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El sufrimiento en los infiernos budistas
La cosmología del dolor
Federico Andino
El sufrimiento en los infiernos budistas
Dentro de la perspectiva budista, aquellos seres que, por medio de las máculas mentales
(kleshas) tomen acciones kármicas negativas renacerán en los infiernos (narakas). En esos
infiernos, serán torturados por una longitud incalculable de tiempo; tradicionalmente, Buda
Shakiamuni enseñó que en el primer infierno de cada tipo (el infierno menor) el sufrimiento
de los seres será tan largo como si se sacara una semilla de sésamo de un barril cada cien
años; sólo cuándo el barril este vacío el ser renacerá en algún otro mundo. Cada infierno
subsiguiente incrementa el tiempo de sufrimiento veinte veces.
Los infiernos juegan un papel vital dentro de la concepción Mahayana del Bodhisattva; sólo
mediante la conciencia de nuestras acciones y el temor a renacer en los infiernos los seres
considerados cómo de menor mérito tomarán el camino heróico de la liberación. Antes de
que esto sea entendido como una forma de discriminación, hay que recordar que en la
concepción budista todos los seres han sido seres de menor mérito y todos han pasado ya
infinidad de eones en los reinos infernales. Hasta el mismo Shantideva, en su
Bodhicaryavatara plantea la necesidad de contemplar los infiernos como motivación para
la práctica. De esta forma, la contemplación del sufrimiento cumple un doble papel: motiva
tanto a la práctica personal cómo al espíritu del despertar (bodhicitta) necesario para buscar
la liberación de todos los seres. Recordemos que en el budismo, los seres infernales no lo
son ad eternum; periódicamente, cuándo el karma que los ha llevado al infierno particular
se consume, renacen en otro de los seis mundos budistas y todos los seres han pasado por
todos los infiernos, aún Budas cómo Gautama Shakyamuni.
Antes de comenzar con la descripción de los infiernos en sí, cabe hacer una aclaración. Los
infiernos corresponden a la subdivisión inferior del esquema de seis mundos en la
cosmología budista. Muchas veces, los seres infernales son confundidos con aquellos seres
del mundo inmediatamente superior a ellos, llamados pretas o fantasmas hambrientos. Sin
embargo, los pretas se pueden distinguir por su capacidad de vagar por los mundos, junto
con cierta libertad de acción (en el budismo tibetano, los pretas de la clase gyalpo, “reyes
de los espíritus” son extremadamente poderosos) mientras que los seres infernales están
atados a su infierno particular hasta que el karma que los llevó al mismo se consuma.
El primero de los infiernos helados es llamado el infierno de las ampollas (Arbuda). Uno
renace en el infierno formado directamente, sin madre o padre. Tiene un cuerpo grande,
fofo y sensible, que se encuentra en el medio de una planicie rodeada por titánicas
montañas, dónde el viento helado corta cómo una navaja. El viento lacera el cuerpo del ser,
mientras busca un lugar para guarnecerse en vano. Vagando sin descanso por la planicie,
nunca puede llegar a las montañas o ver el sol. Sin dormir, exhausto, es golpeado por el
viento hasta que toda su piel se vuelve una montaña de ampollas; pero el frío extremo del
suelo hace que no pueda ni descansar en él, por lo que está condenado a vagar.
El segundo de los infiernos helados es el infierno de las ampollas que revientan (Nirabuda).
En él, el viento es aún más frío que en Arbuda. En él, el viento es tan fuerte que revienta las
ampollas, haciendo que el cuerpo del ser se cubra de pus y sangre helado y que cada
ampolla arda constantemente.
El tercero de los infiernos se llama Atata. En él, el frío es tan intenso que el ser quiere gritar
todo el tiempo, pero al intentarlo el aire paraliza los pulmones, con lo que sólo sale un grito
estrangulado, diciendo at-at-at,
El cuarto infierno helado es Hahava. En él, el frío penetra en todas las células del cuerpo.
Los seres que se encuentran ahí gritan aunque se desgarran sus pulmones, con aullidos de
dolor e ira, que suenan cómo Ha y Ho.
En el quinto infierno, Huhuva aún ese grito está estrangulado por el frío, con lo que el
único sonido que los seres escuchan es el sonido de sus dientes y una especie de estornudo
constante. En ese infierno, nadie puede estar quieto por el gran frío ni un momento y están
condenados a vagar sin detenerse.
El sexto infierno, Utpala tiene un viento tan frío que congela la sangre en las venas y parte
la piel. El cuerpo de los seres parece estar cubierto por lotos azules, que en realidad son las
venas congeladas que están expuestas bajo la piel helada.
El primero de los infiernos ardientes es llamado Sañjiva o el infierno del revivir. Los seres
que nacen en ese infierno lo hacen con un cuerpo débil, fofo y sensible. Comienzan su
existencia ya en un estado de angustia, en un mundo dónde el suelo es de hierro candente y
vientos ardientes azotan sin cesar. En cuánto el ser toma conciencia de su estado
vulnerable y de encontrarse en un infierno, piensa “ojalá no me encuentre con nadie que me
ataque”. Pero al pensar eso, los esbirros de Yama, la personificación antropomórfica de la
muerte (nombrados múltiples veces en el Bodhicaryavatara de Shantideva) aparecen y
empiezan a perseguirlo. Tras alcanzar al desdichado, lo tratan cómo cazadores a una presa,
carneándolo mientras aún vive. Por el dolor, el ser se desvanece, pero cuándo va a entrar en
la muerte, una gran voz grita “Revividle” y vuelve a la vida, con lo que el ciclo comienza
de nuevo.
El tercero de los infiernos ardientes es Samghata. En él, aparte del suelo ardiente todo el
espacio está lleno de rocas afiladas que se mueven al azar, aplastando a los seres sin ningún
tipo de posibilidad de escape. Los seres se sienten morir entre la agonía del aplastamiento y
la tortura del suelo ardiente, para luego ser revividos. Nagarjuna declara que algunos seres
“son aplastados cómo el sésamo y otros pulverizados”.
El cuarto de los infiernos ardientes es Raurava. En él, el suelo es aún más caliente y llamas
surgen sin cesar. Los seres huyen intentando encontrar algún refugio, cuándo en la distancia
espían una estructura. Se acercan y ven que es una casa de hierro; desesperados, entran en
ella, pero la puerta se cierra y toda la casa se vuelve blanca del calor infernal que despide el
suelo. Los seres quedan atrapados en la casa, aullando sin cesar por el tormento.
El sexto infierno es Tapana. En él, los esbirros de Yama persiguen a los seres que moran en
el infierno, hasta atraparlos. Cuándo los atrapan, los empalan en el ano con una lanza de
hierro que sale por sus bocas. Luego, los ponen en una espita y calientan la lanza
lentamente, con lo que los seres sienten como sus entrañas arden, primero lentamente y
luego hasta que mueren y son revividos, comenzando de nuevo el proceso.
En este infierno, las llamas arden en todos lugares y los seres aparecen en un mundo
recubierto de hierro, cómo un gran horno. No hay escape para el dolor constante y el fuego,
no hay un segundo de descanso o de menor dolor. En él, el ser y el fuego se hacen uno,
ardiendo y gritando por todos los eones que dure su tormento. Salvo algunos casos
puntuales, cómo el monje Devadatta, primo de Gautama Shakyamuni, o la condena que
Nichiren plantea sobre los que duden del Sutra del Loto, es poco usual que se hable de seres
condenados al Avici.
Los infiernos adyacentes y temporales son menos comunes en las narrativas cosmológicas
budistas. Los infiernos adyacentes son aquellos que existen rodeando a los grandes
infiernos; son llamados:
1. La trinchera de fuego
2. La trinchera de cadáveres pútridos
3. El camino de las navajas
4. El río del dolor
Estos infiernos rodean a los infiernos principales y los seres que escapan de los infiernos
principales por haber agotado su karma (o menos comúnmente, por poder empezar a
practicar el Dharma por intervención de un Buda o de un Bodhisattva) deben pasar por
ellos para poder huir. Sin embargo, dado su carácter transitivo, no son el foco de tantas
prácticas o textos cómo los infiernos principales.
Lo mismo sucede con los infiernos temporales, llamados en la literatura tibetana “infiernos
de un solo día” por su corta duración y por su menor dolor. Es interesante que estos
infiernos, si bien menores que los infiernos ardientes y helados, pueden encontrarse en
todos los mundos (aún los mundos humanos) por el resultado del karma negativo. En ellos,
los seres son torturados, pero generalmente en sus cuerpos o en cuerpos del mundo al que
pertenecen; una historia tibetana cuenta que el Arhat Droshi encontró a una mujer hermosa
que, en determinados momentos, eran transformada por su mal karma en un cocodrilo
anciano, infestado de parásitos. Droshi investigó y supo que la mujer en otra vida había
sido un carnicero (profesión que no es bien vista en el budismo) pero que había escuchado
al Buda Katyayana (un Buda previo a Gautama). Esta mezcla de karma positivo y negativo
hizo que la mujer cambiase de una forma bella a una horrible.
Estos infiernos pueden tomar también formas menos reconocibles, cómo pilares en los
cuáles seres se encuentran atrapados, espíritus hambrientos o campos de matanza. Dado que
se encuentran en todos los mundos, es mas probable que estén recorridos por pretas.
Los infiernos budistas son, por lo menos, coloridos e imaginativos en su crueldad; si bien
son parte importante del budismo en asia, en las presentaciones occidentales tienden a ser
dejados de lado, por la connotación eternalista y asociada con el mal que tiene la palabra
infierno en la mente occidental.
Es importante notar que en el budismo, todos los seres han pasado por todos los infiernos;
el residir en los infiernos no tiene una connotación moral absoluta; es simplemente el
resultado del karma generado por la ignorancia.
Sin embargo, son parte vital del sistema budista; sólo observándolos y contemplando el
sufrimiento de los seres podemos tomar la determinación heróica de salvarlos, cómo bien
señala Shantideva en su Bodhicaryavatara. Para poder tener una práctica budista completa,
los infiernos son tan necesarios como cualquiera de los seis mundos.
Deshung Rimpoché – The Three levels of spiritual perception – Wisdom Publications 2003
Thich Nath Hanh – Opening the hearth of the Cosmos – Parallax press 2003