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El arte dispositivo de re-signficación de la subjetividad humana en tiempo de crisis

Durante casi quince años dedicados entre otras cosas a la pedagogía y formación hacia
diversos grupos sociales, me he conducido bajo una premisa indispensable, persistente
en mi labor docente: el acercamiento, la práctica, el disfrute y el conocimiento de las artes
transforma indiscutiblemente al sujeto y amplía el horizonte de sentido de su vida.

En ejercicio hermenéutico, me permito acudir a las ideas del filósofo Jaques Rancière,
para comprender y asumir la dimensión estética de la sociedad como una fábrica de lo
sensible (2002), es decir, un reparto de formas, tiempos y espacios para la construcción
de un mundo sensible común. En palabras del autor, esta idea nos lleva a un peculiar
interés por los actos estéticos como configuraciones de la experiencia, que dan cabida a
nuevos modos del sentir e inducen nuevas formas de la subjetividad política. Este asomo
ligero a las ideas de Rancière podría llevarnos a creer que el arte podría, como lo hiciera
en el siglo XX, abanderar la utopía de la emancipación y transformación social, como
hicieran las vanguardias de posguerra. Lo que nos ocupa pretende más bien vislumbrar lo
estético, como un modo de articulación entre maneras de hacer, formas de visibilidad de
esas maneras de hacer y modos de pensabilidad de sus interacciones, como un
dispositivo de re-significación de la condición humana, que nos ayudaría a transitar hacia
una sensibilidad diferente, en un mundo en caos.

No es una transformación social utópica e intensa lo que se solicita, sino que la tarea que
se le obliga al arte en nuestro tiempo comprende entre otras cosas reivindicar derechos
individuales y a veces colectivos, posibilitar y construir espacios, territorios de uso común
desde la singularidad y con respeto de la diferencia e interpelar una fuerte necesidad de
expresión de los sujetos, ante una realidad invadida por tragedia, violencia, desesperanza
y desahucio; claro está, esto sólo sería posible si el arte buscara superar las expectativas
establecidas por el mercado y de la reproducción del orden establecido.

El arte puede ser entendido como un vehículo para hacer sociedad, cuya pretensión sería
justamente, generar el encuentro necesario entre diversas clases y sectores sociales,
procurando nuevas formas de usos comunes y de un sentido de pertenencia compartido,
que no es otra cosa que el humanismo que requiere nuestra sociedad contemporánea. Es
decir, regresarnos la esperanza de creer en el ser humano como centro de las cosas,
pero no desde la visión antropocéntrica del pasado, sino que, estaríamos reivindicando el
valor supremo de la vida, que a través de lo sensible transforma la experiencia, que
encuentra en el pensamiento creativo una forma diferente de vivir y convivir y ayudaría sin
duda a nuestros niños, jóvenes y mujeres y sociedad en general a dejar de caminar sobre
una cuerda floja.

Nuestra época persiste en la multiplicidad, la autenticidad, la fugacidad y la mortalidad, y


pone un traspié al arte categóricamente definido y lo problematiza. El arte actual (entre lo
moderno y lo posmoderno) gracias a sus atributos estéticos, nos ayuda a comprender
nuestra existencia desde un umbral distinto, el hombre, en su experiencia y su sentir, y es
justamente esta reflexión la que se requiere para hacer frente a una realidad que
finalmente superó a la ficción, a la novela policiaca y a la peor de nuestras pesadillas. El
arte es pues, una fábrica de objetos, pero sobre todo de experiencias, que coexisten,
trascienden y problematizan a la consciencia humana, a su vez, el arte, aunque a veces
se resiste, pertenece al hombre, a su condición, a su vida y a su existencia: a su
subjetividad, individual y colectiva.

El arte de hoy convive con actos de violencia, muerte, crimen organizado, explotación,
migración, exclusión, pornografía, pobreza, discriminación y demás problemáticas
derivadas del mundo neoliberal y sobre explotado, que en un bizarro mix configuran una
serie de categorías de los seres humanos (que nos hemos llegado a creer). La tarea del
arte sería pues desdibujar dichas categorías y reivindicar al ser humano como un sujeto
sensible a su realidad y a la del Otro; esto, por mucho, cambiaría las formas en que nos
relacionamos actualmente.

El arte por el arte es cosa del pasado, y es indispensable reconocerle una nueva tarea el
nuevo paradigma estético para nuestra sociedad debe estar dotado de implicaciones
ético-políticas, que conlleven un sentido de responsabilidad, para autoafirmarse como
foco existencial, el arte, más bien el acercamiento, práctica, disfrute y conocimiento del
arte habría de funcionar como un dispositivo resignificador de la subjetividad humana, que
incite a sensibilizar, a transformar las posibilidades de los sujetos, para que en un ejercicio
de respeto, responsabilidad y voluntad construyamos una sociedad sin miedo.
No armaríamos un batallón ciudadano contra la violencia y el crimen, eso sería imposible;
tampoco se pretende que los gobiernos hagan de la vista gorda y continúen sin procurar
el bien común y la seguridad, que sí son su responsabilidad en los cargos de
administración pública, más bien, se trata de voltear a ver al arte, a las artes, como una
herramienta, vehículo de nuevas visiones y configuraciones de la realidad de los sujetos,
desde el umbral de la creatividad y la autoafirmación ética y política.

Lo dicho carece de novedad, en todas las naciones y en todas las sociedades, las artes,
en su versión viva, transformadora, han propiciado un sinnúmero de alternativas sociales.
En América Latina, Colombia es punta de lanza en lo que respecta a transformación y
sensibilización social a través de las artes, por su parte México levanta la mano con casos
exitosos y notorios como la creación del centro cultural FARO (Fábrica de Artes y Oficios
de Oriente) en la Ciudad de México, que surgió como un proyecto de intervención para
combatir problemas de violencia en una de las zonas más conflictivas de la ciudad, o el
proyecto denominado REDES 2025: música en vez de violencia, que durante más de
siete años ha proporcionado a niños y jóvenes una oportunidad diversa a través de la
educación musical en diversas colonias de Tijuana y Ensenada, al igual que los grandes
proyectos, las artes en su práctica individualizada, viabiliza el cambio.

Pensar en el arte desde una dimensión pública, común y creacionista, rebasa sus
funciones otras y revela una dimensión estética de estar-en-el-mundo, que al igual que en
las culturas primitivas podría ayudar al hombre a comprender su existencia dentro del
caos. En palabras de Octavio Paz, el contexto transforma y altera el significado y cómo la
interrelación entre tiempo y contexto son determinantes en el arte, y agrego, en la vida de
los sujetos. Es decir, el arte nos enseña a ver y sentir el mundo desde su configuración
singular y podría posibilitar una subjetividad más plural, rica, diversa y afirmativa que
pueda hacer frente a la violencia, con nuevas y mejores herramientas.
Pues el arte en la actualidad, para nosotros, se vuelve significativo debido a que puede
contribuir a la generación de procesos de subjetivación, experimentación y reapropiación
de la condición humana, es decir, una mejor vida.

Todo en el arte crea formas nuevas, mismas que contribuyen a crear una realidad
disidente. El arte se presentaría como un dispositivo de emergencia que genere
encuentros, posibilidades y potencias de transfiguración, apertura y respeto a la
diferencia. Hoy en día se requiere de hacer el viaje acompañados, busquemos una nueva
simbiosis entre arte, educación y política; que tenga como horizonte un humanismo
descentrado, bastión de una vida en paz.

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