¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo
instante al tiempo de su vida? (Mateo 6, 27)
Pbro. Nelson Chávez Díaz
Texto completo: Mateo 6, 24-34.
1.- El señor dinero.
Mateo 6,24 es parte de una perícopa más extensa en que Jesús toca el tema de las riquezas; cuando habla del dinero Jesús se refiere a él en términos de “amo” o “señor” y contrapone en sus palabras la obediencia o seguimiento cuando se trata de dos “amos”: no se puede estar bajo las exigencias de los dos pues ambos tienen intereses distintos y opuestos. Es imposible, para un siervo, obedecer a ambos porque sería imposible complacer a los dos. Jesús, entonces, personifica las riquezas en este “amo” al cual hay que rendirle la voluntad frente al otro “amo” que es Dios. Jesús en el fondo reconoce que el dinero ejerce sobre todos los hombres y mujeres de todos los tiempos una fuerte seducción que puede, incluso, terminar arrebatando lo más preciado: la vida. Nos advierte, entonces, que el dinero puede convertirse en un verdadero ídolo al cual todo se le sacrifica y que la tradición espiritual denominará posteriormente codicia.
2.- Las raíces de la ansiedad.
La continuación del texto (Mt 6, 25 ss) plantea un tema de enorme importancia: las preocupaciones más fundamentales de la vida parecieran ser el comer, el beber y el vestirse. Jesús plantea que la satisfacción de estas necesidades básicas genera inquietud y preocupación. En efecto, son necesidades de sobrevivencia de las cuales no hay que despreocuparse. Sin embargo, Jesús opone la vida con el alimento y el cuerpo con el vestido. Con ello quiere significar que no dejando de reconocer las necesidades básicas antes mencionadas también existen otras que son tan importantes como aquellas y que, por tanto, son anteriores incluso. O dicho de otra manera: preocuparse de la vida y el cuerpo también significa preocuparse del alimento y el vestido. Pero, con todo, Jesús quiere decir algo más, a saber, que el alimento y el vestido “no son lo único” en la vida; que hay valores espirituales muy importantes de los cuales hay que también preocuparse porque si no los procuramos no subsistimos. A continuación Jesús coloca un ejemplo acerca de la “des-preocupación” con la que obran las aves; ellas no siembran, no cosechan ni acumulan. ¿Jesús propugna la holgazanería y el descuido del trabajo? Ni mucho menos. No hay que dejar de trabajar sino que su llamada es a confiar más en Dios pero no ingenuamente creyendo que mágicamente él nos sostendrá económicamente; se trata de no descuidar la vida espiritual, aquella que sólo puede ser alimentada por Dios. De nuevo Jesús coloca otros ejemplos para ilustrar aquella confianza esencial en el Padre sin la cual no se puede subsistir pero que se puede ver amenazada por la ansiedad y la preocupación: el esplendor y la belleza de las flores que es un don gratuito de Dios en la creación son expresión de esa preocupación y cuidado que el Padre prodiga a todos los seres. A Jesús le gusta dejar bien en claro en este pasaje, (casi es majadero) de que la preocupación excesiva por la comida, la bebida y el vestido son fuente de inquietud y de angustia cuando éstas no se integran dentro de una búsqueda aún mayor que de hecho puede darle sentido a todos los afanes más importantes y necesarios de nuestra vida, a saber, el horizonte del Reino de Dios, su justicia y sus valores. Desde esta perspectiva más amplia y universalista es posible entender aquella frase de Jesús de que el hombre no puede añadir más horas a su vida por más que se esfuerce en ello. En Mateo 6, 33 encontramos entonces la “clave de bóveda” del texto de hoy, a saber: Jesús no desconoce la legitimidad de las búsquedas humanas más básicas que se traducen en aquellas necesidades más fundamentales y prioritarias pero también agrega que hay algo “primero” que para un cristiano resulta más absoluto y primordial: el reino de Dios y el compromiso por buscar la justicia, es decir, buscar y hacer la voluntad de Dios.
3.- El vacío existencial.
Creo que el texto evangélico de hoy es una invitación apremiante de Jesús para cada uno de nosotros a revisar el modo de vida que estamos llevando y que, en parte, nos ha impuesto la sociedad en que vivimos. Podríamos en principio y superficialmente creer que el evangelio de hoy viene a relativizar el trabajo humano y a desvalorizar aquellas necesidades humanas básicas que son indispensables para subsistir; en ningún caso Jesús desconoce la importancia y la legitimidad de ellas. El texto de hoy, mirado desde nuestro contexto actual nos obliga más bien a preguntarnos por el sentido de las cosas que estamos haciendo y por las prioridades que le damos a las cosas. Vamos a fijarnos en una dimensión –hay muchas desde luego- para actualizar nuestro evangelio. Hoy en día crece cada día más el síndrome del “burn out” o “desgaste profesional” que provoca un agotamiento emocional y una baja en el sentido de la realización personal. Esta condición, que se está convirtiendo en una verdadera enfermedad, se define como “un estado de fatiga o de frustración que se produce por la dedicación a una causa, forma de vida o de relación que no produce el resultado esperado” (Roberto Almada). Pero más allá de esta definición y del síndrome que la acompaña está la pérdida de sentido en las cosas que estamos haciendo, sea en el trabajo o sea en aquellos compromisos existenciales que hemos hecho con otros (matrimonio, familia, vida de pareja, opción religiosa). Lo importante no es sólo lo que hacemos (trabajar, luchar por los demás, adquirir cosas para vivir con mayor bienestar, etc.) sino de hacer las cosas que hacemos por un sentido superior que es siempre de naturaleza espiritual. El sentido de lo que hacemos se perfila y se construye desde la dimensión espiritual que no debe ser descuidada y que puede ser cultivada por toda persona: cultivar los valores vivenciales, aquellos que nos trae la vida gratuitamente, reencantarnos con las personas que amamos y con las cuales nos relacionamos; los valores de creación por los cuales dejamos nuestro aporte personal, nuestra huella y, por último los valores de actitud que nos permiten comprender que el sufrimiento y la muerte deben ser integrados y vividos con la mayor dignidad y respeto posibles.