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Allí estaba ella, con sus ojos café y sus labios carmesí;
No recordaba sus hoyuelos en las mejillas,
Ni la vez que me dijo si.
Si quiero amarte para toda la vida,
O bueno, hasta que mi vanidad pueda más que tu bolsillo.
5:30 am, el reloj suena como de costumbre; pero esta vez, las gotas que yacen
en mi ventana presagian algo diferente en el ambiente.
La mañana aún lúgubre y oscura lleva consigo un olor a tristeza y
desesperación.
Me dirijo hacia el baño con pasos lentos y pausados; siento como el agua limpia
las primeras arrugas que desde hace algunos días se fijaron en mí sin algún por
qué. Al levantar mi rostro noto algo inusual, mi reflejo en el espejo ha
desaparecido.
Siento mi cuerpo desfallecer, pero el sonido del teléfono hace que vuelva en sí.
Fue un instante casi eterno. Mi voz algo fuerte debido a mi educación militar,
desfallecía como la de un niño al cual le roban su paleta multicolor. Tomé
fuerzas desde lo más profundo de mí, y retomé la conversación.
Fue ahí cuando recordé aquel lugar, bajo la sombra de aquel almendro, donde
leía Benedetti, Marx y a veces Kant.
Como pude salí corriendo de mi cuarto. Hacía mucho frío y ya el hielo tocaba mi
corazón, eran solo algunas cuadras.
Cansado por la zozobra, por fin llegué. Allí estaba su cuerpo casi sin vida, me
asusté. Como pude lo tome entre mis brazos y lo llevé de nuevo a mi habitación.
No recuerdo cuanto tiempo pasó, solo recuerdo esa tierna mirada que una vez
fue mía, pero que esa mujer arrancó. En medio de un profundo silencio, su
corazón dejo de palpitar. Lloré desconsoladamente, hasta que Morfeo se
apiadó de mi y en su regazo me abrazó.
Allí estaba ella, su mirada penetrante y sus labios carmesí. Quise gritarle de
todo, pero sólo la observé. De un momento a otro a alguien con estas palabras
se dirigió:
En ese instante comprendí, que no había sido mi reflejo en el espejo sino yo,
quien en un acto d cobardía acabé con mi existir.
CAPITULO III
Al pasar junto a mí, sentí una aroma muy familiar. Al instante pasó por mi
mente el recuerdo de mi madre preparando las fresas con chocolate que tanto
me gustaban, aquellas fresas que ella solía recoger con sus manos ya cansandas
por el tiempo. Ese chocolate que alguna vez fue semilla amarga como la noche,
pero que después se torno dulce como la noche para el poeta.
Sin embargo pasaron los días y aquella chica no volvió por su café.
CAPITULO IV
Un capuccino y tu ausencia…
El reloj se convierte en mi enemigo.
Sigo a la espera de tus ojos cafés
Que alguna vez me hicieron soñar como niño.
(INCOMPLETO)
CAPITULO FINAL
LA ROSA NEGRA
A veces pensamos que todo es casualidad, pero te has puesto a pensar que
puede ser el DESTINO. Aquel fénix errante, que aún en estado de catalepsia,
resurge de sus cenizas para mostrarnos en un tiempo sin tiempo todo aquello
que puede ser o no.
Poco a poco la fue regando con ternura, como alquimista queriendo conocer sus
más grandes secretos escondidos, pero todo esfuerzo era en vano; aquella flor
mística siguió vagando en sus pensamientos hasta aquel día.
FIN
CAPITULO V
Helena tu nombre, cual musa griega, negros tus ojos cual deidad egipcia, oscuro
tu cabello cual noche sin luna, y tu alma….tu alma pura cual niño recién
nacido…tan pura que hasta el mismo DIOS decidió llevarte consigo.
El aroma a cacao en las mañanas, ese dulce y suave aroma que aún me recuerda
a ti.
A ti.