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F U N D A D A P O R J AV I E R P R A D E R A · D I R I G I D A P O R F E R N A N D O S AVAT E R

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788411
9

de Razón Práctic M u

El debate de España
Mito y realidad
de un país cuestionado
Santos Juliá · María Elvira Roca Barea
Rosa Díez · Gabriel Tortella

Política Víctor Pérez-Díaz · Martín Alonso Zarza Ensayo Fernando Peregrín


Ricardo Moreno Libros Julián Sauquillo Cine Alberto Úbeda-Portugués
Casa de Citas Jorge Wagensberg
EN ESTE NÚMERO

“España tiene «SOLO SE PUEDE


dos problemas
y el problema
TENER FE
no es, como se EN LA DUDA»
Casa de citas’
Wagensberg, ‘‘Casa
ha considerado PÁGINA 184
tradicionalmente,
España, que “La clave de la constitución
de un país democrático
es más bien el es la autoairmación de
nombre de la la comunidad política,
entendida no como la
solución. Uno reiteración de un texto
es epistemológico que se proclama, se recita
o se relata, sino como
y el otro una experiencia que
es moral.” se comparte.”
María Elvira Roca Barea, Víctor Pérez Díaz, ‘La doble
‘España: epistemología y moral’ dualidad democrática y sus riesgos’
PÁGINA 37 PÁGINA 65

«Tenemos que ser primero personas


y después ciudadanos. La ley moral
precede a la ley legislada.»
Juan A. Herrero Brasas, ‘H. D. horeau: De la objeción al anarquismo’
PÁGI NA 130
PÁGINA

1
de Razón Práctica

7 Política
EDITORIAL La doble dualidad
50
Fernando Savater democrática y sus riesgos
Víctor Pérez-Díaz
12
De ‘Dos Españas’ 64 Los nacionalismos
a ‘España plural’ del ‘procés’
Martin Alonso Zarza
Santos Juliá

22 E N S AY O

España: 74 La excepcionalidad
europea en el origen
epistemología de la ciencia moderna
y moral Fernando Peregrín
María Elvira Roca Barea
84 En contra de
30 una escuela inclusiva
¿Es España Ricardo Moreno Castillo

una nación? LIBROS


Gabriel Tortella
94 Francisco Sosa Wagner
40 con José Lázaro,
‘Memorias dialogadas’
Reivindicar Julián Sauquillo
la nación española,
en legítima defensa 100 Jordi Gracia, ed.,
Rosa Díez ‘Javier Pradera, itinerario
de un editor’
José Andrés Rojo

2
N Ú M E R O 2 5 8 · M AYO / J U N I O 2 0 1 8

106 Donatella di Cesare, CINE


‘Heidegger y los judíos’, 158 Andrei Tarkovski,
Ernesto Baltar las huellas de nuestra alma
Alberto Úbeda Portugués
116 José Lasaga Medina,
‘Vida de Hannah Arendt’ 166 ‘he Young Pope’,
José María Herrera el joven reaccionario
Miguel Saralegui
122 Fernando Vallespín/
Máriam M. Bascuñán, N O TA S D E U R G E N C I A
‘Populismos’ 172 Descrédito
Daniel Innerarity José Andrés Rojo

126 Daniel C. Dennett, ENCUENTROS


‘De las bacterias a Bach’ E XT R AO R D I N A R I O S
Francisco Mora 176 Los últimos días
de Marcel Proust
134 J. Kristeva y P. Sollers, Jesús Ferrero
‘Del matrimonio considerado
como una de las bellas artes’ C A S A D E C I TA S
Eugenia Ortiz Gambetta 182 Jorge Wagensberg,
el gozo intelectual
SEMBLANZAS Sebastián Gómez Millán
140 Elizabeth Bishop
en México y en Brasil
Danubio Torres Fierro

148 Henry D. horeau: De


la objeción al anarquismo
Juan A. Herrero Brasas

3
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Rúa de Montero La Central va Social
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OURENSE Calle de Martín
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ALBACETE PONTEVEDRA
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Guardiola, 18 Paseo del Espolón,16 LUGO VIGO Librería Gaia
Totemcomics Litterae Libros Calle Daniel
ALICANTE CÁCERES Galerías Villamor, Rúa Venezuela 80
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SAN SEBASTIÁN
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Universidad Rey Juan Librería Lagún
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Santa Llucia, 5-7 Carlos
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16, bajo CIUDAD REAL La Vorágine. Librería El árbol
CIUDAD REAL Librería Miraguano Cultura Crítica de las Letras
ALMERÍA Calle de Hermosilla, 104 Calle Cardenal Calle Juan
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Librería Universitaria Avenida Alfonso X La buena vida. Cisneros, 15 Mambrilla, 25
de Almería El Sabio, 11, - Local Café del libro
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Meta Librería Librería Antígona
ASTURIAS Librería la Pecera Calle Joaquín María SAN ILDEFONSO
GIJÓN Calle Padres López, 29 Librería-Café Ícaro Calle de Pedro
Capuchinos, 8 Calle Reina, 10 Cerbuna, 25
Librería Paradiso Librería Alberti
Calle de la Merced, 28 CÓRDOBA Calle del Tutor, 57 SEGOVIA Librerías Cálamo
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Calle San Bernardo, 31, Calle Jesús María, 6 Av. de Pablo Neruda, 89 Plaza Becquer, 8 Francisco, 4

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6
EDITORIAL

E S PA ÑA

Hace ya bastantes meses nos preguntábamos como tema de por-


tada en esta revista: “¿Y de España, qué?”. Ahora volvemos otra
vez sobre la cuestión con una insistencia que sin duda alarmará o
fastidiará a algunos, para quienes padecemos un pernicioso regreso a
un hipernacionalismo españolista de cuarto de banderas como reac-
ción a los pujos independentistas en Cataluña. Convienen, por tanto,
unas palabras para justiicar esta reiteración, que nada tiene de casual.
Para evitar subterfugios emboscadores, hablaré en primera persona.
Creo que la cuestión política y simbólica de España es hoy el tema
central de nuestro imaginario colectivo, como lo viene siendo desde
hace ya demasiado tiempo: he repetido muchas veces el dictamen
(admirativo, todo hay que decirlo) de Cioran, para quien España y
Rusia son los únicos países modernos cuyos naturales se hacen sobre
ellos las preguntas que otros dedican a Dios: ¿Existe? ¿Es bueno o
malo? ¿Me ama?, etcétera...

Pero hoy, pese a la actualidad de textos clásicos como España inver-


tebrada de Ortega, las circunstancias nos obligan a volver a pensar la
cuestión desde las urgencias del presente: la desafección e incluso el
odio –educativa y mediáticamente fomentado– de los separatistas;
la ignorancia generalizada, incluso entre la clase política, de en qué
consiste la ciudadanía democrática (que no se fragmenta en territorios
ni peculiaridades culturales); la necesidad, nada reaccionaria sino
fruto del instinto de conservación del futuro común, de valorar al alza

7
los símbolos del país plural que compartimos. Por eso volvemos en
este número sobre el tema, en el que tenemos la suerte de contar con
nombres que son algo más que especialistas académicos en la cuestión:
referentes morales y políticos de la preocupación por desentrañarlo.

En cuanto a los restantes temas que ofrecemos al interés o la curio-


sidad de los lectores, los hay políticos (sobre formas políticas, sobre las
modalidades nacionalistas del procés), de historia de la ciencia moderna,
o un artículo sobre otra moda educativa del siempre inconformista
Ricardo Moreno. Los libros que comentamos empiezan por el que Jordi
Gracia ha dedicado a nuestro fundador Javier Pradera en su faceta de
editor, tan importante en la evolución personal de muchos de noso-
tros; se reseña también un interesante estudio sobre una cuestión de
la que oímos hablar demasiado para entenderla bien, los populismos;
así como obras sobre Heidegger y Hannah Arendt, aunque estudiados
por separado, y sobre la conciencia matrimonial de otra pareja célebre,
la de Julia Kristeva y Philippe Sollers. Otras personalidades evocadas
son Marcel Proust, Elizabeth Bishop, el extrañamente actual Henry
David horeau, el director de cine Tarkovski... Cerramos este número
con una semblanza y selección de citas (aforismos, en este caso) del
recientemente desaparecido Jorge Wagensberg, tan admirado por
muchos de nosotros, cuya ignorancia en temas cientíicos alivió con
perspicacia y humor. Wagensberg no sólo fue un notable cientíico y
divulgador sino también un auténtico poeta del conocimiento, como
puede vislumbrarse en los textos que incluimos.

FERNANDO SAVATER
Director

8 Fernando Savater
LA REVISTA DE
ESTILO DE VIDA SALUDABLE

De la Fundación Española del Corazón.


A la venta en quioscos
E N P O R TA D A

E S PA ÑA
Volvemos a preguntarnos:
¿Es España una nación? ¿Cuál es su
tradición, su leyenda, su verdadera
historia? Tras cuarenta años de régimen
autonómico afrontamos una nueva crisis.
Nos ayudan a comprender los entresijos
de esta enrevesada realidad Santos Juliá,
Elvira Roca, Rosa Díez
y Gabriel Tortella.
E N P O R TA D A

DE ‘DOS ESPAÑAS’
A ‘ESPAÑA PLURAL’
Dos Españas en guerra civil,
España una frente a AntiEspaña, las
Españas, España plural: tal es la serie
que ha servido sucesivamente no solo
para deinir o identiicar a la nación,
sino, y sobre todo, para construir,
o intentarlo, un Estado sostenido
en la soberanía nacional

S A N TO S JU L I Á

12
A
hora, como siempre, hay dos Españas”, escribía
Pere Bosch Gimpera en la revista Las Españas,
recién aparecida en México, en noviembre de
1946. Y se preguntaba: “¿Dónde está la verdadera
España y su verdadera tradición en la que pue-
den hermanarse todos, castellanos, andaluces,
gallegos, vascos y catalanes?”. Airmación y pregunta que llegaban
de lejos, desde el momento mismo en que se produjo en la nación
española, como observó Juan Donoso Cortes más de un siglo antes,
el encuentro de dos ideas potentes, encarnadas en dos poderosos
partidos y representadas en símbolos diferentes: despotismo y liber-
tad. Si no se tenía en cuenta la “diferencia intrínseca, profunda”,
que existía entre la Monarquía de Fernando y la de Isabel, no podía
entenderse la guerra civil que entonces arrasaba España. Demasiada
guerra era aquella para que pudiera explicarse como una mera cues-
tión de legitimidad dinástica.
Esta primera guerra civil española condicionó para el futuro la
formación de España como nación, recién emergida a la supericie
en el fragor de otra guerra, la de independencia contra el invasor
francés, y afectó decisivamente a las posibilidades de construcción
de un Estado liberal nacido sobre el papel en las Cortes de Cádiz,
pero sumido en la más profunda ruina al término de tres décadas de
guerras y revoluciones. Imprevisiones, lentitud, pobreza y timidez
caracterizaron, según escribió Manuel Azaña en 1918 tratando por
vez primera de “la cuestión catalana”, aquel Estado que, si bien fue a
lo largo del siglo el “único instrumento civilizador en lucha contra
el localismo montaraz y el fanatismo religioso”, fracasó no solo en su
deber de propulsar la cultura y la riqueza, sino también en su empeño
unitarista. Sin escuela pública y sin servicio militar obligatorio no
fue posible convertir en españoles a los campesinos, habría que decir,
adaptando el célebre título de Eugen Weber: Peasants into renchmen,
de campesinos a franceses, magna obra de la Tercera República que
sembró toda la geografía de Francia de centros escolares, todavía hoy
orgullo y símbolo de la nación francesa.

13
En España, no fue solo la debilidad del Estado, tan debatida entre
historiadores, lo que dejó a medio construir la obra de nacionaliza-
ción que todos los estados liberales acometieron con mejor o peor
fortuna con el objetivo de reclamar para sí, con éxito, el monopolio
de la violencia física legítima sobre un determinado territorio, por
decirlo al modo de Max Weber. Sin duda, el español fue, más que
débil, un Estado en permanente quiebra inanciera: la parte del león
de su raquítico presupuesto se destinó durante más de un siglo al
pago de los intereses de la deuda. Pero lo que realmente da cuenta
de aquel fracaso en su empeño de construir nación no fue tanto su
debilidad, como la causa de la que esa debilidad se derivaba: la persis-
tencia de un estado de guerra civil, en acto o larvado, incluso cuando
al in liberalismo y absolutismo parecieron llegar a un acuerdo con
la restauración de 1876 que consagraba el principio doctrinario de
soberanía conjunta del Rey con las Cortes.
A pesar del pacto que dio origen a la Restauración, las dos ideas
de las que habló Donoso no perdieron ni un ápice de su potencia y
resurgieron, bajo otras retóricas políticas pero tan vivas como siempre,
en la primera gran crisis de la Monarquía restaurada, la que condujo y
siguió a la pérdida de los últimos restos del imperio español en 1898.
Ahí las tienen ustedes, escribirá Ramiro de Maeztu en 1899, son dos
España contrarias, antagónicas, colocadas frente a frente; una de ellas
era, como las veía aquel estupendo periodista que fue Miquel dels Sants
Oliver, joven; la otra cansada. Una viva, la otra oicial, visión que asu-
mirá Ortega cuando certiique pocos años después la existencia de una
España muerta, hueca y carcomida, trabada en una lucha incesante con
una nueva, afanosa, que tiende hacia la vida, pero que pierde la batalla
ante la ocupación de todos los aparatos de Estado por la España oicial.
Aquellas dos Españas alumbradas en el 98 se enzarzaron en una
“guerra civil de palabras”, cuando a raíz de la Gran Guerra europea,
políticos, intelectuales, funcionarios y gentes de la nueva clase media se
dividieron entre aliadóilos y germanóilos. A “nuestra guerra civil” se
reirió Pío Baroja en su Nuevo Tablado de Arlequin (1917), cuando veía,
del lado germanóilo, al que él se incorporó de buena gana, a curas,

14 Santos Juliá
militares, aristócratas, mauristas, jaimistas y, del aliadóilo, a republi-
canos, oradores, periodistas, artistas, que si en los primeros momentos
se hablaban y discutían, luego se huían, buscando cada cual a los suyos.
Y de guerra civil predicó hasta hartarse Miguel de Unamuno durante
toda la Gran Guerra, a todas horas y en todos los tonos, prevaleciendo
el profético, o sea, el que fustigaba a sus oyentes con el propósito
de que abandonaran la molicie y retornaran al camino de la virtud.
Su “¡venga guerra civil!” no era, sin embargo, una llamada a las armas,
sino más bien una fuerte sacudida a “esa cosa hórrida que Menéndez y
Pelayo llamó la democracia frailuna española”, a “la estúpida modorra
de nuestras muertas villas españolas esteparias, con sus hórridos casi-
nos”. Pero, muy cerca de él, Luis Araquistain se sumó muy pronto a la
misma prédica para propugnar que la sorda guerra civil sostenida entre
dos fuerzas contrarias, izquierdas y derechas, liberales y conservadoras,
progresivas y reaccionarias, no solo debía ahondarse sino exteriorizarse.
De la palabra a la acción, habría que
organizar un acto de todas las izquierdas
para “acabar con estas huestes de insur- Aquellas
gentes que impiden el desenvolvimiento dos Españas
pacíico de España” e ir, si fuera necesa- alumbradas en el
rio, “hasta la lucha armada en campos y 98 se enzarzaron
ciudades”, en la batalla decisiva entre “las en una ‘guerra
dos Españas en guerra”. civil de palabras’,
Cierto, la sangre no llegó al río, aun- cuando a raíz
que José María de Sagarra cuenta que de la Gran
en muchas familias llegaron a los puños Guerra europea,
o dejaron de hablarse. En todo caso, políticos,
no es extraño que en esta profunda intelectuales,
escisión de los espíritus se haya visto funcionarios y
un adelanto de lo que sería la prolon- gentes de la nueva
gación de esta guerra civil de palabras clase media se
en los años treinta, con una novedad: dividieron entre
ya no serán dos Españas, sino la única y aliadófilos y
verdadera España enfrentada a la Anti- germanófilos
De Dos Españas a España plural 15
España o la Antipatria. Será en los medios de la monárquica Acción
Española donde se acuñe el neologismo: cuando ellos dicen repú-
blica, exclamará Pedro Sainz Rodríguez, “no dicen solo un sistema
político, sino un sistema político puesto al servicio de unas fuerzas
desnacionalizadoras, dicen laicismo, dicen anti-España, dicen sepa-
ratismo, dicen disgregación”. Ellos son, claro está, los republicanos,
las izquierdas en general, esa ralea alimentada por el liberalismo y
el marxismo, cuando no abrevadas en el judaísmo y la masonería,
dispuestas a triturar no ya al ejército sino a la mismísima España. No
había opción, anunciará ABC en enero de 1936, entre la muerte y la
vida, la paz y la revolución, el ateismo y el cristianismo, la prosperidad
y la ruina, la libertad y la esclavitud asiática, la Patria y Rusia. No,
no había opción “entre España y Anti-España”.
La rebelión militar de julio de 1936 se convirtió, ante la división e
impotencia del Gobierno de la República, la intervención inmediata de
Alemania e Italia y el dejar pasar, dejar hacer, de Francia y Gran Bretaña,
en lo que desde las primera semanas comenzó a llamarse, continuando
una larga tradición, guerra civil, guerra de España, nuestra guerra. La
nación quedó dividida y la retórica que muy pronto comenzó a fabri-
carse fue, como vio enseguida Antonio Machado, “la misma para los
dos beligerantes, como si ambos comulgasen en las mismas razones y
hubiesen llegado a un previo acuerdo sobre las mismas verdades”. En
deinitiva, el discurso que acabó por imponerse, con las variantes de
rigor derivadas de la necesidad y urgencia de fundir, en el único in de
ganar la guerra, a facciones antes divididas y enfrentadas, fue la identi-
icación del propio campo con la única y verdadera nación española en
lucha contra invasores y traidores. Así combatida, la guerra civil solo
podía acabar, como el cardenal Isidro Gomà se encargó de transmitir
al enviado del Vaticano, Giusseppe Pizzaro, con el triunfo de una parte,
que era la única y verdadera nación, y la liquidación, el extermino de la
otra, condenada al exilio o al pelotón de fusilamiento.
Y así, mientras en la única y verdadera nación española, cató-
lica y fascista, el nuevo Estado militar se afanaba en llevar a término
la siniestra tarea de arrancar, liquidar, exterminar cualquier vestigio

16 Santos Juliá
de la AntiEspaña, comenzaron a menudear en el exilio iniciativas y
propuestas encaminadas a clausurar la retórica de las dos Españas
para poner en su lugar la de una España diversa formada por una
larga variedad de pueblos. Fue en México, ya desde la década de 1940,
donde se volvió a decir España en plural, las Españas, situando por
delante de la nación española la realidad de los pueblos de España a los
que el mismo Bosch Gimpera reconocía la cualidad de nacionalidades
en su propuesta de concebir España como una comunidad de pueblos.
Aplicar sin temor a estos pueblos el caliicativo de nacionalidades,
no hacer del concepto de nacionalidad una idea política y simple
y llegar a la supernacionalidad española en la que caben todas las
nacionalidades. Este era un programa de futuro que podían compar-
tir plenamente algunos socialistas como Luis y Anselmo Carretero,
padre e hijo, cuando hablaban de España como de una nación de
naciones, o republicanos como Fernando Valera, cuando se refería a
la necesidad de establecer puentes de diálogo entre la España pere-
grina, la España oicial y la España solariega.
De las Españas a la España plural solo había un paso que hubo
de esperar a que, en el interior, la nación católica proclamada como
vencedora en la Guerra Civil comenzara a hacer agua como primer
y notorio resultado del Concilio Vaticano II. Fue entonces cuando
entre escritores católicos se cultivó la idea de una sociedad pluralista
en el sentido de que en ella había “católicos y también no-católicos
dispuestos a convivir pacíicamente”, como escribía José Luis Arangu-
ren en Cuadernos para el Diálogo en 1964. En esta misma publicación,
evocará Raúl Morodo las revistas y libros que al tratar del problema
de España habían iniciado el paso a un “pluralismo cultural”. Diá-
logo de las Españas se dirá en los medios del exilio, diálogo que en
España quería decir que un católico podía hablar con un comunista
con vistas a la irma de un maniiesto o a la organización de un ciclo
de conferencias. “L’Espagne à l’heure du dialogue” fue el título gene-
ral que la revista Esprit dio al número monográico sobre la nueva
problemática española en octubre de 1965, con colaboraciones que
iban desde Manuel Tuñón de Lara a Alfonso Carlos Comín.

De Dos Españas a España plural 17


El destino de Esas gentes que dialogan, esa
la España plural “España plural que se abre” de la que
no estaba escrito hablaba Antonio Marzal, se manifesta-
en su acta de ron a la luz del día en un mitin político,
nacimiento, de los centenares convocados con vistas
aunque no a la elecciones de junio de 1977, en el
faltaron voces que tomaron la palabra dos jesuitas,
que saludaran José María Díez Alegría y José María
la aparición de la de Llanos, no junto a un líder de dere-
criatura con cierta chas o cristiano, sino junto a Santiago
preocupación Carrillo, secretario general del Partido
por lo que pudiera Comunista. Y esto era exactamente
depararle el futuro lo que querían decir en los primeros
momentos de la Transición quienes
comenzaron a hablar de una “España
plural”: que un comunista pudiera participar en un mitin político
junto a dos curas; que católicos y comunistas no fueran presencias
excluyentes, destinadas por su propio ser a un enfrentamiento a
muerte. Ilegal, pero no clandestino, en los años sesenta, ese pluralismo
que de cultural pasó a político alcanzaba en los años de la Transición
una especie de marchamo oicial: España era plural, no había más que
contar las mesas redondas que como forma de encuentros políticos
se organizaban por todas partes o darse una vuelta por los mítines
que por vez primera volvían a convocarse de manera masiva en la
campaña electoral de 1977 para constatarlo.
Muy pronto, o más bien, simultáneamente, España plural comenzó
a signiicar además la dimensión política que con la reivindicación
de autonomía adquiría aquella diversidad de los pueblos de España a
que se había referido Bosch Gimpera. Fueron tiempos en que nacio-
nalidad y nación pudieron usarse indistintamente para signiicar
“una España de pueblos vivos, creadores, diversos, pero que quieren
vivir juntos y hermanados”, como dijo el senador Josep Benet en el
debate sobre el artículo segundo de la Constitución. Con introducir
el término nacionalidad en el proyecto constitucional frente a los

18 Santos Juliá
senadores que habían manifestado su inquietud, respetable, pero no
justiicable, añadía Benet, no se hacía más que constatar una “rea-
lidad plurinacional y plurirregional” para construir sobre ella “una
España de todos, de todos los ciudadanos, pero también de todos
los pueblos sin excepción. Una España cimentada en la realidad y en
la libertad de sus pueblos”. Estaban allí reunidos ante una ocasión
histórica y Benet exhortaba a los senadores “a tener conianza en
nuestros pueblos”.
Las naciones “no son, se hacen” había escrito el historiador Anto-
nio Domínguez Ortiz años antes, en 1969. Y quizá no haya existido
en ningún momento anterior de la construcción de la nación española
una conciencia tan extendida de que en efecto, tras las elecciones de
1977, con la ley de amnistía y la inmediata apertura del proceso cons-
tituyente de lo que se trataba era de poner in a lo que el presidente
del Gobierno, en la sesión plenaria del Congreso en que fue aprobado
el texto constitucional, deinió como “dos Españas irreconciliables y
en permanente confrontación”. Más interesados en construir Estado
que en hacer nación, allí estaban, sentados y mirándose a la cara,
representantes de esas dos Españas y de allí salieron, como habían
salido los participantes en un encuentro de dirigentes políticos del
exilio y del interior, celebrado en Munich en junio de 1962, con la
convicción de haber puesto in a la existencia de las dos Españas para
avanzar en la construcción de una España plural.
Esa España plural en construcción o, más exactamente, esa cons-
trucción de España plural como identidad de una nación española que
la misma constitución proclamaba como “patria común e indivisible
de todos los españoles” tendría que habérselas a la altura de los años
setenta del siglo xx no solo con la escisión en dos provocada por las
guerras civiles, sino con la consolidación de identidades regionales
o/y nacionales surgidas al socaire de la congénita debilidad del Estado
español. Por decirlo de otro modo, el problema español que tanto
dio que hablar a las generaciones del 98, del 14, de la República y
del medio siglo, no se reducía a la escisión en dos de la nación, antes
absolutistas y liberales, luego izquierdas y derechas, sino a la fallida

De Dos Españas a España plural 19


construcción de un Estado centralizado al modo francés, que había
servido de modelo a los liberales en sus dos vertientes, moderada
y progresista. Lo vio y deinió perfectamente Manuel Azaña en su
artículo sobre la cuestión catalana cuando escribió que la hora del
unitarismo a la francesa había pasado; pretendió encauzarlo la Repú-
blica con el invento del principio dispositivo para la construcción de
un Estado integral, es decir, un Estado capaz de integrar los hechos
diferenciales de las diversas regiones de España. Y eso fue exactamente
lo que volvía a intentar el Estado de las autonomías desde 1978,
valiéndose de idéntica fórmula que la República pero añadiendo a
las regiones unos entes especiales llamados nacionalidades, sin espe-
ciicar, aunque no fue difícil identiicarlas con “aquellos territorios
que en el pasado hubiesen plebiscitado proyectos de Estatutos de
Autonomía”, como se decía en la disposición transitoria segunda de
la Constitución. Ese pasado innominado era la República, natural-
mente, como del pasado republicano procedía también la presencia
en el artículo 143 de la atribución del derecho de autonomía a “las
provincias limítrofes con características históricas, culturales y eco-
nómicas comunes”, que en el artículo 11 de la Constitución de 1931
ya aparecían dotadas de idéntico derecho.
Si para liquidar la historia de las dos Españas como sustrato de
una permanente situación de guerra civil fue fundamental el acuerdo
entre derecha e izquierda, en la otra signiicación del sintagma como
la de una España en la que pudieran hermanarse la totalidad de sus
pueblos fue fundamental la defensa por los diputados catalanes del
término nacionalidad como “una eicaz, sólida y fraternal articulación
de los diversos pueblos de España y no como un factor de disgrega-
ción”, como lo presentó Jordi Pujol en la sesión del Congreso de 27
de julio de 1977. Y fue Pujol, precisamente, quien un año después, el
21 de julio de 1978, al expresar la voluntad de la Minoría Catalana de
dar su apoyo al texto de la Constitución y “hacerlo en su totalidad”
se reirió al espíritu pactista del pueblo catalán y a los principios de
democracia, solidaridad y doble idelidad a Cataluña y España para
celebrar la eliminación del clásico cliché de una España intransigente,

20 Santos Juliá
abocada siempre a la lucha fratricida. Fin de la lucha fratricida, pues,
y construcción de un Estado equilibrado y eicaz, un Estado fuerte
que evite un nuevo fracaso, que en el caso catalán sería por partida
doble, según dijo el mismo Pujol, como españoles y como catalanes,
reconociendo la autonomía a todos los pueblos que lo componen.
Dos Españas en guerra civil, España una frente a AntiEspaña, las
Españas, España plural: tal es la serie que ha servido sucesivamente
no solo para deinir o identiicar a la nación, sino, y sobre todo, para
construir, o intentarlo, un Estado sostenido en la soberanía nacional
que reconoce la diversidad de los pueblos, regiones o nacionalidades
que lo componen. El destino que esperaba a esta última identidad
de España plural no estaba escrito en su acta de nacimiento, aun-
que no faltaron voces que saludaran la aparición de la criatura con
cierta preocupación por lo que pudiera depararle el futuro, cuando la
solidaridad de todos los pueblos de España, tantas veces y con tanta
emoción evocada en los debates constituyentes, quedara arramblada
ante la posibilidad de construir Estado propio por algunos de los
fragmentos del Estado común. Y esto es lo que ha ocurrido con los
partidos nacionalistas desde, al menos, 1998, fecha de la Declaración
de Barcelona que dio por agotado el pacto de 1978 y, con él, la España
plural. No estaba escrito, pero era posible que así sucediera. Cómo
sucedió y con qué resultados es ya otra historia. •

Santos Juliá es catedrático emérito de Historia Social


y Pensamiento Político. Autor, entre otros libros, de Historias
de las dos Españas, Nosotros, los abajo firmantes y Transición.

De Dos Españas a España plural 21


E N P O R TA D A

ESPAÑA :
EPISTEMOLO GÍA
Y MOR AL
El signiicante España tiene un
signiicado negativo, ya que ha sido
construido por quienes fueron
enemigos de la hegemonía que
tuvo una vez, y que se armaron de
razones para combatirla.
M A R Í A E LV I R A RO C A B A R E A

22
esde que el pensamiento ilosóico comienza a gatear

D en Occidente, la epistemología se transforma en


uno de los pilares del ediicio del pensar racional.
El otro es la ética o moral. Los caminos que van de
la una a la otra han sido mil veces recorridos por los
pensadores de nuestro mundo. Ahí es nada: de qué
manera se llega a saber lo que se sabe y cómo podemos estar seguros
de que no nos equivocamos. Desde Aristóteles a Wittgenstein estas
angustias han tropezado una y otra vez con el lenguaje, colosal creación
de la mente humana que parece exceder nuestra propia capacidad de
comprensión. El otro martillo de noria es la existencia (o no) de una
norma de conducta socialmente aceptable que al mismo tiempo no
sea destructiva para el individuo y, en consecuencia, qué es correcto
o no en el comportamiento humano.
España tiene dos problemas y el problema no es, como se ha
considerado tradicionalmente, España, que es más bien el nombre
de la solución. Uno es epistemológico y el otro es moral. Lo que
sigue es, en apretadísimo resumen, un esbozo, muy básico y casi
naïf, de esta situación ilosóicamente comprometida. La diicultad
epistemológica tiene que ver con la falta de conocimientos sobre la
realidad histórica en que este nombre consiste, o mejor dicho, en el
desequilibrio cognoscitivo. Esto ha hecho que el signiicante España
tenga un signiicado negativo, ya que ha sido construido por aquellos
que fueron enemigos de la hegemonía que España tuvo una vez y
que se armaron de razones, claro está, para combatirla. Por pura
lógica. Lo exótico hubiera sido que hubiesen peleado contra ella
dándole la razón al poder transcontinental que combatían. Hubiera
resultado irracional y suicida. Esto, en términos muy de andar por
casa, es de perogrullo. Sin embargo, nuestras élites culturales, con
algunas excepciones honrosas, han dado por buena la versión de la
historia de España que fue escrita por sus enemigos, protagonizando
así un fenómeno poco frecuente entre las naciones del mundo, a
saber, que de ti mismo solo tienes que creer aquello que airman los
que te combatieron.

23
El desequilibrio historiográico
Hay algunos hechos que resultan además de evidentes, casi simbólicos.
Por ejemplo: el de la colosal laguna historiográica que rodea el siglo
xviii. Entre la Historia general de España, de Juan de Mariana, que
vio la luz en castellano en 1601, y la de Modesto Lafuente, que fue
apareciendo entre 1850 y 1867, median dos siglos y medio en los que
nadie considera necesario acometer la tarea de contar con intención
abarcadora y global la historia de esa mole dentro de la propia España.
Este abandono del relato histórico, como se dice ahora, debe tener
un signiicado y deberíamos preguntarnos cuál es, sobre todo porque
esta desidia no afecta a otros países que sí escriben y, con mucho
empeño, historias de España. ¿Por qué? Precisamente es la Histoire
d’Espagne en nueve tomos, publicada en Francia por Charles Romey,
la que hace que Modesto Lafuente se decida a acometer una tarea
semejante. Pero a estas alturas, en la segunda mitad del siglo xix, lo
que va a ser la historia oicial de España en Occidente ha adquirido,
sin el concurso de los historiadores españoles, que pierden el partido
por incomparecencia, una coniguración determinada. Y ya no va a
sufrir grandes cambios.
Si entendemos por epistemología, como hemos hecho tradi-
cionalmente, el discurrir racional que viene a ocuparse de aquellas
circunstancias sociológicas, históricas o psicológicas que han llevado
a la adquisición de los conocimientos y de qué criterios son los que
nos permiten decidir si son válidos o no, es evidente, por todo lo
anteriormente dicho, que la historia de España tiene un problema
epistemológico, que se agrava en la medida en que ni siquiera quie-
nes podrían remediarlo tienen conciencia de él. El asunto adquiere
dimensiones colosales cuando se completa el cuadro con la vertiente
americana del problema, puesto que afecta no solo a lo que hoy
lleva el nombre de España sino a todo lo que alguna vez se nombró
así y, por tanto, implica irremediablemente a todas las naciones
hispanas, incluida la nuestra, ahora. Todas ellas están trabadas por
la herencia de una historia perversa, de un pasado del que no hay
más que avergonzarse.

24 María Elvira Roca Barea


¿Fray Bartolomé o Mendoza?
¿Qué sucede cuando se absorbe como verdad en la historia del Imperio
español aquello que fue agradable a sus enemigos? Pues, por ejemplo,
que es prácticamente imposible cuantiicar el número de las traduc-
ciones y ediciones en distintas lenguas de la Brevísima relación de fray
Bartolomé de Las Casas. En cambio, como documento histórico, no
ha recibido atención la Relación, apuntamientos y avisos que por man-
dato de S.M. di al Sr. Don Luis de Velasco1 de Antonio de Mendoza,
primer virrey que fue de México, un manual de buen gobierno que el
bisnieto del Marqués de Santillana escribió para su sucesor. Es más.
Si usted sale a la calle y pregunta a veinte personas con educación
superior quién era fray Bartolomé de Las Casas es muy posible que
lo sepan, pero si hace lo mismo con don Antonio de Mendoza le va
a costar encontrar a alguien, incluso entre quienes han estudiado
historia, que le responda correctamente. Aquí es donde pasamos de
la epistemología a la moral, porque lo que acabamos de describir es
tanto un problema epistemológico como moral. Se ha seleccionado,
por circunstancias históricas perfectamente conocidas y compren-
sibles, solo una parte de las miles de realidades que tejieron la vida
de ese imperio, ocultando o simplemente ignorando aquellas que
pudieran presentarlo bajo una luz menos desfavorable. La selección
epistemológica sirve de prueba a la condena moral que la historia de
España lleva sobre sí desde hace cientos de años.
En el siglo xviii los españoles de ambos hemisferios, por emplear
la expresión usada por la Constitución de Cádiz, comienzan a consu-
mir historia y opiniones sobre ellos fabricadas por otros. En la corte,
la Ilustración a la francesa, con el cambio de dinastía, arrincona a la
española. En España hay afrancesados, singular circunstancia que no
se da casi en ningún país de Europa. Después de dos siglos de condena
moral vinculada al ejercicio de la religión con el protestantismo, viene
la condena deinitiva, aquella de la que los españoles no pudieron

1 Lewis Hanke y Celso Rodríguez (eds.), Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la
casa de Austria: México, 5 volúmenes, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid: Atlas, 1976-1978,
vol. 1, 1976, págs. 38-57.

España: epistemología y moral 25


reponerse: la de la Diosa Razón que camina del brazo aterciopelado de
un francés. Desde entonces, todo español que quiera estar en el lado
de la integridad moral abominará de España y su pasado o procurará
no defenderlo demasiado, ya que esto signiicaría que es un defensor
de la intolerancia y la barbarie.

Cultivando el victimismo
Declararse víctima de España ha sido muy rentable, como mínimo,
políticamente. En los dos lados del Atlántico y desde hace mucho
tiempo. Que lo que haya venido después a esas víctimas, tras liberarse
de las crueles garras del verdugo, haya sido una catástrofe tras otra no
importa para el caso, porque España tiene tal capacidad para asumir
culpas que puede hacerlo post mortem.
Lo verdaderamente asombroso de esto es cómo con semejante las-
tre han conseguido los españoles mantener a lote su país y el esfuerzo
tremendo que esto demanda generación tras generación. Convivir
con una llaga moral es muy difícil y exige grandes dosis de energía
adicional. Así es. Y es fácil de entender. La moral es, como dijimos, la
norma de conducta que determina qué comportamiento es aceptable
o no, de tal manera que podemos decir que lo que ha hecho fulano
o mengano es moral o inmoral. Pero moral es también una forma de
reciedumbre, de espíritu combativo que hace que cuando saltamos
al terreno de juego bajos de moral, ya casi puede decirse que hemos
perdido. El español no se deiende. Se limita a resistir. Y lo hace bien,
puesto que todavía, e inexplicablemente, sigue siendo difícil su extin-
ción, pero va lastrado por una debilidad que en forma de tolerancia
excesiva es aprovechada una y otra vez por los señores feudales. En
España los hay y con buena salud desde el siglo xix. En la América
hispana también. Esta excesiva tolerancia con los señoritos regionales
hizo que en la Transición se creara una estructura territorial para el
Estado cuyo único propósito era en aquel entonces dar contento a
algunos catalanes, algunos vascos y menos gallegos. Después de 40
años ha resultado que el régimen de las autonomías ha terminado
llevando al país a una crisis sin precedentes desde la II República, una

26 María Elvira Roca Barea


crisis existencial. Atrincherados en su cortijito autonómico, políticos
de segunda viven para dar justiicación a su existencia. Esto es casi
inevitable, como ya vio Bakunin en su momento. Las instituciones,
una vez creadas, dedican gran cantidad de calorías a la alimentación
de sí mismas.
Y de nuevo tropezamos con la epistemología. Los departamentos
de historia de las universidades se han convertido en demasiadas oca-
siones en creadores de versiones autojustiicativas de las distintas taifas.
El cultivo del hecho diferencial por oposición a lo español ha llevado a
versiones delirantes de la historia de España, convertida en un deslecado
en el que solo se destaca aquello que justiica la existencia autonómica,
con acomodaciones ad hoc, que en sus versiones más extremas ha lle-
vado a desterrar de varias regiones, tanto en la educación como en la
administración, la lengua común. Lo milagroso de esto es cómo resiste
el proyecto de vida política que llamamos España sin que sea posible
determinar a primera vista qué es lo que lo alimenta.
La versión autonómica de la historia de España tiene como obje-
tivo fundamental la “recuperación” de aquella parte, que es la ver-
dadera y la buena (moralmente) que nos fue hurtada por la siempre
invasora y destructiva España. Lo español parece extranjero en todas
partes. Así los del Sur andan a tontas y a locas cultivando el mito
de Al-Andalus como paraíso perdido destruido por la intolerante
España católica. Los veranos se han llenado de celebraciones a las
lunas moras subvencionadas y los departamentos universitarios culti-
van la idea que niega la invasión árabe de 711. Nunca nos invadieron.
Nos convertimos al Islam porque quisimos. Los que sí nos invadieron
fueron los castellanos, etcétera.
Es una pena abandonar el terreno de disciplinas tan nobles y her-
mosas como la epistemología y la moral para acabar con otra mucho
más pedestre, como es la del dinero. Pero había que llegar aquí antes o
después. Abonar y adornar la idea de la España destructora les resulta
rentable a muchos. A demasiados. Nuestra clase política tiene coloca-
dos a la mayor parte de sus “efectivos” en las trincheras autonómicas y
todos los que de ellas viven tocan la misma melodía, sean del partido

España: epistemología y moral 27


que sean. Hace unos meses se celebró en el parlamento gallego la inal
de un torneo de debate escolar. No se podía debatir en castellano.
Gobierna allí la derecha desde hace mucho. Por lo tanto, hay que
reconocer que este es un contagio transversal y al margen de todas
las ideologías con siglas en el mercado.
Nos estamos enfrentando a un problema que llevará décadas
solucionar. Y nada de lo que se haga servirá si no acometemos la
tarea importantísima de exigir a nuestros partidos una modiicación
radical del régimen de las autonomías. Hasta que no se conjure el
peligro de haber dado cobertura legal y económica a toda tendencia
disgregadora que aparezca en el horizonte, los esfuerzos de millones
de españoles por conservar la unidad constitucional del país son
penas de amor perdidas. •

María Elvira Roca Barea es profesora de Lengua Castellana


y Literatura en la Enseñanza Media. Colaboró en proyectos
de investigación en el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas y en la Universidad de Harvard. Autora de
Imperiofobia y leyenda negra.

28 María Elvira Roca Barea


E N P O R TA D A

¿ E S E SPAÑA
UNA NACIÓN?
La pregunta es absurda. España es
un grupo humano unido por nexos
históricos, sociales, políticos, y
económicos, que habita un territorio
deinido, se rige por las mismas leyes,
y se gobierna por un mismo Estado,
por voluntad mayoritaria regular y
democráticamente manifestada.
GA B R I E L TORT E L L A

30
a pregunta parece absurda. Nadie fuera de España se la

L plantearía. Aquí no nos preguntamos si Alemania es


una nación, o si lo son Italia, o Grecia, por ejemplo, de
orígenes mucho más recientes. En cambio nos pregun-
tamos incesantemente si nosotros, España, que, según el
criterio que se use, es la nación más antigua del mundo,
constituimos una nación. La pregunta no sólo parece absurda, sino
que lo es; sin embargo, hoy es un tema candente precisamente en
España y parece oportuno dedicarle algunas consideraciones.

Los inicios
Hay razones para ijar la fecha fundacional de España como nación
en 1479, el año en el que, al acceder Fernando, a la sazón rey consorte
de Castilla, al trono de Aragón por la muerte de su padre, Juan II,
quedaron unidas matrimonialmente las coronas de ambos reinos,
unión a la que ya los coetáneos daban el nombre de España.
Pero existen numerosos antecedentes. Desde la Antigüedad se
daba el nombre de Hispania o Iberia a lo que hoy llamamos Penín-
sula Ibérica. Bien es verdad que esta bien delimitada entidad geo-
gráica no estuvo uniicada políticamente ni en la Prehistoria ni en
la Antigüedad; pero sí lo estuvo tras la caída del Imperio Romano,
formando el inestable pero duradero Reino Visigodo. El recuerdo
de esta unidad política pervivió a su conquista y destrucción por
los pueblos musulmanes llegados de África a comienzos del siglo
VIII. Los musulmanes nunca controlaron toda la península, y con
ellos coexistieron núcleos cristianos que pronto formaron pequeños
reinos y condados donde se mantuvo el recuerdo del reino visigó-
tico y el deseo de restaurarlo. A lo largo de la Edad Media, espe-
cialmente a partir de año 1000, el proceso de reconquista cristiana
se realiza con la memoria y el propósito de recomponer la unidad
hispánica lograda por los visigodos. Es el período en el que España
se considera como una envolvente que comprende a los diversos
reinos de la Península, de modo que el cronista catalán, Bernat
Desclot, narrando la batalla de las Navas de Tolosa (1212), nos dice

31
En el siglo xvii, que, después de la victoria cristiana,
el Conde-Duque “el rey de Aragón y los demás reyes de
de Olivares España volvieron cada uno a su tierra”.
proponía a No tiene nada de extraño, por tanto
Felipe iv ‘el que, en el siglo xv, reducida la penín-
hacerse rey de sula a los “cinco reinos”: Castilla-León,
España’, pero en Aragón, Portugal, Navarra y Granada,
el malhadado Castilla-León, que es la mayor unidad
año de 1640, con y además la más central, se proponga
las rebelionesen uniicar la península en una sola uni-
Cataluña y dad política con el nombre de España.
Portugal, estos Esta es indudablemente la idea de Isa-
planes se vinieron bel I, que decide por su libre voluntad,
abajo y huboque y contradiciendo los planes de su her-
esperar a un mano, Enrique IV, casarse con el here-
Borbón: Felipe V dero del trono de Aragón, Fernando,
y, ambos de acuerdo, gobernar los dos
reinos como si se tratase de uno solo
en muchos aspectos, como el religioso y el militar.
La uniicación de España, por tanto, se lleva a cabo por el simple
matrimonio de los dos príncipes, que pronto serán reyes. Se plan-
tea sin embargo una cuestión importante: si la unión de Castilla y
Aragón da lugar al reino de España, ¿por qué no se titularon Isabel
y Fernando Reyes de España, como algún consejero propuso? No se
sabe exactamente por qué Isabel y Fernando no se titularon nunca
así. Una razón pudo ser que ellos no consideraron que el binomio
Castilla-Aragón constituyera enteramente España. En ello, literal-
mente, tenían justiicación. Quedaban tres reinos más en la Penín-
sula Ibérica: Portugal, Navarra y Granada. Bien es verdad que, de
una parte, Castilla-León, por ser el reino más grande, el más central,
y el que comprendía el reino de Asturias, que se suponía ser el que
más directamente entroncaba con la legitimidad visigoda (a través
de Don Pelayo), era el que más se identiicaba comúnmente con
la añorada España. Y también es verdad, de otra parte, que ambos

32 Gabriel Tortella
monarcas persistieron en su política de uniicación, conquistando
Granada, en vida de Isabel, y Navarra ya después de la muerte de
ésta. Además, casaron a dos de sus hijos, Isabel y Juan, con príncipes
portugueses con el in de obtener la ansiada unidad peninsular. Hay
que recordar, también, que si bien Isabel y Fernando se negaron a
llamarse reyes de España, eran tenidos como tales por los contem-
poráneos, notablemente Maquiavelo, quien repetidamente llama a
Fernando “rey de España” en El príncipe. Y que, aunque los Reyes
Católicos no lograron la unidad peninsular, al cabo su política dio
sus frutos cuando en 1580 su bisnieto, Felipe II, se proclamó rey
de Portugal. ¿Hubiera debido Felipe proclamarse entonces Rey de
España? Posiblemente; el caso es que tampoco lo hizo, quizá para
no herir susceptibilidades en Portugal.
También es de recordar que ya en 1492 Colón había dado a la
isla donde se estableció el primer asentamiento europeo en Amé-
rica el nombre de Isla Española, que pronto se abrevió a Española
o Hispaniola; y que Hernán Cortés dio a los territorios conquis-
tados a costa del Imperio Azteca el nombre de Nueva España, que
fue oicialmente reconocido en 1535 al crearse el Virreinato con
ese nombre, que comprendía todas las conquistas españolas en el
hemisferio norte del continente americano. Todo ello revela que el
nombre y concepto de España estaban irmemente arraigados en las
mentes de los exploradores y conquistadores de América que lleva-
ban a cabo sus acciones en nombre de los Reyes Católicos primero
y de sus sucesores más tarde.

Del absolutismo al despotismo ilustrado


En el siglo xvii, el Conde-Duque de Olivares, en el hoy famoso
Gran Memorial (1624), proponía a Felipe IV “el hacerse rey de
España” y gobernar sus posesiones peninsulares como un solo reino,
porque “la división presente de leyes y fueros enlaquece [el] poder
[del rey] y le estorba el conseguir” sus ines. Pero en el malhadado
año de 1640, con las rebeliones en Cataluña y Portugal mientras
continuaba con grandes diicultades la guerra en los Países Bajos,

¿Es España una nación? 33


todos estos planes se vinieron abajo y hubo que esperar a un rey
de la dinastía Borbón, Felipe V, para que por in el rey de España
se proclamara y obrara realmente como tal. Señalaba Olivares tres
“caminos” para conseguir la unión de los reinos hispánicos, caminos
que en realidad eran dos: el primero, ir procurando atraer a la Corte
y el gobierno a los notables de los otros reinos peninsulares por
medio de matrimonios y de “la admisión a los oicios y dignidades
de Castilla”, de modo que “con beneicios y blandura” se fueran
uniicando las clases dirigentes de todo el reino. El problema de este
camino “blando” era la lentitud. El otro camino, más expeditivo,
era intervenir en uno de los reinos periféricos incluso provocando
“algún tumulto popular grande [para,] como por nueva conquista,
asentar y disponer las leyes en la conformidad de las de Castilla y
desta manera irlo ejecutando en los otros reinos”.
Es interesante señalar que, aunque la rebelión de los segadores en
Cataluña (1640-52) brindó a Felipe IV el “tumulto popular grande”
que reclamaba Olivares, el rey, muerto ya el valido, no aprovechó la
ocasión y, en aras de la concordia, conservó los fueros de Cataluña.
Pero, sin embargo, el primer rey Borbón, Felipe V, sí aprovechó la
nueva ocasión que sus súbditos aragoneses medio siglo más tarde
le brindaron, al rebelarse y apoyar al pretendiente archiduque Car-
los de Austria en la Guerra de Sucesión (1702-15). Los decretos de
Nueva Planta, aplicados en los reinos de Aragón durante la Guerra
de Sucesión, dispusieron la mayor parte de las leyes en esos reinos “en
la conformidad de las de Castilla”, como había propuesto noventa
años antes el Conde-duque.
Al comenzar el siglo xviii, como al comenzar el xvi, quienes
no tenían la menor duda de la existencia de España y de la nación
española eran los extranjeros, en este caso nada menos que Luis
xiv quien, al saber que su nieto, Felipe de Anjou, había sido desig-
nado sucesor en el testamento de Carlos II, convocó a su familia
y a sus colaboradores más próximos, junto con el embajador de
España, marqués de Castell Dos Rius, y mostrándoles a su nieto
Felipe, les dijo:

34 Gabriel Tortella
Señores, he aquí al rey de España. Por su nacimiento le correspondía
esta Corona. El difunto monarca, en su testamento, le señala como
heredero de ella. Espérale impaciente la nación española, que ha pedido
con insistencia que reine y conduzca sus destinos…

Las cursivas son mías y ponen de relieve que para el Rey Sol la exis-
tencia de la nación española no ofrecía ninguna duda. Pero es intere-
sante señalar cómo la rebelión de Aragón, y en especial la encarnizada
resistencia catalana durante la Guerra de Sucesión, dieron pretexto al
nuevo rey para seguir los consejos que el Conde-duque de Olivares
había dado a su antecesor. Conviene poner de relieve que tanto para
el Conde-duque como para el mismo Felipe V, las leyes de Castilla
eran más eicientes que los fueros de los otros reinos y aunque éstos
considerasen la abolición de sus fueros como un castigo, el rey pen-
saba, acertadamente, que a la larga iba a redundar en beneicio de
Aragón. Una medida eicaz de uniicación del reino de España fue la
abolición de las llamadas prohibiciones de extranjería, según las cuales
no se nombraban cargos públicos en un reino a los naturales de otros
reinos. El decreto que abolió estas prohibiciones decía textualmente;
“en mis reinos las dignidades y honores se conieren recíprocamente a
mis vasallos por el mérito y no por nacimiento en una u otra provincia
de ellos”. Esto ya lo había preconizado Olivares, con expresión un tanto
barroca, al recomendar al rey “introducir […] acá y allá ministros de
las naciones promiscuamente.”
De este modo, con la accesión al trono de Felipe V en 1700, y,
sobre todo, tras rebelarse contra él sus vasallos forales, la cohesión de la
nación española experimentó un fuerte impulso. Puede decirse así que
a los foralistas aragoneses (lo cual incluye, señalada y conspicuamente,
a los catalanes) les salió el tiro por la culata. Es muy posible que, de
no haberse rebelado éstos, Felipe V hubiera sido mucho más cauto
en la uniicación del reino de España, porque a las provincias forales
que quedaban, las vascas y Navarra, les mantuvo intactos los fueros.
No parece probable que Felipe V trajese de Francia un plan
trazado para el gobierno de España, ni que llegase a conocer el

¿Es España una nación? 35


España se Gran Memorial de Olivares. Fueron
proclama nación sin duda las circunstancias las que le
en una situación movieron a centralizar y reformar la
anómala y estructura gubernativa de España. De
revolucionaria, un lado, siendo extranjero y, especial-
al sublevarse mente, francés, él no debía concebir
contra la invasión a España como un conglomerado de
francesa. La reinos, sino como uno solo; y además
Carta de Bayona sin duda comprendía las ventajas del
de 1808 y la gobierno centralizado. De otro lado,
Constitución de la circunstancia imprevisible de la gue-
1812 emplean rra de Sucesión a la larga le ayudó a
la expresión llevar a cabo una política centraliza-
‘nación’ para dora. Y en tercer lugar, hay un factor
referirse a España más, externo, importante. En la Europa
del siglo xviii el contraejemplo de la
monarquía parlamentaria británica
debió estar siempre presente. El caso británico probaba que se podía
gobernar con el pueblo; e incluso más, que éste podía destronar
(y ejecutar) al rey en caso de grave enfrentamiento. La tradicional
justiicación del origen divino de la realeza fue gradualmente sus-
tituida por el despotismo ilustrado: el rey debe gobernar siempre
persiguiendo la felicidad de sus súbditos. El refuerzo del nexo entre
el soberano y la nación fue buscado por los monarcas europeos y en
España, claro, por Felipe V y sus sucesores.
No sólo gobernaron España como un todo, sino que reformaron
la administración en la Península y también en América, sustitu-
yendo los tradicionales Consejos (de Castilla, de Aragón, de Indias,
etc.) por un sistema de Secretarías que constituye el antecedente
inmediato de los Consejos de Ministros modernos. Además se crea-
ron una serie de organismos de ámbito nacional, como la Academia
de la Lengua Española (1713) y otras varias academias, o el Banco
Nacional de San Carlos (1782), que contribuyeron a fomentar el
sentimiento unitario.

36 Gabriel Tortella
La nación moderna y los nacionalismos
La nación moderna nace de manera consciente a finales del siglo
xviii, con las revoluciones americana y francesa. Frente a la legi-
timidad monárquica tradicional, nace con estas revoluciones una
legitimidad nacional o popular, siendo ambos términos (nación y
pueblo) casi sinónimos. España se proclama nación también en una
situación anómala y revolucionaria, al sublevarse contra la invasión
francesa durante las guerras napoleónicas. Tanto la Carta otorgada
de Bayona de 1808 como la Constitución de Cádiz de 1812 emplean
la expresión “nación” refiriéndose a España, aunque la Constitución
lo hace de manera mucho más enfática y reiterada. Su Título Pri-
mero trata “De la Nación española y de los españoles”, su artículo 2º
proclama que la Nación “no es ni puede ser patrimonio de ninguna
familia ni persona” (lo cual es un rechazo explícito a la concepción
tradicional, patrimonialista, de la monarquía), y el 3º afirma que
“La soberanía reside esencialmente en la nación.” A partir de enton-
ces, aunque las constituciones y las leyes cambiaran, como hicieron
aquí con excesiva frecuencia, el principio nacional no fue ya nunca
abandonado en las Constituciones.
Con todo, una cosa es la letra de la ley y otra su aplicación
real. El atraso de la sociedad española durante el siglo xix (baja
renta, baja tasa de alfabetización, deficiente red de transportes,
débil aparato estatal) contribuyó muy poco a la cohesión nacional.
La conciencia nacional fue débil. España se desgarró en guerras y
revoluciones mientras en las regiones más desarrolladas se incu-
baba el micronacionalismo. Las guerras carlistas en el País Vasco y
Cataluña ensangrentaron las décadas centrales del siglo y aunque la
Restauración canovista (1875-1897) pareció resolver estos pro-
blemas, los nacionalismos catalán y vasco hicieron su aparición a
finales de siglo, estimulados por las disparidades regionales y por
la pérdida de las últimas colonias en 1898. Se inició así una pugna
fluctuante entre los nacionalismos regionales y el Estado central
que terminaría por convertirse, en los inicios del presente siglo, en
el mayor problema político de la España democrática.

¿Es España una nación? 37


BIBLIOGRAFÍA

Enric Prat de la Riba es el


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Tortella, G., García Ruiz, J. L., Núñez, C. E.,
histórico de muy difícil (y
Quiroga, G. (2016), Cataluña en España. Historia y
mito, Madrid: Gadir.
dudosamente deseable) vuelta
atrás. En todo caso, lo que
parece indudable es que el
auge de los nacionalismos vasco y catalán (el gallego es mucho más
débil) se debe en gran parte a las disparidades económicas y sociales
entre estas comunidades y el resto de España, disparidades que alcan-
zaron su punto máximo en la primera mitad del siglo xx.
Pero hoy las cosas han cambiado. Las disparidades regionales
han disminuido entre nosotros en la segunda mitad del siglo xx
y la convergencia ha proseguido en el xxi. Con todos sus problemas
–no son los menores las secuelas de un separatismo trasnochado–,
España es hoy una nación reconocida y respetada, miembro de la
UE, de la ONU y de toda clase de organismos internacionales, que
además forma parte de la comunidad hispano-, ibero-, o latinoame-
ricana. Al fin y al cabo, al contrario de lo que afirmaba Prat, una
nación no es “una comunidad natural, necesaria, anterior y supe-
rior a la voluntad de los hombres, que no pueden deshacerla ni cam-
biarla”; es un ente convencional, producto de la voluntad de los seres
humanos. España es un grupo humano unido por nexos históricos,
sociales, políticos, y económicos, que comprende una serie de regio-
nes que forman parte de ella desde hace más de cinco siglos. Este

38 Gabriel Tortella
grupo humano, diverso pero unido, habita un territorio definido,
se rige por las mismas leyes, y se gobierna por un mismo Estado,
por voluntad mayoritaria regular y democráticamente manifestada.
Este grupo humano está reconocido como tal nación por las otras
naciones y por prácticamente todos los organismos supranaciona-
les. España reúne todos estos requisitos: por lo tanto, es una nación;
y dejará de serlo cuando estos atributos o requisitos desaparezcan. •

[Agradezco a Clara Eugenia Núñez el haber leído atentamente este artículo


y haber hecho sugerencias muy atinadas.]

gabriel Tortella es Catedrático emérito de Historia


Económica. Libros recientes: Cataluña en España. Historia y mito
(coautores: J. L. García Ruiz, C. E. Núñez, y G. Quiroga)
y Capitalismo y Revolución.

¿Es España una nación? 39


E N P O R TA D A

REIVINDICAR
LA NACIÓN
ESPAÑOLA,
EN LEGÍTIMA
DEFENSA
Es hora de romper los clichés
impuestos por los nacionalistas,
superar complejos, defender
lo que nos une y hablar y actuar
a favor de España.

RO S A DÍ E Z

40
N
o necesito hacer ningún tipo de apelación histó-
rica para plantear el debate sobre la España real ni
creo necesario tratar de justiicar aquello que ya está
acreditado. Soy una ciudadana española que vive
en un estado democrático y de Derecho que forma
parte de la Unión Europea, un proyecto político
que los legisladores del Parlamento Europeo deinieron para el texto
de su Constitución como “un espacio especialmente proclive para la
esperanza humana”. A mí me parece irrelevante en términos políticos
y democráticos, aunque tenga interés académico, el debate alrededor
de las fechas que avalen los siglos de vida de esta nación llamada
España; para hablar de la España de hoy no necesitamos remontarnos
más allá de nuestra propia historia. Lo que me parece importante y
necesario es defender el país en el que vivimos, una democracia plena
que hemos construido a pulso a partir del sufrimiento, la generosidad
y la perseverancia de nuestros mayores, sobre todo de aquellos que
perdieron su juventud en una confrontación entre hermanos, que se
juramentaron para que eso no volviera a ocurrir y quisieron legarnos
un país en el que la luz se abriera paso entre las tinieblas.
Sé lo que supone pasar de ser súbdito a ser ciudadano porque soy
de una generación que nació durante la dictadura y pasé una gran parte
de mi adolescente juventud soñando con que algún día viviría en un
país que no fuera “diferente” de los países democráticos de nuestro
entorno… sin tener que marcharme de España para poder disfrutar
de derechos y libertades.
Como además he nacido y vivido siempre en el País Vasco sé tam-
bién lo que signiica estar siempre “desubicada”, no estar ahormada con
el entorno: he sido mala española durante los 25 primeros años de mi
vida porque no era franquista y mala vasca el resto de ella porque no
soy nacionalista. Total, que me he pasado toda la vida deseando vivir
en una sociedad normal –no normalizada– sin tener que marcharme
de mi tierra, ni de España ni de Euskadi.
Aunque todas las democracias son mejorables y siempre hay un
camino por recorrer para garantizar la efectividad que los derechos

41
y las leyes nos otorgan –libertad, igualdad, justicia social, Estado de
Bienestar– felizmente hoy vivimos en una democracia plena cuyas
leyes, empezando por nuestra Constitución, son homologables con
las más avanzadas del mundo. Por eso ya no tengo que envidiar a
la democracia alemana, sueca, francesa o italiana; pero, ¡ay!: ahora
tengo envidia de los alemanes, suecos, franceses o británicos porque
ellos no tienen complejos para demostrar que ¡¡aman y respetan a su
nación!!. Les envidio porque su sentido patriótico –ese patriotismo
constitucional en el que el nacionalismo es sustituido por los valores
de la constitución democrática– hace que su país sea más fuerte y los
derechos de su ciudadanía estén mejor protegidos.
Blas de Lezo, el insigne almirante español (guipuzcoano, para más
señas) dejó acuñada una frase que explica de manera precisa como
ha llegado la nación española a esta delicada situación: “Una nación
no se pierde porque unos la ataquen, sino porque quienes la aman
no la deienden”.
La pérdida de identidad nacional del país democrático y consti-
tucional, de España, no es responsabilidad de los nacionalistas sino
de quienes no siéndolo no hemos hecho lo necesario para defender
la nación y lo que ella representa en términos de derechos y valores
compartidos. Durante el periodo democrático más largo de nuestra
historia hemos sucumbido a todos los falsos dilemas que nos han
servido los nacionalistas y hemos abandonado la defensa y reconoci-
miento de lo sustancial: la unidad de la nación democrática deinida
en la Constitución del 78 es un instrumento imprescindible para
garantizar la igualdad entre ciudadanos españoles.
La falta de pedagogía y la corta historia de nuestra democracia ha
provocado que se llegue a confundir la diversidad de nuestro país y
sus regiones con el pluralismo político, que no es una característica
cultural, geográica o idiomática que puede ser muy enriquecedora,
sino la base misma de la democracia. Hemos confundido descentrali-
zación con democracia, hasta el punto de que hay quien sostiene que
es más democrático un Estado que adopte un modelo federalizante
que otro cuyo modelo sea centralista, jacobino. Aplicando esa teoría

42 Rosa Díez
llegaríamos a la absurda conclusión de que los derechos democráticos
están más y mejor garantizados en Venezuela que en Francia, pero esa
comparación parece no importarle a nadie.
Tanto escuchar las solamas nacionalistas –que sí tienen un pro-
yecto de país basado en la persuasión emocional y sostenido en el
tiempo– hay quienes han llegado a confundir el patriotismo, una
actitud propia de ciudadanos, con el nacionalismo, que es el compor-
tamiento propio de los ieles de una secta o doctrina. El nacionalismo
es la reivindicación del egoísmo en nombre de un pretendido colectivo
(el pueblo catalán, el pueblo vasco…), la defensa de lo propio (la tribu)
frente a lo de todos que, para un nacionalista, siempre son los otros. El
patriotismo es cosa seria, se ejerce en defensa de lo común, de los valores
compartidos. El patriotismo constitucional no se ejerce contra nadie;
el nacionalismo necesita un enemigo para cohesionarse y sobrevivir.
Pero el mayor drama de España es que durante estos cuarenta
años de democracia los partidos que han gobernado alternativamente
nuestro país nunca han pensado sobre la nación, no han elaborado un
relato que vertebre y refuerce el cuerpo político, un proyecto capaz de
unirnos a todos los ciudadanos españoles. En cada región de España
en la que hay nacionalismos coexisten de facto dos naciones. Pero
mientras una de ellas (la nacionalista) tiene adeptos que alimentan
de forma permanente el mito, la otra, la nación de verdad, la nación
que nos reconoce derechos de ciudadanía, no tiene a nadie que hable
en su nombre. Durante décadas se ha dejado todo el espacio a los
nacionalistas, lo que ha resultado muy estructurante para ellos y demo-
ledor para la cohesión de todos los españoles. El resultado es que la
excepcionalidad de las nacionalidades ha debilitado al conjunto de
España sin mejorar la democracia.
José Miguel Fernández Dols recordaba en el libro A favor de
España unas palabras de Dolores Ibarruri, La Pasionaria, entresaca-
das de un discurso que pronunció en Barcelona en noviembre de
1938 para agradecer a los brigadistas internacionales su apoyo a la
República: “De todos los pueblos y todas las razas vinisteis a nosotros
como hermanos nuestros, como hijos de la España inmortal”.

Reivindicar la nación española, en legítima defensa 43


Se requiere Cualquiera que hoy pronunciara
mucha pedagogía esas palabras en España sería tachado
para explicar inmediatamente de fascista. Resulta
tras años de paradójico, pero podría decirse que el
intoxicación éxito póstumo de Franco reside en que
y de ausencia de aun hoy en día la apelación al patrio-
un discurso de tismo sigue identiicándose con el fran-
país, que defender quismo que se apropió de una retórica
la nación no nacional que nunca antes fue mono-
es defender el polio de los partidos nacionalistas o de
territorio sino derechas.
la igualdad de Otro elemento clave que nos per-
derechos de las mite entender la ruptura de la inci-
personas que piente comunidad política española es
lo habitan la Educación. Explicaba Barbara Loyer
en una magníica entrevista publicada
en elasterisco.es que la nación francesa
se consolidó gracias a la derrota contra Alemania en la guerra franco
prusiana de 1871 porque los políticos franceses de aquella época lle-
garon a la conclusión de que quienes realmente habían ganado la
guerra fueron los profesores alemanes que habían formado soldados
patriotas. De esa convicción se deriva el modelo centralizado del sis-
tema educativo francés.
El caso español es justamente el contrario. En los primeros años
de la democracia los partidos políticos y prescriptores de opinión en
general – unos por complejos y otros por desidia o cálculo– cayeron
en la trampa nacionalista de creer que cuanta más descentraliza-
ción más y mejor democracia. Recuerdo aún algunos debates que
mantuve con Zapatero en la Legislatura del 2008 al 2011. Cuando
yo defendía la necesidad de reforma de la Constitución para que
el Estado recuperara algunas competencias básicas para garantizar
la igualdad, tales como la Educación y la Sanidad, él se empeñaba
en convencerme de que esas propuestas eran “retrógadas y muy de
derechas” pues, según él, España había progresado gracias al modelo

44 Rosa Díez
autonómico. Resultaba inútil explicarle que la diferencia entre el
periodo previo al 78 y la España moderna no estriba en el modelo
centralista anterior y el descentralizado deinido por nuestra Cons-
titución, sino en que antes había una dictadura y ahora hay una
democracia.
Y es que la izquierda compró de forma inexplicable el discurso
nacionalista que equiparaba interesadamente dictadura con centra-
lismo, y la derecha, acomplejada, nunca se atrevió a plantear el debate
conceptual. Y por eso los dos partidos que han gobernado España
se empecinaron en transferirlo todo, incluso aquello que no estaba
deinido en la CE como competencia autonómica; es el caso de la
Educación, la clave de bóveda de todo este despropósito en el que se
ha convertido España. Piensen que allá donde hay nacionalistas, la
escuela es nacionalista; ellos sí han comprendido el valor estratégico
de lo que sostiene Ernest Gellner en Naciones y Nacionalismo: el orden
social del nacionalismo del siglo xx ya no descansa en los verdugos,
sino en los maestros. Y lo han llevado a la práctica.
La descentralización en materia educativa ha traído como con-
secuencia que en España coexistan diecisiete sistema educativos
que no solo no educan con el nivel de calidad exigible a cualquier
país con autoestima, sino que no tienen en común ni el 20% de los
currículos. Hoy es más difícil mover a un niño entre comunidades
autónomas españolas que transferir un expediente académico desde
un instituto de Berlín a uno de Roma. Y lo mismo puede decirse
de la movilidad entre el profesorado: los mejores (y los peores) per-
manecen anclados allá donde iniciaron sus carreras profesionales.
De nada les sirve su experiencia, su capacidad o sus éxitos docentes,
lo que provoca no solo una injusticia personal sino un despilfarro
de conocimiento que ninguna sociedad medianamente inteligente
su puede permitir. Si a esta circunstancia le añadimos que en los
lugares en los que la educación depende de los nacionalistas esta
se cimenta en base a la mentira y el engaño, en sustituir la realidad
por el mito, en implantar el espíritu nacional a través de un cuerpo
docente con un fuerte sesgo ideológico y en fomentar el odio a

Reivindicar la nación española, en legítima defensa 45


todo lo español, habremos cerrado el círculo diabólico y podremos
entender mejor cómo hemos llegado a una situación en la que la
imagen de la España real se desdibuja y el vacío que deja es ocupado
por el esencialismo nacionalista y sus falacias.
Enderezar esta situación requeriría una actuación concertada de
todos los poderes del Estado a partir de la toma de conciencia sobre el
papel estratégico que ha jugado la Educación en manos de los nacio-
nalistas. Desde que tengo memoria recuerdo que cada vez que hay
un cambio de Gobierno se apela a la necesidad de un pacto educa-
tivo. Parece que nadie quiere comprender que es imposible lograr un
pacto educativo que garantice la calidad y la permanencia de la norma
mientras haya diecisiete sistemas educativos, diecisiete jefes de die-
cisiete chiringuitos dispuestos a formar a sus propios “nacionalistas”.
Es imposible hacer pedagogía democrática y desarrollar un pensa-
miento sobre la nación española como garante de derechos comunes
a todos sus ciudadanos mientras pervivan estos diecisiete reinos de
taifas. Es imposible garantizar que los padres puedan educar a sus
hijos en la lengua común mientras desde las distintas fuerzas polí-
ticas (incluidas las llamadas constitucionalistas) se considere que la
respuesta a la “normalización en la lengua propia” (llamando así a la
que es autonómica) consiste en educar en tres idiomas, una propuesta
cobarde y acomplejada del tipo de todas las que nos han conducido
hasta aquí, que no tiene en cuenta que el español no es una lengua más
sino la lengua del Estado, la que nos permite a todos los ciudadanos
participar en todos los asuntos que nos competen a todos.
Nada más cohesionador y más igualitario que la Educación; por
eso para formar ciudadanos y para progresar en calidad educativa
es imprescindible recabar para el Estado la competencia exclusiva e
indelegable en materia educativa. Lamentablemente esto es algo que
hoy no deiende nadie desde las instituciones pero resulta esencial
para combatir los mitos del nacionalismo y denunciar la perversión
del lenguaje que lo invade todo desde la más tierna infancia.
El nacionalismo es insaciable, y el sentimiento nacionalista es un
pozo sin fondo. Creo que es urgente que dejemos de pensar en lo que

46 Rosa Díez
ellos hacen y nosotros, ciudadanos españoles sin tribu reconocida,
tomemos la iniciativa para garantizar la unidad de la nación como
instrumento imprescindible para garantizar la igualdad de derechos
de todos los españoles.
Hablemos de la nación para superar el nacionalismo. Hablemos
como españoles, no solo ni principalmente como vascos, gallegos,
catalanes, madrileños, leoneses, malagueños… Cada uno de nosotros
somos vecinos de algún lugar de España, pero todos nosotros somos
ciudadanos españoles. La vecindad es accidental; la ciudadanía nos la
hemos tenido que pelear para plasmarla en una Constitución demo-
crática que aprobamos en el año 1978. Yo soy vecina de Euskadi, pero
soy ciudadana de España; y eso no me hace ni mejor ni peor que a
cualquiera de mis conciudadanos, aunque, dicho sea de paso, me per-
mite disfrutar de algunos privilegios que otros españoles no tienen.
Organicémonos para oponernos a quienes quieren levantar muros más
altos y trazar nuevas fronteras entre conciudadanos. Desmontemos
la mítica apelación nacionalista a “los derechos del pueblo”, que no es
sino una expresión del egoísmo de los que tienen más. Dejemos de ser
ese país estrambótico en el que hay quien piensa que la aplicación de
las leyes depende de lo que haya votado la gente. Defendamos con el
derecho y la ley la cohesión de la nación española, patria de ciudada-
nos libres e iguales; porque una nación no se cohesiona en base a los
sentimientos o las emociones, eso queda para las tribus. Defendamos
el imperio de la ley, nada más que la ley, pero toda la ley y aplicable
a todos los ciudadanos.
La Constitución se puede y se debe cambiar para mejorarla, no
para retocar los artículos que podríamos denominar sagrados, aquellos
que nos reconocen los derechos fundamentales a todos los españoles
por el mero hecho de serlo. No caigamos en la trampa de creer que
hay que adaptar la Constitución a las exigencias de los nacionalistas
o de los secesionistas para que ellos “se queden” a gusto en España.
Porque en la España que resultaría de un acuerdo de esas caracterís-
ticas resultaría troceado el cuerpo de la ciudadanía, se redeiniría el
sujeto de la soberanía y se permitiría que una parte de los españoles,

Reivindicar la nación española, en legítima defensa 47


negando serlo, decidiera el destino de todos. O sea, habríamos retro-
cedido cuarenta años hacia una España menos democrática. Se debe
mejorar nuestra Constitución, no degenerarla. Por eso en el nuevo
texto han de darse pasos para garantizar el cumplimiento efectivo de
los artículos fundamentales, los que proclaman derechos esenciales
que son, por deinición, inviolables. Como lo es el derecho de todos
los españoles a que una parte no decida por todos.
Si algo ha puesto de maniiesto el llamado caso catalán es el papel
jugado por las élites para adoctrinar a los ciudadanos de a pie y poder
explotarlos mejor. Hoy todos sabemos que detrás de las apelaciones a
una mayor cuota de libertad para su pueblo, que tanto éxito han tenido
en Cataluña tras años de martilleo institucional y mediático –con el
concurso imprescindible de los maestros ideologizados formando nacio-
nalistas–, lo que se estaba reclamando era más poder para las propias
élites. Y más impunidad para robar de forma descarada a esos ciuda-
danos de a pie, a los que ya habían convertido en súbditos de su tribu.
Como suele decir Fernando Savater, no es lo mismo el derecho
a la diversidad que la diversidad de derechos. Pero en estos cuarenta
años de democracia, con tanta apelación a las bondades de la diversi-
dad, hemos complicado tanto las cosas que en España las rivalidades
políticas no son ideológicas sino también –y a veces fundamental-
mente– territoriales. No hay país en el mundo capaz de superar tanto
hecho diferencial y salir vivo del intento.
Creo que ya ha llegado la hora de que quienes creemos en el valor
de la nación como instrumento para garantizar derechos iguales a
todos los ciudadanos rompamos todos los clichés impuestos por los
nacionalistas, superemos los complejos, defendamos lo que nos une
y hablemos y actuemos a favor de España. Se que no es tarea fácil ni
atractiva pues no tiene épica y es un camino plagado de diicultades.
Hoy no se lleva defender el Estado, porque la gente suele asociar esa
proclama con la derecha más rancia o, lo que es peor, con el fran-
quismo. Sé que se requiere mucha pedagogía para explicar tras tantos
años de intoxicación y de ausencia de un discurso de país que defender
la nación no consiste en defender el territorio sino la igualdad de

48 Rosa Díez
derechos de las personas que lo habitan. Y sé también que debemos
arriesgarnos a actuar en defensa propia antes de que sea demasiado
tarde. O hacemos lo que debemos hacer como patriotas (defender
el interés general, la nación, la democracia y la igualdad de todos los
españoles) o los insaciables nacionalistas junto con los cobardes y
acomplejados a derecha e izquierda nos arruinarán deinitivamente
el país y el futuro, en libertad y en igualdad, de nuestros hijos. •

Rosa Díez es cofundadora del partido Unión Progreso y


Democracia y de ¡Basta ya! Autora de Porque tengo hijos,
Merece la pena. Una vida dedicada a la política y Los aventureros
cuerdos. Ocho años de rebelión magenta.

Reivindicar la nación española, en legítima defensa 49


POLÍTICA

LA DOBLE DUALIDAD
DEMOCRÁTICA
Y SUS RIESGOS
La doble dualidad de una contraposición
de amigos y enemigos y de una clase política
‘versus’ una ciudadanía reducida a meros
votantes, multitudes y lobbies, debilita
y puede destruir a una comunidad.

V Í C TO R P É R E Z - D Í A Z

E
n el imaginario de los tiempos modernos, la piedra angu-
lar de la Constitución se suele cifrar en la expresión We,
the People, “Nosotros, el Pueblo”. Es el acto fundamental
de autoairmación de una comunidad política. El ser o
no ser del que todo depende. Pero la expresión incorpora
un equívoco. Da a entender que estamos ante una agen-
cia colectiva uniicada, permanente y capaz de controlar su destino. No
hay tal. La agencia es dispersa y cambiante, y su voluntad es limitada. Su
acto de autoairmación no detiene el tiempo y se aplica en un espacio
compartido con otras agencias. Tampoco se reiere a un mero acto de
voluntad (“soberana”), sino al reconocimiento y el refuerzo (con el
concurso de la voluntad, pero también de la imaginación, las memorias,

50
los intereses, las ideas y los sentimientos) de una realidad ya existente.
Una realidad previa y luego corroborada, tal vez reinterpretada, tal vez
rectiicada; pero ni mero invento ni resultado de un simple “sí, quiero”.
Previa, e inmersa en un proceso de cambio continuo y siempre en estado
de irse, a cada paso, haciendo, deshaciendo, y volviéndose a hacer. Podría
decirse que la expresión es “simbólica” en el entendimiento de que no
es mero símbolo, sino que está ligada como la parte al todo a la realidad
misma, y la cual, no lo olvidemos, como el todo a la parte, la desborda.
Por eso, cuando hace dos siglos y medio los norteamericanos redac-
taron, votaron y aprobaron su constitución y con su We, the People air-
maron su identidad, y, con ello, su marco institucional, su imaginario y su
forma de vida, no asistimos a un iat, un acto (cuasi-divino) de creación
del mundo, o de su mundo. Descontando un toque de hubris muy de
época (la suya y la nuestra, que imagina inventarlo todo), lo crucial para
ellos es constatar que ya están-ahí y así han estado un tiempo, como
una comunidad bastante homogénea y trabada, haciendo y haciéndose,
resolviendo problemas, recordando cosas hechas juntos, y anticipando
cosas por hacer. La autoairmación de la comunidad política como tal
releja y precisa las formas que adopta esa realidad, la de un ser cuya
existencia consiste en un estar juntos y hacer juntos. De modo que, si
descendemos a una realidad histórica determinada, la pregunta sería,
¿será cierto que, en este caso, los sujetos en cuestión hacen tantas cosas
juntos? La respuesta no es obvia. Porque si sucediera que su experiencia
económica y social fuera la de unas gentes centradas en ir cada uno a lo
suyo, empeñadas en triunfar y realizarse (y ésta fuera la cultura vivida
del capitalismo al uso), y si su experiencia política fuera la de una batalla
cainita en permanencia (y tal fuera la cultura partitocrática vigente), y si
su experiencia cultural fuera la de una Torre de Babel (la cultura del emo-
tivismo y el relativismo moral), en tal caso, ¿se podría esperar que tales
sujetos harían lo bastante como para estar-ahí como una comunidad?
Una comunidad requiere una masa crítica de individuos con su
sentido común y su cuidado por la cosa común, es decir, por su sen-
tido de lo común que es una parte crucial de su sentido moral. ¿Es
probable que se dé esa masa crítica cuando imperan las culturas vividas

51
antes mencionadas? Porque, sí, se supone que vivimos en una época
de creciente complejidad, pero ésa no es la cuestión. La cuestión es
¿se trata de una complejidad caótica y desconcertante de modo que el
espacio público es un inmenso ruido? ¿Sin apenas conversación posi-
ble? Nos encontramos en sociedades diversas, pero ¿hasta dónde llega
su diversidad y cómo se vive esa diversidad? Por ejemplo, la sociedad
norteamericana de hace unos siglos estaba, probablemente, lo bastante
integrada (indios nativos y esclavos africanos aparte: lo que no era pre-
cisamente un asunto menor) como para tener, con todo, esa experiencia
de comunidad. Ahora bien, ¿se aplica lo mismo, o algo análogo, a esta
y aquella sociedad especíica? ¿Comenzando por las más próximas?
La experiencia muestra que este hacer y hacerse de un nosotros
siempre ha sido complejo, dramático, problemático, y relativamente
frágil, con un lanco vulnerable, expuesto a ataques externos y rupturas
internas. Flanco que tiene en cada momento y lugar sus rasgos pro-
pios. Que no pocas veces se ha disimulado declarando la guerra a un
vecino; lo que han solido hacer periódicamente los estados naciones
europeos desde hace siglos, tan modernos ellos y tan dados, en esto,
a prolongar las costumbres de los reinos antiguos.
Pero ijémonos en uno de los factores de esta fragilidad del noso-
tros de la comunidad política, que concierne a la experiencia, la cultura
vivida del hacer político. A este respecto, la experiencia de los gobier-
nos modernos constitucionales y democráticos, de tipo occidental, nos
enseña algo muy simple: a saber, que, por debajo del imaginario al uso
de los sujetos libres e iguales puede haber una débil comunidad de tales
sujetos. Y ello puede suceder, entre otras razones, porque se da en esa
experiencia política una doble dualidad, de la que se deduce la perma-
nente posibilidad de una deriva sistémica de lo político en la dirección
de un nosotros débil y de una ruptura de la comunidad. Por una parte,
la dualidad entre amigos y enemigos; y por otra, la dualidad entre clase
política (elites políticas y sus aparatos y entornos próximos) y ciudadanía.
De hecho, la experiencia de estas últimas décadas de buena parte
de las politeias occidentales suele ser la de una vida política de combate
permanente. Obviamente hay fases de coaliciones y apoyos mutuos,

52 Víctor Pérez-Díaz
y momentos de duelo y de gozo compartidos, y en esos momentos el
“ideal” de una comunidad política se vislumbra. Pero lo habitual, en
bastantes democracias (por ejemplo, la española, ya con cuatro décadas
y no pocos sobresaltos a sus espaldas), es que el debate que acompaña
a las decisiones políticas tenga poco que ver con la conversación o cua-
si-conversación que cabría esperar de una comunidad política basada en
alguna forma de amistad cívica; por el contrario, parece que pretende
basarse todo él en la enemistad.
Es usual que los adversarios políticos se deinan como amigos o ene-
migos en un juego de suma cero de conquistar o quedar excluido del
poder de turno, que consiste no en un juego de fair play entre gentlemen
(and ladies) que compartirán luego un refrigerio y una charla apacible sea
cual sea el resultado, sino en un pugilato entre “animales políticos” que
derrochan malevolencia recíproca. Lo justiican apelando a la extrema
gravedad e importancia de las diferencias en los asuntos en juego. De
creerlos, se trata de elegir entre la verdad o el engaño, el orden o el caos,
la prosperidad o la ruina, la revolución o la explotación, el ser o el no ser.
Los adversarios son enemigos a excluir del poder, a erradicar de la escena, a
condenar al olvido. De los que desconiar, profundamente y para siempre.
Además, esta imagen de enemigos se extiende, de facto, a aquellos que
apoyan tales enemigos políticos. Es decir, si es preciso, quizá, por qué
no, a la otra mitad del electorado, a despreciar o a detestar. Porque sería
culpable de equivocar su voto, por incapacidad o por malicia.
Lo que haría la clase política de esta forma, en un alarde de falso y
equivocado liderazgo, sería maleducar a la ciudadanía y abocarla a la
experiencia de una comunidad averiada, fracturada, y, en todo caso, poco
susceptible de ser y actuar como un nosotros relativamente sólido. Se
trataría de una ciudadanía débil y probablemente subordinada a una
clase política entrelazada con unas minorías dominantes de carácter
económico, social o cultural, posiblemente comprometidas en una
deriva oligárquica. Una clase política deinida por la contradicción de
arruinar la polis que debe garantizar, y a la que debe su propia existencia.
Cuando tal cosa sucede, la vida política no une, sino que divide.
Pero, como dirían los “visionarios del futuro” con una mirada axial,

La doble dualidad democrática y sus riesgos 53


testamentaria, tal vez neoplatónica, a la manera de Teilhard de Chardin
o homas Merton “lo que nos une, nos eleva” (y viceversa). De lo que
se podría inferir, a contrario, que “lo que nos divide, nos degrada.” Lo
cierto es que, con ánimo y comportamiento tan belicosos, lo que se
suele conseguir es degradar, reducir al mínimo el sentido de lo común
y el sentido común en el conjunto de la sociedad. La sociedad, polari-
zada, combate, pero apenas escucha y, sin escuchar, difícilmente razona.
Porque los dos sentidos (común, de lo común) van juntos. Si el sentido
de lo que puede ser común a todos tiende a desvanecerse, el sentido
común también padece. Porque caracteriza al sentido común, al sentido
de la realidad, “al pan es pan, y el vino, vino”, el ponerse en alerta ante la
ruptura interna de la sociedad, que la hace más vulnerable a los riesgos,
por lo pronto, los externos. Escuchar, observar, deliberar, aprender: todo
esto requiere sentido de lo común y sentido común. Y ambos impli-
can activar el instinto de supervivencia que sugiere la conveniencia de
poner la casa en orden: un mínimo de prudencia y de templanza para
equilibrar la cabeza (y el corazón) en medio de la vorágine.
¿Podría la clase política en cuestión actuar de otra forma? Podría, y
siempre conforta esperar que se convierta; pero hay que reconocer que
suele ser poco probable que lo haga motu proprio. Porque los hábitos y
el carácter de bastantes políticos han sido malformados o maleducados
casi desde el principio, y se transmiten de generación en generación, y el
imaginario de la modernidad y el de la postmodernidad grosso modo los
favorecen. Creen (sienten) que lo primero es lo primero: llegar al poder;
y ello implica cultivar las habilidades combativas (lo que no excluye tocar
algunos compases de música celestial para descolocar al adversario, una
astucia añadida, o para avivar sus propios recuerdos de la juventud, un
punto de nostalgia que los humaniza). En todo caso, mientras tanto, aquí
en la Tierra, la mala educación de tantos políticos (no todos, por supuesto)
se refuerza con su rivalidad. Esta rivalidad, si es llevada al extremo, aboca
a una espiral de odio mutuo, pero también de ofuscación mutua. Se da
así un caso de rivalidades miméticas en el que los rivales se imitan, pero
no se comprenden. Probablemente aprender de otro requiere una dosis
de curiosidad y, por tanto, de empatía; ello quiere decir que (incluso no

54 Víctor Pérez-Díaz
pensando sino en el “propio interés”) el odio debería ir acompañado de
cierta ambivalencia. A falta de ello, queda el recurso a una gran estrategia
de hipervoluntarismo, con un despliegue de la voluntad de dominar al
otro, reducirle a la impotencia y destruirle.
Con esa estrategia se está expuesto, e inclinado, a adoptar las heurís-
ticas más simples, comenzando por la de tomar los deseos por realidades,
ignorando las voces del sentido común y del sentido de lo común (que
requieren aquella curiosidad y empatía por los demás). Voces del buen
sentido que implican una orientación razonable respecto a la política,
sin minusvalorarla (la política como algo poco menos que inútil, porque
“el mundo va solo” o “los de arriba siempre mandan”) ni supervalorarla
(la política como la oportunidad de controlar el mundo y la historia,
incluyendo la producción en serie de líderes cuasi divinos y naciones
eternas). Hay fuertes indicios de que esas voces de buen sentido se hacen
oír entre los ciudadanos corrientes y pueden cobrar fuerza en condiciones
favorables; pero estas condiciones no se dan cuando los ciudadanos se
reducen al nivel de meros votantes, gentes pasivas, o al nivel de movimien-
tos sociales que se sienten partes de una sociedad polarizada, o al nivel de
dirigentes y miembros de asociaciones dependientes de favores políticos
o económicos, es decir, cuando la sociedad civil se reduce a sociedad de
corte, o sociedad de barro, sobre la que no cabe construir.

Riesgos mal percibidos por un exceso de beligerancia:


el drama catalán
Recapitulo lo anterior. La clave de la constitución de un país democrá-
tico es la autoairmación de la comunidad política. Pero autoairmación
entendida no como la reiteración de un texto que se proclama, se recita o
se relata, sino como una experiencia que se comparte. La doble dualidad
de una contraposición de amigos y enemigos, y de una clase política versus
una ciudadanía reducida a meros votantes, multitudes y lobbies, debilita
y puede destruir esa comunidad, y, por tanto, la realidad de la constitu-
ción misma. A continuación, exploro un factor cultural, una tendencia
a tomar nuestros deseos por realidades, que exacerba esta lógica de la
dualidad y supone un alto riesgo de destrucción de la comunidad; y para

La doble dualidad democrática y sus riesgos 55


ello tomo pie en algunas turbulencias creadas por el “drama catalán”, que
se está viviendo en España durante los últimos años, y que constituye una
situación límite de doble dualidad democrática de alto riesgo.
Todos tendemos a tomar nuestros deseos por realidades. Ya lo
hacíamos de pequeños, por aquello de creer en la omnipotencia de los
deseos, ¡y es tan difícil renunciar a la infancia! Además, tampoco es cosa
de renunciar del todo. ¿Cómo podríamos renunciar al sueño, el toque
mágico, el cuento de hadas, los héroes de la Ilíada...? Algunos piensan
que en la capacidad de los niños para organizar sus juegos está incluso
la clave del éxito de la ciudad de los mayores. Siempre, claro está, que
cultiven el arte de respetar y hacerse respetar. Pero qué duda cabe que
en la edad adulta conviene distinguir, en general, entre cuando toca ser
niños y cuando toca no serlo. Cuándo y cómo. Y en la vida política hay
riesgos en lo de ser niños a destiempo, y de mala manera. Son riesgos
comprensibles, porque el ambiente político favorece las fantasías. Los
políticos son voluntaristas casi por naturaleza. En parte es lógico: la polí-
tica consiste en tomar decisiones con vistas a sus posibles consecuencias.
Pero en buena parte se exceden. Les da por querer imponer su voluntad
unos a otros, decir cómo son las cosas y cómo van a ser, hablar de sus
proyectos grandiosos, anticipar el futuro, adoptar aires proféticos. Ima-
ginan que son sus relatos los que dan sentido a un mundo que, sin ellos,
carecería de él y estaría perdido. Y halagan los impulsos voluntaristas de
sus seguidores, de lo que denominan (su) pueblo, de cuya voluntad, que
llaman soberana (y sobreentienden ilimitada, en teoría, y subordinada a
ellos, en la práctica), se dicen (con la boca pequeña) mandatarios.
Pero descendamos a la realidad del lugar y el momento de la España
de hoy. Al drama catalán. El drama comenzó ya hace algún tiempo con
ofuscaciones en los dos bandos en presencia, caracterizadas por un tomar
sus deseos por realidades. En primer lugar, veamos el lado de quienes
quieren que Cataluña siga siendo parte de España. Muchos españoles
han creído y siguen creyendo que apenas hay riesgo de secesión. Nunca
ocurrirá, han repetido, y repiten. Para empezar porque no habría refe-
réndum, y/o porque de haberlo sería ilegal y por tanto irrelevante, y/o
lo ganarían ellos. Pero deberían haber aguzado y aguzar la vista, y con-

56 Víctor Pérez-Díaz
siderar un “escenario peor”. A la vista de tres hechos cruciales: en los
últimos años, cerca de la mitad del electorado catalán ha votado y vota
partidos independentistas, o se proclama independentista; dos tercios de
los catalanes consideran legítimo un referéndum sobre la independencia;
y los independentistas tienen una experiencia de movilización de varios
años, in crescendo; mientras que quienes favorecen mantener los lazos
con España apenas la han tenido hasta fecha relativamente reciente, y
queda por probar que la mantengan. En estas condiciones el riesgo de una
separación es alto y obvio. No digo que este escenario deba entenderse
como uno que tiene que ocurrir necesariamente. Digamos que, para los
partidarios de que Cataluña forme parte de España, lo más prudente
sería tener en cuenta este “escenario peor” y asignarle, por precaución,
una probabilidad del 50%. Era lo prudente antes del referéndum del
1 de octubre de 2017 y de la aplicación del artículo 155 de la constitución,
y lo sigue siendo después.
Tampoco es de esperar que ese nivel de riesgo se reduzca por el simple
paso del tiempo. Primero, porque hay una clara relación entre el voto
independentista y los factores adscriptivos propios de ser catalán de origen
catalán o catalán de origen inmigrante, y ello tiene consecuencias profun-
das para el tema. Porque, aunque el contexto internacional pueda no ser
favorable a los independentistas, la experiencia local de lo que podemos
llamar, grosso modo, una “sociedad hegemónica” de catalanes de origen
manejando a una “sociedad subordinada” de catalanes inmigrantes, no
hace sino reforzar en aquellos su querencia básica; haciéndolo así no con
relatos (que pueden ser más o menos políticamente correctos) sino con el
peso (enorme) de las disposiciones y los hábitos cotidianos con los códi-
gos lingüísticos correspondientes. Esas disposiciones o hábitos surgen en
las más diversas experiencias de la vida, y por supuesto lo hacen en la del
contraste continuo entre, de una parte, un segmento social superior de
catalanes de origen, con una relativa, pero clara, superioridad de recursos
económicos, políticos, sociales y culturales, de lo que tienen conciencia, y
para quienes cuenta la impronta emocional de una frase como “esta tierra
es nuestra”; y, de otra parte, el segmento social de los catalanes de proce-
dencia inmigrante, y para quienes lo que tal vez cuenta es la de “hemos

La doble dualidad democrática y sus riesgos 57


venido a esta tierra”. Además, ese contraste, a su vez, crea en el segmento
hegemónico una disonancia cognitiva y afectiva entre su experiencia de
superioridad en el espacio local y su percepción de estar en la periferia en
el conjunto de España; de manera que, para ese segmento, movilizarse es
una manera de reducir esa disonancia.
Segundo, tampoco es probable que se reduzca el riesgo porque los
partidos constitucionalistas hagan un elogio de “la tranquilidad”, ya que
ello puede ser más o menos útil pero afectar poco a unos independen-
tistas que viven un momento de euforia y tienden a querer aumentar
la intensidad de su sentimiento de agencia. Para ellos una llamada a la
tranquilidad puede sonar como una llamada a la pasividad y la subor-
dinación. Tercero, tampoco es probable que se reduzca sustancialmente
porque esos partidos constitucionalistas invoquen el “respeto de la ley”,
lo que suele calar poco en un mundo (de todos los colores políticos)
“positivista”, donde se suele creer que la ley es el simple resultado de las
mayorías parlamentarias de turno.
Asimismo, cuarto, los partidos constitucionalistas pueden hacerse
más persuasivos porque empaticen más con sus conciudadanos indepen-
dentistas; pero la educación sentimental, si no hay conversión súbita (que
tampoco hay que descartar, sobre todo si la apelación a los sentimientos
viene de la mano de una apelación convincente al interés), suele requerir
en todo caso cierto tiempo. Finalmente, es cierto que cabe una salida “en
falso” a las situaciones imposibles, que consiste en vivirlas en el día a día,
entretenidos todos con una “cultura del barullo”, de apaños y males meno-
res, contra el telón de fondo de una cierta cacofonía ambiente. Esto puede
ser visto en los medios académicos con cierta simpatía, y conocerse por el
término de muddling-through. También puede ser entendido como una
muestra del teatro del absurdo, una “ceremonia de la confusión” surrea-
lista. En todo caso puede dar tiempo para preparar diversos escenarios,
tanto de concordia como de ruptura, y proteger poco frente a sobresaltos
imprevistos (que no inesperados) en cualquier momento.
Pues bien, si, a la postre, llegara a triunfar el escenario de la separa-
ción, ello supondría la difusión en España de una sensación de fracaso
histórico, que afectaría retrospectivamente a la narrativa de su historia

58 Víctor Pérez-Díaz
reciente (y de casi toda su historia moderna), para empezar, la de la
transición democrática. Tocado en su sentimiento de identidad y su
autoestima, y su conianza en los políticos (y las elites en general), el país
habría de atravesar un período largo y difícil, que pondría a prueba el
sentido moral, el aguante emocional y la capacidad estratégica de unos
españoles que, por otra parte, habiéndoles cogido el fenómeno casi por
sorpresa, podrían tener la sensación de haber llegado a este punto en un
estado de sonambulismo. Todo ello contra un telón de fondo de repro-
ches y desprecios, e incidentes, sin contar con lo que pudiera ocurrir, al
día siguiente, en otros lugares de España (en la costa del Mediterráneo,
en la del Atlántico...) fáciles de identiicar. Y el añadido de un clima de
inseguridad económica y moral que afectaría a España y Cataluña, pero
también al conjunto de una Europa muy vulnerable. Sería un paisaje
oscuro, con un cielo agitado, que permanecería así bastante tiempo, y
estaría habitado por bastantes gentes depresivas e irritables.
Pero, por otro lado, en segundo lugar, el mundo de los independentis-
tas podría encontrarse con que ese mismo escenario (a primera vista, quizá,
“el mejor” para ellos) les depararía, probablemente (de nuevo, digamos,
con una probabilidad del 50%), muy malas sorpresas. Una buena parte
de ellos parece creer que les espera un horizonte risueño. Pero, por mor
de un poco de realismo, les convendría colocarse en un “escenario peor”.
Por lo pronto, no se encontrarían con una comunidad política inte-
grada y reconciliada en Cataluña, sino con dos, como ya he indicado,
una hegemónica y otra, por el momento, subordinada, muy distanciadas
entre sí. Es un hecho que la mitad, o más, de la sociedad catalana no
quiere separarse. Es un hecho que casi tres cuartas partes de los catala-
nes albergan algún sentimiento de ser españoles. Es cierto que la cultura
política de la iesta puede ser muy importante, y nadie debería dudar de
la importancia del teatro: durante dos horas te absorbe y luego te deja un
toque de nostalgia y merece un recuerdo, a veces muy profundo, aunque la
representación continúa... Pero en este caso el efecto teatral está limitado
por el hecho de que la clase política independentista no constituye un
adecuado simbolismo del conjunto de la comunidad política; se dirige
a la mitad independentista del país y deja fuera a la otra mitad. En rigor,

La doble dualidad democrática y sus riesgos 59


no tiene un proyecto político que una y clariique, sino uno que divide y
confunde, tratando incluso de combinar lo que los antiguos llamaban el
“colectivismo anarquizante” y el “individualismo burgués” (con toques
de belle époque), tal vez a la búsqueda de un tiempo perdido, o del sueño
perdido de unas caminatas infecundas de, al menos, un siglo y medio.
De seguir ese impulso, dejándose llevar, a golpe de sorpresas, coniando
en la táctica, sin mucho rumbo, en un contexto de crisis, y de exclusión de
la zona euro y de la Unión Europea, Cataluña se embarcaría en un pro-
ceso de separación de su economía y de sus tratos sociales con su entorno
inmediato, con un resto de España sobre el que ha tenido hasta ahora,
como sabe bastante bien, un grado crucial de control. Deshaciendo, des-
hilvanando unos tratos que se han ido haciendo y rehaciendo a lo largo de
¿cuántos siglos? Que le han dado tanto protagonismo, y coprotagonismo.
Que cabe incluso argüirse que le ha dado, a veces, colmo de las ironías,
una dosis crucial de seguridad interna. De quedarse, con un poco más de
inteligencia y de realismo, y con una dosis mayor de amistad cívica (y a
condición, y esto es crucial, de encontrar semejantes dosis de inteligencia
y amistad cívica en el resto de España), los catalanes podrían resolver el
problema de la disonancia antes señalado, y protagonizar no sólo Cataluña,
sino también una España europea. Pero ¿cómo se puede llevar adelante una
aventura europea, cuando lo que se hace es contribuir a destruir Europa?

Apuntando por elevación: Europa


Hay problemas políticos que parecen insolubles cuando se contemplan
en sí mismos, pero que lo parecen menos, incluso que lo son menos,
cuando se consideran inscritos en un proceso temporal y un contexto
más amplios. Esto puede ocurrir con muchos de los problemas de los
estados-nación europeos de hoy, incluidos los de su propia integración
política. En parte, porque varios de los retos principales del momento
sólo pueden abordarse a escala europea; y ello es particularmente así en
el caso del manejo del proceso de globalización que, en su versión actual,
no pocos consideran amenazador, incomprensible e incontrolable (con el
aditamento del manejo de la “nueva normalidad”, una suerte de “norma-
lidad delirante”, del terrorismo). En parte también porque Occidente, es

60 Víctor Pérez-Díaz
decir, Europa, es decir, nosotros, nos enfrentamos a estos retos del futuro
en un estado de amnesia; y, no sabiendo muy bien lo que hemos hecho,
no podemos saber lo que somos y calibrar nuestras posibilidades.
Con frecuencia parece que Europa sólo mira a un futuro que por
deinición desconoce (pace tantos futuristas), olvidando un pasado con
el que no acaba de saber qué hacer. La Europa de hoy tiende a reducir su
conciencia de sí histórica al mantra del legado de la Ilustración. Como
si éste fuera el logro que da sentido a su experiencia. Sin embargo, para
llegar a él tiene que atravesar la estancia oscura de los últimos siglos con
los “tácitos y atentados pasos” de Maritornes en la venta manchega de
Don Quijote, procurando no despertar a nadie. ¿Ni siquiera a sí misma?
Olvidando que el legado de la Ilustración ya había parecido a punto de
culminar en el “in de siglo”... XIX. El avance incontenible, el auge, del
gobierno representativo, el capitalismo global, la ciencia y la tecnología,
los valores de la libertad (y una serie de liberaciones) y de la igualdad
(ante la ley): todo eso ya estaba ahí en ese momento, o muy próximo.
Pero lo que sigue es un drama atroz. Y lo que hace la Europa de hoy es
intentar pasar de puntillas por lo que viene precisamente después. Todo
un siglo que arranca con la experiencia que nos recuerda Jan Patocka de
las trincheras de la Gran Guerra del 14: aquella que los soldados apenas
podían soportar un máximo de nueve días (según reconocían los estados
mayores de los ejércitos respectivos). Más los “pequeños detalles” del
Gulag y el genocidio racial, y un largo rosario de guerras, mundiales
y locales. En realidad, recordar todo esto es un requisito previo para
aprender de ello, y para apelar a un equilibrio de justicia y de perdón
recíprocos para seguir viviendo juntos: los hijos, nietos, descendientes
de quienes vivieron (y pudieron ser responsables de) aquellos momen-
tos, y no son tan diferentes de ellos. Seguir viviendo, no en el desprecio
mutuo, sino en el asombro mutuo, en la comprensión y en alerta.
Esa búsqueda colectiva entre los recuerdos, ese ejercicio de anamnesis
ofrece un contrapunto al imaginario moral dominante y favorece una
solución de los problemas colectivos por parte de sociedades e individuos
que estarían más orientados a su reconocimiento mutuo y su reconcilia-
ción que a su rivalidad por triunfar en una carrera agónica al modo griego

La doble dualidad democrática y sus riesgos 61


antiguo; carrera cuyos premios consisten en más poder, más riqueza y más
estatus para el corredor de turno: el grupo, la nación en Europa, Europa
en el mundo, etcétera, etcétera. Y si el lector considera que toda esta suge-
rencia pertenece a la literatura de la “música celestial”, conste que le doy
(en parte) la razón. Trata de ser una música celestial “posible y plausible”.
Consideremos el problema local inmediato con perspectiva, y un
talante esperanzado y positivo (aunque sin cegarnos...). Somos parte de
Europa, y esto no es ornamento, sino sustancia. Es nuestra identidad de
ahora en adelante porque lo ha sido desde tanto tiempo atrás. Es nuestra
identidad porque no tenemos otra narrativa; y esa narrativa nos dice,
aunque sea de manera siempre tentativa y en el marco de una conversación
continua, quiénes somos y qué vamos queriendo ser.
Miremos hacia atrás. ¿De dónde hemos venido? Resumamos nuestros
pasos durante dos milenios con cinco referencias. Hemos sido Hispania
romana el año cero; reino de los visigodos en el 500; cornisa de peque-
ños reinos cristianos por donde se desplegarán la ruta de Santiago y las
hazañas del Cid en forcejeo con Al Andalus en el entorno del cambio
de milenio; unidad (de Castilla y Aragón, en primer término) de unos
Reyes Católicos en el 1500, que proyectan el país hacia Europa y ultramar;
y acabamos de dejar atrás un año 2000 en el que culmina una historia
dramática susceptible de ser objeto de un cruce de narrativas que son
como variantes, todas, de los avatares de las naciones europeas contem-
poráneas, sus vidas paralelas, sus encuentros y desencuentros. Qué seamos
en el futuro ya se verá. Pero creo que la senda previa esboza el horizonte, y
que el camino por delante, permaneciendo abierto, tiene bastante sentido
para la mayor parte de nosotros cuando lo proyectamos imaginativamente
como una narrativa de “nosotros, los europeos” en busca de una “sociedad
mejor”, a la que los europeos de hoy suelen referirse, tentativamente, con
los simbolismos de la libertad y la justicia y la verdad. Simbolismos que
incorporan tantos tiempos de guerra y tantos tiempos de paz.
Creo que ése es el “nosotros” que nos incumbe encontrar y recons-
truir en especial ahora. Lo que nos toca intentar, y, quizá, sobre todo,
lo que nos toca hacer. Compartimos con todos los humanos muchas
cosas; pero especíicamente compartimos con franceses, italianos, dane-

62 Víctor Pérez-Díaz
ses, alemanes, polacos y tantos otros el cuidado por la casa común, para
empezar, la próxima, y, para seguir, la casa común europea. Una casa
europea, un hogar europeo, que se enfrenta al reto de cómo entender
sus fronteras y de qué manera, abierta, justa y prudente, ejercer su hos-
pitalidad (tema de inmigrantes y refugiados); al reto no ya de superar
una crisis económica cuanto de despejar un horizonte, incierto, de bien-
estar y de solidaridad (tema de globalización, gobernanza económica y
desigualdad social, y sistema de bienestar); al reto de defenderse de las
pulsiones destructivas que surgen de fuera y dentro (temas de tensiones
geopolíticas y terrorismo).
En cambio, lo que no nos toca es arruinar las bases de inteligencia
práctica y de amistad cívica generalizada sin las cuales esa comunidad
europea acabaría siendo un juguete roto. Ahora, precisamente ahora.
No nos corresponde dejar abierto un lanco de desorden, un foco de
confusión y de arrebato en lo que es una Europa vulnerable e incierta,
que apenas puede con la coyuntura del momento. Debemos hacer las
cosas, entre todos, de modo que eso no ocurra. Por lo pronto, sobre
todo, acertar con la actitud adecuada, hecha de inteligencia y de ánimo
amistoso. Estar atentos a lo fundamental. Lo que une y lo que eleva.
Luego podrán venir los tacticismos prudentes, que ayuden a evitar los
desastres, y quizá vislumbrar lo mejor y, posiblemente, irnos acercando
a ello. Lo que nos llevaría de la posibilidad a la esperanza, y de ésta, de
nuevo, a la posibilidad. •

[Este texto es una versión reducida (sin notas ni referencias bibliográicas)


de un texto más amplio, “Formas políticas frágiles: la doble dualidad demo-
crática y el buen sentido ciudadano”, que será publicado en Benigno Pendás,
dir., España constitucional, 1978 2018. Trayectorias y perspectivas. Volumen II
(Madrid, CEPC, 2018).]

Víctor Pérez-Díaz es director de Analistas Socio-Políticos.

La doble dualidad democrática y sus riesgos 63


POLÍTICA

LOS NACIONALISMOS
DEL ‘P RO CÉ S’
Observamos trayectorias contrapuestas
en la evolución de los nacionalismos.
Los mitos nacionales españoles son anatema
(saludable) pero los de los nacionalismos
periféricos son intocables, incluso para
militantes del pensamiento crítico.
M A RT Í N A L O N S O Z A R Z A

El nacionalismo no es lo que parece,


pero sobre todo no es lo que a él le parece ser.
Ernst Gellner, Naciones y nacionalismo.

Algunos nacionalistas no están lejos de la esquizofrenia;


viven felices en medio de sueños de poder y conquista que
no guardan relación alguna con el mundo real.
George Orwell, Notes on nationalism.

Nunca olvidaré esa extraordinaria frase dicha por teléfono a


Radovan Karadzic [...] por Dobrica Cosic, el entonces presidente
de la aún no reconocida “Yugoslavia”. “Tenemos que hacer cuanto
podamos para hacer posible lo que ayer parecía imposible”.
Slatko Dizdarevic, Sarajevo, A war journal.

64
S
egún el sociólogo alemán Max Hildebert Boehm: “El
nacionalismo connota una tendencia a poner un énfasis
particularmente excesivo, exagerado y exclusivo en el
valor de la nación a expensas de otros valores, lo que
lleva a una sobreestimación vana e importuna de la
propia nación y, por lo tanto, a una detracción de las
demás” . La deinición permite aislar tres elementos con los que coinci-
1

dirían buena parte de los expertos. El nacionalismo: 1) altera la jerarquía


de prioridades colocando como primum o hiperbien a la nación, frente a
otros valores; 2) distribuye asimétricamente (suma cero) el capital sim-
bólico de acuerdo con el favoritismo tribal, y 3) ello se hace a costa de
otros valores y otros colectivos. La lente nacionalista, hay que añadir, es
daltónica a las lecciones de la historia del siglo xx.
Entre los seis casos abordados en Identidades proscritas (2006) igura
el vasco pero no el catalán2. Entonces era frecuente contraponerlos.
El procés ha complicado la tarea, lo que muestra el carácter mudable y
contingente de esas entidades sedicentemente ancestrales; ni la nación
(Gellner) ni el mercado libre (Polanyi) son condiciones naturales.
El nacionalismo vasco se acomoda cabalmente a la deinición anterior:
la diferencia de valor entre los de dentro y los de fuera es tal, que Mario
Zubiaga, profesor de Política y hoy propagandista del “derecho a deci-
dir”, escribía con motivo de las movilizaciones de Ermua: “No era fácil
encontrar ciudadanos que pudieran expresar su opinión en euskera”3.
Entiéndase, no tenían el peso especíico identitario del ruido que hacían.
El procés no es el resultado de una dinámica exclusivamente endógena
sino que, por omisión –el nacionalismo es un fenómeno relacional– o
por acción, implica a otras instancias que interactúan con él. Para rastrear
esas dinámicas este artículo, en hilván, se estructura en tres apartados.
El primero deiende la categoría del no nacionalismo, el segundo se

1 Max Hildebert Boehm, “Nationalism: heoretical aspects”, en Edwin R.A. Seligman. (ed.), Ency-
clopaedia of the Social Sciences, New York, he Macmillan Company, 1933, Vol. xi, pág. 231.
2 Juan Pablo Fusi, Identidades proscritas. El no nacionalismo en las sociedades nacionalistas, Barcelo-
na, Seix Barral, 2006.
3 Egin, 16/07/1997.

65
ocupa de la debilidad relativa del nacionalismo español respecto a los
periféricos, y el último glosa las tres modalidades que concurren en el
catalán: adversarial o reactivo, transferido e invertido.

Identidades no nacionalistas
En la mirada nacionalista el mundo es un mapa compacto de alvéolos;
ocupado cada uno por inquilinos con una identidad común legada por
la nación gentilicia (“un sol poble”). No hay identidad, ni salvación, ni
vida fuera de la nación; de ahí la propensión del nacionalista a acusar
al eventual crítico de ser nacionalista de otro alvéolo. Pero la tesis de la
imposibilidad del no nacionalismo es una falacia propia de los sistemas
de pensamiento cerrados. El ensayo ya mencionado de J.P. Fusi tiene el
mérito de poner esto en evidencia. No solo él. ¿Acaso tenemos dudas
sobre la adscripción geográica de personas como James Joyce, Fernando
Aramburu, Bernard Shaw, Hannah Arendt, Juan Goytisolo, Joseba Paga-
zaurtundúa, Agustín Ibarrola, Zev Sternhell, Pedrag Matvejevic, Aurelio
Arteta, Amira Hass, Eduardo Mendoza, José Ramón Recalde o, en la ina
y recomendable descripción de Ernst Gellner, Bronisław Malinowski?
Para Fernando Savater: “Tanto luchan por las libertades del pueblo
vasco quienes democráticamente proponen su independencia como
quienes opinamos, siguiendo a teóricos como Hobsbawn y a nuestra
propia experiencia, que la libertad y el pluralismo cultural están mejor
garantizados en Estados grandes que se reconocen como plurinacionales
y pluriculturales, que en estados pequeños que persiguen una homoge-
neidad cultural y étnico-lingüística”4. Esa era también la posición del
“Little Englander” –el mejor ejemplo de no nacionalismo– Bertrand
Russell, cuando pedía desterrar los gentilicios de la ética. De ahí la
actualidad de Identidades proscritas.
Frente al repertorio de las taxonomías del nacionalismo, los avatares
del procés ponen de maniiesto la susceptibilidad al cambio desde un polo
benigno e integrador (patriotismo constitucional, postnacionalismo) a
otro reactivo y excluyente; en función de la estructura de oportunidades

4 Fernando Savater, El mito nacionalista, Madrid, Alianza, 1996, pág. 56.

66 Martín Alonso Zarza


(que no se analiza aquí) y de los agentes implicados. Vayamos con los
protagonistas.

Nacionalismo español y nacionalismos periféricos


La historia reciente es una pieza ineludible para entender la problemática
del nacionalismo. A la vista de que los dos principales nacionalismos
subestatales españoles se prolongan en territorio francés, la ausencia de
relexiones comparadas resulta insólita. Sirva una anécdota para el con-
traste. De una igura prestigiosa de la izquierda como Alain Badiou, es
esta airmación: “Es una forma de patriotismo que comparto con él [Fin-
kielkraut]: amo a Francia, su historia5”. En cambio, al sur de los Pirineos,
según Almudena Grandes: “Los progresistas españoles rechazan su propia
patria, pero asumen el patriotismo de los nacionalistas, conservadores
y clericales, como propio, en una pirueta tan incomprensible desde el
punto de vista ideológico como desde el sentimental”6. La alusión a Fran-
cia resulta esclarecedora. Repárese hasta qué punto se invoca la falta de
reconocimiento de la identidad catalana (autogobierno, lengua, policía
local) como explicación del secesionismo sin parar mientes en los datos
correlativos para la contraparte francesa no movilizada. De manera que
si no son los datos objetivos los que explican la respuesta hay que buscar
en otro lado, en los antecedentes y en los movements entrepreneurs.
Si comparamos estados y nacionalismos respectivos observaremos
una notoria debilidad en el lado sur. Una de larga duración, imputable
a los avatares históricos; otra más reciente, la historia del franquismo.
Así como el nazismo debilitó al nacionalismo alemán de posguerra,
el franquismo dejó políticamente inutilizable al nacionalismo español
presentable. Las complicidades creadas entre estos nacionalismos y la
izquierda durante el franquismo dan cuenta de la asunción según la cual
el catalanismo o el abertzalismo no pueden no ser democráticos ni el

5 http://www.telerama.fr/monde/alain-badiou-les-gens-se-cramponnent-aux-identites-un-mon-
de-a-l-oppose-de-la-rencontre, 58743.php
6 El País, 25/09/2017. Sintomáticamente, la autora traga la píldora nacionalista de las bondades de
la inmersión lingüística, “una política normalizada y aceptada por la inmensa mayor parte de la
población”, (El País, 19/02/2018).

Los nacionalismos del procés 67


español no ser autoritario/fascistoide. La transición se inicia entonces
con unos nacionalismos periféricos seductores y un nacionalismo español
reducido a las estribaciones ultras.
Juan Pablo Fusi se reiere al Estado español como “Estado débil,
incluso se podría hablar de un Estado fallido”, “Franco ha dejado muy
dañada la posibilidad de tener un nacionalismo auténtico”. El catala-
nismo ha resucitado el fantasma de Franco para aprovechar el viento
adverso, pero, sobre todo, ha exprimido los resortes del Estado de las
Autonomías para nacionalizar y expandir su independentismo, en pala-
bras de Álvarez Junco7. Nadie supo aprovechar esta ventaja comparativa
como Jordi Pujol. Tres ejemplos; para la correlación de fuerzas entre
nacionalismos, la cabeza de Vidal Cuadras; para la soberanía mate-
rial: “la política lingüística no se toca”, ambas con Aznar; y, con Felipe
González la más potente, la superioridad moral: “De ética, moral y
juego limpio hablamos nosotros” (sobre la alfombra delincuente de
Banca Catalana). El Virrey fuerza la semántica hasta el límite: nada
de lo que hagamos puede ser no democrático, de modo que cada vez
que el Estado interiera dará muestras de su baja calidad democrática.
Y lo mismo cualquiera que se atreva a cuestionar los dogmas de la tribu.
A la vista de la insolidaridad de los nacionalismos pirenáicos, por
añadidura opulentos, se constata retrospectivamente –más si atendemos
a los datos comparados– una suerte de desistimiento del Estado. Lo diré
por autoridades interpuestas. Juan Pablo Fusi: “La dejación competencial
del Estado más alarmante se apreció en materia de educación […] [lo
cual dejaba el campo libre a un nacionalismo periférico] bastante inlu-
yente en medios académicos y docentes, [que] negaba la idea de España
como nación”. Barbara Loyer, catedrática de Geopolítica en París insiste:
“Parece aberrante que en España se hayan delegado tantas competencias
educativas en un contexto de potentes nacionalismos regionales. […] Se
ha dejado todo el espacio a los nacionalistas periféricos cuya ideología
es muy estructurante para ellos. ETA sobrevivió a sus escisiones gracias
al cemento nacionalista”. A resultas de ello, en palabras de Fernando
7 Juan Pablo Fusi, El País, 03/04/2016 y 28/05/2006. Javier Moreno Luzón, El País, 28/11/2017.
José Álvarez Junco, El Conidencial, 05/02/2018.

68 Martín Alonso Zarza


Savater, “el lenguaje políticamente correcto decreta que ‘euskaldunizar’,
‘catalanizar’ o ‘descentralizar’ pueden llevar a abusos pero son términos
aceptables; en cambio, ‘españolizar’ o ‘recentralizar’ son voces reaccio-
narias en sí mismas, incluso fascistas”. El gran complejo de la izquierda,
interviene ahora Victoria Camps, es no haber sabido “cómo abordar los
nacionalismos catalán y vasco”8. Un complejo derivado en caro segui-
dismo (últimas elecciones).

Nacionalismo reactivo
Hay muchos elementos que separan a los dos nacionalismos ricos, pero
hay uno que los hermana: su dominante reactivo-adversarial. La carga de
la prueba está siempre en un Madrid tan polisémico que confunde un
partido, el gobierno y el Estado (un asunto que merece un tratamiento
detallado) y que una vez en marcha abraza los medios de comunicación
sin distingos (“La Brunete mediática”, acuñada por Anasagasti), una
región (Castilla), un topos icónico (la meseta); en deinitiva un comodín
inmejorable para la validación pasiva. La potencia emocional del nacio-
nalismo viene de la diferencia térmica que crea el gradiente identitario:
“España contra Cataluña”. La razón de ser del nacionalismo vasco, según
Xabier Arzalluz, es que “no nos dejan ser lo que somos” [sic]. El resorte
adversarial ha sido la palanca mágica del régimen pujolista. Lo releja
inmejorablemente la respuesta de Jordi Pujol a Carod Rovira cuando le
comunica que está resolviéndose favorablemente el contencioso de los
papeles de Salamanca: “A nosaltres sempre nos convé mantener les feridas
obertes”9. Es la psicología insaciable del irredentismo.
El relato adversarial ha sido aceptado como explicación canónica por
un amplio sector, que no tarda en asociar de manera releja cada deci-
sión inconveniente de ‘Madrid’ con una loración de independentistas.

8 Juan Pablo Fusi, España. La evolución de la identidad nacional, Madrid, Temas de hoy, 2000, pág.
274. Barbara Loyer, El asterisco 07/01/2018; añade que “el afán de Podemos de deslegitimar la
Transición me parece muy problemático”. Fernando Savater, El País, 15/08/2013. Victoria Camps,
eldiario.es, 24/08/2014.
9 Martín Alonso, El catalanismo del éxito al éxtasis, III. Impostura, impunidad y desistimiento,
Barcelona, Viejo Topo, 2017, págs. 94-100. La cita de Carod en: http://catalunyaeuropa.net/ca/
testimoni_pm/34/, minuto 41.50.

Los nacionalismos del procés 69


La asimetría axiológica apuntada hace que el argumento no sea reversible.
(Y sin embargo la historia del siglo xx, no el sucedáneo de moda del
“régimen del 78, debería advertirnos sobre lo que puede esperarse del
nacionalismo español). El ethos adversarial se apoya en la iniquidad intrín-
seca del adversario elegido: “Peor que Corea” es España, para Miquel Buch
(Associació Catalana de Municipis). Más allá de anécdotas, lo grave es
que resulta virtualmente impracticable concebir un sistema federal desde
las premisas de un nacionalismo alentado por la lógica de suma cero.
La modulación adversarial tiene dos expresiones extremas. Una es
el victimismo, en todas sus formas: destino robado, desastre produc-
tivo (el 1-O), trauma elegido, gos apalissat (Hilari Raguer), etc. Francesc
Vilanova, desde la jefatura del Departamento de Historia Moderna y
Contemporánea de la UAB, acaba de resucitar la tesis del genocidio
cultural de Josep Benet10. La otra es el inhumano alegrarse de la desgra-
cia ajena. “Vuestras lágrimas son nuestras risas”, proclamaba un lema
independentista. El etarra José Ignacio de Juana Chaos pidió champán
y langostinos para celebrar el asesinato de Tomás Caballero, como Bin
Laden aplaudió el desastre del Katrina.

Nacionalismo transferido
Hasta aquí las variantes en las que el nacionalismo de referencia es el
protagonista. En el nacionalismo transferido y el invertido, según la
terminología de Orwell, la iniciativa es exógena11.
Transferido designa el apoyo proporcionado por instancias ajenas a
los actores en pugna. Es sabido que el nazismo tuvo raíces endógenas,
pero le vinieron bien los respaldos externos, como los del intelectual
francés Gobineau, el británico Chamberlain o el industrial norteame-
ricano Henry Ford. Asegura Orwell que los intelectuales tienden a ser
más extremos en el nacionalismo transferido que en el propio. Hemos
conocido ejemplos de este tenor. Recordemos la nómina de asesores,

10 Francesc Vilanova, “Did Catalonia endure a (cultural) genocide?”, Journal of Catalan Intellectual
History, Online ISSN 2014-1564 DOI: 10.1515/jocih-2016-0002
11 George Orwell, “Notes on Nationalism”, en he Collected Essays, Journalism and Letters, Vol. 3. As
I Please 1943-1945, Harmmondsworth, Penguin, 1968, págs. 410-430.

70 Martín Alonso Zarza


mediadores, veriicadores y otros valedores de la “causa de la paz” en el
País Vasco. Uno de ellos, Jonathan Powell, ha tomado la pluma en un
medio de prestigio para ofrecer una solución al problema catalán par-
tiendo de las premisas oiciales del relato independentista; a saber, que la
razón principal del conlicto es la sentencia del Tribunal Constitucional12.
Por otra parte, la opción de Puigdemont por Bruselas no parece
ajena a la amistad de heo Francken, del partido lamenco N-VA; una
delegación ultra lamenca acompañó al expresident en la manifestación
del 7 de diciembre, aderezada con la bandera de las Wafen SS y la pan-
carta: Catalans, som el mateix poble! Los medios independentistas se
apresuraron igualmente a saludar el apoyo de un grupo parlamentario
suizo a Anna Gabriel con motivo de su fuga a Ginebra. Es una estructura
minimalista pero entregada, y suiciente para la ampliicación o inter-
nacionalización (y el minuto de gloria, como en el caso de Assange).
A pesar del empeño del catalanismo en cuidar el atuendo ideológico de
sus valedores, el grueso de sus apoyos se recluta en el caladero del popu-
lismo y la alt-right. Sin descuidar el abuso indecente de los pueblos ver-
daderamente oprimidos: Kurdistán, Palestina, Sahara… Algo de chispa
tiene que Rabat autorice a los nacionalistas del Rif a manifestarse contra
la represión catalana cuando tienen prohibido hacerlo en casa, por no
hablar del Sahara. Capítulo aparte merecen los apoyos de académicos
y colectivos alternativos que comulgan con el secesionismo siguiendo
el prontuario de primeros auxilios de las lógicas binarias. Franco y la
Inquisición son los argumentos preferidos; permiten montar un titular a
los cinco minutos de aterrizar en España. Imposible tratarlo aquí. Baste
como anécdota la ilípica de Jon Lee Anderson a Muñoz Molina por
haber criticado un artículo suyo en este sentido13.

Nacionalismo invertido
La última variante, más determinante que la anterior porque afecta a la
correlación de fuerzas, es el nacionalismo invertido. Pablo Iglesias puede
12 Jonathan Powell, “How to solve the Catalan crisis”, he New York Review of Books, 03/11/2017.
13 José Luis Pardo, “Carta a algunos colegas europeos”, El País, 26/11/2017. Muñoz Molina, Babelia,
14/10/2017; El País, 21/10/2017.

Los nacionalismos del procés 71


defender desde el no nacionalismo no acudir a la iesta nacional espa-
ñola, pero difícilmente cabe allí su presencia en la cabecera de la Diada.
Es difícil escuchar en ciertos ámbitos el nombre “España”, ni siquiera
para la meteorología; preieren imitar al secesionismo: bloque monár-
quico –o borbónico, o del 155– régimen del 78, monarquía hispánica,
o, impropiamente, Estado español. Resulta difícil en ocasiones saber si
predomina la solidaridad con el secesionismo (como en el transferido)
o la hostilidad, ahora sí, al Estado del que forman parte. Es esta conver-
gencia semántica negativa la que ensambla esas coaliciones de facto en
que se confunde independencia con “derecho a decidir” y democracia.
Este nacionalismo invertido lleva a menudo incorporada la asunción
de la tesis del odio anticatalán de los españoles14. Sin que esto implique
obviamente que no haya españoles (o franceses o turcos) que exhiban
prejuicios catalanófobos.
El nacionalismo invertido sintoniza y prolonga la suerte opuesta de
los nacionalismos hispánicos recientes. Como recoge un periodista de
Le Monde: “Lo que ha permitido la expansión del discurso nacionalista
catalán es también la ausencia de un relato nacional. La dictadura fran-
quista abusó del nacionalismo español. A su término, en 1977, una forma
de anclar la democracia y oponerse al pasado franquista fue rechazar
todo símbolo patriótico. En otros países europeos es normal encontrar
banderas nacionales en las calles. No es el caso de España. No se oye
el himno en las escuelas. En Cataluña, y en toda España, quien tiene
sensibilidad democrática rechaza los símbolos y la mitología nacional.
[…] Ser patriota en España es una rareza; le sitúa a uno en los márgenes
del espectro político”15.
En deinitiva, observamos trayectorias contrapuestas en la evolución
de los nacionalismos: es raro escuchar hoy los argumentos de Vázquez de
Mella o José Corts Grau, pero no ha ocurrido lo mismo con los de Torras
i Bages o Prat de la Riba (como experimentó Solé Tura en sus carnes).
Los mitos nacionales españoles son anatema (saludable) pero los de los
14 Un ino escritor, como Bernardo Artxaga no se resiste al tópico: “perquè als catalans, saps, a moltes
parts d’Espanya no els tenen cap carinyo” (L’Avenç, 434, mayo 2017, pág. 20).
15 François Bougon, “L’Espagne, tant d’histoires”, Le Monde, Idées, 23/09/2017.

72 Martín Alonso Zarza


nacionalismos periféricos son intocables, incluso para militantes del
pensamiento crítico. El nacionalismo catalán ha utilizado su hegemonía
de facto para una nacionalización intensiva, desde la que reivindicar, con
el concurso de nacionalistas transferidos e invertidos, la secesión. Son
cursos de acción bien estudiados. La gramática nacionalista activa lógicas
sociales perversas16. Las dinámicas identitarias son la ciclogénesis de la
política. Es la lección reciente de los Balcanes; la estación término de
la cartografía alveolar. La mitad al menos de esta relexión de Arzalluz
suena pertinente: “No creo que los vascos nos hayamos portado mal con
la gente de fuera”. “A veces parece que los de fuera quieren hacerse dueños
de este pueblo. Una cosa es”, añadió, “la limpieza étnica y esas cosas, de las
que estamos en contra, y otra que los de fuera, con los votos de fuera, se
hagan con la mayoría, y toda nuestra forma de ser, nuestra personalidad,
se pierda porque a algunos no les importe en absoluto”17. Son poderosos
los argumentos que aconsejan, en palabras de Gellner, “librarnos de la
metafísica social del nacionalismo: la idea de que la nacionalidad es la
base del orden político y la naturaleza misma de las cosas”18. •

Martín Alonso Zarza es autor de El catalanismo, del éxito al


éxtasis (3 volúmenes).

16 Martín Alonso, “Collective Identity as a Rhetorical Device”, Synthesis Philosophica, 51 (1) 2011,
págs. 7-24.
17 Conferencia en Tolosa el 28 de enero de 1993 (El País, 30/01/1993). El socialista y vicepresidente
del gobierno vasco Fernando Buesa reaccionó contundentemente contra tales tesis. Fue asesinado
por ETA, junto a su escolta Jorge Díez, hace día por día 18 años cuando cierro este artículo; dedi-
cado a su memoria. El día del funeral el PNV contraprogramó con una manifestación de apoyo a
Ibarretxe. El partido de los asesinos convocó la suya para celebrar la gesta.
18 Ernst Gellner, Encuentros con el nacionalismo, Madrid, Alianza, 1995, pág. 78.

Los nacionalismos del procés 73


E N S AY O

REVISIONISMO DE LA
EXCEPCIONALIDAD
EUROPEA EN EL
ORIGEN DE LA
CIENCIA MODERNA (I)
Este ensayo sobre los orígenes y el desarrollo
de la ciencia moderna tendrá una segunda parte
que publicaremos en el próximo número.
F E R NA N D O P E R E G R Í N GU T I É R R E Z

L
a historiografía sobre la llamada revolución cientíica
europea está algo agitada y revuelta desde inales del siglo
pasado y principios del presente por las publicaciones
de algunos historiadores, la mayoría de origen no occi-
dental aunque formados y, en la actualidad, profesores
en universidades de Occidente, que se han embarcado
en un revisionismo histórico de lo que consideran el predominante
enfoque clásico europeísta, o en la jerga propia de esos historiado-
res, en el paradigma –en el sentido de homas Kuhn– eurocentrista.
Asimismo se conoce esta perspectiva como la excepcionalidad europea
en el nacimiento y evolución de la ciencia moderna.

74
Aunque se supone de sobra conocido para los lectores de este
artículo, no está de más que recordemos brevemente qué se entiende por
revolución cientíica en el paradigma eurocéntrico o de excepcionalismo
europeo. De forma sucinta y breve, es un concepto usado para explicar
el surgimiento de la ciencia moderna durante la Edad Moderna tem-
prana, principalmente en los siglos xvi y xvii, en los que nuevas ideas
y conocimientos en física, astronomía, y en bastante menor medida,
en anatomía humana y química, transformaron las visiones antiguas y
medievales sobre la Naturaleza y sentaron las bases de la ciencia moderna.
Fue, para la mayoría de los historiadores que comparte esta visión,
basada en una localización geográica y una periodización histórica
muy concretas, uno de los más importantes desarrollos de la tradición
intelectual occidental. La revolución cientíica fue nada menos que
una revolución intelectual en la percepción por los individuos del
mundo que les rodea y en que están inmersos. Como tal, amén de
los conocimientos cientíicos que produjo, hay que ijar la atención
en las nuevas formas de adquirirlos, esto es, en la epistemología y en
el avance del método cientíico, el cual daría lugar a lo que se conoce
hoy día como metodología naturalista.
Hay acuerdo bastante general en esta interpretación tradicional
en los cambios o trasformaciones básicas que se produjeron durante
este período, que se inician en cosmología y astronomía y que se
tornan a continuación a la física (algunos eruditos han argumentado
que hubo desarrollos paralelos, aunque bastante más modestos, en
anatomía y isiología debidos a Andreas Vesalius y William Harvey,
como veremos más adelante, en la segunda parte de este trabajo).

Excepcionalismo europeo y su revisionismo


En lo que atañe al excepcionalismo europeo, el primer cuestiona-
miento vino con la publicación de Ciencia y Civilización en China1,
debida a Joseph Needham. Hasta entonces, el desarrollo y estado

1 Joseph Needham, Ciencia y Civilización en China (en inglés original Science and Civilization in
China, obra monumental en 15 volúmenes iniciada en 1954 y que se extiende hasta su muerte en
1995. No me consta que haya traducción al español de la obra completa).

75
contemporáneo de la era de la revolución cientíica de la ciencia en
China eran totalmente desconocidos en Occidente. Esta publicación,
la primera en reconocer el pasado cientíico de China, revelaba el
desarrollo de la ciencia en aquel país; en ella que Needham formula
su gran pregunta sobre el estancamiento del desarrollo cientíico y
tecnológico de China, y fue desde sus inicios la objeción más seria y
completa al excepcionalismo europeo de la revolución cientíica, al
mostrar que en otros lugares geográicos, en otras civilizaciones, en
otros tiempos, también había surgido y desarrollado algo más o menos
semejante a la ciencia europea. Para el historiador de la escuela llamada
multiculturalista de la ciencia Arun Bala2 esta monumental obra de
Needham, que abrió la puerta a los llamados estudios multiculturales
de la historia de la ciencia, está inspirada en otro cuestionamiento,
esta vez el de la periodización tradicional, que formuló el ilósofo
francés Pierre Duhem al postular unos orígenes de la ciencia moderna
europea que se podían trazar hacia atrás hasta el siglo xiv, esto es,
hasta la cultura medieval europea. Según Duhem, la ontología y la
epistemología que dieron lugar a la ciencia moderna de Galileo, Kepler
y Newton no signiicaron una ruptura, un cambio revolucionario de
paradigma –de nuevo, recurriendo a Kuhn– que resultó del triunfo del
pensamiento propio de la revolución cientíica, sino una continuidad
de éste con el de la ilosofía medieval europea que se basa en las dis-
putas y debates que tuvieron lugar en la Universidad de París con la
recepción, a partir del siglo xii, de las obras de Aristóteles y Averroes
por los que se llamaron “aristotélicos parisinos”3. Es obvio que los

2 Arun Bala, he Eurocentric History of Science and Multicultural Histories of Scienca (2006), en What the
Rest think of the West since 600 AD, editado por Lauda Nader, University of California Press, 2015.
3 Pierre Duhem, Le Syatème du Monde. Histoire des Doctrines cosmologiques de Platon à Copernic, 10 vols,
1913-1959, Hermann, París. La recepción de Arístoteles en la Universidad de París no deja de ser para-
dójica y algo compleja de historiar, pues en 1210 acontece la primera prohibición de leer a Aristóteles
en París, en el seno de la herejía amalricense. A pesar de ello, en una carta de fecha 10 de mayo de 1231,
el papa Gregorio IX airma que los maestros de artes pueden violar la prohibición sin ser sancionados,
pues se les otorgaba el privilegio de no ser sujetos a excomunión en un periodo de siete años, privilegio
que se renovaría por siete años más en 1237. Alrededor de 1240, las prohibiciones habían perdido efecto.
Roger Bacon enseñaba, entre 1240 y 1247, los libros naturales de Aristóteles en París y Oxford con
patrones de estudio similares. Pilar Herráiz Oliva, Aristóteles en París: averroísmo y condenas a la nueva
ilosofía. https://icciondelarazon.iles.wordpress.com/2015/08/pilarherraizaristoteles_en_paris.pdf

76 Fernando Peregrín Gutiérrez


historiadores musulmanes de la ciencia y los multiculturalistas nacidos
al amparo del relativismo gnoseológico posmoderno, vieron aquí un
clavo ardiendo, por decirlo coloquialmente, donde agarrarse para
atacar el excepcionalismo europeo de la revolución cientíica y enla-
zarla con la Edad de Oro de la ciencia y la ilosofía árabe-islámica
(generalmente fechada entre los siglos ix y xi).

Historiografía islámica de la ciencia árabe-islámica


y de la occidental
El revisionismo de la historia clásica de la revolución cientíica europea
de enfoque multiculturalista es notablemente abundante entre la gran
mayoría de los eruditos musulmanes, que o bien, como hemos visto,
intentan relacionar más allá de lo históricamente probado el inlujo y el
nexo entre la ciencia árabe-islámica de la Edad Media, concretamente
en la llamada Edad de Oro de esa ciencia (y de la ilosofía) o inten-
tan negar el carácter único y universal que tiene la ciencia moderna,
proponiendo una ciencia islámica diferente pero igual de válida que
la que llaman ciencia occidental (craso error, ya que la ciencia es de
suyo, internacional). En efecto, el fracaso continuo de los intentos de
implantar la ciencia y la tecnología modernas en el mundo musulmán,
la humillación sufrida ante una técnica militar siempre superior, y la
fuerte presión de los movimientos sociales islámicos actuales, han lle-
vado a algunos intelectuales comprometidos con dichos movimientos
a plantearse la posibilidad y conveniencia de crear o redescubrir una
ciencia islámica, a medida de un imaginario Homo Islamicus, como
parte de la búsqueda de una modernidad también islámica, ya que se
hallan convencidos de que el esplendor de la ciencia árabe-islámica y
del poderío de los musulmanes se debió a su idelidad a los principios
de la fe mahometana. Se basan, además, en las críticas posmodernas
a la consideración de la ciencia occidental como objetiva y universal
(transcultural), tildándola, por el contrario, de eurocéntrica. Man-
tiene el relativismo posmoderno que tanto la ciencia como empresa
humana, como el conocimiento que produce, son construcciones
basadas en negociaciones y acuerdos sociales entre partes, por lo que

Revisionismo de la excepcionalidad europea en el origen de la ciencia moderna (I) 77


no existe ni ciencia ni conocimiento cientíico únicos, sino tantos
como las diversas culturas sean capaces de construir. Por ende, con-
tinúa el discurso del relativismo gnoseológico, más que importar al
mundo musulmán la ciencia eurocéntrica haya que crear una ciencia
islámica mediante una revolución pendiente que enlace con la edad
dorada de la ciencia árabe-islámica y permita competir y hasta superar
al Occidente. Pues a in de cuentas, la revolución cientíica europea, o
no fue tal revolución4, sino apropiación del saber de los musulmanes,
o no tiene por qué ser única.
Entre estos historiadores de la ciencia islámica que recurren a este
enfoque multiculturalista para devaluar la revolución cientíica euro-
pea se encuentra Seyyed Hossein Nasr. Este devoto y místico suista,
ilósofo y profesor universitario es además un claro ejemplo de una
postura muy frecuente entre los revisionistas de la ciencia moderna
nacida en Europa, que es la falta de todo juicio crítico con el islam
y su empeño de negar a dicha fe responsabilidad alguna en la rápida
decadencia y el fracaso inal de la ciencia árabe-islámica a partir del
siglo xi, hasta el extremo que ya en el siglo xv se puede decir que había
desaparecido de la historia de la humanidad. Llegan algunos de ellos,
y en concreto Nasr, a aseverar que si hubo alguna vez una gran ciencia
islámica, totalmente distinta y hasta en muchos aspectos contraria a
la que surgió en Europa posteriormente, se debe a la idelidad de los
sabios y eruditos que la llevaron a cabo a los principios más básicos
y, según Nasr, eternos del islam5.

4 “La Revolución cientíica nunca existió, y este libro trata de ella”. Así arranca el espléndido libro de
Steven Shapin La revolución cientíica: una interpretación alternativa (Paidós, 2000. El original en
inglés es de Chicago University Press, 1996, y se titula simplemente he Scientiic Revolution). En
realidad, según Anthony Gottlieb, esta aseveración del autor se trata nada más que de una pose
hiper-revisionista, pues “la mayoría de los lectores [de este libro] concluirán que en verdad había
algo en marcha lo suicientemente dramático como para llamarlo la Revolución cientíica” (he
New Science. New York Times, 17 de noviembre de 1996. http://www.nytimes.com/1996/11/17/
books/the-new-science.html)
5 Seyyed Hossein Nasr, Science and Civilization in Islam. New American Library. NY 1968. Seyyed
Hossein Nasr. Islamic Science: An Illustrated Study. World of Islam Festival Trust, London, 1976.
Nasr ha llegado a airmar que “no hay país en el mundo islámico que no haya sido testigo del
impacto negativo que tiene en el sistema ideológico de los jóvenes el estudio de la ciencia occi-
dental”. Seyyed Hossein Nasr: Islam and Modern Science. Conferencia pronunciada en el MIT,
Massachusetts, 1991.

78 Fernando Peregrín Gutiérrez


Distinto es el enfoque del profesor de la Universidad de California
(Berkeley) George Saliba, cuyo revisionismo se basa inequívocamente
en un posmodernismo claramente inluido por Edward Said, colega
suyo en la Universidad de Columbia, quien a su vez mantuvo una rela-
ción, primero de seguidor y principal promotor en EEUU y posterior-
mente, detractor de Michael Foucault.6 Saliba es un experto erudito
reconocido en astronomía árabe-islámica y sostiene que los astrónomos
de la revolución cientíica europea, principalmente Copérnico, se bene-
iciaron mucho de los conocimientos de los astrónomos musulmanes,
tales como Tusi. En concreto, en este caso, pone un gran acento en
la llamada “Pareja de Tusi”7, que según Saliba plagió Kepler. Mas no
aporta datos sobre cómo pudo Copérnico conocer los manuscritos de
Tusi, pues Saliba no se preocupa más que del contenido de los manus-
critos que estudia –brillantemente, por cierto– pero no de su difusión y
recepción por la comunidad de expertos contemporáneos y posteriores,
ya que su concepción posmoderna de la ciencia, a la Foucault, le lleva
a sostener que la libertad del investigador para satisfacer, ante todo, su
curiosidad personal y la institucionalización de la empresa cientíica
con su consecuente y necesaria comunicación de conocimientos entre
expertos en las diferentes materias, es una icción, ya que la investigación
que da lugar a una construcción social está determinada sólo por factores
económicos y sociales. En ese sentido, si esto fuese cierto, podríamos
preguntarnos por los motivos de Copérnico, Galileo, Kepler, Tycho
Brahe y todos sus demás colegas para desarrollar la nueva astronomía
que es parte esencial de lo que hoy conocemos como revolución cien-
tíica europea, sabiendo que en sus primeras etapas levantaría ampollas
en los tradicionalistas e incluso en las autoridades religiosas, algo que
Saliba parece ignorar. Otro ejemplo del empeño de Saliba para alargar
el período de esplendor creativo de la ciencia árabe-islámica a in de
superponerlo con el de la revolución cientíica y poner en pie de igual-
dad la astronomía en Europa y en las sociedades de musulmanes en el
6 Raúl Rodríguez Freire, El Foucault de Said: dos notas excéntricas sobre una relación metropolitana.
https://es.scribd.com/document/310577413/El-Foucault-de-Said
7 Nasir al-Din al-Tusi (1201-1274) fue un astrónomo y matemático persa.

Revisionismo de la excepcionalidad europea en el origen de la ciencia moderna (I) 79


Oriente Medio, con el in de ningunear el excepcionalismo europeo,
es el astrónomo persa Shams al-Din al-Khafri. Para Saliba, este astró-
nomo fue una igura de creativa continuidad en la astronomía árabe y
él, y tal vez otros coetáneos, representen una nueva era dorada de esa
astronomía, no un período de declive.
La sugerencia de Saliba de que Khafri fue un astrónomo innovador
y progresivo, dado el hecho de que buscó preservar y perfeccionar
el sistema ptolomeico, parece ser muy improbable. Es claro que el
modelo copernicano de la revolución cientíica europea sí fue, en
cambio, un nuevo modelo progresivo que nos llevó más cerca de la
verdadera constitución del universo que el sistema ptolomeico. Con
respecto a esto, el historiador A. I. Sabra sostiene que sería extraño
llamar “revolucionario y reformista” a un proyecto diseñado de suyo
para consolidar la antigua y obsoleta astronomía de Ptolomeo.8
Al hilo de los esfuerzos de Saliba por enlazar la creatividad de la
astronomía árabe con la naciente y revolucionaria de Europa, es posi-
ble que, incluso más allá del siglo xv, eruditos musulmanes aislados
siguieran haciendo con su ciencia individual, en sus torres de maril,
nuevos descubrimientos y que algún día especialistas en historia de la
ciencia árabe-islámica encuentren en oscuros rincones olvidados de los
desordenados museos árabes sorprendentes manuscritos, semejantes
a los de Ibn Sahl hallados recientemente por Roshdi Rashed9, con-
teniendo resultados cientíicos que se anticipaban a otros semejantes
que se iban a alcanzar posteriormente en Occidente, lo cual, por otro
lado, es signo del descuido y desprecio por el saber que poco a poco
se fueron haciendo endémicos en las sociedades de musulmanes y que

8 A. I. Sabra, Coniguring the Universe: Aporetic, Problem Solving, and Kinematic Modeling as hemes
of Arabic Astronomy, Perspectives on Science 6, no. 3 (1998) : 322
Para conocer más sobre la astronomía árabe según Saliba, véase Toby Huff. Replay to George Sali-
ba. Royal Institute for Inter-Faith Studies. BRIIFS, vol. 4 núm. 2, 2002. https://baheyeldin.com/
history/toby-huff-1.html
9 Brahim Guizal y John Dudley, Ibn Sahl, descubridor de la ley de la reracción de la luz, Investigación y
Ciencia, febrero del 2003. Típico ejemplo de un descubrimiento que quedó aislado, perdido por
razones varias, que dice mucho de la sagacidad y clarividencia intelectual del cientíico que lo hizo
pero que no aportó conocimiento ni avance del saber a una sociedad, la árabe-islámica, en la que
no existía empresa cientíica organizada e institucionalizada.

80 Fernando Peregrín Gutiérrez


no se explican con el agotamiento de la temática ni con la incapaci-
dad de plantearse nuevos problemas cientíicos a partir del siglo xv.
Además, esta displicencia –y muy probablemente, también temor–
por el conocimiento empírico enlaza con el rechazo de la imprenta
por la mayoría de las sociedades islámicas durante cientos de años.10

La ciencia moderna y el diálogo de civilizaciones


Otro revisionismo, planteado desde la perspectiva multiculturalista, de
la tesis de la excepcionalidad de la ciencia europea y de la concepción
eurocéntrica de la historia lo encontramos en Arun Bala, Senior Research
Fellow en el Asia Research Institute en la National University of Singa-
pore, y actualmente Visiting Professor, Rotman Institute of Philosophy,
Universidad de Western Ontario. Su enfoque es que la revolución cien-
tíica, lejos de ser un hecho aislado de la civilización europea, surge de
lo que él llama diálogo de civilizaciones, por el cual las ideas en ilosofía,
matemáticas y cosmología chinas, hindúes, árabes y del anciano Egipto
jugaron un papel indispensable e hicieron posible el nacimiento de la
ciencia moderna.11 Es una hipótesis interesante y para algunos, hasta
atractiva, Sucede, sin embargo, que no hay rastro alguno de ese supuesto
intercambio de conocimientos entre diversas culturas, en muy diversos
grados de desarrollo cientíico; como mucho, coincidencias más o menos
forzadas e irrelevantes. Bala es el típico multiculturalista académico y
profesa el más extremo relativismo gnoseológico de los Cultural Studies
de las facultades de letras de las universidades estadounidenses. Su falta
de respeto por la verdad y la necesaria evidencia que proporcionan los
hechos históricos para sustentar sus tesis, es proverbial.12
Para dar plausibilidad a su tesis del diálogo de civilizaciones en el
origen y desarrollo de la revolución cientíica Bala resalta la impor-

10 F. Peregrín Gutiérrez, “A vueltas con la decadencia de la ciencia árabe-islámica. Réplica al profesor Julio
Samsó”. Revista de Libros, núm. 76, abril 2003. Sobre el fracaso de la imprenta en las sociedades islámicas,
véase F. Peregrín Gutierrez. El libro árabe, una especie en peligro de extinción. Letras Libres, mayo 2007.
11 Arun Bala, he Dialogue of Civilizations in the Birth of Modern Science. AIAA; Edición: 2006.
12 Arun Bala, Do Dialogical Histories of the Scientiic Revolution Require Rethinking Scientiic Method?
http://www.situsci.ca/event/arun-bala-do-dialogical-histories-scientiic-revolution-require-re-
thinking-scientiic-method.

Revisionismo de la excepcionalidad europea en el origen de la ciencia moderna (I) 81


tancia y los beneicios derivados de los descubrimientos geográicos
de los europeos de la Edad Media y del establecimiento de las rutas
comerciales subsiguientes. Se justiica así, en alguna manera e indirec-
tamente, el colonialismo a que dieron lugar tales descubrimientos y el
comercio entre culturas que propició, cosa que admite este historiador
multiculturalista. Empero queda el problema de que es imposible el
diálogo si uno de los interlocutores permanece sordo, como es el caso
de muchas de las civilizaciones que considera Bala cuando entraron en
contacto con la europea. En efecto, apenas hay trazas de la recepción
de los conocimientos y de la epistemología (que incluye los métodos
cientíicos), del pensamiento europeo moderno en dichas civilizacio-
nes. Sirva como ejemplo la recepción y difusión de los Principia de
Newton en el islam, que fue muy limitada, casi nula. De hecho, hoy
día aún está por publicarse la primera edición impresa de ese texto
fundamental de la ciencia moderna traducido al árabe. •

Fernando Peregrín Gutiérrez es escritor y ex presidente


de un Comité Técnico Médico (CTM) de la Comisión Europea
de Normas (CEN) de la Comisión Europea y experto en
electromedicina.

82 Fernando Peregrín Gutiérrez


E N S AY O

EN CON T R A
DE UNA E SCUEL A
INCLUSIVA
La escuela ha de estar abierta a todos,
pero no todos pueden tener idéntico éxito.
Organizar la escuela sin pensar en la
condición humana es como fabricar
aviones sin pensar en la resistencia del aire.
RICARDO MORENO CASTILLO

E
ste título sería reaccionario si expresara un deseo,
pero es la constatación de una imposibilidad. Cierta-
mente, sería deseable una larga enseñanza obligatoria
que proporcionara una sólida formación cientíica
y humanística, pero es imposible: no todos tienen
la inteligencia ni el tesón necesario para ello. Y si
nos obcecamos en lo imposible gastamos recursos que mejor sería
invertir en lo que sí es posible. Igual que si destináramos parte del
dinero dedicado a la investigación médica a buscar la inmortalidad.
Nada se conseguiría, y la sanidad retrocedería al quedar más despro-
tegida. Entonces, antes de descaliicar este texto como retrógrado,

84
relexiónese sobre sus argumentos. Puedo estar equivocado y que la
inmortalidad sea posible, pero mientras no me convenzan es absurdo
llamarme reaccionario por creer inevitable la muerte.
Además, el tema es más amplio de lo que indica el título, pues la
alternativa entre escuela inclusiva y exclusiva es la manifestación de
otras que a su vez son la inevitable consecuencia de nuestra initud,
que da lugar a tres limitaciones muy dolorosas, pero cuya negación
en nombre de lo políticamente correcto solo lleva a delirios:

1. Toda posibilidad es un límite.


2. La igualdad de oportunidades genera desigualdades.
3. La libertad y la igualdad son cada una de ellas la frontera
de la otra.

***

◆ La primera limitación la explica muy bien Kant mediante una pará-


bola para aclarar cómo el lenguaje, que posibilita el pensamiento,
también lo limita. Fuera de él no podemos pensar. Una paloma
volaba contra del viento, y pensaba: “Si no hubiera aire, volaría
mejor”. No, sin aire no podría volar. El mismo aire que posibilita
el vuelo también lo entorpece. Asimismo, el rozamiento diiculta
el movimiento de una locomotora y por ello se atenúa haciéndola
circular por railes. Pero si lográramos un rozamiento cero las rue-
das patinarían y el movimiento también sería cero. El rozamiento
posibilita el movimiento pero también lo limita.
Esto sucede en todas las tareas humanas, porque si no aceptamos
el límite de nuestras posibilidades, acabamos con ellas, porque es el
límite de la posibilidad lo que hace que esta sea posible. Empeñarse en
lo contrario es la falacia en la cual caen todas las utopías del mundo.
Las utopías sociales han costado millones de muertos, las educativas
han dañado a quienes pretendían beneiciar: a los alumnos de origen
familiar más modesto, cuyo único camino para promocionarse es
la escuela y el conocimiento.

85
Y sobre esto último vamos a hablar. La escolarización para todos,
con ser una magníica posibilidad, también tiene límites, y no reco-
nocerlos acaba con la posibilidad. La escuela ha de estar abierta
a todos, pero no todos pueden tener idéntico éxito. Organizar la
escuela sin pensar en la condición humana es como fabricar aviones
sin pensar en la resistencia del aire. Y la condición humana es así:
no todos tienen capacidad para aprender cualquier cosa, ni todos
están dispuestos a estudiar ni a esforzarse. Y así, quien no quiere
aprender no aprende, y quien quiere no puede porque los primeros
boicotean las clases. ¿Cómo disimulan esto los mentores del dispa-
rate? Sencillamente, mintiendo: entre aprobados misericordiosos,
promociones por imperativo legal, presiones de la inspección, y
rebajas de temporada (técnicamente: “adaptaciones curriculares”),
se acaban regalando títulos que nada valen. Por hacer una enseñanza
nada excluyente se ha hecho una enseñanza que excluye a quienes
más podrían aprender, y también a quienes no quieren o no pueden,
que han perdido un tiempo que habrían podido dedicar a aprender
un oicio. Una enseñanza que pretenda ser absolutamente incluyente
es la más excluyente.
Una buena enseñanza excluye a quien no la aprovecha, igual
que una buena sanidad excluye a quien no hace caso a los médicos.
Si un enfermo va a peor porque no obedece a los médicos ¿es porque
la sanidad es excluyente? Nadie se cura sin poner un esfuerzo de
su parte. Claro que hablar del esfuerzo del enfermo para conseguir
la salud sería, según algunas almas de cántaro, hacer una sanidad
punitiva y represiva, sería volver al franquismo. Esto no es broma:
se ha dicho en ocasiones que la pedagogía del esfuerzo es franquista.

◆ Y con esto entro en la segunda limitación: la igualdad de opor-


tunidades tropieza con la libertad que tenemos de aprovechar o no
las oportunidades, libertad que genera desigualdades. Si suprimimos
los conservatorios seremos igualmente ignorantes en música. Eso
sí, a costa de la libertad de quienes sí querrían aprender música.
Si concedemos esa libertad y abrimos conservatorios tenemos la

86 Ricardo Moreno Castillo


desigualdad de resultados: unos poseen más aptitudes y más fuerza
de voluntad para practicar cotidianamente y otros no. Claro que
podemos recuperar la igualdad obligando a todos a matricularse en
un conservatorio. Pero entonces los que están a la fuerza no dejarán
aprender a quienes quieren, y a quienes sí quieren habría que ense-
ñarles muy poquito, no vaya a ser que caigamos en el elitismo de que
destaquen los hijos de los músicos, que ya llegan con cierta ventaja.
Y volvemos a la igualdad inicial: nadie aprende música, igual que
sin conservatorios. Solo que esa ignorancia musical, que podría ser
gratis, ha costado mucho.

◆ Así llegamos a la tercera limitación: la libertad y la igualdad son


fronterizas. Cuando una dictadura cercena la libertad de expresión,
el listo y el tonto son indistinguibles, y las ideas circulan igualadas
por el prestigio de lo prohibido. Pero conseguida esta libertad, queda
clara la diferencia entre las propuestas razonables y las delirantes,
y entre quienes callaban por culpa de la censura y quienes callaban
porque nada tenían que decir. La desigualdad, en deinitiva, entre
los listos y los tontos, quienes pueden disimular mejor su condición
cuando falta la libertad de expresión.
¿Y qué tiene que ver esto con la educación? Pues que la edu-
cación inclusiva e igualadora vive a costa de la libertad de quienes
desearían y podrían estudiar un bachillerato largo y riguroso, la de
quienes desearían ir a la escuela a aprender de verdad y no aprender
a aprender, ni a controlar las emociones. Nuestro sistema educativo
anula y aplasta esta libertad, y las víctimas más vulnerables de esta
supresión son los alumnos de las familias más desfavorecidas, que
lo que no aprenden en la escuela no lo aprenderán en ningún sitio.
Se dice con frecuencia que la igualdad de oportunidades es enga-
ñosa, porque una enseñanza sólida excluye a quienes tienen menos
recursos y ayuda en su casa, que no pueden seguir las clases con el
mismo provecho que sus compañeros. Esto es cierto en parte, pero
bajar el nivel de conocimientos no atenúa las diferencias, al contra-
rio. Pensemos en un módulo profesional de electricidad. Lo deseable

En contra de una escuela inclusiva 87


La educación es hacer trabajar a los estudiantes
inclusiva e para hacer de ellos buenos electricis-
igualadora tas. Claro que esto favorecería al hijo
vive a costa de de electricista, que ya conoce algo del
la libertad de oicio y parte con cierta ventaja. Pero si
quienes desearían buscando la igualdad se baja la exigen-
estudiar con rigor cia, solo se consigue que todos pierdan
el bachillerato, el tiempo y que el título obtenido sea
ir a la escuela inútil. Para que uno no se aproveche
a aprender de de ciertas ventajas se perjudica a todos.
verdad y no Y todavía peor, se acentúan las des-
aprender a igualdades que se pretenden paliar. Por-
aprender, ni a que el hijo del electricista ya aprenderá
controlar las en casa lo que no le enseñaron en el
emociones curso, pero los demás han perdido la
posibilidad de convertirse en buenos
electricistas. Eso sí, no han tenido que
esforzarse para aprender durante el curso, que esforzarse es algo
muy traumático, pero la pequeña diferencia inicial se ha conver-
tido en un abismo insalvable. Querer igualar, bajando el nivel, a
los que tienen apoyo familiar con los que no, perjudica más a los
segundos que a los primeros. Si los que no tienen ayuda en casa
tampoco la tienen en el instituto porque ni se les exige ni se les
inculca el hábito del esfuerzo, están ya perdidos para siempre. Lo
que no aprende el pobre en el instituto no lo aprenderá en ningún
sitio, y sólo un sistema de enseñanza que valora el trabajo y la inte-
ligencia permite a ambos competir en igualdad de condiciones.
El que parte con desventaja habrá de esforzarse más, pero no es un
esfuerzo sobrehumano, y si le eximen de ese esfuerzo para disimular
la desigualdad, la desventaja inicial se hace crónica.
Y si se baja el nivel para compensar a quienes vienen de fami-
lias poco ilustradas, habrá de bajarse en la universidad, porque es
injusto exigir una base sólida a quienes se les ha negado. Además,
dar gran nivel en una facultad de derecho, medicina o ingeniería

88 Ricardo Moreno Castillo


es dar ventajas a quienes proceden de familia de juristas, médicos
e ingenieros, luego hay que enseñar y exigir poco para esconder la
diferencia. Pero necesitamos buenos juristas, médicos e ingenieros, y
éstos sólo pueden venir de buenas universidades. Y una universidad
poco puede hacer con un estudiante inmaduro y sin conocimientos.
Entonces, o se tiene un bachillerato exigente donde se inculca el
hábito de trabajo, o los juristas, médicos e ingenieros procederán de
la enseñanza privada. Y por no caer en el elitismo de la inteligencia
y el trabajo, se cae en el económico.
Además la desventaja que puedan tener quienes tienen padres
iletrados no es insuperable. Mi vida profesional comenzó en un
instituto de un pueblo costero. La mayoría de mis alumnos eran de
familias modestas, pero entre ellos había muchos alumnos brillantes
que salieron adelante mediante un esfuerzo razonable Y las condi-
ciones materiales no eran demasiado buenas, pero disfrutaban de
una ventaja que no tienen los estudiantes de ahora: sabían que al
instituto se iba a aprender, (no a aprender a aprender, ni a cultivar
la autoestima), y que nadie puede aprender sin esforzarse. En dei-
nitiva, no se les engañaba.
Pero además, el nivel de estudios de los padres no es la única varia-
ble. Unos padres no iletrados pero serenos pueden ser más provechosos
para un niño que unos padres con estudios pero discutidores. A lo
mejor un chico no tiene silencio en su casa, pero es listo como una
ardilla. Otro no es tan listo pero lo compensa con una gran fuerza
de voluntad, al otro le cuesta concentrarse, pero sabe hacerse amigos,
lo cual es bueno para el rendimiento escolar, porque los amigos se
ayudan unos a otros. Si hay que bajar el nivel pensando en quienes
tienen padres no estudiados, habrá que bajarlo también pensando en
quienes tienen un mal ambiente familiar o viven en una calle ruidosa,
y a quien sufra ambas circunstancias habrá que hacerle doble rebaja.
Y si además es distraído o poco listo, habrá que hacerle triple rebaja.
Pero los alumnos han de aprender a apoyarse en los vientos a favor
para vencer los que vienen en contra, y eso no se consigue haciendo
rebajas ni adaptaciones que en la vida profesional no van a tener.

En contra de una escuela inclusiva 89


Esto no es una caricatura: hoy en las evaluaciones se habla más de la
vida privada de los estudiantes que de si sabe la asignatura. Es más, el
estudiante feo y desagradable va a recibir más calabazas de sus com-
pañeras que los demás, y cada vez que las reciba tendrá una depresión
que repercutirá negativamente en sus estudios. ¿Habrá que caliicar
con especial indulgencia a los feos para que superen su depresión?
¿O concienciar a las chicas para que hagan discriminación positiva con
sus compañeros antipáticos? Porque preferir como parejas a personas
atractivas y alegres es un elitismo imperdonable y atentatorio contra
la igualdad. Además, recibir calabazas deteriora mucho la autoestima.
El resultado de la pretendida inclusión total está a la vista: por que-
rer reducir el rozamiento a cero, el tren no avanza. Y tras diez años de
escolaridad el título obtenido no garantiza ni siquiera que su poseedor
sepa leer y escribir correctamente. Y quien puede se salva a través de la
enseñanza privada. La burguesía culta que antaño llevaba sus hijos a
la pública, hogaño huye hacia la privada. Y entre quienes huyen a más
velocidad están muchos de los mentores de nuestro sistema educativo,
que piensan que la enseñanza inclusiva está muy bien para los hijos
de los demás. Para los propios, la enseñanza exigente que promueve la
calidad y celebra la excelencia, por muy elitista que esto sea.
Se ha de insistir en esto de la incoherencia entre la actuación pública
y la privada, porque he sido tachado tantas veces de excluyente y elitista
que es bueno recordar que todos los somos cuando median nuestros
intereses. Supongamos que debo operarme y puedo optar entre dos
cirujanos. Del primero sé que sus intervenciones son exitosas y poso-
peratorios breves. Del segundo, que tiene más fracasos y largos poso-
peratorios. Si me pongo en manos del primero ¿es elitismo buscar la
excelencia y excluir profesionalmente al cirujano inepto? Lo es, pero
muy legítimo. Claro que el segundo, al ver que pierde pacientes, verá
su autoestima muy deteriorada, pero más deteriorada quedaría la mía
si salgo del quirófano peor de como entré. ¿Y si el cirujano chapu-
cero es mujer, haría alguien discriminación positiva? Ni la feminista
más radical la haría. Si en nuestra vida privada todos somos elitistas
y prescindimos de los profesionales desmañados ¿por qué poner cara

90 Ricardo Moreno Castillo


de que somos igualitarios y aborrece- Los alumnos
mos el elitismo? Hay escritores buenos han de aprender
y malos, a los primeros los leemos y los a apoyarse en los
otros no, igual que hay buenos y malos vientos a favor
médicos. Y, lamentablemente, también para vencer los
hay alumnos buenos y malos. Negar esto que vienen en
diciendo, como dicen tantos pedagogos contra, y eso
que “no hay malos alumnos, hay alumnos no se consigue
con diicultades de aprendizaje” es como haciendo rebajas
negar que haya malos médicos diciendo ni adaptaciones
que tan solo “tienen diicultades para que en la vida
alcanzar un diagnóstico correcto”. Hay profesional no
quienes sostienen que una escuela que van a tener
inculca el hábito del trabajo es “compe-
titiva”. Como si hacer ver a los pacientes
que han de obedecer a los médicos fuera propugnar una sanidad com-
petitiva. Pero sucede que el estudio no es nada competitivo, porque lo
que aprende uno también lo puede aprender otro. Los contenidos del
saber no son como el alimento en tiempo de escasez, que lo que come
uno no lo puede comer el otro. Si así fuera, habría que sancionar a las
personas cultas, por acaparadoras.
Ahora llegamos a una cuestión más delicada, pero que se ha de
abordar sin intentar diluir las diferencias cambiando las palabras.
Es la de quienes tienen una minusvalía diagnosticada, como personas
con síndrome de Down o ciegos. Y si queremos ayudar de verdad a
los minusválidos hay algo que no se puede obviar: ser ciego o tener
síndrome de Down es una limitación, no un rasgo como ser rubio
o moreno. Porque hay quienes piensan que la igualdad se logra, no
ayudando al minusválido a ir lo más lejos posible, sino negando la
minusvalía. Pero no es así: mejor carecer de síndrome de Down que
tenerlo, y mejor ser vidente que ciego. A mí me hubiera encantado
poseer la inteligencia de Aristóteles, el físico de George Clooney
y el patrimonio de los duques de Alba, pero sucede que nací feo,
pobre y tonto, y con esto he de aprender a vivir.

En contra de una escuela inclusiva 91


En cierta ocasión tuve en clase una niña con síndrome de
Down, de la que me ocupaba a ratos mientras sus compañeros
hacían problemas. Algo conseguí, pero esa niña no estuvo bien
atendida, porque nadie puede hacer dos cosas a la vez. Pensé en
los buenos resultados que podría tener con una clase solo de niños
con síndrome de Down, porque trabajando con esta alumna se me
ocurrieron algunas ideas que podrían funcionar. Parecida experien-
cia tuve con ciegos. Y también la misma frustración de ver lo que
dejaban de aprender y lo mucho que podría enseñarles si tuviera una
clase solo con ciegos. Por ejemplo, aprendemos matemáticas con la
vista, y por ello comenzamos con geometría plana, que se ve mejor,
y después con la del espacio. Pero para los ciegos un instrumento
fundamental es el tacto. ¿No se podría hacer un programa especial,
empezando con la geometría del espacio? Y con ichas se podría
llegar muy lejos en teoría de números. Pero insisto, al aprender más
habrían ido más lejos a pesar de su ceguera, pero seguirían siendo
ciegos y por ello algunas profesiones les estarían vedadas: nadie se
dejaría operar por un cirujano ciego. Esto es muy frustrante, yo
tampoco puedo ser cirujano porque me marea la sangre. Puedo
considerarme víctima de una segregación injusta, o intentar vivir
alegremente dentro de mis limitaciones.
Empecé mi carrera de matemáticas soñando con ser un Einstein.
Me quedé en modesto profesor. Y he procurado ser feliz en mi oi-
cio, pero no soy Einstein. ¿Somos iguales Einstein y yo? Pues no,
qué le vamos a hacer. La élite es minoritaria, pero si se suprime la
élite para lograr la igualdad, los mediocres no tendríamos de quien
aprender y seríamos más mediocres todavía. Nadie saldría ganando,
salvo los envidiosos. También me matriculé en el conservatorio, y
pronto me enseñaron la puerta. Me hubiera gustado ser Rubinstein
y no pudo ser. ¿Es esto segregación? Pues sí, pero no soy Rubinstein.
No puedo ser Einstein porque carezco de su inteligencia, ni músico
porque carezco oído, ni obispo porque carezco de fe. Y me habría
ilusionado mucho ser obispo, pero los seminarios son tan elitistas
y excluyentes que discriminan a los ateos.

92 Ricardo Moreno Castillo


No somos iguales, no. Hay profesionales buenos y malos, artistas
buenos y malos, estudiantes buenos y malos. Y negar la realidad es
inútil, porque las cosas no se mejoran ignorando la realidad, sino
haciéndole frente y sacando el mejor partido de ella. Anda por ahí
un libro titulado Todos los niños pueden ser Einstein. Solo el título ya
es falaz. Y es indispensable señalar este género de falacias porque hay
una moda pedagógica que considera que quien no puede hacer algo es
porque es víctima de una injusticia: todos podemos aprender cualquier
cosa, ser estupendos, creativos, geniales… y quien sostenga lo contrario
es elitista y excluyente. Pero aunque parezca el anuncio de una Buena
Nueva, es una mentira que solo dará lugar a frustraciones. •

Ricardo Moreno Castillo es catedrático de instituto


jubilado. Autor de Panfleto antipedagógico.

En contra de una escuela inclusiva 93


LIBROS

CIUDADANÍA :
L A VIDA ACT I VA
DE FR ANCISCO
SOSA WAGNER
La participación es más que un proyecto
político deseable en el futuro. Es una
forma de vida actual y presente que
Sosa Wagner practica con empeño diario.
‘El movimiento se demuestra andando’.
J U L I Á N S AUQ U I L L O

Francisco Sosa Wagner con José Lázaro, Memorias dialogadas,


Ediciones Deliberar, Madrid, 2017.

L
os más pesimistas dirán que ya no hay dónde mirarse.
Pero no es cierto. La literatura especular surgió para
corregir defectos y reforzar virtudes. Aunque el pro-
pósito ejempliicador no sea compatible con la ironía
de esta conversación sobre la vida, obra e ideas de Sosa
Wagner, al lector le gustará tomar nota no sólo de
sus formas y maneras de vida sino también de las de José Lázaro,
su entrevistador. A medida que avanza esta “confesión”, como

94
conversación autobiográica, todo resulta más íntimo, crítico y
divertido. La especial cercanía que Lázaro logra, en estas conver-
saciones muy meditadas, alcanza a desnudar a un personaje que no
desea mitiicarse sino mostrarse mundano. El lector encontrará una
vida, si no plena, muy completa. Nietzsche aseguró que al trágico
moribundo que fuera interpelado en el lecho de muerte: “esta ha
sido tu vida, ¿quieres otra más así?”, contestaría, sin dudar, “dame
otra más”. Tras leer estas memorias, el lector –el propio José Lázaro
también– responderá seguro: “sí, pero démela como la de Sosa
Wagner”. Hay algo juvenil y sumamente despierto en la imagen
de Sosa Wagner, propia de un dandismo muy serio con pajarita.
Así es porque su memoria resiste, sin dar el brazo a torcer, en la
universidad, en el comentario periodístico, en el parlamentarismo
europeo –recordado entre el funcionariado de Bruselas por ser
mucho más trabajador de lo normal–, en el ascenso prodigioso
y caída gris del socialismo con el que se codeó, en el empeño de
reforma administrativa en la transición española, en la cocina, la
buena literatura o la música clásica… con un cosmopolitismo com-
patible con la doble idelidad ovetense y leonesa.
No se trata de un esforzado intelectual habituado a las renuncias
y las lamentaciones, sino de un gozador de amplias facetas vita-
les que dieron resultados no por serios menos alegres. Disfruta de
libros, sinfonías, pensadores jurídicos, recetas, personajes históricos
contemporáneos, vidas familiares a las que no se llega por “arreglo
matrimonial”, paseos y viajes, por no cansarles. Sosa Wagner parece
haber tenido claro desde pequeño que entre Dante –incurso en par-
ticipar de todas las facetas de la vida sin miedo y a fondo– y Petrarca
–remiso a involucrarse en el mundo exterior por temor a perder
sustancia moral– había que optar por el primero. Sin embargo, no se
trata de una participación pública que oblitere o banalice la libertad
individual sino que debió de ver a esta como condición de la libertad
social. Dicho en el “argot” del sesenta y ocho que ambos analizan:
si no hay revolución política sin revolución social, tampoco esta es
posible sin revolución moral. Y Sosa Wagner ha dado buena cuenta

95
de esta honestidad sin la que no hay nada. En el “Ruedo Ibérico”
que José Lázaro despieza con Francisco Sosa, sin tanto vitriolo
como Valle-Inclán, queda Sosa como un personaje clásico, aunque
inintencionado por los interlocutores de estas Memorias…, que no
se deforma como esperpento en los espejos del Callejón del Gato.
Para que el personaje se expresara, que no es otra cosa en francés
que procurar exprimirle, contó con un historiador y ducho narrador
que comunica la medicina con la literatura. A José Lázaro se debe
recientemente El alma de las mujeres. Novela neoepistolar con Cecilio
de Oriol (Madrid, Ediciones Deliberar, 2017). Vidas y muertes de
Luis Martín Santos (2009) ya le acreditó como ágil biógrafo, con un
habilidoso mosaico vital, capaz de atrapar a un personaje no menos
múltiple que Sosa. Ante el diván comparece ahora un Sosa Wagner,
germánico por los cuatro costados, que hace gala del genio goethiano
sin caer en el “síndrome neurótico del seminarista” de Hölderlin y
tantos otros. Así es, no acuciado por el protestantismo y el Estado
prusiano, pero sí por un Estado franquista castrador de cualquier
libertad y más de quien deseara ser relativamente singular. Quizás
sólo pudo superar el restrictivo ambiente de sus años de formación
con mucha ironía. Sosa Wagner congenia la socarronería frente a
la estupidez humana con un noble cuidado de los mejores hábitos
y maneras de una Universidad clásica –la alemana– en extinción.
Comienza por reconocer el subdesarrollo de Portugal y España
en la construcción de Europa. Ambas fueron mantenidas en el atraso
político. Portugal inmersa en la penuria económica. Mientras que
España combinaba la represión política con el modesto bienestar
del Plan de Estabilización. Con humor, Sosa describe las paradojas
de la historia: el ultracatólico López Rodó propició las relaciones
sexuales pecaminosas malabares en los famosos seiscientos como
consecuencia no querida de la automoción masiva. Pero había que
ser muy precoz y tenaz, en el franquismo, para ser un digno intelec-
tual en el futuro. Sosa Wagner posee un peril intelectual de clase
media alta. Su familia –liberal con militares, médicos y masones– era
prototípica mezcla de las culturas alemana y española. Su madre se

96 Julián Sauquillo
convirtió del protestantismo alemán al catolicismo. A su vez, estuvo
rodeado por las costumbres musulmanas y judías desde niño.
La combinación de lecturas noventayochistas, libros prohibidos
de la editorial Ruedo Ibérico, poesía taurina y estudios de derecho no
era acogida entre el “leninismo dulce” de la Universidad. El “PUTE”
(Partido Universitario Tecnocrático Español), que formó con tres
amigos para tomarse la contestación con un cultivo intelectual
digno, tenía que explotar por el extranjero. Más en concreto, debía
germinar en la Universidad de Tübingen –de la mano de Eduardo
García de Enterría– con dos grandes del derecho público –Otto
Bachof y Günther Dürig– y el Instituto Jurídico del C.S.I.C. de
Roma. De aquella Universidad alemana le quedó a Sosa una especial
vocación intelectual que nada tiene que ver con la modernización
de los estudios superiores para formar diestros especialistas. Trans-
ferencia de conocimiento, excelencia y competitividad son menos
que la denostada curiosidad en su modelo universitario. Por ello,
este administrativista, en vez de agostarse en la sequedad del dere-
cho, ha buscado salir de la Facultad. Las periódicas contribuciones
periodísticas, el consejo experto en la coniguración del Estatuto
autonómico (Título VIII de la Constitución española), la participa-
ción en la Comisión de Transferencias al Principado de Asturias, la
elaboración en equipo de la ley 7/1985 de Régimen Local, la colabo-
ración con Tomás de la Quadra-Salcedo como Ministro con Felipe
González en su muy admirada Presidencia durante los primeros
años, las responsabilidades universitarias, la pronta militancia en el
PSP de Tierno Galván y la posterior en la UPyD de Rosa Díez, la
condición de parlamentario europeo, la escritura como novelista y
biógrafo, el ejercicio de la abogacía… han sido ocupaciones de una
energía que desborda a la Academia.
Esto no supone desconsideración alguna a la Universidad.
Sin este trabajo no podría haber escrito y tampoco leído igual. Ade-
más conserva hábitos de la Universidad alemana como la “Despe-
dida” del catedrático jubilado, que bien empleó en traer a colación
otra Universidad más intelectual, entre la rebeldía y la añoranza.

Ciudadanía: la vida activa de Francisco Sosa Wagner 97


Uno de los elementos más bellos de este pequeño pero intenso libro
es la pulcritud y el cariño con que recupera casi del olvido a sus
viejos maestros del derecho, españoles y alemanes. Quiere darles
vida para que no descansen en el pozo de las notas a pie de página
del doctorando. Su Maestros alemanes del derecho público (Madrid,
2004) y Juristas en la Segunda República (Madrid, 2009) más que
títulos son un trasfondo vital. Es consciente de los logros celebra-
bles y de lo que quedó por hacer desde el magisterio de Adolfo G.
Posada y Antonio Royo Villanova. Fundamentalmente, subraya
pendiente la revitalización de la vida administrativa municipal. Una
experiencia que Sosa radica en Alemania. Pero le invito a cotejar
estas esperanzas municipales con las contradicciones ya existentes
de la centralización administrativa con la vida local en la demo-
cracia europea, tal y como Tocqueville la describe muy pronto. De
otra parte, poca duda me cabe de que comparte la necesidad de
la centralización gubernativa deseada por Tocqueville. El Estado
ragmentado: modelo austro-húngaro y brote de naciones en España
(2007), libro escrito con su hijo Igor Sosa Mayor, que también se
comenta en esta entrevista, deja pocas dudas.
Creo que, en su visión del derecho, prima las páginas que dedicó
al nacimiento y extinción de la República de Weimar (1919-1933).
Posee una visión de Estado ahora muy necesaria, que deja la diversi-
dad empecinada de lado para subrayar la unidad del Estado, ignorada
en este laboratorio histórico de la catástrofe. Sin embargo, nos pasa
a muchos profesores, Sosa Wagner subraya la admiración intelec-
tual por encima de la circunstancia histórica por grave que sea e,
incluso, sobre la propia entraña diabólica del personaje. Conoce
perfectamente y de primera mano las refriegas de poder que su
admirado Carl Schmitt catalogó de luchas de poder en “el pasillo
de acceso al poderoso”. Si queremos saber cómo nos gustaría orde-
nar el derecho, para una paciicación duradera, acudimos a Hans
Kelsen, pero si queremos ver cómo los hombres extreman sus ambi-
ciones por el poder de hecho echamos mano de Carl Schmitt. De
su explicación teológico-política del poder surge la inquietud de

98 Julián Sauquillo
Sosa Wagner por el último poder soberano papal: Pio IX, el último
soberano (Zaragoza, 2000). Pero también, emerge una vocación
por el sostenimiento del Estado contra aquel demiurgo fatal y nazi
más allá de la voluntad humana, que no duda en quebrarlo. Ha
padecido también los zarpazos de quienes tocan poder sin llegar a
asaltarlo. No podría comparar alegremente la lucha política con la
serie televisiva “Juego de Tronos”.
Este profesor de una raza en extinción conoció a los hombres
fuera de España y en un loable peregrinaje universitario por Bilbao,
Oviedo y León. Lo hizo machadianamente, haciendo camino al
andar. No cabe decir que su conclusión vital por el momento sea
lamentadora, sino jubilosa. A decir de su amigo Antonio Pereira, en
el cuento “El hombre de acción” (Me gusta contar, Madrid, 1999),
sería como el viejo vividor que busca los mejores vinos en Château-
neuf-du Pape. Parece disfrutar con todo. No quiere ser el Petrarca
que se queja de que en Aviñon hay mucha golfería. Así viaja siempre:
elige los mejores hoteles, nunca cierra la puerta y menos duerme. •

Julián Sauquillo es catedrático de Filosofía del Derecho de


la Universidad Autónoma de Madrid. Autor de La reforma
constitucional. Sujetos y límites del poder constituyente.

Ciudadanía: la vida activa de Francisco Sosa Wagner 99


LIBROS

EL DISCRETO
ARQUIT ECTO
DEL P ORVENIR
Si hoy tuviera que pronunciarse
sobre el oicio de editor, seguro
que Javier Pradera seguiría coniando
en su capacidad de transformar el mundo.
JOSÉ ANDRÉS ROJO

Jordi Gracia, ed. Epílogo de Miguel Aguilar. Javier Pradera.


Itinerario de un editor, Trama editorial, Madrid, 2017.

A
cabó Derecho a los veinte años y tras unas opo-
siciones obtuvo una plaza en el Cuerpo Jurídico
del Ejército del Aire, pero lo metieron en la cár-
cel después de las movilizaciones estudiantiles de
1956. Anduvo luego un tiempo dando clases como
profesor de Derecho Constitucional, lo volvieron
a detener y esta vez le tocó pasar una larga temporada en una celda,
entre enero y noviembre de 1958. Al salir no pudo volver a la Universi-
dad ni tampoco abrir un despacho de abogado, así que Javier Pradera

100
(San Sebastián, 1934-Madrid, 2011) tuvo que buscarse la vida y se
puso a trabajar en un editorial. Empezó haciendo unas traducciones
en 1959 para Tecnos, donde luego lo emplearon como agente comer-
cial. Durante unas gestiones conoció a Arnaldo Orila, director del
Fondo de Cultura Económica, que lo ichó en 1963 como gerente y
responsable del sello mexicano en España. Desde ese momento hasta
que abandonó Alianza en 1989, Javier Pradera fue editor –“a mi juicio
el mejor oicio del mundo”, dijo alguna vez–. Lo fue también como
jefe de Opinión de El País, donde se lo conoce sobre todo por sus
editoriales y por sus piezas de analista político, y en Claves de Razón
Práctica, esta revista, que fundó con Fernando Savater en 1990. Una
vida entera, pues, dedicada a ese discreto papel de mediador entre los
autores y los lectores.
En Itinerario de un editor, Jordi Gracia ha reunido un montón de
piezas diferentes de Javier Pradera que permiten acercarse a esa zona
casi desconocida en la que estuvo ocupado durante treinta y cinco
años. Cartas, reseñas de libros, conferencias, entrevistas, intervencio-
nes en seminarios: un fascinante puzzle de fragmentos que permiten
recomponer los avatares de un sector que tuvo un relevante papel
en la España de esos años. El libro, así, no es solo la historia de Pra-
dera como editor, sino también una ventana privilegiada desde la que
atisbar qué ha pasado en este país –qué nos ha pasado– desde que a
inales de los cincuenta un joven abogado que militaba entonces en
el Partido Comunista terminó dedicándose a los libros.
En el último texto que recoge el libro, una intervención en la
Universidad Menéndez Pelayo en 2001 que tituló Contra la melanco-
lía o la continuidad del oicio, Pradera se reiere a siete características
que deinen el trabajo de un editor: 1. Seleccionar racionalmente sus
preferencias para difundir el conocimiento y la cultura; 2. Capacidad
de formar una empresa; 3. “Un mínimo proyecto cultural, utilizando
el término proyecto en sentido débil y con el signiicado megalómano
de transformar el mundo”; 4. “Capacidad para armonizar sus gustos
personales y las líneas generales de ese proyecto con la demanda no
solo actual sino también potencial y para conformar los deseos de

101
mañana”; 5. Discriminar y seleccionar, apostar por autores, corrientes
y géneros. 6. Imaginación suiciente para hacer llegar su catálogo al
potencial lector, y 7. “Saber administrar los recursos humanos y mate-
riales” para que su empresa perdure. En otra ocasión había sostenido
que “la clave última de ese oicio es saber armonizar la doble condición
del libro, las dos caras de Jano del libro como bien cultural y como
mercancía o, para decirlo en términos marxianos, como valor de uso
y como valor de cambio”.
Para comprender a fondo la envergadura del trabajo que Javier
Pradera realizó como editor hay dos aspectos en los que habría que
ijar la atención: uno de ellos, esa idea megalómana de “transformar
el mundo”; la otra, la voluntad de “conformar los deseos de mañana”.
Es muy posible que si ese trabajo no comportara esos dos aspectos,
Pradera no se hubiera implicado nunca de esa manera como editor
hasta el punto de sostener que se trata de “el mejor oicio del mundo”.
Hay que pensar en los años que van de 1940 a 1955, el período en el
que a su generación le tocó socializarse y al que se reiere de pasada en
un autorretrato de 2004, que incluye el libro: infancia, adolescencia
y juventud, vividos sin remedio en ese clima intelectual, político y
moral tan cerrado del franquismo. “Reconstruir la historia de por qué
esa minoría rompe con esa socialización es muy complicado”, con-
iesa ahí. Se reiere a aquellos estudiantes que empezaron a mediados
de los cincuenta a cuestionar la dictadura, incluso cuando muchos
de ellos procedieran de familias que habían ganado la guerra. ¿Qué
ocurrió? ¿Por qué se produjo esa mutación? Pesaron, sin duda, moti-
vos de índole muy variada, pero por lo que respecta al Pradera que
algún día se convertiría en editor, las lecturas fueron decisivas. A este
respecto, cuenta que estaban sometidos a “una dieta de campo de
concentración”. Gracias a las editores latinoamericanos, dice Pradera,
aquellos jóvenes pudieron conectar con “la corriente de pensamiento
humanista, ilustrado y libre”. Leyeron a Alberti, Camus, Sartre, sobre
la condición humana, la historia de la Guerra Civil. Otro mundo era
posible. Había que acabar con la dictadura e inventarse la sociedad
del mañana. Uno de los instrumentos para hacerlo era el libro.

102 José Andrés Rojo


Y esto es lo que cuenta, a ráfagas y de manera fragmentaria, este
Itinerario de un editor. La primera parte da cuenta del trabajo de
Pradera desde dentro, y ofrece un montón de cartas que escribió –y
algunas que le escribieron– durante la época en que estuvo en Fondo
de Cultura Económica y durante los años, entre 1971 y 1976, en que
fue montando a la sombra la delegación española de Siglo xxi; luego
se recogen dos informes que redactó en 1989 en plena crisis de Alianza,
poco antes de que se vendiera a Anaya. En la segunda parte hay inter-
venciones de Pradera, reseñas y entrevistas en las que se pronuncia
sobre el trabajo de editor desde fuera.
El tiempo que pasó en FCE, y la época en que colaboró con Siglo
xxi, muestran mucho de lo que tiene de empresa el trabajo de un
editor. La relación con los libreros, con el personal, con la distribu-
ción, con los responsables de los suplementos, con los organizadores
de eventos para dar visibilidad al sello recién instalado en España.
Y, claro, la terrible batalla que han de librar con la censura de la dic-
tadura. La primera carta que incluye el libro es una larga explicación
de la última detención que sufre Pradera en 1963, y se la dirige a
Orila, su jefe, para darle los detalles del episodio y para decirle que
puede prescindir de él si lo estima necesario, extremo que no fue ni
siquiera considerado.
Hay, en otras cartas, algunos detalles reveladores de cómo procedía
el régimen franquista. Uno de los libros que puso en marcha Pradera
fue la edición de una antología de Unamuno con prólogo de José
Luis López Aranguren. Los censores trabajaban línea a línea y bajo
ningún concepto estaban dispuestos a admitir una frase que se refería
a “...la torpeza insigne que la España oicial católica ha cometido y
sigue cometiendo ahora mismo con Unamuno...”. ¿Cómo puede ser
posible, clamó Carlos Robles Piquer, entonces director general de
Información, si era el propio régimen el que estaba organizando los
homenajes al escritor salmantino? Cuenta Pradera: “Pretendía, nada
más y nada menos, que pusiéramos una nota del editor al pie del
citado párrafo mencionando las disposiciones y actos del Régimen
para conmemorar a Unamuno o –segunda variante– que ese trágala

El discreto arquitecto del porvenir 103


igurará al comienzo de la edición”. Lógicamente, se negó. Pero todo
ese ambiente gris, mustio, pobretón de la dictadura, con sus afanes
de controlarlo todo y con su estrechez de miras, empapa el contenido
de las cartas de su época en el Fondo.
En 1965, Arnaldo Orila fue cesado como director. Había publi-
cado un ensayo que sintonizaba con Fidel y el Che y otro que revelaba
las terribles condiciones de vida de los pobres en Latinoamérica: no
era una línea editorial que estuviera en sintonía con la inluencia
estadounidense sobre el Gobierno mexicano de Gustavo Díaz Ordaz.
Pradera se fue del Fondo en 1967, y se incorporó en noviembre a
Alianza, empresa con la que llevaba colaborando desde que el pro-
yecto se puso en marcha unos años antes. Fue ahí donde tuvo un peso
esencial en la conformación del catálogo y donde realmente inluyó
–hacia 1978 se hizo cargo de la dirección de la editorial– en muchas
de las lecturas que marcaron a esa sociedad que iba a enfrentarse al
desafío de liquidar la dictadura y construir la democracia. Hay, por
otra parte, una larga parte del libro que recoge las complicaciones
que atravesó Siglo xxi, el sello en el se embarcó Orila en 1971 con
la idea de operar en México, Argentina y España. En 1976, Pradera
ya había empezado a trabajar en El País, y seguía con Alianza, así que
tuvo que renunciar totalmente a ese proyecto.
Los dos informes que redactó Pradera durante la crisis de Alianza
iluminan otro momento decisivo de la historia de este país. La dic-
tadura ya ha quedado lejos, España es hace tiempo una democracia
en la que ya no tiene lugar alguno la censura. Las cosas en el mundo
editorial están, sin embargo, cambiando. “Todos los razonamien-
tos de Diego Hidalgo [el hombre fuerte de Alianza entonces, que
quería desprenderse de sus acciones] son estrictamente mercantiles
y obedecen exclusivamente a categorías contables”, escribe Pradera.
Y más adelante deiende que “editoriales como Alianza son el resul-
tado de otra forma de entender las relaciones entre cultura y negocio,
entre proyecto cultural y rentabilidad empresarial, entre creatividad
y comercio. Con su propio modelo, Alianza ha sobrevivido durante
más de veinte años y se vende ahora a nueve veces su valor nominal”.

104 José Andrés Rojo


Pradera no consiguió que Hidalgo permitiera a los socios minorita-
rios realizar una oferta, y se fue de la editorial en 1989, cuando pasó
a manos de Anaya.
No fue Pradera el que abandonó la edición, sino que fue la edición
la que lo abandonó a él, explicó alguna vez. “Las economías de escala,
el desarrollo del consumo masivo, la competencia de la televisión y de
los viajes para ocupar las horas del ocio, las nuevas técnicas de venta
(desde los plazos hasta las operaciones de quiosco) que exigen grandes
inversiones”: así diagnosticó en otro de sus escritos la situación que
atravesaba el mundo del libro cuando se fue (y más adelante). Pero
todavía no reinaban, como hoy, Internet y los móviles y las redes
sociales. Sea como sea, si hoy tuviera que pronunciarse sobre el oicio
de editor, seguro que Pradera seguiría coniando en su capacidad de
transformar el mundo. Muy a largo plazo y con mucha discreción,
como el arquitecto que proyecta esa casa invisible en la que habitan los
proyectos y los valores, las ideas y los sueños, las dudas y las grandes
y pequeñas cuestiones. Los libros, en deinitiva.
De la mano de los escritos de Pradera es posible, así, reconstruir lo
que fue el mundo editorial en España entre principios de los sesenta y
finales de los ochenta, pero de vez en cuando asoma también el propio
Pradera, tan reacio siempre a manifestarse sobre sí mismo. Y el que
asoma es un hombre que no quiere que las tensiones del trabajo puedan
empañar una amistad. En diciembre de 1976 le escribió a uno de sus
colegas de Siglo xxi porque temía que estuviera “dolido, entristecido,
por lo que tú sueles llamar mis brutalidades, que sólo en parte lo son”.
Lo eran en verdad sólo en parte –ese “desaforamiento” de sus reacciones,
como dice en otra carta–: el torbellino necesario para sacar adelante
un proyecto en la mustia España de la dictadura. •

José Andrés Rojo es periodista y escritor.

El discreto arquitecto del porvenir 105


LIBROS

EL ‘CASO HEIDEGGER’,
REABIERTO POR LA
PUBLICACIÓN DE LOS
‘CUADERNOS NEGROS’
Hay quien trata de resolver el dilema del
‘caso Heidegger’ de manera simplista,
argumentando que si ha sido un gran ilósofo
no pudo ser nazi y que si fue nazi
no ha sido un gran ilósofo.
E R N E S TO B A LTA R

Donatella di Cesare, Heidegger y los judíos. Los Cuadernos


negros. Gedisa, Barcelona, 2017.

E
l denominado “caso Heidegger” es una de las cuestiones
más recurrentes y fascinantes de la historia de la ilosofía
contemporánea. El asunto llama la atención por la incó-
moda paradoja del gran ilósofo –referente indiscutible
del pensamiento actual– convertido en un nazi redo-
mado o, cuando menos, simpatizando con una de las
maquinarias políticas más sanguinarias que han existido; en el ámbito de
la ilosofía, se presenta como un campo de batalla donde parecen jugarse
muchas cosas, algunas bastante evidentes pero otras que permanecen

106
subyacentes, latentes, oscuras. De manera inevitable, el juicio moral, el
juicio político y el juicio ilosóico se solapan en las intervenciones de
los distintos participantes en el debate.
Quizá lo que más parece turbar de este asunto es la idea –la posi-
bilidad bastante cierta– de que una de las cumbres del pensamiento
del siglo xx fuera una persona tan detestable y mezquina, cuando no
todavía algo mucho peor desde el punto de vista moral. Parece que nos
resistimos a admitir esa eventualidad, aunque bien pudiera tratarse de
dos ámbitos separados, inconmensurables. ¿O no? ¿Van (deberían ir)
de la mano ambas realidades? Desde luego, la historia de la humani-
dad demuestra que han sido demasiados los ejemplos que respaldan el
dictamen de la versión inquietante e incómoda: se puede ser un gran
pensador –o intelectual, o escritor– y una persona despreciable. Y el
siglo xx fue un escaparate pavoroso de la connivencia de los intelectua-
les con los totalitarismos. El de Heidegger no sería el primer caso ni el
último, aunque sí uno especialmente simbólico y espinoso.
Hay quien trata de resolver el dilema del “caso Heidegger” de manera
simplista, argumentando lo siguiente: si ha sido un gran ilósofo, no
pudo ser nazi; si fue un nazi, entonces no ha sido un gran ilósofo. Tratar
de cerrar una cuestión tan compleja y llena de matices de una forma tan
inconsistente no conduce más que al autoengaño o a la melancolía, y
perpetúa sine die el malentendido.
En Heidegger y los judíos Donatella di Cesare analiza los textos
que escribió Heidegger sobre los judíos en sus Cuadernos negros entre
1931 y 1948 (que corresponden a los dos volúmenes que se han publi-
cado hasta el momento) y deiende que en ellos queda demostrado de
manera fehaciente su antisemitismo, por lo que resultan invalidados
los esquemas interpretativos “disculpatorios” que se habían esgrimido
hasta ahora. Las dos “estrategias defensivas” más habituales para negar
el antisemitismo de Heidegger habían sido, por un lado, remitir a sus
relaciones personales con judíos1 y, por otro, alegar que en cualquier

1 Ciertamente, gran parte de los discípulos de Heidegger eran judíos, como Karl Löwith, Hans Jonas o
Herbert Marcuse, y muchos de ellos lo disculparon de cualquier sombra de duda al respecto; también
eran judías tres de sus sucesivas amantes: Hannah Arendt, Elisabeth Blochmann y Masha Kaleko.

107
caso esas derivas inquietantes no afectaban al núcleo esencial de su
pensamiento. De hecho, se solía limitar o reducir el pensamiento polí-
tico de Heidegger a un periodo muy breve y circunstancial, concluyendo
que su adhesión al nacionalsocialismo no era más que un error político
ocasionado por el contexto, por la coyuntura del momento, y no una
convicción profunda ni un corolario lógico de su ilosofía.
La “versión oicial”, dice Di Cesare, ha tratado de componer un relato
convincente que disculpe en cierto modo –o al menos reste impor-
tancia– a la actitud de Heidegger. Se arguye que no fue más que un
paréntesis escabroso en su vida, un tropiezo, un nazismo accidental de
apenas un año de duración (recordemos que tomó posesión del cargo
como rector de la Universidad de Friburgo el 21 de abril de 1933 y dimitió
en abril de 1934); después Heidegger se mantendría totalmente aislado
en su cabaña de Todtnauberg, rodeado de libros y apuntes, meditando
y escribiendo, sin intervenir para nada en los asuntos públicos. Pre-
cisamente, la Kehre (el “giro” o “viraje” esencial de su pensamiento)
parece coincidir con su distanciamiento del nazismo; algunos estudiosos
hablan, incluso, de oposición intelectual o resistencia interna. Ya pagó
bastante caro su error con las fuerzas de ocupación, se esgrime, pues en
1946 fue apartado de la enseñanza. Aunque el 26 de septiembre de 1951
se le reintegraría a la docencia, no se le restituyó la cátedra.
Pero entonces asaltan algunas dudas ante esa versión oicial: ¿por
qué permaneció Heidegger en el partido nazi –NSDAP– hasta 1945
(se había inscrito el 1 de mayo de 1933)? ¿Por qué no se arrepintió nunca
de su error? ¿Por qué no se distanció jamás del pasado? ¿Por qué no
hizo una declaración pública condenando la barbarie de los campos de
exterminio y reconociendo su equivocación al adherirse al movimiento
nacionalsocialista? ¿Por qué se mantuvo inamovible en su silencio?
La importancia de los Cuadernos negros reside, según Di Cesare, en
que contienen eso “no dicho” que muchos suponían que era también
un “no pensado”. Allí Heidegger dice explícitamente que el papel del
judaísmo mundial no es una cuestión racial sino metafísica, de modo
que hay que abordar el tema del judaísmo dentro de la historia del Ser.
Por tanto, el tema del antisemitismo parece tener relevancia ilosóica y

108 Ernesto Baltar


no puede reducirse a un mero pormenor biográico. Esta es la novedad
fundamental que aportan los Cuadernos negros, según Di Cesare, pues
el “caso Heidegger” pasa a ser un asunto ilosóico, no sólo una cuestión
histórico-biográica.
De esta manera, la adhesión de Heidegger al nazismo parece inte-
grarse con su antisemitismo metafísico. No se puede seguir conside-
rando, según Di Cesare, que fue un mero accidente o error, sino que
se trataba de una decisión coherente con su propio pensamiento. Esto
explicaría también el posterior silencio de Heidegger.

Los ‘Cuadernos negros’


A mediados de los años sesenta fueron depositados en el Archivo Ale-
mán de Literatura de Marbach treinta y cuatro cuadernos envueltos
en tela negra que comprenden de 1930 a 1970. Heidegger expresó su
deseo de que se publicaran al inal de sus obras completas (sin que
nadie pudiera leerlos hasta entonces), abarcando de los volúmenes 94
a 102. Al demorarse la edición de sus otras obras, su hijo Hermann,
depositario del legado, ha decidido ir publicándolos. Por ahora sólo
han salido a la luz Relexiones ii-vi (1931-1938) y Relexiones vii-xi
(1938-1939). El propio Heidegger advierte en algún pasaje que estas
“relexiones” no son aforismos ni máximas sapienciales, sino “intentos”,
tentativas de nombrar.
La redacción del primero de los Cuadernos negros y de sus obras
Introducción a la metafísica y Contribuciones a la ilosofía (Del aconteci-
miento) coinciden en el tiempo: es la época de la Kehre (el mencionado
“viraje” o “giro”), que se puede describir como el paso de la ontología
fundamental de Ser y tiempo, centrada en el ser, a la noción del ser enten-
dido como acontecimiento. Además, tanto las Contribuciones como
los Cuadernos, que han sido publicados póstumamente por expresa
voluntad de Heidegger, se caracterizan por un estilo críptico en el que
predomina la brevedad y la insistencia en el “incesante esfuerzo por la
única pregunta”: la del Ser.
La empresa de Heidegger no es fundar una nueva ontología,
sino precisamente destruir la ontología; por eso anota la tarea que le

El caso Heidegger, reabierto por la publicación de los Cuadernos negros 109


espera: “abrirle un cauce en el concepto a la diferencia de ser”. En los
Cuadernos negros asistimos a este momento culminante de la edad de la
metafísica2 que no sólo está marcada por el olvido del ser sino también
por su abandono. Es el indicio del nihilismo consumado, el inal de la
modernidad, la última fase de la metafísica. El ente ya no encuentra el
vínculo que lo liga al ser, y el Ser se retrae. Es la noche del Ser.
Para Heidegger toda la ilosofía occidental –de Platón a Nietzs-
che– es metafísica porque ha pensado el ser como un ente. El ser se ha
visto “entiicado” y, por ende, olvidado y abandonado. Se olvida al ser
en favor del ente, y así la diferencia ontológica que hay entre ambos
queda borrada. La historia del Ser es la historia de la metafísica, que
alcanza su realización en la modernidad.
Si el destino del Ser le es coniado a los alemanes, según Heidegger,
el predominio del ente le es imputado a los judíos. La metafísica ha
sentado las bases de la racionalidad vacía y del pensamiento calculador
que identiican al judaísmo. El poder judío, resultado último y aberrante
de la modernidad, es el predominio del ente. A este respecto escribe
Heidegger en sus Cuadernos: “La cuestión concerniente al papel del
judaísmo mundial no es racial, sino la cuestión metafísica referida a esa
clase de humanidad que, careciendo sencillamente de vínculos, puede
hacer del desarraigo de todos los entes respecto del Ser la ‘tarea’ que le
es propia en la historia del mundo”.
En los Cuadernos negros a los judíos se les excluye del Ser, de la
“patria”. Los judíos no están sólo faltos de suelo (son nómadas, no
tienen una tierra y son incapaces de darse un Estado), es decir no sólo
son desarraigados, sino que se caracterizan por la desvinculación, que
es el signo de los tiempos por el que se destruye el vínculo con el Ser.
La presencia de la palabra “Jude” documentaría la identiicación
del enemigo en la guerra planetaria librada por Alemania, como
apunta Di Cesare. El término aparece catorce veces en los Cuader-

2 La era de la metafísica sería el lapso de tiempo entre el primer comienzo griego y el “otro comien-
zo” que se aguarda y que Heidegger cree ver llegar con la Alemania nazi. Desde luego, Heidegger
fue como mínimo un gran ingenuo al querer convertirse en guía espiritual del movimiento y
pretender dirigir hasta al mismísimo Führer.

110 Ernesto Baltar


nos, y en otras ocasiones se reiere al Judaísmo con términos como
“desertización”, “desracialización”, “desarraigo”, “favoritismo”, “esen-
cia gregaria”, “comunicación”, “habilidad en el cálculo”, “circuncisión
del saber”, “comunidad de los elegidos”, “desventura”, etc. A partir
de 1945, las referencias directas a “lo judío” dejan paso a metáforas,
alusiones y sobreentendidos.
Al igual que Spengler, Heidegger pensó que Occidente se despeñaba
por el abismo del nihilismo europeo. Sólo los alemanes podían salvar
su destino, como herederos del legado griego. Es la Grecia mística y
nocturna, arcaica y trágica, puramente pagana, cantada por Hölderlin,
augurada por Hegel y anhelada por Nietzsche. Grecia es la patria, la
tierra originaria. Sólo el pueblo alemán puede superar la metafísica; es
el custodio del Ser, pues puede “poetizar y decir el ser de una forma
originalmente nueva”, tal como escribió Hölderlin.
Para Heidegger la maquinación es el dominio del hacer, de la téc-
nica, y ya no queda nada que no se presente conforme a la posibilidad
del hacer y del ser hecho. La maquinación judía es el poder violento y
metafísico que, carente de raíz y de suelo, de profundidad y de histo-
ria, corre por el mundo tejiendo relaciones basadas sólo en el interés,
con tramas e intrigas, favoreciendo la masiicación y la factibilidad sin
límite, consumiendo el ente y reduciendo todo a cálculo, vaciando y
esclavizando a la realidad (a la que priva de sentido), convirtiendo el
espíritu en un fantasma y dejando al Ser sin potencia. Esto conduce
también a la desertización de la tierra.
En la última parte de los Cuadernos Heidegger habla explícitamente
de “judaísmo internacional” o “mundial”, lo que para Donatella di
Cesare signiica “compartir, respaldar y difundir el mito del complot
judío mundial” (pág. 215). También se reiere a la “falta de mundo del
judaísmo”, que sirve como acusación de la maquinación. El judío es,
como la piedra, in-mundo, impuro, porque carece de mundo, de la
“mundanidad” de la existencia.
A la vista de los Cuadernos negros publicados hasta ahora y de las con-
trovertidas declaraciones sobre los judíos que allí se encuentran, parece
que algunos estudiosos de Heidegger tratan de rebajar la importancia

El caso Heidegger, reabierto por la publicación de los Cuadernos negros 111


de estos escritos: puesto que el error político –para ellos ilosóicamente
irrelevante– ya no se circunscribe a un texto breve sobre la autonomía
universitaria (el famoso “Discurso del Rectorado” de 1933), sino que
es reivindicado por su autor en más de mil páginas de sus cuadernos,
no les queda más remedio que salvar a Heidegger del propio Heideg-
ger, silenciando o denigrando de forma moralista –caliicándolos de
“repulsivos”, “ridículos” o “patológicos”– sus textos antisemitas. De esta
forma les quitan importancia y pueden soslayarlos; sin embargo, esta
actitud de minusvalorar los Cuadernos negros parece responder, según
Di Cesare, a una motivación más problemática y menos inocente: no
querer mirar cara a cara el problema.
En la concepción de Donatella di Cesare, el nazismo no fue sólo
un proyecto político sino también una ilosofía, como ya estableció
Levinas en 1935 cuando escribió “Algunas relexiones sobre la iloso-
fía del hitlerismo”. Salvo Adorno, que redujo el nazismo a fascismo, y
Habermas, que denuncia la dimensión ontológico-histórica del nacio-
nalsocialismo, no se suele pensar en términos ilosóicos el nazismo,
sobre todo en Alemania. Por eso se pregunta la autora: “¿Es Heidegger
el ‘maestro de Alemania’, o ‘el pastor del Ser’? ¿No encarna el espíritu
maligno del nazismo?”.
Para Di Cesare el antisemitismo no puede ser un sentimiento coyun-
tural sino que tiene una raíz teológica, una intención política y un cariz
ilosóico. El de Heidegger es, pues, un antisemitismo “metafísico” que
continúa una larga tradición del pensamiento alemán, en cuya nómina
igurarían hitos tan importantes como Kant, Fichte, Hegel, Schopenhauer
o Nietzsche, entre otros, y cuyo origen histórico-ideológico se hallaría
en Lutero.3 El relato del antisemitismo de estos grandes autores que se
hace en el libro resulta ciertamente incómodo para el lector. Pero ante
la acumulación de evidencias, de pasajes citados, poco se puede decir.

3 El 29 de abril de 1946 uno de los acusados en los Juicios de Núremberg, Julius Streicher (director del
periódico nazi Der Stürmer), airmó en una de las sesiones: “Hoy en mi lugar debería estar Martín
Lutero”. La ilosofía alemana parece heredar, según Di Cesare, la tenaz fobia a los judíos de la teología
luterana, a la que le une un estrecho vínculo. Por ejemplo, Kant retoma la acusación de Lutero de
mentirosos a los judíos y los llama “nación de defraudadores”, Schopenhauer los considera “maestros
del embuste” y Nietzsche los acusa de haber introducido “la mentira del orden moral del mundo”.

112 Ernesto Baltar


“¿Cuál es la responsabilidad de los ilósofos en la “masacre ontoló-
gica” del Holocausto?”, se formula dramáticamente la autora.

El silencio culpable
Pese a las múltiples peticiones para que hablase en público, Heidegger
se mantuvo inamovible en su silencio. Incluso en su famosa entrevista
en Der Spiegel, publicada después de su muerte, evitó retractarse o dis-
culparse. ¿Fue la vergüenza lo que le impidió hablar en público? ¿Fue
el sentimiento de culpa? ¿Se envolvió en el silencio, consciente –como
supuso Derrida– de la imposibilidad de encontrar alguna palabra a
la altura de lo sucedido? Hay quien ve en este obstinado silencio de
Heidegger una culpa peor que la de su adhesión al nazismo en 1933.
Para Di Cesare los Cuadernos negros también arrojan luz sobre este
particular, pues el “antisemitismo metafísico” de Heidegger tuvo mucho
que ver con su silencio. Ya había escrito en Ser y tiempo que “callar
no signiica estar mudo”, porque “el que guarda silencio puede ‘dar a
entender’ con más propiedad que aquel a quien no le faltan las palabras”.
Aparece así el silencio como origen del lenguaje, y se establece una
distinción entre Verschweigen, el callar de la reticencia, y Erschweigen,
ese tipo de silencio que contiene algo no dicho pero que deja abierto
y confía a la palabra de otros.4
La conclusión inal de la autora es que “Heidegger, lejos de atajar
la cuestión, la agrava y la vuelve más diáfana, pues dice que existe una
‘cuestión judía’, la Judenrage, y la vincula a la Seinsrage, la cuestión del
Ser. Nunca el Judío había tenido tanta importancia: está en el corazón
del Ser y de la ilosofía. Nunca había representado una amenaza tan
grande” (pág. 244). Ahí está su “metafísica del Judío”.
Por eso los Cuadernos negros “desmienten ese gran lugar común de
la ilosofía del siglo xx que es el silencio de Heidegger sobre la Shoá”
(pág. 263), pues en ellos dice lo que tenía que decir. Después de la
publicación de los cuadernos, Auschwitz parece más vinculado que
nunca al olvido del Ser, asevera Di Cesare. La Shoá sería el culmen
4 En los Cuadernos negros posteriores a 1945, habla varias veces del silencio: “no tomar parte en las
habladurías públicas no signiica callar”; “no quiero enmudecer, pero es necesario callar”.

El caso Heidegger, reabierto por la publicación de los Cuadernos negros 113


de la autoliquidación en la historia, pues sólo el pueblo “elegido” es
cómplice de la metafísica, portador del vacío del desierto, de la nada del
nihilismo técnico que le caracteriza. Su autodestrucción se inscribiría
en la historia del ser y señalaría la extinción de la metafísica.
Por todo lo dicho, Heidegger y los judíos. Los Cuadernos negros es
un libro matizable pero muy interesante, controvertido en algunas de
sus ideas pero ilustrativo, compacto en sus tesis y ampliamente docu-
mentado. El hecho de que nos perturbe en ciertos pasajes al poner
frente al espejo de la ilosofía alemana una dimensión antisemita que
no se suele señalar, no es quizá un problema del libro, sino nuestro, que
preferimos alojarnos cómodamente en la socorrida percepción aséptica
de estas cuestiones.
Obviamente, si no parece lícito reducir el pensamiento de Hei-
degger a su adhesión al nacionalsocialismo, mucho menos sentido
tiene realizar esa operación reduccionista con otros ilósofos alema-
nes anteriores, pues resulta ya de entrada anacrónico e inconsistente;
pero eso no signiica que no se puedan analizar y estudiar, con rigor
y seriedad, todos esos componentes que nos resultan tan incómodos,
molestos o desasosegantes. Donatella di Cesare lo ha hecho en este
libro con profusa minuciosidad y documentación, diríamos incluso
que con ijación casi obsesiva. •

Ernesto Baltar, doctor en Filosofía por la Universidad


Complutense de Madrid y profesor en la Universidad
Rey Juan Carlos.

114 Ernesto Baltar


LIBROS

HANNAH ARENDT,
UNA PENSAD OR A
VALIENTE
José Lasaga considera que el factor decisivo en
la trayectoria intelectual de Hannah Arendt fue la
valentía, su capacidad de colocarse en puntos de vista
inéditos, opuestos a los imperantes, que siempre
defendió en nombre de la verdad.

JOSÉ MARÍ A HERRER A

José Lasaga Medina, Vida de Hannah Arendt. Eila editores,


Madrid, 2017.

A
unque ocupe con todo derecho un lugar destacado
en la historia de la ilosofía, Hannah Arendt sentía
cierto recelo hacia los ilósofos. Desde luego, jamás
se consideró uno de ellos. El deseo de explicar la
realidad en su conjunto le parecía presuntuoso.
Tal y como ella veía las cosas, pensamos para com-
prender quiénes somos y qué hacemos aquí. Esta convicción la alejó
igualmente de los profesores, a los que nunca agradó, pero no de la
verdad, que es lo que a ella le importaba.

116
Judía y alemana, dotada de cualidades intelectuales extraordina-
rias que formó de la mejor manera posible, Arendt vivió en primera
persona el desmoronamiento de la tradición occidental y el siglo de
los gobiernos totalitarios. Ambas cosas mantuvieron su espíritu alerta
y pendiente del presente. No fue una pensadora de cabaña, al estilo
de Wittgenstein o Heidegger, ni una agente del futuro necesario en
el que obtusamente creían los intelectuales comprometidos, sólo una
mujer valiente resuelta a ejercer su libertad y recuperarla para la teoría,
entonces secuestrada por las ideologías. Ello la obligó a abandonar la
ilosofía por la ciencia política, un campo en el que es ya un clásico.
Por mucho que las difíciles circunstancias que le tocó vivir,
minuciosamente expuestas en la documentada biografía de Elisa-
beth Young Bruehl, Hannah Arendt: una biografía, condicionaran
su pensamiento, tiene razón José Lasaga al considerar que el factor
decisivo en su trayectoria intelectual fue la valentía, esa capacidad
de colocarse en puntos de vista inéditos, opuestos a los imperantes,
y defenderlos siempre en nombre de la verdad. La Vida de Hannah
Arendt que acaba de publicar constituye una aportación muy acer-
tada precisamente por haber colocado este argumento en el centro
de la investigación.
Arendt se opuso desde muy joven a lo consabido, a lo ya dicho,
al discurso sustentado en la tradición o en el sentimiento de quienes
comparten una fe o una ideología. Pese a no tenerse por ilósofa,
desaió los lugares comunes, chocando cuando hizo falta con el punto
de vista de la mayoría y la certeza subjetiva que suele acompañarlos.
Nunca se arredró a la hora de seguir el pensamiento allí a donde
este pudiera llevarla ni de aceptar tampoco, en palabras de Lasaga,
“la exigencia de soledad que suele conllevar el acto de pensar”.
La época que le tocó vivir no permitía medias tintas. La lucha, par-
ticularmente dura tratándose de una judía alemana, le hizo adquirir
el temple que sólo llegan a poseer quienes han pasado por avatares
que ponen en juego la propia supervivencia. Una frase pronunciada
mucho después de que tuvieran lugar los hechos a que se refería
resulta ilustrativa de su actitud:

117
“Si te atacan como judío debes defenderte como judío. No como
alemán, ni como ciudadano del mundo, ni como defensor de los dere-
chos humanos o como lo que sea”.

De la valentía de Arendt da Lasaga multitud de ejemplos a lo largo


del libro: su huida de Alemania al ascender Hitler al poder, su crítica
a la política de Stalin en España durante la guerra civil, antes de que se
advirtiera el lado monstruoso del régimen comunista o su alejamiento
del sionismo cuando comprendió que la creación de un Estado judío,
identiicado con una raza, iba a llevar a una situación similar a la que
había arruinado a los Estados-nación europeos. Amiga de la verdad
antes que de Platón, nunca aceptó componendas por grandes que
fueran las pérdidas materiales que su integridad le pudiera acarrear.
Lasaga relaciona oportunamente esta actitud personal con el fenó-
meno “Auschwitz”. En cuanto se conocieron los horrores nazis en los
campos de exterminio, Arendt supo que se había producido un giro
en la historia del que se tenía que hacer cargo si quería entender el
presente. Así nace su primer gran trabajo, Los orígenes del totalitarismo.
“¿Cómo fue posible planiicar burocráticamente –e implicar a una
nación–, el exterminio de todo un pueblo? ¿Qué relación guardaba el
nazismo con el nacionalismo alemán? ¿Eran el fascismo y las tiranías
formas aines al nazismo? ¿Por qué la tradición ilustrada y liberal ale-
mana y europea no pudo hacer nada por frenar las oleadas de sinsen-
tido que los partidos de masas introducían en las instituciones hasta
el punto de destruirlas?” Lasaga resume en estas cuatro preguntas el
espíritu de la obra y las aborda deteniéndose en uno de los aspectos
más controvertidos cuando fue publicada: la equiparación de nazismo
y comunismo bajo el presupuesto de que la clave del totalitarismo es
el uso de la propaganda para destruir la realidad y hacer vivir a las
masas en una icción manipulable reforzada mediante el terror.
Los orígenes del totalitarismo no es un libro de historia, ni de his-
toria de las ideas, ni de ilosofía de la historia. A diferencia de quienes
creen que hay hechos que pueden explicar hechos o quienes suponen
que estos están supeditados a ciertas categorías a priori, Arendt se

118 José María Herrera


acerca a la historia convencida no sólo de su contingencia e inde-
terminación, sino de su irracionalidad. Según Lasaga, su esfuerzo
por entender lo que ha pasado responde a una necesidad de carácter
práctico vinculada precisamente a la acción humana y la libertad.
La relexión sobre estos temas dará lugar a una serie de textos, el más
importante de los cuales es La condición humana. Arendt distingue en
ellos entre la política, cuyo asunto es la libertad, y la economía, cuyo
tema es la necesidad. Como economía y política eran lo mismo para
los pensadores totalitarios, en particular los marxistas, muy inluyen-
tes durante la época de la Guerra Fría, estas ideas se recibieron con
fuertes polémicas. El planteamiento de Arendt atacaba las bases del
pensamiento de izquierdas. La airmación de que el hombre sólo es
humano cuando no actúa condicionado por las necesidades de la vida
–idea cuya posibilidad aplazaban los marxistas para el día en que la
revolución triunfase– constituye el núcleo de la visión arendtiana de
la política. Esta deja de serlo estrictamente cuando deviene economía.
La libertad es la que origina y hace posibles el espacio público y la
historia; sin ella ambas cosas son imposibles.
Lasaga se pregunta si el diagnóstico que hace Arendt en los tres
libros que escribió entre 1958 y 1962 (La condición humana, Entre el
pasado y el futuro y Sobre la revolución) explicaba el surgimiento del
totalitarismo. ¿Ha sido el fracaso de la modernidad y su concepción del
mundo como un proceso de fabricación, producción y consumo el que
ha llevado inalmente a la crisis? Su respuesta, parcialmente al menos,
es airmativa. La modernidad ha culminado en un mundo en el que lo
social ha devorado a lo público, la economía a la política, la necesidad
a la libertad. Para entender no sólo el pasado, sino el futuro, Arendt
emprendió a principios de los 60 una investigación sobre la revolución,
la forma especíicamente moderna de hacer política. Lasaga explica la
inluencia que en este nuevo esfuerzo tuvo la revolución húngara de
1956 y la esperanza que representó que, en la oscuridad comunista, sur-
giera espontáneamente un movimiento ciudadano ansioso de libertad.
Del interés de Sobre la revolución dan testimonio las páginas dedicadas
a la Revolución Americana y la Revolución Francesa, y las razones por

Hannah Arendt, una pensadora valiente 119


las que la primera, a diferencia de la segunda, no se limitó a derribar
un régimen injusto, sino que creó un espacio de libertad que hizo
posible la actividad política entre iguales.
Pero los años sesenta fueron importantes también para Arendt
debido al juicio de Eichmann en Jerusalén. Destacada como corres-
ponsal del he New Yorker, sus crónicas escandalizaron a los secto-
res judíos y académicos y volvieron a poner de relieve su valentía.
Se había ofrecido como reportera porque deseaba conocer de primera
mano algo que no había podido nunca estudiar antes directamente
en sus investigaciones sobre el totalitarismo nazi: el factor humano.
La cuidadosa observación del acusado, responsable del traslado a los
campos de exterminio de centenares de miles de judíos, le llevó a
formular su controvertida tesis sobre la banalidad del mal. Lasaga
explica con todo pormenor lo que sucedió, cómo se interpretaron
las tesis de Arendt (a la que se acusó de suavizar la responsabilidad
de los verdugos y cargar esta en la cuenta de las víctimas), y cómo
pocos entendieron las virtualidades políticas de una interpretación
que no atribuía la irrupción del mal a fuerzas demoníacas, sino a la
incapacidad de juzgar de la gente. Esa incapacidad era la misma, a su
juicio, que había conducido a la fundación del Estado de Israel.
La relexión sobre la facultad de juzgar y su relación con la acción,
el asunto que descubrió con Eichman en Jerusalén, ocupó los últi-
mos años de Arendt. Fue un período difícil en Estados Unidos.
La guerra de Vietnam, las luchas por los derechos civiles de los negros,
la rebelión estudiantil, el asesinato de Kennedy y el caso Watergate
extendieron entre la población la sensación de crisis. Ella respondió
con una serie de escritos que fueron reunidos en un libro en 1972,
Crisis de la República, al tiempo que comenzaba a trabajar en su última
obra, La vida del espíritu. Bajo la inspiración del Kant de la Crítica
del Juicio, aborda en ella las relaciones entre el pensar y el querer.
Su tesis es que los hombres estamos obligados a actuar y la acción
rompe inevitablemente con los moldes fijados por la tradición.
Cerrar las brechas que los acontecimientos abren en la historia es la
tarea del pensamiento. La comprensión, sin embargo, a diferencia de

120 José María Herrera


la ciencia o la moralidad, sucede en un terreno en el que no hay reglas
de validez universal. Esto es lo característico del juicio estético o del
juicio político o histórico. El hecho de que no se pueda alcanzar con
ellos la universalidad no signiica que no sean imprescindibles, pues
el hombre, además de conocer el mundo, necesita reconocerse en él.
El esfuerzo narrativo del poeta, del literato o del artista, resultan así
tan indispensables para nosotros como el saber del cientíico.
Lasaga ha hecho un trabajo impecable: claro, ameno y profundo.
Su vasto conocimiento de la historia de la ilosofía le permite situar
los problemas y hablar de los pensadores sin necesidad de instalarse
en ninguna jerga ni caer en el hermetismo. Tratándose de Hannah
Arendt, una pensadora que se ha visto envuelta en arduas y no siem-
pre limpias controversias a consecuencia de la radicalidad de sus
ideas, esta transparencia es probablemente el mayor servicio que
puede prestársele. •

José María Herrera es escritor.

Hannah Arendt, una pensadora valiente 121


LIBROS

ENTENDER
EL POPULISMO
El populismo, convertido en el nuevo campo
de batalla de las ideas políticas en la segunda
década del siglo xxi, es investigado con rigor
en este libro, que tiene la enorme utilidad
de servir como orientación en ese confuso
paisaje político en el que se han convertido
las democracias contemporáneas.

DA N I E L I N N E R A R I T Y

Fernando Vallespín / Máriam M. Bascuñán, Populismos,


Madrid, Alianza, 2017.

S
i uno hace una descripción de cualquier problema y lo
que resulta de entrada es un campo binario, polarizado
y sin lugar para posiciones matizadas o intermedias,
puede tener la seguridad de que el diagnóstico no está
bien hecho. Si además sucede que en esa descripción,
pretendidamente objetiva, unos tienen toda la razón y
otros están en el rincón de los locos o los estúpidos, entonces es uno
mismo quien tiene que hacérselo mirar. Ser académico nos lleva a que

122
estemos más interesados en la verdad que en tener razón; preiere uno
ajustarse a las cosas que exigirles que conirmen nuestros prejuicios.
Esto no impide tener posición propia y defenderla por principio;
lo malo es quedarse con ella al principio y al inal, habiéndose pri-
vado de esa experiencia, incómoda y fascinante a la vez, de tener que
matizar, corregir e incluso abandonar su posición inicial.
Animados por ese deseo de ecuanimidad y sin renunciar a ningún
enjuiciamiento que les pareciera oportuno, Vallespín y Bascuñán han
hecho en este libro una admirable cartografía ideológica del popu-
lismo, sus condiciones de posibilidad y sus distintas versiones. Quien
quiera entender ese fenómeno tan polimorfo y el por qué de que
se nos haya convertido en una categoría más arrojadiza que aclara-
dora, encontrará aquí una muy convincente explicación del qué del
populismo, de su por qué, de sus métodos (en particular esa curiosa
relación que mantiene con la verdad), así como sus variantes. Los auto-
res mantienen la ambición de dar una explicación que sea al mismo
tiempo unitaria y no sacriique la variedad de sus manifestaciones,
según los países o las distintas culturas políticas en las que una misma
inspiración básica ha dado lugar a particularizaciones muy diversas e
incluso contrapuestas. Quien considere que el populismo es un con-
cepto que confunde mas que orienta, en la medida en que se designan
con él fenómenos de muy diverso carácter, puede que al completar
la lectura de este libro haya cambiado de opinión y entienda lo que
estos diversos fenómenos tienen en común.
Populismos no es un inventario realizado desde una mirada neu-
tral, sino una interpretación crítica llevada a cabo a partir de una
perspectiva de ilosofía política republicana. Quien no se resigne
a saltar de sorpresa en sorpresa por lo imprevisible y volátil que se
ha vuelto la política últimamente, quien busque alguna orientación
en medio de este desconcierto, tiene en este libro un magníico
mapa de orientación. Sus autores no solo pasan revista a los diver-
sos populismos en el mundo sino que lo hacen desde una posición
valorativa de este tipo de fenómenos, más diversos de lo que sugiere
una etiqueta única.

123
Tras su lectura, uno dispone de claves para entender mejor qué
es lo común y lo diverso en todos esos populismos que, más que una
ideología concreta, como aquellas que parece querer sustituir, cons-
tituyen una cierta cultura política que lo impregna casi todo en estos
últimos años. Ahora bien, que nadie espere más claridad que la que
permite este tipo de fenómenos por muy brillantemente analizados
que estén, como es el caso de este libro. Estamos rodeados de ofer-
tas de explicación de las cosas (en términos morales absolutos, con
malvados, culpables y enemigos, o apelando a valores incontestables
y sin reconocer las tensiones y límites en las que nos vemos obliga-
dos a vivir), cuya rotundidad debe ser muy gratiicante para quien
las plantea y escucha, pero que terminan generando más confusión.
Si el populismo es síntoma, como sostienen los autores, hace falta
explicar de qué y con qué consecuencias. Y lo hacen sin eludir el riesgo
inherente a toda propuesta teórica. Cuando airman que responde a la
crisis de un modelo democrático, no le están otorgando al populismo
la categoría de una solución. Un síntoma nos permite saber que hay
un problema, nos facilita diagnosticar correctamente su alcance, en
ocasiones más grave de lo que suponíamos, pero un síntoma no es una
solución, ni la terapia adecuada para resolver un problema. En el caso
concreto del populismo como propuesta política ocurre además que
generalmente tampoco los populistas han formulado con precisión
el problema respecto del cual se ofrecen como solución. Lo peor del
populismo es su falta de soisticación, dicen Vallespín y Bascuñán, y
no puedo estar más de acuerdo.
Como los buenos libros nos dan que pensar, éste me sugiere una
salida paradójica a la crisis en la que nos encontramos y que, con el
permiso de los autores, me atrevería a formular de la siguiente manera.
Ya no estamos solamente en el contexto liberal en el que las demo-
cracias establecían contrapoderes para que el gobierno soberano no
se extralimitara en sus funciones; hoy tenemos que conigurar unos
procedimientos para asegurar el libre ejercicio de la soberanía popular,
lo que incluye batallar para que ésta no degenere en el capricho de los
adulados, en un vaivén del corto plazo o la tiranía de las encuestas.

124 Daniel Innerarity


No lo dicen con estas mismas palabras, pero concluyen con un
inal tan inquietante como certero: de lo que se trata es de proteger
a la democracia frente a la democracia, de aceptar sus paradojas, de
reconocer su complejidad. No ha entendido nada de la vida demo-
crática quien no se ha hecho cargo del carácter contra-intuitivo de
la nueva profundización democrática que tenemos que acometer:
mejorarla equivale hoy a soisticar las prohibiciones que nos impo-
nemos a nosotros mismos, los límites de la soberanía popular, los
derechos que se concretan en obligaciones, el mantenimiento del
carácter controvertido de la apelación al pueblo. Sólo es capaz de
ejercer soberanamente su voluntad popular aquella sociedad que cons-
truya un soisticado conjunto de limitaciones para el ejercicio de esa
soberanía. Los populistas son precisamente todos aquellos que no
han entendido esta paradoja. •

Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política,


investigador Ikerbasque en la upv/ehu y profesor invitado
en la Universidad de Georgetown.

Entender el populismo 125


LIBROS

DE EVOLUCIÓN,
EMO CIONE S,
COMPU TAD ORES
Y CEREBROS
La obra de Dennett reúne un conjunto
de ‘experimentos mentales’ que nos ayudan
a seguir en la aventura del pensamiento.
FR ANCISCO MOR A

Daniel C. Dennett, De las bacterias a Bach, Traducción de Marc


Figueras. Pasado & Presente, Barcelona, 2017.

L
a evolución biológica es un gigante que, andando lento y por
caminos azarosos solo determinados por el medio ambiente,
apenas comenzamos a comprender. Y esto es así por lo menos
en lo que reiere al proceso evolutivo del cerebro humano.
Gigante que, lejos y ajeno a nuestros sueños, deseos y cono-
cimiento, prosigue su universal andadura, que en nuestro
planeta comenzó hace unos 700 millones de años. Con todo es claro que
comenzamos a tener ideas de muchos capítulos de la evolución biológica.
En este libro, Dennett da una perspectiva ambiciosa, ilosóica, desde los seres
unicelulares hasta ese complejo universo que son los procesos mentales y en
ellos la conciencia y el pensamiento (tema que trató en un libro anterior.)

126
Leí a Daniel Dennett por primera vez hace ya algún tiempo a propósito
de la religión como fenómeno natural. Fue aquel un libro de lectura fácil,
al menos para mí. El libro que ahora nos ocupa, sin embargo, es más difícil,
de contenido denso, de conceptos ilosóicos muchas veces no previamente
explicados y que diicultan y enlentecen la lectura. Es cierto que todo esto
viene aliviado por un lenguaje muchas veces descriptivo y de colorido literario
que se agradece. Su lectura requiere una buena dosis de preparación intelec-
tual que permita entresacar el signiicado de las relexiones que contiene. Es
un libro importante, escrito posiblemente en el momento intelectual cúspide
del autor. No en vano la evolución biológica y lo que representa y signiica
para todo el arco del pensamiento es hoy de calado central y profundo. Algo
que ya señalara heodosius Dobhansky en un aforismo cuando escribió
“nada es posible conocer si no se analiza a la luz de la evolución”.
El libro aparece en un momento de transición cultural. Como señaló
George Steiner recientemente, estamos entrando en una nueva cultura, que
él llamó la cultura de la post-religión, en la que predominará el pensamiento
crítico y analítico y eventualmente el creativo. Este libro es un buen ejemplo
de ello, es oportuno, complementa muy bien otros relativamente recientes
como los escritos por Stephen Gould, Richard Dawkins, o Ray Kurzwell,
y ha sido muy bien recibido desde las humanidades. Como neurocientíico
me gustaría hacer aquí solo un contrapunto señalando algunos temas no
considerados explícitamente en el libro y evidentemente complementarios
al mismo y en relación a la evolución biológica. Me reiero a la epigenética,
la emoción, los computadores y los cerebros.
En el título de la introducción, “Bienvenidos a la selva”, Dennett sintetiza
algunos puntos claves del libro cuando señala que:

“Nosotros sabemos que hay bacterias, pero los perros no, ni los delines,
ni los chimpancés, ni tan siquiera las bacterias saben que hay bacterias.
Nuestras mentes son diferentes, se necesitan recursos del pensamiento
para entender qué son las bacterias, y resulta que nosotros somos la única
especie (hasta el momento) que dispone de un intrincado conjunto de
tales recursos... A partir de la anodina suposición inicial de que las per-
sonas somos objetos físicos, sometidos a las leyes de la física, un camino

127
tortuoso, que atraviesa una selva de ciencia y ilosofía, nos lleva hasta la
comprensión de nuestras mentes conscientes”

La primera parte de este pensamiento no necesita de ninguna ilosofía


para ser bien entendido. A la segunda hay que añadirle un matiz importante
y es que, entre los recursos necesarios, es preciso contar con el conocimiento
neurocientíico (a la luz del proceso evolutivo) de cómo están construidos y
funcionan los cerebros de los animales, así como el del ser humano, puesto
que es ahí (en el cerebro humano) donde han alorado esos mecanismos
neuronales que dan lugar a la consciencia de uno mismo, a ese “saber”, a
qué reiere mi “yo” y mi situación concreta en el mundo. Punto este último,
el de saber de mi mismo, “la consciencia”, que solo podrá avanzar con los
conocimientos que proporciona la neurociencia cognitiva pues, tal como
señalara Patricia Churchland, “es posible que sin neurociencia, una iloso-
fía del problema cerebro-mente se vuelva estéril”. Dennett habla de que la
evolución progresa lenta pero segura, dado que:

“las mutaciones en el ADN no se producen casi nunca (ni una sola vez de
cada mil millones de copias), pero la evolución depende de ellas. Es más, la gran
mayoría de mutaciones son perjudiciales o neutras; una mutación, causalmente
‘buena’ es algo que casi nunca sucede. Sin embargo, la evolución se basa en estos
acontecimientos, los más excepcionales de entre los menos frecuentes.”

Una perspectiva que aun siendo válida en su pronunciamiento


cientíico general ya no es completa. Los últimos hallazgos cientíicos
en epigenética han hecho cambiar este estado de cosas. Y aun cuando,
repito, la teoría de Darwin, en su versión sintética, sigue teniendo plena
validez y vigencia, esta debiera ser reformulada, incluyendo ahora los
mas recientes experimentos que recuperan, al menos en parte, las ideas
de Jean Baptiste Lamarck. Y esto lo hace la epigenética, que en su esencia
consiste en la puesta en marcha por el individuo, como consecuencia
de su interacción con un medio ambiente determinado, de un mar-
caje bioquímico de algunos de sus genes (metilación o acetilación
–histonas–) cuya consecuencia es la inhibición o bloqueo de su función

128 Francisco Mora


y ello dar lugar a cambios en las funciones de redes del cerebro que expre-
san funciones especíicas. Lo importante en este contexto es señalar que
algunos de estos cambios, producidos en la vida del individuo, pueden
ser heredados a través de la vía germinal por los hijos. Es este un capítulo
que impacta de forma sobresaliente en los conceptos actuales sobre la
evolución biológica en tanto que admite las ideas lamarckianas, aquellas
que indican que las conductas de los individuos en su interacción con
un medio ambiente o ecosistema especíico, concreto, pueden cambiar
directamente a un organismo y que estos cambios (caracteres) pueden
ser heredados, como acabo de señalar, por los hijos. En deinitiva, hoy
se admite que, aparte lo descrito literariamente por Dennett mas arriba
acerca de la “lentitud” y azar con que se realizan los cambios genéti-
cos (mutaciones) y su posible valor (remoto) de adaptación positiva,
existe evidencia de una transmisión “rápida”, directa de generación en
generación.
La trascendencia de estos nuevos conocimientos sobre cambios
rápidos, generacionales, (herencia epigenética) sin alterar la secuencia
codiicada del ADN, nos conduce a que la visión clásica de la evolución,
es decir, mutaciones que ocurren al azar y con posibles ventajas para la
supervivencia, debe ser revisada. De hecho, la herencia epigenética bien
pudiera explicar por qué aparecen nuevas especies mas frecuentemente
de lo que sería esperable si solo existieran las mutaciones genéticas lentas
y azarosas. Y también pudiera ayudar a contestar algunas preguntas de
los biólogos evolucionistas, en el sentido de interpretar la expansión
enorme del número de variaciones que se producen entre los individuos
de una determinada población.
Entraré en el tema de la emoción con un ejemplo tomado de este libro.
Dice Dennett a propósito de la comparación entre un castillo producido
por termitas australianas y la Sagrada familia de Gaudí

“Sí hay razones para las estructuras y las formas de la obra maestra de
Gaudí pero, en su mayor parte son las razones de Gaudí. Gaudí tenía razones
para las formas que decidió crear; pero también hay razones para las formas
creadas por las termitas, aunque las termitas no posean estas razones”.

De evolución, emociones, computadores y cerebros 129


Yo no lo veo así. Creo que no hay razones en las termitas, lo sepan
ellas o no. Lo que guía sus conductas son emociones, procesos neuronales
inconscientes (recompensa y castigo) que llevan a conductas que persi-
guen mantener su supervivencia. Son emociones (inconscientes) lo que se
esconde en las construcciones de esos extraordinarios arquitectos que son
las termitas y no “diseños” con razones (solo son tales por la interpretación
humana). Y aún mas. Sabemos que desde las mas primitivas e iniciales raíces
de la emoción en los invertebrados hace 450 millones de años (según datos
recientes) y hasta alcanzar el completo dibujo de ese “cerebro emocional”
dentro del cerebro (200 millones de años) y que alcanza su plenitud en el
ser humano, la emoción y no la razón es la energía, proceso inconsciente,
que mueve el mundo, que persigue mantener la supervivencia de los seres
vivos sea huyendo del enemigo, sea construyendo termiteras protectoras.
Esas “competencias sin comprensión” se conocen como emoción. Emo-
ción que lleva a la comunicación y cooperación de los individuos a través
del lenguaje emocional, para salvaguardar su vida y la de la misma espe-
cie. De igual modo en el ser humano cuando se alcanza la comprensión.
También en ella existe una emoción que la subyace y la hace posible pues
no hay razón sin emoción. No hay pensamiento humano ensamblado y
coherente sin la emoción caliente que lo alimenta. Ni tampoco toma de
decisiones acertadas, ni aprendizaje y memoria. Y, desde luego, tampoco
“sentimientos”, ese “saber”, tener consciencia, de una emoción.
Y algunas consideraciones sobre computadores y cerebros. Los cere-
bros son el resultado último, que no inal, de un largo proceso evolutivo de
los seres vivos. Los ordenadores, comparados al diseño azaroso cerebral de
ese mismo proceso, son “pobres” máquinas que desconocen, no solo qué
son en si mismas, sino que obedecen a un diseñador inteligente que es el
ser humano. Solo quiero destacar aquí que estoy de acuerdo con el autor
en que no es previsible ni imaginable que se pueda construir una mente
artiicial humana. Esto recuerda al libro de Ray Kurzwell sobre como crear
una mente capaz de resolver cualquier problema incorporando una nueva
inteligencia artiicial que en el futuro pueda permitir trascender la velo-
cidad de la luz utilizando agujeros gusano a través del espacio y expandir
nuestra inteligencia en su forma no biológica a través del universo.

130 Francisco Mora


Hay que decirlo de un modo rotundo. Un ordenador no es un cerebro
y ni siquiera se aproxima como símil a un cerebro. Los ordenadores “son
máquinas” que nunca entenderán ni crearán ordenes conscientes tendentes
a “entender” lo que entiende el cerebro humano. Todo el funcionamiento
de un cerebro está dedicado a esa lucha azarosa, pero central en su fun-
cionamiento, que es mantener la supervivencia. Esa diferencia entre el
cerebro y un ordenador viene “diseñada” por un complejo proceso cerebral
de azar, reajustes y determinantes sucedido en ese duro banco “real” de
la evolución biológica a lo largo de cientos y cientos de millones de años.
Frente a ello, un ordenador es un “veloz y poderoso” instrumento pero
a la postre “pobre” trabajo humano realizado en apenas unos cien años.
Valorando las posibilidades positivas que hoy poseemos con la inge-
niería genética y la neurociencia, habría que destacar que el cerebro y sus
altas funciones cognitivas posee un substrato organizativo y funcional
de tan alto grado de complejidad que su misma construcción, siempre
cambiante, ha necesitado de cientos de millones de años de azar, errores y
reajustes constantes producto de su interacción con un medio ambiente,
también cambiante y azaroso, hasta alcanzar su forma y función actual.
Y es que el cerebro no es ninguna máquina de la que conozcamos con
precisión sus ingredientes funcionales. Solo considerar la compleja labor
de una sola neurona de entre los cien mil millones de neuronas que cons-
tituyen el cerebro humano (de la que el autor de este libro hace una “rela-
tivamente simpliicada” descripción) apabulla a cualquier ser humano.
La neurona es un elemento muy “inteligente” que decide, en diálogo
plástico con las demás neuronas, lo que tiene que hacer obedeciendo a
códigos que expresan funciones especíicas que cambian con el tiempo.
Una sola neurona es un auténtico y complejo ordenador en si misma. Y
no solo la neurona sino también cada sinapsis que recibe es un pequeño y
complejo ordenador. Ordenador que cambia constantemente en su física
y su química en su anatomía y funcionamiento a lo largo de las 24 horas.
Sabemos de cierto que el “diseño” del cerebro persigue un in muy
preciso, aquel de mantener vivo a su poseedor. Por el contrario el ordenador
es una máquina a la que no le interesa lo que es esencial en el diseño del
cerebro: preocuparse y ocuparse por la comida, la bebida, la reproducción,

De evolución, emociones, computadores y cerebros 131


el cuidado de la descendencia, o la relación emocional y de sentimiento
con sus congéneres, siempre a las órdenes de ese código supremo que es la
supervivencia biológica. Hoy existen abismales diferencias entre cerebros
y ordenadores. Abismos que, aun con el rápido y continuo crecimiento de
conocimientos sobre el cerebro, ya se intuye que todavía nos van a separar
de la verdadera intimidad, siempre cambiante, del funcionamiento del
cerebro humano. Y esto tiene que ver necesariamente con la inteligencia
artiicial, esa disciplina que estudia programar ordenadores para que hagan
cosas que la mente puede hacer sin ser propiamente procesos mentales
conscientes. Como señalo una vez Eric Trillas en relación con la inteli-
gencia artiicial “seria preferible hablar de una inteligencia artiicial que
intenta desarrollar o programar máquinas cuyas realizaciones observables
presentan rasgos que, en los humanos, atribuiríamos a procesos mentales”.
Y es que computadores e inteligencia artiicial nos llevan a la ilusoria
esperanza de alcanzar a construir máquinas que, como los cerebros,
posean una vida azarosa y ajustes a un medio ambiente también aza-
roso. Es cierto que las computadoras, los cerebros y la expresión de su
funcionamiento en relación a los procesos mentales son actualmente
fuente de una alta controversia y debate. Dennett señala en su capítulo
“Cerebros formados por cerebros, colaboración y competición en el
cerebro” algunas diferencias interesantes entre computadores y cerebros.
Yo no me resisto a señalar, a mi vez, las preclaras diferencias que en su
momento hizo Gerald Edelman al comparar ordenadores y cerebros.
Déjenme que las reiera de un modo muy sintético: 1. “Si preguntamos
si las conexiones son idénticas en cualesquiera dos cerebros de tamaño
parecido (miles y miles de millones de conexiones) como ocurriría en
los computadores de construcción parecida, la contestación es senci-
llamente no”. 2. Cada cerebro es único en tanto que sus conexiones y
funcionamiento representan la historia de su desarrollo y experiencia
individual “De un día al siguiente, la variabilidad individual intrínseca
al sistema (cerebro) no es “ruido” o “error” sino que afecta a la manera
en que el sistema funciona. Ningún ordenador, en el momento actual,
incorpora tal diversidad individual como una característica central de
su diseño”. 3. “El mundo no se representa en el cerebro como una cinta

132 Francisco Mora


de computador conteniendo una serie de señales claras y no ambiguas.
Por el contrario, el cerebro es capaz de clasiicar y categorizar patrones
desde una enorme serie de señales variables”. 4. El cerebro establece
conexiones difusas en grandes áreas que lo hacen capaz de distinguir
procesos importantes que ocurren en el medio ambiente y recambian y
refuerzan las sinapsis en ese mismo proceso. “Sistemas con estas propie-
dades cruciales no se encuentran en los ordenadores”. 5. “En el cerebro
hay un constante y recursivo intercambio de señales que, en paralelo,
coordinan constantemente la función de áreas cerebrales tanto en el
espacio como en el tiempo… todo esto está ausente, en el mismo grado,
en cualquier ordenador”. 6. “Sin duda la característica mas genuina
de los cerebros frente a un ordenador es el sistema de las reentradas.
No hay ningún otro objeto o máquina en el universo que distinga tan
completamente como los circuitos de las reentradas. Estos sistemas
reentrantes son masivamente paralelos a un grado tal que es inimagi-
nable en nuestras redes “artiiciales” de comunicación.
Y concluyo con una aclaración. Es éste un libro de ilosofía escrito
por un ilósofo, que no un libro de un neurocientíico que piensa y hace
ilosofía (necesaria e imprescindible por otra parte), sobre el resultado
inal de sus investigaciones. Por cierto, condición esta última de la propia
ciencia para llegar a crear hipótesis con las que se realicen nuevos expe-
rimentos y desafíos a lo ya conocido. Experimentos que posiblemente
nunca nos lleven a alcanzar “la verdad” puesto que esta propiamente no
existe, pero sí a alcanzar “una mejor verdad” de la que poseemos. El libro
escrito por Dennett, reúne un conjunto de “experimentos mentales” que
utilizando el lenguaje como instrumento progresa y nos ayuda a seguir
en esa aventura del pensamiento. Dennett y tal aventura merecen un
sonoro aplauso al que yo me he permitido añadir algunos disonantes
que espero hagan sonar mejor la música como conjunto. •

Francisco Mora es doctor en Medicina y en Neurociencia


y catedrático de Fisiología Humana de la UCM. Autor de
Neuroeducación, El Dios de cada uno y ¿Está nuestro cerebro
diseñado para la Felicidad?

De evolución, emociones, computadores y cerebros 133


LIBROS

EL MATRIMONIO
COMO UNA DE
LAS BELLAS ARTES
Lo que sintetiza este micro-tratado es que toda
relación heterosexual debería entenderse como
la consecuencia de amar una contradicción,
de armonizar ‘la diferencia irreductible’
de ser un varón y una mujer.

E UG E N I A O RT I Z G A M B ET TA

Julia Kristeva y Philippe Sollers, Del matrimonio considerado


como una de las bellas artes. Buenos Aires, Interzona, 2016.

E
ste breve volumen reúne varias entrevistas y también
buen número de conferencias que Philippe Sollers y
Julia Kristeva, dos iguras señeras de la cultura fran-
cesa contemporánea, brindaron entre los años 2010
y 2015 en Francia. El hilo conductor de las mismas es
su relación matrimonial.

El duro deseo de durar


Que Julia Kristeva y Philippe Sollers, dos intelectuales señeros de
mayo del 68, hablen sobre el matrimonio y que lo hagan después
de cincuenta años de casados, puede parecer una contradicción.

134
Que su relación continúe menos apoyada en la ley que la enmarca
que en la certeza de que ella es un lugar-fuente, al que pertenecen
separados y juntos, se convierte en un mensaje insospechado para el
interior de las instituciones regulatorias, las que más lo necesitarían
y en las que más ausente está.
Este libro es, desde varios puntos de vista y contra los cánones
religiosos y civiles, una curiosa apología del matrimonio. El origen de
esta antología es una iniciativa de Librairie Artheme Fayard de 2015
que Interzona editó en Buenos Aires, traducida por Matías Battistón,
en 2016. Los apartados dejan la huella de su origen, aclarado en pie de
página y revelado en las dinámicas de presentación del material: un
breve prólogo de Sollers, otro breve prólogo de Kristeva, una entre-
vista hecha por Le Nouvel Observateur en 1996 a los dos, una serie de
conferencias y paneles, diversos encuentros académicos organizados
entre 2010 y 2015.
El título remite a un tipo de paratexto en desuso pero también,
como declara Sollers al comienzo, juega con dos referencias a las que
alude irónicamente: Del asesinato considerado como una de las bellas
artes, de De Quency, y De la literatura considerada como una tauro-
maquia, de Michel Leiris. El resultado inal es un título atractivo,
dos grandes voces en diálogo, una estructura bastante reiterativa (las
anécdotas personales se repiten, a veces, con descuido), pero con todo,
como pasa con los buenos guiones montados por compañías regula-
res, la lucidez del mensaje salva las posibles fallas de la composición.
Justamente sobre una “composición permanente, en el sentido
musical del término” (pág. 100) se trata esta relación que Julia Kristeva
y Philippe Sollers deinen como una aventura personal. Y si lo de per-
sonal podría sonar antinómico, desde esa deinición parte la apuesta:
ambos rechazan el término fusional de pareja y recargan el manido
término matrimonio, salvando cada subjetividad. Sin indiscreciones
y exhibicionismos, Kristeva y Soellers retoman su historia y narran
esa aventura personal de amarse antes, durante y después de mayo
del 68, como ellos señalan, contra todo cinismo o camino trillado, “a
contracorriente”, y con la propuesta de formular un nuevo discurso

135
amoroso. Así, el matrimonio a largo plazo es presentado como una
experiencia a la que hay que ser convidados, que no admite claves ni
hitos, algo que hay que probar.

Experiencia interior e hiperconectividad


Los apartados se interconectan por temas que están en la base de la
unidad del texto: el concepto de amor en la era de la hiperconec-
tividad, la experiencia interior y la niñez. En primer lugar, el amor
aparece mencionado como un término “sumergido en un torrente de
malentendidos” (pág. 88), un supuesto y un gran desconocido. El uso
mercantilista del amor, del que tanto se ha hablando y en el que se
basa la cultura del espectáculo, es para Sollers y Kristeva el origen del
ultraje de esta palabra. Para ellos, el amor se instaura como concepto
de mercadotecnia –incluso en sus iniciativas más espiritualistas– a la
par que el sexo ha dejado de ser un arte para pasar a ser una técnica: “el
sexo era algo desenfrenado, y ahora se lo está volviendo obligatorio y
aburrido” (pág.17). En ese movimiento, el individuo no se ha liberado
de la sensación de culpa, y así lo sintetiza Kristeva: “en paralelo a los
dark rooms y las sesiones sadomasoquistas, la neurosis sigue su curso,
imperturbable, atravesada por orgías, en el reverso de la liberación
sexual” (pág. 92).
Contra la banalización del hard sex y del amor, la propuesta de
ambos es reinsertar el concepto en la tradición de la cultura occiden-
tal (de alguna manera, lo que Kristeva hace en su Histoires d’amour).
En los casos que mencionan al pasar (el Cantar de los Cantares,
Agustín de Hipona, Stendhal, Freud y Artaud), ambos encuentran
representaciones cabales de este arte amatorio que debe recobrarse.
La hiperconectividad, por su parte, los buscadores webs de parejas
basados en algoritmos (que seleccionan periles ajustados a las coinci-
dencias de los internautas), los que luego dan testimonio de su relación
en “estados” y “muros” de las redes sociales, convierten el encuentro
de dos presencias en mecanismo y espectáculo.
Como la incapacidad del sujeto contemporáneo de entender lo
que lee, a lo que Kristeva alude con inquietud, lo que está en la base

136 Eugenia Ortiz Gambetta


de estas relaciones de la hiperconexión es la ausencia de la experien-
cia interior. Una sociedad incapaz de concentrarse en la lectura, una
sociedad anclada en el miedo y en la mirada ajena, no permite la
soledad necesaria para el misterio, la constitución del fuero interno
de la interioridad psíquica que fue y debe seguir siendo central para
Occidente. La propuesta de Sollers y Kristeva es, así, retomar la expe-
riencia interior, desde Teresa de Ávila, Bataille, Heidegger y Freud,
para hacer posible la escucha de la presencia del otro, el punto de
partida para la conexión amorosa.
Uno de los temas centrales en el relato del vínculo y de la cons-
titución de la experiencia interior es la infancia: “Dos personas que
se enamoran son dos infancias que se entienden mutuamente” (pág.
33), dicen. Las infancias recobradas, la comprensión de esos primeros
años tan diferentes y similares a la vez (“fuimos dos niños resuelta-
mente refractarios e impenitentes”, pág. 33), son constituyentes de su
relación adulta; de ahí emerge la fuerza de la creación y la renovación.
Julia habla de Philippe, Philippe de Julia y en ese describir al otro
proponen los primeros años como ejes que atraviesan sus vidas, los
que los renuevan y los que nunca abandonan.

Fidelidad: ino arte de la conversación


A lo largo del volumen surge varias veces la misma pregunta: ¿cuál es
el lugar de la idelidad en una pareja que atravesó mayo del 68? Sobre
ese punto los entrevistados ahondan en el desarrollo del matrimonio
como organismo vivo, como una experiencia de no fusión, y cuestio-
nan la idea de simbiosis como un gesto regresivo y una vinculación
que tiene más de lazo paterno-ilial que de relación entre dos adultos.
Para Kristeva, la idelidad se arropa en la necesidad de todo niño de
dos imagos para enfrentar al mundo, algo constitutivo de la infancia,
algo que muchos adultos no pueden abandonar. Éstos buscan parejas
para fusionarse, para reeditar la relación simbiótica primigenia, para
perder la individualidad en pos de una seguridad afectiva y económica.
Pero también mencionan pactos particulares dentro de las parejas y
ponen como ejemplo la relación abierta Sartre-Beauvoir o el matri-

El matrimonio como una de las bellas artes 137


monio joseino de Räisa y Jacques Maritain. Junto con otros casos, sin
espectáculo ni inidencias, Julia y Philippe comentan que su vínculo
estableció sus propios pactos de estabilidad y tiene sus propias reglas.
La idelidad, así, se presenta como la armonización de la extrañeza.
Sus deiniciones y testimonios resuenan, sin embargo, más a pantalla
de un secreto que a justiicación soisticada: en este punto levantan
un prudente velo que los separa del exhibicionismo que critican.
Además, tal vez en un gesto del déclinisme europeo que denuncian
y del que forman parte, coinciden en que se debe refundar el discurso
amoroso a partir de la reconsideración del humanismo laicista, reto-
mando valores religiosos secularizados, cuya base sea la experiencia
interior para afrontar desde ella los fanatismos y las guerras virales
que estallan dentro de las ciudades. A la vez, agregan, el Estado debe
retomar la tarea de formar ciudadanos, y no de formatear internau-
tas, porque por este camino se produce “la contracara simétrica de la
propaganda yihadista” (pág. 113).
En suma, lo que sintetiza este micro-tratado en forma de entre-
vistas recortadas es que toda relación debería entenderse como la
consecuencia de amar una contradicción, de reconocer al otro como
otro, de armonizar “la diferencia irreductible” de ser un varón y una
mujer (pág. 15). Hombre y mujer son dos extraños entre sí y siempre
lo serán, y junto con este equilibrio, se propone la asunción de que en
un matrimonio no son dos los que se unen, sino cuatro dimensiones
que se interrelacionan: cada sujeto con sus respectivos anima y animus,
con sus aspectos bisexuales en danza.
Los principios de este relato testimonial pueden suscitar dife-
rentes reacciones dentro de un espectro que va desde la alegría hasta
el cinismo. Que dos iguras como Kristeva y Sollers hablen de su
propia experiencia, que intenten una redeinición del arte amatorio,
que deiendan la idea del matrimonio como un vínculo a largo plazo
es, en primer lugar, una intención llena de belleza (o de crueldad)
y, en segundo lugar, una absoluta paradoja. Cabe, también, que la
lectura lleve a pensar el matrimonio como un signiicante vacío,
lo cual relanza la propuesta hacia el otro extremo de la trayectoria

138 Eugenia Ortiz Gambetta


pendular, conformando un discurso conservador en tensión con
una mirada innovadora.
La base de este libro no es sólo la historia de un vínculo y su
composición, sino especialmente el ino arte de la conversación: sus
protagonistas dialogan en cada fragmento con sus entrevistadores,
con el público y los lectores; su conversación empezó en 1967 y siguen
teniéndola de manera ininterrumpida hasta hoy bajo la forma de un
matrimonio. En esta sintonía, como dice Philippe Sollers frente a
Julia Kristeva en uno de esos encuentros, si para el antiguo derecho
inglés el adulterio se deinía como una criminal conversation: “yo tengo
conversaciones criminales con mi mujer” (pág. 41). •

Eugenia Ortiz Gambetta es doctora en filología hispánica.

El matrimonio como una de las bellas artes 139


SEMBLANZAS

ELIZ ABETH BISHOP


EN MÉ XICO
Y EN BR ASIL
Para aquella mujer vestida de negro, de voz
susurrante y mirada perdida; para aquella mujer
diminuta y casi inasible, que alternadamente se abría
y se ocultaba, escribir poesía era un acto antinatural.
DA N U B I O TO R R E S F I E R R O

A
mable y reservada, obediente al discreto estilo bos-
toniano y a la reticencia que es central en su obra, la
mujer vestida de negro hablaba con voz suave, casi
imperceptible, y se acompañaba de gestos mínimos,
de una sonrisa apenas esbozada y una mirada hui-
diza. Así recuerdo a Elizabeth Bishop. El encuen-
tro con ella sucedió en la ciudad de México a mediados de 1975, en una
habitación del hotel (¿cómo se llamaba? ¿acaso lo borró el terremoto de
1985?) ahora desaparecido que ocupaba un ángulo del cruce de Insur-
gentes y Reforma, a unas pocas cuadras del número 7 de la calle París.
Si traigo a cuento esta última dirección es porque allí Elizabeth residió
casi un año, de abril de 1942 a setiembre de 1943, en una casa que, al
parecer, era propiedad de David Alfaro Siqueiros. No, no se siente

141
capaz de investigar sobre el lugar, de salir a reconocer el rumbo: “esta
ciudad me da miedo. Dígame, ¿cuántos habitantes tiene?” Más o
menos 11 millones. “Inimaginable. Yo vivo en Boston, en el muelle
que se conoce como Lewis Wharf, en un ediicio que fue construido
en 1883. Es una estructura robusta y severa que alguna vez sirvió de
bodega. Veo, a lo largo del día, pasar los buques y los cargueros que
transportan petróleo”. Entonces, de pronto, como halada por la imagi-
nación, la amplia ventana del cuarto y la ruidosa avenida Insurgentes
parecen –tal es el poder evocador con el que se reviste la airmación
anterior– transmutarse en otra amplia ventana y hasta en el mar, allá
lejos, en las costas del Atlántico Norte.
“¿Sabe? En aquellos años México era un país encrespado. Conocí
a Pablo Neruda y a su esposa, que me llevaron a Yucatán y a Chichén
Itzá, tomé clases de español con un exiliado (leíamos, claro, a los clá-
sicos y a García Lorca) y me sentí impresionada por la personalidad
de Victor Serge, que era un perseguido antistalinista”. 1942/43–1975:
más de tres décadas en las que el corazón de la ciudad de México
cambió con mayor rapidez que el corazón de sus habitantes y más
de tres décadas en las que Elizabeth llevó una vida rica y pergeñó
una obra –lenta, escasa, compacta– que acabaría por conquistar a
los lectores norteamericanos al devolverlos, subliminalmente, a sus
raíces trascendentalistas emersonianas más enterradas. Su consagra-
ción oicial llegó en 1954, cuando la distinguió el National Institute
of Art and Letters. Sin embargo, en 1975, en el diálogo que mantu-
vimos en su habitación, ella se empeña en señalar que “estoy segura
de que lo que escribo está pasado de moda. Eso es, si se piensa, algo
normal. No podemos mantenernos en la vanguardia o estar perma-
nentemente al día”. No se trataba de una confesión surgida de una
vanidad malentendida. Más bien ese reconocimiento atestiguaba a
favor de una persona que perseveró en escribir sin concesiones, cen-
trada en lo que realmente le importaba y ajena a las imposiciones
de las coyunturas. “No me interesa –agregaba– lo que puedan decir
los críticos. Cuando apareció mi primer libro, alguien observó que
yo estaba bajo la inluencia de Marianne Moore –y tenía razón–.

142 Danubio Torres Fierro


Pero eso fue cierto en un momento determinado y en apenas tres o
cuatro poemas. La cuestión es que desde entonces y hasta hoy quienes
hablan de mi obra no dejan de recurrir al lugar común –porque en eso
se transformó– del inlujo en ella de Marianne”. Con dos excepciones
a tal regla, que de inmediato reiere; una excepción es la de Ernest
Hemingway, que en fecha temprana le dijo que él sabía “de lo que
hablas en tu poesía”, y la otra fue la de un crítico amigo que apuntó
que ella escribía “como un pintor”.
En efecto, desde que, en París, a principios de los cuarenta del siglo
pasado, conviviera con artistas y pintores, Elizabeth se sintió atraída
por crear un hálito de mágico realismo formal, por responder a un
disparador de luz capaz de volverse materialidad y por apostar por
una voluntad radical de sorprender –palabra clave en estos contex-
tos– similar a la que instiga un cuadro ante la primera mirada de su
observador. Me arriesgo, entonces, y siguiendo esta línea argumental,
a exponerle que en ella algo como una metafísica porfía en transmutar
los objetos para inventar con ellos un nuevo mundo, un mundo en el
que se privilegian las imágenes y que por ello es de naturaleza visual,
sin que allí las ideas, y menos las teorías, ocupen un lugar central.
Éstas quedan, digamos, como sustancias de un precipitado químico.
“Tengo algunas ideas –se deiende de inmediato–. El poeta no tiene
por qué ser consistente. El poeta nunca sabe realmente por qué escribe
ni qué es lo que desea decir. Más: el poeta casi nunca está capacitado
para hablar de lo que escribe. No es su inteligencia la que trabaja: es
la inteligencia. ¿Quién es capaz de explicar, por ejemplo, por qué
determinada poesía parece estar en movimiento y otra en reposo?”.
Y, al cabo de un instante, ella que es renuente a la confesión, mur-
mura: “Escribo desde mis ocho años. No he logrado descubrir por
qué lo hago. A menudo pienso que, en todo ese tiempo, he escrito
un único libro”.
Es fama que Elizabeth vivió más de una década en el Brasil y es
fama que esa estadía fue fecunda y emocionalmente intensa. “En 1951
llegué a Rio de Janeiro, poco antes de la Navidad. Una amiga que
quería que yo probara las frutas del país me convidó con castañas de

Elizabeth Bishop en México y en Brasil 143


caxú, el fruto del anacardo. Al otro día amanecí con una alergia atroz,
completamente hinchada. La recuperación tardó casi un mes y, al cabo,
el Brasil me había conquistado. Y algo se sumó a ese encantamiento:
en Nueva York estaban demoliendo el ediicio en el que quedaba mi
apartamento. No quería asistir a ese derrumbe”.
En 1995, exactos veinte años después del encuentro mexicano
con Elizabeth, visito la fazenda que compartió con su amiga Lota de
Macedo Soares, una mujer que pertenecía a una familia acomodada
de diplomáticos, y muy comprometida ideológicamente con Carlos
Lacerda, periodista que se convertiría en polémico gobernador del
desaparecido estado de Guanabara. La fazenda está en Petrópolis,
lugar de veraneo de la familia real en tiempos del Imperio, queda
a ciento veinte kilómetros de Rio de Janeiro y para llegar hay que
ascender por los caminos abruptos de los cerros, rodeados por una
vegetación exuberante que se alimenta de las humedades perennes. La
inca se llama Samambaia y la construcción principal es una casona
que, a pesar de su empaque moderno, preserva ciertas trazas de la
arquitectura portuguesa. Los espacios son hondos, los techos muy
altos, los ventanales invaden casi la totalidad de los muros y desde
un balcón de la fachada delantera se ofrece a la vista un jardín con
un estanque –un conjunto que dibuja líneas sinuosas, diseñado por
nadie menos que Burle Marx, un paisajista famoso capaz de incentivar,
como en este caso, climas a la vez recoletos y resonantes–. Recorro
las cocinas de la planta baja y los cuartos traseros, subo por las esca-
leras a las habitaciones de los altos, piso casi en puntas de pie en un
dormitorio con muebles de maderas marrones oscuras, me detengo
ante una cama generosa con un respaldo adosado a la pared y cubierta
con colchas blancas con pespuntes de encaje, entro en un baño con
un ojo de buey de forma ovalada que atrae hacia adentro el paisaje
exterior. Arropada por una atmósfera umbrosa, propia de esta región
de neblinas, la experiencia algo se parece a la de un feligrés que ingresa
al culto sin palabras de una religión privada: Brasil, Lota, Elizabeth.
Traigo a cuento lo que Elizabeth me dijo en México, en 1975: “Dejé
el Brasil porque mis amigos murieron, porque la vida se hizo difícil y

144 Danubio Torres Fierro


a veces desagradable”. Fascinación y rechazo fueron las constantes de
la estadía: “Sólo el humor de los brasileños logra, a veces, dulciicar
esa repugnante mezcla de codicia y corrupción que los caracteriza”
–sentenciará, observadora perspicaz como era, en una carta a Elvin
Stevenson, fechada en 1963, y escrita precisamente en Samambaia–.
Elizabeth haría dos contribuciones valiosas al país. Una es Uma anto-
logia da poesia brasileira (hecha con la colaboración de Emanuel Bra-
sil), que recoge ejemplos de la poesía llamada moderna del siglo xx,
y otra es Brazil, una historia sucinta del país que hizo a solicitud de
la Life World Library, que ella repudió cuando fue publicada, por
los numerosos cortes que se le hicieron, y que en 2011 se recuperó en
su versión original en Prose, el libro editado por Farrar, Straus and
Giroux. Al recordar estos títulos, acaso motivado por una asociación
fortuita, le pregunto su opinión sobre el movimiento conocido como
“poesía concreta”, que surgió en la ciudad de Sao Paulo en las fechas
en que ella residía en el Brasil. “No me explico por qué ese grupo de
poetas tuvo tanto éxito. La poesía que propusieron no es la clase de
poesía que uno recuerda cuando se va a dormir. Mire usted: lo que
más llama la atención en el Brasil es el reconocimiento popular a los
poetas; son iguras públicas y lo que opinan –en los periódicos, en
las entrevistas en la radio o en la televisión: están en todos lados– es
recibido con interés. Pareciera que sus voces son la de un ancestro
nacional. ¿Por cierto, no decía el viejo Ezra [Pound] algo similar sobre
el papel del poeta en una sociedad? El caso más notorio de todos es
el de Vinicius de Moraes, que escribe poesía y además canta. Hasta
Carlos Drummond de Andrade y Joao Cabral de Melo Neto, que
son literariamente hablando más modernos (más reinados, si así lo
preiere), gozan o gozaron de ese respeto tan difundido. Y algunos
de estos poetas –los dos que acabo de nombrar, sin ir más lejos– han
ocupado cargos en el servicio exterior, lo que tengo entendido que es
una tradición en América Latina. Se trata de un fenómeno cultural
que no se da en los Estados Unidos”.
Elizabeth recuerda que en 1950 pasó fugazmente por México. Pero
el verdadero reencuentro con México y con los mexicanos ocurrió en

Elizabeth Bishop en México y en Brasil 145


1971, en Boston. Allí conoció a Marie José y Octavio Paz, cuando éste
llegó a la universidad de Harvard para dictar las conferencias de la
cátedra Charles Eliot Norton. “Más allá o más acá de su poesía, de la
que traduje algunos poemas con su propia colaboración, Octavio me
impresionó como ejemplo de lo que me gusta llamar a mind in action:
una inteligencia relampagueante, idéntica en su curiosidad sin in y
en su rigor crítico a la de los ensayistas del xvii. Ahora estoy aquí,
con usted, en esta habitación y en esta ciudad que tanto ha cambiado,
porque él me invitó a acompañarlo en un programa de televisión
en el que también estuvieron Joseph Brodsky y Vasko Popa, junto a
Alvaro Mutis. No me atrae participar en esta clase de cosas organizadas
por la radio o la televisión, pero quería volver a México y, como no
tengo posibilidades de hacerlo por mí misma, resolví aprovechar esta
oportunidad. Por favor, evite usted preguntarme por el resultado del
programa: estuve nerviosa”.
En tardes alargadas por las mutuas nostalgias, Marie José Paz me
ha referido lo grato que fue la frecuentación prolongada y el afecto
creciente de los años norteamericanos pasados en la cercanía con
Elizabeth. “Era una poeta notable y una mujer compleja, sin duda
marcada por las numerosas pérdidas que padeció en su vida. Daba
gusto conversar con ella –y ella decía que me quería por mi sen-
tido del humor, por trasmitirle una gracia vital que la alejaba de su
carácter apocado, 'intelectual'–. Me acuerdo de que compartimos una
noche de Pascuas –y aquí es inevitable que me aparezca una sonrisa
al recordar que nosotras, en la cocina, nos pusimos a hacer dibujos
en los huevos de pascua–. Era una dibujante muy dotada, adoraba
la pintura y admiraba a Paul Klee y Max Ernst, como yo”. Hay otro
episodio de esos tiempos, un episodio triste. Elizabeth abusaba de
la bebida. “Ella –habla Marie Jo, en tono casi apagado, imponiendo
un acento conidencial y pudoroso– había desparecido por dos días.
Fui hasta su apartamento, toqué y al rato la voz de Elizabeth me
preguntó si yo estaba sola –quería decir si Octavio me acompañaba
o no–. Le respondí que estaba sola. Abrió, me dejó entrar y tuve
que ponerme a recoger las botellas vacías que estaban en el piso”.

146 Danubio Torres Fierro


Ningún estudio sobre Elizabeth deja de detenerse en esta aduana.
¿Cabe agregar que nunca se debe olvidar que, en el mundo a menudo
abismal del arte (y más si del arte de la poesía se trata), la posibilidad
de la autodestrucción es una de las puertas que siempre está abierta?
En el caso de Elizabeth, que la ironía domine a sus piezas no niega
sino que conirma que están atravesadas por el dolor. Una prueba de
ese ejercicio dialéctico: el poema One Art comienza proponiendo, en
su primera línea, que "he art of losing isn't hard to master” y, al cabo
de seis tercetos, termina diciendo “the art of losing´s not to hard to
master/though it may look like (Write it!) like disaster”.
Vuelvo, por última vez, al encuentro con ella en el México de 1975,
a aquella mujer vestida de negro, de voz susurrante y mirada perdida,
a aquella mujer diminuta y casi inasible, que alternadamente se abre
y se oculta. Ya se sabe que una de las formas que tiene el poeta de
soportar sus visiones y sus subversiones (una de las formas de resistir
los embates de la potentia que impele a lo que la propia Elizabeth
denominó –basándose en un familiar que tenía un ojo de vidrio– “la
visión inexorable del glass-eye”) es ahogándolas en los vapores espiri-
tuosos del alcohol. Se trata, de hecho, de una de las puertas abiertas
más frecuentada… En una de sus cartas a Elvin Stevenson, Elizabeth
arguye que “escribir poesía es un acto antinatural; el difícil trabajo del
poeta consiste en volverla natural, en concentrar su energía en lograr
combinar lo real con lo deliberadamente no real, en hacer creer al
lector que eso que lee es en verdad inevitable.” He ahí el solo camino
para dar una forma a lo que de otro modo se disolvería, se consumiría
en su propia ignición. He ahí lo que procuró trasmutar en su obra
la mujer que se refugiaba en una habitación de un hotel que ya no
existe en la ciudad de México. •

Danubio Torres Fierro es escritor.

Elizabeth Bishop en México y en Brasil 147


SEMBLANZAS

HENRY D. THORE AU,


DE L A OBJECIÓN
AL ANARQUISMO
En el futuro, horeau continuará siendo
fuente de inspiración para todos los espíritus
románticos y rebeldes que aspiran a una
existencia auténtica, en armonía con la
naturaleza, no regulada por los formalismos de
la ley, sino guiada por el sentimiento de justicia y,
en general, por la espontaneidad y la ley moral.
J UA N A . H E R R E R O B R A S A S

S
e cumplió el pasado año el segundo centenario del
nacimiento del pensador que a lo largo de dos siglos,
y muy especialmente en el siglo xx, ha inspirado a
objetores de conciencia, a individualistas, anarquistas
y a todo el que ha luchado por la primacía del indivi-
duo sobre el Estado y de la conciencia sobre la ley. Sus
escritos inluyeron en ideólogos anarquistas como Emma Goldman, en
el anarquismo europeo, incluido el movimiento anarquista español, y
en personajes como Gandhi, Martin Luther King y Nelson Mandela,
entre otros. Las ideas de horeau fueron, asímismo, una de las fuentes
principales de inspiración del movimiento hippie.

149
También han sido potente fuente de inspiración para el pensa-
miento ecologista y ecoanarquista1 los escritos en que describe su
experiencia a lo largo de dos años de vida en contacto directo con la
naturaleza y apartado de la civilización, en Walden Pond, en los bos-
ques que rodean la ciudad de Concord, en el estado de Massachusetts.

Desobediencia Civil
Aunque publicó numerosas obras, por las que es considerado como
uno de los grandes literatos de Estados Unidos, fuera de su país natal
Henry David horeau (1817-1862) es recordado principalmente por su
breve tratado Desobediencia Civil, originariamente titulado Resistencia
al Gobierno Civil, publicado en 1849. La misma expresión desobe-
diencia civil, con la que estamos todos familiarizados, procede de esta
obra. Es por las ideas radicales, incendiarias podríamos decir, que en
ella expresa por lo que horeau es internacionalmente celebrado.
Son ideas que no han perdido actualidad sino que, muy al contrario,
en retrospectiva han ido adquiriendo un aire profético, y por ello
centraremos en ellas nuestra atención en este breve ensayo.
horeau representa la primacía de la ley moral, el derecho natural,
en deinitiva la conciencia, frente a la ley positiva, la ley legislada.
No solo la conciencia tiene primacía sobre una obediencia ciega a la
ley, sino que en opinión de horeau un respeto indebido por la ley
puede llegar a corromper la conciencia:

“La ley nunca, en lo más mínimo, ha hecho a los hombres más


justos. Más aún, como consecuencia del respeto por la ley incluso
aquellas personas con una inclinación natural al bien se convierten
a diario en agentes de la injusticia.”

No deja de ser una gran paradoja que un pensador radical de


estas características, que ha inspirado a activistas y movimientos en
todo el mundo, loreciera en un país como Estados Unidos en cuya

1 Pronunciado “Zoró”.

150 Juan A. Herrero Brasas


tradición cultural la ley y cumplir con la ley es lo más importante, y
donde no hay peor pecado que hacer algo against the law, donde la
bondad o maldad de una persona, su grado de virtud o de perdición
se mide tan solo por si ha violado la ley alguna vez. En un reciente
comentario sobre horeau, Robert Pogue Harrison expresa dicha
paradoja del siguiente modo:

“Somos la sociedad menos religiosa y la más religiosa, la más puritana y


la más libertina, la más generosa y caritativa y la más fría e indiferente.
Nos adherimos fervientemente al principio de ‘el mejor gobierno es
el que gobierna menos’ y al mismo tiempo queremos que el gobierno
resuelva todos y cada uno de nuestros problemas. Lo único que supera
nuestra concienciación sobre la protección del medioambiente es
nuestra temeraria despreocupación por el medioambiente. Somos
gente sin ley pero obsesionada con el derecho, individualistas que
cultivan valores comunitarios, una nación de gente obesa con ideales
anoréxicos de belleza. Lo único que nos gusta más que la naturaleza
en estado salvaje son nuestros coches, los centros comerciales y la
tecnología digital…”2

Harrison concluye señalando la paradoja de que entre los signa-


tarios de la Declaración de Independencia, en la que se airma que
“todo hombre es dotado por su Creador del derecho inalienable a la
libertad”, había dueños de esclavos.
En realidad lo que Harrison pone de maniiesto en su comenta-
rio es la existencia de dos américas, una progresista que ha liderado
e inspirado al resto del mundo con sus ideales de libertad, igualdad,
civismo, generosidad y cultivo de valores comunitarios, y otra América
racista, reaccionaria, clasista y encerrada en sí misma. La mayoría de
los americanos se mueven entre la una y la otra, y arrastran un poco
de la una y un mucho de la otra o viceversa. Pero también los hay que
son la esencia de la una o de la otra.

2 Robert Pogue Harrison , “he True American”. he New York Review of Books 17 de agosto de 2017.

Henry D. Thoreau: De la objeción al anarquismo 151


El mejor gobierno
horeau representa en extremo los ideales de la América igualitaria, gene-
rosa, preocupada por los derechos del individuo y amante de la natura-
leza. Pero va más allá. Desobediencia Civil es un grito de guerra contra el
Estado3 y sus órganos, en particular el ejército. Y como en toda guerra, los
combatientes no respetan las instituciones del enemigo, sino que las usan
como un instrumento más en su lucha: “Me declaro silenciosamente en
guerra contra el Estado a mi manera, aunque usaré y aprovecharé todos
los medios que me ofrezca, como es habitual en estos casos.” De ese modo
desarma el ingenuo argumento de que quien está contra el Estado debería
empezar por no usar sus autopistas ni el agua corriente. Al comienzo
mismo de su tratado, establece lo que se será su principio guía:

“El mejor gobierno es el que gobierna menos. Y me gustaría que este


principio se pusiera en práctica de un modo más rápido y sistemático.
Llevado a sus últimas consecuencias, equivale a decir que el mejor
gobierno es el que no gobierna en absoluto. Y así lo creo.”

Anarquistas de izquierdas y de derechas citan frecuentemente


esas líneas, en las que encuentran claramente articulado el principio
fundamental de su ideología. Sin embargo, no está claro que horeau
al escribir eso tuviera en mente lo que décadas después se confor-
maría como una teoría política. De hecho, justo a continuación de
esas palabras, añade que “a diferencia de quienes desean que no haya
ningún tipo de gobierno, yo no pido que desaparezca el gobierno
de inmediato, sino que de inmediato haya un gobierno mejor,” lo
que completa con su airmación de que solo “cuando los hombres
estén preparados para ello, ése será el tipo de gobierno que tendrán.”
¿Cómo será el gobierno que desea horeau?: “Que cada cual mani-
ieste cómo debe ser el gobierno que desea, y ese será el primer paso
para conseguirlo.”
3 horeau utiliza frecuentemente la palabra Government (gobierno) para referirse de modo genérico
al Estado.

152 Juan A. Herrero Brasas


Crítica a la democracia
horeau no propone, por tanto, el establecimiento revolucionario de
un nuevo sistema en que quede abolido el Estado ipso facto sino un
proceso gradual de reforma moral, de conversión, que dará lugar a
una sociedad que no necesitará ni querrá ser gobernada desde arriba.
Eso sí, horeau propone acelerar ese proceso mediante actos ejem-
plares de resistencia al gobierno (al Estado). En coherencia con su
planteamiento, no reconoce a la democracia como el estado inal de
libertad y participación:

“¿Es la democracia, tal y como la conocemos, la mejor forma de


gobierno? ¿No podemos ir un paso más allá hacia el reconocimiento
y organización de los derechos del individuo? Nunca habrá un Estado
realmente libre e ilustrado hasta que el Estado reconozca al individuo
como un poder independiente y superior del que se deriva todo su
poder y autoridad, y le trate como tal.”

De igual modo, no reconoce fuerza moral en las votaciones demo-


cráticas. Lo decidido en una votación no es necesariamente lo más
justo, sino solo lo que representa los intereses del grupo más poderoso
(aunque solo lo sea numéricamente). En consecuencia, lo que se decide
en una votación no constituye para horeau una obligación moral:

“Las votaciones no son más que un juego de azar con un cierto toque
moral… no se toma en cuenta el carácter moral de los votantes… Voto por
lo que pienso que es justo, pero salga lo que salga me someto a la mayoría.”

Encontramos un curioso paralelo entre estas palabras de horeau


y el concepto que desarrolla Herbert Marcuse en su Crítica de la tole-
rancia pura. La libertad de expresión de que tanto se enorgullece el
liberalismo occidental es para Marcuse en última instancia un ins-
trumento más de control de las clases dominantes. Imaginemos una
gran sala llena de personas en la que todas expresan sus ideas libre y

Henry D. Thoreau: De la objeción al anarquismo 153


ruidosamente en voz alta. Es tal el ruido y el alboroto causado que
nadie puede escuchar lo que dicen los demás. Tan solo se escucha
a los pocos que poseen potentes altavoces, es decir, a los poderosos
política o económicamente. A ellos, esa libertad de expresión de todos
les sirve de justiicación para la utilización de sus medios de control.
horeau critica no la libertad de expresión sino otro elemento
crucial del mundo libre, las votaciones, para advertirnos de que en
última instancia son un instrumento más de control. Desde la pers-
pectiva de Marcuse, las votaciones serían la inmediata consecuencia
de esa tolerancia pura manipulada por los poderosos.
horeau estaba particularmente irritado por la ley que permitía
la esclavitud y por la guerra contra México (1846-48), una guerra
que contaba con fuerte oposición entre los sectores progresistas del
momento, que también se oponían a la esclavitud y al expansionismo
(la guerra tuvo su origen en el deseo del gobierno norteamericano de
anexionarse el estado de Texas).
En lo que sin duda constituye el primer ejemplo histórico de
objeción iscal, horeau se negó a pagar unos impuestos para que su
dinero no pudiera ser utilizado para inanciar dicha guerra. Al cabo
de dos años, fue inalmente detenido y pasó una noche en el calabozo.
A la mañana siguiente, alguien –no se sabe con seguridad si una tía
suya o el gran escritor del momento Ralph W. Emerson– pagó los
impuestos atrasados y fue puesto en libertad. Para ese momento, ya
era un reconocido literato.

Personas y ciudadanos
horeau establece la crucial distinción entre persona y ciudadano
(men y subjects, en sus propios términos). “Tenemos que ser primero
personas y después ciudadanos,” airma. En esta distinción radica
todo su planteamiento, y de ella se derivan todas las consecuencias
de su pensamiento moral y político, entre ellas la más fundamental
ya mencionada: la ley moral precede a la ley legislada. No sólo pre-
cede la ley moral a la legislada sino que tiene absoluta preeminencia
sobre ella:

154 Juan A. Herrero Brasas


“La única obligación que puedo asumir es la de hacer en todo
momento lo que me parezca justo.”

Hasta tal punto es así que para horeau cualquier legislación tiene
que pasar primero la criba de la conciencia, y sólo si ésta la reconoce
como parte de la ley moral, o al menos como indiferente o aceptable
como mal menor, puede una persona obedecerla:

“Si una determinada injusticia es parte de la necesaria fricción de la


maquinaria del Estado, déjala pasar, déjala pasar; poco a poco se irá
suavizando por sí sola; ciertamente la maquinaria del gobierno se va
desgastando poco a poco. Si la ley injusta tiene una serie de cabos o
resortes propios que la afectan solo a ella misma, entonces quizás debas
plantearte si el remedio no va a ser peor que la enfermedad; pero si
[la ley injusta] es de tal naturaleza que exige que te conviertas tú en
agente de una injusticia hacia otras personas, entonces yo te digo que
desobedezcas la ley. Que tu vida se convierta en una fricción para parar
la máquina. De lo que me debo preocupar en todo momento es de no
convertirme en un agente de la injusticia que condeno.”

horeau se anticipa a la crítica postmoderna cuando airma que todo


en política se reduce a una cuestión de poder. De modo contundente
airma que cuando las mayorías se hacen con el poder “no es porque
sea más probable que tengan la razón de su lado, ni que sean más justos
con las minorías, sino porque constituyen una mayor fuerza física.”
Implícitamente también cuestiona el principio de represen-
tación. Para él nadie representa realmente a nadie. Todo lo que
hacemos en un sistema democrático es ceder poder a quienes nos
gobiernan en un sentido hobbsiano. El respeto a la autoridad demo-
cráticamente elegida es visto por él, en última instancia, como un
mero ejercicio de sumisión. De hecho, en términos de ilosofía
política, lo que horeau propone equivale a una deconstrucción del
contrato social que Hobbes, Locke y Rousseau habían formulado,
cada uno a su manera:

Henry D. Thoreau: De la objeción al anarquismo 155


“Para ser estrictamente justo [el Estado] necesita tener la sanción y el
consentimiento de aquellos a quienes gobierna. No puede arrogarse
un derecho puro sobre mi persona y mi propiedad, más que el que yo
le conceda. El progreso de una monarquía absoluta a una limitada,
y de ahí a una democracia es el progreso hacia el auténtico respeto
por el individuo.”

Thoreau en contexto
horeau era un intelectual de su época, que absorbió e impulsó las
corrientes intelectuales de su tiempo. Era el momento del Roman-
ticismo, con sus intensas proclamas de rebelión contra lo conven-
cional y contra el orden establecido, de individualismo y de vuelta
a la naturaleza. Baste pensar en Lord Byron y Goethe como dos
ejemplos supremos.
Es verdad que el amor apasionado por una mujer –característica
importante de todo autor romántico– no está presente en horeau
ni en otros románticos o transcendentalistas norteamericanos, como
es el caso del poeta Walt Whitman. Ello se debe a la sexualidad no
convencional de dichos autores, cuya abierta expresión no habría
sido aceptable en aquel momento.4
El siglo xix también fue en Estados Unidos un tiempo de expe-
rimentación social. A lo largo del siglo, y contemporáneamente con
horeau, se formaron una serie de comunidades utópicas (Oneia, New
Harmony y Brook Farm, entre otras), alguna de las cuales perduró a lo
largo de décadas. Eran algo similar a las comunas hippies que lorecie-
ron a partir de inales de la década de los 60, en las que se buscaba la
ruptura con las normas convencionales, la separación de la sociedad
y una vida más auténtica en contacto directo con la naturaleza. Es
decir, en esencia lo mismo que encontramos en horeau, tanto en
Desobediencia Civil como en sus diarios de Walden.
horeau continuará siendo fuente de inspiración en el futuro para
todos los espíritus románticos y rebeldes que aspiran a una existencia
4 Véase Herrero Brasas, J. A., Walt Whitman’s Mystical Ethics of Comradeship. State University of
New York Press 2010.

156 Juan A. Herrero Brasas


auténtica, en armonía con la naturaleza, no regulada por los formalis-
mos de la ley, sino guiada por el sentimiento de justicia y, en general,
por la espontaneidad y la ley moral. La inluencia de horeau sobre
los grandes reformadores sociales del siglo xx que citábamos al prin-
cipio ha puesto de maniiesto que en realidad la supremacía de la ley
moral sobre el mecanicismo del derecho puede tener importantes
consecuencias a nivel político. Y el ejemplo de objeción iscal que
horeau puso en práctica ha sido la base del concepto moderno de
objeción iscal y en general de objeción de conciencia, ya universal-
mente aceptado en el mundo occidental.
Sus propuestas concretas, poco factibles en la práctica, contienen,
sin embargo, una esencia perdurable que va encontrando articulacio-
nes adecuadas a cada momento histórico. •

Juan A. Herrero Brasas es doctor en Estudios de Religión


y Ética Social. Fue profesor en el departamento de Estudios
de Religión de la Universidad del Estado de California (1993-
2013). Autor, entre otros libros, de Walt Whitman’s Mystical
Ethics of Comradeship.

Henry D. Thoreau: De la objeción al anarquismo 157


CINE

ANDREI TARKOVSK I,
L A S HUELL A S DE
NUE ST R A AL M A
La obra del genial cineasta ruso puede ser vista
como una incesante búsqueda del signiicado
profundo del alma humana, de la pureza. Cada
una de sus películas es una sesión de psicoanálisis
con imágenes fascinantes que nunca abandonan
el naturalismo y al mismo tiempo lo niegan.

A L B E RTO Ú B E DA- P O RT UGU É S

E
s difícil encontrar un director tan obsesionado con la
pureza como Andrei Tarkovski (Zavrajie, Rusia, 1932-
París, 1986), autor de siete esenciales ilmes en la his-
toria del séptimo arte; alguien tan exigente y estricto
en la consecución del plano preciso, en la composición
medida de iguras y elementos en un conjunto armó-
nico de imágenes representadas que son la expresión inequívoca de la
belleza y la dignidad del ser humano. Inluido de modo determinante
por la obra de su padre, el poeta metafísico Arseni Tarkovski, el genial
cineasta buscó incansablemente fusionar la emoción de un poema
sobre la inconcreción de la felicidad con la prosa austera de las imá-

158
genes. Procuró no dejar nunca al azar lo que decidía mostrar, aunque
paradójicamente el ilme resultante después de su rodaje estaba lejos
del proyecto inicial, dotándose de una vida propia y de insospechados
y misteriosos signiicados. No resulta extraño que Ingmar Bergman
expresara su admiración por una obra que buscaba las mismas res-
puestas que enunciara el autor de El séptimo sello (Det sjunde inseglet,
1957) ante una existencia incierta y absurda; la misma perplejidad en
los seres que caminan entre la vida y la muerte sin que les importe
mucho en qué lado terminan cayendo.
No hay ejemplo más incontaminado de esta indiferencia existen-
cial que la que incorporaba el niño protagonista de su primera película,
La infancia de Iván (Ivanovo detsvo, 1962), incapaz de asumir el límite
de sus fuerzas, cuando le han arrebatado todo frente a un enemigo
brutal que se guía por el fuego que escupen sus armas y la disciplina
fatídica de sus escuadrones. Con inaudita delicadeza, Tarkovski sitúa al
muchacho que focaliza el relato en el fragor de una trinchera asediada
por el impacto de los obuses. El oicial al mando apenas puede hacerle
entender el peligro que corre. Es un ser naciente que no distingue
entre la realidad y la fantasía. Se cree invulnerable como nos gustaría
a todos ser invulnerables ante al abuso de los poderosos a quienes
no les importa nada el número de niños que vagan por los campos
entre los escombros de su orfandad. Solo cuenta la aniquilación del
enemigo y el avance de las tropas en la tierra arrasada.
No les pareció suicientemente glorioso este amargo y enérgico
ilme antibélico (León de Oro en el Festival de Venecia) a los censores
de la Unión Soviética, por lo que comenzaron a vigilar a Tarkovski,
torpedeando o retrasando sus siguientes proyectos. Tenían serias dudas
sobre sus ideales patrióticos. Así, no se aceptó su intento de adaptar El
idiota, la novela de Fiodor Dostoyevski, por lo que el realizador pensó
en plasmar una temática en principio menos conlictiva, como era la
vida del pintor de iconos renacentista Andrei Rublev, cuya actividad
artística coincidió con la invasión mongol de Rusia y el régimen opre-
sivo que establecieron. Consta la película, rodada en 1966, de ocho
cuadros que narran o, más bien, describen la pérdida de fe del personaje

159
protagonista, que no entiende que Dios permita tanto dolor a gente
inocente. Su voz y su pincel enmudecen mientras pasea por el mundo
depravado y en ruinas que Tarkovski recrea espectacularmente (recor-
dando la inquietante pintura de El Bosco), en unos fantasmagóricos y
profundos espacios fílmicos donde vemos los actos crueles del oprobio
feudal entre el humo de recientes saqueos y la densa lluvia que hace más
penosas las cargas que soportan los siervos.
En esta cinta formidable están ya, si es que no lo estaban en
La infancia de Iván, las pautas que deinen el gran corpus tarkovs-
kiano: ese espacio insondable del que hablamos, en el que podría caber
nuestra alma; la escasa narratividad de sus propuestas, que huyen de
la dictadura del argumento; los diálogos ilosóicos entre seres que
nunca consiguen disipar las tinieblas de su pensamiento atribulado,
o la utilización de los elementos básicos, agua, tierra, fuego y aire,
que en el cine de Tarkovski son tan importantes como los propios
personajes. Ya sin recato, las autoridades soviéticas dejaron en el limbo
un ilme que tardó cinco años en estrenarse en su país por apartarse
de la ortodoxia ideológica de la patria socialista y poner énfasis en la
oración como medio de conocimiento y de auxilio a los necesitados.
Dos ilmes, 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey;
Stanley Kubrick, 1968) y quizá El planeta de los simios (Planet of
the Apes; Franklin J. Schafner, 1967), convirtieron el género de
ciencia icción en un auténtico fenómeno de masas, y Tarkovski
vio en esas historias futuristas y poco halagüeñas un modo de con-
tinuar expresando sus preocupaciones existenciales, las dudas que
genera un mundo del que no sabemos nada, aunque todo parezca
evidente. Adaptando muy libremente la novela homónima del
polaco Stanislaw Lem, Solaris (Solyaris, 1972) transcurría en una
lejana estación espacial a la que viajaba un cientíico para descubrir
que allí los sueños se hacen realidad, que el pasado revive para poder
analizarlo, que la fantasía se ha escapado de la lámpara de Aladino
para recrear bellas estancias en las que fue feliz, evocar in situ con-
versaciones con su padre que le emocionaron, detener el tiempo de
las desavenencias para que su esposa no cayera en la desesperación

160 Alberto Úbeda-Portugués


y se suicidara. Aunque lejos del concepto de entretenimiento de
Hollywood, Solaris (premio del jurado en el Festival de Cannes)
fue el mayor éxito de la carrera de Tarkovski y la película que menos
apreciaba. Era capaz, como Kubrick en 2001, de crear un universo de
fantasía, pero difícilmente podía ser el objetivo de un cineasta que
admiraba la austeridad de Robert Bresson, la descripción sublime de
la incertidumbre de Michelangelo Antonioni, la búsqueda desolada
de la profundidad de Bergman.
Si Tarkovski se sintió molesto o incómodo por la excesiva adscrip-
ción a un género de Solaris, se desquitó ampliamente con el sublime
tour de force de El espejo (Zerkalo, 1974), su obra más revolucionaria,
más libérrima, más desatada, donde habitan todo tipo de transgre-
siones de la narración convencional sin que el espectador deje de
maravillarse ni un momento frente a la pantalla, en la que el cineasta
ruso introduce su vida, sus recuerdos, sus pasiones, el afán documental
de esa ignominia que son los conlictos bélicos: la Segunda Guerra
Mundial –que afectó tan de cerca a Tarkovski– y la Guerra Civil espa-
ñola que decidieron, más que ninguna otra contienda, el devenir del
mundo que conocemos hoy. El prestigioso director austriaco Michael
Haneke confesó haber visto el ilme más de veinte veces, encontrando
siempre un signiicado inadvertido, una pulsión inexplorada de la
que asombrarse, un universo ambiguo y mágico en el que casi en una
misma secuencia Tarkovski sintetiza, al menos, tres épocas diferen-
tes de su vida. El niño que jugó en la pradera de la casa familiar casi
oyendo el paso de las tropas alemanas rumbo al desastre; el joven que
buscaba su lugar en el mundo y participar en un cambio que, como
otras esperanzadoras rupturas, se desvaneció en los años sesenta; y el
adulto que sigue vagando por la pradera, huyendo de sí mismo, de
lo que no ha encontrado ni encontrará en un mundo de tinieblas,
de fuego y de lluvia del que no se puede escapar. Es una película que
podría ser de alguna forma ininita, como esos fragmentos de poemas
de lo eterno que recita Arseni Tarkovski en algunos momentos de
la cinta, poemas de lo inmutable, de lo que es válido incluso en esta
época actual en la que tenemos alma de dron, ideología de giga, en

Andrei Tarkovski, las huellas de nuestra alma 161


la que buscamos incansablemente en Internet lo que no hallamos
dentro de nosotros.
La audacia de este filme, su portentoso dominio del espacio
y el tiempo, la densidad de su mensaje e intenciones, motivaron
que Tarkovski ascendiera al Olimpo de los cineastas de su tiempo.
El entusiasmo que despertaba en Occidente, su irrenunciable bús-
queda de la obra maestra deinitiva no era alentada en modo alguno
por las autoridades soviéticas, que pusieron todo tipo de trabas para
que el director nunca rodara la película que deseaba. Pese a ese enorme
handicap, Tarkovski encontró una vía para seguir desarrollando su
poética con otro acercamiento a la ciencia icción en Stalker (1979),
adaptación de la novela Picnic extraterrestre, de los hermanos Boris
y Arkadi Strugatski, que presagiaba el miedo aterrador a la contami-
nación nuclear que se desató en la siguiente década. Tres hombres
desesperados, cada uno a su manera, se internan en un lugar altamente
radiactivo, la Zona, esquivando los disparos de las patrullas militares.
Su propósito es llegar a la Habitación, en una planta industrial en
ruinas, donde los deseos, según cuentan, se convierten en realidad.
Buscan la felicidad, la alegría, traspasar los límites de esa línea tan ina
que separa la vida de la muerte. Encontrar la cueva de Ali Babá en ese
lugar tóxico sin pensar en las consecuencias, el inmenso tesoro que
sería hallar un sentido a la existencia, la justiicación a todo el dolor
y terror que sienten cada día. Pero allí solo reina un azar adverso,
el vacío que nunca les abandona y la sensación de que las cosas son
susceptibles de empeorar.
Al tiempo que nos lleva de viaje por esta tierra de nunca jamás
(con ese sentido naturalista de su cine que de pronto se acoge al
surrealismo de Luis Buñuel), Tarkovski hace un emocionante llama-
miento para que se detenga la enloquecida carrera armamentística,
el consumo desenfrenado y la avidez de poder que encaminan al
mundo hacia su destrucción. Les espera a los tres viajeros el mismo
ambiente precario que dejaron, con la misma gente temblorosa que
se aproxima a su abismo. Por todo ello, Stalker es una portentosa
obra atravesada de pesimismo, de inquietud y tristeza ante un orden

162 Alberto Úbeda-Portugués


perfectamente encauzado para convertir a la gente en moribundos
permanentes, en cuerpos inmóviles que deben soportar el frío y la
pobreza: los estándares de la sociedad evolucionada.

Huida a Occidente
Con solo cinco ilmes en diecisiete años de carrera y agotado por
la constante lucha para esquivar el muro ideológico de la censura,
Tarkovski abandonó la URSS para comenzar la preparación de una
nueva película con el guionista Tonino Guerra (iel colaborador de
Antonioni y Federico Fellini), lo que motivó un viaje por Italia para
seleccionar algunas localizaciones. Ambos artistas irmaron el docu-
mental Tempo di viaggio (1983) que ilustra esas jornadas de peregri-
naje, de conocimiento y de cine y poesía en las que el director ruso
expresa su admiración sin límites por Jean Vigo y los citados Bresson,
Antonioni y Fellini.
El cambio de ubicación geográica no derivó en Nostalgia (Nos-
talghia, 1983) en ninguna variante ideológica o conceptual en la obra
de Tarkovski. El pesimismo distópico de Stalker se convierte aquí en
un melancólico paseo de un escritor ruso que sigue las huellas de un
compositor de su país en la Italia del siglo xviii. Sin embargo, lo que
realmente busca es una razón para seguir ejerciendo su oicio, para
seguir adelante en un mundo sin alicientes, en el que no compensa que
una bella mujer le declare su amor porque es más importante hallar
un sentido a las cosas, encontrar a alguien, como sucede en la cinta,
que esté dispuesto a redimirnos a todos de nuestros pecados. Se trata
de tener fe, de creer en un milagro que nos dé una nueva perspectiva.
Nostalgia carece de la audacia y la brillantez de sus anteriores obras
pero es una película hipnótica dotada de una inefable sensualidad y
de unas imágenes y diálogos impregnados de hondo aliento poético.
Lamentablemente, Tarkovski enfermó de cáncer, truncando demasiado
pronto una carrera fascinante y única. Con mucho esfuerzo, concluyó
su última realización, Sacriicio (Offret, 1986) que es un homenaje
a su maestro Bergman en un ilme rodado en Suecia y con uno de
sus actores predilectos, Erland Josephson, en el papel protagonista.

Andrei Tarkovski, las huellas de nuestra alma 163


En la cinta, la guerra nuclear ha comenzado y el personaje de Joseph-
son está convencido de que solo mediante una ofrenda que implica la
muerte de alguien querido puede detenerse la hecatombe. El fuego
es, una vez más en la ilmografía de Tarkovski, el símbolo trágico de
la puriicación y la catarsis. En este caso, el enloquecido protagonista
incendia la casa familiar con todo lo que le importaba o amaba en este
mundo de dolor y odio, tratando así de que haya un nuevo comienzo
de amor y concordia.
Sacriicio es quizá la película más austera, más anticomercial del
director ruso, un último encuentro con un artista que quiso que nos
psicoanalizaramos mientras veíamos su indispensable cine, que nos
limpiáramos la mirada de tantas imágenes absurdas a las que tenemos
acceso, desdibujándonos el alma, el espíritu. Ese fuego interior que
quiere que demos la mejor versión de nosotros mismos. Este es el
propósito, la verdadera motivación de la obra de Tarkovski: poner
de relieve el valor humano, pleno de generosidad y amor, que nos
separa de la barbarie. •

Alberto Úbeda-Portugués es escritor y periodista. Miembro de


la academia de las artes y ciencias cinematográficas de españa.

164 Alberto Úbeda-Portugués


CINE

‘THE YOUNG
POPE’, EL JOVEN
REACCIONARIO
¿Qué sentido posee una doctrina de la tradición,
cuando esta ha dejado de existir? Una vez rota,
la tradición es una opción más en el
hiperpoblado mercado de las ideologías políticas.

M I GU E L S A R A L E GU I

– “¿Por qué el arroz recalentado es siempre mejor


que el que apenas se ha hecho?”

– “Lo viejo es mejor que lo nuevo”.

S
e trata del diálogo más memorable de La gran belleza,
la película con la que Paolo Sorrentino ganó el
Óscar 2014 a la mejor película de habla no inglesa.
Si en esta película la nostalgia se expresaba en un
tono afectivo, en he Young Pope la expresión es más
conceptual. Si La gran belleza era un lamento por la
desaparición de Roma, El joven Papa es una relexión sobre el signi-
icado de haber perdido Roma.

166
Ninguna obra, ni teórica ni artística, ha sido capaz de explicar
y explotar la reacción como la reciente serie he Young Pope: “¿Tú
disfrutas de tu belleza? El castigo de Dios, Ester, jamás tiene que ver
con la belleza”. Nadie puede dudarlo: Sorrentino es pretencioso. Si
su barroquismo ha de incomodar a un espectador sobrio, el crítico
debe exigir que esté a la altura de su ambición. El texto, editado por
Einaudi con el poco expresivo Il peso di Dio. Il Vangelo di Lenny
Belardo, es intelectualmente tan sólido como cualquier clásico del
pensamiento reaccionario desde Consideraciones sobre la Revolución
en Francia hasta El discurso sobre la dictadura.
he Young Pope es una relexión sobre la imposibilidad de la reac-
ción. Ninguna obra antes de ella se había inspirado de modo tan
directo en la objeción que convierte a la reacción en una cosmovisión,
más que falsa, inútil: ¿qué sentido posee una doctrina de la tradición,
cuando esta ha dejado de existir? Una vez rota, la tradición es una
opción más en el hiperpoblado mercado de las ideologías políticas.
Ningún personaje icticio como el Papa León xiii –interpretado por
un Jude Law “posiblemente más bello que Jesús”– ha sabido mostrar la
contradicción que se cela bajo el pensamiento reaccionario: la apología
y la reivindicación de lo tradicional en el mundo postrevolucionario es
a la fuerza un acto no tradicional. Tan tradicional será utilizar una tiara
que subraya la soberanía papal como discutir con una escort de lujo
sobre los argumentos acerca de la existencia de Dios. El reaccionario
es un moderno más, otro utópico desesperado cuyas ambiciones son
aún más fantasiosas que las quimeras progresistas.
A pesar de la abundancia de sentencias impúdicas, el relato se
construye sobre una única gran metáfora: la tradición rota que
traumatiza al tradicionalista es la familia fracturada y ausente que
obsesiona a todos los personajes. Si la orfandad –tanto de Lenny
como de la hermana Mary, interpretada por una equívoca Diane
Keaton– es el signo de esta quiebra, el mismo escenario introduce en
esta paradoja. Sorrentino ha revelado lo obvio: el Vaticano es esen-
cialmente una institución antifamiliar y revolucionaria. Pío xiii no
renunciará al amor de Ester por el voto de castidad, sino por egoísmo.

167
El reaccionario “Amo a Dios porque no me deja nunca
sabe que la belleza o me deja siempre. Dios o la ausencia de
no depende de la Dios es siempre tranquilizadora y deini-
novedad. Debería tiva. […] He renunciado a los hombres, a
ser consciente de las mujeres, porque no quiero sufrir”. La
que no hay nada exageración de la soledad del papa huér-
tan obsoleto como fano no es excepcional, pues todos somos
una tecnología huérfanos como todos somos reaccio-
anticuada, ni tan narios. Contra el mito moderno de la
intelectualmente autoconstrucción del hombre, todos
ridículo como dependemos de cosas dadas: ¿acaso no
un movimiento es la inteligencia y el talento un regalo tan
artístico cuyo injusto como el patrimonio heredado?
vanguardismo El dolor que la tradición rota causa
ha sido superado al reaccionario es el mismo que padece
el niño que ha sido abandonado por sus
padres. Nadie como el reaccionario nece-
sita una tradición sólida, a nadie como al
niño lo lacera el abandono familiar. Que ambos la necesiten de modo
más intenso no signiica que la vayan a recuperar. No es azaroso que el
primer regalo que el papa recibe sea un canguro, el vínculo deseado con
la tradición, con los padres perdidos. Pero el canguro es un sueño, es un
falso consuelo, un efecto placebo. Una vez descosida, la tradición no
se puede volver a hilar: no existen canguros que sustituyan a la madre,
ni golpes de Estado que sean capaces de volver al lugar de la nostalgia.
Previsiblemente el canguro muere. El consuelo de Lenny en el último
capítulo se limitará a contemplar el cuadro de La mujer barbuda de
José Ribera, metáfora esta vez de la mezcla de padre y madre que, para
el niño huérfano, constituye la vocación al sacerdocio.
El reaccionario sabe que la belleza no depende de la novedad. Ade-
más, debería ser consciente de que no hay nada tan obsoleto como
una tecnología anticuada, nada tan intelectualmente ridículo como un
movimiento artístico cuyo vanguardismo ha sido superado. La novedad
en el arte supone un camino que acaba o en el cuadro en blanco o en lo

168 Miguel Saralegui


grotesco, es decir, en el experimento por el experimento que solo interesa
a un dudoso grupo de eruditos. La vanguardia puede ser ridícula, puede
molestar al Vargas Llosa de La civilización del espectáculo, pero sigue
un mandato lógico: la novedad. Solo será arte aquello que sea nuevo.
En el mejor y más humilde de los casos, aquel tema que no haya sido
tratado. En el peor y más soberbio, el artista animado a escribir la última
página de la Historia del Arte se atreverá a conigurar un nuevo género.
La reacción se deshace del criterio lógico. El arte no tiene otra
historia que la de la belleza, para la cual es indiferente la justiicación
intelectual. Por este motivo, el reaccionario está siempre expuesto al
ridículo de la contradicción. Al carecer de una línea lógica, al sentir
nostalgia por un pasado que posiblemente jamás existió, es tan libre
como se puede llegar a ser: por un capricho despreocupado del rigor
lógico. La novedad del arte, la novedad política y hasta la novedad
humana se presenta siempre como una recombinación. La origina-
lidad reaccionaria es ligera, carece de fundamento metafísico. En el
mejor sentido, es postmoderna. Consiste en mover las cosas de lugar,
en relacionarlas de manera imprevista, en crear un sentido entre dos
realidades que, hasta la ocurrencia del artista, estaban desconectadas.
Lo nuevo se produce cuando se nos recuerda que una elegante piscina
es también un lugar de oración, cuando un papa versado en música
electrónica se mofa de una licenciada en Harvard –interpretada por
la magnética Cécile de France– por la obsolescencia de su repertorio
cultural. La novedad brota de un Papa que desayuna una Diet Cherry
Coke y que no quiere sustituirla por otra bebida light, ya que “confor-
marse es como morir en vida”. La originalidad nace de la imagen de
un sacerdote al que solo un iphone puede advertirle de sus gravísimos
pecados (a mí esta conexión me hizo recordar cómo, ya a ines de los
noventa, los numerarios de mi colegio hacían exámenes de conciencia
con unas primitivas agendas electrónicas).
¿Por qué a los medios e intelectuales católicos les ha interesado poco
esta historia? En España sólo Juan Manuel de Prada escribió una reseña
parcialmente admirativa. Parece que están más preocupados por criticar
y promocionar superproducciones tan dudosas como El código da Vinci.

he Young Pope, el joven reaccionario 169


¿Qué dice esta serie, rodada por un antiguo estudiante de los
salesianos de Nápoles, sobre el catolicismo? Acostumbrada a una
producción artística anticatólica, a la crítica laica le ha llamado la
atención la línea procatólica. Se trata de uno de los pocos docu-
mentos artísticos en el que las posturas católicas, incluso cuando
no se identiican con mensajes humanitarios abstractos, son retra-
tadas de manera no solo amplia y completa, sino hasta atrac-
tiva. Ciertamente, la palabra reaccionaria, el argumento antimo-
derno no es nunca deinitivo, pero siempre goza de plausibilidad.
En el diálogo entre el mentor Michael y el papa Pío xiii sobre el aborto
aparecen todos los pros y contras del abortismo y del antiabortismo.
“Déjame que te recuerde lo que decía San Alfonso sobre el aborto.
En el aborto son todos culpables, todos menos la mujer”. Pío xiii le
responderá: “¿Y si esto no fuese válido solo para el aborto? ¿Y si en
las cosas de la vida todos fuesen culpables menos la mujer?”.
Sin embargo, me da la sensación de que la falta de una lectura
católica más consciente ha impedido que se viera la crítica que esta
narración encierra. La serie conduce a la siguiente relexión: ¿qué sen-
tido tiene una Iglesia que no sea reaccionaria? Si el cónclave eligió a un
papa joven por su belleza, este renegará de convertirse en un telegenic
puppet, como se lamenta el cardenal secretario de Estado (interpre-
tado por un genial Silvio Orlando). En el capítulo más maquiavélico,
Pío xiii le recuerda al primer ministro italiano que “Dios no protesta
en twitter”. Puede parecer ridículo, pero Lenny Belardo ha pronun-
ciado la pregunta decisiva: ¿por qué el papado debe convertirse en
una institución intermedia entre Bono y el Dalai Lama? ¿Por qué un
papa debe fotograiarse con un corderito a hombros? La respuesta
que da es inequívoca. Aceptar este papel sería una equivocación: “este
Papa no perderá su tiempo vagando por el mundo”. ¿Cuándo la Iglesia
católica se empezó a tomar en serio los “like” de Facebook? Desde
un punto de vista exclusivamente político me inclino a pensar que
la absoluta peculiaridad de la Iglesia –una institución dominada por
varones solteros, inspirada en tradiciones tan incomprensibles como
rígidas y en un libro que se escribió hace dos mil años– solo podrá

170 Miguel Saralegui


ser legitimada a través de un discurso no solo diferente, sino hasta
opuesto al que validan el resto de asociaciones políticas, económicas
y hasta religiosas.
En El adversario, Emmanuele Carrère se sorprendía de que la mayo-
ría de los franceses cree que si Cristo regresase a la Tierra, trabajaría
en África para Médicos sin fronteras. he Young Pope plantea la misma
objeción. Tanto la Iglesia como el catolicismo solo tienen sentido al
asumir su carácter reaccionario, siempre complejo y contradictorio. El
arte, no la razón, podrá explicar cuál será la forma de una institución
de estas características. El joven papa nos recuerda que una Iglesia que
se convierta en una ONG o es un delirio o una pantomima. •

Miguel Saralegui es profesor de la Facultad de artes Liberales


de la Universidad Adolfo Ibáñez (Santiago de Chile). Autor de
Carl Schmitt, pensador español.

he Young Pope, el joven reaccionario 171


N O TA S D E U R G E N C I A

DESCRÉDITO
Con su desprecio a las
instituciones el PP contamina
también a la universidad;
Putin y Xi Jinping, líderes para
la nueva temporada.

p or

JOSÉ ANDRÉS ROJO

172
La matraca. Durante semanas y semanas no se ha hablado en España
de otra cosa que no fuera del máster, hasta ahora inexistente, de Cris-
tina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid. Desde que
estalló el escándalo han convivido con una inquietante naturalidad
dos discursos absolutamente incompatibles. Uno, el que emanaba
del poder, que sostenía que el trabajo académico de Cifuentes exis-
tía, faltaría más, y que para conirmarlo mostró las actas de un exa-
men que luego se pudo comprobar que habían sido “reconstruidas”.
Al otro lado estaban los periodistas, que aprovecharon el ilón para
dar un poco de espectáculo, los políticos de la oposición y una ciu-
dadanía perpleja. La gente corriente, que sabe que cualquier trabajo
universitario deja huellas –apuntes, notas, correcciones, consultas,
lecturas, correos electrónicos...–, no se explicaba que éstas no salieran
de inmediato a relucir, ya que al parecer el trabajo inal no aparecía
por ninguna parte. Los periodistas preguntaron, rascaron por aquí
y por allí, revelaron los agujeros que han ido desinlando el patético
globo de mentiras y falsedades que crearon Cifuentes y compañía, y
dieron a cada instante cuenta cabal del avance de sus investigaciones.
La oposición fue incapaz de cerrar ilas para acabar cuanto antes con
tanto bochorno. Preirieron calcular por dónde les podía salir más
rentable, en términos electorales, el entuerto.
Lo delirante del proceso es que entre el discurso de Cifuentes
–y de los líderes del PP, que semanas después seguían sin exigirle
explicaciones rotundas e inapelables– y el de los demás ha existido
siempre una distancia que no termina de cerrarse. Y son esos discursos
paralelos, nunca coincidentes, los que exasperan a una ciudadanía que
sigue esperando atónita a que la anomalía no se prolongue y que haya
por in un signo de decencia. En una democracia sólida no debería
existir durante tanto tiempo ese desajuste entre las explicaciones que
da el poder y las percepciones de los ciudadanos: es imprescindible
un marco común de referencias. Algo va mal si esa brecha no se
cierra. Cifuentes tenía que haber confesado enseguida que no dijo
toda la verdad. Y salir de la política. Para entender lo que signiica
no haberlo hecho durante todo este bochornoso periodo debería

173
asomarse a lo que pasa afuera. Y lo que ha crecido ahí es el cachon-
deo, la chota, la broma de trazo grueso. Igual es inevitable que se
rían de ella, pero es que se están riendo también de una universidad,
y terminarán haciéndolo del resto de las instituciones. Con lo que
no cesa ese incesante rittornello: todos los políticos son iguales, la
política no sirve, no nos representan.
En El enigma de la llegada, uno de sus mejores libros, V. S. Nai-
paul escribe ya casi al inal: “Las mismas personas que, en los días de
esplendor de la casa solariega, hubieran ofrecido lo mejor como car-
pinteros, albañiles, obreros, que habrían podido tener ideas de belleza
y buen hacer y que hubieran intentado que reconociesen su habilidad,
su pericia y sus desvelos, esas mismas personas, al advertir la falta de
autoridad, la decadencia de la organización, parecían moverse por el
instinto contrario: precipitar la decadencia, saquear, reducirlo todo
a pura morralla”. Pongamos que esa casa solariega a la que se reiere
Naipaul es la democracia española. Vaya, pues entonces su descripción
cuadra con lo que está pasando en España. Lo que ha sacado a la luz
el caso Cifuentes es que la autoridad de Mariano Rajoy, presidente del
Gobierno y presidente también del Partido Popular, no existe (o no
termina de manifestarse). Autoridad en el sentido de auctoritas, esa
legitimidad que socialmente se le reconoce a alguien por disponer de
un saber determinado. El saber político, en este caso. Lo que ocurre
con Rajoy es que parece encapsularse sobre sí mismo ante cualquier
diicultad, incapaz de gobernar el velero, de darle una dirección, de
señalar un horizonte, iándose únicamente de la incapacidad de sus
adversarios y con una conianza ciega en que la tempestad remita.
La tempestad de la corrupción en su partido, donde el asunto del
máster de Cifuentes es algo menor, pero que paradójicamente puede
tener unos efectos mucho más dañinos. Y luego está la tempestad
de Cataluña. Es cierto que la magnitud del desafío de los indepen-
dentistas a las reglas de juego del Estatut y de la Constitución ha
sido tal que gestionar políticamente semejante crisis no era tarea fácil
para ningún Gobierno. Que todo haya terminado en las manos de
jueces y iscales y, por tanto, en los tribunales, produce sin embargo

174 José Andrés Rojo


una extraña sensación de desamparo. Puigdemont fue detenido en
Alemania el domingo 25 de marzo y fue trasladado a una prisión del
Land de Schleswig-Holstein. No habían pasado dos semanas cuando
salía en libertad bajo ianza: la Audiencia territorial de ese Estado no
apreció que el delito de rebelión por el que se lo reclama en España
se correspondiera con el de alta traición del ordenamiento jurídico
alemán. Así que no sería extraditado. El incendio que arrasa la con-
vivencia en Cataluña está en manos de los lentos procedimientos
de la justicia. Y las provocaciones de los independentistas no cesan:
llegaron a proponer dos veces a Jordi Sánchez para que fuera president
y la Mesa del Parlament aprobó, en contra del criterio de sus letrados,
querellarse contra el juez Llarena por no haberle permitido acudir al
último debate de su investidura. Precipitar la decadencia de la demo-
cracia, reducirlo todo a pura morrala: en ésas estamos.

Confirmados al mando. Mientras tanto, en otras latitudes del


mundo, los líderes de dos potencias que no tienen en alta estima las
reglas de juego democráticas, fueron abrumadoramente conirma-
dos en el poder. Vladímir Putin ganó el 18 de marzo en Rusia unas
elecciones en las que no tuvo competencia real: más del 76% de los
votos lo conirmaron al frente de un Estado dirigido y dominado por
un círculo de viejos colegas suyos vinculados a los servicios secretos.
En China, una semana antes, la Asamblea Nacional Popular aprobó
una reforma constitucional que eliminó el límite de dos mandatos de
cinco años al jefe de Estado, con lo que el presidente Xi Jinping podrá
continuar al frente del gigante asiático mientras quiera. Mandatos de
fuerte impronta personal, sin demasiados controles, y con una fuerte
vocación de tomar posiciones en el tablero internacional. •

15 de abril de 2018

José Andrés Rojo es periodista y escritor.

Descrédito 175
E N C U E N T R O S E XT R AO R D I N A R I O S

L O S Ú LT I MO S D Í A S
D E P RO US T
Lo imagino viendo su propio
cuerpo macilento, sobre un lecho
junto al fuego, desde un lugar
inconcreto del aire. Lo imagino en
este mundo y en el otro, partido en
dos, como estuvo partido en dos
buena parte de su vida.

JESÚS FERRERO

176
l último año de vida de Proust estuvo presidido por

E la ansiedad y la iebre. Sentía que la muerte seguía sus


pasos por los pasillos de su casa, las habitaciones, el
cuarto donde crepitaba siempre el fuego. Las llamas de
la chimenea eran las lenguas de la muerte, las sombras
que proyectaban en las paredes eran las sombras de
la muerte. Muchos de los personajes que habían transitado por su
inmensa feria de las vanidades estaban muertos, como estaban muertos
sus padres, y muy especialmente su madre, la que podía conducirle al
abismo las noches de su infancia, cuando la reina de su vida no acudía
a darle un beso. Sin la seguridad pueril del beso materno, la noche se
abría ante él como la vasta morada del insomnio.
Ah, la muerte de los padres. Sin su ausencia no hubiese sido posi-
ble levantar el ediicio de su pasado. Los grandes jueces han de morir
para que el vástago libere su voz y deje paso a los demonios de la
carne, y sea la carne la que hable y se abra a la noche de los gozos
inconfesables. Dos asuntos, aparentemente desconectados, le habían
impedido desplegar el tapiz descomunal de la Recherche: no dar con
los nombres adecuados para sus personajes (cada personaje ha de
tener el nombre que mejor le represente en el teatro del mundo),
y el hecho de que sus padres aún estuviesen vivos. Tenía muy claro
Marcel que si su madre leía algunas páginas de Sodoma y Gomorra
bien podía sucumbir a un síncope y quedarse muda y sorda hasta su
última hora. Lo que para una generación es una monstruosidad, para
otra pueda ser una delicia, y así, de susto en susto y de gemido en
gemido va avanzando y retrocediendo la historia. Marcel sabía que el
tiempo era tan discursivo como circular, por eso el camino de Swann
ya nos está conduciendo al tiempo recobrado, el comienzo anuncia el
inal, y en el principio está el in, como rezaba Eliot haciéndose eco de
muchas voces anteriores. No solo lo que podía haber sido, también lo
que fue es una especulación, y eso es la Recherche: una portentosa y
sofocante especulación sobre el tiempo, llena de hechos vividos y de
hechos imaginados que están apuntando a un in único: el presente
en el que vive y agoniza Proust cuando corre el año 1922.

177
Un año curioso para el novelista, una año liminar además de con-
clusivo y fronterizo. Liminar porque el autor se está acercando a los
verdaderos umbrales de la oscuridad, conclusivo porque está a punto
de acabar la Recherche, y fronterizo porque concluir una obra tan
deinitiva solo te puede conducir al vacío real de la muerte. Apenas
sale de casa, pero en las pocas veladas a las que asiste surgen per-
sonajes deinitivos que a Marcel no parecen cautivarle demasiado:
Picasso, por ejemplo, y el enorme Joyce. No se llega a encontrar con
ellos aunque los tenga delante. Quizá para Marcel esos sujetos pre-
suntamente geniales ya solo son sombras lotantes que le despistan,
que le alejan de su tarea fundamental: añadir las últimas parrafadas
a La prisionera mientras ve por primera vez en los escaparates de las
librerías el segundo tomo de Sodoma y Gomorra.
A pesar de su fragilidad, Marcel es un titán luchando contra el
tiempo, batiéndose contra la sustancia misma de su relato. Busca
la ayuda de la adrenalina, abusa de ella hasta quemarse las vísceras.
A comienzos de primavera cree que inalmente ha concluido la Recher-
che, pero se engaña, porque su empresa es en realidad ininita. Le dice
a un amigo:

“Podría añadir mil páginas más. Cuanto más ahondas en una situa-
ción más se agrandan las dimensiones de esa misma situación, más se
ensancha la cavidad del tiempo”.

Miento. Esto último no lo dijo, pero lo pudo haber dicho, y seguro


que lo pensó. Es una deducción lógica, más que una suposición.

***

La conciencia de la muerte le obliga a interpretar de otra manera sus


encuentros con los amigos. Para Marcel la tragedia siempre había
estado unida a la idea de irreversibilidad. Los viajes en tren podían
tener un aire trágico porque eran irreversibles. En cuanto el tren se
ponía en movimiento ya no había marcha atrás. En cuanto la muerte

178 Jesús Ferrero


se empezaba a apoderar de tu mente y de tu cuerpo tampoco había
marcha atrás. Por eso sus despedidas tienen ya la gravedad de un
dictamen y el espesor de la losa sepulcral. Cuando se despide de sus
amigos les está diciendo adiós para siempre. Es difícil imaginar un
estado tan lotante y tan deinitivo. Seguramente sus amigos sentían
en sus manos húmedas el frío de la muerte, como decían de Keats los
pocos que le tendieron la mano durante sus últimos días.
Los ataques de asma son cada vez más agudos, y cada vez más
frecuentes los desvanecimientos. Todo se complica cuando contrae
una bronquitis que hace aún más doloroso el acto mismo de respirar.

“Siempre la respiración fue para mi algo mucho más complicado


que para los demás, pero en este momento respirar es ya un verdadero
suplicio”,

puedo suponer que le dijo más de una vez a Celeste Albaret, su devota
sirviente, que le acompañará hasta la muerte.

Proust se siente cada vez más fatigado y quebradizo cuando aparece


la versión inglesa de Du côté de chez Swann, con el título Swann’s Way
(Por el camino de Swann). A Proust le ofendió la palabra “camino”
(que fue también la elegida por Pedro Salinas cuando vertió a Proust
en español). Sin embargo yo estoy lejos de darle la razón a Proust en
eso. En la tierra de la que procedo se podía decir: “Vete por la parte
de los Mendoza”, pero también se podía decir: “Vete por el camino
de los Mendoza”. La palabra “camino” es muy evocadora, y si bien
perturba la traducción literal del título elegido por Proust (que nunca
fue de mi agrado), evoca mejor la atmósfera del relato y la errancia
de Swann por los senderos de su noche personal.
Aunque siente que aún le quedan frases que añadir a su
tejido interminable, Proust está tan entregado a la muerte que
desoye los consejos de los médicos, así como las prescripciones de su
hermano Robert. Le cuesta vivir aunque su obra le siga llamando, y más
cuando cae sobre él la maldición de la neumonía.

Los últimos días de Proust 179


“La única enfermedad que me faltaba en mi impresionante
colección de dolencias sucesivas”,

pudo haberle dicho una de aquellas noches a su inseparable Celeste,


pero no se lo dijo, por la sencilla razón de que ya no podía hablar y
se veía obligado a comunicarse con ella de forma gestual.

***

Una mañana vuelve a recuperar la voz y regresa a la escritura. Jadeante


junto al fuego, sigue tejiendo como una Penélope obsesiva el maravi-
lloso tapiz de su pasado, hasta que un absceso del pulmón lo derrumba.
En Monsieur Proust, el relato que de él hiciera más tarde Celeste Alba-
ret, leemos llenos de estupor que en ese momento Marcel vio la igura
de la Muerte: una dama tan grande como la gigante de Baudelaire,
toda cubierta de negro, que se acercaba a él para conducirlo al país
de Irás-y-no-Volverás. Pero por alguna razón la dama negra no se lo
llevó esa noche de visiones incandescentes. Su hermano y el doctor
Bize acudieron a su lado con jeringas y oxígeno. En casi seguro que
mientras ellos hacían lo imposible por aliviar su dolor y mantenerlo
con vida, Marcel ya volaba lejos y apenas si percibía las manipulaciones
de los doctores y la angustia de Celeste.
Lo imagino viendo su propio cuerpo macilento, sobre un lecho
junto al fuego, desde un lugar inconcreto del aire, lo imagino mirando
con distancia y con alivio su propia carne triste, como la carne triste
del soneto de Mallarmé. Lo imagino en este mundo y en el otro,
partido en dos, como estuvo partido en dos buena parte de su vida.
Lo imagino ignorando su propia iebre y su dolor. No mucho después,
el 9 de noviembre de 1922, el mejor novelista francés de todos los
tiempos entregaba deinitivamente su ser a la muerte.
Lo enterraron tres días después, en el cementerio más lleno de
escritores muertos de Europa. Siempre que voy a París, tengo por
costumbre detenerme ante su negra tumba, tras haber visitado la
blanca sepultura de Chopin. Suelen ser momentos de intimidad con

180 Jesús Ferrero


los ausentes que sin embargo están para nosotros más presentes que
muchos vivos. Son celebraciones de la vida que nos han regalado
más que paseos por los senderos de la muerte, y es también llevar a
cabo un deslizamiento simbólico desde el corazón más íntimo del
Romanticismo a la frondosa selva humana de la Recherche, llena de
caras, de palabras, de gestos, de sueños abolidos y sueños por nacer,
de deseos, de vértigo, de tiempo perdido y inalmente recobrado
desde las dimensiones del recuerdo, donde se alza “el asombroso
ediicio del pasado”. •

Jesús Ferrero es escritor. Autor de Bélver Yin, Amador, Las trece


rosas, El hijo de brian Jones, Doctor Zibelius y Las noches rojas.

Los últimos días de Proust 181


C A S A D E C I TA S

J ORGE
WAGENSBERG,
EL G OZO
INTELECTUAL
Sus aforismos más memorables
condensan la belleza de la
precisión de las ciencias con los
relámpagos de la poesía, y se
resuelven en una sonrisa, fruto
del humor, pero sobre todo de la
inteligencia que comprende.

Introducc ión y selecc ión :

S E B A S T I Á N GÁ M E Z M I L L Á N

182
oseía una curiosidad intelectual omnívora que le per-

P mitía viajar de la física de Newton o de Einstein a la


metafísica de Descartes o de Popper, de la evolución
de Darwin a la creatividad de Bach. Parecía que nada
le era ajeno. Quizá la parte de su obra que ha llegado a
un público más amplio sean sus certeros aforismos, en
los que recoge en prodigiosa síntesis las sorprendentes visiones y expe-
riencias de esos viajes del pensamiento. Sus aforismos más memorables
condensan la belleza de la precisión de las ciencias con los relámpagos
de la poesía, y se resuelven en una sonrisa, fruto del humor, pero sobre
todo de la inteligencia que comprende. Difícil dar tanto con tan poco.
Esto nos habla de su generosidad y de su manera de estar y ser.
Nacido en Barcelona en 1948, Jorge Wagensberg era doctor en Física
por la Universidad de Barcelona, de la que era profesor de Teoría de los
Procesos Irreversibles, al mismo tiempo que dirigía a un grupo de inves-
tigación en Biofísica. Entre sus principales aportaciones cientíicas cabe
destacar la termodinámica del no-equilibrio, termodinámica de cultivos
microbiológicos, biología teórica, ilosofía de la ciencia y museología
con numerosos artículos en prestigiosas revistas especializadas.
Pero su labor fue más allá de las clases y el laboratorio. Escritor,
conferenciante y divulgador cientíico, es autor de más de veinte libros
sobre muy diversas cuestiones, con originales planteamientos y métodos
por medio de los cuales lograba contagiar su pasión y amor por estos
asuntos. Fundó en 1983 y dirigió la colección Metatemas, “libros para
pensar la ciencia”, de la editorial Tusquets, una de las mejores coleccio-
nes de ciencias en la que se han traducido y publicado más de ciento
cuarenta libros, buena parte de lo más selecto de las ciencias del último
siglo, con autores como Einstein, Schrödinger, Konrad Lorenz, Richard
Feynman, Jacques Monod, Francois Jacob, Stephen Jay Gould, Lynn
Margulis o Richard Dawkins, entre otros.
Creó y dirigió entre 1991 y 2005 el Museo de la Ciencia de la Fun-
dación La Caixa de Barcelona, que culminó con la creación del Cosmo-
caixa (2004) con sedes en Barcelona y Madrid, así como con merecidos
reconocimientos. En 2005 recibió Wagensberg el Premio Nacional

183
de Pensamiento y Cultura Cientíica en Cataluña. A decir verdad, no
conozco muchas personas que hayan hecho tanto por las ciencias en
España en las últimas décadas. Y el progreso de un país, y de los conti-
nentes y del mundo, está estrechamente vinculado al buen hacer y uso
de sus invenciones, descubrimientos y aplicaciones tecno-cientíicas.
Fue un brillante divulgador y pensador de las ciencias, lo que equi-
vale a decir pensador, porque el objeto de las ciencias es el mundo
natural y social. El primer libro suyo que leí fue “Si la naturaleza es la
respuesta, ¿cuál era la pregunta?” Después lo he releído y se me antoja
inagotable. Estos son los libros que realmente nos forman, aquellos
a los que siempre podemos volver y no dejan de suscitarnos valiosas
preguntas y relexiones.
En este libro describe una anécdota que también revela su carácter.
De camino hacia el Museo Perito Moreno, en Argentina, recibe en el
taxi la noticia de que Stephen Jay Gould acaba de morir. Recuerda las
tres veces que habló con él y “que nunca he admirado tanto a alguien
con quien haya estado tan en desacuerdo”1. Y a continuación le dedica
las siguientes páginas sobre la vida, la evolución y el progreso. Como
buen cientíico, sabía que las discrepancias pueden y suelen ser muy
nutritivas para el pensamiento.
Quizá su sello de expresión más personal e inconfundible sean sus
aforismos, en los que trataba de recoger su visión de cualquier fenó-
meno del mundo. Según la célebre máxima de Ortega, la claridad es
la cortesía del ilósofo; según Wagensberg, la brevedad. Sus aforismos
contienen todos los elementos que debe reunir este género: el efecto
paradójico y la saludable provocación, la sorpresa y la condensación,
la claridad y la precisión, la dicha de comprender y comprendernos, y
el humor, cualidades todas ellas de la poesía y de la ciencia.
Frente al planteamiento dicotómico de las llamadas “dos culturas”,
“de ciencias” o “de letras”, que tanto daño ha hecho y seguirá haciendo
a nuestra pobre y maltrecha educación-formación, Wagensberg era un
ejemplo de la antigua y próspera república de las letras y de las ciencias.

1 J. Wagensberg, Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? Barcelona, Tusquets, 2003, pág. 31.

184 Sebastián Gámez Millán


Prueba de ello era la extensión de sus lecturas, que podían ir desde
tratados cientíicos a ensayos ilosóicos, sin desatender la literatura
o las artes como forma de conocimiento. En realidad, todo nace y
desemboca en la creatividad humana, que puede ampliar (y también
reducir) nuestros márgenes de libertad.
Se opuso a uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, George
Steiner, que había argumentado “Diez (posibles) razones para la tristeza
del pensamiento,” con otras diez razones de lo que Wagensberg deno-
minó “gozo intelectual”. A propósito de ello, Wagensberg recordaba a
Nietzsche por medio del biógrafo de su pensamiento, Safranski: “para
Nietzsche el pensar es un placer sin parangón, en ningún caso quiere
renunciar a él, y está agradecido a la vida por haberlo concedido este
placer. Quiere vivir para poder pensar. Y en tanto que piensa, soporta
ataques del cuerpo que podrían quitarle el gusto de vivir”2.
En efecto, el pensamiento, cuando lo dirigimos nosotros, viviica
y fecunda la vida. En conversación con Lederman, premio Nobel de
Física 1988, Wagensberg mencionó este concepto, “gozo intelectual”, y
antes de explicar lo que entendía por ello, Lederman sonrió y le inte-
rrumpió con una conidencia: “¡es mejor que el sexo!”3. Ahí está la
dicha de entender, el gozo intelectual. Como Hegel, para quien “todo
lo real es racional” o, como preiero decir, racionalizable, para Wagens-
berg todo lo real es inteligible. Y en el acto de inteligir la realidad del
mundo, nosotros experimentamos gozo y belleza. Según Wagensberg,
“el gozo intelectual es el gran logro de la selección natural que da paso
a la selección cultural y, con ella, a la creatividad humana”.
Sostenía que “la historia de las ciencias es la historia de las bue-
nas preguntas”4. Amante de la conversación, pensaba que esta debía
incluirse en los planes de estudios. La conversación es esencial para
confrontar ideas y para que estas se desarrollen de modo dialéctico por

2 Citado por Jorge Wagensberg, “El gozo intelectual y la tristeza de pensamiento”, Babelia, El País,
24 de febrero de 2007.
3 J. Wagensberg, El gozo intelectual. Teoría y práctica sobre la inteligibilidad y la belleza, Barcelona,
Tusquets, 2007, pág. 73.
4 J. Wagensberg, 2003, op. cit., pág. 75.

Jorge Wagensberg, el gozo intelectual 185


medio de preguntas. ¿Seremos capaces de reconocer y poner en prác-
tica las mejores? Esto equivale a la selección natural de las ideas. Ya no
podremos seguir conversando con él, pero nos quedan sus obras. Sus
aforismos transmiten este gozo intelectual: asombrarnos, admirarnos,
maravillarnos de la existencia del mundo y de que nosotros seamos.

De algo que no es el azar pero tampoco puede prescindir de él…

◆ ¿Es el azar un producto de mi ignorancia o un derecho intrínseco


de la naturaleza? (2003, pág. 20)

◆ Lo lamento, hermano, de poco te sirvió llegar segundo en


aquella memorable carrera de medio millón de espermatozoides.
(2003, pág. 22).

◆ Hay muchas más maneras de no ser que de ser. (2003, pág. 22)

◆ Lo más cierto de este mundo es que el mundo es incierto. (2003,


pág. 20)

Tiempo

◆ No se puede deinir el tiempo sin aludir al cambio ni deinir el


cambio sin aludir al tiempo5.

◆ El tiempo siempre acaba pasando… es sólo cuestión de tiempo.


(2003, pág. 25)

◆ Predecir el pasado es la habilidad más frecuente de los que


siempre tienen razón. (2003, pág. 25)

5 Jorge Wagensberg, “El tiempo en aforismos”, Babelia, El País, 8 de febrero de 2014.

186 Sebastián Gámez Millán


Evolución y seres vivos

◆ El viejo dilema de qué fue antes, el huevo o la gallina, hace


tiempo que tiene solución: fue el huevo, aunque claro, no era de
gallina. (2003, pág. 44)

◆ Los seres vivos son textos (genomas) distintos, escritos todos en el


mismo idioma (código genético) con un alfabeto de cuatro letras (bases)
y un diccionario de veinte palabras (aminoácidos). (2003, pág. 34)

◆ Para vivir se intercambian tres cosas con el resto del mundo:


materia, energía e información. (2003, pág. 35)

Verdades y mentiras

◆ La verdad es para encarar el futuro. (2006, pág. 17)

◆ La mentira es para soportar el pasado. (2006, pág. 17)

◆ Vivir es transitar desde el casi todo es verdad hacia el casi todo


es mentira. (2006, pág. 17)

◆ Las verdades se descubren, las mentiras se construyen. (2006,


pág. 17).

◆ Un solo día con el uso exclusivo de la verdad sería insufrible”.


(2006, pág. 19)

◆ Calcular la probabilidad de lo posible ayuda a anticipar la


incertidumbre. (2006, pág. 20)

◆ Tratándose de la realidad, nada menos iable que una verdad


que no cambia. (2006, pág. 23)

Jorge Wagensberg, el gozo intelectual 187


◆ La verdad en ciencia se escribe con doble uve de verdad vigente.
(2003, pág. 109)

◆ Lo inquietante de una verdad eterna no es que pueda ser falsa


sino que pueda serlo eternamente. (2006, pág. 23)

◆ El margen de interpretación en un texto sagrado ayuda a salvar


las contradicciones entre la eterna verdad revelada y la cambiante
verdad cientíica. (2006 pág. 24)

Ciencia y conocimiento

◆ La ciencia es una icción de la realidad, pero una icción para


comprender la realidad, no para suplantarla6.

◆ El primer gesto de higiene de un cientíico, antes de levantarse


por la mañana, es reírse de su maestro. (2006, pág. 37)

◆ El último gesto de higiene de un cientíico, antes de acostarse


por la noche, es reírse de sí mismo. (2006, pág. 37)

◆ La ciencia adora la negación, adora la disyuntiva, adora la duda y


adora la pregunta. ¿O no? (2003, pág. 74)

◆ Todo conocimiento se adquiere con un método, aunque sea con


el método de no tener método. (2006, pág. 41)

◆ Ciencia es cualquier pedazo de conocimiento compatible con


los tres principios fundamentales del método cientíico: el de obje-
tividad (1), el de inteligibilidad (2) y el dialéctico (y 3)7.
6 J. Wagensberg, A más cómo, menos por qué. 747 reflexiones con la intención de comprender lo funda-
mental, lo natural y lo cultural, Barcelona, Círculo de Lectores, 2006, pág. 37.
7 Jorge Wagensberg, “La ciencia en aforismos”, Babelia, El País, 10 de mayo de 2014.

188 Sebastián Gámez Millán


◆ Principio de inteligibilidad: la ciencia elige como comprensión
la mínima expresión de lo máximo compartido, donde comprender
es descubrir coincidencias entre diferencias. (2014)

◆ Gracias al principio de objetividad, la ciencia tiende a ser uni-


versal por partida doble: universal para el sujeto (la física cuántica
es la misma para Albert Einstein, para el Dalái Lama…) y universal
para el objeto (cae igual una manzana que una pera, la mecánica
terrestre no se distingue de la celeste…). (2014)

◆ La ciencia es para conocer el mundo, la tecnología para cam-


biarlo. (2003, pág. 74).

◆ Ciencia es lo que los cientíicos dicen que es ciencia. (2003,


pág. 76).

◆ La grietas de la ciencia se rellenan con pasta de ideología. (2003,


pág. 76).

◆ El conocimiento cientíico necesariamente progresa (por método),


el conocimiento revelado necesariamente no progresa (por deini-
ción) y el conocimiento artístico, aunque no sea necesariamente,
¿progresa?8

El progreso

◆ ¿Qué es el progreso? No estoy seguro, pero entre una bacteria y


Shakespeare algo ha tenido que progresar. (2015, pág. 12)

◆ Ya sé qué es progresar: progresar es ganar independencia de la


incertidumbre. (2015, pág. 12)

8 Jorge Wagensberg, “El progreso en aforismos”, Babelia, El País, 31 de enero de 2015. pág. 12.

Jorge Wagensberg, el gozo intelectual 189


Creatividad

◆ Solo se puede crear cuando no todo es ley ni todo es azar9.

◆ La creatividad cultural es un logro de la creatividad natural.


(2014, pág. 10)

◆ Lo improbable asombra a todo el mundo, lo cotidiano solo al


genio. (2006, pág. 44)

◆ Asombrarse por lo cotidiano, admirarse por lo compacto y


preguntarse por insatisfacción estética: atención, se está fraguando
alguien que puede cambiar la física. (2006, pág. 45)

◆ Hay dos clases de innovación: una horizontal que consiste en


cambiar de respuesta (evolución) y otra vertical que consiste en
cambiar de pregunta (revolución). (2014, pág. 10)

Museos

◆ Un museo es un espacio de encuentro dedicado a proveer estí-


mulos a favor de tres cosas: el conocimiento, el método usado para
obtenerlo y la opinión que de aquél se desprende10.

◆ Un museo no es para visitar, sino para experimentar: decir “no


voy al Museo del Prado porque ya he estado” es como decir “no voy
a la playa porque ya la he visto.

9 Jorge Wagensberg, “La creatividad en aforismos”, Babelia, El País, 22 de Noviembre de 2014,


pág. 10.
10 Jorge Wagensberg, “El museo en aforismos”, Babelia, El País, 21 de junio de 2014. (Los tres aforis-
mos siguientes sobre este asunto han sido extraídos de este artículo).

190 Sebastián Gámez Millán


◆ La trascendencia de un museo no se mide por el número de visi-
tantes, sino por los kilos de conversación que genera antes, durante y
después de la visita.

Educación

◆ Educar es favorecer la adicción al gozo intelectual11.

◆ La educación es un recurso cultural para matizar una pasión


natural (prestigiar la compasión, desprestigiar la envidia…

◆ Aprender tiene tres fases: el estímulo, la conversación y la com-


prensión, y con cada una de ellas existe la oportunidad para un
gozo intelectual.

◆ Conocimiento sin crítica es más preocupante que crítica sin


conocimiento.

◆ Existe una inversión en la que siempre se gana y cuyo beneicio


siempre cabe en el equipaje de mano, no se puede perder, ni nadie
puede robar: la educación.

La duda, la libertad

◆ El conocimiento ha de ser falsable para que no se integre en un dogma,


y el dogma ha de ser burlable para que se desintegre en conocimiento12.

◆ Un método para conocer equivale a un método para dudar. (2006,


pág. 41).

11 Jorge Wagensberg, “La educación en aforismos”, El País, 16 de octubre de 2014. (Los cinco aforis-
mos seleccionados sobre este tema proceden del mencionado artículo).
12 Jorge Wagensberg, “La libertad en aforismos”, Babelia, El País, 4 de abril de 2015, pág. 13.

Jorge Wagensberg, el gozo intelectual 191


◆ La libertad es la capacidad de pensar los propios límites. (2003,
pág. 113)

◆ La frontera no es tierra de nadie sino tierra de todo. (2003,


pág. 114)

◆ Solo se puede tener fe en la duda (2015, pág. 13). •

Sebastián Gámez Millán es Doctor en Filosofía por la


UMA con la tesis El arte de la palabra en la interpretación
y transformación del sujeto. autor de Cien filósofos y
pensadores españoles y latinoamericanos. Su último libro es
Conocerte a través del arte.

192 Sebastián Gámez Millán



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