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NOSOTROS

Por un momento me ha parecido ver la muerte


de frente, que triste hubiera sido no poder ver el sol un
día más; lo que sucede ahora debe ser lo correcto, alguna
vez lo pude descifrar en el libro de mi destino, es gracio-
so ver cómo lo que alguna vez deseamos con fervor en un
instante se vuelva realidad; que lástima, me hubiera gus-
tado disfrutar el placer de vivir con todos aquellos a los
que alguna vez amé; pero se que es el momento perfecto
para tomar posesión del poder que me ha sido otorgado,
sabía que algún día vendrían a por mi, y que tendría que
abandonar todo lo que alguna vez fui para convertirme
en padre y rey.

No me arrepiento de lo que he hecho, mucho


menos de lo que haré. Dejo atrás la esencia del ser que me
tocó ser en esta vida, y regreso con mi verdadero amor,
aunque eso signifique asesinar al legado que cuido de mí
y enseño todo con lo que lamentablemente los destruiré.

Espero no fallar en mi cometido, ya que si falló


podría ser el fin, y no sólo el mío sino el del mundo ente-
ro… jamás hubiera visto el mal que se avecinaba a este
mundo si no fuera por ella, por mi amor… al saberlo in-
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tenté destruirlo, ah… Fue Litha Van Swot quién bloqueo
mi mente por muchos años, evitando así que derramara
la sangre del elegido, aquel que poseerá la habilidad ca-
paz de destruir la vida.

Ahora tendré que buscar por todos los medios,


debo conseguir las armas capaces de matar a quién no es
posible matar, y reunir si es necesario un ejercito dispues-
to a sacrificarse por la raza humana, el fin se acerca y la
guerra se disputa entre cuatro razas supremas… los hu-
manos son fuertes aun sin tener poder alguno, ellos tie-
nen corazón… las demás razas no cuentan con tantos
miembros como la humana quienes tal vez sean cien ve-
ces más que nosotros y más probable aún miles de veces
más que la raza del verdugo del mundo…los Lei Vith,
aunque que más puedo decir…

--- ¡He de matarte Razhiel Van Swot!

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ANOCHE

“Si me hubieran dado a elegir, me hubiera gustado no


cargar en mi alma la decisión de destruir al mundo…”

Mi padre siempre ha sido así, creo que no estoy de


acuerdo con la decisión que ha tomado; tampoco creo que
ese joven merezca recibir el don que le entregará. Debo con-
fesar, que tal vez no sea la mejor persona para decirlo, por
eso no lo haré, pero las intenciones de mi padre, que siem-
pre han incluido a Howell, no son las mejores que podría
haber para la raza humana, pero que le puede preocupar si
hace dos días se acaba de enterar que no lo es, y no me atre-
vería a arrebatar de su mente la felicidad que le provoca el
saberlo, como es mi costumbre el destruir cualquier cosa en
la vida.

Estos días me he puesto a pensar si será lo mejor


para mi, aunque es algo egoísta, admito que desde hace
unas semanas es la única manera en la que puedo pensar.

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Llegué a la conclusión de que no es lo mejor, pero tan solo
para mi, por que por lo visto mi hermano ha insistido en
que sea yo quien lleve a Howell hasta Kafrea ---que es don-
de él ha escondido el Libro del Hado---, ya que no quiere re-
velarme donde está la Esencia de lo Eterno, y por que según
eso, es de suma importancia que se haga dentro de tres días,
y en ese tiempo no podrían llevarlo ni Dubert ni los demás
por que están aún muy lejos.

La clave de todo esto es él, Howell, si, nuestra raza


es pequeña, pero con la peculiaridad de que seremos inmor-
tales por un ancestral contrato. Que interesante es la idea de
no tener la oportunidad de morir, pero me pregunto si des-
pués de cien o mil años no lo desearé.

¿Realmente tengo el deseo de vivir tanto?, lo pensa-


ré un poco más, y si no me place vivir tanto, pues lo mataré,
porque de él depende, si la Esencia de la Eternidad fluye a
través de su cuerpo, y se impregne en el libro, ni aunque se
destruya éste, podremos morir ninguno de nosotros, o eso
creo. Así, que si decido en el camino que deseo morir algún
día, si, lo haré, lo voy a matar; pero creo que de nuevo pien-
so egoístamente, no pienso en mi hermano ni en los demás
que tienen a su cargo la vida humana, igual que Howell
dentro de unos días, igual que yo desde hace unos años, tal
vez ellos si quieren vivir por siempre.

Tal vez nadie se lo ha dicho así…

--- Sabes a que se dedica nuestra raza ¿verdad?---


por fin las palabras fueron de mi mente a mi boca --- suena
un tanto extraño, somos verdugos de la raza humana, pero
no somos malos, aunque muchos lo vean de ese modo,
cuando digo “muchos” hablo de una raza que aun no cono-
ces y espero no lo hagas, ellos son la forma superlativa de la
crueldad con que nace el humano--- pero no lo sabe, ellos lo

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quieren matar aun más de lo que yo lo deseo en este mo-
mento, ellos son consientes que en el instante en que se con-
viertas en uno de nosotros, les será imposible despojarnos
de la vida. Somos asesinos del destino, cazados por hombres
devoradores de hombres.

--- Aun faltan dos días para llegar a Kafrea; el sol es-
tá por ocultarse, y esta noche por fin la luna será negra to-
talmente, sabes nosotros a diferencia de lo que te tocará
vivir, durante la noche somos mortales --- El viento era fuer-
te, y efectivamente oscurecía, el cielo iba perdiendo poco a
poco su tono azul y los hilos dorados del sol iban perdién-
dose tras el horizonte; su rostro parecía por primera vez
confundido, posiblemente mi hermano no le comentó nada
al respecto de lo que acababa de decirle.

---Cuando el sol llega al horizonte y se hace noche


no podemos usar nuestras habilidades, y además nos vol-
vemos mortales, hasta el amanecer del siguiente día, que es
cuando volvemos a ser “normales”--- continúe, tratando de
explicarle, pero aun así su rostro reflejaba la misma expre-
sión.

Su mirada cada vez me hacía sentir más incómodo,


traté de ignorarlo una vez, y una vez más fue imposible, tras
de él se ocultaba una historia que me enfurecía a cada mo-
mento.

Desde Kafrea todo se veía tranquilo, posiblemente


sea igual nuestro viaje, Alpheus desvía de nuestro camino a
nuestro enemigo; adiós al sol, y hola a la nueva noche,
adiós, adiós, adiós; mi largo cabello negro se movió confor-
me el viento, un suspiro desde mi alma, mis ojos color de
plata se tornaban cual el cielo negro con destellos lejanos del
viejo día, mi cuerpo se desvaneció, sentí como regresaba a
mi cuerpo, en un instante no estuve más en aquel lugar, sino

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que junto a él, en mi intento frustrado de abandonarle; mi
ser se integró en mi cuerpo, de nuevo era sólo uno. “¿Te
sorprende ver mis ojos negros fijos en ti, con la cruda inten-
sión de terminar con tu existencia?”-pensé - Supongo que sí,
pues mis ojos que antes de caer la noche fueron plateados, y
en ellos sólo pudo ver mi alma distante que prefería estar lo
más lejos posible de él para evitar que me invadieran las
ganas de matarle con mis manos desnudas, porque después
de este viaje ni con el don destructivo que tendré seré capaz
de apagar su vida, pues seremos inmortales por fin, y no
habrá vuelta atrás.

“Deja de mirarme, no soporto tu presencia”. Con-


tengo con toda mi voluntad la necesidad de poner su sangre
en mis manos, robar su último aliento, hacerlo mío, que
caiga sobre mis hombros el fin de su existencia. Dame un
segundo, el aire llevará hasta ti mi mensaje…

--- Hoy no te mataré, tampoco dejaré que mueras


porque sería igual que matarte yo mismo --- y no dejaría
pasar esa oportunidad; rompí su estado de trance en el cuál
él igual que yo únicamente pensaba en que podría pasar; mi
voz lo reconfortó, ante todo era exactamente lo que esperaba
escuchar o eso pretendo que espere.

Ir a pié no ha sido del todo efectivo, lo veo agotado,


aunque trate de disimularlo, se que le molesta el hecho de
que no hemos parado a descansar en ningún momento des-
de que salimos de Ínupe, y si bien ha sido muy fuerte, creo
que merece un descanso.

--- Nos detendremos en el pueblo que está cerca de


aquí, a este paso ya debes estar cansado, llegaremos en
quince minutos o menos.

Traté de sonreír, fallé, aun no podía sacar de mi


mente el hecho de matarle; lo intenté una vez más, al conse-
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guirlo, he mirado hacia atrás para brindarle mi gesto, y sor-
presa… estaba en el suelo, pensé que singularmente trope-
zó, pero no es nada torpe, me aproxime a él cauteloso, temí
por su vida, aun no me lo explicaba, alcé su rostro, ¡qué risa
me dio! Su cuerpo se apago en protesta del largo viaje, le
tomé entre mis brazos, su cuerpo inerte era ligero, el viento
suave retiró de su rostro la tierra que lo había cubierto, y
con mi mano derecha hice a un lado su cabello para poder
ver bien el rostro que provocaba mi ira, pose mi mano sobre
una daga de plata y zafiros que a mi costado tenía; lo inten-
té, debo ser sincero, lo intenté, quise matarle… pero no pu-
de, en su rostro vi a Alpheus, ¡demonios!, ¿por qué tenía que
ser su hermano menor? Recapacité, no tiene la culpa de na-
da, ha sido la voluntad de mi padre; le pedí una disculpa en
silencio, aunque no lo sabrá jamás.

Mis pensamientos eran distantes, había un silo y


una alquería cerca de la entrada del pueblo, lo deje sobre la
paja fresca, seguro, y con la incertidumbre de si volvería a
por él.

El pueblo era muy grande, jamás supe su nombre,


las casas eran iluminadas por velas y candelabros, fuera en
la calle principal había un gran evento, alguna fiesta del
sitio, en uno de los puestos compre alimento para el camino,
de regreso, encontré un hombre que me vendió una carroza
con dos caballos, nada mal, pero tampoco era muy lujosa, de
color verde y con cortinas de color caoba, las ruedas eran
firmes, los caballos eran jóvenes, sus crines blancas y su
pelaje dorado; le doy gracias a Kina por el oro que nos facili-
tó antes de partir, el suyo es un don mortal pero muy útil.
Me apresuré a regresar por Howell, seguía inconsciente, con
cuidado lo metí en la carroza. Estaba cansado, pero no había
tiempo que perder. La noche me pareció interminable con-
duciendo.

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Me ha parecido ver algo entre los árboles, temo que
sea alguno de sus guerreros. Un sonido fuerte se escuchó
tras la carroza, paso poco tiempo antes de ver cómo caía
frente a ella una esfera negra cubierta de luz roja que hizo
explosión al contacto con la tierra; los caballos se alteraron
tuve que salir del camino, caímos por un peñasco hacia el
río, era muy grande y tal vez eso los hizo creer que no sería
necesario seguirnos, la caída nos mataría. De pronto pude
ver como de la tierra surgían las raíces de los árboles, rom-
pieron la carroza para tomar su cuerpo, comenzó a desper-
tar, las ramas rodearon mi cintura, y tomaron a los caballos,
lentamente crecieron más y más hasta llegar a la orilla del
río, donde nos liberaron y fueron regresando al lugar de
donde salieron.

Ha frotado sus ojos para lograr despertar bien, no se


ha dado cuenta de lo que sucedió anoche.

--- Debemos continuar, este río lleva hasta Kafrea,


será más rápido. Ha sido todo un milagro; casi nos atrapan,
bueno olvida eso por el momento y monta un caballo.

Aun me sentía algo agitado, debemos ser más caute-


losos, tengo un mal presentimiento, sus hermanos se encar-
garían de ellos ¿Por qué nos encontraron? No me debo preo-
cupar. Continuaremos.

Fue un placer inexplicable el que me provocó ver


una vez más como empieza el amanecer. El sol reina de
nuevo en el cielo, y por ahora soy inmortal como todas las
mañanas, y puedo cuidar mejor de su vida ya que puedo
usar mi poder nuevamente.

El agua sigue siendo tranquila tal como recuerdo,


pero no consigue hacerme olvidar como algunas veces lo ha
hecho, me pregunto quién será responsable de que sigamos
vivos después de aquel ataque, no conozco a nadie con esa
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habilidad; de cualquier modo estoy seguro que no es al-
guien que quiera destruirnos, o por lo menos no aun, y eso
me asegura plenamente que no fueron los Loit Dwe.

Ya debe ser medio día, parte del equipaje que car-


gábamos se perdió en la caída, y es que lo he dejado en la
carroza, pero comeremos lo que guardé dentro del saco que
cargo en la espalda, he traído algunas frutas, manzanas,
néctares, uvas y fresas; y un poco de vino. También traje un
trozo de carne de ciervo para cada uno, que me gustaría que
comiéramos como los caballeros que somos, ojala sea una
comida libre de ataques o persecuciones. Hable muy pronto,
he podido divisar entre los arbustos la sombra de una mu-
jer. Tendré a la mano la daga de plata por si las dudas.

La presencia de Howell aun no me era grata a pesar


de haber comprendido su falta de responsabilidad en este
asunto, todavía representaba esa parte de mi padre que no
entiendo y que en sus motivos se oculta mi ira.

--- ¿Te parece bien si platicamos un poco mientras


cabalgamos a Kafrea?--- preguntó.

---No veo por qué no, falta bastante por andar.

Sé que en este momento ha vuelto a decirme algo a


lo que no he puesto mucha atención, pero he podido perca-
tarme de nuevo de la presencia de esa mujer.

---Sí --- conteste aun sin saber lo que decía.

Cerré los ojos por un momento, sentí como era habi-


tual un suspiro desde mi alma, como si me liberara de una
carga muy grande, me sentí como humo; al siguiente instan-
te, cabalgaba junto a Howell, y a la vez éramos ella y yo,
frente a frente, con mis ojos clavados en los suyos; su ropa
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era muy holgada, de color turquesa combinaban con sus
ojos, que de pronto no pude ver más, entre los olmos que
cerca del río había comenzó la persecución; ella era muy
rápida, su larga cabellera lucía un color negro con destellos
azules, ondeaba con el viento que de frente nos golpeaba al
correr entre los árboles.

--- ¿Quién será?--- murmuré

--- ¿Quién?

A pesar de que hablaba a cerca de su vida después


de que me fui de Kafrea, prefería centrar mi energía en mi
otro yo que sin logro alguno corría cada vez más cerca de
donde Howy y yo nos hallamos ahora, de hecho ya empiezo
a vernos de entre los árboles, si, esos somos nosotros, pero
debo correr más rápido estoy a punto de alcanzarla.

--- ¡Muévete!--- gritamos los dos Razhiel al ver que


la mujer que poco antes perseguía salto hacia Howell.

No recordaba lo malo que mi acompañante era ca-


balgando, tan pronto como ella se aproximó a él, ha caído
del corcel y estuvo a punto de tocar el agua, con mi mano
izquierda he alcanzado a tomarle del brazo antes de que
llegara al río y le he podido subir a mi caballo. Hemos fre-
nado, pero mi alma aun persigue a la mujer que ahora a
caballo huía de mí.

--- ¿Estás bien Howell?

--- Sí. ¿Qué ha sido eso, me pareció verte correr tras


la mujer? O por lo menos alguien igual a ti.

Su brazo aun se encontraba entre mis dedos, lo libe-


ré comenzamos a cabalgar otra vez, tome aire y cedí a su
pregunta.

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--- Esa es mi habilidad pasiva

--- ¿Te puedes clonar?

--- No exactamente; más bien puedo desplegar mis


almas, hacerlas físicas.

--- ¿Almas? No sabía que se podía tener más de una-


--Su voz era desconfiada y la vez daba un aire de burla.

--- Si “almas”. Y no, los Lei Vith tienen dos o tres


almas, es lo que los hace diferente a los humanos.

A pesar de no poder ver sus ojos estaba seguro que


su mirada una vez mas era como la que vi cuando al decirle
que éramos inmortales parcialmente: expresaba un descon-
cierto enorme.

--- Debo suponer que tampoco te lo ha dicho Az-


thiel.

--- No, para nada. ¿Cuántas tienes tú?

--- Bueno… yo tengo siete

--- ¡Siete! ¿Cómo? no entiendo, tú acabas de decir


que tenemos dos o tres. --- de nuevo su voz era incrédula.

--- Dije que los Lei Vith tienen dos o tres, tu solo tie-
nes una, por ahora, hasta que despierten tus otras dos al-
mas.

--- Ya me has logrado confundir --- esta vez me esta-


bas reclamando

--- Sucede que cada alma tiene una función específi-


ca en cada Lei Vith, aunque algunas están apagadas, hasta
que eres inscrito en el libro del Hado, o hasta que alguien
más lo es, y entonces despiertan las que faltan, como es el
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caso de tus hermanos, los míos, tu y yo que esperamos a que
tu como cualquier Lei Vith escriba su nombre en el libro.

---Aun no contestas mi pregunta --- seguía recla-


mándome.

--- Yo tengo siete almas por la habilidad de mi se-


gunda alma --- aunque no sabía entonces la segunda causa.

--- Que es la de proyectarte supongo

--- Así es. Te lo explicaré…--- tuve que hacer saltar


al caballo, por donde pasábamos la mujer que aun perseguía
había hecho una pila de rocas para obstruir mi camino.

---…la primer alma es la que cambia cuando te con-


viertes en Lei Vith, reemplaza tu alma humana matando la
mitad de ésta, haciéndote semi mortal.

--- ¿Cómo que mata la mitad?

--- Eso no te lo puedo explicar yo. La segunda alma


te da la habilidad pasiva. En mi caso es como ya lo dije el
proyectar mi alma, pero por ahora solo puedo proyectar
una.

--- Creo que voy entendiendo…

---…La tercer alma te da una habilidad activa, capaz


de matar de maneras muy crueles. Además de darte la in-
mortalidad por completo, pues tu… bueno te repito yo no
puedo decírtelo.

--- Es de día, y según lo entiendo puedes usar tu


despliegue conmigo ¿no es así? ---sonreíste macabramente.

--- Claro que puedo proyectar otros entes a parte de


mí, si pudiera te llevaría en estos momentos hasta nuestro

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destino, pero aun puedes morir en cualquier momento y si
proyecto tu alma, caerías en seguida muerto.

Estoy tan solo a unos pocos centímetros de alcanzar


a la mujer, pero tengo el presentimiento que logrará escapar;
empecé a sentir nauseas, mi vista se nublaba, sentí mis pier-
nas tan débiles que pude haber caído en cualquier momen-
to, sobre el caballo me sostenía Howell por que a mi parecer
mis dos yo sufríamos de una especie de efecto inducido por
una segunda mujer que apareció de pronto sobre el caballo
que logró arrebatarme la fugitiva… el cielo se ha oscurecido
inesperadamente, sentí desvanecerme en el viento, y de
nuevo estaban mis almas dentro de mi cuerpo junto a el
joven Rho, que al parecer también fue sorprendido por la
noche de medio día, le he hecho una señal para que tome un
camino pequeño que se une al río; paró cerca de unos arbus-
tos y me bajó cauteloso casi inconsciente del caballo, me
recostó sobre las hierbas densas del camino y tan sólo nos
quedó esperar a que amanecerá por segunda vez… se que
no fueron mas de diez minutos los que pasaron, empiezo a
enfocar, mi vista se aclara, sí, ahora puedo ver su rostro
claramente, me he levantado de golpe y sacado la daga de
zafiros que hasta ahora no había notado mi acompañante.

--- ¡Espera! Aún no estas bien…

---Cállate Howell, claro que estoy bien, ha vuelto a


ser de día, recuérdalo ahora soy inmortal.--- Con la mirada
buscaba cualquier indicio de las dos mujeres, un fracaso más
en mi camino, no podía ser posible.

--- ¿Por qué ha anochecido?--- preguntó el mucha-


cho.

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--- No lo sé, no me preguntes ahora, tengo mejores
cosas en que pensar…

Mi temor a la existencia de otra raza que deseara


nuestra muerte me inquietaba a cada segundo, según Az-
thiel solo éramos los humanos, los Loit Dwe, y nosotros los
Lei Vith; entonces significaba que más allá del entendimien-
to que poseía ahora, debía de expandir mis horizontes y
prepararme para el peligro que se aproximaba, aunque in-
sistiré en que si existe algún peligro en este mundo son los
Loit Dwe y yo.

---No tenemos tiempo que perder niño, deja al corcel


libre, caminaremos desde aquí, estoy seguro de que este es
el atajó a Kafrea que alguna vez hice.

--- Pero Razh…

--- Pero nada niño, ni siquiera digas mi nombre, a


estas alturas comienzo a creer que tu voz llama al caza-
dor…---continué caminando por el camino angosto que
frente a nosotros estaba.

Si, lo sé, es mi responsabilidad llevarlo hasta allá, ya


voy, regreso por el, pero debe apurarse, le he dicho que no
tenemos tiempo; se que piensa que soy malo él, es inevitable
creerlo, pero pienso que es mi forma de expulsar un poco de
mi enojo y evitar acabar con esto, no lo trato mal realmente,
tan sólo no se como tratarle, estoy en una crisis inmensa, por
un lado está el protegerlo dos días más y complacer a toda
nuestra raza; por otra parte, siempre se puede recurrir a la
traición, pero mis motivos para traicionarlos no es justifica-
ble, así que sería como lo he dicho antes mi parte egoísta la
que actúa y no yo, Razhiel, el que alguna vez fue bueno ante
toda la humanidad, el que fue ejemplo a seguir por su valor,
por su alegría y su perseverancia, si los traiciono me trai-

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ciono, y no hay peor sujeto que el que ni a si mismo se sea
fiel.

Cada día me pregunto cual fue mi error, cual ha si-


do mi fallo, pero hoy me doy cuenta que no es por que he
fallado que me encuentro en esta situación, mis ojos han
abiertose para dejarme ver que es por que no había cometi-
do error alguno que me encuentro en este dilema que me
quema… y es que con toda la soberbia del mundo me atrevo
a decir que crecí muy semejante a la perfección, por que así
fue como mis padres quisieron que fuera criado, aún cuando
prácticamente he crecido solo.

---Andando Howell… ¡tengo una idea! No te quedes


atrás.

Mi rostro se había iluminado sin razón aparente, pe-


ro dentro de mi pensar había surgido la mejor idea que pu-
de haber tenido en nuestro viaje; retomaríamos el camino
del río que en unos metros más descendía en un ángulo
muy inclinado hasta lo que es el límite de Kafrea. Desplegué
mi alma, estaba ahora en un lugar cálido y familiar, me fue
grato haber decidido llegar allí, olía a madera, de hecho a
ébano, ese sitio no pude ser otro que el que alguna vez fue
casa de los Rho, aun se conservaba igual que como la conocí,
y eso era bueno para los dos, Kina con su habilidad hizo
perdurable todas las armas que Sean había forjado --– entre
ellas la daga de plata que llevo a un costado---, me dirigí
directo a la habitación de atrás, el taller de Sean , donde
Alpheus y yo pasamos mucho tiempo ayudándole a su pa-
dre a hacer finas armas, y ahí estaba lo que buscaba… era
grande, pesada, nunca tuve una decisión más acertada que
pedirle a su papá que me hiciera esta útil herramienta; la
tomé con ambas manos, brillaba de un color blanco tan pu-
ro, cerré fuerte mis ojos y al abrirlos sentí como mi cuerpo se

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volvía a fusionar, y entre mis dedos de pronto apareció
nuestro atajo a Kafrea.

--- ¡Sorprendente! ¿Cómo has…? Bueno supongo


que es una forma practica de usar tu poder, como no tienen
vida, los puedes proyectar… supongo.

--- No solo los proyecto, los transporto. Como ésta


no hay otro de donde la tomé.---el gesto de mi rostro era
alegre y decidido.

---Pero ¿para que la has traído? No me digas que…

Fue en ese lapso mientras hablaba Howell que tiré el


primer golpe al árbol grueso que frente a mi se encontraba,
fue cuestión de dos o tres golpes más para poder derribarlo,
la navaja del hacha era especial, tenía un gran filo, mezclado
con mi fuerza. Con la misma arma tallé el árbol hasta hacer-
le una cavidad cóncava donde cupiéramos Howy y yo.

--- Súbete, lo llevaré hasta el río, así será mucho más


fácil llegar; no te lo he dicho es una buen idea.

En cuanto subió el niño supuse que preguntaría si


podría cargar o siquiera empujar el tronco hasta la orilla del
río –-- no preguntes sólo espera --- me incliné un poco sobre
el tronco y posé mis manos en el, bastó con un empujoncito
para lograr que llegara hasta la orilla, brinqué dentro del
árbol que descendía veloz por el camino junto al río por el
que al principio del día cabalgábamos; el viento se sentía
muy fresco, se filtraba ligero entre mis cabellos negros, su
cabello no muy largo ondeaba por igual, no presté mucha
atención a lo que decía o hacía Howell, no me importó, por
unos minutos me sentí tan libre… pero todo terminó de
pronto. El descenso fue muy rápido a mi parecer, pero no
fue así, ya estábamos en el límite de Kafrea, un lugar al que
nadie que no perteneciera al pueblo podría encontrar, por
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que estaba protegido por toda la frontera por un viejo he-
chizo, pero ahí estábamos, bajamos cautelosos del tronco
tallado, giré un poco mi cabeza para acomodar los huesos de
mi cuello, ajusté mis guantes de viaje y sonreí una vez más.

--- Bienvenido seas al maravilloso pueblo de Kafrea,


hogar de la última generación de los Lei Vith.

Al momento que di la bienvenida con gusto moví la


mano e hice una ligera reverencia, invitando a adentrarse en
el bosque del pueblo al más pequeño de los Rho. Accedió
sin más, asombrado por la belleza de aquel lugar, intacto, ni
una sola guerra se había desarrollado en aquel precioso
lugar, había un camino perfectamente trazado que nos lle-
varía al centro del pueblo: nuestro destino final del viaje.

--- Este lugar es muy verde Razhiel… y muy húme-


do, no recuerdo que fuera de este modo.

--- Sólo eres dos años más joven que yo Howell… y


tiene poco menos de diez años desde que te fuiste a vivir a
Ínupe, no creo que hayas olvidado este sitio…

--- Los recuerdos no me son muy nítidos, ha pasado


mucho desde entonces que podría decir que he perdido, no,
más bien me han robado los recuerdos de mi infancia.

El camino no era muy largo, tardamos menos de


una hora en cruzarlo por completo, y al llegar al extremo del
bosque pude observar el basto reino de los Valholm. Había
mucha gente, todos nativos del lugar, era una zona con mu-
cha luz, había muchas casas que se conservaban como si el
tiempo no pasara por ellas… La casa al final de la calle que
iba diagonal a la entrada del bosque, era la casa Valholm
donde viví toda mi niñez.

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---Sabías, supongo, que este reino pertenece a la fa-
milia de tus tíos ¿verdad?

--- Sí, pero no entiendo por que habían de vivir en


una casa grande, si se supone que son dueños de este sitio.--
- comentó con duda.

--- Ellos siempre han visto por el pueblo, y decían


que no hay mejor manera de ocuparse de un lugar que sien-
do parte de él. Y a pesar de ser muy ricos y poderosos, nun-
ca abusaron de ello, y siempre cumplieron con su responsa-
bilidad con el pueblo, y con el Hado.

--- ¿Quieres decir que ellos mataban a su gente?

--- Solo a quienes correspondía morir, cuando ellos


reinaron, Tyghod acababa de recuperar el libro, y éste no
demandó demasiado, tan sólo lo necesario, lo que la Muerte
deseaba, a quién el tiempo se le había agotado.

--- Pero la gente puede morir por causa natural, no


veo necesidad de matar a quien iba a morir.

--- En eso te equivocas, la muerte natural no existe,


es por eso que vivimos los Lei Vith… para cumplir el des-
tino de la gente.

--- Entonces somos lacayos de la muerte.---dijo con


sarcasmo.

--- Claramente no, nosotros somos asesinos del des-


tino, aliados con la muerte, ella no decide, lo hace el destino,
y la voluntad del hombre en el planeta.

--- ¿A que te refieres?

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--- A que somos libres de decidir el fin de la vida de
otros, pero somos obligados a cumplir el fin de quien es
turno de morir.

--- Si es así… ¿Qué es la muerte? --- su mirada se


clavó en la mía, y vi que buscaba algo real y compasivo, algo
que le dijera que no es un ser despiadado y sin alma, pero
siento tener que informarle que eso es lo que será.

--- La muerte es un ser inmortal que guía las almas a


otro lugar, nosotros debemos ser crueles y despiadados para
extraer esa alma, también todo conocimiento de su vida,
toda energía negativa que haya acumulado… si no fuese así
la gente renacería siendo perversa…más de lo que ya nacen
siendo.

--- Entonces somos purificadores de almas agota-


das…

--- Míralo como lo quieras hacer, pero por favor aho-


ra entra, todavía tenemos que hacer unos preparativos.

--- ¿Para el ritual?

Al parecer la casa de los Valholm no se conservaba


tan bien como las demás; pude ver que el techo estaba dete-
riorado… Fue necesario desplegar nuevamente mi alma
para poder limpiar aquel desastre lo más rápido posible,
antes que anocheciera.

Estuvo entonces el muchacho explorando el lugar


por mucho tiempo, mientras lo hacía no hubiera estado de
más que decidiera sacudir aunque sea el polvo de los mue-
bles que estaban tan cubiertos de tierra que hasta tenían un
color diferente al que alguna vez tuvieron. Bueno, no he
tardado tanto en limpiar, o se me ha ido muy lento el tiempo
mientras lo hacía, creo que realmente lo ha hecho, comienza

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a caer el sol; cerré los ojos esperando mi alma se uniera a mi
cuando llegara por completo la noche…ah… como he dis-
frutado estos segundos antes del ocaso. Dormiremos en la
que fue mi habitación durante el tiempo que viví con los
Valholm.

--- En ese cajón podrás encontrar ropa para dor-


mir…--- le decía al señalar el segundo compartimiento de un
mueble alto color café claro.

---…y si no te incomoda, dormirás en la cama de la


derecha, junto a la pared, que yo tomaré la de la izquierda
junto la ventana.

--- Estará bien. No tienes por que preocuparte tanto


por mí Razhiel.

--- No es que me preocupe por ti, tan sólo cumplo


con mi responsabilidad, y toma en cuenta que aún deseo
matarte…--- aunque no fuera cierto, de alguna forma ganó
parte de mi afecto en estos dos días, pero no quiero que lo
sepa, por lo menos no aún.

--- ¿Te molesta si voy a comprar unas cuantas cosas


para comer?--- preguntó inseguro, supuse entendió el men-
saje.

--- No hay ningún problema, tan solo date prisa,


procura no hablar con nadie que no sea necesario.

Y salió de la casa sin decir más. No supe de él en la


siguiente hora, debería de haberme preocupado, pero fue
petición suya que no lo hiciera, además tengo cosas en que
pensar… bueno, o eso quiero hacer, pensaré en mi hermano
Azthiel, y en Dámaso,, creo que será la primera vez que nos
juntemos todos en este lugar, me pregunto cual sería el mo-
tivo que impulsó a nuestros padres a dejar este lugar, re-

20
cuerdo que estuvimos muy seguros aquí, lejos de los Loit
Dwe, posiblemente eso fue lo que paso, ellos quisieron que
enfrentáramos a un mundo despiadado, y que tomáramos
las riendas de nuestro destino, ya que tarde o temprano
deberíamos cumplir nuestro deber como asesinos.

--- ¡¿Por qué has tardado tanto?! ---Grité al tiempo


que se abría poco a poco la puerta principal.

--- Me entretuve en un lugar ¿si? Ayúdame a llevar


esto a la mesa para que podamos cenar.

Debo admitir que sus gustos no son nada malos, lo


que ha traído para comer estuvo exquisito, he quedado sa-
tisfecho y ya es hora de dormir, mañana será un largo día de
espera y preparativos, no esperaba llegar tan pronto a
Kafrea, pero en parte nos han ayudado los Loit Dwe que nos
atacaron poco después del pueblo, de no habernos hecho
caer, hubiéramos tardado los tres días en recorrer todo el
camino.

Por suerte todo ha salido mejor de lo que esperaba.


Tan solo falta un poco más, unas horas y oficialmente será
Howell parte de mi legado, debería agradecer a Tyghod un
día de estos, aunque el ya no esté vivo, pero por él es que
será un Lei Vith. Mis ojos pesan, creo que me estoy quedan-
do dormido, pero que digo si él ya se ha dormido desde
hace un rato.

Todo es borroso, no puedo ver bien lo que sucede,


me parece que ese es Dubert, no estoy muy seguro, está
peleando contra una mujer… de pronto se ha hecho noche
sin razón, tal vez ella fue quien hizo oscurecer el cielo la
ocasión anterior mientras perseguía a la mujer del río. No
imagino quién podría ser, deben ser nuevos enemigos, estoy
21
seguro de que no son humanos, pero tampoco me son una
raza conocida… podrían ser… no lo se… ¡cuidado Dubert!
De las manos de la mujer surgió una especie de rama negra
que perforó el cuerpo de Dubert justo en el hombro izquier-
do, ¿Por qué no puedo ayudarle?, demonios, es de noche,
¡ah!, traté de atacarla, y no puede ser, se esfumo, ahora debo
saber que ha pasado con Alpheus, ellos viajaban juntos,
¿Qué pasa? El cuerpo que yace unos metros más allá es el de
Dámaso, no me lo puedo explicar…

--- ¡Despierta!

Howell tiraba de mis hombros y agitaba mi cuerpo


hasta conseguir despertarme…

--- ¿Estás bien Razhiel? ¿Qué pasa?

--- No lo sé, ¡Deja de sacudirme! Suéltame Howell


--- mis voz se quebró, no comprendía que pasaba, pero
tenía el presentimiento de que aquello no fue una pesadi-
lla, temía que fuera realidad.

--- Estabas muy alterado al dormir, dime que pa-


só, ¿Qué fue lo que viste?

No pude contestar, fue impactante para mi ver


aquellas imágenes, deje que Howy solo preparara la sala
para el ritual, no hable durante el día, esperé recibir noti-
cias toda la mañana, y por suerte las recibí, de uno de los
muros de la casa surgió el Libro del Hado, y se posó so-
bre la mesa…con él vino un trozo de papel blanco que
decía:

“Razhiel, se que de algún modo te las ingeniaste para


llegar más pronto, siempre has sido así… nosotros llegaremos
antes de que amanezca, hubo un pequeño cambio en los planes

22
y ahora me acompaña Alpheus, Dámaso afirmó llegar antes que
nosotros, tal vez en la noche.”

La habilidad de Azthiel le permitía ocultar cual-


quier cosa y aparecerla en otro lugar, no fue necesario
que escribiera su nombre en la nota para saber que fue él
quién la envió. El día fue largo y no preguntó mi acom-
pañante más de lo acontecido anoche, no pude dejar de
pensar en aquel sueño, el mensaje de Azthiel me había
confirmado que ahora viajaban juntos Dámaso y Dubert.

Olvide por completo mencionar lo de la nota,


cuando llegó estaba solo en casa, Howell regresó casi al
caer la noche, yo estaba sentado en la ventana de mi habi-
tación con una pierna extendida y la otra flexionada, re-
cargando mi cabeza sobre mi rodilla; mis ojos expresaban
un poco de preocupación, podría jurar que sentí una lá-
grima derramarse por mi mejilla, y la noche llegó, pero a
mi parecer llegó antes de lo que debía, cerré muy fuerte
mis ojos y no sucedió nada, esperaba inútilmente que mi
alma se materializara donde estaban tu Dubert y mi her-
mano…que esperanza más vacía.

Esta noche no hubo ni una sola luna en el cielo


que pudiera darme un poco de luz para saber que todo
estaría bien, había sido la noche más oscura que pude
haber visto jamás… ¿era una señal?

Esta es la última noche que tendré como un mor-


tal… mis ojos una vez más fueron negros; era un humano
como cualquier otro, vulnerable, temeroso…

El joven Rho se sentó cerca de mi y abrazó tus


piernas, hacía bastante frío, más por que la ventana esta-

23
ba abierta, dando asilo al ultimo suspiro de vida humana
que me quedaba.

LA VIEJA TORRE

“La vida dura sólo un suspiro, por fa-


vor... muestra tu deseo de suspirar una vez más
conmigo”

--- ¿Llegará hoy?

---No, recuerda que custodia la Esencia de la


Eternidad

--- ¿Entonces cuando arribará a la casa?

--- Se que Azthiel no se arriesgará, llegará justo


antes del amanecer.

El profundo cielo oscuro, inerte y pacífico, y la


inquietud que se ocultaba tras el melancólico tono de su

24
voz, trajeron a mi mente un claro recuerdo de aquel día,
del cual tal vez nunca supo, pero fue ahí donde todo co-
menzó para mí.

Era la mañana de un 20 de abril, hace ocho años,


había llovido el día anterior la única vez en el pueblo de
Kafrea ---, Alpheus, mi hermano y yo decidimos que era
el día perfecto para responder a una misteriosa carta que
dentro de un sobre muy viejo recibimos un mes antes, el
remitente era un desconocido.

No recuerdo con exactitud lo que decía la carta, a


pesar de tener un gran interés por los objetos viejos, no
llamaba en lo más mínimo mi atención, en cambio,
Alpheus la examinó y se dedico a leerla cerca de cincuen-
ta veces, parecía buscar un mensaje oculto mas allá de las
pocas palabras que en el trozo de papel había escritas; y
así fue, conforme pasaron los días, las letras que alguna
vez fueron tan negras como el cielo de esta noche, un
sábado dejaron atónito a Alpheus, y por qué no, a mi
también, pues la carta que yacía totalmente extendida
sobre la mesa, daba un increíble espectáculo al cambiar
constantemente de lugar cada una de las letras, que ahora
eran de color escarlata, de uno de sus párrafos; el nuevo
mensaje --- el cual nunca olvidaré --- decía:

Hermanos… es el tiempo despertar como hijos del des-


tino. Buscadme en la vieja torre del pueblo, no importa cuánto,
los estaré esperando Alpheus y compañía…

Azthiel

En el momento en el que se situó el último punto


en su lugar, me percate de la presencia de Dámaso a mi

25
lado, que de regreso al umbral de su habitación tan sólo
se limito a citar a mi madre “nada es imposible Amílcar…”.

El ambiente era muy húmedo, y no lograba acos-


tumbrarme a él, tenía mucho tiempo sin visitar aquella
torre en la cual sucedió mi infancia, pocos años atrás an-
tes de que tuviera que irse Howell del pueblo; aun con-
servo aquellos momentos en los que sin saber de mi des-
tino disfrutaba de la brisa y de los cantos, de los juegos, y
de nuestro vasto dominio en este pueblo.

Recorrimos el mismo camino por el cual llegamos


a la casa de los Valholm, íbamos vestidos con ropa ele-
gante y capas negras aterciopeladas con hebras de plata
en los bordes, éramos muy jóvenes y ricos, yo tenía quin-
ce años.

La vieja torre del pueblo, se encontraba cerca del


rio que marcaba el límite de Kafrea, --tiempo después fue
trasladada hasta la entrada del bosque-- el tiempo había
hecho de las suyas en la estructura, la parte más baja de
la torre estaba cubierta de denso musgo, y a sus alrede-
dores el suelo era fangoso por la lluvia, el río era tranqui-
lo, el viento soplaba con delicadeza cada una de las hojas
de los cedros que rodeaban la torre, y la luz que por sus
copas se filtraba, parecía ser de un ligero color azul. Tar-
damos poco menos de una hora en llegar hasta la entrada
de la torre.

Mi vista se nublo de pronto, y al parpadear repe-


tidas veces, pude ver una habitación muy oscura, estaba
llena de cajas de madera, cosas viejas, y sobre todo mu-
cho polvo; de entre todas esas cosas destacaba la silueta

26
de un hombre de cabello corto, giró su cabeza hasta el
punto en que pude apreciar su rostro y él el mío.

--- Bienvenido Razhiel--- su voz áspera se dirigía


hacia mí, no podía creerlo, esta vez sentí que me desva-
necí; una vez más al abrir mis ojos vi algo que no espera-
ba, de nuevo podía ver la entrada de la torre, junto a mi
estaban aun parados mi hermano y Alpheus, y pude per-
catarme que tan solo había pasado un segundo.

Dámaso tocó sutilmente la puerta. Ésta se limitó a


dar un sonido sordo, y a continuación únicamente dejo
ver tras de sí unas escaleras en espiral que llevaban a la
única cámara de la torre. Subimos sigilosos, no dije ni
una palabra de mi experiencia, pero al llegar al final de
los grandes escalones de piedra, una puerta de madera
húmeda e hinchada, estaba sostenida con gran esfuerzo
de uno de los extremos de la pared; el sonido incómodo
de la puerta al abrirla dio por hecho que fue tiempo atrás
cuando fue abierta por última vez; increíblemente era la
misma habitación en la que estuve minutos antes de subir
por las escaleras.

Hubo tan solo un minuto de silencio más, pues


fue tal mi asombro que no pude contener las ganas de
explorar estruendosamente el lugar, moví cajas, maqui-
nas, levante hasta el polvo; el hombre aquel no estaba, o
al menos eso creí, porque de un momento a otro junto a
la ventana de la torre, el individuo se dirigía una vez más
hacia mí.

--- Bienvenido de nuevo Razhiel--- esta vez en su


rostro pude ver una delicada sonrisa --- no debes sor-
prenderte, ni tú, ni tu hermano, ni mucho menos

27
Alpheus; no son los únicos que conocen tu verdadero
nombre.

--- ¿Quién eres tu?---pregunté nervioso

--- Yo, soy procedente de una de las razas más


poderosas que puede existir en la faz del planeta, soy
príncipe y soy verdugo, mi nombre es Azthiel.

--- ¿Qué es lo que quieres?--- interrogó Dámaso

--- Pensé que no te gustaba hablar mucho Dáma-


so; yo, sólo vengo a entregar un mensaje de parte de mi
madre…

---…voy a pedir que no digan ni una sola palabra,


les explicaré todo lo que esté a mi alcance, lo demás ten-
drán que irlo averiguando cada uno por su parte. ¿Está
bien?

--- Habla entonces…---Jamás había escuchado a


Dámaso tan enojado.

--- Empezaré.--- Azthiel nos indicó con la mano


que tomáramos asiento, por lo visto esa iba a ser una
platica extensa, o complicada.

--- Mi nombre es Azthiel Van Swot. Por lo tanto


no eres el único Van Swot, Razhiel. Sé tu nombre verda-
dero por que nuestros padres son los mismos: Litha y
Xadhiel; ambos te mandaron a vivir con los Valholm has-
ta que llegara este día.

--- No es difícil creerte, Dafne me ha dicho mucho


al respecto, sé que tengo un hermano y que somos Lei

28
Vith, se quienes son mis padres verdaderos… dime algo
que no sepa.

--- Bien, iré al grano. Mi propósito tan sólo es el


de informarte que mamá ha decidido dejar de bloquear
sus habilidades, ella piensa que ya son lo suficiente ma-
duros como para cumplir con su deber. Después de que
papá murió el Libro del Hado --- hizo aparecer en sus
manos un libro grueso--- me escogió como custodio del
mismo, hasta que estuvieras listo para hacerlo tú...

--- ¿Entonces si tenemos habilidades Lei Vith de la


muerte?--- dijo Alpheus.

---… los nombres de los tres aparecen en este libro


que por tal los convierte en Lei Vith, cada uno tiene una
habilidad especial, yo puedo ocultar cualquier objeto…---
Miró nuestros rostros confundidos, nunca supe si pensó
en algún momento en que la información que nos daba
era mucha, o poca, o si realmente nos importaba lo que
decía.

---…Le permitiré a cada uno de ustedes ver la ho-


ja de este libro que le corresponde desde el día en que
nuestros padres escribieron nuestros nombres en él.

--- ¿Por qué no has llamado a mi hermano Howell


si también lo es?--- Preguntó Alpheus.

--- Porque su nombre no pudo ser escrito después


de la muerte de mi padre, y el libro para aceptarlo le in-
dicó una prueba...

---…Por nuestra parte Razhiel, desde que nacimos


el libro escribió nuestro nombre… somos descendientes

29
de la dinastía Eternity, protectores del Libro del Hado y
las Dagas de Sino… eres un príncipe…

Recuerdo que ese día estuvo platicándonos todo


el tiempo de lo que vivió mientras estuvo con mis padres
en Ínupe, también de los años que Dubert y él vivieron
juntos hasta que yo nací, cuando mis padres me enviaron
a Kafrea, y Dubert regresó conmigo… aunque nadie sabe
por que lo hizo.

Nos mostró lo que había prometido, cada uno le-


yó más de una vez las páginas que correspondían a cada
uno, y nos ayudó a practicar nuestras habilidades hasta
el punto en que las domináramos, creo que eso pasó has-
ta un mes después. Durante ese tiempo tuvimos muchas
pláticas con Dafne madre de Dámaso. Fue en aquel en-
tonces cuando yo aprendí todo lo que te he dicho durante
el viaje hasta aquí.

Nunca olvidaré, no, nunca lo haré, el día en que el


libro me asignó la muerte de un humano… su nombre
era Damián Eillie.

Era el 23 de Julio, Damián era un hombre de exac-


tamente cuarenta y nueve años, rubio de ojos color miel
rojizos, cabello largo, todo un caballero. Famoso por la
masacre que lideró en una batalla contra los Loit Dwe,
uno de los pocos que logró vencer a un ejercito de esa
raza desde que Joab se convirtió en el rey legítimo Loit
Dwe. Desde el momento en que supe quién era supe
también que esa era la raza que logró matar a casi toda

30
nuestra estirpe… no quería matarlo, por lo menos no sin
saber como fue que los venció.

Fue para mí un conflicto mental y emocional, no


sabía si me atrevería a matar con mis manos a al-
guien…había pasado los días anteriores pensando en
ello, Alpheus --- quien ya había cometido su primer en-
cargo --- habló conmigo por horas y horas, me explicaba
como no era un asesinato, el los llamaba muertes reales…
Era cierto, eran muertes reales… Hasta la fecha yo tenía
entendido no existían los suicidios ni las muertes natura-
les… eso eran inventos de la gente que justificaban las
inexplicables muertes de algunas personas, provocadas
por los Loit Dwe, quienes comen las almas de los marca-
dos.

Cuando fue necesario, utilicé la Daga Gemela de


Sino que al nacer recibí como regalo, desgarré cada una
de sus extremidades, la sangre fluía por cada parte de su
cuerpo, y antes de su muerte lo hice confesar la forma
ideal para matar a quienes las armas no penetran sus
pieles, y la luz no penetra sus almas, el con mirada com-
prensiva, entre mis brazos llenos de sangre me dijo:

--- El corazón de los humanos es capaz de acabar


con cualquier cosa… incluso sin tener poder alguno es
capaz de matar a la criatura más poderosa…

Y murió. No, yo lo había matado, ¿Qué había he-


cho? ¿Lo merecía? Hoy se que no había hecho nada malo,
ni él ni yo, y que no, no lo merecía, más bien era el mo-
mento de tomar un nuevo rumbo…una nueva vida,
¿Quién diría que más tarde renacería como una persona
muy cercana a mi? A pesar de lo que pensé, y lo que supe
después, sentí un vacío, mi alma dolía, era como haber
31
enterrado yo mismo en mi corazón una flecha incandes-
cente que quemara mi ser y cicatrizara mis venas y me
dejara sin pulso, me helé unos minutos, la sensación des-
apareció… nunca más volví a sentir tal dolor, sería en-
tonces la marca que me arrancaba, me arrebataba del
alma mi humanidad, y se volvía una cálida bienvenida al
reino de la “Divina muerte”, donde ella no era más que
un ente que reclamaba las almas por capricho, pero que
nunca mató a nadie, si alguien es culpable de que la gente
muera, esa no era la Muerte, no había ni rastro ni mancha
de sangre de los caídos en su cuerpo, no había llanto y
lamento en sus oídos ciegos, ni enfermedad y hambre en
sus sordos ojos, sólo una energía pura y sincera, capaz de
llevar al preso del sueño mortal a su guarida, para entre-
garle una nueva vida… Claro ella no ha pedido tal enco-
mienda, ni yo la mía, pero es el destino que me ha mar-
cado de esta manera, mi presencia se debía a que el alma
del hombre, bueno, malo o como fuera, estaba sellada por
dios para impedirle en demonio se convirtiera, y siempre
a su merced volviera, y siempre en su tierra contento
viviera.

Entendí después de lo sucedido, cuando Dámaso


fue a por mi, que si Dios me escogió a mi fue por que era
yo el más adecuado, era porque vio en mi la inquietud y
el desconcierto, y me dio el privilegio de tener la vida en
mis manos…y a la vez fui yo, maldito con el fin de la
existencia humana quién decidió dar al hombre la opor-
tunidad de reclamar su vida, de vivir un suspiro más.

Dámaso es muy sabio, su poder: el silencio, si


supiera la cantidad de respuestas y palabras que se en-
cuentran en el silencio…no ambiciona jamás ni bien ni
fuerza. Un día de regreso a esa vieja torre me llevó, sin

32
decir palabra alguna estuvimos ahí sentados sin más que
hacer, fueron los momentos más tranquilos que recuerdo
después de haber matado a Damián; de uno de sus bolsi-
llos Dámaso sacó una piedra brillante de color violeta, en
su interior un líquido rojo no muy denso y con vida a mis
ojos pareció, me limité a dar una expresión de duda en
mi cara, y se conformó al decirme:

--- ¡Qué linda es la sangre! Guarda en su interior


la historia de su dueño, y la fuerza de su corazón, es ca-
paz de matar a la bestia más salvaje…y la amatista la
mantiene viva por siempre… uno por cada persona que
bajo el filo de mi espada, entre mis tersas garras, o por mi
dulce voz a muerto.

Y de la capa que vestía pendía ya siete figuritas


de amatista llenadas con el líquido vital, pensé en lo fácil
que para él pudo haberse vuelto el matar, luego en lo
difícil que era para mi no hacerlo, pues tras el dolor de
haberlo hecho surgía el placer de repetirlo, y no tardaría
más, me volvería verdugo hasta morir, tal vez por eso
temía vivir por siempre, por que cada día que pasa se
vuelve más fuerte el motivo que la raza humana me da
para sentir mas febrilmente el deseo de exterminarlos,
por que no merecen la vida, por que ellos mismos la des-
precian y la rechazan.

Mi madre decidió bloquear mis habilidades por


quince años, puede ser que ella supiera que es lo que
sentiría cuando comenzara a reclamar la vida de quienes
no fueran inocentes, y de quienes lo fuera; hicieron lo
posible para mantenerme con vida, por lo menos hasta
que yo pudiera hacerlo por mi mismo, estoy más que
33
seguro que no solo fue por amor, sino por que había co-
sas escritas en el libro, notas, recados, anexos, pequeños
detalles que marcaban en algún momento lo que debe-
rían de hacer, y lo sabré todo, eso y mucho más una vez
que después del ritual por fin sea yo quién lo custodie,
una vez me convierta en guardián de sus “secretos” y así
conseguiré decidir un par de cosas a cerca de los huma-
nos, o de mi mismo.

Cada vez que me sentía sólo, o sin esperanzas, re-


gresaba a esa torre, para ver si encontraba consuelo al-
guno, pero además de eso siempre encontré al buen ami-
go, aquel que casi fue mi hermano y que a pesar que
nunca lo fue, así lo considero aún. Dámaso ha estado allí
para mí en cada momento, podría decir incluso que el es
la parte noble, fiel y sincera de mi ser, podríamos ser uno
mismo, lo único que nos difiere es que el es capaz de
amar a alguien más, y yo sólo puedo amar a mi trabajo.

--- He escuchado un ruido al frente Razhiel…

La voz que unos minutos antes me habían lleva-


do a mi juventud en el pueblo de Kafrea, era la misma
que ahora me traía de vuelta a la defensa de una vida
ajena esperándose para el ritual.

---Iré a revisar, puede que sean Dubert y Dámaso-


--O eso esperaba ansiosamente.

La casa abarrotada de cosas, hizo muy difícil in-


tentar correr a la puerta de entrada, tuve que esquivar
sillas y demás muebles, me oculté tras un librero próximo
a la puerta. La casa se encontraba totalmente en penum-

34
bras, la única luz que iluminaba parte de la estancia de la
entrada era la luz que provenía de fuera, que se colaba
entre las cortinas un poco desgastadas de la ventana que
junto a mi se hallaba.

Mi respiración se volvió más acelerada y no me


explicaba porque, sabía que no tenía que temer, los úni-
cos que podrían llegar a la casa serían mis hermanos o los
suyos, sentí desplazarse por mi rostro una gruesa gota de
sudor proveniente de la parte central de mi cabeza, mi
cuerpo se helaba a cada minuto, entraría o no alguien a la
casa, no sabía ya que esperar, mucho menos sabía la ra-
zón de que yo, que alguna vez supere mis traumas, ahora
volvía a sentir aquel pánico que me inmovilizaba y me
hacía temblar incontrolablemente como si fuera yo el
culpable de un terrible crimen.

Pude escuchar el crujir de la madera cuando la


puerta fue abierta cautelosamente, me obligó a presionar
aún más mi espalda contra la pared, mi vista era pobre, la
oscuridad tan solo me permitía ver dos sombras, una más
alta que la otra, vestían ropas de viaje, o por lo menos eso
pareció cuando pasaron por los hilos luminosos que de la
ventana provenían…Me ha visto uno de ellos, no se qué
hacer, si ataco y me equivoco podría dar fin a la vida de
mi propia estirpe, si estaba en lo correcto salvaría nuestra
vida…

--- Razhiel, que bueno que te encuentras aquí, su-


pongo que vigilabas la entrada.

Me sonrió tras decírmelo, una mirada dulce y


tierna, parecía agotado, pero eso no fue capaz de borrar
su eterna expresión que me llenaba de paz, era Alpheus
indudablemente. Sus ojos eran café oscuro, cierto, eran
35
los ojos de un mortal, llenos de esperanza; tomó uno de
mis hombros y me preguntó por Howell, debía suponerlo
es su hermano, estaría preocupado, tal vez mi gesto ex-
presó muy bien mi sentir.

--- Sólo quiero verlo, no estoy preocupado, se que


está en buenas manos.--- Y me volvió a sonreír.

Una vez le dije donde estaba fue hacía allí; en la


sala tan sólo quedamos Azthiel y yo. Era indudable que
el viaje fue todo un reto para ambos, la última vez que
escondió la esencia y la daga, puso todos los obstáculos
posibles con tal de ocultar bien ambos objetos, tanto que
ni siquiera él los pudiera sacar de su escondite con algún
tipo de magia o habilidad, por eso fue pesado el viaje,
tuvo el mismo que con sus manos recuperar ambos arte-
factos, creo entonces que esa es la razón para que sus
manos estuvieran tan dañadas; las he podido ver cuando
encendió unos cuantos candiles por la habitación.

--- Disculpa no te saludara antes Razhiel…pero es


que el lugar se veía muy lúgubre, ¿Dónde están Dubert y
Dámaso?

--- Ellos aún no llegan, esperaba fueran ustedes,


tu lo habías dicho, llegarían antes que ustedes, no se ni la
hora que es.

--- Son casi las cuatro y cuarto, no falta mucho pa-


ra el amanecer, llegamos tal cual te dije… entonces
¿Dónde estarán?

--- El tiempo me ha pasado rapidísimo, no puedo


ni créelo…---mi mirada pareció distante y mi hermano se
acercó a preguntarme más intrínsecamente.

36
--- ¿Qué fue lo que ocurrió? Te veo un tanto dis-
traído.

---Sucede que he visto que algo inesperado les pa-


saba a ellos dos, Dubert resultaba gravemente herido, yo
no podía hacer nada… y tiempo más tarde me perdí entre
recuerdos de cuando te conocí.

--- Que extraño… ojalá no tarden más en llegar…

Pasaban los minutos como si fueran horas, el


tiempo se volvía más desesperante, me quede viendo a la
puerta casi todo lo que faltaba para que amaneciera, Az-
thiel terminó de preparar el escenario para el ritual y
Alpheus y su hermano estuvieron platicando sobre nues-
tro viaje.

Faltaban quince minutos para las seis, faltaba po-


co más de media hora para el amanecer y ellos aún no
llegaban, la espera se volvía más agobiante, sentía en mis
oídos el sonido del eco de un lamento, pero no era nada,
era sólo el viento soplando cerca de mi, lo que escuchaba
era aire filtrado entre mis cabellos, silbando un ruido
parecido a un lamento, eso era.

Escuché algo que de inmediato supe que no era


un engaño más de mi desesperación, eran pasos, firmes y
pesados, venían hacia la casa, el cielo comenzaba a tomar
un tono más claro, aunque aún se le veía muy oscuro; el
individuo se aproximaba más y más, con una patada
muy fuerte consiguió abrir la puerta frontal.

Su cabello era un poco largo, de destellos cobrizos


y dorados, su cabello perecía ser de varios colores, su tez
37
clara, sus ojos azules como el agua de los mares, no cabía
duda, la persona que acababa de entrar era Dámaso. Lo
inquietante no fue su llegada, ni el modo en que lo hizo,
sino más bien era lo que traía entre brazos en el momento
en que paso por la puerta, y que al entrar dejó sobre un
sillón: un cuerpo herido y casi inerte.

Azthiel y yo corrimos a ver que era lo que había


pasado, el cuerpo de Dubert yacía ensangrentado frente a
nosotros, lamentablemente mi sueño se había vuelto
realidad, me pregunté en ese entonces si realmente fue
un sueño, o si fue una proyección de mi alma en el futu-
ro, tendría que preguntar con detalle los hechos a Dáma-
so.

El cielo continuaba aclarando, fue una plática cor-


ta, pero lo suficiente consistente como para poder afirmar
que la mujer de aquel probable sueño era la misma con la
que nosotros nos encontramos dos días antes, puede ser
que su objetivo no estuviera con nosotros y por eso deci-
dieron no pelear; Dubert tenía un gran orificio en el
hombro izquierdo, crecía poco a poco y cada vez se apro-
ximaba más a su corazón.

Nos reunimos alrededor de Dubert, teníamos solo


dos cosas que esperar, la primera, que Dubert resistiera lo
suficiente pues no faltaba mucho para el amanecer, aun-
que no sabíamos si se curaría aun siendo inmortal; la
segunda…que muriera antes de que el sol saliera. Era tal
mi temor en ese preciso lapso de tiempo, que comencé a
sudar, miraba constantemente a la ventana esperando ver
un solo rastro de sol en el horizonte, pero no había mejo-
ra, por más que volteaba hacia la ventana estaba consien-
te de que aun faltaban doce minutos más, doce largos

38
minutos, nadie decía ni una palabra, el silencio se había
apoderado del recinto.

Cada vez era más mi obsesión por lograr ver que


Dubert sobreviviera, no sabía porque, no tuve relación
alguna con él jamás, su relación fraternal fue más bien
con Azthiel…pero sentí un repentino vacío en mi interior
que estaba seguro que volverlo a ver consiente, con su
sonrisa discreta y sus guantes blancos con hilos de plata
constantemente sobre su rostro podría hacer desaparecer
tal sensación.

De pronto un monzón azotó la casa en la que nos


encontrábamos, rompió todas las ventanas y logró arran-
car la puerta de su sitio, la tierra húmeda se levantó del
suelo y entre los fuertes vientos se revolvía; de pie, justo
en el lugar donde poco antes estuvo la puerta que el vien-
to descolocó, apareció el cuerpo de una mujer de vesti-
menta similar a la de una princesa, un vestido ampón de
color verde esmeralda con corsé negro, las mangas ajus-
tadas y con holanes negros a la altura de los codos, el
largo rizado cabello negro con un ligero tono blanco en
las puntas le llegaba más debajo de la cintura.

--- Buenos días señores de la muerte…--- Procla-


mó a su llegada.

--- ¿Quién eres? Y ¿a que has venido?---preguntó


furioso Azthiel al volverse para ver a la mujer.

--- No seas tan agresivo con ella…--- dijo Alpheus.

--- Ella es la mujer que nos atacó a Dubert y a mí--


- Comentó Dámaso al verla fijamente, y era cierto, tan
39
pronto como el lo dijo, a mi mente vino la imagen de mi
sueño en la que esa hermosa mujer perforaba el hombro
de Dubert con la extensa rama negra que salió de su
mano.

Una sonrisa se dibujó en mi rostro, comenzaba a


salir el sol y Dubert mejoraría en unos instantes, pero ese
no era el motivo de mi felicidad, sino el que yo podría en
poco tiempo más matar en un instante a la mujer que
lastimo a un miembro de mi familia, sí, su cuerpo se des-
plomaría en el piso una vez extendiera mi mano y expul-
sara su alma de su ligero cuerpo.

--- Mi nombre es Febe, la dama…--- y oscureció


por completo el cielo, como si el sol jamás hubiera existi-
do en aquel nuevo amanecer--- de la noche; he venido a
tomar lo que me pertenece: el cadáver de un Lei Vith. ---
y señalo el cuerpo inerte de Dubert que sobre el sillón
descansaba.

--- El se quedará aquí, ¡el no es ningún cadáver!---


grité.

--- No te das cuenta, no dejaré que amanezca has-


ta poseer en mi poder su cuerpo, se que si no sale el sol
morirá por la herida expansiva que tiene ya a pocos mi-
límetros de su corazón, no tomará más de dos o tres mi-
nutos antes de que suceda.--- y se rió.

Era más que cierto lo que decía, y ninguno de no-


sotros podría evitarlo, si no amanecía no tendríamos po-
der alguno con que detenerla, y el ritual no se cumpliría.
A pesar de que ahora todo estaba en nuestra contra, no
dejaríamos que se llevaran a Dubert; el tiempo se agota-
ba, y sorpresivamente amaneció, la herida de Dubert se

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comenzó a cerrar, pero demonios, la mujer está jugando
con nosotros, ha vuelto a hacer que anochezca, cuando
mucho la herida se habrá cerrado uno o dos centímetros,
y no nos daría más de cinco minutos para matarla.

Azthiel y yo nos impulsamos hacia ella con las


Dagas de Sino en la mano, tratando de cortar su fino cue-
llo blanco sin resultado alguno, ella era rápida, tal y como
lo fue para desaparecer con la mujer que perseguí y que
ella salvó; teníamos la desventaja, la velocidad no era una
de las habilidades que como humanos conservábamos
por la noche, se acercaba rápidamente hacia Dubert y
ninguno de nosotros lograba hacerle daño alguno; en
menos de tres minutos ella consiguió llegar hasta el cuer-
po de Dubert y dejarnos a todos incapaces de detenerla.

--- Sólo por esta vez te perdonaré la vida Razhiel,


pero tu y yo ajustaremos cuentas en otro lugar en otras
circunstancias…--- Y tomó el moribundo cuerpo de Du-
bert entre sus brazos, situando el derecho por encima de
su pecho abrió su mano para dejar salir de nuevo la oscu-
ra rama, con un mayor grosor, logrando por fin perforar
el corazón de el mayor de los Rho, sus ojos se abrieron al
sentir aquel dolor, y pude apreciar en ellos un sentimien-
to de liberación; su cuerpo desfalleció, era definitivo,
Dubert había muerto, sentí una rabia incontenible en mi
interior y me lance de nuevo hacía la mujer, pero aun
cargando el pesado cuerpo era muy ágil y veloz, y llegó a
la puerta sin ninguna dificultad. Sabía que se iría y que
yo no podría hacer nada al respecto, así que decidí pre-
guntar un par de cosas antes de que se marchara.

--- ¿Por qué lo haces Febe?

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--- Es un deber que tenía que cumplir hoy, antes
de que el pequeño sellara el contrato con la muerte, su
cuerpo es de mucho interés para mi raza.--- y con la dies-
tra cubrió su boca para reír fuertemente.

--- ¿Eres una Loit Dwe?

--- Si lo que tratas de hacer es insultarme lo estás


logrando Razhiel —dijo altanera.

--- No es la intensión pero no tengo nada de que


retractarme, dime entonces ¿a que raza perteneces?

--- Se que en algún momento habrás escuchado a


cerca de mi raza, nosotros somos los Nárud, la raza de la
naturaleza, protectores de los humanos.

--- Que risa me has provocado --- Alcé la voz con


sarcasmo.

--- ¿Cómo te atreves?---preguntó indignada

--- Te repito que no tengo nada por que retrac-


tarme, déjame quitar de tus ojos la venda que no te deja
ver…---hice una ligera reverencia.

--- …La raza que tú proteges destruye a aquello


que te dio la vida--- la sonrisa en mi rostro se hizo pre-
sente--- y conforme pase el tiempo lo seguirán haciendo,
hasta que nosotros nos podamos encargarnos con mano
justa de ellos, y vengaremos la extinción de tu raza en-
tonces.

--- No sabes lo que dices, nosotros damos a ellos


protección por ser criaturas divinas, son capaces de des-
truir a la criatura más feroz con su sangre---protestó.

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--- Es eso lo que intento decirte, si eso hacen con
aquello por seguir con vida ¿Qué harán cuando sean mu-
chos y necesiten sobrevivir con lo que tu raza intente
abastecerles?

--- Te lo diré tomarán con su propia mano el ali-


mento arrebatando su vida por conservar la propia…---
contestó a mis demandas Alpheus.

--- Es por eso que estamos aquí, ¿No lo entiendes?


Sin nosotros tu raza perecerá, junto con este mundo. ---
Por dentro pensaba la manera de en la distracción poder
recuperar el cuerpo de Dubert.

--- No intentes convencerme con esos falsos ar-


gumentos verdugo, que eres tu quién si no destruyo hará
perecer la tierra, y la vida de todo ser que exista en ella. --
- Se indignaba más a cada palabra.

Era el momento justo para actuar, si esperaba más


podría irse sin dejar rastro alguno y sin posibilidad de
seguirle.

Tenía la sospecha de que si durante la noche pude


proyectar mi alma aun siendo un humano si me esforza-
ba lo lograría…más difícil de lo que creía, no obtengo
resultados, me empiezo a marear, creo que no es la mejor
idea continuar con esto…pero que ha pasado, estoy suje-
tando con mi mano el brazo de Febe, y además puedo
verme del otro lado del salón, desde donde estuve ha-
blando con ella; se ha percatado de mi increíble logro.

--- No puede ser…Maldito príncipe Razhiel ¿Có-


mo lo has conseguido?

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---Ahora entrégame ese cuerpo --- Los muchachos
se acercaban rápido hacia la entrada para tomar a Dubert,
pero ella me ha lastimado con la rama que proviene de su
mano y me ha obligado a soltarle.

Con su gran velocidad había logrado escapar;


sentí desvanecerme, Alpheus me atrapó antes de caer,
pero esta vez mi alma se unió junto a la puerta, en vez del
lugar desde donde se proyectó.

Sentí el fracaso llegar a mi sin precaución, por lo


menos ahora, a unos minutos de su partida podía gozar --
aunque estaba triste -- una vez más del amanecer, de los
cálidos rayos de luz dorada que comenzaban a inundar el
cielo desde el horizonte.

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