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CVX Bilbao - Sentir Iglesia

Oración ZALDU, enero 2010

Silencio. Todo se apaga. Me tomo mi tiempo para estar a gusto, arropada/o. Me


acostumbro a los sonidos de esta casa y poco a poco desaparecen. Cierro los ojos y
respiro, alegre, porque se que cuando los abra para leer la luz será diferente, serán otros
los murmullos. Los que me acercan a ese Jesús niño en Jerusalén, donde comienza este
viaje…

Lucas 2, 42-50
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según costumbre. Al
terminar ésta, mientras ellos se volvían, el niño Jesús se quedó en
Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Pensando que iba en la
caravana, hicieron un día de camino y se pusieron a buscarlo entre los
parientes y los conocidos. Al no encontrarlo, regresaron a buscarlo a
Jerusalén. Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado en
medio de los doctores de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Y todos los que lo oían estaban atónitos ante su inteligencia y sus
respuestas. Al verlo, se quedaron desconcertados, y su madre le dijo:
Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te
buscábamos angustiados. Él replicó: ¿Por qué me buscabais? ¿No
sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre? Ellos no entendieron lo
que les dijo.

 ¿La casa de mi Padre?

Juan 2, 13-17
Como se acercaba la Pascua judía, Jesús subió a Jerusalén. Encontró en
el recinto del templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a
los cambistas sentados. Se hizo un látigo de cuerdas y expulsó a todos
del templo, ovejas y bueyes; esparció las monedas de los cambistas y
volcó las mesas;a los que vendían palomas les dijo: Quitad eso de aquí y
no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado.

Lucas 23, 14-19


Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo:
Cuánto he deseado comer con vosotros esta víctima pascual antes de mi
pasión. Os aseguro que no volveré a comerla hasta que alcance su
cumplimiento en el reino de Dios. Y tomando la copa, dio gracias y dijo:
---Tomad esto y repartidlo entre vosotros. Os digo que en adelante no
beberé del fruto de la vid hasta que no llegue el reinado de Dios.
Tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi
cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.

 ¿Cómo vivo y he vivido mi ser / sentir Iglesia? Hago memoria…

 Hoy, en mi día a día ¿qué / quién me apoya en ese sentir comunitario, ser
iglesia? ¿qué me aleja?

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Desde que Tú te fuiste


no hemos pescado nada.
Llevamos veinte siglos
echando inútilmente
las redes de la vida,
y entre sus mallas
sólo pescamos el vacío.
Vamos quemando horas
y el alma sigue seca.
Nos hemos vuelto estériles
lo mismo que una tierra
cubierta de cemento.
¿Estaremos ya muertos?
¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído?
¿Quién recuerda la última vez que amamos?

Y una tarde Tú vuelves y nos dices:


«Echa la red a tu derecha,
atrévete de nuevo a confiar,
abre tu alma,
saca del viejo cofre
las nuevas ilusiones,
dale cuerda al corazón,
levántate y camina».
Y lo hacemos sólo por darte gusto.
Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría,
nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor
que recogemos
que la red se nos rompe cargada
de ciento cincuenta esperanzas.
¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua
de nuestra indiferencia,
devuélvenos, Señor, a tu alegría

José Luis Martín Descalzo

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Testimonios.
Cuadernos “Por qué volví a la Fe”

“La asamblea cristiana: la reunión de aquellos que creemos que Jesús de Natzaret es el
rostro de Dios, y que nos encontramos en su nombre. Este es el papel de la Iglesia. A
través de la fe apostólica, alrededor de la mesa del altar, todos y cada uno de nosotros
podemos renovar diariamente el misterio de la resurrección del Seños Jesús.”
Núria Delgado

“La Iglesia es lo suficientemente plural para que todos podamos compartir la experiencia
que cada uno ha hecho y hace del Dios de cada día.”
Núria Delgado

“Pero cuando escucho palabras de algunos miembros de la denominada jerarquía de la


Iglesia, soy yo el que se repite algo: pero ¿qué hago yo aquí?. Solo que ahora tengo una
respuesta, participar del Reino de Dios, beneficiarme de su perdón y misericordia y saber
(sin dudar ni un instante) de su amor infinito, de su amor de Dios.”
Antón (Bilbao)

“Había mucha gente haciendo cola en unas escaleras que bajaban a un porche. A la
última señora de la cola le pregunté qué esperaba “Vamos a confesarnos” e
inmediatamente añadió “¿Y tú?”. Yo respondí “Yo no” , pero no me moví de su lado
mientras la cola iba avanzando. Y entré.
Era una habitación pequeña, con una ventana por la que entraba mucha luz. Al momento
supe que aquel hombre me veía por dentro, con una mirada que no me hacía ningún
reproche, antes bien llena de estima y de perdón. Creo que las personas que conocieron a
Jesús debieron de sentir, y con creces, lo que yo sentí en aquella mirada de misericordia.
Porque esto es lo que entonces sentí.”
Laura (Barcelona)

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Principios generales CVX.

6. La unión con Cristo nos lleva a la unión con la Iglesia, en la que Cristo continúa
aquí y ahora su misión salvadora. Haciéndonos sensibles a los signos de los
tiempos y a las mociones del Espíritu Santo, seremos más capaces de encontrar a
Cristo en todos los hombres y en todas las situaciones.

Compartiendo la riqueza de ser miembros de la Iglesia, participamos en la liturgia,


meditamos la Sagrada Escritura; aprendemos, enseñamos y promovemos la
doctrina cristiana. Trabajamos junto con la jerarquía y otros líderes eclesiales,
motivados por una común preocupación por los problemas y el progreso de todos y
atentos a las situaciones en que la Iglesia se encuentra hoy. Este sentido de Iglesia
nos impulsa a una colaboración creativa y concreta en la obra de hacer avanzar el
reinado de Dios en la tierra, e incluye una disponibilidad para partir a servir allí
donde las necesidades de la Iglesia pidan nuestra presencia.

7. Nuestra entrega personal encuentra su expresión en el compromiso personal con


la Comunidad Mundial, a través de una comunidad particular libremente escogida.
Esa comunidad particular, centrada en la Eucaristía, es una experiencia concreta de
unidad en el amor y en la acción. En efecto, cada una de nuestras comunidades es
una reunión de personas en Cristo, una célula de su Cuerpo Místico. Nuestro
vínculo comunitario es nuestro compromiso común, nuestro común estilo de vida y
nuestro reconocimiento y amor a María como nuestra Madre. Nuestra
responsabilidad por desarrollar los lazos comunitarios no termina en nuestra
comunidad particular, sino que se extiende a la Comunidad de Vida Cristiana
Nacional y Mundial, a las comunidades eclesiales (parroquias, diócesis) de las que
somos parte, a toda la Iglesia y a todas las personas de buena voluntad.

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Carta a la Comunidad CVX


Borja Aguirre (CVX)

He leído en el País un artículo que escribe el filósofo italiano Gianni Vattimo, del que soy
seguidor desde hace varios años. Vattimo, de 73 años, es conocido por ser el autor de la
propuesta del 'pensamiento débil', un planteamiento antidogmático y pluralista. Vattimo
también es comunista y homosexual, además de católico practicante.

O, al menos, lo era, porque en dicho artículo explica su reciente decisión de separarse de la


Iglesia. En un artículo muy duro, explica cómo el catalizador de esta decisión ha sido el
asunto de la eutanasia de Eluana Englaro, unido a sus vivencias personales sobre la
muerte de seres queridos; pero contextualiza su decisión en otros muchos hechos
recientes: “frente a las inaceptables tomas de posición vaticanas sobre el preservativo;
frente a la niña brasileña o a sus médicos excomulgados por un aborto; frente al perdón
concedido por Benedicto XVI al obispo lefebvriano negacionista; frente a la pretensión de
imponer que la sonda no es una terapia; y, antes, frente a las abundantes y vergonzosas
defensas de sacerdotes pedófilos, a todo el mundo se le hace difícil pensar que se trate de
errores cometidos de buena fe por una jerarquía demasiado tradicionalista, o por un Papa
un tanto torpe o incluso simplemente mal informado.”

El artículo, como digo, es muy duro, centra su crítica en el papel que la Iglesia está jugando
en el mundo, como institución, hoy en día, y llega a la decisión personal de separarse de la
Iglesia. Personalmente, me deja un poco huérfano, ya que contaba con Vattimo como una
de mis referencias cristianas y eclesiológicas.

Pero también me ha hecho pensar, y mucho, sobre mi propia comunidad. En CVX no


hemos dicho ni una sola palabra pública sobre ninguno de estos hechos que Vattimo
menciona, ni sobre otros muchos que también podrían mencionarse (¿por qué la Iglesia, el
Vaticano, apoya sin disimulo a la derecha en prácticamente todo el planeta?). No hemos
dicho una palabra pública ni en la CVX estatal ni en la local.

Esto me hace preguntarme ¿qué pasa? ¿qué sucede? ¿es que sentimos que lo que diga u
opine la Iglesia no va con nosotros? ¿Nuestra comunidad empieza y termina en la calle
Padre Lojendio? ¿Cuál es nuestra eclesiología? O, simplemente ¿es que hemos asumido
que la opinión del laicado no importa y que el 'bacalao' se corta en otras partes?

Reconozco que estoy dolido con estas cosas. No quiero que se entienda esto como una
crítica al comité, que bastante tienen con lo suyo. Simplemente, siento que mi comunidad
está haciendo bastante poco, o nada, por ejercer una sana crítica pública dentro de la
Iglesia, y que por tanto, como miembros de la Iglesia que somos, estamos permitiendo por
omisión que se cometan injusticias y abusos. Y lo que más me duele: quienes cometen
esas injusticias y abusos lo hacen en nombre del Evangelio.

Un abrazo,

Borja Aguirre.

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Reglas para sentir con la Iglesia según San


Ignacio de Loyola
Conferencia dada por el R.P. Carlos M. Buela, V.E., el 9 de noviembre de 1995,
en la Iª Jornada sobre «Sensus Ecclesiae»
Las «Reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener», de San Ignacio de
Loyola, comúnmente se conocen como «Reglas para sentir con la Iglesia».

Voy a exponer brevemente y en forma muy resumida, de manera telegráfica, estas 18 reglas que
trae el Santo, porque como habrá otras semanas sobre el tema de «sensus Eclesiae», se puede
después desarrollar más específicamente. Y, si me da el tiempo, voy a terminar con otras reglas que
trae San Ignacio, las cuales me parece que son importantes para que tengamos una visión íntegra
de lo que tiene que ser el «sensus Eclesiae», que no es solamente la dimensión vertical, sino que es
también la dimensión horizontal. Ese otro documento que trata San Ignacio es sobre la limosna, la
cual hay que entender en sentido amplio, es decir, en todo lo que hace al amor al prójimo.

En forma resumida queda ahí los dos grandes ítem que constituyen las Reglas para sentir con la
Iglesia, según San Ignacio de Loyola.

La primera parte lo que dice respecto a la fe; la segunda parte lo que dice respecto a la vida
cristiana. Estas Reglas para sentir con la Iglesia las escribió el Santo estando en Roma, entre el año
1539 y 1541, fecha donde concluye con la redacción definitiva del libro de los Ejercicios Espirituales,
tal como han llegado a nosotros.

I Lo que dice respecto a la fe

1. Sentir con la Iglesia implica rechazar el sectarismo. Tiene que haber una disposición de la mente y
del corazón en el bautizado dispuesto siempre a seguir a aquél a quién el mismo Jesucristo puso
como cabeza visible de su Iglesia, es decir, Pedro. Por eso dice en la primer regla: «depuesto todo
juicio -vale decir, dejando de lado todo lo que nosotros podamos pensar-, debemos tener ánimo
aparejado y pronto para obedecer en todo a la verdadera esposa de Cristo Nuestro Señor, que es
nuestra santa madre la Iglesia Jerárquica»1 .

En la regla decimotercera lo dice de una manera hermosísima, porque es una exageración, pero usa
de la exageración justamente para hacer ver la fuerza del principio: «Debemos siempre tener, para
en todo acertar -es decir, para no equivocarse- que lo blanco que yo veo, creer que es negro si la
Iglesia jerárquica así lo determina»2 . Fíjense: veo la pared blanca y la Iglesia Jerárquica me dice
que es negra: ¡es negra! Y da la razón de esto: «creyendo que entre Cristo, Nuestro Señor, esposo,
y la Iglesia, su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras almas,
porque por el mismo Espíritu y Señor Nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y
gobernada nuestra santa madre Iglesia».

2. En segundo lugar, una cosa que es muy delicada y que hay que tener muy en cuenta, sobre todo
cuando se trata de la educación de jóvenes (como suelen ser los seminaristas y las monjitas).
Muchas veces por enfatizar una verdad, pero enfatizarla de manera unilateral, resulta que se está
dejando de lado o se está oscureciendo, o se está minusvalorando, otra verdad también revelada.
Entonces se puede llevar a actitudes que finalmente terminan siendo poco eclesiales. Por ejemplo:
acción y contemplación. Si uno habla de tal manera de contemplación que no hace acción, se puede
caer en el quietismo; o habla de tal manera de la acción sin contemplación, se cae en el activismo o
americanismo; o se habla de tal manera de lo espiritual y de lo sobrenatural, se cae en el angelismo;
o se habla de tal manera de lo temporal, olvidándose de lo espiritual y sobrenatural, que caen en el
temporalismo.

Siempre va a estar, y esto mismo viene del misterio del Verbo Encarnado, que existen unas dobles
realidades que lejos de oponerse se complementan y se integran perfectamente bien. Hay que
tenerlas en cuenta justamente para evitar de caer así, en ese tipo de particularismos que pueden ser
nefastos. En la formación de los seminaristas pasa que en general, el joven no tiene toda la
prudencia que nos dan los años; pero si uno -por ejemplo- no sabe educarle en la prudencia, lo
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puede hacer temeroso, lo puede hacer cobarde y puede quitarle justamente eso tan hermoso que
tiene el joven, que es el entusiasmo, el brío y, bueno, a veces la exageración. Muchas veces por
querer formar gente equilibrada, se forman «minus- hombres». Ahí hay un equilibrio difícil de
mantener y respecto al cual el educador tiene que tener mucho cuidado para no lograr lo contrario de
lo que busca.

Lo mismo podemos decir el tema «no ser del mundo» pero hay que «estar en el mundo»; la
oposición que algunos hacen entre «amor de Dios» y «amor del prójimo»; o las crisis que se dan a
veces porque algunos afirman la identidad en contra del pluralismo u otros que afirman el pluralismo
en contra de la identidad. En el lenguaje de San Ignacio: «Dado que sea mucha verdad que ninguno
se puede salvar sin ser predestinado y sin tener fe y gracia es mucho de advertir en el modo de
hablar y comunicar en todas ellas. Algunos hablan de tal manera de gracia que es como si negasen
la naturaleza y podría haber la contraria, otros hablan de tal manera de la naturaleza que da la
impresión de que niegan la gracia»3 .

En la regla 15ª: «No debemos hablar mucho de la predestinación por vía de costumbre; mas si en
alguna manera y algunas veces se hablare, así se hable que el pueblo menudo no venga en error
alguno, como algunas veces suele, diciendo: Si tengo de ser salvo o condenado, ya está
determinado, y si por bien o mal, no puede ser ya otra cosa; y con esto entorpeciendo se descuidan
en las obras que conducen a la salud y provecho espiritual de sus ánima»4 .

En la regla 16ª: «De la misma forma es de advertir que por mucho hablar de la fe y con mucha
intensión, sin ninguna distinción y declaración, no se de ocasión al pueblo para que en el obrar sea
torpe y perezoso...»5 .

Y, finalmente, en la regla 17ª: «No debemos hablar tan largo instando tanto en la gracia, que se
engendre veneno, para quitar la libertad. De manera que de la fe y gracia se puede hablar cuanto
sea posible mediante el auxilio divino, para mayor alabanza de su Divina majestad, mas no por tal
suerte ni por tales modos, mayormente en nuestros tiempos tan periculosos, que las obras y el líbero
arbitrio reciban detrimento alguno o por nihilo se tengan»6 .

3. Los métodos de enseñanza. Es interesante cómo el Santo en estas Reglas para sentir con la
Iglesia pone en su lugar importantísimo a los Santos Padres y cómo pone también en su lugar lo que
él llama los doctores escolásticos: «alabar la doctrina positiva y escolástica; porque así como es más
propio de los doctores positivos, como San Jerónimo, San Agustín, San Gregorio, etc. -los Santos
Padres-, el mover los afectos para en todo amar y servir a Dios nuestro Señor, así es más propio de
los escolásticos como Santo Tomás, San Buenaventura, el Maestro de las Sentencias, etc., el definir
y declarar para nuestros tiempos de las cosas necesarias a la salud eterna y para más impugnar y
declarar todos errores y todas falacias»7 , etc. Nosotros tenemos que actualizar todo esto. Así como
es importante tomar de los Padres positivos, los Santos Padres, su doctrina, porque inflaman nuestra
voluntad en el deseo de amar a Dios y así como debemos tomar a los escolásticos porque nos
enseñan a definir con precisión las cuestiones más importantes, evidentemente tenemos que
actualizar esto y aprender de los santos. Acá tengo la lista que siempre uso:

- de Don Orione: la atención a los enfermos y deficientes, la confianza en la Providencia;


- del Cura de Ars: cómo atender una parroquia;
- de San Ignacio: el predicar Ejercicio Espirituales;
- de San Alfonso: las misiones populares;
- de Don Bosco: la educación de los niños, de los jóvenes, el espíritu que tiene que reinar en los
campamentos;
- de San José Caffaso: como confesar; de San Juan de la Cruz y Santa Teresa lo que hace a la
ascética y mística;
- de San Felipe Neri: lo que hace a la alegría;
- de San Luis María Grignion de Montfort: la devoción a la Santísima Virgen.

II El ejercicio práctico de la vida cristiana.

1. Respecto a los actos de culto, dice en la regla 3ª: «alabar el oír Misa a menudo»8 .

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Nosotros nunca tenemos que dejar de lado esto que es el corazón de nuestra vida; incluso, debemos
ir perfeccionando en nuestras comunidades la participación litúrgica. Como saben las Servidoras,
estoy escribiendo todavía, sobre el tema de la participación en la Misa, especialmente dedicado a las
religiosas. En eso uno siempre puede mejorar, siempre puede aprender.

- «Asimismo cantos, salmos y largas oraciones en la iglesia...»9 . Los cantos: finalmente Jon,
después de seis años de trabajo, parece que va a terminar el Cancionero Sagrado, si es que ahora
no se le borró todo de la computadora, porque puede pasar cualquier cosa.

- «...y largas oraciones en la Iglesia y fuera de ella; así mismo habrá horas ordenadas destinadas a
tiempo para todo Oficio Divino -la Liturgia de las Horas- y para toda oración y todas horas
canónicas».

En la 8ª regla: «Alabar ornamentos y edificios de Iglesias...»10 . Todo eso se puede mejorar. Hay
algunos ornamentos que, con todo el respeto a los ornamentos, habría que quemarlos, porque son
de la primera época, cuando nos regalaban ornamentos de otros lados porque ya no servían: eso
hay que cambiarlo. Hay que saber invertir en las cosas de culto. Como decía Felipe II, el que hizo El
Escorial, cuando le preguntaron: -»¿Cómo el piso de su departamento es de ladrillo?, él respondió:
«Un palacio para Dios y una choza para el rey». ¡Bien nos podemos privar nosotros de cosas, pero
no podemos privar lo que hace al esplendor del culto!
- «...asimismo imágenes y venerarlas, según que representan».

Respecto de los sacramentos:

- «Alabar el confesar con sacerdotes, recibir el Santísimo Sacramento».

Respecto de la devoción a los santos:

- «alabar reliquias de santos haciendo veneración a ellas, y oración a ello: alabando estaciones,
peregrinaciones, indulgencias, perdonanzas, cruzadas y candelas encendidas en las iglesias». Y, en
la regla 12ª: «Debemos guardar en hacer comparaciones de los que somos vivos a los
bienaventurados pasados, que no poco se yerra en esto, es a saber, en decir: éste sabe más que
San Agustín, es otro o más que San Francisco, es otro San Pablo en bondad, santidad, etc.»11 .
¡No!, ¡no hay que hacerlo!

2. Respecto a la ascética cristiana, la regla 4ª: «alabar mucho religiones, virginidad y continencia, y
no tanto el matrimonio como ninguna de éstas»12 .

La regla 5ª: «alabar voto de religión, de obediencia, de pobreza, de castidad y de otras perfecciones
de supererogación»13 .

La regla 7ª: «Alabar constituciones acerca de ayunos y abstinencias, así como cuaresma, cuatro
témporas, vigilias, viernes y sábados; asimismo penitencias no solamente internas, mas aun
externas»14 .

En la regla 18ª va ha hablar sobre el santo temor de Dios: «Dado que sobre todo se ha de estimar el
mucho servir a Dios nuestro Señor por puro amor, debemos mucho alabar el temor de la su Divina
Majestad; porque no solamente el temor filial es cosa pía y santísima, más aún el temor servil, donde
otra cosa mejor más útil al hombre no alcance, ayuda mucho para salir del pecado mortal, y salido
fácilmente viene el temor filial, que es todo acepto y grato a Dios Nuestro Señor, por estar en uno
con el amor divino»15 .

3. Por último, respecto a la autoridad, la regla 10ª: «Debemos ser más pronto para abonar y alabar
así constituciones, comendaciones como costumbres de nuestros mayores; porque, dado que
algunas no sean o no fuesen tales, hablando contra ellas, sea predicando en público, sea platicando
delante del pueblo menudo, engendrarían más murmuración y escándalo que provecho; y así se
indignaría el pueblo contra sus mayores, sean temporales sean espirituales. De manera que así

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como hace daño el hablar mal en ausencia de los mayores a la gente menuda, así puede hacer
provecho hablar de las malas costumbres a las mismas personas que puedan remediarlas»16 .

III La limosna

Ahora voy a la parte de limosna. Hoy día se entiende lamentablemente mal, muchas veces, lo que es
la limosna. La limosna abarca absolutamente todo lo que hace al amor del prójimo.

El Papa, en un discurso muy hermoso, justamente trata el tema este de la limosna y dice: «La
limosna es mucho más. Es ayudar a quien tiene necesidad. Es hacer participar a los otros de los
propios bienes. Es la disponibilidad a compartirlo todo. Es la prontitud en darse a sí mismo. Es la
actitud de apertura interior hacia el otro».

Nosotros cuando pensamos en limosna pensamos en los pobres; y está bien. Gracias a Dios, le
podemos dar de comer, según los cálculos que yo tengo, alrededor de 600 pobres, almuerzo y cena;
contando lo que hace la obra Corazón y voluntad, lo que hacen los tres Hogarcitos, los pobres que
se atienden acá, en el Seminario Mayor, los que atienden las contemplativas, en Santa Catalina, etc.
¡Alrededor de 600 pobres para almuerzo y 600 pobres para la cena!, cosa que podemos hacer por
gracia de Dios, por la Providencia.

Pero pobres somos todos, esa es la cosa. A lo mejor estamos pensando hacer limosna, hacer bien al
prójimo, el pobre que viene a pedir comida, y no nos damos cuenta que hay un pobre al lado nuestro:
una hermana que está probada o que está triste, o que está angustiada, o que le va mal en los
estudios... y que justamente tenemos que ayudar. ¡Y sí! ¡Tantas veces vemos los superiores
mismos, como pasa con nuestro padres! Y si nosotros tenemos esa actitud de apertura interior hacia
el otro, podemos ayudar, podemos hacer bien, debemos hacer bien.

Cuando el Evangelio nos habla de la viuda pobre, no quita nuestro Señor valor a la limosna material,
pero fíjense qué es lo que alaba Nuestro Señor. Pone énfasis Nuestro Señor en el valor interior del
don: «dio todo lo que tenía». ¡Eran dos monedas!

Por eso, en su sentido profundo, la limosna es un acto de amor al prójimo por amor de Dios y yo creo
que acá hay un elemento también esencial para tener un sano «sensus Eclesiae».

¿Cómo practicarla? Cristo exige de mí una apertura hacia el otro. Pero, ¿hacia qué otro? Dice el
Papa con signo de admiración: «Hacia el que está aquí en este momento. No se puede aplacar esta
llamada de Cristo hacia un momento indefinido, en el que aparecerá el mendigo calificado y tenderá
la mano».

Debemos saber estar abiertos a todos los hombres, dispuestos a ayudarlos pronto, a ofrecerme.

Debemos practicar la limosna cada día en las situaciones ordinarias de convivencia y de contacto,
donde cada uno de nosotros es siempre el que puede dar a los otros, y hay que estar dispuesto a
aceptar. Muchas veces aceptar es una forma de dar porque lo está haciendo sentir al otro útil. Por
eso puedo y debo ofrecerme a los otros de múltiples maneras: con palabras buena, dando buenos
consejos, con la sonrisa, dando el tiempo precioso, sabiendo visitar, sabiendo consolar. Es
absolutamente lo contrario a vivir encerrado en una campana de cristal. Hay que saber perseverar
continuamente en esa actitud interior de la apertura hacia los otros. Si hacemos así, cuando lleguen
esas ocasiones extraordinarias donde aparece alguien en determinado momento..., si perseveramos
en esa actitud interior, aprovecharemos ese momento a esa persona que viene con una necesidad
concreta y buscaremos de ayudarle. Si no tenemos esa disposición interior, va a volver la persona
que necesita, como pasa lamentablemente tantas veces, y la vamos a tratar mal y esa persona se va
a ir.

Hace poco recordaba aquí a los seminaristas una cosa que es de marketing, de empresa. Hicieron
estudios estadísticos en los Estados Unidos que demostraron lo siguiente: cuando una empresa
pierde un cliente después tiene que invertir 16 veces más para volverlo a recuperar. La Iglesia no es
una empresa -¡claro!- pero si nosotros tratamos mal a la gente, después vamos a tener que gastar
16 veces más de tiempo, de pastoral, de esfuerzo para volver a conquistar, si es que, con la gracia
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de Dios, se puede. La gente se suele escandalizar cuando en nosotros, religiosos, sacerdotes y


religiosas, no encuentra esa actitud interior de apertura a sus necesidades. Si no trabajamos por
estar abiertos a los demás, nunca llegará el momento de ayudar a los necesitados.

Por eso, el hecho de compartir con nosotros los propios bienes es una obligación grave por derecho
natural y divino positivo. Así se expresa en las Sagradas Escrituras:

- en el Deuteronomio, capítulo 14: «nunca dejará de haber pobres en la tierra por eso te doy este
mandamiento: abrirás tu mano a tu hermano, al necesitado y al pobre de tu tierra»

- en el libro de Tobías, capítulo 4 (???): «Según tus facultades haz limosna y no se te vayan los ojos
tras lo que des. No apartes el rostro de ningún pobre y Dios no los apartará de ti. Si abundares en
bienes, haz de ellos limosna, y si estos fueran escasos, según sea tu escasez, no temas hacerla.
Con esto atesoras un depósito para el día de la necesidad, pues la limosna libra de la muerte y
preserva de caer en las tinieblas y es un buen regalo la limosna en la presencia del Altísimo para
todos los que la hacen» (7-12).

- en el Nuevo Testamento, por citar una sola cosa, en la Primera Carta de San Juan, capítulo 3:
«Quien tuviere bienes en este mundo y viendo a su hermano padecer necesidad y le cierra sus
entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios? Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de
obra y de verdad» (3, 17-18).

Finalmente, «al atardecer de la vida -como dice San Juan de la Cruz- seremos juzgados en el amor».
«Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo, etc.»

Aprendamos a ver en nuestro prójimo a otro Cristo. Así incluso pasó, en esos casos excepcionales
que se ven en la vida de los santos. San Gregorio Magno en San Pedro, el día del Jueves Santo,
besando los pies de los doce pobres, en uno levanta la vista y ve... ¡el rostro de Cristo! San Camilo
de Lelis le pasó lo mismo cuando daba de comer a los enfermos en el hospital. San Martín de Tours,
cuando parte su capa para darle la mitad al pobre que tiritaba de frío y estaba en el puente; y a
Santa Catalina de Siena, que fue nombrada ayer por el P. Hayes, dos veces le pasó lo mismo.
Jesús, de una manera misteriosa pero real, está presente en todo prójimo.

Por eso, pidamos la gracia para crecer en sentido eclesial, de vivir siempre auténticamente la caridad
de Cristo. Que, finalmente, como dice Don Orione, «sólo la caridad de cristo salvará al mundo».

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¿Ser Cristiano sin Iglesia?


Ponencia desarrollada por el Dr. Ebehard Heller

Para una mejor comprensión interna, pero también como preparación para un tratamiento posterior y
más intenso de este problema, a continuación de la ponencia querría explicar más detalladamente la
propia situación eclesiástica que resulta para nosotros a partir de la sedisvacancia (vacancia de la
Sede), así como el paso final que se desprende de la ponencia: „E1 dilema (de la falta de autoridad
eclesiástica y la obligación de restituir la Iglesia como institución), a mi entender, sólo puede
resolverse si el conjunto de todas las actividades correspondientes anticipa esta restitución, con la
reserva de una legitimación posterior y definitiva a cargo de la jerarquía restablecida."

Cristo no ha fundado su Iglesia como una mera comunidad de fe cuyos miembros sostienen las
mismas convicciones, sino preferentemente como institución sagrada para continuar Su obra de
salvación. La Iglesia Una tiene en la persona de San Pedro y en las de sus sucesores la autoridad
máxima para el ejercicio y la custodia del ministerio doctrinal, pastoral y sacerdotal, una autoridad
que Pedro recibió directamente de Cristo. Sólo la Iglesia está legitimada por Cristo para administrar
el tesoro de la revelación, sólo en ella conoce el cristiano la verdadera voluntad de salvación de Dios.
En consecuencia, ser cristiano de modo íntegro no sólo consiste en confesar las máximas de fe
reveladas y aceptar determinados principios morales, sino también aceptar y recibir los medios de
salvación que Cristo instauró, y especialmente los sacramentos administrados por la Iglesia como
institución sagrada, a través de los cuales al cristiano le es otorgada una participación ciertamente
oculta, pero no obstante real (personal) en la vida divina.

Se podría pensar que para ser cristiano basta en lo esencial con creer en Dios, que se ha revelado
en Jesucristo, y en seguir las prescripciones morales correspondientes. El cumplimiento de estos
postulados, para el que no se precisa de Iglesia alguna, sería suficiente para poder designarse como
cristiano.

Esto es un error. No se trata sólo de limitarse a tomar verdaderas determinadas máxima de fe, de
cumplir ciertos sacramentos, sino de la aceptación del ofrecimiento salvador de Dios, que mediante
su muerte expiadora ha dado a los hombres la posibilidad de unificarse de nuevo con El: se trata de
sellar la nueva alianza. Sellar esta alianza sólo es posible mediante la aceptación de los medios de
salvación que da la Iglesia, en especial sumándose al Sacrifico de la Misa que celebra la Iglesia.
Salus extra Ecclesiam non est,"no hay salvación fuera de la Iglesia" (Cipriano de Cártago, carta 73,
capítulo 21): esto significa que Cristo confía las verdades y los medios de salvación sólo a la Iglesia
que El instauró, y que sólo a ella la ha legitimado para administrarlos para la salvación de las almas.
Quien sabe del carácter de la Iglesia como institución sagrada verdadera y la única legítima, no
puede apartarse de ella, ella es necesaria para la salvación. La concesión de la salvación a través de
la Iglesia es voluntad de Dios, y no una arrogancia humana.

Ahora bien, se objeta que la Iglesia como institución sagrada falsea su misión, que defiende sus
propios intereses, que se transforma en un mero instrumento de poder que aterroriza psíquicamente
a los creyentes con sus exigencias morales; los miembros de su jerarquía serían frente a sus
creyentes quienes menos practican lo que ellos mismos exigen de éstos: amor al prójimo, etc. Por
este motivo, a menudo los mejores cristianos habrían abandonado la Iglesia -o como dirían ellos, la
Iglesia ministerial-, para dedicarse al cumplimiento del ideal cristiano sin las cargas falseantes de la
Iglesia.

Como hemos dicho, sólo la Iglesia está legitimada para cumplir mediante la administración de los
sacramentos el presupuesto para la obtención de la salvación, para volver a ser incluido en la alianza
con Dios. Por eso, sin los medios de gracia que ella administra y que son los que posibilitan en
primer lugar la participación en la vida divina, una vida religiosa fracasará a causa de la Iglesia. Este
camino les está vedado a los cristianos -pese a toda crítica justificada a ciertos ministros- también
porque de este modo el papel central de la Iglesia respecto de Dios, con quien se supone que
quieren estar unidos, y porque con ello también se alejarían implícitamente de Dios.

Pero, al margen de ello, cabe lanzar la pregunta de si podría plantearse una situación en la que
pudiera parecer justificado apartarse de la Iglesia ministerial actual, aun aceptando la pertenencia a
la Iglesia instaurada por Cristo como condición necesaria para la salvación.
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CVX Bilbao - Sentir Iglesia

Según las explicaciones que hemos dado hasta ahora, debería haber quedado claro que la Iglesia,
en su autocomprensión, sólo puede y debe considerarse a sí como institución sagrada de Cristo. Los
ministros correspondientes son sólo administradores -y no los poseedores- de los medios y las
verdades de salvación. Los creyentes tienen la posibilidad de examinar si los edictos y los decretos
de la jerarquía correspondiente obedecen a esta voluntad divina, puesto que ésta se ha revelado y
rige de modo inmodificable. Un rechazo de la jerarquía actual sólo estaría autorizado si ésta falseara
y manipulara directa y ostensiblemente las verdades y los bienes de salvación confiados a ella, si
traicionara la herencia y la misión de Cristo. Pero este rechazo no significaría un abandono de la
Iglesia como institución sagrada, sino sólo una particular prueba de lealtad hacia Cristo, la cabeza de
la Iglesia, a quien en esta situación extrema le sería concedida la prioridad. En el caso citado, en
calidad de cristiano se tendría no sólo el derecho, sino también el deber de tener en cuenta el hecho
de la traición y la apostasia de la jerarquía y de volverse contra los representantes de una Iglesia
profanada y mutada en una institución que no tiene salvación y a la que ya no se podría reconocer
como autoridad legítima.

Un caso semejante de traición a las verdades de fe centrales, por cuanto yo sé, se ha planteado en
el Vaticano Segundo, se ha hecho ya manifiesto en él y posteriormente se ha continuado (como
"evolución desde arriba"). En "Nostra Aetate", Art. 3, se dice por ejemplo: "La Iglesia considera con
estima también a los musulmanes, que adoran al Dios único, al Dios vivo y que es en sí, al Dios
misericordioso y todopoderoso, el creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres."
Dios, que en Cristo se nos ha revelado a los hombres, se equipara aquí con Alláh, que fue anunciado
por Mahoma, es decir, se niega el carácter único de la revelación de Cristo. En el curso de la llamada
reforma litúrgica el rito de la misa se falseó de tal modo que las celebraciones con arreglo al nuevo
"Novus Ordo Missae" ya no operan la salvación. (Acerca de esta reforma, el propio cardenal
Ratzinger ha hablado de "destrozo" -en el prólogo a Gamber, Die Liturgiereform, Le Barroux 1992, p.
6- y de "quebranto de la liturgia" -La mia vita, ricordi 1927-1997, Roma 1997).

El sincretismo que hoy propaga Juan Pablo II ("Judíos, cristianos, musulmanes, todos ellos creen en
el mismo Dios") no sólo niega implícitamente la revelación de Dios en Cristo -y con ello también la
Trinidad de Dios-, sino que además reduce la representación de Dios a una mera imagen teísta. Por
contra, Cristo dice:"Nadie viene al Padre si no es a través de MI" (Juan, 14, 6). Pues "quien no tiene
al Hijo, tampoco tiene al Padre" (Juan 2, 23). Es decir, quien no tiene a CRISTO, el Hijo de Dios,
tampoco tiene a Dios-Padre. La verdad viva se sacrifica a los empeños por una unidad de las
religiones. El hecho de la apostasia de la jerarquía ha encontrado su versión eclesiásticamente
vinculante en la declaración de vacancia de la Sede romana de Su Eminencia el Monseñor P. M.
Ngo-dinh-Thuc, antiguo arzobispo de Hue (Vietnam), que éste promulgó en Munich el 21 de marzo
de 1982.

Ahora bien, se puede objetar: aquellos que consideran la institución actual de la Iglesia no
legitimada, también han caído con ello de facto en aquella situación que ellos mismos designan
como ilegítima: vida religiosa fuera de la Iglesia, o mejor dicho "Jglesia".

A ello hay que decir: aunque los creyentes y sacerdotes que han permanecido fieles a la fe cristiana
se vieron confrontados -sin quererlo- con la apostasía que se estaba llevando a cabo, no pueden
apelar simplemente a un estado de emergencia y hacer lo que quieran, sino que tienen que intentar
terminar con este estado, que para ellos viene definido por la falta de una institución, mediante la
restitución de la Iglesia como institución sagrada, demostrando en ello su actuación religiosa y
eclesiástica como legitimada por la Iglesia. No obstante, de aquí resulta un dilema. Por un lado falta
en la actualidad la autorización eclesiástica necesaria para el cumplimiento de esta tarea, y por otro
lado el cumplimiento de esta tarea es el presupuesto necesario para el restablecimiento
precisamente de esta autoridad eclesiástica. El dilema, a mi entender, sólo puede resolverse si el
conjunto de todas las actividades correspondientes anticipa esta restitución, con la reserva de una
legitimación posterior y definitiva a cargo de la jerarquía restablecida.

“Extra Ecclesiam milla salus est" (Cipriano de Cártago)

Esta constatación que el obispo Cipriano de Cártago promulgó en la carta 73, capítulo 21, y que ha
de servirnos de divisa en las reflexiones que siguen, es la respuesta más adecuada al problema
planteado en una mesa redonda el 22 de abril de 1999 en Ottobrunn, moderada por Karl Eisfeld
sobre el tema: „¿Ser cristiano sin Iglesia?", a la que también fueron invitados representantes de

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CVX Bilbao - Sentir Iglesia

nuestra corriente y sobre la que redacté la comunicación anterior, en la que quise compendiar
nuestra posición, esto es, la posición de los sedisvacantistas.

Aun cuando la pregunta precedente -„¿Ser cristiano sin Iglesia?"- se dirigía preferentemente a
personas que, por los más diversos motivos, se habían distanciado del ministerio eclesiástico oficial
(por ejemplo a causa de la supuesta paralización de las reformas, de una decepción personal o de
una esclerosis espiritual, o mejor dicho, de una "intolerancia" en cuestiones de fe pero sobre todo
también en cuestiones de moral), la pregunta de antes y la respuesta de Cipriano tienen que
aplicarse en una medida particular también a nuestra situación, con sus problemas específicos.

Las realidades hay que juzgarlas sobriamente: también nosotros (bien que no por culpa nuestra, sino
por culpa de la "revolución desde arriba") nos hallamos en la situación de (tener que) llevar nuestra
existencia cristiana fuera de la Iglesia (como institución sagrada), mas también para nosotros rige el
principio de que "extra Ecclesiam nulla salus", "no hay salvación fuera de la Iglesia": el centro misal
en X no es la Iglesia, el Padre Y no es la autoridad, aunque pueda participar de ella si a partir de ella
se legitima a sí mismo o legitima sus acciones -en un sentido que aún hay que describir-.

¿Cómo habría de ser esto posible? Hemos de someternos a una institución (la Iglesia) que (a causa
de la apostasia de la jerarquía) ha dejado de existir como institución legítima. Reconocer este dilema
significa ya dar un paso en la dirección correcta.

Cabría objetar que pese a todo se tienen sacerdotes y obispos que administran los sacramentos, que
aseguran la sucesión..., y que eso ya basta para la salvación de las almas. Por lo demás, nadie
tendría la culpa de que la jerarquía haya apostatado, y en ningún caso se podría inculpar de ello a
los sacerdotes que han permanecido fieles, o bien limitarlos por ello en su actuación justificada y
también legitimada.

De hecho, estos sacerdotes que han permanecido fieles han conservado los plenos poderes
sacramentales a través de la consagración (de las consagraciones), pero les falta la encomendación
concreta, el mandato, la legitimación a cargo de la autoridad -en último término a cargo del Papa-
para poder ejercer estos poderes plenos. Por citar un ejemplo: un obispo que quiere trabajar para la
perduración de la Iglesia consagra a un sacerdote. ¿Cómo justifica éste su actuación pastoral, la
lectura de la Santa Misa, la confesión, etc.? Apela a la encomendación del obispo que lo ha
consagrado. ¿Pero quién ha encomendado a éste obrar en el sentido de la Iglesia? ¿De qué
dependería a su vez la encomendación de su sacerdote? ¿En qué autoridad se apoya?

Pero -se objeta con razón- falta la autoridad. Y como esta circunstancia no puede ventilarse en una
discusión, los legalistas, esto es, aquellos que dirigen su atención a puntos que son supuestamente
relevantes en un sentido primariamente jurídico, llegan a la conclusión de que si bien se puede
seguir obrando por sí mismo en un sentido religioso, hay que guardarse de ejercer toda otra
actividad, por ejemplo la restitución de la Iglesia, el mantenimiento de la sucesión, etc. Por cuanto
respecta a los clérigos, desde este punto de vista estaría estrictamente prohibido administrar los
sacramentos -salvo in extremis, es decir, en caso de riesgo de muerte-.

A esta posición no se le puede denegar una cierta coherencia. Sin embargo, yo no puedo
compartirla, y en concreto por el siguiente motivo: las disposiciones jurídicas no hay que tomarlas por
sí mismas, no son fines en sí mismos. No pueden llevar a una reducción ad absurdum de la
verdadera definición de la fundación de la Iglesia como institución sagrada. Suprema ley salus
animorum, "la ley suprema es la salvación de las almas". A los apóstoles Cristo "los envió a anunciar
el Reino de Dios y a sanar a los enfermos" (Lucas 9, 2). Nuestra pregunta es, pues, cómo se puede
realizar con la ley la encomendación misional de Cristo ("Id por todo el mundo y predicad el
Evangelio a toda criatura. Quien crea y sea bautizado, se salvará; pero quien no crea, se condenará"
-Marcos 16, 16-) mediante la Iglesia (pues sin ella no hay salvación) y bajo las circunstancias
actuales (ausencia de una autoridad encomendante).

Quiero anotar que con la respuesta a esta pregunta se está pisando una nueva tierra teológica, pues
en la historia de la Iglesia jamás se dio una situación semejante. Visto formalmente aparece el
siguiente problema: se reclama algo que (ya) no hay, o mejor dicho, que todavía no ha vuelto a
haber: la autoridad, pero que sin embargo debe volver a haber, restituida a través de diversos pasos
procesuales que en sí mismos (todavía) no están legitimados (por la autoridad). Una solución de esta
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CVX Bilbao - Sentir Iglesia

(aparente) contradicción sólo se alcanzaría anticipando el fin (la restitución de la Iglesia como
institución sagrada) y categorizando los diversos pasos como provisionales hasta la restitución
definitiva. Una justificación definitiva de este proceso de restitución sólo podría realizarse por medio
de la autoridad restituida realmente. (Esta también era la concepción del ya fallecido obispo Guérard
de Lauriers).

Esta anticipación del restablecimiento de la autoridad y de la Iglesia como institución sagrada y


guardarse uno mismo de juzgar la actividad que conducen a ello (es decir, actividad bajo reserva de
una justificación posterior) son a mi entender los presupuestos no sólo de todo intento de restitución,
sino también de la administración legitimada por la Iglesia de los sacramentos y de la participación
en ellos bajo las circunstancias dadas: y esto es lo único decisivo para la salvación de cada alma.
Aquí se observa por un lado que fuera de la Iglesia no puede haber salvación alguna, es decir, que
no se busca la propia salvación ni los medios de salvación en círculos sectarios, pero al mismo
tiempo también se integra el empeño de poner fin a este estado privado de autoridad -y por tanto
también "sin salvación"-. Y sólo bajo este presupuesto está permitida a mi entender una actividad
religioso-eclesiástica (porque de este modo está justificada provisionalmente).

Hay que tener claras las consecuencias de orientar la propia vida religiosa sin referencia a la Iglesia,
fuera de la cual no hay salvación alguna, de recibir, en el modo de un egoísmo consciente de
salvación, unos sacramentos administrados por clérigos vagantes -¡e incluso aunque sean
sacerdotes ordenados válidamente!- que, sin embargo, a su vez no pueden ser apostrofados sino
como una "atención al cliente" de corte sectarista, que no sirve al bien de la Iglesia ni quiere
edificarla, sino que preferentemente tiene en vista a su clientela. Estas personas simplemente no han
sido encomendadas por nadie, es decir, por ninguna autoridad eclesiástica, ni tampoco están
legitimadas para ello en el sentido indicado anteriormente.

No hay que engañarse: la recepción y la administración de los sacramentos no estarían autorizados


por cuanto respecta a su efecto salvador, es decir, por cuanto respecta al misericordioso
establecimiento de la relación con Dios: serían cuanto menos problemáticos, si es que no incluso
ineficientes. (Nota: se recomienda analizar por una vez más detenidamente bajo este aspecto del
flujo eficiente de gracia y del efecto de gracia la relación de sus llamados co-cristianos, que
continuamente van a recibir los sacramentos de clérigos oscuros o bien sectarios. ¡Uno se quedará
asombrado!)

Hago aquí una digresión, pues aquí se ofrece la posibilidad de explicar más detenidamente el
término de "egoísmo de salvación" que tan a menudo utilizo, posiblemente incluso de modo
impropio, para que no surja ningún malentendido. ¡Desde luego que el creyente tiene que esforzarse
por la salvación de su alma! Para eso ha fundado Cristo su Iglesia como institución de salvación,
para que aquellos que aceptan los frutos de su sacrificio en la cruz puedan sellar de nuevo la alianza
con Dios (una alianza oculta, pero personal y real).

"Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás (es decir, los bienes de la vida diaria)
se os dará por añadidura." (Mt. 6. 33). Pero esta oferta de salvación Cristo la ha transmitido a su
Iglesia, y por eso sólo la hay dentro de la Iglesia, para que la consecución de la salvación sólo pueda
cumplirse en ella, y no fuera de ella.

Pero fuera de la Iglesia se encuentran todos los sectarios y clérigos vagantes, es decir, sacerdotes
-incluso sin comillas- que no están legitimados para la administración de los sacramentos, que no
tienen la encomendación eclesiástica para ellos, pero que, en cambio, en los últimos tiempos han
ofrecido sus servicios a diversos centros. Los creyentes sólo pueden recibir los sacramentos de
clérigos que están dentro de la Iglesia y que actúan en ella. (Lo que esto significa en la situación
actual lo he explicado antes.) Un egoísta de salvación es por tanto alguien que espera encontrar su
salvación, y en particular los sacramentos, conscientemente extra Ecclesiam (fuera de la Iglesia), o
digámoslo de un modo más prudente: sine Ecclesia (sin la Iglesia), es decir, de modo no autorizado -
¡y sólo para sí mismo!-.

Se objeta esta posición de justificar la propia postura religiosa por medio de la anticipación de la
reconstrucción de la Iglesia, pero con la reserva de someter las acciones emprendidas por medio de
ello a un enjuiciamiento posterior, no es realista en vista de la mentalidad y del compromiso de la
mayoría de los creyentes y clérigos, que apenas están dispuestos a colaborar en la reconstrucción,

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CVX Bilbao - Sentir Iglesia

más aún, ni siquiera en la formación de la comunidad, por no decir ya a pensar en la efectuación de


una elección papal.

Desde luego que veo las dificultades de la realización de tales empresas, que son tan grandes que
toda una serie de creyentes ya se ha resignado. Pero hay que establecer una distinción entre la
concepción justificada de una tarea y su realización. Aun cuando a esa tarea hayan de salirle al paso
las dificultades más extremas, más aún, aun cuando, bajo determinadas circunstancias, haya que
considerarla temporalmente como irrealizable, esto no significa que haya que renunciar a ella como
tarea conocida correctamente. Pero es decisivo que me atenga a ella y que implore la asistencia
divina para su realización... y entonces ya se hallarán caminos para ello. "Pedid y se os dará; buscad
y hallaréis, llamad y se os abrirá. Pues quien pide, recibe; y quien busca, encuentra; y a quien llama,
se le abre."

(Lucas 11, 9-10) Si quiero ayudar a un enfermo mas en ese momento me falta la medicina necesaria,
no puedo "sellar" al enfermo como sano ni declarar que de nada sirve el deber de ayudar a personas
enfermas sólo para "resolver" el problema de cómo procurarme una medicina.

Formulado en categorías éticas: el deber ser del deber en sí mismo justificado (es decir, el
restablecimiento de la Iglesia) no puede no ser válido porque el ser fáctico concreto (es decir, los
problemas teóricos y organizativos todavía no resueltos para su terminación, pero también la
comodidad, el desinterés de los afectados, esto es, nuestras propias debilidades) se oponga a este
deber ser. Formulado positivamente: el deber ser es válido (debe ser) con independencia de los
problemas de su realización.

El problema principal de la restitución es con toda seguridad un problema mental. ¡La reconstrucción
tiene que haberse verificado ya "en nuestras cabezas"! Y si nos encamináramos hacia ella con esta
actitud, entonces también advertiríamos toda ocasión para la realización de esta tarea. Por ejemplo,
la formación de una comunidad dentro de una región no debería plantear en realidad ningún
problema particular: la cohesión regional del clero ortodoxo, que se reúna en torno de los creyentes y
que se encargue de modo perdurable de la responsabilidad pastoral, del acuerdo y la organización
del trabajo parroquial. Es ostensible que hasta ahora esto todavía no se ha logrado. ¿Qué hubiera
sido de la Iglesia si los apóstoles y las primeras comunidades cristianas se hubieran comportado
como nosotros lo hacemos en parte? ¿Acaso este edificio de la Iglesia no habría sido vencido ya tras
poco tiempo por "las puertas del infierno" y ya sólo tendríamos noticias de él por algunos diccionarios
de historia antigua? Hay que saber lo que se quiere: o bien ir dando tumbos en sentido religioso más
o menos sin ninguna concepción para acabar cayendo cada vez más hondo en el medio sectario y
sin salvación, o bien colaborar con una clara perspectiva o estrategia religiosa y eclesiástica en la
reconstrucción de la Iglesia para poder (re)encontrar en ella la propia salvación.

Tomado de la revista alemana Tradicionalista Einsicht.Traducción por rl Dr.Alberto Ciria.

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