You are on page 1of 2

Después de un hecho doloroso y triste, me vino una especie de búsqueda de algo que calmara el dolor, la angustia y, sobre

todo, el enojo que tenía. Pero mi incesante búsqueda no ha terminado, porque ni el dolor, ni la angustia y, mucho menos
el enojo, han desaparecido.

Al cerrar la puerta del automóvil, Julia sintió que el mundo que conocía hasta ese instante había cambiado para siempre.
Quiso caminar los pasos que faltaban para llegar a su casa, pero una oleada de sentimientos llegó a su cuerpo. Una
sensación de gran pena, al darse cuenta que las expectativas que habían puesto en ella, no habían sido incluidas nunca
sobre su camino. Por ello, solo en este instante pudo comprender lo mal que se había portada con ese joven, que instantes
antes había estado frente a ella.

Como pudo se sentó sobre la huella de sendero y se quedó allí. ─¿Qué clase de persona soy? Pensó. Y no tuvo que buscar
mucho, para darse cuenta que se había convertido en una persona insensible ante el dolor ajeno.

En ese momento, pasaron los ocho años frente a su rostro. No había tenido un instante donde ella se hubiese preguntado
¿Cuál es mi responsabilidad?, ¿Qué papel debo jugar en esta situación? Y mucho menos ¿Cómo apoyo a este joven? Nunca
estuvo en su pequeño e insignificante mundo este cuestionamiento. Y eso, ahora estaba causando un dolor que nunca
había esperado sufrir.

Caminó los pasos que faltaban para llegar a su hogar y al dejar sus cosas personales en la pequeña silla. Cayó al suelo y se
quedó allí, tratando de entender qué había hecho ella todos estos años. Qué debió hacer. Pero, la culpa y desesperación
llegaron a su cuerpo e hicieron estragos con pensamientos que solo denotaban derrota, frustración y, sobre todo,
incredulidad de verse así misma en el espejo y darse cuenta que era una persona apática. Llena de buenas intenciones,
pero que no había sido capaz de ponerse en el lugar de aquel joven de veinte años, desde unos ocho años atrás. Y todos
los años que vinieron, después de ese lamentable día de agosto, cuando su mundo había cambiado para ella.

Comenzó a vislumbrar los posibles escenarios que pudieron ser vividos con un muchacho que perdió a su madre, pero
eran tantos que su cabeza estuvo a punto de estallar. Imaginar que ella pudo haber hecho algo y que sencillamente por
comodidad o miedo, guardó silencio o se quedó inmóvil en su dulce hogar, mientras que ese joven sufría, tenía miedo y
mucho más que eso, estuvo solo todo ese tiempo, pensando o creyendo que su tía haría algo. Y justamente esas
expectativas sobre ella, eran lo que ahora tenían sentido del comportamiento anterior.

Cada vocablo rebotaba en su cabeza. Al irse a dormir, cada palabra estaba allí fuerte y clara. ¡Creí que estarías presente!
Esa simple frase estaba siendo repetida una y otra vez, como un mormullo.

Ese murmullo, que la hizo volver a esa sala de hospital cuando tenía tan solo cuatro años de edad y se había quedado sola;
cuando por razones médicas debía quedarse en el hospital por muchos meses, sin la presencia o visita de algún rostro
conocido. O también cuando cumplió veintiún años y tuvo que pasar treinta días en el hospital a causa de la tuberculosis.
Ese verano fue muy triste porque podía salir del centro médico, pero no había ningún familiar que viniese por ella para
llevarla a pasea por las calles del veraniego pueblo. En la fecha de su casamiento, cuando lloró sola en un rincón, porque
ningún familiar quiso acompañarla y lo que más dolía fue el día del nacimiento de su primogénito, cuando ninguna persona
de su familia le acompañó para sentarse a su lado y contemplar el rostro de su hermoso hijo, que acaba de llegar a este
mundo. Días tristes cuando solo contó con el compañero que ella eligió y el cual su familia no aceptaba porque era tan
pobre como ella.

Esos momentos, había pasado hace mucho tiempo ya, pero hoy había llegado de nuevo a su vida. Para recordarle que lo
que ella había vivido también le había tocado a otro ser humano, y lo más cruel de la situación, es que ese había sido un
joven familiar de ella. Era pura ironía de la vida. Crueldad de una fineza profunda saber que lo que más te ha herido, es lo
mismo que haz caudado tú.

Esos instantes que nunca fueron compensados y que se dijo nunca volverían a herirle tanto. Y ahora estaban de vuelta
diciendo: Cuando necesité una mano amiga que estuviese para apoyarme, nunca, nunca hubo una de algún familiar
cercano. Por el contrario, cuando tuvo problemas siempre llegaron manos amigas a ayudar, pero fueron de otras ramas
de árboles lejanos, de compañeros de trabajo e incluso de extraños que pasaron a hacer su obra de caridad y luego
desaparecieron. Allí estaba la ironía, la situación se repetía, solo que, con actores diferentes.

Julia, acabada de imaginar que todo lo escuchado había sido parte de un mal sueño. Ella se repetía cuál era su rol en toda
esta historia. Sus respuestas habían quedado allí en el vacío del tiempo. A la espera de entender las razones del por qué
se repetían estos hechos, pero también para darse tiempo extra para alcanzar a comprender lo fuerte y poderoso que han
sido los lazos del clan de las generaciones anteriores a ella. Puesto que la repetición de hechos calcados indicaba que algo
había sucedido en las vidas de sus abuelos, bisabuelos o incluso tatarabuelos, que se han continuado reproduciendo de
igual forma.

Cuántas veces había repetido la frase: vine a este mundo sola, por eso no tengo que tener esperanza de contar con alguien.
Y ahora esas simples palabras le estaban cobrando su cuota de enganche, queriendo pedirle una explicación a su
comportamiento. Poniéndole frente a su espejo su vida y al mismo tiempo reprochándole las decisiones que había
implementado en su camino. Alejarse de toda su familia, había parecido una excelente idea, claro que ahora eso no tenía
mucho sentido. Porque ese joven le había increpado que ella hizo lo mismo que sus padres. Había abandonado el sitial
que le correspondía al sentirse abandonada y se había convertido en el verdugo del ser que no atiende o no presta
atención a aquello que por lógica se ha comprometido.

A cada instante, volvía a ese pasado que había decidido dejar aplastado bajo mil kilos de tierra. Esos momentos que le
habían hecho sufrir con extrema crueldad y a los cuales había decidido guardar en un cajón con siete llaves, pero que
ahora no estaba segura si eso había sido lo más apropiado. Después de escuchar los crudos discursos de ese joven, que se
encontraba tan seguro de sus palabras y que dolían allá en el alma, Julia no podía quedarse haciendo lo mismo que había
hecho por ocho años.

Entonces, aparecieron más interrogantes y cuestionamientos. Cualquier cosa que hiciese ahora, parecerá ser un insulto
para el que ha sufrido el abandono. Puesto que, nunca antes hizo algún movimiento compasivo por que el aguanta y ahora
que se le reprochado su conducta se vuelve un ser humano sensible y atento. Eso es todavía más humillante

You might also like