Aquél prior era a su vez obispo de Luçon, y el obispo de Luçon no era otro
que Armand-Jean du Plessis, más conocido como Richelieu. Si el entonces
duque y más tarde cardenal no tomó entonces las habituales represalias a
las que acostumbraba fue porque había caído en desgracia frente al joven
monarca, Luis XIII. Pero un año más tarde, tras un corto destierro en
Avignon, el obispo sería llamado a París y en 1622 sería designado primer
ministro del rey y cardenal. Para entonces, el purpurado no había olvidado
la afrenta de aquel cura de pueblo…
La forja de un complot
Fue en la botica del señor Adam, en la rue des Marchands, donde tuvieron
lugar las reuniones secretas de los adversarios de Grandier: el fiscal
Trincant, su sobrino el canónigo Mignon, el Liutenant Criminel, Mesmin
de Silly y el cirujano Mannoury. No obstante, Grandier aún contaba con un
importante aliado: el Gobernador D’Armagnac, favorito del rey y continuó
con sus líos de faldas y sus contraataques, orgulloso como era, a sus
declarados enemigos, a los que hubo de sumar otros dos: Pierre Menau,
abogado del rey y antiguo pretendiente de la joven deshonrada, y Jacques
de Thibault, suboficial agente del cardenal Richelieu y con quien el cura
tendría abiertos enfrentamientos que le habrían de llevar a juicio y a la
cárcel. Aparecieron incómodos –y pagados- testigos que declararon contra
su impía conducta para con las féminas y su carácter poco ortodoxo.
Pero Grandier, que contaba con el beneplácito del Gobernador y con
importantes amistades en las altas esferas de la corte, logró salir de prisión
y ser declarado inocente. Su amigo, el arzobispo de Bordeaux, anuló la
anterior decisión del obispo de Poitiers y restituyó a Grandier en el
sacerdocio, recomendándole, sin embargo, que optase por ejercer su labor
en otra ciudad. Pero el párroco no hizo caso del consejo y se presentó de
nuevo en Loudun, desafiando a todos.
La revolución centralista y “ultracatólica” del cardenal Richelieu avanzaba
imparable por toda Francia. Para quebrar el poder de los protestantes y de
los señores feudales, el purpurado había convencido al rey de la necesidad
de destruir todas las fortalezas del reino en las que algunos “disidentes”
podían hacerse fuertes frente a la corona. Ahora le tocaba el turno a
Loudun y a su castillo, que fuera en su día la fortaleza más sólida del
Poitou y que contaba con un imponente torreón medieval restaurado por el
gobernador Jean D’Armagnac. Para acometer el derribo fue enviado a la
ciudad Jean de Martín, barón de Laubardemont, Comisionado especial de
Su Majestad y favorito de Richelieu. Aquel sería el peor de los adversarios
a los que habría de enfrentarse Urbain Grandier.
El maligno entra en escena