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2) Protesta: Con llanto e ira, pide el regreso de su madre, y su actitud expresa que cree que
volverá.
4) Desapego: Cuando la madre regresa a por él, no muestra interés por ella, o incluso parece
que no la reconoce y que la ha olvidado. Es el estado afectivo que encontramos en psicópatas.
La duración de este desapego tiene una relación directa con el tiempo que ha durado la
separación.
Con frecuencia, y en cada una de estas fases, el niño tiene rabietas y conductas destructivas.
El estado emocional del niño, cuando vuelve al hogar familiar, depende de la etapa de duelo
que se alcanzó durante la separación. Es habitual un período de apatía durante algún tiempo,
en el que no reacciona ni pide nada (proporcional a la duración de la separación, y lo asiduas
que fueron las visitas). Tras esta apatía inicial, el niño expresa una fuerte ambivalencia
(amor/odio) hacia su madre, se apega a ella de una forma más intensa que antes de la
separación, y, ante cualquier posibilidad de ser abandonado de nuevo, se despierta en el niño
una intensa ansiedad de separación y reacciones de exigente ira. Es una actitud emocional
semejante a una reacción histérica.
El duelo infantil es diferente al del adulto en cuanto a que se reduce la escala temporal, lo que
conlleva que se alcance, en relativamente poco tiempo, un estado de desapego, y es un duelo
potencialmente más patológico. La tristeza y la ira respecto a la madre pueden quedar
inexpresadas, y el inconsciente de estos niños, marcado por la carencia afectiva.
Las 4 fases aquí descritas derivan de los estudios de John Bowlby (1907-1990, psicólogo,
psiquiatra y psicoanalista inglés) y Colin Murray Parkes (1928-, psiquiatra inglés). Es normal
que el orden de la secuencia personal de duelo no sea fijo, y no siempre se viven todas las
fases. Se pueden considerar como claves 3 publicaciones:
Bowlby, J, “Proceso de duelo”. International Journal of Psychoanalysis 42, 317-340, 1961
Bowlby, J, “El Apego y la Pérdida”: trilogía de “El Apego” en 1969, “La Separación” en 1972 y
“La Pérdida: Tristeza y Depresión” en 1980, London: Hogarth Press
Parkes, C.M., “El primer año de duelo: Un estudio longitudinal de la reacción de viudas de
Londres ante la muerte de sus maridos”, Psychiatry: Journal for the Study of Interpersonal
Processes, Vol. 33, 444-467, 1970
Según Bowlby, los mecanismos para afrontar las separaciones en la primera infancia (que
conllevan ansiedad de separación) serían esencialmente los mismos que son observados
cuando un niño mayor o un adulto pierde a un ser querido.
Es importante señalar que, a pesar de que Parkes (1970) y Bowlby (1961, 1980) describen las
diversas fases del duelo, afirmaron que estas son una guia general, y las personas fluctuarán
entre las fases en lugar de seguir una secuencia fija. Por lo tanto, toda la experiencia de los
comienzos de duelo puede ser pensada como dolor agudo, que abarca las fases de
embotamiento, añoranza/búsqueda y desorganización /desesperanza.
Los psicólogos J. William Worden (“Consejo y terapia de duelo: Un manual para el profesional
de la salud mental”, New York: Springer, 1982) y Therese A. Rando (“Duelo, agonía y muerte:
Intervenciones clínicas para cuidadores”, Research Press, 1984) inciden en la idea de tareas
que hay que realizar para un sano trabajo de duelo. Worden considera que son las siguientes:
aceptar la realidad de la muerte, experimentar el dolor de la pérdida, adaptarse a su medio (en
el que ahora falta el ser querido), y retirar la energía emocional desde la persona que falta,
reinvirtiéndola en otras relaciones.
Muchas dijeron no haber sentido nada (indiferencia). A veces la calma quedaba rota con una
descarga emocional extrema, generalmente de pánico, pero frecuentemente de ira. En uno o
dos casos expresaron haberse sentido eufóricas. Puede durar minutos, unas horas, o varios
días (hasta la primera semana).
Se produce una “escisión del yo” (término de Freud): por un lado se acepta la pérdida, por otro
se tienen fantasías con el ser amado, expectativas, impulsos de búsqueda y recuperación,
sensaciones de que aún está presente, todo lo cual puede expresarse de diversas formas:
Percepciones
Es especialmente importante dejar constancia aquí de lo frecuentes que son las experiencias
de contacto con el fallecido (les animo a mantener su mente abierta, y no incurrir en el mismo
error que los investigadores, al interpretarlas prejuiciosamente como “alucinaciones”).
Pensamientos
Como es natural, y teniendo en cuenta el sentido principal de los sueños (la realización de
deseos), es normal la ocurrencia de sueños donde el ser querido está vivo, y que se
experimentan de una forma muy real.
Emociones
Según Bowlby, la ira (respuesta general ante la deprivación de algo) es una respuesta
inmediata, corriente y quizás invariable, a la pérdida, constituye parte integral de la reacción
de pesar y es la emoción más importante de esta etapa. Su función sería protestar ante la
pérdida, tratar de recuperar a la persona fallecida, recriminarle y disuadirla de irse de nuevo, y
expresar frustración porque no “regresa”. Asimismo es común dirigir ira u odio (muchas veces
de forma injusta) hacia personas a las que se culpa de lo ocurrido (médicos, enfermeras,
cuidadoras...), incluido él mismo si tiene tendencia depresiva.
El sentido de la culpa (ira hacia uno mismo, autoreproches) puede ser el hecho mismo de
seguir vivo y que el ser querido no lo esté, no haber hecho algo para evitar su muerte, sentir
ira o sentir alivio (liberación de responsabilidad), o el mismo hecho de llorar (percibido como
descontrol emocional).
Otra sensación frecuente es la de sentirse “mutilado”: la parte de uno mismo que ha “muerto”
con el fallecido es todo aquello relacionado con el vínculo, aquella parte de la vida que era
compartida con él.
Conductas
Visitar sitios que fueron relevantes afectivamente para los dos (como un parque, plaza o
paseo), buscarlo, consciente o inconscientemente, en los lugares a los que solía ir, repasar
fotografías, coger y acariciar objetos comunes, estar en la habitación más relacionada con él.
Es normal que se mantengan las pertenencias del fallecido, que en la habitación más vinculada
a él no se toque nada (un cambio expresaría renunciar al reencuentro). También las visitas al
cementerio podrían expresar este anhelo de recuperación.
Este período puede durar entre meses hasta aproximadamente año y medio en el caso normal.
Esta fase del duelo implica la pérdida inconsciente de la esperanza de reunirse de nuevo con el
ser querido. Desde la tristeza o desde un estado depresivo, se vive la desesperanza, al
frustrarse todo intento de retomar el vínculo con el fallecido, y el sentimiento de incapacidad
de organizar la propia vida.
Se acepta que la pérdida es permanente y hay una gradual declinación del duelo, que
corresponde al inicio del equilibrio emocional y la reinserción social. Los recuerdos del ser
querido se acompañan de sentimientos de cariño y suave tristeza, habiéndose superado el
agudo dolor emocional de las etapas anteriores.
Una elaboración adecuada del duelo es una oportunidad, y permite, igual que las crisis en
general, el crecimiento interior y el cambio favorable de la personalidad. Ya nada es igual que
antes y, a partir de ahora, la persona puede enfrentar la vida con mayores recursos mentales y
con un equilibrio interior más sólido.
Suele durar entre 2 semanas y 3 meses, y en los casos de duelo por la pérdida de una persona
muy cercana y querida, podría prolongarse hasta los 6 meses.
Determinantes en la elaboración del duelo (factores condicionantes)
Psicológicos
Fisiológicos
Sociales
Vivencia de las 4 fases del duelo: adaptación a una nueva vida con nuevos vínculos afectivos.
Teniendo en cuenta que la duración del duelo es muy variable, al depender de diversos
condicionantes, una referencia general media podría ser 1 año en paises del sur de Europa
(Península Ibérica, Península Itálica, Chipre y Península Balcánica), que sería menor en paises
anglosajones (Gran Bretaña, Canadá, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda). Si se trata de
una pérdida importante para la persona, un duelo normal podría resolverse a lo largo del 2º
año.
Falta completa de manifestación afectiva (por ejemplo, incapacidad para llorar), que contrasta
con la emocionalidad normal de la persona
Idealización excesiva del fallecido, especialmente si hay constancia de mala relación previa
- Objetal: adoptar propiedades del objeto amado; la identificación es la forma más primitiva de
vínculo afectivo
Hay una correspondencia entre las dos variantes de duelo patológico y la respuesta a la
separación breve que se produce en el procedimiento experimental de “La Situación Extraña”
(Mary Ainsworth y Silvia Bell). Un grupo de niños parece no reaccionar ante la separación. Otro
lo hace de forma dramática, angustiosa, con rabia intensa.
Asimismo, ante una pérdida, los adultos que pueden ser clasificados con la Entrevista de
Apego para Adultos (“Adult Attachment Interview, AAI”) como evitativos (desapegados)
tienden a hacer duelos inhibidos (escasa emocionalidad), mientras que los clasificados como
preocupados (angustiados) están predispuestos a duelos crónicos (emocionalidad intensa).
Características
- Evitación
Refuerzo del bloqueo emocional evitando pensar en el fallecido, no ponerse en contacto con
aquellas cosas relacionadas con él y que reavivan el recuerdo (es frecuente deshacerse de
recuerdos o evitarlos, como fotografías, pasear por lugares comunes, etc.), desplazamiento de
la energía psíquica hacia actividades evasivas que bloquean el trabajo de duelo (hiperactividad
compulsiva, no dejar de trabajar, actividades de ocio contínuas), utilizar el alcohol u otras
drogas (incluidos los psicofármacos)
- Mecanismos de defensa
El llamado duelo eufórico (duelo maníaco, manía de duelo, manía de funeral) es una rara
reacción de tipo maníaco, que niega la pérdida o se alegra de ella:
- Manía bipolar: la pérdida de un ser querido desencadena una fase de manía (que supone una
identifación con el yo ideal), a la que continuará una fase depresiva (que supone una
identificación con el ideal del yo)
Pueden condicionar una reacción defensiva de shock incompatible con la elaboración del
duelo, y la imposibilidad de un contacto normal con la realidad. Un ejemplo es el de la Muerte
súbita por trastorno cardiovascular, y un caso especialmente dramático es el del Síndrome de
muerte súbita del lactante
Se da en casos de maltrato, abusos, etc. Sensación inicial de alivio (alegría) y baja ansiedad, y
posterior aparición de desesperanza y pena, configurando un duelo largo e intenso,
emocionalmente ambivalente, y con tendencias autopunitivas.
- Censura emocional
Un caso frecuente de bloqueo emocional es una familia donde los padres han sido incapaces,
por sus propias carencias afectivas, de proporcionar al niño una base segura. Las emociones
“negativas”, tales como ira, odio o celos, fueron censuradas cuando se expresaban. El niño no
llegó a vivir una atmósfera de contención emocional a partir de la cual desarrollar
naturalmente el autocontrol. En su vida de adultos tenderán a permanecer “mutilados” en su
emocionalidad, con las consecuencias psicosomáticas que ello implica.
Puede darse el caso también de familias en las cuales se aprende que la emocionalidad no
tiene presencia en la vida psíquica.
Duelo crónico
Es el duelo patológico más común (alrededor del 9% de los duelos en general), y es más
frecuente en mujeres.
Persistencia de vínculo con el fallecido, las respuestas emocionales que siguen a la pérdida
perduran por largo tiempo y generalmente con mucha intensidad. La depresión es el síntoma
predominante, a menudo combinado con ansiedad, obsesiones atormentadoras, pena,
episodios de ira intensa y autoreproches.
Incapacidad para rehacer la vida desligandose mentalmente del ser querido (es frecuente
hablar en presente acerca del fallecido), desorganización.
Hay personas (especialmente viudas) que no superan el duelo a pesar de que no están
inhibidas emocionalmente. Pueden darse varios casos (Bowlby, en “Vínculos afectivos:
Formación, desarrollo y pérdida”, 1979):
El llamado duelo enmascarado consiste en una falta de conciencia, de que síntomas psíquicos,
somáticos o conductuales, tengan relación con la pérdida no superada. Por ejemplo, puede
experimentar síntomas físicos similares a los del fallecido antes de morir.
El médico británico W. Dewi Rees estudió las experiencias subjetivas de contacto, de viudos
(227 viudas y 66 viudos, del area central de Gales, sin enfermedad incapacitante) con sus
esposos fallecidos (“Las alucinaciones de la viudez”, Revista médica británica, 4, págs. 37-41,
1971). Verán que los resultados fueron contundentes y sumamente interesantes. El único
defecto que se le puede poner al autor, y no es una cuestión nimia, es que se refiera a todas
estas experiencias como “alucinaciones” (tal como expresa el título de la publicación). La
práctica “científica” sigue estando nublada por el prejuicio, algo muy habitual entre médicos o
profesionales que se les quieren asimilar). Teniendo en cuenta esta consideración, me limitaré
a transcribir el resultado de las entrevistas, no sin antes afirmar la posibilidad obvia de que lo
relatado traspase la frontera de lo “subjetivo asimilado a falso”, y se sitúe en el espacio de los
fenómenos paranormales: lo “subjetivo asimilado a verdadero”.
Casi la mitad de estas 293 personas tuvieron alguna (una o más) experiencia de contacto
(46,7%), siendo la más común el sentir la presencia del fallecido (39,2%, por ejemplo la
sensación de que la persona fallecida está sentada a los pies de la cama), seguido por haberlo
visto (14%), oído (13,3%), haber hablado con él (11,6%), y muy ocasionalmente haber sido
tocados (2,7%). La proporción de mujeres y hombres que tuvieron estas experiencias fue
similar, y no hubo relación con la clase social, circunstancias de vida, localización geográfica,
prácticas religiosas, apoyo social, o el tipo de pérdida.
En el 36,1% de todos los casos las vivencias con el ser querido fallecido se prolongaron durante
muchos años, pero fueron más comunes durante los primeros 10 años después de la pérdida
(a pesar de lo cual, a veces la experiencia se produjo incluso décadas después). Los jóvenes
tenían menos propensión a tener estas experiencias que los que enviudaron después de la
edad de 40 años. Las experiencias fueron más frecuentes en las viudas más jóvenes, un
hallazgo confirmado en otros estudios posteriores (Susan L. Datson y Samuel J. Marwit, 1997;
Simon-Buller, S., Christopherson, V.A., y Jones, R.A., 1988-89).
El 68,6% sintió como beneficiosa (reconfortante) su vivencia de contacto (de ahí la tendencia a
ser catalogadas como “alucinaciones benignas”), y el 25,5% no lo sintió ni útil ni desagradable.
Rees concluyó en su estudio que “las alucinaciones son experiencias normales después de la
viudez”.
Cabe la posibilidad también de que en algunas ocasiones estas vivencias puedan ser una
fuente de considerable angustia. El término “reacción de duelo patológico” ha sido propuesto
para expresar la ocurrencia de síntomas “alucinatorios” no relacionados con la persona
fallecida; el psiquiatra norteamericano Lloyd A. Wells refiere el caso de dos personas con estas
reacciones, que reportaron experiencias asimilables a los fenómenos de Autoscopia (según el
autor, cómo no, “alucinaciones visuales”).