir en su totalidad esta forma en la que las instituciones financieras
son prioritarias frente a nosotros, […] para formular la pregunta de qué es más
importante, si el valor de los bancos o el valor de la humanidad, […] para asu-
mir el mando del problema de absorción del excedente capitalista. Tenemos
que socializar los excedentes de capital. Tenemos que usarlos para satisfacer
las necesidades sociales.

Estas observaciones conducen los debates actuales sobre el derecho


a la ciudad (y la búsqueda de la justicia espacial que he conectado con
éste) a nuevos niveles de entendimiento político y práctico, como Har-
vey ha hecho tan a menudo en el pasado. No dudo en aprobar su idea de
que la crisis financiera actual es fundamentalmente una crisis generada
por la urbanización y que una respuesta apropiada debe también tener
su base en la urbanización. Sin embargo, es necesario hacer algunas sal-
vedades significativas sobre estas conclusiones generales.
Para empezar, las luchas por el derecho a la ciudad no deben re-
ducirse sólo a las luchas contra el capitalismo. No hay duda alguna de
que las geografías injustas son creadas en un grado considerable por
los efectos explotadores de la acumulación capitalista respaldada por un
Estado conciliador y unas fuerzas de mercado poderosas. Sin embar-
go, hay otras muchas fuerzas que dan forma a estas geografías injustas,
como el racismo, el fundamentalismo religioso y la discriminación por
razón de género, así como las prácticas espaciales que no se diseñan
necesariamente sólo, o siempre, para reforzar las diferencias de clase,
como la delimitación del distrito electoral y otras circunscripciones, el
emplazamiento de instalaciones tóxicas, la construcción de sistemas de
transporte colectivo, la ubicación de escuelas y hospitales, la formación
de asociaciones de vecinos, la producción de alimentos y los huertos
comunitarios, las leyes por zonas, o las agrupaciones residenciales de
profesiones concretas como artistas o ingenieros.
En busca de la justicia espacial 261

El reconocimiento de las múltiples fuerzas que dan forma a la pro-


ducción social del espacio urbano nos aleja de la creación de movi-
mientos sociales monolíticos y con objetivos muy concretos hacia la
formación de coaliciones más transversales. La movilización de coali-
ciones y alianzas regionales en torno al derecho a la ciudad con base
en la comunidad y el empleo debe permanecer radicalmente abierta a
múltiples áreas y a lo que en el pasado podrían haberse considerado
extraños compañeros de cama, como los líderes de los trabajadores y
los yuppies o sindicatos locales y asociaciones de propietarios o, a fin de
cuentas, negros y blancos, hombres y mujeres, heterosexuales y gays. La
creación de tales alianzas transversales no es sencilla, pero tal y como he
estado sosteniendo repetidamente en los capítulos anteriores, la nueva
conciencia espacial que se ha estado desarrollando durante las últimas
décadas proporciona nuevas oportunidades para movilizar, apoyar y
avanzar estratégicamente en el objetivo de formar coaliciones con nue-
vas combinaciones. De ahí el argumento de que el derecho a la ciudad
necesita ser visto de forma mucho más explícita de lo que ha sido en los
últimos años, como una cuestión espacial global, como una lucha por la
justicia espacial.
Como también he sostenido, esta creación de coaliciones para lograr
la justicia espacial y el derecho a la ciudad no debería estar confinada
a los habitantes de la ciudad, ya sea implícita o explícitamente. Estas
coaliciones deben buscar la movilización y la organización a diferen-
tes escalas geográficas y aprender de las experiencias similares en otros
países, regiones, ciudades, barrios y familias. La búsqueda de la justi-
cia espacial debe conectar más estrechamente con el movimiento por la
justicia ambiental y ayudar a redefinir y redireccionar los movimientos
existentes contra la globalización, el neoliberalismo, el calentamiento
global, la extinción de especies, las armas nucleares, la intolerancia reli-
giosa y cualquier tipo de tortura. Del mismo modo que las coaliciones
necesitan formarse dentro de las regiones urbanas, también necesitan
alcanzar otras redes regionales y escalas que vayan desde lo global y
transnacional hasta lo local y la intimidad de los hogares y las familias.
El mundo cambió radicalmente en 2008, elevando a nuevas alturas
tanto los peligros como las oportunidades asociadas intrínsecamente
con la crisis. Ver el presente casi por completo como una continuidad
262 Edward W. Soja

con el pasado, otro elemento más en un desfile interminable de proble-


mas casi inevitables asociados al capitalismo, el racismo o el patriarca-
do, puede ayudarnos a aprender de la historia pero no es suficiente para
enfrentarnos de forma efectiva a los retos de hoy y mañana. Debemos
afrontar el futuro con un optimismo estratégico, con una apertura ra-
dical a nuevas ideas y, si hay una lección que aprender de todo lo que
he venido diciendo, con la percepción teórica y práctica proveniente de
una perspectiva espacial crítica.
AGRADECIMIENTOS

Empecé a escribir este libro hace más de diez años y publiqué algunas
ideas iniciales sobre la justicia espacial en Postmetropolis: Critical Stu-
dies of Cities and Regions (2000), especialmente en el Capítulo final. Un
año después de esta publicación recibí una pequeña ayuda del Institute
for Labor Education (Instituto de formación laboral) de UCLA (ahora
IRLE, Institute for Research on Labor and Employment —Instituto para
la investigación sobre trabajo y empleo—) para un proyecto sobre la
justicia espacial y el resurgimiento de la formación de alianzas entre
el empleo, la comunidad y la universidad en Los Ángeles. En muchos
sentidos, En busca de la justicia espacial es un informe final ampliado
de este proyecto, y agradezco al Programa de empleo Miguel Contreras
y al IRLE su apoyo y paciencia. El objetivo de llegar e informar a una
audiencia de activistas obreros y comunitarios sigue siendo central en
este libro.
Quisiera aprovechar la oportunidad para agradecer al destacado
grupo de estudiantes que participó en la investigación de ese proyecto y
continúan ayudando en el desarrollo de la teoría y la práctica de la bús-
queda de la justicia espacial. Incluyo a Mustafa Dikec, Joe Boski, Tom
Kemeny, Walter Nichols, Alfonso Hernández-Márquez, Stefano Bloch,
Ava Bromberg y Konstantina Soureli. La aportación de Konstantina ha
sido particularmente valiosa gracias a sus comentarios editoriales y a su
ayuda para mantenerme al día de los recientes acontecimientos. Gra-
cias también a las docenas de estudiantes de Doctorado que asistieron
al curso sobre Teoría del Urbanismo que impartí durante más de diez
años, los cinco últimos centrados en la temática de la justicia espacial.
Las animadas discusiones que surgieron en torno a este tema contri-
buyeron de manera significativa en la elaboración de En busca de la
justicia espacial.
En UCLA, he sido afortunado de formar parte de un extraordinario
grupo de académicos y activistas del urbanismo que han hecho de la re-
gión urbana de Los Ángeles un laboratorio inusualmente creativo para
el desarrollo de nuevas ideas sobre planificación urbana y regional y teo-
ría del desarrollo, economía geopolítica y la formación de coaliciones de
264 Agradecimientos

base. No he tratado de resolver el controvertido debate que ha surgido


acerca de si estos acontecimientos podrían definir una nueva “escuela”
de estudios urbanos y regionales; sostengo en cambio que el núcleo de
todo lo que se ha logrado a través del trabajo de este grupo de geógrafos
y urbanistas se deriva principalmente de un compromiso ampliamente
compartido de la aplicación práctica y política de una perspectiva espa-
cial crítica.
Un apunte final: mientras escribo estos agradecimientos, el Institute
for Research on Labor and Employment de UCLA y de la Universidad de
California-Berkeley y su organización marco, el Programa de empleo
Miguel Contreras, están siendo objeto de asedio por parte del Gober-
nador de California Arnold Schwarzenegger. Después de algunos in-
tentos fallidos en años anteriores, el Gobernador Terminator anunció
a finales de 2008, que iba a reducir las ayudas económicas al IRLE y
completamente al Labor Center en el presupuesto propuesto para 2009,
un objetivo concreto que sólo puede percibirse como una violación de
la libertad académica motivada por razones políticas y un ataque a la
justicia social y espacial no sólo para los trabajadores universitarios sino
para todos en todas partes. Ninguna otra unidad de la Universidad de
California fue despojada de su presupuesto de este modo. Sólo se puede
esperar que prevalezca el optimismo estratégico aquí también, porque
el centro continúa su inestimable labor con el apoyo especial del forzado
presupuesto de la administración universitaria.
NOTAS Y REFERENCIAS

PRÓLOGO
Quiero dejar claro desde el principio que mi interpretación del caso Bus
Riders Union (BRU) como ejemplo de cómo las estrategias espaciales han en-
trado en la práctica política no está relacionada necesariamente con la forma en
que determinadas organizaciones y sus líderes ven sus esfuerzos y campañas.
La mejor manera de entender estos objetivos, estrategias y logros es a través de
los escritos de Eric Mann, director y cofundador del Labor/Community Strate-
gy Center (Centro de estrategia laboral/comunitario) y de las páginas Web del
Strategy Center y sus organizaciones afiliadas, incluyendo Bus Riders Union,
Transit Riders for Public Transportation, National School for Strategic Organi-
zing, y Community Rights Campaign (www.thestrategycenter.org). Gracias a
Eric y a Lian Hurst Mann, Manuel Criollo (actualmente Organizador jefe de
BRU) y Barbara Lott-Holland (Copresidenta del BRU) por clarificarme sus
puntos de vista sobre la injusticia racial y espacial y por su revisión crítica de
un proyecto anterior que discutía el caso BRU.
Para tener una idea del enfoque espacial sobre el racismo y las injusticias del
capitalismo que tomaron las principales figuras detrás de la decisión judicial,
véase Hurst Mann (1996, 1991) y Dutton y Hurst Mann (2003, 2000, 1996),
que figuran en la bibliografía del prólogo, que también incluye otras referen-
cias pertinentes sobre esta decisión. Lian Hurst Mann es una crítica y teórica
de la arquitectura, cofundadora del Strategy Center, editora de su publicación
política trimestral bilingüe Ahora/Now, y en la actualidad cocoordinadora de
la National School for Strategic Organizing (Escuela nacional de organización
estratégica). Recientemente, ella y varios colegas han diseñado la expansión
de las publicaciones y actividades multimedia del Strategy Center, que produ-
ce libros, folletos y películas. El último libro del “movimiento editor” interno
Frontlines Press es Katrina’s Legacy: White Racism and Black Reconstruction in
New Orleans and the Gulf Coast (2009), de Eric Mann.
Como se ha subrayado en el texto, hubo varios casos sobre derechos civiles
que reclamaron equidad en el transporte y justicia racial antes de la decisión
de 1996 dictada en la demanda colectiva del BRU. Los urbanistas cuestionaron
sin éxito a la Cleveland Transit Authority en la década de 1970 en cuanto a las
inversiones en ferrocarril frente a las destinadas al autobús, y retos similares
tuvieron lugar en Filadelfia en 1991 (Better North Philadelphia v. Southeastern
Pennsylvania Transportation Authority [SEPTA]) y Nueva York en 1995 (New
266 Notas y Referencias

York Urban League Inc. v. the State of New York Metropolitan Transit Autho-
rity et al.). Por qué estos casos fracasaron y el caso BRU fue un éxito es una
pregunta compleja. No cabe duda de que el poderoso compromiso político, la
experiencia y el esfuerzo organizativo estratégico de la coalición movilizada
por el Strategy Center fue un factor fundamental. También se evidencia amplia-
mente que las estrategias específicamente espaciales jugaron un papel clave en
el caso BRU y en las acciones del Strategy Center antes y después de la decisión
de 1996. Como ejemplos de visión espacial crítica, véase Mann y otros (1996,
1991) y, más recientemente, BRU Five-Year Plan for Countywide New Bus Servi-
ces (2005), rico en mapas y disponible para comprar en L/CSC, Wiltern Center,
3780 Wilshire Blvd., Los Ángeles, CA 90010.
La principal fuente que he utilizado para el análisis de la causa judicial y
las implicaciones del acuerdo es la tesis doctoral de Mark Evans Garrett, no
publicada. Garrett, de formación abogado, obtuvo su Doctorado en urbanismo
en 2006, tras trabajar durante más de diez años como investigador asociado en
numerosos proyectos de investigación sobre urbanismo. Mark merece mi agra-
decimiento por su análisis exhaustivo y consciente espacialmente de la historia
de la política de transporte de Los Ángeles y por numerosas discusiones sobre
diversos temas a lo largo de los años.
El caso BRU también se discute brevemente y se contextualiza en la historia
del desarrollo del transporte de Los Ángeles en el ensayo “Waiting for the Bus”
de Sikivu Hutchinson (2000) y en su libro Imagining Transit (2003). En este
último, la autora argumenta que “la geografía cultural del transporte ha tenido
una poderosa influencia en la construcción de la raza, el género y la subjeti-
vidad urbana en la ciudad postmoderna”. Hutchinson es miembro de la Los
Angeles County Commission on Human Relations (Comisión de relaciones hu-
manas del Condado de Los Ángeles) y editora de blackfemlens.org, A Journal of
Progressive Commentary and Literature. Para más información sobre la historia
del desarrollo del transporte de Los Ángeles, véase Wachs (1996).
La referencia a Los Ángeles por delante de Nueva York como área urbaniza-
da más densa de Estados Unidos en 1990 sigue siendo alarmante y fácilmente
malinterpretada. La estadística se basa en una categoría censal relativamente
nueva de “zona urbanizada” (urbanized area), definida por la extensión de las
secciones censales que tiene una población de 500 habitantes por milla cuadra-
da, algo así como lo que se llamó en el pasado “zona urbana” (built-up area).
Un factor principal tras la densificación de Los Ángeles desde 1950, cuando era
probablemente la metrópolis menos densa del país, y hasta 1990, fue la suma
neta de 7,4 millones de personas durante ese periodo de cuarenta años. Al me-
nos de 4 a 5 millones de ese aumento neto se concentró alrededor del centro de
Notas y Referencias 267

Los Ángeles, elevando la densidad a niveles similares a Manhattan y creando


una aglomeración inusualmente importante de inmigrantes trabajadores po-
bres dependientes del transporte, un importante factor en el caso BRU y en el
más amplio resurgimiento de las coaliciones obreras comunitarias de la región.
Para más datos sobre este tema, véase Demographia, 1990 US Urbanized Area
Density Profile, http://www.demographia.com/db-porta.htm.
Bus Riders Union de Haskell Wexler apareció primero en vídeo, que se emi-
tió en televisión en varios lugares. El lanzamiento teatral tuvo lugar en 1999 y
2000. Wexler ha tenido una larga carrera como uno de los principales directores
de cine y cineastas radicales. Empezando con su primer documental, The Bus
(1965), sus largometrajes han abordado de una manera creativa el empleo y los
Derechos Humanos, especialmente en Latinoamérica. Como cineasta, Wexler
se ha vinculado a otras películas sobre movimientos obreros y comunitarios
de Los Ángeles, incluyendo Bread and Roses de Ken Loach (véase Capítulo 4)
sobre el movimiento Justice for Janitors, y más recientemente con documentales
sobre el South Central Farm (véase Capítulo 6). También está disponible un
DVD de Bus Riders Union de Wexler del Labor/Community Strategy Center.
Brown, Jeffrey. 1998. “Race, Class, Gender and Public Transportation: Lessons
from the Bus Riders Union Lawsuit”. Critical Planning 5: 3-20.
Burgos, Rita, and Laura Pulido. 1998. “The Politics of Gender in the Los Ange-
les Bus Riders Union/Sindicato de Pasajeros”. Capitalism, Nature, Socialism
9:75-82.
Dutton, Thomas A., and Lian Hurst Mann. 2003. “Affiliated Practices and
AestheticInterventions: Remaking Public Spaces in Cincinnati and Los An-
geles”. Review of Education/Pedagogy/Cultural Studies 25, 3: 201-29.
– 2000. “Problems in Theorizing ‘The Political’ in Architectural Discour-
se”. Rethinking Marxism 12, 4: 117-29.
– eds. 1996. Reconstructing Architecture: Critical Discourses and Social
Practices. Minneapolis: University of Minnesota Press.
Garrett, Mark. 2006. “The Struggles for Transit Justice: Race, Space, and Social
Equity”. PhD diss., Department of Urban Planning, UCLA.
Grengs, Joe. 2002. “Community-Based Planning as a Source of Political Chan-
ge: The Transit Equity Movement of Los Angeles’ Bus Riders Union”. Jour-
nal of the American Planning Association 2: 165-78.
Hurst Mann, Lian. 1996. “Subverting the Avant-Garde: Critical Theory’s Real
Strategy”. In Reconstructing Architecture, ed. Dutton and Hurst Mann, 259-
318.
268 Notas y Referencias

– 1991. “Crossover Dream: A Parti(r), Structures for Knowledge of Diffe-


rence”. In Voices in Architectural Education: Cultural Politics and Pedago-
gy, ed. Thomas Dutton, 29-64. New York: Bergin and Garvey.
Hutchinson, Sikivu. 2003. Imagining Transit: Race, Gender, and Transportation
Politics in Los Angeles. New York: Peter Lang Publishing Group.
– 2000. “Waiting for the Bus”. Social Text 63, 18: 107-20.
Mann, Eric. 2002. Dispatches from Durban: Firsthand Commentaries on the
World Conference against Racism and Post-September 11 Movement Strate-
gies. LosAngeles: Frontlines Press.
– 2001. “A Race Struggle, A Class Struggle, A Women’s Struggle All at
Once: Organizing on the Buses of L.A.”. In Working Classes, Global Rea-
lities: Socialist Register 2001, ed. Leo Panitch and Colin Leys. New York:
Monthly Review Press.
– 1987. Taking On General Motors: A Case Study of the UAW Campaign to
Keep GM Van Nuys Open. Los Angeles: UCLA Institute for Industrial
Relations, Center for Labor Research and Education.
Mann, Eric. 1996. A New Vision for Urban Transportation: The Bus Riders
Union Makes History at the Intersection of Mass Transit, Civil Rights, and the
Environment. With the Planning Committee of the Bus Riders Union. Los
Angeles: Labor/Community Strategy Center.
– 1991. L.A.’s Lethal Air: New Strategies for Policy, Organizing, and Action/
El Aero Muerto. With the WATCHDOG Organizing Committee. Los
Angeles: Labor/Community Strategy Center.
Mann, Eric, and Manning Marable. 1992. “The Future of the U.S. Left and So-
cialism”. Working Paper Series. Los Angeles: Strategy Center Publications.
Occena, Bruce. 2005. Labor/Community Strategy Center Organizational Profi-
le. Report prepared for Margaret Casey Foundation by BTW Consultants,
Berkeley, Calif.
Pastor, Manuel, Jr. 2002. “Common Ground or Ground Zero? The New Eco-
nomy and the New Organizing in Los Angeles”. Antipode 33, 2: 260-89.
Wachs, Martin. 1996. “The Evolution of Transportation Policy in Los Angeles:
Images of Past Policies and Future Prospects”. In The City: Los Angeles and
Urban Theory at the End of the Twentieth Century, ed. Allen J. Scott and
Edward W. Soja. Berkeley: University of California Press.
Notas y Referencias 269

INTRODUCCIÓN
Mi defensa de una perspectiva espacial crítica y la idea de que un nuevo
modo de pensamiento espacial ha estado desarrollándose en los últimos años
se encuentran en tres libros relacionados entre sí, Postmodern Geographies
(1989), Thirdspace (1996a), y Postmetropolis (2000). El presente libro es tanto
una extensión de aquellos tres libros previos como un punto de partida, al me-
nos en el sentido del estilo de redacción y la audiencia a la que se dirige. Con-
tinúo formulando demandas teóricas al lector, pero me esfuerzo más en evitar
abstracciones incomprensibles y una jerga estrictamente académica. Antici-
pándome a la crítica de algunos geógrafos y otras personas incómodas con un
énfasis espacial tan intenso, he prestado especial atención en varios capítulos a
explicar mi punto de vista espacial más asertivo y con el argumento de que la
conciencia espacial que ha emergido en los últimos años es significativamente
diferente en contenido y alcance respecto de la que han sostenido tradicional-
mente muchos geógrafos y la mayoría de científicos sociales. Quiero subrayar
que no estoy diciendo que otras perspectivas o visiones espaciales estén equi-
vocadas o mal dirigidas, sino más bien que es necesario llevarlas más allá, para
extender su alcance y su poder interpretativo, como están haciendo muchos
académicos y activistas.
La primera vez que discutí la dialéctica socio-espacial en 1980 fue en un
artículo que criticaba la geografía marxista por no ser suficientemente espacial
y por privilegiar demasiado las relaciones históricas y sociales. Se publicó una
versión modificada de este texto en Postmodern Geographies (1989). Tanto aquí
como en posteriores discusiones sobre cómo geógrafos radicales y liberales han
abordado cuestiones relacionadas con la justicia y la democracia, sugiero, para-
dójicamente, que una tendencia similar hacia la explicación social e histórica,
más que espacial, impregna hoy gran parte de la bibliografía geográfica. La dia-
léctica socio-espacial ayuda a explicar por qué la justicia espacial no debe ser
reducida a ser sólo una parte o un aspecto de la justicia social. La justicia social
es siempre e inherentemente espacial como la justicia espacial es siempre e in-
herentemente social. Son mutuamente formativas, sin privilegios una sobre la
otra, aunque la mayoría de los académicos están probablemente más cómodos
viendo la justicia social como un concepto de orden superior.
Se enumeran algunas referencias de Henri Lefebvre y el derecho a la ciudad
en las notas al Capítulo 3. Sobre la idea de que el mundo entero está siendo
urbanizado, véase Soja y Kanai (2007). Para más información sobre las “luchas
por la geografía” inspiradas en las palabras de Edward Said, véase Watts (2000).
270 Notas y Referencias

Pirie, G. H. 1983. “On Spatial Justice”. Environment and Planning A15: 465-73.
Soja, Edward. 2008. “Taking Space Personally”. In The Spatial Turn: Interdisci-
plinary Perspectives, ed. Barney Warf and Santa Arias, 11-35. New York and
London: Routledge.
– 2003. “Writing the City Spatially”. City 7, 3: 269-80.
– 2000. Postmetropolis: Critical Studies of Cities and Regions. Oxford: Blac-
kwell Publishers.
– 1999. “Lessons in Spatial Justice”. hunch 1 (inaugural issue): 98-107. Rot-
terdam: Berlage Institute.
– 1996a. Thirdspace: Journeys to Los Angeles and Other Real-and-Imagined
Places. Oxford: Blackwell Publishers.
– 1996b. “Margin/Alia: Social Justice and the New Cultural Politics”. In
The Urbanization of Injustice, ed. Andrew Merrifield and Erik Swynge-
douw, 180-99. London: Lawrence and Wishart.
– 1989. Postmodern Geographies: The Reassertion of Space in Critical So-
cial Theory. London: Verso Press.
– 1980. “The Socio-Spatial Dialectic”. Annals of the Association of Ameri-
can Geographers 70: 207-25.
Soja, Edward, and J. Miguel Kanai. 2007. “The Urbanization of the World”. In
The Endless City, ed. Ricky Burdett and Dayan Sudjic, 54-69. New York:
Phaidon.
Watts, Michael. 2000. Struggles over Geography: Violence, Freedom and Develo-
pment at the Millennium. Heidelberg: Department of Geography, University
of Heidelberg (Hettner Lecture 1999).

1. ¿Por qué espacial? ¿Por qué justicia? ¿Por qué L.A.? ¿Por qué
ahora?
Anteponiendo el espacio
Los primeros textos completos sobre el giro espacial aparecieron en 2008.
Uno, en alemán, con el título en inglés Spatial Turn, procedente de una confe-
rencia internacional organizada por el Departamento de medios de comunica-
ción de la Universidad de Siegen, Alemania, en octubre de 2006. El otro, The
Spatial Turn: Interdisciplinary Perspectives, fue editado por el geógrafo Barney
Warf y Santa Arias, profesor de literatura inglesa y española, y publicado en
2008. Se pueden encontrar discusiones sobre el giro espacial en un amplio aba-
nico de disciplinas, desde teología y ciencia de la organización hasta sociología,
crítica literaria e historia.
Notas y Referencias 271

El interés por la evolución de la arqueología urbana y la economía del de-


sarrollo surge curiosamente en gran parte de una fuente común, The Economy
of Cities (1969), escrito por la reconocida urbanista Jane Jacobs. Al hablar de
la “chispa” de la vida económica urbana, Jacobs fue una de las primeras en
sostener que el estímulo de la aglomeración urbana es la principal fuente de de-
sarrollo de la sociedad y de la innovación tecnológica. También dijo que así ha
sido durante los últimos doce mil años, desde el origen de los primeros asenta-
mientos urbanos, que, aseguraba, habían precedido y estimulado la revolución
agrícola. Sin la fuerza generadora de la urbanización, todos seríamos pobres,
argumentaba la autora. Hubiéramos continuado siendo cazadores, recolectores
y pescadores. El economista ganador de un premio Nobel Robert Lucas (1988)
hizo referencia a su trabajo y dio a entender que merecía un premio Nobel
por el descubrimiento de lo que algunos economistas (Henderson 1994) lla-
man hoy “externalidades de Jane Jacobs”. Las ideas de Jacobs aparecen ahora
también en manuales de economía (McDonald 1997). Discuto sus argumentos
sobre sinequismo, mi término para el estímulo de la aglomeración urbana, en
Soja (2000). Para debatir más ampliamente sobre Jacobs, véase Allen (1997).
El resurgimiento del interés por los efectos generadores del espacio sociali-
zado ha tenido que lidiar no sólo con perspectivas arraigadas que descartan la
importancia de la causalidad espacial urbana, sino también con un argumento
emergente de que la globalización y las nuevas tecnologías de la información
como Internet están erosionando el impacto del espacio y la geografía en nues-
tras vidas. Esta fuerza contraria al giro espacial se basa en afirmaciones según
las cuales estamos experimentando la “muerte de la distancia”, el “fin de la geo-
grafía” y el surgimiento de un “mundo sin fronteras”. Con las comunicaciones
instantáneas, se puede trabajar desde el lugar que se desee, lo que ha llevado a
algunos a afirmar que los centros de las ciudades se están quedando obsoletos
y las ciudades y los grupos de trabajo se desintegrarán y dispersarán pronto.
Para la mayoría, este punto de vista adopta una definición muy reducida de
espacio y geografía sólo como una forma física, que abarca ciertas tendencias
nuevas como el trabajo desde casa y las proyecta a proporciones exageradas, e
ignora el nuevo trabajo pionero, especialmente en economía geográfica, sobre
los efectos generadores de las aglomeraciones urbanas en el desarrollo econó-
mico, la innovación tecnológica y la creatividad cultural. Anteponer una visión
espacial crítica, como hago aquí, no sólo cuestiona este contraargumento sino
que sugiere que, con los nuevos descubrimientos y las nuevas tecnologías, la
causalidad espacial urbana en forma de estímulo de la aglomeración urbana ha
ido haciendo que el espacio y la geografía sean más importantes que nunca en
el pensamiento académico y en los acontecimientos actuales.
272 Notas y Referencias

Búsqueda de justicia ahora


Como se ha comentado aquí, la justicia obtiene un significado contemporá-
neo especial, y una relevancia, muy parecidos a su modificador espacial, dando
a la combinación espacial + justicia una importancia redoblada. Especialmente
importante resulta el aspecto mencionado en el último párrafo de esta sección,
sobre cómo los términos espacial y justicia pueden usarse para promocionar
mayores interconexiones y la formación de coaliciones más efectivas entre va-
rios movimientos sociales que anteriormente eran muy difíciles de combinar,
con base en la experiencia compartida de haberse vistos afectados negativa-
mente por geografías injustas.
La doctrina sobre la justicia tiende a tener dos alas, una más orientada a la
criminología y al Derecho, y otra dirigida más ampliamente hacia la justicia
social y los Derechos Humanos. Seguramente se usó primero justicia espacial
como un término descriptivo relacionado con el Derecho penal.
Una lista indicativa de organizaciones que contienen justicia en sus nom-
bres, incluye United for Peace and Justice (Unión por la paz y la justicia), Inter-
faith Community for Economic Justice (Comunidad interreligiosa para la jus-
ticia económica), Mobilization for Global Justice (Movilización por la justicia
global), Jobs with Justice (Trabajos con justicia), Environmental Justice Founda-
tion (Fundación por la justicia ambiental), Community Coalition for Environ-
mental Justice (Coalición comunitaria por la la justicia ambiental), Jews United
for Justice (Judíos unidos por la justicia), Clergy and Laity United for Economic
Justice (Clero y laicos unidos por la justicia económica), Justice for Janitors (Jus-
ticia para el personal de limpieza), y, en respuesta al huracán Katrina, Louisia-
na Justice Institute (Instituto por la justicia de Luisiana), New Orleans Worker’s
Center for Racial Justice (Centro de trabajadores por la justicia racial de Nueva
Orleans), y Deep South Center for Environmental Justice (Centro de justicia am-
biental Deep South).
Presenta un particular interés aquí Jobs with Justice, un creciente movi-
miento nacional por los derechos laborales que se centra en los trabajadores
más difíciles de organizar, incluyendo taxistas independientes, trabajadores del
hogar, jornaleros, guardias de seguridad, propietarios de casas móviles, arren-
datarios y trabajadores de la construcción extranjeros. Fundada en 1987, la
organización Jobs with Justice ha afiliado hoy coaliciones locales en cuarenta
ciudades de veinticinco Estados que luchan por un sistema nacional de salud,
leyes de comercio justo, el derecho a organizarse y paz y justicia globales. Estas
organizaciones basadas en la justicia están llenando el vacío causado por el
debilitamiento de los sindicatos industriales, la eliminación de los programas
Notas y Referencias 273

de bienestar social y el fracaso de los partidos políticos para abordar las cifras
crecientes de pobreza, desempleo y falta de vivienda. También participan en lo
que se podría llamar la globalización del movimiento de la justicia.

Situar Los Ángeles en un primer plano


Doy la bienvenida a cualquier sugerencia y prueba que demuestre que otras
regiones ciudad que no sea Los Ángeles desarrollaron flujos igualmente influ-
yentes entre academia universitaria en geografía y urbanismo y movilización
popular y formación de alianzas; lo que he descrito como la traducción de la
teoría espacial en políticas y prácticas espaciales. Puede encontrarse una lista
de referencias representativas de la llamada escuela de Los Ángeles en las notas
al Capítulo 4.
Hacen hincapié también en el resurgimiento inusual e inesperado de la for-
mación innovadora de coaliciones en Los Ángeles, Milkman (2006), específi-
camente sobre los trabajadores inmigrantes y el movimiento obrero, y Pastor,
Benner y Matsuoka (2009), con una mirada espacialmente informada sobre los
movimientos por la equidad regional y el regionalismo basado en la comuni-
dad con un énfasis particular en lo que ha venido ocurriendo en Los Ángeles.

Aplicaciones contemporáneas
Quisiera destacar aquí la organización mundial de académicos y activistas
llamada The Space of Democracy and the Democracy of Space Network (Red del
espacio de la democracia y la democracia del espacio), dirigida por Jonathan
Pugh y con base en la Universidad de Newcastle, Reino Unido. La red ha or-
ganizado una serie de conferencias en varios países, entre ellas una en Long
Beach, California, “Ontology, Space, and Radical Politics” (“Ontología, espacio
y política radical”), con contribuciones de Laura Pulido, Gilda Haas, Goetz
Wolff, Nigel Thrift, y Edward Soja. Véase también Pugh (2009). Aunque la red
no se centra en el término justicia, el enfoque hacia la democracia es asertiva-
mente espacial y se basa explícitamente en el giro espacial.
Geógrafos de Inglaterra, a menudo radicados en ciudades y universidades
del norte han estado promocionando activamente tales nociones como geogra-
fías participativas, espacios de democracia y luchas frente al desplazamiento
debido a la gentrificación, la privatización y el impacto de megaproyectos como
los Juegos Olímpicos. Un grupo llamado Autonomous Geographies (Geogra-
fías autónomas) organizó una conferencia en Manchester en 2009 sobre (“The
Right to Stay Put”) (“El derecho a quedarse”), con base en la frase usada por el
274 Notas y Referencias

urbanista americano Chester Hartman para la lucha contra el desplazamiento


debido a la gentrificación (Pickerill y Chatterton 2006). Véase también Barnett
y Low (2004). Con algunas excepciones, como la red con base en Newcastle
mencionada anteriormente, el espacio tiende a ser usado casi metafóricamente,
con un poder causal o explicativo muy débil.
Cabe destacar dos artículos publicados en Critical Planning: Spatial Justi-
ce 14 (2007) por su discusión general del concepto de justicia espacial: Ava
Bromberg, Gregory D. Morrow y Deirdre Pfeiffer, “Editorial Note: Why Spatial
Justice?” y Nicholas Brown, Ryan Griffis, Kevin Hamilton, Sharon Irish y Sarah
Kanouse, “What Makes Justice Spatial? What Makes Spaces Just? Three Inter-
views on the Concept of Spatial Justice”. Se trata de estudios de casos de justicia
espacial en Lagos, Nueva Orleans, Aceh post-tsunami y el pueblo palestino Ayn
Hawd.
El resultado más prometedor del discurso “ciudad justa” se encuentra en
Searching for the Just City: Debates on Urban Theory and Practice (2009), edita-
do por el Profesor emérito de urbanismo de la Universidad de Columbia Peter
Marcuse y cinco estudiantes de Doctorado. El Capítulo de Mustafa Dikec sobre
“Justice and the Spatial Imagination” (“Justicia y la imaginación espacial”) fue
reimpreso, y hay otros capítulos de Fainstein y Marcuse, y uno de David Har-
vey (con Cuz Potter) sobre “The Right to a Just City” (“El derecho a una ciudad
justa”). Encontramos otros vínculos entre la “ciudad justa” y los debates sobre
el derecho a la ciudad en la conferencia “The Right to the City: Prospects for
Critical Urban Theory and Practice” (“El derecho a la ciudad: perspectivas para
teoría y práctica urbana crítica”), celebrada en Berlín en 2008, coincidiendo
con la celebración del ochenta cumpleaños de Peter Marcuse. Marcuse fue uno
de los organizadores, junto con Neil Brenner de la NYU y Margit Mayer del
Center for Metropolitan Studies (Centro de estudios metropolitanos) de Berlín.
Aunque la conferencia, al igual que el libro editado por Marcuse, se centraba
principalmente en el urbanismo y las redes geográficas de la costa este, había
varios enlaces a los Departamentos de urbanismo y geografía de UCLA. Jac-
queline Leavitt (antes en urbanismo en Columbia, ahora en UCLA) hablaba de
“intelectuales activistas y el derecho a la ciudad en Los Ángeles”. El coorgani-
zador Neil Brenner y los ponentes Julie-Anne Boudreau de Montreal y Roger
Keil de la Universidad de York habían tenido vínculos estrechos con Urban
Planning de UCLA y el propio Marcuse fue uno de los miembros originarios de
la escuela hace más de treinta años.
También utilizan el término específico justicia espacial varios escritos in-
éditos relacionados con el urbanismo espacial en la Unión Europea. Véase, por
Notas y Referencias 275

ejemplo, Connelly y Bradley (2004) y Dabinett y Richardson (2005) en la si-


guiente lista de referencias relativas al Capítulo 1.
Allen, Max, ed. 1997. Ideas That Matter: The Worlds of Jane Jacobs. Owen
Sound, Ontario: The Ginger Press.
Barnett, Clive, and Murray Low, eds. 2004. Spaces of Democracy: Geographical
Perspectives on Citizenship, Participation and Representation. London: Sage.
Bromberg, Ava, Gregory Morrow, and Deirdre Pfeiffer. 2007. “Editorial Note:
Why Spatial Justice?” Critical Planning 14: 1-6.
Brown, Nicholas, Ryan Griffis, Kevin Hamilton, Sharon Irish, and Sarah Ka-
nouse. 2007. “What Makes Justice Spatial? What Makes Spaces Just? Three
Interviews on the Concept of Spatial Justice”. Critical Planning 14: 7-30.
Connelly, Stephen, and Karin Bradley. 2004. “Spatial Justice, European Spa-
tial Policy, and the Case for Polycentric Development”. Paper presented at
ECPR workshop on European Spatial Politics, Uppsala, Sweden.
Dabinett, G., and T. Richardson. 2005. “The Europeanization of Spatial Stra-
tegy: Shaping Regions and Spatial Justice through Government Subsidies”.
International Planning Studies 103: 201-18.
Dikec, M. 2001. “Justice and the Spatial Imagination”. Environment and Plan-
ning A 33: 1785-1805.
Döring, Jorg, and Tristan Thielmann, eds. 2008. Spatial Turn: Das Raumpara-
digma in den Kultur- und Sozial-wissenschaften. Bielefeld: Transcript.
Fainstein, Susan. 2008. “Spatial Justice and Planning”. Unpublished paper pre-
sented at a joint meeting of the American Collegiate Schools of Planning
(ACSP) and the Association of European Schools of Planning (AESOP),
Chicago.
– 2005. “Planning Theory and the City”. Journal of Planning Education
and Research 25: 121-30.
Flusty, Steven. 1994. Building Paranoia: The Proliferation of Interdictory Space
and the Erosion of Spatial Justice. West Hollywood, Calif.: L.A. Forum for
Architecture and Urban Design.
Fraser, Nancy. 2008. Scales of Justice: Reimagining Political Space in a Globali-
zing World. New York: Columbia University Press.
Henderson, Vernon. 1994. “Externalities and Industrial Development”. Citysca-
pe: A Journal of Policy Development and Research 1: 75-93.
Jacobs, Jane. 1969. The Economy of Cities. New York: Random House.
Knox, Paul, and Sallie Marston. 2009. Places and Regions in Global Context:
Human Geography. 5th ed. Upper Saddle River, N.J.: Pearson Prentice Hall.
276 Notas y Referencias

Lucas, Robert E., Jr. 1988. “On the Mechanics of Economic Development”. Jour-
nal of Monetary Economics 22: 3-42.
MacLeod, Gavin. 2002. “From Urban Entrepreneurialism to a Revanchist City?
On the Spatial Injustices of Glasgow’s Renaissance”. Antipode 34: 602-24.
Marcuse, Peter, et al. 2009. Searching for a Just City: Debates on Urban Theory
and Practice. London and New York: Routledge.
McDonald, John F. 1997. Fundamentals of Urban Economics. New York: Pren-
tice Hall.
Milkman, Ruth. 2006. L.A. Story: Immigrant Workers and the Future of the U.S.
Labor Movement. New York: Russell Sage Foundation.
Mitchell, Don. 2003. The Right to the City: Social Justice and the Fight for Public
Space. New York: Guilford Press.
Pastor, Manuel, Jr., Chris Benner, and Martha Matsuoka. 2009. This Could Be
the Start of Something Big: How Social Movements for Regional Equity Are
Reshaping Metropolitan America. Ithaca, N.Y.: Cornell University Press.
Pickerill, Jenny, and Paul Chatterton. 2006. “Notes towards Autonomous Geo-
graphies: Creation, Resistance and Self-Management as Survival Tactics”.
Progress in Human Geography 30: 730-46.
Pirie, G. H. 1983. “On Spatial Justice”. Environment and Planning A15: 465-73.
Pugh, Jonathan, ed. 2009. What Is Radical Politics Today? London: Palgrave
Macmillan.
Warf, Barney, and Santa Arias, eds. 2008. The Spatial Turn: Interdisciplinary
Perspectives. New York and London: Routledge.

2. Sobre la producción de geografías injustas


En este Capítulo se hace una distinción entre escalas macro, micro y meso-
geográficas (regionales), pero estas escalas o niveles de resolución geográfica
no deberían verse como capas discretas separadas unas de otras y de alguna
manera “naturales” en su origen. Están interconectadas y, como la propia espa-
cialidad, ambas están producidas socialmente y abiertas a ser reestructuradas
y reorganizadas a propósito. Para aquéllos que deseen explorar los debates ac-
tuales sobre la teoría geográfica de escala, se presenta una bibliografía temá-
tica.
Notas y Referencias 277

Bibliografía sobre escalas


Agnew, John. 1994. “The Territorial Trap: The Geographical Assumptions of
International Relations Theory”. Review of International Political Economy
1: 53-80.
Brenner, Neil. 2005. New State Spaces: Urban Governance and the Rescaling of
Statehood. New York: Oxford University Press.
– 2001. “The Limits to Scale? Methodological Reflections on Scalar Struc-
turation”. Progress in Human Geography 25: 591-614.
– 2000. “The Urban Question as a Scale Question: Reflections on Henri
Lefebvre, Urban Theory and the Politics of Scale”. International Journal
of Urban and Regional Research 24: 361-78.
– 1999. “Globalisation as Reterritorialization: The Re-Scaling of Urban
Governance in the European Union”. Urban Studies 36: 432-51.
– 1998. “Between Fixity and Motion: Accumulation, Territorial Organiza-
tion and the Historical Geography of Spatial Scales”. Environment and
Planning D: Society and Space 16, 5: 459-81.
– 1997. “State Territorial Restructuring and the Production of Spatial Sca-
le”. Political Geography 16: 273-306.
Brenner, Neil, J. C. Brown, and Mark Purcell. 2005. “There’s Nothing Inherent
about Scale: Political Ecology, the Local Trap, and the Politics of Develop-
ment in the Brazilian Amazon”. Geoforum 36: 607-24.
Castree, Noel. 2000. “Geographical Scale and Grassroots Internationalism: The
Liverpool Dock Dispute, 1995-1998”. Economic Geography 76: 272-92.
– 1999. “Self-Organization of Society by Scale: A Spatial Reworking of
Regulation Theory”. Environment and Planning D: Society and Space 17:
557-74.
Collinge, Chris. 2006. “Flat Ontology and the Deconstruction of Scale: A Res-
ponse to Marston”. Transactions of the Institute of British Geographers 31:
244-51.
Jonas, Andrew. 2006. “Pro Scale: Further Reflections on the ‘Scale Debate’ in
Human Geography”. Transactions of the Institute of British Geographers 31:
399-406.
Marston, Sallie. 2000. “The Social Construction of Scale”. Progress in Human
Geography 24: 219-42.
Marston, Sallie, John Paul Jones III, and Keith Woodward. 2005. “Human Geo-
graphy without Scale”. Transactions of the Institute of British Geographers
30: 416-32.
278 Notas y Referencias

Marston, Sallie, and Neil Smith. 2001. “States, Scales and Households: Limits
to Scale Thinking? A Response to Brenner”. Progress in Human Geography
25: 615-19.
McDowell, Linda. 2001. “Linking Scales: Or How Research about Gender and
Organizations Raises New Issues for Economic Geography”. Journal of Eco-
nomic Geography 1: 227-50.
Purcell, Mark. 2003. “Islands of Practice and the Marston/Brenner Debate:
Toward a More Synthetic Critical Human Geography”. Progress in Human
Geography 27: 317-32.
Sheppard, Eric. 2002. “The Spaces and Times of Globalization: Place, Scale,
Networks, and Positionality”. Economic Geography 78: 307-30.
Sheppard, Eric, and Robert McMaster, eds. 2004. Scale and Geographic Inquiry:
Nature, Society and Method. Malden, Mass.: Blackwell.
Smith, Neil. 1995. “Remaking Scale: Competition and Cooperation in Prena-
tional and Postnational Europe”. In Competitive European Peripheries, ed.
H. Eskelinen and F. Snickars, 59-74. Berlin: Springer Verlag.
Swyngedouw, Erik. 1997. “Neither Global nor Local: ‘Glocalization’ and the Po-
litics of Scale”. In Spaces of Globalization, ed. Kevin Cox, 137-66. New York:
Guilford Press.
– 1996. “Reconstructing Citizenship, the Rescaling of the State and the
New Authoritarianism: Closing the Belgian Mines”. Urban Studies 33:
1499-521.

Geografías exógenas
La cita de la introducción, así como la declaración en el texto sobre el impe-
rialismo y la geografía son de Edward Said (1993), páginas 7 y 93. La declara-
ción sobre la lucha por la geografía también fue utilizada como una introduc-
ción a Derek Gregory (1995a). Gregory desarrolla su acertada interpretación
de Said en los escritos posteriores, que se enumeran a continuación. La cita al
inicio del Capítulo 1 es de Robbins y otros (1994), página 21. Said comenzó
su discusión sobre las geografías imaginativas en Orientalims en una sección
sobre geografía imaginativa y su representación (1978, 49-63). Para más infor-
mación sobre sus pensamientos acerca de la importancia de la geografía y el
espacio, véase Said (2000).
El geógrafo político John O’Laughlin ha escrito de manera intensa sobre ge-
rrymandering (manipulación de circunscripciones electorales) (1982a, 1982b,
1982c). Partiendo de su tesis doctoral de 1973, que fue la primera referencia
Notas y Referencias 279

sobre justicia espacial que he encontrado, produjo una serie de artículos sobre
política racial, geografía y manipulación de distritos electorales. Aunque gene-
ralmente no considero que sea demasiado de fiar, Wikipedia tiene una entrada
interesante y completa sobre gerrymandering.
Sobre el apartheid en Sudáfrica y lo que ha venido sucediendo desde su
transformación, veáse el trabajo de Alan Mabin, Profesor de arquitectura y
urbanismo en la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo. Mabin ha
escrito extensa y explícitamente sobre cuestiones relacionadas con la injusticia
social y espacial en Sudáfrica. Presentó un trabajo (y fue coorganizador) en la
conferencia de París de 2007 sobre la justicia e injusticia espacial titulado “Su-
burbs, Sprawl, Planning and Spatial Justice as Viewed through Developments in
Gauteng City Region, South Africa” (Suburbios, expansión, planificación y justi-
cia espacial vista a través de avances en la región ciudad de Gauteng, Sudáfrica),
y presentó un trabajo similar en la reunión conjunta del American Collegiate
Schools of Planning (ACSP, Escuelas universitarias americanas de urbanismo) y
la Association of European Schools of Planning (AESOP, Asociación de escuelas
europeas de urbanismo) en Pekín, China, en 2008. En el resumen del trabajo,
subraya: “En Sudáfrica, el legado del apartheid hace de la búsqueda de la justi-
cia espacial el centro de cualquier actividad de planificación”. Véase también su
capítulo en Varady (2005). Los escritos de Mabin son particularmente eficaces
en explorar el duradero legado del apartheid en los hoy multirraciales pero
aún fuertemente fortificados suburbios de Johannesburgo. También merece
destacarse en el ámbito de la justicia espacial en Sudáfrica el trabajo de Phi-
lippe Gervais-Lambony (2008), geógrafo de la Universidad Paris X-Nanterre
y organizador de la primera conferencia internacional sobre justicia espacial
celebrada en París en 2007. Escribe con frecuencia con Mabin, que también
participó en su organización.
El vínculo entre la imposición de las geografías coloniales y postcoloniales
y los procesos de subdesarrollo y dependencia no está bien desarrollado en la
doctrina. Los procesos de colonización y subdesarrollo, como se perciben aquí,
son ambos fundamentalmente formas de control social impuestas en gran me-
dida a través de estrategias espaciales. Apartheid, traducido como “desarrollo
separado”, se sitúa en el extremo final de la territorialidad racial totalizadora, si
no totalitaria. El subdesarrollo crea geografías económicas y políticas configu-
radas de manera más sutil para mantener distintivamente diferentes procesos
de desarrollo en países y regiones centrales y periféricas. Una de las expresiones
más obvias de las geografías de explotación del subdesarrollo son los sistemas
de transporte “dendríticos” que se encuentran en muchas zonas colonizadas,
facilitando el drenaje de los recursos naturales y humanos de la periferia hacia
280 Notas y Referencias

el centro. Las geografías imaginativas de Said extienden nuestra comprensión


del impacto espacial del colonialismo y el subdesarrollo en muchas direcciones
adicionales.
Defino postcolonial de forma diferente a otros, no sólo haciendo referen-
cia a la persistencia del colonialismo tras alcanzar la independencia. Desde mi
punto de vista, la condición postcolonial y lo que se ha llamado la bisagra crí-
tica postcolonial depende de una reinterpretación creativa de la relación entre
colonizador y colonizado, centro y periferia, una reinterpretación que busca
combinar la narrativa liberal del desarrollo capitalista y la modernización con
concepciones socialistas más radicales de la justicia y la igualdad, en lugar de
verlas en completa oposición. Véase Thirdspace (1996a), páginas 125-44.
Eyal Weizman (2007; Segal y otros 2003) ha sido el primero en demostrar
muy concretamente el papel de los arquitectos y de la arquitectura en la cons-
trucción de las geografías injustas. Véanse también los escritos sobre las geogra-
fías injustas de Israel del geógrafo y urbanista Oren Yiftachel (2006; Yiftachel
y Yacobi 2005) y la completa discusión sobre Derecho y espacio en Rosen-Zvi
(2004). Las fronteras entre Israel y Palestina han sido un inusual y rico tema de
investigación y de escritos específicos sobre justicia espacial.
La multiplicación de privatopías y el incremento de la “secesión de los ricos”
de la vida urbana y la responsabilidad supuso la necesidad de pensar de forma
diferente los relativos peligros de la gentrificación, tal vez el objetivo princi-
pal del emergente movimiento del derecho a la ciudad en Estados Unidos. La
gentrificación como fuerza detrás del desplazamiento de la población pobre
preexistente y como vehículo para introducir servicios exclusivos para yuppies
en los barrios urbanos afectados debe seguir siendo combatida, pero el com-
promiso por mejorar la vida urbana llevado por los gentrificadores queda en
claro contraste con los flujos más evasivos de aquéllos que se mueven dentro de
comunidades valladas y con seguridad. Aunque se debe hacer frente a ambos
en sus formas usuales, los procesos de gentrificación pueden ser más fáciles de
redirigir a fines beneficiosos.
Agradezco a Ava Bromberg que me haya advertido cómo el concepto de los
“commons” (bienes comunes) puede relacionarse con la búsqueda de la justicia
espacial.
Davis, Mike. 2007. Planet of Slums. New York and London: Verso Books.
– 1990. City of Quartz: Excavating the Future in Los Angeles. New York
and London: Verso Books.
Dikec, Mustafa. 2007a. Badlands of the Republic: Space, Politics, and Urban Po-
licy. Oxford: Blackwell Publishers.
Notas y Referencias 281

– 2007b. “Revolting Geographies: Urban Unrest in France”. Geography


Compass 1, 5: 1190-206.
Foucault, Michel. 1986. “Of Other Spaces”. Diacritics 16: 22-27.
– 1980. “Questions on Geography”. In Power/Knowledge, trans. C. Gor-
don, 63-77. New York: Pantheon.
Gervais-Lambony, Philippe. 2008. “Space Matters: Identity, Justice and Demo-
cracy at the Ward Level in South African Cities”. Transformation: Critical
Perspectives on Southern Africa 66/67: 83-97.
Gregory, Derek. 2005. “Space, Politics, and the Political”. Environment and
Planning D: Society and Space 23: 171-88.
– 2004. The Colonial Present. Oxford: Blackwell Publishers.
– 1995a. “Imaginative Geographies”. Progress in Human Geography 19:
447-85.
– 1995b. “Between the Book and the Lamp: Imaginative Geographies of
Egypt, 1849-50”. Transactions of the Institute of British Geographers New
Series 20: 29-57.
– 1994. Geographical Imaginations. Oxford: Blackwell Publishers.
Mabin, Alan. 2005. “Suburbs and Segregation in South African Cities”. In Dese-
gregating the City: Ghettoes, Enclaves, and Inequality, ed. David P. Varady.
Albany: State University of New York Press.
Mackenzie, Evan. 1964. Privatopia: Homeowner Associations and the Rise of
Residential Private Government. New Haven, Conn.: Yale University Press.
O’Laughlin, John. 1982a. “The Identification and Evaluation of Racial Gerry-
mandering”. Annals, Association of American Geographers 72: 165-84.
– 1982b. “The Art and Science of Gerrymandering”. In Redistricting: An
Exercise in Prophecy, ed. A. Merritt, 88-105. Urbana: University of Illi-
nois, Institute of Governmental Affairs.
– 1982c. “Racial Gerrymandering”. In The New Black Politics, ed. M. B.
Preston, L. Henderson, and P. Puryear, 241-63. New York: Longman.
Robbins, Bruce, Mary Louise Pratt, Jonathan Arac, R. Radhakrishnan, and
Edward Said. 1994. Edward Said’s Culture and Imperialism: A Symposium.
Social Text 40: 1-24.
Rosen-Zvi, Issacher. 2004. Taking Space Seriously: Law, Space, and Society in
Contemporary Israel. Aldershot, UK: Ashgate.
Said, Edward. 2000. “Invention, Memory, and Place”. Critical Inquiry 26: 175-
92.
– 1994. The Politics of Dispossession. New York: Pantheon, 1994.
282 Notas y Referencias

– 1993. Culture and Imperialism. New York: Knopf/Random House.


– 1978. Orientalism. New York: Pantheon.
Segal, Rafi, Eyal Weizman, and David Tartakover. 2003. A Civilian Occupation:
The Politics of Israeli Architecture. London and New York: Verso Books.
Weizman, Eyal. 2007. Hollow Land: Israel’s Architecture of Occupation. New
York and London: Verso Books.
Yiftachel, O. 2006. “Ethnocratic Politics in Israel: The Shrinking Space of Citi-
zenship”. In The Struggle for Sovereignty: Palestine and Israel 1993-2005, ed.
J. Beinin and R. Stein, 162-75. Stanford, Calif.: Stanford University Press.
Yiftachel, O., and H. Yacobi. 2005. “Walls, Fences and ‘Creeping Apartheid’ in
Israel/Palestine”. In Against the Wall, ed. M. Sorkin, 138-58. New York: Gre-
enwood Press.

Geografías endógenas
Algunos escritos de académicos juristas muy recientes sobre género, vio-
lencia doméstica y ruralidad han sido especialmente impregnados de una pers-
pectiva espacial crítica, dando a la doctrina jurídica y judicial un énfasis sobre
la ciudad y la urbanidad. Véase Pruitt (2008a, 2008b). El libro de Rosen-Zvi,
Taking Space Seriously (2004), aunque se centra en Israel, presenta una visión
completa remarcable sobre las intersecciones entre el espacio, el Derecho y la
sociedad. Nick Blomley, Profesor de geografía en la Universidad Simon Fra-
ser y anteriormente en UCLA, ha sido más responsable que nadie en llevar la
perspectiva espacial crítica y las ideas de Henri Lefebvre a los estudios jurídicos
críticos. Su obra, referenciada más adelante, es particularmente pertinente para
los estudios sobre propiedad privada y espacio público.
Como especialista principal sobre raza, espacio y Derecho, mencionar a Ri-
chard Thompson Ford. En dos libros recientes (2008, 2005) critica las reclama-
ciones exageradas y excesivas de los prejuicios raciales por desviar la atención
de los problemas más graves de discriminación racial, así como otras prácticas
discriminatorias incluyendo las geografías injustas. También es coeditor, junto
con Delaney y Blomley, de Legal Geographies Reader (2001) y de varios artícu-
los sobre geografía política y Derecho.
Hay mucha bibliografía disponible en línea sobre desigualdades medioam-
bientales, racismo medioambiental y el movimiento por la justicia ambiental.
El énfasis en la raza es tan fuerte, sin embargo, que muy pocas referencias adop-
tan explícitamente una perspectiva espacial crítica en el medio ambiente. Una
excepción importante es David Harvey (1996), con Justice, Nature and the Geo-
graphy of Difference.
Notas y Referencias 283

Destaca en cuanto a una visión espacial crítica del racismo y cuestiones


relacionadas con la justicia racial y espacial y la formación de la identidad,
el trabajo de la afroamericana feminista crítica bell hooks (sic), en particular
“Choosing the Margin as a Space of Radical Openness” (1990), incluido en la re-
ferencia mencionada más adelante sobre Derecho y espacio. Inspirada en parte
en los escritos de Henri Lefebvre, hooks llama a una estrategia espacial cons-
ciente usando los márgenes de la marginalidad —la condición de ser expulsado
a la periferia por las fuerzas de la dominación— como base para alimentar y
construir coaliciones crecientes entre todas aquéllas que reclaman justicia en
un sentido amplio. Lo que señala con tanta eficacia es la importancia de una
conciencia espacial estratégica y cómo puede usarse el hecho de compartir la
advertencia sobre las mútiples maneras en que las geografías pueden oprimir,
controlar, explotar y subyugar para poner en común lo que ha quedado sepa-
rado demasiado a menudo y que los movimientos sociales exclusivos han or-
ganizado alrededor de la raza, la clase, el género y otros ejes de discriminación
y subordinación. El potencial para proporcionar medios de conexión de los
movimientos sociales y de construcción de nuevas alianzas se encuentra entre
los aspectos más importantes de añadir una dimensión espacial a la justicia.
Se presenta a continuación una bibliografía sobre aproximaciones espaciales
del Derecho, en lugar de una lista de referencias. Para más información sobre
las decisiones Mont Laurel y su impacto, véase Haar (1996) y Kirp, Dwyer y
Rosenthal (1996).

Bibliografía sobre Derecho y espacio


Aoki, Keith. 2000. “Space Invaders: Critical Geography, the ‘Third World’ in
International Law and Critical Race Theory”. Villanova Law Review 45.
Blomley, Nicholas. 2007. “Making Private Property: Enclosure, Common Right
and the Work of Hedges”. Rural History 18, 1: 1-21.
– 2005. “The Borrowed View: Privacy, Propriety, and the Entanglements
of Property”. Law and Social Inquiry 30, 4: 617-61.
– 2004. “Un-Real Estate: Proprietary Space and Public Gardening”. Anti-
pode 36, 4: 614-41.
– 2003. “Law, Property, and the Spaces of Violence”. Annals of the Associa-
tion of American Geographers 93, 1: 121-41.
– 2001. “Law and Geography”. In International Encyclopedia of the So-
cial and Behavioral Sciences, ed. N. J. Smelser and P. B. Bates, 8461-65.
Oxford: Pergamon.
– 1998. “Landscapes of Property”. Law and Society Review 32, 3: 567-612.
– 1994. Law, Space, and the Geography of Power. New York: Guilford Press.
284 Notas y Referencias

Blomley, Nicholas, David Delaney, and Richard T. Ford, eds. 2001. The Legal
Geographies Reader: Law, Power, and Space. Oxford: Blackwell.
Cooper, Davina. 1998. Governing out of Order: Space, Law and the Politics of
Belonging. New York: New York University Press.
– 1996. “Talmudic Territory? Space, Law and Modernist Discourse”. Jour-
nal of Law and Society 23: 529-48.
Delaney, David. 1998. Race, Place and the Law. Austin: University of Texas
Press.
Ford, Richard Thompson. 2008. The Race Card: How Bluffing about Bias Makes
Race Relations Worse. New York: Farrar, Straus and Giroux.
– 2005. Racial Culture: A Critique. Princeton, N.J.: Princeton University
Press.
– 1999. “Law’s Territory: A History of Jurisdiction”. Michigan Law Review
97.
– 1994. “The Boundaries of Race: Political Geography in Legal Analysis”.
Harvard Law Review 107: 1843-1921.
– 1992. “Urban Space and the Color Line: The Consequences of Demarca-
tion and Disorientation in the Postmodern Metropolis”. Harvard Blac-
kletter Journal 9: 117-47.
Frug, Gerald. 1993. “Decentering Decentralization”. University of Chicago Law
Review 60: 253-338.
Haar, Charles M. 1996. Suburbs under Siege. New Brunswick, N.J.: Rutgers Uni-
versity Press. (Mount Laurel decisions)
Holder, Jane, and Carolyn Harrison, eds. 2003. Law and Geography. Current
Legal Issues, vol. 5. Oxford: Oxford University Press.
hooks, bell. 1990. “Choosing the Margin as a Space of Radical Openness”. In
Yearning: Race, Gender, and Cultural Politics. Boston: South End Press.
Kirp, David L., John P. Dwyer, and Larry Rosenthal.1996. Our Town: Race,
Housing, and the Soul of Suburbia. Princeton N.J.: Princeton University
Press. (Mount Laurel decisions)
Oh, Reginald. 2008. “Taking Geography Seriously: Asserting Space into Criti-
cal Legal Theories”. Paper presented at the annual meeting of The Law and
Society Association, May 27, 2008.
– 2004. “Re-Mapping Equal Protection Jurisprudence: A Legal Geogra-
phy of Race and Affirmative Action”. American University Law Review
53.
Osofsky, Hari. 2007. “A Law and Geography Perspective on the New Haven
School”. Yale Journal of International Law 32.
Notas y Referencias 285

Pruitt, Lisa R. 2008a. “Gender, Geography and Rural Justice”. Berkeley Journal
of Gender, Law & Justice 23: 338-91.
– 2008b. “Place Matters: Domestic Violence and Rural Difference”. Wis-
consin Journal of Law, Gender & Society 23, 2: 347-416.
Raustiala, Kal. 2005. “The Geography of Justice”. Fordham Law Review 73.
Rosen-Zvi, Issacher. 2004. Taking Space Seriously: Law, Space, and Society in
Contemporary Israel. Aldershot, UK, and Burlington, Vt.: Ashgate.
Silbaugh, Katharine B. 2007a. “Women’s Place: Urban Planning, Housing De-
sign, and Work-Family Balance”. Fordham Law Review 76.
– 2007b. “Wal-Mart’s Other Woman Problem: Sprawl and Work-Family
Balance”. Connecticut Law Review 39.
Taylor, William, ed. 2006. The Geography of Law: Landscape, Identity and Regu-
lation. Oxford and Portland: Hart Publishing.
Verchick, Robert R. M. 1999. “Critical Space Theory: Keeping Local Geography
in American and European Environmental Law. Tulane Law Review 73.

Mesogeografías
Me considero a mí mismo tan regionalista como urbanista, y he prestado
una atención especial a aspectos mesoanalíticos o regionales a lo largo de En
busca de la justicia espacial. Junto con referencias anteriores a trabajos míos
(1989, 1996, 2000), varios escritos más recientes han tratado de capturar el sig-
nificado de una perspectiva regional y el surgimiento del Nuevo Regionalismo.
Se enumeran más adelante, junto con otras referencias sobre la teoría del de-
sarrollo regional y el Nuevo Regionalismo, como parte de la bibliografía sobre
mesogreografías.
Quiero aclarar para el lector que muchos de los argumentos que presento
sobre los vínculos entre la globalización y la urbanización de la (in)justicia y
sobre la teoría del desarrollo geográfico desigual no se comparten ampliamente
y que hay pocas referencias que proporcionen argumentos similares. Sin em-
bargo, no pretendo defender enérgicamente mi punto de vista, sino más bien
demostrar cómo la perspectiva regional puede estimular nuevos modos de
pensar sobre las cuestiones fundamentales de los estudios del desarrollo en y a
través de todas las escalas geográficas.
Los escritos de Gunnar Myrdal (1957) y François Perroux (1950, 1955,
1988), si bien no se reconocieron como tales en aquel momento, estaban entre
los pioneros no sólo del concepto de subdesarrollo sino también del pensa-
miento actual sobre el estímulo de la aglomeración como una fuerza poderosa
286 Notas y Referencias

de desarrollo económico, innovación tecnológica y creatividad cultural. La idea


vinculada de centros de crecimiento o polos de desarrollo ha constituido una
parte integral de la teoría (y la práctica) del desarrollo regional en los últimos
cincuenta años. Para ahondar en una mirada crítica de Myrdal, Perroux, y la
llamada Nueva Geografía Económica, véase Meardon (2001).
Brenner, Neil. 2005. New State Spaces: Urban Governance and the Rescaling of
Statehood. New York: Oxford University Press.
Dabinett, G., and T. Richardson. 2005. “The Europeanization of Spatial Stra-
tegy: Shaping Regions and Spatial Justice through Government Subsidies”.
International Planning Studies 103: 201-18.
Faludi, Andreas, and Bas Waterhout. 2002. The Making of the European Spatial
Development Perspective. London: Routledge.
Harvey, David. 1989. “From Managerialism to Entrepreneurialism: The Trans-
formation of Urban Governance in Late Capitalism”. Geografiska Annaler
71B: 3-17.
Healey, Patsy. 2006a. Urban Complexity and Spatial Strategies: A Relational
Planning for Our Times. London: Routledge.
– 2006b. “Transforming Governance: Challenges of Institutional Adapta-
tion and a New Politics of Space”. European Planning Studies 14, 3: 299-
319.
– 2004. “The Treatment of Space and Place in the New Strategic Spatial
Planning in Europe”. International Journal of Urban and Regional Re-
search 28, 1: 45-67.
Hirschmann, Albert O. 1958. The Strategy of Economic Development. New Ha-
ven, Conn.: Yale University Press.
MacLeod, Gavin. 2002. “From Urban Entrepreneurialism to a Revanchist City?
On the Spatial Injustices of Glasgow’s Renaissance”. Antipode 34: 602-24.
Meardon, Stephen J. 2001. “Modelling Agglomeration and Dispersion in City
and Country: Gunnar Myrdal, François Perroux, and the New Economic
Geography - Critical Essay”. American Journal of Economics and Sociology
60, 1: 25-57.
Myrdal, Gunnar. 1957. Economic Theory and Underdeveloped Regions. London:
Duckworth; also published as Rich Lands and Poor.
Ohmae, Kenichi. 1995. The End of the Nation State: The Rise of Regional Econo-
mies. New York: Free Press.
Notas y Referencias 287

Orfield, Myron. 1997. Metropolitics: A Regional Agenda for Community and Sta-
bility. Washington, D.C.: Brookings Institution Press/Lincoln Institute for
Land Policy.
Pastor, Manuel, Jr., Chris Benner, and Martha Matsuoka. 2009. This Could Be
the Start of Something Big: How Social Movements for Regional Equity are
Reshaping Metropolitan America. Ithaca, N.Y.: Cornell University Press.
Perroux, François. 1988. “The Pole of Development’s New Place in a General
Theory of Economic Activity”. In Regional Economic Development: Essays
in Honor of François Perroux, ed. B. Higgins and D. J. Savoie, 48-76. Boston:
Unwin Hyman.
– 1955. “Note sur la Notion de ‘Pole de Croissance.’” Economie Appliquee
7: 307-20.
– 1950. “Economic Space: Theory and Applications”. Quarterly Journal of
Economics 64: 89-104.
Scott, Allen J. 2001. Global City-Regions: Trends, Theory, Policy. New York:
Guilford Press.
– 1998. Regions and the World Economy. Oxford: Oxford University Press.
Soja, Edward. Forthcoming. “Regional Urbanization”. In Urban Design: Roots,
Influences and Trends, ed. A. Loukaitou-Sideris and T. Banerjee. New York
and London: Routledge.
– 2009. “Regional Planning and Development Theories”. In The Interna-
tional Encyclopedia of Human Geography, ed. N. Thrift and R. Kitchin,
259-70. Amsterdam: Elsevier.
– 2002. “The New Regionalism: A Conversation with Edward Soja”. An
interview by R. Ehrenfurt. Critical Planning 9: 512.
Storper, Michael. 1997. The Regional World: Territorial Development in a Global
Economy. New York: Guilford Press.

3. La construcción de una teoría espacial de la justicia


Este Capítulo se construye sobre un Curso sobre teoría del urbanismo que
impartí durante alrededor de diez años a estudiantes de Doctorado en el De-
partamento Urban Planning de UCLA. “La búsqueda de la justicia espacial” fue
el tema del curso durante varios años. Se pedía a los estudiantes que escribieran
una redacción introductoria teorizando sobre la justicia espacial y un trabajo
sustantivo que ilustrara empíricamente su aplicación a cuestiones de urbanis-
mo y política. Al final del curso, los estudiantes presentaban sus trabajos en un
foro abierto a todos los estudiantes y a la Facultad. Mucho de lo que se contiene
288 Notas y Referencias

en este Capítulo combina los materiales de mis propias lecciones y los trabajos
producidos por los cincuenta o más estudiantes que han participado en el curso
a lo largo de los años. Quiero agradecerles aquí a todos lo que he aprendido de
su duro trabajo.

Nuevos comienzos ontológicos


Mi aproximación a la ontología está influenciada por el temprano traba-
jo del realista crítico Roy Bhaskar, quien argumentaba en Reclaiming Reality
(1989) que todas las epistemologías existentes —positivista, marxista, empí-
rica, idealista, normativa, hermenéutica, postmodera— son imperfectas hasta
cierto punto y están necesitadas de replanteamiento crítico. Según este autor,
el debate epistemológico bajo estas condiciones no resulta productivo hasta
que, y a menos que, nuestro entendimiento ontológico se revise radicalmente,
porque las epistemologías imperfectas derivan principalmente de asunciones
ontológicas imperfectas. Primero, dice, tenemos que comprometernos con una
“lucha ontológica” para reestructurar estas asunciones. En un libro posterior
(1993) acepta que esta reestructuración ontológica implique borrar, al menos
en parte, el privilegio intrínseco del tiempo sobre el espacio, de la historia so-
bre la geografía, la premisa de mi persistente crítica al historicismo social y la
llamada a una ontología reequilibrada en la que todos los aspectos de la so-
cialidad humana se ven como constituidos espacio-temporalmente. El teórico
social Anthony Giddens desarrolló una ontología similar de lo que llamó la
estructuración espacio-tiempo de la vida social. Ni Bhaskar ni Giddens desa-
rrollaron estas ideas sobre la “triple dialéctica” de la espacialidad, la historici-
dad y la socialidad hasta mucho después de mediados de la década de 1990.
Una versión diferente del realismo crítico, que parecía consolidarse alrededor
de una epistemología segura y una distinción más formal entre lo necesario y
lo contingente, entró en los debates filosóficos de la geografía en gran medida
a través del trabajo de Andrew Sayer (1984, 2000). Como consecuencia de una
visión más convencional del espacio como forma física resultante, la visión de
Sayer desvió la atención de los argumentos ontológicos sobre la espacialidad
humana.
Bhaskar, Roy A. 1993. Dialectic: The Pulse of Freedom. London: Verso.
– 1989. Reclaiming Reality: A Critical Introduction to Contemporary Philo-
sophy. London: Verso.
Giddens, Anthony. 1984. The Constitution of Society: An Outline of the Theory
of Structuration. Berkeley and Los Angeles: University of California Press.
Notas y Referencias 289

– 1981. A Contemporary Critique of Historical Materialism. Berkeley and


Los Angeles: University of California Press.
– 1979. Central Problems in Social Theory. Berkeley and Los Angeles: Uni-
versity of California Press.
Sayer, Andrew. 2000. Realism and Social Science. London: Sage.
– 1984. Method in Social Science: A Realist Approach. London: Routledge.
Soja, Edward. 1989. “Reassertions: Toward a Spatialized Ontology”, and “Spa-
tializations: A critique of the Giddensian Version”. Chapters 5 and 6 in Post-
modern Geographies, 118-56.

La teorización de la justicia
Isin (2002) no sólo presenta la mejor historia crítica del concepto de ciu-
dadanía, sino que desarrolla varios argumentos poderosos sobre la causalidad
espacial urbana. Geógrafo-urbanista, Isin parte de Foucalt, Lefebvre, Weber y
Aristóteles para argumentar que ser político es esencialmente ser urbano, que
las políticas así como los conceptos de ciudadanía y justicia derivan del hábitat
urbano y los polémicos esfuerzos por obtener el derecho a la ciudad. Revolu-
cionando los estudios sobre ciudadanía, también asegura que la configuración
de los derechos de los ciudadanos fue más un juego de poder para establecer y
mantener la dominación y el control sobre los no-ciudadanos, los “otros”, que
una expresión del proceso idealizado de democracia participativa. También
hay muchos otros ecos interesantes de Iris Marion Young en Being Political.
Algunos de los muchos títulos de libros indicativos publicados después de
la aparición de A Theory of Justice de John Rawls en 1971 incluyen Social Justice
and the City (D. Harvey 1973), Social Justice (D. Miller 1976), Understanding
Rawls (R. P. Wolff 1977), Justice and the Human Good (W. Galston 1980), Jus-
tice: Alternative Political Perspectives (J. Sterba 1980), Marx and Justice (A. Bu-
chanan 1982), Spheres of Justice (M. Walzer 1983), Blacks and Social Justice (B.
Boxhill 1984), Beyond Justice (A. Heller 1987), Justice and Gender (D. Rhode
1989), Theories of Justice (B. Barry 1989), Justice and Modern Moral Philosophy
(J. Reiman 1990) y Justice and the Politics of Difference (I. M. Young 1990).
Isin, Engin. 2002. Being Political: Genealogies of Citizenship. Minneapolis: Uni-
versity of Minneapolis Press.
Rawls, John. 1993. Political Liberalism. New York: Columbia University Press.
– 1971. A Theory of Justice. Cambridge, Mass.: Harvard University Press.
290 Notas y Referencias

Young, Iris Marion. 2005. “Structural Injustice and the Politics of Difference”.
AHRC Centre for Law, Gender, and Sexuality Intersectionality Workshop,
May 21-22, Keele University, UK.
– 2000. “Democratic Regionalism”. In Inclusion and Democracy. New
York: Oxford University Press.
– 1999. “Residential Segregation and Differentiated Citizenship”. Citizens-
hip Studies 3, 2: 237-52.
– 1990. Justice and the Politics of Difference. Princeton, N.J.: Princeton
University Press.

Discusiones sobre la espacialidad de la justicia


Sobre las alternativas al término justicia espacial: el adjetivo territorial,
como en justicia territorial, enfatiza una suerte de fondo neutral con poca in-
fluencia causal en sí misma. En el caso de otra expresión que lo englobe, el
concepto de justicia ambiental, la fuerza influyente se desplaza desde lo espacial
a lo medioambiental. Como se subrayó en la introducción, estas alternativas
enriquecen el concepto de justicial espacial pero al mismo tiempo desvían la
búsqueda por una comprensión más profunda de la consecuente espacialidad
de la justicia y limitan su potencial para generar nuevas ideas y estrategias in-
novadoras de aplicación. Se discutirán conceptos más complejos que se solapan
con la justicia espacial como la urbanización de la injusticia y el derecho a la
ciudad en las secciones sobre Harvey y Lefebvre.
Bleddyn Davoes es Profesor Emérito de política social en la London School
of Economics, director del Oxford Institute of Ageing y editor fundador de la
revista Policy and Politics. Su teoría sobre justicia territorial (Davies 1968) fue
popular en el gobierno laborista de Harold Wilson pero fue olvidado virtual-
mente en posteriores administraciones conservadoras.
Boyne, George A., and Martin A. Powell. 1993. “Territorial Justice and That-
cherism”. Environment and Planning C: Government and Policy 11: 35-53.
– 1991. “Territorial Justice: A Review of Theory and Evidence”. Political
Geography Quarterly 10: 263-81.
Coates, Bryan E., R. J. Johnston, and Paul C. Knox. 1977. Geography and In-
equality. Oxford: Oxford University Press.
Davies, Bleddyn. 1968. Social Needs and Resources in Local Services: A Study
of Variations in Provision of Social Services between Local Authority Areas.
London: Joseph Rowntree.
Notas y Referencias 291

Flusty, Steven. 1994. Building Paranoia: The Proliferation of Interdictory Space


and the Erosion of Spatial Justice. West Hollywood, Calif.: Los Angeles Fo-
rum for Architecture and Urban Design.
Merrifield, Andrew, and Erik Swyngedouw, eds. 1996. The Urbanization of In-
justice. London: Lawrence and Wishart.
O’Laughlin, John. 1973. Spatial Justice for the Black American Voter: The Terri-
torial Dimension of Urban Politics. PhD diss., Department of Geography,
Pennsylvania State University.
Pirie, G. H. 1983. “On Spatial Justice”. Environment and Planning A15: 465-73.
Smith, David. 2000. Moral Geographies: Ethics in a World of Difference. Edin­
burgh: Edinburgh University Press.
– 1994. Geography and Social Justice. Oxford: Blackwell.
– 1988. Geography, Inequality, and Society. Cambridge: Cambridge Uni-
versity Press.
Smith, David, and Roger Lee. 2004. Geographies and Moralities: International
Perspectives on Development, Justice, and Place. Oxford: Wiley-Blackwell.

David Harvey y la urbanización de la injusticia


Aunque David Harvey, hasta lo que yo sé, nunca usó el término específico,
muchos piensan hoy que el discurso de la justicia espacial empezó con Social
Justice and the City (1973). Puede que Harvey iniciara la visión espacial de la
justicia, pero también creó, aún sin intención, una larga prohibición entre geó-
grafos de usar juntas las palabras espacial y justicia. También evitó por muchas
de las mismas razones el término justicia geográfica, que no he utilizado, sólo
porque confundiría el debate posterior. Los escritos de Harvey sobre el derecho
a la ciudad se incluyen en la bibliografía sobre Lefebvre y el derecho a la ciudad.
Harvey, D. 2006. Spaces of Global Capitalism: A Theory of Uneven Geographical
Development. London and New York: Verso.
– 2005. A Brief History of Neoliberalism. Oxford: Oxford University Press.
– 2003. The New Imperialism. Oxford: Oxford University Press.
– 2000. Spaces of Hope. Berkeley: University of California Press.
– 1996. Justice, Nature, and the Geography of Difference. Oxford: Blac-
kwell.
– 1992. “Social Justice, Postmodernism, and the City”. International Jour-
nal for Urban and Regional Research 16: 588-601.
– 1985a. The Urbanization of Capital. Baltimore: Johns Hopkins Universi-
ty Press; Oxford: Basil Blackwell.
292 Notas y Referencias

– 1985b. Consciousness and the Urban Experience. Baltimore: Johns Hop-


kins University Press; Oxford: Basil Blackwell.
– 1982. The Limits to Capital. Oxford: Blackwell.
– 1981. “The Spatial Fix: Hegel, von Thunen, and Marx”. Antipode 13:
1-12.
– 1978. “The Urban Process under Capitalism”. International Journal of
Urban and Regional Research 2: 101-31.
– 1977. “Labor, Capital, and Class Struggle around the Built Environment
in Advanced Capitalist Societies”. Politics and Society 6: 265-95.
– 1975. “The Geography of Capitalist Accumulation: A Reconstruction of
Marxist Theory”. Antipode 7: 9-21.
– 1973. Social Justice and the City. Baltimore: Johns Hopkins University
Press. Merrifield, Andy, and Erik Swyngedouw, eds. 1997. The Urbani-
zation of Injustice. New York: New York University Press.
Mitchell, D. 2003. The Right to the City: Social Justice and the Fight for Public
Space. New York: Guildford Press.

Lefebvre y el derecho a la ciudad


Resulta interesante resaltar que en la época en que Lefebvre estaba escri-
biendo sobre el derecho a la ciudad y la conectada necesidad de una “revolu-
ción urbana”, una de las pensadoras urbanistas más importantes del otro lado
del Átlantico, Jane Jacobs, estaba escribiendo su libro hoy más influyente: The
Economy of Cities (1969), en el que identificó de una forma precisa esa “chispa”
generadora que surge de las ciudades, de lo que podría llamarse el estímulo de
la aglomeración urbana. Véase para más información sobre Jacobs las notas al
Capítulo 1. Para más sobre Lefebvre, véase Thirdspace (1996), especialmente el
Capítulo 1.
En la discusión sobre la nueva conciencia espacial, no discuto las contribu-
ciones hechas por otros durante el periodo comprendido entre principios de la
década de 1970 y mediados de los 90, cuando se enterraron las ideas originales
de Lefebvre y Foucault bajo malentendidos y acusaciones de fetichismo y cosi-
ficación. Tal vez la ruptura más interesante e influyente de este periodo fue la
teoría de la reestructuración tiempo-espacio de Anthony Giddens, un intento
de crear una nueva ontología social que, al menos nominalmente, guarde un
equilibrio entre las influencias histórico-temporales y espacio-geográficas.
Para ahondar en los nuevos movimientos relacionados con el derecho a la
ciudad en Londres, véase Jane Wills (2004). El este de Londres se transformó
en un centro activo para la organización comunitaria especialmente con la pre-
Notas y Referencias 293

paración de los Juegos Olímpicos. En un simposio local al que asistí en 2006,


una activista latina que trabajaba en la organización de personal de limpieza de
oficinas (“janitors”, el término no se usa comúnmente en inglés británico) en la
City financiera de Londres se refirió a su experiencia en el movimiento Justice
for Janitors de Los Ángeles. La nueva organización, llamada Justice for Cleaners
(Justicia para los limpiadores), jugó un papel predominante en manifestaciones
recientes (junio de 2009) en Londres contra el arresto y la amenaza de depor-
tación de trabajadores inmigrantes del School of Oriental and African Studies
(SOAS, Escuela de estudios orientales y africanos). Los trabajadores fueron
contratados por ISS, Integrated Services Solutions (Soluciones de servicios inte-
grados), la misma empresa multinacional presionada por la coalición Justice for
Janitors de Los Ángeles en 1990, cuando su sede se encontraba en Copenhague.
ISS está dirigida hoy por una corporación diferente pero es aún una fuerza
dominante en la provisión de servicios de limpieza en el mundo. Ken Loach,
quien se sumó a la conexión de L.A., protestó enérgicamente en Londres y diri-
gió Bread and Roses, la película sobre Justice for Janitors. Para más información
sobre estos acontecimientos recientes, véase solomonsmindfield.net.
Se celebraron diversas conferencias sobre el derecho a la ciudad. En Toronto
en 1998, en la Universidad de York, conectada con estudios sobre la ciudadanía
y el trabajo del geógrafo urbanista Engin Isin; en Roma en 2001, en la Home
of Geography, the Archives and Study Centre of the International Geographical
Union, con el libro “Rights to the City” (entre comillas) publicado un año des-
pués (Wastl-Walter, Staeheli y Dowler 2003); en Porto Alegre, Brasil, en 2002
como parte del World Social Forum (Conferencia mundial sobre el derecho a
ciudades libres de discriminación y desigualdad); en París en 2006 organizada
por la UNESCO (Debates públicos internacionales: políticas urbanas y el de-
recho a la ciudad); otra organizada por la UNESCO y la Habitat International
Coalition de Lyon en 2006 para valorar la Carta Europea para la salvaguarda de
los Derechos Humanos en la ciudad; en Los Ángeles en 2007 para inaugurar
una nueva coalición de organizaciones e intelectuales activistas interesados en
el derecho a la ciudad (2007); en Berlín en 2008 sobre “El derecho a la ciu-
dad: perspectivas para teoría y práctica urbana crítica”; y en el mismo año en
Linköping, Suecia, sobre “El derecho a la ciudad: nuevos retos, nuevas cuestio-
nes”, patrocinada por la European Science Foundation (Fundación europea de la
ciencia) y la UNESCO. Me habré dejado otras, seguro.
En Atenas han contribuido al reconocimiento explícito de la idea del dere-
cho a la ciudad Costis Hadjimichalis, Catedrático del Departamento de geo-
grafía de la Universidad Harokopio de Atenas, y Dina Vaiou, Profesora del
Departamento de planificación urbana y regional de la Universidad técnica
294 Notas y Referencias

nacional. Los dos son graduados de la Escuela de arquitectura y urbanismo de


UCLA, y les agradezco a ambos que me hayan ayudado a entender los escritos
de Henri Lefebvre mientras estudiaban conmigo a finales de la década de 1970.
Véase Vaiou (2000) y D. Vaiou y Rouli Lykogianni (2006). Un agradecimiento
especial para Konstantina Soureli, por mantenerme al día de los movimientos
de ciudadanos en Atenas, incluyendo la traducción al inglés de un artículo en
griego de Nikis Belavilas sobre “City Movements in Athens and Piraeus, Gree-
ce, 1960-2009” (“Movimientos ciudadanos en Atenas y El Pireo, Grecia, 1960-
2009”), que discute la expansión panática regional del movimiento del derecho
a la ciudad. Entre 2007 y 2009 se organizaron 140 iniciativas colectivas en aso-
ciación con la Pan-Attick Network (Red panática), un incremento considerado
inédito en la historia de Grecia.
Un libro anterior de Don Mitchell, Lie of the Land: Migrant Workers and the
California Landscape fue publicado en 1996 por University of Minnesota Press.
También hay una entrevista a Mitchell por el Critical Spatial Practice Reading
Group en el especial sobre justicia espacial de Critical Planning (2007).
Trabajé con Purcell, Brenner y Dikec cuando eran estudiantes en UCLA.
Los describo como geógrafos-urbanistas por diversas razones, incluyendo el
hecho de que los tres estudiaron en ambos Departamentos. Combinar geogra-
fía y urbanismo proporciona ciertas ventajas. Si uno es sólo geógrafo, radical o
liberal, existen varias tentaciones para teorizar sin preocuparse por la práctica
innovadora. Si uno es sólo urbanista, de nuevo radical o liberal, existe presión
para devenir un práctico que da poco valor a la teoría innovadora. Me apresuro
a añadir que hay excepciones, pero creo sin embargo que hay algo especial en
la combinación geógrafo-urbanista.
Bishara, Suhad, and Hana Hamdan. 2006. Review of Makan: The Right to the
City and New Ways of Understanding Space, special issue of Makan, a jour-
nal published by Adalah, the Legal Center for Arab Minority Rights in Is-
rael, in ArabStudiesJournal.org.
Brenner, Neil. 2005. New State Spaces: Urban Government and the Rescaling of
Statehood. New York: Oxford University Press.
– 2000. “The Urban Question as a Scale Question: Reflections on Henri
Lefebvre, Urban Theory, and the Politics of Scale”. International Journal
of Urban and Regional Research 24, 2: 361-78.
Brenner, Neil, and Nik Theodore. 2002. “Cities and the Geographies of ‘Actually
Existing Neoliberalism,’” Antipode 34, 3: 349-79.
Dikec, Mustafa. 2003. “Police, Politics, and the Right to the City”. GeoJournal
58: 91-98.
Notas y Referencias 295

– 2001. “Justice and the Spatial Imagination”. Environment and Planning A


33: 1785-805.
Dikec, Mustafa, and Liette Gilbert. 2002. “Right to the City: Homage or a New
Social Ethics”. Capitalism, Nature, Socialism 13, 2: 58-74.
Friedmann, John. 1995. “The Right to the City”. Society and Nature 1: 71-84.
Habitat International Coalition. 2007. Right to the City. Paris: UNESCO (ex-
cerpts from the Habitat Agenda).
– 2005a. Urban Policies and the Right to the City. Paris: UNESCO-UNHA-
BITAT.
– 2005b. World Charter for the Right to the City. Paris: UNESCO, after
Social Forum of the Americas, Quito (2004); World Urban Forum, Bar-
celona (2004); World Social Forum, Porto Alegre (2005 and 2002).
– 2005c. Proposal for a Charter for Women’s Right to the City. Paris:
UNESCO.
Harvey, David. 2009. [untitled] Opening speech at the World Social Forum,
Belém, Brazil, January 29, 2009. http://www.reclaiming-spaces.org/crisis/
archives/245.
– 2008. “The Right to the City”. New Left Review 53: 23-40.
– 2006. “The Right to the City”. In Divided Cities: The Oxford Amnesty
Lectures 2003, ed. Richard Scholar, 83-103. Oxford: Oxford University
Press.
– 2003. “A Right to the City”. International Journal of Urban and Regional
Research 27, 4: 939-41.
Lefebvre, Henri. 2003. The Urban Revolution. Trans. R. Bononno. Minneapolis:
University of Minnesota Press.
– 1996. Writings on Cities/Henri Lefebvre. Selected, trans., and introduc-
tion by Eleanore Kaufman and Elizabeth Lebas. Oxford, UK, and Cam-
bridge, Mass.: Blackwell.
– 1991. The Production of Space. Trans. D. Nicholson-Smith. Oxford, UK,
and Cambridge, Mass.: Blackwell.
– 1976. The Survival of Capitalism. Trans. F. Bryanit. London: Allison and
Busby.
– 1974. La production de l’espace. Paris: Anthropos.
– 1968. Le Droit à la Ville. Paris: Anthropos.
Mitchell, Don. 2003. The Right to the City: Social Justice and the Fight for Public
Space. New York: Guildford Press.
296 Notas y Referencias

Nicholls, Beaumont. 2004. “The Urbanization of Justice Movements? Possibili-


ties and Constraints for the City as a Space of Contentious Struggle”. Space
and Polity 2: 119-35.
Ortiz, Enrique. 2006. “Toward a World Charter for the Right to the City”. Paris:
UNESCO-Habitat International Coalition.
Painter, Joe. 2005. “Urban Citizenship and Rights to the City”. International
Centre for Regional Regeneration and Development Studies (ICRRDS),
Durham University.
Purcell, Mark. 2008. Recapturing Democracy: Neoliberalization and the Struggle
for Alternative Urban Futures. New York: Routledge.
– 2006. “Urban Democracy and the Local Trap”. Urban Studies 43: 1921-
41.
– 2003. “Citizenship and the Right to the Global City”. International Jour-
nal of Urban and Regional Research 27, 3: 564-90.
– 2002. “Excavating Lefebvre: The Right to the City and Its Urban Politics
of the Inhabitant”. GeoJournal 58: 99-108.
Vaiou, Dina. 2000. “Cities and Citizens: Everyday Life and the Right to the City”.
In The Sustainable City, ed. M. Modinos and E. Efthymiopoulos. Athens:
Stochastis/DIPE [in Greek].
Vaiou, Dina, and Rouli Lykogianni. 2006. “Women, Neighborhoods and
Everyday Life”. Urban Studies 43, 4: 731-43.
Wastl-Walter, D., Lynn Staeheli, and Lorraine Dowler, eds. 2003.“Rights to the
City”. Rome: Societa Geografica Italiana.
Wills, Jane. 2004. “Campaigning for Low Paid Workers: The East London Com-
munities Organization (TELCO)”. In The Future of Worker Representation,
ed. W. Brown, G. Healy, E. Henry, and P. Taylor, 264-82. Oxford: Oxford
University Press.

4. Búsqueda de la justicia espacial en Los Ángeles


Configurando la escena
Uno de los usos más tempranos del término reestructuración urbana —y
una parte significativa de la doctrina posterior sobre este tema— vino de un
artículo publicado en 1983 que analizó la reestructuración espacial de Los Án-
geles derivada de la crisis tras los disturbios de Watts de 1965. Este estudio, que
coautoricé con Rebecca Morales y Goetz Wolff, tuvo su origen en un proyecto
iniciado por la primera coalición empleo-comunidad-universidad de la región,
Notas y Referencias 297

la Coalition to Stop Plant Closings (CSPC). Este proyecto de investigación se


dirigió a asistir a la CSPC para entender la economía regional, que estaba cam-
biando rápidamente, y para movilizar la resistencia frente al cierre de fábri-
cas que estaba devastando muchas comunidades locales en aquel momento.
Fue un ejemplo temprano de la larga relación que se desarrollaría entre grupos
obreros y comunitarios y estudiantes y universidad de los Departamentos de
urbanismo y geografía de UCLA. También fue uno de los primeros ejemplos
del esfuerzo de traducir la teoría espacial contemporánea en práctica espacial
efectiva.
Para el estudio de las crecientes desigualdades económicas en Estados Uni-
dos, me he apoyado principalmente en el trabajo del economista ganador del
premio Nobel Paul Krugman, y en particular en su trabajo de 2002 en el New
York Times Magazine, “For Richer: How the Permissive Capitalism of the Boom
Destroyed American Equality”.
Salvo algunas referencias a Castells, Krugman y Sassen, la siguiente biblio-
grafía se refiere específicamente al grupo de investigación de Los Ángeles como
se define en el texto. También puede verse como representativo de lo que al-
gunos llaman la escuela de L.A. No incluye los muchos escritos relevantes de
sociólogos y otros, cuya visión no es asertivamente espacial, ni contiene las
críticas que han sido escritas sobre sus pretendidas y exageradas reclamaciones
y omisiones. De nuevo, el énfasis se encuentra en la aplicación de una perspec-
tiva espacial crítica.
Castells, Manuel. 1998. End of Millennium. Vol. 3, The Information Age: Eco-
nomy, Society, and Culture. Malden, Mass.: Blackwell.
– 1997. The Power of Identity. Vol. 2, The Information Age: Economy, So-
ciety, and Culture. Malden, Mass.: Blackwell.
– 1996. The Rise of the Network Society. Vol. 1, The Information Age: Eco-
nomy, Society, and Culture. Malden, Mass.: Blackwell.
– 1989. The Informational City: Information, Technology, Economic Res-
tructuring, and the Urban-Regional Process. Berkeley and Los Angeles:
University of California Press.
Cenzatti, Marco. 1993. Los Angeles and the L.A. School. West Hollywood, Calif.:
Los Angeles Forum for Architecture and Design.
Davis, Mike. 1998. Ecology of Fear. New York: Metropolitan Books.
– 1990. City of Quartz: Excavating the Future in Los Angeles. London: Ver-
so.
Dear, Michael. 2008. “Urban Politics and the Los Angeles School of Urbanism”.
Urban Affairs 44, 2: 266-79.
298 Notas y Referencias

– 2005. “Los Angeles and the Chicago School: Invitation to a Debate”. In


The Urban Sociology Reader, ed. J. Lin and C. Mele. New York: Routled-
ge. Originally published in the inaugural issue of City and Community
in 2002 with critical responses.
– 2003. “The Los Angeles School of Urbanism: An Intellectual History”.
Urban Geography 24, 6: 493-509.
Dear, Michael, and J. Dallas Dishman, eds. 2001. From Chicago to L.A.: Making
Sense of Urban Theory. Thousand Oaks, Calif.: Sage Publications.
Dear, Michael, H. Eric Schockman, and Greg Hise, eds. 1996. Rethinking Los
Angeles. Thousand Oaks, Calif.: Sage Publications.
Dear, Michael, and Allen J. Scott, eds. 1981. Urbanization and Urban Planning
in Capitalist Society. New York: Methuen.
Dear, Michael, and Jennifer Wolch. 1987. Landscapes of Despair: From Deinsti-
tutionalization to Homelessness. Princeton, N.J.: Princeton University Press.
Flusty, Steven. 1994. Building Paranoia: The Proliferation of Interdictory Space
and the Erosion of Spatial Justice. West Hollywood, Calif.: Los Angeles Fo-
rum for Architecture and Urban Design.
Friedmann, John. 1986. “The World City Hypothesis”. Development and Chan-
ge 17: 69-83.
Friedmann, John, and Goetz Wolff. 1982. “World City Formation: An Agenda
for Research and Action”. International Journal for Urban and Regional Re-
search 6: 309-41.
Keil, Roger. 1998. Los Angeles: Globalization, Urbanization, and Social Stru-
ggles. New York: John Wiley and Sons.
Krugman, Paul. 2008. The Return of Depression Economics and the Crisis of
2008. New York: W. W. Norton.
– 2007. The Conscience of a Liberal. New York: W. W. Norton.
– 2003. The Great Unraveling: Losing Our Way in the New Century. New
York: W. W. Norton.
– 2002. “For Richer: How the Permissive Capitalism of the Boom Destro-
yed American Equality”. New York Times Magazine, October 20, 2002.
Miller, D. W. 2000. “The New Urban Studies: Los Angeles Scholars Use Their
Region and Their Ideas to End the Dominance of the ‘Chicago School.’”
Chronicle of Higher Education, August 18, 2000. Online version contains
numerous reactions and debates.
Ong, Paul, and Evelyn Blumenberg. 1996. “Income and Racial Inequality in
Los Angeles”. In The City: Los Angeles and Urban Theory at the End of the
Notas y Referencias 299

Twentieth Century, ed. Allen J. Scott and Edward W. Soja, 311-35. Berkeley
and Los Angeles: University of California Press.
Ruddick, Susan. 1996. Young and Restless in Hollywood: Mapping Social Identi-
ties. New York: Routledge.
Sassen, Saskia. 1991. The Global City: New York, London, Tokyo. Princeton, N.J.:
Princeton University Press.
Scott, Allen J. 2008. Social Economy of the Metropolis: Cognitive-Cultural Capi-
talism and the Global Resurgence of Cities. Oxford: Oxford University Press.
– 2006. Geography and Economy. Clarendon Lectures in Geography and
Environmental Studies. Oxford: Oxford University Press.
– 2005. On Hollywood: The Place, the Industry. Princeton, N.J.: Princeton
University Press.
– ed. 2001. Global City-Regions: Trends, Theory, Policy. Oxford: Oxford
University Press.
– 2000. The Cultural Economy of Cities. London: Sage.
– 1998. Regions and the World Economy. Oxford: Oxford University Press.
– 1993. Technopolis: High-Technology Industry and Regional Development
in Southern California. Berkeley and Los Angeles: University of Califor-
nia Press.
– 1992. “Low-Wage Workers in a High-Technology Manufacturing Com-
plex: The Southern California Electronics Assembly Industry”. Urban
Studies 29: 1231-46.
– 1988a. Metropolis: From the Division of Labor to Urban Form. Berkeley
and Los Angeles: University of California Press.
– 1988b. New Industrial Spaces: Flexible Production Organization and
Regional Development in North America and Western Europe. London:
Pion.
– 1984. “Territorial Reproduction and Transformation in a Local Labor
Market: The Animated Film Workers of Los Angeles”. Environment and
Planning D: Society and Space 2: 277-307.
Scott, Allen J., John Agnew, Edward Soja, and Michael Storper. 2004. “Global
City-Regions”. In Global City-Regions, ed. Scott.
Scott, Allen J., and Edward Soja. 1986. “Editorial Essay: Los Angeles: Capital
of the Late Twentieth Century”. Environment and Planning D: Society and
Space 4: 249-54.
– eds. 1996. The City: Los Angeles and Urban Theory at the End of the
Twentieth Century. Berkeley and Los Angeles: University of California
Press.
300 Notas y Referencias

Scott, Allen J., and Michael Storper, eds. 1986. Production, Work, Territory: The
Geographical Anatomy of Industrial Capitalism. London: Allen and Unwin.
Soja, Edward. 2003a. “Writing the City Spatially”. City 7, 3: 269-80.
– 2003b. “Tales of a Geographer-Planner”. In Story and Sustainability:
Planning, Practice, and Possibility in American Cities, ed. Barbara Eck-
stein and James A. Throgmorton, 207-24. Cambridge, Mass.: MIT Press.
– 2003c. “Urban Tensions: Globalization, Economic Restructuring, and
the Postmetropolitan Transition”. In Global Tensions: Challenges and
Opportunities in the World Economy, ed. Lourdes Beneria and Savitri
Bisnath, 275-90. New York: Routledge.
– 2000. Postmetropolis: Critical Studies of Cities and Regions. Oxford, UK,
and Malden, Mass.: Blackwell Publishers.
– 1997. “Six Discourses on the Postmetropolis”. In Imagining Cities, ed.
Sallie Westwood and John Williams, 19-30. London: Routledge.
– 1996a. Thirdspace: Journeys to Los Angeles and Other Real-and-Imagined
Places. Oxford, UK, and Malden, Mass.: Blackwell Publishers.
– 1996b. “Los Angeles 1965-1992: From Restructuring-Generated Crisis
to Crisis-Generated Restructuring”. In The City, ed. Scott and Soja, 426-
62.
– 1995. “Postmodern Urbanization: The Six Restructurings of Los Ange-
les”. In Postmodern Cities and Spaces, ed. Sophie Watson and Kathy Gib-
son, 125-37. Oxford, UK, and Cambridge, Mass.: Blackwell.
– 1992. “Inside Exopolis: Scenes from Orange County”. In Variations on a
Theme Park: The New American City and the End of Public Space, ed. M.
Sorkin, 94-122. New York: Hill and Wang.
– 1991. “Poles Apart: New York and Los Angeles”. In Dual City: The Res-
tructuring of New York, ed. J. Mollenkopf and M. Castells, 361-76. New
York: Russell Sage Foundation.
– 1990. “Heterotopologies: A Remembrance of Other Spaces in the Cita-
del-LA”. Strategies: A Journal of Theory, Culture and Politics 3: 6-39.
– 1989. Postmodern Geographies: The Reassertion of Space in Critical So-
cial Theory. London: Verso.
– 1987. “Economic Restructuring and the Internationalization of the Los
Angeles Region”. In The Capitalist City, ed. M. P. Smith and J. Feagin,
178-98. Oxford: Basil Blackwell.
– 1986. “Taking Los Angeles Apart: Some Fragments of a Critical Human
Geography”. Environment and Planning D: Society and Space 4: 255-72.
– 1980. “The Socio-Spatial Dialectic”. Annals of the Association of Ameri-
can Geographers 70: 207-25.
Notas y Referencias 301

Soja, Edward, Alan Heskin, and Marco Cenzatti.1984 and 1985. “Los Ange-
les nel caleidoscopio della restrutturazione”. Urbanistica 80: 55-60. “Los
Angeles through the Kaleidoscope of Urban Restructuring”. Los Angeles:
Graduate School of Architecture and Urban Planning, UCLA, Special Pu-
blication.
Soja, Edward, Rebecca Morales, and Goetz Wolff. 1983. “Urban Restructuring:
An Analysis of Social and Spatial Change in Los Angeles”. Economic Geo-
graphy 59: 195-230.
Storper, Michael. 1997. The Regional World: Territorial Development in a Global
Economy. New York and London: Guilford Press.
Storper, Michael, and Susan Christopherson. 1989. “The Effects of Flexible Spe-
cialization on Industrial Politics and the Labor Market: The Motion Picture
Industry”. Industrial and Labor Relations Review: 331-48.
Storper, Michael, and Susan Christopherson. 1987. “Flexible Specialization and
Regional Industrial Agglomerations”. Annals of the Association of American
Geographers 77: 104-17.
Storper, Michael, and Allen J. Scott, eds. 1992. Pathways to Industrialization
and Regional Development. London: Routledge.

La historia del activismo social en Los Ángeles


El mejor trabajo del United Farm Workers (UFW, Unión de trabajadores
agrícolas), por su influencia en el desarrollo del sindicalismo comunitario y
su continuo impacto sobre las luchas por la justicia en Los Ángeles y a través
del país, es de Randy Shaw. Shaw trae al presente la discusión sobre la UFW,
resaltando el vínculo directo entre su eslogan “Sí se puede” y la prometedora
campaña “Yes, We Can” del anteriormente organizador comunitario, hoy Pre-
sidente, Barack Obama.
Sigue a continuación una lista de referencias más generales sobre movi-
mientos obreros, comunitarios y de justicia ambiental de Los Ángeles. Los es-
critos de Laura Pulido son especialmente destacables por su aguda perspectiva
espacial y sus incisivas reflexiones críticas sobre el movimiento de justicia am-
biental. Pulido se doctoró en urbanismo en UCLA y ha sido Profesora durante
muchos años de Estudios americanos y étnicos y geografía en la Universidad de
Southern California. Se enumeran por separado otras referencias sobre organi-
zaciones específicas como Bus Riders Union, Justice for Janitors y la Los Angeles
Alliance for a New Economy.
302 Notas y Referencias

Chang, Edward T., and Russell C. Leong, eds. 1993. Los Angeles-Struggles
toward Multiethnic Community. Seattle: University of Washington Press.
Chavez, John R. 1998. Eastside Landmark: A History of the East Los Angeles
Community Union, 1968-1993. Palo Alto, Calif.: Stanford University Press.
Gottlieb, Robert. 2007. Reinventing Los Angeles: Nature and Community in the
Global City. Cambridge, Mass.: MIT Press.
Gottlieb, Robert, Mark Vallianatos, Regina Freer, and Peter Dreier. 2005. The
Next Los Angeles: The Struggle for a Livable City. Berkeley and Los Angeles:
University of California Press.
Houston, D., and Laura Pulido. 2001. “The Work of Performativity: Staging
Social Justice at the University of Southern California”. Environment and
Planning D: Society and Space 20: 401-24.
Mann, Eric. 1987. Taking On General Motors: A Case Study of the UAW Cam-
paign to Keep GM Van Nuys Open. Los Angeles: UCLA Institute of Indus-
trial Relations, Center for Labor Research and Education.
Merrifield, Andy. 2000. “Living Wage Activism in the American City”. Social
Text 62, 18-1: 31-54.
Milkman, Ruth. 2007. “Los Angeles Exceptionalism and Beyond: A Response
to the Critics”. Industrial Relations 46: 691-98.
– 2006. L.A. Story: Immigrant Workers and the Future of the U.S. Labor
Movement. New York: Russell Sage Foundation.
– ed. 2000. Organizing Immigrants: The Challenge for Unions in Contem-
porary California. Ithaca, N.Y.: Cornell University Press.
Milkman, Ruth, and Kent Wong. 2000. Voices from the Front Lines: Organizing
Immigrant Workers in Los Angeles. Los Angeles: UCLA Center for Labor
Research and Education.
Nicholls, W. 2003. “Forging a ‘New’ Organizational Infrastructure for Los An-
geles’ Progressive Community”. IJURR 27: 881-96.
Pincetl, Stephanie. 1994. “Challenges to Latino Immigrants and Political Orga-
nizing in the Los Angeles Area”. Environment and Planning A 26, 6: 895-914.
Pulido, Laura. 2006. Black, Brown, Yellow, and Left: Radical Activism in Los An-
geles. Los Angeles and Berkeley: University of California Press.
– 2001. “Race, Class, and Political Activism: Black, Chicano/a and Japane-
se American Leftists in Southern California”. Antipode 34, 4: 762-88.
– 2000. “Rethinking Environmental Racism: White Privilege and Urban
Development in Los Angeles”. Annals of the Association of American
Geographers 90, 1: 12-40.
Notas y Referencias 303

– 1996a. “A Critical Review of the Methodology of Environmental Racism


Research”. Antipode 28, 2: 142-59.
– 1996b. “Multiracial Organizing among Environmental Justice Activists
in Los Angeles”. In Rethinking Los Angeles, ed. Michael Dear, Eric Schoc-
kman, and Greg Hise, 171-89. Thousand Oaks, Calif.: Sage Publications.
– 1994. “Restructuring and the Contraction and Expansion of Environ-
mental Rights in the United States”. Environment and Planning A26:
915-36.
Shaw, Randy. 2008. Beyond the Fields: Cesar Chavez, the UFW, and the Struggle
for Justice in the 21st Century. Berkeley and Los Angeles: University of Ca-
lifornia Press.
– 2001. The Activist’s Handbook: A Primer. Berkeley: University of Califor-
nia Press.
Webber, Melvin M. 1964. “The Urban Place and Non-Place Urban Realm”. In
Explorations into Urban Structure, ed. Melvin M. Webber et al., 19-41. Phi-
ladelphia: University of Pennsylvania Press.
Wilton, Robert D., and Cynthia Cranford. 2002. “Toward an Understanding of
the Spatiality of Social Movements: Labor Organizing at a Private Universi-
ty in Los Angeles”. Social Problems 49, 3: 374-94.

El nacimiento del sindicalismo comunitario: 1965-79


Robert Gottlieb y otros (2005), obra mencionada con anterioridad, es una
buena referencia sobre activismo social en este periodo y en el siguiente. Gott-
lieb fue antes docente de urbanismo en UCLA y es hoy Profesor Henry R. Luce
de Política urbana y medioambiental y Director del Urban and Environmental
Policy Institute (Instituto de política urbana y medioambiental) del Occidental
College. Él y su colega Peter Dreier han escrito intensamente sobre políticas
locales y movimientos sociales en Los Ángeles, ayudando a situar el Occiden-
tal College como un importante centro de investigación sobre urbanismo y
medioambiente orientados a la práctica. En la lista anterior se incluyen también
referencias sobre Webber (1964) y Chávez (1998).

Los inicios de las coaliciones basadas en la justicia: 1979-92


La socióloga laboral Ruth Milkman ha escrito profusamente sobre el movi-
miento obrero de Los Ángeles durante este periodo. Fue Directora del Institute
for Research on Labor and Education (IRLE, Instituto para la investigación so-
bre empleo y educación; anteriormente Institute for Industrial Relations, Insti-
304 Notas y Referencias

tuto de relaciones industriales) desde 2001 hasta 2008 y ha escrito mucho sobre
las dificultades y los éxitos de la organización de inmigrantes (2006; véase la
lista de referencias al Capítulo 1) y sobre cuestiones de género en el movimien-
to obrero. Kent Wong, su coautora en varias publicaciones (véase Milkman y
Wong, 2001), es desde hace tiempo activista obrera y actualmente Directora del
Center for Labor Research and Education (Centro de investigación y educación
laboral) de UCLA.
El nombre del IRLE se ha revisado ligeramente para transformarse en el
Institute for Research on Labor and Employment (Instituto para la investigación
sobre trabajo y empleo). Su Director actual es Chris Tilly, miembro de la Fa-
cultad Urban Planning y su Director adjunto es Christopher Erickson (véase
Erickson y otros 1997, 2002). La primera investigación para En busca de la jus-
ticia espacial se financió con una pequeña ayuda del IRLE bajo la dirección de
Milkman. El IRLE, bajo sus diversos nombres y direcciones, ha sido una fuerza
educativa y de investigación central para el movimiento obrero de Los Ángeles
durante más de treinta años.
La bibliografía para este periodo incluye referencias de los acontecimientos
de 1992, la Coalition to Stop Plant Closings y Justice for Janitors. Sobre Richard
Gillett, véase Davey (2002).
Baldassare, Mark. 1998. Los Angeles Riots: Lessons for the Urban Future. Boul-
der, Colo.: Westview Press.
Davey, Andrew. 2002. Urban Christianity and the Global Order: Theological Re-
sources for an Urban Future. Peabody, Mass.: Hendrickson Publishers.
Davis, Mike. 1993a. “Who Killed Los Angeles? A Political Autopsy”. New Left
Review 197: 3-28.
– 1993b. “Who Killed Los Angeles? The Verdict Is Given”. New Left Review
199: 29-54.
– 1990. “Police Riot in Century City-Just Like Old Times: Cops Beat Up
Demonstrators, Unionists, and Latinos”. L.A. Weekly, June 22-28.
Erickson, Christopher, Catherine Fisk, Ruth Milkman, Daniel Mitchell, and
Kent Wong. 2002. “Justice for Janitors in Los Angeles: Lessons from Three
Rounds of Negotiations”. British Journal of Industrial Relations 40: 543-67.
Erickson, Christopher, Ruth Milkman, Daniel Mitchell, Abel Valenzuela, Ro-
ger Waldinger, Kent Wong, and Maurice Zeitlin. 1997. “Helots No More: A
Case Study of the Justice for Janitors Campaign in Los Angeles”. In Orga-
nizing to Win, ed. Kate Bronfenbrenner, Sheldon Friedman, Richard Hurd,
Rudy Oswald, and Ronald Seeber, 102-22. Ithaca, N.Y.: Cornell University
Notas y Referencias 305

Press. A shorter version can be found in “Justice for Janitors: Organizing in


Difficult Times”. Dissent (winter 1997): 37-44.
Gooding-Williams, Robert, ed. 1993. Reading Rodney King/Reading Urban
Uprising. New York: Routledge.
Gottlieb, Robert. 2001. Environmentalism Unbound: Exploring New Pathways
for Change. Cambridge, Mass.: MIT Press.
Haas, Gilda. 1985. Plant Closures: Myths, Realities, and Responses. Pamphlet.
Boston: South End Press.
Haas, Gilda, and Rebecca Morales. 1986. “Plant Closures and the Grassroots
Response to Economic Crisis in the United States”. Working paper. Los An-
geles: UCLA Graduate School of Architecture and Urban Planning.
Howley, John. 1990. “Justice for Janitors: The Challenges of Organizing in Con-
tract Services”. Labor Research Review 15: 61-72.
Hurd, Richard W., and William Rouse. 1989. “Progressive Union Organizing:
The SEIU Justice for Janitors Campaign”. Review of Radical Political Econo-
mics 21, 3: 70-75.
Hurst Mann, Lian, and the Urban Strategies Group. 1993. Reconstructing Los
Angeles from the Bottom Up. Los Angeles: Strategy Center Publications.
Klein, Norman M. 1997. The History of Forgetting: Los Angeles and the Erasure
of Memory. London: Verso.
Madhubuti, Haki R. 1993. Why L.A. Happened: Implications of the ’92 Los An-
geles Rebellion. Chicago: Third World Press.
Mahdesian, Michael, et al. 1981. Report to the Coalition to Stop Plant Closings.
Los Angeles: UCLA Graduate School of Architecture and Urban Planning.
Includes copy of pamphlet prepared for the Electricians Union on “Early
Warning Signs of Plant Closing”.
Mann, Eric. 1993. “Los Angeles-A Year After: (I) The Poverty of Capitalism;
(II) The Left and the City’s Future”. The Nation, March 29, 406-11, and May
3, 586-90.
Meyerson, Harold. 2000. “The Red Sea: How the Janitors Won Their Strike”.
L.A. Weekly, April 28, 2000.
Milkman, Ruth, and Kent Wong. 2001. “Organizing Immigrant Workers: Case
Studies from Southern California”. In Rekindling the Movement: Labor’s
Quest for Relevance in the Twenty-first Century, ed. Lowell Turner, Harry
Katz, and Richard Hurd, 99-128. Ithaca, N.Y.: Cornell University Press.
Morales, Rebecca. 1986. “The Los Angeles Automobile Industry in Historical
Perspective”. Environment and Planning D: Society and Space 4: 289-303.
306 Notas y Referencias

– 1983. “Transnational Labor: Undocumented Workers in the Los Ange-


les Automobile Industry”. International Migration Review 17: 570-96.
Morales, Rebecca, and Goetz Wolff. 1985. “Plant Closings and the Immigrant
Labor Force in Los Angeles”. Working paper. Los Angeles: UCLA Institute
of Industrial Relations.
Pastor, Manuel, Jr. 1995. “Economic Inequality, Latino Poverty, and the Civil
Unrest in Los Angeles”. Economic Development Quarterly 9: 238-58.
Savage, Lydia. 2006. “Justice for Janitors: Scales of Organizing and Represen-
ting Workers”. Antipode 38, 3: 648-67.
– 1998. “Geographies of Organizing: Justice for Janitors in Los Angeles”.
In Organizing the Landscape: Geographical Perspectives on Labor Unio-
nism, ed. Andrew Herod, 225-52. Minneapolis: University of Minnesota
Press.
Savage, Lydia, and Jane Wills. 2004. “New Geographies of Trade Unionism”.
Editorial introduction, Geoforum 35, 1: 5-7.
Smith, Anna Deavere. 1994. Twilight-Los Angeles, 1992 on the Road. New York:
Doubleday Anchor Books.

La formación de alianzas y la búsqueda de la justicia espacial: de 1992


al 11/9/2001
Muchos de los detalles sobre las concretas organizaciones y coaliciones
que se presentan aquí y en la discusión previa han sido tomados de un docu-
mento remarcable con forma de póster de doble cara titulado Connecting L.A.’s
Community Organizations and Labor: Toward a Social and Economic Justice
Landscape. El póster, con varios mapas e información detallada sobre Justice
for Janitors, la Living Wage Campaign, Metropolitan Alliance y muchas otras
organizaciones y campañas, fue preparado por el Community Scholars Program
(CSP) de UCLA en 2002. Jacqueline Leavitt, Directora del CSP en aquel mo-
mento, fue la coordinadora del proyecto. También participaron Kent Wong,
Director del Center for Labor Research and Education, y dos investigadores,
Francisco García y Martha Matsuoka. Se aborda el CSP más adelante en el Ca-
pítulo 5. Puede visitarse en http://www.spa.ucla.edu/dup.
Una de las estudiantes asistentes del CSP en 2002, Martha Matsuoka, se
ha convertido en una líder del desarrollo comunitario y de la red obrera de
Los Ángeles y otros lugares de California. Obtuvo su Doctorado en urbanis-
mo en UCLA y enseña actualmente en el Departamento de política urbana y
medioambiental del Occidental College, además de estar involucrada en mu-
Notas y Referencias 307

chas organizaciones, especialmente en el área de justicia ambiental. Su tesis


(Matsuoka 2005) y posteriores escritos proporcionan una introducción infor-
mativa al importante concepto del regionalismo basado en la comunidad, un
componente clave en la búsqueda de la justicia espacial. Véase también Pastor,
Brenner y Matsuoka (2009), la mejor referencia para entender el concepto de
regionalismo basado en la comunidad y el desarrollo de alianzas regionales en
Los Ángeles.
Manuel Pastor Jr. ha sido una figura clave en los escritos sobre las coali-
ciones regionales y los movimientos sociales en Los Ángeles desde una visión
espacial crítica. Pastor es actualmente Profesor de geografía y estudios ameri-
canos y étnicos en la Universidad de Southern California, donde dirige el Pro-
gram for Environmental and Regional Equity (PERE, Programa para la igualdad
medioambiental y regional). Abel Valenzuela Jr., que comparte un puesto con-
junto en Urban Planning y el Cesar Chavez Center for Chicana and Chicano Stu-
dies de UCLA, ha sido especialmente activo en el estudio de los jornaleros de
Los Ángeles. Véase Valenzuela (2003) y Valenzuela y otros (2006). Se enumeran
referencias de Pastor, Valenzuela y Matsuoka en esta sección de bibliografía.
Los resultados de LAANE son múltiples. Entre 1992 y 2001, por ejemplo,
ayudó a que se aprobara la primera ordenanza sobre conservación de trabaja-
dores de contratos de servicios, incrementando la seguridad en el trabajo para
los trabajadores empleados por contratantes de la ciudad; lideró el camino ha-
cia la exitosa aprobación de la innovadora ordenanza sobre salario mínimo
en 1997, lo que resultó en un aumento de los salarios y beneficios sanitarios
para diez mil trabajadores y proporcionó un modelo para el resto del país; ayu-
dó a ganar un acuerdo que creó un precedente (con la misma empresa que
desarrolló Times Square en Manhattan) para la reurbanización de Hollywood
Boulevard, que incluía disposiciones sobre salario mínimo y capital inicial para
un centro de salud y un fondo fiduciario para trabajadores; junto con SEIU en
1999 extendió la ley sobre salario mínimo al Condado de Los Ángeles; se alió
con Santa Monicans Allied for Responsible Tourism (SMART, Ciudadanos de
Santa Mónica unidos por un turismo responsable) para frenar una iniciativa
electoral dirigida a eliminar la ordenanza sobre salario mínimo; y trabajó con
SMART para que se aprobara en 2001 la primera ordenanza sobre salario mí-
nimo del país para empresas que no reciben subvenciones directas del gobierno
local.
También destacan varios informes publicados por LAANE, como Who
Benefits from Redevelopment in Los Angeles? An Evaluation of Commercial Re-
development Activities in the 1990s (1999), coautorizado con el Center for La-
bor Research and Education de UCLA, dirigido por Paul More y cuatro otros
308 Notas y Referencias

estudiantes de Urban Planning; The Other Los Angeles: The Working Poor in
the City of the 21st Century (2000), de nuevo dirigido por Paula More y estu-
diantes de Urban Planning; y A Study in Corporate Irresponsibility: McDonalds
Corporation’s Operations at LAX (2002). En la página Web de LAANE está dis-
ponible una lista completa de publicaciones, incluyendo algunos resúmenes y
textos: laane.org.
Matsuoka, Martha. 2005. “From Neighborhood to Global: Community-Based
Regionalism and Shifting Concepts of Place in Community and Regional
Development”. PhD diss., Urban Planning, UCLA.
Pastor, Manuel, Jr. 2008. “Poverty, Work, and Public Policy: Latinos in
California’s New Economy”. In Mexicanos in California: Transformations
and Challenge, ed. Patricia Zavella and Ramón Gutiérrez. Chicago: Univer-
sity of Illinois Press.
– 2007. “Environmental Justice: Reflections from the United States”. In
Reclaiming Nature: Environmental Justice and Ecological Restoration,
ed. James K. Boyce, Sunita Narain, and Elizabeth A. Stanton. London:
Anthem Press.
– 2001a. “Looking for Regionalism in All the Wrong Places: Demography,
Geography, and Community in Los Angeles County”. Urban Affairs Re-
view 36, 6: 747-82.
– 2001b. “Common Ground at Ground Zero? The New Economy and the
New Organizing in Los Angeles”. Antipode 33, 2: 260-89.
Pastor, Manuel, Jr., Chris Benner, and Laura Leete. 2007. Staircases or Tread-
mills: Labor Market Intermediaries and Economic Opportunity in a Chan-
ging Economy. New York: Russell Sage Foundation.
Pastor, Manuel, Jr., Chris Benner, and Martha Matsuoka. 2009. This Could Be
the Start of Something Big: How Social Movements for Regional Equity are
Reshaping Metropolitan America. Ithaca, N.Y.: Cornell University Press.
– 2006. “The Regional Nexus: The Promise and Risk of Community-Ba-
sed Approaches to Metropolitan Equity”. In Jobs and Economic Develop-
ment in Minority Communities, ed. Paul Ong and Anastasia Loukaitou-
Sideris. Philadelphia: Temple University Press.
Pastor, Manuel, Jr., Peter Dreier, Eugene Grigsby, and Marta López-Garza.
2000. Regions That Work: How Cities and Suburbs Can Grow Together. Min-
neapolis: University of Minnesota Press.
Pastor, Manuel, Jr., James L. Sadd, and Rachel Morello-Frosch. 2007. “LULUs of
the Field: Research and Activism for Environmental Justice”. In Professional
Advocacy for Social Justice, ed. Andrew Barlow. Lanham, Md.: Rowman and
Littlefield.
Notas y Referencias 309

Valenzuela, Abel, Jr. 2003. “Day-Labor Work”. Annual Review of Sociology 29,
1: 307-33.
Valenzuela, Abel, Jr., Nik Theodore, Edwin Melendez, and Ana Luz Gonza-
les. 2006. On the Corner: Day Labor in the United States. Technical Report,
UCLA Center for the Study of Urban Poverty.

5. Traducir la teoría en práctica


Geógrafos, sociólogos y otros profesionales de UCLA y de otras universi-
dades importantes de la región jugaron un papel importante en la formación
de una literatura inusualmente rica sobre desarrollo urbano y regional de Los
Ángeles. Pero quiero incidir en que el urbanismo como disciplina académica
y profesional, y la forma particular que adoptó en UCLA, tuvo una serie de
características que hicieron de él un terreno excepcionalmente fértil, especial-
mente para el pensamiento espacial crítico. Comparando con la geografía y las
ciencias sociales, el urbanismo estaba menos gravado por tradiciones discipli-
narias arraigadas y de alguna manera más libre para explorar perspectivas in-
terdisciplinarias. El vínculo necesario con la práctica y los principios de justicia
social que mantuvieron los estudiantes deseosos de estar informados teórica-
mente pero que reclamaban atención a cómo estas ideas podían ser útiles en
las actividades de planificación, influían tanto en la teoría como en la práctica.
Como se destaca en el Capítulo 5, trabajar en Urban Planning en UCLA me
ayudó de manera significativa a desarrollar mi propia visión espacial crítica y a
aproximarme a la teoría y práctica espacial.

La creación de una escuela de postgrado para activistas


El libro de John Friedmann Retracking America: A Theory of Transactive
Planning (1973) fue particularmente influyente en los primeros años. Promo-
vió una visión renovada de la democracia participativa y el empoderamiento
de la sociedad civil. Véase también Allan D. Heskin, “From Theory to Practice:
Professional Development at UCLA,” Journal of the American Institute of Plan-
ners 1978: 436-51.
A continuación una lista escogida de títulos de los proyectos completos:
Dilemmas of Municipal Solid Waste Management (1987)
Income Inequality and Poverty in Los Angeles (1989)
Paths for Tomorrow: Nickerson Gardens—Neighbors Leading the Way
(1991)
Planning for Cultural Equity in Los Angeles (1992)
310 Notas y Referencias

Running on Empty: Transportation Patterns of the Very Poor in Los Angeles


(1992)
A Comprehensive Perspective on Tourism in Los Angeles (1993)
Seeds of Change: Strategies for Food Security in the Inner City (1995)
The Los Angeles Manufacturing Action Project: A Feasibility Study for Or-
ganizing
Strategies in the Alameda Corridor (1995)
Putting Capital in Its Place: The Los Angeles Worker Ownership Project
(1996)
Asian Pacific American Entrepreneurship and Community Economic De-
velopment
(1997)
The Byzantine-Latino Quarter (1998)
Banking on Blight: Redevelopment in Post-Proposition 13 in California
(1999)
Cornfield of Dreams: A Resource Guide of Facts, Issues, and Principles
(2000)
El control del alquiler y el movimiento por los derechos de los inquilinos

La interpretación de conjunto de Heskin de estos acontecimientos se pu-


blicó en Tenants and the American Dream (1983). Dos artículos de periódico
que valoraban el impacto del control del alquiler fueron indicativos de la pre-
valencia de la perspective espacial en el urbanismo y los vínculos existentes
entre urbanistas y geógrafos: Hesking, Levine y Garrett (2000) analizaron es-
pacialmente los efectos del control de disponibilidad; y Clark y Heskin (1982)
escribieron sobre los descuentos por permanencia y la movilidad residencial. El
geógrafo W.A.V. Clark es conocido por su trabajo sobre movilidad residencial;
Levine, especialista en programas sobre estadísticas espaciales, fue docente e
investigador en Urban Planning desde 1980 hasta 1994; Mark Garrett, como
Heskin, de formación abogado, se vio involucrado en muchos proyectos de in-
vestigación en Urban Planning desde mediados de los ochenta. Su tesis, “The
Struggle for Transit Justice: Race, Space, and Social Equity” (2006) incluye tanto
la prolongada historia de la política de transporte de Los Ángeles como el aná-
lisis y la interpretación más detallados del caso Bus Riders Union.
La Facultad y los estudiantes de Urban Planning participaron de diversas
maneras en el surgimiento de una gobernanza y un urbanismo más democráti-
cos en lo que ciertos anuncios en la autopista, pagados por propietarios enfada-
dos, llamaban “People’s Republic of Santa Monica” (la República popular de San-
ta Mónica). En 1980, por ejemplo, en un proyecto completo bajo mi dirección
y la de Derek Shearer se preparó un informe sobre An Urban Self-Management
Notas y Referencias 311

Strategy for Santa Monica (Una estrategia sobre autogestión urbana para Santa
Mónica). El informe se basó en las experiencias de autogestión de Yusgolavia
y exploraba maneras de democratizar los procesos de planificación e impulsar
el poder económico y social de los barrios y las comunidades. Shearer, quien
sería después Embajador de Finlandia bajo la administración Clinton, era en
aquel momento el marido de Ruth Yanatta Goldway, la futura alcaldesa de San-
ta Mónica y una figura líder en Santa Monicans for Renters’ Rights (Ciudadanos
de Santa Mónica por los derechos de los inquilinos).
Baar, Kenneth. 1983. “Guidelines for Drafting Rent Control Laws: Lessons of a
Decade”. Rutgers Law Review 35, 4: 721-885.
Boggs, Carl. 1989. Social Movements and Political Power: Forms of Radicalism
in the West. Philadelphia: Temple University Press.
Clark, William A. V., and Alan D. Heskin. 1982. “The Impact of Rent Control
on Tenure Discounts and Residential Mobility”. Land Economics 58, 1: 109-
17.
Clark, William A. V., Alan D. Heskin, and Louise Manuel.1980. Rental Housing
in the City of Los Angeles. Los Angeles: UCLA Institute for Social Science
Research.
Haas, Gilda, and Allan Heskin. 1981. “Community Struggles in Los Angeles”.
International Journal of Urban and Regional Research 5, 4: 546-63.
Heskin, Allan D. 1991. The Struggle for Community. Boulder, Colo.: Westview
Press.
– 1983. Tenants and the American Dream: Ideology and the Tenant Move-
ment. New York: Praeger.
– 1980. “Crisis and Response: An Historical Perspective on Advocacy
Planning”. Journal of the American Planning Association 46: 50-63.
Heskin, Allan D., J. Eugene Grigsby, and Ned Levine. 1990. “Who Benefits from
Rent Control? Effects on Tenants in Santa Monica, California”. Journal of the
American Planning Association 56, 2: 140-52.
Heskin, Allan D., Ned Levine, and Mark Garrett. 2000. “The Effects of Vacancy
Control: A Spatial Analysis of Four California Cities”. Journal of the Ameri-
can Planning Association 66, 2: 162-76.

Feminismo espacial y justicia ambiental


Los proyectos sobre política medioambiental premiados se enumeran más
adelante como Gottlieb y otros, 1988 y 1989. Para más información sobre el
312 Notas y Referencias

proyecto LANCER, véase Gottlieb y otros (2005), mencionado anteriormente,


y Blumberg y Gottlieb (1989).
Blumberg, Louis, and Robert Gottlieb. 1989. War on Waste: Can America Win
Its Battle with Garbage? Washington, D.C.: Island Press.
FitzSimmons, Margaret, and Robert Gottlieb. 1996. “Bounding and Binding
Metropolitan Space: The Ambiguous Politics of Nature in Los Angeles”. In
The City, ed. Allen J. Scott and Edward Soja, 186-224. Los Angeles and Ber-
keley: University of California Press.
Gottlieb, Robert. 1993. Forcing the Spring: The Transformation of the American
Environmental Movement. Washington, D.C.: Island Press.
– 1989. A Life of Its Own: The Politics and Power of Water. New York: Har-
court Brace Jovanovich.
Gottlieb, Robert, and Margaret FitzSimmons.1991. Thirst for Growth: Water
Agencies as Hidden Government in California. Tucson: University of Ari-
zona Press.
Gottlieb, Robert, et al. 1995. Seeds of Change: Struggles for Food Security in the
Inner City. UCLA Comprehensive Project.
Gottlieb, Robert, et al. 1989. In Our Backyard: Environmental Issues at UCLA,
Proposals for Change, and the Institution’s Potential as a Model. UCLA Com-
prehensive Project.
Gottlieb, Robert, et al. 1988. The Dilemma of Municipal Solid Waste Manage-
ments: An Examination of the Rise of Incineration, Its Health and Air Im-
pacts, the LANCER Project and the Feasibility of Alternatives. UCLA Com-
prehensive Project.
Hayden, Dolores. 1985. The Power of Place: Urban Landscape as Public History.
Cambridge, Mass.: MIT Press.
– 1984. Redesigning the American Dream: Gender, Housing, and Family
Life. New York: W. W. Norton.
– 1981. The Grand Domestic Revolution: A History of Feminist Designs for
Homes, Neighborhoods, and Cities. Cambridge, Mass.: MIT Press.
– 1979. Seven American Utopias: The Architecture of Communitarian So-
cialism, 1790-1975. Cambridge, Mass.: MIT Press.

Investigación innovadora sobre reestructuración urbana y regional


Se ha presentado una relación de bibliografía sobre la llamada escuela de
Los Ángeles en las notas al Capítulo 4.
Notas y Referencias 313

Gary Gaile, entonces estudiante de Doctorado de geografía, se unió a mí en


mi primer pensamiento sobre la praxis espacial. Planificamos juntos un pro-
yecto que habría teorizado sobre la nodalidad, el conjunto de actividades y per-
sonas en el espacio, y la formación de los cimientos para alcanzar a través de la
planificación espacial lo que llamamos “effiquity”, un desarrollo que combinara
eficacia y equidad. De esta colaboración no se publicó nunca nada, pero Gary,
curiosamente de forma paralela a lo que hice a principios de la década de 1960,
continuaría investigando en Kenya sobre la geografía del desarrollo y la plani-
ficación espacial. Él y su mujer, Susan Clarke, fueron amigos míos por muchos
años, y decidí publicar este libro con University of Minnesota Press en la se-
rie sobre Globalization and Community que ellos coeditan. Desgraciadamente,
Gary falleció repentinamente en febrero de 2009 cuando estaba completando el
borrador final de En busca de la justicia espacial. Dedico el valor que este libro
pueda tener a su memoria y a su imaginación geográfica creativa.
Goetz Wolff era estudiante de Doctorado a principios de los ochenta cuan-
do coautorizó una obra ampliamente citada sobre la “world city hypothesis”
(“hipótesis de la ciudad mundial”) junto con John Friedman. Jugó un papel
predominante en la Coalition to Stop Plant Closings y fue una figura clave en
el temprano proyecto de investigación sobre reestructuración urbana de Los
Ángeles (Soja, Morales y Wolff, 1983), dirigiendo gran parte de la concreta in-
vestigación. Tras desarrollar vínculos estrechos con el movimiento obrero re-
gional, Wolff dejó el programa de Doctorado para fundar su propia consultoría
laboral, Resources for Employment and Economic Development (Recursos para
el empleo y desarrollo económico). Posteriormente fue nombrado como parte
de la Facultad Urban Planning de UCLA y ha permanecido como la principal
conexión con las organizaciones obreras locales. Wolff fue cofundador del Los
Angeles Manufacturing Action Project (LAMAP, Proyecto de acción industrial
de Los Ángeles) y fue después Director de investigación de 1999 a 2005 de la
Los Angeles County Federation of Labor (Federación de empleo del Condado de
Los Ángeles) con 800.000 trabajadores, la organización obrera más influyente
del sur de Carolina. También trabajó como Director del Center for Regional
Employment Studies (Centro de estudios regionales de empleo) y es actualmen-
te Director ejecutivo del Instituto laboral Harry Briges con sede en San Pedro.
Hay pocos activistas académicos en otros lugares que combinen mejor su sofis-
ticación teórica, la visión regional crítica, la experiencia en dirigir, la capacidad
de investigación y el compromiso con el activismo social y por la justicia para
los trabajadores del mundo.
El uso de empleo inmigrante como estrategia empresarial para adaptarse
a la nueva economía fue ilustrado en una visita de Rebecca Morales, entonces
314 Notas y Referencias

Profesora de urbanismo, a una pequeña empresa de fabricación de piezas de


automóvil al sur del centro urbano de Los Ángeles. Mientras paseaba, con una
máscara protectora contra el polvo asfixiante, vio cómo los productos finales se
habían apilado y sobre los mismos se había sellado “Made in Brasil” (“Hecho en
Brasil”). Evidentemente, los costes laborales en L.A. eran tan bajos y el mercado
estaba tan próximo que algunas empresas podían competir con productores de
otros países.
A medida que creció en Urban Planning un nuevo compromiso con la
educación laboral teórica, se organizaron varios proyectos integrales en torno
a temas relacionados con la reestructuración económica de Los Ángeles y la
economía de EE.UU., entre otros uno sobre la “Widening Divide” (“Creciente
brecha”), liderado por el Profesor de urbanismo Paul Ong, que examinó con
detalle el incremento de la diferencia de rentas en Los Ángeles. Este trabajo y
sus resultados ayudaron a extender la atención sobre el tema a escala nacional,
centrándose principalmente en la llamada subclase urbana permanente y la de-
pendiente de bienestar social, sobre todo población afroamericana, incluyen-
do inmigrantes y predominantemente trabajadores pobres latinoamericanos
como centro de los problemas de pobreza y desigualdad en Estados Unidos.
La investigación de Ong continuó centrándose en cuestiones de justicia social
y espacial, en particular en relación con población de las islas del Pacífico asiá-
tico y varios aspectos de accesibilidad residencial a bienestar social y servicios
relacionados.
La versión de Michael Dear del grupo de investigación de L.A. y su trascen-
dencia de la escuela de Chicago ha atraído ampliamente la atención de geógra-
fos y sociólogos, de tal modo que tal vez muchos profesionales de otras ramas
crean que representa la visión colectiva. Esto ha creado cierto antagonismo y
confusión, haciendo difícil presentar una interpretación alternativa. Especial-
mente preocupantes son las afirmaciones de Dear de que el núcleo de la inves-
tigación sobre Los Ángeles niega la importancia de la centralidad y la aglome-
ración, extendiendo ahora el desarrollo periférico como factor determinante.
Este enrevesado punto de vista ignora lo que muchos contribuyentes locales
consideran el logro más importante de la mayor agrupación de investigadores
de Los Ángeles: centrarse en las fuerzas dinámicas que surgen de la aglomera-
ción urbana y de las economías regionales propulsoras.

La reestructuración de Urban Planning


Entre los informes de proyectos realizados por el Community Scholars Pro-
gram (Programa comunitario de académicos) desde 1991 hasta 2001, se in-
Notas y Referencias 315

cluyen, aproximadamente en orden, Accidental Tourism, Manufacturing L.A.’s


Future, Banking on Communities, Los Angeles Manufacturing Action Project,
Worker Ownership: A Strategy for Job Creation and Retention, Learning for
Change: Experiences in Popular Education, Banking on Blight: Redevelopment in
Post-Proposition 13 California, Models of L.A. Organizing for Social Justice: Pus-
hing the Boundaries, Crossing the Isms, Participatory Democracy and Coalition
Building-Organizing for Social Change in L.A.’s Communities and Workplaces.
En 2002, el grupo Community Scholars produjo el póster informativo de
doble cara mencionado en las notas al Capítulo 4, Connecting L.A.’s Community
Organizations and Labor: Toward a Social and Economic Justice Landscape. No
sólo el título implica las muchas conexiones existentes entre los movimientos
de desarrollo obreros y comunitarios, sino también el uso del término justice
landscape (paisaje de justicia) ilustra tanto un servicio estratégico con tecno-
logías de sistemas de información geográfica como la especial atención que se
presta a las luchas relacionadas con la justicia espacial.

6. En busca de la justicia espacial tras el 11-S


El creciente movimiento nacional que promueve los Community Benefits
Agreements (CBAs, Pactos de beneficios comunitarios) está bien documentado
actualmente en Internet. Además del propio debate informativo de LAANE
relativo a su participación en el desarrollo histórico de los CBAs, están dis-
ponibles dos importantes informes que reconocen los esfuerzos de LAANE y
Madeline Janis y ofrecen información sobre la difusión nacional continua de
estas herramientas innovadoras de reurbanización. En 2005 se publicó Com-
munity Benefits Agreements: Making Development Projects Accountable, siendo
su autor Julian Gross, Director jurídico del California Partnership for Working
Families (Asociación de California para familias trabajadoras), una parte clave
de la coalición nacional. Asistió en la preparación del informe Greg Leroy de
la organización Good Jobs First (Buenos trabajos, primero) con sede en Wash-
ington D.C., y Janis de LAANE. El segundo informe (2007), que incluye un
comentario extenso de Janis, así como un preámbulo de Manuel Pastor, se titula
Community Benefits Agreements: The Power, Practice, and Promise of a Respon-
sible Redevelopment Tool. Formaba parte de una serie de monografías sobre la
reurbanización de barrios patrocinada por la Fundación Annie E. Casey.
LAANE publica ahora informes anuales sobre pobreza, empleo y economía
de Los Ángeles, y se ha involucrado en nuevos informes no sólo sobre CBAs
sino también sobre temas como la valoración del impacto de las ordenanzas
de salario mínimo, la externalización de puestos de trabajo de seguridad en
316 Notas y Referencias

el LAX (Aeropuerto Internacional de Los Ángeles), los beneficios económicos


regionales derivados del Programa Clean Trucks (camiones limpios) del puerto
de Los Ángeles, y sobre cómo las luchas locales han tenido un impacto nacio-
nal, Wal-Mart and Beyond: The Battle for Good Jobs and Strong Communities in
Urban America (2007).
Wikipedia tiene una entrada excelente sobre el South Central Farm (huerto
de South Central), considerado el huerto urbano más grande del país antes de
ser clausurado. Véase también Henrik Lebuhn, “Entrepreneurial Urban Politics
and Urban Social Movements in Los Angeles: The Struggle for Urban Farmland in
South Central,” Eurozine (periódico en línea), 2006. El documental The Garden
fue producido y dirigido por Scott Hamilton Kennedy y distribuido en 2008
por Black Valley Films en asociación con Katahdin Productions.
Puede encontrarse un resumen de las actas de la primera reunión de la Right
to the City Alliance (Alianza por el derecho a la ciudad) en Right to the City: No-
tes from the Inaugural Convening, 2007, disponible en Right to the City, 152 W.
Thirty-second Street, Los Angeles, CA 90007. Véase también www.righttothe-
city.org. Con fecha agosto de 2008, entre las redes regionales y las organizacio-
nes que las integran participantes en la Alianza, se incluyen Boston/Providence
(Alternatives for Community and Environment, Centro Presente, Chinese Pro-
gressive Association, City Life/Vida Urbana, Direct Action for Rights and Equa-
lity, Olneyville Neighborhood Association); D.C. Metro-Washington D.C./Nor-
thern Virginia (ONE DC, Tenants and Workers United); Los Ángeles (East LA
Community Corporation, Esperanza Community Housing Corporation, Korea-
town Immigrant Workers Association, South Asian Network, Strategic Action for
a Just Economy, Unión de Vecinos); Miami (Miami Workers Center, Power U,
Vecinos Unidos); Nueva Orleans (Safe Streets/Strong Communities); Nueva York
(CAAAV Organizing Asian Communities, Community Voices Heard, Fabulous
Independent Educated Radicals for Community Empowerment-FIERCE, Fami-
lies United for Racial and Economic Equality, Good Old Lower East Side, Make
the Road NY, Mothers on the Move/Madres en Movimiento, New York City Aids
Housing Network, Picture the Homeless, WE ACT for Environmental Justice);
San Francisco/Bay Area (Chinese Progressive Association, Just Cause Oakland,
People Organized to Demand Environmental and Economic Rights, People Orga-
nized to Win Employment Rights, St. Peter’s Housing Committee, South of Market
Community Action Network). Todas estas organizaciones tienen página Web y
dirección, e invitan a donar para las acciones enumeradas en Right to the City
Alliance: A Funder’s Guide, editado por David Staples en 2008 y disponible en
línea.
Notas y Referencias 317

Otra publicación informativa disponible en Internet es The Right to the City:


Reclaiming Our Urban Centers, Reframing Human Rights, and Redefining Citi-
zenship (una conversación entre la activista donante Connie Cagampang Heller
y Gihan Perera del Miami Workers Center —Centro de trabajadores de Mia-
mi—), San Francisco, Tides Foundation, 2007. La cita de Poitevin está tomada
de Right to the City: Notes from the Inaugural Convening. Otra representante
académica en la conferencia, Harmony Goldberg de la CUNY, presenta su vi-
sión sobre la reunión en “Building Power in the City: Reflections on the Emer-
gence of the Right to the City Alliance and the National Domestic Worker’s Allian-
ce”, www.inthemiddleofthewhirlwind.wordpress.combuilding-power in-the-city/.
Para una bibliografía completa sobre el derecho a la ciudad, véanse las notas
al Capítulo 3.
El discurso de David Harvey en el Foro Social Mundial, Belén, está disponi-
ble en http://www.hic-net.org/news.asp?PID=913.

You might also like