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La saga, que se inicia con este libro, comenzó a gestarse como un trabajo
académico. Mi idea era reflejar los hechos ocurridos en Chile entre los años 1929 y
2000, desde una óptica muy poco usual. Mirar este periodo histórico wagneriano, desde
el lugar de uno de sus principales protagonistas; el sector agrícola tradicional que, a
pesar de su rol de primer actor de este drama, es todavía o desconocido, o pésimamente
mal dibujado.
A poco andar caí en la certeza que una obra académica no cumpliría mi objetivo;
que no era otro que explicar a las nuevas generaciones, especialmente a mis hijos y
nietos, como se gestaron los acontecimientos que desembocarían en la tragedia que se
precipito a partir de 1964 y dura hasta hoy día. Quizás ahí podrían descubrir las raíces de
nuestra incapacidad de darle fin y bajar las cortinas; aunque sea con llantos y no con
aplausos.
Comprendí que para poder servir a los fines expuestos debía transformar mi obra
en cuatro novelas, independientes entre si, pero que conformarían un todo abarcando el
período mencionado de la Historia de Chile.
Los ejes de esta saga son, obviamente, los principales protagonistas del drama: La
Iglesia Católica; La Política, la Economía y, dentro de ella, con un rol primordial, la
Agricultura.
Esta primera novela nos presenta a los protagonistas en el ambiente real de 1929.
Todos los personajes son ficticios. El contexto cultural en que se desenvuelven, sus
costumbres, creencias, vivencias y circunstancias son, hasta donde es humanamente
posible lograr, fieles a la vida de esa época.
Don Diego, a pesar de ser Domingo, se levantó a las seis de la mañana y procedió
a ponerse una bata sobre el pijama. Se arrodilló en la pequeña alfombra, al costado de la
cama, y rezó unos minutos. Entró al baño y, tras una breve higiene personal, pasó a la
sala de estar, contigua a su dormitorio.
Su "dueña de casa"1 que esperaba en el corredor, lo observó con detenimiento. A
sus treinta y siete años, Don Diego tenía, junto a una estampa juvenil, una apostura de
gran señor. Alto, delgado y muy erguido, su cuerpo estaba coronado por una cabeza
proporcionada a el. Las facciones de su rostro eran toscas, angulosas, resaltadas por una
nariz aguileña- típicamente vasca- y enmarcadas por un pelo liso de color castaño, que
nacía después de una frente muy amplia, con profundas entradas. Su principal atracción
estaba en sus grandes ojos verdes, muy expresivos, que reflejaban su fuerte carácter.
Podía decirse que tenía un aspecto muy viril, sin ser buen mozo. Al observarlo, Ofelia
no pudo dejar de recordar esas estampas de toreros que había visto en las revistas
europeas que le llegaban a su patrón.
Una vez que lo vio acomodado frente a la mesa, entró a la sala junto con una
empleada que traía una gran bandeja con el desayuno.
- Buenos días, don Diego. ¿Cómo amaneció?
- Buenos días, Ofelia... bien, muy bien. Dormí como un ángel.
- No es para menos, después de todo el ajetreo de ayer. Aunque usted es aún
joven este campo parece que lo hubiera vuelto a la mocedad.
- No es para tanto, Ofelia; pero sí, es cierto que me tiene muy entusiasmado.
Volviéndose hacia la empleada que se mantenía respetuosa en el vano de la
puerta, la saludó:
- Buenos días, hija.
María hizo una pequeña reverencia:
- Buenos días, "su merced".
Don Diego se sentó al lado de la ventana que daba al norte. María comenzó a
colocar el desayuno en la mesa. Puso el tazón grande frente al hacendado y luego
acomodó la vajilla que contenía los diversos alimentos: jugo de naranjas, frambuesas,
crema chantilly, mermelada de moras, miel, azúcar, dos huevos revueltos con tocino,
lonjas de jamón y quesillo, mantequilla y una gran fuente de plata llena de pan recién
amasado, que aún despedía un tenue vapor.
- Puedes retirarte le indicó Ofelia a María.
de las “Haciendas”, muy similar al del mayordomo principal dependía directamente del patrón".
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- ¿Alguna orden especial, patrón?
- No, Ofelia. Como siempre, cuando pase al escritorio que me lleven más café y
un vaso de agua. Dile a Gacitúa que me tenga listo el coche a las diez y cuarto para
llegar con calma a la misa de once a Santa Elisa... ¡Ah!, y que me ensillen la "Avellana".
Anda, no más, a hacer tus menesteres.
Se sirvió su desayuno calmadamente, disfrutando de cada bocado con fruición
sibarítica. Como le sucedía a menudo, se sorprendió por el placer que le proporcionaba
el comer. No tenía caso, era irremediablemente un hombre sensual. Gozaba con los
sabores, los olores, las texturas, las formas, los colores, los sonidos, la música, las
caricias.... Tenía que ser capaz de doblegar la fuerza de sus sentidos. Él, que se
vanagloriaba de ser lógico y analítico en muchos aspectos, no podía dejarse dominar por
la voluptuosidad. Necesitaba cultivar, aún más, su desarrollo espiritual. De lo contrario,
estaría al filo del pecado. Lo había conversado muchas veces con su confesor, monseñor
Octavio Arrau, obispo de Río Claro.
Devolvió, no sin esfuerzo, el pan que estaba partiendo. Lo distrajeron las luces del
amanecer, que ya encendían la lejana cordillera e iluminaban el interior de la salita con
su fría luz.
Sus pensamientos retornaron a Ofelia.
Su dueña de casa era parte fundamental del funcionamiento ordenado de su vida.
Le solucionaba todos los problemas domésticos en ausencia de su esposa, es decir la
mayor parte del tiempo. Lo conocía como nadie: podía adivinar sus más íntimos
pensamientos y adelantarse a sus deseos.
Y era lógico. Cuando Ofelia tenía sólo quince años, al nacer don Diego, había
sido su nodriza. Lo había amamantado casi tres años. Antes de que se marchara al
internado en Santiago, siempre fue su "nana"; la recordaba junto a su lecho, en todas las
enfermedades de su niñez.
Al regresar de sus estudios en Europa a su ciudad natal de Río Claro -la capital de
la provincia del mismo nombre, ubicada entre las de Talca y Linares- ella lo retomó bajo
su alero protector. Las escasas veces que llegaba tarde a la casa de sus padres, ella lo
estaba esperando. Le tenía siempre un caldito de mariscos bien cargado al ají2, por si
había bebido unas copas de más.
Cuando se fue a administrar el campo familiar, poco después del fallecimiento de
su madre, ella fue quien tomó la decisión: Don Diego, yo me voy con usted campo. Voy
a ser su dueña de casa. A él le pareció que esto era obvio, el orden natural de las cosas.
-Por supuesto, Ofelia. Jamás habría pensado en otra persona.
Cuando se casó con Rosaura, la inteligencia de ambas mujeres evitó cualquier
conflicto. Ofelia se condujo con gran habilidad y se preocupó en forma muy especial de
satisfacer, durante las temporadas que Rosaura pasaba en el campo, los numerosos
caprichos de su nueva patrona. En la mansión de Río Claro que don Diego había
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Aji: Fruto de planta solanácea que se usa como condimento. En otros paises, como en el caso de
México se le denomina "Chile".
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arrendado a dos cuadras de la de su suegro, don Antonio Etchevers, doña Rosaura tenía
su propia dueña de casa.
Como era su costumbre, después de una larga ducha caliente, se sometió un par de
minutos al estímulo del agua helada.
Cuando terminaba de hacer la rosa de la fina corbata negra sobre su almidonado
cuello de palomita, y poner el reloj de oro en el bolsillo de su chaleco, Ofelia golpeó la
puerta.
No necesitaba preguntar quién era:
- Pase no más, Ofelia.
- Perdone patrón.... ¡Uy!, Que buen mozo se ve vestido así. Me gusta
mucho más que con tenida de huaso3. Ví que no terminó todo su desayuno. Está muy
delgado patrón, con tanto trabajo, no debe descuidar la comida. A propósito... a eso
venía. Se me olvidó preguntarle si deseaba algo especial para el almuerzo. Como sé que
cuando está solo almuerza poco, tengo dispuesto cazuela de gallina y empanadas. Más
las ensaladas y una leche nevada de postre. La verdad es que debería reforzárselo un
poco... Tengo unas longanizas de Chillán que me trajo mi prima. Si usted quiere...
- No, Ofelia. Está bien lo que dispusiste. A pesar de lo que piensan en este país,
en Europa aprendí que no es necesario estar obeso para conservar la salud. Además, no
creo en eso de que el buen patrón deba ser gordo como sus novillos. Prefiero
mantenerme ágil.
Trabajó en su escritorio, revisando las cuentas de los gastos que anotaba personal
y minuciosamente en grandes libros de contabilidad de seis columnas. Después, se
dedicó al plan de cultivos de la temporada 1929- 1930 sobre una copia hecha al alcohol
del mapa topográfico de la hacienda, que la primavera pasada le hiciera la oficina de
ingeniería de Eduardo Böetsch. Había delimitado en principio, los futuros potreros,
marcando en cada cual el avance de los trabajos.
Cuando comenzaba, sobre otra copia, a trabajar en los trazados de los futuros
canales según las cotas indicadas, golpearon la puerta:
- Adelante, Ofelia... ¿Qué hay?
- Son las diez y cuarto patrón, el coche está listo.
- Voy, voy... ¡Cómo se me pasó la hora! ¡Ah!, Ofelia, es muy probable que
invite a cenar al curita de Santa Elisa esta noche. Yo le aviso cuando regrese de misa.
La huella de carretas que unía Quillacahue con Santa Elisa- distantes cuatro
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leguas entre sí- era un bache tras otro. Estaba, además, cruzada por dos profundas
quebradas.
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Tenida de huaso: Vestimenta típica del hombre de campo chileno.
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Una legua equivale a 4.5 km aproximadamente
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Don Diego sabía que quedaría intransitable con las primeras lluvias. Después,
durante todo el invierno y parte de la primavera, el acceso al pueblo sería posible
solamente a caballo, siempre que las quebradas no vinieran de avenida5. En eso casos, se
producía un aislamiento total, que podía durar semanas.
- Ojalá que no caiga algún aguacero antes de Semana Santa- pensó para sí.
Esperaba con cierta ansiedad la llegada de su esposa y su hijo durante esos días. A pesar
de las profundas diferencias que lo separaban de Rosaura, la amaba a su manera y dentro
de lo que ella se dejaba amar.
- Para ser justo,- reflexionó- todos tenemos nuestros defectos y cualidades-
sólo que en Rosaura ambos eran un tanto exagerados.
Los días de Semana Santa siempre eran especiales. Jueves y viernes estaban
marcados por el dolor, sábado y domingo, por el gozo. El catolicismo de ambos era un
factor de unión, a pesar de las diferencias que tenían también allí. La fe de don Diego
era profunda y la vivía día a día, con la alegría de la esperanza y el dolor del pecado. La
de doña Rosaura era superficial, ritual y más bien egoísta; buscaba siempre el
reconocimiento de Dios a sus buenas acciones, esperando que le fueran abonadas a su
cuenta corriente de salvación.
Pensando en ella con cariño, don Diego se dijo a sí mismo:
- Ella no tiene la culpa, fue su formación.
Su padre que, con su prepotencia, la transformó desde niña en una supuesta reina,
y la influencia de esas monjas del colegio. Entre los saltos y brincos del coche, él seguía
con la mente puesta en su esposa.
Además de bella, era coqueta por naturaleza; la quinta esencia de la feminidad. De
mediana estatura, poseía un cuerpo muy bien conformado, con caderas y senos
voluptuosos y una cintura de avispa. El óvalo de su cara era casi perfecto, rodeado de
cabello castaño claro. Lo que más llamaba la atención en ella y le daba un toque de
encanto muy especial, eran sus ojos claros, casi celestes. A su gran atractivo, había que
abonarle su capacidad de organización y su eficiencia en todas las labores del hogar. La
calidad de su mesa trascendía más allá de la zona del Maule. Aunque nunca se hubiera
ensuciado las manos en la cocina, dominaba una cantidad increíble de recetas y sabía
enseñar a su servidumbre. Quizás si lo único positivo que había sacado del colegio
regido por las monjitas (que de todo sabían menos de la verdadera religión católica), era
su conocimiento de repostería.
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Avenida: Creciente impetuosa de un río o arroyo.
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Nadie era más versada en la elaboración de tortas, queques , küchenes ,-confites
europeos, dulces criollos, mermeladas y jaleas. Sus huevos chimbos8 y su manjar
amoldado9 eran exquisiteces inigualables y tentaciones irresistibles para don Diego.
Él creyó amarla desde el primer momento que la vio, aun cuando intercambiaron
pocas palabras antes de la petición oficial de mano. Ahora, mientras más la conocía y
más se compenetraba con su intrincado carácter, el quererla se había transformado
realmente en un desafío. Ella, a su manera, también mostraba un muy medido y formal
cariño por él; algo que iba un poco más allá de la obligación de amar; acorde con los
votos matrimoniales.
- Yo la conozco bien, mejor que nadie- se decía a sí mismo don Diego- y sé del
lado oculto de su personalidad. De su conflictiva bondad y caridad con los desposeídos;
de sus ansias de ser amada por sí misma, y no por lo que pudieran obtener de ella; de esa
aguda inteligencia mal aprovechada, pero gracias a la cual, y a su insaciable afición por
la lectura, conocía a fondo la naturaleza humana. Para bien o para mal. Quizás era ese
conocimiento del hombre, sumado a su mala formación, lo que la hacía ser, en el fondo,
escéptica y, quizás, un poco cínica.
Evocó, el trato de su esposa con la gente de Quillacahue y, antes, con la de "Los
Hualles''. Quizás fue en esa relación donde don Diego confirmó ciertas facetas
dramáticas y, al mismo tiempo, conmovedoras del carácter de su esposa, las que ya
había comenzado a percibir, vagamente, a medida que la iba conociendo.
Existían para ella dos momentos solemnes en el año, que marcaban la relación
con "su gente" del campo: la Navidad y el final del veraneo.
Dos meses antes de Navidad solicitaba la lista completa de las familias de todos
los trabajadores, tanto del fundo como de los afuerinos, con el detalle del sexo y la edad
de cada hijo. Personalmente se preocupaba de la compra de los regalos para todos los
niños, agrupándolos en lotes. Para los niños de menos de dos años, pelotas chicas; de
dos a cuatro años, pelotas grandes; de cuatro a seis, camioncitos de madera y; de más de
seis, camisas. En cuanto a las niñitas, la división por edades era la misma, sólo
cambiaban los regalos. Menores de dos, muñequitas de carey; de dos a cuatro,
muñequitas de trapo con cabecita de yeso; de cuatro a seis, jueguitos de té y; de más de
seis, vestiditos floreados. Como la Navidad la pasaba siempre en Río Claro, el reparto de
juguetes en el campo lo efectuaba el día veintiséis de diciembre. Era toda una ceremonia
en la que, con la lista en la mano, llamaba a cada niño por su nombre y le entregaba su
presente. Con éste en los brazos, se formaban para que Ofelia y su séquito les sirvieran
chocolate caliente y galletas de vainilla. Toda sugerencia de realizar una verdadera
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Queques: Postre de masa de harina endulzada y con sabor (limón, vainilla, etc.) en otros países
panqueque. En inglés cake
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Kuchen: Nombre derivado del alemán con que se denomina en Chile a un tipo de tarta relleno con
mermeladas.
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Huevos Chimbo: Pastelillo chileno, hecho con huevos, almendras y almíbar
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Manjar amoldado: Dulce de leche, batido con huevos, y endurecido en moldes.
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fiesta, en la que los niños recibieran sus regalos en forma anónima, era persistentemente
rechazada. Lo mismo sucedía con las insinuaciones para que variara los regalos de año
en año.
- Para qué,- respondía- si a cada uno se le repite el mismo regalo sólo dos veces, y
las camisas y vestiditos van cambiando de talla con la edad.
A fines de las vacaciones de verano, se fijaba un día par reunirse con las mujeres.
Esta vez las recibía durante la mañana, de a una en una. Nuevamente con la lista en
mano, les preguntaba a cada cual por sus hijos y les entregaba un chaleco de lana para el
invierno; azul para las solteras, rojo para las casadas y negro para las viudas. Las
separadas o abandonadas por los maridos seguían siendo casadas para ella y, por lo
tanto, les tocaba chaleco rojo. Después de recibir su chaleco, se ponían en fila para
recibir un tazón de chocolate y un pan dulce, de manos de Ofelia y sus ayudantes.
Durante el primer año de casado a don Diego le provocó extrañeza que, pocos
días después de la ceremonia de Navidad, empezaran a llegar a su casilla de correo de
San Javier cientos de cartas dirigidas a su esposa; algunas con letras poco legibles y
otras con una letra que le pareció extrañamente familiar. Doña Rosaura le expresó,
emocionada, que eran cartas escritas por los niños del campo o por sus madres- en el
caso de los muy pequeños o los mayorcitos iletrados- en las que le agradecían los
presentes.
Don Diego conocía a su gente y esta actitud lo desconcertaba.
Cuando, después del ceremonial de fines de verano, las cartas comenzaron a
llegar a Río Claro, ya no tuvo dudas. Pocos de sus inquilinos si es que alguno, conocía el
número de su casilla en la capital provincial En su siguiente viaje a Los Hualles habló
con Ofelia y le planteó sus inquietudes. Por primera vez en los años que llevaban
juntos, la vio turbada.
- ¡Ay, don Diego! ... Yo pensaba contarle.., pero no sabía cómo y no se presentó
la ocasión de platicar con calma. No la culpe, don Diego; yo he aprendido a apreciarla y
trato de entenderla. La señora... como que está hambrienta de cariño; su misma forma de
tratar a la gente impide que se lo demuestren. Yo creo que le temen, la respetan y
también están agradecidos con ella. Pero... ¿Quién se atreve a hablarle para darle las
gracias? Ella me dejó la plata para el papel, los sobres y el franqueo, diciéndome que en
el campo del papá de ella siempre respondían, tanto a su madre como a ella; y que aquí,
como la conocían poco, quería facilitarles las cosas.
Don Diego tranquilizó a Ofelia, agradeciéndole la comprensión y el cariño
demostrados a su esposa. Le aseguró que él jamás se daría por enterado del origen de las
cartas.
Sus cavilaciones retornaron a las vacaciones de Semana Santa. Se gratificó al
pensar que también vendría su único hijo, a quién habían puesto Diego por primer
nombre, siguiendo la tradición que se iniciaba con su bisabuelo, y Antonio como
segundo, por su abuelo materno. Ansiaba estar con él, pues desde siempre habían sido
muy afines y unidos; el niño tenía plena confianza en su padre. La forzosa separación
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era dolorosa para ambos. A pesar de contar sólo con trece años, Dieguito era sumamente
inteligente, casi brillante, y muy maduro para su edad.
A don Diego le fascinaba su carácter independiente, aunque eso le acarreara al
muchacho, y por ende al padre, problemas con doña Rosaura. Desde muy niño había
sido así. Podía estar solo por horas y nunca se aburría. Casi tanto como la lectura y el
estudio, le fascinaba el campo, donde podía dar rienda suelta a sus energías. Era un niño
de naturaleza cálida y amistosa, y normalmente mostraba muy buen carácter. Sin
embargo, las escasas veces que se enojaba ¡Líbrenos Dios! Recordó el viejo adagio: "De
las aguas mansas líbrame Dios, que de las bravías me libro yo".
Para don Diego, el otro aspecto grato de la visita de doña Rosaura a la hacienda
en Semana Santa, sería que por los días de recogimiento obligados ella sólo convidaría a
familiares. Probablemente a su hermana Elvira, una mujer realmente encantadora y que
sabía llevar muy bien a su esposa. Aunque un año menor que Rosaura, era tan
inteligente y bella como ella. De hecho, eran de facciones muy parecidas y la única
diferencia notable entre ellas era que Elvira tenía los ojos de un color pardo oscuro, casi
negros, pero de la misma forma y tamaño que los claros ojos de Rosaura. No obstante,
Elvira tenía un carácter muy distinto: era una mujer más culta, callada, observadora, y
sin ningún afán de lucimiento personal. Llevaba su vida religiosa y sus actividades de
caridad como algo privado e íntimo, sin aspavientos; el polo opuesto de su hermana,
reina de Río Claro por derecho propio. No obstante, exudaba sensualidad, algo que don
Diego percibía muy bien.
Las dos hermanas eran diferentes, pero muy unidas. La imposibilidad de Elvira
para tener hijos, debido a la presunta infertilidad de su esposo, le había permitido
dedicarse a su sobrino Dieguito; servía muchas veces de consuelo al niño, en las
frecuentes disputas con su madre. Su marido era notario, un buen hombre que nunca
incomodaba a nadie y que contaba con una sólida posición económica. Don Diego, que
le profesaba un enorme cariño a su cuñada, nunca entendió ese matrimonio. Elvira
merecía un hombre más completo, más hombre en todo sentido. El notaba en sus
expresivos ojos una cierta y perturbadora ansiedad de mujer insatisfecha. A pesar de
haberse transformado en confidentes obligados, gracias a la relación de ambos con
Rosaura, él sabía que Elvira jamás pondría en palabras esa inquietud que sus ojos
delataban.
Se percató de la entrada al pueblo por la vibración del coche al rodar sobre el
pavimento de piedra de huevillo.
Al llegar frente al pórtico de la Iglesia José Gacitúa detuvo el carruaje, maneó a
los caballos y abrió la portezuela para que descendiera don Diego. Éste se caló el
sombrero y con el bastón colgando del brazo derecho, se dirigió, por el costado de la
Iglesia, hacia la casa del cura párroco.
El cura se encontraba en el patio, rodeado de señoras. Al ver a don Diego se
separo de ellas y se adelantó hacia él.
- Don Diego bienvenido a esta casa ¡Qué Dios lo bendiga!
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Se denominaba “Las Casas” al conjunto de construcciones constituido por la casa patronal y el
conjunto le edificaciones que se agrupaban en torno a ella, como las bodegas la llavería, la fragua, la
carpintería, la tostaduría, la panadería, la cocina de los trabajadores, el molino etc.
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dominar sus impulsos pecaminosos y le dieran fuerza para trabajar más y ser mejor
cristiano cada día. Sólo así se haría merecedor de la salvación eterna.
A esa misma hora, y en forma casi simultánea, doña Rosaura recibía la comunión
en la catedral de Río Claro. Regresó a su reclinatorio e inició sus propias peticiones: que
Dios le permitiera tener una larga y saludable vida para entregarla a Él; que ayudara a su
marido a comprender que debía dedicarse más a ella, su esposa por deseo divino, y a
aminorar sus desmedidas ambiciones materiales.
Se repitió a sí misma la pregunta para la cual nunca hallaba respuesta. "¿Por qué,
Dios mío, no puede ser como todos los varones de su medio, que saben equilibrar el
trabajo con su vida familiar y social, integrándose a la cristiana sociedad de Río Claro,
en vez de encerrarse en el campo como bestia en el monte?".
Con toda su devoción rogó:
- Dame fuerza para sacar a este hombre, que realmente amo, de sus errores.
Abandonó inconscientemente sus oraciones y cayó en sus pensamientos íntimos:
- No sólo lo amo, estoy deschavetada por él; me trastorna. Pero tengo que
manejarme con mucho cuidado, porque si él lo percibe va a terminar dominándome.
Recordó un punto especialmente delicado que la perturbaba y del cual tendría, al
parecer, que hablar con su confesor. Sus relaciones íntimas con don Diego, a pesar de su
recato, -jamás la había visto completamente desnuda-, no eran como debieran ser las de
una católica observante. Sabía que debía aceptarlas, ocasionalmente, por deber
conyugal; era un sacrificio que ofrecía a Dios. Sin embargo, desde hacía ya un largo
tiempo, ella misma se había sorprendido porque buscaba ese contacto con mayor
frecuencia. Y lo que era peor, lo disfrutaba cada vez, más procurando que él no se
enterara. ¿Tendría un instinto atávico dentro de sí que la llevaría al pecaminoso
“orgasmo" del cual se había enterado en las lecturas furtivas que realizaba con sus
compañeras de las monjas? Recordó que había escuchado, a medias palabras, sobre la
vida licenciosa de una tal Amelia, que venía a ser como tía abuela suya. ¿Se habría
encarnado en ella ese bochornoso antecedente familiar?
Regresando a sus ruegos, pidió la intervención divina.
- Dios mío ayúdame a dominar estos instintos -con verdadero espanto sintió que
no lo pedía con mucha sinceridad-. Dame fuerza para seguir dedicando mi vida a Ti;
dame fuerza para sacar, de su estado de barbarie, a las gentes de ese maldito campo que
compró mi esposo. Si esa es tu voluntad, concédeme el don de una hija, para dedicarla a
Tu Madre, la Santísima Virgen, como espero lo haga, a través del sacerdocio, mi hijo
Diego.
Rogó primero por Andrés, su hijo fallecido; luego, por su adorado padre, don
Antonio, para que siguiera gozando de su admirable salud y para que, ojalá, sirviera de
ejemplo a su marido; por su madre, doña Rosa Ester para que Dios la ayudara a soportar
su ya larga enfermedad; por su única y querida hermana Elvira, que le resolvía todos sus
problemas; y, por último, por su hermano Antonio, su compañero de niñez y juventud,
quien se había casado con esa tal Eugenia Munizaga que lo había sacado de Río Claro,
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de su familia y de sus amigos, para llevárselo a la Serena. Ella había sentido mucho esa
separación aunque tenía a Elvira; Antonio era su adoración, el único que la mimaba
siempre y que jamás la reprendía. Reconoció en su fuero íntimo que seguía celosa de
Eugenia, quien no poseía la belleza de ni de ella ni de Elvira pero era simpatiquísima y
tenía estupenda figura. Antonio realmente se había enamorado. Además, la atracción de
ir a trabajar en la administración de las minas de oro de su suegro, del cual Eugenia era
la única hija, tiene que haber sido muy grande. La mutua antipatía entre ella y su cuñada
había terminado por distanciar a Antonio, quien muy rara vez venía a Río Claro.
Por último rezó:
- Oh, Dios mío, señálame lo que debo hacer para asegurar mi salvación, que yo lo
cumpliré fielmente.
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Chupalla: Sombrero hecho con fibras de distintas plantas.
Parecía sentirse el crepitar de las napas que volvían a ascender, provocando que
hilillos de agua comenzaran a escurrir por las vertientes de los pozos.
El otoño era como un largo y dulce paréntesis, caviló don Diego González,
mientras cabalgaba después de haber reposado el almuerzo, en ese silencio tan propio de
los días domingo en el campo, cuando la tarde comenzaba a deslizarse. Era tiempo de
reflexión, de cuaresma, que permitía hacer un balance objetivo con la mente despejada y
los sentidos apaciguados.
Las cosechas habían sido buenas. Para ser honesto, más que buenas, excelentes.
No sólo el trigo había rendido bien, a pesar de no haberse podido regar. El estado
de los canales sólo permitió contar con agua para las chacras: papas, porotos13 y maíz. El
rendimiento de la papa Corahila, de semilla traída de Chiloé, fue extraordinario. Ése era
el comentario obligado de los cosechadores, quienes siguiendo una tradición que se
perdía en el tiempo bajaban todos los años con sus carretas, desde el poblado de Greda
Negra, a efectuar la cosecha de papa del valle. Hacia muchos años que no veía un
rendimiento igual. Toda la papa había salido lisa y de buen tamaño. Algunos
“gredanegrinos", saboreando los mates al anochecer, decían recordar que muchísimos
años atrás se habían visto cosechas similares, cuando "Quillacahue" pertenecía a "su
merced", el finado Ernesto, abuelo de don Eustaquio Hiriart, época en que la hacienda
honraba su fama.
El maíz y los porotos dieron, asimismo, buenos rindes. Parte la había vendido y
parte se hallaba a buen recaudo en las restauradas bodegas de la hacienda.
Sus estudios agrícolas efectuados en Francia e Inglaterra y la experiencia que a
sus treinta y siete años había acumulado- primero trabajando con su padre y luego, en su
propio campo- le indicaban que no podía esperar rendimientos iguales en los años
venideros.
Por una parte, tanto el trigo como los porotos, el maíz y las papas habían sido
sembrados en suelos que podían considerarse casi vírgenes, los cuales normalmente
13
Poroto = frijol
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rendían más que los ya cultivados. Por los datos de que dispuso al comprar el campo
(hacía poco más de un año y medio), habían transcurrido al menos diez años sin que el
arado roturara ningún potrero, si es que alguno merecía ese nombre. Así lo demostraban
los matorrales y la zarza que, junto con los renovales de espino en las partes más secas y
los hualles, quillayes, maitenes, boldos y colliguayes, en las más húmedas, cubrían todo
el campo.
Al mismo tiempo, parecía que Dios bendecía su aventura. Las lluvias se dieron
cuando se necesitaban y sin demasías. Incluso se prolongaron hasta comienzos de
diciembre, lo cual no era normal en la zona. No hubo heladas tardías, ni granizos
dañinos.
Hacía ya muchos años que don Diego había aprendido a respetar y a temer el
clima. Todo el trabajo y las esperanzas del hombre de campo podían desaparecer en
pocas horas.
Sabía que una lluvia a tiempo valía más que mil labores. En cambio, una lluvia
excesiva dejaba al hombre impotente, mientras veía arruinarse sus sembradíos. Por ello,
siempre había que equilibrar los cultivos con la crianza. Pensaba que debía aprovechar el
producto de ese primer año y el capital que restaba de la sociedad para mejorar el campo
y comprar ganado. Éste, al menos, no dependía tanto de los caprichos del tiempo. Sin
embargo, meditó en que cada día el ganado era afectado por nuevas enfermedades. A la
larga, bien cierto es que "El hombre propone y Dios dispone".
Cuando visitó Quillacahue por primera vez, no pudo creer lo que veía. Una
hacienda de tanto renombre en ese lamentable estado. No había caminos ni cercos;
donde habían estado estos últimos, sólo quedaban corridas de renovales de álamos que
surgían de antiguos tocones y ralas hileras de viejos eucaliptos. La zarzamora, que crecía
de ambos lados, había cerrado los caminos. Sólo existía una huella de carretas que
cruzaba el campo en diagonal. Nadie hubiese podido, observándola como se encontraba
entonces, vislumbrar la riqueza de esa tierra. Sin embargo él percibió lo que había bajo
esos engreñados matorrales y se prendó del campo ¡Así! a primera vista.
Tenía fuerza. Bastaba mirar el vigor y el colorido de los matorrales y de esos
álamos huachos, nacidos después de la última corta, para darse cuenta de la profundidad
del trumao14. El hecho de que crecieran álamos en tierras que llevaban años sin regarse
ya era un excelente indicio de la calidad del suelo; el que lo hicieran con esa fuerza, una
bendición.
El abandono no había logrado ocultar la calidad de la tierra.
Desde muy niño había aprendido que con buen suelo todo lo demás se puede
hacer, y que con suelos malos los mayores esfuerzos resultan vanos. Si se riega un suelo
de esa calidad, se puede multiplicar su producción. Si se riega uno inferior, normalmente
reditúa menos que antes.
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Tipo de suelo volcánico profundo, libre de piedras y, normalmente, muy fértil.
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La hacienda contaba con derechos de agua del río Perquilauquén en una cantidad
tal, que permitía regar, en pleno verano de un año normal, dos terceras partes de su
superficie. Desgraciadamente, el canal matriz, denominado "Canal Quillacahue", de más
de quince leguas de longitud, y construido a fines del siglo anterior, estaba en pésimas
condiciones y perdía mucha agua por las roturas y las filtraciones. Además, los
propietarios de los terrenos por los cuales cruzaba el canal, al darse cuenta de que nadie
lo vigilaba, se habían acostumbrado a robar el agua. De hecho, ellos eran los únicos que
se ocupaban de arreglar la bocatoma y abrirla todos los años a mediados de septiembre.
Por fortuna el único mayordomo de Hiriart que quedaba había seguido, casi por
inercia, presentando reclamos por esos robos al Juez de Letras de Santa Elisa. De no ser
por esa constancia, gran parte de los derechos se habrían perdido, al adquirirlos los
reales usuarios por prescripción15.
Los principales canales interiores de la hacienda nunca habían sido concluidos y
accedían sólo a las partes fáciles de regar. Faltaba hacer los más difíciles, que requerían
grandes terraplenes, y toda la red de canales secundarios y desagües.
El valor en que se vendía la hacienda, aunque depreciado por el deplorable estado
en que se encontraba, sobrepasaba largamente sus disponibilidades. Eran prácticamente
mil cuadras16 casi todas planas o de lomajes suaves, de las cuales ochocientas eran
susceptibles de regarse, si se efectuaban los canales y terraplenes correspondientes.
Además del dinero para su adquisición, era necesario disponer del capital para trabajarla,
el cual, en ningún caso, era poco.
Resuelto a no dejar pasar la oportunidad, don Diego vendió todas sus propiedades:
su campo "El Hualle", heredado de sus padres y donde se había iniciado como
agricultor; el ganado; su casa de Río Claro y algunas propiedades de menor valor en la
misma ciudad. Recurrió a sus ahorros y aún así, tuvo que asociarse por partes iguales
con su amigo de la infancia, Ricardo Larraín. Ambos, después de terminar los estudios
secundarios, junto a Rolf Schilling, otro compañero de colegio de origen alemán, habían
estudiado en Francia. Mientras sus dos amigos se quemaban las pestañas estudiando
agricultura y economía, Ricardo realizó estudios bastante informales de historia, arte,
literatura y, principalmente, finanzas. No tenía interés en obtener ningún título
específico; estudiaba lo que le gustaba sin someterse a una disciplina estricta. Sabía que
la fortuna de su familia era respetable y que heredaría más de lo que necesitaba. Tenía su
propio y desordenado, programa para prepararse a administrar su riqueza y disfrutar
intensamente de la vida. En eso era el polo opuesto de Diego y Rolf, quienes tenían
metas claras y una férrea autodisciplina.
Al regresar a Chile, cuando Diego se había trasladado a Inglaterra, Ricardo
comenzó paulatinamente a manejar, con gran éxito, las inversiones de su padre. Ahora, a
pocos años de la muerte de él, había multiplicado su propia fortuna, junto con la de su
madre. Se había transformado en un inversionista y especulador neto.
15
Forma de adquirir la propiedad de un bien por uso y goce pacífico durante un cierto número de años.
16
Una cuadra: 1,5 hectáreas.
15
Cuando don Diego le planteó el negocio, almorzando en el Club de la Unión, en
Santiago, su amigo fue muy preciso.
"Confió en ti, Diego. Si hay alguien que sabe de campo, eres tú, tanto por tus
estudios como por tu experiencia desde que trabajabas el campo de tu padre. Pero para
mí, eso no es lo primordial, sino tu honestidad y corrección. Además, eres un vasco
porfiado y te gusta sudar. Qué mejores garantías se pueden pedir al socio comanditario.
Quiero que te quede muy claro que no lo hago por nuestra amistad, sino porque yo creo
que en el campo está el futuro de este país. El mundo está hambriento y no podemos
descartar la posibilidad de otra guerra. Alemania continúa en crisis. El nazismo crece
cada día con más fuerza. Si Hitler llega al poder, habrá guerra, y ésta será más larga y
más vasta que la anterior. Ello significa que habrá escasez de alimentos".
- Como tú ves, Diego, me interesa la agricultura como inversión- continuó el
financista- y sin un socio como tú no podría ingresar al negocio agrícola. Yo no soy para
el campo, pues me aburro y me impaciento a la semana de salir de Santiago. Necesito
estar rodeado de gente… ese es mi carácter. Tú eres el único de mis amigos capaz de
pasar el invierno aislado en esas soledades. Trabaja tranquilo, y así yo podré dedicarme
a mis otras inversiones y a divertirme un poco. Hay que dejar espacio en la vida para
pasarlo bien, Diego.
- La verdad, Ricardo, es que yo, aunque tú no lo entiendas por la distinta manera
de ser que tenemos, me divierto haciendo lo que hago. En el campo tú tienes la
gratificación de ver el fruto de tu trabajo: las semillas germinan y se transforman en
plantas; las plantas dan frutos; los árboles que plantas crecen y transforman el paisaje...
es similar a construir. Sientes, físicamente, que estás creando algo. Eso no quiere decir
que no te comprenda. Tú eres diferente, como que juegas con la vida. Te gusta el riesgo,
te gusta apostar. Como tú dices, es tu carácter. Lo fundamental es que estás contento en
lo que haces.
Ricardo ni siquiera visitó el campo antes de comprar. Sólo conoció Quillacahue el
verano recién pasado, cuando llegó de vacaciones por una semana; semana en que fue el
centro de la diversión de los veraneantes.
El primer día ya había conquistado a los dos matrimonios invitados por Rosaura, a
los niños, a la servidumbre, a todo el mundo. Muy especialmente a las damas. Además
de ser buenmozo y de espigada figura, era la esencia de la simpatía. Lograba, con sus
sutiles halagos, que todos se sintieran bien consigo mismos. Su conversación era fácil y
grata, producto tanto de su carácter, como de su cultura. Se cuidaba de no llevar las
discusiones a un punto tal que pudieran ser conflictivas; antes de que ello ocurriera, se
retiraba, en forma imperceptible, con alguna intervención simpática como "nunca lo
había mirado desde el punto de vista que usted plantea", o "su enfoque es realmente
interesante, voy a pensarlo nuevamente"
Ofelia, la dueña de casa, lo mimó como en la época en que era compañero de
colegio de su patrón. Lo quería entrañablemente y sabía lo bien que le hacía a don Diego
su presencia.
No mostró interés ni preguntó por la marcha misma de la hacienda; solamente le
mencionó a su amigo Diego que mientras más lo pensaba, más le gustaba haber
16
invertido en tierras. En ningún momento hizo sentir su condición de socio. Cuando
emprendió el regreso a Santiago, dejó un vacío. Las damas quedaron pensativas, y se
dedicaron a hacer entre ellas, medio en broma, medio en serio, las típicas comparaciones
entre Ricardo y sus respectivos esposos.
Don Diego, que lo estimaba mucho, quedó contento con la visita. Fue como una
brisa fresca que alivianó los ajetreados días de cosecha y logró romper la rutina, ya un
tanto agobiadora, de las vacaciones familiares con largos y contundentes almuerzos, los
tés con demasiada pastelería, los paseos campestres y las soporíferas cenas de etiqueta,
de las cuales tanto disfrutaba Rosaura y que a él tanto lo aburrían.
El dueño de casa apreciaba, especialmente, las largas tertulias que solía sostener
con su amigo en las noches, después de que los demás se habían retirado. Su círculo de
amistades, de la supuesta "aristocracia rioclarense", era gente buena y leal, pero muy
pocos poseían un nivel de cultura que les permitiera sostener una conversación que fuera
más allá de lo estrictamente local y cotidiano. La única persona que poseía mayor
inquietud intelectual dentro del círculo de su esposa, era su cuñada Elvira. Normalmente
estaban intercambiando libros, que ambos disfrutaban comentando.
Sin embargo en este verano había venido poco, dado el estado de salud de su
madre, doña Rosa Ester.
En las conversaciones con Ricardo, éste le reiteró su preocupación por Hitler.
Consideraba que los aliados de la primera guerra estaban ciegos; seguían presionando a
Alemania en los pagos de compensaciones, sin percibir que ello, sumado a la crisis en
que ya estaba inmersa, sólo ayudaba al ambicioso sargento en su carrera hacia el poder.
Estaba cierto de que si Hitler sojuzgaba a Alemania, toda Europa corría peligro. Don
Diego, que leía cuanta revista europea llegaba a Chile y que era adicto a las noticias de
la radio (las que desafortunadamente sólo podía escuchar en Río Claro), coincidía
plenamente con él.
El otro tema que lo inquietaba era la economía mundial y sus posibles
repercusiones en Chile.
"Todo esto es una locura, Diego" le decía su liberal amigo. "Estados Unidos y
Europa siguen expandiendo su economía sobre la base del crédito respaldado por el
gobierno del primero. Al comienzo parecía razonable, pero, a estas alturas se ha
transformado en un aumento, tanto de la producción como de los salarios, absolutamente
artificial. La Reserva Federal de Estados Unidos ha declarado que su política va seguir
siendo ampliar los recursos crediticios a tasas de interés tan bajas, que estimulen y
fomenten la prosperidad de todas las empresas legítimas'. Todos opinan que estamos en
el mejor de los mundos y que esta prosperidad será perdurable. Yo estoy asustado. Lo
que sé de finanzas y un poco de sentido común me hacen ver que aquí algo no cuadra.
Como decía un tío mío: “no cuadra el pulso con la orina". Sé que puede parecer
prepotente pensar que yo tengo razón y los demás están equivocados, pero es mi
responsabilidad y yo debo responder por lo que hago."
Especulando en acciones, proseguía Ricardo, tanto en Londres como en Nueva
York, he ganado mucha plata, amigo mío; mucho más de lo que te puedes imaginar.
Pero llegó un momento en que me asusté. ¡No puede ser que el valor de las acciones
17
supere al de las empresas que representan! ¡Por muy brillante que pronostiquen el
futuro! Vendí todo, Diego .... todo lo que tenía en acciones; y... lo compré en oro. Mis
amigos, especialmente Clemente Zañartu, a quién conoces bien, me trata de imbécil y
todas las semanas va a mi oficina a sacarme la cuenta de cuánto he perdido o dejado de
ganar. No me importa... estoy más tranquilo. Por todo esto me gusta esta inversión en
tierra. Pase lo que pase, a la larga la tierra siempre tiene plusvalía.
Don Diego, quien tenía los conocimientos económicos, pero no la experiencia de
su amigo, encontraba, sin embargo, bastante más cuerda su opinión que la de la mayoría
de las personalidades mundiales que leía o escuchaba por la onda corta de su radio en
Río Claro. Por ello, alternar con Ricardo y su mundo era estimulante. Le hacía revivir,
en alguna medida, la época de su estadía en Europa.
La única que tuvo una opinión distinta, como él por lo demás esperaba, fue doña
Rosaura, su esposa.
- Entiendo que tengas que traer a ese petimetre engreído, porque le debes dinero,
pero por favor, cuando te sientas obligado a convidarlo otra vez, preocúpate de que sea
cuando yo no esté. ¡Es insoportable, al igual que todos esos santiaguinos que pretenden
ser aristócratas! En este país somos muy pocas las familias de real abolengo y estamos
radicadas, desde siempre, en provincias como Río Claro, Chillán, Concepción y La
Serena. No aceptamos en nuestros círculos íntimos a estos advenedizos de Santiago. Las
muy tontas de mis amigas, ¡Parecían yeguas en celo! Y los papasnatas de sus maridos,
embobados con tu Larraín.
Don Diego la interrumpió en forma cariñosa, pero terminante:
- Hija, por favor, no se refiera así a mi amigo Ricardo. Recuerde cuánto lo estimo.
Por lo demás, no le debo dinero. Como usted muy bien sabe, es mi socio. Sus otros
comentarios los considero muy poco cristianos e indignos de usted. Ya conoce, hace
tiempo, mi forma de pensar respecto de los absurdos abolengos que se achacan las
familias criollas. Como se lo he explicado muchas veces, Rosaura, son gente buena ...
flojona, pero buena. Pero... de aristócratas ¡Por favor! No quiero herirla al volver a
plantear lo ridículas que considero tales pretensiones. Algún día la llevaré a Europa y ahí
va a aprender a distinguir lo que realmente es tener clase, lo cual no siempre va atado a
títulos nobiliarios ni grandes fortunas. Realmente, no entiendo qué motivos puede tener
usted, la mujer más bella e inteligente de Río Claro, para expresarse así.
Doña Rosaura alcanzó a esbozar una coqueta sonrisa frente al piropo de su
esposo, antes de replicar:
- Mire, Diego, no me hable de cristianismo. Ricardo Larraín es un hombre de
vida, por demás, licenciosa. Usted, ya sea por su convivencia con él en París o por la
información de sus amigos de Santiago, debe saber muy bien qué tipo de mujeres...
Don Diego no soportó más:
- ¡Basta, Rosaura, cálmese! ¡Usted va a respetar y a atender a mis amigos, como
corresponde! ¡Y se acabó esta discusión, que no tiene ningún sentido!
Y, efectivamente, ahí término el litigio. Cuando don Diego ponía su cara de vasco
pertinaz, quienes le conocían sabían que toda insistencia era inútil.
18
Como en toda la zona central de Chile, los inquilinos se regían por ciertas
convenciones que variaban ligeramente en los distintos fundos o haciendas. El inquilino
no trabajaba para "el patrón", salvo en los días que se llevaba el ganado a los corrales
18
1 arroba= 40 litros
20
para cualquier faena (marca, aparta de crías, vacunas, castraciones, monta de yeguas,
cuenta, etc.). En esas ocasiones le correspondía arriar el ganado. En forma muy
excepcional, ayudaba personalmente cuando se presentaba una emergencia, sobre todo
durante las cosechas.
Su principal obligación era la vigilancia del predio y era responsable de los
bienes del mismo. Una de sus tareas más difíciles era combatir el abigeato o robo de
ganado y defender a la hacienda en los casos de asaltos, por desgracia, de muy normal
ocurrencia. El inquilino era el titular de la puebla19 y se le entregaba anualmente una o
dos cuadras de suelo de cultivo que constituía el derecho a "chacra" y talaje gratis para
un determinado número de cerdos, vacunos y caballares. La hacienda le proporcionaba
alimentos esenciales como trigo, maíz, harina, porotos, lentejas chícharos, "charqui"20
y manteca, en cantidad suficiente para su familia, y, adicionalmente, una determinada
cantidad de vino para el titular. Adicionalmente recibía un salario mensual que variaba
con la antigüedad.
Además, si el patrón daba tierra "en medias" los inquilinos escogían suelo con
preferencia a los medieros afuerinos.
Para las labores permanentes cada inquilino debía proporcionar dos
trabajadores, llamados "obligados"21. Estos eran remunerados en dinero, por día
trabajado, y se les otorgaba almuerzo, un kilo de harina tostada y una “galleta”22.
Normalmente eran hijos, parientes o "entenados"23 .
El inquilino a finales del año agrícola (es decir, en los últimos días de abril),
debía entregar al fundo o hacienda un número establecido de gallinas, cerdos gordos y
cabras u ovejas.
Las hijas de los inquilinos, si reunían los estrictos requisitos, podían optar a
trabajar como, "Chinas"24 en “Las Casas” patronales. Era su única posibilidad, tanto
de aprender a leer y escribir, como de instruirse en las artes de la cocina, la costura, el
tejido y otros menesteres femeninos. Las más inteligentes de mejor presencia eran
aceptadas como tales.
Puebla. Casa habitación que se proporcionaba al inquilino con un sitio cultivable, generalmente, de
19
media cuadra.
20
Charqui: carne cortada en lonjas muy finas, salada y secada al sol.
21
Obligados: Trabajadores que los inquilinos están obligados a proporcionar para las faenas y ganan un
determinado sueldo más prestaciones.
22
Galleta: Pan, amasado a mano, hecho con harina integral de trigo tostado y manteca de cerdo. Según
cada hacienda podía pesar entre 1/2 kilo y 3/4 de kilo.
23
Niño o niña abandonado por sus padres que era recogido por "el inquilino" y criado junto a los hijos
propios. Tenían, y tienen hasta el día de hoy, todas las obligaciones de un hijo y ninguno de sus
derechos.
24
Chinas: Hijas de los inquilinos que presta un servicio doméstico.
21
Solamente los trabajadores más capaces y de buenas costumbres, después de un
largo tiempo, podían optar a ser inquilinos y recibir la puebla y los terrenos de cultivo
pertinentes. Llegar a inquilino significaba contar con la plena confianza del propietario
y otorgaba un status similar al de un "capataz" o ayudante de mayordomo.
Conocía a su hombre y sabía que no iba a ser fácil que emitiera juicios justos
respecto de los trabajadores antiguos de Quillacahue y, menos, que se adaptara
rápidamente a trabajar con ellos. Iba a tener que utilizar toda su paciencia y habilidad
con él. Siempre había sido así. Desconfiado y receloso de quienes no eran "su gente".
Poco a poco iba encariñándose con los mejores, y, una vez que los integraba al grupo de
los suyos, era su mejor protector.... mientras le cumplieran. Una falla la toleraba, dos,
no.
- Perdone usted, patrón. Qué quiere que le diga; una manga de sinvergüenzas. De
las mujeres, mejor ni hablar. Se revuelcan con el primero que pasa. Y los cabros son
todos unos moquillentos mal criados. En toda la comarca le cargan los dados a don
Eustaquio. ¡Chis!... yo se la doy a cualquiera que trabaje un campo como éste, con esa
retahíla de borrachos ociosos. Son como en todas partes, patrón; hay que enseñarles a
trabajar desde chicos, con el aliento del caballo en el pescuezo. Así, salen buenos....
¿ Por qué cree que su gente de Los Hualles le respondió y le sigue respondiendo? Porque
mi finado padre, que Dios lo tenga en su santo seno, los enseñó duro. ¡El caballo que no
se amansa de potrillo, patrón, nunca es de fiar! Bastaba verlos en el desmonte, uno de
los nuestros hacía el trabajo de cinco de éstos. “No hay peor palo que el de la propia
astilla”, reflexionó para sí don Diego, antes de replicar:
- Puedes tener razón, Manuel. No olvides que tu padre tenía mano dura, pero era
buenísimo con la gente. Recuerda cómo lo querían. Por lo demás, tú eres igual; conmigo
no te las vas a dar de malo.
22
- Lo cierto es que entre nosotros tenemos que escoger lo mejor y enseñarlos a
nuestro modo- continuó el hacendado- . Debemos elegir dentro de lo que hay. Tú sabes
muy bien que "hay que arar con las yeguas que tenernos". Estás consciente, mejor que
yo, que necesitamos gente del lugar, gente que conozca el campo, que sepa que suelo es
papero y cual no; dónde se producen las transiciones de un tipo de suelo a otro, para
poder hacer potreros parejos. Acuérdate, Manuel, del potrero "La Florida", en Los
Hualles; la parte de abajo, donde estaba el manzanar, era suelo profundo y permeable; la
de arriba era una greda maldita, donde ni los eucaliptos se daban. El suelo cambiaba en
cinco metros, justo donde tu padre, hace no sé cuántos, anos, trazó el camino. No se
equivocó ni una pulgada. ¿Por qué? Porque lo trabajó año tras año; lo conoció en
invierno y verano; vio cómo se infiltraba el agua; lo amasó en sus manos; lo aró veinte
veces; fracasó cuando se equivocó en lo que debía sembrar.... hasta que le atinó. Todo se
podía sembrar en el suelo suave de abajo; sólo chícharos en la greda. Y trazó la línea
divisoria con asombrosa exactitud.
- ¡Chis!,... patrón, las mujeres ya no paren hombres como mi padre; replicó el
mayordomo, con una expresión de certeza absoluta.
- Cierto, Manuel, tu padre era como pocos. Yo, a pesar de mis estudios, aprendí
mucho de él. Pero tú llevas sus mismas hechuras. Y no me vengas con que no eres capaz
con esta gente. Elige, yo te apoyo; estoy seguro de que les vas a sacar trote y te los vas a
ganar. Que sepan que el que responde, lo va tener todo, y el que no... ¡se va! Y punto.
En cuanto a las borracheras, Manuel, no se aceptan fallas al trabajo. Si toman vino los
domingos y días feriados es problema de ellos. Al que falte un lunes, lo puteas bien
puteado y le comunicas que me avisarás a mí. Al segundo lunes de falla, lo cortas. Y lo
cortas tú, para que sepan que tienes autoridad. Por otro lado, igual que allá en “Los
Hualles”, aquí les vamos a hacer buenas fiestas al final de las siembras y al final de las
cosechas. Vamos a pagar bien y, como siempre, a los trabajadores obligados y otros
permanentes los vas a catalogar por rendimiento y disposición al trabajo. Haremos, así,
las categorías de sueldo. Lo mismo con los inquilinos, para el reparto de las chacras. Se
hace la lista de mejor a peor. El mejor, después de ti y de los mayordomos y capataces,
elige tierra de sembradío primero. Y así por orden... igual cosa con el número de talajes.
- Las pueblas las voy comenzar a reparar ahora -continuó don Diego- Ya llegó el
maestro Sepúlveda. Después de acomodar la escuela provisoria, vamos a trastejar las
pueblas. Antes del invierno, para asegurar al menos que no se lluevan, y seguimos con
muros, ventanas y cocinas en primavera. En verano las voy a dejar todas con noria.
- Oiga patrón, perdone la intromisión, pero tiene hartas cosas en que gastar antes
de arreglarles las pueblas a esos vagos.
- No, hombre. Son cristianos igual que tú y yo, y esas casas más que pueblas
parecen chiqueros. Vas a ver que van a andar bien. No olvides que ellos, o sus padres,
trabajaban aquí cuando esta hacienda era de las más mentadas de Maule al sur. Algo les
quedará de esa época.
23
Una bandada de torcazas color pizarra cruzó de oriente a poniente, batían las alas
con su tan característico ritmo golpeado. Don Diego pensó en las partidas de caza que
iba a organizar con Dieguito y sus amigos de Río Claro. El campo era abundante en
tórtolas, perdices y codornices; además de torcazas. Había mucho zorro. Habría que
hacer un par de zorreaduras este invierno; más aún si iba a traer ganado.
- Prepara tu escopeta, Manuel, y anda echándoles una miradita a los perros.
Alguna entretención tendremos que darnos de vez en cuando.
- No faltaba más, patrón. No se preocupe, su servidor no va a desmerecer si está
pensando en traer a sus jutres25 talquinos.
Ambos jinetes enfilaron por el camino nuevo que habían hecho junto al río
Quitasol. El Quitasol limitaba el campo por sus costados norte y poniente. Más que
camino, era una huella, que les había servido para poder cortar y acarrear la poca madera
que quedaba en sus faldeos, con el fin de suplir las necesidades más urgentes, como
hacer los corrales y reparar las bodegas.
- ¡Por Dios que tenemos que plantar, hombre!- exclamó don Diego con cara de
preocupación-. Si este desalmado no dejó un palo parado. ¿Te conté que tengo
reservadas, en San Clemente, varas de álamo, estacas de sauce y plantas de acacio,
además de aromo australiano y chileno, encino y eucalipto,? Tenemos que avanzar todo
lo que podamos este invierno. No podemos perder otro año.
- Cálmese, cálmese, don.... ni el taita Dios hizo todo el universo en un día.
- Sí, Manuel, pero hay cosas que no pueden esperar. Ya te voy a contar cómo lo
vamos a hacer. Mientras tanto, para hacer los primeros cercos, encargué cuatro carros de
estacas de ciprés de las Guaitecas a Puerto Montt. Cualquier día de estos va a llegar la
guía en el correo y tendremos que organizar la traída en carretas; desde la estación de
Santa Elisa.
Un coipo26 que reptaba hacia el río espantó a la yegua de don Diego, la que dio un
súbito brinco de costado. Éste, demostrando su instintiva destreza, apretó las polainas y
espoleó a la bestia, haciéndola volver al centro del sendero. "Puelche", el perro de don
Diego, se lanzó como celaje hacia el río, detrás del coipo.
- Ve, patrón, yo le dije que la Avellana no estaba terminada de arreglar exclamó el
mayordomo-. Un día de estos se va a accidentar.
- Tranquilo, hombre. He vivido arriba del caballo desde los tres años, cuando tu
padre me enseñó a montar.
No había terminado de hablar cuando Puelche regresó con el coipo entre los
dientes. Manuel desmontó y, quitándole el animalito muerto al perro, le dijo a don
Diego:
- Yo le voy a curtir la piel, patrón. Con éste van a ser más de veinte los cueros que
tengo; ligerito va a alcanzar para que Ofelia le haga un buen cubrecamas para el
invierno.
25
Personas importantes de la ciudad.
26
Roedor chileno pariente de la nutria.
24
- Gracias, Manuel. Con un cobertor de piel de coipo no se pasa frío; recuerdo que
mi padre solía usar uno... es mejor que el de piel de conejo que tengo ahora.
Caía el atardecer y encendía de oro todo el paisaje. Lentamente, los caballos
iniciaron el ascenso hacia el alto donde se encontraban “Las Casas” un promontorio
sobre un escarpado acantilado que miraba al potrero "San Andrés", el cual lo limitaba
por el sur. El río Quitasol bordeaba San Andrés por el norte. Quizás miles de años atrás
el río había corrido por ahí, tallando la loma y dejando depositado su légamo en lo que
era hoy uno de los mejores potreros del campo.
Hacia el sur, en cambio, el promontorio descendía suavemente hacia trumaos más
profundos que conformaban la mejor parte del fundo y se extendían hasta el estero
''Titinvilo'', límite con el campo vecino, la hacienda “Las Becasinas” de don Diego
Quintana del Pino, prominente residente de la ciudad de Cauquenes.
Desde el bajo se apreciaban “Las Casas” y los inmensos sauces que le hacían
guardia, mientras el sol pintaba de un fuerte amarillo blanquecino las murallas
blanqueadas con cal de la mansión y de las bodegas que la rodeaban.
El sector de “Las Casas” era lo único de la hacienda Quillacahue que había
conservado su antiguo esplendor. Las hermanas de don Eustaquio lo habían mantenido
en excelentes condiciones, cuidando además de la capilla, la huerta, los gallineros y una
pequeña hortaliza.
Ellas buscaron un acuerdo para poder disfrutar de “Las Casas” cuando se
desistieron de seguir apoyando a Eustaquio Hiriart. Ambas eran mujeres bien casadas.
Carmen, con un corredor de la bolsa de comercio de Santiago, y Eduvigis, con el
propietario de una importante compañía de comercio en Valparaíso, que se dedicaba a
todo tipo de exportaciones e importaciones.
El punto de quiebre se produjo el día en que, para celebrar el triunfo de uno de sus
caballos en el club hípico, don Eustaquio llenó de champaña los bebederos de las
veinticinco yeguas de cría que tenía en Quillacahue.
Después de mucho negociar, le adquirieron el usufructo de las cuatro cuadras en
que se encontraban “Las Casas” hasta que falleciera la última de ellas. Junto a sus
familias y amistades santiaguinas pasaban todo los veranos aprovechando el excelente
clima, caluroso y seco, de Quillacahue, que contrastaba con las frías aguas del Quitasol.
Disfrutaban de todas las comodidades de “Las Casas” y se regalaban con opíparas
comidas, hechas a base de los productos de la huerta y de los gallineros, más lo que
compraban o recibían como obsequio de los inquilinos.
27
Cañerías que calentaban el agua al hacerla circular por la cocina a leña.
26
Además de poseer calefacción central, la casa contaba con tres grandes chimeneas
de piedra, ubicadas en la sala de estar de la esquina derecha, el salón principal y el
comedor.
Los gruesos muros estaban construidos de doble corrida de adobes. El piso de
parquet era importado, al igual que puertas, ventanas, lámparas, cortinas, alfombras y
artefactos sanitarios. Los altos cielos rasos de toda la casa estaban forrados en raulí, bajo
vigas de pino oregón. El techo, de dos aguas, era de teja española, fabricada en la misma
hacienda, al igual que los adobes.
El exterior de los muros estaba encalado y el interior recubierto de papel sobre
estuco. En los dormitorios, salones y baños principales, el empapelado tenía diversos
dibujos, en las dependencias, era liso.
Delante del cuerpo principal de la casa había cuatro grandes sauces, dos a cada
lado de la entrada. Ellos, con su amable sombra, habían sido testigos, en los calurosos
días de estío durante innumerables años, tanto de asados, almuerzos y cenas de mantel
largo, como de interminables tertulias estimuladas por grandes jarras de vino blanco
helado, con pulpa de fruta de la estación y diversos tipos de licores.
Cuando los mayores dormían la obligada siesta, había sido el lugar de juego de los
pequeños de las numerosas familias que habían veraneado en Quillacahue.
Bajo la baranda del corredor exterior, la casa estaba rodeada de hortensias que,
desde noviembre hasta abril, le otorgaban un aire más fresco a todo el sector. En verano,
era un verdadero espectáculo ver la gran cantidad de flores rosadas y celestes que
estallaban junto a los muros.
En los postes y vigas del corredor se enroscaban diversas enredaderas: rosas de
insolente rojo carmesí; flores de la pluma que anunciaban la primavera con sus
transparentes racimos azulino; madreselvas en distintas tonalidades de verde y una
variedad de ampelopsis que, al otoñarse, primero se tornaban ligeramente amarillas, para
pasar luego a un rojo anaranjado que, filtrando la luz otoñal, creaba una cálida y mágica
atmósfera en tomo y dentro de la mansión.
En el centro del patio interior se encontraba la noria, que surtía el agua potable
necesaria para cocinar y beber. A su alrededor había añosas plantas de naranjos y
limones, junto a dos solitarias palmeras y una araucaria. Paralelo a la sección de
servicios, corría un ancho y largo parrón de uva rosada.
Por encontrarse la casa en un sector alto, por encima de la cota de los canales, el
agua para el regadío de la huerta de las plantas y los árboles de los patios, así como para
surtir los baños, era elevada por un “ariete”28 y acumulada en un estanque, instalado
sobre una espigada torre de fierro, a un costado de la noria.
Al sur de la casa, después de la capilla, se encontraba la huerta; al poniente, los
gallineros. Todo el sector limitaba con un bosque de aromos rodeado de cipreses que
protegía “Las Casas” del fuerte viento sur imperante en la zona desde septiembre hasta
28
Dispositivo mecánico que, utilizando la energía de una caída de agua, es capaz de elevar una pequeña
proporción del caudal total.
27
abril. Estos árboles se habían salvado de la voracidad de don Eustaquio solamente por
encontrarse dentro la zona que quedaba bajo el dominio usufructuario de sus hermanas.
La adquisición de la casa con todo lo que la adornaba, especialmente el
mobiliario, las lámparas, la vajilla y los tapices importados, le permitió gozar a don
Diego de comodidades poco frecuentes en el campo, que compensaban, en parte, lo rudo
de su trabajo y las largas temporadas que pasaba sin más compañía que la servidumbre.
A su vez, lo único que apreciaba la esposa del hacendado, doña Rosaura, del
"disparate" cometido por su marido al comprar ese campo arruinado, era contar con una
mansión tan cómoda y grata que al contar, además, con el refrescante estero Quitasol,
hacían del lugar un sitio ideal para sus vacaciones. “Las Casas” de Quillacahue le
permitían recibir a sus numerosas amistades durante los largos meses de verano, en
Semana Santa y para el 18 de septiembre, en la forma regia que a ella correspondía.
Él sabía que el obispo Arrau tenía un muy alto concepto del padre Andrés, y que
se había transformado en su tutor desde el seminario. No obstante, conociendo la
personalidad un tanto maquiavélica del obispo, estaba cierto de que le pondría durísimas
pruebas antes de proponerlo para responsabilidades mayores. Una de ellas, sin lugar a
dudas, sería ganarse a la aristocracia rioclarense que lo consideraba un sacerdote un
tanto revolucionario.
Don Diego pensaba que sus congéneres eran tan cortos de vista que no percibían
el tremendo factor de estabilidad que podía generar, en una sociedad, la difusión
comprensible de los conceptos básicos de la religión católica. No entendían (o no
querían entender) que el catolicismo se fundaba en sólidos principios de moral natural y
que se encontraba, por lo mismo, al alcance de cualquier persona de inteligencia normal,
ya que, de hecho, todos llevaban esos mismos valores implantados en su código
genético. Obviamente, preferían la religión misteriosa, formal, ritual y litúrgica, que
lograba la dominación de los ignorantes y los pobres a través del temor. Era más práctica
y más cómoda en el diario vivir. Ellos estaban en el lado de los que había que temer y
respetar. Sus servidores, al lado de los que debían tener temor y ser obedientes.
Sumido en sus cavilaciones, no escuchó a Ofelia que venía, presurosa, por el
corredor:
- Don Diego, ahí viene el coche.
- Voy... voy, mujer.
Recibió al curita en la puerta principal de la casa y, después de los saludos de
rigor, lo condujo, a través del zaguán, al salón principal.
- No sabe cuánto me alegro, padre Andrés, de que haya aceptado venir.
- No faltaba más, don Diego; es a usted al que tengo que agradecer, por robarle
horas a su descanso para recibirme. He escuchado que sigue realizando muchas mejoras
en esta hacienda y que ello no le deja tiempo para otras actividades.
- Cierto padre... pero hasta por ahí no más. Estoy empecinado en hacer de este
campo una gran hacienda, pero eso no significa que descuide otros intereses. Mi vida
religiosa; mi familia, que espero en Dios aumente pronto, ojalá con una hija; la gente
que trabaja conmigo; los acontecimientos del país; lo que está sucediendo en Europa; la
lectura, que es mi vicio inofensivo, en fin... ¿Qué le ofrezco padre? Tengo un vino de
Jerez bien seco que cae muy bien antes de cenar.
- Gracias, don Diego, lo acompaño.
29
Cuando Ofelia les avisó, pasaron al comedor. De pie tras los respectivos asientos,
oraron:
- Bendice, Señor, estos alimentos que vamos a recibir. Te damos gracias por todos
los dones que nos otorgas. Te rogamos por quienes, esta noche, no tienen pan en su
mesa ni calor en su hogar. Amén.
Mientras se servían la cena- una exquisita sopa de alcachofas, huevos pochados
con salsa de espinacas y la carne asada que había dispuesto don Diego- , conversaron de
temas generales. Los dos hombres estaban preocupados del fuerte autoritarismo que
estaba imponiendo, ya desembozadamente, el presidente Ibáñez. Después del último
plato y antes del postre tomó la palabra don Diego.
-Yo no desconozco lo que ha hecho Ibáñez, padre. En primer lugar, ha
restablecido el orden, factor primordial de progreso. El nuevo cuerpo de carabineros,
donde se fusionaron las diversas policías, ha demostrado ser un acierto. Usted ha visto
cómo se ha frenado el abigeato y los asaltos en el campo.
Don Diego le escanció más vino y continuó:
-En cuanto al ministro de hacienda, don Pablo Ramírez, es cierto que es un tanto
arrebatado. Sin embargo, hay que reconocerle que no sólo ha ordenado las finanzas, sino
que ha incorporado gente de gran valía a la actividad funcionaria. En obras públicas este
gobierno es casi tan ejecutivo como lo fue el del malogrado presidente Balmaceda. Con
ello prácticamente ha terminado con el desempleo.
-También en educación se ve la intención de ir hacia la 'escuela activa', que tan
buenos resultados ha dado en Europa" afirmó don Diego con entusiasmo y prosiguió:
"inconcluso entiendo que se proyecta la creación de una facultad dedicada a las ciencias
del agro, similar a aquellas en que yo estudié en Francia e Inglaterra. Por mi propia
experiencia, le puedo afirmar que sería de gran beneficio para el país.
-Adicionalmente se ha avanzado hacia una paz más estable con Perú. El año
recién pasado, como usted sabe, padre, se restablecieron las relaciones diplomáticas. Yo
creo que no está lejano el día en que lleguemos a un acuerdo sobre las controvertida
cuestión de Tacna y Arica.
-Sin embargo", se extendió don Diego, mientras su rostro exhibía un ceño adusto
no tengo duda alguna de que nos encaminamos, nuevamente, a una dictadura. El
Congreso es un títere del presidente. En un año más deberían efectuarse elecciones
parlamentarias y abrigo serias dudas en cuanto a que Ibáñez las permita. Personalmente,
al igual que usted, según creo, yo soy un irrestricto defensor de la libertad política.
Desgraciadamente, a nivel mundial, las aguas parecen correr en sentido contrario. El año
antepasado mi amigo Ricardo Larraín ya me alertaba del ascenso de Hitler. Cuando
Ricardo estuvo acá en el verano, que fue cuando usted lo conoció, regresaba de Europa y
opinaba, al igual que yo, que Hitler va a llegar al poder total y terminará sojuzgando al
menos a Alemania y a Austria. Estamos en abril y ¡mire cómo ha avanzado!
30
Dejando los cubiertos al lado del plato de postre, donde acababa de terminar su
"leche asada"29, el padre Andrés tomó lentamente vino de su copa y se dirigió al dueño
de casa:
- Todo lo que usted dice, es cierto, y cualquier observador con su inteligencia y
conocimientos lo percibe... a mí tampoco me gusta la falta de libertad. El
autoritarismo político acarrea violencia y, como usted sabe, yo soy un hombre de paz.
Creo en la persuasión, en el entendimiento. Desgraciadamente, desde que cometimos
el pecado original, el mundo ha estado, y seguirá estando, en una permanente lucha
entre el bien y el mal.
- Así es, padre,... y esa lucha es consustancial al hombre, sigue al interior de cada
uno de nosotros. ¡El bien y el mal! No obstante, cada cristiano tiene que cumplir lo
mejor que pueda con sus obligaciones, mientras estemos en este mundo. Y es por ahí
donde requiero de su ayuda, padre. Pasemos al salón y le voy a confiar mis inquietudes,
junto con proponerle algunas tareas en que, creo, nos podemos ayudar. Usted más a mí
que yo a usted, por supuesto.
Ofelia, que había dirigido el ritual de la comida desde el repostero, ingresó al
salón.
- ¿Cómo está, padre? ¡Qué gusto tenerlo por estos lados!
30
Se llama así al tañir de la campana de bronce de cada hacienda, para indicar horarios de trabajo o
emergencias.
31
Personas, abandonadas por sus padres, que son acogidas por una familia distinta.
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Mayordomo a cargo del manejo de bodegas, insumos, mercaderías, herramientas, inventarios, etc.,
así como de la asistencia de los trabajadores. La denominación surge del hecho de tener todas “las
llaves".
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El llavero, siguiendo una tradicional costumbre, tenía una botella de agua colgada
de un cordel sobre su escritorio. En la parte inferior le había hecho un diminuto agujero
por el cual, sólo cuando descendía la presión barométrica, el agua goteaba lentamente,
indicando la posibilidad de lluvia. Don Diego había comprobado que el simple artefacto
era tan exacto como su costoso barómetro inglés.
- Nos vemos más rato en la oficina, Miguel.
- Listo no más, patrón.
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En las zonas rurales se cree que el fallecimiento de un menor de menos de tres años es una bendición
para la familia, pues se convierten en "angelitos" que velan por ellos desde el cielo. Por ello los
funerales de estos menores son verdaderas fiestas.
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Las carretas de la zona central tenían un zuncho de fierro que las recubría; a diferencia de las de la
cordillera de los andes y de la costa que eran de pura madera. El zuncho se calentaba al rojo sobre
bostas encendidas para que al expandirse para dar calzara con la rueda. Posteriormente la rueda se
sumergía en agua fría contrayéndose el fierro para dar firmeza al conjunto.
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Don Diego se dirigió a su oficina donde lo esperaban Manuel Cofré y la mayoría
de los mayordomos.
- Pasa, Manuel... Ustedes- dirigiéndose al resto espérenme un segundo. Se instaló
en su sillón, tras su escritorio. Su perro, Puelche , instantáneamente se echó a sus pies.
- ¿A ver, Manuel, cómo fue esa cuenta de la entrega de los inquilinos?
- Con los inquilinos que trajimos de Los Hualles ningún problema. Los de por
aquí están asustados. Los "peorcitos" se pusieron generosos; proponen aportar casi el
doble que los "menos peores".
- Deja esa monserga, Manuel. Ya te dije ayer lo que pienso. Es tu responsabilidad
hacer de esa gente inquilinos como Dios manda. Espero tener que despedir muy pocos.
Y tú me vas a ayudar. En cuanto a lo que tienen que aportar, habla con Ofelia y calculen
entre los dos lo que requerimos para el año. Acuérdense que tenemos charqui de cinco
vacas ya terminado y calculen bien cuánta manteca debemos guardar; el invierno es
largo. Cuando tengas las necesidades totales de gallinas, cerdos y ovejas o cabras, la
divides por los treinta y cinco inquilinos y sacas lo que debe aportar cada uno. Todos
aportan igual, los de aquí y los de Los Hualles. Pónganse de acuerdo con Antonio para
desparasitar todo a medida de que los vayan entregando. Los chanchos me los ponen de
inmediato a ración de puro maíz. Debemos engrasarlos luego. Quiero chacinarlos39 a
fines de mayo.
40
Ayudantes de topógrafo. Llevan las reglas o "miras" usadas en trabajos de topografía o nivelación y colocan
las estacas que el topógrafo les indica.
41
viñas nuevas, los vamos a empezar a cruzar apenas desocupemos las bestias y los
bueyes de las siembras. Mientras tanto, seguiremos limpiando a mano el suelo arado. Va
a ser una doña faena, así es que tú, Manuel, vas a tener que apoyar firme a Carmelo. Y
tú, Antonio- refiriéndose al mayordomo de ganado- , mantenme los animales de trabajo
en forma y, junto con Manuel y Miguel, vayan viendo un par de capataces más para
cuando llegue la crianza. ¡Bueno.... que la hora avanza!- dijo don Diego, alzándose de su
sillón- . Nos vemos más tarde. Que tengan un buen día.
- Buenos días, patrón- respondieron a coro.
A medida que se iban retirando se calaban, nuevamente, el sombrero de huaso.
Manuel se quedó esperando alguna orden de último momento. Don Diego se dirigió a él.
- Quiero que me acompañes a nivelar, Manuel. Me temo que ese terraplén va a
salir bastante alto y, por lo tanto, ancho. Como tiene más de quinientos metros, vamos a
tener que mover mucha tierra. Tú ya tienes experiencia en esto y sabes interpretar mis
planos y el estacado en terreno. Deseo que te hagas cargo, con Segundo Flores
secundándote. Como no vamos a disponer de carretas nuestras, pues las tendremos todas
ocupadas, tendremos que darlo a trato. Va a ser necesario conseguir gente con carretas y
bueyes propios. Es la única alternativa.
- No se preocupe, patrón. Usted sabe lo que me gusta este trabajo. Y... hemos
hecho hartos canales y terraplenes desde que estoy con usted. En cuanto a la gente, creo
que la consigo entre los propietarios del otro lado del río y la gente de Greda Negra....
los cosechadores de papas.
Mientras tomaba su café y su vaso de agua en el escritorio, antes de partir a
nivelar, apareció Ofelia.
- Don Diego, Gacitúa va a partir luego para Santa Elisa. ¿Algún encargo especial
- Lo de siempre, Ofelia, que me traiga el diario y no se olvide de pasar al correo.
- Yo voy a encargar algunas menudencias, don Diego.
- Lo que tú dispongas, Ofelia.... lo que tú dispongas.
José Gacitúa iba todos los días a Santa Elisa; él era el único contacto cotidiano de
la hacienda con el mundo exterior. Cuando no había que traer o llevar a nadie, el viaje lo
hacía a caballo. Si no, en cabrita o carretela41, según las necesidades.
Con su nivel Zeiss, traído de Europa, don Diego fue trazando rápidamente el
canal, cuyo recorrido quedó marcado con estacas cada cincuenta metros. Dado que
estaban trabajando en terreno de lomas y que el canal tendría una pendiente mínima, lo
que permitiría regar una mayor superficie, la forma que iba tomando era bastante
caprichosa y culebreada y daba la sensación de ir ascendiendo... Segundo, extrañado, se
dirigió a don Diego:
- Perdone, patrón, pero parece que el canal fuera subiendo.
- Claro, pues, Flores- le retrucó Manuel- . Lo que pasa es que el patrón le da todas
esas vueltas para que el agua se emborrache y después suba. La pobre agüita no se da
cuenta de lo que le están haciendo y, de puro borrachita, sube la loma.
41
Vehículos arrastrado por caballos. El primero es pequeño y sirve para movilizar sólo personas. El segundo es
más grande y puede llevar personas y carga.
42
- No le hagas caso, Segundo- intervino don Diego- , te está embromando. Lo que
pasa es que aquí no tienes ninguna referencia horizontal, como sería si estuviéramos al
lado del mar o de un lago. Estás comparando con la pendiente de la loma y eso te
engaña. De hecho cada estaca está dos centímetros más baja que la anterior. El agua no
sube por sí sola. Ya lo vas a ver cuando probemos el canal.
Cerca de mediodía, había terminado de nivelar el terraplén, dejando indicado en
cada estaca la altura que éste debería alcanzar en ese punto. Después le entregaría a
Manuel el plano completo que incluiría, además, el ancho que el terraplén tendría en
cada punto determinado.
Tomando su cuaderno, se sentó a la sombra de un renoval de espino con Puelche,
a sus pies y empezó a calcular. Los dos mayordomos lo aguardaban a un costado con los
caballos asidos por las riendas. A los pocos minutos don Diego les dijo:
- Desgraciadamente, yo tenía razón. Son casi seis mil cubos42 los que vamos a
tener que mover. Eso significa, si queremos terminar antes de junio, doce carretas
trabajando permanentemente. Tenemos que buscar luego los trateros, Manuel. La tierra
la vamos a sacar de la cima de la loma, donde es más gredosa, que es justo el tipo que
necesitamos. Además, como esa parte no se riega por estar sobre el canal, tiene menos
valor. Después, donde saquemos el suelo, plantaremos un piquete de aromos para evitar
la erosión. Una vez terminado este terraplén, tendremos setecientas veinte cuadras bajo
canal, de las ochocientas posibles de regarse. Desgraciadamente las ochenta que aún nos
van a faltar, son de lo mejor del campo, pero el terraplén que hay que construir tiene casi
dos mil metros de largo. Ése lo vamos a tener que hacer de a poco,...durante tres o
cuatro años.
En la tarde, después de su acostumbrado almuerzo con su correspondiente siesta,
don Diego, acompañado de Manuel, recorrió durante varias horas todas las faenas.
Cuando ya caía el sol y regresaban a “Las Casas” por el lado sur, Manuel percibió
en el ceño de don Diego que algo le preocupaba. Discretamente le preguntó:
- ¿Por qué tan callado, patrón?
- Sabes, Manuel... Vamos a estar muy ajustado en la preparación de suelos para la
siembra. Basta un día de lluvia y nos atrasamos ... y ¡Tarde no voy a sembrar!
Necesitamos que los trigos y la cebada estén firmes antes de las lluvias fuertes de fines
de mayo y comienzos de junio. La avena no importa tanto, porque resiste más. Así es
que empezamos a sembrar ¡Sea como sea!, inmediatamente después de Semana Santa, el
suelo que buenamente alcance a estar listo. Si por lluvia o cualquier otra razón no
alcanzamos a preparar todo lo que teníamos planeado... mala suerte. El terreno que
quede lo dejamos para las siembras de primavera. Ahí, además de las chacras del fundo
y de los inquilinos, vamos a sembrar cincuenta cuadras de trébol rosado, para enfardar.
Si llueve en los próximos días, tendremos un poco menos de trigo.... pero no
42
Cubos; se dice por 1 metro cúbico.
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arriesgaremos el rendimiento. Acuérdate de que vamos a poner una buena cantidad de
salitre y fosfato. Para que se paguen esos fertilizantes, necesitamos rendimientos altos.
Manuel lo miró con una sonrisa ladina insinuada en su rostro:
- Lo mejorcito que le he oído decir en un buen tiempo, patrón... Gracias a Dios.
Sus palabras me tranquilizan don... Lo veía tan embalado que creí que iba a porfiar
contra todo.
- No, Manuel. El campo te obliga a ser paciente ... Aquí el ritmo lo manda la
naturaleza.... son designios del Patrón de arriba.
Después de una corta reunión con todos sus mayordomos, y del mismo
ceremonial de la mañana, don Diego se dirigió a orar en la capilla. A su regreso, trabajó
en los planos del terraplén y anotó las novedades del día en su bitácora, antes de retirarse
a su salón privado a leer el diario traído del pueblo por Gacitúa. Luego de una comida
frugal servida por Ofelia y María, se retiró a su habitación.
La semana transcurrió, día a día, con la rutina propia de la hacienda. La única la
novedad fue la misiva del padre Andrés, traída por José Gacitúa el miércoles, en la que
proponía la celebración de su primera misa en Quillacahue el domingo siguiente, a las
siete en punto. Hacía ver que había escogido ese día, a pesar de no ser ni primer ni tercer
domingo, porque el siguiente era Domingo de Resurrección y, por ello, no podría
ausentarse de la parroquia. A su vez, le preguntaba a don Diego si lo invitaba a
desayunar después de celebrar la misa.
A éste le pareció excelente la oferta del cura, pues ello le permitiría celebrar su
"audiencia"43 mensual el Domingo, antes del almuerzo, al no tener que trasladarse a misa
a Santa Elisa; además, podría aprovechar, después de tomar el desayuno con el padre
Andrés, de confesarse con calma. Aún no había solicitado la venia del señor Obispo,
pero consideró que la distancia y los días transcurridos desde la última confesión, lo
excusaban temporalmente. Esa misma tarde envió de regreso al pueblo a Gacitúa con
una cariñosa misiva para el sacerdote, aceptando su ofrecimiento.
43
En aquella época el personaje más notable de la comarca ofrecía "audiencias" periódicas, a las cuales
podía concurrir cualquier lugareño, ya fuera a pedir consejos, solicitar ayuda, plantear algún litigio con
otro vecino, llevar algún presente o, sencillamente a presentar sus respetos. Era notable la cantidad de
litigios que se resolvían por este procedimiento, que no admitía apelación, aliviando así la labor de los
juzgados.
44
Viento del oeste que normalmente acarrea humedad desde la costa.
44
El sábado en la mañana observó que la aguja del barómetro de su escritorio había
descendido unos cuantos milibares, lo que le fue confirmado, en su visita a la llavería
por la humedad sobre el escritorio de Miguel, bajo la botellita de agua.
Lo que le hizo perder todas las esperanzas de que se tratara de una descompostura
transitoria, fue observar, al cruzar el estero entre La Viña y Las Mercedes, que las torres
de las cuevas de camarones estaban coronadas de barro fresco. Pensó que en realidad no
tenía de qué lamentarse, pues el tiempo había sido más que benévolo con él. Rogaba a
Dios que la lluvia no fuese tanta como para cortar el camino a Santa Elisa, impidiendo
así la llegada de su esposa y su hijo, el martes siguiente.
En la reunión matinal con los mayordomos, dio las instrucciones para aminorar
los daños que podría causar la lluvia; dio especiales instrucciones para que los desagües
estuvieran despejados, al igual que los vados de los caminos.
Esa noche al regresar de sus oraciones en la capilla, el cielo estaba cubierto con
densas nubes grises, soplaba viento norte y se percibía el típico olor a lluvia.
El repiqueteo del aguacero en los corredores y su escurrir por las canaletas y
bajadas de agua, despertaron a don Diego antes de lo acostumbrado. La noche anterior h
había instruido a Ofelia para que les sirviera desayuno, al cura Andrés y a él, después de
la misa. Esta vez lo recibiría en su sala de estar, en vez del salón grande.
El padre llegó en uno de los coches de la hacienda, directo a la capilla. Lo
acompañaban dos acólitos que prestamente, lo ayudaron a ponerse la casulla y a preparar
el altar. Cuando inició la misa a las siete en punto, la capilla, con capacidad para
doscientas personas sentadas y cien de pie, estaba repleta. La curiosidad por conocer al
nuevo cura y la capacidad de persuasión de Manuel habían podido más que la lluvia.
La prédica, después de la lectura del evangelio, fue de gran sencillez.
"En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... Hermanos, podéis
sentaros. Como párroco de esta comarca, mis queridos feligreses, es para mí motivo de
profunda alegría celebrar mi primera misa en Quillacahue este Domingo de Ramos, a
pocos días de Semana Santa".
Mientras hablaba, el cura recorría las caras de los campesinos, fijando brevemente
la mirada en cada uno.
"Ruego a Dios porque las misas quincenales que hoy iniciamos se transformen en
una tradición en esta hermosa capilla. En principio las realizaremos los primeros y
terceros domingos de cada mes y avisaremos oportunamente la hora o cualquier cambio
que se presente. El día anterior, vendré yo o el padre Diego a escuchar confesiones. Por
esta ocasión y al estar en vísperas de Semana Santa, voy a otorgarles, antes de la
comunión, una absolución general".
Se sintió un suspiro de alivio que recorrió la Iglesia, se observaron sonrisas
maliciosas en casi todos los rostros.
"Hoy, mis amados hermanos, hemos escuchado en el evangelio el relato del
sublime sacrificio de Cristo por nosotros...; sacrificio en que nos muestra con qué fuerza
Él nos ama, al entregar su vida por nuestra salvación ... . Yo quiero referirme
precisamente al amor. Y esta vez, en forma muy especial, al amor y respeto por nosotros
mismos. Me atrevería a decirles que la esencia, el corazón mismo de nuestra religión,
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queda revelado en una frase de Nuestro Señor: "Amar al prójimo como a ti mismo"...
Amarnos y respetarnos a nosotros mismos, y amar y respetar a los demás...".
Ahí el curita hizo una pausa dramática y recorrió, nuevamente, los ojos de los
feligreses con estudiada lentitud.
"¿Amarnos a nosotros mismos?... Parece extraño a primera vista, pero ¿Puede
alguien amar y respetar a otro, si no se ama y respeta él mismo?... ¡No, mis hermanos!
Como hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, debemos amarnos, tratando de ser
siempre mejores.... de progresar paso a paso y de aprender algo nuevo cada día;... de
hacer rendir el fruto de nuestro trabajo para tener, también en esta tierra, una mejor
vida".
“¡No debemos conformarnos con lo que somos, pensando que seremos
recompensados en la vida eterna!... La vida eterna, mis hermanos, no se gana con la
pobreza y el sufrimiento;... la vida eterna se gana tratando de hacer las labores de
siempre, ya sea en el campo o en el hogar, cada vez en mejor forma... La vida eterna se
gana ofreciendo a Él tanto los sufrimientos, que no podemos evitar, así como los
momentos de felicidad y alegría que Él nos otorga".
"¿Qué significa esto, amados hermanos, en la vida diaria de ustedes?... Significa
cuidar mejor la huerta, las gallinas, los cerdos y las vacas... para poder alimentarse
bien... Significa no malgastar el dinero en vicios, sino destinarlo a vivir mejor; con
nuestro propio esfuerzo... Significa cuidar la ropa, los enseres y la casa;... resumiendo,
significa progresar y ayudar a progresar a nuestros hijos para que, ojalá a través de una
mejor educación, tanto en la casa como en la escuela, sean más que nosotros".
Continuó haciéndoles ver que nadie sabía más de amor que la gente de campo, por
su permanente contacto con la naturaleza. Les recordó que la naturaleza sólo respondía
al amor y al cariño. Si la tierra no se trabajaba con amor y el trigo no se cuidaba y
protegía con cariño, no había cosecha. Lo mismo sucedía con los animales que Dios
había puesto a nuestra disposición; si no se les amaba y cuidaba con esmero, no
producían... Si los arbolitos no se regaban con especial cuidado, no solamente no daban
fruta, sino que morían. Finalizó llamándolos a meditar en estos ejemplos que Dios había
puesto en la naturaleza, tan cercana a ellos. Luego prosiguió:
- Continuemos con la santa misa... Pónganse de pie.
El resto de la liturgia se observó con profundo recogimiento y fueron muchos,
incluido don Diego, los que comulgaron. Al final de la misa los instó a acercarse para
bendecirles los ramos que habían traído.
Antes de retirarse, insinuó el tema de la próxima prédica y se refirió a las
actividades religiosas de los días siguientes:
-Cuando nos volvamos a encontrar, queridos hermanos en Dios, hablaremos del
amor y respeto por los demás; por nuestros hijos, por nuestras mujeres, por los vecinos,
y... por las esposas e hijas de nuestros vecinos. No tengo que señalarles el respeto que
deben observar los días que vienen, en que recordamos el sacrificio y muerte de Nuestro
Señor,... quien con su entrega total nos salvó a todos nosotros, pues siempre he advertido
que es aquí, en los campos, donde más se veneran estos días sagrados... En cuanto al
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siguiente domingo, después de Semana Santa, no tendremos misa aquí, por ser cuarto
domingo de abril. Aprovecho la ocasión para invitarlos a todos a acompañarnos, con el
entusiasmo típico de nuestros huasos y chinas, en la fiesta de Cuasimodo que
celebraremos en Santa Elisa.
Don Diego encontró que el curita realmente lo estaba intentando. Ojalá la gente lo
captara bien. Si se continuaba insistiendo en esa misma línea, tanto en las misas como
en las misiones y en las clases de la escuela, algo tendría que lograrse.
Mientras esperaba que el sacerdote se vistiera, se quedó reflexionando sobre las
palabras que éste dijera respecto de Semana Santa. Era cierto que la gente de campo
actuaba con gran recogimiento durante esos días. Las causas podían ser muchas como
temor, superstición, respeto a la muerte, pero era una realidad en todo el campo chileno.
Recordaba la verdadera revolución que se armó en el fundo de su padre cuando los
inquilinos sorprendieron a un gringo ateo, recién llegado a Río Claro, cazando en jueves
santo. Casi lo cazan a él con su propia escopeta, que ya le habían arrebatado. El pobre
gringo no entendía nada, mostraba su permiso de caza y daba a entender que era época
autorizada de caza. Del incidente, surgió la amistad entre ellos y cuando se veían en el
Club de Río Claro, el gringo recordaba con pavor la experiencia.
El cura y el hacendado se sentaron el uno frente al otro en la pequeña mesa, al
amor del fuego de la chimenea donde crepitaban gruesas raíces de espino. El fuego y la
lluvia creaban un acogedor ambiente invernal. El padre Andrés, después de bendecir los
alimentos, desayunó copiosamente, consumiendo, en orden, todo el repertorio matinal de
Ofelia: jugo de naranjas; frambuesas con crema; pan con mantequilla, con mermelada,
con miel, con jamón y con quesillo; huevos con tocino y dos tazones de café con leche.
Después de desayunar el sacerdote se puso la estola, y no aceptó que don Diego
se hincara para confesarse, por lo que se sentaron en los sillones, frente al fuego.
Se santiguaron y el padre le pidió que hablara con toda confianza.
- Mi principal fuente de caídas, padre, proviene de ser una persona
extremadamente sensual, como ya se lo insinuara la última vez que usted estuvo aquí.
Me cuesta gran esfuerzo lograr que mí espíritu domine mis sentidos. Necesito estar
permanentemente refrenándolos para no pecar, por ejemplo, de gula y lujuria. Disfruto
en forma anormal del buen comer y del buen beber... Si no tuviese fe, probablemente
sería un borracho obeso y libidinoso. Soy débil, padre, frente a las tentaciones de la
carne continuó el hacendado- . Probablemente el contacto permanente con la naturaleza
ha despertado excesivamente mis sentidos, especialmente la sexualidad. En mi juventud,
mientras estudiaba en Inglaterra, conviví con una muchacha durante varios meses... Esa
grave falta me atormenta hasta el día de hoy. No sé padre si me he arrepentido de ese
episodio. Mis recuerdos son, decididamente, tiernos y muy gratos; aun siento cierta
nostalgia.
- Don Diego- intervino el padre Andrés-, vamos por parte. Debo insistirle que
Dios nos otorgó los sentidos precisamente para disfrutar. Usted ha mostrado un sentido
positivo de la fe, al vivirla intensamente día a día. Eso, don Diego, incluye también el
gozo, disfrutar de los dones que dios nos ha dado: del sabor de la comida; de la belleza
de los parajes; de los olores de las flores; del agrado de sumergirse en un estero en los
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días de estío y sentir el placer que provoca el agua fresca en nuestro cuerpo; del sano
goce del sexo, como expresión máxima y sublime del amor, aunque, entre paréntesis,
pocos en nuestra Iglesia lo entiendan así. No todo ha de ser trabajo, ni por muy
satisfactorio y gratificante que este sea, ni por el hecho de ofrecérselo a Dios. Debe
buscar un equilibrio, mi estimado don Diego. No reprimirse excesivamente.
- Si usted lo dice, padre...- respondió, no muy convencido, don Diego-.
- En cuanto a la sexualidad y su juvenil experiencia de convivencia- prosiguió el
cura- , debo decirle que usted está confundido respecto del arrepentimiento. Arrepentirse
no puede significar transformar, ni menos borrar, una realidad que tuvo su propia
existencia. Lo que disfrutó... lo disfrutó, y no hay forma de revertirlo. Su recuerdo, grato
e intenso en este caso, lo va a acompañar el resto de su vida. Ahora, que fue un pecado,
y grave, ¡Lo fue! Los pecados, mi estimado amigo, salvo los dictados por el rencor o el
odio, normalmente son gratos, si no, nadie caería en ellos. Lo realmente importante del
arrepentimiento es el firme compromiso, adquirido en el acto mismo de arrepentirse, de
hacer todo lo que esté de nuestra parte por no volver a caer. Sin embargo, desde que
fuimos expulsados del paraíso, somos esencialmente pecadores y lo más probable es que
volvamos a caer y... volvamos a arrepentirnos. Por ello Nuestro Señor estableció el
sacramento de la confesión. Pero, y esto es muy importante don Diego, por favor no
confunda el arrepentimiento con la necesidad de aborrecer lo que se disfrutó, eso es
imposible para la naturaleza humana. Si un cristiano peca al mirar con ojos lujuriosos a
una bella mujer, el arrepentirse de la lujuria no va a transformar en fea esa bella imagen.
Don Diego sintió un verdadero alivio con la interpretación que sostenía el padre
Andrés. El señor obispo nunca se lo había planteado así, ni ninguno de sus confesores
anteriores, desde la primera comunión. Personalmente, siempre había pensado que parte
del arrepentimiento era aborrecer el recuerdo grato de la falta. Así lo había entendido en
sus lecturas de la Biblia y de los escritos de los santos, en especial San Diego. Sin
embargo, le habían enseñado que sólo la Iglesia podía dictar la correcta interpretación.
Se dirigió nuevamente a su confesor:
- Gracias, padre,... me ha sacado un gran peso de encima.
- ¿Alguna otra preocupación, don Diego?
- Sí, padre. En el trato con mi esposa, cuando discrepamos, lo cual es bastante
frecuente, suelo ser muy duro. Hago serios esfuerzos por enmendarme, pero a veces creo
que, dado su carácter, es necesario que me ponga firme, si no, me avasallaría, y yo sería
culpable, por ejemplo, de que induzca a errores religiosos a nuestros colaboradores y,
muy especialmente, a nuestro hijo.
- Es un tema difícil, don Diego. Creo que usted actúa bien. Un hombre inteligente
siempre puede mejorar una relación sin necesidad de ceder en los asuntos cruciales; con
firmeza, pero con amor. Pero no creo que haya ningún pecado que absolver al respecto.
Un poco cansado y creyendo que lo más importante había sido dicho, don Diego
quiso poner fin a su confesión:
- Me parece que le he planteado lo más grueso, padre.
48
- En gran medida puede ser así, señor. Creo, no obstante, que ha caído en un
pecado, que dada la naturaleza del mismo usted es incapaz e reconocer como tal ... ¡La
soberbia, don Diego, …la soberbia! El sacerdote elevó la voz.-
- Pero, padre...- interrumpió con angustia el penitente yo jamás he sido soberbio,
ni altanero; con nadie. Es cierto que defiendo mis posiciones, pero respeto lo que
piensan o hacen los demás.
- No me refería a esa soberbia, don Diego. Hay muchos tipos de soberbia y la
suya es la más grave. Consiste en creerse superior al resto de los cristianos, más
asimilado a Cristo que la mayoría de nosotros. Cree que sus fuerzas para resistir el
pecado son superiores a las de los demás. ¡No hay peor falta que... sentirse un poco
Dios! Usted no está libre del pecado original, señor. Tiene que ser más humilde en su fe
y reconocer que es un pecador y lo va a ser siempre. Está muy bien su lucha contra
ciertos pecados y su apoyo en la oración. Pero... ¡Jamás! .... ¡Jamás!, crea que eso le
otorga una protección cierta. ¡Si el mismo Cristo dudó en la cruz! Recuerde: Elí, Elí
¿Lama sabactani?"... "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"
Después de un largo y palpable silencio, don Diego musitó, francamente afectado:
- Gracias, padre,... gracias. Tiene usted razón;... toda la razón. Sólo puedo decir en
mi descargo que no me había percatado. Ahora que usted me lo señala, lo percibo
claramente y... me ocuparé de ello, padre..., me ocuparé de ello.
Me parece bien, don Diego. En penitencia, quiero que lea, en el evangelio según
san Mateo, la "Tentación de Jesús", versículos cuatro al once, y la "Crucifixión y muerte
de Jesús", versículos treinta y dos al cincuenta y seis;... medite sobre esas lecturas.
- Como usted diga, padre. Y gracias nuevamente.
El sacerdote puso término a la confesión y pronunció las siguientes palabras:
- Ego te absolvo in nomini Pater, et Filius...
El padre Andrés se excusó por tener que retirarse de inmediato, en vista de sus
compromisos parroquiales. No obstante, cuando iba a subir al coche se volvió y le
manifestó a don Diego:
- Después de Semana Santa, patroncito, invíteme un día a cenar. Me gustaría
conversar con más calma acerca de sus inquietudes religiosas.
- Encantado, padre. No sólo por el agrado de volver a disfrutar de su amena
compañía sino porque creo que lo necesito, usted se ha percatado de ello. Hoy día me ha
iluminado en asuntos muy importantes para mí.
- "Dios los cría y el diablo los junta", patroncito- retrucó el curita-. Que Dios lo
bendiga.
En el camino de regreso a sus habitaciones, don Diego cavilaba sobre el curita.
Realmente era un sacerdote que se las traía. A pesar de haberle hecho ver su falta de
caridad durante la cena del domingo anterior y su soberbia en la confesión de hacía poco
rato, tenía que reconocer que le agradaba cada vez más. Nunca había quedado tan en paz
consigo mismo después de una penitencia. Le recordaba esas confesiones de niño en la
capilla del colegio después de las cuales volvía a su asiento muy liviano. Se sonrío para
sí, pensando:
49
- Era que no estuviera en paz, me alivia de uno de mis mayores tormentos
respecto al pecado y, a cambio, me descubre dos faltas: la de la caridad, fácil de
remediar, y la de la soberbia, que no es más que exceso de severidad conmigo mismo.
Ofelia lo alcanzó en el corredor interior.
- Don Diego, perdone que lo interrumpa... sobre todo cuando se le ve caminando
contento y relajado como pocas veces, por lo que creo que vamos a tener que traer a ese
curita más seguido, pero hay bastante gente esperando la "audiencia".
- Voy, Ofelia,...voy. Déjame refrescarme en el baño y voy al salón. Espérame ahí.
Don Diego se instaló vestido de etiqueta, al costado de la gran chimenea, en un
sillón que Ofelia había virado, dejándolo de frente a la puerta del corredor por donde
entraría la gente. La lluvia continuaba incesante, sin variar, ni de ritmo, ni de intensidad.
- Hazlos pasar de a uno, Ofelia. Como siempre, las mujeres primero. Mientras
esperan, entretenlos con un matecito y unas "sopaipillas"45.
La primera en pasar fue una de las mujeres de los inquilinos antiguos de
Quillacahue. Gruesa, de mediana estatura, con un chal sobre los hombros y un moño
bien ceñido, en el cual destacaban blancos hilos de canas; tenía la estampa de una mujer
de trabajo y todo su ser denotaba una fuerte personalidad. Aunque aún buena moza, sus
facciones delataban que, cuando joven, debía de haber sido muy atractiva. Los grandes
ojos, casi negros, tenían una mirada directa y franca. Se paró delante de su patrón, bajó
ligeramente la mirada y, sin titubear, empezó a hablar.
- Perdone, su merced, que tenga el atrevimiento... Usted seguramente no me
reconoce... pero usted es mi patrón y yo soy su inquilina y... ¿A quien le voy a hablar de
mis desvelos, si no es a mi patrón?
- Te equivocas, hija- replicó don Diego-. Te recuerdo perfectamente bien; tú eres
la Etelmira, casada con Floridor Puentes; viven en la última puebla, hacia abajo, a orillas
del río y conversamos una vez cuando estabas cosechando en tu chacra.
- Benaiga46 que es fijado, su merced.... así no más fue, estaba cosechando porotos.
Pero no lo distraigo más, patrón, y voy derechamente al asunto que me preocupa...
Andan diciendo que usía va a traer pura gente nueva y que nos despide... a los de don
Hiriart...
- En primer lugar, hija- la detuvo don Diego-, franqueza se responde con
franqueza. Mientras yo sea patrón de este campo, no corren los "dicen que" o los "oí
que" o los "por ahí andan diciendo". El primer día que llegué aquí les canté claramente
como iban a ser las cosas. Las puertas de “Las Casas” están siempre abiertas para
ustedes... para lo que sea: una enfermedad, un parto, una necesidad, un problema en la
casa, un lío con los vecinos.... lo que quieran hablar conmigo; aunque sólo sea para
conversar. Por eso te agradezco que hayas venido a aclarar las cosas directamente. Yo
quiero mantener a todos los inquilinos de este campo. Por voluntad mía no voy a
despedir a nadie. Si lo hago va a ser por la propia voluntad del que se va...
45
Sopaipilla. Fritura de masa de harina con manteca, zapallo cocido y levadura. Se sirve, normalmente,
recubierta o empapada con chancaca.
46
Benaiga. Expresión típica chilena que significa algo así como "Por Dios". La frase significaría: Por Dios qué
es fijado usted.
50
- Perdone, su merced...- no pudo reprimirse Etelmira-, pero si ninguno de nosotros
queremos irnos... menos ahora que hay trabajo para los hijos. Si aguantamos tanta
miseria... para qué irnos ahora.
- Sí, Etelmira. Pero no basta con las ganas de quedarse. Yo no voy a echar a
nadie, te repito. Los que se vayan, se van a echar solitos. El inquilino que no cumpla sus
obligaciones o no se preocupe que sus "obligados" cumplan con las suyas, va a tener una
sola advertencia. Después, si no entiende... ¡Se va! Pero se va porque falló, no por
capricho mío.
- ¡Justo, su merced.... justo! Para qué decir una cosa por otra... Clarito patrón,...
clarito me queda. Y... para corresponderle franqueza con franqueza, me pegó justito en
los cachos, patrón. Para qué le voy a decir una cosa por otra... mis hombres se han caído
al vicio... Pero déjemelos a mí, no más, su merced. Yo los arreglo de un viaje. Usted no
se preocupe.
Etelmira comenzó a alejarse, retrocediendo.
- Hasta luego, patrón, muchas gracias, que Dios lo bendiga... ¡Ah!.. Me olvidaba;
veo que está haciendo potreros para el ganado. Si pone crianza,... aquí me tiene... La
mejor ordeñadora que hay entre Santa Elisa y Greda Negra; su servidora.
- Serás la primera, Etelmira... Ve con Dios.
A don Diego le quedaron varias cosas claras después de esta audiencia: primero,
que Etelmira iba a ordenar a sus hombres... ¡Los iba a ordenar, sin lugar a dudas!;
segundo, que con esta audiencia se acababa el problema con la mayor parte de los
inquilinos antiguos pues antes que terminara el día, todos y cada uno de los habitantes
de Quillacahue iban a conocer palabra por palabra la conversación y; tercero, que ya
tenía, para su futura crianza, la mejor ordeñadora de la comarca.
La segunda mujer que entró era Adriana Ortiz, venida de “Los Hualles”, casada
con uno de sus inquilinos más jóvenes y esforzados, del cual don Diego esperaba
mucho: Froilán Soto. Don Diego la conocía a ella desde pequeña, pues era hija de un
mayordomo del campo de su padre y había sido china en “Las Casas” en la época en que
él regresó de Europa. Bajita y maciza, no era muy agraciada, pero sí bastante inteligente
y capaz; era una de las pocas inquilinas que leía y escribía correctamente. Su casa
relumbraba de limpia y sus dos pequeños hijos siempre andaban compuestos y bien
vestidos. Cuando estuvo frente a su patrón, titubeó un poco:
- Buenos días, patrón... este... yo venía, su merced...
- Buenos días, hija -saludó don Diego, interrumpiéndola-. Por Froilán he sabido
que la crianza está bien, quizás sería tiempo de encargar otro, pero no tienes en los ojos
la mirada de embarazada. ¿En qué te puedo servir?
- ¡Ay! patrón, parece que es cierto lo que dicen de usted, que por los ojos conoce
cuando las mujeres están preñadas. Tiene razón, no estoy... aunque ganas no me faltan;
y... en parte por ahí va la cuestión que me trae a hablar con usted... aunque para Froilán
yo vine por asunto del sitio.
- A ver, a ver, Adriana; explícate.
51
- Bueno, su merced. La cosa es que Froilán hace rato que quiere hablar con usted
por asunto del sitio. Resulta que es más chico que el que teníamos en los Hualles y,
como usted sabe, yo siembro todo para la casa... y también para usted, pues, patrón. Se
acuerda que siempre le llevaba de lo que estuviera saliendo: perejil, cilantro, habitas,
porotos granados, lechugas, acelgas, espinacas, ... en fin, lo que fuera.. y también
huevitos y... su gallinita cazuelera de vez en cuando ...
- ¿Cómo no me voy a acordar, mujer?... Las mejores cazuelas que he comido.
- Bueno, patrón, el sitio se nos hace chico. Pero esa es la disculpa no más... Me
explico. Como Froilán sabe que yo me crié en “Las Casas” del fundo de su señor padre
y, por eso tengo confianza con su merced, le metí la idea de venir a hablar yo del sitio...
Pero esa fue la tapadera, porque el problema grave es otro y… por nada del mundo,
naiden,...pero ¡Naiden!, patroncito, puede saber por qué vine.... si no el remedio puede
salir peor que la enfermedad.
- Bueno, hija, lo del sitio ya lo sabía. Me di cuenta al recorrer el campo la primera
vez y lo confirmé cuando vinieron a hacer el plano. Personalmente les voy a marcar el
deslinde nuevo, de tal forma que quede del mismo tamaño que el resto de los sitios... o
incluso puede crecer un poquito.... por tratarse de ti. Pero, ¿qué es lo que realmente te
aflige, Adriana?
- Gracias, patrón, por lo del sitio, no esperaba menos de su persona y va a ver
cómo lo voy a tener bien provisto de sus verduras. Ahora, la verdad, verdad... lo que me
tiene jodida, su merced, es que el Froilán ya ni me mira... Hace como tres meses que no
me toca y... ¿Usted se acuerda cómo era? Parecía "potro de pesebrera"... Tenía que
andarme arrancando para que me dejara tranquila y poder trabajar... Si las dos criaturas
nacieron en poquito más de un año y medio. Ahora ni siquiera mi comida, que siempre
festejaba, le gusta... Es que se "empotó”47 con una tal Juanita, casada con un obligado de
don Reinaldo. Es conocida por lo puta, la niña esa, y el marido es tonto o se hace... Y
usted sabe, pues, patrón, que cuando los hombres se empotan ¡ Se empotan no más! y es
peor darse por enterada o llevarles la contra. Las mujeres, cuando tienen su refalón48 no
pasa de eso no más: unas cuantas revolcadas y a otra cosa. No se empotan como los
hombres. Y de verdad, patrón, yo no quiero perderlo. Es buen hombre, buen padre,
trabajador y no toma. Para qué le digo a usted que lo conoce mejor que naiden. Por eso
patrón, ¡Tiene que ayudarme! Si no me arregla esto usted ¿Quién?
Don Diego se quedó un tanto sorprendido por la franqueza y sabiduría de esa
mujer, que tomaba la sexualidad como muchas veces había observado en el campo, en
forma absolutamente natural -"como animalitos" habría dicho su esposa Rosaura- ; y eso
a él le parecía más sano que la actitud hipócrita de la gente de clase alta. ¿A cuántos
adulterios la sociedad de Río Claro les hacía la vista gorda? Y los culpables.... una
confesión, y vamos de nuevo. Estas mujeres de campo, además de ser más honestas,
47
Se empotó. Expresión muy usada en el campo cuando un hombre es atraído sexualmente, en forma
irresistible, por una mujer y, una vez iniciada la relación no puede abandonarla.
48
Refalón=Resbalón; se dice por aventura sexual.
52
eran más pragmáticas en su enfoque; daban mayor importancia a salvar su matrimonio
que a su dignidad herida. Y ¡Cuánta razón tenía respecto de la diferencia entre el
comportamiento masculino y femenino! Caviló un momento y, aunque el método que
iba a tener que utilizar no era muy santo, se decidió; sí, la iba a ayudar. Ambos se lo
merecían, tanto ella, como Froilán, a pesar de la estupidez de éste.
- Hija, tú me pediste reserva. Bueno, de acuerdo; escúchame bien: ¡No quiero que
nunca, a nadie, le vuelvas a mencionar lo que me has contado, ni lo que va a suceder!
Sigue haciéndote la ignorante de lo que pasa. Yo te lo voy a solucionar y... todo queda
entre tú y yo.
- Gracias, su merced. Yo sabía que podía confiar en mi patrón.
- Anda tranquila, hija... Todo va a andar bien.
49
Una "tarea" : 2.500 m2 = 1/6 de cuadra = ¼ de hectárea.
53
que he ido escogiendo año a año; sé al revés y al derecho todas las mañas del trabajo de
la sandilla50 y conozco los jutres que me la compran en Constitución.
Don Diego estaba sorprendido por el muchacho. El interés comercial, los
conocimientos y la ambición que demostraba, no eran corrientes en la gente de campo,
más dados a aceptar el destino que les tocara. Y... menos a su edad. Su experiencia le
indicaba que era difícil equivocarse con una persona así. A él el negocio de las sandías
no le interesaba, ni mucho ni poco; lo que si le atraía era la posibilidad de hacerse de un
muy probable buen empleado. Lo miró a los ojos y le preguntó:
- ¿Cómo te llamas, hijo?
El joven sostuvo la mirada y le respondió con orgullo:
- Sofanor Segundo, su merced,...pero todos me dicen Segundo.
- Mira, Segundo... Yo soy un hombre que siempre hablo clarito. Te confieso que
me has causado buena impresión. Por eso, y porque tengo muy buenas referencias de tu
familia, voy a hacer una excepción y te voy a dar media cuadra en mediería. Te voy a
observar personalmente y voy a ver si eres tan bueno como pareces. Ojalá no me
defraudes... ¡Ah!, y no andes por ahí alardeando de lo que conseguiste.
Al muchacho se le iluminó el rostro y le brillaron los ojos de alegría.
- Gracias, su merced... Es usted un hombre tan bueno, o mejor que lo que la gente
51
menta ... Mi papá me lo había dicho. Y no se preocupe, patrón... ¿Ahora lo puedo
llamar patrón, no es cierto?... Yo soy callado y no me meto con naiden... esto queda
entre usted y yo... No se va a arrepentir, patrón,... ya va a ver. Usted haga el contrato a
su modo y yo lo firmo... Yo soy "estudiado" y sé leer y escribir. Y... cualquier cosa en
que pueda serle útil... tiene su servidor.
- Anda tranquilo, hijo; prepara tus aperos y poco antes del "dieciocho" ven a
hablar conmigo para hacerte entregar tu media cuadra. Y... respecto del contrato, no
vamos a firmar nada, pues estoy seguro que la palabra de ambos vale y, si me llegara a
equivocar, pierdo más que lo que me puede garantizar un papel. ¡Ah!... te felicito por
haber estudiado.
Finalizadas las audiencias, don Diego pidió a Ofelia que hiciera pasar a Manuel,
quien siempre en estas ocasiones, esperaba en la cocina por si se ofrecía algo.
Manuel entró con semblante preocupado, pues siempre temía que en las
audiencias don Diego fuera demasiado condescendiente, especialmente con los afuerinos
y los inquilinos antiguos de Quillacahue.
Don Diego percibió de inmediato su inquietud y lo miró con una sonrisa
tranquilizadora.
- No, Manuel... Tu patrón no ha hecho ninguna chambonada.
- Pero, patrón -se mostró sorprendido el primer mayordomo- si no he dicho nada.
- No es necesario, Manuel, no es necesario. Te conozco demasiado bien.
- Bueno, patrón es que... con su perdón.... usted tiene corazón de alcachofa y,...
para peor ¡Después de misa! Y esta gente siempre viene nada más que a pedir.
50
Sandilla: Sandía
51
Menta= Comenta
54
Don Diego, poniéndose serio, le manifestó:
- No quiero demorarte más, Manuel; sólo dos cosas: una para cumplir de
inmediato y, la otra, para que la tengas en cuenta, aunque yo la voy a anotar. ¿Te
acuerdas que Juan Zuñiga necesitaba un peón para poner en la casa de la bocatoma, allá
arriba, en el Perquilauquén? Pues bien, dile que se lleve, esta semana, a Pedro Labrín,
con su familia, y los deje instalados de fijo allá. Las vituallas se le mandarán de acá o se
le dará dinero par que las compre allá arriba, en ese poblado de "Vertiente del Diablo".
No quiero ver a Labrín en Quillacahue, hasta que yo lo autorice.
- Bien, patrón- observó con una mirada maliciosa Manuel-. Muy sabias sus
disposiciones. A la Juanita, para que se le pase la "calentura", tendrá que sumergir el
traste en las aguas, heladas como la nieve, del nacimiento del río... Va a salir vapor...
Después tendrá que conformarse con lo propio...
Don Diego lo detuvo con voz de mando:
- No te solicité tus comentarios, Manuel. Obedece lo que te indiqué... y te
prohíbo.... escucha bien, ¡Te prohíbo! mencionar a nadie, ni a la Lastenia, palabra alguna
sobre este asunto.
- Perdón patrón... tiene razón... ¡Tiene toda la razón! -respondió compungido el
mayordomo-
- Lo segundo, Manuel, se refiere a ese muchacho Oyarzún, hijo de Sofanor
Oyarzún, uno de los pequeños propietarios que tienes trabajando en el terraplén. Le voy
a dar media cuadra en media para sandías. Tenemos que buscar un trumao liviano, que
se caliente con los primeros calores, para sacar fruta temprana y de buen sabor. Creo que
ese joven nos puede ser útil en el futuro, Manuel.
- Tiene buen juicio usted, patrón... Yo también le había echado el ojo. Esa familia
es de las pocas trabajadoras en esta comarca y el "cabro" parece que salió derechito.
Bien... patrón... bien; y... excuse lo de la Juanita...
- De eso no se habla más, Manuel. Gracias por haber esperado este rato. Nos
vemos después, mira que se ha hecho tarde y yo voy a almorzar. Y... supongo que tú
también.
- Sí, patrón,... provecho.
52
Embroma = Demora
56
El lunes fue día de febril actividad en Quillacahue tanto en las labores domésticas
como agrícolas. Doña Ofelia, sus empleadas y sus chinas, además de preparar la
mansión para la llegada de la patrona, intentaban terminar, antes del miércoles, todos los
trabajos de conservación de alimentos para el invierno ya iniciado, ya que, desde ese día,
por respeto a los días sagrados, no se trabajaría hasta el lunes.
En el campo, por igual razón, se trataba de avanzar en todas las labores, muy
especialmente en los preparativos de siembra. Quiénes conocían a don Diego sabían
que, tal como lo había señalado, las siembras se iniciarían el lunes veintidós, contra
viento y marea...; si Dios no opinaba otra cosa.
Don Diego, en su deseo inconsciente de que el lunes transcurriera rápido, se
multiplicó en sus afanes. Desde muy temprano efectuó su rutina: la llavería, los corrales,
la cocina, la panadería, la fragua y la carpintería. En su reunión con los mayordomos
impartió innumerables órdenes perentorias, las cuales debían cumplirse antes del
feriado. Recorrió el terraplén en construcción, la viña y todos y cada uno de los potreros
de siembra. Almorzó más de prisa que lo normal. Su estado de excitación le impidió
dormir su tradicional siesta. Ni Ofelia, ni sus dependencias, se libraron de su nerviosa
inspección. Revisó las disposiciones para las copiosas comidas dispuestas para los días
sin restricciones, así como las especiales para el jueves y el viernes, en que debía
observarse ayuno y abstinencia.53
A la caída del sol, cuando regresaba de su recorrido por el campo, efectuó la
reunión vespertina con sus mayordomos y, posteriormente, se dirigió a orar a la capilla.
Rogó con recogimiento para que todo resultara bien, especialmente que los días de
intimidad con su esposa e hijo fueran gratos, aprovechando la adecuada combinación de
días de esparcimiento y alegría, con días de meditación y recogimiento, tan propios de
las vacaciones de Semana Santa.
El martes amaneció con esas típicas brumas otoñales, que dibujan un encaje gris
con los contornos del paisaje, mientras un pálido sol trata de entibiar el traslúcido
ambiente.
Don Diego, una vez dispuesto el trabajo, fue a inspeccionar los coches que irían a
Santa Elisa. Tendrían que ocupar dos para acomodar a Rosaura, Diego, su cuñada Elvira
y su marido, el notario Jaime Donoso. Él mismo conduciría uno de los carruajes, en el
cual regresaría con su esposa y sus cuñados. José Gacitúa conduciría el otro, en que
viajaría su hijo Diego y el equipaje. Permitiría que al regreso, Dieguito condujera el
segundo coche, a sus trece años eso sería motivo de especial orgullo para él y un
excelente inicio de su asueto.
53
En esa época el sábado de Semana Santa se consideraba día de Gloria, como lo es hoy el domingo.
57
En el trayecto de Quillacahue a Santa Elisa, el sol quemó la niebla y comenzó a
soplar una suave brisa del sur. No hacía ni diez minutos que los coches habían llegado,
cuando la enorme locomotora a vapor, arrastrando el tren procedente de Río Claro, entró
bufando a la estación. Don Diego sacó su reloj de bolsillo y comprobó la puntualidad del
tren; llegó a las once clavadas.
Mientras José Gacitúa recibía el equipaje, don Diego subió al tren y ayudó,
cortésmente, a descender a las damas. Después de instalarlas en el coche, pudo
dedicarse a su hijo. Lo abrazó efusivamente y le habló con cariño:
- No sabe cuánto me alegra verlo y contar con unos días para que estemos juntos.
Aunque he estado muy ocupado-continuó don Diego, con los ojos un tanto brillantes-.
Me he acordado mucho de usted y lo he extrañado mucho.
Yo también, padre, he pensado mucho en usted... Su presencia me hace mucha
falta- respondió el niño, mientras su padre le mecía los cabellos-. Tenemos mucho que
conversar.
- Así espero, hijo. Vamos andando, usted se hará cargo de conducir el segundo
coche. Hágalo con cuidado, mire que el camino está muy malo.
- No se preocupe. Usted sabe que yo y los caballos siempre nos hemos entendido.
Lo veo en “Las Casas”, señor.
Durante el trayecto de Santa Elisa a Quillacahue, doña Rosaura, so pretexto de
informar a su marido de todo lo sucedido en Río Claro durante el mes de su ausencia,
acaparó la conversación. Don Diego, sin prestar mayor atención a sus relatos, la miraba
embelesado. Le encantaban sus modales y gestos al relatar distintos episodios, jugando
con las manos y los ojos, como una verdadera actriz. La encontró aún más bella y
atrayente que la imagen que guardaba del último día en que estuvieron juntos.
- En realidad es reina por derecho propio- razonó en su fuero interno- y a pesar de
todas nuestras discrepancias y de su difícil carácter, debería considerarme un hombre
afortunado al haber conseguido a Rosaura como esposa.
Sentía que su deber era ser tolerante con ella, cuidarla y protegerla para que sus
propios yerros no le provocaran sinsabores. Sin embargo, había algo, algo difícil de
definir que enfriaba, en cierta forma, su cariño hacia ella. Era como una nube creciente,
en un día que había amanecido como diáfano. No sabía si era el convencimiento, al que
había llegado hacía ya un tiempo, de que no podía confiarle sus pensamientos íntimos ni
sus proyectos, porque lo que para él era importante, para ella era nimio... O percibir, con
absoluta certeza, que ella nunca coparía su imperiosa necesidad de cariño y ternura con
la constancia y pasión que él necesitaba.
Doña Elvira miraba con atención y algo de asombro a su cuñado. Ella lo conocía.
¡Por Dios que lo conocía bien! Era un hombre inteligente, culto, de pensamiento
profundo; ¿Quizás un poco torturado por su exagerada religiosidad?, muy inquieto y
trabajador como pocos. ¿Por qué designio, incomprensible para muchos, Diego había
tenido que enamorarse de Rosaura, que jamás lo entendería? cavilaba Elvira, -¿Por que
demonios se me ocurrió ir a pasar una temporada con mi hermano Antonio y mi cuñada
58
Eugenia a La Serena, justo cuando Diego conoció a mi familia?-. Si ella hubiera estado
en Río Claro en aquellos días... sería ahora su esposa. Elvira, que conocía mejor que
nadie a Rosaura, sabía que ésta jamás comprendería el rechazo de Diego a la vida
somnolienta de la sociedad de Río Claro, ni sus ambiciosos proyectos agrícolas, ni su
posición religiosa y, por lo mismo, no sería nunca su compañera de senda.
Los vaivenes del coche, al cruzar la última quebrada antes de llegar a “Las
Casas”, sacaron a doña Elvira de su estado de ensoñación. Se percató de que don Diego
la miraba fijo, con una enigmática sonrisa en los labios, mientras Rosaura continuaba
hablando. Ella sostuvo la mirada de su cuñado con franqueza, insinuando en su rostro
una expresión inquisitiva. ¿Cuánto rato llevaría Diego observándola?, pensó Elvira con
una mezcla de inquietud y complacencia... ¿Habría leído sus pensamientos?
Al ingresar el primer carruaje, conducido por el hacendado, al sector de “Las
Casas”, ya la servidumbre se encontraba formada en la escalinata principal. Ofelia
presidía el grupo, seguida por María, cuatro empleadas más, cinco chinas y, al costado
izquierdo, José Gacitúa y Cayetano Gatica, prestos a ayudar a descender a los pasajeros
y, posteriormente, a trasladar el equipaje.
La imponente visión de la casa, con su expectante. servidumbre formada al más
puro estilo inglés, llenó de orgullo a doña Rosaura, quién se enderezó en su asiento,
adquiriendo la más regia de sus posturas.
- Al menos este campo tiene la ventaja de esta espléndida mansión y hay que
reconocer que Diego sabe conducir a sus empleados- meditó esposa del hacendado.
El mismo cuadro despertó reacciones muy distintas en los demás pasajeros. Doña
Elvira reflexionó, con cierto dolor, en lo feliz que podría ser ella viviendo ahí con don
Diego; Jaime, su marido, pensó en las ampliaciones que debería hacer en la casa de su
chacra y en la posibilidad de solicitar a don Diego que le consiguiera personal para
mejorar su servicio; y, a este último, lo hizo pensar en la lealtad de su servidumbre y la
enorme labor que le quedaba por delante, pues esperaba que, en pocos años, todo
Quillacahue diera tan buena impresión como la casa que, mal que mal, no era obra suya.
Después del delicioso y contundente almuerzo con que los recibió Ofelia, todos, a
excepción de don Diego y su hijo, se retiraron a sus respectivas habitaciones. Don
Diego, luego de su breve siesta en la salita de estar, se dirigió hacia las cabalgaduras,
donde ya lo esperaba Dieguito en animada charla con José Gacitúa, mientras cepillaba
cariñosamente a su caballo azabache, el Duende, regalo de su padre.
Durante la tarde recorrieron las diversas labores, mientras el orgulloso padre iba
explicando a Dieguito las siembras que iba a realizar y sus proyectos de regadío,
empastadas, plantaciones forestales, renovación y plantación de viñas y el
establecimiento de una importante crianza de ganado. Era tal el entusiasmo del
hacendado y tan vívidas sus descripciones que el muchacho visualizaba, en su
imaginación, los nuevos caminos con sus altas alamedas, los sauces bordeando los
canales y esteros, los piquetes de pinos y aromos, las doradas vides cubriendo los suaves
lomajes y los rebaños pastando en los verdes potreros.
Se detuvieron en la construcción del terraplén, donde reinaba una febril actividad,
y desmontaron para recorrerlo a pie. Después de explicar a Dieguito los objetivos de la
59
obra y los beneficios que ella acarrearía, don Diego, sentándose en una carreta averiada,
se dirigió a su hijo:
- Siéntese, Diego, y cuénteme de su vida en Río Claro, mire que hasta aquí todo lo
he hablado yo.
El niño, no obstante el respeto y admiración que sentía por su padre, sabía que
podía hablar con confianza:
- Bueno, usted sabe como son las cosas, papá. En el colegio no he tenido
problemas, al contrario, me gusta, es muy entretenido. Me enseñan muchas cosas,
puedo sacar libros de la biblioteca y tengo amigos. Siempre trato de quedarme a jugar
después de las clases, pero a mi mamá no le gusta y manda a la dueña de casa, la señora
Angélica, a buscarme.
- Desde muy chico, Diego, a usted le gustaron los libros- intervino el padre- era
muy curioso, tomaba cualquiera y pasaba largo rato ojeándolo. De hecho, usted
prácticamente aprendió solo a leer y escribir; imitaba las letras de los libros y preguntaba
sus sonidos.
- Así es, papá, por eso estoy contento en el colegio. La casa es la parte que me
aburre cuando usted no está. Usted sabe que me gusta estar en mi pieza leyendo o salir a
jugar. Yo, a la mamá la quiero mucho... ¡Es tan bonita!, pero pasa todo el tiempo encima
de mí: “Dieguito arréglate la ropa”, “Dieguito ven a acompañarme”, “Dieguito es la hora
del rosario”, “Dieguito vamos a la novena”, “Dieguito no salgas a jugar con esos niños,
que no son como tú”. Lo otro, papá, es la cuestión de la Iglesia. Usted sabe que, desde
que hice la primera comunión, el año pasado, yo comulgo todos los días, de lunes a
sábado en el colegio y los domingos en la catedral. Me confieso al menos una vez en la
semana y rezo siempre antes de acostarme. Tengo mucha fe en Cristo y amor a la Virgen
María, pero, papá, ¡Yo no quiero ser cura! y ella me obliga a rezar pidiéndole a Dios que
me llame, que me escoja, dice ella. Habla todo el día con sus amigas de la vocación de
Dieguito; de que este niñito va a ser un santo.
- Por favor, hijo -intervino don Diego con calma, pero con el disgusto reflejado en
el rostro- , usted no se preocupe por eso. Yo, como padre suyo, le garantizo que, a su
correspondiente edad, usted va a decidir lo que quiere hacer de su vida. Voy a hablar
con ella al respecto. Si después de mi conversación, cuando regresen a Río Claro, ella
vuelve a insistirle, como me temo sucederá, dígale con buenas palabras, sin insolencias,
lo que usted piensa.
- Lo hago señor, y usted no sabe el lío que se arma- replicó afligido Dieguito-.
Dice que soy un mal agradecido, que si no escucho el llamado de Cristo es porque soy
pecador; quiere que le cuente mis confesiones. Cuando me arranco para mi pieza, llega
llorando y me pide que la perdone, que ella sabe que soy un niño bueno, pero que soy
muy chico para entender el regalo que me hace Dios al llamarme al sacerdocio.
Después, manda a buscar a mi tía Elvira y tienen unas tremendas discusiones. Mi tía es
muy buena conmigo, así como mi abuelita Rosa Ester. Ellas me consuelan después de
las pataletas de mi mamá y siempre están preocupadas de mis cosas. Me dicen lo mismo
que usted, que al final voy a ser yo el que voy a decidir. Desgraciadamente, la abuelita
está cada día más enferma y yo trato de evitar que sepa, porque se altera mucho.
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Don Diego estaba con el rostro contraído por el dolor, la rabia y la sensación de
impotencia que le provocaba el enterarse de lo que, en el fondo, sabía de antemano.
Reflexionaba sobre cómo encarar el problema, ya que tenía que poner coto a esta
situación que podía traer repercusiones graves en la vida de su hijo, la más probable de
las cuales sería la pérdida de la fe. El conocía, directamente y por su casi viciosa afición
a la lectura, de muchos casos similares que habían tenido ese doloroso final. Su cariño
por Rosaura chocaba frontalmente con el amor hacia aquel hijo, tan afín a él mismo, y
que era la bondad personificada. Tratando de calmarlo, se dirigió a él:
- Yo voy a afrontar el problema, hijo mío...
- ¡Padre, no le vaya a decir a mí mamá lo que le acabo de contar! -reaccionó de
inmediato Dieguito con expresión de angustia-. Yo quiero a mi madre casi tanto como a
la Virgen, no me gustaría lastimarla.
- ¡Tranquilo hijo! ¡Tranquilo! Déjeme el asunto a mí. Como conozco a su madre
diría lo que usted me contó. Estoy seguro de que ella va a plantear el tema de su
pretendida vocación. Dieguito usted sabe, que yo también la quiero, y mucho; así es que
manejaré el asunto con cariño y respeto hacia sus opiniones, tratando de no herirla,
dentro de lo posible. Y usted, también debe ser muy cariñoso con ella. Le prometo que
en la medida que el trabajo me lo permita, voy a procurar que pasemos más tiempo
juntos, aquí o en Río Claro. El primer fin de semana después de Semana Santa vamos a
tener una cacería y usted va a participar. Ya verá a medida que sea más grande, podrá
venir más seguido al campo.
La conversación provocó un ambiente cordial y alegre entre padre e hijo. Tanto
así, que al entrar al potrero Las Pataguas, Dieguito retó a su padre a una carrera en
diagonal hasta la puerta de La Viña. El Duende y la Avellana se lanzaron a todo dar; las
patas de los caballos parecían aspas que no tocaban el suelo. Don Diego sintió la fuerza
y el zumbido del viento que le arrastraban, con su fuerza, las lágrimas por los costados
de la cara, lo que le provocaba una sensación de júbilo que lo transportaba, sin transición
alguna, a su niñez. Miró a su hijo y percibió que estaban hermanados por el mismo
gozo…; era la felicidad plena! Vio acercarse vertiginosamente la puerta de La Viña
sabía que Dieguito no cedería en su afán de ganar e intentaría saltar la tranca, lo cual
representaba un riesgo aunque estaba enterado de que el niño lo hacía con peligrosa
frecuencia, prefería no ver la proeza, menos a esa velocidad. Sin que se notara, refrenó
suavemente su cabalgadura con la rienda izquierda, retardándola en su carrera.
- Basta hijo, basta. Me derrotó limpiamente- manifestó don Diego, con la voz
entrecortada por la agitación producida por el esfuerzo de la carrera-.
Dieguito, metros antes de la puerta inició un giro e hizo un redondel con el estribo
izquierdo a centímetros del suelo para detener limpiamente su caballo.
- Bien hijo, muy bien; estás montando espléndidamente... Te vas a lucir en las
zorreaduras.
- Hijo suyo, no más, señor. Usted sabe que no le habría ganado si no le quita, en
los últimos metros, carrera a la Avellana- respondió respetuosamente Dieguito, con una
pícara sonrisa por haber sorprendido la maniobra de su padre
Llegaron a “Las Casas” cuando doña Rosaura, doña Elvira y don Jaime habían
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terminado de tomar onces y se paseaban tranquilamente por el parque. Los tres, al sentir
el tranco de los caballos, interrumpieron su conversación y fijaron la mirada en el cuadro
que formaban los dos jinetes ingresando al recinto sobre sus cabalgaduras, aún excitadas
y briosas por la carrera. Padre e hijo eran la viva imagen de la gallardía e irradiaban
felicidad; ambos se observaban con mutua admiración.
Doña Rosaura se inquietó al sentir como la viril imagen de su esposo tensaba todo
su cuerpo, sensación que pasó rápidamente a segundo plano al observar a su hijo; éste
detentaba la misma estampa del padre, suavizada por un aura de bondad; aura que ella
no veía en don Diego.
Una vez finalizada su breve reunión de trabajo con sus mayordomos, al término
de la jornada, don Diego invitó a su esposa a acompañarlo a su tradicional visita
vespertina a la capilla. Hincados, cada cual en su reclinatorio, oraron al unísono:
- ¡Oh, dulcísimo corazón de Jesús! Humildemente os encomendamos, en esta
noche, nuestro corazón y nuestro cuerpo para que en Vos dulcemente reposen....
- Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía. Jesús, José y María,
asistidme en mi última agonía. Jesús, José y María, recibid, cuando expire, el alma mía.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
Después de orar, doña Rosaura le pidió que la acompañara a la sacristía, con la
excusa de revisar los armarios en que se guardaban las diversas casullas, escalas,
candelabros, misales y demás artículos propios de la capilla.
No bien entraron, encaró a su esposo:
- He sabido, Diego, que usted llegó a un acuerdo con el párroco de Santa Elisa
para la realización de misas en Quillacahue, lo cual me parece muy bien. Me hubiera
gustado, eso sí, enterarme por usted y no por terceras personas; mal que mal, soy su
esposa y juntos hemos asumido nuestras obligaciones religiosas en esta hacienda.
- Me alegro que traiga a colación el punto Rosaura- replicó prestamente el
hacendado- . Que más quisiera yo que poder conversar y resolver estos asuntos, y...
muchos otros, junto a usted y contar con su consejo y apoyo. Desgraciadamente, usted
me acompaña mucho menos de lo que yo quisiera en el campo y yo, como usted muy
bien sabe, tengo poco tiempo para ir a Río Claro; sobre todo en ciertas épocas del año de
trabajo muy intenso. Usted no sabe, Rosaura, cómo he rogado a Dios y a la Virgen
María, para que ceda usted un poco en su posición respecto a su permanencia en la
ciudad y comparta más conmigo aquí, en nuestra tierra. Dieguito ya está más grande y
Elvira, que lo quiere mucho, se puede ocupar de él, si usted viniera los fines de semana.
Muy pronto vamos a contar con teléfono y podrá estar en contacto con la casa de Río
Claro cuando se encuentre aquí y...
- Diego, es usted el que debería estar más en la ciudad- interrumpió su esposa-,
asumiendo primero, como Dios manda, su papel de esposo y padre y, después, el rol que
por inteligencia, educación... y por el hecho de ser mi esposo y yerno de mi padre, le
corresponde en la sociedad rioclarense. Usted sabe que, a pesar de esta extravagancia
suya de dedicarse personalmente a dirigir todo el trabajo del campo, descuidando sus
obligaciones con la gente de Río Claro, ellos lo tienen en gran estima y lo respetan
mucho. Se ha hablado de, su posible presidencia del Club Social e incluso de una
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candidatura a diputado en las elecciones del próximo otoño, y todo el mundo la da por
un hecho su aceptación al cargo de director del Banco de Cauquenes que le han
ofrecido... Pero no me pida que me venga a enterrar al campo, ese no es el papel que a
mí me corresponde. Tengo, por herencia familiar, responsabilidades con la gente de mi
clase y eso, aunque usted discrepe ahora, lo sabía antes de pedir mi mano.
- Rosaura, la gente de Río Claro me tiene respeto y me aprecia, precisamente,
porque soy lo que soy -se defendió don Diego-. Bueno, pero eso es otra cosa. Lo
realmente importante es la relación entre nosotros dos... -el adusto semblante de don
Diego se suavizó irradiando una conquistadora sonrisa-. Usted tiene razón; yo no sólo
sabía con quién me casaba, sino que estaba fascinado con usted; y lo sigo estando, a
pesar de las dificultades para comprendernos. Espero no arrepentirme nunca de que
usted me haya aceptado como su esposo. Tenemos que tratar de conciliar nuestras
distintas maneras de ver las cosas. Yo realmente deseo, a medida que la hacienda vaya
caminando, poder estar más con usted y con el niño. Si logro mejorar el camino de Santa
Elisa a Quillacahue compraré un automóvil que me facilite ir a la ciudad. Sin embargo
-continuó el esposo- ambos tenemos un compromiso cristiano con la gente de este
campo y su vecindario. Con el padre Andrés hemos trazado planes para realmente
incorporar a nuestra gente a una vida religiosa activa, que les permita superarse...
- Cuidado con ese curita, Diego- interrumpió doña Rosaura- , tiene fama de
revolucionario y... junto con usted que, perdóneme, pero es un tanto idealista, por no
decir ingenuo, pueden llegar a ser una mezcla peligrosa. ¡A nuestra gente humilde hay
que protegerla! ¡Somos nosotros los que tenemos que salvarlos! Ellos son como
animalitos, medio salvajes. Necesitan, para llevar una vida cristiana, respetar y temer a
Dios. Si no logramos inculcarles el terror al infierno y la necesidad de ser humildes y
sumisos para ganarse el cielo, ¡Jamás van a comportarse como deben! Por favor, no
piense que ellos van a entender la religión como una forma permanente de vida, como la
entiende usted y unos pocos católicos ingenuos más. Sinceramente Diego, yo estoy en
una posición intermedia porque no creo ser capaz de alcanzar la Salvación Divina por mi
propio esfuerzo, salvo que dedique mi vida a ello, que sea mi motivación principal,
renegando de mi misma y de los placeres que el mundo me ofrece, rezando mucho y
ayudando a salvarse a los incultos.
Don Diego comprendió que, le gustara o no lo que pensaba su esposa, ella era
sincera. No debía contradecirla ahora que, por primera vez, había confiado en él en un
tema tan sensible. Resolvió no discutir y reservar fuerzas para el asunto de Dieguito.
Total, en el campo iba a hacer lo que él quisiera; incluso, si actuaba con astucia, sin
necesidad de tener conflictos con Rosaura.
Cuando salieron de la capilla, don Diego tomó de la mano a su esposa, quien
respondió a su contacto e inclinó con ternura su cabeza sobre el pecho del hacendado.
Así, muy pausadamente, iniciaron el regreso a la casa, sin percatarse del frío que había
aumentado con la caída de la noche. A la luz de la luna creciente, ambos jóvenes
sintieron el llamado ancestral del deseo. Antes de ingresar a la casa y semiocultos por un
inmenso olmo, se entregaron a un apasionado beso, que les permitió regocijarse en el
contacto de sus cuerpos. Don Diego acarició la cintura de su esposa, sintiendo la firmeza
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de su suave vientre y percibiendo, a través de su ropaje, la tersura de su piel. Llevado
por su pasión, tanto tiempo reprimida, deslizó su mano derecha por las firmes nalgas y
muslos de Rosaura, atrayéndola hacia sí y, como esperaba, percibió la rápida y positiva
respuesta de su pelvis. Súbitamente, su esposa con la respiración agitada, lo apartó con
fuerza y musitó con dificultad:
- Por favor, Diego,... compórtese. Parece que el vivir tanto tiempo entre los
animales y esta gente, que no saben controlar sus instintos, lo ha afectado.
El hacendado, con una maliciosa sonrisa en los labios que, a pesar de la luna, ella
no pudo ver, guardó silencio y reflexionó: “Desea la culminación de nuestras caricias
tanto como yo. Sin duda alguna, esta noche buscará pretextos para que yo acuda a su
dormitorio y disfrutará, sin reconocerlo, de nuestro amor... Pero después, pobre mujer,
va a estar llena de remordimientos y recriminaciones, ¿Cómo no voy a poder ayudarla?".
En realidad, para ser justo, pensó don Diego, él tenía un problema similar, aunque
en menor grado al temer al predominio de su sensualidad sobre su espíritu, problema que
estaba superando con la ayuda y las recriminaciones del padre Andrés. No obstante, él
nunca había considerado a las relaciones sexuales dentro del matrimonio como
sensualidad pecaminosa, por libidinosas y apasionadas que ellas fueran.
Después de la cena, todos se acomodaron en torno a la chimenea, salvo Dieguito,
que se había retirado a la cocina a departir con Ofelia y su corte de mozos, empleadas y
chinas. Allí, además de ser regaloneado por todos, disfrutaba escuchando las
innumerables historias y cuentos campesinos que, por estos días, se centraban en las
supersticiones de Semana Santa; especialmente, relatos de los atroces castigos que
recibían los que no respetaban el sagrado duelo.
En el gran salón, al amor del fuego, la conversación la llevaban doña Rosaura y
don Jaime en torno a los acontecimientos presentes y futuros de Río Claro. Repasaban
las familias "aristócratas" y los cominillos pertinentes a todas y cada una de ellas:
noviazgos, bodas, nacimientos, matrimonios, infidelidades reales y supuestas, conflictos,
herencias, elecciones del directorio del Club, nombramientos eclesiásticos, posibles
candidatos al parlamento del año siguiente y, en fin, todo el acontecer de su pequeño
mundo.
Don Diego y Elvira estaban ausentes del parloteo, él saboreaba muy lentamente
un coñac y fumaba un cigarro negro; Elvira paladeaba un oporto.
El dueño de la hacienda observaba discretamente a su cuñada. Era tan bella como
Rosaura, pero sin lugar a dudas de una sensualidad más abierta la cual, estimulada
como lo merecía, podía llegar a ser desenfrenada; pero era obvio que eso no podía
suceder con el papasnatas de Jaime. Además, era más equilibrada y tranquila que su
esposa. Agradeció a Dios por la existencia de Elvira y su inapreciable ayuda en sus
conflictos familiares, especialmente al preocuparse de Dieguito. Al momento sintió un
perlado sudor frío en su frente. Con pavor intuyó, como ya le había sucedido en
ocasiones anteriores, que el afecto por su cuñada podía ir más allá.
“No, ¡Dios mío! ayúdame a refrenar esa semilla de deseo carnal, que sobrepasa el
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aprecio fraterno que creí tener por ella", rogó don Diego, pero sabía que su situación
familiar lo hacía vulnerable al cariño y a las atenciones de Elvira. Se sintió confundido
al pensar en el reciente episodio con Rosaura a la luz de la luna. ¿Acaso se estaban
descontrolando sus sentidos?... ¿Tendría razón su esposa y se había contagiado del
sensual contacto con la naturaleza? En su fuero íntimo sabía que no era así. Hacía
tiempo que estaba consciente de que la atracción por su cuñada era más profunda de lo
que él, como cristiano, desearía, Aun así, siempre trataba de convencerse a sí mismo de
que sólo era cariño y, bueno; la atracción normal que ejercía sobre él una mujer joven,
bonita e inteligente.
Su cuñada lo contemplaba con atención y pensaba para sí: - ¿Cómo Diego, siendo
tan perspicaz, no se percata de mi creciente amor por él, y de cuán feliz lo habría
acompañado en Quillacahue o en cualesquier otra aventura?-.
Dentro de su ansiedad sabía que no estaba razonando en forma sensata. Los
hombres, por inteligentes que fuesen, no eran lógicos para enamorarse y a Diego, sin
lugar a duda, le atraía lo difícil, Rosaura era un desafío más para él. Desgraciadamente,
temía.... sí, temía, porque su amor por él era de aquellos que sólo buscan la felicidad del
ser amado, aunque fuese en los brazos de otra, temía que, a pesar de todos los esfuerzos
de Diego, Rosaura sólo le acarrearía dolor y sufrimiento. Pero también sabía como si
fuera un destino ineludible, que allí estaría ella, amándolo sin que él lo supiera,
dispuesta a mitigar, en lo posible, los sinsabores que le causaría su hermana. Por el
momento lo estaba ayudando con Dieguito, de quién se había encariñado
profundamente, tanto por él, como por lo que el niño significaba para Diego.
"¡Qué curioso triángulo!", caviló con tristeza y dolor. "Diego tratando de cuidar y
proteger, de sí misma, a Rosaura, su esposa; y yo, trato de proteger a Diego y a su hijo
de Rosaura mi hermana, a quien quiero entrañablemente y también protejo. Es que
Rosaura tiene una capacidad, casi demoníaca, de despertar cariños que ella nunca
privilegia en forma adecuada, no porque no quiera ¡Porque no puede!".
Doña Elvira volvió los ojos hacia el fuego y luego miró a Jaime, su esposo. Tenía
facciones un tanto redondeadas, nariz aguileña, grandes ojos pardos y unos ondulados
cabellos castaños. En conjunto era más bien buenmozo, aunque la doble barba, la escasa
vida de esos grandes ojos y la pujante barriga en un cuerpo de mediana estatura, le
dieran un aspecto poco viril, si bien muy formal, debido, en parte, a su siempre elegante
vestimenta. Era un buen hombre, sin ambición ni pasión alguna, que pasaba por la vida
navegando con bandera de tonto, sin serlo en absoluto. Era, simplemente, de otra estirpe.
Su interés se centraba en el dinero y lo que con el podía conseguir, de acuerdo a sus
particulares inclinaciones: una vida plácida, cómoda, sin sobresaltos ni emociones; una
buena casa en una linda chacra en las afueras de Río Claro; buena lectura; buena música;
amistades; reconocimiento de su bonhomía por la sociedad rioclarense; vida de Club
Social; el mejor y más caro automóvil de la ciudad y una bella esposa que lo atendía y
acompañaba, permitiéndole, además, satisfacer sus muy poco frecuentes y
desapasionadas necesidades sexuales. Elvira estaba convencida de que la incapacidad de
su marido para engendrar hijos era más una actitud mental que un problema fisiológico,
pues la presencia de ellos alteraría el perfecto y apacible equilibrio de su existencia. En
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el fondo, concluyó ella, era un hombre egoísta hasta la médula, que tenía la inteligencia
de conseguir lo que quería sin tener, nunca, conflictos con nadie. Su pequeño bienestar
era lo más importante en su vida y Elvira sabía contribuir a él. Ella obtenía, a cambio, un
cómodo sitial en la sociedad de Río Claro, desde el cual podía dedicarse a sus
verdaderos intereses: don Diego, Dieguito, Rosaura, la religión, sus obras de caridad y la
lectura.
- Bueno- dijo doña Rosaura alzándose de su silla-, el día ha sido largo y es hora
de retirarse.
Besando en el aire las mejillas de su hermana y su cuñado, con una autoritaria e
inconfundible mirada, los invitó a retirarse.
- Que descansen y que Dios bendiga vuestros sueños.
Una vez que quedó sola con su marido, llamó con una campanilla a Ofelia para
que le llevara al salón íntimo una leche tibia con unas gotitas de coñac, y también le
indicara a Dieguito que era hora de dar las buenas noches y acostarse. Al dirigirse a su
marido, con la coquetería expresada en el brillo de los ojos e insinuada en la sonrisa de
su boca, le preguntó.
- ¿A usted se le ofrece algo, Diego?
- Gracias, Rosaura, sí...- le respondió y se dirigió a Ofelia-. Llévame otro coñac en
una copa chambreada. Mañana, Ofelia, el desayuno para mí a la hora de siempre…
Dieguito le dio un beso a cada uno, le pidió a su padre que lo despertara temprano
y salió de la salita hecho una tromba. Estaba que se caía de sueño y el miércoles le
esperaba un largo y entretenido día.
Doña Rosaura se quedó mirando la puerta por donde el niño había salido al
corredor y comentó a su esposo:
- Es un lujo nuestro hijo. No sé si le comentó, pero le ha ido muy bien en
66
sus estudios y, gracias a Dios, Diego, cada día veo más clara su vocación para el
sacerdocio; aunque él, con esa porfía tan propia de su personalidad, insista en que no....
que no se siente llamado por Dios. Pero yo lo veo, Diego. ¡Con qué devoción sigue la
misa y recibe la eucaristía! ¡Cómo ama y se confía en la Virgen María! Pero él no lo
acepta, por llevarme la contra, porque tiene ese carácter independiente y tenaz, que le
viene por usted. ¡Pedazo de vasco bruto! dijo riéndose y acercándose a su esposo para
mecerle los cabellos y darle un beso Y también, no hay por qué negarlo, en parte por mi
padre que, aunque inteligente, es más porfiado que una mula. ¡Tiene que ayudarme
Diego! Usted, a su manera, es tanto o más católico que yo, no podemos dejar que
nuestro hijo se equivoque.
Por primera vez en sus vidas, el despuntar el alba los sorprendió abrazados y
desnudos en la misma cama. Don Diego se deslizó fuera de las sábanas lentamente, y
abrigó con ternura a su esposa. Cubrió su propia desnudez con unos calzoncillos,
atravesó rápido la salita de estar y entró en su dormitorio.
Nunca supo de las pícaras miradas que cruzaron Ofelia y María, que lo vieron en
tan precaria situación, mientras lo esperaban con el desayuno, más allá del vano de la
puerta.
El hacendado, una vez recuperada su compostura habitual, hizo llamar a Dieguito
y ambos, hambrientos por motivos muy diversos, despacharon con avidez el abundante
desayuno.
Mientras don Diego, de muy buen talante y con renovadas energías, iniciaba su
rutina diaria, saludando a los trabajadores que hacían fila frente a la llavería, Dieguito
comenzaba su propio recorrido, comenzando por la carpintería, donde su amigo Juan
Sepúlveda ya lo esperaba con un mate cebado, pan caliente, tomate rebanado y ají verde
machacado en piedra. Desde allí continuaría a la fragua, la llavería (donde aprovechaba
de echar una "galleta" a su morral) y la cocina; lugares donde siempre era recibido con
gran alborozo, para terminar en los corrales e iniciar, desde allí, su propia jornada,
acompañando al mayordomo principal, Manuel Cofré. Ya había solicitado la venia de su
padre para no regresar a la hora de almuerzo y compartir la ración de los trabajadores
que, ese miércoles, según ya estaba informado por Uberlinda, la cocinera del fundo,
contemplaba su plato preferido, porotos con manteca y tocino.
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A media mañana, mientras don Jaime había salido a caminar, las dos hermanas
disfrutaban, sentadas en el corredor interior, un mate bien cebado, acompañado de
panecillos y crujiente quesillo recién hecho, que les había traído Ofelia.
Tormenta de sentimientos
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Guiso típico de Chile y Perú, consistente en pasta de choclo tierno, mezclado con cebolla saltada
fina, aliños y albahaca, que se cuece en agua hirviendo dentro de un envoltorio cerrado de hojas de
maíz amarradas con tiras de las mismas hojas.
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Coche de paseo arrastrado por caballos.
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enfrentar las regueras se apoyaba en los estribos, alzando su bien conformado y
femenino cuerpo con tal gracia, apostura y coordinación, que parecía fundirse con los
armoniosos movimientos de la yegua, la que, a la orden transmitida a través de la rienda,
levantaba la cabeza y saltaba limpiamente. Don Diego la miraba fascinado, cavilando en
el equilibrio de hermosura, delicadeza y vitalidad del cuerpo de su cuñada; que era un
fiel reflejo de su carácter. La silueta de la bestia y su amazona lanzadas a todo galope,
seguidas por Puelche, recordaban un típico cuadro de cacería inglesa. “Elvira sí sabe
aprovechar lo que la vida le pone por delante", meditó el hacendado.
Don Jaime, mientras su esposa seguía galopando, cruzó, con cierta dificultad, una
pierna sobre la montura, soltó las riendas, y dejó pastar al caballo con una clara
disposición de charlar. Sentía mucho respeto por don Diego y, aunque nunca lo
manifestaba, una cierta admiración por su personalidad viril y resuelta. Miró a su
concuñado, e inició la conversación.
- Diego, ¿Sabes de los nuevos negocios que ha emprendido nuestro suegro?
¿Quizás Rosaura te ha contado? Si no es así, no se lo comentes hasta que ella te lo
plantee.
- No, Jaime, la verdad es que no me ha comentado nada, y no te preocupes, no se
lo mencionaré. Tú sabes que soy muy reservado. Pero bueno, hombre, ¿de qué se trata y
por qué tanto misterio?
- No, no hay misterio, Diego - don Jaime puso cara de circunstancia importante-,
es sólo que me interesa mucho tu opinión, porque don Antonio me ha invitado a
participar en un negocio lo que, como tu comprenderás, me honra. Yo, mal que mal, he
juntado mis pesitos, pero no olvido que soy un simple Notario. Nuestro, suegro es un
hombre destacado, con tradición familiar y peso propio, reconocido por toda la sociedad
de Río Claro y, además, socio del Club de la Unión de Santiago. Sin embargo, antes de
tomar una decisión, me gustaría conocer qué opinas tú. En reserva, por supuesto, ya que
posees buen criterio, estás siempre informado de lo que sucede en Europa y Estados
Unidos y eres hombre de negocios. ¡Yo no! Además, tienes buenos contactos en el
ámbito financiero de Santiago...
- ¿Qué?... -lo interrumpió don Diego- ¿No me digas que estás comprando
acciones?
-Así es- respondió sorprendido el notario-. ¿Cómo supiste? Y ¿por qué te extraña
tanto? ¿Crees que es un mal negocio?
Prosiguió luego con las lecturas, tanto de las lecciones proféticas, como de la
pasión según San Juan, continuó con las oraciones solemnes y la adoración de la Pasión
de la Cruz.
Comenzó a hojear el texto y se dio cuenta de que había algunos versos señalados
con una tenue marca a lápiz:
Para que nada nos amarre,
que no nos una nada.
Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron las palabras.
Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana
.
Mis alegrías nunca las sabrás, hermanita,
y mi dolor es ése, no te las puedo dar:
vinieron como pájaros a posarse en mi vida,
una palabra dura las haría volar.
De cazadores y accionistas
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Faltas. Se denomina así, en el ámbito rural chileno, a aquellos bienes que el campesino debe comprar
pues no los produce, como vestuario, calzado, harina, arroz, hierba mate, café, cigarrillos, bebidas
alcohólicas, etc.
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esfuerzo; cómo la semilla se transforma en planta y rinde sus frutos, cómo cambia el
paisaje con el regadío, con los bosques, con las alamedas. Es muy gratificante y,
honestamente, Antonio, creo estar cumpliendo con mis obligaciones con Dios y
satisfaciendo lo que Él nos enseñó con la parábola de los talentos. Poco a poco tendré
más tiempo y más facilidades para conciliar mi vida entre el campo, mi familia, la
sociedad, la política y los demás intereses que usted mencionó. Los avances de la
técnica son muy rápidos; pronto contaré con teléfono y, cuando logre mejorar el camino,
tendré un automóvil y podré viajar con más frecuencia a Río Claro. A su vez, el campo
va a ser más cómodo para que Rosaura, Dieguito y los demás hijos que Dios nos dé,
pasen más tiempo conmigo. Al igual que usted y doña Rosa, en la medida que su salud
se lo permita y lo mismo que Jaime y Elvira. Espero contar con luz eléctrica antes de un
año...
- Me alegran sus palabras, Diego -interrumpió su suegro-. Comprendo que cada
hombre necesita una pasión que lo motive en la vida. La suya, obviamente, es la tierra y
el trabajo de ella. Por ello encuentro encomiable el esfuerzo que piensa hacer para
conciliar dicha pasión con la religión, la familia y la sociedad.
Don Antonio se levantó del sillón, tomó un puro de la caja que estaba en el centro
de la mesa y, luego de cortarle la punta con una pequeña guillotina de oro, lo encendió.
Aspirando lentamente, prosiguió.
- Mi pasión, Diego, y lo confieso abiertamente, es vivir; vivir intensamente, pero
con calma, sin apresuramientos, la vida que Dios nos dio en este mundo... Eso sí,
cuidando siempre la salvación del alma, para gozar de la vida eterna. Disfrutar la vida
plenamente, aprovechando los placeres que nos otorga, sorbiendo la miel del panal día a
día; disfrutando de la familia, viendo crecer a los hijos y a los nietos; observando cómo
evolucionan sus personalidades, alegrándose con sus éxitos; gozando de la compañía de
los amigos, charlando o jugando al naipe o al billar, compartiendo una buena comida y
bebiendo sanamente, lo cual alegra el espíritu y hace abrirse los corazones a la amistad;
saliendo de cacería, como lo vamos a hacer mañana; yéndose de francachela donde las
niñas alegres, lo cual rejuvenece y alivia las tensiones... Pero siempre, Diego, ¡Siempre!
manteniendo un justo equilibrio entre los placeres, de alguna forma pecaminosos, y la
religión. Dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Lo otro que me
motiva, mi yerno y amigo -don Antonio se notaba a gusto consigo mismo y con lo que
estaba planteando- es el dinero, no con un fin avaro de acumulación, sino como un
medio necesario para disfruta de todo lo anterior y, además porque otorga poder. El
ejercicio del poder, por pequeña que sea la parcela en que reinamos, es fuente inagotable
de gratificación personal. Eso lo disfruta usted, Diego, ejerciéndolo sobre sus
mayordomos, peones y chinas.
Don Antonio arrojó la ceniza de su puro a la chimenea y volvió a sentarse.
Dirigiéndose a su yerno prosiguió:
- Se hace tarde, Diego, y tenía algo específico que plantearle, que, en cierta forma,
tiene que ver con todo lo anterior.
- Lo que guste, Antonio, estoy a su disposición- respondió el hacendado,
ocultando la molestia que le habían causado las cínicas palabras de su suegro a quien, a
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pesar de todo, tenía un apreciable cariño. Volvió a pensar, benévolamente, que era
producto de la formación recibida y transmitida a su hija Rosaura. Don Antonio
ceremoniosamente volvió a pararse y caminando por el salón, retomó la palabra:
- Lo que voy a relatarle, Diego, es estrictamente privado, aunque a usted no es
necesario advertírselo, porque es un hombre muy discreto. En el último tiempo, mi
querido yerno, y estoy hablando de un año a esta parte, he estado invirtiendo en
acciones, a través de mi amigo Pedro Lazarreta que es corredor de la bolsa. Como usted
debe saberlo, las utilidades de las acciones han sido muy buenas en general, y en el caso
mío, excelentes, gracias a los consejos de Lazarreta. ¡Diego, he triplicado el capital
inicial! ¿Ve usted cómo trabajar el campo con poco capital permite otros negocios? Las
oportunidades hay que tomarlas donde se presentan. Bueno,... hemos estado estudiando
a fondo los detalles del negocio y, al menos por un par de años más, se puede seguir
ganando, con absoluta certeza, incluso mayores rentabilidades que las actuales. Sin
embargo, llegamos a la conclusión de que para asegurar las utilidades y disminuir el
riesgo, debemos operar directamente en la bolsa de Nueva York. Para ello, Diego,
hemos constituido un fideicomiso, integrado por capitalistas seleccionados que aportan
capitales iguales. Estamos hablando de sumas grandes. Lazarreta, a través de un agente
suyo en Nueva York, va a dirigir las operaciones, apoyado por los directores del
fideicomiso, entre los cuales me cuento. Puede ser un negocio brillante y,... en el peor de
los casos, operando en una bolsa que transa acciones tan bien respaldadas como las de
las empresas norteamericanas, se podrá ganar poco durante algún período. Pero riesgo
de perder, no hay.... ¡No con las acciones que estamos seleccionando!
- Perdone, Antonio- interrumpió don Diego, adivinando la proposición que venía
y tratando de evitar llegar a una negativa que ofendiera a su suegro- con la misma
franqueza y confianza que usted me ha demostrado y por el aprecio que le tengo,
permítame que le dé mi opinión. Sé que nadie es adivino, pero como usted bien sabe yo
recibo publicaciones especializadas en agricultura y economía, tanto de Europa como de
Estados Unidos; ello y mis propios análisis me permiten sacar algunas conclusiones
básicas.
Vio que su suegro constreñía el ceño y torcía la boca en clara señal de
disconformidad, por lo que decidió no mencionar a su amigo Larraín y continuó:
-Antonio puedo estar equivocado, aunque me temo que no. Toda la información
de que dispongo me hace pensar que los valores de las acciones no pueden seguir
subiendo. Como usted sabe, este auge extraordinario se basa en las inmensas sumas de
créditos que el gobierno de Estados Unidos esta otorgando, sin tasa ni medida y a
intereses bajísimos, a lo que ellos llaman "cualquier empresa legítima". Creen que esa es
la forma de ayudar al desarrollo de la economía y aumentar del empleo. Pero eso no
puede sustentarse por largo tiempo; sería haber descubierto el "huevo de Colón". Hasta
donde llegan mis conocimientos, por un lado, no se puede expandir artificialmente la
cantidad de dinero en forma indefinida sin provocar graves desequilibrios y, por el otro,
el valor de las acciones siempre refleja, a la larga, el valor real de la empresa respectiva
y ninguna de las empresas cuyas acciones están subiendo como espuma ha incrementado
su valor en esa medida...
85
- Pamplinas, Diego, pamplinas -lo interrumpió su suegro, mientras borraba en el
aire los argumentos de su yerno con un amplio desplazamiento de su mano izquierda-,
esas son concepciones anticuadas. Perdóneme que se lo diga, Diego, pero sus
conocimientos económicos son estáticos, pertenecen al pasado. Por supuesto que la
suma de las acciones de una empresa siempre tiende a reflejar el valor de la misma, eso
es obvio, como que dos más dos son cuatro. Y ¡Precisamente de eso se trata, pues,
hombre! En este caso las acciones están anticipando el valor futuro de las empresas y
han subido porque los mejores analistas del mercado, dada la prosperidad mundial que
recién comienza, saben que el valor de las compañías de que estamos hablando se
multiplicará a corto plazo. ¡Es el momento, Diego! ¡Es el momento! Más adelante,
cuando las empresas se consoliden, la rentabilidad de las acciones va ser la normal, la
misma de las empresas. Lo que estamos haciendo es captar, en forma previa, la
revalorización que se va a producir. Es como si usted supiera por dónde va a pasar el
ferrocarril y comprara los terrenos adyacentes, está anticipando la valorización de esos
terrenos. Una inversión absolutamente segura.
- Claro don Antonio -replicó el joven- salvo que, después, el ferrocarril no se
construya; lo que equivale a que la prosperidad real no sea la que se espera o no llegue
en absoluto.
- No sea negativo, Diego. Yo respeto mucho su inteligencia y sus conocimientos,
pero tiene que reconocerme que su opinión es diferente y contraria a la de los verdaderos
expertos. Así como a usted pocos pueden enseñarle sobre regadío y siembras, admita
que no está capacitado para argumentar con los mejores expertos del mundo en
economía y finanzas. Y todos,… ¡todos!, avalan mi posición.
- Puede ser, querido suegro respondió amablemente don Diego, tratando de
terminar sin heridas la conversación puede ser. Sin embargo, usted sabe que no siempre
las mayorías tienen la razón y aquí hay algo que va "contra natura", que no calza. Pero,
como usted dice, perfectamente puedo ser yo el equivocado. Afortunadamente no tengo
que tomar, como usted, ninguna decisión al respecto, ya que todos mis recursos están
invertidos aquí, en Quillacahue.
- Se equivoca Diego- irrumpió don Antonio- , si la mayor gracia de esto es que se
requiere poco capital de giro. Usted comprende que, aunque mi situación económica es
más que holgada, yo no podría disponer del millón de dólares que es el monto de la
cuota. Lo que he invertido hasta aquí eran platas disponibles, pero para entrar al
fideicomiso, lo hice con créditos del Banco del Maule, con la hipoteca de mi campo, por
supuesto. Ve cómo se le puede sacar provecho ala inversión en tierra, sin sudar tanto
como lo hace usted.
Un escalofrío recorrió a don Diego al escuchar las últimas palabras de don
Antonio. En su fuero íntimo "veía" la desgracia que se avecinaba. Ese caballero, tan
acostumbrado a la vida apacible, sin quebrantos, cuya fortaleza aparente venía de llevar
en los genes la prudencia y la tradición, pero que en el fondo era débil si se le sacaba de
su protector entorno de riqueza y comodidad... Ese caballero, su suegro, iba a perder
todo. Rogó a Dios que se equivocara en su pronóstico.
Don Antonio, entusiasmado con sus propias palabras, no percibió el sombrío
86
semblante de su yerno y continuó:
- Precisamente, Diego, usted es una de las personas escogidas, por la unanimidad
de los socios del fideicomiso, para ser invitada a ingresar.
Con evidente satisfacción al sentirse responsable de lo que él consideraba un gran
favor a su yerno, don Antonio cortó la punta de otro cigarro, lo aspiró varias veces y
sacando pecho prosiguió: el Banco del Maule del cual usted pronto será director, le tiene
aprobado, en principio, un crédito por el monto de la cuota, aceptando como garantía la
hipoteca de Quillacahue. No creo que su socio, que entiendo sabe mucho de finanzas, le
ponga inconvenientes. Confío en que al contrario, lo va a alentar. No podemos invitarlo
también a él, porque no pertenece a la sociedad de Río Claro, ni al grupo de Lazarreta.
- Momento, Antonio, momento- lo interrumpió bruscamente el hacendado-. Yo no
invertiría, por motivo alguno, en acciones. Las razones ya se las expliqué. Pero no es eso
lo que me preocupa, mi querido suegro. Me preocupa usted y su seguridad futura ¡Usted
no puede correr el riesgo que pretende! Está apostando todo a una carta, incluido su
fundo. Por el aprecio que ambos nos tenemos, deme la oportunidad de discutir esto con
calma, antes de que tome una decisión irrevocable. ¡Usted no tiene necesidad de
arriesgarse! sus intereses son otros y le ha ido bien.
- Ya está tomada la decisión,... ¡Yerno! -irrumpió furibundo don Antonio-. Veo
que he perdido el tiempo con usted. A mí no me engaña con esa actitud de soberbia y
porfía vasca, que le ha ganado la fama de engreído y prepotente en Río Claro. En el
fondo, tras esa fachada esconde su verdadera personalidad ¡Un timorato! Tan timorato
como Jaime, escondido como las ratas en su cueva de notaría. Hombres como usted no
construyen el mundo del mañana, a lo más son capaces de rasguñar la tierra, no por
pasión como usted pretende, sino porque no son capaces de hacer más.
Los ojos de don Diego se tornaron gélidos como un glaciar, clavándose en los de
su suegro. Transcurrió un largo y silencioso minuto en que los dos, sin aflojar la mirada,
parecían fieras dispuestas al ataque. Poco a poco don Diego se fue distendiendo. No
valía la pena enojarse ni replicar a su suegro. Entendía su molestia al sentirse rechazado,
pues sabía que habría estado orgulloso de convencerlo. Quizás hasta había asegurado a
sus socios que así lo haría. Permitiría por esta única y última vez, que Antonio se
quedara sin respuesta a sus insultos, pero dejando algunas cosas en claro.
- No le voy a dar la respuesta que se merece, Antonio, porque usted está
perturbado y, además,… en mi casa. En el fondo, quería mi respaldo para acallar su
propia inseguridad y lo que lo altera es que confirmé sus aprehensiones. Olvidemos el
asunto y recuerde que pase lo que pase cuenta conmigo para...
- ¡Jamás recurriré para nada a usted, Diego! No se preocupe. De mí se desconfía
una sola vez. ¡Buenas Noches!
- Buenas noches, Antonio, que descanse.
Sentados en las piedras más grandes del arroyo, descansaron un rato preparándose
para la etapa culminante: la cacería de la perdiz. Aquí se apreciaba la coordinación y el
afiatamiento entre los perros y los cazadores.
Cuando entraron en la viña, los perros comenzaron rápidamente a hacer reptar sus
hocicos, olfateando el suelo y las hierbas entre las parras. El primero en detenerse fue
uno de los del gringo Morrison, con la actitud característica del perdiguero: cabeza recta
mirando al frente, mano derecha en el aire, lista para iniciar la carrera, y cola erguida. La
prolongación de la línea imaginaria que pasaba por la tiesa cola y la punta del hocico,
indicaba el lugar desde donde la perdiz iniciaría su recto y pesado vuelo. No transcurrió
un minuto cuando se sintió, primero, el típico “Pipipipipi”, y, luego, se vio levantar el
vuelo a la preciada pieza. James Morrison, que tenía la escopeta alineada en la dirección
indicada por su perro, la alzó lentamente, siguiendo el vuelo de la panzuda ave. El
primer tiro sólo sacó plumas; el gringo corrigió en fracción de segundos y con el tiro del
otro cañón le dio de lleno. La perdiz perdió el control de su vuelo y cayó a la tierra con
un sordo golpe, en el mismo instante que el perro iba tras ella. Tardó muy poco en
traerla, delicadamente, a su amo. A esa altura, "Toco", el perro de Dieguito, ya tenía
ubicada la suya. Con el único tiro de su escopeta de un cañón, el niño la abatió
limpiamente.
A las once de la mañana todos habían cazado sobre una docena y Dieguito se
encontraba empatado con el gringo Morrison en veinte piezas. Sin acuerdo previo y
siguiendo las reglas de cacería no escritas, los demás recogieron sus perros y doblaron
sus escopetas, retirando los tiros. El duelo proseguía sólo entre los dos punteros, cada
uno con un sólo perro. El nerviosismo del gringo, que se había puesto un tanto ceñudo al
verse desafiado por un niño de trece años, lo perdió. A la tercera perdiz sólo logro
sacarle plumas, sin abatirla. Dieguito, en cambio, con la impecable actuación de “Toco”,
muy consciente de la trascendencia del momento, logró abatir sus cuatro perdices
siguientes. Resuelto el duelo, terminaba la cacería. Morrison, sacando su flema inglesa y
olvidando, en parte, el español, se acerco al niño:
- Estuviste really fantastic, Dieguito. it's an honor ... sorry… es un honor ser
derrotado por cazador tan diestro. My greetings... felicitaciones, don Diego, por su hijo.
Tiene alma de cazador. Si Dios me da vida, me gustaría verlo cazando en las tierras de
mi padre, en Devonshire; les daría una lección a todos los gringos de allá. Espero que
algún día puedas ir, muchacho.
Don Diego no cabía en sí de orgullo e inició el camino de regreso, abrazando los
hombros de su hijo con su musculoso brazo derecho. Manuel, a su vez, con una amplia
sonrisa iluminando su rostro, miraba al hijo de su patrón, cavilando para sí: "Tiene la
madera de su padre y de su abuelo, pero el que le enseñó a cazar, a escondidas de don
Diego, cuando apenas tenía siete fui yo, al igual que le enseñé a su perro". Pero era
91
cierto, pensó el mayordomo, que el niño tenía una curiosa mezcla de paciencia y
decisión y había terminado él la instrucción de su perro, logrando un entendimiento casi
perfecto entre ambos.
El sábado en la tarde, los invitados se dedicaron a recuperar fuerzas, mediante una
buena siesta después del contundente y reponedor almuerzo de cazuela de pava nogada y
porotos con longaniza, coronado por un postre de frambuesas con crema, con que los
recibió Ofelia.
Don Diego, con Dieguito y Manuel, se dirigió a las siembras, que habían quedado
al mando de Armando Troncoso.
Al regresar, cuando la faena había terminado y los animales de trabajo eran
conducidos a sus potreros, Manuel se retrasó, dejando solos a padre e hijo. Dieguito
aprovechó para dirigirse a su padre:
- Sabe, papá, no sé lo que usted le dijo a mi mamá, pero estos días ha estado muy
cambiada. Callada, retraída, recibiendo pocas visitas y saliendo poco, salvo a la Iglesia.
Reza mucho también en la casa y lo curioso es que casi me atrevería a decir que está
contenta.
Don Diego elevó los ojos al cielo y oró en silencio:
"Dios mío, haz que sea lo que yo creo". Al alegrarse, pensando en la posibilidad
de un nuevo hijo, que él esperaba fuera hija, no pudo dejar de recordar a Andresito que
Dios se llevó.
El niño quien su vez, se había detenido a reflexionar, sin percatarse de la actitud
de su padre, prosiguió:
- El tema de la vocación sólo me lo tocó una vez, a los pocos días de regresar
después de Semana Santa. Me dijo que ambos, usted y ella, iban a rezar mucho por mí
para que Dios me iluminara y pudiera decidir mi futuro, de acuerdo a los deseos de Él...
y no de los de ella, por mucho que deseara tener un hijo sacerdote -el niño miro a su
padre con una cómplice sonrisa y prosiguió-. Gracias, señor, sé que a usted le debo esta
nueva actitud que realmente me ha cambiado la vida. Por fin tengo tranquilidad en la
casa. Además, noto algo nuevo en ella, como si estuviera más cariñosa, con una mirada
más suave...
Don Diego no cabía en sí. Ya no había duda; él conocía ese cambio de actitud y
esa sonrisa en la cara.
Cuando el grupo de cazadores regresó de Santa Elisa, Ofelia los esperaba con un
espléndido almuerzo preparado con aves cazadas los días previos para que su carne
estuviera a punto. Para acompañar el aperitivo había preparado trocitos, sin hueso, de
tórtolas calientes en salsa de crema con almendras molidas, acompañadas de pequeñas
sopaipillas con pasta de ajo. Como entrada en la mesa del comedor había dispuesto,
fuentes en las que se alternaban las perdices y las tórtolas escabechadas con grandes
paneras e humeante pan recién horneado, toda clase de ensaladas y fuentecillas con ají
machacado en vinagre. Botellas de cristal tallado color burdeo contenían el helado vino
blanco y otras similares pero un poco mas anchas e incoloras, el tinto chambreado.
Como plato de fondo coronó el almuerzo con civet de torcazas anidadas en papitas hilo,
acompañadas de champiñones saltados en mantequilla. De postre les sirvió peras
acarameladas en salsa de vino tinto.
Don Diego estaba ansioso por ir a Río Claro y verificar si, como él sospechaba,
doña Rosaura estaba embarazada; sin embargo, postergó el viaje hasta terminar la
siembra de trigo, porque era preferible dejar tranquila a Rosaura los primeros días, hasta
que el embarazo estuviera confirmado... o desechado. Conocía muy bien el carácter de
su esposa, quien al sentirse presionada, podría ponerse nerviosa y perder a la criatura.
Aprovechó para dejar todo lo más ordenado posible, ya que su estadía no sería corta,
pues tenía varios asuntos pendientes que atender, tanto en Río Claro, como en Santiago.
El miércoles 1° de mayo, durante la reunión matutina, don Diego le pidió al
mayordomo de ganado, Antonio Painevilo, que lo acompañara a Greda Negra para ver
en terreno el problema de deslindes que había quedado pendiente en la audiencia de
98
mediados de abril. En el camino conversó sobre la próxima adquisición de ganado.
- Bueno, Antonio, tu ya tienes una cierta idea de la crianza que vamos a iniciar...
- Sí, su merced, pero yo ya se lo advertí... Yo no tengo mucho conocimiento de
crianza... Claro, he mantenido vacas para la leche de consumo, sé reconocerles los celos
y ponerle el toro a tiempo y ayudarlas a parir. Pero, si usted me permite patrón, mi
trabajo ha sido más con animales de trabajo y de engorda...
- Lo sé, lo sé, Antonio- lo interrumpió el hacendado Yo sí entiendo de crianza y
confío que conmigo avanzarás rápido, porque eres inteligente. Vas a aprender sin que te
des cuenta.
Don Diego pensó para sí "Prefiero uno que no sepa, a otro que crea saber y esté
lleno de mañas e ideas erróneas. Si lo formo a mi manera, va a ser mucho más fácil
entenderme con él". Luego continuó:
- Para criar cualquier tipo de ganado, ya sea vacuno, equino, ovino o caprino, lo
más importante es que te gusten los animales y tenerles aprecio... Me corrijo, Antonio,
más que aprecio, cariño. Y eso tú lo tienes. Mira con la rapidez que sanan los caballos y
los bueyes cuando tú los curas... Es por eso, porque lo haces con cariño, tienes pasta de
mayordomo de ganado. La técnica te la voy a ir dando yo. Lo que es urgente, como ya
les dije, es ir escogiendo un par de capataces para que te secunden. Tienen que ser
muchachones de mente rápida, sanos, ¡Ah!... y sin vicios. Los animales hay que
recorrerlos dos veces al día, todos los días del año; y... las vacas cuando van a parir, no
esperan que el capataz se mejore de la borrachera.
-Sí su merced, eso lo tenemos muy claro con el Manuel.
-Bueno, Antonio -prosiguió don Diego En mi próximo viaje a Río Claro creo que
voy a cerrar negocio con los del Tattersall. Me tienen para escoger varios lotes de vacas
Durham, que allá en Inglaterra las llamábamos Shorthorn, traídas de Argentina. Tú
conoces el ganado Durham, Antonio, son de muy buen tamaño y los colores varían del
pardo tapado al blanco entero pasando por el ruano61. Excelente para producir carne y
aunque no dan demasiada leche, la que producen es gruesa y con mucha grasa. Podemos
ordeñar las vacas una vez al día para hacer queso y mantequilla y aún tendrán leche para
el ternero. Además, como tú sabes muy bien dan vacas grandes, caderudas, buenas
parenderas. Creo que voy a escoger de un lote de ciento cincuenta vaquillas preñadas.
Puedo desechar veinticinco, así es que debería lograr un rebaño parejo. Por ahora, voy a
comprar ocho toros del criadero Agua Buena de Curicó, para cubrirlas después del parto.
Para el año próximo espero tener los toritos que me van a importar de Inglaterra.
Acuérdate Antonio ¡Vamos a tener en pocos años la mejor crianza de Durham de la
región!
- Si usted lo dice, patrón,... hay que ponerle la firma -respondió el mayordomo-
saliendo del embelesamiento en que lo tenían las palabras de don Diego
- En su fuero íntimo no cabía en sí de dicha. Era cierto que le gustaban los
animales y se encariñaba con ellos. Ahora, estar a cargo de una crianza así era como
soñar. El era muy joven todavía recién había pasado los veinticinco, estaba en los
61
Ruano: Pelaje mezclado de blanco y bayo.
99
62
veintiséis e iba para los veintisiete . La Juana Rosa se iba a poner contenta,... aunque
algo él ya le había anticipado, cuando cebaban un mate o se entregaban al cariño. Su
mujer era seria, trabajadora, criaba bien las dos mocosas que tenían y ¡En la cama!... en
la cama era gozadora como una potranca en celo, no como algunas encogidas que le
habían tocado antes de casarse. Qué orgulloso estaría su padre si viera la consideración
que le tenía don Diego. Bueno, de allá arriba lo estaría mirando su "taita".
Don Diego prosiguió con el tema:
- Tenemos que prepararnos para recibir las vaquillas, Antonio. Los corrales, la
manga y las toreras ya están en condiciones. Cuando lleguen, vamos a tener que
desparasitarlas suave para no dañar el ternero en su vientre. Como estas vaquillas
pasaron por la cordillera, es seguro que vienen infectadas por “Pirhuín”63 (70), habrá que
dosificarles las cápsulas de "cloruro de carbono”. Debemos prepararnos para una
parición, quizás dispareja; probablemente estuvieron muchos meses con toro. Grábate
bien y para toda la vida lo que te voy a decir. Nosotros les vamos a poner toro sólo dos
meses; del 15 de octubre al 15 de enero. De esta forma concentramos la parición del año
siguiente desde mediados de agosto a mediados de octubre; lo ideal para esta zona. De
las nuevas, la que pare después del 15 de enero cría su ternero, pero no la preñamos la
castramos y a engorda. Igual al año siguiente la que no quedó preñada, nada de insistir
poniéndole toro fuera de fecha; castrada, engorda y a la carnicería o la hacemos
charqui...
- Pucha, patrón, pero así va a tener menos crías- respondió Antonio, pensando en
las extrañas ideas que le habían metido en el extranjero a su patrón-.
- Al comienzo sí, Antonio, pero a la larga no, todo lo contrario, porque sólo
vamos a guardar las vacas más fértiles y lo mismo haremos con sus hijas, logrando así
conservar las líneas de sangre fértiles y eliminando la propensión genética a la
infertilidad; vas a ver, vamos a tener los mejores porcentajes de parición. No te imaginas
Antonio, cuántas vacas pasan años en los rebaños sin parir, y por lo tanto sin producir. Y
si no están identificadas, el dueño ni se da cuenta.
- Si usted lo dice, patrón, así será; por algo su merced es "estudiao"- afirmó
Antonio, sin mucha convicción... La verdad es que no le parecía, pero...- .
Llegaron a Greda Negra cerca del mediodía y don Diego, después de escuchar a
los litigantes y a los numerosos testigos de cada parte, premunido de su larga huincha de
medir, papel y lápiz, se puso a tomar medidas y a dibujar las propiedades. Cuando
regresó, tal como había pedido, le tenían dispuesta una mesa y una silla, y un
representante de cada familia lo esperaba con todos los documentos originales de su
respectiva propiedad. Don Diego recibió y numeró individualmente todos los papeles,
entregó a cada parte un recibo en el que se especificaban los documentos retirados por
él. Cerca de las tres había terminado y fue invitado a almorzar. Con el apetito que tenía,
disfrutó de todo lo que especialmente le habían preparado, ya que los contendores sabían
62
Forma de decir la edad, usada en el campo Chileno, en que se menciona la edad del año anterior, la
presente y la del año futuro.
63
Pirhuín: Nombre vulgar para el parásito Distoma hepático.
100
64
de su arribo, porque había enviado un "propio" para que no faltaran los litigantes y sus
testigos. Primero le sirvieron "ñachi cocido"65 con mucho ají, acompañado de una chicha
cortada con aguardiente, luego costillar de cordero con papas y ensaladas, acompañado
de un seco y áspero vino del país y tortillas al rescoldo. Don Diego se repitió de todo,
excusándose en que no podía despreciar a esos campesinos, pero en realidad, porque le
encantaba ese tipo de comida. De postre le sirvieron una copa de "miel de palma" y,
antes de irse la del estribo fue una copita de aguardiente.
64
Propio: Persona encargada de llevar un mensaje u objeto.
65
Ñachi. Guiso que se hace con la sangre que se extrae al desangrar al cordero y mejorar la calidad de
su carne; puede ser cuajado, al dejarlo coagularse por sus propios medios, o cocido con diversos aliños.
101
él percibía, aunque tratase de negar la existencia de algo más que amistad y atracción
normal entre dos jóvenes; los progresos en los trabajos de Quillacahue; y el contacto con
esta gente humilde que tanta satisfacción le proporcionaba; todo, todo parecía estar en
orden. Recordó a don Antonio, su suegro. Tenía razón en lo del poder; él sabía que
disfrutaba de poder sobre esos campesinos, pero si lo ejercía bien, como lo había hecho
hoy, resolviéndoles sus problemas, estaba actuando de acuerdo a los deseos de Cristo.
Un ligero estremecimiento lo recorrió al recordar las formas de Uberlinda, a quien había
visto desplazándose por “Las Casas”; el sólo recordar la imagen provocaba su
sensualidad. Pero eso sería el polo opuesto de su concepto de uso del poder;
aprovecharse de su posición para satisfacer su libido en una muchacha humilde. Aunque
la sociedad lo encontrase correcto e incluso la religión lo perdonase con facilidad, él
sabía que no sólo cometería pecado ante los ojos de Dios, sino que quebraría el orden
que él mismo se imponía e imponía a todos los que le rodeaban.
Cuando comenzaban a atravesar el río Titilvilo por un vado y la tarde empezaba a
ceder paso a la noche, un vientecillo tibio comenzó a soplar desde el norte, quebrando el
hielo que había traído el atardecer. Don Diego miró a su mayordomo, quien venía aún
adormilado por el condumio del mediodía, y le dijo:
- Parece que vamos a tener cambio de tiempo.
- Sí, sí...- respondió éste, sorprendido aún entre la realidad y la somnolencia Si
usted lo dice, patrón.
- Claro, Antonio, fíjate que el viento cambió a norte y el aire está tibio. Bueno,
bueno… habíamos tenido mucha suerte, ni un solo día de lluvia desde que empezamos a
sembrar. En todo caso, el suelo está todo preparado; si llueve, sólo nos va a retardar la
siembra misma, pero no hay mal que por bien no venga, le vendría de perillas al trigo ya
sembrado.
Llegaron oscuro a “Las Casas”. Antonio se hizo cargo del caballo de don Diego,
mientras éste ingresaba por el corredor de la cocina.
Ofelia salió a recibirlo con cierta picardía en los ojos, tras los cuales, claramente,
ocultaba un secreto:
- Buenas tardes, don Diego. ¿Cómo le fue en sus andanzas?
- Buenas, querida Ofelia. Me fue bien, muy bien, tú sabes cómo es esa gente de
cariñosa; ahí viene Antonio, lleno de presentes. La "chicha cortada" guárdamela como
hueso de Santo, mira que no he probado otra igual. En las noches de invierno la vamos a
compartir tú y yo, y nadie más. Los jutres no saben apreciar esas cosas.
- Gracias, patrón. Usted debe venir congelado... Vaya a asearse y yo le voy a
llevar un caldito concentrado de carne que le tengo, con bastante ají y un huevito, junto
con la correspondencia que trajo Gacitúa del pueblo.
- El caldito me vendría bien, Ofelia; pero la correspondencia puede esperar hasta
mañana.
- Por lo que le dijeron a Gacitúa, hay una carta del extranjero- replicó Ofelia, que
ya no podía aguantar su secreto. Afortunadamente, sí había una carta del exterior-.
102
- Bueno, bueno, mujer. Dame cinco minutos.
Una vez instalado en su sillón frente a la chimenea saboreó el caldo,
acompañándolo de un buen trozo de pan con mantequilla.
- ¡Uf!, que me cayó bien. En realidad, venía transido de frío, aunque el viento algo
entibió la tarde. Es increíble que tenga hambre después de cómo me atendieron en
"Greda Negra"; pero tú siempre adivinas mis deseos.
La capilla se encontraba iluminada por dos velones, uno a cada lado del altar, que
le permitían a Ofelia ver la cara de felicidad de don Diego sumido en sus oraciones. La
buena mujer meditaba para sí: "Pobre hombre; ansía la hija que le dé el cariño, la
compañía y el apoyo que doña Rosaura no le ha dado.... ni le va a dar nunca".
De regreso a casa, don Diego, ya tranquilo y cada vez más feliz con la noticia,
meditó: "Típico de Rosaura, pudo dictar el telegrama a su nombre, pero no, ya se puso
66
Tincada: Presentimiento, intuición.
103
igual que las otras veces, durante los embarazos de Dieguito y Andresito, en la pose de
abeja reina. Pero esta vez él iba a poner los puntos sobre las "íes" desde el primer día; si
ella había pretendido apropiarse de la vida de Dieguito,... con una niñita sería peor, pero
él no cedería un milímetro. Quería lo mejor para su hija. Que se criara libre y de mente
abierta desde chiquitita. Le daría buena educación; primero aquí y después en el
extranjero.
Él la prepararía para que disfrutara del maravilloso mundo que sus conocimientos
intuían se estaba gestando con los avances de la ciencia. Recordó la noticia del primer
vuelo de la Línea Aérea Nacional, ocurrido el mes anterior. Pensó que lo más probable
era que cuando su hija tuviera edad para viajar, ya los vuelos serían cosa cotidiana y, en
pocas horas, se podría estar en cualquier lugar del mundo. Sería un mundo fascinante, si
Hitler no desencadenaba la guerra, lo que podría alterar todo. Un escalofrío lo recorrió,
pero no; él protegería a su hija y si él faltaba, estaba Dieguito.
Al rato se sorprendió riéndose solo por su imaginación, ya estaba imaginando la
vida de una hija que aún no nacía.
Terminó de revisar la correspondencia en el escritorio. La carta del extranjero era
el aviso de renovación de la suscripción de una de sus revistas de ganadería, procedente
de Inglaterra. Sacó una hoja de telegrama y redactó dos, uno para Rosaura y el otro para
Elvira. José los llevaría a primera hora al telégrafo.
Don Diego puso al día su bitácora, transcribiendo detalladamente todos los datos
obtenidos en Greda Negra, para poder redactar su fallo y hacer el correspondiente mapa.
Después se dirigió a cenar a su salita.
Mientras se servía el segundo plato, Ofelia permaneció de pie, a su lado.
- Habla, hija, habla...- le dijo cariñosamente don Diego- Parece que estuvieras
atorada.
- ¡Ay, patrón! Es que estoy tan contenta por las buenas nuevas. Ojalá sea
mujercita como usted quiere...
- No te preocupes- la interrumpió el hacendado Tú sabes como quiero, e incluso
104
admiro a Dieguito; así que si es un hombre yo estaría feliz, Pero no, Ofelia esta, es
niñita. Fue concebida con mucho amor,... en un momento muy especial.
Ofelia sonrió, recreando mentalmente la escena de su patrón al salir furtivamente,
en calzoncillos, de la pieza de doña Rosaura; lo cual irónicamente le recordó que tenía
que plantear el problema de María y la traída de Uberlinda, pero decidió postergarlo un
poco. Avanzó un paso y se paró frente a su patrón:
- Usted merece una hija que lo mime, don Diego; es el mejor hombre que he
conocido en mi vida y por eso lo quiero como lo quiero y he dedicado mi vida a
cuidarlo.
- Me cuidas Ofelia, porque me quisiste siempre, pero no por mi supuesta bondad.
Conociéndote, aunque fuera un pillo, me querrías igual.
"Qué razón tiene", pensó Ofelia, "por él haría cualquier cosa". Retomando la
conversación, se dirigió a su patrón:
- Yo le ayudaré a cuidarla y enseñarla. Dieguito es más que un hijo para mí, pero
como usted dice, una niñita es diferente. Y con su perdón don Diego; ármese de
paciencia; yo se que tiene harta, pero va a necesitar más. Acuérdese, lo difícil que se
pone doña Rosaura...
Don Diego estalló en una alegre carcajada:
- Desde ya estás perdonada hija, tú eres de la familia y tienes toda la razón... La
verdad es que no se pone difícil: se pone intolerable. Vamos a tener que armarnos todos
de paciencia.
Se abocó a escribir una acuciosa memoria explicativa, con múltiples citas a los
diferentes documentos, para sustentar su tesis. Además elaboró, un documento adicional
denominado "Aclaración de Deslindes", que acompañado del plano que iba a elaborar y
107
de acuerdo a su fallo arbitral, ambas partes deberían insertar en las respectivas
inscripciones de sus propiedades en el Registro de Propiedades de Santa Elisa. Una vez
confeccionado minuciosamente el plano, lo copió con alcohol, junto con la memoria y el
documento para el registro, en el mismo papel especial que empleaba para copiar las
cartas, con el fin de guardar una carpeta con su fallo y todos sus antecedentes.
Después se dedicó a redactar la partición de la herencia de los pequeños
propietarios, vecinos de la hacienda Las Becacinas, que le habían solicitado en la
audiencia anterior. En general era una partición fácil, salvo media cuadra de viña, sobre
la cual tenían derecho ocho herederos. Aunque le gustaba poco la idea, no tenía otra
alternativa que dividirla por hileras. La experiencia le enseñaba que cualquier solución
aparentemente más lógica, como dejarla en propiedad común, con claros derechos
porcentuales para cada cual, siempre terminaba en peores litigios, dado que no toda las
plantas tenían igual rendimiento, lo que se agravaba más aún cuando alguna de las partes
vendía. Más de una vez le había tocado hacer particiones por plantas de vid; en esta
ocasión, de acuerdo con el plano que le habían traído, podría hacerlo por hileras. Trataría
de convencerlos, de que mantuvieran la pequeña bodega de vinos en común.
El viernes, tal como lo esperaba, la lluvia comenzó a declinar, pero sin detenerse
aún. Don Diego, después de la reunión matinal con los mayordomos, retuvo a Manuel
Cofré y al llavero, Miguel Osorio. Ambos irían a Río Claro a buscar el dinero para el
pago de salarios del día siguiente. Una vez repetidas con precisión las instrucciones a
ambos y recalcada la prohibición de probar el alcohol durante el viaje, don Diego le
entrego un revólver y una caja de balas a cada uno.
Luego hizo su recorrido habitual, tomándose un buen rato en revisar el terraplén.
Sin embargo, a pesar de sus múltiples preocupaciones, no dejó un segundo de pensar en
su futura hija, imaginándosela a distintas edades y en diversos lugares, casi todos
relacionados con la hacienda. Cuando miró el cerro Quillacahue, sintió ese escalofrío
que ya una vez había experimentado cuando recién llegó al campo y vio el cerro. En ese
instante supo que esa hija estaría muy ligada a ese campo, más que Dieguito, lo cual le
produjo cierta inquietud y extrañeza.
Antes de cenar, recibió a los dos mayordomos que ya habían regresado con el
dinero. Lo contaron nuevamente y llenaron los sobres preparados por el llavero. Aunque
para despistar a los posibles asaltantes tomaba la precaución de cambiar mes a mes la
fecha de pago, don Diego dispuso turnos de guardia para esa noche. Cuatro hombres
armados, encabezados por Manuel, harían de rondines hasta medianoche, hora a la cual
serían reemplazados por otros cuatro, al mando de Miguel. Ante cualquier sospecha,
tocarían la campana para que los inquilinos acudieran a la defensa de “Las Casas”. Con
la reciente creación del cuerpo de Carabineros habían disminuido los asaltos a las
haciendas, pero siempre era necesario tomar precauciones. Eran muchos los casos,
frescos todavía en la mente de don Diego, donde por robar la plata del pago, habían
asesinado a todos los habitantes de “Las Casas” patronales, no sin antes cometer toda
suerte de tropelías con las mujeres.
El sábado cuatro de mayo amaneció con niebla, producto de la humedad de los
días anteriores, la que comenzó a disipar a media mañana junto con levantarse un ligero
108
viento sur. Después del almuerzo, el día ya estaba radiante y el viento sur había
adquirido intensidad, comenzando a secar los suelos.
A las seis de la tarde, de regreso de su recorrido por el campo, don Diego
acompañado del mayordomo principal y del llavero, dio inicio al pago mientras los
demás mayordomos vigilaban armados en las cercanías de “Las Casas”. Primero, las
mujeres; tras ellas, los inquilinos que tenían días trabajados en las pocas labores en que
participaban; luego, los obligados, después, los permanentes, ya fueran del fundo o
afuerinos. El ambiente en torno a “Las Casas” era festivo. Los faltes67, nadie sabía como,
se habían enterado del pago y aparecido a media tarde. Vendían toda clase de
mercaderías: ropa interior, camisas, pantalones, armas de fuego, cuchillos, utensilios de
cocina, naipes con figuras de mujeres desnudas, espejos y todo aquello que pudiese
despertar el interés de los recién pagados.
Don Diego, una vez finalizado el pago, inició la reunión vespertina con los
mayordomos, repasando las instrucciones para la siembra del lunes.
Juego de conciencias
En Río Claro, el padre Francisco Peña esperaba nervioso en la antesala del obispo.
Cuando éste por fin lo recibió hizo una exagerada genuflexión y besó la esposa del
obispo. Mientras se levantaba, se dirigió a él:
- Dios lo bendiga, señor obispo, mi pastor. Su humilde siervo viene en busca de
sabiduría y consuelo y, primordialmente, de su bendición.
Monseñor Arrau intuía cuál podía ser la razón de la visita del cura Francisco,
67
Vendedores ambulantes que vendían “faltas”; o sea aquello que no se producía en el campo.
109
director espiritual de las monjas contemplativas que regían el colegio de niñas donde se
había educado doña Rosaura. Pero aquel curita, que el obispo había citado por asuntos
del convento para la semana siguiente, no sabía aún, que si "había venido por lana, iba
a salir trasquilado". Indicándole al que se sentara, monseñor le otorgó la bendición:
- Benedícat vos omnipotens Deus, Pater, et Filius, et Spíritus Sanctus.
- Amén -respondió presto el curita- .
- Amigo mío qué lo trae por aquí a visitar a su hermano en Cristo, que eso soy
para usted, más que su pastor u obispo.
Mientras iniciaba la conversación, monseñor Arrau pensaba en cuán inteligente,
astuto y sibilino era este curita. Si se cobijaba bajo el alero protector de doña Rosaura,
podía llegar muy lejos, reemplazándolo a él, en primer lugar, o... hundirse
definitivamente, a pesar de sus capacidades,
El curita respetó el silencio de su superior y sólo cuando éste levantó la vista y lo
miró a los ojos, habló:
- Mi amado monseñor; me he permitido molestarlo en busca de consuelo y
consejo, como le decía, pues doña Rosaura Etchevers de González me ha mandado
recado con la madre Ester, pidiéndome la visite en su lecho de enferma para escucharla
en confesión. En primer lugar, quería solicitar su autorización y, de concedérseme ésta,
sus consejos, ya que usted es amigo de la señora y la conoce bien...
- Y fui su confesor hasta hace pocos días, padre -interrumpió en tono cortante el
obispo-. Usted sabe, tan bien como yo que esa autorización no es necesaria, cada
cristiano puede escoger libremente a su confesor. Es costumbre que el feligrés, o
feligresa en este caso, comunique su decisión al confesor que abandona, cosa que ya
hizo doña Rosaura, pero... ¡No lo es que el nuevo confesor se acerque al antiguo en
busca de consejo! -levantó la voz el obispo-. Comprenderá usted que gran parte del
conocimiento que poseo de mi querida señora Rosaura lo he adquirido en el secreto de la
confesión y, por lo tanto, mis labios están sellados de por vida. Si ése es el objeto de su
visita, creo que podemos concluir esta audiencia.
El obispo comenzó a levantarse de su asiento...
- Perdón, monseñor -musitó el cura Francisco- creo que he sido mal
interpretado...
- No, padre, no cabe ninguna mala interpretación. Tengo menesteres que urgen mi
presencia, así es que le ruego me disculpe.
El obispo se dirigió a la puerta, extendiendo su mano hacia el costado en forma
desdeñosa, para que el curita le besara la esposa. Cuando ya se encontraba fuera de la
pieza, regresó:
- ¡Ah!, padre Francisco, la molestia que me ha causado su torpeza... o exceso de
astucia, me hacía olvidar que al saber de su visita había decidido comunicarle hoy lo que
iba a plantearle en la audiencia a la que lo tenía citado la próxima semana.
El Obispo se mantuvo de pie y continuó:
Como usted sabe, siempre he tenido profundas inquietudes respecto del enfoque
religioso de las monjas de ese convento. Ellas tienen una posición de negación frente a
la vida y creen, y lo que es peor, lo enseñan, que para ganarse la vida eterna hay que
110
tener una actitud negativa: no hagas esto; no hagas esto otro; sacrifícate; no comas, haz
ayuno; sufre... Todo ello es bueno, en su justa medida, y siempre que vaya acompañado
de los aspectos tremendamente positivos de nuestra religión: ¡Haz tus cosas cotidianas y
hazlas bien!; ¡Junto con el sacrificio, disfruta de los dones que Dios nos ha dado!;
¡Esfuérzate en hacer el bien!; ¡Supérate y sé más!; ¡No te quedes en la lamentación!.
¡Esa es la posición de la Santa Madre Iglesia, Padre! Se lo resumo en unas pocas
palabras: ustedes están produciendo mujeres que, por una mala enseñanza, creen que
deben ganarse la otra vida en forma errónea y, en su actuar, en vez de ayudar a los
demás feligreses o atraer nuevos fieles, les provocan daño y dolor a los primeros y
rechazan a los segundos. Si ellas quieren hacer sacrificios, bien, pero que no se los
impongan a sus familiares y amigos y respeten los derechos de los demás a vivir su
religión en una forma más positiva, activa y responsable. Escuchar a esas monjitas es
escuchar verdaderas letanías de auto alabanza; no se dan cuenta de los graves pecados
que cometen, sobre todo, guiando mal a sus pupilas y entorpeciéndoles la salvación, en
vez de ayudarlas.
El cura se había puesto lívido y trató de interrumpir:
- Monseñor,...
- ¡No me interrumpa usted, más encima! Cuando usted llegó, hace cinco años,
todo esto lo conversamos latamente. Usted me comprendió e hizo serios esfuerzos por
mejorar las cosas, en esa época, con resultados positivos. Muchas monjitas cambiaron y
las alumnas también. Las muchachas empezaron a colaborar en acciones de la Iglesia,
como catequesis y trabajo en los hospitales por ejemplo. Sin embargo, y justo después
de una discusión que tuve con la madre superiora, sor María Dolores, usted cambió y las
cosas se pusieron incluso peor que antes de su llegada. Me temo padre, aunque no me
atrevo a asegurarlo, porque no soy quién para juzgar, que esa monjita, que por algo
escogió ese nombre al tomar los hábitos, le demostró a usted que podía tener mucho más
poder sobre los feligreses al coartarles su libertad, volviendo a la Iglesia del temor,
donde todo es pecado y el confesor es requerido permanentemente, lo cual le otorga a
usted un tremendo control de sus personas.
El obispo tomó aire y prosiguió:
Usted se dio cuenta que dominando a las alumnas y ex-alumnas, podía tener una
gran influencia en la sociedad de Río Claro. Se olvidó, eso si, de que yo lo estaba
vigilando. Por orden de arzobispo y con el secreto que se me ordenó, entrevisté a todas
las monjas y a gran parte de las alumnas mayores. Obtuve un diagnóstico muy preciso
de lo que usted, padre Francisco y sor María Dolores estaban haciendo, contraviniendo
mis precisas instrucciones. El diagnóstico y mis recomendaciones las envié por escrito al
arzobispo, él ha decidido traer una nueva superiora y me ha autorizado para resolver
sobre el asesor espiritual. Después de meditarlo, he decidido trasladarlo a alguna
parroquia y buscar un nuevo asesor de mi plena confianza para las monjitas. Pronto le
comunicaré mi decisión sobre su futuro, pero en el ínter tanto usted queda trasladado,
desde hoy, al obispado como administrativo y yo asumiré directamente y por un tiempo
indeterminado, la dirección espiritual de las monjitas.
- Por supuesto monseñor.... lo que usted disponga.
111
- Sí padre así se hará y esperó que con mi vigilancia estricta y sus oraciones,
pueda recuperar sus capacidades para la Iglesia.
- Desde ya, monseñor estoy a sus órdenes... y me gustaría comenzar solicitándole
me oyera en confesión.
- Bien, padre. Trasládese al obispado lo antes posible; las disposiciones internas
ya están dadas. Lo espero el domingo a las siete y media para poder confesarlo con
calma antes de la misa de ocho.
Mientras regresaba caminando al convento, el cura Francisco no dejaba de
recriminarse.
- Cómo no me percaté de lo que estaba sucediendo. Sor Dolores algo intuía y me
lo dijo; pero yo, el muy engreído, miré en menos al obispo Arrau, al mismo que yo muy
pronto iba a suceder, gracias a mi inteligencia y al apoyo de la superiora y de misia
Rosaura, que sor Dolores me venía trabajando hace mucho tiempo. Ese era empujoncito
final. ¡Pero resultó... el tropezón final! Yo creo conocer a Arrau y, de no ser por esta
torpe visita de hoy, estoy seguro de que no había resuelto mi traslado. Me conoce bien y
sabía que si lograba sacar a sor Dolores, como lo había logrado, yo captaría el mensaje y
me pondría de su lado. ¡La ambición, Dios mío! Mi maldita ambición me ha hecho dar
un nuevo traspié.
Decidió que más le valía ser leal y no confidenciar nada a la superiora. Sólo le
diría que el obispo lo requería para asuntos reservados.
- Bien hijos, Dios y la Virgen, que velará por todos nosotros desde su morada en
la hondonada de Los Coipos, han permitido poner fin a este largo y doloroso litigio.
Don Diego se detuvo en silencio para mirar a los ojos a todos los presentes. Vio a
los hombres, en primera fila, con la cabeza gacha y las manos sobando el ala de sus
sombreros, y a las mujeres tras ellos, con la cabeza en alto y las manos en la falda. El
hacendado continuó:
- Con la autorización que me han otorgado, procederé personalmente, a inscribir
las aclaraciones correspondientes junto al plano, en el Registro de Propiedades de Santa
Elisa. Avísenme cuando tengan la ermita construida y las estacas y alambres listos; yo
llevaré a la virgen y al curita e instalaré los hitos demarcadores.
La más anciana del grupo que, curiosamente, tenía descendientes en ambas
familias, se adelantó y miró fijamente a don Diego:
- No es a su merced a quien debemos agradecer sino a Nuestro Señor Jesucristo,
que lo trajo a estas tierras de Quillacahue a traer bondad y paz. Un año antes de que
usted llegara a estos parajes, se me apareció la Virgen y me anticipó su llegada,
diciéndome que moraría usted en estas tierras hasta que Dios lo llamara a su lado y sería
quien pondría fin a mi inmenso dolor de ver odio entre los que descendían de mis
entrañas... Y que habría en nuestras tierras una imagen milagrosa de Ella.
La anciana se acercó, para darle un prolongado abrazo y susurrarle al oído:
- Gracias señor don Diego; su vida no será larga, pero hará mucho bien y su obra
será continuada por la hija que su señora esposa lleva en las entrañas. Que Dios lo
bendiga.
Doña Perpetua, que así se llamaba la anciana, no quiso revelarle que la hija que
tanto esperaba sería traicionada por los que recibirían su bondad, engañados por las
fuerzas del mal, pero que antes de morir, los perdonaría y acogería nuevamente... igual
que Nuestro Señor.
Todos los presentes, después de abrazar cada uno a don Diego, se retiraron en
respetuoso silencio.
Don Diego se quedó meditando en lo importante que era la ceremonia y la liturgia
para sancionar los hechos trascendentes de la vida. Lo mismo que él había realizado,
hecho sin solemnidad, habría sido uno más entre todos los casos de que daban cuenta los
papeles del litigio; sin embargo, efectuado en forma ritual y solemne y con la invocación
de la madre de Dios se había transformado en un hecho definitivo. También reflexionó
en la diferencia de actitudes entre hombres y mujeres mientras pronunciaba la sentencia;
ellas, siempre altivas, con la mirada clavada en él; ellos, cabizbajos y sumisos, con la
cabeza gacha.
Antes de cenar, ordenó todos los papeles que tendría que llevar a Río Claro al día
siguiente y puso su bitácora al día con los últimos acontecimientos ocurridos en la
hacienda.
Don Diego y doña Elvira pasaron al living a servirse una segunda taza de café. A
un llamado de doña Rosaura, doña Elvira tuvo que ausentarse, momento que
inconscientemente, aprovechó el dueño de casa para meditar sobre la complicada
situación futura. Al poco rato, llegó a la conclusión de que sus métodos persuasivos
fracasaban rotundamente con su esposa y tomó la sencilla determinación de imponer su
autoridad, con todo el tino necesario. Mal que mal, era el jefe del hogar, era una persona
honorable y respetada y, si las inversiones de su suegro terminaban como temía, sería él,
le gustara a ella o no, el único apoyo económico de Rosaura. Pensó con tristeza que esa
desgraciada circunstancia sería, en definitiva, la que sometería a Rosaura a su autoridad.
A pesar de su devoción religiosa y de su forzada caridad, era una mujer consumidora y
de gustos caros. Jamás arriesgaría su seguridad económica por contradecirlo. "Bien",
pensó con un razonamiento muy típico de su acervo vasco, "problema resuelto y a otra
cosa'', durante el embarazo se haría el tonto, pero después pondría mano firme y no
volvería a caer en discusiones estériles que lo único que lograban era alterarle el ánimo.
El regreso de doña Elvira lo volvió a la realidad.
- Ahora duerme, Diego, gracias a Dios; realmente puede llegar a ser agotadora.
- Lo sé Elvirita, lo sé, y también estoy cierto de que nos dará tiempos muy
difíciles.
- Más de lo que usted se imagina, mi querido cuñado, más de lo que usted se
imagina... -interrumpió doña Elvira-.
- No, Elvirita, ya tengo una idea clara de lo que me espera. Apenas llegué, me
hizo un resumen; un planteamiento muy vago, pero que me permitió captar todo. Ha
vuelto a su religiosidad enfermiza, que la hace pretender salvarse a través de su
sacrificio, pero fundamentalmente, sacrificando a todos los que la rodean. Conociéndola,
intuyo de sus palabras que algo realmente serio está tramando contra el obispo. A su
vez, pretende rediseñar nuestra vida matrimonial -don Diego se detuvo un minuto a
pensar y continuó-. Usted sabe Elvira, el cariño que le tengo a Rosaura. No le digo
amor, porque me casé con ella sin conocerla, creyendo que iba a llegar a amarla. Pero
ella, ¡No se deja amar! Sinceramente lo he intentado; su personalidad me parece un
desafío digno de toda mi capacidad afectiva. Es una mujer hermosa, aunque no tanto
como usted, que posee además de la belleza física de su hermana, la belleza de la
bondad que ilumina todo su ser.
- ¡Ay, Diego querido, no diga eso!
- Perdón Elvira, pero con su venia, diré eso y mucho más. Usted es testigo de que
126
intenté, por todos los medios, llegar a una convivencia normal con Rosaura; como debe
existir entre dos personas con caracteres y formación diferentes, que sepan respetarse y
quererse. Le consta que no lo logré, a pesar de mis buenas intenciones, de mi
responsabilidad como esposo y de mi comportamiento intachable. Ella necesita
sirvientes, por no decir siervos, y no gente que la estime -don Diego volvió a meditar y
prosiguió- . ¿Qué le digo a usted, Elvirita? Usted es la persona que más la quiere en este
mundo, con un cariño que ella no sabe honrar. Yo llevo mucho tiempo tratando de
encaminarla para lograr una vida familiar satisfactoria. Cuando se veía acorralada por
mis argumentos, parecía ceder; sólo para recuperar fuerzas y volver a embestir. Tendré
paciencia durante el embarazo, siempre que esa paciencia no signifique que ella dañe a
terceros. Pero hoy, Elvira, he resuelto por fin, imponer mi autoridad en mi familia... y
punto. No me va a engañar más ni yo voy a desgastarme en discusiones y esfuerzos
inútiles. Voy a ejercer definitivamente mi función de jefe de familia con plena autoridad.
Si realmente quiere hacer votos ce castidad, ¡Allá ella!, ¡No seré yo quién la ruegue! Por
mi formación y mi religión le seguiré siendo fiel, pero no voy a pedirle me otorgue las
caricias que ella cree la van a condenar.
- Lo siento, Diego. Conociéndolo a usted y conociéndola a ella, me temía mucho
que este momento iba a llegar. Ojalá que tenga una niñita para que, en un tiempo más,
usted tenga la atención que se merece.
- Eso es cierto Elvira, pero ya que estamos a la hora de las verdades, le voy a decir
algo que no podré volver a repetirle jamás. Usted, Elvira, es la que me proporciona el
afecto y las atenciones que ella me niega -don Diego suspiró, se puso muy serio y la
miró al fondo de los ojos- . El destino nos hizo una mala jugada, mi querida Elvira. Esa
ausencia suya en La Serena, cuando conocí a su familia, impidió que nos conociéramos.
Si usted hubiese estado ahí, quizás, quizás... las cosas podrían haber sido muy distintas.
Usted y yo nos hubiéramos enamorado, pues nuestra empatía surgió de inmediato y,
como le consta, fue muy fuerte desde el primer momento. Sueñe un minuto e imagínese
cómo seríamos de felices, disfrutando de la vida que juntos habríamos construido en el
campo, sin las tremendas y absolutas restricciones que hoy tenemos, por nuestros
respectivos estados matrimoniales y nuestras creencias religiosas. Si incluso nuestros
temperamentos sensuales se complementan. Quizás Rosaura y Jaime habrían hecho un
espléndido matrimonio -Jaime es el príncipe consorte ideal y ambos habrían disfrutado
el reinado sobre la sociedad de Río Claro. Pero no fue así, amada Elvira, y... ¡Esa será
nuestra cruz!
Elvira no le había despegado la mirada y pensaba para sí: "¡Oh, Dios mío, lo sabe
todo! No podía ser de otra manera, pues él es inteligente y nuestro cariño demasiado
obvio". Lo miró con ternura; esa ternura, imperceptiblemente, y sin que ella la pudiera
controlar, se fue transformando en deseo. Su excitación se reflejaba tanto en él rostro
como en el cuerpo que, sin haber cambiado de posición, manifestaba una sensual
disposición de entrega absoluta. Sin preocuparse de ocultar su estado, suspiró y se
dirigió a su cuñado:
- ¡Ay, Diego! ¡Los caminos que no tomamos quedaron atrás! Es una ley de la
vida.
127
Se quedó un largo rato en silencio y luego prosiguió:
- Diego, usted puede confiar en que siempre, mientras Dios me de vida, estaré a
su lado y seré su mejor amiga, respetando las limitaciones absolutas que usted menciona
y que se interponen entre nosotros... aunque yo no piense exactamente de la misma
forma. Yo lo cuidaré y le daré el afecto femenino que necesita mientras crece su hija
porque al igual que usted, sé que será mujercita. Me ocuparé de Dieguito y de nuestra
Rosaura... ¡Nuestro querido tormento! Usted sabe, mi querido Diego, que puede
confiarme todas sus tribulaciones, penas y alegrías,... todo.
Se calló y vio dos gruesas lágrimas que corrían por el rostro dolorido de don
Diego. Ella no pudo contener las suyas y en silencio se puso de pie, le dio un húmedo
beso en la mejilla y se retiró discretamente de la habitación.
Don Diego, después de rezar sus oraciones hincado junto a su lecho, se acostó e
intentó, infructuosamente, conciliar el sueño. Estaba inquieto; su espíritu perceptivo le
hacia temer, casi con certeza, que las dudas que tuvo respecto de la sinceridad de su
esposa aquella noche en Quillacahue eran absolutamente justificadas. Estaba seguro de
que Rosaura intentaría hacer lo que se le diera en gana, usando ahora métodos menos
evidentes. A pesar de su profundo dolor, se hizo un firme propósito: no permitiría que
liquidara a Dieguito, transformándolo en un sacerdote sin vocación. El también sabría
cómo jugar sus cartas. Ya más tranquilo con esta determinación, pensó en su amada
Iglesia Católica. Antes de su viaje a Santiago tendría que preocuparse de conseguir una
audiencia con el arzobispo, monseñor Crescente Errázuriz. Por suerte, lo conocía con
cierta intimidad, el arzobispo estaba agradecido e impresionado por la eficacia con que
don Diego dirigió la ayuda de la Iglesia a los damnificados del terremoto que
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prácticamente había destruido Curicó y Talca; en diciembre del año anterior. Lo había
invitado a una cena privada al palacio arzobispal, junto a monseñor Arrau. Allí tuvieron
ocasión de hablar, latamente sobre los problemas causados por la intromisión de la
sociedad Río Clarense en los asuntos internos de la Iglesia y la deficiente enseñanza
otorgada por las monjitas a las jóvenes de la ciudad. A los pocos días, monseñor
aprovechó una ceremonia, en que se entregaron bendiciones papales a diversos varones
católicos que se habían distinguido por su labor en pro de la Iglesia, para solicitarle se
quedara a tomar té con él y recabarle mayor información de la marcha de la diócesis y el
convento, haciendo fe en la reconocida prudencia y reserva del hacendado.
A la mañana siguiente don Diego llamó a don Benjamín Urrejola, presidente del
Banco del Maule, y después de los saludos quedaron en que don Diego iría a almorzar el
viernes. Después se dirigió a la Compañía de Teléfonos del Maule.
En la compañía de teléfonos lo esperaba el gerente, don Hernán Urzúa,
acompañado de dos ingenieros. Después de servido el café, uno de éstos tomó la
palabra:
- Don Diego, de acuerdo con sus instrucciones hemos hecho los cálculos
pertinentes. Tal como usted nos había indicado la distancia desde Santa Elisa a “Las
Casas” de Quillacahue es de cuatro leguas, es decir tenemos que tender una línea de
dieciocho mil metros. En el presupuesto que le vamos a entregar está considerada una
postación distanciada a setenta y cinco metros, con dos alternativas de cableado: un
cable aéreo y conexión a tierra, o dos cables aéreos. Nosotros recomendamos, dada la
distancia, el cableado doble que le va a asegurar una excelente comunicación todos los
días del año. Los postes son de ciprés y los aislantes de loza importada de Alemania, al
igual que el aparato telefónico mismo, que quedaría instalado en su escritorio. De
aprobar usted el presupuesto, el trabajo se hace en quince días, apenas pase el invierno.
La compañía realiza la mantención periódica de las líneas y los aparatos, así como el
recambio de las baterías. En caso de emergencia por corte de las líneas, a causa de
temporales u otros accidentes, o falla de los aparatos, lo que es muy extraño, nosotros
nos comprometemos a efectuar la reparación antes de transcurridas veinticuatro horas de
recibido el aviso.
Después de esta explicación, tomó la palabra el gerente:
- Si usted, después de revisarlo, aprueba el presupuesto, nosotros se lo
financiamos a cinco años, con un crédito de la Caja de Crédito Agrario.
- Revisaré los presupuestos, señores- respondió don Diego y les prometo una
respuesta antes del fin de semana.
- Estamos seguros de que será positiva, don Diego- le respondió sonriente el
gerente-. En su caso, estamos cobrando solamente el costo, pues usted será el primer
abonado rural de Santa Elisa y estamos ciertos de que, dada su fama de agricultor
progresista, serán muchos los hacendados que lo imitarán.
- Se lo agradezco, Hernán… se lo agradezco. Creo que tiene razón; el campo debe
progresar y la comunicación telefónica es un avance importantísimo que ahorrará
131
muchos viajes y recados, además de romper el aislamiento, incluso se podran salvar
muchas vidas con una oportuna atención médica.
La visita a Duncan Fox fue un tanto más larga. Don Diego tenía que resolver la
compra de una trilladora, una enfardadora y una sembradora de granos, además de los
motores a vapor para mover la enfardadora y la trilladora. Después de revisar las
características de los diversos modelos, se resolvió por una trilladora McCormick-
Derring, una enfardadora de la misma marca y una sembradora John Deere. Respecto de
los motores, se llevó varios catálogos para compararlos con los que vería en Santiago, en
la fundición Libertad, donde también cotizaría una turbina hidráulica que le permitiera
mover un pequeño molino de trigo y un generador eléctrico, para dotar de electricidad a
"“Las Casas”" y las Bodegas.
Cuando ya se retiraba el gerente, don Douglas Pomeroy, lo invitó a servirse un
whisky a su oficina.
- Usted no sabe el placer que es para nosotros atenderlo en las adquisiciones para
su nueva hacienda. Respecto a los motores a vapor, don Diego, quiero ser muy honesto
con usted, pues deseo sea siempre nuestro cliente; los nuestros están un poco al justo en
cuanto a potencia para las máquinas que usted llevará. Le aconsejo que siempre compre
motores al menos con veinte por ciento más de potencia que lo recomendado en el
catálogo de la máquina que va a mover. Así no tendrá problemas. Aunque no me gusta
que le compre a un alemán, le recomiendo los que ha traído Küpfer, que, por lo demás....
son ingleses -el grueso gerente se rió a carcajadas con su ocurrencia- Ahora, quiero que
me acompañe al patio, pues deseo mostrarle algo.
En una esquina del amplio espacio, detrás de las bodegas, se encontraba instalada
una torre de fierro liviano, de unos 15 pies de altura. En el extremo superior giraba a
gran velocidad, una estilizada hélice.
- Don Diego, este ingenio llamado "Winchair", es americano, es decir, creado por
mentalidades de ascendencia inglesa. Se mueve con la más ligera brisa y está acoplado a
un pequeño generador de corriente continua de seis voltios que a su vez, carga una
batería. Con los vientos de esta zona le permite disponer de un kilowatt de potencia
permanente, lo suficiente para hacer funcionar un radiorreceptor y dos lamparitas de
lectura. Nosotros tenemos la representación exclusiva en Chile y lo estamos
promocionando. En el caso suyo, conocemos largos períodos que pasa en Quillacahue y
de su interés por el acontecer nacional y mundial, por lo tanto le rogamos lo acepte
como atención de la firma, junto a una radio "Marconi". Es lo menos que podemos
hacer, después de distinguirnos con sus importantes adquisiciones.
- La verdad, Douglas, es que sólo los había visto en revistas. Le agradezco y lo
acepto encantado; usted no sabe la falta que me hacía la radio en el campo.
- Me alegro, don Diego; me alegro mucho. La radio Marconi es de doce bandas y,
con la antena que le proporcionaremos, usted podrá escuchar, en onda corta, las diversas
emisoras de la BBC, más algunas españolas y varias americanas. Incluso la radio
Chilena se escucha bastante bien en onda corta. Yo le voy a pedir a mi secretaria le
mecanografíe mis apuntes personales, en que tengo anotadas las frecuencias y bandas de
132
las radios que mejor se escuchan y los horarios de los noticiarios. Como buen solterón
escucho mucho la radio por las noches, especialmente los conciertos de la BBC, que son
espléndidos. Usted no se preocupe de nada, cuando regrese de su viaje a Santiago, estará
todo instalado. Le dejaremos enchufe para la radio, tanto en su escritorio como en la
salita de estar donde su mucama Ofelia me atendió tan espléndidamente con un té con
"scones" que me hizo recordar mi querida Inglaterra, aquella vez que fui a presentarme y
ofrecerle los servicios de nuestra empresa.
- Efectivamente, Douglas,… qué memoria. No sabe usted lo conforme y
agradecido que me voy -le replicó sonriendo don Diego- . No solamente agradecido por
su espléndido presente, sino por su honradez al no recomendarme sus motores a vapor.
Su comportamiento, tan británico, me recordó los muchos amigos que hice en Inglaterra,
un país del que quedé prendado, Tanto es así Douglas, que voy a iniciar en Quillacahue
una crianza de vacas Durham, que en Inglaterra se conocen más por "Shorthorn". Así,
cuando usted vaya a cazar, como espero lo haga en la próxima cacería que organizaré a
mi regreso de Santiago, se sentirá como si lo hiciera en "Devon Farm". Le tendré hasta
un poco de niebla...
El inglés se reía estrenduosamente con las amables ofertas de don Diego. Después
de tomar un sorbo de whisky, dejó de reír y le manifestó:
- Será un honor para mí, don Diego.... será un honor.
Después del almuerzo, una vez que don Jaime y Dieguito se habían retirado, doña
Elvira y don Diego pidieron un segundo café al salón.
- Anoche estuve conversando con Rosaura, Elvira, y se me confirmaron todas mis
aprehensiones. Aunque se mostró relativamente dócil, capté perfectamente que está
decidida a hacer lo que se le dé la gana, manteniendo un falso y formal respeto hacía mí.
Es lamentable, pero ése es su carácter y su forma de ser y no los va a cambiar. Sé que va
a usar todas las artimañas posibles para tratar que Dieguito sea sacerdote y, además, va a
intrigar para sacar a nuestro obispo por no ser dócil con ella. Elvira, quiero que usted
sepa que con sus mismas armas, le impediré ambas cosas. Lamento que de aquí en
adelante no podré ser sincero con ella nunca más.
- Bueno, Diego, era difícil esperar otra cosa. En todo caso usted sabe que cuenta
conmigo, especialmente en cuanto a Dieguito. Respecto del obispo lamentaría mucho
que lo sacaran; pero ahí sí que yo no puedo hacer nada.
- Afortunadamente yo sí, querida cuñada- afirmó enfáticamente don Diego-
¡Afortunadamente, yo sí!, y usted va ser la única que lo va a saber; sé que no necesito
pedir su discreción.
- Confíe en mí, Diego, no se preocupe.
Luego de su acostumbrada siesta, don Diego se retiró a trabajar a su escritorio
para revisar el presupuesto del teléfono, preparar los antecedentes que debería llevar a
Santiago y poner al día sus cuentas. Efectuó además dos llamados; el primero al
secretario del arzobispo de Santiago, solicitando una cita con éste para la semana
siguiente; el segundo, al Obispo Arrau, quien quedó de esperarlo a tomar onces.
133
Cuando llegó al palacio episcopal, lo hicieron pasar al saloncito del segundo piso
donde lo esperaba el obispo Octavio Arrau.
Don Diego se inclinó y, después de besarle la esposa, lo saludó:
- Mi querido obispo, no sabe lo grato que es para mí poder visitarlo y conversar
con usted, aunque sea un rato breve.
- El placer es mío, don Diego, aunque no podría darle buenas nuevas.
- No se preocupe, monseñor, no se preocupe -lo interrumpió don Diego-. Conozco
mejor de lo que usted cree sus tribulaciones y estoy muy al tanto de las maquinaciones
que Rosaura, mi esposa, intentará en su contra; así es que no es necesario entrar en
mayores detalles.
- Gracias don Diego, me alivian sus palabras, pues yo estoy atado de pies y manos
por el secreto de la confesión. A pesar de ello, he rezado mucho por usted, mi querido
hacendado, pues me temo que salvo la noticia del embarazo de misia Rosaura, la forma
en que se presentan las cosas es difícil para usted.
- No se mortifique, mi querido obispo. Los errores que uno comete son solamente
culpa de uno y se deben afrontar. Pero al menos, voy a evitar nuevos daños, tanto a mi
familia, como a la Iglesia.
- Me alegro escucharlo, patroncito.
En ese momento la sirvienta trajo la bandeja con el té: tostadas, mermelada y una
tartaleta de damasco, después de servir se retiró. Don Diego esperó que cerrara la puerta
y continuó:
- Yo tengo muy claros mis principios y sé lo que debo hacer. Usted no se
preocupe, monseñor, que Rosaura esta vez no logrará dañarlo. Es muy importante lo que
usted ha hecho en esta diócesis y, más aun, lo que le resta por hacer. Usted sabe muy
bien que yo cuento con las herramientas para ayudarlo y sabe también que no lo hago
sólo por el aprecio que le tengo, sino por el amor que profeso a mi Iglesia.
- Gracias, don Diego... si tuviera diez feligreses como usted.
- Va a tener muchos más, mi querido obispo, la gente se carga a ganador -afirmó
don Diego- . Lo único que le pido es que se mantenga firme como una roca; no transe un
milímetro y continúe con el plan trazado para las monjitas, mire que la enseñanza de
nuestras mujeres es la base de la futura ig1esia.
- Lo tengo muy claro, don Diego, y usted me hace inmensamente feliz al
otorgarme su apoyo y aliento. No se preocupe, no voy a aflojar; ¡Ya va a ver dónde va a
ser asignado el curita Peña!
- Entre paréntesis, monseñor, me ha parecido muy bien el nuevo párroco de Santa
Elisa, el padre Andrés Ortúzar; tanto que dada la distancia que me separa de usted, le he
pedido que sea mi confesor.
- Perfecto, don Diego, perfecto. Por lo que lo conozco creo que puede ser amigo y
guía espiritual suyo. Es hombre de ideas claras y muy culto; le estoy tratando de abrir un
futuro importante. Por mí, no se preocupe; yo soy feliz mientras conservemos nuestra
amistad y usted siga aconsejándome en mis relaciones con esta difícil grey de Río Claro.
Es mucho lo que tenemos que hacer juntos, don Diego. No es por halagarlo, pero usted
es un católico íntegro y un hombre de fiar, como se encuentran pocos.
134
- No crea tanto, Monseñor: ¡Que lo intento, lo intento! pero como todo hombre,
caigo en el pecado, me levanto y vuelvo a empezar. Tengo temor a mi sensualidad,
especialmente en las nuevas condiciones que ha impuesto Rosaura a nuestras relaciones.
- Es difícil aconsejarlo, patroncito. Sé que usted es bastante rígido al respecto,
pero mi experiencia me enseña que es preferible liberar esas tensiones a dejar que se
acumulen y no creo que a usted le falten oportunidades.
- No, Monseñor, y perdone mi franqueza, pero considero esas soluciones una falta
de respeto a uno mismo y a la otra persona. Eso no quiere decir que yo juzgue a nadie
que siga ese camino, pero no es el mío.
- Ay, don Diego, es difícil, muy difícil. Como pastor, me veo en la obligación de
hacerle ver que su proximidad con mujeres buenas mozas casadas, como su cuñada, lo
ponen en peligro de pecados más graves que provocan un serio desquiciamiento social.
- No se preocupe, Monseñor. Yo quiero mucho a Elvira y sé que ella me aprecia,
pero ambos conocemos los límites que nos impone la moral.
- ¡Que Dios los ayude, don Diego,... que Dios los ayude!
Como lo tenían planeado, la mañana del miércoles, don Diego partió, a las seis de
la mañana, con don Emiliano Parot y dos de sus ayudantes, en el automóvil del
Tattersall, rumbo a la Hacienda las Bandurrias a revisar los lotes de vaquillas. El
camino, a pesar de que había llovido poco, se encontraba en condiciones deplorables,
por lo cual cubrir las diez leguas les tomó más de tres horas.
Cuando llegaron, las vaquillas ya estaban apartadas en doce lotes de ciento
veinticinco. Don Diego las recorrió, primero a caballo apartándolas una por una; luego
se desmontó y volvió a recorrer lentamente los lotes, tomando notas en una libreta.
Cuando terminó su revisión, pasado el mediodía, se reunió con Emiliano Parot y
comenzó a hacer sus observaciones, mientras los dos ayudantes escuchaban.
- La verdad, Emiliano, es que han traído ganado muy bueno. No se lo voy a
desmerecer para sacarle ventajas; pocas veces había visto mil quinientas vaquillas tan
parejas. Se nota que son de un sólo criador.
- Bueno, don Diego, está de por medio el prestigio de El Tattersal. Nosotros
pensamos que hay mucho campo que poblar todavía en Chile y Argentina debe ser
nuestro proveedor natural. Como usted sabe, hasta aquí las importaciones eran
realizadas, o por los propios agricultores, o por comerciantes de poca monta, y casi todas
las compras las efectuaban en Mendoza y Neuquén, que no son zonas de buen ganado.
Nosotros quisimos entrar con el pie derecho en este negocio y estamos comprando
donde se cría el mejor ganado de origen inglés puro, o sea, en las provincias de La
Pampa o Buenos Aires. De ahí llevamos el ganado por ferrocarril a la "Estancia La
Maravilla", que tenemos arrendada en el sur de la provincia de Mendoza, donde lo
preparamos para el arreo que hacemos por el paso "El Pehúen". En el cruce de la
cordillera, repostamos unos días las vaquillas en las majadas que rodean la Laguna del
Maule y, de ahí, las traemos hasta esta hacienda. Como usted ve, llegan en buenas
condiciones y, tal como observó acertadamente, son todas de una misma procedencia: de
135
la "Estancia Piedra de Agua", en Santa Rosa, perteneciente a don Ramón Santa Marina.
Este caballero tiene una masa de más de treinta mil cabezas Shorthorn. Los toros los
saca de su propia "Cabaña”68, donde usa solamente toros ingleses, y que es la que
siempre obtiene la mayor cantidad de premios en la "Exposición de Palermo".
- De la calidad no hay nada que discutir, Emiliano, así como tampoco de la
habilidad de su gente. Los lotes son todos buenos, sin embargo, han distribuido entre
veinte y veinticinco vaquillas ligeramente inferiores en cada uno. Yo entiendo que tienen
que vender todo el ganado, pero si yo estuviera en su caso, habría hecho lotes parejos y
de diferentes precios. Las vaquillas de menor calidad afean el lote completo y,
comparadas con las mejores... se ven peores de lo que son.
- No me va a creer, Don Diego, pero eso fue lo que yo argumenté. No obstante,
estos muchachos, que traen las últimas modas de Santiago, me convencieron de lo
contrario.
Los dos ayudantes, abochornados, miraban el suelo y se pateaban la punta de una
bota con la de la otra.
- Están equivocado, amigos -sermoneó don Diego-. Esa táctica resulta para
rematar ganado gordo... y no siempre; pero no para vender ganado de crianza de esta
calidad. Bueno, bueno, usted me conoce Emiliano, yo no soy de regateo: estoy dispuesto
a comprar doscientas vaquillas, que entiendo están palpadas y certificadas de preñez, al
precio que usted ha puesto; siempre que me limpien los lotes sacando las inferiores.
- Desde ya garantizamos que están preñadas, don Diego, pues las palpamos recién
hace quince días. Todas van a parir entre mediados de agosto y fines de octubre. En todo
caso, si alguna sale seca, se la remplazamos. Para ello, y con el fin de poder responder a
todos los compradores, vamos a dejar un lote de veinticinco vaquillas sin vender. Pero...
¿Mejorar los lotes que va a llevar y mantenerle el precio?
- Le conviene, Emiliano, le conviene -lo interrumpió don Diego Usted sabe que
siempre he trabajado con ustedes, al igual que mi padre. Estas vaquillas son la base de la
crianza que estableceré en Quillacahue y sabe muy bien que su firma va a vender los
novillos, las vaquillas de deshecho y las vacas viejas que se produzcan. Así es que, en el
fondo, está sembrando para el futuro.
Don Emiliano meditó unos instantes. Las vaquillas estaban en su precio justo y las
seleccionadas valían más, pero no podía perder un negocio así. Sabía que don Diego era
un vasco porfiado y buen negociador; no tenía alternativa, ya vería como explicaba su
decisión a la casa matriz.
- De acuerdo, don Diego, de acuerdo. ¡A usted no podemos decirle que no!
¿Quiere señalar los lotes y apartar las que no van?
- Los lotes son el seis y el once-indicó con seguridad don Diego- y, en cuanto a
sacar las inferiores,... eso se lo dejo a su mayordomo, que sabe muy bien cuáles son.
- Gracias por la confianza, patrón -le respondió el mayordomo.
68
Cabaña. Establecimiento de crianza de ganado fino de pedigree.
136
El gerente pensaba en la astucia de don Diego. Si el hacendado hubiera apartado,
el mayordomo habría intentado dejar en el lote algunas de las inferiores, dificultándole la
labor; en cambio, ahora el pobre hombre se sentiría responsable de dejar sólo las
mejores, pues don Diego había confiado en él. Olvidando el episodio, don Emiliano se
dirigió a don Diego:
- Con ese ojo para el ganado, no me cabe duda que le va a ir muy bien. Tal como
usted apreció, sin lugar a dudas, los mejores lotes son el seis y el once. ¿Qué le parece
don Diego, si mientras apartan el ganado nos refrescamos en “Las Casas” donde nos
esperan a almorzar?
Después de una reponedora cazuela y dos tazas de café cargado, regresaron a los
corrales. Tal como había imaginado don Diego, el mayordomo y su gente habían
limpiado muy bien los lotes.
- Bien, Emiliano, sólo nos falta marcar. Yo vendría personalmente con mi gente a
llevármelas por arreo, en unos diez a quince días más, una vez que regrese de Santiago.
- Como le parezca, don Diego. Nosotros también podríamos mandárselas a
Quillacahue. Como usted apreció, nuestra gente está acostumbrada a traslados mucho
más largos y, además, eso hace extensiva la garantía de preñez hasta su hacienda.
- Sabe, Emiliano, me ha dado una buena idea. Mándemelos con su gente y dos
días antes, enviaré acá a mi mayordomo de ganado y a un capataz. Así les servirá de
aprendizaje. Yo le aviso con anterioridad. En el intertanto, habían encendido el fuego
para calentar la marca de don Diego. Ésta había sido de su padre, era inconfundible y
consistía en un cuadro con una cruz superpuesta, cuyas puntas sobresalían del mismo.
Además de su originalidad, se apreciaba de lejos y no planchaba69.
Ya de regreso a la oficina de la firma en Río Claro, quedaron de acuerdo en ir el
lunes en tren a Curicó para seleccionar los toros en el criadero Agua Buena. El Tattersall
avisaría para que los esperaran en la estación.
Don Diego llegó cansado a su casa tras el largo día y, después de saludar con un
beso a Elvira y a Dieguito que salieron a recibirlo, se dirigió al dormitorio de Rosaura.
- Buenas noches, Rosaura, ¿Cómo ha pasado el día?
- Bastante mal, Diego, bastante mal. Las náuseas no me han dejado tranquila -se
quejó doña Rosaura, mientras se acomodaba en los almohadones-… A usted se le ve
bastante sucio, si hasta el pelo lo tiene gris de polvo.
- Si, Rosaura. Como, usted sabe, estuve todo el día seleccionando las vaquillas en
la hacienda “Las Bandurrias”. Sólo pasé a saludarla, pues me voy a dar un buen baño y a
cambiarme de ropa.
- Vaya que falta le hace. Después de cenar, pase a verme, porque tengo que
conversar con usted.
69
Se dice planchar cuando la marca, en vez de quemar los pelos en forma tal que el dibujo quede
nítido, quema como si fuera una plancha caliente dejando una mancha ilegible.
137
En la comida, Elvira, don Jaime y Dieguito escucharon fascinados, los
pormenores del viaje de don Diego a la hacienda Las Bandurrias y su ponderación
acerca de las vaquillas que había comprado. Era el comienzo de la crianza en
Quillacahue, rubro al cual don Diego le asignaba un gran futuro. El hacendado se
mostraba entusiasmado, tanto por el inicio de su plantel, como por la calidad del ganado
recién adquirido. Después de tomar el café y despedirse de sus cuñados y su hijo, se
dirigió al dormitorio de doña Rosaura. Ella lo estaba esperando, acomodada en sus
almohadones.
- Pase, Diego, acerque una silla y póngase cómodo.
- Gracias Rosaura. Sabe hija en vista de que sus malestares persisten, he estado
pensando en pasar mañana a conversar con el doctor Norambuena, para consultarle con
qué puede aliviar sus molestias y pedirle que la venga a ver más seguido.
- Bueno sería, Diego, que usted conversara con él, aunque por lo que me ha dicho,
no hay nada que hacer; sólo recuperaré mi salud después del alumbramiento. En cuanto
a las visitas, el viene al menos dos veces por semana y no creo que sea necesario más,
por el momento.
- Déjeme hablar con él, Rosaura, y ahí veremos -le respondió don Diego,
haciendo un movimiento en la silla como para levantarse-.
- No se retire, Diego -intervino de inmediato doña Rosaura Supe que había estado
de visita donde ¡Ese obispo! espero se haya convencido de mis razones.
- Efectivamente, Rosaura. Tal como le prometí, primero hablé con gente de plena
confianza mía y después tuve una larga charla con el obispo. Estoy más convencido que
nunca de que lo está haciendo muy bien. Tanto sacar al padre Peña de asesor del
convento, como el inminente cambio de la madre superiora me parecen medidas muy
acertadas.
- Diego, ¿No se da cuenta que ese hombre está minando los cimientos de la
Iglesia católica en Río Claro? Y usted, mi esposo, lo apoya en la destrucción de nuestros
principios, tan bien interpretados por la madre superiora Sor Dolores. Ella apoyada en
ese santo varón que es monseñor Francisco Peña, ha sabido mantener la línea de sus
antecesoras, quienes en su tiempo, fueron las forjadoras de las virtudes de las señoras de
nuestra sociedad. Y, más aún...
-Rosaura -la interrumpió don Diego- usted sabe que yo no quiero causarle
molestias en su estado. Ya quedamos claros en que cada uno viviría su religión de
acuerdo a sus dictados; que yo llevaría las relaciones de nuestra familia con Iglesia y la
sociedad de Río Claro; y que usted no haría nada en contra de nuestro obispo. Creo, por
lo tanto, que el tema no da para más.
- Bien Diego, lamento su determinación. Eso sí, debo advertirle, por última vez,
que está cometiendo un grave error. Pero... como esposa, acato su autoridad. Ahora, si a
usted no le importa, desearía dormir.
Don Diego se paró y, acercándose a su esposa, le dio un beso en la frente:
- Que descanse con Dios, Rosaura.
- Igual usted, Diego.
Doña Rosaura se quedó un rato meditando en lo importante que era que don
138
Diego creyera en su acatamiento. Se quedó dormida, pensando en lo sigilosa que tendría
que ser en los próximos movimientos y lo adecuado que era estar en cama,
aparentemente fuera de circulación.
El jueves en la mañana, don Diego se dedicó a trabajar en su escritorio y a la una,
se dirigió a almorzar con sus amigos del Club Social, con quienes departió hasta bien
entrada la tarde. El tema dominante era la reciente creación de la provincia de
Magallanes, donde los ingleses habían comprado grandes extensiones de tierra para
formar estancias ovejeras, tal como antes lo hicieran algunos españoles, por ejemplo, los
Campos y los Menéndez. Era el sentir general que la expansión de la ganadería ovina
haría prosperar rápidamente esa zona, ante la gran demanda mundial de lana. Se hablaba
de un fuerte movimiento migratorio de familias jóvenes que querían participar en las
periódicas subastas de terrenos fiscales, para establecerse en esa austral zona.
Don Diego comentó que creía muy bueno poblar rápidamente esos promisorios
territorios, pues si no, a la larga, los perderíamos frente a Argentina. También que por lo
que había visto en el norte de Europa, las condiciones climáticas no impedían criar
ganado vacuno ya adaptado a climas similares, como la raza Hereford. Al llegar a este
punto, todos sus amigos le consultaron por su compra de vaquillas al Tattersall, noticia
que había convulsionado el ambiente rioclarence.
- Soy un convencido, mis amigos, que parte importante del futuro de nuestra zona
se encuentra en la ganadería. Este ganado Shorthorn, o Durham, como se suele llamar
aquí y en Argentina, reúne grandes condiciones, por el hecho de ser de doble propósito.
Produce un novillo grande, pesado y de carne muy sabrosa, gracias a que gran parte de
la grasa está infiltrada en los músculos y no rodeándoles, como en el animal criollo. Se
logra así una carne más tierna y de mejor sabor. A su vez, la vaca, aunque se ordeñe con
ternero, da una leche muy gruesa, con más de cuatro y medio por ciento de grasa, lo cual
la hace apta para la producción de mantequilla y queso.
A la hora del café, todos mencionaron su ingreso al directorio del Banco del
Maule como un hecho y le plantearon la posibilidad de su candidatura a diputado. Con
mucha claridad, don Diego les explicó que, si se lo ofrecían, aceptaría el cargo de
director del banco, pero que su trabajo en Quillacahue era incompatible con una
diputación, que lo mantendría ocupado la mayor parte del tiempo en Santiago.
Cuando ya se retiraban del club, don Martín Osorio, presidente del mismo,
después de tomar su bastón y calarse el sombrero, lo tomó del brazo.
- Acompáñeme a caminar un rato por la plaza, don Diego; a mi edad, es necesario
hacer un poco de ejercicio después de las comidas.
- Encantado, don Martín, usted sabe que siempre he disfrutado de su compañía y
de sus sabios consejos.
Don Diego apreciaba mucho a Don Martín. Era un abogado prácticamente
retirado, pero que a sus sesenta años se conservaba muy bien y absolutamente lúcido. Su
cultura e interés por los asuntos públicos lo habían convertido en el imperceptible
conductor de la sociedad rioclarence.
- Siempre usted tan amable, don Diego. Tengo que volver a agradecerle la grata
cacería que disfrutamos en su campo.
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- No tiene nada que agradecer, don Martín. En Quillacahue tiene su casa y
siempre será bien recibido.
- Gracias don Diego- pero no lo voy a distraer más e iré directo al grano. Por
Benjamín Urrejola, sé que mañana se le ofrecerá el cargo de director del banco.
Acéptelo, es un buen acuerdo, tanto para el banco, como para usted mismo. Al banco
aportará usted su reconocido buen criterio y sus conocimientos, no muy frecuentes por
estos lados. A su vez, podrá estar enterado de lo que sucede en estas provincias y
conocer de negocios nuevos. Además, como usted sabe, el banco ha financiado
numerosas operaciones especulativas de acciones. Su suegro, que al igual que yo es
director, me ha comentado con preocupación, las aprehensiones que usted tiene frente a
lo que está sucediendo. Después de que me relató en detalle su manera de pensar, caí en
la cuenta de que su racionamiento es bastante lógico . Ojalá se equivoque, pero, si no es
así, el banco va a pasar momentos difíciles y su presencia puede ser crucial.
- Si usted y la mayoría de los accionistas me lo piden, don Martín -interrumpió
don Diego- los acompañaré. Usted sabe, pues lo hemos conversado muchas veces, que
estoy muy interesado en el desarrollo de nuestra zona y el banco es una palanca
fundamental de desarrollo.
- Me alegra escucharlo, don Diego- le dijo cariñosamente el presidente del Club
Social, mientras se sentaba en un escaño de la plaza y le indicaba a don Diego que lo
hiciera a su lado. Me alegro muchísimo, porque sus palabras facilitan plantearle mi
verdadera inquietud.
- Adelante, don Martín- lo alentó don Diego.
- Bien, don Diego. Si usted acepta el cargo del banco, va a tener que venir
quincenalmente a Río Claro y me gustaría mucho aprovechar esa coyuntura para que
asumiera el cargo de vicepresidente del club. Usted, al igual que su padre, siempre ha
entendido lo importante que es este pequeño centro de cultura y debate de ideas. Nuestra
gente es gente buena, pero en general, muy inculta y sus intereses son muy locales; sin
embargo, están ávidos de conocer algo más del mundo. A su vez, sea o no justo, este
pequeño círculo, dada la posición de sus socios, influye en el futuro de una vasta región
y, en alguna medida, del país.
Don Martín, que se veía de bastante más edad que sus años, se quedó pensativo y
prosiguió:
- No veo claro el futuro, don Diego; lbañez, de hecho, es un dictador y por ello no
creo que el próximo parlamento tenga ninguna importancia. ¡Si no la tiene el actual! No
habría sacado nada usted con sacrificarse por un cargo de diputado. Creo que, en estas
circunstancias, su presencia en el club puede ser trascendente. Por ello, don Diego, como
ahora va a tener que estar más tiempo en nuestra ciudad por sus nuevas obligaciones en
el banco, me he permitido plantearle esta inquietud. Yo estoy viejo y mi salud, como
usted habrá apreciado, quebrantada, y deseo tener la tranquilidad de saber que el día de
mañana, en el club quedará en buenas manos.
Don Diego no dudó un instante, pues sabía lo cierto de las palabras de su amigo
Martín.
- ¡Cuente conmigo Martín, cuente conmigo!
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- No sabe la tranquilidad que me confiere su decisión. Se lo agradezco a nombre
de club... y de la zona.
Como todo banco que se precie, el Banco del Maule contaba con regias
dependencias para el presidente y los directores, así como con un lujoso comedor
antecedido por un saloncito para servir los aperitivos, bajativos y entremeses. Durante el
transcurso del opíparo almuerzo, en el cual se encontraba presente el directorio en pleno,
don Benjamín Urrejola, presidente del mismo, condujo hábilmente la conversación, sin
141
mencionar el tema de fondo. Recién cuando pasaron al salón a servirse café y coñac, don
Benjamín tomó solemnemente la palabra:
- Además del deseo de disfrutar del placer de su compañía, don Diego, esta
reunión que ha resultado tan grata, tiene un objetivo específico.
Don Benjamín se alzó de su sillón y, poniendo cada pulgar en los bolsillos
correspondientes de su chaleco, carraspeó y prosiguió.
- Es un honor para mí, en mi condición de presidente del directorio de este banco
e interpretando la voluntad de todos los directores en ejercicio, aquí presentes y que
representan el ochenta y cinco por ciento de las acciones emitidas, ofrecerle a usted, don
Diego González, el cargo de director de esta institución cargo que está vacante por el
lamentable fallecimiento de don Eduardo de la Cruz. Si usted acepta, el directorio, como
le ratificará posteriormente el señor Fiscal, está facultado para llenar la vacante por el
período que le restaba al director fallecido; es decir hasta la junta general de febrero del
próximo año. De más está decirle que existe el compromiso de reelegirlo en esa fecha,
como corresponde.
Don Benjamín tomó un pequeño descanso y prosiguió:
- Mi estimado Diego creo mi deber manifestarle que en raras ocasiones se produce
un acuerdo unánime como éste; lo cual demuestra el interés que tenemos por contar con
usted, que de aceptar, honrará con sus cualidades este directorio.
Don Diego, siguiendo el mismo ceremonial, expresó su satisfacción por el
ofrecimiento, manifestó que lo aceptaba con humildad y gratitud y que haría lo posible,
dentro de sus capacidades, por colaborar activamente, también resaltó la importancia que
para él tendría el banco en el desarrollo de la zona.
En un aparte, don Diego se acercó a su suegro:
- Antonio, por Rosaura y Elvira he sabido de la salud de Rosa Ester. Espero, si
usted lo considera prudente, visitarla mañana sábado en la tarde, pero antes me gustaría
contar con su compañía. Si no tiene otro compromiso lo espero a comer esta noche.
- Gracias Diego iré encantado. Rosa Ester sigue igual, pero estoy cierto estará
contenta de que usted la visite... y me alegró mucho que haya aceptado este cargo. Nos
vemos a la hora de comer.
Después de que se retiraron los directores, don Benjamín hizo pasar a don Diego a
su despacho y pidió más café. Don Diego se anticipó al presidente del banco y le dijo:
Benjamín sé que en buena medida, este nombramiento es obra suya. Se lo
agradezco y, como ya manifesté, trataré de cooperar en lo que pueda.
Lo cual es mucho, Diego. Usted reúne tres condiciones que nos hacen mucha
falta: buen criterio, conocimientos sólidos de economía y finanzas y buena información.
Los tiempos no son fáciles Diego, y si su pensamiento respecto de las especulaciones
bursátiles, que he conocido por su suegro y por Martín Osorio, resulta cierto, tendremos
momentos muy duros. -Don Benjamín se acercó a su escritorio y cogió una carpeta que
luego agitó en el aire-.
- Hemos financiado muchas operaciones de compras de acciones; es cierto que
tenemos garantías adicionales,... pero al ser los deudores gentes relacionadas al banco, si
algo llegara a pasar, el ejecutar esas garantías va ser muy doloroso.
142
- Lo tengo muy claro, Benjamín desgraciadamente cada día estoy más convencido
que esta alza ininterrumpida de las acciones, tanto extranjeras como chilenas no puede
continuar;... comenzando por las primeras. Y usted sabe muy bien que en esos casos se
produce una bola de nieve. Ante las primeras bajas, los inversionistas se asustan y salen
todos a vender, lo cual empeora la situación y puede llevar el mercado, en esas nuevas
circunstancias, a precios inferiores de los que deberían ser. Ojalá me equivoque,
Benjamín.... ojalá me equivoque.
De regreso a su casa, don Diego fue informado por Angélica, la dueña de casa,
que su patrona doña Rosaura, se encontraba durmiendo. Pidió un café y se retiró al
escritorio. Al poco rato, después de un ligero golpe en la puerta, entro su cuñada Elvira.
- Buenas tardes Diego, estaba esperando su regreso -se acercó a su cuñado, que se
había levantado de su asiento, y le dio un suave beso en la mejilla-, y cuénteme cómo le
fue con el doctor y también en el banco.
- Buenas tardes, mi querida Elvira, sentémonos acá -señaló dos sillones frente a
su escritorio- ¿Desea acompañarme con un café?
- No Diego, muchas gracias.
- Bueno Elvira, tal como nosotros dos sabíamos, el embarazo es absolutamente
normal y todas las molestias de Rosaura surgen de su mente y son parte de su forma,
entre consciente e inconsciente, de atraer la atención. Como usted sabe, el poder de la
mente es muy fuerte y ella, por decirlo así, logra sentirse realmente mal. Lo mismo
sucedió cuando esperaba a Dieguito... y después a Andresito, como usted recodará.
- Por supuesto, mi querido cuñado, no es como para olvidarlo. Sufrió tanto que
después de la muerte de Andresito, tomó la decisión de no tener más familia.
- Así es Elvira. Han pasado más de nueve años desde ese embarazo. Y no me cabe
duda alguna que este será peor y, por supuesto, el último.
- No se queje, Diego, no se queje. Tiene la suerte de tener a Dieguito y ésta que
viene va a ser la niñita que usted tanto anhela.
- En realidad, Elvira, tiene toda la razón. Y perdone, usted que tiene todas las
condiciones para criar hijos, no ha podido... por los problemas de salud de Jaime.
- La verdad, Diego, es que Jaime no tiene ningún problema, al menos de salud;
supe que tiene un huachito con una dependienta de la notaría.
- Lo sabía, Elvira, lo sabía; mas tenía la esperanza de que no usted no se enterara.
- No se preocupe, cuñado. Nada puede importarme menos. Calza perfecto con su
manera de ser. Jaime, en su inmensa comodidad y egoísmo, no quiere ser padre de
verdad. Respecto de esa pobre mujer, basta con darle unos pesos al mes y no hay más
responsabilidad, pues jamás lo va a reconocer legalmente.
Doña Elvira se alzó y, con la vista puesta en el infinito, miró por la ventana que
daba al patio interior. Luego se volvió y clavó su mirada en los ojos de don Diego.
- Además, mi querido cuñado, si tuviera una familia propia no podría ocuparme de
Rosaura, ni de Dieguito, ni de su próxima hija. Tampoco podría cuidarlo, dentro de mis
limitaciones, a usted que ¿Para qué se lo voy a ocultar a estas alturas?, es quién más me
143
importa. Respecto al nombre de la niña,... ¿Se da cuenta que ya hablamos de la niña
como si tuviésemos la certeza de que va a serio?
Confesiones dolorosas
Don Diego prosiguió su viaje a Santiago en un tren que pasó por Curicó a las
cinco de la tarde. Pensando en este mundo fantástico de la ciencia aplicada a la
agricultura y a la ganadería que recién se iniciaba e imaginando lo que podría hacer en el
futuro en su querida hacienda Quillacahue, el tiempo transcurrió sin que lo percibiera y
recién salió de sus ensoñaciones cuando el convoy ya ingresaba a la Estación Central.
Se trasladó en una Victoria (75) hasta el Hotel Crillón, donde después de una
deliciosa y opípara cena, se retiró a descansar a su dormitorio. Pidió un llamado
telefónico a su casa, en Río Claro; Elvira le comunicó la falta de novedades importantes.
Después de rezar hincado al borde de la cama, se acostó sumiéndose de inmediato en un
profundo sueño.
En esos momentos ingresaron al salón dos criadas, trayendo las bandejas con el
té. Tras ellas venían los curas y las monjitas que trabajaban en palacio arzobispal. De ahí
en adelante, la conversación se desvió a otros temas.
Al acompañar al hacendado a la escalera, monseñor dejó su bastón colgado del
brazo de un sillón, lo abrazó cariñosamente y le manifestó:
- Me ha aportado usted una gran idea, don Diego, una posible acción que
realmente me entusiasma. Quizás aún puedo dejar una huella importante de mi paso por
esta tierra, además de haber logrado la separación de nuestra Iglesia y el Estado en la
Constitución de 1925, que fue sólo la culminación de una lucha de más de cuarenta
años, en la cual otros realizaron más que yo. Yo sólo usufructué de mi amistad con ese
gran tribuno, Arturo Alessandri, que espero vuelva algún día a gobernar este país.
Meditó unos segundos y se dirigió a don Diego.
- Usted por su lado, prudencia, hijo mío predilecto, prudencia.
- No se preocupe, Monseñor actuaré de acuerdo con sus consejos. A propósito, al
igual que usted, espero que Alessandri vuelva para terminar su fecunda labor.
Don Diego se arrodilló y se dirigió al arzobispo:
- Solicito humildemente su bendición Monseñor.
- Dios le bendiga, en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, amén.
Vaya en paz, hijo mío.
Esa misma noche, durante la cena, su amigo Ricardo Larraín le confirmó lo
aseverado.
- Esto es una locura, Diego, una locura. Y no solamente aquí, en todo el mundo.
La gente gana cada día más y, con ese dinero adicional, parece no saber hacer otra cosa
que divertirse. Desde los más humildes hasta los más encumbrados. Mientras, Hitler se
sigue preparando. Mis amigos ingleses me cuentan que las fiestas y cacerías en el
palacio de Chester, de nuestro querido amigo el duque de Westminster, alcanzan niveles
de inmoralidad, fastuosidad y despilfarro sólo comparable a lo que creemos fue
Pompeya. En Francia, para qué decir. La nobleza ya no trepida en organizar orgías como
las que antes eran patrimonio de la soldadesca y de las prostitutas.
- De algo me había percatado a través de las revistas, Ricardo, pero no pensé que
llegara a tales extremos.
- Así es, Diego, así es. Obviamente que Santiago no es Europa. Sin embargo, el
ánimo festivo y la relajación de las costumbres también han llegado. Los bailes
comienzan todas las noches en los pisos bajos de tu hotel y nadie sabe dónde acaban al
157
amanecer.
Ricardo sonrió picarescamente y continuó:
- Aunque sé que me lo reprocharás, te debo decir que personalmente lo he pasado
bastante bien, siendo compañero de alcoba habitual de las más bellas damas de
Santiago; tanto solteras, como casadas.
Ya te aburrirás Ricardo, y ruego a Dios, sentarás cabeza y formarás una familia.
- No por el momento, Diego, no por el momento. Ricardo se quedó pensativo un
rato y continuó:
- Está todo trastornado con esta locura especulativa. Me creerás, Diego, que el que
hasta hace poco fuera el brillante ministro de hacienda de Inglaterra, Winston Churchill
ha hecho una pequeña fortuna especulando en la Bolsa de Nueva York, en parte, debido
a un error. Resulta que su corredor creyó que el límite puesto por Churchill para el total
de la especulación, lo era para cada transacción. Gracias a ello, ganó una cantidad
exorbitante.
- Lo único que yo sé, Ricardo, es que este asunto no se sostiene. Lo he pensado
mucho y creo que Hoover, el nuevo presidente de Estados Unidos está aplicando la
política incorrecta. Cuando debiera fomentar el comercio internacional, reduciendo las
tarifas aduaneras, hace todo lo contrario y, adicionalmente, mantiene la prosperidad
artificial mediante una inflación ficticia de la oferta de dinero. El circulante no ha
aumentado, pero en cambio, el crédito se ha duplicado en pocos años.
- Bueno, Diego, me alegro que pienses así... Me daría mucha rabia haber dejado
de ganar todos estos meses, como me lo recuerda diariamente mi amigo Clemente
Zañartu.
- Hiciste muy bien, Ricardo, hiciste muy bien. Tu fortuna es sólida y no va a
desaparecer, como la de todos los especuladores. Ojalá tuvieras el mismo buen criterio
en tu vida personal.
- No seas duro conmigo, Diego. Sólo tomo lo que me dan; tengo que aprovechar
mi juventud.
- Agradezco a Dios que, para cuando mi hija esté en edad de merecer, ya no
estarás en disposición de seguir tus calabazadas.
- Perdón, Diego -exclamó Ricardo, alzándose de su silla para abrazar a su amigo-,
no te había felicitado. Por lo demás, puede ser otro varón y deberás seguir buscando la
mujer.
- No, Ricardo, será mujercita.
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El sábado las llevó de madrugada al corral donde las individualizó, una a una, con
un crotal71. Estos estaban previamente preparados y numerados del 001 al 200. En un
libro abrió una página con igual número a cada vaca, donde iría llevando su historial:
fecha de llegada, tratamientos, encastes, partos, sexo y número del "crotal" de la cría, y
por último, fecha y causa probable de muerte. Aprovechó para desparasitarlas contra el
parásito causante de la "distomatosis", dosificándolas con cápsulas de tetracloruro de
carbono. El parásito que causa distoma hepático era un parásito que podía ser
devastador, siendo ya endémico en la Argentina.
- La verdad, don Diego, mejor no averigüe ninguna cosa. Por un lado, cantan muy
bien y van a animar la fiesta y, por el otro, más tarde le podrán vender sus encantos a la
muchachada, sin que éstos corran el peligro de ir borrachos a Santa Elisa. Acuérdese,
patrón, la tremenda desgracia, allá en Los Hualles, cuando se dieron vuelta en una
carretela por ir donde las "niñas" de Río Claro después de una fiesta. Murieron dos y
otro quedó tullido de por vida.
- ¡Ay, Ofelia! Tú siempre tan práctica.
- No se preocupe, patrón. Las casadas no van a soltar a sus hombres. Esas niñas
solamente van a servir de alivio a los solteros. Y es mejor así, si no, los muchachos
envalentonados por el trago podrían haberse dedicado a perseguir a las muchachitas de
aquí.
Don Diego buscó a Manuel un buen rato hasta que sus ojos se encontraron. El
primer mayordomo se escabulló rápidamente. Ofelia, que se había percatado de todo,
intercedió:
- No le diga nada, don Diego. Lo hizo para mejor.
- No te preocupes, Ofelia. Qué quieres que haga, si hasta nuestra querida Iglesia
católica encuentra un mal menor el oficio de estas mujeres.
Entre tanto, la fiesta estaba en su apogeo. Los menores se entretenían con los
juegos típicos: el palo y el chancho ensebados, las carreras de ensacados y las carreras
con huevos en una cuchara. Los mayores se agolpaban en las "carreras a las chilenas" o
bailaban al compás de las guitarreras locales, mientras las "artistas" recién llegadas de
Santa Elisa afinaban sus instrumentos. A medida que transcurría la tarde, el bullicio y la
cantidad de borrachos aumentaban en forma proporcional a la caída de la noche.
Poco antes de que don Diego se retirara, unas cantoras de Greda Negra
comenzaron a cantar cuecas, improvisando la primera en que ensalzaban a don Diego y
163
sus dotes de patriarca de la zona. Poco a poco se fueron incorporando huasos y chinas.
Destacaban por su juventud, belleza y picardía, la pareja compuesta por Uberlinda hija y
Sofanor Segundo Oyarzún, el muchacho que quería sembrar sandías. Él la encerraba, en
cada vuelta, en el círculo formado por sus brazos, unidos por el pañuelo que aleteaba en
sus manos. A medida que la cueca iba ganando intensidad, el círculo se estrechaba, en
una actitud de sutil acoso. Ella se escabullía por debajo con un despreciativo gesto,
echando hacia atrás la cabeza, como si se despidiera molesta de su pareja. Sin embargo,
rápidamente se acercaba nuevamente hacia él, en una actitud de coqueta picardía. Luego
lo alentaba aún más, levantando con su mano derecha la falda, en un gesto de franca
incitación que alcanzaba a mostrara la desnudez de sus piernas. Él aprovechaba la vuelta
siguiente para volver a encerrarla, acercando su rostro al de ella en actitud solicitante.
Mientras el ritmo tan español del zapateo se aceleraba, la tensión crecía minuto a
minuto. Realmente bailaban muy bien, con una mezcla de fuerza y sutileza difícil de
lograr. Llegó un punto en que las demás parejas los dejaron bailando al centro. La última
vuelta, antes de dar paso al tradicional paseo, puso fin a lo que pareció más un acto de
cortejo prenupcial que una danza.
Más de Quillacahue
El martes el directorio del banco se inicio a las diez de la mañana, con el usual
comité de créditos. Se interrumpió para almorzar y continuó a las tres, con un detallado
análisis del estado de situación al 31 de Mayo. Don Diego pidió la palabra para plantear
lo que había estado estudiando el domingo en la noche:
- Señor presidente, señores directores. He analizado con mucha calma el estado de
situación y me gustaría hacer una proposición. Como ustedes observan, y ello está
perfectamente acorde con nuestra función bancaria, el sesenta y cinco por ciento de
nuestro activo esta compuesto por colocaciones, las cuales por definición son activos de
riesgo.
Observó a los demás directores que lo miraban con expectación, tratando de
adivinar para dónde iba. Don Diego continuó:
- Sabemos, también, que un alto porcentaje de esas colocaciones son créditos
otorgados a nuestros clientes para especular en acciones, las cuales están otorgadas en
garantía a nuestro banco. Ustedes conocen mis aprehensiones respecto al valor futuro de
esos títulos y, creo que debemos tomar algunos resguardos, los cuales afortunadamente
son posibles. Si ustedes observan, verán que como banco también tenemos fuertes
inversiones en acciones; prácticamente veinticinco por ciento del activo total. Mi
opinión es que debemos disminuir el riesgo, cambiando esas inversiones en títulos
accionarios por inversiones en oro. En este momento las acciones están a su nivel
histórico más alto y, como consecuencia de lo mismo, el valor del oro está deprimido.
Por lo tanto, es un momento muy oportuno para comprar.
Varios directores comenzaron a hablar al mismo tiempo y el presidente tuvo que
solicitar orden, otorgándole la palabra a don Santiago Escala.
- Presidente todos conocemos la forma de pensar de don Diego Y obviamente la
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respetamos, porque sabemos de sus estudios y conocimientos. Sin embargo, son muchos
los expertos internacionales que avalan la posición tomada por el banco, que es la misma
que han seguido los grandes bancos, tanto nacionales, como extranjeros.
Don Santiago observó las expresiones de los directores, viendo que la mayoría lo
acompañaba, y prosiguió.
- Es más, como ustedes saben, estas inversiones han sido altamente rentables para
el banco. Recuerden que cuando tomamos el acuerdo de comprar acciones fue con un
tope del cinco por ciento del activo y hoy, a poco más de un año y medio, ellas han
aumentado de valor hasta llegar al veinticinco por ciento, como observa don Diego. Al
mismo tiempo el activo del banco ha crecido, lo que demuestra la bondad de la
inversión. ¡Han multiplicado más de cinco veces su valor! He de recordarles que eso fue
lo que nos permitió dar un jugoso dividendo a los accionistas y fijarnos una dieta
adecuada a nosotros, los directores. ¿No le parece, don Diego, un excelente negocio?
- Mi estimado don Santiago, excelente negocio va a ser el día que se vendan, es
decir, el momento en que efectivamente se "realice el negocio". En el intertanto,
mientras más suban mayor es el riesgo, y esos dividendos y dietas se están girando
contra "utilidades eventuales", no "utilidades ciertas". Yo considero, como se los
expliqué latamente el mes pasado, que el valor de las acciones no corresponde a ninguna
realidad objetiva y, en la eventualidad de un desplome de su valor, que considero
probable, no tenemos resguardo alguno. El oro tiene dos virtudes para este caso: un
valor intrínseco indiscutible y el hecho de que su precio juega a la inversa de las
acciones; si éstas llegan a caer, el oro subirá fuertemente.
El hacendado se detuvo un instante y vio cómo su suegro lo miraba en señal de
desaprobación. Decidió concluir su intervención:
- A todo evento, aprovecharíamos lo ganado con las acciones y diversificaríamos
nuestras inversiones, lo que siempre es prudente.
Los únicos directores que lo acompañaron fueron el presidente, don Benjamín
Urrejola, y su viejo amigo don Martín Osorio, presidente del Club Social. Llevada a
votación, la proposición fue denegada por amplia mayoría.
Acompañado de su suegro, a quien había invitado a cenar, caminaron hacia su
casa, sin que cruzaran palabra en el camino. Cuando llegaron, Angélica le río la puerta y
Elvira se acercó a saludarlos. Les informó que Rosaura había solicitado que no se le
molestara, pues estaba con jaqueca. Luego, ambos se dirigieron directamente al
escritorio.
Después de preparase sendos vasos de Whisky, don Antonio abrió la
conversación:
- Diego, lamento que en su primera sesión de directorio haya sufrido un traspié.
Quizás fue un poco imprudente intentar, de inmediato, variar la política de inversión del
banco...
- Mi querido Antonio -lo interrumpió don Diego con cara de mucha preocupación-
no es problema de prudencia, es materia de obligación. Ojalá me equivoque, pero yo
estoy convencido de mi planteamiento y, por lo tanto, tenía que hacer lo posible porque
el banco tomara algunos resguardos mínimos. Y, dejando a los bancos, usted Antonio ya
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ha ganado una fortuna que normalmente cuesta generaciones amasar. ¡Venda, rescate la
hipoteca de su fundo y podrá vivir como un rey el resto de sus días! ¿Se da cuenta cuál
sería su posición si yo tengo razón?
Don Diego esperaba una respuesta agresiva de su suegro, mas lo vio muy
pensativo.
- Sabe, Diego- se interrumpió un momento y luego continuó-... lo que voy a
plantearle, mi querido yerno, tiene que quedar entre usted y yo. La verdad es que he
comenzado a atemorizarme. Es mucha ganancia, muy rápida, algo a lo que no estoy
acostumbrado. Además, mi hijo Antonio me escribió de La Serena. Él también hizo una
fortuna, especulando en acciones. Estoy hablando de una fortuna varias veces mayor que
la mía. Hace quince días, vendió todo e invirtió en oro. Va a venir pronto a vernos, por
la salud de Rosa Ester, y me pidió le buscara un fundo. El es de acá y no se acostumbra
en el norte. Con lo que ha ganado, puede comprarse un estupendo campo y dotarlo de
ganado. En todo caso, le respondí que eso lo hablara personalmente con usted, que está
más activo en ese ambiente.
Se quedó un rato silencioso y prosiguió
- Todo ello, más la salud de Rosa Ester, me llevó a tomar una decisión que usted
va a ser el único en saber, por el momento. Al 31 de diciembre, voy a liquidar todas las
acciones. Como usted dice, con ello tendré tranquilidad económica el resto de mis días.
Después que se haya ido Rosa Ester, voy a comprar una casa en Santiago, donde he
hecho muy buenos amigos, y pasaré una temporada aquí y otra allá. Usted me conoce,
Diego; lo más probable es que me case con una dama santiaguina... algo ya tengo visto;
a usted se lo puedo adelantar, porque como hombre entiende esas cosas.
Don Diego, aunque ya sabía de la existencia de la dama en cuestión, que por su
edad podía ser hija de su suegro, no dejó de asombrarse con su cinismo. Se lo imaginó
bailando "charleston" con la joven y transformándose, como nuevo rico provinciano, en
el hazmerreír de la sociedad santiaguina, percibía que el interés de la joven era
solamente por la fortuna. Se sobrepuso a su molestia y se preocupó de lo inmediato.
- Antonio, si tiene tomada una decisión ¡Hágalo ya! no espere. Tiene una gran
fortuna que se le puede escapar de las manos.
- Tranquilo, Diego, no hay que precipitarse. Además, tengo compromisos con mis
socios, a los cuales debo dar aviso. Ellos, entre otras cosas, me van a nombrar director
de algunas sociedades en Santiago. Pero ves, al final te haré caso.
- ¡Ojalá no sea demasiado tarde, Antonio! ¡Ojalá no sea demasiado tarde! -terminó
don Diego, sabiendo que no ganaba nada con argumentar y bastante molesto con la
actitud de falta de respeto para con Rosa Ester-.
Después de cenar, don Antonio se retiró a jugar al naipe al club. Elvira y don
Diego quedaron solos en el salón. Fue ella quien inició la conversación:
- Lamento, Diego, lo del banco. Sin embargo, creo que usted cumplió con su
obligación.
Se quedó mirando y, como su ceño continuaba fruncido, dijo:
- Intuyo, mi querido cuñado, que su molestia está relacionada con la conversación
que sostuvo con mi padre.
177
- Sí Elvira, así es, pero tengo los labios sellados por un compromiso con su padre.
- Poco lo conoce usted a todavía Diego. Le debe haber contado lo mismo que me
relató, bajo promesa de secreto. Se trata de la decisión de mi hermano, su propósito para
liquidar las acciones a final de año y sus grandiosos planes para después de la muerte de
mi madre.
- Así es, Elvira, así es. Me perdonará usted, pero el cinismo de su padre me tiene
anonadado. Y en cuanto a sus acciones, creo que diciembre puede ser demasiado tarde.
En ese caso, quedaría en la calle y la doncella santiaguina se esfumaría en un santiamén,
junto con sus amigos capitalinos.
- Lo que seguramente no le contó es que la decisión de mi hermano se debió, en
gran parte, a una carta que le envié donde le relaté, pormenorizadamente, sus opiniones
respecto al asunto de las acciones. Me alegro que haya vendido y tenga una fortuna
consolidada. Usted lo conoce poco, Diego, pero él y su esposa Eugenia son excelentes
personas. Antonio quedó muy bien impresionado cuando lo conoció a usted; ya verá que
serán buenos amigos.
- A mi también me causaron muy buen efecto. Se ven gente sana. Voy a ponerme
desde ya, en campaña para buscarle un campo. Aunque el momento ideal, si se cumple
mi pronóstico, es después del desplome de las acciones, en que habrán muchas
haciendas en venta. Le voy a escribir, poniéndome a su disposición para ayudarlo en su
traslado e instalación.
- En todo caso, vendrá muy pronto Diego, pues desea ver a mi madre. Yo le
avisaré a Quillacahue la fecha de su llegada, a ver si usted puede venir.
- De todas maneras, Elvira, de todas maneras; tengo muchos deseos de verlo. Y, a
propósito, ¿Cree que será posible visitar mañana a su madre?
- Me parece que sí, Diego. Curiosamente, desde el sábado ha estado más lúcida.
Me temo que pueda ser la mejoría que precede a la muerte.
- Acompáñeme mañana antes del almuerzo a verla, Elvira.
- Por supuesto, Diego. Eso la pondrá muy contenta.
Don Diego vio que gruesas lágrimas corrían por la cara de Elvira y, tiernamente,
se acercó y le enjugó las mejillas.
Antes de retirarse a su habitación, pasó a despedirse de Rosaura.
- Perdone, Diego, que no lo haya podido recibir en todo el día, pero he tenido una
jaqueca insoportable. Me alegro que haya convidado a comer a mi padre. El pobre está
muy solo con esta famosa enfermedad que ha inventado mi madre.
- Rosaura, lamento mucho sus malestares; sin embargo, me veo en la obligación
de rogarle que apenas se sienta un poco mejor, vaya a ver a su madre. Rosa Ester se está
muriendo.
- ¡Ay, Diego! Ella ha pasado la vida muriéndose. Es ella la que debería haber
venido a verme.
- No, Rosaura, está equivocada. Su madre se muere.
- Bien, Diego, bien. Por usted iré cuando el doctor me autorice. Que duerma bien,
Diego, y que Dios lo bendiga.
- Lo mismo le deseo a usted, Rosaura.
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A la hora del desayuno se encontraron en la mesa Elvira, su esposo Jaime, Don
Diego y Dieguito. El chico se notaba ansioso por conversar con su padre y, tomándose
de un golpe la leche, lo abordó:
- Papá, ¿Puede explicarme qué razón tiene el gobierno para entregar Tacna a los
peruanos?
Se quedó callado, como asustado por su brusquedad, hasta que su padre lo
conminó a seguir.
- Continúa, hijo, continúa. Quiero saber exactamente lo que te inquieta.
- Bueno, papá. Usted sabe lo que me gusta a historia y todos los casos de guerra
que yo conozco han significado que el triunfador se quede con los territorios
conquistados. Basta mirar el mapa de Europa y comprobar que se ha ido conformando
según quién triunfa en cada guerra. Sin ir más lejos, Alemania no sólo perdió territorios,
sino que fue obligada a pagar indemnizaciones a los triunfadores de la Primera Guerra
Mundial. En el caso nuestro, a través del “Tratado de Lima”, no sólo devolvemos Tacna,
sino que adquirimos otros compromisos, como pagar seis millones de dólares al Perú,
además de otorgarles parte el puerto de Arica. Yo creo que Chile, en justicia, debió
haberse quedado con gran parte de Bolivia y Perú.
- Bien, hijo, vamos por partes -respondió el hacendado-. En primer lugar, te
felicito por tus conocimientos históricos y también por tu fervor patriótico. Ahora,
escucha un segundo y verás que existe otro enfoque del problema. Lo que tú dices de
Europa es cierto, sin embargo, te faltó continuar con tu análisis. El mapa de Europa
nunca deja de cambiar, los ayer derrotados cuando se recuperan reconquistan su
territorio y, si pueden algo más... con lo cual dejan sembrado el germen de la próxima
guerra. La forma como los países triunfadores han tratado a Alemania transformará a
Hitler en un líder y, más temprano que tarde, tendremos una Segunda Guerra Mundial.
Como tú vez, con ese criterio no tendremos nunca paz.
- Perdón, padre -interrumpió el muchacho- pero, ¿Usted cree que el tratado
garantiza la paz con Perú?
- Evidentemente que no, hijo; siempre tendremos conflictos, pero es un paso
adelante, un camino distinto que los países jóvenes estamos intentando para no caer en
los errores de Europa, y como antes sucedió con Egipto, Grecia, Roma, en fin... No
olvides que a raíz de la guerra del Pacífico, nos quedamos con un gran sector de Bolivia,
que incluye toda la zona salitrera. En cuanto a Perú, con este acuerdo nos quedamos con
15 000 kilómetros cuadrados de los 24 000 en disputa y se fija una clara línea divisoria,
diez kilómetros al norte del ferrocarril de Arica a La Paz. Aunque puede ser un pequeño
avance, es un paso en el sentido correcto.
- Excúseme, padre, pero yo creo que lo importante es ser cada vez más grandes e
importantes como país. En la historia no ganan los que ceden; ganan los que se imponen.
Se silenció un rato y, ya perdida la timidez, siguió desarrollando su tesis.
- Deberíamos haber aprovechado esta oportunidad para adquirir una importancia
como la de Argentina. Perdimos la oportunidad y eso nos va a acarrear problemas en el
futuro. Esa es mi modesta opinión, papá.
- De modesta no tiene nada, hijo. Pero está bien; es tú opinión y yo la respeto.
179
Sólo ruego a Dios que te equivoques.
Don Diego salió poco después a sus trámites y regresó a mediodía a buscar a
Elvira para ir a ver a Rosa Ester. Cuando ingresaron al dormitorio, la encontraron
acomodada en sus almohadones. El coqueto maquillaje que le habían puesto no era
capaz de ocultar su cadavérico aspecto. Elvira se sentó en la cama, a su lado, y don
Diego se agachó para darle un beso en su descarnada mejilla.
Rosa Ester trató de incorporarse, pero no lo logró. Con una voz apenas audible,
casi un susurro, se dirigió a ambos:
- Me alegro.... los dos juntos; no olvides lo que te confidencié... Diego.
Aspiró aire con dificultad y, después de un largo intervalo, continuó:
- Antonio... Elvira; preocúpense de él. Deseo que se case, mas me temo que si le
va bien, lo va hacer con una mujer demasiado joven. Si le va mal, Antonio se acaba.
Don Diego la interrumpió para que no se esforzara más:
- No se preocupe, Rosa Ester. Los dos le tenemos mucho cariño y, en ningún
caso, lo vamos a dejar solo.
- No se inquiete, mamá. Puede estar tranquila -ratificó Elvira que, después de un
instante, prosiguió-. Por lo demás, usted se va a mejorar y tendrá que seguir
soportándolo.
- No, hija mía, no... Me voy muy luego.
Se detuvo un momento para tomar aire y continuó:
- No voy a alcanzar a conocer a mi nieta, hija de Rosaura. No dejen sola a
Rosaura... Ella necesita mucho amor, aunque no sabe ni conseguirlo, ni retribuirlo. Pero
no la abandonen. Yo... yo estoy lista. Ya no puedo hacer más, me voy a reunir muy
pronto con mis padres. Voy a ir a cuidar a Andresito, Diego, y a todos los que se fueron
antes.
No bien terminó de hablar, se sumió en un profundo sopor. Como sabían que el
doctor pasaría pronto, don Diego y Elvira se quedaron tomando un café en la casa de
Antonio y Rosa Ester.
- Afortunadamente, no sabe que la damisela joven ya existe- comentó Elvira- .
- No estoy tan cierto, Elvira querida. Su madre es capaz de reservárselo, para no
provocarnos mayor sufrimiento.
- Puede tener razón, Diego. Pobre mujer, se merecía más de la vida de lo que
obtuvo. Dio mucho y recibió muy poco.
- Para ciertas personas, Elvirita, el dar es autogratificante. Yo creo que ése es el
caso de Rosa Ester. En todo caso, muy pronto va a tener la recompensa que se merece.
El doctor pasó por el salón, después de visitar a Rosa Ester.
- Elvirita, don Diego; me temo que éste es el fin. Doña Rosa Ester no llega a esta
noche. Creo que deben tomar las providencias del caso y avisar a los familiares.
- Doctor, si es así, mi hermano Antonio que vive en La Serena, no va a alcanzar a
llegar.
- Me temo que no, Elvirita. Igual avísele pronto, para que logre arribar a los
funerales.
Don Diego y Elvira se dirigieron a la casa del primero a preparar todo lo
180
necesario.
Elvira, con mucha firmeza, obligó a Rosaura a vestirse y en un coche cerrado la
trasladó a la casa de sus padres.
Don Diego puso un telegrama a Quillacahue, avisándole a Ofelia y a Manuel
Cofré, después llamó al obispo Arrau y quedaron de encontrarse, de inmediato, en la
casa de doña Rosa Ester. Luego llamó al club para avisarle a don Antonio. Camino de la
casa de su suegra paso a buscar a Dieguito al colegio y, sacándolo de clases, le explicó
la situación.
Rodeada de don Antonio, Rosaura, Elvira, don Diego y Dieguito, doña Rosa Ester
comulgó y recibió la extremaunción de manos del obispo... Luego comulgaron todos los
asistentes y recibieron la bendición de monseñor Arrau: "Benedícat vos omnipotens
Deus, Pater, et Fiflus et Spiritus Sanctus, amen".
Rosa Ester no volvió a recuperar el conocimiento, falleció a las nueve de la noche
de ese miércoles 26 de junio de 1929.
El obispo comenzó las oraciones. Estas prosiguieron ininterrumpidamente,
dirigidas por él o por el padre Zañartu y acompañadas de los estridentes llantos de las
"lloronas" contratadas por Ofelia, hasta el momento de la misa en la catedral, el viernes
a mediodía.
Ipsis, Domine, et ominbus in Christo quiescentíbus, locum refrigerii, lucís et
pacis, ut índulgeas, deprecamur. Per eudem Christum Dominum nostrum. Amen. Nobus
quoque peccatoribus…72
Antonio hijo y su esposa, Eugenia Munizaga, llegaron en tren acompañados por
Ricardo Larraín que los había esperado en Santiago, recién a la medianoche entre el
jueves y el viernes.
A los impresionantes funerales de doña Rosa Ester, realizados el viernes después
de una misa en la catedral, acudió prácticamente todo Río Claro. No faltaba nadie de
todos sus conocidos y amigos. Don Diego percibió que Douglas Pomeroy, gerente de
Duncan Fox, se encontraba alejado del grupo y con la cabeza gacha. Parecía muy
acongojado.
También llegaron los campesinos del campo de don Antonio y los más antiguos
de Quillacahue encabezados por Ofelia y Manuel. Doña Rosaura lucía espléndida y fue
el centro de la escena, tanto en los días y noches de oración, como en la misa, hincada
en su reclinatorio al lado de su padre, muy adelante de las bancas de la catedral,
posteriormente en el cementerio, donde lloró en forma desconsolada. Una vez
introducido el féretro en un nicho del mausoleo de la familia Etchevers, el obispo Arrau
dijo las últimas oraciones y bendijo a los dolientes: Benedicat vos omnipotens Deus,
Pater, et Filius et Spiritus Sanctus.
- Amen.
Don Diego y Elvira se quedaron unos minutos orando. Al retirarse el hacendado y
su cuñada, vieron desde lejos como Douglas Pomeroy depositaba una rosa roja frente al
72
Te suplicamos, Señor, que a estos, y a todos los que descansan en Jesucristo, les concedas el lugar
del refrigerio, de la luz y de la paz. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén. También a nosotros
pecadores...
181
nicho y se quedaba solo, arrodillado frente a él, cuando creía no ser visto por nadie,
ambos se miraron y no pudieron dejar de sonreír.
Rosaura, alegando estar agotada, logró convencer a su padre para que las
expresiones de pésame de los días siguientes fueran recibidas por la familia en su casa y
no en la de don Antonio, de esta manera representaba el rol de principal doliente.
En la tarde, junto a Rosaura, don Antonio, Elvira, Antonio y Eugenia recibían a
quienes venían a expresar su dolor a la familia. En los días siguientes, todo Río Claro se
presentó en su residencia a presentar sus condolencias. Al anochecer los hombres
pasaban con don Diego a su escritorio, para comentar las novedades locales.
- Casualmente, Antonio, ayer vino a darme el pésame don Alberto Quintana del
Pino, dueño de la hacienda Las Becacinas, que colinda con Quillacahue por el sur, río
Titinvilo de por medio. Don Alberto es oriundo de Cauquenes y se le presenta la
oportunidad de comprar unos viñedos en su zona, para lo cual tiene que vender Las
Becacinas.
Don Diego se detuvo, tratando de que sus palabras fueran lo más objetivas
posibles.
- Hasta donde yo sé, es un muy buen campo, con suelos similares a los mejores de
Quillacahue. Tiene ochocientas cuadras; se encuentra limpio y relativamente bien
trabajado. Además posee una muy buena viña de cepa del país. Si te parece, le
demuestro el interés necesario para poder recorrerla e informarme bien.
- Por favor, hazlo, Diego. El ser vecino tuyo me facilitaría mucho las cosas. Y si
la zona es buena para Moscatel de Alejandría, como tú me has comentado, podría
producir aguardiente, ya que tengo muy buena práctica en destilación, aprendida en el
campo de mi padre en Montepatria, donde elaboramos un muy buen "pisco" que como tú
sabes, es un aguardiente. Además, sería muy grato que nuestras familias convivieran
todos los veranos...
Se quedó meditando un rato y prosiguió:
- A pesar de que Rosaura no quiere mucho a Eugenia.
- Te equivocas, Antonio. No es que no quiera a Eugenia. Tiene un carácter difícil
con todo el mundo. Mira su relación con Elvira, a quien adora. Si no fuera por la
paciencia y comprensión de tu hermana menor, no podríamos convivir en la misma casa
con ella y Jaime. Y eso que Elvira se trasladó con camas y petacas, porque Rosaura la
necesitaba durante el embarazo. Sin ella esta casa sería un desastre y yo, cuando me voy
al campo, no tendría a quién confiar a Dieguito. Pero no te preocupes, yo ya he
aprendido a llevarla y, en las cosas importantes, me hace caso. Además, la simpatía de
Eugenia terminará por conquistarla. Ahora, volviendo a lo del campo, te puedo decir que
en mi opinión, el clima se presta no sólo para viñedos como el "moscatel de Alejandría",
sino también para algunas cepas francesas, como el "Cabernet", por ejemplo. Yo, a
183
modo de experimento, voy a plantar unos cuarteles este invierno en Quillacahue.
El domingo siete de julio, al regresar de misa, don Diego se dirigió al dormitorio
de Rosaura quien nuevamente se encontraba en cama. Quería acompañarla un rato, ya
que al día siguiente regresaba a Quillacahue.
- Pase, mi querido Diego, pase; siéntese aquí a mi lado. Usted no sabe cuánto
necesito su apoyo en estos momentos de dolor. No se imagina lo que es perder a un ser
tan querido... ¡Éramos tan unidas! ¿Cómo no me advirtieron de que estaba tan grave?...
Se fue y quedaron tantas cosas por conversar.
Don Diego no salía de su asombro. Rosaura acomodaba todo a su amaño y
conveniencia; y lo peor era que estaba francamente convencida de ello. ¿Rosaura
pensaba que él no sabía lo que era perder un ser querido? 0 sea que su esposa no se
percató de su dolor cuando murieron sus padres... ¡Ahora resulta que ella era tan unida
con su madre, cuando siempre la consideró un ser inferior, indigno de su amado padre y
jamás... jamás, tuvo confianza ni amistad con ella! Se queja, además, de que nadie le
advirtió de su gravedad, a pesar de todos sus ruegos porque fuera a verla, precisamente
por lo grave que estaba... Bueno, mas valía tomar las cosas como ella "creía que eran".
Don Diego, disimulando una sonrisa, pensó para sí: "Qué perfecto pasará a ser mi
matrimonio el día que yo muera; va a inventar cada cuento... ¡Ya me lo imagino!". Sin
embargo, contradecirla hubiese sido absolutamente inútil; para ella la verdad era la que
existía en su imaginación y de ahí no la sacaría nadie.
- Así es la vida, hija, por eso es que hay que demostrar día a día nuestro cariño a
los seres queridos.
- Así lo hice con mi querida madre Diego, pero no fue suficiente... se me fue antes
de tiempo.
- Lo importante, Rosaura, es que ella está bien ahora, junto a los que se nos
adelantaron. Además, ha dejado de sufrir. Los últimos meses los dolores eran
insoportables.
- Lo sé, Diego, lo sé. ¿Quién mejor que yo puede saber lo que es sufrir dolor y
malestar? -se quejó y acomodó con dificultad en la cama-. El que me preocupa, Diego,
es mi padre. Sé que es un hombre muy inteligente y capaz, como lo ha demostrado con
los brillantes negocios que ha realizado. Si antes no amasó una fortuna, fue por las
escasas oportunidades de nuestro mundo provinciano. Pero, cuando se presentó la
oportunidad, tuvo el buen criterio de aprovecharla. Ello demuestra su capacidad. Usted
lo ha visto cómo se ha puesto a la altura de sus socios chilenos y extranjeros, formando
una de las más sólidas fortunas de esta región. Lástima que usted y Jaime no siguieran
sus consejos. Mi querido hermano Antonio, que iba tan bien, se atemorizó; me parece
que por influencia suya, Diego.
- Bueno, Rosaura, no entiendo lo que le inquieta respecto de su padre, si usted
cree que tiene una fortuna tan sólida; cosa que, como usted sabe, yo dudo mucho.
- Ay, Diego, no siga con su porfía. Usted no sabe reconocer sus errores. ¡Mi padre
podría comprarse veinte haciendas como la suya!
- Ojalá lo haga, Rosaura, y pronto. Pero aún no me dice lo que la preocupa.
- Lo que me inquieta, Diego, es que mi padre es un hombre muy sensible, muy
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sentimental. Dedicó sus afanes a hacer feliz a mi madre, con una delicadeza que pocos
hombres tienen con sus esposas. Su pérdida lo ha golpeado muy fuerte; temo que su
salud se resienta. Usted, que es su amigo, preocúpese de acompañarlo,... convídelo de
cacería, en fin, distráigalo. Luego será necesario que se vuelva a casar; no es hombre
para vivir sólo.
- No se preocupe, Rosaura. Antonio es mi amigo y me ocuparé de él. Luego lo
voy a invitar con otros socios del club a una "zorreadura". Sé que le gusta mucho.
- Gracias, Diego, gracias... Y escúchelo, Diego, escúchelo. Usted es muy joven y
puede aprender mucho de él. Por algo dicen: "Más sabe el diablo por viejo que por
diablo".
- No me cabe duda alguna, Rosaura; no me cabe duda alguna -ratificó don Diego,
sin poder evitar una sonrisa que su esposa no percibió-.
El lunes ocho de julio don Diego regresó a Quillacahue, preocupado por haberse
ausentado más días de lo presupuestado.
A pesar de haber llegado cuando quedaba poca tarde, lo primero que hizo
inmediatamente después de lavarse, fue dirigirse con Manuel Cofré y Antonio Painevilo
a ver a los toros. Los peones, entrenados para atender a los reproductores, los sacaron de
las pesebreras uno a uno, presentándolos como si estuvieran en una exposición; cada
uno conducido con un cabestro de cuero trenzado, que se prendía a la “jáquima”. Don
Diego los observó detenidamente. Todos eran muy buenos, pero evidentemente los tres
pardos eran los mejores. Como ya se conocía de memoria la mayoría de sus doscientas
vaquillas, se iba imaginando los lotes que asignaría a cada toro. La dificultad se
presentaba con los toros pardos, que eran los menos. El mejor lo cruzaría con un lote de
veinticinco vaquillas pardas, para tratar de consolidar el color y obtener toritos mestizos.
Los otros dos los asignaría a las blancas o rosillas pálidas, para darle más color a las
crías.
A esas alturas del mes de julio, el invierno se presentó sin clemencia. La lluvia
que comenzó al día siguiente de la llegada del hacendado, duró dieciséis días,
prácticamente sin interrupciones. Don Diego recorría diariamente el campo, donde las
únicas faenas eran forrajear al ganado y desaguar las siembras. El resto de las labores se
desarrollaban bajo techo: limpiar a mano lentejas y porotos, harnear trigo para el molino,
reparar las carretas con sus aperos, así como los arados y las rastras. En las tardes, al
entregar la ración de pan, se agregaba un litro de vino para contrarrestar el frío del
invierno y acortar las largas noches. Ofelia, por su lado, repartía quincenalmente las
raciones de charqui, longanizas y manteca. Los huevos los entregaba de acuerdo al
número de niños de cada trabajador.
En esos días de lluvias y viento los zorros causaron bastante daño; hambreados,
bajaban de los cerros a comerse las ovejas que en la noche quedaban indefensas en los
corrales y mediaguas. La hacienda había perdido más de veinte y los inquilinos sobre
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cuarenta. Don Diego se puso de acuerdo con Manuel Cofré y los demás mayordomos
para organizar una "zorreadura” apenas escampara el temporal. El hacendado, además
de preocupado por la pérdida de las ovejas, lo estaba por la parición de las vacas, que se
iniciaría el 15 de agosto. Si no espantaba antes a los zorros, podría tener una fuerte
pérdida de terneros.
El lunes 22 de julio tuvo que dirigirse a caballo a Santa Elisa para tomar el tren a
Río Claro. Las lluvias habían tornado intransitable el camino para cualquier tipo de
carruaje, y don Diego debía asistir, al día siguiente, al directorio del banco. Salió
temprano, acompañado de José Gacitúa que llevaba un bolso con ropa para que el
hacendado se cambiara en la estación, antes de subir al tren. Fue una sabia precaución,
pues les diluvió todo el camino y llegaron empapados. Don Diego se secó, y cambió de
ropas, en la acogedora casita del jefe de estación.
Al llegar a Río Claro, se encontró con una Rosaura cada vez más desolada por la
muerte de su madre. Elvira y Dieguito ya no eran capaces de enfrentar la situación.
- Diego, perdóneme, pero mi hermana está loca- estalló Elvira, después de
saludarlo- . Llora todo el día por la pérdida de su "santa madre", la misma a quien en
vida siempre menospreció.
- Elvira querida, precisamente ésa es la causa. Las personalidades neuróticas,
antes de reconocer sus errores, alteran los hechos, convenciéndose a la larga de la
versión que los exculpa. Si no estuviera embarazada, le pondría las cosas en claro,
obligándola a reaccionar. En estas circunstancias lo único que puedo hacer es llamar al
doctor Norambuena.
Después de hablar por teléfono con el doctor, don Diego pasó a la pieza de su
esposa.
- Ay, Diego. Usted no se imagina cómo sufro. Esto es atroz, las náuseas por un
lado, y mi alma hecha trizas, por el otro.
- Rosaura, la comprendo perfectamente bien. Yo pasé dos veces por ese trance,
con mis padres. Y después los dos lo pasamos con Andresito. Debe pensar que ella está
mejor ahora y, desde allá, velará por nosotros.
- Lo sé, Diego, lo sé. Si los que sufrimos somos los que nos quedamos, no los que
parten. Lloro por la falta que me hará a mí... ¡Éramos tan unidas!
Cuando don Diego le preguntó a Elvira por don Antonio, pensando en invitarlo a
la “zorreadura”, ella hizo un gesto de menosprecio.
- El "santo varón" hace una semana que está en Santiago, revolcándose con su
futura "esposa".
- Elvira, Elvira... ¡Es su padre!
- Perdón Diego, lo sé, pero debiera tener un mínimo de consideración con mi
difunta madre. Es el comentario de todo el pueblo.
- Eso no me inquieta, Elvirita. Aquí nadie puede tirar la primera piedra. Se quedó
un rato meditando y miró a su cuñada a los ojos.
- Lo que me angustia es pensar en el futuro de Antonio; si le va bien, esa jovencita
lo va a arruinar; si se arruina sólo, ella lo va a abandonar. No hay muchas opciones.
- Así es, Diego, así es. Pero nosotros no podemos hacer nada. Antonio, mi
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hermano, va a tratar de adelantar su viaje para atender Los Avellanos , el campo que mi
padre dejó botado. Se acerca la época de las medierías y alguien tiene que hacerse cargo.
- Me alegro, Elvirita. No me gustaría tener que mezclarme yo en los negocios de
su padre.
El doctor vino en la tarde, confirmando la apreciación de don Diego.
- Le receté inyecciones calmantes que mi enfermera le pondrá. Una diaria. Ella no
quería, pues alegaba que era su obligación padecer por la muerte de su madre. Logré
convencerla, don Diego, con el argumento de que tanto sufrimiento podría afectar al
niño. Las inyecciones son inocuas para la criatura y mantendrán a doña Rosaura
adormilada hasta que se relaje un poco.
- Gracias, doctor. Afortunadamente usted ya conoce el carácter de mi esposa y
sabe cómo manejarla.
Al día siguiente, después de participar en el directorio del banco, dedicó la tarde a
conversar con Dieguito frente a la chimenea encendida. El joven, debido a la actitud
asumida por su madre, había comenzado a comprender las complejidades de su carácter.
Según explicó a su padre, eso lo inquietaba por un lado, pero lo aliviaba por el otro. Lo
inquietaba, porque se daba cuenta de que las relaciones con ella serían siempre difíciles
y le provocaba un gran dolor, ya que la amaba intensamente. Lo aliviaba, porque
comprendía que su obsesión por el sacerdocio no debía tomarla tan en serio, al provenir
de una persona con una personalidad tan embrollada, que lograba vivir en una curiosa
mezcla de verdad y fantasía.
Don Diego, mientras lo escuchaba, meditaba en lo difícil que sería para su hijo
encabezar a la familia, si es que él moría antes que Rosaura, lo que era lo más probable.
Tristes acontecimientos
El viernes por la tarde llegó Dieguito, que venía a participar en la zorreadura del
día siguiente.
Esa noche, después de comer, se quedaron conversando largo rato al lado de la
chimenea. El joven seguía preocupado por su madre. Los calmantes habían hecho su
efecto; lloraba menos y se notaba más tranquila. Lo que inquietaba a Dieguito es que
continuaba imaginando una relación con Rosa Ester que nunca existió. Relataba hechos
absolutamente inexistentes, como haber sido la única que se preocupó de su enfermedad
y la cuidó, día a día, hasta que su embarazo se lo impidió. Dieguito sabía que no era así.
Más aún, le constaba que rehuía ir a la casa de su abuela y la convidaba a la suya
solamente para las comidas formales.
Don Diego, con mucha calma, le explicó que era un problema psicológico y que
ella, realmente, creía las cosas que inventaba.
Cuando cambió el tema de la conversación, el hacendado comenzó a hablar de la
zorreadura, del día siguiente:
- Tú ya has estado en zorreaduras en otras ocasiones, Dieguito, pero creo que en
ninguna tan grande como ésta. Este año los zorros han hecho mucho daño, tanto a las
ovejas nuestras, como a las de los inquilinos y pequeños propietarios de la comarca. Por
eso Manuel cree que se van a juntar unos treinta jinetes y más de cien perros. Vamos
que dividirnos en grupos para cubrir toda la zona de cerros donde creemos que están.
Deberíamos traer entre seis y ocho zorros y espantar el resto.
- Por lo que he visto en sus grabados, papá, estas cacerías de zorros son muy
distintas a las inglesas.
- La verdad es que sí, hijo. El objeto original era el mismo: cazar el zorro que
193
dañaba el ganado. Ahora, en Inglaterra, se fue transformando en un deporte muy formal,
con trompetas para llamar o guiar a los participantes, tenidas de equitación, perros de
raza e incluso, a falta de zorros silvestres, se crían zorros que se sueltan el día de la
cacería. Como tú sabes, nosotros usamos perros bastante corrientes y, por el riesgo que
corren, ninguno de los de caza. En Inglaterra, además, el día de la caza del zorro es una
verdadera fiesta, en la cual el dueño del campo invita a todos sus amigos. Las señoras o
novias de los participantes los esperan en el castillo y, a su regreso, se celebra u baile.
Ahora, el destino del pobre zorro es exactamente el mismo. El tipo de zorro es distinto;
el nuestro, llamado "culpeo" es más grande que el inglés.
El siguiente tema fue acerca de los estudios de Dieguito.
Después de un espléndido desayuno, padre e hijo salieron a montar sus
respectivos caballos; la Avellana, don Diego, y el Duende, Dieguito. Frente a los
corrales se habían reunido los jinetes. Manuel le explicó que hasta el momento habían
treinta y seis, con ciento doce perros y que en el camino se iban a ir sumando unos
cuantos más. Don Diego los dividió en seis grupos y les asignó a cada uno una quebrada
de los cerros que comenzaban al otro lado del Quitasol. A las dos de la tarde se
encontrarían en la cima del cerro Las Pataguas donde los encargados del asado los
esperarían.
A las ocho se dio la partida. Don Diego y Dieguito, una vez que los caballos
cruzaron el río a nado, tomaron la quebrada más lejana hacia el oriente. No habían
transcurrido veinte minutos, cuando varios de los perros olieron la cercanía de un rastro.
Después de olfatear el suelo, los pastos y los arbustos, casi todos al mismo tiempo
salieron disparados en la misma dirección, como si pudieran ver el olor del zorro en el
rastro. No había peligro de que tomaran la huella al revés, como solía suceder, porque
tenían el río a sus espaldas y los zorros buscaban las partes más altas. Los jinetes, a una,
salieron corriendo detrás de los perros. Luego de una carrera de más de quince minutos
llegaron a una hondonada, donde los perros tenían cercado a una zorra. Estaba preñada,
así es que comenzó a defenderse con singular fiereza. Cuando menos se esperaba, de un
salto caía sobre un perro, que resistía pocos minutos, Alcanzó despachar cinco perros
antes de que varios de ellos la prendieran por todos los costados y comenzaran a
inmovilizarla. En ese momento, don Diego sacó su pistola y la ultimó de un tiro en la
cabeza. Si se la dejaban a los perros, éstos estropearían la valiosa piel. Los dueños de los
canes desmontaron para apaciguarlos y poder recoge la zorra. Con ligeras variantes, el
episodio se repitió tres veces en el curso de la mañana.
A las dos, todo los participantes habían llegado al lugar de encuentro. En total
habían cazado catorce zorros, cuatro de ellos eran hembras preñadas. Comentaban los
partícipes que eso aseguraba haber evitado el nacimiento de veintitantos zorros nuevos.
A su vez, habían perdido treinta y dos perros.
Antes de comenzar el asado se sirvió una corrida de vino e, inmediatamente,
comenzaron las tallas y bromas. Los hombres estaban contentos. Hacía años que no se
194
les daba una corrida como ésta a los zorros. La parición de ovejas, cabras y vacas ya no
corría peligro. Seguramente habían quedado algunos que escaparon, pero, con la
tremenda algarabía producida por los perros de los seis lotes de "zorreadores", se
demorarían mucho en perder el susto y volver por esos pagos.
Llegaron de regreso a “Las Casas” cansados y cubiertos de barro, cuando ya
oscurecía. Ofelia tenía encendidos los calentadores a leña de los dos baños, así es que
padre e hijo pudieron darse reconfortantes duchas antes de comer.
Al día siguiente, en otros caballos, pues la Avellana y el Duende gozaban de un
merecido descanso después de todo el trajín del día anterior, ambos se dirigieron a misa
a Santa Elisa. A pesar de que ya hacía una semana que no llovía, el camino seguía
intransitable y don Diego le comentó a su hijo que más pronto que tarde iba a tener que
ripiar el camino de Quillacahue a Santa Elisa.
- Va a ser una tremenda faena, hijo, pero si no, la hacienda quedará aislada gran
parte del invierno. Más adelante vamos a tener productos que necesariamente tienen que
transportarse en invierno, como la leche, la mantequilla, y los quesos. Lo mismo sucede
con el vino.
El joven se interesó e inquirió más detalles:
- Papá, ¿De dónde y cómo vas a traer el ripio?
- Afortunadamente, tanto el Quitasol como el Titinvilo dejan bancos de ripio en
las crecidas de invierno. El trabajo se hace a trato, con afuerinos que aportan sus carretas
y se les paga por metro cúbico de material. Primero se pone piedra grande, llamada
"bolón", y luego ripio más fino. Después de concluido el trabajo, todos los años hay que
poner más ripio en las partes en que se "corta" el camino con el tráfico de invierno. Es
un cuento de nunca acabar,... ya lo vas a ver.
Después de la misa, don Diego le pidió a Dieguito que lo esperara, pues él tenía
que conversar con el cura.
El padre Andrés se encontraba aún en la sacristía y, cuando vio a don Diego,
despachó rápidamente al resto de los feligreses.
- Buenos días, Don Diego, siempre es un agrado tenerlo por aquí.
- Así es, querido Padre, aunque el asunto que me trae es bastante ingrato.
- No me diga nada, patroncito; con esa cara, ya sé cuál es el tema que viene a
plantearme. El juez ya vino a hablar conmigo y me informó, bajo estricta reserva, de lo
sucedido. Yo, a mi vez, puse todo el asunto en manos de nuestro querido obispo.
- Espero, padre, que el obispo tome medidas drásticas.
- La verdad, don Diego, es que no lo sé. Si fuéramos drásticos, como usted pide,
en todos los casos tendríamos que castigar a un gran numero de sacerdotes,
especialmente los que han procreado hijos "sacrílegos”73. Si el padre Francisco Peña
niega tener alguna relación especial con esa mujer, entonces, no hay nada que hacer.
- Perdóneme, padre, pero aquí ha habido escándalo -estalló don Diego- ¡No
podemos pretender inculcar responsabilidad a la gente humilde, si un cura se lleva a su
casa, para convivir con ella, a una mujer de conocidos malos antecedentes! Es
73
hijos “sacrílegos”: Según el antiguo Código Civil chileno hijos ilegítimos cuyo padre es un sacerdote. Estaban
absolutamente desprotegidos, legalmente, y la sociedad los rechazaba.
195
demasiada falta de respeto.
- Tiene razón, patroncito, pero como usted sabe, es difícil juzgar... Podemos
equivocarnos.
- Déjese de patrañas, padre- le retrucó con fuerza el hacendado- . ¡Ese cura no
puede seguir ni un día más! ¡Yo me voy a encargar!
- Honestamente, don Diego, y sin ánimo de pretender dañar a un hermano
sacerdote, si las cosas son como me las han contado, deseo que tenga éxito. Estos casos
perjudican toda la labor que estamos tratando de hacer, como usted bien dice. Sin
embargo, don Diego que las causas son muchas: el aislamiento y la soledad; curitas sin
la suficiente vocación; en muchos casos, falta de educación religiosa; malos ejemplos de
nuestros superiores y, en fin… la naturaleza humana.
- Todo eso lo entiendo, padre, pero éste es un caso especial. Tanto por la conducta
anterior del padre, con la que infirió serio daño a nuestra Iglesia y por lo cual está
castigado, como por su comportamiento actual, que demuestra una absoluta falta de
respeto a sus superiores, a sus hermanos y a sus feligreses. Si dejamos pasar una cosa
así, nos estamos faltando el respeto a nosotros mismos. Usted, padre, quédese tranquilo.
Como no puedo ir pronto a Río Claro, le mandaré por mano una carta al obispo con mi
hijo que viaja hoy.
- Ojalá le vaya bien, don Diego,... por el bien de todos,
Antes de almorzar el hacendado escribió una misiva al obispo, detallando
claramente lo acontecido y expresando, en forma tajante, su opinión.
La semana siguiente fue típica del mes de agosto. Chubascos entremezclados con
ratos de sol; bellos arcoiris al caer la tarde; noches frías y días cada vez más largos. Se
terminaron las plantaciones y, de inmediato, se inició la siembra de ballica y festuca,
según fueran los suelos de trumao o más arcillosos, sobre los trigos de invierno.
Mientras tanto, se preparaban los suelos para la avena y el trébol, así como aquellos que
iban a destinarse a chacarería.
El viernes, don Diego notó cierta inquietud en los trabajadores afuerinos y, antes
de almorzar hizo llamar a Manuel Cofré, su mayordomo principal, y al llavero, Miguel
Osorio.
- Los he llamado, porque los peones afuerinos están inquietos, diría que asustados.
Recuerde que hace quince días hubo un asalto en una hacienda cerca de Melipilla y aún
no arrestan banda, que parece era bastante numerosa. Es lógico que se hayan desplazado
hacía el sur. Si a eso agregamos que ya llegó la plata para el pago de mañana, es cosa de
sumar: dos más dos son cuatro. Esos cuatreros andan cerca. Los peones lo saben y por
eso están temerosos. Acuérdense que varios murieron en el último asalto, que se efectuó
durante el pago mismo.
- Parece lógico lo que usted dice, patrón- replicó Manuel- .
- Bueno, lo que vamos a hacer es adelantar el pago para hoy. Termina las cuentas
que tenías pendientes, Miguel, y me las traes para revisarlas. Tú, Manuel, avísale a la
gente a última hora y pon el doble de vigilancia. A eso de las cuatro, ven a buscar las
196
carabinas para que tengas tiempo de repartirlas.
Sus sospechas se vieron aumentadas al ver que cada trabajador, no bien recibía su
pago, se retiraba rápidamente. En condiciones normales, los peones se habrían
entretenido charlando y armando grupos para irse de juerga a Santa Elisa. Cuando
terminó de pagar, se sintió aliviado. Comió temprano y escuchó poca radio, pues la
tensión lo había agotado. A las diez de la noche dormía plácidamente.
Entre sueños sintió la voz angustiada de Ofelia:
- ¡Patrón, patrón, despierte! ¡Despierte, patrón!
Don Diego se enderezó en la cama y se encontró con Ofelia cubierta con una bata
de levantarse en un estado de extrema excitación.
¿Qué sucede, Ofelia?
¡Hay.... patrón!.. ¡Asaltaron Las Becacinas... Vino un muchachito a avisar. Don
Alberto fue apuñalado y parece que hay muchos muertos... Prendieron fuego a “Las
Casas”.
Don Diego miró la hora. Eran las dos y media de la mañana.
- Ofelia, que José traiga la yegua de las pesebreras y manda a llamar a Manuel,
Miguel, Antonio y Armando.
- La yegua ya la fueron a buscar, patrón, y... ya mandé a llamar a los
mayordomos.
- Como siempre, me adivinas el pensamiento, Ofelia.
- ¿Quiere que toque la campana para llamar a los inquilinos?
- No, Ofelia; ya no sacamos nada con llevar más gente. Los rufianes deben ir muy
lejos, probablemente hacia los contrafuertes cordilleranos. Lo que sí haré es mandar una
nota al teniente de los carabineros, relatándole lo sucedido y sugiriéndole que vaya con
pocos efectivos a las Becacinas, para que mande a su gente a interceptar a los
bandoleros cuando crucen hacia arriba. También le voy a sugerir que le ponga un
telegrama al cabo Méndez en Vertiente del Diablo; así estarán preparados. Estos
atrevidos son capaces de atacar el retén para matar a los carabineros y robarles armas y
pertrechos.
En pocos minutos, don Diego estaba vestido. Escribió la nota para el teniente de
carabineros de Santa Elisa y salió hacia el patio interior de “Las Casas”. José Gacitúa lo
esperaba con la yegua ensillada.
- Buenos días, José.
- Buenos días, patrón.
- José escoge la bestia más rápida, vuela al pueblo y le entregas personalmente
esta nota al teniente de carabineros de Santa Elisa.
Manuel, Miguel, Antonio y Armando lo estaban esperando, así es que partieron
los cuatro al galope en dirección a las Becacinas. Tuvieron que cruzar el Titinvilo con
los caballos a nado y Miguel, que como llavero, era el menos diestro para montar, cayó
al agua y tuvo que ser rescatado por los otros tres. Ya al salir de la hondonada del río,
vieron el resplandor del incendio de “Las Casas”. Don Diego recorrió al galope el
camino que restaba y desmontó de carrera al llegar. Fue recibido por Froilán Cancino,
mayordomo principal de la hacienda. Toda un ala de la casa había desaparecido bajo la
197
voracidad del incendio y, en ese momento, los inquilinos lo estaban dominando más o
menos al centro del cuerpo principal, ayudados por el viento travesía que corría en
sentido contrario al avance del fuego.
- Qué bueno que llegó, don Diego. Fue espantoso. Los mataron a todos, menos a
una china que arrancó y se escondió en el galpón del trigo.
- Llévame al lugar donde está Alberto, Froilán.
El ala de los dormitorios principales no se había incendiado y don Diego encontró
los restos de quien fuera su nuevo amigo, Alberto Quintana del Pino, desparramados
sobre la cama. Aparentemente, lo sorprendieron durmiendo y de una cuchillada,
probablemente de "corvo", lo habían abierto desde el bajo estómago hasta el esternón,
asegurando de esta forma una muerte atroz, lenta y extremadamente dolorosa. La
expresión de horror en los ojos del cadáver sería algo que don Diego no olvidaría por el
resto de sus días. En el suelo yacía, desnuda, una de las chinas. Su cuerpo parecía
intacto, salvo por la cabeza que reposaba en un pequeño charco de sangre que nacía de
un orificio en la sien. Seguramente la habían matado de un tiro, después de abusar de
ella. En la sala contigua estaba cadáver de Inés, su dueña de casa, con un solo tiro en la
frente. Se podría pensar que la mujer oyó los gritos de la china que estaba con su patrón,
corrió hacia su dormitorio y ahí la sorprendió alguno de los bandidos.
Don Diego llamó al mayordomo principal y le ordenó retirar el cadáver de la
muchacha de la pieza de don Alberto, para dejarlo junto al de la dueña de casa. No
quería que ese detalle quedara en el parte, ni en la información de los periodistas que
llegarían muy pronto.
Entre las cenizas de lo que habían sido las dependencias de servicio, se
encontraban los cadáveres de seis mujeres jóvenes, todas desnudas y en distintos grados
de calcinación. El cadáver de Pedro, el mozo, se encontraba destrozado, en el centro del
patio interior.
La china que se había salvado estaba enloquecida. Don Diego le dio un trago del
aguardiente, que le solicitó a uno de los mayordomo, y se tomó otro él. Estaba
empapado y helado... helado tanto de frío como de horror. Cuando se percató de que la
muchacha sobreviviente estaba más tranquila, la sentó en lo que había sido una silla y
comenzó a interrogarla.
- Cuéntame, hija, todo lo que recuerdes.
- Despertamos, su merced, con los gritos de Cristina, la "china" del patrón -no
bien dicho esto, comenzó nuevamente a sollozar- . ¡Es que eran unos gritos espantosos!
y... durante tanto rato. Doña Inés nos dio órdenes de esperarla en su pieza y partió
corriendo hacia la pieza del patrón. Yo fui la única que no le hice caso. Rodeé la casa
por detrás, saliendo de “Las Casas”, trepé por un costado de la bodega de trigo y me
metí por una de las ventanas altas, casi pegadas al techo... De ahí me tiré a la pila de
trigo que yo sabía que estaba debajo, porque siempre íbamos con...
- No importa, hija, continúa.
- Bueno. Me bajé de la pila y por la puerta de la bodega miraba “Las Casas”. Se
sintió un disparo primero y después otro. Ahí los vi pasar corriendo hacia donde estaban
las demás chinas. Ese fue un alboroto tremendo, Las niñas lloraban y gritaban y ellos se
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reían a carcajadas y garabateaban de lo lindo. Como a la media hora, se produjo un
silencio y luego se escucharon seis tiros; y, al poco rato, uno más.
Las seis chinas y el mozo, pensó don Diego.
- Continúa, hija.
- Bueno, después se les veía registrar toda la casa. Al rato apareció fuego por el
lado del escritorio del patrón y, luego los vi salir de “Las Casas”. Después sólo sentí el
galope de los caballos; deben haber sido alrededor de veinte. Alguno de ellos debe
haberse quedado esperando con las bestias.
- Dime, hija- prosiguió don Diego-, hacia dónde sentiste perderse el galope.
- Hacia arriba, su merced, hacia el "Camino Real".
- Gracias, hija. Te voy a pedir un favor por la memoria de tu patrón y de Cristina.
Quiero que me jures, por tu vida, que dirás que Cristina acompañó a doña Inés cuando
sintió ruido en la pieza de don Alberto.
- Se lo juro, su merced.... por mi mismísima vida... que Dios me volvió a dar.
Ya amanecía cuando don Diego inició un minucioso recorrido de lo que quedaba
de la casa. Habían abierto la caja fuerte con las llaves que, seguramente, encontraron
entre las pertenencias de don Alberto. Además del dinero se habían llevado toda la
vajilla de plata, las armas, gran cantidad de mantas y frazadas y todo el vino y el licor,
salvo lo consumido ahí, como señalaban más de veinte botellas vacías, desparramadas
por todos lados.
En ese momento, llegó el teniente de carabineros, acompañado de seis de sus
hombres,
- Gracias por su consejo, don Diego. Mandé al cabo Huenchunán con quince
hombres para cortarles el paso hacia la precordillera. También le puse el telegrama al
cabo Méndez.
Don Diego le traspasó toda la información que había reunido. El teniente, a su
vez, le manifestó su extrañeza porque no hubieran iniciado el incendio por varios
sectores de la casa.
- Lo que sucede teniente- le respondió don Diego- , es que ellos querían que
encontráramos el cadáver de don Alberto tal como está. Las llamas habrían sido
piadosas con él. Lo que ellos buscan es causar espanto y atemorizar a la gente.
- Tiene razón, don Diego. A propósito, don Diego, que nadie vaya a mover ningún
cadáver hasta que llegue nuestra gente de Río Claro. Tienen que sacar fotos y hacer un
informe detallado de todo lo que vean. También viene el médico forense.
Don Diego fue a la casa del mayordomo principal a cambiarse la ropa, mojada
aún, por la que le había mandado Ofelia. Una vez seco, fue invitado por la señora de
Froilán a desayunar. El café con aguardiente, la paila de huevos con tocino y el pan
recién amasado, con mantequilla empezaron a revivirlo. Ese nueve de agosto quedaría
grabado en su memoria y en la historia de la hacienda Las Becacinas. Pensó que él y los
demás hacendados iban a tener que mejorar sus sistemas de defensa. De los contrario,
sería muy arriesgado llevar a sus respectivas familias a pasar temporadas en el campo.
Los especialistas de carabineros y el forense con sus ayudantes, se encontraban en
plena labor. Los periodistas, también. Cuando don Diego se percató de que estos últimos
199
estaban sacando fotos de todo, ya era muy tarde. Después reflexionó: "Es mejor así; que
todo el país se entere del peligro que vivimos en el campo en pleno siglo XX. Así el
gobierno se verá obligado a actuar".
El médico se acercó a él:
- Buenos días, don Diego.
- Buenos días, doctor Sánchez.
- Nunca en mi vida había visto maldad igual, don Diego. Cómo habrá sufrido ese
pobre caballero. La herida del vientre es, de por sí, dolorosísima y los desgraciado en
vez de apuñalarle el corazón, cortarle la yugular, o darle un tiro en la cabeza, lo dejaron
desangrarse lentamente. Con eso se aseguraron de que el pobre hombre sufriera lo
indecible hasta el último segundo. Jamás, y he visto muchísimos cadáveres, vi una
expresión de pánico como la de ese rostro.
- Yo tampoco, doctor, yo tampoco -afirmó don Diego- .
- A las muchachas, don Diego, las violaron atrozmente, tanto en forma normal,
como antinatural, repetidas veces, y luego las mataron de un tiro.
- Van a tener que darles un castigo ejemplar a esas bestias, doctor. Si no, el
cuatrerismo va a volver a campear en todas las zonas rurales.
- Tiene razón, don Diego. Bueno, vamos a seguir trabajando, Usted, don Diego,
que conoce más a esta gente, podrá conseguirme un par de mujeres con experiencia para
arreglar el cadáver de don Alberto. Quiero limpiarlo y amortajarlo antes de que llegue su
viuda... y borrarle esa expresión de la cara.
- Por supuesto, doctor, yo me hago cargo.
A la hora de la comida don Jaime y Dieguito inquirieron toda clase de detalles del
asalto. Don Diego prefirió contárselos en detalle, pensando en que era bueno que
Dieguito conociera la realidad del peligro y comprendiera, desde joven, la necesidad de
tomar precauciones. Cuando terminó su escabroso relato, se produjo un pesado silencio
que rompió Elvira:
- Que Dios los tenga a todos en su reino. ¡Cómo sufrieron!
Mientras bebían el café en la sala de estar, don Diego encendió la radio. Todas se
referían a la captura de los asaltantes de Las Becacinas. En Radio Nacional lograron
captar la repetición completa de la noticia: prácticamente al llegar a la frontera, varias
leguas más arriba de “Vertiente del Diablo”, las tropas del ejército guiadas por
carabineros conocedores del lugar, habían dado alcance a los bandidos. En la refriega
habían muerto cinco maleantes, tres conscriptos y un carabinero. Los restantes quince
integrantes de la banda habían sido apresados. Sin embargo, cuando eran trasladados
hacia Río Claro, habían intentado huir y murieron todos en el intento.
- Ese fue un vulgar fusilamiento- comentó don Jaime- .
- Muy probable, Jaime, muy probable -le respondió don Diego- . Quizás fue lo
mejor. Así los maleantes van a pensarlo dos veces antes de seguir asolando los campos.
El miércoles temprano, cuando se dirigía al obispado don Diego pasó a conversar
con Reinaldo, el cocinero del Club Social, que era cabo retirado del ejército. Una vez
que don Diego le planteó lo que necesitaba y luego de pedirle un pormenorizado relato
de lo sucedido en Las Becacinas, Reinaldo pensó un rato y le respondió:
- Mire, patrón, creo que yo tengo justo lo que necesita. Hay dos cabos jóvenes que
se retiraron hace poco, porque no les alcanzaba la paga. Los dos con familias grandes.
Desgraciadamente, afuera no han encontrado trabajo estable. Son muy serios y
responsables, artilleros los dos. Dígame, don Diego, cuándo los puede recibir y yo se los
mando.
- A ver, Reinaldo, para que alcances a avisarles, mándamelos el viernes temprano.
- De acuerdo, patrón; creo que son los hombres que usted necesita.
La entrevista con monseñor Arrau le deparó una sorpresa mayúscula. Fue recibido
de inmediato y, después de besar la esposa, invitado a sentarse en el saloncito privado.
- No sabe lo que me alegra verlo, don Diego. Lo acompañé con mis oraciones
esos días del asalto Por lo que supe, le correspondió una labor muy ingrata.
- Así fue, monseñor, así fue. Todos tuvieron una muerte horrible, especialmente
don Alberto.
- Que Dios los tenga a su lado, gozando la vida eterna -dijo el obispo, haciendo la
señal de la cruz- .
- Amén.
- Bien, don Diego, sobre el otro asunto que le inquieta, le tengo malas nuevas.
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- En ningún caso pueden ser buenas, tratándose del padre Peña.
- Así es, Don Diego. Resulta que después de recibir su ilustradora carta, le envié
al padre Francisco una escueta nota, invitándolo a visitarme. Y ahí vino la sorpresa. Me
respondió, muy cariñosamente, que deseaba dejar el sacerdocio, colgar la sotana, como
se dice vulgarmente, y me solicitaba lo ayudara a obtener las dispensas
correspondientes. Extrañado, tanto por la respuesta, como por la solicitud, instruí al
padre Javier Zañartu para que fuera a visitarlo. El pobre padre volvió escandalizado. Se
encontró con que el padre Francisco había abandonado el sacerdocio de hecho y vivía
con esa mujer que usted conoce, provocando escándalo en el poblado. No puedo
repetirle los insultos que le profirió al padre Javier, ni los recados que mandó.
- Qué quiere que le diga, monseñor. Realmente lo lamento por nuestra querida
Iglesia… ¡Ese hombre jamás debió ser sacerdote!
El domingo en la mañana, antes de salir para la misa de las doce, don Diego se
reunió en su escritorio con su cuñado Antonio, que había llegado la noche anterior con
toda su familia.
- Bien, mi querido Diego. A pesar de todos los problemas que tengo que enfrentar
en el campo de mi padre, no sabes lo contento que estoy de esta de regreso en Río
Claro , sobre todo ahora que Eugenia y los niños vinieron conmigo. A mis hijos ya los
vas a ir conociendo. Eugenita, que tiene trece años al igual que Dieguito, es muy
inteligente y perspicaz, quizás demasiado inquieta; no le teme a nada.
- Te olvidas de decir que, además, es muy bella, al igual que su madre.
- La verdad es que lo es, Diego; y más alta que Eugenia. En cuanto a Antonio, un
año menor que Eugenita, al que decimos "Toño", es un verdadero demonio. Hace lo que
es su real gusto y gana. Aunque tengo que reconocer que, sin que nadie lo haya forzado,
es un excelente alumno. Después viene Ernesto, de diez, copia fiel de su hermano y, por
último, mi regalona Victorita, de sólo seis años.
Después de pensar un minuto, Antonio continuó:
- Vas a ver, Diego, lo bien que se van a llevar Dieguito, Eugenia y Antonio.
- No me cabe duda, cuñado. Él siempre ha deseado conocer más a sus primos.
Tiene un instinto familiar muy desarrollado.
- Bueno, Diego. Lo que más habría deseado es regresarme contigo a Quillacahue
para recorrer Las Becacinas. Tu informe, que leí anoche, me dejó muy entusiasmado.
Desgraciadamente, voy a tener que ir a Los Avellanos, que mi padre tiene botado. Tengo
que hablar con el mayordomo para planificar la entrega de las medierías y de las chacras
a los inquilinos. Además, debo revisar las viñas -se quedó un momento meditando y
reanudó la conversación- . Podrás creer, Diego, que cuando estuve con él, en Santiago,
tuvo el desparpajo de decirme: "Arregla todo lo del campo tú. Total, va a ser tuyo y
quiero entregártelo ya. Yo me voy a dedicar a las inversiones acá en Santiago". La
verdad es que, como tú bien sabes, ha ganado dinero en una forma para él desconocida y
está deslumbrado.
- Es lógico; se le ha abierto todo un mundo que él no conocía. De repente pienso
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que puedo estar equivocado... pero no. Sé que no lo estoy y el mundo nuevo de tu padre
se va a derrumbar estrepitosamente.
Don Diego caviló un segundo para luego, continuar:
- Me temo, Antonio, que respecto del campo no vas a tener opción. Si a tu padre
le va bien, cosa que dudo, no va a volver a vivir a Río Claro. Y si le va mal, tú eres el
único que puede alzar esa hipoteca o el campo sale de la familia. Yo siempre voy a estar
dispuesto a ayudarlos, pero recuerda que todos mis recursos están comprometidos en
Quillacahue.
- Lo tengo claro, Diego, y si las cosas salen mal, tendré que afrontarlo. Pero no
para quedarme con él, sino para venderlo. Ese campo no me ha gustado nunca.
- Volviendo al negocio de Las Becasinas -planteó el hacendado- estoy cierto de
que la viuda va a respetar la primera opción que me otorgó. Sin embargo, tú sabes
Antonio, cómo es esto: empiezan a aparecer corredores que dicen representar a un
interesado para empezar a buscarlo cuando obtienen la orden venta. No creo que la
viuda de Alberto Quintana vaya a faltar a su palabra, pero sí se puede poner más firme
en el precio.
- Tienes razón, Diego.
Pensó un segundo, como haciendo cuentas, y prosiguió:
- Hoy es 25. Yo podría dedicar la próxima semana a Los Avellanos y llegar a
Quillacahue el domingo primero, a mediodía.
- Me parece perfecto, Antonio. Así tendríamos una semana para que recorrieras el
campo y estudiaras las opciones que te ofrecen. Yo tengo que venir, a la semana
siguiente, al directorio de banco. Después ya viene la semana del dieciocho y en la que
podrías trasladarte con toda tu familia.
- Gracias, Diego. La realidad es que, abusando de tu oferta, hemos conversado
con Eugenia la posibilidad de trasladarnos a tu campo a mediados de octubre y, si la
compra de Las Becacinas resulta, ya no nos moveríamos de allí. En ese caso, Eugenia se
quedaría a pasar los días de fiestas patrias con Rosaura, para darle algún respiro a
Elvirita.
Se quedó meditando un rato antes de continuar:
- Yo espero tener algo habilitado en Las Becacinas en los primeros días de enero
para poder cambiarme y liberarte la casa.
- En ningún caso, Antonio. Toma con calma tu decisión en cuanto a la
construcción y no cometas el error de trasladarte con toda la familia a una casa en
construcción. Todos se van a sentir incómodos y vas a atrasar los trabajos. Además, creo
que sería muy grato que pasáramos, por primera vez, todos juntos el verano en
Quillacahue. Recuerda que la niña va a nacer alrededor de mediados de enero.
Al regreso de la misa, doña Elvira salió al patio interior donde don Diego revisaba
la existencia de leña. Aún quedaba al menos un mes y medio de frías noches. Además,
durante todo el año se requería contar con ella para la cocina y los calentadores de agua.
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Tendría que comprar unas cuantas carretadas más.
- Siempre preocupado de todo, cuñado. Descanse, aunque sea el domingo.
No es nada, Elvirita. Sólo estaba viendo cuánta leña quedaba. Me ofrecieron una
muy buena y seca, de la que no es fácil conseguir a salidas de invierno. El próximo año
ya me voy a proveer desde Quillacahue.
- El viernes en la mañana vi a dos hombres con aspecto de militares que lo
esperaban, Diego ¿Son ésos los que va a tomar de rondines?
- Efectivamente, cuñada, ya los contraté. Me dieron muy buena impresión y se
van la próxima semana con sus familias. Voy a tener que acomodarlos en forma
provisoria, mientras construyo dos pueblas más.
Se produjo un momento de silencio; el hacendado percibió que algo inquietaba a
Elvira y se lo preguntó directamente:
- La conozco bien, cuñadita. Algo la tiene a usted muy inquieta.
- La verdad es que sí me conoce, Diego.
Su rostro mostraba una expresión, mezcla de dolor y de rabia, extraña en ella.
Luego de mirar a los ojos a su cuñado, reanudó la conversación.
- Lo que sucede es que mi padre ya se pasó de la raya. Como usted sabe, yo no
soy mojigata ni me enredo innecesariamente, como Rosaura, pero creo que hay ciertas
normas mínimas de... ¡De convivencia civilizada!.
- Me temo que se refiere a la vida de su padre en Santiago, Elvira, pero me parece
que hay algo que yo desconozco.
- Me parece que así es; si no, sé que estaría aún más molesto que yo. ¿No le contó
Antonio que mi padre le presentó a su "futura esposa"?
- ¿Qué? Por supuesto que no, Elvirita, ya lo habría comentado con usted. Con
Antonio hablamos de su padre respecto del campo y su intención de dedicarse más
tiempo a sus negocios en Santiago, pero sobre lo otro no me dijo nada...
- ¿Podrá creer, Diego- lo interrumpió ella- , que mi padre lo convidó a comer al
Crillón, dándole a entender que estaría con un grupo de amigos y, cuando llegó, se
encontró a boca de jarro con la "fulana"? El pobre Antonio se sintió pésimo, pero como
es un caballero, tuvo que quedarse. Mi padre le comunicó, delante de ella, entre
arrumacos y besitos, que pensaba casarse a fines de año. Le pidió que fuera su padrino.
- ¡Diego, recién hace dos meses que murió mi madre!
- ¿Qué quiere que le diga, Elvirita? Me deja estupefacto.
De hecho se quedó sin saber qué decir durante un minuto, pero decidió continuar:
- Yo tengo, y he tenido, muchas diferencias con su padre, pero lo aprecio y creo,
en el fondo, que es un buen hombre. Le perdono muchas de sus actitudes que no
comparto y que creo son fruto de la educación y de la influencia de la sociedad en que se
crió. Pero, ¡Esto!... Esto no es aceptable. Afecta a toda nuestra familia. Yo voy a
conversar con él. Tiene todo el derecho a rehacer su vida, pero en forma correcta y
respetando los sentimientos de quienes lo quieren.
- Ojalá tenga ocasión de hacerlo, Diego, pero él no parece tener intención de venir
por estos lados.
- La segunda semana de septiembre tenemos el directorio de banco. No creo que
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él vaya a faltar.
- No lo sé, Diego. Ya no soy capaz de predecir lo que va a hacer. Además, no
parece querer abandonar un segundo a su "fulanita" que, entre paréntesis, según me
confidenció Antonio, es tan joven como nosotros, bella y de una estupenda figura...
Aunque, según él, un poquito vulgar.
- Bueno, Elvirita, suelen producirse, sobre todo en hombres de la edad de su
padre, esos atractivos físicos irresistibles. En el campo se le describe con un nombre que
no puedo repetir a usted, pero que sí es muy gráfico...
- “Empotarse”, Diego, así se dice, y no sólo en el campo. ¡Por favor, no sea
fruncido conmigo!
El primer llamado fue Manuel, quien, como era obvio escogió, el mejor suelo.
Luego le correspondía elegir a Ofelia única mujer con derecho a chacra. En su
representación, Manuel escogió otra vez. Después le correspondió al llavero, Miguel
Osorio, y luego al mayordomo de ganado, Antonio Painevilo. A ellos les siguieron los
"mayordomos menores": Armando Troncoso, mayordomo de siembras; Carmelo
Riquelme, mayordomo de viñas; Segundo Flores, mayordomo de riego y, por último,
Juan Zuñiga, "celador del canal".
Cuando terminaron, se acercó Manuel.
- Patrón, perdone usted, pero me parece que hubo un error. No repartió una de las
mejores chacras; esa media cuadra de trumao, allí al centro de este potrero. ¿Se acuerda
que la pidió Aguilera y usted dijo que ya estaba asignada?
Un poco temeroso por corregir a don Diego, siguió con cierta timidez:
- Ahora que ya terminamos veo que no es así.
- Tranquilo, Manuel, tranquilo. Parece que el exceso de cariño de la Lastenia te
esta dañando el cerebro, y te hace perder la memoria. No ves ese muchachón que nos
mira con ojos inquietos.
- ¡Ah! Sí, don Diego, el de las sandías.
211
- Llámalo, Manuel.
El reparto entre capataces primero, e inquilinos luego, pareció en general bastante
justo. Al regresar a “Las Casas”, donde Manuel les entregaría un plano con los nombres
de cada cual en su chacra, no faltaban los descontentos. Pero todos reconocían, casi con
extrañeza, que don Diego no había actuado en contra de los "antiguos" de Quillacahue.
Todos pensaban que iba a privilegiar a quienes habían llegado con él desde Los Hualles
y estaban reconocidos de que no fuera así. No tenían idea de las discusiones que el
hacendado había tenido con Manuel, quién aún defendía a "su gente". Pocos percibieron
al más dichoso de todos los medieros. "Segundo" Oyarzún se había quedado parado,
estático, en "su" chacra. Por su mente desfilaban carretas y más carretas de sandías por
los polvorientos caminos de los cerros de la costa.
Don Diego llegó a "“Las Casas”" cerca de las dos de la tarde. Ofelia lo esperaba
con una expresión de expectación, evidentemente fingida.
-¿Cómo se portó Manuel, patrón? ¿Me escogió una buena chacra?
- Y lo preguntas, mujer -le respondió el hacendado con una pícara sonrisa
dibujada en su rostro-. La mejor de todas la escogió para ti.
- Perdone usted, don Diego, pero eso sí que no se lo creo. Mala no ha de ser, pero
la mejor; ésa seguro que la escogió para él. Ahora, patrón, necesito que me recomiende
un mediero para que me la trabaje. Una que es sola...
- ¡Por propia decisión, Ofelia! ¡Por propia decisión! Interesados no te han faltado.
- La verdad que no, patrón, pero conozco bien a los hombres y no quiero hacerme
cargo de ninguno.
Con la coquetería brillándole en los ojos, continuó:
- Más me vale seguir como estoy.
- Sí, claro. Siempre tienes alguno de turno y lo utilizas a tu amaño. Si no te
quisiera tanto, te diría unas cuantas cosas...
- Lo sé, don Diego- interrumpió Ofelia-. Me diría que la religión está por sobre
nuestros deseos; que debería confesarme; que los pecados de la carne... Para qué sigo.
Pero sabe una cosa, patrón: mi Dios es más comprensivo que el suyo. Usted dice que
cada cual debe actuar según su conciencia. La mía, mi querido patrón, me dice que el
peor pecado es no disfrutar de lo que Dios nos da, siempre que una no dañe a otros. Por
eso a mi cama no entra ningún hombre casado -reflexionó un segundo-... Al menos
ningún casado que esté bien con la propia. Y perdóneme, don Diego, pero quizás a usted
le hace mucha falta cambiarse a mi religión. Disfrutaría mucho más de la vida. No todo
ha de ser trabajar y abstenerse... Abstenerse de gozar todo lo que Él puso a su alcance.
- Mejor dejémoslo ahí, mi querida protectora, y declaremos empate. Yo respeto tú
conciencia y tú respetas la mía.
- Será como usted diga, don Diego -respondió Ofelia, sin poder sacarse la picardía
de la cara-.
- ¡Ah, se me olvidaba, Ofelia! El lunes llegan los rondines sobre los cuales te
hablé. Para que lo recuerdes, se llaman Arnoldo Riquelme y Florentino Catrileo. Son
hombres fuertes y que saben usar un arma. Pertenecieron al ejército. Van a llegar solos,
como tú ya sabes, así es que ubícalos en alguna puebla. La pensión, por supuesto, la
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pago yo.
- Para qué gasta plata, patrón. Yo los puedo acomodar en las piezas de servicio.
- No, Ofelia. Recuerda que son casados... y éstos están muy contentos de sus
esposas.
Don Diego endureció el rostro y, mirándola a los ojos, le dijo:
- Como van a trabajar muy cerca de aquí, te hago responsable, personalmente a ti,
de que no se enreden con ninguna china, pues sus mujeres no llegarán hasta un tiempo
más, cuando les tenga casa.
- Aquí en “Las Casas”, yo le respondo. Ahora, lo que hagan afuera patrón, yo no
lo puedo controlar.
- Hay pocas cosas en esta hacienda que tú no puedas controlar, querida Ofelia. Así
es que confío en ti. ¡Ah!, se me olvidaba decirte que mañana José tiene que ir a buscar al
padre Andrés para la misa...
- Por supuesto, don Diego; es tercer domingo, sé que toca misa y todo está
dispuesto.
- Lo sé, Ofelia, lo sé. Pero, por favor, déjame terminar. Cuando lleve de regreso al
curita, José debe esperar el arribo del tren de Río Claro, porque va a llegar Antonio, mi
cuñado...
- No le puedo creer, patrón. ¡Don Antonio! Tantos años que no lo veo. Perdone,
don Diego, pero debió avisarme antes para preparar una pieza para él y la señora
Eugenita. ¿Viene con los niños?
- Calma, Ofelia, calma- se interpuso el patrón-. Por ahora viene solo. Eugenia y
los niños van a llegar más adelante, probablemente a fines de mes.
- Dígame, patrón, sigue siendo tan bonita... Y los niños, ¿cómo son?
- Sí, Ofelia, Eugenia está aún más bella. Respecto de los niños, supongo que
recuerdas que tienen dos mujercitas, la mayor y la última, y dos varones, que son los del
medio. Eugenita, la primogénita, es muy bonita y, en cuanto a los demás, todos llevan
buenas trazas.
Esa noche, luego de escuchar en la BBC el "Concierto para Piano en La menor de
Schumann", cambió a la Radio Nacional para enterarse de las últimas noticias. Lo que
destacaba, entre ellas, eran los disturbios producidos en Santiago a raíz de la entrega de
Tacna al Perú, ocurrida el miércoles 28, y la incipiente lucha entre árabes y judíos por el
Estatuto de Palestina. Ambas noticias le hicieron recordar a su hijo, Dieguito, y sus
teorías históricas.
El domingo, don Diego inició su día, como era su nueva costumbre desde que
podía escuchar la radio, a las cinco y media de la mañana. Después de las oraciones
matinales, se instaló en su salita, sin desayunar, pues era día de misa en Quillacahue y
deseaba recibir la eucaristía. Mientras tomaba un "agua perra" sintonizó la BBC. Como
Londres tenía una diferencia de cuatro horas, al poco rato se inició el noticiario de las
diez de la mañana. El hacendado prestó atención cuando escuchó mencionar a la bolsa
de Nueva York, y subió el volumen de la radio. En la jornada anterior los precios
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promedio de las acciones habían registrado una leve baja. Era la primera, después de
varios años de alzas ininterrumpidas. A pesar de que los comentaristas trataban de restar
importancia al hecho, calificándolo de fenómeno transitorio, hubo una nota que
mencionaba la opinión de un analista económico, quien advertía que podía ser el
comienzo de lo que él llamaba, eufemísticamente, una "normalización bursátil". Don
Diego no tuvo duda alguna. Era el comienzo del fin.
Al escuchar el trote del coche que ingresaba “Las Casas” trayendo a Antonio, don
Diego salió a recibirlo:
- Me habían hablado de la magnificencia de “Las Casas” de Quillacahue, Diego,
pero nunca imaginé esto -exclamó Antonio apenas saludó a su cuñado- .
- Realmente es una muy buena casa, Antonio, pero no es obra mía. Es lo único
que recibí en buenas condiciones de este campo. Todo lo demás estoy comenzando a
mejorarlo.
Ofelia, que estaba esperando su turno, se adelantó y se echó a los brazos de
Antonio:
- ¡Don Antonio! No sabe la alegría que me da volver a verlo. Han sido tantos
años.
Sin dejarlo escapar de su abrazo, Ofelia prosiguió:
- Me ha contado don Diego que pronto va a traer aquí a Quillacahue, a la señora
Eugenia.
- La alegría es mía, Ofelia dándole una suave palmada en el trasero, Antonio
retomó la palabra-. Estás regia. ¡Cómo harás sufrir a los varones de estos lados!
- Las cosas suyas, don Antonio -respondió Ofelia, sonrojada tanto por la mano
que no se apartaba de su traste.... como por algunos viejos recuerdos-.
Se alejó un poco al percibir la pícara mirada de don Diego y preguntó:
- ¿Cuándo va a traer a misia Eugenia y a los niños?
- Muy pronto, mi querida, muy pronto. Eugenia se va a quedar acompañando a
Rosaura para las fiestas del "dieciocho". Espero que a comienzos de octubre se puedan
venir ella y los niños. Me temo, Ofelia, que te vamos a molestar por un rato.
- Será un gusto servirlo a usted y a su familia, don Antonio; por todo el tiempo
que desee.
El opíparo almuerzo que les tenía Ofelia, cuyo plato de fondo era un lechón asado,
más la prolongada sobremesa en torno a la chimenea, disfrutando de un excelente coñac,
les permitió relajarse y volver a conversar como solían hacerlo años atrás. Se apreciaban
mutuamente y compartían, en muchos aspectos, intereses y enfoques similares, así como
en otros tenían diferencias sustanciales. Antonio le reprochaba a Diego el tomar todo
demasiado en serio. Aunque él también era muy católico, transitaba por la vida con más
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soltura. Tenía algo del cinismo de su padre en cuestiones tocantes a la ética y la moral.
Diego, consciente de este aspecto, intentaba eludir temas que los pusieran en conflicto.
A esas alturas de la vida, tenía muy claro que no iba a influir en un hombre adulto y
debía aceptarlo como era.
Después de una reponedora siesta, salieron a recorrer el campo, lo cual le permitió
a don Diego explayarse en sus planes. Eran pocas las oportunidades que tenía de hablar
de ellos con un conocedor del quehacer agrícola, como Antonio. Éste, a pesar de su
cariño por la tierra, quedó sorprendido por la vehemencia y la pasión con que don Diego
reseñaba sus proyectos.
A partir del lunes, don Diego se enfrascó en las labores pendientes. Los días se le
hacían cortos y cada noche, al acostarse, sólo deseaba que llegara el amanecer para
reiniciar su trabajo. Esa sensación le recordaba los veraneos en el campo de su padre, en
los que al caer agotado en la cama al final del día, deseaba que la noche transcurriera
rápido, para poder seguir disfrutando de las innumerables aventuras del largo verano.
Antonio por su lado, se dedicó a recorrer, palmo a palmo, la hacienda “Las
Becacinas” . Al terminar la semana, estaba decidido a comprar el campo a "puertas
cerradas" con las siembras, el ganado y toda la maquinaria. El domingo, al regresar de la
misa desde Santa Elisa, habló del asunto con su cuñado:
- Diego, como seguramente lo intuyes, estoy decidido a hacer negocio con la
viuda de Alberto Quintana. Abusando de tu amistad, me gustaría que fueras conmigo
esta semana a Cauquenes, aunque sé que tú tienes que ir a Río Claro a la reunión del
directorio del banco.
- Por supuesto, cuñado, por supuesto... Yo siempre pensé acompañarlo. Es lo
lógico y, en ningún caso, un abuso de confianza.
Se calló un momento, pensando en cómo organizar la semana para poder hacer
ambas cosas. Cuando lo tuvo resuelto, se dirigió a Antonio:
- Con buena voluntad, todo se puede acomodar, Antonio. Yo me voy mañana,
lunes, a Río Claro. El miércoles, si tú estás de acuerdo, me dirijo directo a Cauquenes a
encontrarme contigo. Podemos hospedarnos en el "Hotel del Maule" y regresar el
viernes. Recuerda que tu hermana Elvira, con Jaime y Dieguito, llegarán el sábado a
pasar la semana del "dieciocho".
- Me parece perfecto, Diego; lo haremos así. Te voy a pedir que, por favor, le
lleves una carta a Eugenia, para explicarle todos mis planes. Estoy viendo que sólo
podré acompañarla los días del "dieciocho". Después no nos veremos hasta que se venga
con los niños, pues, si todo resulta bien, voy a tener que quedarme aquí. Y tú sabes que
ella tiene su carácter y le gusta estar enterada de todo.
- Despreocúpate, Antonio, yo seré tu abogado -le respondió, riendo, don Diego-.
- No sé cómo te voy a agradecer todo lo que has hecho por mí, Diego. Realmente
estoy aprovechándome, tanto de tu amistad, como de tu hospitalidad.
- Tranquilo, cuñado, tranquilo; sé que usted haría lo mismo por mí.
El ambiente en el directorio del banco era sumamente tenso. Don Diego, por
enésima vez, pidió la palabra:
- Señor presidente, señores directores: considero necesario que todos mis dichos
anteriores, más las afirmaciones que voy a efectuar, consten en acta con absoluta
fidelidad.
- Señor secretario- lo interrumpió el presidente del banco, don Benjamín
Urrejola-; hágase tal como lo ha solicitado el señor director, don Diego González.
Continúe, don Diego.
- Señor presidente, voy a resumir lo que tantas veces he sostenido. Las
colocaciones o préstamos de cualquier banco son, por definición, activos de riesgo. En
nuestro caso, esos préstamos están otorgados, en un alto porcentaje, a clientes que han
utilizado ese dinero para especular en acciones. El especular en cualquier tipo de bien es
una actividad legítima, mas claramente riesgosa. Si agregamos a ello que esa
especulación se realiza en un mercado absolutamente distorsionado, en que los valores
alcanzados por dichos títulos no guardan relación alguna con la parte alícuota o
proporcional del valor de las empresas que los emitieron, podemos concluir, sin lugar a
dudas, que una parte importante de los activos de este banco no son tales y, por lo tanto,
estamos enfrentados a una pérdida de una magnitud que puede llevarnos a la
insolvencia. Como todos los señores directores bien saben, eso significa una sola cosa:
no podremos devolver el dinero que los ahorrantes nos han entregado para que les
administremos, "Como lo haría un buen padre de familia".
- Señor director- señaló el presidente, alzándose de su sillón y señalándolo con el
dedo índice de su mano derecha- . ¿Percibe usted la gravedad de su acusación?
- Perdón, señor presidente- le retrucó don Diego-, lo realmente grave no es lo que
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yo pueda decir; lo grave son los hechos que existen detrás de mis palabras. De esos
hechos somos responsables todos los que estamos en torno de esta mesa...
- Presidente- interrumpió don Santiago Escala-. El que consten en acta las
palabras de don Diego puede, el día de mañana, tener efectos legales que nos afecten a
todos...
- Presidente- acometió don Diego solicito se me permita concluir. Entre
paréntesis, don Santiago, lo importante no son los efectos legales Lo único importante
para nosotros, los directores, es salvaguardar el patrimonio del banco y por ende, el
dinero que nos confiaron los ahorrantes. Volviendo a lo principal, presidente, tengo
perfectamente claro que esos créditos, tristemente riesgosos, como he demostrado, son
de un hecho irreversible. Sólo podemos tomar dos acciones para disminuir el efecto de
una caída bursátil: primero, no otorgar ni renovar más créditos de este tipo y; segundo,
vender las acciones especulativas en que nuestro banco ha invertido directamente...
- Si se aprueba eso- saltó don Santiago-, al no renovarnos los créditos, nos van a
obligar a vender las acciones...
- Exactamente- le replicó don Diego- . Y le estaremos haciendo un gran favor...
- No acepto que nadie tome decisiones por mi- respondió don Santiago-.
- Usted, señor, puede tomar decisiones con su propio dinero -le espetó don Diego-
Las decisiones del dinero del banco y de los ahorrantes de los cuales somos mandatarios,
corresponden a este directorio... y ¡A nadie más, señor!
Don Benjamín suspendió la sesión por quince minutos para intentar aquietar los
ánimos. Cuando se reanudó, llamó a votación, rechazándose aquella parte de la
proposición de don Diego que se refería a las renovaciones. Se acordó, en cambio, no
otorgar nuevos créditos para especular en acciones y vender aquéllas en que el banco
había invertido. Cuando se levantó la sesión, don Diego fue el primero en retirarse, los
demás directores seguían comentando el desacostumbrado debate.
Mientras caminaba hacia su casa, el hacendado sonreía sólo. Siempre supo que le
iban a rechazar la propuesta de los préstamos, pues prácticamente todos los directores
estaban involucrados en ellos. No obstante, tenía muy claro que, al forzar ambas
peticiones, iba a obtener aquélla que no afectaba los intereses inmediatos de ellos. Había
logrado bastante, y lograría aún más, con el miedo que les trasmitió a sus colegas.
Estaba seguro de que muchos de ellos, en secreto venderían sus acciones, cancelando
sus créditos.
“Algo es algo”, pensó para sí mismo. Al doblar la esquina de la plaza, su mente
saltó al otro problema que tenía que abordar: conversar con Elvira y comunicarle su
decisión. Rápidamente y sin mucho esfuerzo, resolvió que era mejor postergarlo.
Tendría tiempo de sobra durante la próxima semana, cuando ella fuera a Quillacahue.
Al llegar, Angélica le comunicó que doña Rosaura deseaba verlo y que doña
Elvira y doña Eugenia habían salido de compras, mas regresarían para acompañarlo a la
hora del té.
Rosaura, cercana ya a su quinto mes de embarazo, se veía radiante, acomodada
entre los almohadones de su cama. Don Diego se inclinó para besarla y ella, en forma
inesperada para el hacendado, le revolvió el pelo cariñosamente, mientras le susurraba:
218
- No sabe usted cuánto lo quiero y cuánta falta me hace, Diego. Está bien que sea
un vasco bruto, pero igual debería ocuparse de su mujercita. No olvide que usted es el
responsable de mi actual estado.
- Usted sabe bien, mi querida Rosaura, que el principal afán de mi vida es hacerla
feliz a usted, a Dieguito y a nuestra hija, que está aún en su seno -respondió cálidamente
don Diego, mientras se sentaba a un costado de la cama sin soltar las manos de Rosaura.
Con la más conquistadora de sus sonrisas, volvió a besarla con ternura, mientras
sentía un profundo sentimiento de culpa. Se tranquilizó al recordar que ya tenía resuelto
su problema y juró, para sí mismo, reconquistar a su mujer. Sabía que, si se lo proponía,
podía lograrlo.
- Me alegra mucho verlo atento conmigo, Diego. Las últimas veces que ha venido
ha sido más bien duro y poco cariñoso.
- ¡Ay, Rosaura! Usted, a más de bella, es una mujer inteligente y conoce, tan bien
como yo, nuestras diferencias. Tenemos caracteres distintos y opiniones muy
divergentes en algunos temas fundamentales, como nuestra religión y la forma de
vivirla.
Don Diego caviló un segundo y, acariciándole las manos a su esposa, reanudó la
conversación:
- Pero eso no quiere decir que, con buena voluntad y esfuerzo, no podamos lograr
nuestra mutua felicidad. Todo el problema consiste en respetar la individualidad del otro,
sin que ninguno trate de imponerse.
- Mi Diego querido; yo no sé qué pasa, pero cada vez que usted habla así, me
convence, pero después, igual no nos entendemos.
Doña Rosaura se sorprendió al percibir que la presencia de Diego le provocaba un
bochorno muy parecido al anhelo sexual que creía apagado por el embarazo. Poco a
poco, tuvo que reconocer que aquello que recorría su cuerpo era, claramente, un fuerte y
lujurioso deseo que humedecía sus partes íntimas.
Don Diego intuyó la causa de que su esposa estuviera tan callada, e insistió en su
argumentación:
- Ya le prometí, Rosaura, respetar su camino de salvación, aunque piense que es
erróneo y su resolución me involucre a mí en forma muy personal.
- Diego, Diego querido tiene mi autorización expresa para buscar alivio donde
corresponde a un hombre de su posición le interrumpió Rosaura.... percatándose que
nuevamente, sus palabras no coincidía con sus íntimos deseos.
Se lo imaginó desnudo, al lado de una voluptuosa mujerzuela, y se indignó contra
sí misma por los celos que la invadieron. Inmediatamente cambió el giro de la
conversación:
- Ello no quiere decir que no prefiera la opción que usted ha tomado, que me
honra de sobremanera, pues es una gran demostración de amor hacia mí; sobre todo
cuando sé que usted, que es un hombre de naturaleza libidinosa, no concuerda con mi
resolución.
- Bueno, Rosaura, ese tema ya lo hemos conversado muchas veces y usted
resolvió por los dos. Ahora, lo que sí le insisto es que en asuntos atingentes a las
219
relaciones de nuestra familia, ya sea con la Iglesia o con la sociedad a la cual
pertenecemos, yo no voy a ceder mis prerrogativas de jefe de hogar. Usted deberá
honrar, en estas materias, la obediencia que me juró en el altar.
- Por supuesto, mi amado Diego. Recuerde que le di mi promesa.
Su cara cambió abruptamente y exclamó:
- Mire, Diego, toque, toque, su hija se está moviendo.
Don Diego puso la mano en el vientre de su esposa, cubierto por el camisón.
Palpándola con ternura, encontró el lugar donde surgía una pequeña protuberancia y
percibió claramente los desplazamientos de su hija. Rosaura, que lo miraba fascinada,
afirmó:
- Tiene usted razón en su presentimiento, Diego. Esta criatura se mueve con
mucha más suavidad que Dieguito. Además, sus patadas son también más femeninas.
Con un rápido cambio de tema, doña Rosaura le preguntó:
- ¿Ha sabido algo de mi disipado padre, Diego?
- La verdad es que no, Rosaura, Yo esperaba que viniera al directorio del banco,...
pero ni siquiera envió una explicación.
Don Diego permaneció tendido al lado de su esposa con la cabeza apoyada en su
hombro. Al poco rato, ella lo sacó de su estado de sopor:
- Diego, refrésquese y vaya a tomar once. Elvira y Eugenia deben estar solas.
Luego le dio un cariñoso beso y lo impulsó, suavemente, fuera de la cama.
Rosaura quedó entre confundida y entusiasmada después de la visita de su esposo.
Por un lado, la imagen de verlo acostado con una mujerzuela la enardecía y, tenía que
reconocer, aunque le pesara, que su marido la excitaba con su sola presencia. ¿No
estaría ella equivocada, basando su salvación en "ése" sacrificio? ¿No tendría razón el
obispo? Recordó que incluso el padre Peña (que al final había resultado tan estúpido
como ella imaginara) había insinuado una posición similar, hasta que ella lo presionó.
Pero ¡No!, ella tenía razón. Conocía sus demás pecados y estaba cierta de que
necesitaría de un sacrificio muy grande para salvarse; eso le dictaba su conciencia y eso
haría. No podía correr riesgos. Por otro lado, sentía pánico de perder a Diego, sobre todo
considerando la nueva actitud de su padre y lo complicada que podría ser su situación
futura. Él siempre había sido su refugio de última instancia. Estaba claro que el vasco
pertinaz de su marido no iba a dejar el campo para asumir su rol de príncipe consorte de
ella, la reina de Río Claro... No tenía opción, tendría que hacer algunas concesiones para
asegurarse a Diego.
Don Diego, que se había instalado en su escritorio a meditar, era capaz de apostar
respecto de lo que se habría quedado pensando su esposa. Estaría tentada por ceder a su
sensualidad natural y no insistir en su castidad. Sin embargo, sin mucho
convencimiento, optaría por la castidad, al creerla su camino de salvación. Además, por
instinto de supervivencia de clase, habría arribado a la conclusión de que a falta de su
padre, necesitaba a don Diego. Se sonrió para sí mismo; si se lo proponía, podía
conquistarla y hacerla claudicar... poco a poco. Si no lo lograba, sabía que se le haría
muy difícil resistir la tentación del cariño de Elvira.
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74
Las ramadas son construcciones provisorias donde se vende vino, empanadas, asados y otros
condumios en los días festivos, especialmente durante las fiestas patrias. La fiesta es animada por
conjuntos que tocan cueca día y noche durante esas jornadas.
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compartimos. Ahora, como usted sabe, la que realmente se preocupa de mí es mi tía
Elvirita… En realidad se preocupa de todo en la casa, pero es especialmente amorosa
conmigo.
Don Diego, al escuchar a su hijo referirse a Elvira, sintió un escalofrío que le
recorrió todo el cuerpo. Tendría que hablar con ella cuanto antes. Dieguito lo sacó de su
momentánea enajenación.- Hay un asunto, papá, que quería conversar con usted.
- Por supuesto, Dieguito, lo que tú quieras.
- Es medio difícil el tema- observó el muchacho antes de continuar-, pero bueno,
más vale que lo hablemos ahora. Resulta que mi mamá se complicó al ver que yo jugaba
con Eugenita y quiso explicarme lo de las relaciones sexuales. Al final se enredó entera
y terminó diciéndome que los hombres no debíamos tocar a las mujeres hasta después
del matrimonio y que lo demás te lo preguntara a ti. Pero la verdad, papá, no es
necesario.
- Claro que lo es, hijo mío, y debí haberlo hecho mucho antes. Uno no se da
cuenta cómo crecen los hijo...
- Papá- lo interrumpió Dieguito- , en serio no es necesario. Como usted sabe muy
bien, he pasado mucho tiempo en el campo y, bueno, he observado los animales. Lo
demás lo aprendí de mis amigos de aquí de Quillacahue y, antes, de los amigos que tenía
en Los Hualles
- Bueno, puede que sepas cómo se realiza el acto sexual, hijo, pero hay cosas más
importantes que eso en este asunto. Siempre debes recordar que Dios nos otorgó esa
capacidad con el objeto de poder reproducirnos y perpetuar su creación. Por lo mismo,
debe realizarse solamente dentro del matrimonio. El acto sexual es la culminación del
amor. Como ya aprenderás en la vida, si se llega a efectuar sin cariño, en vez de una
profunda satisfacción, produce rechazo y repulsión hacia la otra persona después de
efectuado.
Se quedó pensando un segundo antes de variar el giro de la conversación.
- Perdona, hijo, que me haya puesto a disertar; quizás sea preferible que me
preguntes tú.
- Lo que usted me ha dicho, papá, también me lo enseñaron los curitas- Dieguito
se detuvo un tanto sonrojado y luego continuó-. Pero sí, hay dos preguntas que quiero
hacerte, papá.
- Adelante, hijo, adelante.
- La primera es, ¿Por qué hombres buenos y católicos, como mi abuelo y el tío
Antonio, van a los prostíbulos? Según los curas, eso no es de lo más correcto, pero sí
aceptable para hombres mayores.
Se detuvo un momento y miró a su padre directamente a los ojos:
- A mí no me parece que sea así y, por lo demás, veo que tú no lo haces.
- Me alegro, Dieguito, que pienses de ese modo. Yo estoy de acuerdo contigo y
por eso jamás he ido, ni jamás iré, a un prostíbulo.
Se detuvo un segundo, pensando en las palabras que iba a decir.
- Hablando corto y preciso, hijo, esa es una estupidez que algunos sectores de la
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Iglesia han divulgado, interpretando erróneamente las enseñanza de Nuestro Señor. Ellos
pretenden que la mujer, aun estando casada, peca si disfruta del acto sexual o lo efectúa
en momentos en los cuales puede concebir. Para evitar ese pecado inexistente, han
legitimado la prostitución, pues creen que es el hombre el que tiene mayores impulsos
sexuales. La verdad es otra, Dieguito. El deseo sexual es similar entre hombres y
mujeres, aunque se despierta de acuerdo a las características propias de cada sexo.
Haciendo una gran simplificación, podríamos decir que el hombre es más receptivo a la
sensualidad y la mujer a la ternura. Lo que sí sucede es que el varón produce el semen,
como entiendo que ya sabes y si no lo libera se siente inconfortable, pudiendo hasta
agriársele el carácter. Afortunadamente, Dios, a través de la naturaleza, ha resuelto ese
problema mediante eyaculaciones espontáneas durante el sueño...
- Sí, papá- interrumpió el joven-. Desde hace un tiempo me sucede eso con cierta
frecuencia y... la verdad, es que es muy agradable.
- Así es, hijo, y no tienes por qué avergonzarte de ello. Es algo dispuesto en la
ordenanza divina.
- Papá, ¿y la Masturbación? Según los curas es pecado mortal y le puede secar el
cerebro al que lo hace.
- A ver, hijo, vamos por parte. La masturbación es un pecado y mortal. Es un acto
inmoral que va contra la ley divina y el orden natural de las cosas. Ahora, eso de que
vaya a secar el cerebro es un cuento inventado por los curas para asustar a los niños...
- Pero, papá -interrumpió el joven-; estoy de acuerdo con usted que sea un
pecado,... pero no me parece tan claro que vaya contra el orden natural. ¿Cómo los
potros y los toros se masturban?
-Hijo, hijo, los animales no tienen alma. Esa es la gran diferencia. Dios creó al
hombre a su imagen y semejanza; a los animales no.
Perdone, papá, una última pregunta.
- No, hijo, no tiene por qué ser la última. Pregúntame lo que quieras, pues creo
que es muy bueno que tengas confianza conmigo. Quiero que sepas que cuando desees
conversar de esto o de cualquier otra cosa, siempre estaré a tu disposición.
- Gracias, papá.
- Ahora, hijo, ¿Cuál era esa pregunta?
- No es mi intención faltarle al respeto a ninguno de ustedes, mis padres, pero hay
algo que desearía saber...
- Adelante, hijo, adelante.
- Dígame, papá, ¿Mi madre es de esas católicas que piensan que disfrutar el acto
sexual es pecado?
- Difícil pregunta, Dieguito -respondió el hacendado, dándose un tiempo para
responder-. Te diría que durante un tiempo fue así, pero. Con paciencia y amor, creo que
lentamente la estoy sacando de su error.
- Y perdón, papá, ¿Entonces cómo se las arreglas usted, que pasa tanto tiempo
solo?
- Apoyándome en mi fe y en el amor que tengo por tu madre. Y rezando, hijo,
rezando mucho.
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En la tarde del primer día festivo, mientras Dieguito iba a pescar con sus amigos
campesinos, don Diego invitó a Elvira y a Jaime a dar un Paseo a caballo. Esperaba que
se le presentara la oportunidad de hablar con ella, porque la noche anterior no había
dormido bien, contrastando lo que su hijo pensaba de Elvira y de él con lo que realmente
estaba ocurriendo.
Mientras José Gacitúa revisaba las monturas, Elvira, quien se había adelantado a
don Jaime, preguntó a su cuñado:
- Mi Diego querido, ¿conversó Dieguito con usted?
- Sí; largamente, Elvirita- respondió el hacendado, tratando de disimular su
asombro ante la pregunta-.
- Pues, si es así, algo debe haberse guardado o no estaría usted tan tranquilo.
- Hablamos sobre muchas cosas. Me hizo algunas preguntas un tanto difíciles,
propias de su edad, pero nada que me inquietara.
Perturbado en extremo, don Diego continuó:
- Por favor, Elvirita. Dígame, ¿Qué sucede?
- Sucede, Diego, que la amistad de Dieguito con su prima ha sulfurado a nuestra
querida Rosaura. Ella está convencida que Dieguito es un niño inocente, que va a ser
pervertido por Eugenita, a quien considera una loca desatada.
- Conociendo a Rosaura, debí habérmelo imaginado -respondió de inmediato don
Diego. Luego se dirigió, nuevamente, a su cuñada-. Dieguito se refirió al tema, pero en
forma muy indirecta.
- Creo, Diego, que el niño ha sufrido bastante con el asunto, pero no quiere
enturbiar las relaciones suyas con mi hermana. Usted no se imagina los esfuerzos que he
tenido que hacer para que Eugenia no perciba lo que realmente piensa Rosaura.
Se detuvo un momento antes de continuar:
- La convencí de que si notaba cierta reticencia de Rosaura hacia Eugenita, era
debida a los celos típicos de la madre hacia las amistades femeninas del hijo varón,
exageradas, en este caso, por el peculiar carácter de mi hermana.
- Es una lástima, mi querida cuñada, ya que Dieguito está feliz de la convivencia
con sus primos. Por lo que me relató, creo que se entienden a las mil maravillas.
- Así es, Diego -respondió Elvira-. Usted sabe cuánto quiero a Dieguito. Antes de
la llegada de mi hermano y su familia estaba un tanto preocupada por su aislamiento.
Aunque siempre me hablaba de sus amistades del colegio, nunca lo veía convidar otros
228
niños a la casa, ni visitarlos. Seguramente lo hacía para evitar conflictos con su madre.
La amistad con Eugenita y Toño le ha cambiado el carácter; se ve mucho más alegre.
- Bueno, bueno, cuñadita. Déjemelo a mí. En mi próxima visita a Río Claro
deberé ocuparme del tema.
- Creo que será necesario. Entre paréntesis, Diego, ¿Vio que mi padre ni siquiera
apareció para el último directorio del banco?
- Sí, Elvirita. Ni siquiera envió una excusa, ni me llamó por teléfono; realmente
me tiene muy preocupado.
Cuando llegó Jaime montaron e iniciaron su cabalgata. Puelche, el perro de don
Diego, trotaba al lado de los caballos, feliz de iniciar un paseo menos solitario que los
acostumbrados con su amo. Era una tibia tarde de comienzos de primavera y a lo lejos se
escuchaba una guitarra que recordaba la celebración del dieciocho. En el campo no se
veía un alma.
Al llegar al potrero Las Pataguas, Elvira dio rienda suelta a su yegua, iniciando su
acostumbrada y loca carrera. Don Diego se sintió tentado a seguirla, mas no podía dejar
solo a don Jaime, quién había iniciado un largo relato sobre los rumores que la última
reunión del banco había generado en la sociedad rioclarense.
Cuando regresó Elvira, retomaron la cabalgata, poco a poco Don Jaime se fue
quedando retardado, abstraído en sus propios pensamientos. Ella aprovechó la ocasión
para dirigirse a su cuñado:
- Me fascina lo que usted está haciendo en este campo, Diego.
Tenía el rostro sonrojado por el esfuerzo del galope. Las lágrimas, causadas por el
golpe del viento durante la carrera, hacían brillar intensamente sus verdes ojos. Después
de un suspiro casi imperceptible, continuó:
- Parece, mi querido cuñado, que soy la única de la familia que siente, como
usted, el llamado de la tierra. Yo viviría feliz en un lugar como éste y no saldría jamás
de aquí. Siento que ese cerro señala algo en mi alma Lo percibo como un viejo conocido
que me quisiera anunciar que aquí está mi lugar en el mundo.
Don Diego se conmovió al escuchar las palabras de su cuñada y recordar la
sensación que lo estremeció a él la primera vez que vio el cerro. Se sobrepuso
respondiéndole:
- El campo, para cierta gente como usted y yo, cuñada querida, tiene una atracción
irresistible. Le confieso que aquí mismo, yo tuve la sensación de haber llegado al lugar
que Dios me tenía asignado. Fue como tener la certeza de que Él había atado mi destino,
para siempre, con el de esta comarca.
En ese momento empezaron a descender hacia el estero que los separaba del
potrero La Viña. Doña Elvira, girando el torso, miró hacia atrás, cerciorándose que don
Jaime se encontraba a apreciable distancia como para conversar tranquila con su cuñado:
- ¿Cómo se llama el cerro, Diego?- preguntó con inocente picardía-.
- Quillacahue, igual que la hacienda, Elvirita.
Él la miró a los ojos y, al captar su coquetería, se lanzó en un atrevido avance:
- Ya que ambos recibimos el mismo mensaje, ése será, si usted me lo permite,
nuestro cerro... custodio de nuestro cariño y depositario de nuestros secretos.
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Elvira, en un impulso que no pudo ni quiso resistir, acercó su yegua alazana a la
de don Diego y, empinándose en los estribos, le dio un suave beso muy cerca de la
comisura de los labios.
- Gracias, Diego, no lo olvide nunca. ¡Ese es nuestro cerro!
Don Diego condujo a Elvira a la sombra de un sauce que extendía el llanto de sus
tiernas varillas hasta el suelo. Una vez dentro de la verde cúpula, descendió de la
cabalgadura y tomó a su cuñada por la cintura, alzándola suavemente de su montura y
depositándola, de espaldas, delante suyo. Elvira apoyó la cabeza en el pecho del
hacendado, mientras éste ceñía su cintura con ambas manos. Se quedaron ahí,
inmovilizadas, durante un segundo. Luego, ambos giraron al mismo tiempo, llevados por
la sed la pasión que anidaba en sus bocas. Sus labios se estrujaron en un beso casi
doloroso, mientras sus lenguas se exploraban enloquecidas. El deseo reprimido
sobrepasó, por primera vez, la voluntad de ambos. En el momento que don Diego
introdujo la mano en la blusa y acunó en su mano uno de los senos de doña Elvira, el
tiempo se detuvo. La respuesta de ella fue cada vez más ardiente y la creciente
excitación sepultó toda inhibición. Ambos exploraron, con creciente vehemencia, cada
rincón de sus cuerpos, hasta que, absolutamente descontrolados estallaron en una
virginal entrega. Cuando aún respiraban en forma agitada, Don Diego, sin control alguno
de sus actos, la tendió a su lado en el pasto, mientras el mundo dejaba de existir.
El relincho del caballo de don Jaime, que olió la presencia de las otras dos
cabalgaduras, los trajo de regreso al mundo. Se alzaron, rápidamente, y en un santiamén
estaban sobre sus cabalgaduras, saliendo por el otro costado del refugio. Antes de
retomar el camino, sumergieron sus miradas el uno en el otro, estampando un instante
eterno, que recordaría... lo que nunca había sucedido.
El jueves 19 todos se dirigieron, en dos coches, a Santa Elisa para asistir a la misa
de las once.
Don Diego, quien se las había ingeniado para que llegaran diez minutos antes de
la hora, oró un rato en silencio. Luego se alzó de su reclinatorio, para dirigirse a la
sacristía. Doña Elvira estaba sentada junto a don Jaime y a Dieguito en la primera fila
detrás de los reclinatorios, adivinó de inmediato las intenciones de su cuñado. Sabía que
ella también debía confesarse. Decidió hacerlo anónimamente, una vez iniciada la misa,
en el confesionario en que se encontraba el ayudante del cura, el padre Tomás, a quien
ella no conocía.
El cura párroco recibió alborozado a don Diego y, luego de comprometerse a
celebrar personalmente la próxima misa en Quillacahue (que correspondía al domingo
siguiente) y quedarse después a desayunar en la hacienda, escuchó en confesión al
atribulado hacendado. Una vez que éste terminó su relato y un tanto apremiado por la
hora, le manifestó:
- No, don Diego, no es que el demonio lo tenga en sus manos, ni nada por el
estilo. Le recuerdo lo que le expresé la última vez, cuando se mostró usted tan arrogante.
No basta creer que ha tomado decisiones heroicas. Usted es humano, aunque a veces lo
olvide, y la naturaleza humana es compleja, como bien lo sabe. Sus relaciones
matrimoniales son difíciles, por decir lo menos, y la presencia de su cuñada, con todas
230
las cualidades que posee, lo hizo caer nuevamente en pecado, quizás por su necesidad
imperiosa... hambre, diría yo, de afecto. Pero -aquí el cura cambió abruptamente el tono
de su voz-... tiene que aprender la lección: sean cuales sean las dificultades de su
matrimonio, cualquier infidelidad, aunque sea de pensamiento, es un pecado grave.
¡Gravísimo! Lo suyo ha ido un poco más allá de lo tolerable y no puede volver a
repetirse. Usted está casado con doña Rosaura hasta que la muerte los separe y en esto
¡No hay excepción alguna!, salvo el alivio a sus urgencias en relaciones menores, que no
impliquen traicionar el amor debido a su cónyuge. Como le recomendé, rece... apóyese
en Nuestra Señora. En penitencia, el primer día después de la partida de las visitas lo
dedicará, por entero, a la oración y a la lectura de las sagradas escrituras. Yo le voy a
marcar algunos párrafos de la Biblia que deseo se grave en la memoria. Aunque, estoy
cierto, usted los conoce muy bien. La próxima vez que conversemos volveremos sobre
el tema. De todo lo que sé de usted, patroncito, y dado su carácter, esta amistad con su
cuñada es, sin ningún lugar a dudas, el principal peligro para su salvación. Y entienda,
¡Entienda de una vez por todas! ¡Nadie, pero nadie, se salva solo! Si no, ¿Qué sentido
tendría el sacrificio de Cristo? Ego te absolvo in nomini Patri, et Fili...
El lunes, después de dejar todo dispuesto para los trabajos de la hacienda, don
Diego se instaló en la capilla a cumplir su pena. Tomó la hoja que le había dejado el
padre Andrés y comenzó a ubicar las frases señaladas:
"Habló Jehová a Moisés, diciendo:
"Ningún varón se llegue a parienta próxima alguna, para descubrir su desnudez.
Yo Jehová." (Lev. 18, 6)
"Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la
adúltera indefectiblemente serán muertos." (Lev. 20, 1 l.)
"Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de
los pueblos para que seáis míos." (Lev. 20, 26)
"Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y
adúlteros." (Mal. 3, 5)
"Entonces respondieron algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo:
Maestro, deseamos de ti la señal. Él respondió y les dijo.- La generación mala y
adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás."
(Mat. 12, 39)
"Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los
fornicatarios y a los adúlteros los juzgará Dios. " (He. 13, 4)
"¡Oh, almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra
Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de
Dios.” (Stg. 4, 4)
Tiempos Tormentosos
El lunes siete de octubre don Diego viajó a Río Claro. Obligado a ir por la sesión
del directorio del banco, que curiosamente se había adelantado. Aprovecharía para estar
un par de días con su familia ya que la cantidad de trabajo que debería realizar en
primavera no le permitía ausentarse por más tiempo. Tenía pendiente hablar con su
esposa sobre la amistad de Dieguito con sus primos.
Al atardecer al llegar a su morada en Río Claro, Angélica, la dueña de casa de
doña Rosaura, lo recibió con cara de "circunstancia". Elvira, que sabía de su llegada, se
apresuró a saludarlo con un beso en la mejilla, claramente despectivo.
233
- Elvirita, ¿cómo ha estado?- le preguntó, un tanto turbado, don Diego
- Yo muy bien, Diego, ¿y usted?
- Bien, cuñada, bien. Pero algo raro pasa aquí; me bastó ver la expresión de
Angélica para percibirlo.
- Más de algo, mi querido cuñado. Pero no seré yo quien se lo vaya a relatar. Es
un asunto familiar y, por lo tanto, le corresponde a Rosaura, su esposa, comunicárselo.
- Elvira, usted me conoce bien. No me trate así cuando sabe que estoy sufriendo
mucho con lo nuestro.
- ¡No me interesan sus asuntos personales, Diego! Creí habérselo dejado claro.
En ese momento apareció Rosaura, quien lucía radiante.
- Rosaura, ¡Qué hace usted fuera de la cama!- exclamó, sorprendido, el
hacendado-.
- ¡Ay, mi querido Diego!- se acercó a él y lo besó cariñosamente-. Usted sabe que
para mí, los asuntos de la familia están por encima de todo.
- ¡Por favor, explíquenme que es lo que pasa aquí!- estalló el hacendado, mientras
Elvira se retiraba, discretamente, hacia las dependencias interiores-.
- Nada grave, Diego, no se preocupe, Pasemos a su escritorio y le cuento todo con
calma.
- Lo que sucede, Diego, es que mi padre necesita nuestro apoyo. Estoy cierta que
usted me respaldará en las decisiones que he tomado.
- ¿Qué le pasó a Antonio? Su hermano no me ha contado nada.
- Es que él no sabe nada, Diego.
- Bueno, Rosaura, dígame por fin lo que sucede. Y... ¿Qué decisiones ha tomado?
- Bien, Diego. Mi padre ha decidido casarse con doña Hortensia del Valle y,
aunque íntimamente no estoy de acuerdo para nada, públicamente tenemos que apoyarlo.
- ¡Perdón, Rosaura!... Antes era la "fulana" y ahora es "doña Hortensia” ¿No sé
cuánto? Antes la actitud de su padre era una vergüenza familiar... Ahora tenemos que
apoyarlo.
- Así es, Diego. Tal cual como usted lo dice. Ninguno de nosotros está de acuerdo
con su proceder, pero si ya es una decisión, tenemos que apoyarlo.
Doña Rosaura, que había reasumido en plenitud su posición de reina de la
sociedad rioclarense, continuó:
- Sabía que a usted, por razones obvias, le iba a costar entender mi actitud. Pero
yo, Diego conozco a mi gente. Sólo si ven un claro y contundente apoyo familiar lo van
a aceptar. En cambio, si vislumbran el más mínimo reproche nuestro, lo excluirán
definitivamente. Y eso sería el fin de mi padre. Elvira se resistió un poco, pero Jaime me
encontró toda la razón. Si embargo, la persona clave es usted; por ser mi esposo y,
además, destacado miembro de la nueva clase emergente de Río Claro.
- Mire, Rosaura. Usted sabe lo que yo opino. Las decisiones de su padre, quien a
su vez es mi amigo, las respeto. Sin embargo, como creo que lo que está haciendo es un
disparate considero mi deber aconsejarlo...
- Debió haberlo hecho antes, Diego, ya es muy tarde. Mi padre llega la última
semana de este mes con doña Hortensia y le voy a organizar una gran recepción el
234
sábado dos de noviembre, a la cual asistirá todo aquél que es alguien en Talca, Río
Claro, Linares, Parral y Chillán; más algunos de Concepción. En total son
aproximadamente trescientas personas. Va a ser una fiesta que va a marcar una época.
Usted no se preocupe, ya hablé con él y cubrirá todos los gastos.
- Un momento, Rosaura. Ya veo que no me queda otro camino, pero ¡Las fiestas
en mi casa las pago yo!
El hacendado se paseaba, aún desconcertado, de un lado al otro de su escritorio.
Su esposa lo interrumpió de su ensimismamiento:
- Le agradezco, Diego, que a pesar de sus reservas, se dé cuenta que es una
situación irreversible y, por lo tanto, hay que afrontarla con el menor daño familiar
posible.
-Ya veremos cómo nos arreglamos con esa "putilla". Pero para el exterior, desde
ahora es “doña Hortensia", futura esposa de don Antonio Etchevers, caballero de noble
ascendencia y dueño de la hacienda Los Avellanos. Yo me encargaré de enseñarle los
modales mínimos para que se desenvuelva.
- Y su embarazo, Rosaura. ¿Cree usted que, con todos sus malestares, va a poder
soportar el ajetreo que todo esto va a significar?
- Usted sabe que, mi padre es alguien a quien jamás voy a abandonar en una
situación difícil; porque soy la única que puede resolver sus problemas. Tendré que
soportar las náuseas en pie; no tengo alternativa.
Se acercó a su esposo dándole un cariñoso beso.
- Le agradezco nuevamente su apoyo, Diego,... y ahora me retiro, pues tengo
mucho que hacer.
Don Diego se quedó meditando. Conocía a su suegro. Sabía que sufría, como
decían los campesinos, de un grave "empotamiento" que lo obligaría a hacer cualquier
cosa por esa joven mujer. Lo único que se le ocurría para ayudarlo era empujarlo a
vender sus acciones y consolidar, de esa forma, su futuro económico. Cuando iba a
llamarlo por teléfono a Santiago, Elvira ingresó al aposento.
- Diego, perdóneme. Fui muy torpe al recibirlo hoy.
Sin permitirle replicar, continuó.
- Quiero reiterarle que, dejando a un lado lo que haya sucedido entre nosotros
como mujer y hombre, siempre lo querré como un hermano y me ocuparé de usted y sus
hijos, ya que esa loca de mi hermana jamás lo hará.
- Nunca tuve la menor duda de ello, Elvirita, y si en algún momento me propasé,
fue porque realmente la amo... como mujer. Sin embargo, estamos regidos por nuestras
creencias...
- ¡No, Diego, no! No volvamos sobre eso. Lo que quería decirle es que siempre
puede contar conmigo. Incluso en esta maldita comedia de equivocaciones.
- Gracias, Elvira. Estoy aún afectado con las noticias. Tengo que reconocer, eso
sí, que la actitud de Rosaura, me parece es la única que puede salvar la posición de su
padre en esta hipócrita sociedad.
-Diego, Diego. No se engañe. Yo quiero mucho a Rosaura,... cuando quizás,
debería odiarla; pero ¡Nunca he sabido odiar! Pero esa es harina de otro costal. A lo que
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iba es que yo conozco a mi hermana mejor que usted. Puede que se engañe a sí misma y
a usted, pero ¡A mi, no! Encontró la forma de dar un golpe de poder; como reina de esta
maldita sociedad. Es más, lo logró sin entrar en conflicto con usted, como habría sido si
lo hubiera hecho a través de su influencia en la Iglesia, defenestrando a monseñor Arrau.
Va a reconquistar su poder y, adicionalmente, va a manejar a mi padre y Hortensia a su
amaño.
- Desafortunadamente, lo más probable es que tenga usted razón- le respondió el
hacendado-. Lo único que podemos hacer, y en eso le pido ayuda, es convencer a
Antonio que venda sus acciones. No quiero imaginar lo que sucedería, en estas
circunstancias si se arruina.
- Cuente conmigo, Diego. Pero me temo que está demasiado soberbio para
escuchar consejos.
- Si pensaba vender en diciembre -exclamó don Diego- ¡Que lo haga ya!
- Ojalá lo escuche. Ah, una última cosa. Por razones obvias, había pensado volver
a mi casa, en vista de la milagrosa recuperación de Rosaura. Sin embargo, lo he
meditado más y me voy a quedar... tanto por ella, que me va a necesitar más que nunca,
como por usted y por Dieguito.
Tal como se lo había pronosticado Elvira, su conversación telefónica con su
suegro le dio la impresión de que éste no haría nada, aunque le prometió reconsiderar la
fecha de venta de sus inversiones. Vivía, en ese momento, en otro mundo. Consideraba
la fiesta de Rosaura, que insistía en solventar, como una muestra de aprecio de él y de su
futura esposa, miembros ya de la sociedad Santiaguina, hacia sus antiguas amistades
provincianas.
En ningún caso contemplaba la posibilidad de residir en forma permanente en Río
Claro. Lo que sí deseaba era construir una mansión en Los Avellanos, digna de su nueva
condición y donde pudiera recibir, adecuadamente, a sus nuevas amistades.
La sesión del directorio del banco transcurrió sin mayores incidentes. Sólo se
trataron, someramente las materias estrictamente necesarias y antes del almuerzo estaba
concluida, lo que permitió que las inquietudes y rumores de los últimos días afloraran a
la hora de los aperitivos.
El primero en hablar fue el presidente, don Benjamín Urrejola.
- La verdad, don Diego, es que estoy bastante más tranquilo después de haber
vendido las acciones que estaban en poder del banco mismo... con todas estas noticias
tan contradictorias.
- No es para tanto, don Benjamín- retrucó don Santiago Escala-. Las bolsas, en
todo el mundo, tienen alzas y bajas. Es don Diego, con sus teorías ha creado
desconfianza.
Luego, tomando un sorbo de su trago, se dirigió a don Diego:
- Usted sabe don Diego, el respeto que le tengo. No obstante, considero que mis
obligaciones como director del Banco de Cauquenes están por sobre las consideraciones
personales y le advierto que en la próxima junta de accionistas voy a responsabilizarlo
de las pérdidas que ha sufrido el banco al vender las acciones a un precio muy inferior al
que, ciertamente, van a alcanzar en el futuro.
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- Puede usted hacer lo que le parezca, don Santiago. Yo sabré, hacer lo que me
corresponda en tal situación. Y ¡Por favor!, No confunda las cosas. El banco no ha
perdido nada; extremando las cosas, puede haber dejado de ganar. Es como si yo lo
acusara a usted de irresponsable por la plata que no ganó en la ruleta. No obstante, me
parece más prudente no jugar a los juegos de azar, menos con dinero confiado para
nuestra "Buena administración... como la de un padre de familia". La calificación de
jugar a la suerte con la plata que se le ha entregado para invertirla con prudencia, se la
dejo a su conciencia...
Una estruendosa carcajada del resto de los comensales puso fin a la discusión,
Don Benjamín aprovechó el momento para invitarlos a pasar a almorzar. Tomando a don
Diego por un brazo, se acercó a él, mientras pasaban al salón contiguo:
- He escuchado, mi querido don Diego, que muy pronto tendremos la oportunidad
de conocer a la dama santiaguina de alta alcurnia, entiendo, que se desposará con su
suegro.
- Así es, don Benjamín, así es.
- En ese caso, felicítelo de parte mía y requiérale una fecha para que como amigos
y colegas del directorio, le brindemos una adecuada manifestación.
- Por supuesto, don Benjamín, lo haré con sumo placer y le agradezco su
deferencia.
Apenas llegó al Hotel Crillón don Diego llamó a su casa de Río Claro. Le
respondió Elvira quién le informo que Rosaura andaba en los quehaceres de la fiesta.
-Dios mío mi querida Elvira, esta mujer no va a entender nunca.
Don Diego, con mucha calma le relató lo sucedido, su visita a la clínica junto con
don Antonio hijo y repitió casi textualmente las palabras del doctor.
-Bien Diego-replicó Elvira-. Yo viajo hoy a hacerme cargo de él. Lo único bueno,
mi amor, es que seré yo la que lo cuide en Quillacahue, mientras entreno alguna china.
Ello me va a permitir estar un tiempo cerca de usted. Después voy a poder ir con cierta
frecuencia. Lo veo mañana, resérveme un cuarto en el hotel.
Al rato llamó Rosaura:
-Mi querido Diego; Elvira me ha puesto al tanto de todo. Pobre de mi padre. Yo
sabía que no iba a resistir la muerte de mi madre. Por eso le bajó esta "melancolía". Yo
habría viajado, pero mi estado no me lo permite. Ya arreglé con Elvirita, tan buena la
pobre, para que viaje hoy y creo que la estoy convenciendo para que sea ella quien lo
cuide cuando lo traslademos a Quillacahue. Le va servir también de compañía a usted mi
amor. Usted sabe que yo no puedo dejar mis responsabilidades sociales en Río Claro;
menos ahora que mi padre no va a estar.
-Si Rosaura; la entiendo. Ya conozco su punto de vista.
-Otra cosa, Diego. Espero que contrate un buen abogado para meter a esa putilla a
la cárcel y recuperar la fortuna de nuestro padre que... en estas circunstancias pasará a
ser nuestra.
- Si Rosaura entienda, la putilla, como usted la llama, y el dinero están fuera de
Chile. No hay nada que hacer.
-Hay Diego, no sea pesimista. Usted siempre puede solucionar todo.
-No Rosaura. Puedo hacerme cargo de su padre, a quién estimo mucho. Voy a
tratar de pagar sus cuantiosas deudas con la venta de su campo. Pero nada más se puede
hacer.
-Diego, mi padre se muere si vende “Los Avellanos”. Yo tampoco lo soportaría.
-Su padre nunca lo va a saber; y a usted sí lo va a soportar.
Poco más tarde sonó el teléfono en la recámara de don Diego. Era Rosaura:
-¿Qué le parece Diego si, en vez de suspender la fiesta, la postergo para el regreso
de mi padre?
-Rosaura; parece que usted aún no entiende la situación. Su padre sufrió, tal como
se lo relaté, un daño cerebral grave. Nunca más recuperará el habla. No es conveniente
para él, ni estar con extraños, ni con grupos numerosos. Cuando sea dado de alta lo
llevaremos, directamente, a "Quillacahue".
-Hay, Diego. Usted siempre tan negativo.
-No Rosaura, no soy yo. Mañana podrá ver el informe completo del doctor
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Einrich.
Tiempos Extraños
Quillacahue era como una sinfonía en que se cruzaban tiempos muy diversos.
En el campo la actividad era febril. La nueva máquina enfardadora, con su motor
a vapor, engullía toneladas de heno, traídos por veinte carretas, y los transformaba en
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simétricos fardos. Cientos de trabadores, y trabajadoras, labraban en el campo. Unos
limpiaban las chacras; otros regaban el trigo y las empastadas; otros aporcaban las viñas.
El mayordomo de ganado, junto a sus capataces, atendía los últimos partos de las
vaquillas.
Dada la crisis una gran cantidad de mineros cesantes del norte vagaban por los
campos. Eran seres tristes que, si se les otorgaba un poco de ayuda y afecto, lo
agradecían y no causaban ningún daño. Evitaban las ciudades tanto por el mal trato que
recibían como por temor a la policía. Muchos tenían cuentas pendientes con la Justicia.
Don Diego dispuso se duplicara la cantidad de alimento y de “galletas” que se preparaba
diariamente para sus obreros a fin de alimentar a los “pasantes”. Uberlinda Uribe, la
cocinera, dispuso de tres ayudantas adicionales para tal efecto. Además se construyó un
precario albergue donde los transeúntes pudieran alojar. Tenían el piso, y un metro de
los muros, encementados; para poder desinfectarlos.
En “Las Casas” había un silencio que penetraba los oídos. Se hablaba todo en
susurros. Don Antonio contaba con un dormitorio propio y se desplazaba en sigilo en su
silla de rueda, ayudado por Socorro; la china que lo cuidaba. Normalmente pasaba el día
en el living mirando por la ventana. No había vuelto a proferir palabra; sus ojos, sin
embargo, eran capaces de expresar diversos sentimientos y estados de ánimo.
Generalmente estaba muy tranquilo. Había que tener cuidado, eso si, con lo que se
hablaba delante de él. Estando en Río Claro, antes de traerlo a Quillacahue, doña
Rosaura se había referido a doña Hortensia y él se había enfurecido. Los músculos de la
cara se le pusieron tensos y sus manos se crisparon sobre las ruedas de la silla. No
hablaba pero emitía sonidos como bufidos.
Para Navidad, doña Elvira; don Diego y don Antonio tuvieron que
trasladarse a Río Claro. Doña Rosaura estaba a punto de dar a luz y no podía moverse.
Fue una Navidad muy tranquila; en que Dieguito aportó toda la alegría. Doña Rosaura
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no pudo levantarse así es que la familia se reunió, a intercambiar regalos, en su
recámara.
A los pocos minutos don Diego la tomo en los brazos; la miró con un cariño
indescriptible y la bautizó: “Te bautizo, Rosa Ester, en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espiritu Santo. Amén”76
En Río Claro el padre Francisco llegó a la casa de don Diego y solicitó conversar
por doña Rosaura. Angélica lo hizo pasar al living y, al poco rato le comunicó que sería
recibido por doña Rosaura, en su recámara, en unos minutos más.
Doña Rosaura lo hizo esperar más de media hora, tiempo que, para el pobre cura,
se transformó en una eternidad. Sus manos y su rostro transpiraban, a pesar de lo fresco
de la estancia.
Cuando al fin lo hizo pasar estaba recostada en su lecho, apoyada en una serie de
cojines.
Intencionalmente había dejado su camisa ligeramente abierta lo que permitía
resaltaran sus bellos senos abultados por la lactancia.
El cura se acercó a saludarla y ella se inclinó a besarla el inexistente anillo como
si fuese la mano del obispo. Ahí el cura pudo ver sus pechos completos produciéndosele
una inmediata erección. Ya poseerá su anillo monseñor y, supongo, algunas feligresas
que calmen su ardor.
76
Según la Religión Católica cualquier bautizado puede bautizar. Normalmente los padres lo hacen,
inmediatamente después del nacimiento, precaviendo la posibilidad de que el recién nacido fallezca antes del
bautizo oficial.
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-Doña Rosaura... me temo que tendremos algunos problemas.
-Todo tiene solución monseñor; todo tiene solución.
-No sé doña Rosaura; no lo tengo tan claro.
-Bueno monseñor; hable.
-Con todo respeto doña Rosaura debo comunicarle que, al haberse hecho público
el abandono de sus deberes conyugales la Iglesia la conmina a cumplirlos
estrictamente... a partir de hoy. Deberá vivir permanentemente con su marido y permitir
satisfacer las necesidades carnales, de ambos, en forma normal.
-¡Que se ha imaginado sacristancillo de quinta categoría! ¡A quién cree que le está
dando instrucciones!
Doña Rosaura meditó: Tengo que pensar rápido. Esto va por mal camino. Más me
vale arreglarme con este imbécil que darle el gusto al obispo.
Ese mismo día don Diego recibió, al atardecer, al Padre Andrés, párroco de Santa
Elisa. Este lo felicitó por la iluminación de “Las Casas” y se disculpó por la
intempestiva visita.
-No se preocupe padre; esta es su casa; le replicó don Diego. Espero se quede a
cenar.
-Le agradezco don Diego. Más adelante... cuando su situación se normalice.
-No le entiendo padre- le respondió don Diego un tanto molesto- sospechando por
donde venía la cosa.
-Mi querido don Diego. La Iglesia vela por cada una de sus ovejas y, cuando estas
se descarrían, usa primero su cariño para volverlos al redil. Si ello no resulta, está
obligada a usar su poder que, como usted bien sabe, es inmenso.
-Perdón Padre; vamos al grano.
-Bien don Diego la cosa es muy simple. La Santa Iglesia Católica, Apostólica y
Romana no puede aceptar que la vida de una de las familias más importantes de la zona,
puede llegar a causar escándalo. Antes que ello suceda debe impedirlo utilizando de
todos los medios que dispone. El padre Francisco ya habló con su esposa y ella, se
avino, a reconstruir con usted su vida matrimonial en todo sentido, trasladándose a vivir,
permanentemente a Quillacahue.