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1 EL EXISTENCIALISMO ES UN HUMANISMO
El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere_ sobre todo muere_. El que
come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere. El hombre que se ve y a quien se
oye, el hermano verdadero. Y este hombre concreto De carne y hueso, es el sujeto y
el supremo objeto a la vez de toda filosofía quiéranlo o no cierto sedicentes filósofos
Según Unamuno la filosofía:
Cumple decir, ante todo, que la filosofía se acuesta más a la poesía que no a la
ciencia. Y es que las ciencias, importándonos tanto y siendo indispensables para
nuestra vida y nuestro pensamiento, nos son, en cierto sentido, más extrañas que la
filosofía. Cumplen un fin más objetivo, es decir, más fuera de nosotros. Son el fondo,
cosa de economía. un nuevo descubrimiento científico, de los que llamamos teóricos.
es como un descubrimiento mecánico.
La filosofía responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del
mundo y de la vida, y como consecuencia de esa concepción, un sentimiento que
engendra una actitud íntima y hasta una acción. Pero resulta que ese sentimiento, en
vez de ser consecuencia de aquella concepción, es causa de ella. Nuestra filosofía,
esto es, nuestro modo de comprender o de no comprender el mundo y la vida brota
de nuestro sentimiento respecto a la vida misma.
Y así, lo que un filósofo nos debe, más importar es el hombre. Tomad a Kant el
hombre Manuel Kant. Un gran aporte el imperativo categórico nos lleva a un postulado
moral que exige a su vez, en el orden teológico, o más, bien escatológico, la
inmortalidad del alma, y para sustentar esta inmortalidad aparece Dios.
El hombre Kant sintió la moral como base de la escatología, pero el profesor de
filosófica invirtió los términos.
Hegel hizo celebre su aforismo de todo lo racional es real y todo lo real racional, pero
somos muchos los que, no convencidos por Hegel, seguimos creyendo que lo real, lo
realmente real, es irracional; que la razón construye sobre la irracionalidad.
El cardenal católico Newman, escribió estas pequeñas palabras: “esta credibilidad en
una vida futura, sobre lo que tanto aquí se ha insistido, por poco que satisfaga nuestra
curiosidad, parece responder a los propósitos todos de la religión tanto como
respondería una prueba demostrativa. En realidad.
El hombre Butler, quería salvar la fe de la inmortalidad del alma, y para ello hizo
independiente de la fe en Dios.
Y ser hombre es ser algo concreto unitario sustantivo es ser cosa, res. Y ya sabemos
lo que otro hombre, el hombre Benito Spinoza, aquel judío portugués, que nació y
vivió en Holanda a mediados del siglo 17 el esfuerzo con que cada cosa trata de
perseverar en su ser no es sino la esencia actual de la cosa misma. Quiere decirse
que tu esencia no es sino el contacto; el esfuerzo que pone en seguir siendo hombre,
en no morir y la otra proposición que sigue siendo hombre; en no morir y la otra
proposición que sigue a estas dos. O sea: el esfuerzo con que cada cosa se esfuerza
por perseverar en ser, no implica tiempo finito, sino indefinido. Es decir, que tú. Yo y
Espinoza queremos no morirnos nuca y que este nuestro anhelo de nunca morirnos
en nuestra esencia actual. Y lo que determina a un hombre. Lo que le hace un
hombre, uno y no otro, el que es y no el que no se, es un principio de unidad y un
principio de continuidad. Y es en cierto sentido un hombre tanto más hombre. Cuando
mas unitario sea su acción.
“La memoria es la base de la personalidad individual, así como la tradición lo es de la
personalidad colectiva de un pueblo, querer ser otro, es querer dejar der uno el que
es”, cada cual defiende su personalidad solo acepta a un cambio en su modo de
pensar o de sentir en cuanto este cambio pueda entrar en la unidad de su espíritu y
engarza en la continuidad de el: en cuando ese cambio pueda armonizarse e
integrarse con todo el resto de su modo se ser, pensar y sentir, y pueda a la vez
enlazarse a sus recuerdos.
Todo lo que en mi conspirar a romper la unidad y la continuidad de mi vida, conspira
a destruirme, y, por lo tanto, a destruirte. Todo individuo que en un pueblo conspira a
romper la unidad y la continuidad espirituales de ese pueblo tiende a destruirse como
parte de ese pueblo. Los juicios singulares tienen valor de universales. Dicen los
lógicos. Lo singular no es partícula, es universal. El hombre es un fin, no un medio, la
civilización toda se endereza al hombre, a cada hombre, a cada yo.
El mundo se hace para la conciencia, para cada conciencia. Y todos los definidores
del objetivismo no se fijan, o, mejor dicho, no quieren fijarse, que al afirmar un
hombre su yo, su conciencia personal, afirma al hombre. Al hombre su yo, al hombre
concreto y real, afirma el verdadero humanismo. - y al afirma al hombre, afirma la
conciencia es la del hombre.
Se trata de un valor afectivo, y contra los valores afectivos no valen las razones.
Porque las razones no son nada más que razones. Porque las razones no son nada
más que razones, es decir, ni si quiera son verdaderas. Hay definidores pedantes por
naturaleza y por gracia. Que me hacen el efecto de aquel señor que va a consolar a
un padre de que acaba de perder a du hijo. Muerto de repente la flor de sus años. Y
dice: “¡paciencia…. ¡Amigo, que todos tenemos que morirnos!” ¡os chocaría que este
padre se irritara contra semejanza impertinencia.
Hay personas, en efecto, que parecen no pensar as que, con el cerebro, o con
cualquier otro órgano que sea el específico para pensar: mientras otros piensan con
todo el cuerpo y toda el alma. Y las gentes que no piensan mas con el que el cerebro,
dan definidores: se hacen profesionales del pensamiento. Si un filósofo no es hombre,
es todo menos hombres un filósofo es, sobre todo, un pedante, es decir, un remedo
de hombre. El cultivo de una ciencia cualquiera, de la química, de la física, de la
geometría; pero la filosófica, como la poesía, o es obra de integración, de conciencia,
o no es sino filosofía erudición y seudofilosófica.
Y el más trágico problema de la filosófica es de conciliar las necedades intelectuales
con las necesidades afectivas con las volitivas. Como que ahí fracasa la ciencia que
pretende deshacer la eterna y trágica contracción, base de nuestra existencia.
DE DIOS A DIOS
Lamennais, el que dijo que la vida y la verdad no son sino una sola y
misma cosa. Al ser simplicísimo y abstractisimo, al primer motor inmóvil e
impasible, al Dios razón. Y es que al Dios vivo, al Dios humanos, no se llegue por
camino de Razón, sino por camino de amor y de sufrimiento. La razón nos aparata
más bien de Él. Conocimiento de Dios procede el amor de Dios, y es un
conocimiento que poco o nada tiene de racional. No hay finalidad no hay conciencia
no hay personalidad tampoco, no hay conciencia.
El Dios, pues, racional, es decir, el Dios que no es sino Razón del Universo, se
destruye a sí mismo en maestra mente en cuanto tal Dios, y solo renace en
nosotros cuando en el corazón lo sentimos como persona viva como conciencia.
De esa conciencia suprema es la que nos lleva a creer en Dios vivo. Ese en que
crees, lector, ese es tu dios el que ha vivió contigo en ti, y nació contigo y fue niño
cuando eras tú niño, y fue haciéndose hombre según tú te hacías hombre, y que te
disipa cuando te disipas, y que es tu principio de continuidad. La existencia de Dios,
problema racionalmente insoluble, no es en el fondo sino el problema de la
conciencia de la ex –sistencia y no de la in-sistencia.
de la conciencia, el problema mismo de la existencia sustancial del alma. El
problema mismo de mismo de la perpetuidad de la alama humana, el problema
mismo de la finalidad humana del Universo Creer en Dios y personal, en una
conciencia eterna Universal que no conoce y nos quiere, es creer que el universo
existe para el hombre. Para el hombre o para una conciencia en el orden de la
humana, de su misma naturaleza.
En todo el vasto universo, ¿habría de ser esto la conciencia que se conoce, se
quiere y se siente, una excepción unida al organismo que no puede vivir sino entre
tales cuales meras curiosidades.
A este Dios cordial o vivo se llegue. Y se vuelve a Él cuando por el Dios lógico o
muerto se la ha dejado. Por camino de fe y no de convicción racional o matemática.
Así se pregunta el catecismo de la doctrina cristiana que se nos enseñó en la escuela,
y contestas así: creer lo que no vimos. La sustancia, o más bien el sustento o base
de la esperanza la garantía de ella. Lo cual conexiona, y más que conexiona
subordina, la fe a la esperanza, y de hecho no esperamos porque creemos, sino más
bien que creemos porqué esperamos.
Que hayamos sacado la idea del saber que hasta aquí tenemos del uso común de
las razon practica no implica de ningún modo la conclusión de que la hayamos
tratado como idea empírica. Aun cuando algo pueda ocurrir de modo adecuado algo
que el deber impone, es siempre dudoso si realmente ocurre por deber y poseer,
por lo tanto, un valor moral. De hecho, es absolutamente imposible distinguir con
total certeza un solo caso en que la máxima de una acción por los demás debida
haya descansado sencillamente en razones morales y en la representación del
deber.
No puede concluirse con seguridad, a partir de esto, que, bajo la mera ficción de
esa idea, no haya sido algún secreto impulso del amor propio la verdadera causa
determinante de la voluntad. Para lo cual gustosamente nos halagamos con nobles
motivos falsamente atribuidos, cuando, de hecho, aun mediante el más severo
examen no podemos nunca llegar más allá de los secretos motivos, porque cuando
se trata de valores morales, no se concierne a las acciones, que son visibles, sino a
aquellos internos principios de las mismas, que no se ven.
Y aquí ya nada puede impedirnos desechar nuestra idea del deber admitir en
nuestra alma una prevención contra su norma sino el claro convencimiento de que,
aun cuando jamás haya, habido acciones surgidas de semejantes fuentes puras,
tampoco aquí se trata en absoluto de si acontece es o lo otro, sino que la razón.
Ordena por si misma e independientemente de todo fenómeno, lo que debe ocurrir,
incluso acciones de las que el mundo. Hasta ahora no hay ofrecidos ningún ejemplo
en absoluto y de cuya factibilidad puede dudar mucho quien todo lo base en la
experiencia.
Quiere negar a la idea de moralidad absolutamente toda la verdad y relación con
algún objeto posible, no puede ponerse en tela de juicio que sus leyes son de tan
vasto significado y alcance que habrían de ser válida no solo para los hombres sino
para todo ser racional en general. La imitación no tiene lugar en lo moral.
Esta concesión a los conceptos populares es, por supuesto, muy loable una vez que
haya tenido lugar, y se hay alcanzado a entera satisfacción, la elevación a los
principios de la razón pura, y esto equivalía a fundar previamente la teoría de las
costumbres sobre una metafísica, pero posteriormente, cuando hay alcanzado
firmeza, proporcionarte entrada mediante popularidad.
Principios de la moralidad. - sin que ocurriera plantearse la cuestión de si os
principios de la moralidad han de buscarse sobre todo en el conocimiento de la
naturaleza humana (que solo podemos obtener de la experiencia) y, de no ser esto
así, si los últimos solo pueden hallarse a priori, libres de todo empírico-
decididamente en conceptos racionales puros y en ningún otro sitio ni siquiera en su
parte más insignificante.
Una tal metafísica del acostumbres, totalmente aislada que no se mezclada son
antropología, teología, física o hiperfisica algunas, y mucho menos con ocultas
cualidades (que pudieran llamarse hipo físicas). Pues la representación pura del
deber, y sobre todo de la ley moral, no mezclada con ninguna adición extraña de
incentivos empíricos, tiene sobre el corazón humano, por vía de lo simple razón 8
que (si llega a reconocer que puede ser practica por si misma) , una influencia tanto
más grande que los demás impulsos que puedan ofrecer provenientes del campo
empírico y, con conciencia de su dignidad, desprecia a los últimos y puede irse
haciendo su dueña; en cuyo punto, una teoría de las costumbres compuestas de
estímulos provenientes del sentimiento e inclinaciones y al mismo tiempo de
conceptos racionales.
Tiene por fuerza que hace vacilar el ánimo entre causas de motivación que se deja
dominar por ningún principio y que solo ocasionalmente conducen al bien,
conduciendo con mayor frecuencia al mal.
Aparece de loa anterior que todo concepto moral tiene su origen en la razón
totalmente a priori, y esto ocurre en la más común razón humana, tanto como en la
más altamente especulativa; que los conceptos morales no puede abstraerse a
partir de ningún conocimiento empírico y, por lo tanto, meramente casual. Su origen
reside incluso su dignidad de servirnos como principios supremos; las leyes morales
han de valer para todo ser racional por el hecho de serlo. Solamente un ser racional
tiene la facultad de actuar según representaciones de las leyes, ed.
La voluntad resulta no ser otra cosa que una razón práctica. Cuando la voluntad
la determina de modo infalible la razón, las acciones de un ser tal que se reconocen
como objetivamente necesaria se hacen también necesarias subjetivamente, Ed, la
voluntad es una facultad elegir solamente aquello que la razón, entiende como
prácticamente necesario, ed. Si la voluntad no en si coincidente con la razón (como
en realidad ocurre en los hombres), las acciones que objetivamente se consideran
necesarias, subjetivamente resultan ser contingentes.
La representación de un principio objetivo, en tanto sea constrictivo para una
voluntad, se llama mandato (la razón), y la forma de mandato se llama
imperativo.
LA MORALIDAD: es la condición única bajo la cual un ser racional puede ser fin
en sí mismo; porque solamente a través de ella es posible ser miembro legislativo en
el reino de los fines
Las maneras de representar al principio de la moralidad
Una forma que consiste en la universalidad, y en consecuencia la fórmula del
imperativo moral se expresa así: que las máximas deben ser elegidas como si
tuvieran que tener validez de leyes naturales.
Una materia, ed., un fin, y entonces reza la fórmula: que el ser racional como
fin según su naturaleza, por tanto, como fin en sí mismo debe servir a todas
las máximas como condición limitadora de todos los fines meramente relativos
y pertenencias al libre albedrio.
Una total determinación de todas las máximas mediante la siguiente formula:
que todas las máximas de legislación, propia han de estar de acuerdo con un
posible reino de los fines como reino de la naturaleza.
Un reino de los fines es, pues, posible solamente conforme a la analogía con un reino
de la naturaleza, pero aquel solamente conforme a máximas.
Todos los principios que puedan tomarse dese este punto de vista son
empíricos o racionales. Los primeros se constituyen sobre el sentimiento físico o
moral a partir del principio de la felicidad; los segundos se constituyen a
partir del principio de la plenitud.
Los principios empíricos no son aptos, para fundar sobre ellos leyes
morales. Pues, cuando su base se toma de la peculiar constitución de la
naturaleza humana cesa la universalidad con la que debe ser válido para todo
ser racional.