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CAPÍTULO I

Allí estaba ella, con sus ojos café y sus labios carmesí;
No recordaba sus hoyuelos en las mejillas,
Ni la vez que me dijo si.
Si quiero amarte para toda la vida,
O bueno, hasta que mi vanidad pueda más que tu bolsillo.

Allí estaba ella, esa mujer que alguna vez prometió


Tejer redes y sueños junto a mi;
Pero que un día cualquiera, La mar se la llevó.

Allí estaba ella, y junto a su cuerpo blanco como la nieve


Y sus rizos negros como la niebla;
Estaban nuestros sueños también.

Allí estaba yo, inmóvil como aquella vez;


Esa tarde que te llevaste todo de mi,
Incluso hasta el café, mi compañero fiel.

Allí estaba yo, en la caja de lo efímero y sin tiempo.


Sin tiempo ni palabras, para decirte una vez más:
Te quiero, te quiero de verdad.

Allí estaba ella, arrodillada ante mi sepulcro;


Elevando una oración.
La última plegaria a su Dios.
CAPÍTULO II

5:30 am, el reloj suena como de costumbre; pero esta vez, las gotas que yacen
en mi ventana presagian algo diferente en el ambiente.
La mañana aún lúgubre y oscura lleva consigo un olor a tristeza y
desesperación.

Me dirijo hacia el baño con pasos lentos y pausados; siento como el agua limpia
las primeras arrugas que desde hace algunos días se fijaron en mí sin algún por
qué. Al levantar mi rostro noto algo inusual, mi reflejo en el espejo ha
desaparecido.

Quedo inmóvil. No sé cuánto tiempo pasó, quizás fueron horas, minutos o


simplemente un breve instante.

Siento mi cuerpo desfallecer, pero el sonido del teléfono hace que vuelva en sí.

- Aló, ¿Con quién hablo?


- Acaso…¿no reconoces mi voz? Desde niño fui tu mejor compañía, y todas
las mañanas te observaba cuando en el espejo te veías. Soy yo, Víctor, tu
reflejo en el espejo.

Fue un instante casi eterno. Mi voz algo fuerte debido a mi educación militar,
desfallecía como la de un niño al cual le roban su paleta multicolor. Tomé
fuerzas desde lo más profundo de mí, y retomé la conversación.

- Víctor, no te entiendo, ¿por qué decidiste desaparecer?


- Acaso…¿no la recuerdas? ¡Sí!, ella. Fue justamente ella; no me quisiste
hacer caso. Pero… ¡qué más da! Desde ese momento dejaste de ser tu;
casi no se dibujaba la sonrisa en tu rostro y andabas huraño sin motivo y
sin razón.
Sentí una especie de llanto en él. En ese momento se oyó un ruido
estremecedor; del otro lado del teléfono un disparó retumbó en mis oídos.
Quise correr, pero…¿a dónde?

Fue ahí cuando recordé aquel lugar, bajo la sombra de aquel almendro, donde
leía Benedetti, Marx y a veces Kant.
Como pude salí corriendo de mi cuarto. Hacía mucho frío y ya el hielo tocaba mi
corazón, eran solo algunas cuadras.

Cansado por la zozobra, por fin llegué. Allí estaba su cuerpo casi sin vida, me
asusté. Como pude lo tome entre mis brazos y lo llevé de nuevo a mi habitación.

No recuerdo cuanto tiempo pasó, solo recuerdo esa tierna mirada que una vez
fue mía, pero que esa mujer arrancó. En medio de un profundo silencio, su
corazón dejo de palpitar. Lloré desconsoladamente, hasta que Morfeo se
apiadó de mi y en su regazo me abrazó.

5:30 am, el reloj suena como de costumbre. Me incliné rápidamente pensando


en el mal sueño de la noche anterior. Me dirigí al baño, cuando de repente
alguien tocó la puerta.

Allí estaba ella, su mirada penetrante y sus labios carmesí. Quise gritarle de
todo, pero sólo la observé. De un momento a otro a alguien con estas palabras
se dirigió:

- ¡Pobre Víctor!, era tan joven.

En ese instante comprendí, que no había sido mi reflejo en el espejo sino yo,
quien en un acto d cobardía acabé con mi existir.
CAPITULO III

Al cruzar la calle Pontevedra, en la Avenida Siempre Verde; justo en esa


esquina está la cafetería de Don Matías. Allí como de costumbre al salir de dar
mis clases, me tomó un café y uno de esos postres el cual en este instante se
me escapa el nombre, más no su delicioso sabor.

4:00 p.m. me siento justo en la misma silla de siempre y me preparo a tomar el


primer sorbo de café, ese café que me hace recordar la vieja casa de campo, la
cual visitaba con mi madre al llegar las vacaciones; ese café tan dulce y amargo
a la vez, que me recuerda ese día que mi vida se hizo un eterno retorno; ese
café.

Al pasar junto a mí, sentí una aroma muy familiar. Al instante pasó por mi
mente el recuerdo de mi madre preparando las fresas con chocolate que tanto
me gustaban, aquellas fresas que ella solía recoger con sus manos ya cansandas
por el tiempo. Ese chocolate que alguna vez fue semilla amarga como la noche,
pero que después se torno dulce como la noche para el poeta.

Quise saludarle, pero mi voz se quebrantó. Yo que siempre me caractericé por


la retórica y me ufané de mi gallardía de Don Juan; estaba allí, petrificado en
el espacio y perdido en sus ojos café.
Me levanté y salí de aquel lugar con la convicción de que otro día la volvería a
ver.

Sin embargo pasaron los días y aquella chica no volvió por su café.

En la soledad de mi habitación pensaba la manera de volver a verla….


Quizá Don Matías sabía de ella…quizá el pequeño Julio quien reparte el
periódico en las mañanas…quizá…
(INCOMPLETO)

CAPITULO IV

Un capuccino y tu ausencia…
El reloj se convierte en mi enemigo.
Sigo a la espera de tus ojos cafés
Que alguna vez me hicieron soñar como niño.

Con cada sorbo un recuerdo…


Con cada minuto un olvido.
Lentamente se va desvaneciendo su aroma,
Y yo aún con tu recuerdo vivo.

(INCOMPLETO)
CAPITULO FINAL
LA ROSA NEGRA

A veces pensamos que todo es casualidad, pero te has puesto a pensar que
puede ser el DESTINO. Aquel fénix errante, que aún en estado de catalepsia,
resurge de sus cenizas para mostrarnos en un tiempo sin tiempo todo aquello
que puede ser o no.

Esa noche fue única. Sintió su alma y la de ella balancearse en un vaivén


desenfrenado. Sentía que se conocían desde antes, como si sus pensamientos
vagasen a escondidas en los suyos en noches de penumbra. Sólo quería leer su
cuerpo como una historia misteriosa y cálida a la vez. Sólo quería ver sus ojos
color sol. Su mirada, esa mirada tan inocente y madura a la vez, hacía que sus
pensamientos flotaran de la nada con frenesí.

Su cabellera sombría como la noche triste de un poeta sin su musa; su cuerpo


perfecto cual melodía de un ángel. Exactamente así, un ángel, pero no un ángel
cualquiera; un ángel negro como la rosa de Halfeti, única en su clase.

Poco a poco la fue regando con ternura, como alquimista queriendo conocer sus
más grandes secretos escondidos, pero todo esfuerzo era en vano; aquella flor
mística siguió vagando en sus pensamientos hasta aquel día.

Aquella mañana de Julio, mientras el rey engalanaba sus luminosos rayos la


bóveda del cielo, una lágrima de nube se deslizó suavemente por su mejilla
hasta desfallecer en su hombro. Fue aquella mañana cuando quiso tomar
delicadamente la rosa con sus envejecidas manos y sintió como una espina se
clavaba en su corazón. Sin pensarlo dos veces la soltó, hasta que ésta cayó
agonizante en el árido suelo de su habitación.
Fue allí cuando comprendió que seguiría amando a los bellos girasoles buscando
siempre la luz de la magia, y no una rosa llena de irrisoria y oscura naturalidad

Y aquel loco, bohemio y trovador prefirió su eterna fantasía, en lugar de su


efímera realidad.

FIN
CAPITULO V

En el silencio de mi mismidad, aún recuerdo tus arrullos, tus caricias y la


primera vez que te dije: MA.

Helena tu nombre, cual musa griega, negros tus ojos cual deidad egipcia, oscuro
tu cabello cual noche sin luna, y tu alma….tu alma pura cual niño recién
nacido…tan pura que hasta el mismo DIOS decidió llevarte consigo.

Sonrisas, llanto, tristezas, alegría…un sinfín de sentimientos, cual arcoíris


multicolor; todo un vaivén de emociones…
Alegría el ver tu rostro por primera vez.
Tristeza la primera mentira, que aún al recordarla desfallece mi alma.

La vieja casa del barrio….allí crecí junto a ti y junto a mi viejo.


El primer televisor, aquella vieja caja de madera en la cual algún día un payaso
sonreír vi; ese payaso que hoy quisiera sacar de allí y hacer de nuevo mi alma
feliz.

El aroma a cacao en las mañanas, ese dulce y suave aroma que aún me recuerda
a ti.
A ti.

A ti, bella dama de lentes azules,


Hermoso ejemplo de la más bella creación.
Mujer y niña también.
Esa niña inocente como te ves
Esa mujer sensual a la desnudez.

Gloria tu nombre de día es


De noche lujuria, y locura también,
Cabello de sol, de ángel su cuerpo
Ojos café, blanca y adictiva tu piel.

Yo, un quijote y un monstruo también.


Una bestia domesticada a tus antojos
Y un quijote enamorado de tus ojos.

A veces quisiera ser yo


Tu eterno poeta enamorado.
Gloria de mis sueños
Oh Princesa, quédate a mi lado

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