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Boletin del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emifio Ravignani” Tercera serie, niim. 22, 24°. semestre de 2000 ALA NACION POR LA FIESTA: LAS FIESTAS MAYAS EN EL ORIGEN DE LA NACION EN EL PLATA JUAN CARLOS GARAVAGLIA* 1. INTRODUCCION Por qué estudiar los orfgenes de la nacién a través de la fiesta? Fundamentalmente, porque nos parecié el camino més sencillo para recuperar una parte de los contenidos simbélicos més ricos que la fiesta vehiculizaba en el Antiguo Régimen hispano; por olra parte, este camino resulta también muy til para mostrar algunos de los cambios que los acontecimientos que se desarrollan desde 1810 en adelante impondrian a los regocijos populares. La relacién entre la fiesta y los origenes de la nacién! —nos refe- rimos aqui exclusivamente al tema del surgimiento de la nacién identitaria, tomando- 1o como un proceso creador de representaciones sociales de muy larga duracién— sera asimismo, uno de los aspectos centrales que desarrollaremos en este trabajo. Una nacion identitaria que no podia estar basada sdlo en una lengua, ni en una fe religiosa compartida, ni en un pasado ibérico comdn, pues estos atributos no eran * Boole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Paris. (E-mail: gara@ehess. fr.] Los lectores buscarén, initilmente, una definicién de nucién en este texto; sélo citaremos algunas de las obras de los marxistas ingleses que nos parecen mis proximas a nuestra forma de pensar el proble- ma: E, J, Hobsbawm y T. Ranger, The invention of tradition, Cambridge, 1983; B. Anderson, Cemunida- des imuginadas, Reflexiones sobre el origen y la difusién det nacionatismo, México, Fondo de Cultura Econémica, 1993: E. J. Hobsbawm, Naciones y nacionalisma desde 1780, Barcelona, Critica, 1995. Sobre la discusidn acerca de la nacién en América Latina, véanse los trabajos incluidos en el volumen editado por Frangois-Xavier Guerra y Monica Quijada, /maginar la Nacién, Cuadernos de Historia Latinoamer cana, AHILA, 2, Minster, Lit Verlag, 1994 (en especial, el aniculo de Ménica Quijada “;Qué nacién? Di- ndmicas y dicotomfas de la nacién en él imaginario hispanoamericano del siglo XIX") y para el tema de la nacisn idemtitaria en cl Rio de la Plata, véase P. Gonzilez Bernaldo, “La ‘identidad nacional’ en el Rio de la Plata post-colonial. Continuidades y rupturas con el Antiguo Régimen”, Anuario tens, ndra. V2, Tandil, 1997. Una presentacién de ta discusién europea sobre el tema, vista desde la sealidad del nacionalismo ca- (alin, en: J. M. Fradera, Cultura nacional en una societat dividida, Patriotisme i cultura a Catalunya (1838-1868), Barcelona, Curial, 1992, pp. 9-31 3 en absoluto, como parece casi ridiculo recordarlo, un patrimonio exelusivo riopla- tense. Este hecho era comiin a todas las nuevas naciones que surgirian del viejo im- perio espafiol. Los franceses pueden imaginar a su nacidn surgiendo desde el fondo de los siglos (desde “la meit des temps”2 aun cuando no es indtil sefialar que, en los comienzos histéricos de ka monarquia francesa, fue necesario inventarsc un ori- gen “troyano”);? para los iberoamericanos esto era bastante més dificil. Pelayo hu- biera podido ser quizds una buena imagen de lustrosos y muy antiguos origenes, el pequefio detalle es que en 1810 se convertiria en la imagen de los “enemigos”. Y si los insurgentes mexicanos podian hacer remontar simbélicamente sus origenes “nacionales” a la memoria de las antiguas civilizaciones con mayor o menor habi- lidad# (y el dguila sobre el nopal de la bandera mexicana es un buen ejemplo exi- toso en este sentido),5 en el caso rioplatense, esto era casi imposible, pese a algunos detalles interesantes que no es inttil recordar y en donde se perfilan algunas de las relaciones tempranas entre “ctnicidad” y “nacién”.s Habla pues que arremangarse 2 P. Nora, “Présentation”, en: Les Liew de mémoire, |, Paris, Gallimard, 1998, p. 18 3 Véase Jacques Le Goff. "Genése de la France (milieu IXe-fin xttte sitcle): vers un Etal monarchi ue franyais", en: J. Revel, y A. Burguitte, Histoire de la France. L'Etat et les pouvoirs, Paris, Seuil. 1989. 4 Sobre el caso mexicano, véase D. Brading, Orbe indiano, De la monarquia catdlica a reptiblica criolla, 1492-1867, México, Fondo de Cultura Econémica, 1991 (esp. cap. XXV “Liberales y patriotas”) y E, Florescano, Memoria mexicana, México. Fondo de Cultura Econsmica, 1995. 5 El dguila sobre el nopal era el signo divino que la tradicién aateca atribuia como seal del dios Huitzilopochtli para que la migracién desde el norte se detuviera en el valle de México, allf en donde es- tarfa después Tenochtithin. Sobre el origen de este simbolo, véanse las interpretaciones contradictorias de Ch. Duverger, L'arigine des Actéques, Paris, Editions du Seuil, 1983, pp. 303-314 y A. Lépez Austin, “El ‘Aguila y Ia serpiemte”, en: E. Florescano (comp.), Mitas mexicanos, México, Aguilar, 1995. © “Algunos de los miembros del Congreso de Tucumxin, como también Manuel Belgrano 0 Giiemes, imaginaron la posibilidad de entronizar a un inka y la sola mencién de este hecho nos da una idea de fa dimensién del problema identitario en esa primera década. Adolfo Saldias en La evolucién republicana durante la revolucién argentina, Madcid, Editorial América, 1919, rélata én detalle la historia y no olvida citar una carta de Toms Manucl de Anchorena que no tiene despendicio, en donde el orgulloso portefio. deja ver su desprecio por los que él llama los “cuicos” [altoperuanos}, véanse las pp. 97-99. Tampaco es, totalmente initil seftalar que el sol que adoma el escudo nacional, es el sof inkuico y que su primer dibu- jante fue Juan de Dios Rivera, jun cuzquefio emparentado con Tépac Amaru!; véase D. Corvalin Mendi- Taharsu, “Los simbolos patrios”, en: Historia de la Nacién Argentina (Desde las origenes hasta la organizacién definitiva en 1862}, vol. Vi primera secciGn, Buenos Aires, El Ateneo, 1950. pp. 489-490. No olvidemos que es este mismo sol el que adornaria las primeras monedas acufiadas por la Asimblea (de donde surgiria el escudo) y la bandera nacional. También, recordemos la estrofa del himno que dice “Se conmueven del Inca las tumbas...". Parece evidente relacionar estos hechos con el prestigio que el pasa- do del Tawantinsuyu tuvo durante la época colonial (cf. M. Burga, Nacimiento de una utopra, Lima, tns- lituto de Apoyo Agrario, 1988) y que alcanzaba incluso a tegiones tan alejadas como el Rio de la Plata En una palabra, el intento de fundar la futura nacién sobre un principio de identidad étnica, no fue algo ‘completamente ajeno a la experiencia rioplatense de este primer periodo, La relacién entre “etnia” y “na- cin” ha sido analizada por J. F. Gossiaux: “Ethniticit, nationalités, nations”, en: M. Abélés y H. P Jeudy, Anthropologie du politique, Paris, Colin, 1997 y por Joan Bestard-Camps en “Paradoxes of Nation and Kinship: concrete relations and abstract ideas”, mimeo, 1999. 74, ¢ inventar un complejo de tradiciones que identificara a esa nueva nacién que, ade- mas, todavia no existia.? Este trabajo tiene como objetivo central entonces, un trozo muy pequefio de la historia de esa tarea casi ciclépea de invencidn® (y que ademas, por definicidn, es eternamente inacabable) de una representacién colectiva —“comunidad imaginada”— que llamamos hoy nacidn argentina. Sefialemos de todos modos que el estudio esta centrado sobre todo en Buenos Aires y su drea rural de influencia. Se trata paraddji camente, del proceso de construccién de una memoria.) Pero, las paginas que siguen podrian también ser titiles, confiamos, para posibilitar una reflexiGn mas general so- bre esta problemética. En efecto, el caso de las nuevas repiblicas surgidas del viejo imperio espafiol en América, constituye ~justamente por cl pasado cultural comun a sus elites criollas— un rico laboratorio para tratar el viejo problema de las relaciones entre 1a sociedad, el estado y el proceso de construccién de la nacin durante el siglo xix. Y hay que sefialar que este proceso se da incluso en forma mds temprana que en Europa, dejan- do de fado, claro esta, el “modelo clasico” de la Francia revolucionaria, Lo sefialamos no para pretender una prelacién ~hecho que seria totalmente absurdo reivindicar— sino para mostrar un orden diferente en la aparicién de muchos de los elementos constitutivos de ese desarrollo. En América Ibérica, el proceso de invencién de la na- cin procede en un orden distinto, para llegar de todos modos a un resultado idénti- co. Y sobre todo, al rehacer este camino podemos comprobar que ciertos ¢lementos generalmente considerados determinantes para la construccién identitaria de la na- cidn (“una” lengua,' “una” religién, “una” cultura elitaria -y hasta “una” cultura po- 7 Para decirlo con las palabras de un libro reciente: “El verdadero nacimiento de la nacién ocurre cuando un pufado de individuos declara que ella existe y decide probarlo"; véase A.-M. Thiesse, La création des identités nationales. Europe. xvitie-xxe siecle, Paris, Editions du Seuil, (999, p. Il; recor- demos también la contundente frase de Fernando Savater “puede decitse que es el nacionalismo como proyecto y como empefio quien causa fa nacién y no a Ja inversa” (Contra las pairias, Barcelona, Tus- quets, 1996, p. 35). 8 Evitemos confusiones: ta nacién,modema como comunidad imaginada es el {rato de un proceso colectivo de invencidn y esto no tiene nada que ver con los conceptos de “verdad” o “mentira”; inverttar rio es mentir, sino crear. Las naciones no son “mentiras”, como tampoce son “verdades”, son creaciones colectivas. 9 Véase sobre “memoria”, amén de la inmensa obra colectiva editada por Pierre Nora y ya citada, Les liewx de mémoire, e| bro de Jacques Le Goff Hisiaire et mémoire. Patis, Gallimard Folio, 1988. 10 De todos modes, no hay que olvidar la polémica que surgitia en América acerca del caréeter “pro- pio” del castellano hablado en Jas nuevas repablicas: véase, por ejemplo, la controversia acerca de la cul- {ura americana y la espafiola entre E, Echeverria y A. Alcald Galiano, que el primero evoca extendidamente en su Ojeada retrospective sobre ef movimiento intelectual en el Plata desde el afio 37 (1846] en Dogma Socialisia de la Asaciuciin de Maye, Buenos Aires, Pertot, 1958, pp. 105-115. Obviamente, un nombre importante en este asunto es el de Andrés Bello, quien ya desde fos afos veinte se hallaba preocupado por el problema: cf, su Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar ta ortografia en América, Londres, 1823 y que se enfrentaria con Sarmiento sobre este tema en Santiago de Chile durante el exilio chileno del sanjuanino. Rafael Obligado bregaria afios mas tarde por una completa “Independencia literaria”, tal co- 75

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