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LA CIENCIA DE SER FELIZ

© Roger Santodomingo

Colección Aprender a Vivir


Cambridge WellBeing Center
Massachusetts / 2017
INTRODUCCIÓN
“Por eso ahora estaba decidido a entregarme a esa contemplación de la esencia de las cosas...”

Marcel Proust. En busca del tiempo perdido VII

¿Quién no quiere ser feliz? La felicidad es un viejo anhelo de la humanidad. Todos queremos ser felices, sin embargo, hasta hace poco, buscar la
felicidad era visto como algo inútil ya que se pensaba que no dependía mucho de uno. Se creía que ser feliz dependía de la suerte, de la herencia, de la
genética, de las circunstancias de nuestra vida o en último caso, de la voluntad divina, pero no del esfuerzo propio. Además, uno podía ser feliz sólo
hasta cierto grado, un nivel dado con el nacimiento o que finalmente se había conformado en la infancia o al alcanzar la edad adulta, pero la posibilidad
de ser “más” felices no era más que una proposición absurda.
Tomemos en cuenta que, hasta hace poco, el concepto y trascendencia de la felicidad no eran tan obvios ni siquiera para las mentes más
esclarecidas de la modernidad. Sigmund Freud, por ejemplo, sostenía que no estaba “en los planes de la creación” que el hombre pretendiera ser feliz.
Según Freud, dado que es mucho más factible que todos experimentemos la infelicidad, a lo más a que podemos aspirar los seres humanos es a alcanzar
un cierto grado de “miseria ordinaria”. Pero incluso el padre del psicoanálisis reconocía que era imposible equivocarse cuando nos preguntamos qué
esperamos de la vida y qué pretendemos alcanzar en ella hombres y mujeres, pues según él mismo escribió en 1929 en su ensayo El malestar en la
Cultura, todos “aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo”.
Afortunadamente, la psicología se ha hecho menos melancólica.
Muchas fuentes en la filosofía y sobre todo en la ciencia han servido para superar el escepticismo freudiano. Así las ideas alrededor del arte de
vivir han cambiado sustancialmente en la última década. Al punto de que hoy día la felicidad se ha convertido en una industria: acudimos a psicólogos,
mentores, gurús, videntes y, si está a nuestro alcance, procuramos la asesoría de entrenadores personales para que nos ayuden a cambiar lo que haya
que cambiar para ser felices. En 2017, una búsqueda de libros en Amazon de la palabra “happiness” nos arrojará más de 515 mil entradas (más de
9.800 si buscamos “felicidad” en español). El número asciende cada día. En el departamento de libros, con unos 100 mil títulos, los más populares
compiten con consejos sobre otros siete hábitos, las doce claves, o con secretos que ya no lo son o nunca lo fueron.
Así como el de los libros de autoayuda, el mercado de medicamentos antidepresivos acumula ventas multimillonarias. Según la Organización
Mundial de la Salud, la depresión grave afecta alrededor de 20 por ciento de la población en algún momento de la vida. Su predicción es que para el
2020, la depresión podría superar a las enfermedades del corazón como el desorden de salud con mayor incidencia en el mundo. No sorprende entonces
que el uso de antidepresivos está creciendo aceleradamente a escala mundial. Los estadounidenses adultos consumieron cuatro veces más
antidepresivos a finales del año 2000 que a principios de los 90. Los medicamentos contra la depresión se cuentan entre los tres primeros que más se
toman en Estados Unidos donde 8 a 10 por ciento de la población está bajo medicación. Esto sin contar a los que consumen uno u otro tipo de droga
recreacional, como por ejemplo, la creciente clientela del mercado de marihuana, una droga que fue recientemente legalizada en varios estados de
Estados Unidos, así como en otros países. Por supuesto, el tráfico ilegal de estupefacientes se ha consolidado como una de las mayores industrias del
planeta. El mercado de consumidores de drogas ilícitas es uno conformado por personas ávidas de comprar felicidad rápida sin importar el costo.
La firma encuestadora Gallup ha encontrado que en la última década el mundo se ha hecho un lugar ligeramente más negativo. El índice Gallup de
Experiencias Negativas mide la frecuencia con que la gente experimenta estrés, rabia, tristeza, dolor físico y preocupación. Desde el año 2007 en
adelante el índice muestra una tendencia creciente hacia la negatividad y la insatisfacción.
Considerando estos parámetros globales, ya no debería parecernos una sorpresa que la felicidad se haya convertido en un lucrativo negocio. Pero
no todo es comercio, charlatanes y fraude. Frente a nuestras narices, casi sin notarlo, se ha producido una nueva revolución científica. Una revolución
alimentada por la confluencia de dos disciplinas. Por un lado está el desarrollo de la llamada psicología positiva, con su enfoque en el estudio de las
cosas que funcionan en nuestra mente, de las personas exitosas y felices en lugar de su tradicional acento en los que sufren, en la disfuncionalidad, las
neurosis u otras enfermedades mentales. Y, por otro lado, está la neurociencia, con sus fantásticos y sorprendentes avances en el descubrimiento de los
misterios de nuestro cerebro. La neurociencia y la psicología positiva han conformado un cuerpo de conocimientos, verificados por diversos métodos y
hasta experimentos de laboratorio que los expertos han bautizado como “la ciencia de la felicidad”.
Este ebook es uno de una colección de siete con el que en el Cambridge WellBeing Center buscamos contribuir en la popularización, o mejor, en
la democratización de estos conocimientos. Quien escribe no es un científico sino un periodista, así que siendo también profano en este campo me
aproximo a él como un amateur profesional. Para los que practicamos este oficio, la curiosidad implica el peligro de convertirnos en expertos (o más
bien el de creernos uno). Sin embargo, ni siquiera gracias a esta investigación y esfuerzo editorial, podría considerarme alguna vez experto en felicidad.
Esta es apenas una guía de estudio, sólo una coartada para indagar en cómo otros han respondido a la pregunta que todo el mundo se ha hecho alguna
vez: ¿Qué nos hace felices?
Hice la mayor parte de mi carrera en el periodismo político. En el fondo, quizás abrigué siempre una visión platónica tanto del periodismo como
de la política moderna. Para mi, ambas profesiones acarrean misiones sublimes, herederas de la filosofía clásica: idealmente el periodista busca la
verdad y el político procura el máximo de felicidad. Claro que no soy tan ingenuo, como muchos, he leído a Maquiavelo y experimentado el uso
moderno de sus lecciones para obtener y conservar el poder. También he sentido los efectos de esta época dorada de la desinformación donde abundan
las teorías conspirativas y es cada vez más complicado separar lo falso de lo verdadero, por lo que algunos la han bautizado la era de la “post verdad”.
Además, vengo de Venezuela, un país que si alguna vez se contró entre los más felices, al momento de publicar este trabajo, ranquea entre los más
miserables. Así que mi primer acercamiento a esta ciencia de la felicidad fue llevado por la curiosidad alrededor de sus aplicaciones a la política.
Creía que había algo acá que podría beneficiar a mis compatriotas. Ya algunos gobiernos habían empezado a usar estas tecnologías con el objetivo
declarado de aumentar el bienestar de sus ciudadanos o hacer más resilientes a sus ejércitos.
Entonces me preguntaba cómo podrían manipularse estos avances inteligente y democráticamente–, sin transformar la felicidad en un recurso más
al alcance del autoritarismo. Con esta y otras interrogantes llegué a Washington DC a trabajar con Moisés Naím —como productor ejecutivo de su
programa semanal, una original revista de televisión dedicada a explorar los más variados, agudos y sorprendentes temas globales–, y allí tuvimos la
oportunidad de entrevistar a expertos y autores para realizar varios reportajes alrededor del tema. Nos habíamos planteado producir una serie de
programas exclusivamente dedicados a la ciencia de la felicidad. En ese proceso encontré muchas sorpresas, buenas y malas. Algunas de ellas las
expondré aquí.
Finalmente, en los últimos meses enfrenté, simultáneamente, una crisis profesional, los obstáculos propios de la inmigración, complicaciones
familiares y un accidente automovilístico típicamente inoportuno: Una joven que conducía un Honda Civic por el centro de DC me embistió enviándome
directo al hospital —según la policía, ella estaba un poco distraída con un juego de Pokemon Go y probablemente me confundió con un Pikachu
camuflado–. En fin, para ahorrarles más explicaciones innecesarias, una serie de imprevistos hicieron más urgente mi curiosidad personal sobre esta
ciencia.
La filosofía, la religión y el arte, han sido los caminos privilegiados por los que muchos hemos transitado, ahora y en el pasado, en busca de
respuestas para una de las más grandes interrogantes de la humanidad. Ahora la ciencia ha entrado en el debate y la conversación sobre la felicidad está
cambiando completamente. Para llegar al epicentro de esta revolución, me he asomado a la academia, me matriculé en un curso de Harvard EDX en
Neurociencia y luego completé una certificación en Psicología Positiva de la Universidad de California, Berkeley. Devoré la bibliografía, consulté las
estadísticas, vi decenas de conferencias y todos los videos de TED sobre el tema y, por supuesto, también conversé con científicos y personas
extraordinarias. Así me acerqué a los nuevos maestros de la felicidad.
Claro que, además de una definición de la felicidad, lo que quería saber era dónde o cómo encontrarla —para mi y mis seres queridos–. Además
tenía muchas más preguntas que responder ¿Son más felices los que duermen más o los que duermen menos? ¿Los casados o los solteros? ¿los pobres o
los ricos? ¿los que tienen hijos o los que no tienen descendencia? ¿Los que viven en una playa tropical o los que habitan en frías y nubladas montañas?
Con este libro aspiro satisfacer mi curiosidad y ofrecer la cobertura más amplia posible del estado actual de la ciencia de la felicidad. Si además
de informarse, quienes lean, descubren inspiración para su propia vida me daré por más que satisfecho.
Capítulo 1

BREVE HISTORIA DE LA FELICIDAD


“No se trata, entonces, sólo del pasado... acaso mucho más;
algo que, común a la vez al pasado y al presente,
es mucho más esencial que los dos".
Marcel Proust. En busca del tiempo perdido. Vol VII

La escuela de Atenas - Rafael Sanzio - (c. 1510, Sala de la Signatura, Estancias de Rafael, Palacio Apostólico - Ciudad del Vaticano)

¿Cómo podemos ser felices? Algunos de los más grandes pensadores de la humanidad han hecho un extraordinario trabajo en el intento por responder.
Por milenios, los seres humanos hemos estado debatiéndonos con la idea de cómo vivir una vida que tenga sentido. Así se ha desarrollado una
fascinante tradición filosófica y religiosa. Sin pretender ser exhaustivo, haré acá una brevísimo recorrido, deteniéndome en lo que considero hitos clave
de la historia para indagar cómo la humanidad ha buscado aprender lo que significa gozar de bienestar, vivir una buena vida.
Nuestro viaje comienza 2500 años atrás, cuando se produce una explosión del pensamiento que abarca desde la China hasta el Mediterráneo,
pasando por la India y el Medio Oriente. Se trata de un periodo histórico fundamental para nuestra civilización, el que transcurre entre el 800 a. C. y el
200 a.C y que el filósofo alemán Karl Jaspers definió como la Era Axial. Aquel fue nuestro primer gran estallido espiritual y del pensamiento. Su onda
expansiva alcanza hasta nuestros días. El concepto de lo que es humano y de la civilización de hoy surgió en aquella era extraordinaria. Nada más y
nada menos.
Es en ese momento cuando en realidad los humanos empezamos el ejercicio consciente de reflexionar y nos percatamos de la particularidad de
nuestra existencia, de lo que somos, de nosotros mismos. Al hacerse consciente de sí mismo y de su vulnerabilidad, el individuo empieza a anhelar la
salvación. Ese poderoso deseo es la energía que gesta la formación de las más importantes religiones monoteístas.
En China emergen el Confucianismo y el Taoísmo; en la India, el Brahmanismo y el Budismo; en el Medio Oriente, el Zoroastrismo y el Judaísmo,
ambos antecesores del Islam y del cristianismo; la sofística, la clásica filosofía griega, se extiende en el Mediterráneo.
Aquella fue la era en la que surgieron los primeros filósofos. De pronto vemos unos sabios haciendo grandes travesías, apareciendo y hablando en
público, en palacios, en plazas. Ellos introducen otra innovación: las academias, espacios donde se producirán los más sesudos debates sobre lo divino
y lo humano, lo material y lo espiritual.
Para ello se inventa una nueva gran tecnología del habla que permanecerá vigente hasta nuestros días: la retórica, el uso de las palabras, del
lenguaje, del discurso, como herramienta de persuasión para convencer a los demás con argumentos en lugar de la espada.
Claro que a pesar de las palabras bonitas, casi todas aquellas discusiones desencadenaron grandes fracturas y desencuentros. Aquellos polvos
trajeron estos lodos: algunos de aquellos conflictos prevalecen y aún hoy se expresan, incluso con gran violencia.
No se había inventado la internet, ni los viajes aéreos, pero uno de los grandes temas que entonces empezó a abordarse de modo simultáneo, a una
escala prácticamente global —sin que, sorprendentemente, existiera una verdadera conexión humana que se haya podido verificar–, fue precisamente el
de la vida buena, de la plenitud humana, de la vida digna de ser vivida, de la vida con significado, en fin, del concepto más amplio de lo que hoy
llamamos ser feliz.
LA CHINA DE CONFUCIO Y LAO TZE
Arranca nuestro recorrido en el noreste de China, allí había un pequeño estado llamado Lu, donde en el año 551 a. C. nació el gran filósofo
Confucio. Sin duda una de las mentes más influyentes de la historia y padre de una corriente de pensamiento que perdura hasta hoy. A pesar de su gran
originalidad intelectual, Confucio se consideraba a sí mismo un “transmisor”, no un inventor de ideas, pues enseñaba un camino al buen comportamiento
que, decía él, se desprendía naturalmente de la tradición y enseñanzas de maestros divinos. En efecto, para muchos es evidente que la base de su
filosofía está en las más antiguas creencias y tradiciones de la cultura china. Confucio, quien fue huérfano de padre desde los 3 años y cuya madre murió
también muy joven, creció en la pobreza. Sin embargo, fue un gran promotor de la lealtad familiar, la veneración a los ancestros y el respeto a los
mayores. Para él la familia era la base ideal del gobierno.
Confucio fue funcionario público y ganó mucho prestigio por su inteligencia alcanzando el puesto de Ministro del Crimen. En cierto momento,
comenzó a preguntarse qué implicaba llevar una vida virtuosa o lo que significaba estar contento. Sus discípulos recogieron sus ideas fundamentales en
una colección de aforismos llamada los Analectas. Allí destacan tres principios fundamentales: Li, Jen y Chun-Tzu. El término Li subraya la
importancia que Confucio daba a los rituales tanto en los eventos públicos como en la vida cotidiana y suele traducirse como decoro, reverencia y
cortesía. El Li se refiere a la necesidad de formar hábitos para mantener la norma de conducta ideal. El segundo concepto es el de Jen o Ren y que
equivale a la idea de la compasión. Es la virtud de la bondad y de la benevolencia. El Jen es probablemente la enseñanza de Confucio que más nos
ayuda a entender la noción de felicidad china. Una persona con jen reconoce el valor de los demás y se preocupa por ellos, actúa compasivamente
independientemente de su rango o clase.
Confucio trasciende la cultura china en muchos aspectos, pero sin duda en ninguno es tan universal como en el sencillo precepto que hoy llamamos
la Regla de Oro: "No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti" (Analectas 15:23). La Regla de Oro recoge la esencia del Jen que es una
empatía con dignidad y que transmite un sentido de reverencia hacia los otros, hacia la humanidad. Una persona tiene Jen o humanidad porque encuentra
el bien, el valor de la virtud en sí mismo y lo brinda a los demás. Si el Li prescribe normas y da la estructura moral para la sociedad, el Jen informa
sobre cómo interpretarla individualmente.
Juntos, el Li y el Jen conforman el concepto del Chun-Tzu que viene a ser el ideal del verdadero caballero, aquel que según Confucio logra vivir
de acuerdo con las normas éticas más elevadas. Una persona que personifica el Chun-Tzu exhibe cinco virtudes: auto respeto, generosidad, sinceridad,
persistencia y benevolencia. Esta última, la benevolencia, quisiera subrayarla especialmente pues es la virtud que Confucio decía, debía requerirse de
todos los investidos de autoridad. Él pensaba que si los principios de Li y de Jen se extendían y los hombres se esforzaban por tener el carácter de un
verdadero caballero, la justicia y la armonía se impondrían como forma de gobierno y por tanto el mundo tendría paz, sería feliz.
El confucianismo consolida un valor esencial en la cultura china en la que la realización humana se encuentra en una inclinación positiva hacia los
demás en el bienestar de la comunidad más que el del propio individuo. Así que la esencia más profunda y perdurable del confucianismo para el
moderno ideal de la felicidad es que no es una característica individual sino el producto de nuestras interacciones sociales.

❧❧
Otra gran tradición china la encarna el gran filósofo Lao Tze el padre del Taoísmo. La biografía de Lao Tze es difusa. Algunos dudan de su
verdadera existencia y otros creen que fue un contemporáneo de Confucio, aunque mayor. Lo que se considera su legado, sin embargo, ha sobrevivido a
lo largo de los siglos en el Tao Te Ching, una especie de Biblia de la buena vida. El Tao instruye sobre cuál es la mejor actitud para emprender “el
camino” de virtud que es el camino al poder, a la prosperidad, pero también a la paz y armonía que era lo que se entendía por felicidad. La clave,
pensó Lao Tze, está en atender a las leyes naturales sin oponerles resistencia, al contrario, debemos observar a la naturaleza y aprender a imitar de ella
sus virtudes:

Cuando el hombre nace es tierno y débil;


El dı́a de su muerte es rı́gido, firme y duro.
Al nacer, las plantas y los árboles son tiernos y frágiles;
El dı́a de su muerte están secos y marchitos.
Por eso se dice:
“Lo firme y lo duro son atributos de la muerte;
Lo tierno y lo débil son atributos de la vida.”

De estos versos del Tao Te Ching puede desprenderse la gran paradoja de que aceptar la debilidad o nuestra vulnerabilidad es un prerrequisito
para ser resilientes y prosperar en paz. En el Tao es clave la metáfora del agua que fluye y se adapta a las características del terreno, a los obstáculos
en su camino.
Lao Tze pregona que el significado de la vida no se aprende solo leyendo y aprendiendo de las escrituras. No puede comprenderse lo que es vivir
de acuerdo con el Tao con el solo ejercicio racional de la mente. Para captar la verdad es necesario vivir la vida y dejar que el entendimiento se
desprenda de la experiencia. Lao Tze nos invita a desafiar siempre lo que sabemos, a dudar de lo que nos enseñan, pues la búsqueda del sentido de la
vida, el Tao, es un camino que hace cada uno.
EL RECTO CAMINO DEL BUDA
Otra tradición del pensamiento oriental y que ha inspirado gran parte de las investigaciones más recientes sobre la felicidad es el budismo.
Siddharta Gotama, conocido como el Buda, vivió en una región de la India, aproximadamente entre el 563 y el 483 AC. Buda, quien fue un príncipe
privilegiado que abandonó familia y riquezas en busca de la verdad, nos legó su testimonio de vida. Como Lao Tze en China, el Buda invitaba a sus
seguidores a encontrar la verdad por sí mismos. El camino que él recomendaba era el de la compasión.
El despertar viene a ser la noción budista de la máxima felicidad. Buda también tomó de la tradición de los yoguis hindúes ciertas técnicas de
meditación. Su innovación fue convertir el yoga en una técnica de desarrollo mental para alcanzar “la iluminación” y “el despertar”. En una conferencia
dada en Washington en junio de 2016, escuché al más prominente de los líderes del budismo tibetano, su santidad el Dalai Lama, formular una de las
expresiones que rinde mejor tributo al legado del Buda y que sirve al propósito de nuestra indagación: “Si quieres que otros sean felices practica la
compasión y si tú quieres ser feliz, practica la compasión”. No debe sorprender que el énfasis del budismo en el bien de los demás a través de la
compasión sea, según la nueva ciencia, una de las actitudes conducentes a una mejor calidad de vida mental.
La tradición budista sostiene la existencia de un estado de paz, de plenitud mental llamado Nirvana. El camino al Nirvana parte del
reconocimiento de las “nobles verdades”. La primera noble verdad es que existe el sufrimiento, la vida está llena de dificultades. La segunda noble
verdad es que sufrimos porque padecemos de cierta ignorancia espiritual que nos lleva al apego a la ilusión de una vida impermanente. La tercera
verdad se resume en que el sufrimiento tiene final si logramos desapegarnos de la ilusión del ego y de nuestra dependencia del deseo, en suma hay que
aprender a manejar nuestros apegos. Finalmente, la cuarta verdad podría resumirse en que no solo podemos poner fin al sufrimiento sino que la
felicidad, el Nirvana, es posible si seguimos el camino que el Buda llamó el “Óctuple Noble Sendero”. Es decir, para el budismo la felicidad es algo
que puede lograrse reprogramando nuestra mente con un estricto plan de corrección que implica ocho aspectos: Rectos Entendimiento, Pensamiento,
Lenguaje, Acción, Vida, Esfuerzo y, finalmente, rectas Atención y Concentración.
Además de los consejos para liberarnos de la tiranía de nuestros deseos, en la filosofía budista hay un amplio menú de recomendaciones para
alcanzar el desapego y el Nirvana. Como mencioné antes, sus enseñanzas renovaron antiguas prácticas de la tradición hindú, como el yoga y la
meditación, brindándonos un enfoque en el ejercicio de la ecuanimidad, la calma y el “habla bondadosa”.
Asombrosamente, estas prácticas tan idiosincráticas de la cultura de la India, han logrado superar las resistencias de las fronteras culturales.
Llegaron a dominar a las diversas culturas asiáticas y hoy permanecen en uso y se han acomodado a los usos de occidente. Tanto así que,
independientemente de nuestras inclinaciones religiosas, algunas de sus prácticas son recomendadas en los más diversos escenarios de la vida moderna.
Quiero subrayar acá el énfasis del budismo en la compasión, en el colocarnos en los zapatos del otro y preocuparnos por su bienestar, en actuar
con auténtica bondad, pues este es un tema clave que encontraremos en la medida que continuamos esta indagación en torno a la ciencia de la felicidad.

EUDAIMONÍA
Ahora nos trasladamos al Mediterraneo. En Occidente comenzaba también a producirse un intenso debate sobre el significado de la vida.
Particularmente en la Grecia de Platón y Aristóteles. Tropezamos aquí con una curiosa palabra, intraducible y a la vez llena de significado: eudaimonía.
Se ha querido traducir como felicidad, pero su significado se acerca más a la idea de realización o plenitud, un estado mental y de la vida que puede
implicar alegría, pero que también incluye al sufrimiento y lucha.
Se piensa que la palabra eudaimonía la acuñó Platón a quien muchos consideran el primer verdadero gran filósofo. Platón vivió en Atenas entre
los años 427 y 347 a. C. y pensaba que a los hombres les costaba alcanzar la eudaimonía porque no pensaban lo suficiente. Platón fundó en Atenas su
Academia, quizás el primer gran templo a la razón, pues estaba convencido de que, con una mejor educación, los líderes griegos serían más razonables
y se podría alcanzar una sociedad utópica gobernada justamente por filósofos sabios.
El amor que puede ser una fuente de alegrías y tristezas no puede quedar fuera de un estudio serio sobre la felicidad. Para los griegos eso estaba
claro. Platón escribió extensamente sobre el amor y lo que significaba amar sabiamente. Una clave para un amor feliz, explicó Platón en su Symposium
es que los amantes se complementen en sus virtudes y quieran aprender y dejarse enseñar por el otro para mejorarse a sí mismos. Qué distinto al ideal
romántico que introdujo la pretensión de que la persona que amamos nos acepte tal y como somos con todos nuestros defectos.
Finalmente, Platón creía que nuestra educación para la eudaimonía no podía estar completa sino aprendíamos, por medio del arte, a disfrutar de la
belleza. La función clásica del arte es inspirarnos a encontrar lo mejor en nosotros y enseñarnos a vivir una buena vida.

❧❧

Uno de los discípulos de Platón, Aristóteles (384 a. C.al 322 a. C) montó tienda aparte de su maestro y fundó su escuela, llamada el Lyceum. Su
hijo Nicómaco compiló las lecciones que su sabio padre improvisaba en 10 fabulosos tomos. Así Aristóteles nos legó uno de los primeros tratados
sobre ética y moral de la filosofía occidental, la Ética Nicomaquea. Así como Freud dio crédito a Platón como el legítimo fundador de la técnica
psicoanalítica, gracias a esta obra debería reconocerse a Aristóteles como precursor de la psicología positiva pues en su estudio de las virtudes puso el
acento en identificar los factores positivos que conducen a la buena vida. Él pensaba que todos poseíamos virtudes distintivas y debíamos aprender a
conocernos mejor para identificarlas y ponerlas en práctica.
Curiosamente, todas las virtudes aristotélicas se balancean entre dos vicios. Por una parte los vicios que se desprendían de hacer muy poco o
nada, de una carencia, y por el otro los que resultaban de hacer demasiado, de un exceso. Típicamente, un gran ejemplo de esto es la virtud de la
conversación. A algunos les falta sentido del humor, entonces se vuelven aburridos o muy pesados. Estos son los que se molestan por cualquier cosa.
Mientras que a otros les sobra el humor, al punto de que se vuelven bufones de mal gusto y no permiten que nada sea examinado con calma y seriedad.
Así que un buen conversador, como cualquier persona virtuosa, practica disciplinadamente lo que Aristóteles llamó “el medio dorado” o “camino
dorado del medio”. Solo caminando por ese camino medio, como equilibrista sobre la cuerda floja, es que se podría alcanzar la bondad moral y
obtener un resultado feliz en lo que emprendemos. Nótese que hay una coincidencia transcultural aquí, pues este concepto equivale a lo que en la China
Confucio pregonaba con la moderación y en la India el Buda con “el camino del medio”.
El medio dorado no significa ser tímido o temeroso o no tomar partido, es caminar balanceadamente entre un exceso y una deficiencia para
encontrar la salida correcta. Continuando con el ejemplo de la conversación, en una situación difícil cualquiera puede molestarse fácilmente, insultar,
gritar o descalificar a su oponente. Pero para Aristóteles no hay mayor mérito en ello, lo difícil y éticamente correcto 1 es molestarse con la persona
correcta, en el grado correcto, en el momento correcto y con el objetivo correcto. Para lograr ese nivel de “corrección” sólo la práctica de la
moderación, en un conjunto amplio de buenos hábitos o virtudes, es conducente a la buena vida.
Así como Platón veía en el amor una forma de educación, Aristóteles pregonaba el valor de la amistad verdadera como una fuente de auténtica
felicidad. Aristóteles hizo una clasificación de la amistad y consideraba que los verdaderos amigos no solo comparten sus penas y alegrías, se ayudan
perfeccionando mutuamente sus virtudes.

❧❧

También en Grecia, Epicuro de Samos quien vivió aproximadamente entre el 341 y el 270 a.C. fundó la escuela hedonista. Mientras que Platón y
Aristóteles veían la eudaimonia como un estado de la buena vida, para el cual había que poner el acento en trabajar duro y ser bueno, Epicuro se enfocó
en la felicidad y el disfrute. Consideraba que la vida debíamos aprender a vivirla en continuo placer. Desde su perspectiva, la felicidad es la suma de
las sensaciones placenteras, pero también la ausencia de dolor. Según la filosofía epicúrea, la dimensión sensorial de nuestra vida es fundamental y
serás tanto más feliz cuanto más disfrutes de la naturaleza, de deliciosas comidas, de la sexualidad o de la belleza.
Sin embargo, las concepciones de Epicuro como un pervertido desenfrenado que se entregaba a bacanales, donde se embriagaba en banquetes sin
fin y participaba de orgías sin limitaciones son falsas. Al contrario, Epicuro también pregonaba el ejercicio de la prudencia y criticaba el desenfreno.
Epicuro sabía bien que, a la postre, los excesos podrían desencadenar sufrimiento y aminorar nuestra felicidad.
Epicuro prescribía evitar los “placeres innecesarios” como el prestigio y la fama pues, a su juicio, en realidad son difíciles de conseguir, fáciles
de perder y además de vanos, son innaturales. Los epicúreos sostienen que el placer verdadero es alcanzable tan solo por la razón y que la verdadera
utilidad del conocimiento estriba en la búsqueda de la felicidad. Así, la filosofía, para Epicuro, es un instrumento al servicio de la vida de los hombres
pues les ayuda a distanciarse de las trampas que ofrecen las falsas fuentes de placer como lo son, según él, el amor romántico —origen de los celos y el
despecho–, el estatus social y los lujos. Epicuro consideraba que los goces, sobre todo los que llamaba naturales y necesarios, debían satisfacerse,
siempre y cuando no provocaran dolor en uno mismo o en los demás.
No es de extrañar que esta noción de la felicidad gozara de gran popularidad y se difundiera en Europa. Fue una importante escuela de
pensamiento que perduró durante siete siglos después de la muerte de su creador quien llegó a escribir unos 300 libros. Pero tampoco sorprende que en
la Edad Media sus escritos fueran destruidos o prohibidos por la inquisición. Sin embargo, la tradición logró conservarse.
La felicidad es un tema central de toda la filosofía clásica griega. Desde su punto de vista, no era cuestión de suerte o de gracia divina, sino algo
que podía ganarse a pulso. Esta es una perspectiva que, en cierto modo, anticipó la visión moderna, pero con dos diferencias fundamentales. En primer
lugar, porque para los filósofos clásicos ser feliz no significaba estar siempre sonrientes, se trataba de vivir una buena vida así esta implicara
contratiempos y dolor.
El filósofo romano Cicerón, un representante del estoicismo, aseguraba que un hombre feliz, seguirá siendo feliz incluso mientras está siendo
torturado. Al igual que la tortura, quizás el pesimismo de Cicerón –quien recomendaba que para ser feliz era mejor esperar siempre lo peor –, sea un
poco dramático y difícil de relacionar con la felicidad en la vida moderna. Lo fundamental es que la felicidad para los clásicos no es un asunto de
emociones sino el resultado de un comportamiento moral, no es un sentimiento momentáneo sino el logro de una vida de virtudes. La segunda diferencia
es que esta concepción de la felicidad no era precisamente democrática. Los sabios antiguos estaban de acuerdo en que muy pocos podrían lograr la
felicidad, porque obtenerla requiere una cantidad de dedicación y disciplina que está por encima de la capacidad de la mayoría. Aristóteles de hecho
llamaba a la élite privilegiada “los pocos felices”.

DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS


En la tradición judeo cristiana, la Biblia vincula la felicidad con la alegría de servir a Dios 2. En el antiguo testamento, el Eclesiastés apunta a la
castidad y a la inutilidad de perseguir los placeres de la vida. Por su parte, en el Talmud se comenta que puede experimentarse placer y haber
verdadera alegría producto de una vida de cumplimiento de los mandamientos.
Agustín de Hipona, San Agustín, aceptaba que todos los hombres aspiraban a ser felices, pero advertía que toda felicidad en la Tierra es falsa
cuando deriva de los placeres humanos, salvo que implique la unión del hombre con la verdad, y la verdad para él no era otra que la verdad superior de
Dios.
Para los cristianos —según la doctrina que predominó en toda la Edad Media y se mantuvo vigente hasta bien entrada la Modernidad– la felicidad
puede ocurrir sólo en tres circunstancias: en el Jardín del Edén antes de que Adán y Eva cayeran en el pecado; en el futuro, cuando Cristo vuelva al
Reino de Dios; y, finalmente, nunca mejor dicho, después de la muerte, donde los santos -según Tomás de Aquino- conocerán de la verdadera felicidad
en unión con Dios en el Cielo. De esto se desprende que la felicidad no es el estado natural para la tradición cristiana dominante en la historia y, en
cualquier caso, es algo completamente fuera del alcance de los herejes y no creyentes. Para los cristianos, hasta la llegada de la ilustración, no es
posible —ni deseable– pensar en obtener la felicidad en esta vida mortal que, a fin de cuentas, se le ha impuesto a la raza humana como un castigo de
exilio del paraíso.

LA ILUSTRACIÓN
Cuando el filósofo y revolucionario inglés John Locke declaró, al final del siglo XVII, que los hombres teníamos derecho a ser felices y no
debíamos pedir perdón por los placeres aquí en la Tierra estaba tomando un gran riesgo. En realidad desafiaba al poder establecido que asumía que el
sufrimiento era la condición natural del ser humano. Finalmente, con la modernidad desafió la centralidad de un dios para explicar y conducir la vida.
Quizás la mayor innovación de la ilustración fue que, finalmente, para el hombre moderno el placer es bueno y el dolor es malo. Al contrario del
canon establecido por los pecados capitales, no es glotonería, lujuria, soberbia, ni codicia el disfrutar del cuerpo o trabajar para mejorar el estándar de
vida. En occidente, por primera vez en la historia, no solo no debíamos sentir vergüenza, ahora podíamos trabajar para disfrutar y aumentar nuestros
placeres.
“Por primera vez en la historia, hombres y mujeres comenzaron a pensar en la felicidad como algo diferente a un regalo divino, menos fortuito que
la providencia, menos exaltado que un sueño milenarista. nos dice Darrin M. McMahon -historiador de la Universidad de Dartmouth y autor del más
completo recuento que se haya escrito de la historia de la felicidad 3-. Por primera vez, grandes cantidades de personas eran expuestas a la idea de que
no estaban obligadas a sufrir como consecuencia de una ley divina infalible. Por primera vez contemplaron la posibilidad de que ellos podían
experimentar la felicidad en la forma de una sensación placentera como un derecho de su existencia”.
En el período de la Ilustración, en los siglos XVIII y XIX, los filósofos británicos Jeremy Bentham, James Mill y John Stuart Mill propusieron una
doctrina universal, mejor conocida como utilitarismo. Para los utilitaristas, el comportamiento humano debe tener como criterio final el bien social. En
su Introducción a los principios de moral y legislación (1781), Bentham expresó que el objetivo de la política era construir la “fábrica de la felicidad”
con las manos de la razón y de las leyes. Evidenciando sus influencias epicúreas, Bentham, introdujo un método para calcular “la utilidad” la cual
definió como la suma de todo el placer que resulta de una acción, menos el sufrimiento ocasionado a cualquiera involucrado en dicha acción. De este
modo, la felicidad puede encontrarse por medio de acciones utilitarias que levantan el nivel de bienestar del máximo de personas posible.
Podemos observar cómo la noción utilitaria de beneficio del colectivo sobre el del individuo también enlaza con un denominador común del
pensamiento oriental, es decir, que la felicidad trasciende la búsqueda del placer personal y se haya en el hacer mucho bien a los demás.
La influencia de este pensamiento es monumental. En 1776, encontramos la esencia de la filosofía utilitarista en los cimientos de la Declaración
de Independencia de los Estados Unidos, donde Thomas Jefferson, dejó plasmado que el Estado debía garantizar el derecho a la vida, a la libertad y a
la búsqueda de la felicidad.
La visión de la felicidad que nos brinda la modernidad y que fue tan decisivamente consagrada en el documento fundacional de Estados Unidos
fue gradualmente expandiéndose. En América Latina, Simón Bolívar se convirtió también en abanderado del pensamiento utilitarista cuando en el
Congreso de Angostura de 1819 establece que “el sistema de gobierno más perfecto es aquél que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma
de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”.
“El ideal ha ido alcanzando más allá del estrecho universo de los hombres blancos, para incluir a las mujeres, a las personas de color, los niños,
en verdad, a la humanidad como un todo”, nos dice el profesor McMahon. De modo que hoy día puede asumirse que la mayoría de los estadounidenses
y gran parte de la población del mundo consideran que la felicidad no es solo algo de lo que sería bueno gozar, sino que tienen que tener.
Este ideal americano, heredero de una tradición que viene de la antigüedad y pasa por la Ilustración, se ha expandido globalmente, aunque de
modo desigual. Hoy, gran parte del mundo puede pensar que la felicidad es algo que está a su alcance si se lo propone. Así que debemos, podemos y
seremos felices porque es un derecho y algo que, en cualquier caso, podemos aprender.
Este giro “es liberador en muchos sentidos”, explica McMahon porque nos desafía a superarnos para el bienestar propio y colectivo. Sin
embargo, el riesgo con este sentimiento de derecho adquirido, sobretodo en Occidente, es que se pierda la perspectiva de que la felicidad también tiene
altos y bajos.
¿Acaso podría ocurrir que, al querer ser felices todo el tiempo, olvidemos que la búsqueda de la felicidad puede implicar lucha, sacrificio e
incluso dolor?

❧❧

Tomemos aire. Acabamos de hacer una acelerada marcha de dos milenios y medio de historia del pensamiento. Una mirada rápida y seguramente
injustamente, por lo fugaz, a través de la sabiduría de los tiempos. Sobrevolamos las grandes tradiciones orientales, la religión judeo-cristiana, el
nacimiento de la filosofía occidental y la ilustración. Si hacemos una pausa podremos apreciar la perspectiva que da el tiempo: además de moderar
nuestras expectativas en la búsqueda de una mayor felicidad, podríamos observar que cuando se quiere realmente entender la felicidad debemos prestar
verdadera atención a las variaciones culturales.
La ciencia, por ejemplo, ha empezado a documentar el contraste entre el marco mental occidental y el oriental. En Estados Unidos y Europa
encuentran que se tiende a dar preferencia a la libertad individual, al logro y a cierto tipo de autogratificación. Por otro lado, en Asia, se ha podido
observar como en China y Japón la orientación del marco mental es hacia las relaciones como conexión social, comunidad y deber. En América Latina,
mientras tanto, se ha confirmado una combinación del placer lúdico y del compartir junto al valor dominante de las relaciones familiares.
Sin embargo, a través de culturas y regiones, notamos que la vida moderna ha privilegiado el derecho de las personas a sentirse mejor, sobre el
antiguo valor de ser mejores personas. Un emprendimiento que a lo postre podría resultarnos más interesante ¿Qué es la felicidad a fin de cuentas?
¿Acaso somos felices? ¿Podemos serlo más? John Stuart Mill decía: “Pregúntate a ti mismo si eres feliz, y dejarás de serlo”. No se sí tuviera razón,
pero la ciencia apenas ha empezado a fijarse en esta interrogante. Más vale tarde que nunca.
NOTAS

Getting angry. is easy and everyone can do it; but doing it . . . in the right amount, at the right time, and for the right end, and in the right way is no
longer easy, nor can everyone do it. —Aristotle, Nicomachean Ethics (II.9, 1109a27)

“All these curses will befall you, pursuing you and overtaking you to destroy you because you did not obey the Lord.... Because you did not serve
God, your God, with joy and gladness of the heart”. — Deuteronomy, 28:45, 28:47.“Worship The Lord with gladness; come before him with joyful
song.” — Psalms, 100:2.

Happiness a History (Atlantic Monthly Press, 2006)


Capítulo 2
Lo que dice la Ciencia “Pregúntate si eres feliz y dejarás de serlo”.
John Stuart Mill

“La felicidad está sobrevalorada. Mientras es feliz, nadie ha logrado nunca nada grandioso”

No siempre resulta sencillo responder a la tan sencilla pregunta de si eres feliz. Incluso si eres un psicólogo con un premio Nobel de Economía.
Una noche de otoño, en Nueva York, en un escenario inusual coincidí con el único individuo en esa condición: Daniel Kahneman en el Zoológico del
Parque Central. Kahneman —psicólogo y laureado con un Nobel–, es una de las figuras más influyentes en el campo de estudio de la felicidad y el
funcionamiento de la mente y su obra es citada constantemente por científicos en ensayos académicos y obras divulgativas. Claro que no nos
encontramos en el zoológico para admirar grandes gatos africanos privados de su libertad: él estaba allí para dar una conferencia a un selecto grupo
privado sobre su libro, Pensar rápido, pensar lento, y yo estaba allí para grabar su entrevista. Antes de empezar tuve la oportunidad de una breve
conversación con él.
“¿Es usted feliz?”, Kahneman no es conocido por ser una persona particularmente jovial. A los 82 años de edad y en la cúspide de su carrera,
primero da una respuesta rápida para despachar el asunto. Pero luego se compadece y amplía más... lentamente: “Sí y si le digo que ‘estoy feliz’, puedo
referirme a que mi sensación de bienestar, a cómo me va en la vida en términos generales, pues, debo reconocer que me va muy bien; pero también
cuando le digo que ‘soy feliz’, puedo referirme a que soy una persona optimista de buen talante y que probablemente eso se lo debo a mi herencia
genética que, a pesar de todo lo que pueda ocurrirme en la vida, me hace propenso a ser feliz. Pero también puedo referirme a este momento y decirle
que ‘me siento feliz’ porque me encuentro en un estado emocional muy particular y es que estoy agradecido por todas las buenas cosas que he logrado y
que me han ocurrido; finalmente, puedo decirle con sincera alegría ‘¡qué feliz me siento!’ y, claro si no fuese por algunos detalles de lo que implica
hablar en público y exponerse a micrófonos y luces, le diría que mi experiencia sensorial en este momento me hace sentir feliz, no hace ni frío ni calor,
la noche está clara y la brisa fresca en mi rostro se siente muy bien”.
Kahneman describió así de manera casual, pero muy vívida los diferentes niveles de satisfacción que puede experimentar un ser humano, y el
hecho de que hay varias emociones que inciden en cómo experimentamos la felicidad. Su respuesta es también un reflejo de su significativa impronta en
la psicología positiva que hoy concibe la felicidad no como una noción frívola o una emoción pasajera, sino como un todo que implica el estado de
bienestar general del individuo, el nivel de satisfacción con la propia vida en combinación con el conjunto de emociones positivas que puede
experimentar regularmente.
La felicidad intimidaba a la ciencia. Confinada al claustro de lo sagrado, era compañera de cuarto del alma. Como ocurría con otros términos que
se refieren a la esfera espiritual del individuo, su concepto parecía estar fuera del reino de lo medible y más en el campo de la fe o de las creencias, un
asunto más propio de las religiones que de las ciencias. ¿Acaso podía medirse objetivamente? ¿Acaso las evidencias de su existencia no dependían de
valoraciones subjetivas imprecisas? La psicología positiva culminó el trabajo de la ilustración y terminó por extraer el término felicidad de la
dimensión mágica en la que aún se encuentra todo lo divino.
Al arrancar el siglo XXI había cientos de estudios sobre la rabia, pero ninguno sobre la gratitud. Había miles de estudios sobre el miedo, la
ansiedad, pero no había ningún estudio sistemático sobre la compasión. Los científicos habían amasado una cantidad enorme de conocimiento sobre lo
que hace a las parejas divorciarse, pero no sabían mucho sobre qué hacía que permanecieran juntas y felices.
Se sabía mucho sobre los síntomas psicológicos asociados al desarrollo de enfermedades del cuerpo —como que el estrés provoca la
segregación de cortisol y este debilita el sistema inmunológico–. Sin embargo, se sabía muy poco de lo que la bondad podía provocar en la salud física.
Por otro lado, la psicología había aprendido mucho a tratar a pacientes deprimidos o que sufrían de desorden de ansiedad o que se sentían
desconectados y solitarios. Por medio de psicoterapia o medicamentos se les podía llevar –en una escala hipotética–, por ejemplo, de -5 a +1 de modo
que pudieran funcionar y adaptarse. Sin duda logros importantes, sin embargo, ¿por qué dejarlo allí? ¿Cómo elevarte de un estado “funcional” a uno de
florecimiento donde puedas experimentar verdadero bienestar y satisfacción con la vida?
La ciencia que estaba explicando casi todos los aspectos de la naturaleza humana no había intentado responder seriamente qué nos hacía florecer
como seres humanos y vivir bien la vida. Este vacío de la ciencia en temas básicos sobre la naturaleza humana condujo a Martin Seligman —destacado
profesor de la Universidad de Pensilvania y a la sazón presidente de la Sociedad Americana de Psicología– a proponer un cambio en la perspectiva de
la profesión de la psicología. Junto a Christopher Peterson, Seligman publica una obra de referencia sobre el carácter, las fortalezas y las virtudes
humanas — Character Strengths and Virtues (Oxford University Press, 2004) – que se contrapone al clásico manual de psicopatología que es
obligatorio para todo psicoterapeuta: en lugar de describir las enfermedades mentales para curarlas, invita a encontrar y subrayar lo que funciona bien.
Seligman y Peterson también investigaron la tradición filosófica y religiosa y obtuvieron una lista purificada de virtudes apreciadas por todas las
culturas. Identificaron seis fortalezas de carácter: sabiduría/conocimiento, coraje, humanidad, justicia, templanza y trascendencia. Con esa primera obra
se le da fundamento a la psicología positiva y despega este nuevo movimiento llamado ciencia de la felicidad.
Volviendo a la pregunta a Kahneman, entonces ¿a qué nos referimos cuando hablamos de felicidad? ¿Qué cosa es la felicidad? ¿Cual es la
necesidad de definirla? Al fin y al cabo, todos sabemos perfectamente lo que es cuando la sentimos. Si alguien nos pregunta si somos felices, algunos
podríamos sentirnos confundidos y como Kahneman, responder afirmativamente de acuerdo a si en ese momento dado experimentamos o no un gran
espectro de emociones positivas incluyendo la alegría, el orgullo, la satisfacción o la gratitud; o podríamos dudar y responder negativamente, si nos
sentimos temporalmente tristes, temerosos ante una incertidumbre, o molestos por el tráfico, por el resultado de las elecciones o por un desencuentro
familiar.
Edward Diener, otro de los grandes expertos que hoy domina el campo de la psicología positiva, ha llamando a este tipo de experiencias estado
de “bienestar subjetivo” y ese es el término que muchos científicos prefieren usar cuando quieren hablar de felicidad.

MIDIENDO LA FELICIDAD
Estoy en un parque y veo a una madre meciendo a su niño en un columpio, el sol está radiante, la brisa fresca y ellos ríen alegres. Los observo
sentado en una banca y digo para mis adentros: “Ellos deben estar rebosantes de bienestar subjetivo”. No, claro que no. El término “bienestar
subjetivo” suena más preciso y científico, pero es perfectamente intercambiable con el de “felicidad”, más en una situación como la que describo. Sin
embargo, los científicos necesitan de un término menos cargado cultural y emocionalmente que el de felicidad y formas adecuadas para medirlo de
modo que puedan trabajar y encontrar algún tipo de resultado significativo.
De hecho, Martin Seligman en su libro Flourish (Free Press, 2011) confesó que aborrece la palabra “felicidad”. Cansado de que todos los
trabajos periodísticos y publicaciones que se refieren a la felicidad terminan por ser ilustrados la impepinable carita feliz, ha propuesto que la
psicología positiva cambie su acento como ciencia de la felicidad y gire hacia el estudio del florecimiento humano.
El término felicidad ha terminado siendo afectado por una asociación excesiva con las emociones positivas de naturaleza pasajera. Y esta es tanto
una percepción de la gente como un ruido que efectivamente logra distorsionar las herramientas de medición usadas con más frecuencia por los
investigadores. De modo que el padre de la psicología positiva propone que se haga un decisivo giro hacia el concepto de bienestar que él asocia con
la palabra “florecer” o “prosperar”. Así el concepto de bienestar se basaría en cinco sólidas bases: emociones positivas, foco, relaciones, significado y
logros (en inglés positive emotions, engagement, relationships, meaning y achievement o PERMA).
En efecto algunos han equiparado la felicidad a un estado emocional pasajero o incluso a picos de actividad en los centros de placer del cerebro.
Otros le han dado un significado más amplio y menos pasajero y la relacionan más bien con una sensación de satisfacción general con la vida. La
preocupación de Seligman y otros especialistas estriba también en que los investigadores necesitan tener el objeto de estudio demarcado para poder
medirlo. Sin unos parámetros compartidos, se hace imposible comunicar los hallazgos sin caer en confusiones absurdas. Sin una definición ampliamente
aceptada, los científicos no podrían medir y si no pueden medirla no hay ciencia de la felicidad posible.
Preguntarle a David Kahneman si es feliz es una travesura, él y sus colaboradores desarrollaron en Princeton un método para medir las emociones
positivas y los estados emocionales en general que llamaron “método de reconstrucción del día” (MRD) con el fin último de obtener una respuesta más
objetiva a esa pregunta. Kahneman explica que la mayoría de los estudios sobre el bienestar estaban dirigidos al “yo que recuerda”. Cuando los
investigadores piden a una persona que diga qué tan feliz es en una escala dada, se están dirigiendo al yo que recuerda del individuo. Pero nadie
recuerda exactamente lo que ocurrió. Todo lo que sentimos respecto a un recuerdo varía por distorsiones cognitivas del tiempo. Así que había que
encontrar una manera de reducir el peso del recuerdo y buscar que la valoración se hiciera más en función de la satisfacción real experimentada en cada
momento de la vida. Centrándose en el bienestar experimentado, Kahneman esperaba obtener una apreciación más objetiva sobre la felicidad, tanto a
nivel individual como a nivel social. Con el método de reconstrucción del día se hace un muestreo, por una parte, de las experiencias que una persona
tiene en su vida cotidiana, el bienestar que las personas experimentan precisamente cuando viven su vida y, por la otra, de los juicios que las personas
hacen cuando evalúan la felicidad en su vida.

¿EUDAIMÓNICA VS. HEDÓNICA?


Hemos visto cómo la noción de felicidad se ha transformado desde la antigüedad como un ideal de virtud y perfección humana que ha ido
cambiando de acuerdo a las necesidades de la época. Desde una visión clásica, hablábamos de dos dimensiones de la felicidad. Una era la felicidad
eudaimónica que se obtiene mediante el crecimiento personal, por la vida virtuosa o la sensación de propósito en la vida, por la búsqueda de
significado; y la otra era la felicidad hedónica, más o menos pasajera y que se alimenta por el placer de los sentidos, la satisfacción emocional e
incluso hasta por el logro de nuestros objetivos.
Pero ¿Acaso es posible la felicidad separada de este modo? ¿No vivimos todos un poco en el medio de estos dos extremos?
Eso piensa la investigadora Sonja Lyubomirsky de la Universidad de California, Riverside. Lyubomirsky describe la felicidad como “la
experiencia de alegría, de satisfacción, o de bienestar positivo, combinado con la sensación de que la vida de uno es buena, significativa y ha valido la
pena”. Sin buscar otro término como florecer, Lyubomirsky aspira se adopte sin complejos una proposición que logra capturar lo pasajero de las
emociones que asociamos con la felicidad y las conecta complementariamente con el sentimiento más profundo de una vida con propósito.
No todos los que trabajan en este campo han compartido siempre este concepto global de la felicidad. Es el caso de Roy Baumeister, un profesor
de psicología de la Universidad del Estado de la Florida quien realizó un estudio para distinguir lo que era una vida con sentido de una vida
simplemente feliz. El resultado de su trabajo lo publicó en el Journal of Positive Psychology,4 junto a colegas de la Universidad de Minnesota y
Stanford. Los investigadores encuestaron a 397 adultos haciendo un estudio estadístico transversal, lo que equivale a decir a hacer un análisis que
busca correlaciones o relaciones de dependencia entre diversas variables. Lo que hacen Baumeister y compañía es observar los niveles de felicidad y
de propósito en la vida en busca de una correspondencia con otros aspectos de la cotidianidad de los sujetos observados, como por ejemplo su
comportamiento, estado de ánimo, relaciones, salud, niveles de estrés, vida laboral, tendencias creativas, entre otras. El resultado general concluye
implícitamente que “una vida feliz puede carecer de significado”. Por supuesto, la idea llamó la atención de la prensa y creó una gran polémica en la
academia.
El asunto es que Baumeister cree que la felicidad como un concepto que integra placer y significado es muy exigente. Para él la felicidad es un
asunto natural y el significado una elaboración cultural. De este modo, Baumeister analizó las relaciones familiares y encontró, por ejemplo, que la
paternidad puede vincularse más a una vida con significado, pero no a una vida feliz. Esto coincide con otras investigaciones como las de Robin Simon
de la Universidad de Wake Forest. Simon observó los niveles de felicidad de 1.400 adultos y encontró que los padres, por lo general, expresan menos
emociones positivas y más emociones negativas que las personas sin niños.
¿La conclusión de estos estudios? La paternidad le dará más significado a tu vida, pero te hará infeliz. Ufff... Con una estrecha definición de la
felicidad, como una condición temporal placentera o una reacción sensorial a estímulos positivos, los hallazgos de estas investigaciones naturalmente
concluyen que una vida con significado y una feliz a menudo van de la mano, pero no siempre. Lo que Baumeister y sus colegas hicieron fue usar
análisis estadísticos para separar por una parte lo que producía significado, pero no felicidad y, por otra, lo que producía felicidad, pero no
significado.
Aparte de lanzar un balde de agua fría sobre los que aspiramos a la felicidad familiar y desilusionar a los que sueñan con traer a otras personas a
este mundo, la sensación que deja leer este tipo de investigaciones es de total confusión. Son resultados que introducen contradicciones. Los
investigadores, en su intento por acotar al máximo el objeto de estudio, han llegado al extremo de exprimir todo lo que puede ser maravilloso de ser
padres y vaciar la felicidad de todo lo que implica una vida con propósito.
Sonya Lyubomirsky condujo su propio estudio para medir tanto los niveles de felicidad y de significado en padres. Al emplear un concepto global
de felicidad, Lyubomirsky evaluó el bienestar general de los padres, incluyendo el nivel de satisfacción con sus vidas mientras hacían actividades
rutinarias y mundanas. El resultado es opuesto al de Baumeister y Simon: en general, los adultos con hijos están más satisfechos con sus vidas que los
que no son padres y encontraron tanto placer como significado en el cuidado de los niños.
“Ser padre te trae muchas cosas buenas: le da significado a tu vida, objetivos que perseguir, te puede hacer sentir más conectado en tus
relaciones”, dice Lyubomirsky quien como vimos antes está totalmente convencida de que tanto “el significado” como “la felicidad” están
inextricablemente entrelazados. “Puedes tener placer hedónico, por supuesto, pero eso no lo convierte en felicidad si no está conectado un sentido más
amplio de satisfacción con la vida”.
¿Existe entonces una felicidad hedónica y otra eudaimónica? ¿O acaso la una no existe sin la otra? Puede parecer tener sentido intuitivamente el
separar las dos cosas. La ciencia no ha confirmado estas intuiciones.

EXPERIMENTOS FELICES
Las investigaciones sobre el bienestar y la calidad de vida mental no solo se basan en encuestas y observaciones de gente en su vida cotidiana.
Dado que esta pretende ser una ciencia con todas las de la ley, los investigadores hacen experimentos. En ellos se comparan emociones específicas
buscando aislar los efectos de determinadas emociones al controlar un grupo de variables. Esto permite señalar con cierta exactitud las relaciones de
causalidad entre un determinado estado emocional positivo o sensación de felicidad y un resultado deseado.
Elizabeth Dunn, de la Universidad de la Columbia Británica, en un análisis de data de varios países, encontró evidencia de que el acto de dar a
otros aumenta la felicidad del que da tanto en el momento de dar –medido como emoción positiva solamente– como en términos de satisfacción general
con la vida. En un experimento, se le dio dinero a voluntarios y se les dividió en dos grupos. A un grupo se les dio instrucciones a los participantes
para que compraran ciertas cosas y las donaran a una caridad de su escogencia y al otro se les dijo que podían comprarse algo para ellos mismos. El
grupo que donó a la caridad fue el que posteriormente registró más emociones positivas, una medida de felicidad hedonista.
Dunn asegura que sus investigaciones han comprobado que “el bienestar eudaimónico y el hedónico son sorpresivamente similares y decir que hay
un camino para una vida de significado que es diferente a un camino de placer es falso”. Según esta investigadora se ha demostrado que las emociones
positivas sirven para profundizar los lazos sociales, lo cual es para muchos la parte más significativa de la vida.
Agreguemos a esta evidencia el trabajo de Laura King de la Universidad de Missouri. King también ha encontrado que experimentar emociones
positivas nos ayuda a ver “el contexto, the big picture” lo que a la vez nos permite identificar patrones que nos facilitan la búsqueda de propósito, de
una misión en la vida.

❧❧
Además de encuestas y experimentos sociales, los científicos practican estudios de observación longitudinales. Estos son los más ambiciosos
porque permiten observar a personas por largos períodos de tiempo, incluso a lo largo de toda su vida. El mejor ejemplo de estudio longitudinal es el
célebre Estudio de Harvard sobre el Desarrollo Adulto 5 que desde 1938 siguió a 700 hombres y en algunos casos sus esposas a lo largo de toda su
vida. Para ello se juntaron dos grupos hace más de 75 años. Uno estaba formado por investigadores que se plantearon dar seguimiento a un grupo de
268 estudiantes universitarios de Harvard a lo largo de su vida adulta para ver qué factores eran determinantes para su crecimiento y éxito. Los
estudiantes eran sometidos a pruebas y entrevistas psicológicas y examinados físicamente con frecuencia. A medida que maduraban se les extraía
muestras de sangre, se les practicaban escáneres cerebrales y se entrevistaba a sus familias.
El otro grupo era parte de una investigación del profesor Sheldon Glueck de la Escuela de Derecho de Harvard. Él quería estudiar a jóvenes de
los barrios más pobres de Boston, en particular 465 que venían de familias con problemas, pero que de un modo u otro habían evitado convertirse en
delincuentes.
En cierto momento ambos grupos se fusionaron. Muchos de los sujetos que participaron del estudio se convirtieron en profesionales respetados,
empresarios e incluso uno de ellos, John F. Kennedy, llegó a ser presidente de Estados Unidos. Por supuesto, también hubo algunos menos exitosos,
hubo quienes se volvieron alcohólicos o sufrieron enfermedades mentales.
El hallazgo más interesante y conclusivo del estudio es que los individuos más exitosos y que reportaban ser más felices eran los que eran
capaces de sostener buenas relaciones en sus comunidades, con amigos y sobretodo con sus parejas —aún con sus naturales altibajos–. Estas personas,
mientras más sociables, más probabilidades tenían de una larga vida, de sufrir menos enfermedades crónicas y de perder sus capacidades cognitivas
que aquellos de tendencias solitarias o que daban menos valor a las amistades.
Pero, ¿cómo se mide cuán feliz es una persona? En la mayoría de los casos, como en los estudios que hemos mencionado hasta ahora, mediante
entrevistas y encuestas. A los individuos seleccionados como parte de una muestra se les pregunta: “¿Qué tan satisfecho está con su vida?”, entonces se
les da una escala de 1 a 10, donde uno es nada satisfecho y 10 extremadamente satisfecho. Esta pregunta se combina con otras que se hacen a diario
sobre el tipo de emociones positivas o negativas que estuviese sintiendo la persona en un preciso momento. Edward Diener de Gallup es pionero de
este método que es uno de los empleados más ampliamente. Hay un consenso general en aceptar la autoevaluación que hace cada individuo cuando se le
formulan estas preguntas. A simple vista, pareciera que son superficiales y que los investigadores se conforman con poco. Sin embargo, los que aplican
estos estudios aseguran que estos arrojan una lectura suficientemente aproximada sobre qué tan feliz se encuentra una persona. Y, como hemos visto,
esto tiene enormes consecuencias, pues es esta información la que luego les sirve de base para extraer conclusiones en estudios como el de Harvard que
señalan las relaciones entre felicidad y expectativa de vida y muchos otros que hacen predicciones sobre la productividad en el trabajo y nivel de
creatividad de una persona.
Otra forma de medir la felicidad ha sido probada por Matt Killingsworth creador de una aplicación móvil que emplea el método de muestreo de
experiencias. La aplicación envía una señal a través del celular al usuario quien, voluntariamente, introduce la información sobre cómo se encuentra o
qué tan feliz se siente en un momento determinado; dónde se encuentra –si en el trabajo, en casa, el auto, etc.– y eso al cabo de cierto tiempo genera una
data que permite crear un perfil individual sobre qué hace más o menos feliz a esa persona.
Además, la felicidad también se registra en el cuerpo, en particular en los músculos de los ojos. El lenguaje corporal es también considerado una
fuente de medición de comportamiento expresivo. Esto es muy útil si se quiere estudiar la felicidad de niños y sobre todo de infantes que aún no pueden
hablar.
Más allá de la aproximación psicológica, uno de los soportes de esta ciencia de la felicidad es la nueva neurociencia. Con el uso de la
resonancia magnética y los escáneres funcionales del cerebro, los fMRI, se ha logrado comprobar que hay varios soportes neurofisiológicos de la
felicidad que han sido labrados por la evolución. Se ha descubierto que existen estructuras cerebrales y en el sistema nervioso periférico que pueden
indicar qué tan feliz se encuentra un individuo o que tan bien se siente con su vida, lo cual permite a los científicos un nivel de penetración y análisis sin
precedentes.
En la medida que vamos explorando más en este campo, descubrimos que la felicidad tiene más dimensiones, grados, matices de los que
presumimos. Por ello, el desafío de este libro es ayudarnos a encontrar el camino o los caminos a la felicidad —o al florecimiento o la prosperidad–
que realmente tengan sentido tanto para quien escribe, como para quien aquí lee.
NOTAS

“Some key differences between a happy life and a meaningful life” Roy F. Baumeister. Volume 8, 2013 - Issue 6: Positive Psychology in Search for
Meaning
5. Harvard Study of Adult Development http://www.adultdevelopmentstudy.org
Capítulo 3

EL LADO OSCURO DE LA FELICIDAD

“Si no se siente feliz trabajando aquí, intente mordiendo mis medias. ¡Eso siempre alegra a mi perro!

¿Se ha preguntado si puede ser malo ser feliz? ¿Puede haber algo de malo en sentirse demasiado bien?¿Acaso no está de moda ser feliz?
Constantemente vemos en los medios de comunicación información resaltando lo bueno que es la felicidad para nosotros. Y no sólo por ser un bien en
sí mismo el sentirse contento, sino porque se ha encontrado que las personas felices están mejor motivadas a alcanzar sus objetivos, superar los
obstáculos, sufren menos los efectos del estrés, son más resilientes, viven más tiempo y son, en general, más sanos que los que no son felices.
Con el peso de estos argumentos, es fácil hacerse la idea equivocada sobre lo que es la felicidad. Sin embargo, la tradición filosófica y los
hallazgos de la ciencia no apuntalan a un ideal consistente en tener todas las necesidades personales cubiertas rápidamente, estar satisfecho a cada
momento, mostrarse contento con todo a tu alrededor, o con el sentir placer al máximo. De hecho, algunas investigaciones nos advierten en contra de la
insistente búsqueda de la felicidad.
En un experimento conducido por Iris Mauss 6 de la Universidad de California, Berkeley, se le pidió a un grupo de personas que miraran un
fragmento de película bastante placentero, pero a algunas de ellas se les dió instrucciones para que se sintieran bien con la película mientras que a otras
no se les sugirió nada. Al terminar la película, aquellos a los que se dejó tranquilos se sentían mucho mejor que aquellos a los que se les había inducido
a sentirse bien. Al parecer, el forzar en la gente el valor de la felicidad causa una respuesta hormonal asociada con problemas de soledad. Según
Mauss, tratar de ser felices a toda costa puede hacernos sentir solos, sobre todo en situaciones de estrés. Mauss concluye que quizás para aprovechar
mejor los beneficios de la felicidad lo mejor sea no preocuparnos demasiado en conseguirla.
Nada peor que la felicidad obligada. Sabemos que el simple acto de recibir a una persona con una sonrisa puede causar satisfacción tanto en el
que sonríe como en quien es recibido con la sonrisa —naturalmente también podría devolver la sonrisa como resultado de su sistema de neuronas
espejo– y al sonreír se desencadenan una serie de mecanismos neurológicos que nos hacen sentir un poco más felices. Sin embargo, se ha comprobado
que en los ambientes corporativos donde es obligatorio sonreír a los clientes nuestro mecanismo de recompensa neurológico suele desactivarse y de
hecho se crea un efecto contrario. En efecto, puede resultar agotador el estar sumergidos en una atmósfera obsesionada con el ser felices. El estado de
ánimo super feliz e imperturbable no existe en el mundo real. Perseguir la felicidad per se, en lugar de verla como el posible resultado de una vida
significativa, podría convertirse en una estrategia muy efectiva para la neurosis.
La diversidad de emociones es un componente natural de nuestra vida cuidadosamente labrado por la evolución. Traducida al español como
IntensaMente y Del revés, Inside Out es una de las películas animadas favoritas de mi familia. No solo es sumamente entretenida, con personajes muy
bien delineados y una trama que te mantiene pegado al asiento; en Inside Out los estudios Pixar retrataron magistralmente lo delicado de nuestro interno
balance emocional y la importancia de no forzar la felicidad a costa de las demás emociones. La protagonista, Riley, es una niña feliz. Su mente es
habitada por cinco personajes que representan cada uno una emoción básica: Miedo, Asco o Desagrado, Furia o Ira, Tristeza y Alegría. La líder del
grupo, Alegría, controla la mayor parte de la vida de Riley. Miedo y Asco la han salvado de peligros en el ambiente doméstico, pero no llegan a
desplazar a Alegría para tomar el control de su carácter por mucho tiempo. La Furia, siempre latente, ha permitido que Riley sea escuchada cuando algo
le disgusta o le parece injusto. Por su parte, Tristeza parecía no tener un papel claro, salvo para arruinar la fiesta o hacerla llorar, por lo que Alegría la
mantuvo contenida hasta el final. La familia de Riley se muda de Minnesota en el Medio Oeste americano a la ciudad de San Francisco. El cambio es
emocionante para la niña y sus padres. Pero la realidad no satisface sus expectativas, una sucesión de frustraciones: su nueva casa, una pizza sin
encanto y entrar a una escuela extraña, hacen que Riley añore intensamente a su pueblo natal y sus amigos. Sin energías para seguir viendo el lado bueno
de las cosas, Riley se siente estafada y fuera de lugar. Un cóctel de emociones hacen que su personalidad se desequilibre y sus buenos recuerdos
terminan empañados por la tristeza. Dominada por el asco, el miedo y la rabia, Riley decide escapar de casa y huir a Minnesota. Cuando finalmente la
Tristeza asume el control de su mente, Ridley cae en una depresión que le hace abandonar sus planes y regresar a casa buscando consuelo en sus padres.
Hay momentos en la vida en los que es fundamental conectar con tu sufrimiento. Es natural que ocurra la tristeza, lo cual no necesariamente te convierte
en una persona infeliz.
Inside Out fundamenta su argumento en la ciencia desarrollada por investigadores como June Gruber, doctora en psicología de la Universidad de
Colorado quien se ha dedicado a investigar las perturbaciones de las emociones positivas, lo que llamó el lado oscuro de la felicidad. 7 En sus
investigaciones Gruber demostró que el buscar felicidad de modo obsesivo, o de manera unidimensional sólo como placer, puede ser realmente dañino.
De hecho, buscar emociones positivas intensamente todo el tiempo o expresar emociones positivas en el contexto equivocado, son síntomas que la
psiquiatría asocia a un trastorno de personalidad maníaca.
Todo exceso hace daño y la felicidad no es una excepción. Por ejemplo, numerosas investigaciones han comprobado que uno de los aspectos
positivos de la felicidad es que abre tu mente y estimula el pensamiento creativo. En un experimento de laboratorio, personas con un moderado nivel de
satisfacción en la vida demostraron ser mejores cuando se les pedía resolver problemas o armar un rompecabezas. Pero expuestos a una experiencia
que elevaba sustancialmente sus niveles de felicidad, hacía que su creatividad se esfumara.
Un estudio de Mark Alan Davis 8 efectuado en el 2008 sobre la relación entre el estado de ánimo y la creatividad, encontró que cuando los
individuos experimentan una felicidad intensa que los sobrepasa, ya no disfrutan de una mayor creatividad. En los casos extremos de individuos en
estado maníaco, estos pierden la habilidad para aprovechar sus propios recursos creativos.
Barbara Fredrickson es la directora del Laboratorio de Emociones Positivas y Psicofisiología de la Universidad de Carolina del Norte y creó un
modelo de “proporción de positivismo”. Según su investigación, recogida en su obra Positivity, 80% de los estadounidenses está por debajo de la
relación de 3 a 1 en positivismo frente a negativismo necesaria para florecer y alcanzar el máximo bienestar en su vida. Sin embargo, Fredrickson ha
encontrado que, al contrario, un desbalance positivo de emociones —muchas emociones positivas y muy pocas emociones negativas– , en lugar de
ayudar a las personas a prosperar, hace que se vuelvan inflexibles al enfrentar nuevos desafíos.
Pero un exceso de felicidad no solamente termina anulando los beneficios propios del buen estado de ánimo, en realidad puede conducir a un
daño psicológico. Cuando estamos felices, nuestra atención se enfoca en las cosas positivas de la vida. Mientras más cosas buenas notamos, más felices
estamos y esta retroalimentación se vuelve un círculo positivo pues mantiene alto nuestro estado anímico. Pero también nos ciega. Cuando estamos muy
felices nos desinhibimos y perdemos la aversión al riesgo. Nos volvemos aventureros. En un estado de éxtasis de optimismo podemos ignorar las
advertencias del entorno: el jugador que se siente de buena racha lo apuesta todo al próximo número, el conductor sin miedo, no repara en las curvas o
el estado del terreno cuando pisa el acelerador del auto al fondo. Según diversos estudios, las personas que llevan la felicidad en sobremarcha tienden
a caer en consumo excesivo de alcohol, drogas o promiscuidad. En 1993, el psicólogo Howard S. Friedman anticipó este fenómeno. Encontró que los
niños que en edad escolar eran calificados como “muy alegres” por sus padres y profesores tenían un más alto riesgo de mortalidad al entrar en la edad
adulta. Friedman intuyó que, sin inhibiciones, los más alegres se vuelven más propensos a tomar riesgos sin anticipar las consecuencias.
Como en el ejemplo de la película Inside Out, cada emoción tiene sus líneas en el libreto y cada una tiene su momento en la trama de nuestra vida.
En nuestra mente, las emociones positivas y negativas cumplen un rol evolutivo que nos permite aprovechar las oportunidades y prevenir los peligros.
La furia nos impulsa a protestar cuando nos quitan nuestra comida; el asco nos aleja de un alimento contaminado; el miedo nos alerta ante amenazas del
camino, como un abismo o un cable con electricidad. Las llamadas emociones negativas pueden ser beneficiosas cuando es clave que se active nuestro
sistema de huir o pelear y necesitamos de un impulso para superar obstáculos. La tristeza también es una señal de alarma ante una pérdida que nos
compele a buscar y recibir ayuda cuando más la necesitamos. También la felicidad es el motor para alcanzar nuestros objetivos y la energía para actuar
en cooperación con los demás. Reírse en un funeral, antes que rebeldía ante la inevitabilidad de la muerte, es una falta de sensibilidad: señala falta de
empatía, dificultad para colocarse en los zapatos de los que sufren. Según los estudios de June Gruber esta falta de empatía nos coloca en riesgo de
desarrollar un desorden emocional o volvernos maníacos. Mucha felicidad nos vuelve locos.
Una de las dificultades con la felicidad es que aunque es solo una palabra, encierra muchos significados. Así que hay muchos tipos de felicidad y
no todas son para nosotros.
Perseguir la felicidad por la felicidad puede llevarnos a frustraciones. Cifrar muchas expectativas en un sentimiento abstracto puede terminar
siendo decepcionante. Hoy cuando más gente está decidida a perseguir la felicidad, esta se vuelve más escurridiza. De hecho, buscarla frenéticamente
sólo conduce a la enfermedad, a la pérdida total de la calidad de vida mental. En los ambientes corporativos donde se impone la política de actuar
felices, donde sentirse un poco triste resulta políticamente incorrecto, los niveles de ansiedad, disociación e insatisfacción con el trabajo se disparan.
Cuando en Inside Out, la protagonista se encontraba desubicada y sola, Alegría trata de imponerse a toda costa, impidiendo a Tristeza expresarse.
Al ignorar el papel de la tristeza en la vida de Riley, en lugar de hacerla más feliz, desencadenó una catástrofe en la personalidad de la niña que la
llevó a huir, colocándola en grave riesgo. Del mismo modo, si nos obligamos a ser felices, como lo señalan las investigaciones que he mencionado
antes, puede aumentar el riesgo de que enfrentemos desequilibrios mentales. Tengamos en cuenta que, según han encontrado muchas investigaciones, una
actitud evolutiva que puede realmente llevarnos a una mejor calidad de vida mental es la compasión hacia los demás, pero sobre todo, la compasión
hacia nosotros mismos.
NOTAS

“The pursuit of happiness can be lonely”. Mauss, Iris B.; Savino, Nicole S.; Anderson, Craig L.; Weisbuch, Max; Tamir, Maya; Laudenslager,
Mark L.Emotion, Vol 12(5), Oct 2012, 908-912.
A Dark Side of Happiness? How, When, and Why Happiness Is Not Always Good. June Gruber, Iris B. Mauss and Maya Tamir Perspectives on
Psychological Science 2011 6: 222 DOI: 10.1177/1745691611406927
“Understanding the relationship between mood and creativity: A meta-analysis” Organizational Behavior and Human Decision Processes, Volume
108, Issue 1, January 2009, Pages 25-38 Mark A. Davis
Capítulo 4

LA FELICIDAD Y SUS BONDADES


“¿Qué tiene de bueno la felicidad? No puede comprar dinero”
Henry Youngman, violinista y humorista

Pierre-Auguste Renoir, El almuerzo de los remeros (1880-1881)

¿Para qué tomarse la molestia de ser felices? ¿No sería más efectivo concentrarnos en ser más productivos y en tener éxito? Quizás hay quien piense
que como decía el humorista Henry Youngman “no puedes comprar dinero con la felicidad”... O como Woody Allen cuando afirmaba que “la gente feliz
es vacía, aburrida y no tiene nada de qué hablar”. Además, es perfectamente comprensible creer que después de todo el esfuerzo lo más probable es
que tarde o temprano ocurra algún imprevisto que nos lo arruine todo.
En realidad, hoy existe abundante evidencia en favor de llevar una vida inspirada en la aspiración de ser más felices. No se trata solo de estar
bien sino de tener bienestar. No solo es sentirse bien, es ser mejores. Permítanme enumerar este top ten de atributos de las personas felices que han sido
comprobados por la investigación científica:
Son más sociables y energéticos, más caritativos y más queridos que las personas infelices.
Tienen más probabilidades de casarse y permanecer casados.
Tienen redes de amistades más ricas y por ello cuentan con mayor soporte social.
Tienden a ser más flexibles y abiertos en su manera de pensar.
Son más productivos en sus trabajos.
Son mejores líderes y negociadores
Tienden a ganar más dinero que sus pares menos felices.
Ante la adversidad, son más resilientes.
Tienen un sistema inmunológico más fuerte y son físicamente más sanos.
Viven vidas más largas.​
Los puntos 9 y 10 conectan a la felicidad con la salud física. Hay un creciente cuerpo de evidencia que indica que ambos factores van juntos,
aunque en algunos casos no está claro si hay una relación causal —que la felicidad mejore la salud– o si solo existe una correlación. El hecho es que
ciertas prácticas y actitudes en la vida definitivamente contribuyen no sólo a una mejor calidad de vida mental sino que están vinculadas a una mejor
calidad de vida en general. Consideremos lo siguiente:

1. ES BUENA PARA TU CORAZÓN


Un estudio publicado en 2005 9 encontró que el nivel de felicidad de un individuo está vinculado a un bajo ritmo cardíaco y presión sanguínea. En
el estudio, los participantes evaluaron su felicidad durante 30 ocasiones en un día y volvieron hacerlo tres años después. Los participantes que
inicialmente reportaron ser más felices mostraron un ritmo cardíaco menor (seis pulsaciones más lento por minuto) y los más felices tenían mejor
presión sanguínea.
En otro estudio hecho sobre 76 pacientes sospechosos de padecer una enfermedad coronaria 10 se encontró que aquellos que afirmaban ser más
felices el día que su corazón fue evaluado tenían un patrón de variabilidad en su pulso sanguíneo más sano. Diversos estudios han encontrado que los
efectos positivos de una vida más feliz son acumulativos en la salud cardíaca.

2. FORTALECE EL SISTEMA INMUNOLÓGICO


En 2003 11, 350 voluntarios entre los 18 y los 54 años de edad aceptaron —a cambio de una compensación monetaria– ser expuestos al virus que
produce el resfriado común. Antes de exponerlos al virus, los investigadores los llamaron durante seis ocasiones durante dos semanas para indagar qué
tanto habían experimentado nueve emociones positivas como alegría, agrado, relajación o calma y nueve emociones negativas como ansiedad,
hostilidad y tristeza. Luego de cinco días en cuarentena, los participantes con más emociones positivas mostraron una tendencia menor a desarrollar el
resfriado. Pero más allá de aliviar los síntomas de una enfermedad contagiosa, la felicidad parece trabajar a nivel celular. En otro estudio efectuado en
2006, los investigadores vacunaron a 81 estudiantes de postgrado contra la hepatitis B. Después de recibir las dos primeras dosis, los participantes
evaluaron su experiencia con las mismas nueve emociones positivas. El número de estudiantes que sintió un alto nivel de emociones positivas tuvo el
doble de posibilidades de desarrollar una alta respuesta de anticuerpos, indicativo de un sistema inmunológico fuerte.

3. COMBATE EL ESTRÉS
Las personas felices se recuperan más rápidamente en las situaciones de estrés. En un estudio mencionado antes en el que se preguntó 30 veces en
un día a los participantes sobre su estado de ánimo, los investigadores encontraron una asociación entre el estrés y la felicidad. Los participantes que
sentían más emociones positivas en el día tenían 23% menos cortisol –la hormona del estrés–. Otro indicador, una proteína que cubre la sangre en
situaciones de estrés, era más de 12 veces menor en los participantes más felices.

4. RESISTENCIA CONTRA LOS DOLORES


En un estudio del 2001 12 se le pidióa un grupo de voluntarios evaluar su estado anímico. Cinco semanas después se evaluó qué tanto habían
experimentado síntomas negativos, dolores musculares, mareos, acidez estomacal, desde que se inició el estudio. Las personas que mostraban un mayor
nivel de emociones positivas al principio del estudio, de hecho se volvieron más sanas, mientras que los que se sentían emocionalmente miserables
vieron su salud declinar en el mismo período de tiempo.
Las emociones positivas también ayudan a mitigar el dolor. En un estudio de 2005 13 se evaluó a un grupo de mujeres con artritis y dolor crónico.
Aquellas que semanalmente registraban gran interés, entusiasmo e inspiración, entre otras emociones positivas, al cabo de un período de tres meses
mostraron menos probabilidades de experimentar aumento en sus dolores.

5. PREVIENE ENFERMEDADES
La felicidad está vinculada a mejoras no sólo en dolores pasajeros, sino también en condiciones severas y enfermedades de largo plazo. En un
estudio de 2008 14 con cerca de 10 mil australianos, los participantes que dijeron sentirse felices y satisfechos con su vida la mayor parte del tiempo,
dos años después tuvieron 1.5 menos probabilidades de desarrollar enfermedades y molestias de largo plazo como dolor crónico o problemas de la
visión.
Otros estudios han encontrado una estrecha vinculación entre un pobre estado de ánimo y bajos niveles de optimismo en mujeres con la
probabilidad de desarrollar cáncer de senos.
En la medida en que envejecemos, otra condición que podemos desarrollar es la fragilidad. Somos menos fuertes, tenemos menos resistencia y
equilibrio, lo cual nos pone en riesgo de invalidez y de muerte.
En un estudio de 2004, se le preguntó a 1550 mexicano-americanos mayores de 65 años que evaluaran sus niveles de autoestima, esperanza,
felicidad y disfrute durante esa semana. Siete años después, los participantes con más altos ratings de emociones positivas fueron los que mostraron un
menor grado de fragilidad. Los mismos investigadores, encontraron que las personas mayores –con la misma medida de emociones positivas– tuvieron
menos infartos en los seis años subsiguientes.

6. ALARGA NUESTRA EXPECTATIVA DE VIDA


Uno de los más famosos estudios sobre la felicidad y la longevidad, midió la expectativa de vida de 180 monjas católicas en comparación con la
expresión de sus emociones positivas 15. Al entrar al convento, alrededor de los 20 años de edad, las novicias escribían un ensayo. Los investigadores
catalogaron las muestras de escritura buscando expresiones como alegría, gratitud y amor. Las monjas vivieron entre 75 y 95 años, pero aquellas que
habían expresado más emociones positivas vivieron entre 7 y 10 años más que las menos felices.
En otro estudio, más de 4000 adultos ingleses entre los 52 y 79 años de edad fueron encuestados varias veces en un mismo día para medir qué tan
felices, emocionados y contentos estaban. En el lapso de cinco años, aquellos que habían reportado estar más felices tenían 35% más probabilidades de
estar vivos.
Pero no solo las emociones positivas son indicadoras de la felicidad y de una vida más larga, otros estudios han encontrado similares resultados
al evaluar la satisfacción general con la vida de los participantes.
Es verdad, los estudios sobre los beneficios de la felicidad en la salud aún se están desarrollando. Llevará tiempo confirmar muchas de las
hipótesis de los científicos sobre los verdaderos efectos del bienestar en nuestra longevidad. Pero, salvo lo que advertimos al hablar del “lado oscuro
de la felicidad”, tampoco hay evidencia de que una vida inclinada hacia actitudes prosociales y que propicien la felicidad haga daño. Por lo visto, no
enfermaremos más ni viviremos menos por cultivar nuestra calidad de vida mental.
NOTAS

“Positive affect and biological function in everyday life”. Neurobiology of Aging Volume 26, Issue 1, Supplement, December 2005, Pages 108–112
“Depressed mood, positive affect, and heart rate variability in patients with suspected coronary artery disease.” Psychosom Med. 2008
Nov;70(9):1020-7. doi: 10.1097/PSY.0b013e318189afcc. Epub Figura . Oct 21.
Emotional style and susceptibility to the common cold. Psychosom Med. 2003 Jul-Aug;65(4):652-7. Cohen S1, Doyle WJ, Turner RB, Alper CM,
Skoner DP.
Are Happy People Healthier? The Specific Role of Positive Affect in Predicting Self-Reported Health Symptoms Jeremy W. Pettita, John P. Klinea,
Tulin Gencozb, Faruk Gencozb, Thomas E. Joiner Jr. Journal of Research in Personality Volume 35, Issue 4, December 2001, Pages 521–536
J Consult Clin Psychol. 2005 Apr; 73(2): 212–220. Positive Affect as a Source of Resilience for Women in Chronic Pain. Alez J. Zautra, PhD, Lisa
M. Johnson, MA, and Mary C. Davis, PhD
“Happiness and Life Satisfaction Prospectively Predict Self-Rated Health, Physical Health, and the Presence of Limiting, Long-Term Health
Conditions”. American Journal of Health Promotion, 2008
“Positive Emotions in Early Life and Longevity: Findings from the Nun Study”. Journal of Personality and Social Psychology, 2001, Vol. 80, No.
5, 804-813
SOBRE EL AUTOR

ROGER SANTODOMINGO

Autor, periodista y consultor de amplia trayectoria internacional, Roger Santodomingo tiene un Máster en Ciencias Políticas (LSE) y estudios en
Psicología Positiva de la Universidad de California Berkeley. Es el CEO del Cambridge WellBeing Center y uno de los creadores de la aplicación
Mental21, se ha dedicado a la investigación y divulgación de las aplicaciones de la llamada ciencia de la felicidad.

CAMBRIDGE WELLBEING CENTER


El Cambridge WellBeing Center un grupo multidisciplinario de profesionales basado en Massachusetts dedicado a la divulgación científica,
entrenamiento, asesoramiento psicológico y desarrollo del bienestar. Nuestra misión es popularizar y ampliar el alcance de los avances científicos,
llegar a los que más lo necesitan y ayudar a aquellos que estén abiertos y dispuestos a ser más resilientes, a florecer, prosperar y de esa manera tener
una óptima calidad de vida mental.

MENTAL21©
En la escuela y la universidad nos enseñan muchas cosas. Pero nadie nos enseña la asignatura más importante: hábitos para la calidad de vida mental.
Hoy, gracias a la práctica e investigación científica, sabemos que con la guía adecuada, y un método que afirme nuestra voluntad y disciplina podemos
adquirir o modificar ciertos hábitos en ciclos de al menos 21 días.

No es una tarea fácil, por eso Mental21 ofrece programas y literatura que nos ayudan a entender y explorar nuestros desafíos y que nos guían en el
camino para superarlos. Mental21 es una plataforma móvil para el coaching, entrenamiento y asesoría psicológica online del Cambridge WellBeing
Center. Su misión es orientar a los individuos a crear los hábitos que quieren cultivar y se les da seguimiento hasta hacerles sentir más en control de su
vida. Empleando nuevas tecnologías, Mental21 integra sesiones online o presenciales de coaching, psicoterapia, cursos y talleres. MENTAL21
acompaña a las personas en el viaje más importante de su vida: la elevación de su calidad de vida mental, para una existencia más significativa y feliz.
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EBOOK 6 LA CIENCIA DE LA GRATITUD
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