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La vida porteña
María Soledad Rosas nació el 23 de mayo de 1974 en el seno de una familia clase media.
Sus padres, Marta y Luis, siempre fueron defensores de la estabilidad y las buenas
costumbres. Por eso, Soledad y su hermana Gabriela tuvieron una educación en colegios de
cierta alcurnia, en los cuales el futuro se planeaba formal y correcto. Buenos padres, Marta
y Luis. Tal vez, un poco absorbentes. En el árbol genealógico de la familia, Juan Manuel de
Rosas, El Restaurador, aparecía como familiar lejano.
De niña, los días de Sole pasaban por la escuela, las series de televisión como la familia
Ingalls y Heidi, y la práctica de tenis y natación. Esforzada y tenaz para el estudio, Soledad.
Y buena compañera de sus amigas y de su hermana mayor, Gabriela.
El viaje
Con el título de Administración Hotelera bajo el brazo, Sole viajó a Europa. Sus padres le
hicieron ese regalo, buscando que deje atrás relaciones amorosas que veían por demás de
complicadas. Y para que, quizás, encontrara un buen trabajo o se distanciara de su vida
porteña. Era un pasaje abierto por seis meses, que con el correr de los días se transformaría
en la entrada a un mundo nuevo: el de la rebeldía, las ocupaciones de casas, las acciones
directas y el anarquismo.
Soledad llegó a Italia el 22 de junio de 1997, acompañada por su amiga Silvia Gramático.
La idea inicial era recorrer, disfrutar, tal vez conseguir un trabajo ocasional para solventar
algunos gastos. Un tiempo antes de su arribo, en el Valle de Susa se había iniciado la
construcción del Tren de Alta Velocidad (TAV), que uniría la ciudad italiana de Turín con
la localidad francesa de Lyon. Los pobladores de la zona rechazaron el proyecto y quienes
comenzaron las movilizaciones pacíficas y actos para denunciar el negociado, fueron los
anarquistas.
Cuando Sole ni siquiera sabía de la existencia del TAV, de los okupas anarquistas y mucho
menos de los días por venir que la tendrían a ella como protagonista, en el Valle
comenzaron a producirse una serie de atentados, reivindicados por los Lobos Grises,
organización que se convertiría en la excusa perfecta para el arresto de militantes
libertarios. Los Lobos Grises nunca fueron descubiertos por la policía y los servicios de
inteligencia italianos, y en más de una oportunidad se denunció que esa agrupación había
sido creada por las propias fuerzas de seguridad para justificar encarcelamientos y desalojos
de casas tomadas.
Al llegar a Turín, Soledad y su amiga Silvia dieron con la Federación Anarquista y desde
ese lugar las enviaron al Asilo, una de las principales casas tomadas en la ciudad. Cuando
Sole entró al Asilo su vida daría un vuelco frenético. En una de sus tantas cartas y
anotaciones realizadas en un cuaderno, escribiría: “Por casualidad el primer día que llegué
al Asilo la puerta estaba abierta, no necesité tocar el timbre. Es de locos: todo un océano de
distancia y llegué al lugar indicado. Pensar que el mundo es tan grande, pero hay un lugar
para cada uno, y yo creo que encontré el que me corresponde”. (1)
Casi todos sus compañeros y compañeras de Italia coinciden en que Sole estaba todo el
tiempo ideando actividades, despotricando contra la policía y que su discurso volaba por la
senda de la radicalidad y el descontento. Sus lecturas se ampliaban: teóricos anarquistas,
libros sobre la Guerra Civil española y ecologismo.
Un rayo en tu corazón
“Nos veo juntos en aquella playa, desnudos, tan juntos. Logro sentir el perfume del mar, el
sonido de las olas que golpean en las piedras, el viento suave ligero, el sol caliente en
nuestra cara. Agarro tu cara con mis manos y después las paso por tu espalda. Vos me
agarrás fuerte, me apretás, nos besamos, somos felices, mi amor”, escribió Soledad, ya
entre rejas, en una carta dirigida a Edoardo Massari, el hombre con el que compartiría
algunos días, pocas semanas, un puñado de meses de amor y anarquía.
Edoardo había nacido en abril de 1963 y en 1987 ingresó al movimiento libertario de Turín.
A los 28 años fue encarcelado por primera vez debido a su militancia y, luego de algunos
arrestos, recuperó la libertad a finales de 1996. Dejando las rejas atrás, Edoardo se instaló
en el Asilo. Al inicio de su militancia, ese hombre callado, cerrando en sí mismo,
arriesgado y dulce a su manera, recibió un regalo de sus compañeros. Un sobrenombre que
lo acompañaría siempre: Baleno, que en italiano significa “rayo”.
La cacería
Encarcelada Sole, en Argentina sus padres por un tiempo siguieron sin conocer la nueva
realidad. Cuando la noticia llegó a sus oídos, la familia contrató un abogado que intentaría,
como mínimo, que esperara el juicio en Argentina. Sole lo pensó, dudó, sintió la presión
familiar, pero optó quedarse junto a sus compañeros y esperar el juicio entre rejas.
(1) Las citas de testimonios y cartas fueron extraídas del libro “Amor y Anarquía. La
vida urgente de Soledad Rosas. 1974-1998”, de Martín Caparrós.